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EL DISCIPLINAMIENTO

DEL CUERPO FEMENINO

AITOR CALVO FERNÁNDEZ


ÍNDICE

:: Introducción ….............................................................................................................. 1

:: La disciplina en Foucault ….......................................................................................... 2

- Disciplina y detalle …........................................................................................ 2

- El Panóptico: la internalización de la disciplina …. …...................................... 3

:: La disciplina en el feminismo radical …................ ...................................................... 3

- Apropiación feminista ….................................................................................... 3

- Una postura radical …..................….................................................................. 4

:: Moldear el cuerpo: dieta y ejercicio …..................................................................... .... 6

:: Conclusiones …............................................................................................................. 9

:: Bibliografía …............................................................................................................... 10

i
INTRODUCCIÓN

En la sociedad actual hay una gran preocupación por la imagen, y esta es especialmente
aguda en el caso de las mujeres. Las revistas dirigidas a ellas suelen incluir en sus
números secciones enteras dedicadas al maquillaje, a la dieta, al ejercicio, y a otras
muchas prácticas dedicadas al cuidado del cuerpo. Mediante ellas, se persigue un ideal
de belleza que en la mayoría de los casos resulta muy difícil de alcanzar, y que impone
una estética estandarizada que suele moverse en un espacio de variabilidad muy
restringido. Aunque es cierto que en los hombres también se da un caso similar, no
puede compararse con la presión ejercida sobre las mujeres ni cuantitativa ni
cualitativamente.1 Se da así un caso de asimetría y desigualdad que hay que comprender
si se le quiere hacer frente. Es por eso que este tema ha sido tratado extensamente desde
el punto de vista del feminismo y los estudios de género, y es lo que trataré en este
trabajo.

Dado que las perspectivas que se han elaborado acerca del tema son diversas, me
limitaré a una de ellas. Se trata de la defendida por Susan Bordo y Sandra Bartky, 2 que
hace uso de la noción foucauldiana de “disciplina”. Esta es especialmente adecuada para
tratar la constitución de la feminidad y el control que se hace sobre las mujeres
mediante las prácticas de belleza, pues concibe la educación del cuerpo como medio de
ejercer el poder. Las interacciones entre Foucault y el feminismo son múltiples, y sus
herramientas han sido apropiadas por autoras feministas para defender posturas muy
variadas.3 Sin embargo, considero que la escogida es la que más claramente refleja la
descripción que se ofrece en la obra Vigilar y castigar de Foucault (2002), antes de
recibir mayores alteraciones e influencias.

El trabajo está dividido en cuatro secciones principales. En la primera introduzco


el marco teórico foucaldiano, que servirá de base para el resto de la exposición. La
segunda trata de la apropiación de este por parte de la postura feminista “radical”, que
es como denomino a la que hace mayor hincapié en la disciplina. La tercera está dirigida
a dos disciplinas en las que me centro para explorar el tema más concretamente: la dieta
y el ejercicio. Por último, en la cuarta presento las críticas que ha recibido este uso de
las disciplinas como caracterización de la situación de la mujer, así como algunas
adaptaciones y matizaciones que se le han hecho. Esta estructura tiene como fin
explorar el tema en sus aspectos generales, tocando a su vez ámbitos específicos y

1 Ver, por ejemplo, la discusión de Davis (2003).

2 Como podrá verse más adelante, hay diferencias entre las dos autoras, pero por el
momento no es relevante.

3 Monique Deveaux (1994) distingue tres olas en esta tradición.

1
presentando lo problemático del análisis. Así, pretendo presentar tanto la validez como
las limitaciones de este marco foucauldiano para los estudios de género.

