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“Peter Camenzind”, la primera

novela de Hermann Hesse


Carlos Javier González Serrano / 25 noviembre, 2018

Puede decirse que Hermann Hesse es un


autor leído y abundantemente comentado
(aunque no siempre sea así en lengua
española). Sin embargo, son numerosas las
obras del autor alemán que perviven ocultas o
a la sombra de otras que, a través del boca a
boca, han quedado definitivamente afincadas
en la mayor parte de los anaqueles de los
aficionados a la lectura.

Entre estas últimas se incluyen El lobo


estepario, Siddharta o Demian; en el
primer grupo de libros invisibles, por su
parte, podemos referirnos a Bajo la rueda,
Hermann Lauscher, Una hora después de
media noche, Narciso y Goldmundo o Peter Camenzind. Ésta fue la
primera novela larga de Hesse (1904), y en ella pondremos nuestra atención
en esta ocasión.

Las novelas de Hesse giran regularmente alrededor de una multiplicidad de


temas que son tratados a través de la biografía de los personajes que las
pueblan. Los paisajes en los que éstos viven suelen ser reconocibles y
plásticamente descritos (de un modo que nos recuerda, en nuestra literatura,
a Pío Baroja, tan lejos de la indeterminación local propia de los escritos
narrativos de Unamuno), pero ello no impide que la fuerza e idiosincrasia de
las novelas de Hesse recaigan sobre los movimientos anímicos de los
propios personajes.
Hesse recoge el poso literario alemán característico de las novelas de
formación (Bildungsroman), y transfigura el modo en que éstas transcurrían:
de un cierto fatalismo del destino, frente al que los protagonistas de
turno han de agachar la cerviz y acoger de buen grado lo que los
acontecimientos les depara (tradición que impregnaría incluso algunas obras
del teatro español de mediados del siglo XX, como en el caso de Historia de
una escalera de Buero Vallejo), se transita hacia un tipo de personaje que, a
pesar de saberse inmerso en aquella rueda del destino, desea intervenir en
ella mediante mecanismos recurrentes en la obra de Hesse: el arte, la
abnegación, la espiritualidad, la pureza de ciertos sentimientos y
la conciencia de que somos seres poseedores de una conciencia
fragmentada.

Aparentemente sencilla, Peter Camenzind cuenta la historia de un joven


de difícil infancia, en la que ha de enfrentarse a la temprana muerte de su
bondadosa madre y a los maltratos físicos y verbales de un padre del que, ya
en su vejez, tendrá que ocuparse. Frente a tan turbulentas circunstancias,
Peter logra refugiarse en la contemplación y disfrute de la fuerza de la
Naturaleza, que siempre le acoge y asombra, hasta el punto de querer
mimetizarse y ser uno con ella:

¡Oh las nubes hermosas y eternamente cambiantes! Yo era un niño


ignorante y las amaba ya, sintiendo acaso la atracción de nuestra
semejanza. También yo sería una nube más, atravesando, rauda, el cielo
de la vida. Yo sería también un eterno caminante, forastero en cualquier
parte y suspendido siempre entre el tiempo y la eternidad. Quizá por eso
han sido las nubes unas buenas amigas, unas verdaderas hermanas mías.
No podía salir a la calle sin cambiar con ellas un saludo, sin que me
hicieran señas con sus algodones hinchados por el viento y yo
correspondiera con una sonrisa a su amabilidad. Y nunca he olvidado sus
formas, sus suaves tonalidades, sus juegos, sus danzas, sus bailes y
descansos. Su realidad, celeste y terrena al mismo tiempo. Y sus cuentos
llenos de fantasía (Peter Camenzind, I).
Fruto de este nexo tan vívido entre Peter y el paisaje que le rodea, surge muy
pronto una interesante relación entre nuestro protagonista y los escritos de
Francisco de Asís, a los que acude como medicina reconfortante y como
motor para perfeccionar su actitud frente a la existencia. En paralelo,
descubre el poder de la literatura a través de la lectura de Goethe y
Shakespeare:

… me di cuenta de lo divino y lo grotesco de todo el humano ser: el


problema de nuestro corazón y nuestra mente, la honda esencia de la
historia del mundo y el portentoso milagro del espíritu capaz de alumbrar
nuestros cortos días y de elevar nuestra existencia por la fuerza del
conocimiento hasta las alturas de la propia eternidad.

Como apuntábamos más arriba, ya hemos encontrado los dos ingredientes


básicos de las novelas de Hesse en Peter Camenzind: una historia vital
impregnada de la sombra inquebrantable de un destino que nunca se
detiene, y los instrumentos que el joven Peter empleará a lo largo de sus
aventuras para hacer frente a los problemas y contrariedades propios de la
vida. Uno de los diversos amores frustrados de Peter, Elisabeth, confiesa al
protagonista: “No es usted poeta y escritor porque escribe novelas cortas y
ensayos en los periódicos, sino porque comprende bien a la Naturaleza y ama
sus encantos”, encantos que, por otra parte, encierran un hondo abismo y
nos reclaman permanentemente como sus posibles intérpretes.

Todo cuanto existe ha sido creado para que nuestra alma, mediante el arte,
pueda encontrar un lenguaje y una expresión que dé testimonio del mudo
anhelo de lo divino que late en el corazón de cada cosa. Sin embargo, en el
análisis de la realidad surgen las inevitables dudas:

¿Qué había sido mi vida entera, y para qué habían pasado sobre mí tanta
alegría y tanto dolor? ¿Por qué había sentido aquella sed de verdad y
belleza y seguía estando aún sediento? ¿Por qué había amado quedamente
a unas mujeres, sintiendo todo el dolor de mi amor inalcanzable…, yo, que
en aquellos instantes volvía a abatir la cabeza, con lágrimas y vergüenza de
otro triste amor? Y ¿por qué había prendido Dios aquella inextinguible
melancolía de amor en mi corazón, prescribiéndome luego la existencia de
un solitario, sin nada que amar ni nada que sentir? (Peter Camenzind, V).

Los amores propios de la adolescencia y la juventud dan entonces


paso al descubrimiento de algo que Peter venía sospechando desde tiempo
atrás: nuestra felicidad no tiene mucho que ver con la satisfacción
de los deseos externos, sino más bien con la adecuación de nuestro
corazón a los avatares de una existencia, la humana, que se desarrolla bajo la
segura conciencia de la muerte y la decrepitud: “Me daba cuenta de que no
existían fronteras serias y fuertes y que en el círculo de los pequeños, de los
oprimidos y de los pobres, la existencia no es tan sólo más varia, sino también
muchas veces más cálida, verdadera y ejemplar que la de los favorecidos y
rutilantes”.

No desgranaremos los sucesos a los que Peter


ha de enfrentarse a lo largo de la historia que
Hesse relata. Sí os invitamos sinceramente,
sin embargo, a leer el libro –por raro que
parezca– a través de una cita que podréis
encontrar en Demian. Y es que no hay mejor
explicación para las novelas de Hesse que el
estudio complementario de cada de una de
ellas:

Por todas partes se busca la “libertad” y la


“felicidad” en algún lugar tras de nosotros,
de puro miedo a que se nos recuerde la propia responsabilidad, nuestro
propio camino.

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