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D A V E H O W E L : Dueño de una granja en Ohio.

M Y R A H O W E L : Madre del anterior.


S I D N E Y G I L E S : Hermano de Myra Howel.
LA G R A N M Y R A : Prima de Myra Howel.
S H A W : Pirata aéreo.
J I L L K R E E G E R : Azafata del avión secuestrado.
E D G R E N : Sargento de policía.
M A N T L E : Oficial de policía.
J A M E S J. BLEDSOE: Abogado
B O B Y O R K : Empleado de la compañía aérea.
J A C K M U L L E R : Empleado de la compañía aérea.
R U S S E L L M O R G A N : Dueño de la compañía aérea.
M A R I O N K N I G H T : Funcionario de la fiscalía del Estado.
JAMES
M.CAIN
AL FINAL DEL ARCO IRIS
(RAINBOW'S END)

EDICIONES FORUM
Colección dirigida por ANTONIO PICAZO y ANGELES ALEDO

Asesor: CÉSAR A. DÍAZ

© 1975, James M. Cain


Ediciones Forum, S. A.
Córcega, 273-277. Barcelona-8
Traducción: Enrique de Obregón
Derechos de traducción cedidos por Editorial Noguer
Ilustración de portada: R. T. Palat
Ilustraciones interiores: Manuel Andrés
I.S.B.N.: 84-85604-15-6 (obra completa)
I.S.B.N.: 84-85604-34-2
Depósito legal: M. 7948-1983
Distribución: COEDIS. Valencia, 242. Barcelona-7
Composición: Fernández Ciudad, S. L.
Impresión: Gráficas Futura, Sdad. Coop. Ltda.
ERA de sábado como las que ma- —No, no lo sé.
UNA DE má y yo pasábamos desde Porque ella quería decir tantas cosas
que murió mi padre, o al a la vez que yo perdía el hilo de su con-
AQUELLAS menos el hombre al que yo versación. Como cuando estuvo un buen
NOCHES creía mi padre. Ultimamente, rato hablándome del petróleo, insis-
oscurecía antes. La gasolinera donde tiendo en que deberían perforarse nues-
yo trabajaba se cerraba, y se colocaba tras tierras y que luego cobraríamos
un cartel sobre el surtidor: «No hay royalties por ello, «miles y miles». Yo
gasolina». Así que me iba a casa con le contesté que todo el sur de Ohio ha-
mamá. Pero no crean que nos aburría- bía sido ya perforado.
mos ni que el tiempo pasaba lenta- —Hubo petróleo aquí —le expli-
mente. Ocurrían muchas cosas, dema- qué—, pero eso fue hace años, y ya no
siadas para mi gusto y reinaba bas- queda ni en nuestras tierras ni en las
tante animación. La primera parte otras.
(cuando empezaba a anochecer) no esta- Luego, durante un rato, habló de
ba mal; sólo que ella se mostraba como Marriott. Había leído algo sobre Ma-
un poco chiflada y absurda. Pero, cla- rriott en los periódicos: que instalaría
ro, no hay ninguna ley que prohiba un parque de atracciones en nuestras
comportarse así. Empezaba a hablar tierras, con montañas rusas, norias gi-
de lo ricos que seríamos por esto y gantes y un buque de vapor para dar
por lo otro. Aquella noche había un paseos por el río.
extra: me estaba dando la lata hablán- Nuestra casa se levantaba a orillas
dome del arco iris que ella había visto del río Muskingum, a algo más de quin-
por la tarde, cuando dejó de llover y ce kilómetros de Marietta. Teníamos
salió el sol. dos parcelas separadas, de las que ha-
—¿Sabes una cosa, Dave? —susu- bíamos logrado obtener algo, haciendo
rró—. Al final de ese arco iris hay un casi todo el trabajo mamá, y ayudán-
bote lleno de oro, sí señor. Y nos está dola yo cuando podía, e incluso con-
esperando. Es algo que presiento. Sólo tratando peones cuando hacía falta. Era
si somos un poco decididos. Si vamos cierto que los buques de vapor habían
en el coche la semana que viene nos navegado antaño por el río, pero no
apoderaremos de él. creo que eso pudiera interesar a Ma-
—¿Hay alguna carretera hasta el fi- rriott. Mamá hablaba de otras cosas, a
nal del arco iris? cual más estúpida, así que yo no acaba-
—Ya sabes lo que quiero decir. ba de entender exactamente lo que que-
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ría decir, pero le permití que hablara. mi padre muriera —bueno, el marido
Sabía que no me dejaría en paz hasta de ella—, además de la que ya tenía-
que le prestara oídos. mos cuando él vivía. Allí levantó él lo
—Está bien, ¿qué es ello? —le pre- que llamaba un rancho. Lo construyó
gunté. del único modo que sabía, con un mar-
—Bueno —empezó a decir, después tillo, una sierra, tablones y sus dos ma-
de aspirar larga y temblorosamente—, nos. Era de Texas, y cuando ingresó en
esta vez podremos hacerlo. No tendre- el Ejército lo destinaron a la oficina de
mos que pedir nada a nadie. Sólo levan- reclutamiento de Marietta, donde mamá
tarnos e ir. Iremos en nuestro coche trabajaba de cantinera. Ella procedía
cuando esté arreglado y aprovechare- de Flint (Virginia occidental), por en-
mos la ventaja. tonces un campamento minero a orillas
—¿La ventaja de qué? del Monongahela, y ahora una ciudad
—Porque esta vez podemos... fantasma porque la mina de carbón ha-
—¿Quieres explicarte, por amor de bía sido cerrada, aunque una cuadrilla
Dios? empezó a excavar al otro lado de la
—Es en Maryland. Iremos en coche montaña. Mamá trabajó primero en
hasta Cumberland, lo cual nos llevará Fairmont, río abajo desde Flint, pero
menos de un día, y... tuvo que marcharse de allí tras una
—Sí, ¿y qué? pelea en la que se vio implicada. Enton-
—Compraremos billetes de lotería. ces se fue a Ohio. Una vez le pregunté
¡Así que después de tanta cháchara y por qué vino tan lejos en lugar de ins-
resoplidos me venía con eso! Pero ella talarse en Clarksburg, que estaba junto
era bajita, joven y linda a su pecosa a la carretera.
manera montañesa, y me constaba que —No me gusta mucho Clarksburg
vivía por entonces en un mundo de —me contestó.
sueños. Así que la besé y le dije: Una vez que estuve allí, descubrí la
—Bien. Iremos a Cumberland, ¿se razón. Mamá era una Giles, y Clarks-
llama así esa ciudad?, el mes próximo, burg es una ciudad llena de Kings, y
cuando las carreteras se hayan secado. un Giles no se acerca a un King porque
Ahora todo está inundado y el agua nos eso no es saludable. Estoy tratando de
llegaría hasta el capó. Pero pronto, dar una idea de cómo su condición de
cuando el nivel haya descendido, ire- montañesa influía en la forma de ser de
mos y compraremos un billete de lo- mamá.
tería. Así, pues, se casó con Jody Howell,
—Más de uno, Dave; tenemos que el cual adquirió el otro terreno con el
comprar un fajo. De ese modo, no tene- dinero que los dos habían ahorrado, y
mos más remedio que ganar. edificó la casa con sus propias manos.
Yo no le presté mucha atención, pero La construyó al modo que había apren-
fingí que se la prestaba, y durante un dido en Texas: cuadrada, dividida en
rato le hice compañía pretendiendo ha- cuatro habitaciones comunicadas entre
cerle caso. Luego, al cabo de un rato, yo sí, dos puertas en la fachada principal,
le pregunté: otras dos traseras, un porche y una
—Bueno, compramos un billete, y cocina en el patio de atrás. Pero una
luego ¿qué? casa, que es perfecta para Texas, resul-
—Seremos ricos. ta fría como un témpano para Ohio. Al
—Te he preguntado: ¿y luego qué? llegar el invierno, casi nos helábamos.
—Luego, con todo ese dinero, vende- Cuando yo cumplí los dieciséis años,
remos la casa, venderemos el otro te- mi padre sufrió una tisis galopante y
rreno, nos sentaremos a descansar y... permanecía sentado en el porche todo
—¿Y qué? el día con una escupidera a su lado
—Todo lo que queramos. para expectorar. Luego se murió. Jamás
Teníamos dos parcelas porque yo nos había dicho que tenía un seguro,
había comprado otra después de que pero vino un cheque de diez mil dólares
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a mi nombre. Con el dinero hice un nos, eso creía. Y tal suposición resultó
pago de nueve mil dólares a cuenta de cierta, aunque en un sentido muy par-
los veintidós mil de la parcela vecina ticular. Si yo era montañés, tal vez qui-
y nos mudamos a la nueva casa. Mamá siera poner mi mano allí tanto como la
se mostró resentida porque su marido propia mamá. Aquello me causaba ho-
hubiese puesto el seguro a mi nombre rror, pues podríamos encaminarnos a
y «no le hubiera dejado un céntimo» a algo que sería como recorrer los quince
ella. Entonces empezó a comportarse malditos kilómetros Muskigum abajo.
de aquel modo tan peculiar, que es a Así que, de repente, dije:
lo que voy. No tengo el propósito de —Es hora de irse a la cama.
excusarme por sacar a relucir un poco Los dos dormíamos en la planta baja
los trapos hucios, pero tal como me de la casa nueva, yo en la habitación
siento, sacaría hasta una lavandería. pequeña y mamá en el comedor. La
Pues bien; lo diré: ella empezó a in- puerta principal de la vivienda se abría
sinuárseme. Tras hablar del oro y del a un recibidor que llevaba a la cocina,
dinero que íbamos a conseguir de un y del que arrancaba una escalera que
modo u otro, tomaba mi mano, la pasa- conducía al piso alto. También había
ba por su cintura, y la arrastraba por un armario ropero. A la izquierda del
su pecho, que era redondo, cálido y recibidor, al otro lado de una arcada,
blando. Eso me asustaba muchísimo. estaba el salón, con una chimenea en
Yo he tratado de decir que ella era un extremo y una puerta doble en la
montañesa, y he oído hablar mucho de pared del fondo, que llevaba al come-
cosas así, de madres que se encaprichan dor. Junto a la chimenea, otra puerta
de sus hijos y de padres que andan daba a un cuarto pequeño que había
tras sus propias hijas. sido construido como una especie de
Parece divertido, pero recuerden que anexo del salón, pero su función prin-
los chicos montañeses de dieciséis años cipal era sustentar una especie de terra-
pueden cargar tanto carbón como sus za en el piso de arriba. Para que los dos
papás, así que cuando trabajan en las estuviéramos en el mismo piso, mamá
minas se casan, en su mayoría, con chi- me hacía dormir en la habitación pe-
cas de catorce años y aun menos. Bue- queña y ella se quedaba en el come-
no, cuando el hijo cumple los dulces dor. Ambos nos acostábamos en catres
dieciséis, nunca lo han besado; es un que ella había comprado en la ciudad,
muchacho de buena planta, con muscu- y sólo con mantas, ya que las sábanas,
latura, y su mamá está aún en sus vein- me decía, «no eran más que tonterías».
titantos, con ideas propias de su edad. Además había que tomarse la molestia
Y claro, mirando hacia atrás, esto evoca de lavarlas. Yo me sentía avergonzado,
el caso de papá y Sissi, tan pronto él pero accedí a todo. Así que aquella no-
se fijó en ella. Trato de explicar que che de sábado, apenas me había metido
cuando uno se ve metido en una cosa en la cama cuando oí que llamaban a mi
de ésas, que cuesta trabajo creer, gene- puerta, allí apareció mamá, trayéndome
ralmente se encuentra una justificación. pan de maíz y mantequilla. Bebí y comí,
Con mamá sucedía que estaba en la me- y ella permaneció sentada a mi lado,
jor edad. Contaba treinta y tantos, y yo vestida con bata y kimono azul, pero
sólo tenía veintidós. Era de mediana ambas prendas las llevaba abiertas, col-
estatura, tirando a pequeña, con cabe- gantes y desabotonadas.
llo rubio polvoriento, ojos azul claro, —¡Vamos! Abróchate el kimono —le
piel pálida, pecas y un cuerpo que nin- insté.
gún hombre podía olvidar. —Ya me has visto muchas veces. Es
una cosa natural.
Pero aún estoy sacando a relucir tra- —Te he visto muy a menudo, sobre
pos sucios. Lo que trato de decir es que todo aquí últimamente, y puede que
mi temor se debía a que si ella proce- sea una cosa natural, pero no me parece
día de la montaña, yo también o, al me- bien.
6 James M. Cain

—Mi pequeño Davey Howell, escu-


cha...
—Te he dicho que te vayas, así que
¡fuera!

AL y yo apagué la luz y perma-


FINAL necí echado en la oscuridad,
preguntándome qué significa-
SE ría todo aquello. No había
MARCHO duda de que ella tomaba el
asunto en serio. La cuestión era si
lo tomaba en serio yo también. A mis
veintidós años, tenía unos impulsos
normales, acaso demasiado normales
en los dos últimos meses, desde que
una chica con la que salía me dejó plan-
tado y se casó con otro. No comprendo
por qué razón lo hizo, como no fuera
porque el tipo en cuestión tenía un Ca-
dillac. Aquello me había tenido muy en-
celado, especialmente por las noches,
que era cuando la chica y yo hacíamos
el amor en grande. Yo pensaba que la
respuesta que debía dar a mamá era
La casa estaba construida al estilo de Texas. negativa, pero tampoco estaba seguro
de por qué. Permanecí despierto y muy
preocupado. Sin embargo, debí de dor-
mirme, pues me despertaron, de repen-
—¿Lo dices porque soy tu madre? te, la luz del salón y las sacudidas que
—¿Por qué lo voy a decir si no? ¿Y mamá daba a mi cama. Al principio
por qué no lo dices tú? pensé que se trataba otra vez de lo
—Debe de haber una razón, Dave. mismo.
Así es como ella hablaba del asunto.
Siempre se pasaba un poco de rosca, —Dave —susurró—. Hay alguien en
pero sin atreverse del todo. la isla. Se les oye hablar.
—¡Maldita sea! ¡Abróchate eso! —la La «isla» era un mogote en medio del
conminé. río. Se había formado en la orilla este,
—¿Has oído lo que te he dicho? donde nosotros vivíamos, y luego había
—¿Has oído lo que te he dicho yo? quedado separado de tierra firme por
—repetí burlonamente. una avenida del río un par de años an-
Acabó por abrocharse. Luego, como tes. Se divisaba desde el rancho, donde
si fuera una idea divertida que se le manteníamos una luz encendida perma-
hubiera ocurrido de repente, me dijo: nentemente, para hacer ver que alguien
—Pareces estar tan cómodo en esa habitaba allí. El islote no se veía desde
cama, que me gustaría meterme en ella la casa, a menos que uno subiera al
contigo. piso alto.
—Pues te echaré a puntapiés si lo ha- —Mamá, sufres alucinaciones. No
ces. Toma este vaso y vete. puede haber nadie en la isla; no hay
Terminé de beber el contenido del modo de llegar hasta allí. Probable-
vaso y se lo entregué. Mamá lo tomó y mente se trata de algún borracho a
me reconvino: quien se le ha estropeado el coche, y
—No eres amable conmigo, Dave. espera ayuda en la carretera. Ahora,
—Y tú eres demasiado amable con- vuélvete a la cama. Déjame solo. Quie-
migo. ro dormir.
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—Puede que no haya camino, pero —No importa quién soy. ¿Tiene us-
habrá otro modo de llegar. ted un bote?
—¿Otro modo? ¿De qué estás ha- —Uno pequeño, sí.
blando? —¿Tienen coche?
—¿Tú qué crees? —Sí.
De repente, recordé las noticias que —Traiga el bote y enséñeme dónde
vimos por la televisión: un avión había está el coche. Entrégueme las llaves.
sido secuestrado por un tipo que esgri- —¡Por favor! —terció la chica con
mía una pistola, con la que amenazaba voz temblorosa—. Haga lo que dice o
a una azafata a la que mantenía como me matará.
rehén. Había desviado el aparato de —¡Está bien! ¡Está bien!
Chicago a Pittsburgh, y luego de acá —¿Me has oído, muchacho? ¡Hazlo
para allá, mientras le procuraban cien inmediatamente!
mil dólares y un paracaídas que, al fin, —Y espero que usted también me
le fueron entregados; todo eso con vein- haya oído a mí —repliqué—. Pero hay
ticinco personas a bordo y una tormen- un par de cosas que quiero aclarar pri-
ta que se avecinaba. Mamá se quedó mero. Señorita, ¿quién es usted?
parada, en la penumbra, mirándome —Yo era la azafata de ese avión, el
fijamente, y susurró: que fue secuestrado la pasada noche.
—Los dos están hablando. Esa chica Él me apuntaba a la cabeza con una
debe de ser aquella a la que él amena- pistola. Luego, cuando finalmente
zaba con el arma. Tienen que ser ellos. abrieron la puerta, le dio miedo saltar,
Me levanté de un salto y me dirigí y yo le empujé. Me agarró y descendi-
corriendo hacia la cocina y escuché. mos los dos. Él me pegaba para que
¡Claro! Pude oír gritar a un hombre y, me soltara, pero no me solté, y los dos
de vez en cuando, la voz de una chica. fuimos a caer al agua. ¡Oh, por favor!
—Está bien —dije—. Tenemos que ir. Podría matarme ahora. Él...
Tráeme las linternas, mientras yo me —No, no la matará.
visto. —¿Por qué cree que no la mataré?
—Porque si la mata, morirá usted
también.

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No hubo respuesta a mis palabras,
así que añadí:
—Usted no puede salir de esa isla si
yo no le permito transbordar. Y si
trata de escapar nadando, Dios le ayu-
MAMA esperándome en la parte tra- de. El río viene crecido y lo pescarán
ESTABA sera de la casa. Yo me puse muerto quince kilómetros más abajo,
los pantalones y zapatos, pero en la presa. ¿Comprendido?
YA no los calcetines, y una cha- —Sí.
VESTIDA queta de piel de oveja, sin —Sí, ¿qué?
camisa. En la cocina tomé un fusil —Sí, señor.
que siempre estaba allí; era un Enfield —Bien; ahora tengo que ir por los
de la guerra mundial que mi padre remos a la casa.
compró en una liquidación, en Marietta. —¿Qué casa?
Tiré del cerrojo y metí una carga en —La que hay en aquella colina.
la recámara. Esgrimiendo ambos nues- —No veo ninguna colina.
tras linternas, bajamos por el sendero. —Tendré que iluminarla.
Al acercarnos a la orilla, aquel tipo Luego le dije:
dejó de gritar y luego, de repente, ex- —Volveré en el bote —y emprendí el
clamó: camino de la casa, pero antes susurré
—¡Hola! a mamá—: Pase lo que pase, sigue ha-
—¡Hola! —contesté yo—. ¿Quién es blándoles.
usted? Mamá había vuelto hacia otro lado el
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haz luminoso. Subí hasta la casa y en- a la isla, con su mogotillo entre mí y
tré en la cocina, donde eché un vistazo aquel tipo y la chica. Volví el remo
al reloj«. Las cinco y cinco. Sólo falta- para dejar que la corriente me llevara,
ban unos minutos para las primeras y así me aproximé. Llegué junto a un
luces del amanecer, así que tenía que árbol que surgía del agua, pues el río
actuar con rapidez. Salí de nuevo, tomé había subido de nivel a causa de la cre-
los remos del porche y bajé por el otro cida primaveral, y me agarré al tronco.
sendero hasta el bote, que permanecía, De repente, oí tres voces a la vez; la de
varado en nuestro pequeño embarca- la chica gritaba a mamá:
dero. Afortunadamente, hacía una se- —¿Quiere usted que me mate? ¿Por
mana o diez días lo había puesto en eso lo está provocando?
seco. Y mamá le gritaba a su vez:
Un bote no es fácil de utilizar des- —Trato de meterle en la cabeza lo
pués de tenerlo tanto tiempo fuera del que le pasará si se atreve. ¡Eso es lo
agua. Al botarlo advertí que tenía algu- que trato de hacer!
nas vías de agua, pero no demasiadas. Y el tipo gritaba, por su parte, a
La segunda vez que lo achiqué apenas mamá:
hubo filtraciones, lo cual significaba —¡Está bien! ¡Está bien! Pero, ¡mal-
que, después de quitarle el alquitrán, la dita sea! ¡Podría volarle la cabeza si
embarcación estaba apretada y lista, ella y usted no se callan!
dispuesta para zarpar. Un bote peque- Aquello estaba desprovisto de senti-
ño como el que yo tenía, del tipo lla- do, pero yo le había dicho a mamá que
mado johnboat, tiene la forma de un hablara, y aquella era la idea suya de
plato hondo, popa cuadrada, un banco «algo que decir», y ahora yo no podía
a proa, otro a popa y un tercero en me- mandarla callar. Apoyé el bote contra
dio. Embarqué y apoyé un remo y el el árbol, y lo dejé varado en la orilla.
fusil en el banco de proa, empleando el Pude ver la silueta del tipo, que desta-
otro remo como canalete. Retiré la bol- caba contra el cielo. Tomé el fusil, le
sa de los perdigones para equilibrar mi apunté y le ordené con toda tranqui-
peso, y desamarré. La bolsa era de lona lidad:
y contenía unos veinticinco kilos de per- —Suelte esa pistola.
digones de plomo, que servían para es- El no la soltó. Al contrario, dio me-
tibar el bote cuando yo salía solo. En dia vuelta y disparó. Oí el impacto de la
aquella ocasión me senté en el centro, bala, que tronchó unas ramitas por en-
agarrándome al desembarcadero. Como cima de mi cabeza.
el río bajaba tan crecido, el bote so- Soltó una maldición cuando el retro-
bresalía menos de treinta centímetros ceso elevó su arma, que era pequeña.
del agua, lo cual, por supuesto, lo hacía Sería una pistola barata del 32.
manejable. Luego esperé, mirando ha- Aún lo tenía apuntado a la cabeza y
cia el cielo por el lado este. Abajo pude apreté el gatillo.
escuchar voces y gritos de mamá, de El chispazo del disparo iluminó la isla
aquel tipo y de la chica. A esta última y, de repente, dejé de ver al individuo.
se la oía más que a los otros. Yo igno- —¡Oh! ¡Gracias a Dios! ¡Gracias a
raba los motivos de que así fuera, pero Dios misericordioso! —exclamó entre
ello significaba que no estaba muerta. sollozos la chica, que, de pronto, apa-
Menos mal. reció ante mi vista.
El cielo empezaba a ponerse gris, así Después de dar unos pasos cayó y
que me alejé de la orilla. Metí al bote empezó a gemir.
en la corriente y empecé a remar. Avan- —¡Tengo los pies dislocados!
zaba con dificultad, pero no me atreví lamentó—, y el río se llevó mis zapatos
a remar regularmente, por miedo al rui- Volví a colocar el fusil en su sitio,
do de los remos. Cuando llegué al sitio, contra el banco de proa, salté a la ori-
mamá permanecía en la orilla hablando, lla y corrí hacia la muchacha a través
claro. Goberné el bote para acercarme de los matorrales. Estaba incorporada
Al final del arco iris 9

contra un tocón, con los dientes casta- —¿Qué tenemos que ver con eso?
ñeteándole y gimiendo. Me quité la cha- —Darán una recompensa por él.
queta y se la puse, aconsejándole: Siempre pagan una recompensa. Si lo
—Agárrese a mí ahora, que voy a le- entregamos, podremos reclamarla.
vantarla —pasé un brazo por su cintura —Mamá, deja las cosas tal como es-
y el otro por debajo de sus corbas, y tán.
al mismo tiempo me arrodillé. —Las dejaré, excepto el dinero.
Luego me levanté y la llevé al bote. —¿Puedo decir algo? —terció la chi-
—¡Tengo tanto frío! ¡Tanto frío! ca tocando a mamá en el hombro—.
¡Tanto frío! —iba exclamando ella. Quítese la ropa y empiece a bucear en
—Tranquilícese —le dije. el río, que se lo llevó todo: su paracaí-
Le ayudé a colocarse en el banco de das, su sombrero y mis zapatos.
popa. Esta vez, en lugar de chapotear, —¿Cómo sabe usted que se llevó su
apoyé el luchadero del remo en el es- sombrero?
cálamo y bogué. Me aparté del árbol, —Estuvo hablando de eso.
retrocedí hasta la corriente y me dejé Ya lucía el sol, y mamá no hacía más
llevar río abajo. Luego enfilé hacia la que mirar fijamente a la chica. Luego
orilla este y recalé junto a mamá. Sal- dijo:
té a la orilla, anudé la amarra a un —Está bien, llévala a la casa y dale
árbol y ayudé a la chica a desembarcar. algunas ropas para que se vista. Hay
Pero sus pies aún vacilaban a cada algunos vestidos viejos míos en el cajón
paso, y volví a tomarla en mis brazos, de abajo de mi cómoda.
esta vez sin tener que arrodillarme. —Mamá, sé razonable.
—Toma el fusil, ¿quieres? —pedí a —Y no llames a nadie, Dave, hasta
mi madre. que yo te lo diga.
Ella no contestó ni actuó como si me —Tengo que llamar al sheriff.
hubiera oído. Pegó un tirón a la mano —Pero no hasta que yo te lo diga.
de la chica, al tiempo que le gritaba en
su cara: SEGUIA en mis brazos. Al final, pudimos
—¿Qué ha hecho él con el dinero? ponernos en marcha hacia la
—¿Quién es esta puta chiflada? —chi- CON LA casa. Al cabo de dos o tres pa-
lló la chica. Luego, sin esperar a que CHICA sos ella susurró:
yo se lo dijera, replicó furiosamente a —Siento causarles tantas molestias.
mamá—: ¿Cómo quiere que sepa lo —No son molestias.
que hizo con el dinero? ¿Cómo quiere —¿Peso mucho?
que sepa lo que hizo con cualquier —Para mí, no.
cosa? Todo lo que sé es lo que hizo con —¿Mamá? ¿Es su madre?
aquella arma gracias a usted, que trató —Sí.
de que me matara, provocándole, pro- —Pensé que era su esposa.
vocándole y provocándole. ¿No sabe —Soy soltero.
usted que estaba loco? ¿No sabe usted —Siento haberle gritado, pero ella
que a él no le habría importado matar- por poco hace que me maten.
me? ¡Era lo que usted le pedía! ¿No —A veces se le ocurren ideas diver-
sabe que todo lo que usted le dijo so- tidas.
bre lo que le pasaría, si me mataba, no —¿Dave? ¿Dave qué?
significaba nada para él? ¡Eh! ¡Le estoy —Howell. ¿Cómo se llama usted?
preguntando algo! ¿Por qué me hizo —Jill. Jill Kreeger.
eso? —Encantado de conocerla, Jill.
—Toma el fusil —repetí a mamá. —Igualmente.
—¡Yo lo llevaré! —exclamó, furio- Una débil sonrisa cruzó su rostro.
sa—. Pero primero voy a ir allí a echar Pero entonces estábamos ya en el por-
un vistazo. che trasero de la casa. El brazo que
—¿Echar un vistazo a qué? mantenía alrededor de mi cuello, se
—Al dinero. apretó de repente, lo cual acercó su
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rostro al mío. Me besó, primero en la tañeteo prosiguió. Luego se detuvo, y


mejilla y luego en la boca. ella cerró los ojos.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! ¡Jill! ¿Quieres abrir —¿Te encuentras bien?
la puerta? —Es como estar en el cielo.
Se agachó y descorrió el pestillo. Fui- —No me extraña que te lo parezca.
mos hasta la cocina. Di un puntapié a —¿Soy bonita?
la puerta, que se cerró tras de mí, atra- —Preciosa.
vesé con Jill a cuestas el recibidor y, —Quiero ser para ti... ¿Sabes quién
a través del salón, penetré en el dormi- me has parecido hace un momento, ahí
torio pequeño. Me avergoncé de la fuera?
cama, toda en desorden y cubierta sólo —No, ¿quién?
de mantas, con un almohadón sin funda —Dios.
y desprovista de sábanas. Pero a Jill Lo dijo en tono bajo y solemne. Yo
no pareció importarle. Soltó mi cha- no lo tomé a broma ni respondí nada.
queta y se dispuso a acostarse. Pero Al cabo de un rato, ella dijo:
llevaba puestas aquellas ropas empapa- —Siempre oyes decir que el infierno
das: pantalones rojos cortos, lo que es caliente, pero descubres que el frío
llamaban un bolero, asimismo rojo, y puede ser peor, especialmente el frío
algo que parecía unas bragas. Le quité húmedo, con un tipo malvado apuntán-
todo rápidamente. Se quedó ante mí dote con una pistola a la cabeza y una
desnuda: un lindo espectáculo. Abrí de mujer chiflada incitándole a que dispa-
golpe el cajón de abajo de la cómoda, re. Entonces una voz tras de ti habla.
tomé una toalla y froté el cuerpo de Luego suena un disparo de fusil. Y de
Jill hasta dejarla seca. Luego la metí lo más profundo del infierno te ves tras-
entre las mantas. Pero con el aire frío ladada al cielo. ¿Qué te pareció aquel
de la habitación, sin ropas, sus dientes tipo que te disparó?
empezaron a castañetear.. —Pues que necesitaba un afeitado.
—Me voy a resfriar —observó. Jill me barbilleó.
—Abrígate bien. —Dios lleva barba —observó—. Es-
Me dirigí escaleras arriba, hacia el toy segura de que la lleva. Así lo mues-
baño, pero retrocedí para dar otro beso tran en todas sus imágenes.
a Jill. A ella le gustó también, pero sus —No puedo decirte lo que se vería en
labios estaban fríos como el hielo. una imagen tuya; sería ilegal.
Ella roció agua sobre las cosas de las
que yo estaba hablando, y me preguntó
muy inocentemente:

3
—¿Te gustan?
—Me encantan.
Eran unos senos redondos y bonitos,
con los pezones alargados en el agua
caliente. Chapoteó con fuerza, alegre-
UNA VEZ la temperatura del agua. mente, y luego dijo:
Cuando estuvo caliente, la —Flotan... hacia ti —al final metí mi
ARRIBA dejé correr y volví con Jill. mano en el agua y acaricié uno, y ella
COMPROBE Ella seguía en la cama, tem- susurró—: Has tardado mucho.
blando. La envolví en la manta, me —No estaba en disposición.
arrodillé junto al lecho, la levanté, y —Debí haberte dicho que he estado
la llevé hasta la bañera. Le quité la rezando. Todo el tiempo que permanecí
manta, así que de nuevo quedó des- ahí fuera he estado rezando. Luego,
nuda. cuando tú hablaste desde el bote...
—Métete en seguida —y le di un ca- —Yo no soy Dios. Soy Dave Howell,
chete en el trasero. y sé que me estoy enamorando de ti.
Obedeció. Se desperezó en el agua —Entonces se trata de un sentimiento
caliente y, durante un segundo, el cas- recíproco.
Al final del arco iris 11

—Estate quieta. Quiero mirar tus


pies.
Eran pequeños, bien formados y lin-
dos, pero cuando los palpé empezó a
gemir.
—¡Para! ¡Me haces cosquillas!
—Veo que no los tienes dislocados.
—Me duelen por fuera.
—Aquellos matorrales pueden causar
arañazos... Tal vez tengas los pies un
poco magullados, pero no hay disloca-
ción.
—Bien.
Se incorporó, cortó el agua, se mojó
los sobacos, chapoteó un poco y volvió
al tema de mamá.
—Dave, ¿por qué le incitaría a que
me disparase? Ella no me conocía de
nada. ¿Por qué deseaba que me mata-
ran?
—Debes de haberla interpretado mal.
Es una montañesa. Somos una gente
rara y siempre decimos lo contrario
de lo que pensamos.
—Escucha: puede que la haya inter- El no la soltó. Al contrario, dio media vuelta
pretado mal, pero mi instinto no me y disparó.
falla, y me dice que deseaba en serio
que me matara. Pero ¿por qué?
No pude responderle. El comporta- otros? Podrías esconder ese dinero y
miento de mi madre a mí también me guardarlo...
dejaba confuso. Y contesté: —¡Eh! ¡Deja de hablar de que yo
—Olvidemos eso —o algo parecido, quería eso...!
y traté de que volviéramos a lo nuestro. —Dave, yo no he dicho que tú me
—Está bien —repuso—, pero será quisieras ver muerta. No lo creo de ti.
mejor que bajes. Ella puede venir en Pero es igual. Si me hubieran matado
cualquier momento y conviene que tú ahí fuera, si yo estuviese muerta, ten-
no estés aquí. drías que haber seguido con el asunto
—Bueno. Bésame. y hecho lo que ella quisiera, porque, al
Ella me besó solemnemente, pero de fin y al cabo, es tu madre. Se trataba
pronto se echó atrás. de echarnos a los dos al río y quedaros
—¿Por qué no ha subido ella? ¿Qué vosotros con los cien mil.
está haciendo ahí fuera? —¿Has imaginado eso, eh?
—¿Y qué nos importa lo que esté Eso es lo que dije al principio, pero
haciendo? luego tuve que confesar de plano, pues
Pero Jill se quedó mirándome fija- ella me sonsacó. El comportamiento
mente. Luego, susurró: de mamá en la orilla del río era muy
—Sé lo que está haciendo. Está ro- extraño.
bando el dinero. Dijo que iba a ir a Jill siguió mirándome fijamente, y
buscarlo, y eso es lo que la entretiene. luego prosiguió, con un tono muy frío
Y por eso quería que me mataran. En de voz:
cuanto él me hubiera matado y tú lo —Bueno, todo lo que puedo decir es
mataras a él, podías echarnos a los dos que si ése es el modo de comportarse
al río y ¿quién iba a saber cómo falle- de la gente montañesa, yo me alegro de
cimos o cuándo o quién acabó con nos- haber nacido en la llanura. ¿Eso es lo
12 James M. Cain

