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Augurios Cuento 1
Augurios Cuento 1
Estrechó mi mano para darme la onza. De repente sentí un tirón que me jaló hacia ella y me
dijo al oído: “sonríe y se feliz, te hace falta sólo un papel…” fue lo último que escuché aquella
noche. Hace tres noches. ¿O miento? ¿me miento? ¿es posible mentirse a uno mismo o es
esa la definición del error?
¡Qué putas importaba! En casa, la angustia y la ansiedad me constreñían. No podía respirar.
Habían pasado 48 horas desde que perdí el rastro del paquete que me entregó aquel Dealer.
Aquel paquete que debía cuidar mejor que mi dignidad. No podía pensar. El aire me
sofocaba. Sentía como si el cuarto estuviera quedándose sin oxígeno y el techo se acercará
al suelo lentamente. Me tiré al viejo sofá. En el que tantas veces había quedado vencido
tras una dosis, un orgasmo o el pequeño letargo que presiente una congestión alcohólica.
Hundí mis dedos en las comisuras de los cojines como buscando un vínculo con la realidad,
como tratando de enraizarme al suelo. Sentí una humedad pegajosa. Lentamente acerqué
mi dedo a mi nariz para olfatear el líquido baboso que mostraba su viscosidad y hedor entre
mi dedo índice y pulgar. ¡Y ahí estaba!, un pedazo de la planilla rodeado con baba de kirikou.
- ¿Kirikou?—balbuce—. Había olvidado por completo que tenía una compa perra.
- ¡Kirikou!, ¡Kirikou! ¡helmosa! ¿Dónde estás? ¡Veen, pechocha! Cualquier otro perro estaría
muerto. Pero Kirikou es warrior. Además, el departamento apestaría. Tal vez solo se escapó.
Sí. Volverá. O anda en celo y fue a divertirse con sus amigas perras. Sí, seguro. O estará
cagándose sobre alguna banqueta para que un estúpido niño lleve ese delicioso aroma a
mierda a su casa. O tal vez…
Pero no. Ella estaba ahí. Jadeante. Muriendo de sed. Con una mirada puesta sobre los
rasguños que dejo aquel gato negro, que un día decidió arriesgar la vida para expropiar sus
croquetas.
Kirikou se relamía. Jadeaba. Sonreía. Lo juro, sonreía y jadeaba de nuevo. De pronto me
miró y un escalofrió me recorrió toda la espalda, desde el culo hasta el cuello se me
entumieron los poros y suspiré. Sus ojos me estudiaron lentamente. Parpadeo y se mojó los
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labios. Sabía que hablaría. Qué rompería el abismo lingüístico que separa a nuestra
decadente especie de otra. Qué me diría alguna cosa sabía, profunda, algo que
desvaneciera el mito de la muerte o del amor. La razón del mal o que el bien no es tal. O
que el problema son los dualismos. Qué el camino es lo de menos. Qué fue una guerrera
africana en su otra vida. Qué no hubo nada antes ni habrá algo después…
Pero no, solo alcance a entender: “Tu próxima pareja cree en los reptilianos”.
En un instante recordé todo ese catálogo mierdero de imágenes que alguna vez googlee
después de una conversación bastante aburrida con Daniel. Hubiera preferido escuchar
cualquier cosa como “morirás por culpa de un Koala” o que “el agua que bebiste volverá a
su cauce, contigo”. Incluso, en el colmo de lo inverosímil, hubiese creído si hubiera dicho:
“en la semana va haber un gusano en una de tus comidas”. Sería lógicamente valido y hasta
moralmente coherente con mis descuidos vitales para con ella. Siempre olvido su hora de
comida. Y su agua a veces es un verdadero criadero de mosquiros. ¡pggrgrg….! Son
hermafroditas…prggrgr prgrr…. Vienen por nuestras mujeres…prgrgr…. De repente la
interferencia interrumpió la voz que salía de la radio en la que el vecino sintonizaba “la
mano peluda”. Me cague de risa, abrace a mi perra y volví mucho más calmado a lo mío.
Le marqué a Say. Le conté que Kirikou tenía suficiente LSD en su cuerpo como para drogar
a medio Woodstock. Le conté que esa planilla no era mía. (Ni las 2 libras de tucibi, ni las 200
metas, las 100 planillas de doble impresión ni las 3 libras de coca, bueno, menos 2 onzas.
Eso no se lo dije porque me hubiera pasado la otra mitad de la semana cuidando de él en el
hospital).
Le conté que el vato de la peda del fin de semana me encargó un paquete. Y que mi maldita
curiosidad no pudo mantener cerrado. El tipo no parecía un matón, vaya ni siquiera tenía
facha de buchón. Era agradable. Hablaba de política y de cine, pero media 1.90 y yo calculo
que pesaría casi 100 kilos. Además, consumía dos líneas cada 15 minutos. Con ese ritmo su
cerebro debía estar tan frito como mis huevos de fin de semana. Y se notaba, pues de
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repente apretaba la mandíbula y parecía que gruñía, y que sus ojos saldrían de sus orbitas,
para luego respirar y volver a sonreír plácidamente.
Eran casi las 6 de la mañana cuando se largó con mi novia, ex novia, media botella de whisky,
la nariz blanca y “Raquel”, una magnum .357 que guardo en su bota mientras me vociferaba:
– Volveré la próxima semana ¡si algo le pasa a ese paquete, fumarás tu ultimo cigarrillo!
Duerme bien bebe.
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¡Tac-tac-tac!. Esta vez con más fuerza. El cuadro de mi ex detrás de la puerta temblaba
amenazando con caer y romperse igual que mi corazón y mi hígado. Aun se podía leer la
inscripción en el marco de aquel parque de diversiones “Te darán el mejor sexo de tu vida
en el tren del amor, agarrate. Six Flats. México 2012”.
El cuadro cayó sin romperse, el clavo se había botado por los golpes en la puerta.
¡Tac-tac-tac-tac!.
Dí un paso. No era yo. Era el espíritu del suicida incandescente. Del reo sentenciado a
muerte. Del conductor ebrio que tiene un momento de lucidez antes del impacto. El
secuestrado que escucha remover el seguro del arma. La gallina al escuchar el filo de la
navaja recorriendo su cuello…
Apreté la manija media rota y abrí rápidamente la puerta con los ojos cerrados. Exhalé.
Estaba escuchando la voz de mi madre diciendo mi nombre, pero un sonido rompió la
distancia y atravesó mi oído: -¡FJUUUSHH! “100% de descuento en tu próxima compra… en
el departamento de bebes, lencería para damas tallas extragrande y comida para hurones
pida su cupón. ¡Prgrgrgr!
Sonreí.
De nuevo la radio del vecino… prgrgrr… pgrrrgrr… y el charco de liquido rojo ahogando a un
par de hormigas me recordó aquel viejo augurio.