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Teología fundamental
también coherente con la realidad del mundo experimental. El creyente tiene sólidas y serias razones para creer en
Dios. Y está dispuesto a confrontar su fe con hechos observables
2.- Lo razonable de la afirmación de Dios.
La afirmación de Dios resulta coherente con la experiencia humana. Además, si Dios existiera la vida humana
encontraría su definitivo sentido. La afirmación de Dios, por tanto, es moralmente seria digna del hombre.
Una de las experiencias más elementales es la existencia de el mismo hombre, su existencia le ha sido dado,
por sí mismo no tiene razón de existir, la primera razón de ser de la existencia está fuera de la existencia. El hombre es
contingente y finito y está en el mundo sin motivo alguno, lo que revela una dependencia intrínseca a la que remite.
En la gran mayoría de los seres humanos hay un búsqueda de sentido y un deseo de hacer el bien, a pesar del sin
sentido y de la injusticia creciente que parece apoderarse del mundo. Este dinamismo hace razonable la pregunta sobre
Dios. El hombre siente dolorosamente la ausencia de amor, la soledad. Sólo el encuentro amoroso le satisface, pero al
mismo tiempo lo deja insatisfecho, porque siempre aspira a más, a la comunión total y sin fin. El amor auténtico
anhela la eternidad. Si el hombre no tiene “razón de ser” ¿no resulta razonable pensar que lo que en realidad tiene es
“razón de amor”? Si esto fuera así ¿no sería consecuencia de una Amor fundante que lo ha creado y lo sostiene en el
ser? Este dinamismo hace razonable la pregunta sobre Dios.
Si Dios existiera todo tendría sentido. La amenaza de muerte se convertiría en esperanza de vida. La lucha por
la injusticia no desembocaría en el vacío. La soledad podría ser visitada. Este mundo, lejos de provenir del vacío,
tendría una razón y un firme fundamento. Sin duda el que admite la existencia de Dios sigue habiendo muchas cosas
oscuras y muchas cuestiones sin resolver. Pero para el creyente la vida no es un absurdo y la oscuridad es la
consecuencia inevitable de la limitación de nuestro entendimiento.
La afirmación o la negación de Dios deben ir por un camino distinto al de las pruebas. No resulta posible
probar la existencia de Aquel que supera infinitamente al hombre, y tampoco resulta posible probar que Dios no
existe. Así la afirmación o la negación de Dios es siempre una opción. Pero la opción de afirmar a Dios es razonable y
se apoya en argumentos que si bien no son concluyentes, son racionalmente posibles y coherentes. Estos argumentos
quedan reforzados cuando en la experiencia religiosa el creyente encuentra nuevas fuerzas para vivir con alegría y
experiencia cómo su vida se va transformando poco a poco en una nueva creación, movida por un Espíritu que le
permite superar el miedo y le da la paz.
EL SILENCIO DE DIOS O LA ESTRUCTURA DE LA RELIGION
La fe bíblica comienza por afirmar el ocultamiento de Dios “Tu eres un Dios escondido” Exclama el profeta
Isaías. Moisés ante el deseo de ver a Dios, se encuentra con la respuesta “Mi rostro no podrás verlo”. En el N.T. “a
Dios nadie le ha visto jamás” pues “habita en una luz inaccesible, que no ha visto ni puede ver ningún ser humano”.
Incluso el mismo Jesús, en el momento más decisivo de su vida, se encuentra con un Dios callado y con una dolorosa
sensación de desamparo: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”, a la vez que el ocultamiento de Dios,
la Escritura afirma que Dios se revela y se da a conocer. Del modo de este conocimiento trataremos más adelante,
aunque ahora no podamos olvidarlo del todo, pues si Dios estuviera totalmente oculto no habría manera de hablar de
él.
1. Dios es trascendente: el misterio del ser de Dios.
El silencio de Dios se explica porque Dios no es una evidencia, sino un Misterio, el misterio por excelencia,
que nunca acabamos de comprender y que no podemos manipular. La gran tentación del creyente ha sido siempre la
de encasillar a Dios encerrarlo en sus esquemas. Proyectar en El sus carencias o sus deseo frustrados, para servirse de
Él. El Dios que Jesús anuncia desborda toda previsión y actúa con soberana libertada, aunque tal libertad siempre está
al servicio del hombre. No es posible controlar a Dios. Siempre se escapa. Es un Dios escondido que se revela en su
ocultamiento y se hace presente en su mismo trascender. Y se manifiesta así mismo como el misterio absoluto.
La teología ha reflexionado sobre los mejores procedimientos que nos permiten hablar de esta sorprendente
divinidad: analogía, simbolismo, anticipación paradoja. Dios no es nunca “igual a” siempre es “semejante a”, pero al
mismo tiempo es desemejante a aquello de lo que proclamamos que es semejante. Las fórmulas de fe, los dogmas,
eclesiales, no pretenden nunca acaparar, ni delimitar, ni definir a Dios, sino orientarnos más allá de ellas, hacia una
Realidad que jamás puede confundirse. En realidad, nuestras expresiones no califican a Dios en sí mismo, sino a
nosotros en cuanto nos realizamos con él: De Dios no podemos saber lo que es, sino lo que no es, y qué relación tiene
con él todo lo real”. Ante un misterio sólo cabe señalar su sentido, pero como otras explicaciones son siempre
posibles, por eso no puedo imponerla, solo puedo proponerla. Mi obligación es señalar el misterio.
2. Dios no puede actuar de otro modo: la creaturidad humana (realidad humana)
Dios es transcendente. Este Dios trascendente quiere relacionarse con el ser humano. Pero el hombre es finito,
limitado incapaz de comprender la grandeza del Infinito. Entre Dios y hombre hay una distancia insalvable. Dios se da
a conocer por todos los medios a su alcance. El límite siempre proviene de la incapacidad de la criatura para captar
mejor las múltiples manifestaciones de Dios. La finitud pone límites al hombre, pero no a Dios. Dios puede hacerse
presente en la finitud, aunque el hombre nunca acabe de comprenderlo del todo.
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La revelación de Dios, que en sí es lo más seguro (¿quién más seguro que Dios?) puede parecernos poco
segura (y en todo caso, muy poco clara) debido “a la debilidad del entendimiento humano. Dios se revela en la
fragilidad de lo humano. Esta es la única manera que los hombre tenemos de alcanzar a Dios. Querer ir “más allá”,
buscando claridad, queriendo que desaparezca la ambigüedad, lejos de favorecer el encuentro con Dios, lo
imposibilita, Dios es el Misterio absoluto. En la medida que desaparece el Misterio desaparece Dios. Es la condición
de nuestro conocimiento y es también expresión del respeto que Dios merece y de la inevitable distancia (aún dentro
de la máxima amistad) entre Dios y el hombre.
Este poder “ver” a Dios sólo en la debilidad, en la distancia, no es algo provisional, algo que se dé sólo
durante nuestro peregrinar terreno y que desaparecerá en la vida eterna, en la “visión. No es un problema de “fe”. Es
debido a la estructura de lo finito, por tanto, la “distancia”, la inquietud, el no acabar nunca con Dios, también
permanece en el encuentro pleno de la visión. S. Tomas dice que el hombre, en su visión de Dios, no agota ni puede
agotar la esencia divina. El hombre puede ver a Dios, pero ni agota ni comprende nunca totalmente la divinidad, pues
nada finito puede acaparar al infinito. Solo Dios se abarca y se comprende totalmente a sí mismo ¡Cuando en nuestra
pobre ilusión creemos que hemos acabado con Dios, no hemos ni empezado!
Las palabras de A. Torres Queiruga: “Lo admirable no es lo difícil que resulta captar a Dios; lo maravilloso
está en cómo, a pesar de ello, puede haber alguna comunicación; cómo, salvando el abismo de la diferencia infinita,
logra Dios hacerse presente en la vida y en la historia de hombre… La oscuridad de la revelación se descubre de
súbito como la distancia vencida por la generosidad del amor; y el silencia de Dios se desenmascara como el
malentendido acerca de un Hablar que está siempre viniendo a nosotros, abriéndose camino sin descanso en la
oscuridad de nuestra conciencia y esperando pacientemente la más mínima oportunidad para entrar en nuestra vida.
3. La inquietud creyente
Carácter de la fe inquietud creo pero quiero creer más La fe es un encuentro personal con Dios vivo.
Pero Dios es un misterio. El creyente está condicionado por los límites de su finitud. Este encuentro con el misterio
que nunca le deja plenamente satisfecho, un encuentro no exento de dudas, preguntas e inquietudes, y que le mueve a
una permanente profundización a un querer ir siempre más allá, con lo que la fe toma la forma de una búsqueda
constante del que nunca alcanza del todo el objeto de su búsqueda. De ahí la insatisfacción de la inteligencia que
busca claridad. En la fe no hay nada completamente claro: “La imperfección del conocimiento es esencial a la fe. La
fe no puede ser conocimiento perfecto.
S. Tomas dice que en la fe hay un aspecto equiparable a la duda, a la sospecha y a la opinión. El preguntar y el
duda no demuestra necesariamente mi falta de fe. Es posible que demuestre la madurez de mi fe: cuanto más me
acerco a Dios, más consciente soy de la grandeza de Dios y, por tanto, de la infinita distancia que me separa de Él;
más penetro en el misterio y, por tanto, mayor es mi conciencia de su incomprensibilidad, aunque también aumenta mi
deseo de conocerle.
Dios es un presencia huella. Huella de un paso ya pasado, pero huella que invita a seguir al que ya ha pasado.
Dios se da a conocer por medio de signos, signos que remiten siempre más allá de ellos porque respetan su misterio
trascendente. Por eso el creyente vive en la tensión del que siempre busca sin alcanzar nunca del todo, aunque la
oscuridad esencial de su fe no le paraliza, sino que le hace vivir “como si viera al invisible”. El verdadero creyente
vive, de una u otra forma, la experiencia. En la fe también hay una firme seguridad, una certeza inquebrantable.
Aunque no lo tiene claro, el creyente está seguro de su fe. “La fe es garantía de lo que espera; la prueba de realidades
que no se ven”. Se trata de la garantía de algo que no se tiene (se espera) y de la prueba de algo que no se ve. ¡Extraña
garantía y extraña prueba! La fe es convencimiento o seguridad que descansa sobre una base sólida de las cosas
celestes, en cuanto que so futuras: el futuro, a pesar de todas decepciones sufridas, no es para el creyente incierto y
angustioso. Y también argumento decisivo, razón segura de su verdad indefectible de las cosas celestes, en cuanto que
son invisibles: la fe trasciende lo que se percibe exteriormente y se palpa con las manos.
La fe es un acto libre y el creyente está siempre sometido a la tentación, nuca posee la fe segura y
definitivamente, y siempre debe rezar para que el Señor le conserve y aumente la fe. La fe cristiana es una firme
adhesión a Dios a que el hombre se abre, esta firmeza se realiza y se vive en la debilidad, la fuerza del creyente no se
apoya en sus propias fuerzas, sino en lo que muchas veces parece a los ojos del mundo “la debilidad de Dios”
debilidad que únicamente el creyente sabe que es “más fuerte que la fuerza de los hombres”. Por esta razón el creyente
nunca aparece como un presuntuoso, sino como un hombre humilde.
4. Dios es Amor: el amor no se impone
Hay otra razón para el silencia de Dios, Dios es un Misterio, pero un Misterio de Amor y quiere ofrecer al
hombre su mayor riqueza, su amistad la posibilidad de comunicarse y relacionarse. Pero sin imposición, respetando la
libertad del otro. Dios quiere que le sigan por amor. No hay imposición por parte del que se ofrece y la libertad del que
recibe, la fe es un acto libre, no una evidencia inevitable. De ahí el claro-oscuro de la fe y de ahí que Dios acepta la
posibilidad de ser negado. Dios puede llegar en el amor y recibido libremente, permanece escondido, aunque siempre
atento, siempre a la búsqueda del hombre, siempre ofreciendo signo de su presencia y de su amistad, no son signos
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impositivos. Esta es la razón de que Dios se revele en su ocultamiento. El Dios que se visibiliza en su divinidad y
también se oculta en su divinidad. Dios es Amor y el amor no se impone, su presencia no es abrumadora. El amor no
manipula la vida del amado. Le respeta profundamente. Quiere ser aceptado libremente, no por necesidades. Dios ama
al hombre pero no le necesita. Quiere ser correspondido con un amor similar al suyo. (Permaneced en mi amor). Dios
ama al hombre por si mismo. Tras la acogida del Amor de Dios, el hombre descubra la enorme “utilidad” de Dios, es
preciso comenzar por descubrir que en el Amor la utilidad no es determinante.
El silencio de Dios es el gran respeto por el ser humano. El respecta lo que tenemos que decirle y deja que nos
expliquemos hasta el final. El silencio de Dios es el silencio del que deja hablar. Se trata de un silencio hablante,
cargado de sentido. El silencio de Dios no es un silencio vacío “solo es el momento del silencio en la profundidad
misma del coloquio”. Dios, “ya calle o yo hable, siempre es el mismo padre; el mismo corazón paterno, cuando nos
guía con su voz o no eleva con su silencio.
La Cruz de Cristo como la expresión del inmenso y silencioso Amor de Dios al hombre.
EL ACCESO DEL HOMBRE A DIOS Y LA CULTURA MODERNA
Hoy aparece como si la cultura moderna plantease dificultades de todo tipo para creer en la existencia de Dios
y sobre todo para establecer con Él una relación personal. Descubrir estas dificultades nos facilitará a los creyentes el
situarnos en la postura adecuada para la acogida de Dios. La gloria de Dios no es algo que aparezca o desaparezca. Es
algo que se contempla o no se contempla. Pero sólo se contempla desde una cierta posición que implica una cierta
cualidad de la mirada. Hay dos aspectos que parecen ser causa principal para la dificultad de la acogida a Dios:
1 El apego a la tierra.
El concilio Vaticano II afirma que “la civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a
la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios.
Se diría que el hombre moderno, por su manera de esta apegado a la tierra encuentra más dificultades que el
antiguo para encontrarse con Dios y escucharle. El hombre moderno está marcado por la cultura occidental nacida de
la ilustración, que ha dado origen a un tipo de hombre influenciado por el progreso, la técnica y la secularización del
mondo. El hombre moderno observa la realidad en función de su utilidad inmediata. La naturaleza ha perdido su
encanto y nuestra relación con ella está caracterizada por la búsqueda sistemática de productividad. El hombre
moderno, marcado por la racionalidad técnico-científica, tiene una sobrecarga de apego a la tierra, lo que hace que no
esté interesado por encontrar un sentido a las cosas ni se plantea preguntas sobre el más allá de lo inmediato. Los
signos en los que Dios se manifiesta el hombre moderno los considera más bien enigmas sin resolver todavía. La
naturaleza ya no es un reflejo de Dios. Sino una reserva de fuerzas productivas. Para resolver los enigmas que plantea
la naturaleza, el hombre de hoy confía en la ciencia físico-matemática basada en la comprobación empírica y en la
demostración lógica-deductiva. El mundo se reduce a enunciados científicos y todo enunciado no científico es
considerado sin sentido. Dios ya no es necesario para explicar o legitimar los hechos mundanos.
2 ¿Una religiosidad sin Dios?
La modernidad no ha alcanzado sus objetivos de progreso y felicidad prometidos, y ha aparecido el
desencanto y la frustración con la inevitable frustración y con la inevitable consecuencia de la búsqueda del
inmediatismo y de la pequeña felicidad. Ante estos algunos de nuestros contemporáneos busca en lo religioso una
solución a este desencanto. Esta “recuperación de lo religioso que aparecen en algunos sectores de la modernidad
deberían acogerse con cautela por parte de los cristianos, pues más que facilitar el acceso al Dios revelado en Cristo,
lo dificultan. Los comienzos de la era cristiana considerarse como aliados, preparaciones providenciales a la
evangelización; pero más bien eran rivales. Estas religiones podían envenenar las aspiraciones religiosas que
alimentaban. Nos encontramos ante la búsqueda de nuevas emociones o, incluso si este despertar de lo religioso no es
un resurgir de las religiones de transcendencia, lo que podría interpretarse como un deseo de evadirse de la realidad, o
como un obstáculo para la compresión del cristianismo. Este atractivo por lo espiritual, despojado de todo componente
dogmático y de toda presión institucional, que más bien busca calor y afectividad y llenar una cierta vaciedad interior,
no desemboca en un encuentro con el Dios vivo. Estamos en una espiritualidad sin religión (sin religación con Dios) o
ante un transcender sin Trascendente. Esta religiosidad difusa de muchas mujeres y hombres de hoy, parece una
“religión a la carta”, hecha a medida de las necesidades de cada uno.