único que saben hacer? ¿Ir por ahí Cuando colgaba el teléfono, Jill entró
matando gente? cojeando en la habitación, envuelta en
—A veces no hay más remedio. la manta. Me preguntó si podía utilizar
Ella siguió mirándome con fijeza, y a su vez el teléfono, que estaba al lado
luego, de repente, cerró los ojos como de una arcada del recibidor, y yo me
si se los hubieran azotado con un láti- levanté para permitirle que se sentada.
go. Alargó su brazo y me tocó, agarran- Por los números que marcó me di cuen-
do mi mano con las suyas. ta de que se trataba de una llamada in-
—Lo siento. Dave; olvidé quién es terurbana. Cuando le contestaron, dijo:
Dios. Nada más. No lo volveré a hacer... —¿Jack? Soy yo, Jill.
nunca. Sí, a veces matar a un tipo pue- Por lo visto aquel individuo se había
de ser la cosa más gloriosa del mundo. quedado atónito, porque ella cubrió el
Tienes que bajar —añadió. auricular con la mano y susurró:
Acercó su rostro húmedo al mío, —Es Jack Muller, el jefe de nuestro
pero, una vez más, retrocedió y pre- departamento. Creyó que estaba muer-
guntó: ta, y creo que lo he dejado sin alien-
—¿Qué está haciendo ella ahí fuera? to —entonces se puso de nuevo al telé-
¿Por qué no ha vuelto? Y tiene el fusil. fono—. Llama ahora mismo al señor
Si viene antes de que llames al sheriff, Morgan, rápido. Dile que me encuentro
mi vida no vale ni un centavo. Dave, bien. Gracias por mandar el dinero, y
llama al sheriff, ¡llama al sheriff ahora envía mis más cordiales saludos a la
mismo! ¡Ahora! ¿Me oyes? ¡Ahora! señora M., que tan preocupada estuvo
Yo no creía que su vida estuviera en por mí. La llamaría yo misma, pero no
peligro, pero con una hermosa chica tengo su número de teléfono, ya que lo
desnuda al lado, echándole a uno agua perdí con todo lo que llevaba. Mis más
y dándole en la cabeza, uno hace lo que cariñosos recuerdos. No olvides eso.
ella dice, aunque sólo sea por hacerla El señor Morgan parecía ser el presi-
callar. Bajé las escaleras, consulté el dente de la compañía aérea.
número del sheriff en el listín y telefo- Jill colgó y exclamó:
neé. La voz del funcionario que contes- —¡Bueno! Ahora me siento mejor.
tó sonaba adormilada, y apenas reac- Entonces fue cuando entró mamá
cionó cuando le dije que había matado con el fusil en la mano. Jill le dijo:
a un tipo «para salvar la vida de una —Señora Howell, lo siento, pero Dave
chica». Pero cuando mencioné a Shaw, ha telefoneado al sheriff. Si me mata,
el pirata aéreo que había secuestrado tendrá que pasar veinte años en Marys-
aquel avión, el funcionario se animó ville. Así, pues, mejor será que no lo in-
inmediatamente. Me dijo que esperara, tente.
que iba a por una pluma. Luego me pi- —Nadie ha pensado en matarte —le
dió que empezara «a contar» y que dije yo, casi amablemente.
«hablara despacio mientras escribía». Ya empezaba yo a hartarme de algo
Cuando ya tuvo apuntado el nombre, la de lo que ella no tenía pruebas, y en
hora y el sitio, todo bien claro, me dijo lo que yo no creía. Mamá no le hizo
que mandaría una ambulancia para Jill caso y, dirigiéndose a mí, explicó:
y un furgón fúnebre para el cadáver. —No he podido encontrar ni rastro
—¿Necesita algo más? —me pregun- de ese dinero. No sé lo que ese tipo
tó en tono amistoso. hizo con él, pero se le soltaría con el
A mí no se me ocurrió nada más, así empujón o con el tirón al abrirse el
que él añadió: paracaídas. Este sí lo he encontrado;
—Los policías llegarán inmediata- está a orillas del río, al otro lado de
mente, en cuanto se hayan vestido. Que la isla.
no toquen nada hasta que ellos lle- —Ese no es asunto de nuestra incum-
guen. bencia, mamá.
Yo le contesté que así se haría. —¿Está segura de que no ha encon-
Al final del arco iris 13

trado ese dinero y lo ha escondido? en ocultar su disgusto. Puse todo sobre


—preguntó Jill con sarcasmo—. Ha es- la mesa, frente a Jill, que echó en la
tado mucho rato ahí fuera. taza cuatro terrones de azúcar y un
Yo no vi que mamá hiciera gesto al- poco de crema y empezó a tragar, titu-
guno con el fusil; puede que sólo fuera beando de vez en cuando porque el café
un pensamiento que le pasó por la ca- estaba muy caliente. De pronto, me pa-
beza. En cualquier caso, Jill se dio cuen- reció una chiquilla medio muerta de
ta de ello y se encogió de miedo en su hambre, y el corazón me dio un salto.
silla. Me apresuré a prepararle zumo de na-
—Dame eso —exigí a mamá alargan- ranja, huevos, tocino y frutos de sartén.
do la mano, pero ella retrocedió, y yo Yo comí con Jill mientras mamá lo ha-
tuve que ponerme duro para que me cía en la cocina. De vez en cuando, yo
entregara el fusil. acariciaba su fuerte manita y ella me
—Déjame tranquila. Este fusil es mío. acariciaba la mejilla. Ya me disponía a
Me pertenece. Tu padre me lo compró fregar los platos cuando sonó el timbre
para que estuviera protegida. de la puerta. Abrí, y allí estaban los
Eso era nuevo para mí; yo creía que policías.
se lo había comprado para él.
—A quienquiera que pertenezca —le
dije yo secamente, y poniéndome ya an-

4
tipático—, es una prueba de un homici-
dio. Tiene que ser entregado a la po-
licía.
Al final conseguí mi propósito y soltó
el arma sobre la mesa del salón, la
bajita que hay frente a la chimenea. AL estaba en Europa u ocupado
—Creo que ya es hora de desayunar con otro asunto. El funciona-
—y dirigiéndome a Jill le pregunté—: PARECER, rio encargado era un sargen-
¿Crees que podrás tomar algo de ali- EL to llamado Edgren. Se pre-
mento? SHERIFF sentó a sí mismo y luego al
—Quisiera un poco de café, por favor. ayudante que le acompañaba, un hom-
—En seguida. bre de edad mediana llamado Mantle.
Generalmente era yo el que cocinaba, También presentó, o señaló, al doctor
pero esta vez llevé a mamá a la cocina Cline, el médico que había seguido en
para apartarla de Jill y alejarla de aquel la ambulancia el coche del sheriff, y al
fusil. La cocina era eléctrica. Después empresario de pompas fúnebres, San-
de sacar la cafetera y llenarla, abrí la tos, quien estaba apeándose del fur-
puerta inferior del armario y extraje gón, de color negro, sin marcas de nin-
la sartén que yo utilizaba para frituras. guna clase, parado detrás de la ambu-
Era de acero inoxidable, de cinco por lancia.
seis centímetros, con orificios en el bor- El sargento Edgren me preguntó:
de. La compré en un mercadillo de lan- —Usted ha matado a un hombre,
ce. No sé de qué habría formado parte; ¿no es cierto?
quizá del suelo de un camión. Mas yo, —Al pirata del aire Shaw, sí.
en cuanto la hube engrasado, la consi- —¿Ya lo había identificado?
deré perfecta para frutos de sartén y —La chica lo identificó. La que des-
otras frituras. Aquella mañana la unté cendió con él en el paracaídas.
y corté el maíz de las mazorcas, y em- —¿Está ella aquí?
pecé por freír el tocino en otra sartén —Ahí dentro.
de mango largo. En cuanto la cafetera —¿Es ella la que tenemos que llevar
empezó a silbar, preparé el café y lo en la ambulancia?
llevé al salón en una bandeja, con una —Será mejor que se la lleve, sargen-
servilleta, azúcar y crema. Todo muy to. Yo diría que se halla en mal estado.
bien presentado. Mamá no se molestó —¿Doctor Cline?
14 James M. Cain

El doctor Cline se acercó con dos to. Lo primero es lo primero. A ella


hombres que sacaron una camilla de la había que cuidarla. El otro podía espe-
ambulancia, y yo les indiqué el camino rar.
por el interior de la casa. Cuando hube —¿Dice usted que su madre estuvo
presentado a todos a Jill, ella indicó la allí?
manta y dijo, como para que se hicie- —Sí.
ran cargo: —Y ella, ¿no pudo haber llamado?
—Perdonen que esté vestida así —ha- —Estaba buscando el dinero.
bló en tono frío—, pero mis ropas se —¿Qué dinero?
empararon en el río, donde caí con el —El dinero que la compañía aérea
paracaídas. El señor Howell me dio esta entregó. Iba en una bolsa de cremallera
manta. con correas para colocársela sobre el
El doctor Cline le tocó la frente, le hombro, al menos eso es lo que dijeron
tomó el pulso e hizo un gesto con la por la televisión. Lo llevaba consigo o
cara. Sus hombres soltaron la camilla debió de llevarlo cuando saltó en para-
en el suelo, pusieron a la chica en ella caídas.
y se fueron, llevándosela. Mientras la —¿Y qué tenía ella que ver con eso?
metían en la ambulancia, me incliné —Quería reclamar la recompensa.
y la besé. —¿Para qué?
—Te pondrás bien —le susurré. —Sargento Edgren, por lo que la chi-
—Espero ponerme por ti. ca le contó, la corriente se les llevó todo
Edgren estaba en la puerta mirándo- cuando cayeron al río: el sombrero,
me. Tan pronto como la ambulancia la chaqueta, los zapatos de él y de ella;
partió, yo volví a su lado. todo lo que llevaban, incluso el dinero.
—Está bien —me dijo—. Empiece a Pero mi madre pensó que podría haber
contar desde el principio. flotado después de que él se quitara
—No hay mucho que contar. Sin em- las correas, cuando se dirigió nadando
bargo... a la isla. Y ella pensó que si se daba
Le conté todo, empezando por cuando prisa, si iba remando y echaba un vis-
mi madre me despertó, la marcha has- tazo podría agarrarlo antes de que se
ta la orilla del río, la conversación que hundiera, antes de que se empapara o
tuve allí con Shaw, cómo acudí al des- se hiciera pedazos más abajo, al chocar
embarcadero, mi travesía en el bote, mi con la presa. Ella no podía telefonear
orden de que soltara la pistola, el tiro desde un bote. Así que dejó que yo me
que me disparó y el que le disparé yo encargara de todo.
a él. —¿Y lo encontró?
—Lo maté o, al menos, eso creí. Yo —Lo siento, pero no.
no miré, pero imagino que mi madre sí. —¿Dónde está el muerto?
Puede hablar con ella sobre eso. —Donde cayó, en la isla.
—¿Cuándo ocurrió todo? Los conduje alrededor de la casa y,
—Poco después de las cinco. Unos sendero abajo, hasta el bote.
veinte minutos después, diría yo. —Allí está —dije, señalando—. Entre
Sacó un cuaderno de-notas y le echó los matorrales.
un vistazo.
—Usted nos llamó a las seis y seis. ME pero Edgren hizo un gesto a
—Sí, creo que fue hacia esa hora. Mantle, quien empujó el bote
—¿Por qué tardó tanto en llamar? OFRECI hacia el agua. Entonces los
¿A qué estaba esperando? A BOGAR, dos, Edgren a popa y Mantle
—Tuve que llevar en brazos a la chi- a los remos, se dirigieron a echar un
ca, que se encontraba muy mal por el vistazo.
frío que había pasado tras caer en el —Bien —dijo a Mantle—. Cargue su
agua, asustada porque le habían estado cámara fotográfica. Tiene trabajo que
apuntando con una pistola a la cabeza, hacer.
v horrorizada por haber visto al muer- Mantle metió una película en la cá-
Al final del arco iris 15

mara, y luego estuvo muy atareado to- Para llamar, todos volvimos al coche
mando fotos del cadáver, midiendo con del sheriff, que tenía teléfono, y Edgren
una cinta de acero que salía de un ca- habló de pie junto a la portezuela. Pero
rrete, tomando nota de los matorrales cuando dábamos la vuelta a la casa pu-
pisoteados, etcétera. Después, Mantle dimos ver a mamá dentro, hablando
me llamó para averiguar dónde había por teléfono. Y yo sabía con quién: con
estado yo cuando disparé el tiro que lo Sid, su hermano, que vivía en Flint, y
mató. que pronto estuvo enterado de todo.
—Se lo mostraré. Claro, ella tenía que contárselo, pero
Regresaron a la orilla, y yo subí a la inmediatamente empecé a preocupar-
proa del bote. Mantle se dirigió corrien- me.
te abajo, y luego hacia el extremo más Ya he mencionado el modo peculiar
alejado de la isla. Hice que recaláramos de hablar de mamá. Si ella se presen-
junto al árbol y amarré la embarcación taba ahora y empezaba a explicar los
como hice antes, tirando de ella para hechos de un modo que no encajaran
vararla, exactamente como la primera con lo que yo había dicho, y especial-
vez. Los tres echamos pie a tierra y nos mente con lo que Jill declararía, si sos-
dirigimos al tocón donde yo había re- pechaban algo, las cosas se iban a poner
cogido a Jill, que estaba a metro y me- muy feas. Así que estuve muy nervioso
dio del cadáver. Mantle se fijó en una mientras Edgren hablaba, y me sentí
ramita partida, un retoño de arbusto, aliviado cuando colgó y me dijo que
y se lo quedó mirando con una lupa. deberíamos esperar a DiVola. Pero pe-
Luego, lo envolvió en un kleenex y se qué de optimismo. Apenas se había
lo metió en el bolsillo. vuelto para darme la noticia «están en
—Creo —observó— que lo ha tron- camino», se abrió la puerta y apareció
chado su disparo. mamá. Apenas la reconocí. Se había pei-
—En efecto —convino—. Es impor- nado el pelo hacia arriba, se había pues-
tante porque, más o menos, prueba que to una cinta azul en un rizo, y se había
usted actuó en defensa propia. empolvado la cara a fin de ocultar sus
Los tres regresamos al bote y volvi- pecas. Llevaba unas medias claras y su
mos a la orilla bogando. Edgren dijo: mejor vestido azul, de falda corta, con
—Por suerte hallé el arma de Shaw objeto de lucir sus bonitas piernas.
con un casco vacío en la recámara. El Todo el mundo se volvió, pero al prin-
resto, como la ramita cortada del ar- cipio ella no habló, así que permaneció
busto, al parecer por su bala, coincide de pie, mirando fijamente a Mantle.
con lo que Howell ha dicho. Luego dijo:
—¿Va a escribirlo así en el informe? —Bueno, señor Mantle, ¿cómo está
—Todo concuerda. usted? —su voz sonó cantarína y amis-
—Bien. tosa—. Hace mucho, ¿eh?
Así que todo había terminado. Sólo Pero Mantle la miró sin comprender.
faltaba retirar el cadáver, recoger el —Señora, ¿nos conocemos de algo?
paracaídas y depositar mi fusil como —lo preguntó como aturdido.
prueba para la investigación que se des- —Claro que me conoce. Yo soy Myra
arrollaría más adelante. El señor Santos Howell; bueno, de soltera me llamaba
se negó a colocar el cadáver en mi bote. Myra Giles, la Pequeña Myra me llama-
—No nos metamos en líos —dijo—. ban, para distinguirme de mi prima,
Si ese bote volcara, tendría que desti- Gran Myra Giles, que es dos años mayor
nar dos hombres a rastrear el río, y que yo. Señor Mantle, yo soy la chica
Dios sabe qué pasaría. Tendremos que que hizo frente a aqueí bandido. ¿Re-
llamar a DiVola. cuerda?
DiVola era una compañía de bombe- —¡Oh! ¡Ahora la recuerdo! Y luego la
ros río abajo que tenía un bote mayor, denunció a usted el señor Hanks.
de aluminio, con motor fuera borda. —Me gustaría olvidar eso, si no le im-
16 James M. Cain

porta. ¡Llamar a la Policía por una dis- había sucedido, sino con lo que yo ha-
cusión con dos chicas! Nunca le perdo- bía dicho, así que hasta yo lo creí, a pe-
né que me hiciera eso. sar de lo que Jill declaró. Sin embargo,
—Entonces era usted más joven. Mantle siguió mirándola, y yo seguí sin-
—Sólo tenía dieciséis años. He cre- tiendo el pellizco en el estómago. Cuan-
cido. ¿Se trasladó usted a Marietta? do ella volvió a hablar de lo asustada
—Yo nací en Marietta. que se había sentido por «aquella chi-
—Pero ahora trabaja usted para el ca», quise rogarle que se callara, pues
condado, ¿no? ya estaba bien la cosa; pero, claro, no
—El sargento Edgren tiene algunas me atreví a abrir la boca. Entonces sonó
preguntas que hacerle. un claxon allá abajo. Aquello cortó el
relato, y todos bajamos hacia el río.
SENTI en el estómago, pero mamá
habló de un modo tan sen-
UN cillo, natural y honesto, que

5
PELLIZCO incluso yo la creí. Explicó
que Shaw había amenazado a aquella
chica, apuntándole con la pistola a la
cabeza, el estómago y las costillas,
mientras repetía sin cesar que iba a ma-
tarla. CUANDO el equipo de DiVola ya esta-
—Y luego mi hijo le habló desde el ba en la isla, echando un vis-
otro lado de la isla. Yo no pude enten- LLEGAMOS tazo al cadáver. Eran tres
der lo que decía, pero al oír aquella ALLI, bomberos con cascos y cha-
voz, el hombre se volvió, girando sobre quetones de plástico. Habían amarrado
un pie, y disparó su arma. Luego distin- su bote a un árbol, más pequeño que
guí el disparo del fusil de mi hijo, y el utilizado para mi johnboat, pero que
aquel tipo cayó al suelo. Tan pronto sobresalía del agua de idéntico modo
como mi hijo llevó a la chica hasta la a causa de la crecida.
orilla, comprendí que tendría que ac- El señor Santos les gritó:
tuar para encontrar aquella bolsa llena —¡Si le ponéis uno de esos cascos,
de dinero, de la que estaban hablando su cabeza se conservará más entera y
por televisión. Así que cuando Dave se será más manejable!
fue con la chica, me metí en el bote y Uno de ellos alzó la mirada y con-
bogué hasta la isla, primero para echar testó:
un vistazo y ver si estaba muerto de —¡Eh! No es mala idea. ¿Y si emplea-
veras, y si lo estaba, recoger el dinero. mos su sombrero?
Estaba muerto, con los sesos esparci- Entonces mi madre terció, servicial:
dos, pero allí no había ningún dinero. —Pueden envolver su cabeza en una
Entonces recordé el paracaídas con el toalla. Les traeré una de la casa.
que había descendido, y pensé que si Así que se marchó con paso apresu-
seguía en el río, la bolsa del dinero es- rado, muy bonita con su vestido y una
taría enredada en las cuerdas. Si lo po- chaqueta que se había puesto encima.
día sacar cuanto antes, impediría que Volvió con una toalla de baño, pero
se hundiera y el agua lo empapara. Así mientras mamá estuvo fuera ellos ha-
que fue remando hasta la otra orilla de bían transbordado de la isla a la orilla
la isla y hallé el paracaídas. Estaba en- y viceversa, discutiendo cómo efectuar
ganchado a algo del fondo, entre la isla la operación. Decidieron colocar a Shaw
y la orilla de enfrente. Pero no vi nin- en el bote de aluminio de los bombe-
guna bolsa. Aunque podría estar allí, ros, que quizá tendría unos cuatro me-
si alguien acudía rápidamente y sacaba tros y medio de eslora, con un motor
el paracaídas. Podía estar enredada fuera borda. Pero en vez de emplear
en él. el motor, lo pusieron a remolque de
Todo encajaba, no sólo con lo que mi bote, con Mantle a los remos y un
Al final del arco iris 17

Mientras un bombero se metía en mi bote, sus compañeros levantaron


el cadáver y lo cargaron.

bombero a popa que agarraba la proa medio, con los brazos colgándole. Mant-
de la otra embarcación. Pensaron que le hizo un buen trabajo hasta llegar a
esa solución sería preferible a utilizar la orilla, y Edgren agarró la proa del
el motor, pues sólo había unos treinta johnboat para sujetarlo, mientras yo
metros de la isla a la orilla, y los remos hacía lo propio con la del esquife. Ama-
permitirían un mejor control. Así que rramos ambos botes a unos árboles pe-
tan pronto como volvió mamá con la queños. Entonces se adelantaron los
toalla, envolvieron la cabeza de Shaw, hombres de Santos con una camilla
renegando a cada instante por lo des- como la que habían utilizado para trans-
trozada que estaba. Luego, mientras portar a Jill, y cargaron a Shaw en
un bombero se metía en mi bote para ella, tapándolo con una manta, aunque
agarrar la proa del otro esquife, sus sus brazos seguían colgándole. Acto se-
compañeros levantaron el cadáver y lo guido, se lo llevaron.
cargaron. Mas por entonces ya estaba Edgren ordenó a Santos:
rígido, con los brazos colgándole tiesos, —Llevadlo a la funeraria, pero no lo
lo que constituía un desagradable es- congeléis. Yo mismo llamaré al juez y
pectáculo, tanto más a causa de la toa- él se lo llevará de allí. Le harán la au-
lla que envolvía la cabeza. topsia, y luego se llevará a cabo una
Y así lo transportaron. Iba primero investigación.
mi johnboat con Mantle remando y el —Claro, claro, claro.
bombero a popa, luego el esquife con Al parecer, Santos sabía cómo debe
otro bombero a proa y Shaw tirado en procederse en tales casos, y siguió a sus
18 James M. Cain

hombres sendero arriba. Mamá pre- dieron remolcarlo. Bogaron hasta don-
guntó: vieron fuera de mi vista, ocultos por
—¿No buscan el dinero? a poco mi cuerda, y luego empezaron a
—¿Sabe usted dónde está? —inquirió tirar. Fue un trabajo lento. Desde el
Edgren. johnboat, Mantle se dedicó a desenre-
—Puede estar enredado en ese para- dar el cordaje donde estaba más enma-
caídas. Yo sé dónde cayó, pero ¿sabe rañado, y como se asomaba fuera del
lo que le digo? Si encuentran esa bolsa, bote, estuvo a punto de volcar. Al final,
pediré mi recompensa. sin embargo, logró desenredarlo y el
—No tenemos nada que ver con eso. paracaídas llegó a la orilla; era de seda,
—¿Con la bolsa? ¿Por qué no? a listas rojas y blancas. Tan pronto es-
—Con la recompensa. tuvo en la orilla mamá empezó a mano-
—Quiero mi recompensa, se lo repito. searlo «por si la bolsa estaba debajo
—Dígaselo a la compañía aérea, se- de él», explicó. Pero no estaba, y casi
ñora. se echó a llorar.
—Eso quiere decir que está en el río
MANTLE al johnboat, volvió a manejar —gimió—, y que será arrastrada hacia
los remos y bogó en derredor la presa. Si llega al Ohio, nunca lo recu-
LA AYUDO de la isla, primero corriente
A SUBIR peraremos, ¡nunca!
abajo, un poco, y luego hacia Mantle se la quedó mirando fijamen-
arriba por el otro lado, hasta que estu- te, y Edgren me pidió permiso para ex-
vieron fuera de mi vista, ocultos por tender el paracaídas sobre el suelo, a
los matorrales. fin de que se secara. Le di mi conformi-
—¡Eh! —gritó Mantle—. ¡Aquí está dad, y los bomberos lo desplegaron so-
el paracaídas! bre algunos matorrales. Eran ya casi
—Bien —le contestó Edgren—. Suje- las nueve de la mañana, y les pregunté
ta todo. Ya vamos. si querían comer algo.
Pero él y los bomberos tuvieron que —Les puedo ofrecer perros calientes
discutir cómo irían. Finalmente, deci- en seguida —les dije—, café y pastel.
dieron no utilizar el motor, pues la hé- Les vendría muy bien.
lice se enredaría en el cordaje del para- Pero los hombres del sheriff tenían
caídas. Entonces se dieron cuenta de que irse, y a los bomberos les esperaban
que necesitarían un cabo para remol- río abajo. Nos dijeron adiós a mamá
car el paracaídas, y me preguntaron si y a mí y se marcharon. Al dirigirse a
tenía uno. Me acordé de una cuerda li- su coche, Edgren nos dijo:
gera de algodón, de la que colgábamos —Volveremos esta tarde para hacer-
mazorcas de maíz. Cuando volví de la les más preguntas, si la chica puede ve-
casa con ella, Mantle había regresado, nir con nosotros, así que no se vayan.
con objeto de depositar a mamá en la Vendremos a eso de las cinco. Si usted
orilla. Ella seguía hablando de la re- quiere un abogado, tiene derecho a
compensa, pero nadie hizo ningún co- nombrar uno y, por supuesto, si no
mentario. Mantle volvió a circundar la quiere hacer declaraciones, no está obli-
isla, hasta el lugar donde estaba el para- gado a hacerlas.
caídas, enganchado en algún tocón del —¿Por qué no habría de querer de-
río. Los bomberos tenían remos en su clarar?
bote y siguieron al johnboat. Luego, —Yo le estoy recordando sus dere-
Edgren, mamá y yo recorrimos un poco chos. Usted ha matado a un hombre.
la orilla, así que pudimos ver lo que No creo que lo acusen, pero ¿quién
estaba pasando. Uno de los bomberos sabe? No soy yo quien ha de decidirlo.
se agachó hacia el agua y levantó un —Entonces, ¿quién?
cordaje, atándolo a mi cuerda. Luego, —El juez, pero generalmente hace lo
trataron de izar el paracaídas al bote, que dice el fiscal del Estado.
pero como soltaba mucha agua, deci- —¿Y por eso necesito un abogado?
Al final del arco iris 19

—No he dicho que lo necesite; sólo en nuestro camino, procedente de la


que le asiste el derecho de nombrar carretera, y se detuvo frente a nuestra
uno, si lo desea. casa. Era una furgoneta color crema
—¡Eso sí que tiene gracia! —exclamó que llevaba, en el costado, el distintivo
mamá—. Mi hijo mata a ese bandido, y de la emisora de televisión que hay al
ahora quieren acusarlo. otro lado del Ohio frente Marietta, en
—Señora, no estoy pensando hacer Parkersburg (Virginia occidental). Lue-
nada de eso; me limito a proceder se- go, una mujer llamó al timbre y unos
gún la ley, y ahora mi obligación es tipos salieron del vehículo. Ella quería
aconsejar a su hijo. Que es lo que he entrar y sacar fotos de mamá y de mí,
hecho. a lo que me avine.
Luego, dirigiéndose a mí, añadió: —Pero la verdadera protagonista del
—¿Comprende, señor Howell? suceso fue aquella chica, Jill Kreeger,
—Lo comprendo. Gracias. quien descendió en paracaídas y retuvo
—Y usted, señora, es un testigo, así a Shaw como pudo hasta que yo tuve
que también debe permanecer aquí. Tie- la oportunidad de matarlo.
ne derecho a un abogado, y no está obli- —¡Oh, pero ya la hemos entrevistado!
gada a hablar si no quiere. Al parecer, ellos se presentaron ape-
—¿Significa eso que me acusarán a nas Jill llegó a su habitación del hos-
mí también? pital.
—Podría ser. —Y la retratamos en bata, una corta
—¿De qué? que le dieron en el hospital. Eso signi-
—Aún no lo sabemos. fica que no estaba demasiado vestida,
Eso es lo que dijo, pero antes de res- pero el detalle agradará al público,
ponder se quedó mirando a Mantle, el cuando demos la película esta noche por
cual no le devolvió la mirada, sino que televisión. Es una chica muy guapa, y
bajó los ojos hacia el suelo. hay que ver los elogios que hace de
—¡Tiene gracia! —comentó mi ma- usted, señor Howell. Es algo digno de
dre. oír.
—¿Alguna pregunta? Mi madre permaneció en silencio.
Yo no tenía preguntas que hacer. Si Colocaron su cámara en un extremo
mi madre las tenía, se las guardó, así de la habitación, cercana al arco, y la
que los policías se fueron, pero no sin mujer me hizo acomodar en el sofá.
llevarse el fusil, con la cápsula aún va- Ella se sentó en la mesita baja, la que
cía en la recámara. había frente a la chimenea, y empezó a
hacer preguntas que yo contesté como
pude, si bien no había mucho que con-
tar. Me di cuenta de que ella se sentía

6
desilusionada. Alargué la explicación
cuanto pude, entrando en detalles acer-
ca de cómo llevé a Jill a casa.
—La metí en un baño caliente, para
que sus dientes dejaran de castañetear,
ENTRAMOS —Bueno, gracias a Dios y luego telefoneé a la oficina del sheriff.
ENCASA, que esto terminará pronto, Al cabo de un rato, la periodista pa-
y entonces el sol volverá a reció satisfecha y decidió dedicar su
Y MAMA salir, ¿no? atención a mamá. Eso me puso algo
DIJO: —Bien... El sol siempre nervioso, pero cuando mi madre tomó
sale. asiento en el sofá, en el mismo sitio
Se había dejado caer en el sofá y me que yo había ocupado, y la entrevista-
miró divertida, como si lo que yo aca- dora siguió en la mesita baja, todo em-
baba de decir no fuera lo que ella es- pezó a ir bien. Mamá supo comportarse,
peraba escuchar. Pero antes de que ella aunque se despachó a su gusto, contan-
pudiera contestarme, un coche apareció do «que había hecho todo lo posible
20 James M. Cain

para meterle a aquel tipo en la cabeza dían de unos tres kilómetros, río arriba,
lo que iba a pasarle si se atrevía a ma- pues en aquella época del año casi no
tar a la chica». Uno hubiera pensado teníamos vecinos. Había casas a am-
que mamá fue la estrella del espectácu- bas orillas del río, pero pertenecían a
lo, lo cual encantó a nuestra visitante. veraneantes que las dejaban cerradas
De súbito, mamá exclamó: en invierno y colocaban sus botes sobre
—¡Pero el mérito fue de mi hijo! Lo caballetes. Comí algo de jamón, judías
que pasa es que él ha sido muy modesto y ensaladilla, y mamá lo contó todo de
en su relato. Nosotros somos montañe- nuevo, esta vez alargándose en explicar
ses y no nos jactamos de lo que hace- cómo halló el paracaídas. Pero mientras
mos. Pero cuando llega la hora de ac- hablaba, yo diría que a eso de la una,
tuar, hacemos... lo que él hizo. sonó el teléfono. Contesté y resultó ser
Ni que decir tiene lo complacida que un abogado a quien yo conocía por ha-
estaba la periodista, y yo me sentía berle puesto muchas veces gasolina a
doblemente complacido, al disminuir su coche y a quien, por lo visto, caía
mi preocupación. La reportera y sus simpático. Y a propósito, yo creía que
hombres se marcharon, y mamá empezó le debía a él que me hubiesen elegido
a preguntar: para suceder al señor Holt como encar-
—¿He estado bien? gado de la gasolinera cuando éste se
Yo le dije que sí y la acaricié en la retire el año que viene y se vaya a vivir
mejilla, pero en seguida me arrepentí a California. El abogado se llamaba
de ello, pues me agarró la mano y me Bledsoe. Comprendí inmediatamente,
besó la palma de aquel modo pegajoso, por el tono de su voz, con qué inten-
según su costumbre. Pero el ruido de ción me había llamado.
la furgoneta apenas había dejado de —Dave, ¿estás solo? —me preguntó
oírse cuando se presentó un pequeño en tono agudo—. ¿Puedes hablarme li-
Chevrolet con tres periodistas, uno del bremente?
Marietta Times, otro de un diario de Yo le contesté:
Chicago, y el tercero de una agencia —Ahora no. ¿Puedo llamarle más
de noticias, quizá la Associated Press. tarde?
Traían cámaras con ellos y nos saca- —Bueno, pero date prisa, Dave.
ron fotos. Luego empezaron a hacer Me dio el número del teléfono de su
preguntas, uno de ellos empleando una casa, y la gente que pudo oír compren-
grabadora. Así, pues, tuvimos que vol- dió y se marchó. Cuando lo llamé más
ver a empezar desde el principio. Esta tarde, me dijo:
vez mamá representó en grande su pa- —Dave, acabo de oír algo que puede
pel y dio toda clase de detalles de cómo no significar nada, pero que, por otra
había buscado el dinero, «y casi se aho- parte, puede significar mucho. Ante
gó allí, cuando el johnboat estuvo a todo, ¿cómo van las cosas con Edgren?
punto de zozobrar, porque yo no sé —Bueno, estuvo aquí con un ayudan-
nadar ni una brazada». Luego se mar- te llamado Mantle que, por lo visto, es
charon, y una vez más me sentí alivia- su mano derecha. Nos dijo que no nos
do, aunque no sabía qué iba a pasar. moviéramos de aquí. Eso es todo.
Entonces se presentaron algunas per- —¿Para qué?
sonas con un jamón cocido, ensaladilla —Por si nos tienen que hacer más
de patata, judías hervidas en una cace- preguntas.
rola y una lata de camarones, «pues ya —Sí, pero ¿cuándo?
comprendemos lo atareados que han de —Esta tarde. Dijo que vendría a eso
estar, y les sentará bien almorzar algo». de las cinco si la chica está en condi-
Pero, en realidad, querían que les con- ciones de viajar.
táramos lo sucedido. La radio había —Precisamente, Dave, te llamo a cau-
dado las noticias; por lo menos dijo sa de la chica. Acaba de telefonearme
que yo maté a Shaw y que la chica es- Rich Duncan, un cliente a quien roba-
taba a salvo. Aquellas personas proce- ron el coche, o al menos eso creía él.
Al final del arco iris 21

