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Una asociación ‘católica’ pide a la ONU que

expulse al Vaticano
Por Carlos Esteban | 21 marzo, 2019

Lo que ha atraído a lo largo de los siglos de la Iglesia Católica es lo mismo que ha


repelido: su carácter perenne, su insistencia arrogante en ser portadora de la
Verdad eterna, verdad de Cristo. Y la sorpresa es que hoy sus pastores parecen no
juzgar nada con tanta severidad como lo inmutable, ni con tanto entusiasmo
como el cambio.

Y en el cambio entra tanto que es difícil no ver que lo que antes se hacía se ha dejado de hacer, y lo que
antes se evitaba se ha empezado a hacer con entusiasmo.

De lo primero es bastante llamativo la actitud de la jerarquía con la causa de la familia natural, hace no
tanto tan identificada con la Iglesia Católica que era fácil confundirlos. Primero se nos pidió que no
nos “obsesionáramos” con esos asuntos. Ahora se celebra en Verona un encuentro de familias, y el
Vaticano ha empezado a marcar distancias.

Primero fue Parolin, el secretario de Estado, diciendo que le parecía bien “la sustancia, pero no las
formas”, sea lo que fuere lo que quiera decir. No creo que sea difamatorio, o siquiera discutible, que en
este pontificado no tiene el mismo peso la defensa de la familia, no ya que cuestiones doctrinales de
mayor alcance, sino incluso que la defensa del medio ambiente o la inmigración masiva, dos asuntos a
los que la Iglesia no puede decirse que haya dedicado hasta hoy una importancia exhaustiva, y
tampoco el Evangelio.

Otro cambio llamativo es la actitud con la ONU. La Organización de Naciones Unidas es, como su
propio nombre indica, la máxima expresión del globalismo y de la opinión de las élites, es decir, de lo
que antes llamaban los teólogos ‘el Mundo’, en oposición a la Iglesia. Esta ha mantenido hasta ahora
con la ONU relaciones, en el mejor de los casos, tirantes, especialmente por la agresiva política de la
organización internacional en defensa del aborto irrestricto, el neomaltusianismo rampante y una mal
disimulada fobia a la familia natural tanto como a la relación natural entre los sexos.

Pero eso era antes y esto es ahora, y ‘esto’ es algo denterosamente parecido a una luna de miel. Se nos
invita a seguir los dictados de la ONU en esto y en aquello, se celebra que la Santa Sede y la ONU
actúen coordinadamente y, en general, se nos pide que miremos a la organización con sede en Nueva
York como un agente del bien.

Pero el Mundo es un mal aliado para la Iglesia, algo que deberíamos haber aprendido en estos últimos
veinte siglos, y en la Santa Sede ha debido caer como una bomba que una asociación presuntamente
católica, Catholics for Human Rights, haya escrito al secretario general, Antonio Guterres, pidiendo que
retire al Vaticano su condición de observador permanente en la organización.

La razón que aduce la asociación es que la Santa Sede no puede participar en el desarrollo de las
políticas sobre el papel de la mujer mientras mantenga su doctrina sexista. No hay ni que decir que el
‘Catholics’ del nombre es, sin más, una pantalla conveniente para la enésima organización progresista,
en este caso una que ya antes ha urgido a una ‘reforma’ de las religiones en general y de la católica en
particular.
No es que creamos que la iniciativa, de momento, vaya a tener éxito, aunque la petición ha tenido eco
en medios de la talla del New York Times y el Washington Post. Pero es un primer indicio de lo que,
tarde o temprano, será un inevitable choque de trenes. La asociación tiene razón en que la doctrina
defendida desde siempre por la Iglesia católica es incompatible con los fines que se ha propuesto
Naciones Unidas. Ahora solo queda rezar para que, cuando llegue el momento, nuestra jerarquía no
tenga la tentación de aguar la doctrina para recibir las palmaditas en la espalda de los burócratas
globales.

La Catedral de la Almudena será la sede de un


concierto interconfesional
Por INFOVATICANA | 20 marzo, 2019

Arco Forum, Centro UNESCO Getafe-Madrid y el Instituto IERMA de La Salle han


organizado la VI edición del Concierto de Tres Culturas, concierto que
habitualmente se celebraba durante la Semana Mundial de la Armonía
Interconfesional. El concierto tendrá lugar en la Catedral de la Almudena el día 21
de marzo.

El Concierto de Tres Culturas tiene la finalidad, según Arco Forum, de centrarse “en la promoción de
valores como la convivencia, la tolerancia y el diálogo, por medio de la creación de lazos entre
diferentes culturas facilitando su reconocimiento mutuo ofreciendo tres visiones diferentes del arte
sonoro a lo largo de la historia”.

Esta idea “facilitará el conocimiento y contribuirá al acercamiento de un gran público a las tres
tradiciones religiosas mediante la interpretación de estilos musicales cristianos, musulmanes y judíos-
sefardíes en un ambiente de respeto mutuo, fraternidad y colaboración”.

Con la Semana Mundial de la Armonía Interconfesional, que se viene celebrando desde 2011, se
quiere, según Arco Forum, “poner de relieve la necesidad imperiosa de que las distintas confesiones
y religiones dialoguen” para que “aumente la comprensión mutua, la armonía y la cooperación entre
las personas” y que “los imperativos morales de todas las religiones, convicciones y creencias incluyen
la paz, la tolerancia y la convivencia”.

El lema elegido para esta edición es “el desarrollo sostenible a través de la Armonía Interconfesional”.

La Semana Mundial de la Armonía Interconfesional “entre todas las religiones, confesiones y


creencias” es un evento anual que se celebra durante la primera semana de febrero.

A diferencia de otras ediciones del concierto, que se celebraba en el marco de la Semana Mundial de la
Armonía Interconfesional “declarada por la Asamblea General de las Naciones Unidas”, este año han
decidido celebrarlo de manera especial por tres motivos, según Arco Forum.

El primero es la fecha, 21 de marzo, “marca el inicio de la primavera, estación que simboliza un


renacimiento de la naturaleza y, por qué no también, de nuevos comienzos”.

El segundo el lugar, la Catedral de la Almudena, “uno de los espacios arquitectónicos más


emblemáticos de nuestra ciudad que ofrece recogimiento y acercamiento a lo trascendente”.
El tercero la música, “lenguaje universal a través del cual los tres grupos invitados nos demuestran, en
la línea continuista de este fascinante proyecto, cómo la convivencia, la armonía y la concordia son
valores universales que no conocen fronteras”.

El concierto se ha organizado con el apoyo y “la amable colaboración del Arzobispado de Madrid, el
Centro Cultural Islámico de Fuenlabrada, ACC Arte Scritta, la Basílica-Parroquia Virgen Milagrosa, la
Comisión Ibérica del DIM, la Comunidad Judía Bet Janucá de Andalucía, la Parroquia de Nuestra
Señora del Buen Suceso, la Comunidad Judía Reformista de Madrid, el Foro Abraham y la Madrileña
TV”.

La Iglesia se muere porque los pastores tienen


miedo de hablar con toda verdad y claridad”
"LA IGLESIA, QUE DEBERÍA SER UN LUGAR DE LUZ, SE HA CONVERTIDO EN UNA MADRIGUERA DE
TINIEBLAS". "NO BUSCO NI EL ÉXITO NI LA POPULARIDAD. ¡ESTE LIBRO ES EL GRITO DE MI
ALMA!"(CNS photo/Paul Haring)
Por INFOVATICANA | 18 marzo, 2019

Hoy se ha dado a conocer un extracto del nuevo libro del cardenal guineano
Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos, y el sitio web Dominus est lo ha traducido del francés original.
Por su interés lo reproducimos aquí para nuestros lectores. El libro tiene como
título ‘Le soir approche et déjà le jour baisse’.