EL MAL Y EL DOLOR HUMANO
Dios parece que guarda silencio ante el mal y el sufrimiento humano, el sufrimiento es uno de los mayores
problemas para el creyente. Si Dios existe y ama al hombre según la revelación acontecida en Jesús, El cuida
personalmente de cada uno de nosotros ¿por qué guarda silencio ante el sufrimiento humano? Es necesario encontrar
sentido al sufrimiento para poder, no sólo soportarlo, sino incluso transformarlo en esperanza y solventar así el gras
obstáculo que representa para acertar a Dios.
1 Sufrimiento contra Dios
El sufrimiento injusto y el mal en el mundo se convierten para el no creyente en una de las razones mayores
para negar la existencia de Dios. Razones para negar su existencia, no se entiende cómo problema del mal puede
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convertirse para el no creyente en una “acusación” contra Dios, dado que no tiene sentido acusar a alguien que no
existe. El mal es, pues, un problema del hombre religioso y un argumento para el no religioso.
Los atributos de Dios no podemos concebirlos exclusivamente desde nuestras experiencias mundanas y menos
desde nuestra imaginación. Si grave es hablar de Dios “sin razón”, igualmente peligroso es hablar de Él únicamente
desde la razón. En la revelación se nos muestra un “extraño” poder de Dios “nosotros predicamos un Cristo
crucificado: Un Cristo, fuerza de Dios”, que se muestra como “debilidad divina” (1cor 2 23-25). Paradójicamente, en
Cristo y en los que son de Cristo, el poder de Dios convive con la flaqueza (2 cor 13,4; 12,10). Da ahí que convenga
ser cautos al explicar ese poder. El credo de la fe cristiana, tras afirmar que el Hijo es de la misma naturaleza del Padre
y por tanto participa de su poder, añade que este Hijo “padeció bajo el poder de Poncios Pilato” ¡El todopoderoso es
sometido por el poder limitado de una criatura!
Dios es amor, su poder no se impone de forma coactiva e impositiva. El Dios revelado no manifiesta su poder
de forma destructora. Dios por su amor, quiere vencer al mal y al dolor, pero no quiere a la manera mundana, sino al
modo de Dios. Pudiera entonces suceder que el sufrimiento tuviera un sentido que no acabamos de comprender y que
sólo comprenderemos más tarde, en el encuentro pleno con Dios. Más aun, el poder de Dios es el poder del amor. Pero
el poder del amor, es un poder desarmado, lo que implica que, desde un cierto punto de vista, el poder de Dios es
vulnerable, como vulnerable es el amor. De ahí que el Crucificado no devuelve insulto por insulto, ni profiere
amenazas, ni pide al Padre que envíe legiones de ángeles para protegerle, pues si hubiera hecho esto se hubiera puesto
al nivel del mal y hubiera entrado en contradicción con el modo de ser Dios. A pesar de todo, hay en el mundo y en el
hombre un exceso de sufrimiento que pide una explicación. No basta apelar al Misterio del poder y del amor de Dios.
Hay que seguir reflexionando.
2 sufrimiento y realidad humana
En la finitud y creaturidad humanas está la posibilidad del mal. Lo creado, incluso el hombre, no es Dios. El
hombre es contingente, falible, limitado. Lo contingente alguna vez acaba, lo limitado no lo puede todo, lo falible
puede fallar y, de hecho falla. La finitud implica imperfección, al menos si por imperfección entendemos que la
realidad podría ser mejor. Se comprende que el hombre además de múltiples posibilidad, tiene también sus límites. El
mal la necesidad de progresar la lentitud en el caminar las dificultades de entender, la posibilidad de errar, todo esto no
son pruebas que Dios no envía o límites queridos por Dios, sino consecuencias inevitables de la estructura de lo
creado. Un mundo sin sufrimiento sería un mundo deshumanizado (robots). El mal aparece así como un misterio que
coincide con el misterio del ser creado. Añadamos a esto que la libertad es consustancial al ser del hombre, tal como
Dios lo ha querido y manifestación de su dignidad. La creación de un hombre libre, consciente y autónomo, implica
una cierta retirada para hacer sitio al hombre, esta retirada no quiere decir indiferencia. Es la forma en que Dios se
hace presente sin destruir la libertad humana. Esta libertad implica la posibilidad de rechazar a Dios, de destruir la
creación y de destruirse a sí mismo. Dios mismo acepta ser negado por el honor de su obra. Dios mismo es el garante
de la libertad de hombre, incluso cuando el hombre la rechaza o hace el mal que Dios no quiere.
El mal uso de la libertad, principal causa de dolor y del sufrimiento, no se soluciona con leyes e imperativos,
sino con un cambio de mentalidad, con un corazón nuevo capacitado para amar y mirar al prójimo con respecto. En
este sentido la revelación cristiana ofrece orientaciones iluminadoras y decisivas.
No todo es negativo en el sufrimiento. Puede ser factor de maduración o despertar nuestra sensibilidad de cara
a los demás Puede ser también una implicación voluntariamente asumida, de nuestro compromiso a favor de una causa
justa: expresión de solidaridad y de rebeldía ante la injusticia. Este sufrimiento voluntario se convierte en factor de
humanización y llena de sentido la vida humana.
3 Dios contra el sufrimiento
El sufrimiento y el mal, iluminados por la Revelación, cristiana, puede tener un sentido positivo.
La revelación bíblica no da una solución al problema del mal, pero ofrece unas orientaciones:
1) El mal y el dolor resultan, en ocasiones, un misterio que ninguna explicación teórica puede desvelar ni paliar.
Pero si el mal no es susceptible de explicaciones, eso no significa que haya que quedarse pasivos ante él. Al
contrario: es posible y necesaria una praxis de resistencia frente al mal, y de lucha y toma de partido a favor
del bien. Este es el único comportamiento digno del hombre frente al mal. Jesús no estaba de acuerdo con el
sufrimiento. Uno de los mejores resúmenes de su vida nos lo ofrece el libro de los Hechos 810,38): “paso
haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” porque Dios
siempre quiere el bien, y Dios estaba con Jesús, Jesús se resistía ante el mal. La praxis de Jesús es una praxis
de resistencia, empeñada en dirigir la historia hacia el bien.
2) El creyente puede ir todavía más lejos en esta reflexión sobre el sufrimiento, pero solo puede ser comprendida
desde la fe: en la cruz de Cristo, Dios aparece como solidario con el hombre que sufre. Allí se manifiesta el
amor incondicional de Dios, que entrega a su Hijo a la muerte por el pecado del mundo. El creyente que se
une a Cristo sufriente, puede encontrar un sentido al sufrimiento “pues, así como abundan en nosotros los
sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación” “comulgando en sus
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padecimientos”, el creyente sabe que tiene un sentido salvífico, “Completando en su carne lo que falta a las
tribulaciones de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”
En la cruz de Cristo se esconde el último y definitivo sentido que tiene el sufrimiento, que no es otro que la
Resurrección: manifestación de que Dios quiere dar un futuro a lo que no tiene futuro. El mal y el dolor no
tienen ningún futuro. Sólo el amor, la verdad y el bien tienen futuro. Eso es lo que Dios manifiesta en la
resurrección del crucificado. También la resurrección de Cristo repercute en el creyente.
La muerte de Cristo no tiene ningún sentido si Dios no existe. Y su resurrección es una vana ilusión fuera de la
fe en Dios. Negar la existencia de Dios no resuelve ni alivia el sufrimiento humano. Si solo existe este mundo
de injusticia, la justicia se convierte en ilusión y la superación del dolor en algo trágico, pues únicamente la
muerte hace desaparecer el mal. Solo si Dios existe, puede el hombre mirar al sufrimiento con esperanza.
LA SACRAMENTALIDAD DE LA REVELACION
La razón profunda y última del silencio de Dios es que Dios se revela en estructuras finitas, esto implica la
coexistencia de la revelación y el ocultamiento de Dios. (El Dios que se desvela se vela al mismo tiempo) al estar
condicionado, en primer lugar por unos medios de expresión que siempre son inadecuados para expresar su grandeza;
y en segundo lugar por la limitada capacidad de compresión del hombre.
El modo cómo Dios se revela deberá respetar tanto su trascendencia inabarcable como la finitud humana y su
captación necesariamente limitada. Por una parte, Dios es infinito, inabarcable, nada finito puede contenerlo, por otra
parte, el hombre conoce por medio de los sentidos y de la experiencia sensible. Ya en Jn 16,25 se insinúa que en esta
vida sólo podemos conocer a Dios por medio de parábolas.
La Teología dispone de una categoría que explica la muda apertura de lo finito y lo transcendente: el
sacramento, que es una realidad simbólica mediadora, que conserva su peculiaridad de cosa creada, pero que para el
conocimiento interpretativo es trasparencia hacia Dios. Si lo finito a quién pone límites es al hombre y no a Dios, Dios
puede hacerse presente en lo finito. Pero cuando Dios se hacer presente en lo finito, el hombre le capta “en un espejo,
en enigma”. En donde se compara la Palabra de Dios con un espejo.
A Dios lo conocemos solo humanamente. El conocimiento de Dios, por muy absoluto y divino que sea, toma
la forma de un enunciado humano y, por tanto, está sometido a la debilidad, complejidad, lentitud, perfectibilidad y
desarrollo del conocimiento humano. Los dogmas son humanos, La Escritura es humana. Pero en lo humano Dios se
revela y allí se alcanza lo divino. Nuestro conocimiento de Dios se da por medio de signos (esto es ante todo un
sacramento: ¡un signo!) Signo remite a algo más allá de sí mismo, el signo orienta hacia otra cosa, pero el signo, al
tiempo que manifiesta, también oculta. Por eso puede rechazarse, no comprenderse. La revelación de Dios, incluso en
Jesús, incluye un verdadero ocultamiento, que llega a su culmen en la cruz. El signo es una revelación en velación,
presencia que acaece en el marco de la ausencia, manifestación a la vez que ocultamiento. De ahí que para que un sigo
sea sacramental es necesario que vaya acompañado de una palabra que lo explique y le dé sentido, y esta palabra tiene
que ser acogida con fe debe ser acogido libremente. Dei Verbum (nº2) afirma que Cristo es “ mediador y plenitud de
toda la revelación”. Para la fe cristiana, Jesús de Nazaret es el gran sacramento, el gran signo de Dios en el mundo. En
él se manifiesta humanamente el modo de ser Dios. Este gran sacramento original que es Jesucristo, se prolonga y
hace presente en otros sacramentos derivados, siendo el principal de todos la Escritura inspirada que nos transmite la
vida y obra de Jesús. Esta estructura sacramental, que en Jesús se realiza de forma plena y eminente, y encuentra su
primera expresión derivada en la Escritura, es el paradigma de todas las demás presencias de Dios. Ellas tienen
siempre una estructura sacramental.
Tema 8 REVELACIÓN, HISTORIA Y EXPERIENCIA
La revelación cristiana no acontece en la subjetividad del hombre, sino, en la historia. En los hechos
históricos, el creyente descubre algo que no se limita a la pura positividad, a saber: la verdad profunda de Dios y de la
salvación del hombre. Preguntamos, pues, por la relación entre la verdad y la historia. Pero además, es necesario que
el hombre haga suya la verdad manifestada en Jesucristo. Preguntamos también por la relación entre la exterioridad y
la interioridad de la verdad.
La historia de la Revelación cristiana, tal como la entiende el cristianismo, supone que el hombre puede
conocer a Dios porque Dios toma la iniciativa de darse a conocer en la historia. Es una revelación positiva, que no
acontece en la subjetividad del hombre, sino que parte del hechos históricos, constatables y comprobables por
cualquier observador. En estos hechos el creyente descubre algo que no se limita a la pura positividad a saber: “ La
verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre” Hay una profunda relación entre historia y verdad: La verdad
nos ha llegado por Jesucristo, la gloria del Trascendente puede contemplarse en una historia humana. Pero la fe
cristiana va más allá del punto de vista histórico-crítico al afirmar que en la historia de Jesús se hizo visible la
invisibilidad de Dios. Tal es la paradoja cristiana, que siempre mantienen firmemente unidos dos polos aparentemente
irreconciliables, el divino y el mundano, o aplicado a nuestro caso, la historia y la verdad. Relacionada con esta
primera paradoja de la historicidad de la verdad, hay una segunda que la completa y a la que también hay que prestar
atención: la que se da entre la exterioridad y la interioridad de la verdad, la verdad se ha manifestado con Jesucristo,
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también que los hombre hagan suya esta verdad: no basta con conocer a Jesucristo, es necesario que loa verdad esté en
quién dice conocerlo. El encuentro con Dios revelado en Jesucristo se traduce en una profunda experiencia personal,
que ni la fe ni la revelación pueden reducirse a la experiencia de mi profunda piedad o a mis ansias de Dios. La verdad
cristiana es interior en el hombre, pero no se confunde con la interioridad del hombre. S. Agustín “la verdad habita en
el interior del hombre” La verdad transciende al hombre si bien en el espíritu del hombre interior puede y debe
acogerse al huésped del alma
II. REVELACION Y LIBERTAD
Para ser digna del hombre y ser aceptada humanamente, la revelación no podrá presentarse de forma
impositiva. El Magisterio de la Iglesia afirma que ésta implica obediencia y dependencia. “dependiendo el hombre
totalmente de Dios… cuando Dios revela, estamos obligados a prestarle por la fe plena obediencia” dice Vat. II (DV,
5) Sin duda, la obediencia que implica dependencia es algo que en nuestra sociedad se considera negativamente, por
reacción a una falta de autonomía. No se soporta la dependencia económica, se confunde a menudo con la autonomía.
Pero esta confusión es fatal. El deseo de autonomía no sólo es legítimo. Es un derecho natural y condición de mi pleno
desarrollo y humanización: yo puedo y debo disponer de mí mismo, sin depender de los demás. Este carácter
dependiente del ser humano es un asunto de capital importancia en el emerger humano y en el proceso de
humanización, así como en todas las etapas del crecimiento personal Mercedes Navarro “Con frecuencia, donde el ser
humano quiere autonomía, se confunde y busca independencia, que hace indeseables las dependencias por infantiles
o infantilizantes” “el ser humano es tal por vivir en una amplia y compleja red” de dependencias visibles o invisibles
“Y la autonomía no está reñida con la aceptación de las dependencias necesarias humanas y humanizantes”. El yo
humano es un proceso sociocultural y su vida toda, la interior también, forma parte y está condicionada por este
proceso cultural. En suma hay una obediencia que implica libertad: es el caso de la obediencia de la fe; sin la adhesión
libre al Dios que se revela no hay encuentro con Dios ni acogida de su Revelación. Y hay una dependencia que es
liberadora: la producida por el amor que, si por, una parte quiere ser aceptado libremente, por otra busca siempre el
bien y la realización del amado y, en este sentido, nunca es alienante, pues si bien el amor es el lazo más fuerte que
puede unir a las personas, se destruye a sí mismo en cuanto deja de ser liberador.
RELACION, RAZÓN, REALIDAD
La pregunta por una posible revelación, surge, del mismo deseo de vivir y de la incapacidad humana para
responder a la pregunta por el para qué, por el destino de la propia existencia. Surge de la no conformidad del hombre
con la respuesta que ofrece la razón a las preguntas por el para qué, esto reconoce la limitación del hombre y de lo que
mejor le define: La razón. Otra perspectiva Bultmann, Si gracias a la Revelación alcanzamos lo que no podemos
alcanzar por nosotros mismo, conocer la revelación “significa tener conocimiento de nuestro verdadero ser, lo que al
mismo tiempo y por ello mismo es conocer nuestra limitación.
