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Delta Roulette Machine

Génesis de una beatífica y decorosa catástrofe

Por Rafael Cippolini

Uno
El 25 de febrero de 2001, el suplemento Radar de Página 12 publicó lo siguiente:

Cuando el saber ocupa lugar


http://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Radar/01-02/01-02-25/vale.htm

Los escritores Jorge Di Paola, Héctor Libertella y Carlos Elliff, el polígrafo Rafael Cippolini y el
pintor Alfredo Prior acaban de constituir el denominado Grupo Delta, cuyo único objetivo es
realizar un viaje al Casino del Tigre para ganar el dinero que les permita, a cada uno de ellos,
comprar la colección completa de la Enciclopedia Espasa Calpe, que cuenta con más de
ochenta voluminosos volúmenes. “A esta edad”, confiesa Prior, “es lo que se merece un
hombre que se precie de tal”. Cippolini, por su parte, agrega: “No se trata de usar ese dinero
para la vida cotidiana”. Para no tentarse con el súbito circulante que esperan ganar, los
miembros del Grupo Delta han pedido la presencia de un promotor de la editorial a las puertas
mismas del casino, de manera que la transacción se haga de inmediato y regresen en el Tren de
la Costa con los más de cuatrocientos volúmenes adquiridos. “Suponemos que, siendo cinco
clientes, el descuento puede ser sustancial”, calcula Libertella. El problema del flete de
semejante masa libresca está en manos de Elliff y Di Paola. “Negociaremos con el Ferrocarril. La
idea es alquilar un vagón de encomiendas y pagarlo de nuestro bolsillo, con el sobrante de
caja.” Para los interesados en ver cuán efectiva es la martingala del Grupo Delta, el
acontecimiento se producirá el sábado 10 de marzo, entre las 14 y las 22 horas, salvo que lo
logren antes. Juegue usted también y gane (conviértase en mecenas de este proyecto cultural
o, en su defecto, tírele unos pesos a los muchachos para que puedan volver a sus casas, si la
quimera no les funciona).

Lo que sigue, es un intento de reconstrucción de cómo sucedió aquello.

Dos

Desde hacía cinco años, esto es, desde el verano de 1996, yo vivía en ese límite entre
los barrios de San Cristóbal, Constitución y Monserrat, en un departamento de dos
ambientes con balcón. Para 2001, ya llevábamos seis años escribiendo a cuatro manos
con Héctor Libertella un conjunto de tres libros que (espero que pronto) saldrán
publicados bajo el título general de La Oposición ilustrada. Habíamos comenzado con
ese proyecto en el estudio de Héctor, en la calle Gurruchaga, y desde su separación, en
1998, seguimos en mi casa de entonces, en la calle Solís y en su primer domicilio de
separado. Fue hacia fines de diciembre del 2000, antes de navidad, que Jorge Di Paola,
Dipi, pasó unos días en mi departamento, y esta historia comienza a tomar cuerpo.
Durante todo el año había estado yendo y viniendo desde Tandil, donde vivía,
regresando siempre Buenos Aires, su segunda ciudad, y participando en la que quizás
haya sido la última etapa de la revista El Porteño. Creo que habitualmente paraba en la
casa de Gabriel Levinas, pero por alguna razón que no recuerdo o no quiero recordar,
esta vez me había pedido asilo.

Dipi me ayudaba entonces con la edición de la revista ramona, en cuyo staff yo figuraba
a cargo de una supuesta “Consejería editorial”, cuando en verdad de lo que se trataba
era de una ocupación de editor clandestino (en broma, solía autodefinirme como
Ghost Editor, porque todavía faltaba, no mucho pero faltaba, para que fuera
oficialmente el editor de la publicación). Parte de esa tarea estuvo siempre asistida por
mi amigo Alfredo Prior, con quien solíamos escribir largas notas por teléfono. Una
frase, otra frase, que iba transcribiendo en una libreta que seguramente conservo, y
finalmente firmábamos con seudónimos o con nuestros nombres, según la ocasión. En
ese “ida y vuelta”, esos días, Dipi aportó lo suyo. Además de ramona, también co-
editaba, junto a los poetas na-Khar-Elliff-cé y Carlos Riccardo, la revista creada y
dirigida por el también poeta Reynaldo Jiménez, tsé=tsé. Este fue el escenario en el que
comenzó a suceder lo que sucedió.

Recuerdo estar en el balcón, con Dipi, y que llegara Libertella. Ahora que lo pienso,
creo que, en tantos años de amistad con ambos, fueron unas muy pocas veces las que
estuvimos los tres juntos. Dipi y Héctor se conocían desde principios de los años ’70, en
los que se habían visitado varias veces junto a sus mujeres de entonces. Fue en ese
balcón, en ese momento, cuando me enteré que habían compartido varias cenas,
décadas atrás.

En una librería de viejo de la Avenida de Mayo, que hace tiempo cambió de dueño y
estilo, había comprado poco antes tres o cuatro “tomos sueltos” de la enciclopedia
Espasa Calpe. Sabía que Héctor era fan, como yo, de esos libros enormes, que fueron
decorados de nuestras respectivas infancias. Esa tarde de revelaciones, también supe
que Dipi les tenía un gran afecto. Estuvimos haciendo bromas con esos tomos,
abriéndolos y leyendo al azar. Fue entonces cuando Héctor propuso que jugáramos a la
ruleta para ganar lo suficiente y hacernos, cada uno, de una colección completa de
varias decenas de volúmenes. Dipi me confesó más tarde que se había dado cuenta
que Libertella iba en serio con el plan, pero a mí no me había quedado claro. Pensé que
se trataba solamente de otra ocurrencia, entre decenas. Dos o tres días después, con
Dipi de regreso en Tandil, Héctor me llamó para comentarme lo que venía planeando.
Si mal no me acuerdo, esa llamada fue el día anterior a nochebuena, o sea, el 23 de
diciembre del 2000. En sus cálculos ya incluía a na-Khar y a Prior. Ni más ni menos,
Libertella fue el creador del Grupo Delta, al que también bautizó. Escribió un breve
boceto –hoy, según creo, perdido- en forma narrativa: cada uno tenía una función,
aunque ninguno estaba demasiado informado al respecto. Elliff-cé me llamaba para
entender un poco mejor de qué iba su papel. Prior y Di Paola ni siquiera se animaban a
preguntar. Lorenzo García Vega sí, y hasta publicó algunas líneas sobre el flamante
Grupo Delta en el Nuevo Herald, en su Patria Albina.

Tres
Por esos días, además de trabajar en el Museo de Dinero, en la calle Sarmiento al 300
–clasificando papel moneda histórico, en un sexto subsuelo-, yo era lector de aquella
Editorial Sudamericana, en Humberto Primo al 600. Luis Chitarroni, para quien
husmeaba originales semana tras semana, se mostraba interesado en el “Proyecto
Delta” (sic), y lo cierto es que de proyecto tenía bien poco. Conociéndolo, sé que
deseaba ser invitado, pero no era a mí a quien me correspondía sumarlo. Por otra
parte, dudo que hubiera sido parte de la expedición, como pasamos a llamarla. En
realidad, me pedía que le contara más detalles, y la verdad es que no tenía
demasiados. Daniel Link, que firmaba en esa época en el suplemento Radar con su
seudónimo, “Marita Chambers”, también me pedía más información. Del modo que
sea, el mito que había sutilmente instalado Libertella, tenía sus seguidores.

En esa improbabilidad total permaneció hasta que, una tarde a fines de enero, Héctor
se apareció por el barrio –que Andi Nachon y Fabio Kacero, vecinos ocasionales, habían
bautizado “Villa Ballesta”, y adonde pronto se mudarían también Marita Chambers y su
futuro esposo Sebastián Freire- y lo que hasta entonces había sido pura nebulosa
comenzó a tomar otra forma. Libertella no sólo había fijado fecha, sino que traía
también otro breve escrito, que tenía bastante de gacetilla y que fue la base de lo que
se publicó apenas después.

Libertella tenía experiencia en el juego de casino. De hecho, había inventado algo


parecido a un método de apuestas. O más de uno. Su afición venía de lejos. Estaba
interesado, monetaria y filosóficamente. Recuerdo haber pasado dos tardes enteras
rastreando, junto a Adolfo de Obieta, en el archivo de su padre Macedonio, hasta
encontrar los manuscritos del autor de la “última novela mala” en los que ponía en
evidencia sus dotes para el juego. No sé si esto es muy conocido, pero Macedonio era
un devoto de la ruleta. Héctor tuvo pegadas esas fotocopias en una de las paredes de
su monoambiente frente al Parque Las Heras, en el que también escribimos juntos
muchas veces. De hecho, alguna vez me dijo que escribiría un ensayo sobre el tema, y
cumplió a medias. Para esto reflotó un título que le venía dando vueltas hace rato: “La
santidad del jugador de juegos de azar”, aunque lo utilizó finalmente para otra cosa. Le
contesté entonces con otro texto no muy extenso, “Pascal en las Vegas”, por suerte
extraviado, pero que figura en varias publicaciones como un libro édito aunque la
realidad es que nunca pasó de un triste original.

Como sea, esa tarde a fines de enero, ya teníamos fecha y cierta dirección que lucía
como un plan. Llamamos a Dipi, a Tandil –en esos días tenía un celular prestado, quizá
por su discípulo, el Chango Gutiérrez- y nos dijo que si se sentía mejor vendría con
nosotros al Casino Trilenium, en el Tigre. También na-Khar confirmó su asistencia,
aunque finalmente no pudo venir, no recuerdo la causa. Prior dijo que “adhería”, y eso
fue todo. Transcribí lo escrito y se lo mandé a Marita Chambers. No me contestó. El 25
de febrero salió publicado en la reiteración de tapa de Radar, con su breve y
contundente agregado. En esas líneas aparezco como “polígrafo”: una broma interna.
Libertella decía que, del grupete, yo era el único que podía escribir en cualquier
registro. No me acuerdo bien a qué venía eso.

Dipi llegó a Buenos Aires el jueves 8 de marzo y juntos esperamos el momento de


partir. Estas fueron sus palabras: “no tenemos que defraudar a los lectores”.

Cuatro
Lo que sigue es más bien decepcionante. O puede serlo. Fuimos puntualísimos,
recuerdo que festejamos haber arribado a las exactas 13:55 hs. Estuvimos poco más de
cinco horas en las salas de apuestas. No jugamos mucho –ninguno tenía muchas
divisas- y si bien ganamos –Dipi fue el único que ganó, nada parecido a una hazaña-,
con lo recaudado terminamos dando una vuelta en lancha de más o menos una hora,
mientras anochecía, y después cenamos en una parrillita cercana a la estación de tren.

El corolario fue –no podía ser de otro modo- de Libertella. Cuando pedíamos unos
cortados y nos aprontábamos al regreso, sentenció: “Azar es raza al revés”. Tampoco
me acuerdo a qué venía eso.

Y fue todo.

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