¿Por qué tomar de nuevo la palabra? En mi libro anterior, os invito al silencio. Sin embargo, no puedo
callarme. No debo callarme. Los cristianos están desorientados. Cada día, recibo de todas partes
las llamadas de auxilio de quienes ya no saben qué creer. Cada día, recibo en Roma a sacerdotes
desanimados y heridos. La Iglesia atraviesa la experiencia de la noche oscura. El misterio de
iniquidad la envuelve y la ciega.

Diariamente nos llegan noticias cada vez más aterradoras. No pasa ni una semana sin que un caso
de abuso sexual se nos revele. Cada una de estas revelaciones lacera nuestro corazón de hijos de la
Iglesia. Como decía san Pablo VI, el humo de Satanás nos invade. La Iglesia, que debería ser un lugar
de luz, se ha convertido en una madriguera de tinieblas. Ésta debería ser una casa familiar segura
y apacible, y ¡he ahí que se ha convertido en una cueva de ladrones! ¿Cómo podemos soportar que
entre nosotros, en nuestras filas, se haya introducido predadores? Numerosos sacerdotes fieles se
comportan cada día como pastores solícitos, en padres llenos de dulzura, en guías firmes. Pero ciertos
hombres de Dios se han convertido en agentes del Maligno. Estos han buscado profanar el alma de
los más pequeños. Han humillado la imagen de Cristo en cada niño.

Los sacerdotes del mundo entero se han sentido humillados y traicionados por tantas abominaciones.
Después de Jesús, la Iglesia vive el misterio de la flagelación. ¡Su cuerpo está lacerado. ¿Quiénes son
los que golpean? Aquellos mismos que deberían amarla y protegerla! Sí, me atrevo a tomar prestadas
las palabras del Papa Francisco: el misterio de Judas se cierne sobre nuestro tiempo. El misterio de la
traición transpira por los muros de la Iglesia. Los abusos sobre los menores lo revelan de la
manera más abominable. Pero se necesita tener el valor de mirar nuestro pecado a la cara: esta
traición ha sido preparada y causada por muchos otros, menos visibles, más sutiles pero al mismo
tiempo profundos. Vivimos después de mucho tiempo el misterio de Judas. Lo que ahora sale a la luz
tiene causas profundas que es necesario tener el valor de denunciar con claridad. La crisis que
vive el clero, la Iglesia y el mundo es radicalmente una crisis espiritual, una crisis de la
fe. Vivimos el misterio de la iniquidad, el misterio de la traición, el misterio de Judas.

Permítanme meditar con ustedes sobre la figura de Judas. Jesús le había llamado como a todos los
apóstoles. ¡Jesús le amaba! Él lo había enviado a anunciar la Buena Nueva. Pero poco a poco la duda se
apoderó del corazón de Judas. De manera insensible, se puso a juzgar la enseñanza de Jesús. Se dijo a
sí mismo: este Jesús es demasiado exigente, poco eficaz. Judas quiso hacer venir el Reino de Dios
sobre la tierra, enseguida, por medios humanos y según sus planes personales. Sin embargo,
había escuchado a Jesús decirle: « No son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son
vuestros caminos » (Is 55, 8). Judas se alejó a pesar de todo. Ya no escuchó a Cristo. Ya no le acompañó
en aquellas largas noches de silencio y de oración.

Judas se refugió en los asuntos del mundo. Se ocupó de la bolsa, del dinero y del comercio. El
mentiroso continuaba siguiendo a Cristo, pero ya no creía. Él murmuraba. La tarde del Jueves Santo, el
Maestro le había lavado los pies. Su corazón debió estar bien endurecido para no dejarse tocar. El
Señor estaba ahí frente a él, de rodillas, servidor humillado, lavando los pies de aquel que debía
entregarlo. Jesús posó sobre él una última vez su mirada llena de dulzura y de misericordia. Pero el
diablo ya se había introducido en el corazón de Judas; él no bajó la mirada. Interiormente, debió
pronunciar la antigua palabra de la revuelta: «non serviam», «no serviré». En la Última Cena, él
comulgó mientras que su proyecto esperaba. Aquella fue la primera comunión sacrílega de la
historia. Y él traicionó.

Judas es para la eternidad el nombre del traidor y su sombra se cierne hoy sobre nosotros. Sí, como él,
¡hemos traicionado! Hemos abandonado la oración. El mal del activismo eficaz se infiltró por
doquier. Buscamos imitar la organización de las grandes empresas. Olvidamos que sólo la
oración es la sangre que puede irrigar el corazón de la Iglesia. Afirmamos que tenemos tiempo para
perder. Queremos emplear ese tiempo en obras sociales útiles. Aquel que ya no reza, ya ha
traicionado. Ya está listo para todos los compromisos con el mundo. Camina sobre el camino de
Judas.

Toleramos todas las puestas en causa. La doctrina católica es puesta en duda. En nombre de
posturas llamadas intelectuales, los teólogos se divierten deconstruyendo los dogmas,
vaciando la moral de su sentido profundo. El relativismo es la máscara de Judas disfrazada de
intelectual. ¿Cómo asombrarse cuando nos enteramos que tantos sacerdotes rompen sus
compromisos? Relativizamos el sentido del celibato, reivindicamos el derecho a tener una vida
privada, lo que es contrario a la misión del sacerdote. Algunos llegan incluso a exigir el derecho a
conductas homosexuales. Los escándalos se suceden, entre los sacerdotes y entre los obispos.

El misterio de Judas se extiende. Quiero entonces decir a todos los sacerdotes: Permaneced
fuertes y rectos. Ciertamente, por causa de algunos ministros, seréis etiquetados como
homosexuales. Se arrastrará al lodo a la Iglesia católica. Se la presentará como si estuviera
compuesta por completo de sacerdotes hipócritas y ávidos de poder. Que vuestro corazón no se turbe.
El Viernes Santo, Jesús fue acusado de todos los crímenes del mundo, y Jerusalén gritaba:
«¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» No obstante las encuestas tendenciosas que os presentan la situación
desastrosa de eclesiásticos irresponsables con una anémica vida interior, al mando del mismo
gobierno de la Iglesia, permaneced serenos y confiados como la Virgen y San Juan al pie de la Cruz. Los
sacerdotes, los obispos y los cardenales sin moral no empañarán en nada el testimonio luminoso de
más de cuatrocientos mil sacerdotes a través del mundo que, cada día y en fidelidad, sirven santa y
alegremente al Señor. A pesar de la violencia de los ataques que pueda sufrir, La Iglesia no
morirá. Es la promesa del Señor, y su palabra es infalible.

Los cristianos tiemblan, vacilan, dudan. He querido este libro [‘Le soir approche et déjà le jour baisse’]
para ellos. Para decirles:
¡No duden! ¡Mantengan firme la doctrina! ¡Mantengan la oración! He querido este
libro para reconfortar a los cristianos y a los sacerdotes fieles.
El misterio de Judas, el misterio de la traición, es un veneno sutil. El diablo busca hacernos dudar de
la Iglesia. Quiere que la veamos como una organización humana en crisis. Sin embargo, ella es más
que eso: ella es Cristo continuado. El diablo nos empuja a la división y al cisma.

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El diablo quiere hacernos creer que la Iglesia ha traicionado. Pero la Iglesia no traiciona. La
Iglesia, llena de pecadores, ¡ella misma es sin pecado! Habrá siempre bastante luz en ella para quienes
buscan a Dios. No seáis tentados por el odio, la división, la manipulación. No se trata de crear un
partido, de dirigirnos los unos contra los otros: «El Maestro nos ha puesto en guardia contra estos
peligros al punto de tranquilizar al pueblo, incluso respecto a los malos pastores: no era necesario que
a causa de ellos se abandonara la Iglesia, este púlpito de la verdad […] No nos perdamos entonces en
el mal de la división, por causa de aquellos que son malvados», decía ya San Agustín (carta 105).

La Iglesia sufre, ella es burlada y sus enemigos están al interior. No la abandonemos. Todos los
pastores son hombres pecadores, pero llevan en ellos el misterio de Cristo.