Afirmar la revelación es afirmar la limitación del hombre y de su razón. Esto no significa anular la razón, sino
situarla en sus justos límites. Sólo el reconocimiento de la insuficiencia y limitación de la razón por la razón misma,
posibilita la pregunta por la revelación.
¿Qué es lo razonable para la razón humana? Solo un tipo de conocimiento científico técnico, pero no hay
conocimiento de la persona. Por ello hay razón en la revelación, lo razonable de la razón es aceptar algo más, y que
hay algo sobre ella misma. Ni lo científico se identifica con la real ni es siquiera la medida de lo que se puede conocer,
de modo que, con métodos críticos, por muy necesarios que sean ni se llega a toda la realidad ni al todo de la realidad,
siempre quedará aspectos oscuros e inalcanzables. Y eso no sólo de manera individual, sino de forma absoluta. La
ciencia es siempre una abstracción de un pensamiento y de una vida. Tampoco, la ciencia, alcanza el todo de la
realidad, siempre quedará aspectos oscuros e inalcanzables. Y eso no sólo de manera individual, sino de forma
absoluta: la ciencia es siempre una abstracción de un pensamiento y de una vida. Tampoco, la ciencia alcanza el todo
de la realidad: por muy detalladas que sean los análisis… siempre quedará un aspecto de las cosas que no es posible
deducir por métodos positivos. El hombre es el que da sentido a las cosas.
Así la razón no tiene por qué chocarle, en principio, el que a propósito de aquellas verdades que más le
interesan de aquello que condiciona la vida y por la que estaría dispuesto a entregar otra luz o penetración distinta a la
suya pueda conducirle a profundidades insospechadas que lejos de anular sus propias capacidades, las abren a
perspectivas nuevas que trascienden sus propios límites. El teólogo trata de orientarla para que alumbre mejor, no para
apagarla. Si la razón comprende su propia limitación puede comprender también que otras instancias extrañas a ellas
se le ofrezcan sin anularla ni imponérsela, sino abriéndola a lo inesperado y respetando su libertad.
IV LO ABSOLUTO EN LA HISTORIA.
La afirmación de una revelación del absoluto en la historia supone mantener firmemente los dos aspectos de la
cuestión: La trascendencia y la historicidad. Pues bien, la filosofía sólo puede concebir el uno a costa del otro (el
absoluto hecho historio o el absoluto sin historia), pero los dos a un tiempo y en un mismo momento del tiempo y del
espacio. Hegel se apoya en la historicidad. K. Jaspers rechaza la afirmación cristiana de la revelación buscando
defender explícitamente la transcendencia.
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Teología fundamental
Si para la filosofía el problema del absoluto en la historia no tiene solución porque o bien se identifica al
absoluto con la historia o bien se opone el absoluto a la historia, tampoco pone la Teología y la espiritualidad el asunto
resulta fácil. De Ahí la permanente tentación de “existencializar” el cristianismo a costa de su “historicidad”, o de
subjetivizarlo a consta de su objetividad.
Pero la Iglesia anuncia que un acontecimiento único, ocurrido en un momento de la historia, tiene valor
decisivo, universal y para siempre. Esta es la dificultad que hay que afrontar, pues los planteamientos que tienden a
oponer la verdad y la historia no hacen justicia al anuncio neotestamentario Este afirma que el Absoluto, el Verbo que
estaba en el seno del Padre, se ha hecho carne, ha venido a nuestro mundo y que viene a nuestro mundo como a su
propia casa (Jn 1,11) O visto desde el lado humano: e Jesús “reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente”
(Col 2,9) Es decir, que lo propio del Absoluto es la historia. Pero en este hacerse historia no deja de ser Absoluto.
Del universal abstracto al universal concreto
Pero la relación indisoluble del “universal concreto” con la libertad deriva de una razón más profunda todavía.
La necesaria particularidad de todo fenómeno con pretensiones universales comporta una insalvable dificultad de
compresión. La buena noticia que el cristianismo aporta para todos los hombres también está afectada esencialmente
por esta dificultad, debido a su irreductible particularidad. Precisamente ahí está la posibilidad del escándalo del
anuncio cristiano. Mientras no comprendamos esta insuperable situación no comprenderos la “lógica” del rechazo del
anuncio cristiano. El Acontecimiento del Vaticano II produjo un cierto optimismo en la Iglesia, pues se pensaba que
bastaba presentar el cristianismo con un nuevo rostro para que desapareciera los perjuicios y fuera más fácilmente
aceptado. Hoy muchos piensan que el inmenso trabajo de aggiornamento no ha producido los efectos esperados. Y
esto nos debería hacer pensar que las dificultades a propósito del cristianismo no se deben únicamente a la indignidad
de sus testigos; pocos se atreven a imaginar todavía que tales dificultades se deben a la particularidad insuperable del
cristianismo. Jesús mismo previó la posibilidad del rechazo de su mensaje y en contra de la petición de sus discípulos,
se negó a universalizarlo por medio de la imposición en forma de fuego del cielo.
EL ACCESO DEL HOMBRE A DIOS
Formulo una pregunta bíblica ¿Por qué unos miran y no ven y otros miran y ven? La revelación de Dios tiene
una estructura sacramental, de la presencia de Dios su transcendencia en la inmanencia, es lo que plantea el acceso del
hombre a Dios. Pues todos tienen el acceso al sacramento, a la realidad en la que Dios se hace presente y aún sin
proponérselo ni quererlo, todos los hombres poseen una experiencia de Dios, pero mientras para unos es la experiencia
de un descubrimiento para otros es una experiencia encubierta, para ellos no hay una experiencia de visión. Tomás de
Aquino notaba que “viendo un mismo milagro y oyendo la misma predicación, unos creen y otros no creen” no todos
descubren la presencia de Dios ¿Qué ocurre para que unos descubran a Dios donde otros no lo hacen, viendo en
realidad lo mismo?
Para ver es necesario primero que haya algo y después mirar, lo que ven, ven lo que hay, no lo que no hay, los
que ven, no ven “ilusiones” o proyecciones imaginarias. Si ven es porque hay y en el contenido en el que cuando se
mira unos ven y otros no ven, debe darse algo que suscite no sólo la posibilidad, sino también la invitación de
profundizar en la visión o lectura de lo que aparece. Como toda profundización supone una opción, esto explica que
algunos se queden en este primer nivel de ver y no lleguen hasta la profundidad del mirar. Los pasos que conducen a
mirar son los siguientes:
Revelación (en la historia, en la palabra, en el hombre y en el hombre Jesús o sea en la inmanencia y
por lo tanto oculta la primera visión, lo que exige una explicación). Es el momento de estar.
Señalización de esta revelación o anuncio del mensaje (a través de la presentación que Jesús da de sí
mismo, o de la predicación de la Iglesia). Es el momento de ver. En esta señalización que permite ver,
se nos invita a profundizar, a ir “más allá” de la primera apariencia (notar, que aparece “algo”: el que
posteriormente vea en profundidad tendrá un primer fundamento empírico). Si es invitación es porque
contiene un momento de credibilidad o sea se trata de algo digno de crédito.
Finalmente aparece el momento de mirar (del ver en profundidad), de la aceptación (o de la no
aceptación). Es el momento del dejarse seducir por la señalización que es seductora. Quién se deja
seducir queda iluminado. Es Dios quién mueve el corazón del hombre para que se deje seducir por
esto que se le está señalando y así pueda ver en profundidad.
¿Por qué viendo u oyendo lo mismo unos ven y otros no? Porque hay experiencias que suponen una entrega, y
no basta para realizarlas con un ver espontáneo. Hay además que mirar, lo que supone un ejercicio consciente de
libertad, una capacidad de discernimiento, un juicio, una elección, en donde el yo dirige y orienta la mirada. A veces
uno ve lo que no quiere. Mirar en cambio supone voluntad. Para conocer a fondo a una persona no basta con verla. En
la visión lo único que ves es la corporalidad. Hay que ir “más allá” para conocer a fondo, este “más allá” se descubre
en y a partir de la mediación. Lo mismo ocurre con la revelación de Dios: todos pueden ver las mediaciones, pero para
descubrir al Dios que allí se revela hay que mirar en profundidad, y esto implica una entrega confiada, la confianza
que supone el ir más allá de la simple apariencia. Sólo el que se entrega puede llegar a ser vidente. El que se entrega
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Teología fundamental
ve, la persona sólo puede ser aceptada en un clima de confianza personal, si esto es verdad de cualquier persona, lo es
más del Dios personal que se entrega por Amor sin ninguna restricción, pues sólo el amor se compenetra con el Amor.
El que ama, lejos de vivir en la ilusión mira de otra manera, conoce en profundidad. Hay realidades que las que hay
que decir: sólo el amor da el conocimiento verdadero. Por eso Dios sólo se manifiesta a los que no desconfían del Él.
Su sabiduría “fácilmente se deja ver de lo que la aman y es hallada de los la buscan. Y aun se anticipa a darse a
conocer a los que la desean” (sab 6,12-13; cf Prov 8,17) Como dice el cuarto evangelio. Dios sólo se manifiesta a los
que le aman (Jn 14,12). Así se explica que los no creyentes no vean al resucitado. Jesús solo se aparece a los
creyentes, a los convertidos, a los que miran con los ojos del Espíritu, los ojos del amor “ dentro de poco el mundo no
me vera, pero vosotros sí me veréis” (Jn 14,19; cf Hech 10,40-41). T. Aquino afirma que los discípulos vieron al
resucitado con los ojos de la fe. Lo mismo cabría decir del resto de las verdades divinamente reveladas. Quién posee el
Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir, (jn 14,17) puede llegar a descubrirlas.
Las experiencia afectivas son las más decisivas y radicales, las que terminan solicitando al hombre en su
totalidad. Las experiencias meramente empíricas, que aparentemente parecen las más claras y distintas y por eso
otorgan seguridad (descartes) son las menos profundas, pues por ellas nadie ofrece ni transforma la vida. Sin embargo
las experiencias personales que, desde una perspectiva empírica, son las menos observables (aunque siempre se
realizan sobre datos empíricos), son no sólo más complejas, sino humanamente mucho más radicales, y pueden
conducir a entregar la vida y en todo caso a darle pleno sentido. Pero por ser personales no son transmisibles en su
totalidad y en sentido pleno. Sólo el que se entrega hace la experiencia del encuentro. Quién no se entrega puede
escuchar el relato que otro hace de su experiencia y ver las consecuencias que la experiencia relatada ha producido en
su vida, pero no puede llegar a comprender totalmente lo que escucha mientras no se decida por sí mismo a dar el
pago de la entrega. Y no puede comprenderlo totalmente porque lo que escucha es que hay otro modo de vivir (con y
en Dios) que el que escucha no ha experimentado todavía y lo que ve es un posible estilo de vida, pero las causas de
este estilo siempre pueden atribuirse a una historia personal o cultura que nada tiene que ver con el que escucha.
EXPERIENCIA RELIGIOSA Y REVELACION
El encuentro con Dios y la escucha de su Revelación supone, una entrega confiada y amorosa, una conversión
del corazón, que es obra de la acción del Espíritu Santo en el hombre. Este Espíritu actúa respetando siempre la
libertad, lo que explica, finalmente, por qué algunos “viendo no ven, y yendo no oyen ni entienden” (Mt. 13,13)
Este encuentro con Dios que se revela y se da a conocer termina siendo una profunda experiencia personal “el
Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rm 8,16). El Espíritu
conduce al interior de Cristo, interioriza a los discípulos en Cristo y a Cristo en los discípulos, hasta el punto de que en
la primera carta de Juan (2,27) la idea de “permanecer en Cristo” está ligada a la recepción de una “unción” misteriosa
que hace que ya no se tega necesidad de ser instruido por otros (cf. Jer 31.34) “ya no tendrán que adoctrinar más el
uno a su prójimo”. El cristiano conoce a Dios a la manera de una presencia íntima, amante y operante; es como si
llevara en sí mimo la revelación viviente del Amor divino.
Esta presencia no puede entenderse de manera platonizante. S. Agustín, en unos de sus primeros tratados
titulado El maestro, había afirmado que para obtener la sabiduría “no escuchamos tratados a nadie que hable y emita
sonidos fuera de nosotros mismos. Escuchamos a la verdad que preside nuestras mentes dentro de nosotros, aunque
las palabras tal vez nos muevan a consultar. Y esta verdad que es consultada y enseña, es Cristo, que habita en el
interior del hombre” El maestro interior es cristo, pero como comenta J. Pelikan “al llevar a cabo dicha función no
actúa como la persona auténticamente humana que aparece en los evangelios, sino que parece conducirse de una
forma platónica, como recuerdo de una verdad oculta en las profundidades de nuestra alma” Agustín reconocerá, las
dificultades que experimentó para efectuar el tránsito desde la “inmutabilidad de Logos” hasta la confesión “el Logos
se hizo carne”
No hay que confundir la experiencia religiosa (la pregunta por el sentido total del hombre y el mundo) con la
experiencia de Dios, aunque la primera sea el contexto en el que la segunda encuentra el sentido. La Revelación de
Dios quiere y debe ser acogida en la intimidad del ser humano, y entonces toma la forma de una experiencia religiosa,
pero esta experiencia religiosa debe ser siempre confrontada con la Revelación histórica de Dios, so pena de desalojar
a Dios de la misma y de convertirse en una experiencia de sí mismo.
Hay que distinguir la experiencia de un encuentro con Dios y la experiencia religiosa, aunque la experiencia
de Dios toma la forma de una experiencia religiosa, no toda experiencia religiosa es una experiencia de Dios. Basta
recordar a Jesús, en quién según la fe cristiana habita la plenitud de la divinidad, fue condenado en nombre de una
determinada conciencia religiosa. Sus adversarios ¡muy religiosos! Estaban seguros de creer en Dios y de esperar sus
promesas. El cuarto evangelio llega a decir “llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios”
(Jn 16,2). Es posible realizar una experiencia religiosa sin experimentar de verdad a Dios, o al menos, sin hacerle
plena justicia. Hay religiones que carecen de toda imagen de Dios como el budismo primitivo,
La búsqueda de la verdad, de felicidad, de la salvación y de autenticidad, el deseo de unirse con la fuente de la
vida, unido a la pregunta por el sentido total del hombre y del mundo puede convertirse en una experiencia religiosa.
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Teología fundamental
Pero esto no es más que un saber del hombre sobre sí mismo. En este sentido la experiencia religiosa no es más que el
presupuesto o contexto que hace posible una experiencia de Dios y que debe ser corregida o rectificada en función de
Dios mismo. En otras palabras: Dios, más que resultado de la experiencia, es elemento interpretador de la experiencia
religiosa. Igualmente, la experiencia de mi vida cristiana, de mi piedad o de mi conversión, no explican a Jesús. Es lo
contrario lo que es verdad. De ahí la necesidad de una reflexión en torno a la figura histórica de Jesús y su mensaje
para iluminar mi experiencia de conversión y mi piedad cristiana.
En la Escritura, el encuentro con Dios y su presencia en el hombre se traduce como transformación de la
persona como una renovación que afecta a la totalidad del hombre, le hace vivir una vida nueva, lo convierte una
“humanidad nueva” en un “hombre nuevo” con una visión nueva y un cambio de actitud mental, abierto a un amor sin
discriminaciones, pues ya no distingue entre judío y no judío. Pero esta transformación interior y esta nueva
conciencia es posible por la referencia permanente del ser humano al extra me de la revelación de Dios en Jesús. Sin
esta referencia no hay experiencia cristiana, ni se “hace verdad” en mí la revelación ni puede el Espíritu guiarnos hacia
la verdad. El hombre no es nunca punto de partida de la revelación, sino lugar de su recepción. El punto de partida de
la revelación es Dios. Esto supone que el hombre no es sólo sujeto que pregunta, sino también objeto que recibe; no es
sólo conciencia intencional, sino también conciencia convocada. Pero igualmente supone que Dios no es sólo
trascendencia, sino también condescendencia, capaz de ser acogido por el espíritu del hombre que “ha recibido el
Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado”.