Dio cuenta de la sustracción a la oficina —No me gusta el tal Edgren, ni tam-


del sheriff. Luego, cuando descubrió poco ese Mantle.
que su hija se había llevado el coche —Sí, claro.
para pasar el fin de semana con su ami- —No me gusta nada de nada.
go en un motel de McConnelsville, me —¿Qué te ocurrió con él en Fair-
consultó sobre qué había de hacer. Yo mont?
le dije que firmara inmediatamente to- —Nada.
dos los papeles necesarios, a fin de que —El estuvo encargado del caso de
la chica no fuera detenida y se viera en aquel tipo con el que te enfrentaste.
un lío. Mientras estaba en la oficina del ¿En qué otro caso intervino? ¿Qué tu-
sheriff, el escribiente hablaba por telé- viste tú que ver?
fono, y Rich se dio cuenta en seguida —¿Quieres que te cuente la historia
de que en su conversación se refería a de mi vida?
ti, a la pasta y a esa chica. Al parecer, Tuve interés en averiguar el asunto
el escribiente no hacía más que repetir y, por último, lo averigüe: en la em-
al fiscal: «Mantle la conoce de antes y presa donde mamá trabajaba, otra chi-
no la creería en absoluto aunque jurara ca la acusó de robarle las propinas, y el
sobre un montón de biblias». Lo repitió gerente dio parte a la policía. Mantle
una y otra vez: «Mantle no puede des- prestaba servicio entonces en Fairmont.
echar la idea de que hay algo raro en No pasó nada, pero mamá tuvo que
todo eso.» Así que, Dave, vayamos al tomar el autobús de Marietta. Tardé
grano. Quiero estar ahí hoy mismo, una hora en saberlo todo. El episodio
cuando prosiga el interrogatorio. No te no arrojaba mucha luz sobre el asunto,
preocupes; no te voy a cobrar un cen- pero, al menos, explicaba la actitud de
tavo. Te debo algo (todo el condado te Mantle hacia mi madre.
lo debe) por lo que hiciste hoy. Además,
tú siempre has sido muy amable con- después del almuerzo que nos
migo. Bueno..., ¿qué? LAVE
habían ofrecido nuestros visi-
—Está bien. Gracias —le respondí. LOS tantes. Mamá me ayudó, pero
Y lo contesté con rapidez, para cor- PLATOS me estuvo dando la lata sobre
tar la conversación, porque, claro, a el deber y la voz de la sangre. Eran
quien Mantle conocía de antes no era casi las cuatro cuando un coche se de-
a Jill, sino a mamá. Acordamos que tuvo fuera, un Chevrolet, pero nadie
Bledsoe acudiría a eso de las cuatro, «de descendió de él. Cuando salí, vi a Jill
modo que podamos examinar la situa- en el asiento delantero, vestida con tra-
ción —éstas fueron sus palabras—, y je de enfermera, pero sin gorro. Atrás
acordar lo que hemos de decir, para viajaba una enfermera, y conducía un
que, al menos, todos coincidamos». tipo a quien yo nunca vi con anteriori-
—¿Con quién hablabas? —me pre- dad. Jill me presentó a la enfermera y
guntó mamá cuando colgué el teléfono. a aquel hombre, el señor York, que re-
—Con un abogado a quien conozco. sultó ser un empleado de la compañía
Se llama Bledsoe. Se ha ofrecido a ve- aérea para la que Jill trabajaba. Le
nir y yo he aceptado. había enviado a toda prisa en un avión
—¿Para qué queremos un abogado? el presidente de la compañía, apenas
—Para estar más seguros. media hora después de que se recibiera
—Me estás ocultando algo. la llamada de Jill, y se apresuró a acu-
En algunos sentidos, mi madre pare- dir con dinero y cualquier otra cosa
cía más un lince que un ser humano, que ella pudiera necesitar (como aquel
porque un lince sabe, con sólo mirar a coche, que había alquilado).
uno, en qué está pensando. —Mientras yo quiera —aclaró la inte-
—No te oculto nada. El me ha dicho resada—. Nunca me he sentido tan im-
que, al fin y al cabo, yo he matado a un portrante en mi vida.
hombre, y no se puede estar seguro de —Cariño —le dijo York—, eres la he-
qué hará Edgren. roína del año. Puede que el señor Ho-
22 James M. Cain

well te salvara, pero tú salvaste veinti- —Pero ¿qué es todo esto? —exclamó
ocho vidas. Y no hablemos de los millo- Jill indignada—. ¿Qué demonios pasa?
nes de dólares que vale el avión. Tuvie- Nunca he oído hablar de ese Mantle.
ron la suerte de tirarse en aquella bolsa Yo empecé a dar codazos a Bledsoe,
de aire; si no, la puerta no se hubiera quien miraba fijamente a Jill. Me lo
podido cerrar. Lo empujaste, gracias a llevé aparte y le susurré:
Dios. Espero que te sientas tan impor- —No es a ella a quien Mantle conoce.
tante como nosotros creemos que lo Bledsoe retrocedió y se excusó lo me-
eres. jor que supo, pero insistió otra vez en
—Bueno, ¿quién soy yo para decir lo que Jill «podía estar metida en un lío»
contrario? y le rogó que entrara, «de modo que
—Hagan el favor de entrar —invité. podamos ponernos de acuerdo sobre lo
—David, hasta que venga la Policía que hay que decir a la Policía cuando
prerfiero esperar en el coche. venga».
—¿Por qué? Jill se quedó mirándome. Cuando yo
—Tengo mis razones. asentí con la cabeza, York me vio. Le
No era difícil adivinar de qué clase de susurró algo a la muchacha, que acabó
razones se trataba, y yo no las discutí. por aceptar.
Me quedé junto al coche, hablando a —Está bien.
través de la ventanilla, con la enfermera Vaciló al apoyarse con todo su peso
inclinándose hacia adelante para oír y en los pies, y una vez más tuve que
el señor York interviniendo de vez en llevarla en volandas. Ella pasó su brazo
cuando. Al cabo de un par de minutos derecho por mi cuello.
se detuvo otro coche y de él salió el
señor Bledsoe. Lo presenté, él se quitó
cortésmente el sombrero y dijo:

7
—Entremos.
—Cuando venga la Policía —insistió
Jill—. Si usted quiere entrar, señor
Bledsoe, entre, por favor, pero yo me
quedaré aquí.
—He dicho que entremos —replicó
bruscamente Bledsoe—. Estarán aquí PRESENTE la cual señaló el sillón para
Jill, el sofá para mí y ella, y
en seguida, y tenemos que hablar ¡aho- A MI otras tantas sillas para la
ra! MADRE, enfermera, York y Bledsoe.
—Bueno —replicó York—, pero Pero yo deposité a Jill en el sofá, me
¿quién es usted para decirle a esta se- senté a su lado y dejé que los demás,
ñorita lo que ha de hacer? incluida mamá, escogieran su sitio.
—James J. Bledsoe, abogado del se- Bledsoe entró inmediatamente en ma-
ñor Howell. Sugiero que la señorita teria.
Kreeger me acepte también como abo- —Bueno, ¿de quién sospecha Mantle?
gado. Ella está metida en un lío y tene- —¿De quién sospecha? —preguntó
mos el tiempo justo. mamá—. Es una rata asquerosa. Sos-
—¿En un lío? —preguntó York—. pecha de todo el mundo, sin ninguna
¿Un lío? ¡Ella es la heroína del año y razón.
usted trata de decir que está metida Bledsoe se la quedó mirando, com-
en un lío! prendiendo al final lo que su amigo ha-
—Si Mantle dice que lo está, lo está. bía oído por teléfono, pero equivocán-
Jill, sin entender, me miró primero a dose de persona. Cuando me miró, evité
mí y luego a su compañero. sus ojos.
—¿Quién es Mantle? —preguntó —Bueno, no sé —balbucí.
York. —¡Dave! ¡Sí que lo sabes! ¡Dilo! —me
—Creo que ella lo conoce —repuso urgió el abogado.
Bledsoe. —Por lo poco que dijo —expliqué—,
Al final del arco iris 23

parece extrañarse de que yo matara a A mí me cerraba el paso la mesa, pero


Shaw hacia las cinco treinta y no lo Bledsoe ayudó a mamá a levantarse y
llamara a él hasta las seis. Le dije que la devolvió a su silla.
la señorita Kreeger se encontraba muy —¡Usted, so puta, trató de que me
mal, y que temí que pudiera morirse. matara! ¡Usted...!
—Y me hubiera muerto —interrum- —¿Quieren callarse? —gritó Bled-
pió ella. soe—. Sólo nos quedan unos minutos.
—Es verdad —terció la enfermera—. ¿Van a emplear ese tiempo en salvar el
Se encontraba muy mal, y mal sigue. pellejo o quieren los tres ir a presidio?
—¿Por qué no llamó usted, señora ¿No se dan cuenta de las implicaciones
Howell? —preguntó Bledsoe—. ¿Le pre- de todo eso? Si los tres empiezan a pe-
guntó eso Mantle? learse, van listos.
—Ya se lo expliqué una y otra vez —Yo no lo creo —protestó Jill, co-
—contestó mamá—. Estuve buscando lérica.
el dinero para, si lo encontraba, recla- —Especialmente usted, guapa.
mar la recompensa. Empecé a buscar —¿Por qué?
inmediatamente, y por eso no llamé. —Por conspirar con Dave y con la
No fue culpa mía que no lo hallara. señora Howell para asesinar a aquel
Pero descubrí el paracaídas, y no me individuo. Móvil: el dinero. Si alguna
dieron ni las gracias. vez se encuentra esa cantidad, que Dios
Bledsoe se quedó pensativo y pre- le ayude, y sobre todo que ayude a
guntó: Dave Howell.
—¿Es eso lo que le dijo usted a —¿Por qué sobre todo a Dave Ho-
Mantle? well?
—Yo hablé con Edgren. —El fue quien apretó el gatillo para
—Bueno, pues a Edgren. matar a Shaw.
—¿Qué más le iba a decir? Se hizo un largo y ominoso silencio.
El abogado se volvió a quedar pen- York se acercó a zancadas por detrás
sativo y, dirigiéndse a mí, me preguntó: del sofá y se inclinó sobre Jill, le aca-
—Entonces, ¿qué sospecha Mantle, rició en la mejilla y dijo:
Edgren o quien sea? —Cariño, puede tener razón. Quizás
—No lo sé. esto sea cosa tuya, pero me enviaron
—Vamos, Dave, dilo. aquí para ayudarte en todo lo que pu-
—Quizá yo lo sepa —terció Jill—. diera, y creo que debo decir lo que pien-
Creen que ella robó el dinero mientras so. Más vale que lo tomes con calma.
fingía buscarlo. La cara de Jill se contrajo, pero la
—¿Estaba usted aquí, señorita Kree- muchacha no dijo nada. Nadie pronun-
ger? ció una palabra, y transcurrieron dos
—No. Me llevaron en la ambulancia minutos en los que no se oyó más que
antes de que empezara el interrogato- el resuello de mamá. En aquel momen-
rio. Creo que es eso. Si a mí se me ha to, dos coches se detuvieron fuera, uno
ocurrido, se les habrá ocurrido tam- detrás del otro.
bién a ellos.
—Bien, gracias, señorita como se lla- EDGREN del primer coche, y del se-
me, muchas gracias. Yo le salvo la vida gundo descendió un tipo a
y usted me llama ladrona —le reprochó Y MANTLE quien yo conocía, y que re-
mi madre. BAJARON cordaba a un profesor uni-
—Usted es una ladrona. versitario. Cuando salí a recibirles y
—¡No me llame eso! ¡No lo haga! —y Edgren me presentó, me enteré de
mamá dio un salto y se fue hacia Jill, quién era: el señor Knight, de la fiscalía
la cual se levantó del sofá, esperó a que del Estado. Se encargaba de los casos
estuviera cerca de ella y le soltó una importantes de homicidio. Era un hom-
bofetada que derribó a mi madre al bre muy agradable, pero una vez hice
suelo. entrar a los tres y presenté a Knight a
24 James M. Cain

—De acuerdo, pero no me gusta re-


cordar las horas que pasé con aquel
idiota esgrimiendo su arma y obligando
a volar de Pittsburgh a Chicago y vuel-
ta otra vez, explicando todo el tiempo
que yo le gustaba personalmente, pero
que me mataría de todos modos si no
hacía lo que él me ordenaba, «con toda,
toda, toda exactitud». Repetía eso una
y otra vez, como si fuera un hincha gri-
tando en el fútbol. Luego, en cuanto se
colocó el paracaídas, me obligó a colo-
carme de espaldas a él. Tomó la bolsa
que le habían entregado, y que conte-
nía el dinero, se la puso en bandolera,
gritó en la cabina de primera clase:
«¡Todo el mundo agachado! ¡Apoyen la
cabeza en el asiento delantero!» Cuando
todo el mundo le hubo obedecido me
obligó a precederlo hasta la salida de
pasajeros, y a Lefty Johns, que era
nuestro piloto, le mandó abrir la
puerta.
»Pero entonces se puso nervioso.
Miró afuera y no se atrevió a saltar.
Entonces fue cuando alcanzamos la bol-
Jill se levantó del sofá y le soltó a mi madre
sa de aire, y descendimos rápidamente
una bofetada.
unos seiscientos metros, por lo menos.
Dos o tres mujeres gritaron. Yo estoy
acostumbrada a las bolsas de aire y
los reunidos, quien dirigió la conversa- no me habría preocupado, pero todo el
ción fue Edgren. Este conocía a Bledsoe avión crujió, y sabía que si la puerta
y se dirigió a él muy amablemente. continuaba abierta, otra caída nos haría
Trasladé algunas sillas de la habitación pedazos. Lefty lo sabía también porque
de mamá, y nos dispusimos todos a em- gritó a Shaw con todas sus fuerzas:
pezar. Edgren comunicó a Jill. «¡Si ha de saltar, salte! ¿Quiere saltar,
—Le informo de sus derechos. No por amor de Dios?», o algo parecido.
tiene por qué hablar si no lo desea. Pero Shaw siguió sin decidirse. Perma-
Está en su derecho de nombrar un abo- necía mirando afuera, asustado. Cuando
gado, que puede reunirse ahora con el avión crujió una vez más, yo le hice
nosotros. dar media vuelta y le empujé. Pero él
—El señor Bledsoe es mi abogado. me agarró para evitar la caída. Enton-
—¿Desea hablar o no? ces los dos nos vimos girando hacia el
Ella se volvió, antes de contestar, ha- abismo en medio de la noche, él colgan-
cia el señor York, quien entornó los do de mí, y yo colgando de él. Recordé
ojos y recomendó: la anilla de apertura, la busqué y tiré de
—No te pongas nerviosa. ella. Sufrí una sacudida cuando el para-
Miró a York otra vez, a Bledsoe y a caídas se abrió. Luego, como en una
Edgren y dijo: película de terror, caí de cabeza al agua,
—Está bien. pero un agua tan fría que pareció como
—Bueno. Empecemos por el principio si me hubieran apuñalado con hielo.
—invitó Edgren. Grité, pero dejé de hacerlo al tragar
—¿Por dónde? agua. Luego subí a la superficie y vi lo
—Digamos que por el avión. que parecía una orilla, con matorrales,
Al final del arco iris 25

tocones y árboles que se elevaban al fue Mantle quien intervino en la dis-


cielo. Fui nadando hasta allí, pero cuan- cusión.
do me arrastré y me levanté, los pies —No mencionó eso para nada.
me dolían horriblemente. El agua se Al oír estas palabras, Edgren, Mantle
había llevado mis zapatos, y sólo me y Knight juntaron sus cabezas, y Bled-
quedaban las medias, la falda, los pan- soe se me quedó mirando. Sabía lo que
ties, el bolero y las bragas, que esta- pensaba: Knight y los dos policías en-
ban empapados. contraban muy raro que Shaw hubiera
—Un momento —le interrumpió Ed- perdido su dinero, que se le resbalara
gren—. ¿Se refiere usted a esa isla de cuando se abrió el paracaídas, que no
ahí? se lo hubiera mencionado a Jill ni le
—Sí, la misma. Shaw trepó a mi lado, echara la culpa, como una razón más
pero nosotros no sabíamos que aquello para matarla, o que no hubiera empe-
fuera una isla. El fue quien lo descubrió zado a buscarlo.
después de rodearla. Seguía con los —Está bien, siga contando —dispuso
zapatos puestos y podía caminar. Luego Edgren—. El señor Howell acudió con
se volvió hacia mí, echándome toda la su madre. ¿Qué pasó entonces?
culpa, diciéndome que estábamos atra- —Shaw le preguntó si tenía un bote,
pados en aquel «lugar horrible» y ase- y el señor Howell contestó que sí. Le
gurando que me mataría. Por eso em- ordenó que fuera a buscarlo, pues de
pezó a secar la pistola, soplando en el lo contrario me mataría. Así que él se
cañón y frotándola contra sus pantalo- marchó, y la señora Howell empezó a
nes para que se le saliera al agua. Lue- gritar a Shaw y éste le contestó tam-
go vio lo que parecía una casa, con una bién a gritos.
luz arriba. —¿Sobre el dinero?
—¿Era esta casa? —preguntó Ed- —¿Por qué sobre el dinero? —inte-
gren. rrumpió Bledsoe—. ¿Qué tiene que ver
—No lo creo. ahora eso?
Jill se volvió hacia mí y yo empecé —La señora Howell dijo que había
a hablar, pero Edgren me interrumpió estado pensando en él todo el tiempo.
con sus frases acerca de mis derechos. —Repita la pregunta.
Bledsoe se dirigió entonces a mí, y yo —¿Por qué gritaba ella?
expliqué lo de la otra casa. Jill prosi- Jill se quedó mirando a Bledsoe, a
guió: York y a mí; a mí más rato. Luego
—Shaw gritó en aquella dirección y dijo:
yo también. Le digo que grité. Entonces —Sargento, con una pistola apuntán-
aparecieron las luces de dos linternas dole a una a la cabeza, y con los dientes
en la colina, y el señor Howell apareció castañeteando de frío, no se presta mu-
con esta señora. cha atención a lo que está diciendo una
mujer que ni siquiera se puede ver, a
—Un momento —interrumpió Ed- treinta metros de distancia en la oscu-
gren—. Mientras pasaba esto, mientras ridad. Ella estaba discutiendo con
él secaba el arma y usted gritaba hacia Shaw, eso sí lo recuerdo; pero sobre
la casa, ¿conservaba Shaw el dinero? qué, no tengo ni idea.
—Sargento Edgren, era de noche y
yo no veía nada. ¡Hacía tanto frío! Todo JILL el resto: cómo la voz dijo
lo que podía distinguir era aquella pis- «suelte esa pistola», cómo
tola, pero nada más. Cuando él la apre- EXPLICO Shaw se había vuelto y dis-
taba contra mí, a veces en la cabeza, MUY parado, cómo se oyó un
la podía sentir. BREVEMENTE tiro de fusil y cómo Shaw
—¿Dijo algo del dinero? cayó a sus pies.
—Que yo recuerde, no. —Con los sesos fuera. Se dispuso a
—¿Le echó la culpa, o algo así, por acercárseme, pero cayó a mis pies. El
haberlo perdido en el río? —esta vez señor Howell llegó hasta mí a través
26 James M. Cain

de los arbustos... Me tapó con su cha-

8
queta y me llevó hasta su bote. Yo ha-
bía estado rezando a Dios, y no me im-
porta declarar que él me pareció Dios.
Lo tomen como lo tomen, aún me lo
sigue pareciendo.
Jill puso su mano sobre la mía y se LA COSA y York se acercó a Jill para
produjo como una pausa. La interrum- acariciarla en la mejilla. Ed-
pió Edgren, que preguntó: QUEDO gren me preguntó si tenía algo
—Y luego, ¿qué? ASI, que añadir a lo que había di-
—¿Cómo voy a saber lo que pasó cho aquella mañana. Luego se volvió
luego? hacia mi madre, quien manifestó:
Después de otra pausa, Jill prosiguió: —Yo tengo mucho que añadir. In-
—Me llevó a la casa, y esta señora tento ayudar a la Policía y, a cambio,
habló del dinero y quiso empezar a bus- me trata como a una ladrona. Pero no
carlo. Creo que eso dijo. Yo sólo pen- diré nada. Nada de nada.
saba en aquella chaqueta, en la mara- Mantle la interrumpió para decirle
villosa chaqueta del señor Howell, aun- que no había sido tratada como una
que él se quedó desnudo hasta la cin- ladrona ni le habían faltado al respeto.
tura. —Nadie me ha dado las gracias por
Explicó lo de la cama, el baño y mi la ayuda que he querido prestarles —se
llamada telefónica a la oficina del she- lamentó.
r i f f . Luego recordó su conferencia con —Pues muchísimas gracias.
Chicago, pero no dijo nada de la pelea Pero Knight puso fin a la conversa-
que habíamos tenido cuando mamá re- ción llevándose a los policías aparte
gresó con el fusil. Edgren la presionó para cambiar impresiones. Entonces fue
para saber cuánto tiempo había trans- cuando Bledsoe se arrodilló frente a
currido desde la muerte de Shaw y mi Jill, hizo una señal con la cabeza a
llamada telefónica, y ella calculó que mamá y nos susurró a los tres, con
una media hora. York aún de pie detrás de Jill:
—El tiempo que tardó en ponerme —Creo que la Policía quiere detener-
en aquella cama, taparme con una man- los a los tres. El tiempo que transcurrió
ta, subirme al baño y meterme en la después del tiro no se aparta de la
bañera. mente de Mantle, y eso, junto con la
—Otra cosa —dijo Edgren—. ¿Cómo confesión de la señora Howell, que re-
es que ese hombre, el tal Shaw, logró conoce su interés por el dinero, le indu-
pasar su pistola por el detector de me- ce a creer en la posibilidad de que Dave
tales? ¿Le habló de eso a bordo del Howell escondiera ese dinero con la
avión? ayuda de su madre y la señorita Kree-
—Le gustaría saberlo, ¿verdad? ger. Creo que están hablando de eso, y
—Creo que a todo el mundo le gus- Knight, naturalmente, es reacio a en-
taría. frentarse a un juez si yo pido la libertad
—Pues adivínelo usted, señor. No lo bajo fianza de ustedes. Pero ¿qué ne-
va a saber por mí. Si se lo dijera yo y cesidad hay de llegar a eso? Creo que
luego usted se lo contara a los demás puedo arreglarlo todo ahora mismo de
porque quieren enterarse, otra vez em- un modo muy sencillo. Mirenme a los
pezaríamos con ese asunto de los se- ojos ustedes tres, y contéstenme: ¿hay
cuestros. Lo logró de un modo tan sen- alguna razón, sólo una, por la que no
cillo, que todo el que tenga diez dólares quieran que registren esta casa? ¿O la
puede hacer lo mismo. Sí, lo mencionó otra casa, dondequiera que esté?
y se jactó de ello. Pero ahora está muer- —Por mí ya pueden registrar —dije.
to, y yo no voy a contárselo a usted ni —¡Claro que no hay ninguna razón!
a nadie. exclamó mamá—. ¿Qué razón iba a
Al final del arco iris

haber? ¿También piensa usted que yo


soy una ladrona?
—Bueno, yo tampoco tengo ninguna
razón en contra —dijo Jill.
El abogado se levantó y llamó a
Knight:
—Marion, los policías, según creo, no
hacen más que pensar en ese dinero, y
creen que Howell retrasó su llamada a
la policía para que su madre, la seño-
rita Kreeger o él mismo pudieran es-
conderlo. Por si es así, desean que esta
casa sea registrada, y la otra también.
No les importa que no haya manda-
miento judicial.
—¿Bien? —preguntó Knight, miran-
do primero a Edgren y luego a Mant-
le—. Creo que ésa es una buena idea.
—De acuerdo. Empecemos.
Así que los dos se dedicaron a regis-
trar. Yo he oído decir que un registro
pone una casa de patas arriba, pero no
fue así en este caso. Los dos policías co-
nocían su oficio y fueron por toda la
casa rápidamente, dejando las cosas tal Los dos nos vimos girando hacia el abismo
como las habían encontrado, primero en medio de la noche.
abajo y luego en el segundo piso, ya
que les sorprendió mucho, porque allá
arriba no había más que ropa blanca en cocina, cuya puerta mandé ensanchar
los armarios del cuarto de baño. Les para permitir la entrada a las grandes
mostré la escalera que subía al desván. máquinas agrícolas. En un rincón había
—Allí no hay nada —les aseguré—. herramientas de jardinería: palas, aza-
Al menos eso creo, pues si he de decir- das, picos, rastrillos, etc., que Mantle
les la verdad, sólo he subido una vez. agarró para echarles un vistazo por si
Hicieron su trabajo rápidamente, y tenían barro fresco, sospeché yo, a
luego nos metimos en el coche para di- causa de haber enterrado nosotros el
rigirnos a la otra casa. Seguimos por dinero en alguna parte. Pero Edgren se
el camino vecinal unos cuatrocientos quedó en la puerta, mirando a su alre-
metros, hasta la carretera sesenta, lue- dedor. De repente, se volvió hacia mí,
go avanzamos otros cuatrocientos me- y me preguntó:
tros en dirección Sur, hacia Marietta, y —Dice usted que su padre edificó
tomamos otro camino vecinal que con- esto. ¿De dónde era su padre?
ducía a la otra casa. Abrí la puerta, —De Texas —le contesté.
y mis acompañantes se estremecieron a —Claro, por eso parece un rancho
causa del frío que reinaba en el interior texano. El comedor está en la casa, pero
de la vivienda. Las habitaciones delan- guisaban en esta cocina. Antiguamente,
teras estaban vacías, pero señalé la luz el muchacho esclavo que llevaba la co-
que mantenía encendida, y luego les mida tenía que silbar mientras iba, para
conduje por las habitaciones traseras, que no lamiera la salsa de la carne. Si
que estaban llenas de sacos de granos no silbaba, lo castigaban.
de maíz, semillas de lechugas y rába- —Mi padre ya me contó eso.
nos. Allí se dejaba otra luz encendida. Edgren pareció satisfecho. De si
Descorrí el cerrojo de una de las puer- Mantle lo estaba, no podía yo estar
tas traseras y cruzamos el patio hacia la seguro.
28 James M. Cain

VOLVIMOS y todos se volvieron muy so- testigos, así que, por favor, no se au-
ciables. Mamá explicaba a senten —se puso la chaqueta y se diri-
A LA OTRA Knight y a Bledsoe «el horri- gió hacia la puerta.
CASA, ble aspecto de sus sesos, es- —¿Listos? —preguntó York dirigién-
parcidos por el suelo»; la enfermera dose a Jill.
permanecía sentada con Jill, y York —Eso creo —respondió ella, volvién-
hablaba por teléfono en el recibidor. dose a medias hacia mí.
—Nada —informó Edgren a Knight. —Yo la llevo —dije, bajando un bra-
—Al menos hasta ahora —le matizó zo hacia las rodillas de la muchacha, y
Mantle. pasando el otro por su cintura para
Fue York quien llevó la iniciativa de levantarla.
la conversación cuando volvió al recibi- —¿Bueno? —inquirió sonriendo a
dor. Primero soltó un billete en el re- York—. Realmente no puedo elegir.
gazo de mamá, y luego le dio las gracias Tengo que hacer lo que dice Dave.
por permitirle usar el teléfono. —Muy bien —admitió York con cier-
—He estado hablando con el señor to malhumor.
Morgan —explicó—. Me refiero a Russ Knight hizo un saludo con la cabeza
Morgan, presidente de Trans-U.S. & C. a todos, salió por la puerta principal,
El ha arreglado todo, creo, en lo refe- se metió en su coche y se alejó.
rente al dinero, al menos por lo que —Ya les tendremos al corriente
respecta a Jill. Se lo cede a ella, como —prometió Edgren, y él y Mantle se
agradecimiento por lo que ha hecho. marcharon.
Yo le sugerí la idea y él ni me dejó ter- Bledsoe miró su reloj, hizo a Jill una
minar. «Se lo merece —decía una y otra breve caricia, inclinó la cabeza ante
vez—. Sí, se lo merece. Es suyo si algu- mamá y se marchó a su vez.
na vez se encuentra, y si no se encuen- La enfermera y York también salie-
tra, será muy bien recompensada.» Eso ron. Me volví hacia mi madre y le dije:
es típico del señor Morgan. Siempre —Volveré.
hace las cosas en grande. Así que... Pero no sé si me oyó o no, pues ni
esto liquida el asunto, según creo. Jill siquiera me miró.
no puede ser acusada de robar un di- Llevé hasta la puerta a Jill, que la
nero que es suyo. abrió y cuando estuvimos fuera la ce-
Se intercambiaron miradas inexpre- rró. La llevé hasta mi coche, que estaba
sivas. aparcado junto a la casa. Abrí la porte-
—¿Y bien? —preguntó a Knight. zuela y la ayudé a entrar.
—Ella no ha sido acusada, señor —¿Bueno? —me preguntó cuando en-
York. tramos en la carretera sesenta, en direc-
—Bueno, pero ahora ya no se la pue- ción a la ciudad—. ¿Lo he hecho bien?
de acusar. —Perfecto —le contesté—. Me sentí
—Tómeselo con calma. aliviado al ver que no contabas lo que
Esta vez fue Bledsoe quien habló, se dijo en la oscuridad, todo aquello de
pues a él le gustaba matizar las cosas. que mi madre quiso que Shaw te ma-
—No tratemos esto con acalora- tara. Nunca creí eso, pero...
miento. —Lo dije sin pensar, ahora lo sé.
¿Sabes por qué no he dicho nada?
NADIE de que se nos acusara, y —¿Por qué?
MENCIONO Knight se levantó. —Por ti. Ella es tu madre, yo yo...
—Practicarán la autop- —¡Sí! ¿Tú, qué? —le pregunté cuan-
LA sia mañana —comentó—, do se interrumpió.
POSIBILIDAD así que iniciaremos la in- —¿No lo comprendes?
vestigación el martes. Ustedes tres: se- —No.
ñor Howell, señora Howell y señorita —Entonces, no he de ser yo quien te
Kreeger serán llamados a declarar como lo diga.
Al final del arco iris 29

—¿Pues quién ha de ser? De todos modos, yo pienso hacer todo


No contestó, pero puso su mano so- lo que me sea posible. Es mío y lo quie-
bre mi brazo e indagó: ro. Aún no sé cómo lograrlo, pero co-
—¿Hemos de ir juntos a alguna par- nozco a quien sabe dónde está.
te, sí o no? —¿Mamá? ¿Cómo va a saber ella dón-
—En lo que respecta a mí, vamos. de está?
—Entonces, una mujer está al lado —Ella sabe dónde lo puso, ¿no?
de su hombre tanto si le gusta su ma- —Escucha, ¿cómo lo pudo escon-
dre como si no. Yo no podía hablar en der?
contra de ella. —Recogiéndolo, arrojándolo en el
—Jill, te quiero. bote y alejándose en él. Dave, a la Poli-
—Y yo te quiero a ti. cía le pareció muy extraño que Shaw
Se retrepó en su asiento, colgándose permaneciera en aquella isla conmigo
aún de mi brazo. y no dijera una palabra de que el dine-
ro había desaparecido. Y tenían razón,
LLEGAMOS que domina el Muskingum, Dave; él debía de conservarlo. Sin duda
aunque también tiene vistas lo llevó colgando del hombro todo el
AL sobre el Ohio. Aparqué el co- tiempo. Tu madre no pudo sacarlo de la
HOSPITAL che, y cuando alargué los bolsa; eso significa que la arrebató del
brazos para levantar a Jill, me apartó hombro del muerto y se la llevó. Río
y salió del coche por sí misma. Se aga- abajo, río arriba o a la otra orilla. Don-
rró a mi brazo, cojeando un poco, y de fuera. Puede que aún siga en la isla.
me guió hacia la terraza que daba al La Policía no ha registrado allí.
río, dio unos pasos y se quedó allí mi- —Les dije que podían hacerlo. La isla
rando. Luego, trepidando en el cre- es de mi propiedad; forma parte de la
púsculo, oímos un motor en marcha. granja que compré.
Se vio la parte superior de un remol- —Sin embargo, ellos no lo hicieron.
cador, que subía Ohio arriba, con su Yo estaba perplejo y no supe qué
luz roja brillando ante nosotros. La vis- contestar, pero seguimos hablando de
ta es siempre maravillosa, y permane- lo mismo y Jill entornó sus ojos. Luego
cimos contemplándola con las manos me dijo:
entrelazadas. De pronto, en un tono di- —Dave, ya que Shaw no me mató,
ferente, Jill me preguntó: está bien, olvidemos lo que ella intentó,
—Dave, ¿dijo York que ese dinero es ya que yo estoy enamorada de su hijo.
mío? Pero cuando hay de por medio cien mil
—Así es, si se encuentra. Si no se dólares, yo no olvido nada. Ella se lo
encuentra, de todos modos te darán ha quedado y yo quiero recuperarlo.
una recompensa. Así que me he enamo- Si esto la lleva a la cárcel de Marysville
rado de una heredera. es porque ha de ser así. Te quiero, pero
—Dave, tenemos que encontrarlo. si piensas que yo voy a abandonar ese
—Escucha, Jill, no te preocupes por dinero, no te quiero hasta ese punto.
él. Ese dinero está ahora en el Muskin- —Bien; ahora lo sé.
gum, empapándose de agua para servir —Odio tener que decirlo, pero...
de comida a los peces. —No me quieres hasta ese punto.
—Pues yo creo que no. De repente, aparecieron lágrimas en
Alzó su mirada hacia mí con un nue- sus mejillas, que brillaron bajo las lu-
vo brillo en sus ojos. ces. Yo le dije:
—Esa mujer, tu madre, sabe dónde —¿Y si resulta que todo es al revés?
está y quiere guardárselo. Lo cual no ¿Y si ella no tiene el dinero? ¿Y si nun-
singificaría mucho para mí si no perte- ca se encuentra?
neciera a Russ Morgan. Me gustaría —¡Tiene que encontrarse!
que se le pudiera devolver, pero tal vez —Eso lo dices tú.
no esté en nuestra mano conseguirlo. —Quiero entrar.
30 James M. Cain

—¿Por qué no has contestado cuando


te llamé?
No obtuve respuesta.
—¡Eh!
No me respondió.
Tomé su brazo y la sacudí. Ella se
soltó y me abofeteó. Yo la abofeteé a
mi vez, y al hacerlo cometí un error.
Ella giró sobre sus rodillas en la cama,
así que el vestido se le abrió por delan-
te. Luego empezó a darme puñetazos, a
arañarme mi cara y a agarrarme, a su-
jetarme y a morderme. Yo no grité ni
ella tampoco. Yo refunfuñaba, jadean-
do furioso, contestando con puñetazos
que ella me devolvía. Al final se dejó
caer sobre la cama y empezó a chillar,
así que yo pude irme a mi habitación
para echarme un vistazo en el espejo
y ver qué me había hecho en la cara.
Tenía arañazos por todas partes. Tomé
un bote de Listerine y conseguí cortar
la hemorragia. Luego, volví con mi ma-
dre. Sus gritos habían cesado, pero tan
pronto como abrí la puerta, empezaron
de nuevo los que ya tenía yo tan oídos,
y que consistían en cambiar la voz del
natural al falsete y viceversa. Eran es-
En un rincón había herramientas de tridentes, claros, inaguantables y cien
jardinería: palas, azadas, picos, rastrillos, etc.
por cien farsa.
—¡Bueno, calla ya, o te voy a zurrar!
—la conminé.

