Está en la página 1de 4

256

Reseñas

Eduardo Posada, La nación soñada. Violencia, liberalismo y democracia


en Colombia, Bogotá, ed. Norma, 2006, 383 páginas.

En las dos últimas décadas del siglo pasado un número considerable de historiadores se dio a la
tarea de desmontar los “mitos” nacionales construidos por la historia tradicional colombiana. En
los años 80`s fue el movimiento de la Nueva Historia la abanderada de este proceso. Las obras de
Jaime Jaramillo Uribe, Germán Colmenares, Antonio Restrepo, Jorge Orlando Melo, José
Antonio Ocampo, Jesús Antonio Bejarano y otros alimentaron la tradición revisionista puesta en
boga años posteriores. Los postulados entre otros de Juan Manuel Restrepo e Indalecio Liévano
Aguirre serían objeto de este nuevo impulso que tras la aplicación de nuevas técnicas y
metodologías de investigación al trabajo historiográfico posibilitarían la construcción de un
discurso alterno y renovador al dominante. Esta nueva tendencia implicó sin duda una mayor
difusión de la obra histórica en Colombia.

En los años noventas y en consonancia con el movimiento de los 80`s las obras de Gustavo Bell
Lemus, Margarita Garrido, Alfonso Múnera y otros profesionales del Clío con un interés
particular en los procesos regionales han enriquecido el campo historiográfico en el país.

Eduardo Posada Carbó hace parte de este grupo que desde perspectivas distintas intentan
reivindicar el cúmulo de valores invisibilizado por una u otra tendencia histórica. Este abogado
barranquillero, magister en estudios latinoamericanos y doctor en Historia Moderna de la
Universidad de Oxford, preocupado primordialmente por el campo de la historia política y
económica en sus primeros trabajos ha hecho énfasis en la región Caribe y su participación en la
vida nacional. Hoy más preocupado por esta última nos entrega la obra que a continuación
reseñamos.

La nación soñada constituye el punto de partida de un estudio autobiográfico sobre la cultura


política nacional. Es quizás, a diferencia de las de carácter revisionista sobre la historia
tradicional, un análisis critico de la historiografía contemporánea; de aquella historiografía que ha
indicado en palabras de Posada que la violencia en Colombia es el factor principal que define
nuestra nacionalidad. Dos son los objetivos que el autor se plantea a lo largo de su texto: el
primero, “controvertir el arraigado estereótipo que identifica nuestra nación solo con la guerra y
la violencia” y, el segundo, “reivindicar las tradiciones liberales y democráticas del país, para
sugerir los valores que han indicado con marcada insistencia histórica, el curso de la nación
soñada.”

Se trata en últimas de repensar la historia de la violencia en Colombia y trascender el estereótipo


dominante que nos asocia a una cultura predominante de violencia para de esta manera, revalorar
la tradición civilista y democrática de la mayoría de los colombianos. Así, desde una perspectiva
comparada y de larga duración plantea como hipótesis central que la nacionalidad colombiana
no debe asociarse única y exclusivamente con la violencia, sino, que tras de esta existe toda una

El Taller de la Historia, vol. III, Nº 3, 2011, pág. 253-280. Issn: 1657-3633


Programa de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Cartagena de Indias, Colombia
257
Reseñas

tradición democrática y liberal que soporta los valores de nuestra nacionalidad. Una tradición
fraguada desde el momento mismo de la independencia y que se manifiesta en la limitación del
poder y en la tradición electoral en nuestro país.

La obra de Posada es un ejercicio que cuestiona la forma en que se ha construido una opinión
pública sobre nuestra nacionalidad. Retomando los postulados de Norberto Bobbio y Joseph
Schumpeter sobre el liberalismo como ideología y democracia de una manera minimalista “como
el arreglo institucional para llegar a decisiones políticas en el que los individuos adquieren el
poder decisorio a través de la lucha competitiva por el voto del pueblo” respectivamente,
estructura la obra en seis capítulos.

