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Historia General de ChileTOMO4
Historia General de ChileTOMO4
Tomo cuarto.
Capítulo segundo
Segundo gobierno de Alonso de Ribera.
Primeros resultados de la guerra defensiva (1612-1613).
2. Trabajos preparatorios del Padre Valdivia para entrar en negociaciones con los
indios.
Los mensajeros que el padre Valdivia había enviado hasta entonces para ofrecer la paz
al enemigo eran indígenas. Las respuestas, eran generalmente contradictorias, pero
Valdivia las interpretaba como favorables. Barros Arana, dice que tales agentes no
podían inspirar una confianza seria.
No era fácil hallar un español que quisiera arriesgar la vida en el desempeño de esa
comisión.
Pedro Meléndez, fue elegido para realizar el viaje al interior del territorio enemigo el 18
de septiembre de 1612. Hizo conocer a varios caciques las disposiciones pacíficas del
gobernador Ribera y del padre Valdivia.
El cacique Anganamón de la vecindad de Angol hizo creer al padre Valdivia que las
tribus de Purén estaban determinadas a deponer las armas, con el fin de sacar ventajas
de tales engaños.
Para mostrar la buena voluntad de sus intenciones, el Padre Valdivia, contra la oposición
que ejercían los capitanes a dicha medida, hizo valer los poderes que le había conferido
el virrey de Perú y efectúo un cambio de prisioneros. Con esto los indígenas se
mostraron dispuestos a dejar las armas.
El padre Valdivia parecía profundamente convencido de que la pacificación definitiva
de todo el país no podía tardar mucho tiempo.
Ribera había ido a la plaza de Arauco para cumplir las órdenes del virrey del Perú
respecto de la línea de fronteras que se mandaba fijar y del abandono de los fuertes que
debían demolerse.
La opinión de la mayoría fue que se despoblase el fuerte de Angol, ya que se hacía
innecesario si se había de renunciar al pensamiento de seguir avanzando la conquista del
territorio.
En lo que respecta al fuerte de Paicaví, que también mandaba destruir el virrey del Perú,
se resolvió que se demorarse su despoblación hasta no conocer el resultado de las
negociaciones de paz entabladas por el padre Valdivia. En el camino se recibían noticias
diversas y contradictorias, ya que se decía que las tribus del interior querían la paz, otros
se referían que tales o cuales caciques hacían aprestos bélicos.
Se dio principio a un aparatoso parlamente donde los indígenas pedían la despoblación
del fuerte de Paicaví, y ofrecieron llevar al interior a los padres jesuitas que se confiasen
a su cuidado para que hicieran conocer las disposiciones dictadas por el rey de España.
En la conferencia que celebró ese día (8 de diciembre) anunció a los indios que estaba
resuelta la demolición inmediata del fuerte Paicaví. Además se les entregarían dos
padres para que fuesen a predicar la paz.
Barros Arana dice que aún, suponiendo que los indígenas que habían acudido a Paicaví
tuvieran un propósito serio de hacer la paz, su acción no podía ejercer una influencia
medianamente decisiva en la terminación de la guerra, ya que aquellas tribus no tenían
cohesión de nacionalidad ni un centro de autoridad que fuera medianamente respetado
por todas ellas. Así que la paz que ofrecían algunos caciques, no obligaba a las otras
tribus ni ponía suspensión a sus hostilidades.
El padre Valdivia estaba revestido de tan amplios poderes, tenía tanta injerencia en los
negocios de la guerra y de gobierno, que no era posible dejar de respetar sus
determinaciones.
5. Contra las representaciones de los capitanes españoles, envía tres padres jesuitas
al territorio enemigo, y son inhumanamente asesinados.
9 de diciembre volvieron a sus tierras los indios que habían acudido al parlamento de
Paicaví. El padre Valdivia había resuelto que con ellos partieran dos jesuitas: Martín
Aranda y Horacio Vechi. Además de un hermano coadjutor.
Esta resolución fue combatida ardorosamente por el gobernador y por todos sus
capitanes.
El padre Valdivia, estaba persuadido de que obedecía aun mandato del cielo, y usaba,
además, de las amplias facultades que le dio el Virrey.
Todos ellos parecían persuadidos de que aquella resolución era inspirada por el mismo
Dios. Era hábito en el territorio y de la época ver y esperar en todo la intervención de un
poder sobrenatural.
