Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El Mestizaje en Mc3a9xico PDF
El Mestizaje en Mc3a9xico PDF
1. Introducción
¿Quiénes son los mexicanos?, ¿de dónde provienen?, ¿hacia dónde van (o de-
bieran ir)? La primera interrogante pregunta por la identidad de los mexica-
nos, la segunda por su origen y la tercera por cuál de los factibles futuros que
se les abren debieran de optar. Desde luego, no es posible contestar la prime-
ra pregunta sin contestar la segunda, como es imposible contestar la tercera
sin contestar las dos anteriores. El objetivo del presente trabajo es ofrecer una
respuesta a la pregunta por el origen.
2. El origen
La comprensión del origen del mexicano se ha visto obnubilada por leyenda,
mito y distorsión, y esto ha creado serios problemas de identidad. El británico
anglicanismo fomentó siempre la Leyenda Negra en un intento por demostrar
la supuesta inferioridad de los católicos españoles —a los que pintaban como
haraganes, rapaces y libidinosos— supongo que como base de la legitimidad
de los ataques de sus corsarios y piratas a los buques y puertos españoles. Esta
leyenda ha sido fomentada también por los liberales mexicanos, por lo demás
bastante identificados con la ideología estadounidense de principios del siglo
XIX , ya que veían al vecino del norte como una especie de modelo a seguir,
frente al supuesto atraso y oscurantismo que representaba la herencia hispá-
nica. Como señala Meyer (1994: 25-31), la derrota sufrida por el incipiente
Estado Mexicano en la guerra contra la Unión Americana (que le costó la
“pérdida” de un territorio que realmente nunca había alcanzado a poblar)
1
2 GARCÍA DE LA SIENRA
del hombre y su tendencia a negar toda tradición para recomenzar “desde ce-
ro”. El indigenismo que caracterizó a la demagogia de los regímenes de la Re-
volución Mexicana, en cambio, arroja dudas sobre su carácter supuestamente
liberal. Más bien, estos regímenes adoptaron la mitología de la Malinche co-
mo uno de los pilares de su ideología, fomentando en los mexicanos una baja
autoestima y una tendencia a la autodenigración.
¿Cómo resolver este conflicto sin recurrir a la negación de nuestro pasado,
sin desconocer los valiosos y ricos orígenes virreinales, pero también la pizca
de verdad que se encierra en el liberalismo? ¿Cuál es la clave para superar
ese problema? La respuesta está en el conocimiento de la verdad histórica: la
verdad nos hará libres.
Para comenzar, el símbolo de Cortés y la Malinche, si bien es conveniente
para transmitir la idea del mestizaje en un mural, no es más que una pobre
metáfora que —como toda metáfora que se estira en demasía— termina falsi-
ficando la realidad. De hecho, la relación de Cortés con Doña Marina no es
representativa de la forma en que se realizó el mestizaje en el Virreinato. Ade-
más se olvidan las circunstancias individuales que rodearon la relación entre
esos dos personajes. La entrega de Malintzin a Cortés en Tabasco se encuadra-
ba en una costumbre muy arraigada entre los pueblos indígenas, que era la de
entregar mujeres como presentes a dignatarios de otras tribus o grupos polí-
ticos. Si tomamos en cuenta el hecho de que Cortés se encontraba muy lejos
de su esposa, rodeado de peligros en una tierra extraña y hostil, en medio de
una guerra, y con el apoyo de una joven inteligente y bella como Malintzin, se
entiende —aunque moralmente no se pueda justificar— el engarce amoroso
que tuvo lugar entreambos. Se ha criticado que Cortés nunca quiso honrar a
Malintzin casándose con ella, pero la realidad es que no hubiera podido ha-
cerlo incluso si lo hubiera querido: ya estaba casado en España y al llegar su
esposa a Coatzacoalcos tuvo que renunciar a Malintzin casándola con uno de
sus capitanes. La esposa murió la misma noche que llegó a Coyoacán, pero ya
Malintzin se hallaba casada en ese momento. La sugerencia de que Cortés des-
preció a Malintzin porque no se casó en segunda nupcias con mujer indígena,
sino con otra española, es una mera suposición probablemente basada en la
autodenigración que sufren quienes dicen esas cosas. Desde luego, el español
nunca vio a la mujer indígena como inferior a la española en términos de atri-
butos femeninos o en general humanos, pero hay que tener en cuenta que las
diferencias culturales y sociales podían ser definitivas. Naturalmente, después
de la Conquista un caballero español prefería casarse con española antes que
4 GARCÍA DE LA SIENRA
con indígena pero la única razón de ello era la posición social: si había indíge-
na noble disponible, ese obstáculo se obviaba y por ello prácticamente todas
las princesas aztecas y tlaxcaltecas terminaron casadas con algún conquistador.