¿Qué hacer entonces? No se trata de organizar y poner en obra estrategias. ¿Cómo creer que
podríamos mejorar por nosotros mismos las cosas? Ello sería entrar todavía en la ilusión
mortífera de Judas.

Ante la avalancha de pecados en las filas de la Iglesia, estamos tentados a querer tomar las
cosas en nuestras manos.

Estamos tentados a querer purificar la Iglesia por nuestras propias fuerzas. Esto sería un error.

¿Qué haríamos nosotros? ¿Un partido? ¿Una corriente? Tal es la tentación la más grave: el oropel de la
división. Bajo pretexto de hacer el bien, nos dividimos. No reformamos la Iglesia por la división y el
odio. ¡Reformamos la Iglesia comenzando por cambiarnos a nosotros mismos! No dudemos,
cada uno en nuestro lugar, en denunciar el pecado comenzando por el nuestro.

Tiemblo ante la idea de que la túnica sin costuras de Cristo corra el riesgo de ser desgarrada de nuevo.
Jesús sufrió la agonía viendo por adelantado las divisiones de cristianos. ¡No le crucifiquemos de
nuevo! Su corazón nos suplica: ¡tiene sed de unidad! El diablo teme ser nombrado por su nombre. Él
ama envolverse en la niebla de la ambigüedad. Seamos claros. «Mal nombrar las cosas, es sumar a la
desgracia del mundo», decía Albert Camus.

En este libro no dudaré en tener un lenguaje firme. Con la ayuda del escritor Nicolas Diat, sin quien
pocas cosas habrían sido posibles y que ha estado desde que escribí ‘Dios o nada’ con una fidelidad sin
falla, quiero inspirarme en la palabra de Dios que es como una espada de dos filos. No tengamos
miedo de decir que la Iglesia tiene necesidad de una reforma profunda y que ésta última pasa
por nuestra conversión.

Perdonen si algunas de mis palabras os incomodan. No quiero adormecerlos con palabras


tranquilizantes y mentirosas. No busco ni el éxito ni la popularidad. ¡Este libro es el grito de mi
alma! Es un grito de amor por Dios y por mis hermanos. Os doy, a vosotros cristianos, la única
verdad que salva. La Iglesia se muere porque los pastores tienen miedo de hablar con toda
verdad y claridad. Tenemos miedo de los medios de comunicación, miedo de la opinión, ¡miedo
de nuestros propios hermanos! El buen pastor da la vida por sus ovejas.
Hoy, en estas páginas, os ofrezco lo que es el corazón de mi vida: la fe en Dios. Dentro de poco tiempo,
compareceré ante el Juez eterno. Si no os transmito la verdad que he recibido, ¿qué le diré
entonces? Nosotros obispos deberíamos temblar al pensar en nuestros silencios culpables, en
nuestros silencios de complicidad, en nuestros silencios de complacencia con el mundo.

A menudo me preguntan: ¿Qué debemos hacer? Cuando la división amenaza, es necesario reforzar la
unidad. Ésta no tiene nada que ver con una atención del cuerpo como existe en el mundo. La unidad de
la Iglesia tiene su fuente en el corazón de Jesucristo. Debemos mantenernos cerca de él. Ese corazón
que ha sido abierto por la lanza para que podamos refugiarnos en él, será nuestra casa. La unidad de la
Iglesia reposa sobre cuatro columnas. La oración, la doctrina católica, el amor a Pedro y la caridad
mutua deben convertirse en las prioridades de nuestra alma y de todas nuestras actividades.

Cardenal Robert Sarah

Mons. Schneider: Sobre la cuestión de un


Papa herético
Papa Francisco con Mons. Schneider en el Vaticano - 2019
El tema de cómo tratar con un Papa herético, en términos concretos, aún no se ha
tratado de una manera que se acerque a algo como un verdadero consentimiento
general en toda la tradición católica. Hasta ahora, ni un Papa ni un concilio ecuménico
han hecho pronunciamientos doctrinales relevantes ni han emitido normas canónicas
vinculantes con respecto a la eventualidad de cómo tratar con un Papa herético durante
su mandato.

No hay un caso histórico de un Papa que haya perdido el papado durante su mandato
debido a una herejía o supuesta herejía. El Papa Honorio I (625-638) fue póstumamente
excomulgado por tres Concilios Ecuménicos (el Tercer Concilio de Constantinopla en
681, el Segundo Concilio de Nicea en 787 y el Cuarto Concilio de Constantinopla en
870) con el argumento de que apoyaba la doctrina herética de aquellos que
promovieron el monoteletismo, ayudando así a difundir esta herejía. En la carta con la
que el Papa San León II (+ 682-683 ) confirmó los decretos del Tercer Concilio de
Constantinopla, declaró el anatema sobre el Papa Honorio (“anathematizamus
Honorium”), indicando que su predecesor “Honorio, que no iluminó esta Iglesia
apostólica con la doctrina de la tradición apostólica, sino que intentó subvertir la
inmaculada fe con una impía traición”. (Denzinger-Schönmetzer, n. 563)

El Liber Diurnus Romanorum Pontificum, una colección variada de formularios utilizados


en la cancillería papal hasta el siglo XI, contiene el texto para el juramento papal, según
el cual cada nuevo Papa, al asumir el cargo, tenía que jurar que “reconocia el sexto
concilio Ecuménico, que castigó con anatema eterno a los creadores de la herejía
(Monotelista), Sergio, Pirro, etc., junto con Honorio.” (PL 105, 40-44)
En algunos Breviarios hasta el XVI o los XVIII siglo, el Papa Honorio fue mencionado
como hereje en las lecciones de maitines del 28 de junio, fiesta de San León II: “En
synodo Constantinopolitano condemnati sunt Sergius, Cyrus, Honorius, Pirrus, Paulus et
Petrus, nec non et Macarius, cum discipulo suo Stephano, sed et Polychronius et Simon,
qui unam voluntatem et operationem en Domnino Jesu Christo dixerunt vel
praedicaverunt”. La persistencia de esta lectura del Breviario a través de muchos siglos
muestra que muchas generaciones de católicos no consideraron escandaloso que un
Papa en particular, y en un caso muy raro, haya sido declarado culpable de herejía o de
apoyar la herejía. En aquellos tiempos, los fieles y la jerarquía de la Iglesia podían
distinguir claramente entre la indestructibilidad de la fe católica garantizada
divinamente por el Magisterio de la Sede de Pedro y la infidelidad y la traición de un
Papa concreto en el ejercicio de su función docente.

Dom John Chapman explicó en su libro “The Condemnation of Pope Honorius”


(Londres 1907), que el mismo Tercer Concilio Ecuménico de Constantinopla que declaró
anatema al Papa Honorio hizo una clara distinción entre el error de un Papa en
particular y la inerrancia en la fe de la Sede apostólica como tal. En la carta en la que se
pedía al Papa Agatón (678–681) aprobar las decisiones conciliares, los Padres del Tercer
Concilio Ecuménico de Constantinopla afirmaron que Roma tiene una fe indefectible,
que es autoritativamente promulgada para toda la Iglesia por los obispos de la Sede
Apostólica, los sucesores de Pedro. Uno puede preguntarse: ¿Cómo fue posible que el
Tercer Concilio Ecuménico de Constantinopla afirmara esto y, al mismo tiempo
condenara a un Papa como hereje? La respuesta es suficientemente clara. El Papa
Honorio I era falible, estaba equivocado, era un hereje, precisamente porque no había
declarado con autoridad, como debería haber hecho, la tradición petrina de la Iglesia
romana. No había apelado a esa tradición, sino que simplemente había aprobado y
ampliado una doctrina errónea. Pero una vez desmentido por sus sucesores, las
palabras del Papa Honorio I fueron inocuas contra el hecho de la infalibilidad en la fe
de la Sede apostólica. Fueron reducidas a su verdadero valor, como la expresión de su
visión personal.