Después de la partida de los padres, Ribera quedó con su ejército tres días en Paicaví
ocupado en la demolición del fuerte.
El padre Valdivia se quedó en el fuerte de Lebu, que después de la destrucción del de
Paicaví pasaba a ser el más avanzado en la nueva línea de frontera. Este siempre
escribía prolijas relaciones de lo que allí realizaba para que en todas partes se
conociesen las grandes ventajas alcanzadas por sus esfuerzos para llegar a la completa
pacificación del reino.
Los padres jesuitas que iban con los indígenas, pudieron escribir a Lebu llenos de
satisfacción por el buen recibimiento que se les hacía y por el arribo de otros indios que
se decían mensajeros de las tribus vecinas, y que parecían dispuestos a dar la paz.
Sin embargo los tres padres jesuitas fueron despojados de sus llevados a un sitio abierto
y despejado dando los piqueros pudieran esgrimir cómodamente sus armas. Allí los
mataron.
6. Los indios continúan la guerra por varias partes.
Los caciques que causaban los alzamientos y continuaban la guerra eran Ainavilu,
Tureulipe y Anganamón. Los indígenas de Elicura y de Purén justificaban esto debido a
la búsqueda de Anganamón de las mujeres que se le escaparon (no caché esto). El padre
Valdivia dio entero crédito a estas falaces explicaciones.
Alonso de Ribera y sus capitanes estaban muy recelosos sobre la actitud de los indios,
porque sobraban motivos para esperar un levantamiento general, aun en las provincias
que estaban de paz.
El padre Valdivia envió una carta el 16 de diciembre que tenía graves noticias (muerte
de los jesuitas cochinos), lo que venía a confirmar los recelos del Gobernador y sus
compañeros.
La opinión del maestre de campo Núñez de Pineda, era que el gobernador debía tomar
todas las precauciones militares para la defensa de los fuertes y de los indios de paz.
El gobernador quedó con su ejército en Arauco; pero impartió las órdenes convenientes
para reforzar las guarniciones de los fuertes y para mantener la más estricta vigilancia.
Pero, por más resuelto que estuviese el gobernador a mantenerse a la defensiva, la
actitud de los indios de guerra, sus audaces provocaciones y las correrías que
comenzaron a hacer inmediatamente, debían obligarlo a entrar de nuevo en campaña. El
mismo padre Valdivia, a pesar de su fe en las ventajas del sistema de guerra que
defendía, y de sus ilusiones en los beneficios alcanzados a favor de la pacificación, ha
consignado los hechos que revelan la inutilidad de sus trabajos y de sus esfuerzos.
Así pues, la guerra defensiva, y las aparatosas proposiciones de paz, no habían
producido otro fruto que envalentonar a los indios y hacer más difícil y precaria la
situación de la frontera.
Durante cerca de un año entero fueron más o menos cordiales las relaciones entre
Alonso de Ribera y el padre Luis de Valdivia. Aunque el primero no aprobara muchas
de las medidas dictadas por el padre visitador, las había hecho cumplir puntualmente en
virtud de las órdenes que le había dado el virrey del Perú. La responsabilidad que
directa o indirectamente pesaba sobre Ribera por aquellos actos, era de tal manera grave
que éste no podía dejar de protestar y de producir un estruendoso rompimiento.
A fine de febrero de 1613, el Virrey echaba a Alonso de Ribera la culpa de esos
desastres (Paicaví y la muerte de los padres jesuitas), atribuyéndolos no a error de
concepto sino a un plan premeditado de desprestigiar el sistema de guerra defensiva.
El virrey persistía en creer que el nuevo sistema de guerra era el único que podía
producir la pacificación de Chile, pero estaba convencido de que los hombres
encargados de ponerlo en planta tenían interés en cometer esos errores para
desprestigiarlo.
Alonso de Ribera rechazó esos cargos y recordó la amplitud de poderes de que estaba
revestido el padre Valdivia.
En adelante, no sólo cuidó de expresar franca y resueltamente su opinión sino que hizo
intervenir su autoridad en todo lo que de él dependía para evitar la repetición de iguales
errores. Esta actitud del gobernador, coartaba la acción del padre Valdivia.
A principios de 1614 la ruptura era completa. Pero el padre visitador vio además,
aminoradas sus facultades eclesiásticas por la intervención del obispo de Santiago don
fray Juan Pérez de Espinoza.
