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García Arriola Kenya María

Reflexiones en torno a Vigilar y castigar de Foucault

En Vigilar y castigar, Foucault hace un análisis acerca de las modificaciones que han
sufrido los métodos punitivos desde el siglo XVII. Este análisis, junto con sus estudios
sobre el tratamiento que se le ha dado a la locura a lo largo de la historia, resultan
relevantes para él debido al fundamental papel que cumplen para la ejecución del poder en
las sociedades modernas. En efecto, éstas constituyen parte de la manera en que se
configuran los dispositivos de control, así como su forma de expresión.
Un punto importante señalado por Foucault en su análisis sobre el castigo tiene que
ver con una transformación acontecida en el siglo XVII. En esta época se observa un
particular suavizamiento en los métodos de castigo impuestos sobre los criminales, en los
que ya no se violenta de una manera tan agresiva el cuerpo, sino que, con el nacimiento de
la prisión, se da paso a una forma de disciplina del comportamiento de los criminales, en la
que, a partir de horarios impuestos y rutinas controladas, se ejerce un control sobre el
derecho a la libertad, más que una violenta venganza sobre los cuerpos de los castigados.
En efecto, Foucault pone un énfasis particular en el carácter vergonzoso que adopta la
violencia para la aplicación de la justicia en dichas épocas, lo cual provoca que la ejecución
de los castigos tenga que acontecer en la oscuridad, ocultándose del espectáculo que antaño
exhibía y celebraba el maltrato ejercido en el cuerpo del castigado. Este tránsito de la
exhibición a la vergüenza se debe a una necesidad de superioridad moral que tiene ahora la
justicia con respecto al crimen, es decir, ya no resulta válido castigar la violencia con más
violencia, a manera de venganza, o exhibir al criminal como un mártir atormentado digno
de lástima; ahora la justicia debe tener un carácter imparcial, debe actuar por medios
razonados que la eleven por encima de una violencia salvaje que representa al crimen. Así,
la violencia ya no permea toda relación en torno al crimen, sino que ahora, ésta debe quedar
estrictamente del lado del crimen y la justicia del lado de la razón.
Esta necesidad de superioridad moral de la justicia con respecto al crimen puede
llevarnos a pensar que es un problema ético el que se encuentra en el fondo de dicha
transformación, una cuestión del triunfo de la razón y la humanización que brinda ésta a las
almas humanas, sin embargo, Foucault señala que esta perspectiva resulta reducida.
Asimismo, tampoco se trata de una simple alteración en la complejidad de los procesos
jurídicos que llevaron a un tratamiento distinto del castigo. Más bien, Foucault nos invita a
entender todo este proceso en términos de configuración del poder, el cual se sirve, en este
caso, del campo epistémico y del jurídico, como dos de sus principales ejes para la
conformación de un adecuado control sobre los individuos.
Teniendo esto en cuenta, vemos entonces, cómo la justicia evoluciona del
conocimiento primitivo que suponía la elaboración de complejos artefactos para infringir
dolor en el cuerpo humano, hasta una burocratización de los métodos judiciales, en donde
el auge del conocimiento científico acompañó al tratamiento de las condenas, de modo que
ya no fuera el poder jurídico el único responsable de la deliberación e implementación de
los castigos. Más bien, su accionar debe estar ahora justificado por un marco epistémico, es
decir, por la aprobación de una serie de disciplinas que posean un conocimiento más
especializado sobre el comportamiento de los seres humanos, como la medicina o la
psiquiatría. Esta deliberación entre el poder jurídico y diversas disciplinas científicas –el
ejercicio de la razón– era lo que debía exhibirse, mientras que la aplicación del castigo
mediante algunas formas de violencia debía quedar resguardada ante los ojos del mundo.
De igual modo, el castigo se ha suavizado: ya no se trata de infringir dolor al cuerpo, se
trata ahora de restringir la vida con una privación de derechos que recuperen cierta dignidad
para el acusado.
Con este aval que representa la intervención de los científicos en el ámbito jurídico
podemos ver la transformación de la ejecución de un simple castigo con fines meramente
punitivos, en donde bastaba la relación de dos simples elementos (la infracción y el castigo,
que generalmente terminaba con la muerte del infractor), a la apertura de todo un campo de
estudio con respecto al comportamiento humano, ya no en términos meramente médicos o
en términos biológicos, sino en consonancia con las necesidades jurídicas, con la necesidad
de comprender mejor qué derechos deben ser eliminados y de qué forma debe ser abordado
un comportamiento desviado, que infraccione la ley. En suma, se trata de la creación de un
campo jurídico-epistemológico con miras a ejercer un dominio sobre el cuerpo, que tiene
como fin moldearlo, encausarlo, a través de límites impuestos, hacia la correcta expresión
de la norma. Se trata, en todo caso, de crear un marco restrictivo, con ayuda del
conocimiento científico, para forjar la norma que configurará la subjetividad. De aquí se
desprende la idea de que la norma no es a priori a la desviación, sino que ésta dicta la pauta,
lija los límites para la conformación de la configuración positiva que devendrá en norma.
Todo este campo –que no sólo se reduce a la generación de conocimiento, sino a
toda una infraestructura tecnológica que se deriva de éste y que eficientiza el control
ejercido– se construye en torno al cuerpo debido a que éste representa el lugar en el que se
expresa una desviación, así como la posibilidad de incidencia para la eliminación de la
misma, esto es, representa la potencial creación de una norma. Esto quiere decir que el
cuerpo puede concebirse como un campo tanto positivo como negativo, a partir del cual, a
pesar de ser presa de un control restrictivo, es posible generar nuevos saberes y nuevas
técnicas. Esta creación constante de nuevas formas de conocimiento e incidencia en el
mundo pueden llevar a nuevas formas de desviación de la norma, por lo que dicho campo
no se encuentra acabado, siempre está en movimiento, reconfigurándose a partir de las
desviaciones surgidas.
Esta concepción del cuerpo como campo de generación de saberes y técnicas
abonan a la idea de que la transformación en las prácticas punitivas a lo largo de la historia
no se debe ni a un trasfondo ético ni a la mera evolución de las técnicas jurídicas, sino a
esta constante configuración que tejen poder y saber en conjunto para construir
subjetividad.

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