9
Sólo conseguí que redoblara sus gri-
tos en voz más alta.
La levanté y la abofeteé, primero en
un lado de la cara y luego en el otro.
Gritó con todas sus fuerzas. Tomé un
jarro y empecé a echarle agua por en-
DI MARCHA y lo coloqué junto a la puer- cima.
ta principal. El salón estaba
ATRAS como siempre, pero no se —Toma, para que te refresques.
AL COCHE veía a mamá por ninguna No dejó de gritar, pero aminoró el
parte. La llamé, pero ella no me con- tono, así que yo supe que al final po-
testó. Golpeé con los nudillos la puerta dríamos hablar.
de su cuarto, es decir, lo que había sido —Ahora —le pregunté—, ¿quieres de-
el comedor. Como tampoco allí obtuve cirme a qué viene todo esto? ¿Qué de-
respuesta, abrí la puerta y entré. Eran monios te pasa?
casi las siete y estaba oscureciendo, así —¡Oh! —gimió—. ¡Que yo haya vivi-
que, al principio, no tuve la seguridad do para ver este día!
de si estaba allí o no. Entonces la dis- —¿Qué día? —le pregunté—. Es do-
tinguí, echada en la cama boca arriba, mingo. ¿Qué tiene de extraodinario?
quieta, con el mismo vestido, la manta —¡Al cabo de tantos años! ¡Después
tapándola a medias, y la mirada per- de todo lo que yo he hecho! ¡Ahorran-
dida. Yo le susurré: do y trabajando como una esclava...!
Al final del arco iris 31

—No olvides decir eso de que hay que En la oscuridad, sus ojos parecieron
ver cómo se te han puesto las manos. más grandes, ya no azules, sino negros.
Porque, claro está, yo ya había oído —¿Cuándo te enteraste de eso?
aquello otras veces, relacionado con —¡Oh! Hace unos meses. Tuve que
una cosa u otra. Me lo sabía de memo- arreglar mis papeles para cobrar cierto
ria. Pero ahora lo repitió una y otra seguro. Me exigieron partida de naci-
vez, como si recitara de un libro, sin miento, licencia matrimonial de los pa-
olvidarse de nada. Hasta que no hubo dres y demás, y así es como me enteré.
dicho todo por lo menos dos o tres ve- A mí no me importó. Todo lo que vi en
ves, no volvió a citar lo de la noche an- aquellos papeles fue una chica de dieci-
terior: séis años enamorada. No hay en ello
—Y pensar que cuando al fin había nada ilegal. Yo la alabo y, si vamos al
alguna esperanza, cuando el sol estaba caso, hasta se lo agradezco. Pero volva-
saliendo, cuando el arco iris había apa- mos al tema, ¿la convierte eso en una
recido en el cielo, ¡que me den esta Jezabel?
puñalada por la espalda mi propio hijo —Podría ser.
y una horrible Jezabel! —Pues, bueno, Jezabel, ¡hola!
—¿Dónde estaba esa criatura? No he —¿Cómo te gustaría irte al infierno?
visto a ninguna Jezabel. —Bueno, has sido tú quien lo ha di-
—¡Una puta que se acuesta con los cho, no yo.
hombres, y que me ha quitado a mi —Claro que lo he dicho. Tenía que
pequeño Davey! hacerlo. Pero no fui yo.
—¡Eh! El pequeño Davey soy yo. —¿Que no fuiste tú? ¿Te estás bur-
—¡Una Jezabel! lando?
—¿Cómo sabes que se acuesta con —No fui yo. ¡Ahora ya lo sabes! Nun-
hombres? ca pensé tener que decirte que no eres
—¡No hay más que mirarla! Cual- mi hijo. Ni Jody fue tu padre. ¡No fui
quiera lo adivina. ¡Con esa cara que yo la que te parió! Fui yo la que tuvo
tiene de viciosa! que casarse, pero yo no te tuve a ti.
—¿Y porque se acuesta con hom- Fue la Gran Myra, mi prima y tocaya
bres ya es una Jezabel? quien te dio a luz en la clínica de la
—¿Pues en qué crees tú que eso la calle Cuarta. Pero luego, como ella no
convierte? se podía quedar con el niño, me su-
—No lo sé... Tal vez en nada. Es una plicó que lo criara yo. Así que tuve que
chica encantadora. casarme. De todos modos, Jody y yo
—Repito que es una Jezabel. íbamos a casarnos, pero aún no podía-
—¿Porque se acuesta? mos. Entonces él, al ver a la otra ama-
—¿Pues qué crees tú que es? mantar a aquel niño, se entusiasmó
—Tal vez una chica enamorada. tanto, que tuvimos que casarnos antes
—¿Enamorada? ¿Enamorada? de lo que habíamos pensado. Yo te
—Mamá, dime una cosa. quiero, siempre te quise; tú no eres
—¿Que te diga qué? mi hijo y no hay razón por la que no...
—Había una chica a la que yo admi- —¿Por la que no qué...?
raba, pues tenía razones para ello. Se —¡Lo que me dé la gana!
llamaba Myra Giles, nombre que te —¿Por eso coqueteas conmigo?
será conocido. Tenía dieciséis años e —¿Qué quieres decir con eso?
ingresó en el hospital de aquí para dar —Que haces de Jezabel conmigo.
a luz un hijo. Dos meses después se —¡No me hables así!
casó. Así que debió de haberse acosta- —¡Lo mismo digo! ¡Esto sí que es
do con alguien. ¿La convierte eso en bueno, mamá! De repente, puedes des-
una Jezabel? abrocharme los pantalones con el cuen-
Ella se elevó apoyándose sobre un to de que no eres mi madre. ¿No es
codo y me miró fijamente un buen rato. para reírse?
32 James M. Cain

Me apartó de un empujón, se levantó —¿Quién es «él»?


y encendió la luz. Entonces empezó a —No lo sé. Ella nunca me lo dijo.
taparse con el vestido y a retorcerse, —¡Mamá! ¡Dímelo! ¿Quién soy yo?
para arreglarse las partes donde estaba —¿No crees que te lo diría si lo su-
rasgado, descosido o arrugado. Luego piera? Habiéndote contado todo eso...
se dirigió al salón, donde la luz estaba Ella trabajaba en el condado de Lo-
ya encendida, y se sentó. Al cabo de gan. Tenía un empleo de mecanógrafa o
un rato, dijo: algo así en la Boone County Coal Cor-
—Si quieres reírte, ríete; tú sabrás poration, y se presentó un tipo casado
de qué. que estaba haciendo un estudio para
—De la cómica historia que ha con- establecer una línea de autobueses.
tado. Myra nunca me dijo quién era él. Eso
—Si te parece cómica, considérala es todo lo que sé.
cómica. Para mí nunca lo fue, ni para Pasó un rato antes de que yo asimi-
la Gran Myra. lara aquello. Luego dije:
Ignoro por qué tardó tanto en pene- —Mamá, ¿tuvo él algo que ver con
trar en mi pensamiento la idea de que el trato que hicisteis respecto a mí?
podía ser verdad lo que me había di- ¿Quiso también que tú me adoptaras?
cho. Hasta entonces ni se me había ocu- —No lo sé porque nunca le vi. Pue-
rrido pensar en ello. Pero cuando mamá de que viniera y estuviese con Myra en
nombró a la Gran Myra, a la que siem- Marietta cuando llegamos a nuestro
pre consideré mi tía, una luz brilló en acuerdo. Ella nunca me lo dijo y yo no
mi cerebro. Recordé la cara que ponía lo sé.
la Gran Myra cuando me traía un ju- —Y ¿por qué me adoptaste tú?
guete, una trompeta, unos patines o un —Ya te lo he dicho: porque te quería.
tambor. Eso me hacía sentirme siem- —Y mi padre, quiero decir Jody Ho-
pre muy feliz. Tía Myra se parecía un well, ¿qué pensó de todo ello? ¿Me
poco a mamá; era un poco más alta quería él?
y delgada que ella, pero en vez de ser —Al menos me quería a mí por en-
linda podía considerársela bella. Tenía tonces...
la tez pálida, el cabello negro azulado —¿Y por qué accedió.
y unos grandes ojos negros de monta- —Bueno, ¿por qué no iba a acceder?
ñesa. Dicen que ese color se debe a la Ya sabíamos que yo no podía tener
sangre india. Me adoraba y yo la idola- hijos. Los médicos me lo dijeron.
traba, y ahora sabía la razón de esos A mí me constaba la incapacidad de
sentimientos. Me acerqué a mamá, puse mamá para tener hijos, de modo que no
mi mano sobre su cabeza, volví su cara insistí en ello. Seguí atando cabos,
hacia la luz y le pregunté: mientras ella continuaba sentada en su
—¿Me has dicho la verdad? silla, dando puntapiés y mirándome de
—Claro que sí. vez en cuando. Tenía una expresión de
—¿Por qué no me lo dijiste antes? acosada, de culpable, distinta de la que
—Porque así lo decidimos. Prometí adoptó cuando miraba al vacío. Sin em-
no decírtelo jamás mientras... bargo, al cabo de unos minutos, empecé
—¿Mientras qué? a sospechar que no me había contado
—Mientras tú no echaras a perder las toda la historia. Acudieron a mi cere-
cosas. bro más recuerdos; cómo mi padre se
—¿Con tía Myra, quieres decir? había portado conmigo, sus modales
—Con ella o con quien fuera. fríos, su despego. Nunca sentí por él
Debí de tardar unos cinco minutos en lo mismo que por mamá o por tía Myra.
sospechar de quién estaba hablando. —¿Por qué fue tan complaciente?
—¿Te refieres a mi padre? —pregunté—. ¿Por qué accedió a que
—He dicho con quien fuera. tú me adoptaras?
—¡Maldita sea! ¡Contéstame! —Ya te lo he dicho: me quería.
—Pues bien, con él. —¿Eso fue todo?
Al final del arco iris 33

—¡Hace tanto tiempo! No me acuer- Cuando se lo pregunté, eludió la cues-


do. tión.
—¿Le dieron dinero? —Tenía que suceder —se explicó, gi-
—Bueno, imagino que sí. miendo—. Te lo tenía que contar alguna
—¿Cuánto? vez.
—No lo sé. Se lo dieron a él. —¿Y por qué esta noche?
Tras una pausa, seguí indagando: —No sé; me salió así.
—¿Fue el que empleó para comprar —¿Por buscar una justificación para
el otro terreno y construir aquella bi- quitarte las bragas ante mí?
rria de casa? —¿Cómo puedes decir una cosa se-
—No lo sé. El no me lo dijo. mejante?
—¿Te lo dijo o no te lo dijo? —Porque es verdad.
—El no me lo contaba todo. —¡No, no es verdad! Deberías aver-
—¿Pagaban mi manutención? gonzarte. Deberías ponerte de rodillas y
—No lo sé. pedirme perdón.
—Ellos no se la habrían pagado a él, —No lo haré. Es verdad.
sino a ti. —¡No lo es!
—¿Quiénes son «ellos»? —Lo es, pero métete esto en la cabe-
—Tía Myra y mi padre. za: no va a haber nada entre nosotros.
—A veces me pagaron algo. ¿Sabes por qué? Porque yo no quiero,
—¿A primeros de cada mes? por eso. No te quiero de ese modo.
—No lo sé; ¡hace tanto tiempo! —¡Yo no he pretendido eso! ¡No!
—¿Cuánto tiempo? —-Es lo que has pretendido. Y deja de
—¿Qué quieres decir con «cuánto mentir.
tiempo»? Se echó a llorar, y me acerqué a se-
—Que cuánto estuvieron pagando mi carle los ojos. Al limpiarle la nariz me
manutención. tragué un nudo que se me había for-
—Ya te he dicho que no me acuerdo. mado en la garganta. Quise besarla y
—¿Siguen pagándola? la besé. Cometí un error. Ella agarró mi
—Deja de fastidiarme. mano y la besó, y luego me arrastró
—Dímelo, ¿sí o no? hacia su regazo, besándome y mano-
No me contestó, lo que significaba seándome. Logré desasirme de ella y
que sí. Al final dejé de insistir. Por el le dije:
momento, había descubierto tantas co- —Bueno, hemos terminado, ¿eh? Las
sas que la cabeza me daba vueltas. Yo cosas han quedado claras. ¿Sabes lo que
era como una vaca que se hubiera co- quiero de veras? Comer. Estoy ham-
mido toda la hierba a su alrededor y briento. ¿Y tú?
ahora tenía que echarse un rato para —¿Quieres decir que me vas a hacer
rumiarla. Aún no tenía idea de cómo la cena?
iba a reaccionar ante aquello; si me Aquello tenía un sonido íntimo, como
gustaba o no cambiar a mamá por tía para lograr un tono diferente de lo
Myra, y a mi padre por otro tipo del que habíamos estado hablando.
que nunca supe nada, excepto que debió —Sí.
de ser una buena persona y que de —Dave, eres tan cariñoso...
veras estuvo enamorado de tía Myra, Los guisantes y la ensaladilla forma-
pues cuidó de mí todos aquellos años. ban parte de lo que habían traído los
También resultaba evidente que tenía vecinos aquel día. El pollo procedía de
medios, lo cual significaba que no era un paquete de muslos adquirido por
un don nadie. Todo esto, mezclado, me mí el día anterior en el supermercado.
formaba un lío en la cabeza. Pero que- Además, siempre teníamos a mano pas-
daba una cosa por aclarar: ¿por qué, tel y helado. No sé si ella consideró
después de haber cumplido su promesa romántico que yo preparase la cena.
todos aquellos años, faltaba a ella pre- Sin embargo, observando cómo se alisó
cisamente ahora y me lo contaba todo? el cabello, sentada allí, a la mesa, con
34 James M. Cain

su vestido desgarrado ceñido a la cin- —No está bien. ¡Sal de aquí!


tura, me pareció que esperaba un cam- —¡No! ¡No, por favor!
bio en mí, una vez hube averiguado que —Mamá, ¡te he dicho que salgas!
nuestras relaciones no eran las que yo ¡Eso no puede ser entre nosotros!
imaginaba. Pero, por mi parte, no había —Pero puede ser entre tú y esa chi-
nada de eso. Todo lo que yo quería era ca, ¿no?
algo de comer y un cambio de tema —Déjala ahora en paz.
mientras seguía obsesionándome aque- —No quiero dejarla en paz. Eramos
lla revelación. La cabeza me daba vuel- felices antes de que ella viniera, nos-
tas y más vueltas cuanto más aceptaba otros dos, hablando de lo bonito que
la nueva situación: que tía Myra fuera sería cuando nuestros pequeños sueños
realmente mi madre, y que mi padre se hicieran realidad. Siempre pensé que
fuese algún tipo cuyo nombre ni siquie- la revelación de mi secreto haría posible
ra sabía; algún pez gordo, sin duda, esto cuando nosotros lo quisiéramos.
por su forma de actuar conmigo. ¡Tienes que hacerlo! Yo comprendo lo
Mamá se ocupó en fruslerías y fue que te pasa, lo que le ocurre a un hom-
de acá para allá mientras yo lavaba los bre de tu edad, lo que necesita de una
platos. Tomó un paño y me ayudó a mujer. ¿Y no sabes lo que yo querría?
secar, teniendo siempre cuidado de en- ¡Darte todo lo que necesitas y más! Tú
señar más de lo normal. Cuando nos también lo querías de mí, ¡oh, sí! Lo
fuimos al salón, intentó sentarse en mi querías. Estoy segura. Entonces vino
regazo. Yo conecté el televisor. Estaban ella a estropearlo todo. La odio, la odio.
dando las noticias de las once. Al final, ¡La odio! ¿Por qué te has encaprichado
dije que estaba cansado y que me iba de ella? ¿Por qué...?
a la cama. Ella tosió y farfulló algo, —Yo no me he encaprichado de ella.
pero, al final, se fue a su cuarto tras —Bien, no te encaprichaste. Ahora
darme las buenas noches. es mi turno, ¡me toca a mí!
—¡Te digo que no!
ME a solas con todo lo que me ha- —Sí, sí, aquí, déjame...
ACOSTE tido, dicho.
bían Puede parecer diver-
pero, poco a poco, las co-
Me parece que aún hubo más. Por lo
que recuerdo, forcejeamos y peleamos
Y ME sas se aclararon. No me impor- un buen rato, desnudos allí, entre las
QUEDE taba que tía Myra fuera mi mantas. Yo dándome cuenta, asombra-
madre, debido a sus grandes ojos ne- do, de lo joven, suave y prieta que era.
gros, al modo como me quería y al Finalmente, la arrojé de la cama y de la
modo como yo la quería a ella. Pero el habitación, y cerré la puerta, que es
resto (quién pudiera ser mi padre) no por donde debí haber empezado. Luego
era más que un gran dolor, un lugar me senté, jadeando, mientras ella, gri-
hueco en la oscuridad que yo tenía que tando, se sentaba a su vez en el salón.
descubrir. Aún estaba pensando en ello Después cesó todo, y la oí entrar en su
—o así lo imaginé, sin saber que me dormitorio. Me volví a meter en la
había quedado dormido—, cuando me cama y traté de pensar en qué situa-
moví y toqué algo que había en la ción me colocaba todo aquello. Poco
cama. Una mano reposaba sobre mí, y después, escuché abrirse la puerta del
escuché un leve susurro. Debí de pegar cuarto de mamá. Muy despacio, unos
un salto. centímetros cada vez, como si tratara
—No te asustes, Dave. Soy yo, mamá. de que yo no me diera cuenta. Me
Palpé. Ella estaba allí, a mi lado, dispuse para otra pelea, al tiempo que
desnuda bajo la manta. Di un salto o me preguntaba qué haría si intentaba
traté de darlo, pero ella me agarró y me derribar la puerta. Luego percibí el
retuvo, murmurando todavía: sonido del disco del teléfono al marcar,
—No te voy a morder. No debes tener y la voz de mamá hablando bajo.
miedo. Abrázame y ámame. Así. ¡Es la Tras un largo silencio, chirrió una
naturaleza! bisagra de la puerta principal. Oí pasos
Al final del arco iris 35

en el porche, luego nada y, finalmente,


el motor de un coche. A continuación,
distinguí unas luces. Cuando salté y
miré a través de la ventana, mamá se
dirigía ya a la carretera, hacia la ciu-
dad. No tenía la menor idea de a dónde
iba ni me importaba lo más mínimo.
Todo lo que se me ocurría pensar era
que, al menos por un rato, me había li-
brado de ella. Volví a la cama, y reanu-
dé el hilo de mis pensamientos; necesi-
taba una respuesta a aquella pregunta,
al acertijo en que se había convertido
mi vida: ¿quién era yo?

10
TAL VEZ pero no mucho. Seguí pen-
sando, atando cabos, evocan-
DORMI do lo que recordaba de cuan-
UN POCO, do era pequeño y lo que me
habían dicho alguna vez. Luego se hizo
de día, y supe lo que tenía que decir,
contar, dar a conocer a quien yo desea- Finalmente, la arrojé de la cama
ba que lo supiera, a la única persona y de la habitación.
que me importaba: Jill. Me levanté de
un salto, me dirigí al salón y busqué en
el listín el teléfono del hospital Marietta día ir, que debía quedarme en casa por
Memorial. Llamé y me dieron el núme- si la policía se presentaba a hacerme
ro de su habitación. Ella se puso en más preguntas. No me gustaba hacer
seguida. aquello, pues estaba propuesto para as-
—Jill, si me quieres, ven aquí ahora cender a encargado a finales de aquel
mismo. Toma un taxi. verano. Me habían recomendado para
—¿Qué va a decir tu madre? ese puesto porque mi nota más favora-
—No está aquí. ble era que nunca faltaba al trabajo.
—¡Dios mío! ¡No podría soportarlo! Me mostraba sobrio y hacía bien las
—¡Jill! ¡Date prisa! cosas. Los clientes creían mis palabras,
—Bueno, tan pronto como desayune pero tan pronto empecé a explicar la
algo y descubra quién va a pagar la razón de mi ausencia, Joe me interrum-
factura. pió:
—Olvida el desayuno. Ya te prepara- —No te preocupes, Dave. ¡Pero si
ré algo cuando estés aquí. será un honor! Toda la ciudad habla de
Creo que la hora siguiente, mientras ti. Sales en el periódico y se te consi-
yo recorría a zancadas la parte delante- dera el héroe número uno del condado.
ra de mi casa, fue la más larga de mi Tómate el tiempo que necesites.
vida. No dejé de ir de acá para allá Volví a pensar en lo mismo y a dar
hasta que llamé por teléfono a mi lugar paseos, esperando a Jill. Al final apare-
de trabajo en la ciudad, es decir, a la ció el coche de alquiler, del que salió
gasolinera, para comunicar que no po- la muchacha, llevando bajo el brazo un
36 James M. Cain

montón de periódicos tan grueso como empezar. Algo más tarde, cuando está-
el tronco de un nogal. La besé y la aga- bamos de vuelta en el sofá del salón,
rré para llevarla en volandas, pero ella con su cabeza sobre mi hombro, con su
se apartó y me dijo que podía andar. pelo cepillando mi nariz, empecé como
Caminó segura, aunque con cierta co- pude.
jera. Seguía llevando el uniforme de —Algo ha sucedido —le dije—. Algo
enfermera del día anterior, pero me que mamá me contó la pasada noche.
explicó que a última hora de aquel día O esta madrugada; cuando fuera. Antes
tendría un vestido nuevo y todo lo de- de que ella se fuera en el coche.
más. —¿Qué te contó? ¿Acerca de qué?
—Es de una tienda de Marietta que —Quién soy yo.
Bob York encontró en el listín telefó- Entonces supe que entre nosotros ha-
nico. Y me ha reservado una habitación bía mucho más que aquellas cosas tan
en un buen hotel para que me aloje simples: lo guapa que era ella o cuánto
todo el tiempo que esté aquí. Me ha nos queríamos. Jill se retorció para mi-
dado mil dólares en efectivo para mis rarme, luego entornó los ojos y susu-
gastillos. Soy Jill y estoy muy contenta rró:
de serlo. Convertirse en una heroína —Bien, Dave. Soy toda oídos. ¿De qué
tiene sus ventajas. se trata?
Ya dentro de la casa, abracé a Jill. —Ella no es mi madre.
Permanecimos un buen rato abrazados. —Ya lo sospechaba yo.
Luego abrimos los periódicos sobre el —¿Cómo te diste cuenta?
suelo. Había dos de Columbus, uno de —No se portaba como una madre.
Akron, otro de Pittsburgh y dos o tres —¡Bien puedes decirlo!
de Chicago, pero ninguno de Marietta. —¿Y qué más?
El Times es un diario vespertino y no Se lo conté poco a poco, evocando a
saldría hasta más tarde. Juntos, en cada tía Myra, su belleza, lo buena que había
primera página, aparecíamos Jill en su sido conmigo, las cosas que le habían
cama del hospital y yo con mi chaqueta ocurrido, cómo hizo llevar mi coche a
de piel de cordero. También había fotos un garaje, para que lo arreglaran, cuan-
de Shaw y de Russell Morgan. La del do se le salió una rueda... Pero me dio
primero procedía de una instantánea, vergüenza hablar de mi padre, hasta
y el segundo aparecía fumando en pipa, que Jill me interrumpió para decir:
con cara de persona importante. El re- —Dave, puedes confiar en mí. Di lo
portero del Times me explicó la razón que estás pensando; no me ocultes
por la que aquellas fotos se repetían en nada.
todos los periódicos: como sólo tres de —¿Quieres que te hable de él?
éstos habían destacado sus propios en- —¿Quién es «él»? ¿Te lo dijo ella?
viados, los demás recibieron idénticas —Me juró que no lo conoce.
telefotos y las reprodujeron. —¿La creíste?
—Eso es una mina de oro para nos- —Creo que si hubiera sabido quién
otros —había dicho el reportero en es, me lo habría dicho. Por lo que me
cuestión—. Muchacho, nos vamos a fo- contó, deduzco que no es de la comar-
rrar con esto, aparte del especial que ca del Big Sandy. Puede que nunca me
enviaremos, firmado con mi nombre. entere de su nombre.
Al cabo de un rato nos acordamos del —Pero tiene que ser alguien.
desayuno. Preparé huevos y frutas de
sartén. Luego, Jill me preguntó: SEGUIMOS sensación de que podía
—Bueno, ¿qué deseabas contarme, tratar de aquel asunto
Dave? HABLANDO, con Jill. A veces tocába-
—Ya llegaremos a eso. YO CON LA mos otro aspecto, como
—¿Bien? Estoy escuchando. MARAVILLOSA el trato que debía de ha-
Pero, por alguna razón, contarlo me berse establecido para atender a mi
costaba trabajo. No sabía por dónde manutención y a todos mis gastos, que
Al final del arco iris 37

seguramente corrieron a cargo de mi —He dicho que está bien. Espere.


padre. Era de suponer que tal arreglo No había pasado una hora cuando se
significaba que quería mucho a tía oyó el motor fuera borda y aparecieron
Myra. los hombres de DiVola, los mismos tres
En este punto, Jill observó: individuos, aún con sus cascos de bom-
—Dave, estoy pensando algo. Me he bero. Hicieron su trabajo con rapidez,
acordado de mi medallón. No te lo hu- desenganchando primero el johnboat
biera mencionado de no haber venido del tocón, achicándolo, pues estaba me-
aquí. Pero ahora que ella está fuera... dio inundado, y finalmente remando
—¿Tú medallón? con él hasta la orilla. Fueron muy ama-
—Lo llevaba colgado de mi cuello bles, especialmente con Jill (era la pri-
con una cadena cuando Shaw me sacó mera vez que la veían). Ella les contó
de aquel avión. Puede que se me cayera lo del medallón, y los bomberos se ofre-
en la isla. ¿Y si vamos a echar un vis- cieron a ayudarla. Así que todos fuimos
tazo? a la isla. Uno de aquellos hombres dijo
—Ahora mismo. a Jill:
Bajamos por el sendero hasta el río —Abra la mano y cierre los ojos; le
con el propósito de embarcar en el daré algo que la hará feliz.
johnboat, pero cuando llegamos adver- Ella le obedeció y se encontró el me-
timos que el bote se había alejado de la dallón en la mano. Se puso tan con-
orilla. Aparecía medio volcado contra tenta que lloró, y luego besó al indivi-
un tocón que sobresalía del río, entre duo en cuestión para demostrarle su
la orilla y la isla, quizá derribado unos agradecimiento. Los otros dos dijeron
años antes por la inundación que creó entonces que también querían hacerla
la isla. El árbol avanzaba unos metros feliz, así que los besó también. Después
cada año conforme una crecida lo arras- nos dirigimos todos a la casa para to-
traba. Quizá la lluvia del sábado deter- mar café. La reunión fue muy simpáti-
minó una de esas crecidas durante la ca, cordial y maravillosa. Ninguno de
noche, que arrastró el árbol y, a la vez, nosotros tenía, sin embargo, la menor
el bote. idea del horrible significado de aquel
—¡Tiene gracia! —exclamé—. Le bote enganchado al tocón.
prestas a alguien tu bote y ni se molesta
en amarrarlo luego. SE nos sentamos en el sofá
—¿Cómo lo vas a traer? del salón, susurrando, re-
—Ya verás. MARCHARON, firiéndonos al mismo tema
—Dave, no trates de ir nadando hasta Y JILL Y YO una y otra vez: lo que me
ese bote. No podrás. No tienes ni idea había contado mamá, todo lo que yo
de lo fría que está el agua. recordaba de cuando era pequeño y vi-
—¿Quién va a ir nadando? Ven. víamos en la casa vieja, rezando para
Volvimos a la casa y telefoneé a Ed- que llegara pronto la primavera y no
gren a la oficina del sheriff. tuviéramos que tiritar tanto. Jill quiso
—Sargento —le dije—, siento decír- ir a ver la casa, pero le contesté que era
selo, pero usted o uno de sus hombres mejor quedarnos en la nueva, donde
no tuvieron cuidado de amarrar mi estábamos. Seguro que se presentaría
bote a la orilla, y la corriente se lo ha alguien por una razón u otra, y me ha-
llevado. Y ahora está en medio del río, bían pedido que no me ausentara.
en un sitio donde no lo puedo alcan- En efecto, a mediodía acudió un gru-
zar, enganchado al tronco de un árbol po de personas de río arriba, con más
y medio volcado. ¿Sería usted tan ama- comida de regalo. Era el espíritu amis-
ble de llamar a sus amigos de DiVola toso de Ohio. Al principio Jill se echó a
y pedirles que me lo saquen? Que ven- llorar, pero luego se puso a comer, lo
gan con su lancha y... cual pareció acabar con sus lágrimas.
—Está bien. No hay problema. Nos visitó un hombre llamado Douglas.
—El río está subiendo, ¿sabe? que vivía en la casa más cercana, río
38 James M. Cain

arriba, para ver cómo iban las cosas, cialmente uno del Times, quiero decir
según dijo, pero los demás le gastaron del Marietta Times, y yo le di las pocas
bromas, arguyendo que eso no era más noticias que tenía: que la investigación
que una excusa para presentarse y ver se retrasaba y que Jill había encontrado
al héroe. su medallón. Jill me telefoneó para co-
—Y a la heroína —añadió Jill, y todos municarme que se había trasladado del
estrecharon su mano. hospital a un motel que York le había
encontrado en el centro de la ciudad, y
SE «que debía ir a recoger me pidió que llamara a Edgren y se lo
hiciera saber. Le contesté que eso podía
MARCHARON. tienda y vestidos
algunos a aquella
al banco a retirar hacerlo York, pero ella cambió de idea
Y TAMBIEN dinero». y dijo que llamaría personalmente.
JILL, —Dave, ¿cambia eso las También me advirtió que estaría fuera
cosas? —me preguntó, tras un silen- un rato.
cio—. El que hayas descubierto quién Me dediqué a descongelar un asado de
es en realidad tu madre. cordero, y comprobé que tenía jalea de
—Cambiar las cosas, ¿en qué sen- menta. Estaba casi listo cuando llegó
tido? Jill, tan preciosa que quise gritar. Lle-
—¿Quieres que la acuse? vaba un bonito abrigo de invierno, ma-
—¿Por qué he de quererlo? rrón oscuro, y bajo él una minifalda
—Bueno, ella te engañó. verde botella que iba perfecta con su
—Escucha, eso fue un trato. cabello, unos panties color beige y unas
—Te estaba preguntando, Dave. zapatillas que, según la interesada, «no
—A pesar de lo que ocurrió la pasada le sentaban bien, pero eran muy cómo-
noche, si es a eso a lo que te refieres, das para sus pies». A mí no me pareció
yo la consideré mi madre durante mu- que le sentaran mal, pero la verdad es
chos años. que me quedé mirando sus piernas, que
—Está bien. eran muy lindas. A ella no le importó
—Si la procesaran, yo tendría que que se lo dijera, y hasta se levantó la
ayudarla. minifalda para que pudiera verlas en-
—Está bien, está bien. teras. Estábamos abrazados cuando un
coche se detuvo.
Cuando miré, vi apearse a tío Sid.
Era hermano de mamá, y no sólo mon-

11
tañés, sino que además lo parecía: me-
tro ochenta, huesudo y desgarbado. Lle-
vaba una camisa de franela azul oscu-
ro, pantalones grises a rayas y abrigo
negro. Pero lo que llamaba más la aten-
PERMANECI durante las cuales me visitó ción era el sombrero negro de fieltro,
SENTADO más gente, que se fue en con el ala enrollada hacia arriba en
seguida. Mientras, el teléfo- derredor, excepto por delante, en donde
UN PAR no sonaba cada pocos minu- caía hacia abajo. Eso no le hacía pare-
DE HORAS, tos. Edgren me llamó para cer serio, al modo como lo es una per-
decirme que la investigación había sido sona antipática; más bien le imprimía
retrasada dos días. un aire importante. Le dejé entrar y se
—Bueno, téngame al corriente —le lo presenté a Jill. Era cortés, pero frío.
recomendé—. Estaré aquí. Explicó que ya la había visto retratada
—¿Quiere decírselo a la señora Ho- y, señalando el montón de periódicos
well? que había en el suelo, aclaró:
—Claro —le contesté. Me gustaría de- —Quiero decir en la prensa, señorita.
círselo si pudiera, pero él no me pre- Fue algo terrible que la sacaran a una
guntó si podía. violentamente de un avión —y luego,
Llamaron algunos periodistas, espe- dirigiéndose hacia mí, sin esperar a to-
Al final del arco iris 39

mar aliento—: ¿Dónde está mi herma- —¿A dónde?


na, Dave? ¿Dónde está tu madre? —No lo sé.
—Usted sabrá dónde está, tío Sid. —Dave, te he preguntado que a
¿No fue a usted a quien llamó por te- dónde.
léfono antes de marcharse de casa? —¡Maldito sea! —grité, volviéndome
¿Antes de irse en el coche? un poco montañés—. ¡Deje de aplicar-
Parpadeó sin pestañear, y añadí: me el tercer grado! Le digo que no sé
—Bueno, le llamó, ¿no? ¿A dónde se a dónde fue. Y lo que es más, no me
dirigía? ¿A su casa? ¿A Flint? importa. Y ahora, ¿quiere irse al in-
Flint era el pueblo a orillas del Mo- fierno?
nongahela, donde él vivía y de donde —Me iré cuando quiera.
ella era originaria. —Se va a ir ahora mismo.
—Bueno, tal vez me llamó —admitió Me levanté y me dirigí hacia él, que
finalmente, con aquella ambigüedad estaba sentado en el sofá. Se levantó y
montañesa que nunca da una respuesta empezó a retroceder. Tomé su sombre-
clara—. No he dicho que no llamara. ro, que había puesto a su lado, y se lo
—Entonces, tuvo que decirle a dónde entregué. Lo tomó y se fue, retrocedien-
se dirigía. ¿Iba a Flint o no? do aún, y sin mirar siquiera a Jill.
—Flint es su pueblo natal, Dave. —¡Bueno! —exclamó Jill—. ¡Y luego
—Entonces, ¿pensaba ir allí? dicen que hay pasajeros de avión ingo-
—Supongo que sí. bernables! ¡Tipos como ése requieren
—Eso es lo que quería saber. la intervención del mismísimo piloto...!
—Pero a lo mejor no fue. ¡Y este piloto intervino! —me dio una
—Puede que aún no haya llegado, tío pequeña sacudida que reflejaba su ad-
Sid. miración—. Me encanta cómo sabes tra-
—Ya debería de haber llegado. tar a la gente.
—Necesita tiempo. —Nunca me gustó el tío Sid.
—¿Y no te parece raro, Dave, que se Miramos cómo Sid se alejaba en su
fuera repentinamente de aquí a las tres coche por el camino, en dirección a la
de la madrugada? carretera.
—Pues... se fue. —¿Todo el mundo viste así en Flint?
—¿Por qué? —preguntó Jill.
—Se enfadó conmigo. Eso es todo. —¿Te refieres al sombrero negro?
—¿Por qué? —Parecía uno de los malos que salen
Lo decía de un modo ominoso. Conté por televisión.
hasta tres antes de responder, pero —No había pensado en ello.
mientras contaba, Jill terció: —Pues lo parece.
—Por mí. Ella no me quiere, señor —El sombrero negro es típico de los
Giles. montañeses. Sí, se visten así. Al menos,
—¿Por qué no? el domingo para ir a la iglesia. Hoy se
—Porque voy a casarme con Dave. ha vestido de gala en tu honor.
—Ya veo..., ya veo. ¿Así que usted es- —Contra más cosas aprendo acerca
taba aquí? ¿Pasó la noche con Dave? de los montañeses, más me gustan los
No me extraña que se enfadara. valles.
—No, señor. Yo estaba en el hospital. —Aquí estamos en un valle.
—Pero yo estaba aquí —intervine—. —El valle del Muskingum me en-
Ella vino a mi habitación, gritando. Lla- canta.
mó a Jill Jezabel y cosas peores. Una —Y un montañés te está mirando.
cosa llevó a la otra e intentó pegarme —Tú no tienes nada de montañés.
—le mostré las mordeduras en mi meji- —Pero lo soy, y debes saberlo.
lla y proseguí—: Entonces, se encerró Me rodeó con sus brazos y me besó
de un portazo en su habitación. Luego repetidamente.
salió y lo llamó a usted. Finalmente, —Tú pareces ya medio montañesa.
fue en busca de mi coche y se marchó. —David Howell, me he enamorado de
40 James M. Cain

ti más de lo que yo quisiera, pero si Luego, al final de tanta galería cegada,


tratas de convertirme en una montañe- se abren salas también medio derrum-
sa, dejaré de quererte de un modo tan badas: un sitio ideal para hacer lo que
rápido que te va a dejar perplejo. ¿Está quieras sin que nadie te vea. Todo per-
claro? fecto para fabricar licor clandestina-
Creo que esperaba —fundadamente— mente; incluso un arroyo subterráneo
una carcajada mía, un codazo y un beso fluye hacia el río y en él se puede ver-
como respuesta, pero, de repente, sentí ter la cebada. Así que no hay problema
un nudo en mi garganta y me oí pre- de renovación, de trampas, de olores.
guntarle: —¿Qué son las trampas?
—¿Quieres una respuesta sincera a —En una mina de carbón se controla
eso? el aire mediante esos mecanismos. El
—Quiero una respuesta sincera. trampero es un muchacho que se sienta
—Fueron montañeses los que te sal- junto a la trampa, la abre cuando se
varon la vida. acerca un tren de vagonetas, y la cierra
—¡Está bien, está bien, está bien! Los cuando el tren ha pasado. Pero el olor
montañeses pueden hacer eso cuando que de este modo saldría al exterior
hay que hacerlo. Pero no me pidas que delataría a Sid; ése es el peor peligro
me convierta en montañesa yo tam- con que se enfrenta un fabricante clan-
bién. destino de licores. Sid sabe controlarlo
—No me pidas tú a mí que deje de de modo que nadie huela nada, y por
ser montañés. tanto no lo descubren. Además, ¿a qué
Nos besamos, y nuestro beso fue una ayudante de sheriff se le ocurriría bus-
especie de armisticio, pero cálido y lle- car una destilería en aquella mina?
no de amor. Arriesgaría su vida; le aterraría entrar.
—Cuéntame algo más de Sid. ¿Cómo Por eso todo el mundo lo deja en paz.
se gana la vida en Flint? ¿A qué se de- —Yo, desde luego, no entraría allí.
dica allí la gente? —Y, encima tiene quien le ayuda:
Flint es un campamento minero aban- mineros parados que antes trabajaron
donado, una antigua mina de carbón en minas de carbón. Son montañeses,
de la Ajax Coal Corporation. Allí no como él, y lo que hacen les parece lo
vive nadie aparte de Sid. Es el guarda más natural.
de la mina, y figura en la nómina de —¿Y es hermano de la señora Ho-
la compañía, que le paga quinientos well?
dólares al mes y le deja ocupar gratis —Viene a verla ocasionalmente. Una
la casa donde antes vivía el capataz. vez se estuvo aquí una semana. A mí me
Pero la verdadera ocupación de Sid son pareció que se traían algo entre manos,
las bebidas, que alterna con la mina, y pero no supe qué. El vino en un coche,
saca dinero de ellas. pero cuando regresó, mamá tuvo que
—¿Quieres decir que explota la mina? llevarlo en el suyo.
—Bueno, es un decir. Primero has de —No comprendo.
comprender lo que es una mina aban- —¿No comprendes qué pasó con su
donada. Especialmente una mina de coche?
carbón. —No. ¿Qué pasó?
Estábamos en el sofá, y Jill perma- —No lo sé; nunca me enteré.
necía acurrucada en mis brazos. —¿Por qué cerraron la mina?
—Sigue. Cuéntame —susurró. —Parecía agotada. Durante cuarenta
—Primero está el suelo, que se hin- años la explotaron, y rindió como una
cha. Así que se forman pequeños mon- mina de oro, pero luego se agotó el
tículos, uno tras otro. En el techo bro- filón y ya no interesaba. En cambio, al
tan al principio como unas ampollas, y otro lado de la montaña hay carbón a
luego se derrumba sobre los montícu- sólo tres metros de profundidad, y ese
los. Se puede pasar empleando una yacimiento estaba pidiendo a gritos que
lámpara de minero, pero arrastrándose. lo explotaran. Ya lo están explotando.
Al final del arco iris 41

Tendieron un ramal del ferrocarril, a


unos doce kilómetros de Flint, desde
una estación llamada Boulder, y ahora
cargan diez vagones diarios.
—Dicen que las minas tan poco pro-
fundas dan carbón de mala calidad.
—Esa no. A medida que extraen el
carbón van nivelando el suelo y siem-
bran trébol en él para que dé pasto,
o bien plantan árboles. En mi opinión,
eso es mejor.
—Siempre sale a relucir el montañés.
—Si quieres, te llevo allí en mi coche
para que eches un vistazo.
—Me muero de ganas de verlo.
—Dame tu boca.
—Bueno.