El virrey del Perú, había mandado que se continuasen cumpliendo con la mayor
escrupulosidad sus órdenes anteriores sobre la guerra defensiva. Las tropas españolas,
se abstuvieron de intentar empresa alguna militar. Ni siquiera se volvió a pensar en
enviar mensaje de paz a los indios enemigos.
Los españoles conservaban en pie catorce fuertes. Los indígenas realizaban correrías
militares y para robar los caballos y los ganados que estaban cerca de los fuertes.
Estas correrías de los indios de guerra eran incesantes. Destruían lo que encontraban a
su paso, robaban los animales que pillaban, y obligaban a los españoles a vivir en
continua alarma. Los españoles limitaban su acción a mantenerse a la defensiva, o a
perseguir al enemigo hasta corta distancia para rescatar el ganado que se llevaba, o los
indios amigos que había apresado.
En los fuertes de la línea del Biobío, las correrías de los indios eran también incesantes.
En 1614, sin embargo, el gobernador hizo ahorcar a Pailahuala quien dirigía las
operaciones de rebelión, después de un juicio sumario.
A pesar de sus propósitos de mantenerse a la defensiva, y de las órdenes que para ello
había recibido del virrey del Perú, Alonso de Ribera se creyó en la necesidad de
disponer algunas veces de la persecución de los indios hasta más allá de la raya
establecida. Esas correrías, ejecutadas por los indios amigos con el auxilio de
destacamentos españoles, se hacían rápidamente para retirarse otra vez a los
campamentos y a los fuertes.
Desde que el padre Valdivia vio coartada, por la intervención de Ribera, la autoridad de
que había usado sin contrapeso en sus primeros trabajos, se sintió contrariado, pero
parecía conservar toda su fe en los resultados de la guerra defensiva, y acusaba al
Gobernador de desprestigiar con sus palabras aquel sistema de guerra.
Las quejas del padre Valdivia contra la conducta de Ribera, fueron haciéndose más
violentas y apasionadas cada día, llegando a decir que la pacificación de Chile no
avanzaba más aprisa por la conducta de este funcionario y sus allegados.
En 1614 envió al Perú al padre Melchor Venegas y a España al padre Gaspar Sobrino,
para hacer la defensa del nuevo sistema de guerra y de reforzar los cargos y acusaciones
que se hacían al Gobernador.
En tanto Ribera, cuando supo de este decidió emprender su defensa con mayor
resolución. El gobernador estaba profundamente convencido de que no había nada que
esperar de las negociaciones pacíficas con los indios y que esta forma de guerra solo
añadía gastos al rey.
Su plan era el mismo que había tratado de llevar a cabo en su primer gobierno. Consistía
en ir avanzando gradualmente la línea de frontera, por medio de fuertes bien defendidos
y sin dejar enemigos a su espalda.
Había, además, que temer la reaparición de los corsarios ingleses u holandeses de que
entonces se hablaba fundadamente con particular insistencia.
Ribera recomendaba que el rey les hiciera la guerra a los indígenas y les pueble la tierra
con fuertes hasta sujetarlos.
Estaba profundamente convencido de que con ejército permanente de dos mil hombres
bien armados y equipados, podría llevar a cabo aquella empresa.
Sin embargo, era el rey quien debía resolver acerca del sistema de guerra que había de
seguirse. En 1614, el coronel Pedro Cortés, representante del Gobernador, inició
inmediatamente la gestión de los negocios que se les había encomendado.
El padre Sosa se proponía demostrar que los indios de Chile estaban fuera de la ley de
los beligerantes ordinarios, y debían ser tratados como súbditos rebeldes que se han
sublevado contra el bondadoso soberano a quien habían jurado sumisión y obediencia.
Debía volverse resueltamente al sistema antigua, robusteciendo el poder del ejército.
La defensa de Ribera planteaba que el remedio consiste en reedificar y poblar ocho
ciudades. Además eran menester 3.000 hombres armados.
El plan de Pedro Cortés era impracticable en aquellos momentos. El tesoro español, no
se hallaba en situación de enviar a Chile los tres mil hombres que le pedían ni de
aumentar la subvención anual que rey hacía para pagar los gastos de la guerra.