LA DISCIPLINA EN FOUCAULT

El concepto de “disciplina” fue introducido por Foucault en su obra Vigilar y castigar,


de 1975. En ella describe cómo en los siglos XVII y XVIII nace y se desarrolla, junto
con las nuevas concepciones e instituciones de libertad política, una nueva disciplina
dirigida al control del cuerpo (Bartky, 1998: 25). Se da así el “... descubrimiento del
cuerpo como objeto y blanco del poder” (Foucault, 1990: 140). El caso del soldado es
paradigmático: si antes se consideraba que este podía ser reconocido desde lejos por los
signos que emitía, por la predisposición o las aptitudes que podían leerse en su cuerpo,
en este periodo pasó a concebirse como algo que se fabricaba, una máquina hecha a
partir de una masa informe (cfr. ibíd.: 139-140). El cuerpo se educa, se manipula, y así
se consigue de él lo que se quiere. Lo que se busca así es un cuerpo dócil, “... un cuerpo
que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser transformado y
perfeccionado” (ibíd.: 140).

Disciplina y detalle

Con este cambio de enfoque surge una serie de fórmulas de dominación que tienen
como objetivo apresar a los cuerpos: las disciplinas, “... métodos que permiten el
control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de
sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad” (ibíd.: 141). Así, se
consiguen cuerpos que son más útiles cuanto más dóciles, y más dóciles cuanto más
útiles; el cuerpo que vale es el cuerpo que obedece. Foucault reconoce que el control de
los cuerpos no es del todo nuevo, y que podría pensarse que estas disciplinas han
existido siempre. Sin embargo, ve en esta época ciertas novedades que hacen que
podamos caracterizarlas como específicamente modernas: en cuanto a la escala, no
centran en el cuerpo como masa, sino en sus partes; también cambia su objeto, que ya
no se refieren a los signos emitidos, sino a las fuerzas internas; y la modalidad, que es
constante, ininterrumpida y minuciosa (ibíd.: 140-141).

Si antes se exigía la lealtad política y la apropiación del producto del trabajo,


ahora se trata de una invasión del cuerpo, de la regulación de sus fuerzas y operaciones,
de la economía y la eficiencia de sus movimientos (Bartky, 1998: 25). Estas disciplinas
no son pautas vagas, sino que penetran en los cuerpos hasta el detalle. Son “... técnicas
minuciosas siempre, con frecuencia ínfimas”, que “definen cierto modo de adscripción
detallada del cuerpo, una 'microfísica del poder'” (Foucault, 1990: 142). El nuevo poder
ve en el detalle un objetivo importante, no por su sentido específico, sino porque puede
hacerlo presa. Y es precisamente con todas estas minucias que se forma una táctica

2
coherente de control, cuya importancia deja clara Foucault cuando dice que “... de estas
fruslerías, sin duda, ha nacido el hombre del humanismo moderno” (ibíd.: 145).

El Panóptico: la internalización de la disciplina

Una de las cualidades más importantes de estas disciplinas es su economía. Foucault las
contrasta con la esclavitud, que es un medio de apropiación costoso; las disciplinas, más
elegantes, obtienen una utilidad igual o mayor con una inversión menor (cfr. ibíd.: 141).
Esto se consigue en gran parte haciendo que cada individuo internalice en sí la
disciplina, que él mismo se convierta en su vigilante. La técnica para conseguir esto la
encuentra Foucault ejemplificada en el Panóptico de Bentham. Es un modelo de prisión
con estructura circular en cuyo centro se sitúa el vigilante, que puede ver a todos los
presos sin que estos lo vean a él. Cada preso está encerrado en una celda individual, y
sabe que el guarda central puede estar observándolo en cualquier momento; así,
internaliza su mirada y él mismo se convierte en vigilante (cfr. Bartky: 126-127). Se
vuelve innecesaria la coacción individual, ya que el que hace el control lo lleva la
misma persona que es controlada.