12
Parecía la reina de Inglaterra, y los dos
estrechamente abraza- nos quedamos mirándola boquiabiertos.
PERMANECIMOS dos. De pronto, a eso
UN BUEN de las cuatro, Jill seña-
RATO ló la ventana. Otro co- —¡Oh! ¡Ya sé quién eres! —excla-
che, procedente de la carretera, entraba mó—. ¡Eres la chica más famosa de
en el camino. Era un Ford nuevo, de los Estados Unidos, y me siento feliz
un negro brillante. Frenó ante la casa, por ello!
pero cuando vi quién se apeaba de él Por último, tía Myra me preguntó:
no pude contener una exclamación. —Dave, ¿dónde está tu madre?
—¿Quién es ella? —me preguntó Jill. Jill se me quedó mirando, y yo cerré
—Tía Myra —contesté yo. los ojos para pensar lo que iba a decir.
—¡Dave! ¡Qué guapa es! Al fin me decidí:
Tenía razón, lo era, con sus ojazos —Creo que está por ahí —contesté.
negros, su piel pálida y su suave figura Me acerqué a la recién llegada, me
tan esbelta. Vestía un abrigo de visón arrodillé junto a ella y la besé. Se ha-
que yo nunca le había visto, sobre un bía sentado en una silla. No pudo con-
vestido rojo oscuro. Su pelo tirante y tenerse, lloró echándose sobre mi hom-
negro le caía sobre sus hombros. Pare- bro y luego frotó su rostro contra el
cía la reina de Inglaterra, y los dos nos mío, de modo que las lágrimas de am-
quedamos mirándola boquiabiertos. Jill bos se mezclaron. Yo también lloraba.
me dio un empujón y yo me dirigí atro-
pelladamente a saludarla. La estreché -ENTONCES, te lo ha contado todo?
entre mis brazos, la besé y la retuve —me preguntó.
apretada contra mí, y ella me devolvió ¿LA PEQUERA —Sí, me lo contó.
aquellas efusiones. Después que me MYRA —¿Cuándo?
hubo besado dos o tres veces, entré —Anoche.
con ella en la casa, donde Jill espera- —¿Por qué?
ba ser presentada. Pero tía Myra no Se quedó mirándome fijamente, inda-
aguardó: gando detalles, pero ¿qué le iba yo a
42 James M. Cain

decir? Ni siquiera le había contado a SE INCLINO quien, a su vez, le acarició


Jill todo lo sucedido, especialmente Y TOCO la mano. Luego, la Gran
aquella visita a mi cama, y ciertamente Myra me preguntó:
no quería explicarlo en aquel momento. EL CABELLO —¿Y qué me dices de la
—En realidad no me dijo por qué, DE JILL, Policía? ¿O de los ayudan-
ni si tenía alguna razón concreta. Que- tes del sheriff o de quienes se hayan
ría decirme algo que yo debía saber. encargado del caso? Los periódicos di-
—Bueno... A propósito, ¿dónde está cen que os han pedido, a ti, la Pequeña
ella? Myra y a Jill que no os alejéis, por si
—No lo sé. os han de interrogar. ¿Qué dirán de
—¿Que no lo sabes? ¿Quieres decir esto? ¿Le dieron permiso para mar-
que se ha ido? ¿A la otra casa o dónde? charse?
—Se marchó. —Aún no les he dicho nada.
—¿Cómo que se marchó? —¿Se lo ha dicho usted a alguien?
—Tomó el coche y se largó. —preguntó, volviéndose a Jill.
—¿Os peleasteis? —Yo no lo sabía esta mañana, cuan-
—Sí. do telefoneé a la Policía desde mi habi-
—¿Por qué? tación del hospital, para comunicarles
Yo me estaba sintiendo incómodo, que me marchaba. Me dieron su con-
pues no sirvo para contar mentiras, y formidad y me citaron aquí, pero no
quería acabar cuanto antes aquella con- mencionamos para nada a la señora
versación. Pero Jill intervino una vez Howell.
más, con la misma respuesta que había —Entonces, ¿nadie ha informado a
dado a Sid: la policía?
—Fue por mí —declaró. —No, pero alguien tiene que hacerlo
—¡Oh! Ya entiendo. —decidió Jill, dirigiéndose a mi madre,
—Yo no le gustaba mucho. como esperando su aprobación y quizá
Tía Myra, mi madre, se sentó y se un beso.
quedó mirando a Jill un buen rato, y Si lo esperaba, se llevó una sorpresa.
al final observó: El rostro de mi madre se volvió como
—Lo comprendo muy bien —y luego de piedra y siguió sentada allí, mirando
añadió, dirigiéndose a mí—: Dave, a la fijamente a Jill, la cual acabó por en-
Pequeña Myra se le habían metido ideas fadarse.
en la cabeza o, al menos, eso me pare- —Señorita Howell, creo que debo
ció a mí y empecé a sentirme inquieta. explicarle algo que Dave no ha mencio-
Esas ideas que pueden haber influido nado, pero que es muy importante para
en que te lo dijera al final, que te con- mí. Esa mujer a la que él ha tenido
tara lo mío para poder mantener con- hasta ahora por su madre, se ha ido
tigo otro tipo de relaciones. ¿Fue ésa con todo mi dinero, con los cien mil
la razón? ¿Por eso, finalmente, faltó a dólares que Russell Morgan me dio
la promesa de silencio que me había para que no pudieran acusarme en nin-
jurado? ¿A cambio de lo que tu padre gún caso, y como premio por lo que
hizo por ella? hice. Para que yo los recupere, ella ha
—Prefiero no hablar de eso. de ser detenida. Y ni la policía ni el
—Entonces, ¿estoy en lo cierto? sheriff ni nadie pueden perseguirla en
Siguió sentada, mirando fijamente al tanto no se les comunique su desapa-
suelo. Tras una prolongada pausa, con- rición. Por eso tengo que dar cuenta
cluyó: de ello.
—Debí haber venido antes. Yo ya sa- Pero sólo consiguió de mi madre una
bía lo que estaba pasando; sospechaba mirada dura y ninguna contestación.
que algo de esto sucedería. Pero no Al cabo de un rato, la Gran Myra se
supuse que iba a ocurrir de esta ma- volvió hacia mí, me besó y susurró:
nera, a causa de una muchacha caída —Tengo que irme.
del cielo. —¿Cómo quieres que te llame?
Al final del arco iris 43

—¿Cómo la llamabas a ella? —Pero ¿no la oíste hablar de ella?


—Mamá. Creí que lo sabías. No la respeta.
—Llámame madre, David. —Eso es verdad.
—Me encantará llamarte madre —y —Y porque la Pequeña Myra sea su
después de abrazarla, le pregunté—: pariente, ¿me va a impedir obligarla a
Madre, ¿quién es mi padre? que me devuelva lo que es mío?
—Él te lo dirá. —Yo no he visto que te impida nada.
—Sí, pero ¿cuándo? —¡Por amor de Dios! ¡Me voy a vol-
—En cuanto tenga libertad para ha- ver loca!
blar. Eso no tardará mucho en suce- —No le pidas a ella que te ayude.
der, pero no me preguntes más, David. —¿Ni a ti tampoco?
Si te lo dijera, podría ser peor. No —Ya te lo he dicho; ella y yo hemos
puedo hacerlo. vivido juntos.
—¿Quieres decir que alguien ha de —Tengo que pensar en todo esto.
morir antes? Entró en la casa y se sentó a solas.
—Sí, eso he querido decir. Yo acudí a su lado y la rodeé con mi
—Y cuando eso ocurra, ¿qué? brazo, pero ella se levantó, se puso su
—Tu padre y yo podremos casarnos. abrigo y salió.
—Y eso ¿va a ser pronto, dices?
—No te lo puedo precisar; no me
preguntes.
—Has dicho que no tardará mucho.

13
—Sí, lo he dicho; pero no sé cuánto
será ese «no tardará mucho».
Por último, se volvió hacia Jill y le
tomó la cara entre las manos. La besó,
agarró el abrigo de visón, que había
echado sobre una silla, se lo puso y se ESTUVO Yo no atisbé, excepto para ase-
lo ajustó, abrió la puerta y salió. Los gurarme de que no se había
dos la seguimos, y yo le abrí la porte- FUERA marchado y su coche seguía
zuela del coche. Lo puso en marcha, DURANTE en el camino. Cuando salí a
arrancó y giró delante de la casa. Al UN RATO. mirar, no la vi. Di la vuelta
dar la vuelta y enfilar el camino, nos a la casa, preguntándome dónde podría
mandó besos con la mano, uno a mí estar y, por si acaso, me dirigí hacia
y otro a Jill. el río. En efecto, allí estaba, pero ape-
—¿Qué he hecho? —preguntó Jill—. nas se volvió cuando me acerqué a ella.
Debo de haber hecho algo que la hizo —Dave —susurró—, el río habla.
cambiar. —Has debido de estar haciéndome
—No cambió. Te mandó un beso, ¿no reproches.
la viste? Los dos permanecimos quietos para
—Se volvió fría como el hielo. oír. De noche se percibían los sonidos
—Dijiste que ibas a presentar una del río, imposibles de captar durante
denuncia a la Policía para que busquen el día: su murmullo, su burbujeo, su
a mamá. glu-glú; a veces, hasta dejar escapar un
—Bueno, ¿y por qué no debo ha- rugido. Jill aspiró profundamente y
cerlo? permaneció escuchando.
—Hazlo, pero no cuentes con mi —¡Qué bonito, qué bonito es esto!
ayuda. —murmuró. De pronto, saltó al oír un
—Otra vez tú y ella. golpe seco, que recordaba el producido
—O mi madre. por un manotazo—. ¿Qué ha sido eso?
—Me voy a volver loca. —preguntó.
—He tratado de explicártelo. Soy —Un pez que ha saltado.
montañés. Ella es montañesa. Mamá es —Parecía grande.
su pariente, eso es todo. —¿Y por qué no? Es la época de las
44 James M. Cain

crecidas, y hay mucho alimento para siluro o bagre las profundas, y a la


él; por eso ha aumentado de peso. carpa las aguas someras.
—Ni siquiera se me ocurrió pensar —Así que iremos allí a buscarlas.
en los peces cuando estuve en el río. En el sitio más próximo, río arriba
—Pues ellos sí pensaron en ti; segu- de mi desembarcadero, había un en-
ro que te vieron. trante sin nombre porque sólo tenía
—¿No podríamos pescar uno y co- agua en épocas de crecida. Pero ahora
mérnoslo para cenar? era una de esas épocas, y yo sospecha-
—¿Por qué no? ba que el sitio gustaría a las carpas.
—¿Tienes caña? Así que fui bogando hacia allí, pasé
—Con un sedal basta. junto al tocón, dejé atrás el extremo
—¿Y el cebo? No vamos a ponernos más bajo de la isla, y me dirigí hacia
de noche a buscar gusanos. la boca del entrante. Jill no había pes-
—¿Es que no sirven los camarones? cado nunca con anterioridad, y le ex-
—¿Dónde vas a encontrarlos? pliqué lo que debía hacer: dejar caer
—Con ayuda de un abrelatas. el sedal por encima de la borda hasta
—¡Qué cosas se te ocurren! que sintiera que había tocado fondo, e
Nos reímos y subimos por el sendero izarlo unos centímetros para que el an-
hacia la casa. Encontré un sedal en el zuelo con el cebo se elevara sobre el
armario del porche y la lata de cama- barro, hasta la altura a que el pez na-
rones en la cocina. Tan pronto como daría para alimentarse. Jill extrajo un
abrí la lata, dije a Jill: camarón de la lata, prendió el cebo en
—Bueno, manos a la obra; pero te el anzuelo y dejó caer la cuerda por
aconsejo que no vayas a pescar con ese encima de la borda. Apenas la había
bonito vestido que te compró el señor izado ligeramente sobre el fondo, cuan-
York. do Jill soltó un gritito y exclamó:
—Me pondré unos pantalones tuyos. —¡Oh! ¡Se ha movido! ¡Lo he senti-
—Estupendo. do! ¡Han picado!
Fuimos a mi cuarto, donde cambia- La invité a tirar del sedal, pero el
mos nuestra ropa por otra algo más anzuelo estaba vacío. Volvimos a ce-
sufrida. Volvimos al porche trasero, re- barlo, y Jill probó de nuevo. A unos
cogimos el sedal y el cebo, y bajamos tres o cuatro metros de distancia brilló
de nuevo hacia el río. Le enseñé cómo por un instante algo plateado y sonó
colocar el cebo, y le propuse: un coletazo.
—Si quieres, puedes pescar mientras —¡Dave! —gritó—. ¡Ahí hay uno! ¡Es
yo remo. Ahora, ¿qué quieres que pes- muy grande! ¡Puedo verlo!
quemos? Tiró del sedal, comprobó que el an-
—¿Cuál es el pez más grande? zuelo seguía cebado y lo volteó, supon-
—La carpa. go que para arrojarlo donde ella había
—Pues quiero una carpa. visto el pez. Pero yo, aterrorizado, me
—Es un pez grande y gordo, pero su agaché en el bote gritando:
sabor no es demasiado bueno. Lo usa- —¡No hagas eso! ¡Para! ¡Deja de vol-
mos como pescado de relleno, como tear ese anzuelo! ¿Quieres sacarme un
los judíos. ojo?
—Bueno, diez millones de judíos no Ella no había pensado en eso.
van a equivocarse. Pero un árbol salvó la situación; el
—Con las carpas, no creo. mismo árbol junto al cual nos había-
—¿Son grandes? mos detenido, un enorme sicómoro
—Enormes. blanco que sobresalía del agua frente
—Quiero una carpa. a nuestra proa. Generalmente estaba
—Pues vamos a donde están las car- en tierra firme, pero con la crecida del
pas. río el agua se había elevado a su alre-
Le expliqué que al lucio y el muska- dedor, de modo que el bote casi lo to-
long les gustan las aguas medias, al caba. El anzuelo se había clavado en
Al final del arco iris 45

el árbol, de modo que no podríamos —Tiene correas y una de ellas está


pescar hasta que lo desengancháramos. sujeta a algo —dijo—. No lo puedo
—Primero, siéntate, siéntate, estate soltar.
quieta, y deja de gritar —ordené a Jill, Yo llevaba un cuchillo de explorador
que me obedeció—. Ahora, agárrate a en el bolsillo. Lo abrí y se lo entregué
mí y ve de popa o proa. ¡No te pongas a Jill, quien trató de tomarlo de mi
de pie; podrías caerte por la borda! mano, pero no podía sujetar a la vez
Para nivelar el bote, pasé del banco aquel objeto y alargar el brazo lo bas-
de en medio, donde estaba, a popa, tante como para agarrar el cuchillo.
donde Jill se había sentado. Sujeté el remo sumergido con una ma-
—Ahora, espera a que amarre el bote, no, y con la otra tomé el segundo remo,
acércalo bien al árbol y sujeta fuerte que estaba apoyado en el banco de en
el remo. medio, puse el cuchillo sobre él, y de
Me obedeció. esta manera lo levanté. Ella tomó el
Di de popa contra el árbol, y sujeté cuchillo, cortó algo y depositó un ob-
bien el bote, clavando un remo en el jeto en el bote. Después, se agachó has-
fondo. En aquel sitio, el agua no tenía ta sentarse en el banco delantero, y de
más de sesenta centímetros de profun- nuevo la tuve sana y salva a bordo.
didad, así que era fácil dominar un bote —Volvamos a casa. Veamos qué has
de aquellas características. encontrado.
—Ahora alarga la mano todo lo que —Sí, creo que será mejor.
puedas sin ponerte de pie y trata de Regresamos bogando, varamos el
soltar el anzuelo. Quizá tengas que re- bote y subimos por el sendero. Penetra-
torcerlo, pero si logras alcanzarlo con mos en casa, a la vez temerosos y es-
los dedos, podrás sacarlo. peranzados por lo que habíamos encon-
Jill alargó las manos. trado. Pero cuando encendimos la luz
—Tengo que ponerme de pie —ob- vimos lo que siempre supusimos que
servó. sería: allí estaba la bolsa roja de cre-
—¡No, por favor! ¡Que se vaya al de- mallera, la que Shaw llevaba consigo,
monio el anzuelo! Volvamos a casa y bien rellena y prieta, con el extremo de
nos comemos el cordero. una correa cortado por haberse engan-
—Bien, pero hay un agujero en este chado en alguna rendija. Nos miramos
lado en el que puedo agarrarme con y nos besamos. Luego, descorrimos la
los dedos si pierdo el equilibrio. Puedo cremallera y allí estaba el dinero, pa-
colgarme. ¡Sujeta todo! Ya toco el an- quete tras paquete de billetes de a vein-
zuelo, pero aún no se ha desengancha- te dólares, cien en cada paquete rodea-
do. ¡Ya lo tengo! Voy a soltarlo. do por una faja impresa, en la que se
Procuré mantener el equilibrio del leía: «$ 2000». Los palpamos. Estaban
bote, pero Jill no se sentó. húmedos, pero no empapados.
—Tengo que cambiar de posición —¡Claro! —exclamó Jill—. La bolsa
—anunció—; si no, me será imposible fue a parar también al río, y si el inte-
apoyarme entre el árbol y el bote. rior se ha mojado un poco es porque
—¡Por Dios, ten cuidado! No puedo el agua entró por la cremallera. Shaw
ayudarte. Debo apoyarme en este remo pegó el salto apenas un minuto antes
para mantener firme el bote. que yo.
—Aquí dentro hay algo. —Creo que debemos secar estos bi-
—Debe de ser una colmena. Déjala lletes en el horno —decidí, soltándolos.
en paz. Pero al cabo de un rato, Jill me pro-
—No es una colmena. Es... puso:
Me entregó algo y me pidió que lo —Dave ¿por qué no empleamos tu
sujetara, pero yo no me atreví a soltar sartén de acero, ésa que usas para tus
el remo, ya que lo tenía clavado en el fritos? Podemos calentarla, luego apa-
fondo. Si perdía aquel punto de apoyo, gar el fuego, poner los paquetes encima
el bote viraría y Jill caería al agua. de la sartén y dejarlos que se sequen.
46 James M. Cain

De ese modo no se pueden quemar, y decir nada a nadie. Tendría que comu-
los vigilamos todo el tiempo. nicárselo al señor Morgan, la noticia
—Bien. saldría en los periódicos, y habría que
Así lo hicimos, y pronto apareció un informar a Edgren, a Mantle y a todo
precioso dinero nuevo, seco, perfecto. el mundo. Yo no me atrevía a enfren-
—¿Sabes qué, Dave?—susurró Jill—. tarme con aquello, porque de tres co-
¿Sabes lo más bonito de esto? ¡Que sas no cabía la menor duda: que mamá
todo es mío! Tengo un documento que había robado el dinero, que éste per-
lo demuestra, el que York me entregó. tenecía a Jill, y que mamá trató de que
—Es cierto —reconocí—. ¡Qué mara- mataran a la muchacha. Y, sin embar-
villa! go, me negaba a rendirme a la eviden-
—Pero no es eso todo. cia, y sabía por qué. Yo era montañés,
—¿No? ¿Qué más? y los montañeses nos ponemos de parte
—Que es nuestro. de nuestros parientes por culpables que
—Jill, es tuyo. sean.
—Pero lo mío es tuyo. Pero, por encima de todo, mamá se-
Era hermoso estar con ella en la co- guía siendo mamá para mí, sin que im-
cina, sabiendo que todo había salido portaron su estupidez ni las ideas que
bien y que ahora podríamos ser felices. se le habían metido en la cabeza. Y, aún
Jill sacó el documento de su bolso y más, había algo de lo que yo no podría
me dejó que lo leyera. Tenía forma de zafarme: ella había escondido aquel di-
carta firmada por Russell Morgan, pre- nero para mí, a fin de que pudiéramos
sidente de la Trans-U.S. & C., y rela- escapar a Florida o a otro sitio, y pa-
cionaba los billetes por su numeración. sarnos el día tendidos en la playa y
Luego leí algo parecido a esto: «Como luego entrar de vez en cuando en un
presidente de la Trans-U.S. & C., cedo buen hotel y cambiarnos de ropa o lo
los citados billetes a usted, en recono- que fuera.
cimiento de su entrega, valentía y co- —¿Y qué hago? —inquirió Jill.
raje, al salvar un valioso avión y las Cuando uno se ve arrinconado, grita.
vidas de veintiocho pasajeros, un pilo- —¡Está bien! Acúsala. Llama a Ed-
to, un copiloto y una azafata». Al ter- gren y a Mantle y diles que vengan y
minar la lectura, Jill se soltó de mi se lleven ese dinero como prueba. Pue-
mano, para levantarse y besar el dine- de que pase un año antes de que vuel-
ro, paquete por paquete. vas a verlo, si es que vuelves a verlo.
—¡Eh, cuidado! —le advertí—. Te ¿Has pensado en eso? ¿Y si alguien lo
van a salir ampollas en los labios. roba en la oficina del sheriff? ¿Estás
—Bésame y todo se curará. segura de que van a ser amables con-
—Ven aquí. tigo y te lo van a devolver paquete por
Se me acercó y volvimos a ser felices. paquete y dólar por dólar?
—Dave, ¿y qué pasará con ella? —me —Eres tú el que lo dices.
preguntó. —No, lo dices tú.
—¿Quién es ella? —Vayamos a la otra habitación.
—¿Quién va a ser? Sabemos quién
lo puso allí. Tuvo que ser ella. NOS pero a mitad de camino ella
—Pues bien; lo puso allí. se detuvo y regresó a la co-
—¿Y qué hacemos con ella? DIRIGIMOS cina.
—¡Déjame en paz! HACIA —No lo puedo dejar aquí
—¿Qué hago yo con ella? EL SALON, —murmuró—. No podría so-
—¿Es que tienes que hacer algo? portarlo. He de tenerlo conmigo.
—Bueno, pero ¿qué es lo que digo? Por entonces, la bolsa roja ya se ha-
—¿Qué has de decir? bía secado o casi, y Jill volvió a meter
Supe a lo que se refería, por supues- el dinero dentro. Luego, agarrándola
to. No podía encontrar aquel dinero por de las dos correas, la llevó al salón y
las buenas, meterlo en el banco y no se sentó en el sofá, aún vestida con mis
Al final del arco iris 47

pantalones y mi chaqueta. Al cabo de NOS nos dimos cuenta de que no


un rato, me preguntó: podíamos hablarnos ni mirar-
—Tú no quieres que la acuse, ¿ver- SENTAMOS nos. Entonces, ella entró en
dad? Y, DE mi cuarto y salió con una de
—Bien, ¿lo harías? REPENTE, mis mantas.
—A lo peor la procesan, de todos —Bien —me dijo—. Pasaré aquí la
modos. noche.
—¿Te refieres a Edgren y Mantle? Puso un cojín del sofá bajo su cabe-
—Y Knight, ese funcionario de la fis- za, se estiró y se tapó con la manta.
calía. —¿Cuál es la gran idea que se te ha
—Es tu dinero. Si no la acusas, ellos ocurrido? —le pregunté.
tampoco lo harán. —Que voy a dormir aquí; eso es todo.
—No estoy segura de eso. —¡Oh, no! ¡Aquí no!
—El dinero que se llevó es tuyo. Me acerqué y ya empezaba a retirarle
—Hay algo más que el dinero. la manta, pero me dio un puntapié en
—¿Qué más hay? la entrepierna. Retrocedí tambaleándo-
—Que mintió a la Policía, al sheriff me hasta la mesa. Jill se volvió a tapar
o ayudante de sheriff o lo que sea. Pro- con la manta.
porcionar falsas informaciones es un —Dave —me dijo—. Buenas noches.
delito, y además... —Buenas noches.
—¿Qué?
—También pueden acusarte a ti.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Sí, a ti, Dave Howell. Me pareciste
Dios, y ahora te portas como un ban-
dido montañés.
—Te he preguntado por qué.
—Por dar falsa información o no
darla en absoluto acerca del carácter
de tu mamá y de por qué ella se en- SU VOZ AL por la mañana. Cuando miré
fadó. Escucha: debo comunicar que he TELEFONO Meal reloj vi que eran las ocho.
hallado este dinero. No puedo permi- dirigí al salón en el pre-
ME ciso instante en que Jill col-
tir que sigan buscándolo, tratando de
DESPERTO gaba el aparato.
encontrarlo para mí, cuando yo ya lo
tengo. —He estado hablando con Bob York
—me explicó—. Se emocionó tanto que
—De acuerdo, tienes que dar cuenta no podía hablar. Me ha advertido, sin
del hallazgo. embargo, que no haga nada y, especial-
—¿No crees que debo hacerlo? mente, que no se lo cuente a nadie an-
—Es tu dinero. tes de que él hable con un abogado.
—¿Quieres que me acusen de haber- Como ya tengo uno, ése que estuvo
les mentido? No decir la verdad es men- aquí ayer, pensó que todo era muy sen-
tir, creo yo. cillo y que, probablemente, «las cosas
—Si eso es lo que tú piensas... se arreglarían por sí solas». Eso me
—¿Qué piensas tú? dijo. Yo no puedo hacer mucho, excep-
—¿Tengo que pensar algo? to depositar el dinero en el banco. ¿Có-
—Vuelvo a la ciudad. mo se llama ese abogado?
—Esperaba que pasaras la noche con- —Bledsoe.
migo. —¿Quieres mirar qué número de te-
—Yo también lo esperaba. léfono tiene?
—Te digo que si yo hubiera encon- York le había dicho que le llamara
trado cien de los grandes, no los lleva- a su casa antes de que él saliera para
ría precisamente a un motel de Ma- su oficina, pero que no le informara
rietta que... por teléfono de nada de lo que estaba
48 James M. Cain

y yo la dejé que se cambiara allí mien-


tras yo subía a bañarme. Cuando yo
bajé, la vi amontonar el dinero sobre
la mesa, frente a la chimenea, y taparlo
con la manta. Cuando, habiendo termi-
nado de tomar los huevos con tocino,
regresamos al salón, el coche de Bled-
soe se detuvo ante nuestra casa. Le dejé
entrar. Fue al grano en seguida:
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó—.
Pero antes de que me lo digáis, dejad-
me que os haga saber que no se puede
llamar a un abogado a su casa a menos
que se trate de una emergencia y...
Jill se dirigió a la mesa y levantó la
manta. Los ojos de Bledsoe parecieron
salirse de las órbitas.
—¡Dios mío! —exclamó, mirando fi-
jamente el dinero—. ¡Dios mío!
Se sentó frente los billetes y luego
alzó la mirada y susurró:
—Habéis hecho bien en llamarme.
¡Me arrepiento de lo que he dicho!
—Aquí está —anunció Jill—. Hasta
el último centavo.
El abogado empezó a contarlo, fajo
por fajo. Tras contarlo una vez, repitió
la operación.
—Aquí hay cuarenta y nueve fajos
Descorrimos la cremallera y allí estaba —anunció—. ¿Dónde están los otros
el dinero, paquete tras paquete de billetes dos mil pavos?
de veinte dólares. Nosotros no nos habíamos preocupa-
do de contar, pero entonces lo hicimos,
y llegamos al mismo resultado que él:
noventa y ocho mil limpios, pero no
los cien mil que Shaw había obtenido
pasando, porque podría suceder que él, —¡Así que —exclamó Bledsoe con
sin querer, mientras hablaba, hiciera acritud— nos faltan dos de los gran-
correr la noticia si alguien se hallaba des! Pues no es muy difícil adivinar
presente. Debíamos reunimos para de- dónde están. Quién los robó, quiero
cidir qué había de hacerse. Jill obede- decir. Bueno, dejemos eso. ¿De dónde
ció y llamó a Bledsoe, pero éste se mos- vino ese dinero? ¿Podéis decírmelo?
tró muy malhumorado y le pidió que Si no, mejor será que dejemos esto;
le telefonease más tarde a su despacho, no quiero verme en la situación de sa-
«después de que haya podido abrir mi ber cosas de las que debo informar.
correo». Jill me pidió entonces que ha- Dicho en lenguaje llano: esto es la prue-
blara yo con Bledsoe. Le presioné un ba de un delito.
poco, pero creo que el modo como so- —Eso es lo que nos preocupa —dijo
naba mi voz por teléfono le hizo sos- Jill en tono muy solemne—. Nosotros
pechar que había pasado algo grave. no sabemos qué hacer.
Me contestó que en cuanto hubiera —¿Pueden decirme de verdad de dón-
desayunado, acudiría a visitarnos. Los de lo sacaron?
vestidos de Jill —quiero decir su ropa —Tendremos que decírselo —admitió
de mujer— estaban en mi habitación, la muchacha.
Al final del arco iris 49

—Imagino que sí —corroboré cuan- —Por la supuesta madre de Dave


do Jill me miró. —respondió.
Jill se lo contó todo. Cualquiera hu- —¿Quién?
biese creído que necesitaría una hora, —Usted la conoce. La mujer que él
pero tardó un minuto. creía su madre, pero que resultó no
—Dejadme que lo piense —se apre- serlo. Sé trata de su madre adoptiva.
suró a manifestar el abogado—. Quiero Suponemos que ella escondió el dinero
quedarme solo. Saldré a dar un paseo y se fugó.
durante unos minutos. —Eso parece.
Eso hizo. Dio vueltas a la casa, subió Bledsoe formuló varias preguntas, y
a una de las colinas y contempló desde al final ésta:
allí el río. Salí a verle, y me llamó para —¿No se mostraba amistosa con us-
que fuera a su lado. Cuando estuve jun- ted?
to a él, me pidió que le llevara hasta —¿Amistosa? ¡Me odia!
la orilla donde estaba el desembarca- —Tampoco puede reprochárselo.
dero del bote, que le señalara el árbol —Si se refiere usted a Dave —se apre-
que sobresalía del agua, río arriba, y suró a contestar Jill—, no llegue a con-
que le explicara todo lo sucedido, desde clusiones precipitadas, por favor. Yo
nuestra salida en bote para pescar has- le llamé a usted desde aquí y he pasado
ta que Jill volteó el anzuelo en el aire la noche aquí, pero en este sofá, y la
y encontró la bolsa en el hueco. Des- razón fue el dinero, no el amor. Temía
pués, acompañé a Bledsoe a casa. En- llevarlo a la ciudad conmigo y meterlo
tramos en el salón, el abogado se sentó en aquel hotel, donde me lo podían ro-
y empezó diciendo: bar fácilmente. No fue lo que usted
—Bueno, ustedes tienen el dinero. No piensa.
hay que darle vueltas a eso porque es —¿Cómo sabe lo que yo estaba pen-
legal en nueve décimas partes. Todo eso sando?
tienen a su favor. Sin embargo, en este —No quiero que se lleve una mala
caso se plantea la siguiente cuestión: impresión.
¿pueden quedarse con ese dinero? —No se trata de lo que yo piense;
—¿Puede ella quedarse con él? —le me consta que usted le dijo en su cara
corregí. que ella había tratado de que Shaw
—Eso es: ¿puede? la matara a usted. Si usted cree que
—¿Por qué no puede? ¿O no debe? eso va a incitarla a que la quiera, yo
¿Qué se lo impide? no lo creo.
—No sé por qué, pero me parece que —Comprendo lo que quiere decir.
su pretensión carece de mucha base, a —Pero usted no le contó eso a la po-
pesar de todo lo que el señor Morgan licía.
haya podido escribir. Ese documento la
convierte en propietaria de ese dinero, —Usted dijo que lo tomáramos con
pero tal cantidad no era suya en el mo- calma.
mento en que fue escondida. ¿Y por —Y ahora les repito lo mismo.
quién fue escondida? ¿Lo saben us- —Bueno, ¿a dónde va usted a parar?
tedes? —No lo sé. Tengo que pensarlo.
—Prefiero no decirlo —repuse.
—Entonces, no cuenten conmigo NOS paso a paso y minuto a minuto,
—exclamó, fastidiado—. Están ustedes lo ocurrido aquella mañana, lo
patinando sobre hielo muy delgado, y HIZO que dijimos Shaw, mamá, Jill
no les podré ser de mucha utilidad si REPETIR, y yo, y lo que los cuatro había-
me hacen patinar llevando una venda. mos hecho. Dispuso que le acompañá-
Se levantó para irse, pero Jill le ro- semos por la casa y le mostráramos mi
deó con sus brazos y lo obligó a sen- cama y la bañera. Incluso nos hizo re-
tarse de nuevo. cordar aquello de que yo parecía Dios.
50 James M. Cain