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Teología fundamental
Cristo constituye el vértice de la revelación, porque si “Dios ha amado tanto al mundo hasta da a su propio
Hijo”. En Él se tiene la definitiva comunicación de aquella salvación, gracias a la cual no pereceremos, sino que
tenemos vida eterna. Jesús es el Hijo que manifiesta al Padre, porque lo conoce y como el testigo fiel que habla la
verdad que oyó de Dios y cuya misión es dar testimonio de la verdad.
-San Pablo: Crea en la persona de Jesucristo una verdadera teología de la revelación. La revelación es el progresivo
conocimiento del misterio escondido a lo largo de los siglos que ahora es anunciado revelado y hechos manifiesto en
Cristo. Que por su muerte y resurrección es el único principio de salvación. Este misterio se ha dado a conocer por el
evangelio y la predicación para llevar a todos la fe y la obediencia de Cristo. En Cristo se encuentra la plena
realización histórica de todas la promesas divinas, de tal manera que en el Hijo, Dios nos ha elegido, nos ha hecho
hijos de adopción, redimiéndonos mediante el sacrificio de la cruz y logrando la remisión de los pecados. La
revelación realizada en Cristo no culmina en el Jesús de la historia, sino que tiende escatológicamente a su plena
manifestación. Hay una tensión dinámica entre la primera revelación la segunda, porque poseemos de manera
enigmática y confusa, la gloria de cristo y de todos aquellos que se configuran con él.
-Carta a los hebreos: La esencia de la revelación es el hecho de que Dios ha hablado, es decir, de que ha entrado en
una relación particular con el hombre. Destaca de una manera singular el papel que ha ejercido el Hijo en esta
revelación: Cristo, enviado por el Padre como revelador, se distingue cualitativamente de cualquier mediador presente,
porque Él posee con el Padre una relación totalmente única: Es el Hijo irradiación de la gloria divina. La excelencia de
la revelación de Cristo está en que Él nos ha traído mucho más que la palabra. En efecto, Él nos ha dado la salvación,
inaugurada por su predicación.
b.- El significado de la afirmación
Cristo no es uno de los mediadores de la revelación de Dios, sino que es el Mediador absoluto porque es la
Palabra del Padres, el Hijo de Dios hecho hombre, que irrumpe en la historia para traer la salvación.
-La Encarnación, misterio de la plenitud reveladora: Las afirmaciones del N.T. sobre Jesucristo como mediador y
plenitud se pueden entender sólo desde la consideración del misterio de la Encarnación. Jesús es la perfecta revelación
porque es el Dios hecho hombre, que viene a hablar, predicar y atestiguar de los que ha visto y oído “La Palabra se
hizo carne”, ha entrado en la historia y se ha hecho palabra histórica, cercana a los hombres. Cristo es el mediador de
la revelación puesto que, como Verbo de Dios que se ha encarnado, es Dios eterno y hombre perfecto. Para establecer
un dialogo con el hombre Dios ha elegido nuestra naturaleza, de tal manera que su Verbo eteno pudiera hablarnos de
Él y, al mismo tiempo no revela nuestra condición de hijos. Jesucristo es el revelador perfecto, porque es la expresión
viva y completa del Padre. Cristo no es solo revelador a través de palabras, sino de toda su persona. Todo lo que es Él,
sus hechos sus palabras, se convierten en epifanía que desvela el misterio de Dios. Cristo es plenitud Él es la
autocomunicación de Dios a los hombres. La revelación es autorrevelación. El A.T. se hace en el N.T., para significar
que la revelación de Dios es ahora la revelación de Cristo.
-La revelación en la cruz y la resurrección: La revelación salvífica de Dios tiene su momento culminante en la
muerte y resurrección de Jesucristo. La muerte constituye la síntesis y núcleo de su mensaje. La muerte representa la
forma más alta del vaciamiento de la kénosis de Dios que llega hasta la muerte y muerte de cruz. Dios es más
poderoso que el poder de la muerte. De ese modo puede entender que Dios muestra su poder en la humillación y en la
impotencia. Pero en la cruz no se manifiesta simplemente el poder de Dios que vence a la muerte, sino sobre todo el
poder del amor a los hombres. En la cruz dios revela que asume el destino del hombre hasta las últimas consecuencias.
El sentido de la cruz y de la muerte de Cristo se desvela como la revelación radical e irrevocable de que Dios es amor,
amor más fuerte que el pecado y que la muerte, amor que ante el mal se convierte en misericordia. La cruz y la muerte
refleja la solidaridad con la humanidad de Jesús y en último término hasta qué punto Dios ama al hombre. También
revela la actuación de la filiación divina de Jesús que al entregarse voluntariamente a la muerte responde con su
devoción filiar al Padre, a la autodonación del Padre a su Hijo hecho hombre. La respuesta del Padre a la entrega de
Cristo es la resurrección, en la que recibe la glorificación que le constituye como Señor. Cristo envía el Espíritu Santo
a los hombres, a los que les da una participación en su propia gloria y en la vida de Dios. Así la resurrección da
plenitud de sentido revelador a la encarnación y a la muerte con las que forma una unidad de misterio.
-La dimensión trinitaria de la revelación: La revelación tiene carácter cristológico, es decir, se realiza mediante
Jesucristo, también es cristocentrica, pues es contenido central es Cristo y cristoteleológica, pues está finalizada en
Cristo. Cristo es centro, fundamento y fin de la revelación. Por se cristológica, la revelación es trinitaria. La revelación
cumplida en Cristo es obra del Padre y del Espíritu Santo. En la revelación es toda la Trinidad la que actúa. El Padre
envía al Hijo, da testimonio a favor y atrae a los hombres al Hijo. El Hijo da testimonio del amor del Padre y lo
comunica a los hombres, llevando a cabo la salvación y la revelación, que culmina con su entrega en la Cruz. El
Espíritu Santo es quien da poder y eficacia a la palabras de Jesús, ilumina la mente y sostiene la voluntad de los
hombre para que se abran a la compresión y a la acogida de la palabra divinas, permaneciendo presente y actuante a lo
largo de la historia y asegurando la continuidad y la fidelidad a la acogida de esa autocomunicación de Dios.
c.- La plenitud en Cristo en el contexto del pluralismo religioso
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Teología fundamental
La afirmación de que Cristo es plenitud de la revelación se ha visto desafiada por la llamada teología pluralista
de las religiones.
J. Hick, autor de la corriente pluralista sostiene que la encarnación es un artificio teórico, un mito, y que el
dogma que sostiene en concilio de Calcedonia resulta incoherente. Sostiene que la encarnación no debería restringirse
a Jesús, sino también a otros genios religiosos como Buda y Mahoma. Por tanto en todas las religiones puede haber
revelación y todos los escritos sagrados tienen el mismo valor.
Paul Knitter (católico que se hace anglicano) sostiene que Jesús es verdaderamente revelador pero que la fe
cristiana no es la única y exclusiva. La revelación de Jesús no puede ser completa pues ello supondría encerrar a Dios
en los límites de la carne, tampoco puede ser definitiva pues implicaría una última palabra y que Dios dejara de ser
Dios, por último, tampoco puede ser insuperable pues ello supondría suprimir la acción del Espíritu Santo.
El teólogo católico J. Dupis niega calificar a Jesucristo como salvador o mediador “absoluto”, la conciencia
humana de Jesús, si bien es la del Hijo, sigue siendo de todos modos una conciencia humana y por lo tanto conciencia
limitada.
La Declaración “Diminus lesus” pretendió reafirmar la fe cristiana frente a los desafíos de esta teología
pluralista. En el nº 6 dice: “Por tanto, las palabras, las obras y la totalidad el evento histórico de Jesús, aun siendo
limitados en cuanto a realidades humanas, sin embargo, tiene como fuente la Persona divina del Verbo encarnado,
verdadero Dios verdadero hombre y por eso llevan en sí definitividad y la plenitud de la revelación de las vías
salvíficas de Dios, aunque la profundidad del misterio divino en sí mismo siga siendo trascendente e inagotable.
Ciertamente en su humanidad comparte la limitación de tiempo y espacio de todo hombre pero esta humanidad posee
una singularidad determinante y específica debido a la condición original e irrepetible de la persona de Jesucristo.
Debido a su unión íntima al Padre, “dicha humanidad es el cauce para la revelación definitiva, plena y completa del
rostro de Dios; es pues singularmente reveladora. Jesucristo, en todo el transcurso de su vida, revelada el auténtico
rostro de Dios.
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Teología fundamental
Finales del siglo XIX, el médico y biólogo inglés Thomas Huxley (1825-1895) acuño el término “agnóstico”
para referirse a la actitud que propugna una abstención de juicio respecto a todo lo que supera los límites del
conocimiento científico y, por tanto, respecto a la existencia de Dios. Se iría difundiendo a lo largo del siglo XX, en
formas diversas:
El agnosticismo consiste principalmente en la convicción de que la existencia y naturaleza de lo trascendente
no puede alcanzarse por medio de la razón y por consiguiente, debemos suspender el juicio acerca de ello. Se presenta
como una posición modera frente a las reivindicaciones “dogmáticas” tanto de ateos y creyentes.
Hume (1711-1776) el conocimiento auténtico se limita a las relaciones entre ideas y al conocimiento de
hechos; lo que, unido a su crítica de los conceptos de causalidad y sustancia conduce a cuestionar todo conocimiento
de una realidad transcendente.
Kant (1724-1804) Sostiene que “Dios es una idea reguladora, que unifica la experiencia, pero que la razón
teórica no puede conocer pues esta idea cae fuera del ámbito de la intuición sensible. El agnosticismo filosófico de
Kant se completará con una recuperación de Dios desde la razón práctica.
Kart Jaspers (1883-1969) reconoce que el ser humano se encuentra abierto a la trascendencia, pero niega que
podamos alcanzar un conocimiento racional de la misma. El ser de Dios trasciende de tal modo los seres conocidos
que no es posible saber qué es. La Trascendencia es vislumbrada, pero no conocida. Por ello se requiere “fe filosófica”
para afirma la trascendencia.
Bertrand Russell (1872-1970), como confeso en la disputa don el P. Coplestón en su obra “Por qué no soy
cristiano” (1927) rechaza cualquier argumento a favor de la existencia de Dios y explica: “Ahora os digo porque no
soy cristiano: 1º) Porque no creo en Dios, ni en la inmortalidad. 2º) Porque Cristo para mí no es un hombre
excepcional”. Recogiendo ideas de Lucrecio, señala que el temor es la raíz de la religión. El cristianismo es el
principal enemigo del progreso moral del mundo.
Enrique Tierno Galván (1918-1986) contribuyó a difundir una mentalidad agnóstica que fue seña de
identidad de muchos no creyentes en el último tercio del siglo XX. Se detiene en describir la actitud vital que se
encuentra en la base del agnosticismo y que consiste en instalarse en la finitud. “Yo vivo perfectamente en la finitud
(escribe) y no necesito nada más”. Además subraya diversas consecuencias positivas de la actitud agnóstica. Serenidad
ante las contracciones, responsabilidad ante lo finito y fe en la utopía del mundo.
En muchas personas el agnosticismo es una posición no articulada intelectualmente, sino consecuencia de una
actitud vital empirista y de confianza en la ciencia. Se trata de una mentalidad, que considera imposible trascender la
realidad empírica y que suele ir unida a cierto ateísmo práctico. Puede ser compatible con una aceptación de Dios por
vía no racional (fideísmo), que generalmente presenta caracteres deístas, pues acepta un origen de la realidad pero ese
Dios no tiene nada que ver con el mundo.
INDIFERENCIA RELIGIOSA.
La indiferencia religiosa, no se trata simplemente del descenso de las prácticas religiosas o del desapego hacia
las instituciones eclesiásticas. Se trata de una mentalidad, de una atmósfera de indiferencia hacia lo trascendente. El
Concilio Vaticano II ya señaló la existencia de personas que ni siguiera se plantean la cuestión de Dios, no tiene
ninguna inquietud religiosa. La indiferencia no se preocupa por la cuestión de Dios; ni siquiera lo echa de menos. Se
trata de una preterición sin agresión. Cuatro rasgos caracterizan esta indiferencia:
1. Es un carácter masivo. La indiferencia se ha convertido en un fenómeno que no se limita a algunas élites
intelectuales (como el ateísmo), sino alcanza a las masas. Por primera vez en la historia Dios muere en el
pensamiento y el corazón de gran número de personas.
2. Todo esto sucede silenciosamente y sin traumas. No hay grandes discusiones teológicas. La dimensión
religiosa va desapareciendo paulatinamente de la vida huma sin violencia.
3. El gran influjo cultural de la increencia. Los presupuestos mentales de muchos contemporáneos se forjan
desde una visión no creyente de la realidad cultura de la increencia se presenta como algo positivo, como una
afirmación de hombre y como un logro de progreso. En muchos ambientes públicos, sobre todo en Europa
Occidental, “se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación
social que no es indiscutible ni puede darse descontado.
4. Se trata de una increencia que se presenta explícitamente como post-cristiana. Después de haber pasado por el
cristianismo, lo considera superado y agotado sobre todo en su rostro institucional.
La indiferencia tiene distintos grados. Para algunas personas el interés religioso se encuentra completamente
ausente, mientras para otras ocupa un lugar modesto; algunos creen en un “ser superior” aunque viven como si no
existiese.
a-Raíces de la increencia
Las raíces que posibilitan esta increencias son diversas, para muchas personas no se trata de motivaciones
razonables y justificadas, sino d un modo de ser situarse en el mundo que se respira en el ambiente y que es
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Teología fundamental
transmitido especialmente por los medios de comunicación social. En ocasiones, cobran un peso determinante
aspectos emocionales o socio–culturales.
1. La actitud de indiferencia y despreocupación por lo religioso es consecuencia del ateísmo teórico ha sido tan
efectivo que se ha transformado en un estilo de vida. La indiferencia es una actitud post-atea. Es un ateísmo
por insensibilidad y falta de atención al problema de Dios.
2. La obsesión por el bienestar, las personas viven volcadas en el consumo y el deseo de lo inmediato, quedando
incapacitadas para abrirse a Dios. Domina un individualismo atroz. No existen proyectos en común. Se vive
sin ideales. Una vez perdida la confianza en los proyectos de transformación de la sociedad, sólo cabe
concentrar todas las fuerzas en la realización personal. Se exacerba el cuidado y la auto-realización del
individuo.
3. El secularismo, absolutización de la secularización, se comprende un proceso cultural e histórico de cambio de
una sociedad sacralizada a una sociedad secular, es decir, emancipada de los controles religiosos. El
secularismo es un proceso voluntario de eliminación de lo religioso, consentido únicamente en el ámbito
privado. Como sistema ideológico que excluye toda referencia a Dios es excluyente y totalitario. Una
consecuencia del secularismo es el laicismo, que propone una visión de la sociedad y de la persona humana
sin referencia a Dios ni a ningún valor transcendente o absoluto y que no respeta la fe religiosa, relegando la
fe al ámbito de lo privado y oponiéndose a su manifestación pública.
4. La manera de pensar postmoderna se encuentra también en el trasfondo de la indiferencia religiosa. La
absolutización unilateral de la razón obra de la modernidad, pérdida de confianza en la razón a la que se
pretende sustituir con lo que se ha denominado una “razón débil. En consecuencia, se repudian las grandes
teorías y doctrinas, las cosmovisiones forjadas por la razón y se les acusa de generar totalitarismos. “el tiempo
de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombre debería ya aprender a vivir en una perspectiva de
carencia total de sentido, caracterizada por la provisional y fugaz. Esta razón débil se muestra incapaz de
alcanzar verdades absolutas. Se conforma con las verdades parciales y provisiones. Sólo caben consensos
parciales. “Eclipse de Dios”. La cultura postmoderna considera que el sujeto humano es finito, empírico,
condicionado. Desde esta perspectiva, se hace imposible la apertura a lo incondicionado, a lo absoluto. Se ha
cegado la fuente misma de la experiencia religiosa. Estamos en una “cultura de la intrascendencia” (Martín
Velasco), del “eclipsé de Dios (Buber) “La cultura europea –constata dolorosamente Juan Pablo II- da la
impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no
existiera.
