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:: Introducción ….............................................................................................................. 1
:: Conclusiones …............................................................................................................. 9
:: Bibliografía …............................................................................................................... 10
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INTRODUCCIÓN
En la sociedad actual hay una gran preocupación por la imagen, y esta es especialmente
aguda en el caso de las mujeres. Las revistas dirigidas a ellas suelen incluir en sus
números secciones enteras dedicadas al maquillaje, a la dieta, al ejercicio, y a otras
muchas prácticas dedicadas al cuidado del cuerpo. Mediante ellas, se persigue un ideal
de belleza que en la mayoría de los casos resulta muy difícil de alcanzar, y que impone
una estética estandarizada que suele moverse en un espacio de variabilidad muy
restringido. Aunque es cierto que en los hombres también se da un caso similar, no
puede compararse con la presión ejercida sobre las mujeres ni cuantitativa ni
cualitativamente.1 Se da así un caso de asimetría y desigualdad que hay que comprender
si se le quiere hacer frente. Es por eso que este tema ha sido tratado extensamente desde
el punto de vista del feminismo y los estudios de género, y es lo que trataré en este
trabajo.
Dado que las perspectivas que se han elaborado acerca del tema son diversas, me
limitaré a una de ellas. Se trata de la defendida por Susan Bordo y Sandra Bartky, 2 que
hace uso de la noción foucauldiana de “disciplina”. Esta es especialmente adecuada para
tratar la constitución de la feminidad y el control que se hace sobre las mujeres
mediante las prácticas de belleza, pues concibe la educación del cuerpo como medio de
ejercer el poder. Las interacciones entre Foucault y el feminismo son múltiples, y sus
herramientas han sido apropiadas por autoras feministas para defender posturas muy
variadas.3 Sin embargo, considero que la escogida es la que más claramente refleja la
descripción que se ofrece en la obra Vigilar y castigar de Foucault (2002), antes de
recibir mayores alteraciones e influencias.
2 Como podrá verse más adelante, hay diferencias entre las dos autoras, pero por el
momento no es relevante.
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presentando lo problemático del análisis. Así, pretendo presentar tanto la validez como
las limitaciones de este marco foucauldiano para los estudios de género.
LA DISCIPLINA EN FOUCAULT
Disciplina y detalle
Con este cambio de enfoque surge una serie de fórmulas de dominación que tienen
como objetivo apresar a los cuerpos: las disciplinas, “... métodos que permiten el
control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de
sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad” (ibíd.: 141). Así, se
consiguen cuerpos que son más útiles cuanto más dóciles, y más dóciles cuanto más
útiles; el cuerpo que vale es el cuerpo que obedece. Foucault reconoce que el control de
los cuerpos no es del todo nuevo, y que podría pensarse que estas disciplinas han
existido siempre. Sin embargo, ve en esta época ciertas novedades que hacen que
podamos caracterizarlas como específicamente modernas: en cuanto a la escala, no
centran en el cuerpo como masa, sino en sus partes; también cambia su objeto, que ya
no se refieren a los signos emitidos, sino a las fuerzas internas; y la modalidad, que es
constante, ininterrumpida y minuciosa (ibíd.: 140-141).
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coherente de control, cuya importancia deja clara Foucault cuando dice que “... de estas
fruslerías, sin duda, ha nacido el hombre del humanismo moderno” (ibíd.: 145).
Una de las cualidades más importantes de estas disciplinas es su economía. Foucault las
contrasta con la esclavitud, que es un medio de apropiación costoso; las disciplinas, más
elegantes, obtienen una utilidad igual o mayor con una inversión menor (cfr. ibíd.: 141).
Esto se consigue en gran parte haciendo que cada individuo internalice en sí la
disciplina, que él mismo se convierta en su vigilante. La técnica para conseguir esto la
encuentra Foucault ejemplificada en el Panóptico de Bentham. Es un modelo de prisión
con estructura circular en cuyo centro se sitúa el vigilante, que puede ver a todos los
presos sin que estos lo vean a él. Cada preso está encerrado en una celda individual, y
sabe que el guarda central puede estar observándolo en cualquier momento; así,
internaliza su mirada y él mismo se convierte en vigilante (cfr. Bartky: 126-127). Se
vuelve innecesaria la coacción individual, ya que el que hace el control lo lleva la
misma persona que es controlada.
Apropiación feminista
Las ideas de Foucault han sido apropiadas por el feminismo para analizar la dominación
de las mujeres. No obstante, hay que reconocer antes de nada que la concepción del
cuerpo como terreno de lucha política –caracterizado en el apartado anterior-- ya había
sido utilizada por varias autoras feministas anteriormente. Susan Bordo (2004: 18)
destaca cómo ya en 1762 Mary Wollstonecraft describía la construcción del cuerpo
dócil de la mujer, delicado y doméstico, a través del entrenamiento social. Los
conceptos de Foucault encajan bien en la tradición feminista, sirviendo como
herramientas para analizar la dominación del cuerpo de la mujer por el patriarcado.
