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No estará de más señalar que una buena parte de las tesis fundamentales de
Santo Tomás, le vienen de la filosofía de Aristóteles; en ese sentido, y para el caso
que nos incumbe (la epistemología) Tomás se sitúa completamente en el mismo
punto de partida que el estagirita: la Realidad. De ello se entiende que el nombre
que se atribuye a esta corriente filosófica sea el de REALISMO.
Creemos que
no es posible hablar del tomismo como de una filosofía dogmática, si por ello se
entiende un pensamiento cerrado e intolerante.
Así analizado, nos daremos cuenta de que, no solamente la actitud espontánea del
ser humano es dogmática, sino que toda filosofía es forzosamente dogmática,
incluso el más férreo escepticismo, porque toda teoría tendrá que partir al menos
de un principio a partir del cual su pensamiento tiene sentido. Alguno esgrimirá
como principio la existencia de la Realidad, alguien su imposibilidad para
conocerla; otro afirmará que nada cambia o que todo el movimiento es continuo,
etc. Absurdo sería reprochar al pensamiento el ser dogmático. (Olivar Robles,
2015, p. 44)
Así, pues, si respetamos el uso correcto de la palabra dogmático y lo atribuimos
al tomismo, podemos decir que éste “estima que podemos saber algo
válidamente, aún siendo restringida y pobre nuestra inteligencia. (El tomismo) no
supone, evidentemente, ni la omnisciencia e infalibilidad del pensador que enuncia
sus tesis, ni el carácter exhaustivo de la aprehensión del mundo o de nosotros
mismos a la cual podemos acceder” (Jugnet, 1949, p.30).
Por otra parte, el mismo principio tiene una formulación llamada “negativa” y es,
quizás la manera más común de entender este principio. Se trata del llamado,
principio de no contradicción. Su expresión: “una cosa no puede ser y no ser, al
mismo tiempo y según la misma razón”. Evidentemente, si aquello que es, es, por
obvias razones, no puede ser otra cosa, o no, al menos, podrá serlo al mismo
tiempo, y si lo es, no lo será en el mismo entendido. La tiza que, antaño, el
maestro dirigía a la cabeza del alumno como cariñoso incentivo que motivara su
disposición al aprendizaje, si bien no dejaba de ser tiza durante el lanzamiento y
posterior percusión del objeto (la cabeza), no era arrojado en calidad de tiza, sino
de objeto contundente. Así, aunque al tiempo que era tiza era también lanzada,
era tiza y objeto percutor bajo razones diferentes. Por otra parte, lo que es, no
puede no ser. Si yo estoy aquí, no puedo no estar.
Por lo tanto, con respecto a los principios primero, podemos afirmar con Jugnet
(1949, p. 31) que “la adhesión a los principios primeros se impone a todo ser
razonable, vale absolutamente y la inteligencia coge, en su acto mismo, la verdad
esencial del conocimiento”.
“No hay nada en el intelecto que no haya pasado antes por los sentidos”.
Sentencia aristotélica que santo Tomás hace suya y que, sin constituir un
argumento de autoridad, explicita en pocas palabras el resumen de la
epistemología tomista.
Así, los sentidos son el puente entre nuestro intelecto y la realidad. Son
facultades a través de los cuales podemos apropiarnos inmaterialmente del
mundo.
Nos parece que, particular relieve toma esta posición epistemológica en áreas
como la pedagogía y la educación. Es posible notar, actualmente, un profundo
interés académico y curricular por proponer constantemente a los educandos, la
realización de una serie de actividades que, hace algunas décadas, no figuraban
comúnmente en los curricula escolares. Idiomas, destrezas tecnológicas y de la
información, actividades artísticas, etc., pueblan, ahora, las propuestas educativas
de las escuelas. Y, ahí en donde el ciudadano común, el no filósofo, cree discernir
una actitud puramente comercial, el filósofo tomista, viendo más allá de eso,
entiende que se trata de la posibilidad de enriquecer, valiosamente, la vida
intelectual del joven, ayudándole a extender su visión del mundo y, sobre todo,
dándole los aportes propios de los sentidos, para la creación de conceptos ricos y
sólidos que le permitan el correcto desarrollo de su intelecto, a la vez que, a través
del esfuerzo, se enseña a dominar su sensibilidad, permitiendo el sano desarrollo
de sus facultades constitutivas, la inteligencia y la voluntad, única manera de
perfeccionar al hombre, aquél a quien Aristóteles llamaba EL DIOS MORTAL.
Bibliografía:
Olivar Robles, Diego, (2015) Perennidad del tomismo, in Revista Fructus, México.