Estas configuraciones disciplinaria, lejos de ser una peculiaridad de las prisiones


y el ejército, se ha vuelto para Foucault en el modelo para toda la sociedad. Describe
cómo las escuelas cambiaron sus modelos antiguos, organizados de maneras poco
eficientes y a veces siguiendo las configuraciones de la armada, para transformarlas de
acuerdo con el nuevo paradigma: alumnos ordenados por hileras, posicionados según
una clasificación bien definida y con posibilidad de vigilancia constante del profesor; su
adiestramiento también se volvió minucioso, ordenado por tiempos y materias bien
definidas (cfr. Foucault: 145-151). Las cualidades descritas de la disciplina se
desarrollaron así por diversas vías –también en las fábricas y los hospitales--, todas ellas
compartiendo una misma esencia que puede verse hasta hoy.

LA DISCIPLINA EN EL FEMINISMO RADICAL

Apropiación feminista

Las ideas de Foucault han sido apropiadas por el feminismo para analizar la dominación
de las mujeres. No obstante, hay que reconocer antes de nada que la concepción del
cuerpo como terreno de lucha política –caracterizado en el apartado anterior-- ya había
sido utilizada por varias autoras feministas anteriormente. Susan Bordo (2004: 18)
destaca cómo ya en 1762 Mary Wollstonecraft describía la construcción del cuerpo
dócil de la mujer, delicado y doméstico, a través del entrenamiento social. Los
conceptos de Foucault encajan bien en la tradición feminista, sirviendo como
herramientas para analizar la dominación del cuerpo de la mujer por el patriarcado.

3
Las nociones foucauldianas expuestas, a pesar de ser bien recibidas, debieron ser
adaptadas y en ocasiones recibieron sus críticas. Bartky (1998: 27) critica a Foucault por
no referirse a las diferencias que resultan en que el cuerpo de la mujer sea más dócil que
el del hombre. Sostiene que hay disciplinas particulares mediante las que se domina a la
mujer a las que es necesario referirse, y acusa a Foucault de reproducir el sexismo al
ignorar el género en su análisis. Independientemente de si se acepta o no esta crítica, es
cierto que sus ideas no se adoptaron como fueron formuladas. A través de los estudios
feministas, las ideas de “disciplina”, “docilidad”, “Panóptico” y otras fueron
incorporadas, elaboradas y transformadas para refererirse específicamente a la mujer,
cuyo caso presenta unas cualidades que lo hacen claramente diferente del de los
hombres.

Un aspecto importante a la hora de considerar el disciplinamiento del cuerpo


femenino es el dualismo mente-cuerpo, central en la tradición religiosa y filosófica
occidental. Ya desde la época griega, este dualismo se caracteriza como una oposición:
el cuerpo es lo salvaje, el deseo, la tentación; la mente –el espíritu-- es lo puro, lo
humano. Yo soy mi mente, y tengo que controlar al cuerpo que me acompaña. Lo que
hace que este dualismo sea especialmente relevante es la carga de género que lleva: el
espíritu –lo elevado, lo activo, lo que controla-- se ha asociado con el hombre, mientras
que el cuerpo –la tentación, la pasividad, la bajeza-- se ha asociado con la mujer. Así, la
mujer se ha concebido como un cuerpo por una metafísica que no es una mera postura
filosófica, sino una práctica con diversas representaciones en nuestra cultura (cfr. Bordo,
2004: 2-14). Mientras al hombre se le permite trascender su cuerpo, la mujer se
construye atada a él; esto hace especialmente importante en análisis feminista de las
políticas del cuerpo.

Una postura radical

Una época clave en la comprensión de la sujeción de la mujer a través del cuerpo fueron
los años de finales de la década de 1960 y los de 1970. Según la perspectiva entonces
dominante en las corrientes feministas, el cuerpo no era un lugar de autodeterminación
individual, sino un territorio socialmente conformado e históricamente colonizado
(ibíd.: 21). Las feministas veían que los estándares de belleza definían la relación de la
mujer con su cuerpo, y así también de su desarrollo psíquico. Observaban que las
mujeres debían cuidar cada parte de su cuerpo, prestando atención a cada detalle: las
uñas, el pelo, los labios; nada podía descuidarse. El cuerpo se les revelaba así como
socialmente inscrito: marcado por el corsé, las agresiones, los embarazos indeseados,
etc. (cfr. ibíd.: 22-23). A pesar de las limitaciones de esta postura, su elaboración fue
crucial en el desarrollo del feminismo, y ofrece observaciones que son útiles incluso si
se abandona la idea general de la “mujer pasiva y disciplinada”.