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Las nociones foucauldianas expuestas, a pesar de ser bien recibidas, debieron ser
adaptadas y en ocasiones recibieron sus críticas. Bartky (1998: 27) critica a Foucault por
no referirse a las diferencias que resultan en que el cuerpo de la mujer sea más dócil que
el del hombre. Sostiene que hay disciplinas particulares mediante las que se domina a la
mujer a las que es necesario referirse, y acusa a Foucault de reproducir el sexismo al
ignorar el género en su análisis. Independientemente de si se acepta o no esta crítica, es
cierto que sus ideas no se adoptaron como fueron formuladas. A través de los estudios
feministas, las ideas de “disciplina”, “docilidad”, “Panóptico” y otras fueron
incorporadas, elaboradas y transformadas para refererirse específicamente a la mujer,
cuyo caso presenta unas cualidades que lo hacen claramente diferente del de los
hombres.
Una época clave en la comprensión de la sujeción de la mujer a través del cuerpo fueron
los años de finales de la década de 1960 y los de 1970. Según la perspectiva entonces
dominante en las corrientes feministas, el cuerpo no era un lugar de autodeterminación
individual, sino un territorio socialmente conformado e históricamente colonizado
(ibíd.: 21). Las feministas veían que los estándares de belleza definían la relación de la
mujer con su cuerpo, y así también de su desarrollo psíquico. Observaban que las
mujeres debían cuidar cada parte de su cuerpo, prestando atención a cada detalle: las
uñas, el pelo, los labios; nada podía descuidarse. El cuerpo se les revelaba así como
socialmente inscrito: marcado por el corsé, las agresiones, los embarazos indeseados,
etc. (cfr. ibíd.: 22-23). A pesar de las limitaciones de esta postura, su elaboración fue
crucial en el desarrollo del feminismo, y ofrece observaciones que son útiles incluso si
se abandona la idea general de la “mujer pasiva y disciplinada”.
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Una de las autoras que mejor ejemplifica la radicalidad descrita es Sandra
Bartky, seguidora notable de las ideas de Foucault. Según ella, las disciplinas corporales
juegan un papel importante en la construcción de la feminidad y de la subjetividad
femenina (cfr. Bartky, 1998: 27). Entre ellas distingue tres categorías: las que definen el
tamaño y configuración general del cuerpo, las que se refieren al lenguaje corporal
femenino, y las que controlan la exposición del cuerpo como una superficie
ornamentada. En la manera en que se imponen hoy en día, estas representan la
modernización de la dominación patriarcal: no hay una figura disciplinadora –el marido,
el cura--, sino que se ejerce a través de una red de poder que se extiende por
instituciones y relaciones diversas. Este disciplinamiento es más efectivo que el antiguo,
ya que, al no poder identificarse claramente su origen, genera una ilusión de ejercicio
voluntario. Al igual que en el Panóptico, no es necesaria la vigilancia continua; la
mirada patriarcal anónima se interioriza por cada mujer, de manera que vive siempre
como “objeto y presa” del hombre (ibíd.: 34-38).
Ante esta situación, Bartky se pregunta por los problemas que tiene la mujer
para superar la dominación. La clave la encuentra en la contradicción que suponen las
disciplinas para las mujeres: por un lado, las desempoderan, mientras que por otro les
permiten el desarrollo de habilidades y poderes. Independientemente de su
conveniencia, su abandono implicaría un compromiso serio. Esto –defiende Bartky--
genera una resistencia por parte de las mujeres a abandonar los códigos de la disciplina,
que supondría tres sacrificios principales: abandonar una estética que una misma
considera bella; la posible aniquilación de la identidad, que se basa en gran parte en la
feminidad así construida; y el desmantelamiento del universo social, estructurado por
las reglas impuestas (ibíd.: 39).
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MOLDEAR EL CUERPO: DIETA Y EJERCICIO
Los conceptos foucauldianos presentados hasta ahora se adaptan bien al examen de dos
prácticas muy comunes hoy en día, que además son importantes desde el punto de vista
feminista: la dieta y el ejercicio. Por un lado, son casos claros de producción de cuerpos
dóciles, pues tratan de adaptarlo a un tamaño concreto y una configuración general que
no define cada individuo. Además, son un caso ejemplar de internalización de la mirada
patriarcal, pues los cuidados que implican –monitorizar el cuerpo, contar calorías-- son
hábitos que muchas mujeres automatizan y hacen propios (ibíd.: 27). Por otro, llevan
una importante carga de género: a los hombres les importa más que su pareja esté
delgada, las mujeres son más propensas a verse gordas y a iniciar dietas o ejercicio
compulsivo, así como tener desórdenes de alimentación (cfr. ibíd.: 204). Esto queda
patente en las revistas para mujeres, que suelen contener secciones dedicadas al
adelgazamiento o la tonificación, ya sea mediante dietas o ejercicio.
