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Entre 1830 y 1842, Comte pasó una etapa de separación y ruptura frente a las
ideas de Saint-Simon. Para ello, trabajó en su obra titulada “Curso de filosofía
positiva”. Era un tratado en el que él elaboró su propia filosofía particular, a la que
presentó como una filosofía de las ciencias. Por una parte, Comte clasificó las
ciencias según un orden creciente de complejidad y, por otra, formuló la ley de la
historia del espíritu humano, también conocida como la “ley de los tres estados”.
Esos tres estados eran: el teológico, el metafísico y el positivo. Para el filósofo,
todos eran sucesivos y constituían tres etapas distintas del desarrollo del espíritu
humano.
Comte afirmaba que sólo el espíritu positivo representaba una auténtica mutación
del espíritu, tanto en el objeto de la investigación como en el método. Por tanto, el
positivismo consistía en aplicar los métodos utilizados en las matemáticas y en las
ciencias experimentales a los fenómenos sociales y políticos. De esta forma, se
podrían extraer las leyes que regían la estructura y el desarrollo de las
sociedades.
Las teorías que postuló Auguste Comte crearon así una física social, qué él
bautizó como “sociología” y que se clasificó entre las ciencias experimentales. La
exigencia del filósofo era la de realizar una reforma de la humanidad que tuviese
un orden más conforme con las aspiraciones humanas. Estas ideas las formuló
sobre todo en “El sistema de la política positivista” en 1854 y en “El catecismo
positivista” en 1852. Esta última, en la que expuso el evangelio de la nueva religión
positivista de la humanidad, ofrece matices desconcertantes en muchos aspectos
y en su lenguaje.