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Una crítica decolonial al imperialismo extractivo en disputa entre Estados Unidos y China

a partir del caso de Venezuela

Este año 2019 se cumplen dos décadas del inicio de la Revolución Bolivariana en Venezuela,
la cual puede ser vista como un proceso político estatal de alcance regional que fue capaz
de devolver la esperanza en construir un mundo distinto y contrarrestar así una década en
los 90, marcada por un discurso triunfalista occidentalocéntrico de mercado liderado por
Estados Unidos, que luego del desmoronamiento total de los socialismo reales en
prácticamente todo el mundo, se impusiera la idea colonial del fin de las ideologías, desde
una mirada completamente lineal del tiempo, como si esta nueva fase de corte neoliberal
fuera el ultimo estadio de la humanidad.

Es a partir de ello, que nuestros países hayan sufrido las peores consecuencias de aquel
fundamentalismo de mercado, impuesto en dictaduras y/o a través de recetas desde
organismos internacionales, mediante grandes privatizaciones y la reducción de los estados
a su mínima expresión. El caso de Chile es muy ilustrativo de aquello, por la privatización de
prácticamente todos los ámbitos y dimensiones existentes, como por ejemplo con un bien
común tan importante para las comunidades como lo es el agua, el cual sigue siendo un
bien económico más, sin importar en lo más mismo su uso en los territorios.

Es así como la Revolución Bolivariana, liderada por Hugo Chávez, marcó el inicio de una
seguidilla de nuevos procesos políticos de corte progresista en la región en los 2000,
destacando un nuevo constitucionalismo Latinoamericano, que se destacó principalmente
por la construcción de constituciones elaboradas desde los pueblos, en donde la
restauración de derechos y la ampliación de estos (plurinacionalidad, derechos de la
naturaleza- madre tierra) marcaron un giro que puede ser visto como parte de un proceso
inédito de desoccidentalización desde el sur global.

En lo que respecta al caso de Venezuela en perspectiva histórica, se puede señalar que fue
capaz a nivel nacional de frenar el neoliberalismo en distintas áreas a través del
fortalecimiento del gasto público (educación, salud, vivienda, infraestructura), y de
contrarrestar el poder de Estados Unidos a nivel regional impulsando organismos como el
ALBA (Alternativa Bolivariana paras las Américas), la CELAC (Comunidad de estados de
América Latina y el Caribe), UNASUR (Unión de naciones suramericanas) y la idea de un
Banco del Sur.

El rechazo al ALCA (Área de libre comercio para las Américas) el 2005 en Mar del Plata marcó
un hito en lo que respecta a un rechazo al intervencionismo de Estados Unidos en la región.
Además la Revolución Bolivariana fue capaz de ir mucho más allá de la democracia
representativa, impulsando un estado de carácter comunal, que se caracterizó por la
participación popular en la gestión pública.
Sin embargo, este proceso bolivariano, al igual que otros en la región, se quedó en un mero
proceso de desoccidentalización, no así de descolonización, ya que siguió amarrado a un
imperialismo extractivo que comenzó a gestarse hace más de 500 años atrás, el cual ha
tenido a Estados Unido como su centro desde la posguerra en adelante. De ahí que las
consecuencias de aquel proceso imperial en Venezuela haya sino profundizado, mediante
el extractivismo petrolero-minero, el cual ha traído consigo caudillismos autoritarios,
corrupción política, clientelismo estatal y la negación de comunidades indígenas defensoras
de la vida (pueblo wayuu, pueblo añú, pueblo bari, pueblo pemón).

No es casual entonces, que ante el evidente intervencionismo de Estados Unidos en


Venezuela en estos momentos, a través del autoproclamado presidente Juan Guaidó, la
crítica de gran parte de la izquierda regional omita abiertamente el autoritarismo
extractivista actual del gobierno de Nicolás Maduro, limitándose a una idea de imperialismo
eurocéntrica y stalinista, que no va más allá de la dicotomía moderna izquierda/derecha o
revolución/contrarrevolución. En consecuencia, no viendo que el centro del imperialismo
extractivo se está desplazando hacia China, por más que Estados Unidos tenga un poder
militar mucho mayor.