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Una de las autoras que mejor ejemplifica la radicalidad descrita es Sandra
Bartky, seguidora notable de las ideas de Foucault. Según ella, las disciplinas corporales
juegan un papel importante en la construcción de la feminidad y de la subjetividad
femenina (cfr. Bartky, 1998: 27). Entre ellas distingue tres categorías: las que definen el
tamaño y configuración general del cuerpo, las que se refieren al lenguaje corporal
femenino, y las que controlan la exposición del cuerpo como una superficie
ornamentada. En la manera en que se imponen hoy en día, estas representan la
modernización de la dominación patriarcal: no hay una figura disciplinadora –el marido,
el cura--, sino que se ejerce a través de una red de poder que se extiende por
instituciones y relaciones diversas. Este disciplinamiento es más efectivo que el antiguo,
ya que, al no poder identificarse claramente su origen, genera una ilusión de ejercicio
voluntario. Al igual que en el Panóptico, no es necesaria la vigilancia continua; la
mirada patriarcal anónima se interioriza por cada mujer, de manera que vive siempre
como “objeto y presa” del hombre (ibíd.: 34-38).

Ante esta situación, Bartky se pregunta por los problemas que tiene la mujer
para superar la dominación. La clave la encuentra en la contradicción que suponen las
disciplinas para las mujeres: por un lado, las desempoderan, mientras que por otro les
permiten el desarrollo de habilidades y poderes. Independientemente de su
conveniencia, su abandono implicaría un compromiso serio. Esto –defiende Bartky--
genera una resistencia por parte de las mujeres a abandonar los códigos de la disciplina,
que supondría tres sacrificios principales: abandonar una estética que una misma
considera bella; la posible aniquilación de la identidad, que se basa en gran parte en la
feminidad así construida; y el desmantelamiento del universo social, estructurado por
las reglas impuestas (ibíd.: 39).

Desde esta perspectiva, no se puede conservar la feminidad y a la vez luchar por


la liberación de la mujer. Bartky acusa de incoherentes a los movimientos liberales que
defienden esta posición. Para ella, si la feminidad y la subjetividad femenina se
constituyen a partir de las prácticas de disciplinamiento, conservarlas supone ya una
esclavitud. La feminidad ha de ser deconstruida y superada (ibíd.: 39-40). Aquí puede
verse claramente la radicalidad de su postura: la mujer aparece como construida y
controlada por las prácticas de disciplinamiento, y su feminidad se ve reducida a
esclavitud. Este aspecto del análisis en términos de disciplinamiento ha sido muy
criticado (como expondré más tarde); sin embargo, esta visión extrema permite
caracterizar claramente la función de las disciplinas y sus consecuencias. Autoras como
Bordo (2004) se han servido de las herramientas provistas por este marco foucauldiano
y las han combinado con otras para elaborar una interpretación más compleja del
problema.

5
MOLDEAR EL CUERPO: DIETA Y EJERCICIO

Los conceptos foucauldianos presentados hasta ahora se adaptan bien al examen de dos
prácticas muy comunes hoy en día, que además son importantes desde el punto de vista
feminista: la dieta y el ejercicio. Por un lado, son casos claros de producción de cuerpos
dóciles, pues tratan de adaptarlo a un tamaño concreto y una configuración general que
no define cada individuo. Además, son un caso ejemplar de internalización de la mirada
patriarcal, pues los cuidados que implican –monitorizar el cuerpo, contar calorías-- son
hábitos que muchas mujeres automatizan y hacen propios (ibíd.: 27). Por otro, llevan
una importante carga de género: a los hombres les importa más que su pareja esté
delgada, las mujeres son más propensas a verse gordas y a iniciar dietas o ejercicio
compulsivo, así como tener desórdenes de alimentación (cfr. ibíd.: 204). Esto queda
patente en las revistas para mujeres, que suelen contener secciones dedicadas al
adelgazamiento o la tonificación, ya sea mediante dietas o ejercicio.