En el primer capítulo (“Retratos de un país asesino”) describe las maneras como se ha


representado a Colombia como un país criminal desde el arte, la literatura, las columnas de
prensa, los comentarios de políticos, de los jerarcas de la iglesia y líderes de opinión. Retoma en
esta parte de su texto lo que Miriam Jimeno denominó el “discurso letrado sobre la nacionalidad”
para precisar que en nuestro presente, por ejemplo, que en la muestra de arte de Londres, la
novela histórica de Gabriel García Márquez y comentarios de líderes de opinión el tema de
predilección es el de la violencia, la representación de Colombia como un país “atroz y maligno”.

Retoma de esta manera los postulados de muchos académicos que de manera reciente y
progresiva han concentrado sus reflexiones sobre el tema de la violencia. En el segundo capítulo
(“Exorcismo a la violencia”) se propone examinar “la validez de las teorías que explican la
violencia como resultado de una sucesión de guerras inconclusas, a la intolerancia como la causa
de la violencia” y finalmente, cuestiona “la existencia de una cultura de violencia generalizada
entre los colombianos”. En concreto, en esta parte del escrito replantea tres estereotipos, a saber,
“que la nación política se define en un pasado continuo de guerras, que estas guerras se originaron
y se siguen originando en la intolerancia de los colombianos, y que la violencia hoy es la
conducta generalizada de la sociedad”.

De esta manera instalándose desde los inicios de la vida independiente de Colombia arguye como
las guerras civiles del siglo XIX, no eran particularidades en nuestro país sino, por el contrario,
hechos vividos en el contexto de América Latina e incluso de Europa; que estas eran motivadas
por cuestiones regionales y coyunturales y que a diferencia de lo pensado por algunos
investigadores en Colombia las guerras civiles no han sido continuas hecho que le permite
afirmar que en nuestro país han sido mayores los tiempos de relativa paz que los de guerra.

El segundo estereotipo que revalúa es la intolerancia como la razón del problema de la violencia
en Colombia. Para Posada al contrario de lo argumentado por otros investigadores la intolerancia
no necesariamente conlleva a ser violentos. Es una condición que al faltarle evidencia empírica
pierde relevancia. El último estereotipo del que se ocupa es precisamente la supuesta generalidad
del comportamiento violento de la nación ya que para el autor es necesario diferenciar los
promotores de la violencia y de las victimas del proceso. Para Posada no todos los colombianos

El Taller de la Historia, vol. III, Nº 3, 2011, pág. 253-280. Issn: 1657-3633


Programa de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Cartagena de Indias, Colombia
258
Reseñas

somos violentos ya que no todos somos responsables de los actos de homicidio que subyugan a la
nación.

En contra de estos tres estereotipos en el capítulo tercero (“Ni cesares, ni caudillos”) revisa
algunos de los aspectos de la tradición democrática y liberal que ha caracterizado la historia
nacional. En la limitación del poder el autor encuentra del primer valor de esta tradición. Muestra
como desde la fundación de la Gran Colombia y más específicamente desde la obra del general
Francisco de Paula Santander el ejecutivo ha estado limitado constitucionalmente por la división
de las funciones desde lo judicial, lo ejecutivo y lo legislativo. Rescata la tradición regionalista
que ha moldeado la historia de nuestro país, la facultad de la sociedad civil por defender sus
intereses frente al Estado, la fuerza que la opinión constituye como una alternativa y sobre todo la
regularidad electoral para presentar sus ideas.

En el capítulo cuarto (“El poder del voto”) se detiene en el segundo valor que a su parecer permite
indicar la tradición democrática de la nación. En este reexamina la larga trayectoria de la práctica
liberal y sostiene que la esencia de esta tradición la encontramos en la “regularidad electoral, en
la temprana incursión de los sectores populares, en la adopción temprana del sufragio universal
masculino, en los relativamente altos niveles de participación en las elecciones y en su naturaleza
competitiva.” A diferencia de lo ocurrido en países como México, Argentina, Venezuela entre
otros donde predominar los regímenes dictatoriales en Colombia tal como lo muestra Posada la
práctica electoral permitió la consolidación de una tradición democrática.