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En vistas de la enorme presión que se ejerce sobre las mujeres a través de este
disciplinamiento, es importante encontrar los medios que propagan los estereotipos
dominantes. Una vía importante son los anuncios, que, lejos de ser ideológicamente
neutros, reproducen diferencias de género de manera independiente –aunque a veces
coincidente con-- los intereses comerciales que representa (ibíd.: 110). Su efectividad se
basa en gran parte en que no sirve saber que es falso lo que muestran para que aún así
nos influyan. Siguiendo a Baudrillard, Bordo defiende que lo que experimentamos es
esencialmente un conjunto de apariencias significativas, y por tanto la imagen creada
por el anuncio es más fuerte que el conocimiento de su falsedad (ibíd.: 103-104). De
esta forma, la publicidad refleja y promueve los ideales de belleza, y lo hace siguiendo
las normas de la sociedad de consumo. Así, pone de relieve una contradicción básica de
esta última: “come, ríndete al deseo” y “adelgaza con este producto” (cfr. ibíd.: 199,
201). En esta tensión, especialmente aguda para las mujeres, se forma la personalidad
contradictoria propia de nuestra sociedad, atraída al mismo tiempo hacia dos extremos
opuestos.
CRÍTICAS Y ADAPTACIONES
La caracterización que he ofrecido hasta ahora de las disciplinas ha sido criticada por
diversas autoras. Monique Deveaux (1994: 224-228) clasifica esta perspectiva como
perteneciente a la primera ola de feminismos con base foucauldiana, en la que destacan
la disciplina y el panoptiquismo como conceptos princpales. Como mayores exponentes,
destaca a Bartky y a Bordo, que han sido el foco de este trabajo hasta ahora. Deaveaux
critica el paradigma de los cuerpos dóciles por caracterizar al sujeto –las mujeres--
como “cuerpos pasivos, constituidos por el poder e inmbovilizados por la disciplina”
(ibíd.: 228). Según esta autora, esto supone una reducción de la experiencia femenina
que oscurece aspectos importantes, especialmente si se quiere desarrollar un punto de
vista que permita la subversión y la transformación de la situación.
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Si bien es cierto que Bartky puede identificarse en cierto modo con la
caracterización de Deveaux,4 esta sería una visión simplista en el caso de Bordo. En el
apartado anterior he expuesto, de entre sus argumentos, algunos entre los que destacan
los conceptos foucauldianos mencionados. No obstante, en el mismo trabajo (Bordo,
2004: 23-25) la autora reconoce que a pesar del valor de esta visión, necesita
adaptaciones para ajustarse a la complejidad de la situación. Sostiene que la mujer no
puede considerarse un elemento pasivo, y se propone incorporar elementos de lo que
Deveaux denomina la segunda y tercera olas del feminismo (Deveaux, 1994: 223).
Incorpora así la noción de resistencia, considerando que el seguimiento de la disciplina
también puede empoderar a la mujer. En el caso del ejercicio, por ejemplo, afirma que el
entrenamiento de pesos puede dar a una mujer la confianza necesaria para autoafirmarse
en su trabajo (Bordo, 2004: 27). También opina que el cuerpo de la mujer no puede
entenderse solo desde la cultura, pues hay posibilidades y aspectos que esta visión
oscurecería. Así, comparte con el posmodernismo una sensibilidad por la ambivalencia
de la situación, que requiere ver la necesidad de “reescribir” el cuerpo, pero también de
reconocer la necesidad de actuar como mujer y ver este como fuente de placer, poder y
conocimiento (ibíd.: 36-37). Se trata de una perspectiva rica que es capaz de hacer suyas
las ideas de disciplina y docilidad sin hacer de ellas una prisión para las mujeres.
Por último, merece mencionar la discusión de Kathy Davis acerca del concepto
de agencia. Esta es una herramienta para entender cómo las mujeres pueden ver una
opción en parte opresora como única alternativa viable en ciertas circunstancias, y
puede definirse como la “... participación activa de los individuos en la constitución de
la vida social” (Davis, 2003: 12).5 No se trata de libre elección, sino de explorar las
relaciones entre la agencia y la estructura social sin caer en el individualismo
metodológico o el determinismo social, ya que se construyen mutuamente y son
irreducibles (ibíd.: 12). Davis concibe las prácticas de disciplinamiento como
empoderadoras y desempoderadoras a la vez, solución y problema. Considera que la
complejidad de la situación requiere que las mujeres no sean tratadas como meras
víctimas, sino “agentes que negocian sus cuerpos y sus vidas dentro de las restricciones
culturales y sociales de un orden social generizado” (ibíd.: 14).
4 Hay que mencionar que Bartky sí deja lugar para la resistencia (cfr. Bartky, 1998: 43-
44), aunque su marco no deja mucho lugar para ella ni provee muchas soluciones a los
problemas que diagnostica.
5 Su trabajo trata sobre la cirugía estética, pero sus observaciones son generalizables a
otras disciplinas como las que he expuesto.
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CONCLUSIONES
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Bibliografía
Bordo, S. (2004) Unbearable Weight: Feminism, Western Culture, and the Body,
Berkeley y Los Angeles, University of California Press.
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