Cuando terminamos, Bledsoe estuvo pa- El resto del dinero le pertenece a us-
seándose un rato. ted, y no se hablará más del caso.
—Bueno —declaró por último—; lo —¿Qué opinas tú? —me preguntó
malo es que ustedes han encontrado el Jill.
dinero en un momento que va a pare- —Bueno —le contesté—, para eso he-
cer sospechoso, al menos para Edgren mos nombrado al señor Bledsoe nuestro
y Mantle, quienes recelaron desde el abogado, y le hemos pedido que venga.
principio. Ustedes pueden decir todo lo Eso disipa todas nuestras preocupacio-
que quieran, que lo encontraron por nes. Al final jugaremos con las manos
pura casualidad cuando trataban de limpias.
pescar una carpa, pero, si no me equi- —¿Cuánta recompensa hay que dar-
voco, eso no va a convencer a esos po- le? —indagó Jill.
licías, y los conozco bien. Si, por aña- —Bien; eso es cosa de ustedes. Yo
didura, esa mujer es localizada alguna diría que quizás el cinco por ciento, ci-
vez y desahoga su despecho contra la fra que usted se puede permitir. Ade-
señorita Kreeger diciendo que todo lo más, eso servirá para reducir sus im-
urdieron entre los tres, entonces sí que puestos.
van a verse metidos en un lío. —Mis... ¿qué?
—¿Por qué? —preguntó Jill—. El di- —Tendría que pagar elevados im-
nero es mío. ¿Qué diferencia supone lo puestos por noventa y ocho mil dóla-
que ella diga? res. Por noventa y tres mil serán menos.
—La supone para el señor Morgan. —¿Quiere decir que le demos cinco
Si las declaraciones de la señora Ho- mil dólares?
well le convencen de que ustedes tres —Bueno, por encontrar su dinero,
conspiraron, puede alegar entonces que por decidir que no hay motivo para
usted lo obtuvo mediante engaño y de- una acusación...
clarar nula la donación. Jill siguió sentada, mirando fijamen-
Jill se puso furiosa al oír aquellas te a Bledsoe.
palabras. —No sé, no sé qué decir —reflexionó
—¡El señor Morgan jamás pensaría en voz alta—. Ahora tengo el dinero.
tal cosa!
—Con cien mil pavos de por medio, Si lo vuelvo a poner allí...
yo no me fiaría de nadie. —Sólo por una noche, recuerde.
Era una opinión, pero me pareció ra- —Pero ¿y si...?
zonable. Continuó sentado un minuto, pero,
—Bien, y ahora, ¿qué? —pregunté. de pronto, dio un salto para encararse
—Si ustedes vuelven a poner ese di- con nosotros:
nero allá, en el árbol, en el mismo sitio —¡Un momento! ¡Un momento! —re-
donde lo encontraron, y luego dicen funfuñó, muy excitado—. ¡Al final he
que esta noche vieron a un merodea- dado con ello! ¿Por qué mi instinto me
dor, a alguien que iba en un bote, y aconsejó que ustedes volvieran a poner
dan parte de ello a Edgren, éste deberá el dinero allí, en el árbol, para que
investigar. Y, claro, encontrará el di- Edgren lo encuentre? Estoy pensando
nero. Entonces nadie podrá afirmar que en esa mujer. Ella no sólo puede decir
ustedes sabían que estaba allí. Esa mu- que ustedes tres escondieron el dinero,
jer podrá gritar y decir todo lo que sino que uno mató a Shaw para conse-
quiera, pero ustedes estarán limpios de guirlo. Y ese uno eres tú, Howell. Aho-
culpa. Y si ustedes mencionan casual- ra bien; si quieres pasar los próximos
mente que hay una recompensa, un pe- veinte años en prisión mientras ella ob-
queño porcentaje para Edgren, no sé tiene la inmunidad por «cantar»...
cómo reaccionará él; quizá lo acepte si —Está bien, señor Bledsoe, se hará
cree que puede. Pero podrá; sólo habrá lo que usted dice —decidí.
que persuadirle de que es justo, y con Jill se quedó mirando fijamente a
eso se dará por terminado el asunto. nuestro abogado.
Al final del arco iris 51

—En otras palabras: que no vas a


hacerlo...

15
—Tengo que pensarlo.
—Pues entonces he de advertirla.
—¿Advertir a quien?
—¿A quién crees?
—Ahora comprendo cuáles son tus
BLEDSOE a acompañarle, pero Jill si- sentimientos hacia ella y lo que sientes
SE guió sentada mirando el di- por mí.
nero. Cuando el abogado iba —¿Por ella? ¿Por ti? Y yo, ¿qué?
MARCHO a montar en su coche, me —¿Qué tienes tú que ver con todo
Y YO SALI dijo: eso?
—No creo que la chica vaya a hacer —¿No has oído lo que dijo el aboga-
eso. Está como hipnotizada por el di- do? ¡Que mientras ella ande por ahí nos
nero. Ya sé que es mucho, dejarlo en puede mandar a los dos a la cárcel!
el tronco de un sicómoro es algo que Voy a intentar apartarla de nuestro ca-
no le gustaría a nadie, pero peor será mino.
que se lo quiten y, encima, pase una —¿Y cómo vas a conseguir eso?
temporada en la cárcel de Marysville. —Supongo que estará en Flint, ocul-
Parece quererte, y creo que sería bueno ta, hasta que el asunto se olvide. Enton-
recordarle que la señora Howell tiene ces podrá salir y apoderarse del dinero.
las mejores cartas en la mano si sabe Voy a decirle que el dinero ha sido en-
jugarlas. No la tenéis cogida, como la contrado, y que es mejor que se largue
chica parece creer, sino que la chica y a Cuba, a México, o a donde quiera; no
tú estáis en sus manos, ¡y de qué modo! me importa.
Porque una cosa es que mataras a Shaw —¿Con mis dos mil pavos?
para salvar a una chica, lo cual no le —Vale la pena.
importa a nadie, y otra que lo mataras —¿Para quién?
para robarle el dinero en combinación —¿No lo has oído? Para nosotros.
con las dos mujeres, lo cual es un plan- —Estás hablando de mi dinero.
teamiento diferente. Por desgracia, eso —¡Ya me estoy hartando de tu di-
es lo que creen o parecen creer Edgren nero!
y Mantle. La policía es así. —Pues yo no me he hartado.
Se alejó, pero aún me dijo a través Nos enfadamos.
de la ventanilla: —Y ¿cómo vas a ir a Flint? —pre-
—¡Aún tienes la posibilidad de que- guntó—. Ella se llevó tu coche, no lo
dar libre, sin que te acusen de nada, olvides, y yo no pienso prestarte el mío.
Dave!
Yo le hice un gesto con la mano. —Usaré la furgoneta.
Cuando entré en casa, Jill seguía senta- —¿Qué furgoneta?
da allí, mirando fijamente el dinero. —Una furgoneta que tengo para lle-
—¿Vas a hacer lo que te ha dicho? var carga a la ciudad. Está en el cober-
—le pregunté. tizo.
—Para él es muy fácil decirlo; no le —Bueno, pues ve a advertirla.
cuesta nada. No es su dinero, sino el —Debo ir. Pero también tengo que
mío. Es mío y lo he conseguido. En- prevenirte a ti. Lo que hagas hoy va a
tonces, ¿por qué he de abandonarlo es- afectar el resto de tu vida: o bien no
condiéndolo en un sicómoro? Y, ade- tendrás que preocuparte nunca más por
más, ¿cómo sabes que Edgren me lo el dinero, o lo echarás todo a perder.
dará, que no me lo birlará? Insisto en sugerirte que no metas esos
—Has de confiar en alguien. billetes en tu coche y te vayas a tu ho-
—Ese abogado dijo que por cien mil tel o a alguna otra parte. Y también
pavos no se fiaba de nadie. ¿Por qué te sugiero que no hagas nada sin ha-
tengo que fiarme yo? blar antes con otra persona, alguien en
52 James M. Cain

quien tengas confianza, como York. más o menos, tenía que comportar-
Cuéntale lo que el señor Bledsoe te ha me—, me vería metido en un lío de los
dicho y, según reaccione, podrás actuar. gordos. La cuestión era: ¿no podría
Ahora, si me perdonas... regatear con ella, portarme de modo
Me dirigí a la puerta. amistoso sin empezar algo que no pu-
—¿Es eso todo cuanto tienes que de- diera detener? Llegué a la conclusión
cir? —preguntó Jill dando un salto. de que debería tomar las cosas tal co-
—Ya he dicho demasiado. mo vinieran, sin hacer planes de ante-
—Veo que no le importo a nadie. mano; que fuera ella la que viniera ha-
Me acerqué a ella rápidamente y la cia mí, sin provocar peleas. Después de
tomé en mis brazos, pero no hizo nada aspirar profundamente dos veces, me
para acercarse a mí. Al cabo de un rato puse de nuevo en marcha. Pronto llegué
alzó su cabeza y yo la besé. No estoy al riachuelo Deer Creek, y lo seguí has-
seguro de si me devolvió el beso, pero ta Flint. No sé si ustedes habrán visto
si lo hizo no me besó de verdad; fue alguna vez un campamento minero
como algo ambiguo, para darme a en- abandonado, pero sé que si lo han visto
tender que yo le gustaba, pero que, al no desearían repetir la experiencia.
mismo tiempo, cien de los grandes son El riachuelo, una corriente cristalina
cien de los grandes, o que noventa y que bajaba de las montañas, discurría
ocho mil dólares eran noventa y ocho muy encajado. Junto al cauce era visi-
mil dólares. En resumen: un beso ma- ble lo que quedaba del ramal de ferro-
teria de contabilidad. carril, que se unía a la línea principal
más abajo, en la confluencia con el río.
FLINT y cinco kilómetros: una hora Los raíles habían desaparecido a tre-
ESTABA por el camino antiguo y hora chos, y en su lugar crecían hierbajos.
y media por la actual carrete- Los pocos tramos que quedaban esta-
A UNOS ra. Hacía una hermosa ma- ban mohosos y retorcidos. Más arriba
NOVENTA ñana, un bonito día de prima- del ramal estaba la carretera que yo
vera en marzo. En los primeros kiló- había tomado, que, por cierto, no se
metros se sucedían colinas bajas —un encontraba en mucho mejor estado que
paisaje ondulado con muchas gran- el propio ramal. Más arriba de la carre-
jas—, pero en la proximidad del río tera se levantaban las casas donde ha-
Monongahela aparecían las montañas bían vivido los mineros, todas en estado
grises, con sus cimas ocultas por las ruinoso, con las ventanas rotas y las
nubes, como si estuvieran hechas de puertas colgando de sus bisagras. Entre
humo y se pudiera arrojar una piedra aquellas viviendas había huecos, corres-
a través de ellas, si fuera posible arro- pondientes a las que habían robado,
jar una piedra a aquella distancia. cargándolas en camiones.
En Clarksburg alcancé la orilla Oeste Pero el latrocinio se acabó cuando
del río, y me detuve en un aparcamien- se dio a Sid Giles el empleo de cuidador
to junto a la carretera para entrar en y vigilante. Ahora no hay quien robe
el bar, sentarme y beber algo. Por en- una casa con Sid de guardia por la no-
tonces sabía, si es que alguna vez lo che. A lo mejor quien robaba antes las
olvidé, que yo era un montañés, y que casas era él mismo, a fin de promover
el país me imprimía carácter como nin- la creación del empleo. Total, que aho-
gún otro lo hubiera hecho. ra vivía en la «casa grande», como se
También quería pensar, reflexionar y llamaba a la antigua mansión del capa-
decidir qué iba a decir cuando me viera taz, situada en la ladera. Estaba pinta-
otra vez cara a cara con mamá. Si me da de color crema y era digna de ver.
plegaba a sus deseos, se dejaría con- Al pasar de largo frente a ella distinguí
vencer fácilmente, sin importar lo que al ama de llaves de Sid, una mujer lla-
se hubiera dicho, hecho o dejado de ha- mada Nellie, que salió a sacudir una
cer aquella noche en mi cama. Si yo alfombra. Yo no me detuve, pero me
actuaba de otro modo —o sea como, fijé en que el coche de mamá no estaba
Al final del arco iris 53

allí. Lo empinado del terreno impidió un trampolín para bajar el licor hasta
construir un garaje, aunque sí había el camión que debía transportarlo a
aparcamiento, y en él estaba un autobús Fairmont. Pero detenerse allí no era
escolar. recomendable. Entraba dentro de lo po-
Dominándolo todo estaba el volcade- sible que el lugar estuviera guardado
ro, como se llamaba al funicular aéreo por tipos armados con fusiles. No se
de vagonetas que descendía ladera aba- les podía ver, pero estarían allí.
jo desde la bocamina hasta el ramal Continué, pues, a mi punto de desti-
de ferrocarril. Su misión consistía en no: una cabaña apartada de la carrete-
transportar el carbón hasta los vago- ra, kilómetros y medio río arriba de
nes de carga. De la boca partía el túnel Flint, edificada en una especie de rella-
principal de la mina, el cual se dividía no cercano a una hondonada que años
en galerías que llevaban a las salas de antes se roturó, y que ahora se utili-
donde se extraía el carbón. Los trenes zaba para cultivar hortalizas. Se iba
de la mina eran remolcados por máqui- por un camino sin pavimentar, lleno de
nas eléctricas hasta el funicular. Las baches, aunque no intransitable. La ca-
carretillas de la mina volcaban el mine- baña estaba construida con gruesos
ral sobre las vagonetas, que lo transpor- troncos cepillados por ambos lados,
taban a su vez. Por la mañana, los mi- con los extremos dispuestos para que
neros subían en las vagonetas hasta la se entrecruzaran. Los habían cortado
bocamina, y luego montaban en las ca- en un lado de la casa para colocar un
rretillas tiradas por las máquinas eléc- hogar y una chimenea muy alta de pie-
tricas hasta el tajo. En invierno, cuando dra. En el interior había dos habitacio-
iniciaban su tarea, aún era de noche. nes. La situada en la parte trasera tenía
Por eso, casi todos los mineros toma- una estufa de acetileno a un lado, una
ban las vagonetas, aunque algunos as- tarima al otro y una mesa con sillas en
cendían caminando por los senderos de medio. La estancia delantera contaba
montaña. con hogar chimenea, canapés y una
«—Parecían un largo gusano —me mesita baja. El mobiliario era antiguo,
contó una vez un minero—, caminando casero, y de buen aspecto; las alfom-
en fila con sus lámparas encendidas. bras, gruesas y bonitas. Incluso el sue-
¿Sabe quiénes son aquellos mineros? lo era digno de ver: de pino blanco,
—me dijo indicándome a unos—. Los restregado con arena hasta dejarlo bri-
hombres "de una sola pierna", la otra llante como el raso.
la perdieron en la mina.» El accidente Habitaba allí tía Jane, cabeza de la
más común es la pérdida de la pierna familia Giles en aquella parte del con-
por aplastamiento. Cuando el minero dado de Harrison. Vivía con Borden
se restablece, la compañía le proporcio- Giles, su hijo. Comprendí que éste se
na otro empleo, pues los dirigentes son hallaba ausente, pues su coche no se
amables y considerados, y no mandan veía. La propia tía Jane salió a abrirme
detener por imprudencia al trabajador. la puerta. Era una mujer de sesenta
En cada mina, un veinte o un treinta años, con el pelo canoso, bajita, pero
por ciento de la nómina está compuesta no mal parecida. Tenía algo de la sua-
de esta clase de hombres. vidad de mi madre y su alta entonación
El volcadero estaba, por supuesto, de voz. Me conoció en seguida, aunque
que se venía abajo, sin el tren de vago- hacía años que yo no iba por allí, y se
netas, pues se lo habían llevado a otra sintió muy sorprendida de verme. No
mina o bien lo habían vendido como se trató de la sorpresa que hubiera fin-
chatarra. El edificio que se levantó al gido, como de inmediato pude advertir,
lado había desaparecido, pero el arran- si mi madre hubiera estado allí. No me
que del funicular seguía allí, a pico so- besó, según era costumbre en ella, pero
bre la carretera. Quise detenerme y me estrechó la mano muy amistosa-
comprobar si era cierto lo que había mente, primero secándose la suya en el
oído: que Sid había improvisado allí delantal, que era de color guinda y lo
54 James M. Cain

llevaba limpio. Su vestido era de lana, —Dave, ¿se quedó con ese dinero?
de un color oscuro tirando a marrón, y —¡Oh! ¿Así que estás enterada?
debajo llevaba pantalones. Acaricié su —Tengo un televisor ahí dentro. El
mano tras estrechársela y observé sus locutor dijo que se sospechaba de ella.
ojos y su modo de mirar. Naturalmen- —Pues por mi televisor no he oído
te, su expresión era inquisitiva, como nada de eso.
si tratara de adivinar lo que yo quería. —Es que aquí captamos la emisora
Ello reforzó mi primera impresión de de Pittsburgh.
que no tenía noticias de mi madre ni —¿Y han dicho que ella se llevó el
sabía dónde estaba. dinero?
Me invitó a entrar y a sentarme junto —No lo dicen; lo piensan.
a la chimenea, en la cual ardían tres —¿Estás segura?
leños. Desapareció en la cocina y per- —Segurísima.
maneció ausente un par de minutos. Aunque no supiera toda la verdad,
Cuando salió, llevaba un platillo con tenía razón. Por mi parte, debía orde-
una taza en una mano y una cafetera nar mis ideas sobre el asunto. Tenía
en otra. Me sirvió, diciéndome: que decidir si explicaba o no a tía Jane
—Como ves, me acuerdo de que lo que Jill había encontrado el dinero, y
tomas solo. que eso demostraba que eran fundadas
—Gracias, tía Jane. las sospechas de los de Pittsburgh. Pero
Luego, de pronto, con el propósito decidí no contárselo. Yo no podría con-
de pillarme desprevenido, me preguntó: trolar lo que mi tía dijera en caso de
—Dave ¿dónde está la Pequeña que mamá se presentara, y debía tener
Myra? en cuenta a Jill, en vista de la recomen-
—¿Por qué me lo preguntas? dación del abogado. También era con-
De los montañeses, yo incluido, no veniente que pensara en mí mismo.
hay manera de conseguir una respues- —¿Qué has venido a decirle? —me
ta directa. No es que quieran engañar, preguntó de súbito tía Jane.
pero nunca contestan con franqueza. —Que se largue.
—Has venido por eso, ¿no? —¿A dónde?
—Pudiera ser. —A México o a donde sea, pero fuera
—Cuando ella viene por aquí no se de los Estados Unidos.
queda en mi casa, sino en la de Sid. —¿Que se vaya del país?
—¿Quieres decir que he de ir allí a —Sí, y rápidamente.
preguntar? Pues no quiero. —¿Tomó algo de ese dinero y...?
—Si ella hubiera estado allí, yo me —Debe de tener bastante.
habría enterado —y luego añadió—: Me preocupaba el hecho de haber
Dave, no hay necesidad de que vayas; acudido directamente a casa de mi tía,
yo, en tu lugar, no lo haría. sin detenerme a sacar dinero del ban-
—Tía Jane, él no me gusta nada. co, a fin de reponer el que mamá había
—Yo no he dicho que tú le gustes a él. tomado para fugarse. Pero si ella aún
—Ya me he dado cuenta. conservaba los dos mil dólares, y así
—¿Lo has visto últimamente? debía de ser, no necesitaba ningún di-
—Puede que fuera por mi casa. nero mío.
—¿Cuándo, Dave?
—Quizás anteayer. PUDE de tía Jane escudriñaban mi
Fue en busca de ella, ¿no? VER cara. Sin duda se percató de
—Acaso. que yo le ocultaba algo, pero
—Y ella no estaba, ¿verdad, Dave? COMO antes de que pudiera seguir
—Que yo recuerde, no. LOS OJOS haciéndome preguntas, se oyó
—Así que él andaba buscándola y tú el ruido de un coche. Lo conducía mi
la buscas ahora. ¿Dónde está, pues? madre (mi madre de verdad), quien
—¡Ojalá lo supiera! aparcó detrás de mi furgoneta y se dis-
Tras una pausa, me preguntó: puso a apearse del vehículo. Salí a su
Al final del arco iris 55

encuentro, la ayudé a descender y la arranqué. Pero fui conduciendo despa-


besé. Ella me besó a su vez y susurró: cio para asegurarme de que mi madre
—¿Está aquí mamá? me seguía. Al llegar a la carretera, em-
—No. pecé a hacerle señales con la mano iz-
Me volvió a besar, y se dirigió a tía quierda, para que continuara tras de
Jane, que ya había salido a la puerta, mí y no me adelantara. La miré por el
y que pareció alegrarse de verla. espejo, y ella me respondió con un ges-
—Tía Jane, ¿está la Pequeña Myra to. Comprendí entonces que me había
por aquí? —preguntó mi madre. entendido, y me reconfortó que hubiera
—Que yo sepa, no. bastado una ligera seña.
—¿No la ha visto?
—No la he visto.
Entramos, y tía Jane nos hizo sentar.

16
Mi madre se volvió hacia mí.
—Yo tampoco la he visto —le dije.
—He venido a advertirla.
—¿De qué? —preguntó tía Jane.
—De esa chica —le explicó mi ma-
dre—. De esa Jill, que le ha tomado SEGUIMOS cruzamos por Clarksburg, y
manía —por un momento pensé que luego salimos a la carretera
ella estaba al corriente de que Jill había NUESTRA Cincuenta, por la que circu-
encontrado el dinero, y yo no quería MARCHA, lamos durante algunos kiló-
que tía Jane lo supiera. metros, mi madre siempre tras de mí,
Pero entonces me di cuenta de que hasta que divisé uno de esos aparca-
mi madre se refería a la conversación mientos situados sobre una panorámi-
del día anterior, cuando Jill le hizo ca. Hice una señal, frenamos y nos de-
callar. tuvimos. Mi madre se paró a mi lado, y
—Acabo de pedirle a tía Jane —inter- cuando salimos nos miramos y reímos.
vine— que diga a mamá que se vaya, si Creo que estaba complacida de que hi-
viene por aquí. ciéramos las cosas juntos, de aquella
—Es lo que yo vine a decirle. manera, sabiendo siempre cada uno lo
—Con lo que se ha llevado no tiene que el otro quería decir. Me acerqué
más remedio que irse —refunfuñó tía a su ventanilla y le anuncié:
Jane, con un tono nada amistoso hacia —Ha ocurrido algo, pero no te lo po-
la Pequeña Myra. día decir allí.
Nos sentamos, y tía Jane sirvió más —Bueno, pero primero contéstame:
café. Mi madre le preguntó por algunas ¿le has contado a ella o a alguien lo
personas, al parecer todas de la familia que la Pequeña Myra te dijo sobre no-
Giles, de las que yo nunca había oído sotros?
hablar. Pero pronto se levantó, y yo —No, no le he dicho nada.
hice otro tanto. Los dos estrechamos —Claro que ella lo sabe, pero si le hu-
la mano de tía Jane, le dimos recuerdos bieras dicho que tú lo sabías también,
para Borden y salimos de la casa. Besé se habrían complicado las cosas.
a mi madre y le ayudé a entrar en el —Por eso no le dije nada.
coche. —Bien, ¿qué ha ocurrido?
—Será mejor que me dejes salir a —Jill encontró el dinero.
mí primero —le dije. —¿El de aquel bandido?
No tengo ni idea de por qué eso ha- El mismo, pero faltan dos mil dóla-
bría de ser mejor, pero ella se apresuró res. Lo encontró por casualidad la pa-
a asentir. Lo principal era no hacer nin- sada noche.
gún gesto que pudiera hacer creer a tía Le conté lo de nuestra salida a pes-
Jane que hablábamos de algo que pre- car, y su rostro se contrajo de dolor.
feríamos ocultarle. Acaricié a tía Jane Cuando se distendió, cerró los ojos.
una vez más, monté en la furgoneta y —¿Así que es cierto lo de la Pequeña
56 James M. Cain

Myra? ¿Que robó ese dinero? ¿Y ahora la manera como se está comportando.
qué? ¿Y ahora qué? Y, desde mi punto de vista, eso cambia-
—Pero hay más. ría las cosas.
Le conté lo de Bledsoe y la actitud —¿De qué demonios hablas?
de Jill. Al cabo de un rato, dijo: —Cena conmigo esta noche, y para
—No se lo reproches, Dave. Es una cuando se vaya a servir el postre, estoy
simple chifladura de abogado. Tampoco segura de que ya lo habrás adivinado.
se lo reproches demasiado a ella. —Tengo que volver con Jill.
—Bledsoe pensaba en mí. —Suponiendo que siga allí.
—Como yo, claro. Y Myra, por lo que —Si no está, le telefonearé a su hotel.
tú has dicho, ahora os odia a ti y a esa —¿Me telefonearás a mí también? Yo
chica, con esa especie de religión suya estaré en Two Rivers, en aquel sitio
en la que cree y la hace tan especial. nuevo junto a la fábrica de armas.
Myra constituye un verdadero peligro, —Te tendré al corriente, desde luego.
pero si tratan de engañarla será peor. No pude imaginar lo que mi madre
Jill tiene razón por instinto, Dave. quería decir, pero resultó que eran mu-
—Yo no estoy tan seguro. chas cosas, y que no se había equivoca-
—¿Y si seguís el consejo del abogado do en sus suposiciones, como descubrí
y la policía no pica? al día siguiente.
—¿Qué entiendes por no picar?
—Que no caiga en vuestra trampa. ERAN Me metí en la furgoneta y partí.
Que no busque en ese árbol. CASI Mi madre me siguió durante un
—Más o menos tiene que buscar por rato, pero luego, en un semá-
LAS foro, la perdí. Sin embargo, me
allí, ¿no?
—La gente nunca hace lo que uno CUATRO. abstuve de disminuir la marcha
espera que haga. Puede que miren en para que me alcanzara. Era ya tarde
el árbol, pero no sin que antes ellos —las seis— cuando entré en el camino
te observen, para estar seguros de si tú que conducía a casa. El corazón me dio
sabes más de lo que les has dicho. Lue- un brinco en el pecho cuando vi que
go, todo saldrá a relucir, desde el salto el coche de alquiler de Jill seguía allí.
de la carpa a la idea del abogado, idea Di una vuelta para dejar la furgoneta
que no es muy brillante. Y entonces sí en el cobertizo. Al cerrar la puerta, Jill
que te verías metido en un jaleo. salió corriendo de la casa, vestida con
—¿Te pones de su parte, entonces? mis pantalones, una de mis camisas de
—Yo me pongo siempre del lado don- franela y una chaqueta de pana. Se pre-
de está el dinero. cipitó en mis brazos, me besó, y mur-
—¿Y cuando hay un pescuezo en pe- muró:
ligro? —¡Estoy tan contenta, tan contenta
—No estoy segura de que lo haya. de que hayas vuelto! Temí que no vol-
—Bueno, pues yo estoy bien seguro vieras, Dave.
de que podría ser mi pescuezo el que —¿Por qué no había de volver? Tú
corriera peligro. No me agradaría que estás aquí y yo vivo aquí.
me colgasen de él ni me seduce pasar —Te podían haber detenido.
una temporada en la cárcel. —¡Qué ideas se te ocurren!
—Dave, existe una posibilidad que se —Deja de enfurruñarte conmigo y
me ocurrió en cuanto me hablaste de bésame.
esto, y que podría dar a Jill la razón La besé, pero no pude evitar decirle:
hasta tal punto que me hace estreme- —Y a ver si dejas de besar ese di-
cer. ¿No has pensado tú en ello? nero.
—¿De qué estás hablando? Ella se echó hacia atrás y me abofe-
—Si no lo has adivinado, no te lo teó. Luego, volvió a besarme.
diré. Pero puede que Jill sí, y si ella lo —Tengo una sorpresa para ti, Dave:
ha pensado, todo será diferente, dada he dejado de besarlo. Lo he vuelto a
Al final del arco iris 57
58 James M. Cain

poner en aquel sitio, como nos aconsejó Cuando se enteró de lo que ha propues-
el abogado. to el abogado, quería subirse por las
Señaló hacia sus ropas, como si eso paredes, y me dijo que no cometiera
explicara todo, pero yo no comprendí esa locura. Pero cuando le recordé que
bien, y le pregunté: el señor Bledsoe conocía el ambiente
—¿Que has vuelto a ponerlo en el local y era mi abogado, no quiso ni es-
árbol? cuchar. Dijo que Trans-U.S. & C. no
—Tú lo has dicho. necesitaba semejantes consejos. Que
—Pero ¿has podido manejar el bote? íbamos a jugar limpio, sin trucos. En-
¡Si no sabes! ¡Jill! ¡Remar en el río Mus- tonces le interrumpí para decirle que
kungum contra corriente! de todos modos teníamos que jugar la
—Yo no he dicho eso. partida, que uno de los jugadores era
—Hablas ya de una manera que pa- yo y que todo lo que quería de él era
reces montañesa. Vamos, di, ¿cómo lo saber qué pensaba. Su contestación fue
hiciste? ¿Volando? hacer una llamada directa a Russ Mor-
Ella parecía encantada al verme en- gan. Metió diez dólares en el teléfono
fadado, me besó una vez más y dijo: y me fue imposible detenerle. Así que
—Entremos. tuve que hablar con el señor Morgan.
Nos dirigimos a la cocina, y allí, so- Le expliqué que si la Policía no creía
bre la mesa, había un par de lonchas que encontramos ese dinero por casua-
gruesas de jamón, un cuenco lleno de lidad, mientras tratábamos de pescar
una carpa, estábamos en manos de esa
guisantes, patatas hervidas y en roda- mujer, que podría decir que habíamos
jas, metidas en una ensaladera, y sal- matado a Shaw a propósito, en la isla,
chichón, cortado muy fino y envuelto y que luego escondimos el dinero, y et-
en papel encerado. cétera, etcétera, hasta que yo me viera
—Ésta es la cena que vas a cocinar entre la espada y la pared. Al final, él
—dijo—. Tenemos lonchas de jamón, comprendió lo que yo trataba de decir-
guisantes... le, y ordenó a Bob York que no se en-
—Ya veo lo que tenemos. Ahora, cuén- tremetiera. Bob se ofendió muchísimo
tame lo que hiciste. y se marchó en su coche. Pero eso no
—Entremos y sentémonos. fue más que el principio. Seguidamen-
Tomó mi mano y me condujo al sa- te, se presentó Edgren queriendo saber
lón, y allí nos sentamos en el sofá. dónde estabais tú y la señora Howell
—Dame tu boca —le dije. y yo qué sé quién más. Le contesté que
—Bésame. tú habías ido a buscarla y que le llama-
La besé. rías en cuanto volvieras. Por cierto, creo
—Así —prosiguió— que te marchaste. que harás bien en llamarlo.
—Fui a Flint a advertirla, como te Así que interrumpimos la conversa-
dije que pensaba hacer. Ni rastro de ción mientras yo llamaba a la oficina
ella. Allí no hay nadie que la haya visto del sheriff. Edgren no estaba, pero le
ni sepa dónde está. Mi madre se pre- dejé el recado de que había vuelto. Me
sentó también, con la misma idea, pre- volví a Jill, quien prosiguió:
cisamente cuando estaba yo visitando —Soportando aquella conversación,
a mi tía. Así que nos marchamos y, de me di cuenta que a quien yo quería...
vuelta, hicimos alto en la carretera. Yo Eso requirió otra interrupción, y la
le conté lo poco que había que contar. estreché contra mi pecho. Nuestros
Y eso es todo cuanto tengo que decir. alientos se mezclaron, pero no nos de-
¿Y bien...? sabotonamos la ropa.
—Pues yo tengo mucho que contar. —Entonces —continuó Jill— com-
Primero, hice lo que me dijiste: hablé prendí lo que tenía que hacer: poner
con alguien de confianza. Llamé a Bob de nuevo el dinero en su sitio, y rá-
York a su motel, y vino en seguida. pidamente, antes de que viniera alguien
Ahora tenemos dos coches alquilados. más.
Al final del arco iris 59

—Pero ¿cómo? o quien sea conteste al teléfono. Eso


—Ésa era la cuestión. Yo no podía les hará ponerse en movimiento maña-
manejar aquel bote, pero luego pensé na. Vendrán, encontrarán el dinero y
en una solución. Me puse tus ropas, las luego se lo llevarán.
que ahora llevo y saqué los chanclos de —Es igual. Te quiero. ¿Me quieres?
goma del coche. La mujer de la tienda —¿Tú qué crees?
me insistió para que los comprara, por-
que cuando llueve en Ohio no cae una
llovizna, sino que diluvia. Al menos eso
me dijo. Yo los compré y los guardé

17
en el coche. Así que los saqué, me los
puse bajo el brazo envueltos en una
toalla tomé el dinero con la otra mano
y me dirigí apresuradamente al desem-
barcadero.
—A mi desembarcadero. ASI QUE Freí el jamón y herví pata-
—Sí, frente a aquel árbol que sobre- tas, machacándolas, para no
PREPARE comer demasiado frito y her-
sale. Entonces me senté, me quité los
zapatos y las medias, así como tus pan- LA CENA. ví asimismo los guisantes.
talones y mis panties, y entonces resul- Luego, corté dos trozos de pastel. Ce-
tó la cosa más graciosa de ver de todo namos y fregué los platos. Nos dirigi-
Ohio: yo desnuda de medio cuerpo mos al salón a eso de las ocho y nos
para abajo. La Trans-U. S. & C. debía sentamos en el sofá, susurrando sobre
sacarme así en sus anuncios; ¡estaba lo que haríamos para redondear la idea
tan linda! Me calcé los chanclos y ya de Bledsoe, cuya primera parte ya se
estuve lista. Tomé aquel dinero y me había llevado a cabo. Creo que fueron
los momentos más felices que yo había
dirigí hacia el árbol. ¡Oh! El agua es- pasado con Jill hasta entonces, susu-
taba fría, pero, al menos, yo podía ver rrando allí, en la oscuridad, proponien-
lo que estaba haciendo, y fui chapo- do yo algo y contestando ella unas pa-
teando. Cuando alcancé el árbol, el agua labras que mejoraban mis sugerencias.
me llegaba a la cintura. Deposité la bol- Así, por ejemplo, le expuse mi propó-
sa y regresé. Al volver al desembarca- sito de explicar que al salir a echar un
dero, me quité los chanclos, escurrí el vistazo antes de ir a la cama, oí los
agua, me sequé con la toalla, me puse remos de un bote, y que se acercaban
las medias, los zapatos y tus pantalo- al árbol, grité, y entonces el bote viró
nes, y regresé precipitadamente, pen- y se dirigió río abajo. Pero Jill me in-
sando en lo mucho que te quiero. Y terrumpió:
tú, ¿cuánto me quieres a mí? —Dave, eso suena a falso. ¿Quién va
La estreché entre mis brazos y se lo a salir a echar un vistazo? Eso es algo
una vez más, sin que tampoco nos que tú no harías. Pero si decimos que
desabotonáramos la ropa. Admito que salimos los dos, no para echar un vis-
yo estaba completamente rendido, pero tazo sino para dar un paseo hasta el
cuando sugerí a Jill que nos demostrá- río, tomados de las manos y mirando
ramos nuestro amor, ella me contestó a las estrellas...
que sería mejor no hacerlo. Podría lle- —Está bien; diremos eso.
gar alguien, y eso lo echaría a perder —Y luego, cuando el bote se acer-
todo. Si algún maldito periodista lo ex- có, nosotros estábamos sentados en el
plicara a sus lectores, nos podría per- desembarcadero, juntitos. Entonces se
judicar muchísimo. aproximó el bote.
—Mejor será que prepares la cena. —¿Remando contra corriente?
Comeremos y decidiremos qué vamos a —Sí, bordeando la isla, y...
decir. Bueno, me refiero a la explica- —¿O más arriba del desembarcadero?
ción que hemos de dar cuando Edgren —Entonces, nosotros nos quedamos
60 James M. Cain

quietos, pues no queríamos que nos vie- —Eso es, Dave. Resulta que estás
ran, y... asustado. Y no menciones el árbol ni lo
—¿Qué pasó? que pueda haber en él hasta mañana,
—Yo grité... y quizá ni aún entonces. Porque quien-
—Proferiste un grito agudo. quiera que venga, acaso lo mencione.
—El bote se detuvo, pero luego se Pero, en definitiva, tú sólo quieres pro-
dirigió hacia aquel árbol y allí se de- tección.
tuvo. —En otras palabras: cada cosa a su
—Un momento: ¿cómo íbamos a ver tiempo.
nosotros en plena oscuridad si paró o —Así es. Parece sencillo, ¿no?
no? Median cincuenta metros entre el —¿Y cuándo debo llamar, Jill?
desembarcadero y el árbol... —En cuanto hayas visto ese bote. Y
—Ese árbol tiene el tronco blanco, la gente sale a dar paseos a primera
Dave, como todos los sicómoros. Pudi- hora de la noche, no a medianoche.
mos ver la silueta del bote contra él. —Total, que ahora mismo.
—Así que tú gritaste, y entonces, —Dave, yo llamaría.
¿qué? Llamé. Lo que eso importó al funcio-
—Seguí gritando. nario de guardia no lo sé exactamente.
—¿Y yo qué hice, Jill? Dijo que el río era un sitio público, que
—Tú gritaste también. Le gritaste: todo el mundo tenía derecho a ir a re-
«¿Quién es usted, qué quiere? ¿Qué hace mar por él de día o de noche, que no
ahí?» se podía acusar a nadie y mucho menos
—Y tú seguiste con tus chillidos. detenerle, y que el sheriff no podía ha-
¿Qué más? cer nada. Yo le contesté que el árbol
—Se marchó de repente. estaba en terreno de mi propiedad, y
—Cómo? él me preguntó qué acusación quería
—Empezó a remar hacia atrás. hacer. Al oír esto ya no me pude conte-
—¿A favor de la corriente? ner más y grité por teléfono:
—Como fuera, Dave. —Pero ¡vamos a ver! Una chica salva
Al cabo de un rato yo pregunté: un avión y la vida de veintiocho pasaje-
—¿Cuánto rato estuvo junto al árbol? ros más la tripulación. Yo salvo a la
—Un par de segundos, diría yo, Dave. chica matando al tipo que había jurado
Lo suficiente para ponernos nerviosos; matarla, y mi madrastra procura salvar
pero no lo bastante para llevarse nues- el dinero que aquel tipo robó. Como
tro dinero. agradecimiento, sólo se me dice que me
—Tu dinero, Jill. quede en casa por si se me acusa, ¿de
Una vez hubimos decidido todo lo qué? ¿Quiere usted decirme de qué?
que debíamos decir, seguimos con el ¡Y encima me quitan mi fusil, y ahora
resto del asunto. Mi llamada a la ofi- estoy completamente indefenso! Toda
cina del sheriff y lo que tenía que co- la ayuda que recibo de ustedes es la
municarle. Pero había un inconvenien- cháchara sobre el río, que es un sitio
te: ¿cómo iba yo a informar de un robo público. En nombre de Dios, ¿para qué
o a denunciar a alguien que intentaba pago yo impuestos? ¿Para charlar con
cometerlo, si yo ignoraba qué había en un funcionario que está de guardia por
el árbol? Entonces a Jill se le ocurrió la noche? Para...
una idea: yo daba parte de que alguien —Bueno, está bien.
estaba merodeando por mi finca, por —¡No quiero callarme! Quiero acción,
la razón que fuera, y necesitaba pro- y voy a conseguirla. O manda usted a
tección, pues se habían llevado mi fu- alguien o...
sil, como todo el mundo sabía; incluso —¿Cuál es su número de teléfono, se-
lo habían dicho por televisión. ñor Howell?
—Y por eso pides que... Me calmé y le di mi número. Me dijo
—¿Que manden a alguien a inves- que me llamaría más tarde. Al colgar,
tigar? Jill se echó a reír y tuve que reírme con
Al final del arco iris 61

ella. Luego, caímos uno en brazos del coche frenó fuera. Abrí la puerta y vi
otro, con las lágrimas corriéndonos por a Mantle apearse del vehículo.
las mejillas, por lo divertido que resul- —Bueno —le saludé—, ¡qué agrada-
taba aquello, y me costó mucho trabajo ble sorpresa!
ponerme serio, conteniendo la risa de —Puede que lo sea para usted —re-
modo que pudiera contestar al teléfono funfuñó.
cuando sonara. Al recibirse la llamada —Lo siento, he estado muy nervioso.
del funcionario de guardia, éste me Entró, y cuando vio a Jill se animó
dijo: un poco.
—Irá un funcionario, pero tardará —Hablando de sorpresas agradables
cosa de media hora, ya que tiene que —le dijo, estrechándole la mano—, creo
vestirse. Si ha de pasar ahí la noche, que ésta es una.
¿hay algún lugar donde pueda acos- —Mantle, el ayudante del sheriff.
tarse? Nos sentamos, y yo le ofrecí algo de
—Pues claro. beber, pero él declinó, alegando que es-
—Está bien. taba de servicio. Le propuse comer algo,
Besé a Jill, borrándole sus lágrimas pero también lo rechazó. Luego me hizo
de la cara. Los dos conteníamos la ri- algunas preguntas sobre el «merodea-
sita. dor», como él lo llamaba, ya que el fun-
—Debo quedarme, para ver qué pasa cionario de guardia se lo había contado
con mis cien mil —dijo—. Pero he de todo. Pareció quedarse un poco perple-
vestirme. Mi ropa está en tu habitación. jo al escuchar nuestro relato acerca del
Fuimos allí, pero antes de que pu- bote.
diera vestirse tuvo que desvestirse y, —Pues si usted está sorprendido, ima-
claro, hube de ayudarle. Muy pronto gine nosotros... —comenté.
estuvo desnuda. Era la segunda vez que —Para mí, esto carece de sentido
la veía así, y fue maravilloso sentarnos —intervino Jill—. ¿Qué demonios...?
en la cama, atraerla hacia mí y besarla —Bueno, ya veremos por la mañana
en toda suerte de sitios maravillosos. —concluyó, bostezando de un modo que
A ella no pareció importarle, y hasta parecía indicar que daba por termina-
me ayudó un par de veces, acercándo- do el asunto aquella noche.
me cosas que se me habían escapado la Yo me ofrecí a mostrarle su habita-
primera vez. Pero luego retrocedió y ción, y él me replicó que, como estaba
empezó a ponerse prendas: bragas, pan- de servicio, «no podía acostarse», pero
ties y vestido. Se dirigió a la cocina, que tal vez se echaría un rato, «aunque,
tomó sus chanclos y los volvió a poner claro, me quitaré los zapatos».
en el coche. Luego regresó y tomó su Abrí la puerta de la habitación de
abrigo nuevo del armario de la habita- mamá y, de pronto, Mantle dijo:
ción pequeña, lo llevó al salón y lo —¡Oh! Por poco me olvido. El fun-
arrojó sobre una silla. Por último, se cionario me informó de que usted no
sentó en el sofá y me atrajo hacia sí. tenía ninguna arma, ahora que tenemos
Pero, de repente, como asustada, se le- en depósito la suya, así que le he traído
vantó de un salto y me dijo: una para que la sustituya temporal-
—Si ese funcionario de la Policía va mente. Estoy de acuerdo con que dada
a dormir aquí, en la habitación de la la mucha publicidad con que la televi-
señora Howell, tendremos que poner sión y la prensa han rodeado este asun-
sábanas a la cama. ¿Tienes algunas? to, usted necesita algo de lo que pueda
Le dije que creía que había algu- echar mano en caso de necesidad. Le
nas en el armario de arriba, y subimos he traído un fusil que tenemos en la
corriendo para encontrarlas. Menos mal oficina. Es viejo, como el suyo. Voy a
que las había, y una funda de almoha- buscarlo y puede quedárselo, de mo-
da, y bajamos de prisa otra vez para mento.
hacer la cama. Cuando Jill hubo termi- Salió y volvió con un fusil. Me lo en-
nado, y nos dirigíamos ya al sofá, un tregó diciendo:
62 James M. Cain

—Se carga por arriba. Hay que des- ción de mamá estaba abierta y la cama
correr el cerrojo para cargarlo. hecha. El orinal seguía bajo la cama, y
—¡Oh! — e x c l a m ó Jill—. ¡Es un si lo había usado, ahora estaba vacío.
Springfield! El del señor Howell es un Todo se hallaba en orden. Miré al exte-
Enfield, pero a mí me gusta más el rior y vi a Mantle junto a su coche, ha-
Springfield —y al ver la cara de sorpre- blando por radio. Abrí la puerta y le
sa de Mantle, explicó—: Cuando estuve dice un gesto de saludo con la mano.
en el campamento de verano, nos lleva- Él me devolvió el gesto, pero siguió
ban a hacer ejercicios de tiro. hablando.
—Es muy bonito saber tirar. Cuando finalmente entró, le pedí que
Tomé el arma y atravesé con ella la se sentara y le dije que le iba a servir
habitación de mi madre en dirección a algo de desayuno. Me dio las gracias y
la cocina. La coloqué en su sitio, tras la me contestó que comería en la ciudad,
puerta posterior de la casa. Cuando vol- pero el tono en que habló era distinto
ví, Jill se estaba poniendo el abrigo y del que empleó la noche anterior. Como
el policía la ayudaba. Jill se hallaba ausente, allí no se le po-
—Tengo que marcharme —me dijo. día atribuir el cambio. El policía nunca
Después de estrechar las manos al re- ocultó que la muchacha le resultaba
cién llegado y una vez hubo recibido simpática, pero después de que ella se
de mí una caricia, la acompañé hasta fue, siguió mostrándose muy amistoso
su coche. conmigo. Por eso yo tenía ahora la im-
—¿Ha ido todo bien? —me preguntó presión de que le había ocurrido algo
con un susurro. allí, en mi casa, que explicaba aquel
—Bueno, si él se ha sentido confun- cambio de modales. Luego pensé que
dido por lo del bote, ¿por qué no ha- me equivocaba, ya que no había ocurri-
bíamos de confundirnos nosotros? do nada durante aquella noche. Llegué,
—Pero habrá algo que no concuerde pues, a la conclusión de que la causa
completamente. Cuando algo va dema- debía ser la llamada telefónica. Quizá le
siado bien, mala señal. hubieran dado alguna noticia de mamá.
—¿Me quieres? Más tarde descubriría que allí, en la
—Estoy chiflado por ti. casa, le hubieran podido ocurrir cosas,
Me atrajo hacia ella y me besó. Lue- precisamente en la habitación de mamá,
go me permitió que le cerrara la porte- donde había pasado la noche. Estaba
zuela y puso en marcha el motor. En- escribiendo en un cuaderno de notas
cendió las luces y yo le hice un gesto sin levantar la vista para mirarme. De
de despedida con la mano mientras pronto, me dijo:
arrancaba. Volví a la casa e indiqué a —Señor Howell, si es usted tan ama-
Mantle dónde estaba el cuarto de baño, ble de telefonear a la señorita Kreeger
le mostré el cacharro con asa que ha- y pedirle que venga aquí para continuar
bía debajo de la cama, y le deseé bue- el interrogatorio hoy, me ahorrará a mí
nas noches. tener que hacerlo. Yo le aconsejaría que
llamara también a su abogado, al señor
Bledsoe. Dígale que venga. Que estén

18
aquí los dos a las once. A esa hora el
sargento Edgren se hallará dispuesto
a empezar, y probablemente también el
señor Knight.
—¿De qué se trata, señor Mantle?
ME y fui de puntillas hasta el cuar- —De cosas que han ocurrido.
to de baño. Al examinar las —¿No puede darme una idea?
LEVANTE, toallas comprendí que Mantle —Podemos dársela, y se la daremos
ME ya había estado allí. Me afeité, a su debido tiempo.
VESTI, me lavé y bajé. Al penetrar en Miró su reloj, tomó más notas en el
el salón, vi que la puerta de la habita- cuaderno, y repitió:
Al final del arco iris 63

—A las once. Acabo de hablar con el también entró y rebuscó, pero no halla-
sargento. Él estará aquí a esa hora, una ron nada en absoluto. Edgren y Mantle
vez haya efectuado algunas llamadas. llegaron en coches separados, y más
—¿Sobre este caso? tarde apareció el señor Knight. Todos
—Sí, claro. emplearon un tono sombrío y hablaron
—¿Qué llamadas? sin mirarnos a la cara. Knight se mos-
—Todo a su debido tiempo. Ya se en- traba tan serio con los policías como
terará usted. con nosotros. Parecía desconfiar. Bled-
Hizo un gesto, salió, se metió en su soe me miró a mí y luego a Jill, y ésta
coche y partió. Yo llamé a Jill al Occi- pareció que quisiera guiñarme el ojo.
dental, y entre ambos tratamos de adi- Pero Edgren fue en seguida al grano.
vinar qué podría significar aquello, cuál Pidió a todo el mundo que, por favor,
sería la causa del cambio, pues de mos- se sentara, y le obedecimos: Jill y yo
trarse como un policía bastante ama- en el sofá, y los demás en sillas. Em-
ble la noche anterior, pasó, a la mañana pezó dirigiéndose a mí, y se refirió a
siguiente, a actuar como un sabueso de un papel que tenía en su poder. Supuse
mirada desconfiada. De pronto, Jill me que se trataba del informe del funcio-
preguntó: nario de guardia, en el que se recogía
—Ni siquiera lo mencionó. lo que yo dije por teléfono y personal-
—¿Y qué ha dicho del árbol? mente a Mantle. Una voz me decía para
—Ni siquiera lo mencionó. mis adentros: «No te las quieras dar
—¿Para nada? de listo, pues no sabes mucho». Así que
—No. cuando él me preguntó acerca del bote
—Y tú ¿qué le dijiste? que dijimos haber visto y de cuántas
—Estaba demasiado inquieto pensan- personas llevaba a bordo, yo contesté:
do en la razón del cambio operado en —Estaba a oscuras y no lo pude ver.
Mantle. No podía pensar también en el —¿Cómo era de grande el bote, señor
árbol. Cada cosa a su tiempo. Cuando Howell?
ellos terminen el interrogatorio, noso- —Un bote de remos. Eso es todo lo
tros podremos empezar el nuestro. que sé.
—Se trata de mi dinero. —¿Diría usted que era un johnboat?
—Aún seguirá allí. —No puedo decirlo; no lo vi.
—Me sentiré mejor cuando lo tenga —¿Qué buscaban en el árbol?
en mi poder. —No lo sé; pregúnteselo.
—¿Qué cree usted que buscaban?
BLEDSOE Había tenido que ir a pro- —Ya le he dicho que no lo sé. Usted
tiene muchas cosas que descubrir.
NO ESTABA la nocheun en
nunciar discurso, y pasó
Parkersburg. —Yo le daré más detalles —terció
EN SU Cuando al fin logré ponerme Jill.
CASA. en contacto con él, manifes- —No le he preguntado a usted —le
tó haber llegado muy tarde a su despa- interrumpió secamente Edgren.
cho, y se negó a acudir. —¡No! ¡Pero yo se lo digo! Puede que
—Tengo muchísimo trabajo y no dis- tenga algo que ver con el dinero, con
pongo de tiempo para ir. mi dinero, sargento Edgren, no con el
Cuando le expliqué cómo se estaba dinero del señor Howelí o el de usted
comportando Mantle, decidió presen- o el del señor Knight. Se trata de mi
tarse. A eso de las diez llegó Jill acom- dinero, y si usted hace lo que se su-
pañada de York, pues al parecer habían pone que debe hacer, levántese de ahí
hecho las paces tras su pelea. Luego se y empiece a buscar, en vez de perma-
presentó Bledsoe, y los cuatro conferen- necer aquí charlando. Mejor será que
ciamos sobre lo poco que podíamos de- vayamos todos, y aún mejor que fue-
cir, tratando de adivinar qué habría ra yo.
pasado. York entró en la habitación de —Soy yo el que dirijo esto, señor ta
mamá a ver qué encontraba allí, y Jill Kreeger.
64 James M. Cain

—Pero no muy bien, sargento Edgren. Hizo un gesto a Mantle, quien dio un
Eso lo enfureció, aunque no dema- golpecito a una cartera de cuero y me
siado. Siguió allí sentado, midiéndola dijo:
con la mirada, como tratando de adi- —Aquí hay una cinta de papel que
vinar qué sabía ella. Yo, a mi vez, tra- encontré en esa habitación esta mañana.
té de adivinar qué sabía él, y tuve la Al ir a echarme en la cama, me quité
inquietante impresión de que más de la corbata, los zapatos y la chaqueta. La
lo que nosotros suponíamos. Probable- corbata la puse en la cómoda, pero esta
mente se trataba de algo relacionado mañana, al levantarme, se me cayó en
con un descubrimiento efectuado por la papelera. Cuando fui a levantarla alcé
Mantle durante la noche. El policía se también esa cinta. Es una faja de las
volvió hacia mí una vez más y empezó utilizadas para empaquetar dinero, y
a hacerme preguntas sobre mamá. Real- en ella había impreso: «Drover and
mente me puso en un aprieto, sobre Dealers Bank of Chicago». Y escrito
todo en lo tocante al día anterior: dón- a mano, con bolígrafo: «Dos mil dóla-
de había estado yo y por qué. res, cien de veinte, láminas Xerox del
—Estuve buscando a mi madrastra 70061 al 70086.» Cuando telefoneamos
en Flint —respondí—, donde ella vivió a Drover and Dealers, nos dijeron que
antes. ésa era la numeración en Xerox de los
—¿Por qué? ¿Para qué la quería us- billetes empaquetados para Trans-U.S.
ted? & C. Se colocaron en una bolsa roja con
—Para recordarle que debía estar cremallera y se enviaron a Shaw, el pi-
aquí por si tenía que contestar a las rata aéreo. Reprodujeron esos billetes
preguntas de usted. en Xerox en lotes de a cuatro.
—¿Y qué contestó ella a eso? Se detuvo, y Edgren me dijo airada-
—Nada. mente:
—¿Nada de nada? —Ese dinero ha estado en esta casa.
—Eso. ¿Cómo llegó aquí, Howell?
—¿No le pareció divertido que usted —No tengo la menor idea.
le dijera algo así y que ella no le con- —Howell, este asunto me ha pareci-
testara nada? do extraño desde el principio, pero aho-
—A mí, no. ra le advierto que si no colabora con
—Pues a mí, sí. nosotros...
—Yo no tengo sentido del humor. —¡Eh, eh, eh! —protestó Bledsoe—.
—¿Le dijo cuándo pensaba volver? Pregúntele lo que quiera, pero no le
—No me dijo nada. haga discursos.
—¿No se lo dijo? Sabía que Bledsoe debía de estar pa-
—Es que no la encontré. sándolo tan mal como yo, pero al menos
Todo el mundo se echó a reír, y Ed- él reaccionaba con firmeza. Sin embar-
gren se ruborizó. Entonces intervino go, antes de que alguien pudiera decir
Bledsoe. algo más, Jill intervino:
—Sargento, confieso que yo también —El señor Howell —dijo a Edgren—
estoy sorprendido. Este muchacho ha no puede cooperar porque es montañés
repetido esto una y otra y otra vez, ex- y ha de ponerse de parte de sus parien-
cepto lo referente a su madrastra. Pero tes, como esa mamá que usted conoce,
le recuerdo que él no es su guardián, y esa madrastra suya que robó el dinero,
si trató de hacerla volver le estaba ayu- mi dinero, por si usted lo ha olvidado.
dando a usted, no estorbándole en su Ella pudo haberlo traído aquí. Enton-
trabajo, y... ces arrojaría esa faja a la papelera sin
—Él ha estado ocultando algo, señor que lo supiéramos ni él ni yo ni nadie.
Bledsoe. Así que dejemos eso, y haga lo que tie-
—¿Cree que ha estado ocultando ne que hacer: ir remando hasta aquel
algo? árbol y ver lo que hay dentro de él.
—Sé que oculta algo. —¿Dentro?
Al final del arco iris 65

—Algunos árboles tienen huecos. —¡Sí, éste es mi bote! —confirmé.


—Y algunas personas saben lo que —Tiene suerte. Lo encontré ocho ki-
hay en ellos sin necesidad de mirar. lómetros más abajo, contra una boya
—Un tipo que iba en bote estuvo mi- situada en medio de la corriente. Debió
rando. usted amarrar su bote.
—Si es que miró. —Lo amarré —y sacudí el arbolito en
—¿Qué quiere decir con eso? el que lo había amarrado.
—Si es que hubo un bote. Puede que —Pues deben de habérselo robado
haya llegado el momento en que yo en- —dijo—. Bueno, ahora pasan muchas
cuentre ese dinero, de modo que usted cosas de esas.
pueda fingir que no sabía nada y que —¡Así que hubo un bote! —exclamó
lo puso allí otra persona, así que... Jill dirigiéndose a Edgren, al que agarró
Pudo haber dicho más, y yo sentí que por los hombros y le hizo dar media
la boca se me secaba. Pero antes de vuelta.
que pudiera terminar, de allá abajo, del —Está bien —admitió—, pero eso no
río, llegó el sonido de una bocina. Man- prueba nada, excepto que...
tle alzó su mano, y Edgren le dijo: —No importa lo que pruebe —refun-
—Será mejor que vaya a ver qué es. fuñó Knight—. Hubo un bote. Eso es
Parece DiVola. lo importante.
Mantle se fue y no se dijo nada du- Se volvió al bombero que estaba aga-
rante un rato hasta que volvió. rrado a la raíz, y a quien su compañero
—Es DiVola —informó—. Sus hom- había llamado Ed, y le preguntó:
bres quieren hablar con Howell. —¿No podrían ayudarnos un poco
Salí, y Jill me acompañó. Los policías esos caballeros? Queremos remontar el
salieron a su vez, y Bledsoe, Knight y río hasta un árbol que hay allí; un ár-
York hicieron lo propio. Descendimos bol que quizás está hueco, y ver qué
por el sendero. Era un hermoso día de hay en su interior, si es que hay algo.
primavera. Cuando llegué a la orilla, Ed se volvió al otro hombre, y le pre-
el fuera borda de DiVola estaba allí, guntó:
esta vez con dos bomberos a bordo en —¿Rufe?
vez de tres. El que iba a proa se agarra- —Bueno, ¿por qué no?
ba a una raíz del tocón que aún distaba Ed se soltó y Rufe manejó el motor,
unos metros de la orilla. Se trataba de para acercar el bote hacia la orilla. Lue-
un árbol que quizá medía treinta centí- go, me largó a mí la amarra del john-
metros de diámetro. Flotaba con las boat, y la até al arbolillo, tras apartar
raíces apuntando río abajo, y las ramas el bote de la orilla. Entonces Ed pre-
curvadas hacia abajo por la fuerza de guntó:
la corriente. Pero a popa del fuera bor-
da había un johnboat con los remos en —¿Quién va a ir?
los toletes, y ambas embarcaciones eran Knight me hizo seña de que subiera,
arrastradas río abajo. El bombero si- y yo me senté en uno de los dos ban-
tuado a popa del fuera borda se incli- cos, en el más cercano a popa. Él em-
naba hacia la amarra del johonboat. barcó también y tomó asiento junto a
mí. Una vez acomodado, hizo un gesto
—Señor Howell, ¿es éste su bote? a Edgren y a Mantle, quienes ocuparon
—me preguntó el bombero que iba a un lugar en el otro banco. Entonces
proa, el que se inclinaba sobre la raíz. Rufe maniobró el bote y partimos río
—Eso parece —contesté yo, y cuando abajo. Luego, puso el motor a toda má-
busqué con la vista mi bote en la ori- quina, viramos y empezamos a remon-
lla, no lo vi. tar la corriente. Pasamos junto a la isla
Luego, al mirarlo allí, en el río, iden- por su parte occidental, dejamos atrás
tifiqué una parte astillada en el lucha- mi embarcadero, y llegamos a la embo-
dero del remo, resultado de una colisión cadura del remanso en cuyo centro se
que tuve con un árbol. erguía el árbol. El tronco tenía unos
66 James M. Cain

sesenta centímetros de diámetro y era Yo, en cambio, sentía un sudor frío


blanco, según corresponde a todo sicó- por todas partes.
moro. —¿Hay algo más dentro? —pregunté.
—Ése es —dije. —Yo no palpo nada —contestó Ed-
Rufe dio marcha atrás. Nuestro avan- gren.
ce se detuvo, y cuando empezamos a Se puso un guante y rebuscó en el
deslizamos río abajo, Rufe nos hizo vi- hueco.
rar en redondo, dio avance a toda vela —No; eso es todo, pero yo diría que
y nos introdujimos en el remanso. Rufe es mucho.
dio marcha atrás y redujo la veloci- —Está bien.
dad, de modo que ésta era insignifiican- Rufe le ayudó una vez más, pasó so-
te cuando tropezamos con el árbol. Rufe bre Knight y sobre mí, y se sentó al lado
se agarró a él y nos detuvimos. Edgren de Mantle, el cual se quedó mirando la
se levantó entonces, y Rufe le alargó correa. Pero no me hizo preguntas acer-
una mano para que se mantuviera firme ca de ella, ni tampoco Edgren. Rufe,
mientras metía la otra en el hueco. dando marcha atrás, nos sacó del re-
—Aquí hay algo —dijo, y mi corazón manso y nos condujo de nuevo al río,
aceleró sus latidos, pues yo daba por siguió corriente abajo y bordeó la isla.
supuesto que al final habíamos dado con Yo estaba pensando qué habría de decir
el dinero y que eso pondría fin a todo. a Jill, cómo podría contarle que el inge-
Pero en vez de levantar la bolsa, em- nioso plan de Bledsoe, llevado a cabo
pezó a tirar de algo que había en el por ella para complacerme, había fra-
hueco. casado por completo; que su dinero ha-
—Esta maldita cosa está enredada bía desaparecido; que el bote que noso-
—se quejó. tros dijimos haber visto estuvo allí de
—¿Qué es? —preguntó Rufe. verdad durante la noche, y que fue pre-
—No sé. cisamente mi bote, robado por alguien,
Palpó y pareció estar midiendo dis- que lo empleó para llevarse lo que era
de Jill. Knight saltó a la orilla, pero yo
tancias, luego volvió a sacar la mano y quise ser el último. Esperé a que Ed-
midió por fuera, desde el borde del hue- gren y Mantle desembarcasen. A Jill le
co. Metió el pulgar en el sitio que había brillaban los ojos mientras nos miraba
medido, y sacó la pistola. inquisitivamente a todos, buscando, cla-
—No sé si esto va a dar resultado o ro, su dinero. Como no lo vio, se volvió
no —dijo—, pero nada cuesta probar. hacia mí, con expresión interrogativa.
Apuntó su arma y disparó. Salió pol- Sin embargo, antes de que yo pudiera
vo del hueco, y Edgren volvió a intro- decir nada, Edgren alzó la correa.
ducir la mano. —Bien, jovencita —dijo—. Tenía us-
—Lo he conseguido —declaró, muy ted razón: el árbol está hueco y, tal co-
satisfecho—. El disparo ha roto la as- mo usted pronosticó, su dinero verda-
tilla. deramente estuvo allí metido. ¿Había
Sacó la correa que Jill había cortado visto usted esto antes?
aquella noche de la bolsa. El extremo Agitó la correa y ella la miró fija-
que quedó colgando se había enredado mente.
en alguna hendidura del interior del —¡La han cortado de la bolsa! —gi-
tronco. mió ella—. ¡La bolsa con mi dinero...!
—¡Eh! —exclamó Edgren excitado—. ¿Dónde está? ¿Qué han hecho con ella?
Es de color rojo; del mismo color que ¡Dígamelo! ¡Mi bolsa! ¿Dónde está?
la bolsa donde se depositó el dinero —Será mejor que se lo pregunte al
que se llevó Shaw cuando saltó del apa- señor Howeíl.
rato. La televisión sigue hablando de —¿Que se lo pregunte a quién?
ello. —Hable, señor Howell.
—Pues, claro —convino Mantle. —¿Que hable yo, sargento? ¿A qué se
—Caliente, caliente. refiere usted?
Al final del arco iris 67

—Bueno, todo coincide. La faja de


papel en su casa, la correa enganchada
en su árbol, su bote rescatado corriente
abajo... Parece claro que aunque a us-
ted le gusta esta chica, le gusta aún más
su dinero. De modo que si ella quie-
re saber dónde está, como ya he dicho,
será mejor que le pregunte a usted.
—¿Dave? ¡No puedo creerlo!
—¿Por qué no dice algo, señor Ho-
well?