La junta de guerra del consejo de indios recomendaba al Rey que se organizase
rápidamente un refuerzo de mil hombres. El rey, después de recibir muchos otros
informes, aprobó este acuerdo. Pedro Cortés debía volver a Chile con esas tropas.
El rey, entretanto, había resuelto que se continuase en Chile la guerra defensiva. Influido
en si ánimo por el informe del virrey del Perú. Este informe debió ser decisivo, ya que
venía a secundar los propósitos del Rey, cuyo tesoro no le permitía sufragar los gastos
que había de ocasionarle la ejecución de los proyectos militares que proponía Pedro
Cortés.
Felipe III acababa de nombrar un nuevo Virrey para el Perú. Este era don Francisco de
Borja y Aragón. Estando para partir a hacerse a su cargo, el rey le hizo entregar una
cédula en que le trazaba la línea de conducta que debía seguir en los negocios de Chile:
la continuación de la guerra defensiva quedaba, pues, terminantemente resuelta.
El marqués de Montes claro, al separarse del gobierno del Perú, sostenía su opinión
inconmovible a favor de la guerra defensiva en los términos siguiente.
En septiembre de 1615 se habían reunido en Andalucía las fuerzas reclutadas para
marchar a Chile. Cuando se buscaban las naves que debían transportarlas al Río de le
Plata, llegaron órdenes de la Corte para reunirlas a otro contingente que se quería enviar
a las islas Filipinas.
5. Sale de Holanda una escuadrilla bajo del mando de Jorge van Spilberg para el
Pacífico.
Las costas occidentales de América habían sido visitadas otra vez por los corsarios
holandeses, y Chile y el Perú pasaron por días de la mayor inquietud.
El rey de España en vez de reconocer franca y explícitamente la independencia de la
Holanda, se limitó a celebrar el 9 de abril de 1609 un tratado de tregua de 12 años.
Obedeciendo al sistema que la España había adoptado de no permitir extranjeros en sus
dominios coloniales, Felipe III piso limitaciones en el tratado.
Esa limitación era sobre las posesiones de ultramar (que no podían ir pallá).
En 1613 la compañía Holandesa de las Indias Orientales resolvió enviar a las Molucas
por la vía del estrecho de Magallanes, una escuadrilla de seis naves, bien provista de
armas y municiones. El almirante Spilberg salió en 1614 y ya en 1615 estaba en la boca
oriental del estrecho de Magallanes.
La idea de los holandeses era llegar a los mares de Asia. Sabían que el Perú era el centro
del poder y de los recursos de España en las costas del pacífico. Resolvieron ir a
provocar el combate. El virrey, marqués de Montes Claros, advertido de la proximidad
de los corsarios, dispuso la salida de su flota.
Los holandeses se defendieron con tanta habilidad como audacia, y obligaron a los
españoles a retirarse con pérdidas de uno de sus buques menores, que fue echado a
pirque a cañonazos.
Aquella victoria, que costaba a los holandeses pérdidas casi insignificantes, los estimuló
a continuar su campaña en las costas del pacífico.
Spilberg recorrió todavía las costas septentrionales del virreinato del Perú,
desembarcando en algunos puntos.
Visitó, enseguida, las costas de Nueva España con idénticos propósito, y allí también
hizo temible el nombre holandés. Sin perder ninguno de sus buques, se dirigió a los
mares de Asia, donde tuvo que sostener nuevos combates antes de volver a Europa.
Con eso se realzaba el poder y la gloria de Holanda y comprobaban, además, que había
comenzado para España la época de la decadencia naval y militar.
Capítulo cuarto
Fin del segundo gobierno de Ribera; interinato del licenciado
Hernando Talaverano; gobierno de don Lope de Ulloa y Lemos
(1615-1620).
El gobernador Alonso de Ribera, sin embargo, tomó pie de este hecho para pedir
nuevamente al Rey refuerzos de tropas y para recomendar la conveniencia de seguir la
guerra contra los indios a fin de impedir que los corsarios que viniesen de Europa,
encontrasen en éstos auxiliares que les permitieran fundar establecimientos en nuestras
costas. Los pobladores de Chile, habían comenzado a tener menos confianza en el poder
de España, y temían, no sin fundamento, que los holandeses ocupasen Valdivia y sobre
todo Chiloé.