5. La mentalidad cientificista provoca también graves dificultades para creer. Los éxitos de la investigación
científica y de la tecnología contemporánea han contribuido a difundir una mentalidad cientificista, que reduce
toda experiencia humana. Cuando se impone la racionalidad científica como único modelo, todo se puede
someter a experimentación, dominio y previsión. Y entonces desaparece también el ámbito del sentido y del
valor. No cabe la pregunta por lo último ni tampoco la ética. No hay nada verdadero en sí mismo, sino sólo
más o menos conveniente o ventajoso.
6. El pluralismo social y religioso. La multiplicidad de ofertas religiosas puede crear confusión en los creyentes
menos formados y conducirles al sincretismo o a la indiferencia. La indiferencia religiosa ha sido precedida,
por el indiferentismo religioso, que afirma que todas las religiones son iguales y, en consecuencia, rechaza
cualquier revelación.
7. La indiferencia religiosa han influido también algunos fenómenos sociales que han transformado la vida
humana y han borrado casi por completo los puntos de referencia tradicionales del hombre. Entre ellos se
sitúan la urbanización, la emigración y la industrialización No causa directamente la increencia pero
contribuyen a que crezca y se difunda la indiferencia. La gran ciudad favorece un nuevo modo de vivir que
ignora los valores del espíritu, como también sucede con la industrialización, que contempla al ser humano
desde lo que hace. La emigración supone un desarraigo también de lo religioso.
8. El fenómeno de la globalización propagada el modelo de vida occidental marcada por la no creencia, como
único modelo válido en las sociedades democráticas, influyendo de modo decisivo en otras culturas. El
proceso de globalización lleva consigo una tendencia a homologar los comportamientos dirigiendo lo deseos y
aspiraciones colectivas. Se difunde de esta manera un modo de vida marcado por la increencia y que
subjetivista cualquier opción religiosa.
b.- La doctrina de la Iglesia sobre la increencia
1.- El Concilio Vaticano I trata la increencia en el materialismo que es producto de la modernidad y define la
posibilidad de conocer a Dios mediante la razón.
2.- El Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium el Spes, donde se analiza la increencia entres
momentos: análisis de las formas y causas del ateísmo, del ateísmo sistemático y la actitud de la Iglesia ante el
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Teología fundamental
ateísmo. Se perfila así un ateísmo como “uno de los problemas más graves de nuestro tiempo”. Entre las diversas
formas que adopta la increencia destaca:
-La negación explícita de Dios (ateísmo teórico)
-El rechazo de la posibilidad de decir algo sobre Dios (agnosticismo)
-Que las afirmaciones sobre Dios tengan sentido (neopositivismo lógico)
-La negación de Dios desde la ciencia (cientificismo)
-La negación de Dios desde el hombre (antropocentrismo)
-Negación de falsa imagen de Dios la indiferencia (quienes “no experimentan inquietud religiosa”).
-El ateísmo como protesta contra el mal y contra los falsos valores humanos (idolatría).
-El materialismo o “apego a la tierra” de la actual cultura puede dificultar el acceso a Dios. El ateísmo no es un
fenómeno natural sino consecuencia del rechazo de las religiones. El Concilio se refiere a la cuestión de la
culpabilidad del ateo y se apresura en añadir que los creyentes pueden ser responsables del ateísmo porque debido a
sus deficiencias, han podido velar el genuino rostro de Dios.
En el nº 20 analiza el ateísmo sistemático, señalando dos causas. La 1ª es el deseo de autonomía del sujeto,
que es acentuado por el progreso técnico. La 2ª es la idea de que la religión aparta al ser humano del compromiso por
la liberación económica y social (marxismo).
En el nº 21 se realiza un esbozo de respuestas al desafío del ateísmo. “Dios no se opone a la dignidad-libertad
del hombre; y la esperanza de Dios no se opone al compromiso por la liberación en la historia. En cuanto a la actitud
de las cristianos apunta algunas pistas: profundización en la doctrina sobre Dios coherencia de vida y testimonio,
unidad de fe y vida, fecundidad social de la fe y ejercicio de la caridad fraterna. Concluye el Concilio invitado a la
colaboración y diálogo con los no creyentes y reitera la convicción de que el mensaje del Evangelio en lugar de
empequeñecer al hombre lo dignifica.
3.- En la Encíclica Ecclesiam suam (6-8-64) Pablo VI, se refiere a la negación de Dios como “el fenómeno
más grave de nuestro tiempo” Pablo VI instituyó en 1965 el secretariado para los no cristianos para estudiar el ateísmo
y promover el diálogo entre creyentes y no creyentes. Juan Pablo II unió este al Pontificio consejo para la cultura, con
la convicción de que la cultura es un camino privilegiado para comprender el modo de pensar sentir de los hombres
de nuestro tiempo que no tienen ninguna creencia religiosa, Juan Pablo II prestó particular atención al tema en la
Encíclica Dominum et vivificantem, donde subraya la raíz materialista del ateísmo y en la Encíclica Fides et Ratio,
describe especialmente el ambiente que sustenta la increencia. Después de hacer patentes los errores del eclecticismo,
historicismo, cientificismo y pragmatismo, pone la atención en la relación entre ateísmo y nihilismo.
c.- El cristianismo ante la increencia.
-Diálogo crítico y abierto: El diálogo debe tratar cuestiones epistemológicas ¿existe la verdad? Es importante
poner sobre la mesa los presupuestos tanto del ateísmo como el agnosticismo. Será necesario comprender y explicar
bien que Dios no es un objeto entre otros, y que sólo podemos pensar a Dios mediantes imágenes y analogías. Para
dialogar debemos derribar obstáculos y mitos.
Puede ayudar a mostrar la razonabilidad de la fe el examen de las consecuencias de la negación de Dios: sin
Dios la moral queda fraccionada y acaba siendo lesionada la dignidad del hombre. Existe otra manera de diálogo que
es la colaboración en la construcción de una sociedad mejor. Es el diálogo de las obras.
Ante la indiferencia religiosa, el diálogo no podrá versar sobre Dios o la religión sino que habrá que
remontarse a algunos valores humanos básicos. Para pensar es preciso escapar del consumo de sensaciones, de la
avalancha publicitaria, de los medios de diversión facilitados por la industria del ocio y el turismo. Es importante
facilitar momentos de silencio. A esto se deberá acompañar la educación en valores humanos básicos. Los principios y
los valores no aportan elementos básicos para la definición y comprensión de hombre. En particular una cultura de la
austeridad. En particular es importante la cultivar la dimensión espiritual de la persona. La cultura materialista y
hedonista que nos envuelve impide con frecuencia que la persona se abra al mundo de lo trascendente. Hay que ayudar
a que las personas se comprometan con la verdad y con el bien, ya que nuestros contemporáneos se instalan con
frecuencia en una forma de vida que elude todo compromiso permanente. El temor a arriesgar, el miedo al
compromiso, suponen un grave impedimento para que el hombre se disponga para la fe. La mentalidad post-moderna
ha desalentado a nuestros contemporáneos sobre la posibilidad de encontrar una respuesta a esa búsqueda de sentido y
recomienda no realizar preguntas. Por ello hay que obligar al hombre interrogarse por su vida y darse cuenta de la
“desproporción interior” que constituye el fondo de su existencia. En realidad, se trata de que el ser humano amplíe su
mirada para contemplar una realidad que es toda ella un signo un sacramento con Dios. La verdadera cuestión de
fondo está en saber si hay Dios o no.
-La increencia, un reto para la fe: El mundo de la increencia puede ser visto como un desafío para la fe, que
invita al creyente a ser creativo, abriendo nuevos caminos. El creyente tiene que tener presente que Dios no es un
objeto más sino un misterio insondable y debe analizar con sentido crítico las representaciones utilitarias de Dios. La
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Teología fundamental
Teología tiene que ser consciente de la dificultad de articular un discurso sobre Dios debido a que Dios permanece
oculto y misterioso y es invitada a purificar el lenguaje sobre Dios.
La increencia es también invitación a la Iglesia para que refleje con fidelidad el rostro de Cristo. También
obliga a resituar la misión de la Iglesia en el nuevo contexto de indiferencia. La increencia es así una motivación para
seguir proponiendo la fe en este nuevo contexto socio-cultural.
(Fidecial)
Encuentro con Dios
Encuentro Acto de confianza
Obediencia
Aceptación Yo ético
Aspecto persona Escucha Razón es
Verdades de fe
(Verdad que se hace vida Transforma el ser del hombre = operativo conativo)
ACTO DE FE
Fides qua
Aspecto comunitario
“creemos” El yo creyente en comunión
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Teología fundamental
-La fe como escucha: La fe es encuentro y confianza, pero es posible porque ha habido antes una invitación una
llamada. Creer es responder a una llamada. La iniciativa del encuentro la tiene Dios. La fe resulta compresible porque
antes ha habido una Palabra por parte de Dios. En el principio está la Palabra, en el origen está la voluntad de un Dios
de comunicarse con el hombre para darle vida. “la revelación de Dios y la fe del hombre no pueden ser comprendidas
sino mutuamente. La revelación funda la respuesta de la fe, ésta a su vez refleja el evento de la revelación. Por eso, la
respuesta a la revelación es la misma que pronuncia Samuel: “Habla, Señor, que tu Siervo escucha”
-Escucha Obediencia: La fe es escucha, el creyente es oyente, la fe es estar atento a lo que dice aquel en quien creo.
Lo principal lo tiene la Palabra pronunciada por Dios. El ser humano ha sido constituido como “oyente de la Palabra”
(Rahner) su identidad es “responsorial” (Quellet), en cuento que es invitado constantemente por la Palabra Dios a
escuchar y responder. La respuesta propia a Dios que habla es la fe. En este sentido la fe es obediencia que significa
saber escuchar, estar en disposición de escuchar al otro. La fe consiste en escuchar la palabra, lo que lleva a la
obediencia y al revés la obediencia lleva a la escucha. La fe es un “si” del hombre a Dios. Pero es un “si” a un SI. El
primer si es de Dios que hada su Palabra al hombre, el segundo “si” es el nuestro.
-Aceptación de una palabra: La aceptación de la obra realizada en Cristo y del kerigma cristiano. En los Sinópticos
“creer” es adherirse a Jesús y reconocer que él es Mesías. Para San Pablo creer significa muchas veces aceptar como
real y salvífico el hecho de la resurrección de Jesús y el contenido de la predicación apostólica. Para San juan creer es
reconocer en Jesús al enviado del Padre, aceptando el testimonio que da sobre sí mismo. Creer es aceptar una palabra,
acogerla en el corazón, dejando que transforme mi vida. El primer aspecto se podría llamar fiducial, ahora nos
encontramos ante la dimensión cognoscitiva o noética. Carta a los Romanos: “Si profesas con tus labios que Jesús es
el Señor y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (10,9) Profesar con los labios se
refiere al aspecto objetivo; creer con el corazón es momento fiducial. Forma parte de la fe adherirse a unas creencias,
aceptar unos misterios. Hay un aspecto de asentimiento en la fe. Creer es “tener por verdadero” aceptar unas verdades.
-Aceptamos la verdad por confianza en la persona:(Sin creencias no hay fe. Confianza y Aceptación = fe): No
hay fe sin creencias, un cristiano “no dogmático”, en el que hubiera sólo confianza y no hubiera contenido, sería
inconsistente y se evaporaría fácilmente. Pero la creencia se encuentra envueltas y apoyadas por la persona en la que y
a quien se cree. No se puede entender separadamente. En la fe convergen voluntad y entendimiento Benedicto XVI
“existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento.
Mediante la fe “abrazamos de corazón la verdad se ha revelado y no entregamos totalmente a Cristo. Catecismo de la
Iglesia dice: “Creer entraña, pues, una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza en la
persona que la atestigua. No aceptamos las creencias porque la evidencia nos las imponga, sino por confianza en la
persona. La forma básica de la fe. No es “creo que” o “creo algo”, sino “creo en Ti”. El aspecto primario es el personal
“el que cree asiente a las palabras de otro, parece que lo principal y como fin de cualquier acto de creer es aquel en
cuya aserción se cree; son, en cambio secundarias las verdades a que se asiente creyendo en él. Esta es la lógica de la
fe. Creemos algo porque creemos a alguien. Creer en Dios, fiarse de Él, supone aceptar lo que dice, lo que me
pide. “La fe es siempre al mismo tiempo, acto de fe y contenido de fe. El acto de fe y el contenido de la fe constituyen
un todo indivisible. El la fe divina la confianza y el abandono en Dios conduce a aceptar lo que ha hecho por nosotros.
Lo que nos ha dicho lo que nos exige. La fe es una amistad que engendra conocimiento. La fe me hace salir de mi
aislamiento para confiar en el conocimiento y amor de alguien más grande que yo. La confianza incondicional en una
sabiduría y poder superior que nos abre a la verdad y bondad absolutas. Por la confianza participamos en el
conocimiento de otra persona. Esto nos hace participar del conocimiento de Dios y de su vida divina. Por la fe somos
introducidos en el conocimiento del misterio de Dios.
-Razones para creer: La fe tiene que ser un acto intelectualmente honesto y moralmente responsable. Hacen falta
señales, motivos que hagan razonable la propuesta y la fe deposita en ella. La decisión de creer ha de ser razonable.
Tienen que haber razones para creer. Hablamos de razones y no de pruebas, porque donde hay argumentos
conclusivos, deja de haber fe, porque deja de haber libertad. Estas razones justifican la rectitud de la decisión de creer,
son condiciones para que la fe sea un acto conforme a la razón, pero no son el motivo de la fe, por el motivo es sólo
Dios.
-Verdades de la fe: Lo que creemos y se formula son verdades en una doctrina, unos dogmas que intentan expresar lo
acontecido en la historia, haciéndonos comprender su sentido. La fe tiene que ver con la verdad, no puede ser
comprendida sólo como un sentimiento o un deseo. Es un acto que tiene como objeto la verdad. Afirmar que la fe
tiene como referencia la verdad es la manera de salvaguardar el carácter real del misterio de Dios. Porque es real “en
sí mismo” y lo es también para mí. Sostener que la fe capta la verdad es afirmar que Dios es una realidad distinta de
nosotros mismos. La verdad de la fe se expresa en unos dogmas, en símbolos, en fórmulas. Los dogmas pretenden
decir con precisión, sirviéndose del lenguaje de las distintas culturas, lo que se contiene en la Sagrada Escritura. Todo
el contenido doctrinal del cristianismo se condensa en la intervención salvadora de Dios en Cristo. Todo lo que
creemos alcanza su término en el misterio de la salvación por cristo, pues toda la revelación converge hacia cristo.
ONOUSIOS.
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Teología fundamental
El objeto de la fe no son nunca las fórmulas, sino las realidades a las que las fórmulas apuntan. S. T. Aquino
“El acto del creyente no termina en el enunciado, sino en la realidad. El cristianismo no es principalmente una
doctrina, sino una persona Jesucristo. Las fórmulas son un medio para alcanzar a Jesucristo, en quien se concentra y
dirige la intervención salvadora de Dios. En el cristianismo la verdad es una persona, Jesucristo, de manera que
nuestro asentimiento lo otorgamos no a unas verdades abstractas sino al Hijo de Dios, revelador del Padre. “El Objeto
de la fe cristiano es esa Verdad que es una Persona en la que encontramos a Dios. Decir “la Verdad” es decir “el Hijo
Encarnado.
-La fe como modo de vida: La fe alcanza a toda la persona y se convierte en guía para su vida. La fe se hace vida
“La vida cristiana no es una consecuencia de la fe sino su auténtica realización en el hombre; por acción asiente el
hombre plenamente al misterio de Cristo como real”. La fe tiene que realizarse, actuarse. La fe se realiza en actos
concretos, convicciones, experiencia, expectativas. Se expresa en un estilo de vida en un comportamiento que se vive
cada día. No es na droga que nos haga escapar del mundo, sino un estímulo que motiva nuestra forma de viva (praxis)
la fe sin obras es un a fe muerte. La fe obra por la caridad, actúa por amor. La fe no puede reducirse a una confesión de
palabra sino tiene que acreditar en la vida. La fe es una realidad para vivir. No sólo se trata de profesar, sino de hacerla
vida. “El justo vivirá por la fe”. La fe es una autoimplicación del hablar y del obrar una unidad indisoluble para el
cristiano. Benedicto XVI “la fe cristiana, ¿es también para nosotros “performativa”, un mensaje que plasma un nuevo
modo de vida, o es ya sólo información que mientras tanto, hemos dejado arrinconada y nos parece superada por
informaciones recientes? La fe es un encuentro que transforma la propia vida. Nos permite vivir nuestra vida desde la
perspectiva de la comunión con Dios y de su revelación salvadora.
1. Transforma el propio ser del hombre. Se trata de un proceso lento por el cual se van transformando nuestros
pensamientos, afectos y mentalidad.
2. Afecta al modo en que entendemos el mundo. La fe nos hace entender todo desde Dios. La fe pone toda la
vida en una perspectiva particular, porque contemplamos el mundo desde la “luz de la fe”. Vivir en la fe nos
hace participar del conocimiento que dios tiene del mundo, de su visión sobre todas las cosas.
3. Es intrínseca a la fe la dimensión moral y política. La auténtica fe no puede ser nunca alienadora. La fe
transforma también nuestra libertad, poniéndonos en movimiento para cambiar nuestro yo convertirlo al amor.
Nos da ojos para descubrir a quienes necesitan nuestra ayuda reconocer en ellos a cristo.
Una fe sin compromiso se convierte en antitestimonio. Sin una praxis coherente, la fe se debilita tanto o más
que sin una doctrina correcta.
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Teología fundamental
justicia (cf. Jer 252, 16), cumplir su voluntad (cf. Jn 7, 17). Por el contrario, quien vive dominado por la pasión, como
los gentiles, no conoce a Dios (1 Tes 4, 13).
-Saber en el misterio: La fe es un acto que me hace conocer a Dios. Se puede hablar de una “circularidad” en este
conocimiento, porque la fe nos hacer entrar en una dinámica que nos conduce a conocer a Dios, aceptar su palabra y
realizarla en nuestra vida. Un conocimiento enriquece al otro. Conviene hacer unas precisiones:
1. Este conocimiento conecta con la búsqueda y preguntas que están ya en el corazón del hombre. El
conocimiento de Dios que me da la fe no es algo extraño a nosotros, sino plenitud de lo que nuestro corazón
anhela y nuestra razón quiere alcanzar. La fe conecta con las preguntas radicales del ser humano.
2. Precisión es que este conocimiento no está exento de oscuridad. Hay un aspecto de oscuridad en la fe. La
realidad en la que creo es una realidad transcendente y se requiere el esfuerzo de todo el hombre para poder
alcanzar algo de ella. El místico castellano lo expresó muy bien “¡qué bien se yo la fuente do mana y corre,
aunque es de noche!” la fe no visión. El carácter mismo de la fe provoca la búsqueda constante la
“intranquilidad de pensamiento”. Deseamos alcanzar un conocimiento que no dependa de otro, que nosotros
podamos comprobar personalmente. La fe es un asentimiento que va acompañado de una búsqueda. “El
conocimiento de la fe no sosiega el deseo, sino que lo enciende más todavía”. La fe suscita preguntas, incita a
la búsqueda.
3. Debemos considerar que el Dios a quien conocemos es siempre el Misterio por excelencia. Aunque se revela,
Dios sique siento Misterio y por ello, inefable. Sª. Juan de la Cruz, quien explica que para el alma la luz que
supone el conocimiento de Dios es tan grande que la ciega: “la luz de la fe, por su grande exceso, oprime y
vence la del entendimiento”. Hay demasiada luz en Dios para que queramos encerrarlo en nuestros conceptos.
La verdad divina es tiniebla luminosa. (Gregorio de Niza). Por eso la fe es siempre “sabiduría misteriosa,
escondida” (1 Cor 2,7). Me abre un mundo de conocimiento, pero me impulsa siempre a ir más allá, a estar a
la búsqueda hasta romper el velo que separa del Amado.
-Salvación: la salvación se alcanza por medio de la fe. El encuentro con Dios tiene un carácter salvador.
-La fe es plenitud del ser humano: La fe en Dios perfecciona mi ser. Es plenitud. El encuentro con los dones
gratuitos de Dios hace vivir de un modo pleno. Fiarnos de Dios nos hace ser más maduros, más humanos más
personas. Creer en Dios es vivir una vida de plenitud y entrega, una vida llena de alegría y esperanza. Cuando creo
percibo:
1. La capacidad de integración que tiene la fe. Porque la fe es capaz de integrar todos los fenómenos y
experiencias de nuestra vida personal y social. Me hace comprender todo de un modo armónico, dando un
sentido a la vida, integrando sus desgarros y fisuras.
2. Percibo su fuerza humanizadora. El abandono confiado en Dios libera al hombre para una humanidad más
profunda. La fe alienta al creyente en la entrega desinteresada a los otros y en el servicio a todo lo creado.
Hay una correlación entre lo que el hombre busca –el bien, la felicidad, la verdad- y lo que la revelación ofrece.
La fe no aparece como algo extraño, que viene de fuera y se impone por autoridad, sino como la respuesta que mejor
se corresponde con lo que el hombre desea, como la sustancia de lo esperando (cf. Heb 11,1). Esta coherencia entre las
disposiciones y la respuesta de la revelación hace que la fe aparezca como lo más humano y humanizador, como lo
que mejor conviene al ser humano, pues le “encamina de manera directa a la vida eterna”, a la plena felicidad, a la
autenticidad y perfección de su ser.
-La fe abre a la comunión con Dios: En encuentro con Dios por la fe desencadena la renovación del corazón y la
vida del creyente. Se produce progresivamente el abandono de sí para comenzar a vivir en Dios, en su inmenso amor,
a la luz de su Palabra. Vamos entrando en la vida de dios. La fe pone al hombre bajo la acción vivificadora de la
gracia, le hacer vivir como creatura nueva. Esta salvación es toda ella don de dios. La fe es causa dispositiva y
cooperante de nuestra santificación. La causa directa y formal de la justificación es sólo Dios. Lo que la fe hace es
abrirnos a esa gracia de Dios. Uniéndonos al misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo y posibilitando la
acción santificadora del Espíritu. “solo a través de Cristo somos justificados cuando recibimos esta salvación en fe. La
fe es en sí don de Dios mediante el Espíritu Santo que opera en palabra y sacramento en la comunidad de creyente y
que, a la vez les conduce a la renovación de su vida que Dios habrá de consumar en la vida eterna.
Creer nos salva, nos justifica ante Dios. Jesús mismo nos hace ver la vinculación entre fe y salvación:
“Animo, hija, tu fe te ha salvador” (Mt 9, 22). Y el mensaje de la C. a los R. se resume diciendo que el justo es
justificado –es hecho justo- por la fe. Esto significa que Dios nos salva a través de este encuentro con Él, como salvó a
aquella mujer con flujos de sangre por medio de su fe. La fe abre nuestra vida a las maravillas del amor de Dios: nos
inserta en Cristo, nos regenera por el Espíritu, nos abre a la unión filial con el Padre. Así la fe nos hace regenera por el
Espíritu, nos abre a la unión filial con el Padres. Así la fe nos hace entrar en el dinamismo y la vida eterna de la
Trinidad Santa. Quien cree tiene vida eterna (cfr. Jn 3,16). La fe nos abre al mundo futuro, al encuentro final con Dios,
poniéndonos en comunión con la vida eterna del Dios vivo.
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Teología fundamental
-La alegría de creer: La experiencia del encuentro con Dios genera gozo. Esta alegría, no se coloca solo sobre el
plano de las emociones: “Se trata de una actitud vital que abarca todos los aspectos y niveles de la existencia. El
hombre vive su propia vida de una manera positiva y feliz en el sentido profundo del término. Este gozo es la
dimensión nueva que proviene de la certeza de haber encontrado, percibido o mejor recibido el sentido último de la
vida. Es el gozo de vivir una vida abierta al futuro, de haber encontrado el motor de la propia vida, el Amor absoluto
que se dona al hombre. “el gozo de creer es el resultado de un encuentro” Es el fruto del encuentro con Cristo y de la
experiencia de su doctrina como “Buena noticia”. La fe cristiana es buena nueva evangelio.
La alegría va unida a otro sentimiento fundamental: la gratitud. Creer es una suerte. Es una “gracia”. No
merezco ese amor absoluto que he recibido de Dios. Es una experiencia profunda del creyente, que le incita a vivir la
vida como acción de gracias, eucarísticamente, doxológicamente. El creyente comprende la vida desde la gratitud
radical a quien es fundamento y sentido de todo.
La invitación Benito XVI de proclamar año de la fe que dio comienzo 11/10/2012, es redescubrir el camino de
la fe para crecer en alegría y entusiasmo. Redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de
comunicar la fe”.
Conocimiento, salvación y alegría van unidos. El conocimiento de Dios es siempre salvífico y gozoso. La
salvación va ligada al conocimiento y trae alegría. Y la alegría es fruto de un conocimiento que conduce a una vida.
d. El camino de la fe
Atravesar la puerta de la fe “supone emprender un camino que dura toda la vida”. Si la fe es una relación
vivida con Dios, es susceptible de crecimiento como también de extinción, Por eso, la fe tiene que ser cultivada, como
se cuida una amistad, si queremos que perdure.
Fe-seguimiento y conversión van unidos en N.T. Creer en Cristo es seguirle. La fe pertenece a la condición de
peregrino del hombre y por ello existe la posibilidad de un crecimiento casi infinito en la fe. El cristiano es una
persona que aprende a creer día a día hasta el fin de su vida. La fe tiene crecer, pararse sería atrofiarse y morir. Si no
crece y fructifica en la vida cristiana, va languideciendo e incluso puede morir. Mientras vivimos en este mundo la fe
nunca está acabada, siempre se puede creer más y mejor.
-Crecimiento en la entrega: Crecer en la fe, es crecer en nuestra entrega confiada en Dios “l verdadero crecimiento
de la (Sebastián Aguilar) no consiste en conocer mejor los contenidos de la misma, en saber muy bien el Catecismo o
conocer los mejores tratado de teología. El crecimiento de la fe y de su fuerza santificadora es obra del amor y
consiste en adherirse más plenamente a Dios y a su enviado Jesucristo. La fe progresa cuando aumenta nuestra
confianza en Dios y nuestra entrega a Jesucristo. En este sentido ser infiel no es sólo dejar de creer un dogma, como
San Manuel Bueno de Unamuno, que no podía creer en la vida eterna. Es dejar de vivir una relación de amor y
confianza con Dios; es no acabar de fiarse de Dios de las promesas y buscar otras seguridades humanas.
-Crecimiento en la escucha: El crecimiento de la fe requiere, escuchar. Uno se hace cristiano escuchando. Hace falta
el estudio de la fe, sobre todo la lectura y meditación de la Sagrada Escritura. “La palabra de la verdad (dice el
apóstol), El Evangelio que llegó hasta vosotros, fructifica y crece entre vosotros lo mismo en todo el mundo” (Col 1,
5-6). Podemos crecer en la fe comprendiendo mejor los contenidos de la fe su armonía y belleza, así como sus
repercusiones en nuestra vida. Este crecimiento puede acontecer por las vía racional o por la vida de la oración “Dei
Verbum”8 habla de la contemplación y el estudio como medios por lo que, con la ayuda del Espíritu, crece la
compresión de la revelación. Un lugar central en la vida del creyente es cultivar el conocimiento y relación con
Jesucristo, en el encuentro orante con Él. La fe necesita espacios de paz y de tranquilidad, e interioridad del corazón.
No hay crecimiento en la fe sin oración; la oración es la respiración de la fe. El encuentro con Cristo se logra a través
de la liturgia y los sacramente. La fe es sostenida y alimentada constantemente por los sacramentos principalmente por
la Eucaristía y la confirmación, que completan la iniciación cristiana. La confirmación pone el acento en el aspecto
activo personal de la fe. La Eucaristía es el misterio de la fe que alimenta y sostiene la vida de fe.
-Crecimiento en la praxis y en el testimonio: También contribuye a su crecimiento la praxis, la vida de fe. La fe
crece y madura cuando la actuamos, la fe se verifica en el amor la fe crece cuando vamos abandonando lo viejo y nos
dejamos transformar por el Evangelios. Y la fe crece por el testimonio y la confesión de fe. Creer es confesar la fe.
“Creemos y por esos hablamos” (2 Cor 4, 13) “no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hech 4,
20). “El creyente, por el hecho de serlo, es un testigo de la su fe, una incredulidad escondida. No hay fe sin
testimonio”. La fe se hace “carne” cuando genera un testimonio convencido y convincente, que es invitación a que
otros hagan la misma expe3riencia y testimonio de cómo esa experiencia de la fe va transformando la propia vida. La
confesión y proclamación de fe es parte constitutiva del mismo acto de fe. Para Tomás de Aquino la confesión externa
de la fe es “acto propio12 de la fe, constituyendo su manifestación exterior.
El crecimiento en la fe tiene lugar principalmente en tres actos: en el amor (en intensidad) en el conocimiento
(en extensión) y en la acción (en la operatividad). La fe crece en la línea del amor, en la intensidad de la confianza
puesta en Dios y de la propia donación a Jesucristo. El cristiano se siente seguro en las manos de Dios “sé de quién me
he fiado” (2 Tim 1, 11) y es como Pablo “conquistado por Jesucristo” (Fil. 3, 12) convencido del amor de Jesucristo.
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Teología fundamental
La fe tiene que desarrollarse también en el plano intelectual para alcanzar una inteligencia más profunda del misterio
de Cristo. Esto es particularmente urgente hoy, pues la fe cristiana está expuesta a múltiples ataques. Este crecimiento
conduce a juzgar todas las cosas desde Cristo, es decir a sentir y juzgar según el Evangelio. Así la fe se convierte en
“sabiduría de Dios”. Como recordó el último Concilio la fe “sapiencial” es un don del Espíritu. Por último la fe que se
convierte en la norma de sus juicios, en la razón última de sus decisiones, la atmósfera de su vida. El crecimiento en la
acción conduce al cristiano a vivir de la fe. La fe envuelve así toda la vida del creyente y regenera todas sus
actividades, convirtiéndose en una “fe vivida”
e. Diez retos para la fe en nuestros tiempos
1. El primer reto es ser infieles, descuidando la fe y convirtiéndola en una fe indolente, estática, incapaz de
penetrar la vida. Frente a ello, es precisa una fe capaz de comenzar cada día, de abandonarse por completo a
Dios. En la “carta a los buscadores de Dios”. Los obispos italianos afirman que “el creyente es un ateo que
cada día se esfuerza por comenzar a creer”. Los seres humanos vivimos en la condición de peregrinos; nuestra
fe es perennemente vulnerable y frágil. La fe recuerda Benedicto XVI, “se fortalece creyendo”. La fe nunca es
un asunto que pueda darse por concluido. Continuamente debe renovarse. La conversión es una tarea
permanente del creyente.
2. Prestar atención a lo que ayuda a preparar la fe. Muchas dificultades de los creyentes tienen que ver con ello.
Se trata de preparar al hombre para acoger un don. Hay que cuidar los “preámbulos de la fe”. Cuanto más
descristianizada está una sociedad, más empeño hay que poner en estos preámbulos. A los que clásicamente se
anunciaban, hay que añadir en nuestro tiempo los “preámbulos existenciales” de la fe, el convencimiento de
que existe la verdad y de que, apoyados en nuestra razón, podemos acercarnos a ella o el convencimiento del
que ser humano no se agota en lo material. En este sentido la fe se convierte en “abogada convencida y
convincente de la razón” Hay que alentar a los grandes interrogantes que brotan del corazón del hombre, a las
dimensiones silenciosas de la existencia, donde se puede encontrar a Dios. Y es preciso educar el deseo para
que no se apague en el hombre el anhelo de Dios.
3. Vivir la fe eclesialmente. La fe cristiana es, en su esencia, la vez personal y eclesial. Nadie pronuncia él sólo
la palabra “creo” siempre hay una compañía de la fe. En nuestros días crece la tentación de vivir la fe en
solitario, despreciando la mediación eclesial. La “postmodernidad” ha radicalizado el subjetivismo e
individualismo. Las discrepancias doctrinales pueden llevar al intento de vivir la fe al margen de la Iglesia.
Otros viven una “religión difusa”, sin atenerse a ninguna institución. Se da también un cansancio de lo
institucional. Es urgente cultivar el sentido del “nosotros”, la vivencia comunitaria de la fe. La Iglesia es el
medio permanente de la fe, en cuyo interior el hombre cree. Al creer nos insertamos en una tradición viva y
dinámica, portadora de la revelación divina. Sólo en el interior de la comunidad de creyentes, la persona
aprende a celebrar y confesar la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es en la comunidad donde la fe
resulta expresable y practicable.
4. Vivir la fe en una sociedad secularizada. “en muchos ambientes públicos (Juan Pablo II) es más fácil
declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientas que creer
requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada. Crecen algunas
hostilidades hacia la fe, alentadas por la ideología de un laicismo agresivo y excluyente. Cuando los cristianos
son interrogados por su conducta o por su fe, tienen que estar dispuestos siempre a dar un logos. El creyente
tiene que responder al que pide una razón, pero debe hacerse con dulzura y respeto, con buena conciencia. Es
importante el estilo con el que se deben ofrecer razones, presentamos nuestra propuesta sin desprecio del otro,
sin miedos a lo distinto. El estilo se convierte así también en argumento a favor.
La fe debe ser repensada y revivida de un modo nuevo en nuestros días. Hemos de resituarnos en el contexto
de estas sociedades plurales y acostumbrarse a vivir la fe en los contextos actuales. La modernidad no
significa ausencia de religión sino que la religión ocupa un lugar diferente en la vida e imaginación de las
personas (Charles Taylor). Debemos plantearnos en serio cómo ser creyente en el siglo XXI, qué lugar tiene el
creyente en la construcción de la sociedad humana.
5. La fe tiene que nadar constantemente entre la credulidad y el racionalismo. Para muchos contemporáneos
tiene la tentación de vivir lo religioso como algo mágico y mistérico. La credulidad es uno de los mayores
enemigos de la fe; el crédulo tiene siempre el riesgo de vivir en la ilusión y la mentira. El racionalismo, que
limita la capacidad de lo humano a la pura comprobación empírica. El racionalismo, que sostiene una
primacía absoluta de la razón calculadora, hasta el punto de no reconocer ninguna otra forma de
conocimiento. Frente a ello la fe tiene que ser a la vez humilde (frente a las pretensiones absolutas del
racionalismo) y crítica (frente a las evasiones imaginarias de la credulidad). La fe tiene que ser un acto pleno y
totalmente humano, realizado con total honradez intelectual.
6. El desafío del cientificismo materialista. La ciencia experimental ejerce un indudable atractivo sobre el ser
humano, sobre todo por su capacidad práctica de resolver problemas inmediatos. En ocasiones se convierte en
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invasora de todos los ámbitos del ser humano, queriendo dictar sus postulados y postulándose como único
saber racional. En este contexto no encuentra lugar ni la fe humana ni la fe divina. En esta perspectiva el
mismo ser humano queda reducido a una realidad puramente material. El creyente tendrá que asumir la tarea
de denunciar esta automutilación del ser humano, esta perspectiva reduccionista que le impide abrirse a
aquello a lo que está llamado. Pero también tendrá que realizar el esfuerzo por dialogar con la cultura
científica actual para mostrar que la fe no es rival del saber científico.
7. Captar la unidad de la fe. Muchas veces se presenta la fe como un conjunto de dogmas inconexos. La fe no es
un conjunto de verdades inconexas sino un todo estructurado. El decreto sobre ecumenismo del Concilio
Vaticano II invita a tener en cuenta el orden o “jerarquía” de verdades de la doctrina católica “según es distinto
el nexo que mantienen con el fundamente de la fe cristiana. Se trata de captar la unidad de las creencias en la
fe: Lo que creemos es parte integral de nuestra fe en Dios. Y se trata de volver a comprender lo periférico a
partir de lo central, de retornar al centro y comprender desde la fe única los múltiples artículos que la
explicitan. El objeto de la fe es sencillo, porque no es otro que Dios. Se trata de que la fe en Dios penetre
nuestra alma. Cuanto más penetra, más se simplifica, hasta llegar a ser inexpresable. Interioriza y unifica.
8. Expresar la fe en los contextos actuales. Lo que vivimos nuestra relación con Dios y la acogida de su palabra
tiene que encontrar lenguajes nuevos y frescos capaces de llegar al alma del hombre contemporáneo.
Demasiadas veces, la fe aparece como algo desfasado, anacrónico, mágico. Esto quiere decir que hay que
mantener abiertos todos los cauces de diálogo de la fe con la cultura. La fe no es una realidad que se sitúa
fuera del mundo. Una fe despojada de la realidad cultural y humano se convierte en irreal. Con una feliz
expresión lo dijo Juan Pablo II: “Una fe que no se convierte en cultura es una fe no acogida en plenitud, no
pensada en su totalidad, no vivida en su fidelidad. La fe tiene que estar atenta a los cambios culturales y a las
expectativas de quienes viven inmersos en su propia cultura.
9. Proponer la fe para nuestros contemporáneos. La actitud del creyente es proponer permanentemente la fe,
ofreciendo esta propuesta de sentido. El reto es cómo hacer ver a los hombres y mujeres de nuestro tiempo
que la fe es un acontecimiento cargado de sentido para sus vidas. Para muchos cristianos es sólo un residuo
de tiempos pasados, algo desfasado que ni tiene nada que aportar a las sociedades desarrolladas. La cuestión
que surge es cómo comunicar el “logos” cristiano, mostrando su relevancia y profunda verdad. Por otra parte
hay que devolver a los cristianos la confianza en la oportunidad y atractivo del mensaje cristiano. No hay que
tener miedo a presentar el esplendor del Evangelio, la belleza de lo que creemos y de Aquel a quien creemos.
El Sínodo sobre la nueva evangelización invita en este sentido a proponer la visión del hombre y del mundo
que se derivan de la fe: “Los creyentes deberán esforzarse proponer al mundo el esplendor de una humanidad
basada en el misterio de Cristo” (prop. 13).
10. La vivencia de la dimensión pública de la fe. Cunden las actitudes vergonzantes, que oculta o disimulan la fe.
Muchos cristianos laicos viven su fe cómodamente en las tareas intraeclesiales, pero ha hecho dejación de sus
responsabilidades en la vida pública. Y, sin embargo, los cristianos laicos tienen como lugar principal de
trabajo el mundo de la familia, la cultura, el arte, la política, los sindicatos, los medios de comunicación social
¿No hay muchos cristianos que son “ateos” en su vida social, en su trabajo y en sus opciones políticas? Desde
una vivencia fuerte de la fe y una espiritualidad profunda, hay que aportar a la sociedad huma la experiencia
cristiana de Dios y de su amor y las consecuencias éticas y políticas de la fe en Dios.
La fe pertenece la condición del peregrino. Nos hacer anhelar a Dios, desear que el encuentro se consume.
“Caminamos en la fe y no en visión (2 Cor. 5,7). Por eso la fe se relaciona con la esperanza. Lo entendió muy bien
el autor de la carta a los Hebreos cuando lo llamó “fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve”
(11, 1) La fe anticipa la meta hacia la que nos dirigimos: el encuentro definitivo con Dios.
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La Dei Verbum en s/nº 19 Habla de la índole histórica de los evangelios y afirma: “la Santa Madre Iglesia,
firme y constantemente, ha mantenido y mantiene que los cuatro referidos evangelios cuya historicidad afirma sin
dudar, narran fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseño realmente para la eterna
salvación”. El texto conciliar evita el término “historia” o “históricamente” por la posible ambigüedad de estos
términos en la actualidad. Solo al final de la comisión doctrinal del Concilio Vaticano II, introdujo el adjetivo
“historicidad”.
De forma parecida la de la Pontificia Comisión Bíblica, usa tan sólo una vez la expresión veritas histórica, en
sentido indirecto: “otros parte de una falsa noción de la fe, como si la fe no tuviera que ver con la verdad histórica;
más aún como si no pudiera conciliarse en ella.
Ambos documentos propone tres fases en la elaboración de los evangelios:
1. Jesús. La Instrucción alude a la elección de los apóstoles que le siguieron desde el principio y fueron testigos
de su doctrina, así como al sentido acomodación de Jesús al exponer su doctrina a los métodos de la
exposición de la época. El texto conciliar de la DV 19 dice “La Santa Madre Iglesia ha mantenido y mantiene
con firmeza y máxima constancia que los cuatro evangelios, cuya historicidad afirma sin dudar, narran
fielmente lo que Jesús el Hijo de Dios, viviendo entre los hombre hizo y enseño realmente hasta el día de la
Ascensión.
2. Los Apóstoles. El texto conciliar presenta a los apóstoles “que comunicaron a sus oyentes esos dichos y
hechos con la mayor compresión que les daban la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu
de verdad” Así pues, la exposición fiel de las acciones y las palabras de Jesús transmitidas por los apóstoles y
los discípulos se produce a partir de la “fe pascual”, es decir, con una mayor inteligencia y una comprensión
nueva. Jesús produjo un impacto muy importante en los apóstoles. Y Esa fe inicial les llevó a guardar los
recuerdos y contarlos después, iniciándose así la tradición de Jesús, que inicialmente tiene un carácter oral.
3. Los evangelistas. Los dos documentos hablan de cinco aspectos en la labor de redaccional los evangelistas 1)
Labor de selección; 2) Labor de síntesis; 3) Labor de adaptación; 4) Todo en forma de proclamación; 5) en
orden a conocer la “verdad” de los que enseñaban (transmitiendo datos verdadera y sinceros de Jesús.
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La catolicidad es objeto de fe. La Iglesia sacramente de Cristo tiene que ser católica. Esta propiedad de la
Iglesia, nos remitimos a la Constitución Dogmática sobre el Iglesia: “ese Pueblo, siendo uno y único, ha de abarcar el
mundo entero y todos los tiempo para cumplir los designios de la voluntad de Dios, que creó en el principio una sola
naturaleza humana y determinó congregar en un conjunto a todos sus hijos, que estaban dispersos. Para ello envió
Dios a su Hijo a quien constituyó heredero universal, para que fuera Maestro Rey y Sacerdote nuestro, Cabeza del
nuevo y universal pueblo de los hijos de Dios. Para ello por fin envió al Espíritu de su Hijo, Señor y Vivificador, que
es para toda la Iglesia, y para todos y cada uno de los creyentes, principio de asociación y de unidad en la doctrina de
los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración. Subraya en primer lugar el origen trinitario de la
Iglesia, querida por Dios como ministra de la unidad del Espíritu. Tiene dos sentidos básicos: catolicidad como
totalidad universal (cuantitativo) y catolicidad como verdad y autenticidad (cualitativo). Catolicidad como unidad en
la diversidad (intensivo)
a) Catolicidad como extensión geográfica de la Iglesia, y la congregación de todos los hijos dispersos. Está en
conexión con la capacidad de anunciar el evangelio a todas las gentes. El don de la catolicidad se convierte, en
la tarea de la misionariedad, es decir llevar a Cristo a todos los hombres. El anuncio del Evangelio ha sido una
prioridad para la Iglesia de todos los tiempos. La Iglesia ha sido proyectada para todas las razas, pueblos y
culturas. Es un signo expresivo de su catolicidad y apertura a todos, la capacidad de acogida de todas las
personas en la fe cristiana. También la catolicidad en la capacidad de enraizarse en las diversas culturas
humanas, asumiendo los problemas y esperanzas de los hombres, el evangelio no sólo llega a todos los
hombres sino a todo hombre, es decir, a todo su ser histórico, cultural y social. La catolicidad abarca también
a la cultura, la técnica, el arte, la ciencia, el progreso. “No hay nada verdaderamente humano que no encuentre
eco en el corazón de la Iglesia.
b) Catolicidad como integridad. En sentido cualitativo, significa que la iglesia enseña todas las doctrinas
necesarias para la salvación. Católica es la Iglesia que transmite integra la doctrina apostólica, frente a la
trasmisión parcial que hacen los herejes, La Iglesia se llama católica porque de modo universal y sin defecto
enseña todas las verdades de la fe que los hombrees deben conocer, ya se trate de cosas visible o invisibles, de
las celestiales o terrenas.
c) Catolicidad como unidad en la diversidad. Se trata de la diversidad interna de la Iglesia en razón de los
distintos modos de vida que hay dentro de ella y de la variedad de la Iglesias particulares. “los diversos
órdenes” de personas que integran la Iglesia tanto en los oficios como en los estados de vida. La iglesia no es
uniforme. Hay una rica diversidad en su interior: diversidad de carismas, ministerios y formas de vida. Y
también signo de catolicidad la diversidad de iglesias particulares que gozan de tradiciones propias, la
diversidad de ritos liturgia y patrimonio espiritual enriquecen a la Iglesia.
En definitiva, la Iglesia muestra su catolicidad por su capacidad de anunciar la Buena Noticia a todos los hombres
y a todo el hombres, por su fidelidad a palabra recibida y por su vivencia de la unidad en el respeto de la
diversidad que el Espíritu ha sembrado en ella. Así va manifestando que es Iglesia católica, hasta que alcance su
plenitud en la escatología.
5.- El signo de apostolicidad: Es el signo que hace creíble a la Iglesia su vinculación con la comunidad apostólica (su
origen) indica que está fundada sobre los apóstoles. Se puede entender en el triple sentido: apostólica en su origen,
apostólica en la fe y apostólica en la sucesión.
a) En primer lugar se refiere al origen apostólico. El mandato misionero de anuncia la Buena Nueva es recibido
por los apóstoles, que se convierte en fundamente (secundario) de la Iglesia, siendo la piedra angular el mismo
Jesús. La Iglesia tiene como origen a los Apóstoles. La comunicación que Dios realiza de sí mismo se cumple,
desde Pentecostés a través de la misión apostólica: Dios se comunica a los hombres por medio de hombres, lo
que implica el aspecto visible y social.
b) En segundo lugar la Iglesia es apostólica, por enseñar y transmitir la doctrina de los Apóstoles. Esto es da
cuando sigue predicando el Evangelio y congregando a los creyentes, cuando mantiene la integridad de la fe
apostólica y cuando decide vivir bajo la norma la Iglesia apostólica. 1º) La Iglesia entera debe continuar la
misión apostólica (aspecto misionero), responsabilidad de todos sus miembros, tanto los ministros ordenados
y laicos. Toda la Iglesia es apostólica explica el catecismo en cuanto que ella es “enviada” al mundo entero,
todos los miembros aunque de diferentes maneras, tienen parte en ese envío” El Concilio indica “La Iglesia no
está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no
exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho. Cuando la jerarquía y el laicado trabaja cada
uno desde sus propias responsabilidades se ofrece un luminoso signo de salvación (AG 21). 2º) La
apostolicidad consiste en seguir confesando la fe de los apóstoles (aspecto doctrinal) manteniendo la
integridad del Evangelio recibido. Todo lo que creemos en la Iglesia procede de la fe apostólica, la fe
profesada en el Credo de la fe apostólica. 3º) La Iglesia “está decidida a vivir bajo la norma de la Iglesia
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primitiva” Es el aspecto existencial, El estilo de vida de la iglesia apostólica tiene valor normativo para la
Iglesia de todos los tiempos.
c) El tercer aspecto es la apostolicidad de ministerio: permanencia del oficio apostólico mediante la sucesión (el
ministerio): La misión apostólica corresponde a la toda la Iglesia, pero el ministerio de los Apóstoles
encuentra su continuidad exclusivamente en sus sucesores, los Obispos, con la ayuda de los presbíteros y
diáconos. Los Obispos han sucedido por institución divina a los Apóstoles como pastores de la Iglesia (Lumen
Gentium LG20) ya que la misión que Cristo confió a los Apóstoles ha de durar has el fin de los siglos. Los
presbíteros, como cooperadores del Orden episcopal contribuyen también a cumplir la misión apostólica
confiada por Cristo.
