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Ensayo para la difusión popular

Una historia con el maíz


Una mirada agroecológica desde el
Movimiento Nacional Campesino Indígena

“América es un pueblo de maíz”

Hace miles de años el maíz era una plantita del tamaño más pequeño que una espiga
de trigo. El hombre la cuidó, seleccionando con cada cosecha las mejores plantas, los
granos más grandes sembró, lo comió todos los años y lo dio de comer a sus animales.
Lo transformó en harina, en mote y mazamorra, en locros y chicha. Valoró los granos
de maíz más que al oro, lo guardó año a año en tambos y trojas. Las espigas cada vez
más grandes permitieron comunidades y civilizaciones cada vez más numerosas.
Desde Mesoamérica (en el sur de México) se originó y se transportó por todo el
continente americano y luego al resto del mundo.
Cuando hubo maíz hubo prosperidad. Cuando nuestros antepasados indígenas tenían
buenas cosechas repartían a todos, y guardaban para los años de sequía. Aquí llegó
por medio de los Incas, hace unos 900 años. Miles de variedades cultivó el hombre.
Miles de años cuidó del maíz. Miles de pueblos vivieron de esta planta sagrada que les
dio independencia y dignidad.

Desde hace 40 años, con la llamada “Revolución Verde”, lo empezaron a cultivar


dependiendo de los paquetes tecnológicos, haciendo mejoramiento a fuerza de cruzar
plantas y generar híbridos, de matar los bichos y las malezas con agroquímicos.
Comenzaba una nueva época donde el trabajo campesino que era ayudado por
tracción animal, fue siendo reemplazado por las máquinas, que decían que facilitaban
el trabajo, pero nunca nos dijeron quién se quedaría con los beneficios de las
cosechas. A expensas del monte y del agua de riego que nos quitaron con los diques
que ellos construyeron, de grandes tractores y herramientas fueron corriendo la
frontera agropecuaria. El “desyuyado” manual, fue reemplazado por los “matayuyos”
que fueron envenenando el suelo y las aguas. Además las malezas se fueron haciendo
más resistentes y necesitaron más líquidos venenosos para matarlas, más
agroquímicos, más tractores y pulverizadoras. Las dimensiones de las maquinarias
fueron creciendo con la avaricia y la acumulación de tierras y capital.

En la década del 90 el modelo agroexportador neoliberal entró en apogeo: los


pequeños productores y campesinos debían desaparecer bajo los remates, los
desalojos, las compras de bienes por falta de políticas de créditos accesibles, algunos
fueron sometidos dar en arrendamiento sus tierras “por falta de escala”. 130.000
familias se tuvieron que ir del campo, más de medio millón de personas fueron a las
ciudades, algunas a trabajar en oficios, otras a recibir polenta de maíz en las cajas de
caridad gubernamental. Los que quedaron ya no cultivarían maíz tampoco, la soja
estaba ocupando su lugar, los cascos de tambos y las vacas lecheras quedaron en la
foto para la postal del recuerdo de lo que fue… o de lo que pudo ser un campo con
familias produciendo. La tecnología de los países del norte puesta al servicio del capital
nos fue imponiendo lentamente y paso a paso un paquete tecnológico de dependencia
y permanente compra de insumos, generó inmensos tractores que recorrerían grandes
territorios por día, sembradoras de decenas de surcos que sin mover la tierra depositan
las semillas en óptimas condiciones y llegando a construir los “mosquitos”, esas feroces
armas de alas desplegadas que en su paso dejan muerte además del olor
nauseabundo de los venenos.
En su lugar aparecían maíces que cada año podían producir más, hasta 12 toneladas
por hectárea dicen que producían, aunque no quedaran liebres, abejas ni peces cerca.

Al principio de siglo redoblaron la apuesta, el hambre del mundo no pudo ser paleado
por el magnífico aumento de la producción, el turno del engaño sería ahora para la
biotecnología!. Se apoderaron las empresas de los miles de años de trabajo
indígena, de cuidado y selección, se hicieron dueños por papeles que llamaron
patentes del contenido genético del maíz, nada menos que de nuestra identidad se
adueñaron. Una empresa multinacional llamada Monsanto es la que se va quedando
con todo, dato curioso : ellos producen la semilla que no mata el veneno, también el
veneno y no permite a los agricultores guardarse para la siembra del próximo año sin
pagar por eso. No conformes siguieron tratando de hacer semillas suicidas pero no los
dejamos, con la lucha de toda la sociedad contra los Terminators. Ahora están
estudiando agregarles un gen para que dependan de otro de sus insumos para romper
el letargo o dormición en la que van a estar una vez cosechadas las semillas: zombies
las llaman, es una especie de semillas estériles, que no se reproducen a menos que le
agreguen el químico… 150 millones de litros por año de glifosato, el veneno que mata
todo menos los cultivos transgénicos se aplican ya en Argentina, un dato difícil de
imaginar, pero que equivale a una fila de 100 kilómetros de largo de camiones de
15.000 litros, uno tras otro, una fila que atravesaría todo Tucumán a lo ancho …

Muchos de nuestros maíces criollos de algunas zonas desaparecieron en la última


década, cuando no pudimos ya sembrarlo, o nuestras cosechas fallaron. En otras
zonas del país, los conservamos coloridos y variados, todavía los cultivamos en las
laderas de los cerros, en terrazas, en quititas familiares o comunitarias, como en la
quebrada y puna.
Seguimos resistiendo, el maíz resiste con nosotros. Seguimos luchando y el maizal
crece. En algunos lugares hemos parado la topadoras que quieren traer los otros
maices, para exportarlos, para llevarselos lejos de nuestra América, para que lo coman
los cerdos europeos o chinos. Ellos siguen ese camino, con el maíz robado,
secuestrado y puesto a su servicio, como quieren hacer con toda la naturaleza.
Pero ellos no saben que en nuestros bolsillos, en los horcones de los ranchos, entre las
piedras del galponcito, en las trojas campesinas y las bolsitas entre nuestra ropa,
guardamos la semilla de nuestro maíz criollo. Lo compartimos en ferias, lo sembramos
todos los años, lo comemos con gusto todas las semanas, todavía tienen gusanos los
choclos, todavía son saludables nuestros granos. Lo intercambiamos y llevamos muy
lejos. A pesar que no existen políticas activas de fondo para que él vuelva, lo
cuidamos, lo seguimos cuidando, hasta que un día le daremos de comer a todos de él,
como siempre debió haber sido.

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