La vigilancia constante ejercida en los fuertes que formaban la línea de frontera, habían
afianzado en cierta manera la paz al norte del Biobío.
Las tribus guerreras practicaban estas correrías saqueando cuanto encontraban, matando
a los indios que hallaban a su paso y llevándole como cautivos a las mujeres y los niños.
Con motivo de la presencia de los holandeses en aquellas costas, Ribera se había visto
en la necesidad de disminuir la guarnición de los fuertes del interior para reforzar la
defensa de los puertos. Los indígenas de guerra redoblaron desde entonces sus ataques.
El gobernador Ribera, hastiado por estas hostilidades incesantes, se creyó en el deber de
ordenar algunas correrías en persecución del enemigo hasta las tierras de éste, más allá
de la raya establecida. Para simular que con estas expediciones no se violaran las
órdenes del rey acerca de la guerra defensiva, hacíanse en nombre de los indios de paz.
En el valle central, se repetían con frecuencias las hostilidades de esta clase. Este estado
de guerra imponía a los soldados de los fuertes una fatiga incesante que hacía mucho
más penosa su vida llena de miserias y de privaciones. Muchos de ellos se fugaban de
sus puestos.
En sus comunicaciones al soberano y al virrey del Perú, el gobernador no cesaba de
pedir refuerzos de soldados y armas, para poner término a la guerra defensiva, que a su
juicio era el origen de todos los males y desgracias que experimentaban.
El padre Valdivia, por su parte, a pesar del espectáculo que tenía a la vista, parecía
firmemente convencido de que la guerra defensiva seguía produciendo lo más
favorables resultados.
El padre Valdivia había dejado de ser testigo presencial de lo que ocurría en los fuertes.
Desde 1613 había desistido de su primer propósito de vivir en los campamentos. Vivía
en Concepción ocupado principalmente en dirigir la fábrica de las iglesias o conventos
de su orden.
El rey, que recibía estos informes contradictorios, había resuelto ya esas diferencias,
pronunciándose abiertamente a favor del padre Valdivia y del sistema que patrocinaba.
En 1616 llegó a Chile la cédula donde el rey mandaba el soberano que se siguiesen
cumpliendo puntualmente las ordenanzas anteriores acerca de la guerra defensiva, y que
no volvieran a hacerse correrías militares en el territorio enemigo, y reforzaba la
autoridad del padre Valdivia.
En 1616 Felipe III mandaba expresamente que aún con el carácter de auxiliares de los
indios amigos, no hicieran los españoles entradas en el territorio enemigo.
Disponía que el Virrey despachase un visitador que vigilase el cumplimiento de las
órdenes reales.
En resumen, al gobernador le correspondía defender la raya y gobernar el reino; y al
padre Valdivia y religiosos de la compañía el tratar con los indios de guerra y
declararles siempre la voluntad del rey e interceder que se les cumpla.
Aquella soberana resolución venía además reforzada por las órdenes del virrey en Perú.
Pero el gobernador no alcanzó a tener conocimiento de la real resolución. Alonso de
Ribera se hallaba enfermo desde algunos años atrás. Estaba por alrededor de los 60
años.
Bajo el segundo período de su mando, casi no se había movido de Concepción, jamás
fue a Santiago.
En el invierno de 1616 sus males arreciaron considerablemente. Fuertes y pertinaces
dolores reumáticos le impidieron el uso de su brazo derecho, impidiéndole pegarse sus
wenos combos en la guata.
Hasta ese momento el gobernador no tenía la menor noticia de las últimas resoluciones
que el rey había tomado acerca de la guerra. Ribera seguía con una convicción profunda
de que el sistema planteado por el padre Valdivia conducía a la ruina del país.
Conociendo que se acercaba a su fin, el 9 de marzo dictó el nombramiento del
licenciado Fernando Talaverano Gallegos para que le sucediera interinamente en el
gobierno de Chile.
Pocas horas después, Alonso de Ribera muere el 9 de marzo de 1617. Moría pobre y
dejaba a su familia en una situación vecina a la miseria.
Los juicios de residencia y las visitas ya se habían viciado. Pocos de esos visitadores
cumplían leal y cuerdamente con su deber. Al paso que unos se dejaban ganar por los
halagos o por medios más vituperables todavía y quedaban impunes las más graves
faltas.
Llegó hasta acá nomás porque después habla de otros weones que no importan. Esop.