Los hijos de estas uniones son lo que se conoce como la élite de los llamados
“criollos”. Por ejemplo,
Gonzalo Cano Moctezuma, hijo de Juan Cano e Isabel Moctezuma, se es-
tableció como uno de los líderes de la nobleza criolla. Martín Cortés, el
ilegítimo hijo mestizo de Cortés y Doña Marina, y medio hermano del otro
Martín Cortés, el hijo legítimo y heredero de Cortés, fue también un noble
prominente. Doña Leonor de Alvarado Xicoténcatl, la hija mestiza legiti-
mizada de Pedro de Alvarado y una hermana del cacique tlaxcalteca Xi-
coténcatl, se elevó tan alto como para llegarse a casar con un primo del
Duque de Albuquerque, uno de los más grandes nobles de Castilla. ( Israel
1975: 62)
ñores de la tierra era una forma de garantizar una descendencia —si bien fuera
ilegítima— capaz de pelear un lugar en el nuevo orden. Podemos ver en esta
actitud una estrategia evolutiva racional —o instintiva— que dio lugar a niños
mestizos que fueron sin embargo criados como indígenas en los pueblos de
indios.1 Seguramente también había un deseo, un poco de gratificación ante
el desastre social que imperaba. Tampoco esto me parece ningún agravio si se
entienden las condiciones históricas en que tuvo lugar.
Pero además el grueso del mestizaje no tuvo lugar de ninguna de las formas
anteriormente señaladas. A pesar de la infame institución de la Encomienda
(que la Corona procuró abolir y abolió a la primera oportunidad), la Nue-
va España alcanzó un cierto equilibrio hacia 1540. Las órdenes mendicantes
(franciscanos y dominicos) había logrado crear algo parecido a una “repúbli-
ca de indios” procurando efectivamente la segregación racial pero sobre todo
cultural respecto del europeo. Según Mendieta, el Rey Felipe II tenía el deber
de procurar que hubiera tan poco contacto como fuera posible entre indíge-
nas y no indígenas, pues la oportunidad de
crear una comunidad cristiana modelo bajo protección real se hallaba to-
davía allí, afirmaba, al ser los indios una “suave cera” que sería rápidamente
moldeada para construir una utopía perfectamente ordenada. “Su tempe-
ramento es tan bueno para este propósito, decía, “que yo, un pobre bueno
para nada . . . podía gobernar, con poca ayuda de otros, una provincia
de cincuenta mil indios organizados y ordenados con un cristianismo tan
excelente, que parecería como si toda la provincia fuera un monasterio”.2
Pero si se le permitiera a los colonialistas y sus negros infiltrar las comuni-
dades indias, advertía, entonces los infelices indígenas pronto serían com-
pletamente corrompidos y depravados y todo se perdería. ( Israel 1975: 15)
Hacia 1545, Nueva España había encontrado cierto orden: los pueblos in-
dígenas se hallaban consolidados bajo el cuidado de comprometidos frailes,
las grandes ciudades españolas como Puebla habían sido fundadas, los vagos
europeos sometidos, reprimidos y obligados a vivir casados en ciudades espa-
ñolas, y la economía empezando a mejorar. Fue precisamente entonces que
se desató una plaga, el primer gran cocoliztli, que causó uno de los más gran-
des desastres demográficos en la historia de la humanidad. De veinte millones
de habitantes que había en 1545, sólo quedaban seis millones en 1548. Por
si fuera poco, en 1576 se desató el segundo gran cocoliztli, quedando sólo
1 Una pregunta interesante es la de si estos niños tuvieron más defensas ante las grandes epidemias
dos millones de indígenas hacia 1578. Lo que esto significa es que la pobla-
ción indígena de la Nueva España prácticamente desapareció. Esto provocó
una severa depresión en los pueblos de indios y desmoralizó a los frailes que
trabajaban en la construcción de la utopía indiana.