El Papa San Agatón no se dejó confundir y sacudir por el lamentable comportamiento


de su predecesor Honorio I, quien ayudó a difundir la herejía, sino que mantuvo su
visión sobrenatural de la inerrancia de la Sede de Pedro al enseñar la Fe, como escribió
a los Emperadores en Constantinopla: “Esta es la regla de la verdadera fe, que esta
madre espiritual de su muy pacifico imperio, la Iglesia Apostólica de Cristo (la Sede de
Roma), ha siempre sostenido y defendido con energía tanto en la prosperidad como en
la adversidad; lo cual, se probará, por la gracia de Dios Todopoderoso, nunca ha errado
el camino de la tradición apostólica, ni se ha depravado al ceder a las innovaciones
heréticas, sino que desde el principio ha recibido la fe cristiana de sus fundadores, los
príncipes de los apóstoles de Cristo, y permanece sin mancha hasta el final, de acuerdo
con la promesa divina del mismo Señor y Salvador, que pronunció en los santos
Evangelios al príncipe de sus discípulos diciendo: «¡Pedro, Pedro! Mira que Satanás ha
solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no
desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos». (Ep. ”Consideranti
mihi” ad Imperatores)

Dom Prosper Guéranger dio una breve y lúcida explicación teológica y espiritual de este
caso concreto de un Papa herético, diciendo: “¡Pero qué habilidad hubo en esta
campaña del diablo! Y en los abismos ¡qué aplausos el día en que [Papa Honorio] el
representante del que es la luz, se creyó que estaba complicado con los poderes de las
tinieblas para introducir la oscuridad y la confusión! Evita, oh León, que se repitan
situaciones tan dolorosas”. (El Año Litúrgico, Burgos 1955, vol. 4, p. 533)

También está el hecho de que durante dos mil años nunca hubo un caso de un Papa
que durante su mandato fuera declarado depuesto por el delito de herejía. El Papa
Honorio I fue declarado anatema solo después de su muerte. El último caso de un Papa
herético o semi-herético fue el caso del Papa Juan XXII (1316 – 1334) cuando enseñó su
teoría de que los santos disfrutarían de la visión beatífica solo después del Juicio Final
en la Segunda Venida de Cristo. El tratamiento de ese caso particular en esos tiempos
fue el siguiente: hubo advertencias públicas (Universidad de París, Rey Felipe VI de
Francia), una refutación de las teorías papales equivocadas a través de varias
publicaciones teológicas y una corrección fraterna en nombre del Cardenal Jacques
Fournier, quien finalmente se convirtió en su sucesor como el Papa Benedicto XII (1334
– 1342 ).

La Iglesia, en los muy raros casos concretos de un pontífice que comete graves errores
teológicos o herejías, definitivamente podría convivir con un Papa así. La práctica de la
Iglesia hasta ahora fue el de dejar el juicio final sobre un Papa herético reinante a sus
sucesores o a un futuro Concilio Ecuménico, como en el caso del Papa Honorio I. Lo
mismo probablemente habría ocurrido con el Papa Juan XXII, si no se hubiera
retractado de su error.

Los papas fueron depuestos varias veces por poderes seculares o por grupos
criminales. Esto ocurrió especialmente durante la llamada edad oscura (siglos X y XI),
cuando los emperadores alemanes depusieron a varios papas indignos, no por su
herejía, sino por su escandalosa vida inmoral y su abuso de poder. Sin embargo, nunca
fueron depuestos de acuerdo con un procedimiento canónico, ya que eso es imposible
debido a la estructura divina de la Iglesia. El Papa obtiene su autoridad directamente de
Dios y no de la Iglesia; por lo tanto, la Iglesia no puede deponerlo por ninguna razón.

Es un dogma de fe que el Papa no puede proclamar una herejía cuando enseña ex


cátedra. Esta es la garantía divina de que las puertas del infierno no prevalecerán contra
la cathedra veritatis, que es la Sede Apostólica del Apóstol San Pedro. Dom John
Chapman, un experto en investigar la historia de la condena del Papa Honorio I, escribe:
“La infalibilidad es, por así decirlo, el vértice de una pirámide. Cuanto más solemnes son
las declaraciones de la Sede apostólica, más podemos estar seguros de su
verdad. Cuando alcanzan el máximo de solemnidad, es decir, cuando son
estrictamente ex cátedra, se elimina totalmente la posibilidad de error. La autoridad de
un Papa, incluso en aquellas ocasiones en que no es realmente infalible, debe ser
implícitamente seguida y venerada. Que pueda estar en el lado equivocado es una
contingencia que la fe y la historia demuestran que es posible “(La condena del Papa
Honorio, Londres 1907, p. 109)

Si un Papa difunde errores doctrinales o herejías, la estructura divina de la Iglesia ya


proporciona un antídoto: la suplencia ministerial de los representantes del episcopado
y el invencible sensus fidei de los fieles. En este tema el factor numérico no es
decisivo. Es suficiente que incluso un par de obispos proclamen la integridad de la fe y
corrijan así los errores de un Papa herético. Es suficiente que los obispos instruyan y
protejan a su rebaño de los errores de un Papa herético y sus sacerdotes y los padres
de las familias católicas harán lo mismo. Además, dado que la Iglesia es también una
realidad sobrenatural y un misterio, un organismo sobrenatural único, el Cuerpo Místico
de Cristo, obispos, sacerdotes y fieles laicos, además de correcciones, apelaciones,
profesiones de fe y resistencia pública, necesariamente también tienen que hacer actos
de reparación a la Divina Majestad y actos de expiación por los actos heréticos de un
Papa. Según la Constitución Dogmática Lumen gentium. (cf. n. 12) del Concilio Vaticano
II, el cuerpo entero de los fieles no puede equivocarse cuando cree, cuando desde los
Obispos hasta los últimos fieles laicos presta su consentimiento universal en las cosas
de fe y costumbres. Incluso si un Papa está difundiendo errores teológicos y herejías, la
Fe de la Iglesia en su conjunto permanecerá intacta debido a la promesa de Cristo con
respecto a la asistencia especial y la presencia permanente del Espíritu Santo, el Espíritu
de la verdad, en Su Iglesia (ver Juan 14: 17; 1 Juan 2: 27).

Cuando con un inescrutable permiso de Dios, en un momento determinado de la


Historia y en un caso muy raro, un Papa propaga errores y herejías a través de su
Magisterio no infalible cotidiano u ordinario, la Divina Providencia despierta al mismo
tiempo el testimonio de algunos miembros del colegio episcopal, y también de los
fieles, para compensar las fallas temporales del magisterio papal. Hay que decir que tal
situación es muy rara, pero no imposible, como lo ha demostrado la historia de la
Iglesia. La Iglesia es de hecho un solo cuerpo orgánico, y cuando hay una falla y falta en
la cabeza del cuerpo (el Papa), el resto del cuerpo (los fieles) o partes eminentes del
cuerpo (los obispos) suplen los temporales errores papales. Uno de los ejemplos más
famosos y trágicos de tal situación ocurrió durante la crisis de arriana en el siglo IV,
cuando la pureza de la fe fue mantenida no tanto por la ecclesia docens (Papa y
episcopado) sino por la ecclesia docta (fieles), como lo ha declarado el beato John
Henry Newman.
La teoría u opinión de la pérdida del cargo papal por deposición o declaración de
la pérdida ipso facto implícitamente identifica al Papa con toda la Iglesia o manifiesta la
actitud malsana de un Papa-centrismo, o, en última instancia, de una papolatria. Por
último los representantes de tal opinión (especialmente algunos santos) fueron
aquellos que manifestaron un exagerado ultramontanismo o Papa-centrismo,
convirtiendo al Papa en una especie de semi-dios, que no puede cometer ningún error,
ni siquiera en el ámbito fuera del objeto de la infalibilidad papal. Por lo tanto, un Papa
que comete errores doctrinales, que teóricamente y lógicamente incluye también la
posibilidad de cometer el error doctrinal más grave, es decir, una herejía, es para los
seguidores de esa opinión (o sea la deposición de un Papa o la pérdida de su cargo por
herejía) insoportable o impensable, incluso si se trata de errores fuera del ámbito de la
infalibilidad papal.