En el q uinto capítulo vuelve al interrogante del porqué seguir asociando a la violencia como el
factor determinante de nuestra nacionalidad. Es allí, donde se ocupa del papel de los intelectuales
de nuestra nacionalidad y/o académicos en la defensa de la institucionalidad. En este capítulo
indica como el compromiso de figuras como García Márquez, William Ospina, López de Meza y
Caballero Calderón representan el abandono de la intelectualidad en la defensa de los propósitos
institucionales. En este parte de su trabajo pasa por aquellos intelectuales que como Salomón
Kalmanovitz han retomado la defensa de la tradición liberal y de los valores constitucionales de
la nación política tal como la denomina Posada.

En capítulo sexto de manera optimista insiste en la necesidad de seguir soñando en el país que
tenemos, de creer que a pesar de los obstáculos y problemas internos que aún nos interpelan,
tenemos el derecho a algo mejor. Que la violencia es un sofisma que no ha permitido apreciar los
valores de nuestra cultura nacional. Es en definitiva una invitación para que los intelectuales,
lideres de opinión, políticos y académicos vuelvan a la defensa de la tradición liberal que
históricamente ha defendido nuestra cultura nacional. Una invitación para que los investigadores
abandonen el lenguaje “maximalista llenos de juicios absolutos que alimentan el derrotismo y la
desesperanza, al tiempo de tener efectos retardatarios en cualquier intento de reforma”. Es una
invitación para poder recuperar nuestro orgullo nacional.

El Taller de la Historia, vol. III, Nº 3, 2011, pág. 253-280. Issn: 1657-3633


Programa de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Cartagena de Indias, Colombia
259
Reseñas

Así las cosas, es de rescatar el valor con que Posada Carbó asume su estudio ya que, en contravía
de los postulados de académicos como Gonzalo Sánchez, Fals Borda, Gutiérrez Sanín, Fernando
Gaitán, Carlos Miguel Ortiz, Maria Teresa Uribe de Hincapié y otros historiadores de la violencia
es capaz de sugerir una interpretación alternativa de nuestra historia nacional, de la historia
colombiana contemporánea que sobre pase el fenómeno de la violencia.

La forma de exposición de las ideas junto con el marcado carácter autobiográfico constituye otro
factor a considerar. La perspectiva positiva de la historia de nuestro país a si como la deliberada
defensa de la institucionalidad son otros aspectos a ser tenidos en cuenta.

Ahora bien, tal como lo reconoce Joseph Fontana en su texto Historia Análisis del Futuro y
proyecto social, es necesario preguntarnos por las implicaciones políticas que se desprenden de la
construcción argumentativa que el historiador logra construir. Igualmente es importante preguntar
si la defensa de los valores democráticos y liberales tal como la hace Posada Carbó implica
minimizar el impacto de las guerras civiles o del fenómeno de la violencia genéricamente en la
sociedad.

Relativizar los alcances de la confrontación interna es también minimizar el sufrimiento de miles


de millones de colombianos. En la competitividad electoral no se puede obviar el factor de la
abstinencia, hoy por hoy un gran número de colombianos no participan de esa tradición civilista.
Por último ser leales a la nación soñada no implica hacer tabula rasa del pasado, implica perdonar
pero no olvidar.

Maico Pitalúa
Luisinho Salas
Estudiantes egresados
Programa de Historia
Universidad de Cartagena

El Taller de la Historia, vol. III, Nº 3, 2011, pág. 253-280. Issn: 1657-3633


Programa de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Cartagena de Indias, Colombia

También podría gustarte