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PREFACIO
1) ¿Qué relaciones hay entre la historia vivida, la historia «natural», si no «objetiva», de las
sociedades humanas, y el esfuerzo científico por describir, pensar y explicar esta evolución: la
ciencia hist6rica? Esta división permitió en particular la existencia de una disciplina ambigua:
la filosofía de la historia. Desde comienzos del siglo, y especialmente en los últimos veinte
años, se está desarrollando una rama de la ciencia hist6rica que estudia su evolución dentro del
desarrollo hist6rico global: la historiografía, o historia de la historia.
2) ¿Qué relaciones tiene la historia con el tiempo, con la duraci6n, se trate del tiempo
«natural» y cíclico del clima y las estaciones, o del tiempo vivido y naturalmente registrado por
los individuos y sociedades? Por una parte, para domesticar al tiempo natural, las diferentes
sociedades y culturas inventaron un instrumento fundamental, que también es un dato esencial
de la historia: el calendario; por otra, hoy los historiadores se interesan cada vez más por las
relaciones entre historia y memoria.
4) La historia es incapaz de prever o predecir el futuro. ¿Qué relación guarda entonces con la
nueva «ciencia» de la futurología? En realidad, la historia deja de ser científica cuando se trata
del comienzo y el fin de la historia del mundo y la humanidad. En cuanto al origen, se inclina al
mito: la edad de oro, las edades míticas, o bajo la apariencia científica la reciente teoría del big
bang. En cuanto al fin, cede el puesto a la religión, y especialmente a las religiones de la
salvación que han construido un «saber de los fines últimos» —la escatología— o a las utopías
del progreso, la principal de las cuales es el marxismo, que yuxtapone una ideología del sentido
y del fin de la historia (el comunismo, la sociedad sin clases, al internacionalismo). Sin
embargo, al nivel de la praxis de los historiadores se está desarrollando una crítica del concepto
de orígenes y la noción de génesis tiende a sustituir a la de origen.
5) Al contacto con otras ciencias sociales, el historiador tiende hoy a distinguir duraciones
históricas diferentes. Hay un renacimiento del interés por el acontecimiento; sin embargo,
seduce sobre todo la perspectiva de la larga duración. Esta llevó a algunos historiadores, a
través del uso de la noción de estructura, o a través del diálogo con la antropología, a adelantar
la hipótesis de la existencia de una historia, «casi inmóvil». ¿Pero puede existir una historia
inmóvil? ¿Y cuáles son las relaciones de la historia con el estructuralismo (o los
estructuralismos)? ¿No hay un más amplio movimiento de «rechazo de la historia»?
6) La idea de la historia como historia del hombre ha sido sustituida por la idea de historia
como historia de los hombres en sociedad. ¿Pero existe, puede existir sólo una historia del
hombre? Ya se ha desarrollado una historia del clima, ¿no habría que hacer también una historia
de la naturaleza?
Para captar el desarrollo de la historia y convertirlo en objeto de una ciencia propiamente dicha,
historiadores y filósofos desde la antigüedad se esforzaron por encontrar y definir las leyes de
la historia. Los intentos más destacados y los que han sufrido un mayor fracaso son las antiguas
teorías cristianas del providencialismo (Bossuet) y el marxismo vulgar, que a pesar de que
Marx no habla de leyes de la historia (como en cambio sí lo hace Lenin), se obstina en hacer
del materialismo histórico una pseudociencia del determinismo histórico, cada día más
desmentido por los hechos y por la reflexión histórica.
Las condiciones en que trabaja el historiador explican además por qué se plantea y se ha
planteado siempre el problema de la objetividad de lo histórico. La toma de conciencia de la
construcción del hecho histórico, de la no inocencia del documento, lanzó una luz cruda sobre
los procesos de manipulación que se manifiestan a todos los niveles de la constitución del saber
histórico. Pero esta constatación no debe desembocar en un escepticismo de fondo a propósito
de la objetividad histórica y en un abandono de la noción de verdad en la historia; al contrario,
los continuos progresos en el desenmascaramiento y la denuncia de las mistificaciones y las
falsificaciones de la historia permiten ser relativamente optimistas al respecto.
Esto no quita que el horizonte de objetividad que debe ser el del historiador no debe ocultar el
hecho de que la historia también es una práctica social (Certeau), y que si se deben condenar
las posiciones que en la línea de un marxismo vulgar o de un reaccionarismo más vulgar
todavía confunden ciencia histórica y compromiso político, es legítimo observar que la lectura
de la historia del mundo se articula con una voluntad de transformarlo (por ejemplo en la
tradición revolucionaria marxista, pero también en otras perspectivas, como la de los herederos
de Tocqueville y Weber, que asocian estrechamente análisis histórico y liberalismo político).
Todos estos nuevos sectores de la historia representan un notorio enriquecimiento, siempre que
se eviten dos errores: ante todo la subordinación de la realidad de la historia de las
representaciones a otras realidades, las únicas a las que correspondería un status de causas
primeras (realidades materiales, económicas) —renunciar, entonces, a la falsa problemática de
la infraestructura y la superestructura. Pero, además, no privilegiar las nuevas realidades, no
otorgarles a su vez un rol exclusivo de motor de la historia. Una explicación histórica eficaz
tiene que reconocer la existencia de lo simbólico en el seno de toda realidad histórica (incluida
la económica), pero también confrontar las representaciones históricas con las realidades que
representan y que el historiador aprende a través de otros documentos y métodos: por ejemplo,
confrontar la ideología política con la praxis y los acontecimientos políticos. Y toda historia
debe ser una historia social.
Por último, el carácter «único» de los acontecimientos históricos, la necesidad por parte del
historiador de mezclar relato y explicación hicieron de la historia un género literario, un arte al
mismo tiempo que una ciencia. Si esto ha sido cierto desde la antigüedad hasta el siglo XIX, de
Tucídides a Michelet, lo es menos en el siglo XX. El creciente tecnicismo de la ciencia
histórica hizo más difícil al historiador aparecer también como escritor. Pero siempre hay una
escritura de la historia.
La paradoja de la ciencia histórica hoy es que precisamente cuando bajo sus diversas formas
(incluida la novela histórica) conoce una popularidad sin igual en las sociedades occidentales, y
precisamente cuando las naciones del Tercer Mundo se preocupan ante todo por darse una
historia —lo que por otra parte permite tal vez tipos de historia sumamente diferentes de los
que los occiden(tales)…