El objetivo de estas disciplinas es la adaptación al cuerpo ideal. En general,


podría decirse que se trata de una figura delgada y bien definida. Es el fijado por las
representaciones culturales, que crean una imagen homogénea –eliminan diferencias-- y
fijan así un estándar. Este pasa a convertise en la norma con la que las mujeres se
miden, se juzgan, se corrigen, se disciplinan (cfr. ibíd.: 24-25). Se trata de un ideal que
no se corresponde con el cuerpo medio de las mujeres, por lo que exige de cada una un
esfuerzo y un control que a veces sobrepasan sus fuerzas. Como consecuencia, el cuerpo
se convierte en el enemigo: se intenta someter, pero este se rebela, no toma la forma que
se le quiere dar (cfr. Bartky: 28). Encontramos un reflejo claro de esta situación en los
anuncios, que a menudo utilizan expresiones como ”quemar grasa” o “eliminar
michelines”, más propias de un lenguaje bélico que de una relación positiva con el
cuerpo propio (Bordo, 2004: 189).

Este paradigma de estética corporal ha sido denominado por Kim Hermin la


“tiranía de la delgadez” (ibíd.: 185). Los comienzos se dieron en la burguesía del siglo
XIX, en la que hubo un cambio importante: el cuerpo mismo, y no solo el autodominio
y la moderación griegas o el control espiritual cristiano, se convirtió también en el
objetivo de la práctica (ibíd.: 185). A finales de siglo deja de apreciarse la corpulencia
entre los burgueses y la delgadez empieza a verse como fin estético, prueba de
adecuación moral y voluntad sobre lo material (ibíd.: 192-193). Aún así, los cuerpos
carnosos en las mujeres siguieron apreciándose hasta la segunda mitad del siglo XX,
que fue cuando se instaló la cultura de la delgadez (ibíd.: 102). No obstante, Bordo
(ibíd.: 107-109) enfatiza que no se trata de una delgadez aplicada solo al cuerpo en su
conjunto; la preocupación alcanza hasta los más pequeños detalles, y se centra
especialmente en protuberancias como los michelines o imperfecciones como la
celulitis. Es precisamente esta característica –sostiene Bordo-- la que nos permite ver la
continuidad entre la dieta y el ejercicio: solo combinando ambos puede conseguirse un
cuerpo con la forma general y la perfección local deseadas (ibíd.: 191).

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En vistas de la enorme presión que se ejerce sobre las mujeres a través de este
disciplinamiento, es importante encontrar los medios que propagan los estereotipos
dominantes. Una vía importante son los anuncios, que, lejos de ser ideológicamente
neutros, reproducen diferencias de género de manera independiente –aunque a veces
coincidente con-- los intereses comerciales que representa (ibíd.: 110). Su efectividad se
basa en gran parte en que no sirve saber que es falso lo que muestran para que aún así
nos influyan. Siguiendo a Baudrillard, Bordo defiende que lo que experimentamos es
esencialmente un conjunto de apariencias significativas, y por tanto la imagen creada
por el anuncio es más fuerte que el conocimiento de su falsedad (ibíd.: 103-104). De
esta forma, la publicidad refleja y promueve los ideales de belleza, y lo hace siguiendo
las normas de la sociedad de consumo. Así, pone de relieve una contradicción básica de
esta última: “come, ríndete al deseo” y “adelgaza con este producto” (cfr. ibíd.: 199,
201). En esta tensión, especialmente aguda para las mujeres, se forma la personalidad
contradictoria propia de nuestra sociedad, atraída al mismo tiempo hacia dos extremos
opuestos.

Al reproducir y utilizar los estereotipos culturales, la publicidad es una buena


fuente de información acerca de estos últimos. Este aspecto es explotado por Bordo
(ibíd.: 110-117) en su análisis, del que extrae interesantes conclusiones acerca de la
relación entre las mujeres y la alimentación. Encuentra que en los anuncios la mujer
come siempre de una forma más comedida que el hombre, asociándose más
comúnmente con “pequeños placeres”. Esto –argumenta Bordo-- coincide con la
interpretación de Bram Dijkstra del hambre femenina como metáfora cultural del poder
y deseo femenino desatados. La mujer que come representa apetito sexual y hombría, y
por tanto ha de ser reprimida. Así, el hambre es una disciplina de construcción de la
feminidad: entrena a las mujeres para conocer sus posibilidades y constituye una
práctica central en el autocontrol y la contención de los impulsos (ibíd.: 130). Esto va
acorde con el contraste típico del hombre, orgulloso de su apetito, y la mujer, que se
avergüenza de él.

CRÍTICAS Y ADAPTACIONES

La caracterización que he ofrecido hasta ahora de las disciplinas ha sido criticada por
diversas autoras. Monique Deveaux (1994: 224-228) clasifica esta perspectiva como
perteneciente a la primera ola de feminismos con base foucauldiana, en la que destacan
la disciplina y el panoptiquismo como conceptos princpales. Como mayores exponentes,
destaca a Bartky y a Bordo, que han sido el foco de este trabajo hasta ahora. Deaveaux
critica el paradigma de los cuerpos dóciles por caracterizar al sujeto –las mujeres--
como “cuerpos pasivos, constituidos por el poder e inmbovilizados por la disciplina”
(ibíd.: 228). Según esta autora, esto supone una reducción de la experiencia femenina
que oscurece aspectos importantes, especialmente si se quiere desarrollar un punto de
vista que permita la subversión y la transformación de la situación.

7
Si bien es cierto que Bartky puede identificarse en cierto modo con la
caracterización de Deveaux,4 esta sería una visión simplista en el caso de Bordo. En el
apartado anterior he expuesto, de entre sus argumentos, algunos entre los que destacan
los conceptos foucauldianos mencionados. No obstante, en el mismo trabajo (Bordo,
2004: 23-25) la autora reconoce que a pesar del valor de esta visión, necesita
adaptaciones para ajustarse a la complejidad de la situación. Sostiene que la mujer no
puede considerarse un elemento pasivo, y se propone incorporar elementos de lo que
Deveaux denomina la segunda y tercera olas del feminismo (Deveaux, 1994: 223).
Incorpora así la noción de resistencia, considerando que el seguimiento de la disciplina
también puede empoderar a la mujer. En el caso del ejercicio, por ejemplo, afirma que el
entrenamiento de pesos puede dar a una mujer la confianza necesaria para autoafirmarse
en su trabajo (Bordo, 2004: 27). También opina que el cuerpo de la mujer no puede
entenderse solo desde la cultura, pues hay posibilidades y aspectos que esta visión
oscurecería. Así, comparte con el posmodernismo una sensibilidad por la ambivalencia
de la situación, que requiere ver la necesidad de “reescribir” el cuerpo, pero también de
reconocer la necesidad de actuar como mujer y ver este como fuente de placer, poder y
conocimiento (ibíd.: 36-37). Se trata de una perspectiva rica que es capaz de hacer suyas
las ideas de disciplina y docilidad sin hacer de ellas una prisión para las mujeres.

Por último, merece mencionar la discusión de Kathy Davis acerca del concepto
de agencia. Esta es una herramienta para entender cómo las mujeres pueden ver una
opción en parte opresora como única alternativa viable en ciertas circunstancias, y
puede definirse como la “... participación activa de los individuos en la constitución de
la vida social” (Davis, 2003: 12).5 No se trata de libre elección, sino de explorar las
relaciones entre la agencia y la estructura social sin caer en el individualismo
metodológico o el determinismo social, ya que se construyen mutuamente y son
irreducibles (ibíd.: 12). Davis concibe las prácticas de disciplinamiento como
empoderadoras y desempoderadoras a la vez, solución y problema. Considera que la
complejidad de la situación requiere que las mujeres no sean tratadas como meras
víctimas, sino “agentes que negocian sus cuerpos y sus vidas dentro de las restricciones
culturales y sociales de un orden social generizado” (ibíd.: 14).

4 Hay que mencionar que Bartky sí deja lugar para la resistencia (cfr. Bartky, 1998: 43-
44), aunque su marco no deja mucho lugar para ella ni provee muchas soluciones a los
problemas que diagnostica.

5 Su trabajo trata sobre la cirugía estética, pero sus observaciones son generalizables a
otras disciplinas como las que he expuesto.

8
CONCLUSIONES

Los trabajos de Bartky y Bordo muestran claramente la adaptabilidad del marco


foucauldiano al análisis feminista. Las prácticas de cuidado estético introducidas al
principio muestran cualidades afines a las descritas por Foucault: se llevan a cabo
mediante la autovigilancia –el Panóptico--, penetran hasta el detalle –vientre plano,
control de la celulitis-- y tienen como resultado unos cuerpos dóciles que obedecen a las
presiones de la cultura. En cierto sentido, su apropiación por parte del feminismo resulta
natural, a pesar de ciertos los cambios que requiere para adaptarse a este caso
específico.

Al aplicarse a la dieta y el ejercicio, se ha podido ver cómo se despliega lo


complejidad de la situación. Especialmente en el análisis de Bordo, se ven
interpretaciones profundas de las representaciones culturales y sus efectos sobre las
mujeres. Su análisis se dirige a los anuncios y extrae de ellos conclusiones cruciales
para entender qué significado tiene la imagen de la mujer que proyectan, qué ideología
representa y cuál es su origen. A partir de ellos caracteriza las consecuencias que la
disciplina tiene para la mujer, cómo esta está dirigida a controlarla y limitar sus fuerzas.
Sin embargo, la exposición de su perspectiva tiene claras limitaciones, ya que me he
ceñido a presentar algunos de sus aspectos, haciendo énfasis en los que más
relacionados estaban con la disciplina.

Cabe decir también que, aunque haya intentado subrayar la adecuación de la


disciplina como herramienta para tratar ciertas prácticas de control de las mujeres y
constitución de la feminidad, estas suponen un primer paso en el avance hacia el
esclarecimiento del problema. El mismo Foucault evolucionó e introdujo nuevos
matices en su trabajo, alterando de manera importante sus nociones de poder y el papel
de la disciplina. Esto ha tenido también repercusiones y respuestas por parte del
feminismo, en un desarrollo teórico que cada vez intenta comprender la posición de la
mujer haciendo mayor justicia a la complejidad de su experiencia (cfr. Deveaux, 1994).
En cualquier caso, el hecho de que el marco provisto al principio haya sobrevivido en la
literatura feminista muestra que tiene la flexibilidad suficiente y que toca algunos
aspectos del sistema de control social que siguen vigentes, entre los que destaca su
nueva forma morderna.

9
Bibliografía

Bartky, S. L. (1998) “Foucault, Femininity, and the Modernization of the


Patriarcal Power” en Weitz, R. The Politics of Women's Bodies: Sexuality, Appearance,
and Behavior, New York y Oxford, Oxford University Press, pp. 25-45.

Bordo, S. (2004) Unbearable Weight: Feminism, Western Culture, and the Body,
Berkeley y Los Angeles, University of California Press.

Davis, K. (2003) Dubious Equalities and Embodied Differences: Cultural


Studies on Cosmetic Surgery, Oxford, Rowman & Littlefield.

Deveaux, M. (1994) “Feminism and empowerment: A critical reading of


Foucault” Feminist studies, 20(2): 223-247.

Foucault, M. (2002) Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, Buenos Aires,


Siglo XXI Editores Argentina.

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