Todos los aspectos de la apostolicidad que hemos señalado contribuyen a hacer de la Iglesia signo creíble de
Cristo. La carencia de ellos oscurece la imagen de Cristo que la Iglesia debe reflejar. Cuando decrece el impulso
apostólico y el laicado deja de sentirse implicado en el anuncio del Evangelio o cuando los Obispos o presbíteros bien
enseñan doctrinas erróneas o bien provocan escándalo con su conducta, es toda la Iglesia la que aparece ante los
hombres más alejada del maestro.
EL SIGNO DE CRISTO EN LA MISION DE LA IGLESIA
Los dones que la iglesia recibe son para la misión, la Iglesia no existe para sí, sino para los otros; por su propia
naturaleza no es una realidad cerrada en sí misma sino llamada a la misión. Su ser misterio de comunión tiene como
meta la misión, que se configura como comunión misionera. “La comunión y la misión están profundamente unidas
entre sí, se compenetra y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el
fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión”. Las obras de la Iglesia muestran su ser
sacramenta y tiene por misión presentar el verdadero rostro de Cristo. Corresponde a toda la Iglesia (sacerdotes y
laico) y abarca todas las acciones de la misma. Sobre la base del triple oficio del Mesías, se fundamenta el triple
oficio. Todos los fieles son incorporados a Cristo por el Bautismo y “hechos partícipes, a su modo, de la función
sacerdotal profética y real de Cristo” (LG 31) Las acciones de la comunidad cristiana va remitiendo a Cristo. Forte lo
ha resumido “En el estupor de la escucha y de la alabanza, en el servicio de la caridad, en el anuncio de la Palabra, en
la celebración de los sacramentos, la comunidad sabe que es deber suyo dejarse poseer cada vez más por su esposo.
1.-El anuncio de Jesucristo (martyria)
La Iglesia es el signo de Cristo en primer lugar, por el anuncio y testimonio de su persona y mensaje. El
anuncio de Jesucristo tiene lugar tanto por la predicación pública del Evangelio como por el testimonio personal de
cada uno de sus fieles. Se trata de dos aspectos íntimamente relaciones. El testimonio es indispensable, pero no basta
por sí solo: es preciso “el anuncio claro e inequívoco sobre Jesús el Señor”. Por otra parte, el anuncio de la verdad
salvadora se vuelve estéril si no va acompañado del testimonio de esta verdad con la propia vida. Ambas tareas atañen
a toda la Iglesia y a cada uno de sus fieles (testimonio de vida).
a) El anuncio explícito de Jesucristo. La primera misión de la Iglesia es anunciar a Jesús de Nazaret como Buena
Nueva para este mundo. Es un anuncio que debe realizar con fidelidad, pues la Iglesia no proclama su propio
evangelio sus ideas o su experiencia, sino lo que ha recibido. Como servidora de la Palabra la primera tarea
será escucharla con atención para así transmitirla fielmente. Tiene que ser una realidad creíble para los
hombres, tiene que mostrar la coherencia interna del mensaje de Cristo y su armonía con la razón humana. Se
trata de hacer ver la razonabilidad de la fe y su capacidad de diálogo con la ciencia experimental y la cultura
contemporáneas. Contribuir a la credibilidad de la doctrina cristiana mostrar su conexión con los problemas y
esperanzas del hombre, tener capacidad de otorgar sentido a las búsquedas y preguntas del hombre
contemporáneo. Se trata de mostrar la riqueza de la fe y su capacidad de dar respuesta a las aspiraciones de la
humanidad esto pide a la iglesia estar atenta a los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio,
para responder a las cuestiones de los hombres de cada generación. También termina el modo de realizar el
anuncio, primero al talante con que se expone, que debe ser siempre propositivo y nunca condenatorio:
ofrecemos al hombre la Buena Noticia. Pero también pide que estemos atentos al lenguaje con el que se
propone el Evangelio. Muchas veces la pérdida de credibilidad de la Iglesia está ligada a la incapacidad para
expresar el mensaje del Evangelio en un lenguaje significativo y sirviéndose de los medios de nuestros
contemporáneos.
b) El testimonio de vida. No anunciamos una doctrina sino una persona. La misión exige el testimonio integral
del mensaje, sin reduccionismos. “Es indispensable que, con el testimonio se dé credibilidad a esta Palabra,
hacer comprender que es algo que se puede vivir y que hace vivir. El mensaje cristiano se transmite con
hechos y palabras unidos. La consideración del testimonio permite personalizar el signo que es la Iglesia: son
los propios cristianos quienes, viviendo como tales, constituyen el signo de la Iglesia. Toda la Iglesia joven dé
testimonio vivo y firme de Cristo para convertirse en signo brillante de la salvación, que nos vino a través de
Él, cuando el cristiano lleva una vida digna en la llamada recibida se convierte en “signo de la presencia de
Dios en el mundo. En esta línea Pie-Ninot ha señalado que el testimonio de vida, entendido como “el acuerdo
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que debe existir entre el Evangelio predicado y el Evangelio vivido” es “el signo constante, permanente
cotidiano de credibilidad”. La Buena Noticia es creíble cuando que la proclama cumple y vive lo que anuncia.
El hombre secular vive de hechos más que de ideas. La Iglesia impactará en la medida en que viva con
radicalidad el Evangelio que pregona. Pablo VI “El hombre contemporáneo escucha con mayor agrado a los
testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros, lo hace porque son testigos”. Ratzinger “Lo que más
necesitamos en este momento de la historia son individuos que, a través de una fe iluminada y vivida,
presenten a Dios en este mundo como una realidad creíble. El testimonio negativo de cristianos que hablaban
de Dios mientras vivían de espaldas a él ha oscurecido la imagen de Dios y ha abierto las puertas a la
increencia. Necesitamos hombres que tengan su mirada dirigida a Dios para aprender de él el verdadero
humanismo. Necesitamos hombres cuya mente esté iluminada por la luz de Dios y a los que el propi Dios abra
el corazón para que su inteligencia pueda hablar a la inteligencia de otros y su corazón pueda abrirse a los
demás. Sólo a través de hombres tocados por Dios, puede el propio Dios volver a habitar entre nosotros”.
Tienen especial relevancia el testimonio de los cristianos de diversos ámbitos de la vida pública. Refuerza la
credibilidad de la Iglesia el que una persona de prestigio en su ámbito profesional se manifieste públicamente
como cristiano. El testigo por excelencia es el mártir es el testigo radical no sólo de la fe sino también del
amor. El martirio es “prueba suprema de amor” que asemeja a Cristo, el cual aceptó libremente la muerte para
la salvación del mundo. La Iglesia ha de ser en el mundo signo sagrado de esta realidad interna. Y la forma
más clara y precisa, una revelación hasta el fin, se da en el martirio. Por ello el coraje de los mártires incita
constantemente a la Iglesia a proclamar la fuerza de Cristo.
2.- La liturgia (leiturgia) como signo de Cristo
La riqueza del misterio de Cristo se expresa en la celebración litúrgica, mediante la cual “Cristo está presente
en su Iglesia”. La acción litúrgico-sacramental es un modo de expresar la salvación cumplida en Cristo. Celebra y
actualiza la revelación de Dios y su salvación y constituye una fuente de vida divina y de santificación de los fieles.
“La liturgia es epifanía de la Iglesia, revelación de Dios. Manifiesta de algún modo la vida eclesial. Es signo de
credibilidad”
“Signo elevado entre las naciones”: “Al edificar día a día a los que están dentro para ser templo santo en el
Señor y morada de Dios en el Espíritu, hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la liturgia robustece
también admirablemente su fuerzas para predicar a Cristo y presenta así la Iglesia, a los que están fuera, como signo
levantado en medio de las naciones para que bajo de él, se congregue en la unidad los hijos de Dios que están
dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo pastor.
La presencia de Cristo en la liturgia acontece en la celebración de los sacramentos, y ante todo de la
Eucaristía, cuando se lee la Sagrada Escritura en la Iglesia y cuando la Iglesia suplica y canta salmos. La celebración
de los sacramentos, en lo que se expresa el misterio sacramental de la Iglesia, hace llegar a los fieles la gracia de Dios.
Entre ellos tiene un puesto singular la Eucaristía, que manifiesta y realiza la comunión, en que consiste la Iglesia. La
Eucaristía es el lugar en el que la Iglesia alcanza máxima intensidad y visibilidad. Ella constituye la Iglesia y hace
visible y palpable la unidad de los fieles con Cristo y la unidad entre ellos. La Eucaristía es epifanía del misterio de la
Iglesia. Por ello, “Cuanto más plenamente viva la comunidad eclesial su vida sacramental, que se concentra y culmina
en la celebración eucarística, más se convertirá en signo expresivo del misterio de la Iglesia, que es misterio de unidad
en caridad.
La Iglesia será creíble cuando aparezca como comunidad orante y contemplativa. La Iglesia acoge la
revelación no sólo por la fe sino ante todo orando y celebrando. Con el fin de ser trasparencia real de Cristo
Resucitado, la iglesia debe ante todo cultivar la comunión íntima con él, cuidado el sentido de la liturgia y la vida
interior.
Eloy Bueno ha incidido en la importancia de la liturgia como memoria y celebración de la Pascua. El
acontecimiento originario del que nace continuamente la Iglesia es la Pascua de Jesús: es lo que le hace ser Iglesia y lo
que ella puede reglar a mundo. La memoria tanto dominical como anual de la Pascua no es mero recuerdo histórico
sino acontecimiento salvífico que genera esperanza y alegría. La Iglesia es desde su raíz “parábola de la pascua”: no
tiene otra razón de ser que la de celebrar y proclamar el acontecimiento inaudito y único de la Pascua.
La liturgia constituye además una manera privilegiada expresar la belleza del misterio de Cristo. La fuerza
interior y el dinamismo de la celebración tienen una impresionante capacidad misionera, invita al observador a dejarse
arrebatar por el misterio y pregustar las realidades invisibles. El poeta Paul Claudel narra su conversión precisamente
el 25/12/1886 cuando escuchó en Notre Dame el canto dl Magnificat. La belleza de la liturgia no es meramente formal
sino, ante todo, la belleza profunda del encuentro con el misterio de Cristo. La liturgia expresa la belleza de la
comunión con Él y con nuestros hermanos, la belleza de una armonía que se traduce en gestos, símbolos, palabras,
imágenes y melodías que tocan el corazón y el espíritu y despiertan el encanto y el deseo de encontrarse con el Señor
resucitado, que es la Puerta de la Belleza. La “via pulchritudinis” es auténtico camino de evangelización. Por el
contrario, la superficialidad y banalidad de algunas celebraciones litúrgicas constituyen un anti-signo de credibilidad
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tanto para lo mismo creyentes como para aquello que regresa a las celebraciones cristianas después de haberlas
abandonado.
3.- El signo del servicio (diakonia)
El servicio de la caridad es expresión junto al anuncio y la celebración de la naturaleza íntima de la Iglesia. Se
trata de una tarea constitutiva de la Iglesia. La acción caritativa de la Iglesia: “Pues su fervor en el servicio de Dios y
su caridad para con los demás aportarán nuevo aliento espiritual a toda la Iglesia, que aparecerá como estandarte
levantado entre las naciones “luz del mundo” y “sal de la tierra”. Cuando la Iglesia partica la misericordia, hace
presente al mismo Cristo. “Él está presente en su Iglesia que ejerce las obras de misericordia, no sólo porque cuando
hacemos algún bien a uno de sus hermanos pequeños se lo hacemos al mismo Cristo, sino también porque es cristo
mismo quien realiza estas obras por medio de su iglesia, socorriendo así continuamente a los hombres con su divina
caridad.
La caridad cuando es real y efectiva, se convierte en “servicio” diakonía. Cuando la Iglesia adopta una actitud
de servicio aparece como signo de Dios, que se ha abajado al hombre, y de Cristo, que “no vino a ser servido sino a
servir. La diakonía revela la naturaleza de Dios, constituyendo en sí un acto revelador. La Iglesia es signo claro de
Cristo cuando lava los pies de los discípulos, escoge el último lugar y se pone a servir como Iglesia samaritana.
La Iglesia crece y se hace creíble cuando no se fija en sí misma, sino en Cristo y aquellos con los que se ha
identificado y se pone, en consecuencia, al servicio de los más necesitados, cuando abandona sus intereses y se fija en
los pobres. La cercanía de los pobres, la lucha contra la injusticia, la defensa de los derechos humanos, el servicio a la
paz, hacen creíble a la Iglesia. El compromiso con los marginados e indefensos es un signo de fidelidad al Evangelio y
a Dios que busca al hombre perdido. Aunque un mundo que difícilmente valora la acción catequética y Litúrgica de la
Iglesia, la acción social y caritativa la que otorga plausibilidad social. Forte “A los discípulos del Crucificado se les
pide audacia de gestos significativo e inequívocos de caridad en seguimiento del que se abandonó a la muerte por
nosotros; gestos que hagan creíble el anuncio de la palabra y lo llenen de la hondura del divino silencio de Aquel que
es el amor frontal”.
Jesucristo es un bien para el hombre, la fe cristiana es un humanismo de gran calado, una propuesta de sentido
para el ser humano. La credibilidad de la Iglesia está también en relación con la defensa del hombre y de los derechos
humanos, como la libertad o la vida. “La Iglesia, servidora de la Palabra, (Lorizio) muestra la credibilidad del mensaje
en la medida en que se pone al servicio del hombre y del mundo. El servicio se expresa en la elección de los últimos,
también en la custodia y defensa de la vida, especialmente en aquellos momentos en que esta es más frágil e
indefensa”.
El anuncio del Evangelio está en íntima relación con la promoción humana. Los cristianos se empeñan, juntos
con otros hombres y mujeres del mundo en construir un nuevo orden social, desde los valores del Evangelio. En este
compromiso la Iglesia se juega buena parte de la credibilidad de la Iglesia. Si los cristianos no participan al lado de las
personas de buena voluntad, en la edificación de una sociedad nueva, desacreditan con los hechos la palabra que
puedan decir y el anuncio que puedan realizar. Cuando participan en la construcción de una sociedad edificada en la
verdad, la justicia, el amor y la libertad, generan lazos positivos y unas interrelaciones abiertas desde la vecindad hacia
la comunidad eclesial y desde esta hacia la comunidad social.
Conclusión
Subrayar el carácter sacramental de la Iglesia y la unidad de ser y hacer, naturaleza y misión. Es toda la Iglesia
un su ser (una, santa, católica, apostólica) y en su hacer (anuncio, liturgia y servicio) la que tiene como tarea ser signo
de Cristo para nuestros contemporáneos. Esto comporta el abandono de falso dilemas ejemplo entre compromiso
social y culto y posturas excluyentes, invitado a considerar la relevancia significativa de todas las acciones de la
Iglesia pues mediante ellas se hace presente el Signo que es Jesucristo.
Por otra parte, comprender la Iglesia como un signo en crecimiento, obliga a abandonar cualquier tono
triunfalista, sin que por ello se oscurezca el misterio de la Iglesia. Se trata de un signo en tensión hacia el futuro, y a
pesar de que su fragilidad puede oscurecer el rostro de Cristo reflejado en ella, contiene suficiente luz para invitar a
los hombres a preguntarse por su sentido y, sobre todo, para dirigirlos hacia el verdadero signo de credibilidad, que es
Jesucristo. Evidentemente se trata de una invitación, de una señal, una llamada, que el hombre puede rechazar.
Esta comprensión de credibilidad eclesial es, también, una invitación a la conversión para que la Iglesia sea
con más claridad signo de Cristo, una interpelación para que la comunidad eclesial sea testigo más lúcido y
transparente de la fe que proclama. Termino con ello, con una preciosa oración que la liturgia nos enseña a rezar en la
fiesta de un santo reformador, San Carlos Borromeo: “Que tu Iglesia se renueve sin cesar y transformándose en
imagen de Cristo, pueda presentar ante el mundo el verdadero rostro de tu Hijo”.
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