Otro golpe al proyecto de las órdenes mendicantes fue la institución del
repartimiento, un sistema de uso del trabajo indígena basado en el control de
los caciques. A pesar de la intervención caciquil, el repartimiento sienta las
bases para el trabajo indígena asalariado, lo cual eventualmente hace que el
indígena abandone las pueblos indios para irse a trabajar a las ciudades espa-
ñolas. Muchos indígenas se aculturaron de esta manera, hablando el castella-
no y usando ropa de tipo europeo. Muchos mestizos establecieron ranchos y
contrataron mano de obra indígena dando lugar a la figura del peón. De esta
manera, el proyecto de apartheid de las órdenes mendicantes se vio frustrado
y empezó a darse una gran interacción entre todas las razas representadas en
la Nueva España, convirtiendo al Virreinato en un gran crisol listo para re-
cibir las grandes oleadas de jóvenes españoles que iban inmigrar a la Nueva
España en los siglos posteriores. Por cierto que la emigración de España a
Hispanoamérica estuvo regulada por severas leyes que prohibían enviar, por
ejemplo, delincuentes o incluso mendigos. Como señala Carreño (2005), la
Corona siempre procuró que viajaran a Nueva España artesanos y trabajado-
res y nunca la consideró como una colonia penal o lugar para desechar a sus
indeseables. Los barbajanes que lograron llegar fueron reducidos a una forma
de vida decente o —cuando los sujetos eran irreductibles— regresados encade-
nados a España. Es por ello que los cientos de miles de jóvenes españoles que
llegaron a México en los siglos XVII y XVIII eran ciertamente pobres pero ja-
más canalla desechada por su país de origen, sino artesanos y trabajadores que
pusieron los cimientos de lo que iba ser la economía mexicana. Estos jóvenes
se casaron con mexicanas —indígenas y mestizas— y constituyeron así el gran
grueso del mestizaje. Este gran proceso histórico demográfico no tiene nada
que ver con violencia o agravio, sino que constituye el único experimento exi-
toso, en la historia de la humanidad, de fusión de un pueblo europeo con uno
no europeo. Éste es nuestro verdadero origen, del cual nadie tiene por qué
avergonzarse. Ha llegado el momento de poner punto final a la denigración
de nuestras abuelas y madres, a la negación de nuestros antepasados. El ma-
chismo y la violencia contra las mujeres, de la cual las Muertas de Juárez son
la más evidente muestra, tiene su origen en el mito de la Violada, de la Chin-
gada, de la mujer despreciada y desvalorada al infinito. Destruyamos ese mito,
8 GARCÍA DE LA SIENRA
Referencias
Carreño Palma, L. ( 2005) . “Emigración y colonización española en América”.
http://histogeo.ulagos.cl/apuntes_emigracion_y_colonizacion.doc.
García de la Sienra, A. ( 2003) . “Neoliberalismo, globalización y filosofía social”. En
Diánoia 51, pp. 61-82.
3 Para una presentación y defensa de estas tesis. véase García de la Sienra (2003).
10 GARCÍA DE LA SIENRA
Israel, J. I. ( 1975) . Race, Class and Politics in Colonial Mexico 1610-1670. Oxford: Oxford
University Press.
Marks, R. L. ( 1994) . Cortés. Buenos Aires: Javier Vergara Editor.
Meyer, J. ( 1994) . La Cristiada 2. El conflicto entre la iglesia y el estado 1926-1929. México:
Siglo XXI.
Paz, O. ( 1981) . El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica.