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EL NEOLIBERALISMO- ATILIO A.

BORON
LA PARADOJA CRISIS DEL NEOLIBERALISMO
El fracaso del neoliberalismo. En efecto, luego de una prolongada hegemonía las ideas y
las políticas neoliberales se encuentran hoy a la defensiva, jaqueadas tanto por fuerzas
internas crecientemente movilizadas como por una expansiva coalición de actores
globales que pasaron de la tenaz resistencia a su proyecto a desplegar una ofensiva que
se siente, si bien con desigual intensidad, en los cuatro rincones del planeta.
Grandes movimientos sociales han florecido en la última década del siglo pasado a partir
de las pioneras revueltas de los zapatistas en 1994, la aparición de los piqueteros
argentinos, las grandes huelgas ciudadanas y de trabajadores en Francia y Corea del Sur
poco después y, hacia finales de siglo, la maduración y consolidación internacional de
estas protestas en Seattle y en Porto Alegre. Consecuentemente, nuevas fuerzas políticas
han pasado a controlar los gobiernos (en países como Venezuela y Brasil, por ejemplo),
o se aprestan a hacerlo, como en Uruguay; y distintos gobiernos se plantean la necesidad
de abandonar las políticas que, en el pasado, causaran los estragos por todos conocidos.
Es preciso aclarar que en la generalidad de los casos los cambios más importantes se
produjeron en el terreno más blando del discurso y la retórica y no en el más duro y áspero
de las políticas económicas. Pero, aún con estas limitaciones, ese cambio es muy
significativo y sería erróneo subestimar sus alcances.
Algunas de las transformaciones más importantes ocurridas en los países
latinoamericanos, todas las cuales incidieron fuertemente en la aparición de nuevas
formas de protesta social y organización política antagónicas al proyecto neoliberal. Es
indudable que su declinante curso a partir de mediados de los noventa revirtió la
arrolladora influencia que había adquirido desde la década de los setenta de la mano de
las dos más sangrientas dictaduras que se recuerden en Chile y la Argentina. Si es
incorrecto sostener que hoy el neoliberalismo se encuentra ya en retirada, no lo es menos
afirmar que su ascendiente sobre la sociedad, la cultura, la política y la economía
latinoamericanas se ha mantenido incólume con el transcurso de los años. En este sentido,
el espectacular derrumbe del experimento neoliberal en la Argentina, el “país modelo”
por largos años del FMI y el BM, ha cumplido un papel pedagógico de extraordinarias
proporciones. Otro ejemplo la aplicación de las políticas del Consenso de Washington en
México: después de veintiún años ininterrumpidos de hegemonía absoluta de dicha
orientación el ingreso per cápita de los mexicanos aumentó en todo ese período tan sólo
el 0,3%, y esto gracias a que en ese mismo lapso (1982-2003) abandonaron el país algo
más de diez millones de personas. A pesar de sus promesas, el neoliberalismo – reforzado
por el ingreso al Tratado de Libre Comercio en 1994– no generó crecimiento económico
al paso que empeoraba radicalmente la distribución del ingreso, ahondando la injusticia
social prevaleciente en México. Si a esto le sumamos las graves dudas que plantean la
extrema vulnerabilidad externa del crecimiento económico de Chile y su crónica ineptitud
para revertir la escandalosa regresividad de la distribución del ingreso llegamos a la
conclusión de que los tres países modelo otrora ensalzados por la literatura convencional
se encuentran en serios problemas. Las crisis enseñan, y vastos contingentes de nuestras
sociedades han aprendido gracias a ellas, qué es lo que se puede esperar de las políticas
neoliberales.
Las políticas económicas del neoliberalismo siguen su curso y a veces hasta lo
profundizan, como lamentablemente lo demuestra el Brasil de Lula, pero a diferencia de
lo ocurrido en los ochenta y comienzos de los noventa, ya no cuentan con el apoyo –
manipulado, es cierto, pero apoyo al fin– que antaño le garantizaba una sociedad civil que
pugnaba por dejar atrás el horror de las dictaduras y aceptaba, casi siempre a
regañadientes, la receta que impulsaban los amos imperiales y sus representantes locales.
La amenaza del desborde hiperinflacionario y el chantaje de los organismos financieros
internacionales –agitando el espantapájaros del “riesgo país”, la fuga de capitales, la
especulación contra las monedas locales, etc.– cumplieron un notable papel en el
“disciplinamiento” de pueblos y gobiernos díscolos y en la resignada aceptación de la
amarga medicina neoliberal.
Si bien no se pueden extraer conclusiones lineales de la experiencia histórica podría
plantearse una hipótesis – desalentadoramente pesimista, por cierto– que pronosticara que
la indudable bancarrota de las condiciones económicas, sociales y políticas que hicieron
posible el auge del neoliberalismo no necesaria ni inmediatamente irán a producir su
desaparición de la escena pública. Los componentes ideológicos y políticos amalgamados
en su proyecto económico pueden garantizarle una inesperada sobrevida, aún en medio
de condiciones sumamente desfavorables. Parafraseando a Gramsci podría decirse que la
lenta agonía del neoliberalismo es una de esas situaciones en las cuales lo viejo no termina
de morir y lo nuevo no acaba de nacer, y como lo recordaba el gran teórico italiano, en
tales coyunturas suelen aparecer toda clase de fenómenos aberrantes. Ejemplos de tales
aberraciones sobran entre nosotros: el clamoroso incumplimiento del contrato electoral
perpetrado por gobiernos que llegan al poder para romper de inmediato con sus promesas
de campaña; la descarada traición a los principios por parte de ciertos partidos y
organizaciones de “izquierda”; la dilatada supervivencia de personajes nefastos como
Pinochet, Menem, Fujimori, el ahora difunto Banzer; o la escandalosa situación social de
Argentina, Brasil y Uruguay son algunos de los ejemplos más notables al respecto.
DEL DESARROLISMO AL NEOLIBERALISMO

No es posible afirmar que todos los regímenes militares que se impusieron en la época en
América Latina abrazaran el mismo dogma económico. Entre los años sesenta y setenta,
se inicio la transición del modelo dirigido prevaleciente luego de la crisis de 1929 hacia
un modelo liberal, es decir, abierto al mercado mundial, que comenzaba a dirigirse hacia
lo que luego se llamaría “globalización”. No obstante, no todos tenían un objetivo común,
antes político que económico. A excepción de algunos de tendencia populista que se
impusieron en los Andes o en Centroamérica, el resto de los regímenes apunto a
desmantelar la política económica de los populismos y las bases sociales que los habían
nutrido, y a la inversa, a imponer un gobierno destinado a desarrollar la economía, es
decir, mas eficiente y competitivo, orientado a favorecer la acumulación de capital interno
y la atracción de los capitales externos necesarios para el despegue económico. A tal fin,
los regímenes desarrollistas y autoritarios de los años sesenta o los liberales de la década
siguiente confiaron, por un lado en la eliminación de la política y, por otro, en los
tecnócratas, a quienes consignaron el manejo de la economía.
Las bases sociales y el modelo económico del nuevo autoritarismo fueron explícitos en
los regímenes de los sesenta y tuvieron invidentes rasgos clasistas. En general, se trato de
regímenes en los cuales el estado mantuvo un rol clave, de manera directa, o indirecta,
asegurando las condiciones políticas y jurídicas que los militares en el poder y sus aliados
consideraban imprescindibles para el desarrollo, esto, para promover su premisa de la
acumulación de capital, un desarrollo que concebían anudado a la industria. Para ellos,
era preciso una industria integrada, no sujeta a la importación de bienes de capital y
tecnología, sino en condiciones de asegurar el ciclo productivo de los bienes vitales para
le mercado interno en su totalidad. Para profundizar el grado de industrialización y
favorecer la transferencia tecnológica de los países más avanzados, confiaron en el capital
privado nacional, pero sobre todo en el externo, que se enfocar sobre todo por atraer gran
cantidad e inducir a inversiones productivas.
Este modelo no se distanciaba en si de desarrollista más que por la radicalidad y los
métodos autoritarios que en general adoptó. En su base era explicita la convicción de que
en estos países periféricos no existían las premisas sociales y culturales para la
democracia política, la cual tendían a desembocar en el populismo, y a las que se
endilgaba la responsabilidad por la frustración del desarrollo. La solución, rescindía en la
suspensión de la democracia hasta tanto el desarrollo hubiera generado condición es
sociales que la hicieran sostenible, lo que comporto la clausura de los Parlamentos y los
partidos, la censura a la prensa, la represión de la oposición y el control de los sindicaros.
Todos estos factores, además de neutralizar a los movimientos populistas, crearían la
calma a social y la seguridad jurídica requeridas por los capitales externos para arriesgar
a inversiones productivas ingentes y de larga duración, que de hecho se triplicaron en la
segunda mitad de los años sesenta.
De allí surgieron las bases sociales de los nuevos autoritarismos, las cuales comprendían,
grosso modo, a los sectores medio excluidos por los populismos, a los sectores burgueses
y propietarios, y también a vastos estratos de los sectores sociales intermedios y de un
nuevo grupo intelectual de formación tecnocrática, que siempre estuvo en la primera línea
junto a los militares, proclamando la causa de la modernización autoritaria. Esto comporto
una transferencia masiva de recursos de la coalición populista a la nueva coalición social
en el poder, que se proponía conducir el desarrollo económico una vez liberado de
obstáculos políticos. En este sentido, de un país a otro los resultados fueron diversos. En
proporción a las expectativas, los únicos que tuvieron éxito fueron los dos países con el
mayor mercado interno y en los que esta política fueron sostenidas largo tiempo y con
mayor coherencia: Brasil y México.
Todo era peor en Argentina y Chile, donde el pasaje a una fase más madura de la
industrialización encontraba límites estructurales poderosos y donde resistencia de las
coaliciones populistas fue más amplia. De hecho en esos países los regímenes militares
se propusieron desanudar el modelo económico basado en la industria y el mercado
interno, y llevar a cabo una radical liberalización económica. Esto se realizo dándole
nuevo aliento a la teoría de las ventajas comparativas, es decir, sacrificando la industria
que había crecido al amparo del proteccionismo y concentrándose en la producción de
bienes requeridos por el mercado mundial que se podían producir en condiciones
ventajosas, o bien proponednos desmantelar la coalición de intereses conformada con el
tiempo alrededor del nacionalismo económico. Sin embargo, los resultados en Argentina
y en Chile fueron distintos. Mientras que en el primer caso el intento de introducir manu
militari el modelo liberal fracaso, aunque no evito los enormes costos sociales, y la lucha
intestina en las fuerzas armadas distorsiono o limito su efecto.

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