19
¿QUE ¿La verdad? ¿Que por consejo
de mi abogado había puesto el
IBA YO dinero allí para que él lo en-
A DECIR? contrara y nosotros no nos vié-
ramos mezclados en el asunto. Eso nos
comprometería aún más sin reportarme
ningún beneficio, y además, de rechazo,
perjudicaría enormemente a Bledsoe. Al
mismo tiempo, me daba cuenta de que —Echale un vistazo para identificarla y nos
aquello podía ser un truco de Edgren, la llevaremos de aquí.
quien tal vez no me creyera necesaria-
mente culpable, pero trataba de probar-
me para ver cómo reaccionaba yo. A mí soe, usted sabe quién le paga, ¿no? Fue
no se me ocurría ninguna respuesta. Es- una idea suya para deshacerse de mí,
taba paralizado, sudando, incapaz de ¿no? Que volviéramos a poner el dinero
pensar. allí, en aquel árbol, para que los hom-
Jill, de todos modos, no me hubiera bres del sheriff lo encontraran, y luego
permitido decir nada. Estalló ante mí y nadie pudiera decir que nosotros supi-
ante ellos: lo soltó todo en una verbo- mos en todo momento dónde estaba. Y
rrea incontenible, desde la idea de Bled- yo, tan idiota, hice exactamente lo que
soe a lo que ella misma había hecho. usted me dijo, con el agua...
—...Vadeando hasta aquel árbol, con —¡Hasta aquí! —gritó Bledsoe—. ¿Es
el agua hasta aquí —señaló su vientre—, que llevaba el trasero al aire, si me per-
con un agua que estaba helada, porque mite preguntárselo?
quise complacer a este amigo mío por- —En efecto, lo llevaba.
que me salvó la vida, porque entonces —¡Me habría gustado estar allí!
me pareció Dios, y se ha burlado de mí. Eso provocó risas, pero Edgren no
Y apenas habíamos llegado a la orilla dejó de mirar fijamente lo que tenía en
cuando su madre (siento que sea su ma- su mano. Interrumpió para preguntar:
drastra) ya empezó a chillar por el di- —¿Quiere decir que ustedes coloca-
nero, pues no pensaba más que en eso, ron allí ese dinero? ¿Para que lo encon-
y ahora que yo lo encuentro, ¡resulta tráramos nosotros? ¿Por consejo del se-
que era en lo único que pensaba él! El ñor Bledsoe?
y su amigo, el abogado. Sí, señor Bled- —¿Tengo que repetirlo? Bueno, si he
68 James M. Cain

de hacerlo, lo repetiré. Sí, eso he que- tigación del sheriff. Si no le importa,


rido decir. Poco sabía yo cuál era la preferimos no tener público.
razón por la que me daban ese consejo. Entonces yo ya no me pude aguantar,
—¿Y cuándo...? quizá por la tensión que había soporta-
—Ella era su cliente —interrumpió do, y estallé:
Knight con sequedad—, y se trataba de —Sargento, ésta es mi casa, y soy yo
su dinero. Si el señor Bledsoe le acon- el que dice quién puede estar y quién
sejó que actuara de modo favorable a no puede estar. Esta señora es mi ma-
la ley, para hacer posible el hallazgo de dre, y se queda.
lo que usted estaba buscando, no hay —No, si yo digo que no.
nada malo en ello, nada contrario a —¡Maldito sea! ¡Yo digo que sí!
la ética; cualquier abogado lo habría —Howell, le advierto que el empleo
hecho. de ese lenguaje con un agente de la auto-
—Pero cuando Howell se llevó el di- ridad es un delito de menor cuantía en
nero... este estado, y...
—¿Qué pruebas tiene de que lo haya —¡Por Dios! ¿Cuántas veces tengo
hecho? Si lo está acusando de ese robo, que decirlo?
soy yo el que habrá de enfrentarse a un —¿Sabe usted quién tiene ese dine-
juez en una sesión de habeas corpus ro? —preguntó mi madre a Edgren,
para defender la acusación de usted. Y quien ardía en deseos de volver a ha-
a ese juez no le gusta que lo saquen de blar.
la cama de noche. Hasta ahora, usted —¿Y qué le importa a usted lo que
no tiene pruebas de que Howell hiciera yo sepa?
nada excepto matar a un hombre que —Es que yo lo sé.
bien merecía morir. Su tarea es encon- El cambio en la expresión de Edgren,
trar a esa mujer, la señora Howell, de Jill y de todos fue algo divertido de
quien, según parece, pudo haber escon- ver, o pudo serlo si hubiera habido allí
dido ese dinero. Mientras que usted no algún testigo. Mi madre nos dirigió una
la encuentre... serena mirada a todos y cada uno y,
—Está bien, está bien. por último, fijó sus ojos en Jill.
—Debería usted pensar lo que acabo —Bueno, Jill —le preguntó—. ¿Qué
de decirle. tienes que decir a eso?
—He dicho que está bien. —Nada.
—Pero podría usted estar pensando —¡Pues qué diferencia! Hace un rato
otra cosa. estabas diciéndolo a todo el mundo, a
LAS voz en grito, y tienes una voz potente
callar a Edgren, pero no a Jill. y ahora no sabes qué decir. Me consta,
Ella siguió disparatando, cul- o así lo creo, quién se llevó tu dinero
ULTIMAS pándome, culpando a Bled-
la pasada noche. No fue Dave. Tú sabías
PALABRAS soe, repitiendo una y otra vez eso, ¿verdad? Lo has sabido en todo mo-
HICIERON lo que había dicho antes. En mento, ¿eh?
pleno espectáculo de Jill, quedé sorpren- —Yo no quería creerlo.
dido al ver a mi madre —la verdade- —Respóndeme. Sabías que no era
ra—, que parecía muy nerviosa. Se ha- Dave, ¿verdad?
llaba cerca de Mantle, como si llevara —Pues bien; sí, lo sabía.
allí un rato. Estaba guapísima, pálida —Pero tenías que echar la culpa a
a la luz del sol, con una cinta roja en alguien, ¿no?
el pelo, un vestido corto que descubría —Tal vez.
sus piernas, y el abrigo de visón descui- —Pero ahora crees que yo sé dónde
dadamente echado sobre sus hombros. está tu dinero y quién se lo llevó la pa-
Edgren la vio casi al mismo tiempo que sada noche, y por eso estás dispuesta
yo, y no se sintió encantado. a calmarte...
—Señora —dijo—. Ésta es una inves- —¿A dónde va usted a parar?
Al final del arco iris 69

—Sólo quería saberlo. escapar una exclamación y prosiguió—:


Y entonces, dirigiéndose a Edgren, ¡Se ha soltado! ¡El cadáver va río abajo!
dijo: Con el rabillo del ojo pude verlo, gi-
—Sargento. Sé, y tengo que recono- rando en la corriente, más allá de las
cerlo, que la señora Howell se llevó el raíces del árbol. Ya no estaba enredado
dinero. Ella es mi prima, la madrastra en las ramas. Rufe puso de nuevo en
de mi hijo Dave. No creo que conserve marcha su motor y Ed tomó un gancho
esa cantidad. Le dije ayer a Dave que del bote. La embarcación viró alrededor
hay algo muy raro en su desaparición del tocón y, finalmente, agarró algo. No
que complica las cosas para usted y que, pude ver qué era. Tuvo que dar la vuel-
sin embargo, en cierto sentido, las sim- ta al gancho en torno a la proa, mien-
plifica para mí. Sargento, creo que mi tras Rufe paraba el motor. Luego, Rufe
prima ha muerto. Ella no se presentó llevó el bote a la orilla y Mantle sacó
en Flint, en el campamento minero don- el cadáver con bastante rapidez, soltán-
de nació, y no puedo imaginármela es- dolo sobre los matorrales.
capando sin ese dinero. Alguien se lo —¿Sabe quién es, Howell? —me pre-
llevó la pasada noche, eso es todo lo guntó Edgren, volviéndose hacia mí.
que sé, pero no creo que fuera ella. —Mi madre adoptiva —le dije.
Doy por supuesto que ella está muer- —Entonces, échele un vistazo para
ta y eso me libera de todo deber de identificarla y nos la llevaremos de aquí.
apoyarla. Quedo libre, por tanto, para —¡No puedo mirarla!
ayudarle a usted, si es que acepta mi —Lo siento, pero tendrá que hacerlo.
ayuda. —¡No puedo! ¡No quiero!
Entonces Knight se acercó a mi ma- —Yo la identificaré —dijo mi madre.
dre y tomó su mano tras hacer una in- —Lo siento, señora, pero lo tiene que
clinación de cabeza muy cortés. Todo hacer un pariente.
el mundo estaba quieto, aguardando el —Yo soy más pariente que él. Ella
desenlace de aquella escena. Los bom- era prima segunda mía. Él era su so-
beros permanecían en su bote observan- brino segundo, aunque ella le hizo de
do a Edgren, quizás esperando alguna madre adoptiva. He dicho que yo la
señal que les revelara qué deseaba de identificaré.
ellos. Pronunció estas palabras con tal se-
Y entonces, de repente, Rufe abrió la riedad, que Knight hizo un gesto a Ed-
boca y dejó caer en el río un borbollón gren. Yo estaba de espaldas a mi madre
de vómito amarillento que salpicó. Todo y al cadáver, pero oí declarar:
el mundo se lo quedó mirando, y luego —Ésta era la señora Myra Giles Ho-
llegó hasta nosotros un horrible hedor. well, viuda de Jody Howell, edad treinta
Jill soltó un grito y vimos aquella cosa y ocho años, sin más pariente próximo
espantosa, con una barriga como un ba- que su hijo adoptivo e hijo natural mío,
rril, los brazos levantados y los ojos David Howell, y un hermano, Sidney
queriendo salir de las órbitas. Compren-
dí que era mamá, y eso que sólo le eché Giles, que vive en Flint, Virginia occi-
un vistazo, antes de apartar la vista y dental. Su domicilio es esta casa, cuya
tragar saliva tratando de dominar mi dirección es carretera Sesenta, Marietta,
estómago. Ohio.
—Con eso basta. Gracias, señora.
Puede oír a Rufe decir a Knight: Edgren se mostró muy respetuoso.
—Ya conozco la respuesta: ella se —Ahora —prosiguió mi madre, apar-
llevó el bote y volcó en aquel árbol, tándose a un lado y llevándose el pa-
cuando el señor Howell pensó (y noso- ñuelo a la nariz— creo que deberíamos
tros también lo supusimos) que la em- ir al rancho, aquella casa que ve usted
barcación se había ido flotando en una allá, donde vivió en otro tiempo la di-
crecida del río, y se había enganchado funta, y veamos si su coche está allí.
en el árbol por sí misma. —Rufe dejó Bueno, el coche de mi hijo. Tal como
70 James M. Cain

este caballero imaginó —hizo un gesto teléfono para algunas llamadas muy
de cabeza hacia Rufe—, ella se ahogó personales. He de saber si está inter-
cuando el bote volcó. Hemos de supo- venido.
ner que su propósito era apoderarse del —Sobre eso, señora, no podemos dar
dinero. Ella abandonó la casa en el co- información.
che, y si lo encontramos, todo o casi —¿Está intervenido? —preguntó ella
todo lo que ocurrió aquella noche que- secamente.
dará explicado. —No, señora, no.
Por entonces, tras una conversación —Eso es lo que quería saber.
en susurros con Edgren, Mantle se mar- Knight, Bledsoe, York, Jill y Edgren
chó, supongo que para telefonear desde se la quedaron mirando. Mi madre pen-
su coche a la funeraria y, posiblemente, só durante un minuto y dijo:
al juzgado. Caminaba sendero arriba, y —Bueno, Dave, llévanos en tu coche.
Edgren, tras mirar en su dirección, dijo Creo que Jill puede venir con nosotros.
a mi madre: Tenemos mucho que hacer. Primero, al-
—Está bien, tan pronto como el agen- morzar algo. Al menos, yo almorzaré.
te Mantle vuelva, alguien debe quedarse Monté en el coche y mi madre abrió
con este cadáver y... la portezuela del otro lado, apartándose
—Nosotros podemos quedarnos —se luego para que entrara Jill.
ofreció Rufe con amabilidad—. Si usted —Tú irás en medio —le susurró.
quiere, claro. ¿No le importa que nos —Tú irás en medio —repetí burlón—.
apartemos un poco? Hasta la isla, tal ¡Que vaya al lado de la ventanilla!
vez. Mi madre vaciló y montó en el coche.
—Claro que no— contestó Edgren—. Jill exclamó:
Gracias. —Y dirigiéndose a mi madre —¡Yo no tengo por qué ir en ningún
añadió—: Está bien. sitio!
Todos nos dirigimos al rancho, Ed- —Bueno, pues entonces ve andando
gren y mi madre delante, Bledsoe y —le contesté.
Knight a continuación, y York y Jill Me incliné sobre mi madre y cerré la
tras ellos, conmigo. En cuanto pasa- portezuela. Puse en marcha el motor y
mos la cocina vi mi coche, aparcado en- arranqué.
tre ella y la casa. Cuando abrí la porte- —No has estado muy amable con ella
zuela, vi el bolso de mamá en el asiento, —me reprochó mi madre.
y la llave de contacto puesta. Edgren —No he querido estarlo.
me hizo abrir la casa, y luego la cocina, —Es una chica encantadora.
de modo que él pudiera efectuar un re- —Es una putilla podrida.
gistro, como ya lo hizo antes. Creo que —Tenía motivos.
esperaba encontrar el dinero. Cuando —¿Qué motivos?
salió, mi madre le dijo: —Cuando una pierde cien mil dó-
—Bien. Si quiere que le ayude, he de lares...
decirle que debo arreglármelas sola cier- —Noventa y ocho mil dólares.
to tiempo. Hay personas a las que tengo —Cuando una persona pierde noven-
que ver, para descubrir lo que saben, y ta y ocho mil dólares, cosa que te puede
son una gente que no hablará si ven un ocurrir a ti, se pierden los modales, el
coche de la policía aparcado fuera. amor, todo.
—¿Quiere que nos marchemos? —Ella me llamó ladrón.
—Si no es pedirles demasiado... —¿No te llamaron eso primero los
Knight asintió. policías?
—Está bien —accedió Edgren—. Nos —¿Es que ella me tiene que llamar
iremos en cuanto venga la funeraria a todo lo que me llamen los policías?
por ese cadáver. El agente Mantle ya —Hay una diferencia.
ha llamado. —Para mí, no.
—Y otra cosa: tendré que utilizar ese
Al final del arco iris 71

mé yo, furioso—. ¡Y una vez más, al

20
demonio con ella! ¿Quién te va a pagar
porque consigas recuperarlo? Ella no,
seguro.
—No se trata de ella. Si no me equi-
voco, se llevaron el dinero los Giles de
TODOS Aparcamos y entramos. Vol- Flint, que se han portado con ella igual
que con otros Giles hace más de tres
LOS COCHES ví a la cocina en busca de años. Tengo que sonsacarles.
algo de comer para mi ma-
SEGUIAN dre, pero ella me rodeó con —¿Y Sid sabe quiénes son?
ALLI. sus brazos y me empujó al —Sid lo sabe todo.
salón. —Yo no contaría con él para nada.
—Ya me encargaré yo de eso —dijo—. —Pero yo lo necesito.
A ti te han hecho pasar un mal rato. Marcó un número y contestó alguien.
Siéntate, y ya te traeré algo. Un niño, por lo que pude entender. Sid
Amontoné leña y encendí fuego. Mi no estaba casado, pero vivía con él la
madre volvió muy pronto con el al- que llamaba su ama de llaves, una mu-
muerzo: un par de bocadillos de ja- jer carnosa que tenía un par de hijos.
món, algo de pastel, leche y café. Nos Mi madre preguntó por Sid, y la res-
sentamos allí a comer, y uno a uno los puesta pareció ser que había ido a Ma-
coches se fueron marchando, no sin rietta. Dejó recado de que la llamara,
que antes los policías me advirtieran, colgó y volvió a sentarse en el sofá,
como siempre, «que no me moviera de junto a mí. Me tomó la mano y la besó
la casa». Desearon a mi madre, del mo- y, de repente, las angustias del día de-
do más respetuoso, suerte en sus ges- saparecieron. Sólo contábamos ella y
tiones. yo, en un momento de hermosa paz.
Bledsoe hizo lo mismo (estaba muy —Bueno, aquí estamos —dije.
alterado). Más tarde apareció Santos, —Sí, hijo mío. Y me gusta.
quien, ayudado por sus hombres, metió —A mí también me gusta, pero ¿quié-
algo envuelto en una lona en su fur- nes somos nosotros?
gón fúnebre. Me preguntó dónde estaba —¿Qué quieres decir con eso de
nuestro panteón familiar o dónde ha- «quiénes somos nosotros»?
bía sido enterrado el señor Howell, qué —Sabemos quién eres tú, por supues-
clase de ataúd quería yo, etcétera, etcé- to, pero ¿quién soy yo? Madre, ¿quién
tera. Me explicó brevemente las dispo- es mi padre?
siciones que habían tomado para la in- Cerró los ojos, como si sintiera un
vestigación, «que ahora tendrá que ser dolor, y cuando los abrió no me miró
por partida doble». Mientras él habla- a mí, sino que se quedó contemplando
ba, Knight llamó al timbre de la puer- el vacío ante ella.
ta, y cuando acudí me dio su opinión —Dave —me explicó—, tu padre es
sobre el caso. Una vez se hubo marcha- un hombre muy importante, alguien de
do, se presentó Jill caminando desde el quien te sentirás orgulloso cuando, fi-
rancho por el sendero. York iba tras nalmente, conozcas su identidad. Pero
ella, se metieron en sus coches y se mis labios han estado sellados todos
marcharon sin despedirse. estos años a causa de su esposa, la chi-
Cuando Santos se marchó a su vez, ca con la que se casó poco antes de
pareció que todo había terminado. Mi conocerme a mí. Ella enfermó casi en
madre acabó de comer, se levantó y seguida, y por eso no pudo ser una ver-
tomó el teléfono. dadera esposa, sino una inválida que
—Tengo que llamar a Sid. Debe venir. depende de él y a la que no puede aban-
—¿Para qué? —pregunté en tono donar, al menos eso cree. Estaba enton-
agrio, bien a mi pesar. ces moribunda, han pasado veintidós
—A causa del dinero —contestó. años y lo sigue estando, Dave. Sufrió
—¡Al demonio con el dinero! —excla- un ataque de apoplejía que la volvió
72 James M. Caín

tan indefensa como un bebé, y ahora —se interrumpió entonces y escuchó a


vive en Arizona con su enfermera. su interlocutor, quien habló durante un
Volvió a cerrar los ojos, se golpeó en rato, al parecer tratando de averiguar
la rodilla con su puño y gimió: qué quería decirle mi madre.
—No debería hablar así. Parece como Ella siguió insistiendo en que el telé-
si estuviera deseando que se muriera, y fono estaba intervenido, y al cabo de
no debo, ¡no debo! Pero tampoco puedo un rato dijo, en tono muy amable:
evitarlo. ¡Lo deseo! ¡Le quiero a él! ¡Lo —Gracias, Sid. Sabía que puedo con-
quiero sólo para mí! ¡Ojalá termine este tar contigo. No te lo habría pedido de
secreto nuestro! no estar segura.
—¿Por qué no pide el divorcio? Colgó inmediatamente, pero no vol-
—No se libraría de ella. vió a sentarse junto a mí en el sofá.
—A ella no le importaría, y esta si- Empezó a dar vueltas por la habitación,
tuación no es nada buena para ti. ¿Por y yo me quedé admirando su silueta y
qué la pone él por delante de ti? su modo de andar, tan ágil que casi
—Le pregunté eso una vez; hasta le parecía que flotaba. Y uno, sin querer,
grité. Yo puedo ser muy mala. Nací en se daba cuenta de lo esbelta que era.
Flint, Virginia occidental. Pero él me De repente, le dije:
hizo callar, y tuve que calmarle. ¿Sabes —No le has dicho que ha muerto.
lo que me contestó, Dave? —Ojos que no ven, corazón que no
—¿Qué? siente.
—Que ella debe morir. No parecía ser algo que tuviera que
—Eso me cierra a mí la boca tam- ocultar por hallarse el teléfono inter-
bión. ¿Vais a casaros en cuanto ella venido, suponiendo que fuera así. Poco
muera? a poco, fui comprendiendo que en tanto
—Eso creo yo. no lo supiera, tendría que venir a ave-
—¿No estás segura? riguar cómo iban las cosas. Y empecé
—Dave, discutimos esto a menudo. a preguntarme si no era Sid el indivi-
Has de comprender. Vivimos juntos. duo que mi madre iba buscando.
Tenemos una casa maravillosa junto al
río, en Indianápolis. Él me presenta a
sus amigos. Los agasajamos juntos en

21
las fiestas. Claro, aparentamos que yo
tengo casa propia, al lado, y que soy
sólo una amiga. No tengo razones para
temer, para sospechar de él. Sin embar-
go, soy mujer, Dave. Lo creeré cuando
lo vea, cuando me ponga el anillo en el DE papel, y yo le entregué un
dedo. REPENTE, de su bolsoSacó
cuaderno. un bolígrafo
y empezó a escri-
MI MADRE bir. Luego se levantó y miró
SID LLAMO Cuando le contesté, me habló ME PIDIO fijamente a través de la ven-
ENTONCES en tono amistoso, como si
hubiera olvidado nuestra tri- tana delantera. Yo miré también, y vi
POR fulca o, al menos, no me guar- un coche que giraba en la carretera
TELEFONO. dara rencor. Llamé a mi ma- para entrar en el camino. Mi madre
dre para que se pusiera al aparato, y arrancó la hoja de papel en la que ha-
ella le habló también muy amistosa- bía estado escribiendo, la metió en su
mente. bolso y me devolvió el cuaderno, que
—¡Sid, tengo que verte! Ha ocurrido yo metí en el cajón de la mesa. El co-
algo. Es sobre la Pequeña Myra, pero che era el del tío Sid, y al entrar en la
no puedo decírtelo por teléfono. Creo curva cerrada que había frente a la
que está intervenido, así que hemos de casa, dio media vuelta en ella, se diri-
tener cuidado al hablar. Pero tengo que gió hacia la parte central de la fachada,
verte, Sid. Será mejor que vengas aquí rodeó mi Dodge y el coche de mi ma-
Al final del arco iris 73

Cuando alzamos la mirada, nos encontramos con la azulada automática del cuarenta y cinco.

dre, y aparcó frente a ellos. Era una —La Pequeña Myra ha muerto. Se
maniobra divertida, para la que no hallé ahogó.
ninguna explicación, pero la mirada de —¿Dices... que se ahogó?
mi madre mientras observaba aquellas Por el modo como lo dijo tuve la im-
evoluciones desde la ventana demostra- presión que aquello lo había estudiado,
ba que ella sí conocía su significado. que estaba fingiendo, que Sid sabía ya
Tío Sid se apeó, y mi madre le abrió la que mamá se había ahogado o que, si
puerta. Lo abrazó, lo estrechó contra lo ignoraba, al menos lo suponía. Aque-
su pecho y exclamó: llo sonaba a falso. Pero mi madre pro-
—¡Sid! ¡Sid! ¡Al fin has venido! ¡Me siguió, como si él estuviera realmente
alegro tanto de verte! conmovido, y le dijo:
Él la estrechó también y le dijo: —Ahogada, Sid, ahogada. Hoy han
—¡Hola, Myra! ¡Oye! ¡Tienes muy encontrado su cadáver porque se engan-
buen aspecto! —y otro abrazo—. Myra, chó en la rama de un árbol, entre dos
la última vez que tuve noticias de mi aguas.
hermana fue hace un par de noches, Él escuchó, moviendo de vez en cuan-
cuando vine de Flint, tras leer todo do la cabeza, llevándose las manos al
aquello en los periódicos. David me dijo rostro y sacándose el pañuelo para se-
que ella se había marchado, que se pe- carse los ojos, que no estaban húme-
learon a causa de aquella chica que no dos, por lo que pude ver. Pero se los
sé cómo se llama. Supuse que se habría frotó, de todos modos.
dirigido a Flint y esperé, esperé y es- Mi madre prosiguió:
peré. Pero no vino —y luego, tras estu- —Para nosotros ha sido un golpe,
diar el rostro de mi madre—: Myra, como podrás comprender, ya que ella
¿qué ha ocurrido? era la única, aparte de Jody Howell,
74 James M. Cain

que sabía la verdad acerca de David. —¿Y quién dice que alguien se lo
Antes no estuvimos nunca muy unidas, llevó? —preguntó Sid como si nada se
pero cuando ella aceptó criarlo y lo hubiera dicho—. Por el modo como lo
trajo aquí, nos quisimos como nunca contaron los periódicos, esa bolsa
dos mujeres hayan podido quererse. hundió en el río.
Hay algo más, sin embargo. Entre tú —Pues no se hundió.
y yo hemos de hacer una cosa. —¿Cómo lo sabes?
—No vayas tan de prisa —susurró—. —Todo ha sido comprobado. El poli-
Dame un minuto, Myra. Aún no me he cía que se quedó aquí la pasada noche
acostumbrado a ello —y luego, dirigién- encontró por la mañana la cinta, con
dose a mí—: ¿Puedo llamar por telé- membrete del banco, de uno de los fa-
fono? jos de billetes. Ella debió de traer el
Le contesté afirmativamente, y fue a dinero aquí, de modo que la bolsa no
descolgar el aparato. Introdujo una mo- se hundió.
neda de dólar, marcó y luego habló, —Bien, ¿ y a dónde nos lleva eso? Si
pero no supe con quién. Contó en voz ella tenía la bolsa consigo cuando se
baja lo que había ocurrido. marchó, se hundió con ella al ahogarse.
—Mejor será que se lo digas a todos. —El dinero no se hundió, Sid.
En cualquier caso, van a enterarse. Es Le contó el resto: que Jill encontró
inútil ocultarlo. Volveré tarde a casa. la bolsa cuando trataba de pescar un
Bastante tarde, porque habré de estar pez, que la volvió a poner en su sitio,
aquí algún tiempo. que los bomberos encontraron el bote,
Regresó a su asiento, e imprimiendo y el resto.
un tono natural a su voz, preguntó a —Quienquiera que sea el ladrón, fue
mi madre: remando en ese bote, tras robarlo, y se
—Bueno, Myra, ¿qué hemos de hacer? apoderó de la bolsa. Y aquí interveni-
—Me refiero a esa bolsa, Sid. La bol- mos nosotros. Tenemos que recuperar
sa que la Pequeña Myra tomó, la del eso, la bolsa y el dinero que hay en ella.
pirata aéreo. —¿Y por qué nosotros?
—¿Se llevó ella esa bolsa? —Al día siguiente de ocurrir el suce-
—Así es, Sid. so, después de que el pirata aéreo reci-
—Bueno, un momento. Los periódi- biera esa cantidad, y una vez Dave lo
cos dijeron algo, que la Policía no es- hubo matado, donó a la chica ese di-
taba satisfecha. Pero ¿qué tiene que ver nero para que no le causara dificulta-
ella con todo eso? ¿Quién dice que se des. Así que ahora es suyo. Y va a ser
llevó la bolsa? de nuestra familia en cuanto se case
—Lo digo yo, Sid. con David.
—¿Y en qué te basas? Abrí la boca una vez más para decir
—Aquí había tres personas. Dave, la que no, que no estaba interesado en
chica y ella. Dave no fue, ni tampoco Jill, pero en vista de lo sucedido antes,
la chica. Así que tuvo que ser ella. cuando hablé, decidí retrasar mi ob-
—¿Cómo sabes que los otros no fue- servación. Tío Sid se me quedó miran-
ron? do y dijo:
—Tengo la palabra de David. —Ya me imaginaba yo algo de eso
—Que creerás, supongo —dije yo, —y luego, dirigiéndose a mi madre—:
provocando una situación tensa. Yo diría que bueno, que no hay ningu-
Mi madre se volvió hacia mí y me na dificultad, si pudiera hacer algo. Pero
gritó: te juro que no se me ocurre nada.
—¿Quieres callarte? ¿Quieres dejar- —Pues a mí, sí, Sid.
me hablar sin entremeterte? ¿Quieres Abrió su bolso y sacó la hoja de pa-
callarte por una vez en tu vida? pel, la que había arrancado de mi cua-
—Sí, me callaré. derno, con el texto que había escrito.
Lo dije muy enfadado, y ella se me —Sospecho de este hombre —dijo
acercó y me abofeteó. ella—, y aquí está lo que quiero que
Al final del arco iris 75

hagas. Síguele el rastro en seguida. pleó. Por último, los tomó y los desarru-
Acampa donde él vive, en la carretera gó, amontonándolos con cuidado en un
del río, cerca de Huntington. Aparca fajo. A continuación, sacó su cartera de
en la calle donde está su casa y vigila bolsillo para guardar aquella cantidad.
a esa sucia rata, averigua dónde va y Ya he dicho que mi madre se había
qué hace y, sobre todo, en qué gasta su acercado al tío Sid, así que estaban aho-
dinero. Con noventa y ocho mil dólares ra rodilla contra rodilla. De súbito, ella
en su poder, tendrá que hacer algo: dio un manotazo a aquel fajo de bille-
apostar en las carreras, gastar en mu- tes, que botó en la mesa y aterrizó en
jeres o en bebidas... Cuando tengas algo el suelo, frente al televisor. Sid dio un
que decirme, dímelo y yo empezaré a salto y fue en busca del dinero, pero
actuar desde aquí. yo me interpuse y luchamos hasta que
Tío Sid se sentó parpadeando. Miró lo arrojé contra el sofá. Mi madre, tras
primero el papel y luego a mi madre. alisarse el vestido, tomó la cartera, y
Finalmente, dijo: luego, arrodillándose junto a la mesa,
—Myra, me pides algo que yo no empezó a contar lo que había en su in-
haré de ninguna manera. No es mi es- terior. Parecían, sobre todo, billetes de
tilo. No sé nada de eso, no tengo por veinte dólares. Una vez los hubo con-
qué tomar una iniciativa en favor de tado, dijo:
alguien que, como esa chica, no signi- —Está bien, Sid; esto te delata. He
fica nada para mí. contado cien de veinte, exactamente lo
—Ella se va a convertir en uno de que ella se llevó consigo cuando se mar-
los nuestros, Sid. chó de esta casa. Debían de estar aún
—Bien, pues cuando lo sea, cuando la en su bolso cuando tú fuiste la pasada
conozca y le tome cariño, si es que llego noche a la otra casa, antes de bajar a
a tomárselo, ya hablaremos. Hasta en- la orilla a robar aquel bote y después
tonces, habré de decir no. tomar la bolsa de aquel árbol. Bien,
—Podría ser demasiado tarde. Resul- Sid, ¿dónde está el dinero?
tará inútil perseguirle después de que Cuando mi madre y yo alzamos la mi-
haya gastado el dinero. rada, nos encontramos con la azulada
—Myra, sigo diciendo que no. automática del cuarenta y cinco con
Mi madre acercó su silla a la del tío que Sid la apuntaba a ella. Apoyaba el
Sid, y habló en tono más bajo, como arma en su rodilla.
si sólo él debiera oírle; como si yo no
contara:
—Sid —le dijo en tono muy cariño-

22
so—, aún no lo he dicho todo. No te
habría pedido que hicieras una cosa así
y pagaras los gastos, las comidas, tu
habitación en uno de esos moteles, tu
gasolina, el aceite y las propinas... Debí
habértelo dicho antes —abrió su bolso
y empezó a sacar billetes de a diez de AMENAZANDONOS, hasta nuestros asien-
tos al otro lado de la
un fajo, poniendo varios al lado de Sid, NOS HIZO mesa, junto al televi-
sobre el sofá, quizá diez o doce. Y aña- RETROCEDER sor. Entonces, con una
dió—: Me han dado mucho dinero y mano, tomó los billetes de a veinte. Do-
me alegraría... blándolos, se los metió en el bolsillo
Me di cuenta de que tramaba algo, y del abrigo. Echó mano a la cartera, y
le dejé que hiciera su juego; pero, al también se la guardó. Con los ojos fijos
mismo tiempo, empecé a ponerme muy en mi madre, se arrodilló y palpó el
nervioso. Sid miró fijamente los bille- suelo en busca de los billetes de a diez,
tes, y no sé lo que pasó por su pensa- que habían caído allí. Los recogió, se
miento; tal vez que si se quedaba con levantó, se acercó a mi madre y los
ellos nadie sabría nunca en qué los em- soltó en su regazo.
76 James M. Caín

—¡Has estado mintiendo, puta ladro- ra a convertirse en pariente mía. Yo no


na...! —le dijo. le haría eso a ella.
—¡Cuida tu lenguaje! —le interrumpí. —¿Qué quieres decir con que no eres
Dio un cuarto de vuelta para apun- como yo?
tarme con el arma. —Ya sabes a lo que me refiero, Sid.
—La he llamado puta ladrona —repi- Si no, baja esa pistola y te lo diré.
tió—. ¿Cómo la llamas tú? Bajó la pistola, y mi madre prosiguió:
—Yo la llamo madre —refunfuñé—. —Hablo de aquellos chicos, de aque-
Y a ti más te vale tratarla con respeto. llos dos sobrinos tuyos a los que dejas-
—Sigo llamándola puta ladrona, y te morir en la mina de la que estás a
además de eso, sucia ramera. Y a ti no cargo. Eran tus socios, ¿no?, en ese
se te ocurra decir otra cosa, ¿eh? negocio que tienes. Los hiciste venir de
Su voz destilaba pura bilis, y yo me Logan, ¿no es cierto?, para que te ayu-
abstuve de responder. Medí con la vista daran en aquella mina y luego fuerais
la distancia a que me encontraba del tío a partes iguales en el reparto de bene-
Sid, y calculé la posibilidad de interve- ficios.
nir antes que disparase. Pero mi mira- Su negocio, como ya he dicho, era la
da debió de advertirle. Dio otro rápido fabricación clandestina de licores, mez-
cuarto de vuelta, de modo que el arma clando maíz y centeno y dejándoles to-
me apuntara directamente, para dar a mar color en barrilitos de madera que-
entender que iba en serio. mada, con lo que llegaban a parecer
—¡No te muevas! —me gritó—. ¡Quie- bourbon. Luego, los bares de Ohio los
to donde estás, muchacho! compraban por su bajo precio.
Volvió al sofá, se sentó y, de pronto, —Y suponiendo que lo hiciera —con-
nos ordenó: testó—, ¿qué? ¿Qué tiene eso que ver
—¡Cerrad las manos y extendedlas! con la bolsa?
¡Colocadlas sobre las rodillas, de modo Transcurrió un rato antes de que ella
que yo pueda verlas! ¡Los puños bien contestara. Permaneció sentada, mirán-
cerrados! dole fijamente, como tratando de cobrar
Hicimos lo que nos decía. ánimos para decirle lo que tuviera que
—Bien, ¿dónde está? decir. Fuera, se acercó un coche, que
—¿Dónde está qué? —preguntó mi pasó junto a los tres vehículos aparca-
madre. dos en la curva cerrada: mi automóvil,
—¡La bolsa! ¿Qué crees? el de mi madre y el de Sid. Luego, el
—La tienes tú, Sid. ¿Por qué me lo coche se alejó sin detenerse. Yo no pres-
preguntas? té mucha atención, recordando que mi
—¿Y tienes el descaro de estar ahí madre había dicho que algunas perso-
sentada y preguntarme eso? ¿Después nas no entrarían en la casa si veían co-
de las mentiras que me has contado? ches estacionados enfrente. Resultó que
¿Después de haber confesado de plano ésta era la razón, pero en un sentido
que os llevasteis aquella bolsa? distinto —y mucho más importante—
—¿Que yo he confesado de plano? al que mi madre había querido signi-
Sid, siempre pensé que estabas loco, ficar.
pero no tanto. ¡Oh, no! ¿Qué quieres —Tiene que ver con una rata que dejó
decir con que yo he confesado de plano? morir a unos parientes suyos para que-
—Anoche dijiste que habías estado darse con su parte de las ganancias que
aquí y que luego te marchaste. ¡Por habían obtenido.
Dios, Myra! ¿Quién conocía la existen- Finalmente lo dijo, y entonces fue él
cia de aquel bote? ¿Quién sabía dónde quien se puso a mirar con fijeza, como
estaba aquel árbol y cómo llegar a él? tratando de adivinar qué sabía mi ma-
¿A quién tratas de engañar? dre. Luego, con voz ronca, preguntó:
—Está bien, Sid. Pero yo no soy como —¿Cuándo hice yo eso?
tú, gracias a Dios. Yo no perjudicaría —El día que se desplomó el techo en
a mis parientes, ni a una chica que fue- aquella galería sin salida que tú utili-
Al final del arco iris 77

zabas para llegar al alambique, la anti- —¡No es todo! ¡No es todo! ¡Aún no
gua Ajax número tres. Todo empezó a he empezado!
temblar cuando la pala mecánica inició —¡Oh, sí! Has empezado y eso es
la excavación al otro lado de la mon- todo.
taña. Al derrumbarse el techo en aquel —¡Madre! —no pude evitar interve-
pasadizo, los tres muchachos queda- nir—. ¡Por amor de Dios!
ron atrapados. Podían haberse salvado, —No es todo. ¡Voy a seguir hablando
¿no? Se les pudo haber sacado si tú hu- y nadie me lo impedirá! Dijiste que
bieras dado aviso a la Policía o a quien ellos se habían marchado al Oeste, en
fuera. Pero, ¡no! Habrían descubierto su coche, pero su coche estaba en tu
el alambique. Además, estaba el dinero casa. Luego lo escondiste en el bosque
que habíais ganado y que aún no se ha- y aquella noche viniste aquí en él. Y al
bía repartido. Así que no avisaste a na- día siguiente, cuando David se fue a
die, ¿verdad? Te alejaste de aquellos trabajar, le pediste a ella que te indi-
muchachos, dijiste que se habían ido al cara un sitio para hundirlo en el río.
Oeste en su coche, y dejaste que se que- Pero aún quedaba el asunto del dinero,
daran en aquella mina, donde siguen. porque si te lo hubieran encontrado en-
¿No es verdad? cima, te podría haber supuesto veinte
Se desencadenó una larga discusión, años de prisión. Y ella lo escondió por
pero no recuerdo bien lo que en ella ti, mientras tú remabas en el johnboat.
se dijo, ya que, de repente, tuve la sen- Fuiste hasta el sitio donde ella escondió
sación, por algo que oí o por una cora- aquella bolsa, hasta el mismo árbol que
zonada, de que alguien estaba detrás tú sabías iba a utilizar para esconder
de mí, en el recibidor. Debí de hacer al- algo apresuradamente. Así que sabías
gún movimiento o tal vez mi sensación dónde estaba la bolsa y te la llevaste,
fue demasiado patente, porque, en vez ¿no es cierto?
de contestar a mi madre, Sid apuntó el —Myra, por segunda y espero que
arma directamente a mi vientre, y me última vez, no tengo que contestar a
conminó: todas las chifladuras que se te ocurra
—¡No te muevas de donde estás o te soñar.
pego un tiro! —Yo no he soñado con el dinero en
Puedo asegurarles que me quedé don- aquel árbol. Myra me lo contó.
de estaba, pero sin dejar de pensar en —¡Maldita seas! ