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Hermanos Grimm
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- Dime, Caperucita Roja, ¿dónde vive tu abuela?
- Hay que caminar todavía un buen cuarto de hora por el
bosque; su casa se encuentra bajo las tres grandes encinas; están también los
avellanos; pero eso, ya lo sabrás -dijo Caperucita Roja.
El lobo pensó: "Esta joven y delicada cosita será un suculento
bocado, y mucho más apetitoso que la vieja. Has de comportarte con astucia si
quieres atrapar y tragar a las dos". Entonces acompañó un rato a la niña y luego
le dijo :
- Caperucita Roja, mira esas hermosas flores que te rodean;
sí, pues, ¿por qué no miras a tu alrededor?; me parece que no estás escuchando
el melodioso canto de los pajarillos, ¿no es verdad? Andas ensimismada como si
fueras a la escuela, ¡y es tan divertido corretear por el bosque!
Caperucita Roja abrió mucho los ojos, y al ver cómo los rayos
del sol danzaban, por aquí y por allá, a través de los árboles, y cuántas preciosas
flores había, pensó: "Si llevo a la abuela un ramo de flores frescas se alegrará; y
como es tan temprano llegaré a tiempo". Y apartándose del camino se adentró
en el bosque en busca de flores. Y en cuanto había cortado una, pensaba que
más allá habría otra más bonita y, buscándola, se internaba cada vez más en el
bosque. Pero el lobo se marchó directamente a casa de la abuela y golpeó a la
puerta.
- ¿Quién es?
- Soy Caperucita Roja, que te trae torta y vino; ábreme.
- No tienes más que girar el picaporte - gritó la abuela-; yo
estoy muy débil y no puedo levantarme.
El lobo giró el picaporte, la puerta se abrió de par en par, y sin
pronunciar una sola palabra, fue derecho a la cama donde yacía la abuela y se la
tragó. Entonces, se puso las ropas de la abuela, se colocó la gorra de dormir de
la abuela, cerró las cortinas, y se metió en la cama de la abuela.
Caperucita Roja se había dedicado entretanto a buscar flores,
y cogió tantas que ya no podía llevar ni una más; entonces se acordó de nuevo
de la abuela y se encaminó a su casa. Se asombró al encontrar la puerta abierta
y, al entrar en el cuarto, todo le pareció tan extraño que pensó: ¡Oh, Dios mío,
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qué miedo siento hoy y cuánto me alegraba siempre que veía a la abuela!". Y
dijo :
- Buenos días, abuela.
Pero no obtuvo respuesta. Entonces se acercó a la cama, y
volvió a abrir las cortinas; allí yacía la abuela, con la gorra de dormir bien calada
en la cabeza, y un aspecto extraño.
- Oh, abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes!
- Para así, poder oírte mejor.
- Oh, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
- Para así, poder verte mejor.
- Oh, abuela, ¡qué manos tan grandes tienes!
- Para así, poder agarrarte mejor.
- Oh, abuela, ¡qué boca tan grandes y tan horrible tienes!
- Para comerte mejor.
No había terminado de decir esto el lobo, cuando saltó fuera
de la cama y devoró a la pobre Caperucita Roja.
Cuando el lobo hubo saciado su voraz apetito, se metió de
nuevo en la cama y comenzó a dar sonoros ronquidos. Acertó a pasar el cazador
por delante de la casa, y pensó: "¡Cómo ronca la anciana!; debo entrar a mirar,
no vaya a ser que le pase algo". Entonces, entró a la alcoba, y al acercarse a la
cama, vio tumbado en ella al lobo.
- Mira dónde vengo a encontrarte, viejo pecador! – dijo -; hace
tiempo que te busco.
Entonces le apuntó con su escopeta, pero de pronto se le
ocurrió que el lobo podía haberse comido a la anciana y que tal vez podría
salvarla todavía. Así es que no disparó sino que cogió unas tijeras y comenzó a
abrir la barriga del lobo. Al dar un par de cortes, vio relucir la roja caperuza; dio
otros cortes más y saltó la niña diciendo:
- ¡Ay, qué susto he pasado, qué oscuro estaba en el vientre
del lobo!
Y después salió la vieja abuela, también viva aunque casi sin
respiración. Caperucita Roja trajo inmediatamente grandes piedras y llenó la
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barriga del lobo con ellas. Y cuando el lobo despertó, quiso dar un salto y salir
corriendo, pero el peso de las piedras le hizo caer, se estrelló contra el suelo y se
mató.
Los tres estaban contentos. El cazador le arrancó la piel al lobo y se la llevó a
casa. La abuela se comió la torta y se bebió el vino que Caperucita Roja había
traído y Caperucita Roja pensó: "Nunca más me apartaré del camino y adentraré
en el bosque cuando mi madre me lo haya pedido."
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