La teoría u opinión teológica de que un Papa herético puede ser depuesto o perder el
cargo era ajena al primer milenio. Se originó solo en la Alta Edad Media, en una época
en que el Papa-centrismo llegó a un cierto ápice, cuando inconscientemente el Papa se
identificó con la Iglesia como tal. Esto presagiaba ya, en la raíz, la actitud mundana de
un príncipe absolutista según el lema: “L’État, c’est moi!” O en términos eclesiásticos:
“¡Yo soy la Iglesia!”

La opinión, que dice que un Papa herético ipso facto pierde su cargo, se convirtió en
una opinión común a partir de la Alta Edad Media hasta el siglo XX. Sigue siendo una
opinión teológica y no una enseñanza de la Iglesia y, por lo tanto, no puede reclamar la
calidad de una enseñanza constante y perenne de la Iglesia como tal, ya que ningún
Concilio Ecuménico y ningún Papa han apoyado explícitamente tal opinión. La Iglesia,
sin embargo, condenó a un Papa herético, pero solo póstumamente y no durante su
mandato. Incluso si algunos Santos Doctores de la Iglesia (como San Roberto
Bellarmino, San Francisco de Sales) sostuvieron tal opinión, no demuestra su certeza o
el hecho de un consenso doctrinal general. De hecho se sabe que algunos doctores de
la Iglesia se han equivocado; tal es el caso de Santo Tomás de Aquino con respecto a la
cuestión de la Inmaculada Concepción, el asunto de la materia del sacramento de las
Órdenes o el carácter sacramental de la ordenación episcopal.

Hubo un período en la Iglesia en el que hubo, por ejemplo, una opinión teológica
común objetivamente errónea que afirmaba que la entrega de los instrumentos era la
materia del sacramento del Orden, una opinión, sin embargo, que no podía invocar la
antigüedad y la universalidad, aunque tal opinión fue, por un tiempo limitado, apoyada
por un Papa (por el decreto de Eugenio IV) o por libros litúrgicos (aunque por un
período limitado). Sin embargo, esta opinión común fue corregida posteriormente por
Pío XII en 1947.

La teoría de deponer a un Papa herético o la pérdida de su cargo ipso facto por herejía,
es solo una opinión teológica que no cumple con las categorías teológicas necesarias
de antigüedad, universalidad y consenso (semper, ubique, ab omnibus). No ha habido
pronunciamientos del Magisterio ordinario universal o del Magisterio papal, que
apoyen las teorías de la deposición de un Papa herético o de la pérdida de su
cargo ipso facto por herejía. Según una tradición canónica medieval, que luego se
recopiló en el Corpus Iuris Canonici (la ley canónica válida en la Iglesia latina hasta
1918), un Papa podría ser juzgado en el caso de la herejía: “Papa a nemine est
iudicandus, nisi deprehendatur a fide devius”, es decir, “el Papa no puede ser juzgado
por nadie, a menos que se lo haya encontrado desviándose de la fe” (Decretum
Gratiani , Prima Pars, dist. 40, c. 6, 3. pars). El Código de Derecho Canónico de 1917, sin
embargo, eliminó la norma del Corpus Iuris Canonici, que hablaba de un Papa
herético. El Código de Derecho Canónico de 1983 tampoco contiene tal norma.

La Iglesia siempre ha enseñado que incluso una persona herética, que es excomulgada
automáticamente debido a una herejía formal, puede, sin embargo, administrar los
sacramentos de manera válida y que un sacerdote herético o excomulgado
formalmente puede, en un caso extremo, ejercer incluso un acto de jurisdicción
impartiéndole a un penitente absolución sacramental. Las normas de la elección papal,
que fueron válidas hasta que Pablo VI incluido, admitieron que incluso un cardenal
excomulgado podría participar en la elección papal y él mismo podría ser elegido Papa:
“Ningún cardenal elector podrá ser excluido de la elección, activa o pasiva, del Sumo
Pontífice, a causa o bajo pretexto de excomunión, suspensión, entredicho u otro
impedimento eclesiástico; estas censuras deberán ser consideradas en suspenso
solamente por lo que se refiere a tal elección.” (Pablo VI, constitución
apostólica Romano Pontifice eligendo, n. 35). Este principio teológico debe aplicarse
también al caso de un obispo herético o un Papa herético, que a pesar de sus herejías
puede realizar válidamente actos de jurisdicción eclesiástica y, por lo tanto, no
pierden su cargo ipso facto por herejía.

La teoría u opinión teológica que permite la deposición de un Papa herético o la


pérdida de su cargo ipso facto por herejía es en la práctica inviable. Si se aplicara en la
práctica, se crearía una situación similar a la del Gran Cisma, que la Iglesia ya
experimentó desastrosamente a fines del siglo XIV y principios del XV. De hecho,
siempre habrá una parte del colegio cardenalicio y una parte considerable del
episcopado del mundo y también de los fieles que no estarán de acuerdo en clasificar
un error papal (o errores) concreto como herejía (o herejías) y, en consecuencia,
seguirán considerando al Papa actual como el único Papa legítimo.

Un cisma formal, con dos o más pretendientes al trono papal, que sería una
consecuencia inevitable de una deposición incluso canónicamente promulgada de un
Papa, necesariamente causará más daño a la Iglesia en su conjunto que un período
relativamente corto y muy raro en que un Papa difunde errores doctrinales o
herejías. La situación de un Papa herético siempre será relativamente corta en
comparación con los dos mil años de la existencia de la Iglesia. Uno tiene que dejar este
caso raro y delicado a la intervención de la Divina Providencia.

El intento de deponer a un Papa herético a cualquier costo es un signo de un


comportamiento demasiado humano, que en última instancia refleja una falta de
voluntad para soportar la cruz temporal de un Papa herético. Tal vez también refleja la
emoción demasiado humana de la ira. En cualquier caso, ofrece una solución
demasiado humana, y como tal es algo similar a una actitud política. La Iglesia y el
Papado son realidades que no son puramente humanas, sino también divinas. La cruz
de un Papa herético, incluso cuando tiene una duración limitada, es la mayor cruz
imaginable para toda la Iglesia.

Otro error en la intención o en el intento de deponer a un Papa herético consiste en la


identificación indirecta o subconsciente de la Iglesia con el Papa o en hacer del Papa el
punto focal de la vida cotidiana de la Iglesia. Esto significa, en última instancia y de
manera subconsciente, rendirse al insalubre ultramontanismo, al Papa-centrismo y a la
papolatría, es decir, un culto a la personalidad papal. De hecho, hubo períodos en la
historia de la Iglesia cuando, durante un período de tiempo considerable, la Sede de
Pedro estuvo vacante. Por ejemplo, desde el 29 de noviembre de 1268 hasta el 1 de
septiembre de 1271, no hubo Papa y en ese tiempo tampoco hubo ningún
antipapa. Por lo tanto, los católicos no deben hacer del Papa y sus palabras y acciones
su punto focal diario.

Uno puede desheredar a los hijos de una familia. Sin embargo, uno no puede
desheredar al padre de una familia, por muy culpable o monstruoso que sea su
comportamiento. Esta es la ley de la jerarquía que Dios ha establecido incluso en la
creación. Lo mismo se aplica al Papa, quien durante su mandato es el padre espiritual
de toda la familia de Cristo en la tierra. En el caso de un padre criminal o monstruoso,
los niños deben apartarse de él o evitar el contacto con él. Sin embargo, no pueden
decir: “Elegiremos a un nuevo y buen padre de nuestra familia”. Sería contra el sentido
común y contra la naturaleza. El mismo principio debería ser aplicable, por lo tanto, a la
cuestión de deponer a un Papa herético. El Papa no puede ser depuesto por nadie, solo
Dios puede intervenir y lo hará en su tiempo, ya que Dios no falla en su providencia
(“Deus in sua dispositione non fallitur”). Durante el Concilio Vaticano I, el obispo Zinelli,
relator de la comisión conciliar sobre la fe, habló en estos términos sobre la posibilidad
de un Papa herético: “Si Dios permite un mal tan grande (es decir, un Papa herético), los
medios para remediar tal situación no faltarán” (Mansi 52, 1109).