En otras palabras, buena parte de las izquierdas latinoamericanas antiimperialistas aún


creen de manera lineal, que lo que está pasando en Venezuela solo responde al
intervencionismo de Estados Unidos, el cual si bien tiene una larga historia en la región y a
nivel mundial, desestabilizando gobiernos, realizando bloqueos económicos, apoyando
golpes de estados y realizando invasiones militares, no puede reducirse todo a lo que hace
un país en particular, por muy poderoso que sea. Los procesos políticos son siempre
históricos, relacionales y dinámicos, por lo que el imperialismo no escapa a ello, también se
va desplazando en sus centros de poder.

Por lo mismo, decir que China no es parte del proceso imperial, solo porque no interviene
militarmente como Estados Unidos ni impone a los países recetas económicas y políticas, a
través de organismos coloniales como el Banco Mundial, El Fondo Monetario Intencional y
el Banco Interamericano de Desarrollo, es no entender que el capitalismo histórico
solamente está en un periodo en disputa entre quienes apelan a la desoccidentalizacion y
otros a la reoccidentalización, como bien plantea Walter Mignolo. No obstante, ninguna de
esas dos opciones puede verse como alternativas para las comunidades, las cuales están
resistiendo a un extractivismo brutal en los territorios.

China al impulsar la desoccidentalizacion no tendrá la idea mesiánica, como lo fueron las


potencias europeas y actualmente Estados Unidos, de liberar el mundo de cualquier forma,
pero igualmente su rol es profundizar la colonialidad económica en el mundo entero. Su
intervención en África y América Latina para obtener los bienes comunes de todas y todos,
a través de préstamos e inversiones en infraestructura, en minería, en hidrocarburos, no
será con la violencia con que Estados Unidos lo realiza, pero de todas formas está
contribuyendo aceleradamente a la destrucción de la vida en el planeta, algo que la
izquierda antiimperialista se niega a cuestionar.
Lo curioso es que este discurso de izquierda, ligado a distintas corrientes marxistas y
funcional al imperialismo extractivo en disputa entre Estados Unidos y China, sea tomado
incluso por académicos decoloniales como Ramón Grosfoguel, quien pareciera que
estuviera en una especie de cruzada contra cualquier cuestionamiento al gobierno de
Nicolás Maduro, argumentando de manera binaria que o se está con el imperio o contra el
imperio. Es decir, como si no existieran más alternativas o mundos posibles, reproduciendo
así la matriz de poder global de la guerra fría, en donde se estaba con Estados Unidos o con
la Unión Soviética, sin importar en lo más mínimo la posibilidad de generar un pensamiento
situado a los territorios.

Lo que está haciendo Grosfoguel, aunque parezca paradójico proviniendo de un autor


decolonial, es transformar este proyecto descolonizador en una mirada inquisidora y
dogmática, en donde se instala un discurso de pureza de lo que es decolonial y lo que no.
La creación del Instituto Nacional para la Descolonización en Venezuela, liderado por
Grosfoguel, puede verse como una forma de estatizar lo decolonial, dejando prácticamente
ningún espacio de pensamiento crítico.

Es verdad que se debe cuestionar cualquier tipo de academicismo decolonial, como bien
plantea Silvia Rivera Cusicanqui, llevado a cabo en congresos y seminario por doctores y
expertos en la materia, ya que no hace más que despolitizar su uso. Pero de ahí a pasar de
una moda decolonial a una burocracia decolonial, como piensa hacer Grosfoguel, es repetir
la historia política e intelectual del marxismo, llena de fanatismos y sin espacios para la
reflexión, como lo continúan haciendo en la región autores como Atilio Borón por ejemplo,
quien en sus análisis no hace más que reproducir un discurso colonial de izquierda,
totalmente desterritorializado e irresponsable políticamente en estos momentos para la
región.

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