La deposición de un Papa herético finalmente fomentará la herejía del conciliarismo, el


sedevacantismo y una actitud mental similar a la que caracteriza a una comunidad
puramente humana o política. También fomentará una mentalidad similar al
separatismo del mundo protestante o al autocefalismo de la comunidad de las iglesias
ortodoxas.
Además, se revela que la teoría o la opinión que permite la deposición y la pérdida del
cargo tiene en sus raíces más profundas, aunque de manera inconsciente, también una
especie de “donatismo” aplicado al ministerio papal. La teoría Donatista identificó a los
ministros sagrados (sacerdotes y obispos) casi con la santidad moral de Cristo mismo,
exigiendo por tanto, para la validez de su cargo, la ausencia de errores morales o mala
conducta en su vida pública. La teoría mencionada excluye, de manera similar, la
posibilidad de que un Papa cometa errores doctrinales, es decir, herejías, declarando
por ese mismo hecho que su cargo es inválido o vacante, como lo hicieron los
Donatistas, declarando inválido o vacante el cargo sacerdotal o episcopal debido a
errores en la vida moral.

Uno puede imaginar que en el futuro la autoridad suprema de la Iglesia (el Papa o un
Concilio Ecuménico) podría estipular las siguientes normas canónicas vinculantes o
similares para el caso de un Papa herético o un Papa manifiestamente heterodoxo:

 Un Papa no puede ser depuesto en ninguna forma y por cualquier razón, ni


siquiera por la herejía.
 Todo Papa recién elegido al entrar en su cargo está obligado en virtud de su
ministerio como el maestro supremo de la Iglesia a prestar el juramento de
proteger a todo el rebaño de Cristo de los peligros de las herejías y evitar en sus
palabras y hechos cualquier apariencia de herejía en el cumplimiento de su
deber de fortalecer en la fe a todos los pastores y fieles.
 Un Papa que está propagando errores teológicos obvios o herejías o ayudando
en la propagación de las herejías por sus acciones y omisiones debe ser
corregido obligatoriamente de forma fraterna y privada por el Decano del
Colegio de Cardenales.
 Después de fracasar las correcciones privadas, el Decano del Colegio de
Cardenales está obligado a hacer pública su corrección.
 Junto con la corrección pública, el Decano del Colegio de Cardenales debe hacer
un llamado a la oración por el Papa para que recupere la fuerza para confirmar
sin ambigüedades a toda la Iglesia en la Fe.
 Al mismo tiempo, el Decano del Colegio Cardenalicio debería publicar una
fórmula de Profesión de Fe, en la que se rechacen los errores teológicos que el
Papa enseña o tolera (sin nombrar necesariamente al Papa).
 Si el Decano del Colegio de Cardenales omite o no realiza la corrección, el
llamado a la oración y la publicación de una Profesión de Fe, cualquier cardenal,
obispo o un grupo de obispos debe hacerlo y, si es que los cardenales y los
obispos omiten o no lo hacen, cualquier miembro de los fieles católicos o
cualquier grupo de fieles católicos deben hacerlo.
 El Decano del Colegio de Cardenales o un cardenal, un obispo o un grupo de
obispos, un católico fiel o un grupo de fieles católicos que hicieron la
corrección, apelaron a la oración, y la publicación de la Profesión de Fe no
puede ser sujeto a sanciones canónicas o castigos o ser acusados de falta de
respeto hacia el Papa por este motivo.
En el caso extremadamente raro de un Papa herético, la situación espiritual de la Iglesia
se puede describir con las palabras que usó el Papa San Gregorio Magno (590-604),
llamando a la Iglesia en su época “un viejo barco destrozado; haciendo aguas por todos
lados, y las coyunturas, golpeadas por la conmoción diaria de la tormenta, se pudren y
anuncian el naufragio“ (Registrum I, 4, Ep. ad Ioannem episcopum
Constantinopolitanum).

Los episodios narrados en el Evangelio acerca de cómo Nuestro Señor calmó el mar
tormentoso y rescató a Pedro que se estaba hundiendo en el agua, nos enseñan que
incluso en la situación más dramática y humanamente desesperada de un Papa
herético, todos los Pastores de la Iglesia y los fieles deben creer y confiar en que Dios
intervendrá en su Providencia y Cristo calmará la tormenta y restaurará en los sucesores
de Pedro, sus vicarios en la tierra, la fuerza para confirmar a todos los pastores y fieles
en la fe católica y apostólica.

El Papa San Agatón (678 – 681), quien tuvo la difícil tarea de limitar el daño que el Papa
Honorio I causó a la integridad de la Fe, dejó vívidas palabras de un llamamiento
ardiente a cada sucesor de Pedro, quien debe estar siempre atento a su grave deber de
resguardar la pureza virginal del Depósito de Fe: “¡Ay de mí, si me olvido de predicar la
verdad de mi Señor, que ha predicado sinceramente! ¡Ay de mí, si cubro con silencio la
verdad que me ha sido ordenado dar a mi grey, es decir, enseñar al pueblo cristiano e
imbuirlo en ella! ¿Qué diré en el examen futuro hecho por Cristo mismo, si me sonrojo,
– ¡Dios no permita! – por predicar aquí la verdad de sus palabras? ¿Qué satisfacción
podré dar por mí mismo, qué por las almas comprometidas conmigo, cuando Él exija
un informe estricto del oficio que he recibido?” (Ep. “Consideranti mihi” ad Imperatores)

Cuando el primer Papa, San Pedro, estaba materialmente encadenado, toda la Iglesia
imploró su liberación: “Pedro estaba encarcelado pero la iglesia hacía sin cesar oración
a Dios por él.” (Hechos 12: 5). Cuando un Papa está propagando errores o incluso
herejías, está en cadenas espirituales o en una prisión espiritual. Por lo tanto, toda la
Iglesia debe orar sin cesar por su liberación de esta prisión espiritual. Toda la Iglesia
debe tener una perseverancia sobrenatural en tal oración y una confianza sobrenatural
en el hecho de que es Dios quien gobierna a Su Iglesia en última instancia y no el Papa.

Cuando el Papa Honorio I (625 – 638) adoptó una actitud ambigua hacia la
propagación de la nueva herejía del monotelismo, San Sofronio, patriarca de Jerusalén,
envió a un obispo de Palestina a Roma, diciéndole las siguientes palabras: “Vaya a la
Sede Apostólica, dónde están los cimientos de la santa doctrina, y no deje de orar hasta
que la Sede Apostólica condene la nueva herejía”.
Al lidiar con el trágico caso de un Papa herético, todos los miembros de la Iglesia,
comenzando con los obispos, hasta los simples fieles, tienen que usar todos los medios
legítimos, como las correcciones privadas y públicas del Papa errante, constantes y
ardientes oraciones y profesiones públicas de la verdad para que la Sede apostólica
pueda nuevamente profesar con claridad las verdades divinas, que el Señor confió a
Pedro y a todos sus sucesores. “Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de
Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna
nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y
exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la
fe.” (Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Pastor Aeternus, cap. 4)

Cada Papa y todos los miembros de la Iglesia deben recordar las palabras sabias y
atemporales, que el Concilio Ecuménico de Constanza (1414 – 1418) pronunció sobre el
Papa como la primera persona en la Iglesia que está obligada por la Fe y que debe
escrupulosamente velar por la integridad de la fe: “Dado que el Romano Pontífice
ejerce el poder tan grande entre los mortales, es justo que se le vincule a todos los
lazos indiscutibles de la fe y los ritos que deben ser observados con respecto a los
sacramentos de la Iglesia. Por lo tanto, decretamos y ordenamos, con el fin de que la
plenitud de la fe brille en un futuro Pontífice Romano con singular esplendor desde el
primer momento de ser Papa, de este momento en adelante el que será elegido
Romano Pontífice deberá hacer la siguiente confesión y profesión en pública.”
(Trigésima novena sesión del 9 de octubre de 1417, ratificado por el Papa Martín V).

En la misma sesión, el Concilio de Constanza decretó que todo Papa recién elegido
debía hacer un juramento de fe, proponiendo la siguiente fórmula, de la cual citamos
los pasajes más importantes:

“Yo, N., elegido Papa, con corazón y boca confieso y profeso al Dios todopoderoso, que
creeré firmemente y mantendré la fe católica según las tradiciones de los apóstoles, de
los concilios generales y de otros santos padres. Conservaré esta fe sin cambios hasta el
último punto y la confirmaré, defenderé y predicaré hasta el punto de la muerte y el
derramamiento de mi sangre, y seguiré y observaré en todo sentido el rito transmitido
de los sacramentos eclesiásticos de la Iglesia Católica.”

¡Qué oportuno es tal juramento papal y cuán urgente es ponerlo en práctica,


especialmente en nuestros días! El Papa no es un monarca absoluto, que puede hacer y
decir lo que le gusta, que puede cambiar la doctrina o la liturgia a su propia
discreción. Desafortunadamente, en los siglos pasados, contrariamente a la tradición
apostólica de los tiempos antiguos, el comportamiento de los papas como monarcas
absolutos o como semi-dioses se aceptó comúnmente en la medida en que dio forma a
los puntos de vista teológicos y espirituales de la mayoría prevaleciente de los obispos
y los fieles, y especialmente de la gente piadosa. El hecho de que el Papa debe ser el
primero en la Iglesia que debe evitar las novedades, obedeciendo de manera ejemplar
la tradición de la Fe y de la Liturgia, fue a veces borrada de la conciencia de los obispos
y fieles por una aceptación ciega y piadosa de un absolutismo papal.

El juramento papal del Liber Diurnus Romanorum Pontificum considera como la


obligación principal y la cualidad más distinguida de un nuevo Papa su fidelidad
inquebrantable a la tradición ya que fue transmitida a él por todos sus predecesores:
“Nihil de traditione, quod a probatissimis praedecessoribus meis servatum reperi,
diminuere vel mutare, aut aliquam novitatem admittere; sed ferventer, ut vere eorum
discipulus et sequipeda, totis viribus meis conatibusque tradita conservare ac venerari”
(“no cambiaré nada de la Tradición recibida, y nada de lo que encontré ante mí,
custodiado por mis venerables predecesores, no me interferiré, ni alteraré ni permitiré
cualquier innovación en la misma; con afecto radiante como su verdaderamente fiel
discípulo y Sucesor, salvaguardaré con reverencia el bien transmitido, con toda mi
fuerza y máximo esfuerzo”).

El mismo juramento papal nombró, en términos concretos, fidelidad a la lex credendi (la
Regla de la fe) y a la lex orandi (la Regla de la oración). Con respecto a la lex credendi (la
Regla de Fe), el texto del juramento dice:

“Verae fidei rectitudinem, quam Christo autore tradente, per successores tuos atque
discipulos, usque ad exiguitatem meam perlatam, in tua sancta Ecclesia reperi, totis
conatibus meis, usque ad animam et sanguinem custodire, temporumque difficultates,
cum tuo adjutorio, toleranter sufferre” (“Prometo mantener con todas mis fuerzas,
hasta el punto de la muerte y el derramamiento de mi sangre, la integridad de la
verdadera fe, cuyo autor es Cristo y que a través de sus sucesores y discípulos fue
entregado a mi, humilde servidor, y que encontré en su Iglesia. Prometo también
soportar con paciencia las dificultades de la época”).

Con respecto a la lex orandi, el juramento papal dice:

“Disciplinam et ritum Ecclesiae, sicut inveni, et a sanctis praecessoribus meis traditum


reperi, illibatum custodire.” (“Prometo mantener la disciplina y la liturgia de la Iglesia tal
como las he encontrado y como fueron transmitidas por mis predecesores”).

En los últimos cien años, hubo algunos ejemplos espectaculares de un absolutismo


litúrgico papal. Cuando consideramos los cambios radicales en la lex orandi, hubo
cambios drásticos realizados por los Papas Pío X, Pío XII y Pablo VI y, en relación con
la lex credendi, por el Papa Francisco.

Pío X se convirtió en el primer Papa en la historia de la Iglesia Latina que realizó una
reforma tan radical del orden de la salmodia (cursus psalmorum) que dio como
resultado la construcción de un nuevo tipo de Oficio Divino con respecto a la
distribución de los Salmos. El siguiente caso fue el Papa Pío XII, quien aprobó para el
uso litúrgico una versión latina radicalmente cambiada de los milenarios y melodiosos
textos del Salterio de la Vulgata. La nueva traducción al latín, el llamado “Salmo Piano”,
era un texto artificialmente fabricado por académicos y, en su artificialidad, difícilmente
se podía pronunciar. Esta nueva traducción latina, acertadamente criticada con el
adagio “accessit latinitas, recessit pietas”, fue de facto rechazado por toda la Iglesia bajo
el pontificado del Papa Juan XXIII. El Papa Pío XII también cambió la liturgia de la
Semana Santa, un tesoro litúrgico de la Iglesia de milenios de antigüedad, al
introducir rituales inventados parcialmente ex novo. Los verdaderos cambios litúrgicos
sin precedentes, sin embargo, fueron ejecutados por el Papa Pablo VI con la reforma
revolucionaria del rito de la Misa y de del rito de todos los otros sacramentos, una
reforma litúrgica de tal radicalidad ningún Papa antes osaba efectuar.

Un cambio teológicamente revolucionario fue hecho por el Papa Francisco en cuanto el


aprobó la práctica de algunas iglesias locales de admitir a la Sagrada Comunión en
casos excepcionales y particulares a los adúlteros sexualmente activos (que cohabitan
en las llamadas “uniones irregulares”). Incluso si estas normas locales no representan
una norma general en la Iglesia, significan, sin embargo, una negación en la práctica de
la verdad de la indisolubilidad absoluta del matrimonio sacramental rato y consumado.
Otra modificación radical en cuestiones doctrinales consiste en el cambio de la doctrina
bíblica y de la doctrina tradicional bimilenaria en relación con el principio de la
legitimidad de la pena de muerte. El siguiente cambio doctrinal representa la
aprobación del Papa Francisco de la frase en el documento interreligioso de Abu Dhabi
del 4 de febrero de 2019, que establece que, la diversidad de los sexos, de las naciones
y de las religiones corresponden a la sabia voluntad de Dios. Esta formulación como tal
necesita una corrección papal oficial; de lo contrario, constituiría una evidente,
contradicción del Primer Mandamiento del Decálogo y de la enseñanza inequívoca y
explícita de Nuestro Señor Jesucristo, contradiciendo por lo tanto la Revelación Divina.

En este contexto es impresionante y pensativo el episodio narrado en la vida del Papa


Pío IX, quien, a petición de un grupo de obispos para hacer un ligero cambio en el
Canon de la Misa (introduciendo el nombre de San José), respondió: “No puedo
hacerlo. ¡Solo soy el Papa!

La siguiente oración de Dom Prosper Guéranger, en la que se elogia al Papa San León II
por su ardua defensa de la integridad de la Fe después de la crisis causada por el Papa
Honorio I, debería ser rezada por cada Papa y todos los fieles, especialmente en nuestro
tiempo:

“San León, Mantén al pastor por encima de la región de las nieblas traidoras que suben
de la tierra; conserva en el rebaño esta oración de la Iglesia que debe hacerse
continuamente a Dios por él: (Hc. 13, 5) y Pedro, aunque haya sido enterrado en el
fondo de las cárceles más oscuras, no cesará de contemplar el brillo claro del Sol de
justicia; y todo el cuerpo de la Santa Iglesia estará en la luz. Porque dice Cristo: el ojo
ilumina el cuerpo; si el ojo es sencillo, todo el cuerpo resplandecerá (Mt. 6, 22).
Aleccionados por ti sobre el valor del beneficio que el Señor confirió al mundo al
apoyarle en la enseñanza infalible de los sucesores de Pedro, estaremos mejor
preparados para celebrar mañana la solemnidad que se anuncia. Ahora ya conocemos
la consistencia de la roca que sostiene a la Iglesia; sabemos que las puertas del infierno
no prevalecerán contra ella (Mt. 16, 18). Porque jamás el esfuerzo de estos poderes del
abismo llegó tan allá como en la triste crisis [del Papa Honorio] a la cual tú pusiste fin;
ahora bien, su éxito, por doloroso que fuese, no estaba en contra de las promesas
divinas: la asistencia infalible del Espíritu de verdad no se prometió al silencio [el apoyo
de la herejía del Papa Honorio] de Pedro, sino a su enseñanza.” (El Año Litúrgico, Burgos
1955, vol. 4, p. 533-534)

El caso extremadamente raro de un Papa herético o semi-herético debe ser soportado y


sufrido en última instancia a la luz de la fe en el carácter divino y en la indestructibilidad
de la Iglesia y del Oficio Petrino. El Papa San León Magno formuló esta verdad, diciendo
que la dignidad de San Pedro no está disminuida en sus sucesores, por indignos que
puedan ser: “Cuius dignitas etiam in indigno haerede non deficit” (Serm. 3, 4).

Podría haber una situación verdaderamente extravagante de un Papa que practica el


abuso sexual de menores o subordinados en el Vaticano. ¿Qué debería hacer la Iglesia
en tal situación? ¿Debería la Iglesia tolerar a un Papa depredador sexual de menores o
subordinados? ¿Por cuánto tiempo debe la Iglesia tolerar a un Papa así? ¿Debería
perder el papado ipso facto debido al abuso sexual de menores o subordinados? En tal
situación, se podría originar una nueva teoría u opinión canónica o teológica de
permitir la deposición de un Papa y la pérdida de su cargo debido a delitos morales
monstruosos (por ejemplo, abuso sexual de menores y subordinados). Tal opinión sería
una contraparte de la opinión que permite la deposición de un Papa y la pérdida de su
cargo por herejía. Sin embargo, tal nueva teoría u opinión (deposición de un Papa y la
pérdida de su cargo por delitos sexuales) seguramente no correspondería a la mente y
práctica perennes de la Iglesia.

La tolerancia de un Papa herético como una cruz no significa pasividad o aprobación de


sus malas acciones. Uno debe hacer todo lo posible para remediar la situación de un
Papa herético. Llevar la cruz de un Papa herético no significa bajo ninguna circunstancia
consentir sus herejías o ser pasivo. Así como las personas tienen que soportar, por
ejemplo, un régimen inicuo o ateo como una cruz (cuántos católicos vivían bajo un
régimen semejante en la Unión Soviética y soportaban esta situación como una cruz
con espíritu de expiación), o como padres tienen que soportar como una cruz a un hijo
adulto, que se convirtió en un incrédulo o inmoral, o como miembros de una familia
tienen que soportar como una cruz, por ejemplo, un padre alcohólico. Los padres no
pueden “destituir” a su hijo errante de ser miembro de su familia, así como los hijos no
pueden destituir a su padre errante de ser miembro de la familia, o de su título como
“padre”.
Es más seguro y conforme a una visión más sobrenatural de la Iglesia no deponer a un
Papa herético. Procediendo de este modo, con sus contramedidas prácticas y concretas,
en ningún caso significa pasividad o colaboración con los errores Papales, sino un
compromiso muy activo y una verdadera compasión con la Iglesia, que, en el tiempo de
un Papa herético o semi-herético, experimenta sus horas de Gólgota. Cuanto más un
Papa difunda ambigüedades doctrinales, errores o incluso herejías, más luminosamente
brillará la Fe Católica pura de los más pequeños en la Iglesia: La Fe de los niños
inocentes, de las hermanas religiosas, la Fe, especialmente de las gemas ocultas de la
Iglesia, las monjas de clausura, la fe de fieles laicos heroicos y virtuosos de todas las
condiciones sociales, la fe de sacerdotes y obispos individuales. Esta llama pura de la fe
católica, a menudo alimentada por sacrificios y actos de expiación, arderá más que la
cobardía, la infidelidad, la rigidez espiritual y la ceguera de un Papa herético.

La Iglesia tiene un carácter tan divino que puede existir y vivir por un período limitado
de tiempo, a pesar de un Papa herético reinante, precisamente por la verdad de que el
Papa no es sinónimo o idéntico a la Iglesia. La Iglesia tiene un carácter tan divino que
incluso un Papa herético no puede destruirla, aunque dañe gravemente la vida de la
Iglesia, pero su acción tiene una duración limitada. La Fe de toda la Iglesia es mayor y
más fuerte que los errores de un Papa herético y esta Fe no puede ser derrotada, ni
siquiera por un Papa herético. La constancia de toda la Iglesia es mayor y más duradera
que el desastre relativamente breve de un Papa herético. La roca verdadera sobre la
que reside la indestructibilidad de la fe y la santidad de la Iglesia es Cristo mismo,
siendo el Papa solo su instrumento, como cada obispo y sacerdote es solamente un
instrumento de Cristo Sumo Sacerdote.

La salud doctrinal y moral de la Iglesia no depende exclusivamente del Papa, ya que por
ley divina la salud doctrinal y moral de la Iglesia está garantizada en situaciones
extraordinarias de un Papa herético por la fidelidad de la enseñanza de los obispos y,
en última instancia, también por la fidelidad de la totalidad de los fieles laicos, como el
Beato John Henry Newman y la Historia lo demuestran suficientemente. La salud moral
y doctrinal de la Iglesia no depende en tal medida de los errores doctrinales
relativamente cortos de un solo Papa que deje vacante a la Sede Papal. Como la Iglesia
puede soportar un tiempo sin Papa, como ya ocurrió en la Historia por un período de
incluso varios años, la Iglesia es tan fuerte por la constitución divina que también puede
suportar a un Papa herético de corta duración.

El acto de deposición de un Papa por herejía o declarar vacante su cátedra por pérdida
del papado ipso facto por herejía, sería una novedad revolucionaria en la vida de la
Iglesia, y tiene que ver con un tema muy importante de la constitución y la vida de la
Iglesia. Uno tiene que seguir en un asunto tan delicado, incluso si es de naturaleza
práctica y no estrictamente doctrinal, el modo más seguro (via tutior) del sentido
perenne de la Iglesia. A pesar del hecho de que tres concilios ecuménicos sucesivos (el
Tercer Concilio de Constantinopla en 681, el Segundo Concilio de Nicea en 787 y el
Cuarto Concilio de Constantinopla en 870) y el Papa San León II en 682 excomulgaron
al Papa Honorio I por herejía, ellos no declararon ni siquiera implícitamente que
Honorio haya perdido el papado ipso facto por herejía. De hecho, el pontificado del
Papa Honorio I fue considerado válido incluso después de haber apoyado la herejía en
sus cartas al Patriarca Sergio en 634, ya que reinó después de eso otros cuatro años
hasta el 638.

El siguiente principio, formulado por el Papa San Esteban I (+ 257), aunque en un


contexto diferente, debe ser una guía para tratar el tema altamente delicado y raro de
un Papa herético: “Nihil innovetur, nisi quod traditum est”, es decir”: “Que no haya
innovación más allá de lo que se ha transmitido”.

20 de marzo de 2019

+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la archidiócesis de Santa María en Astana

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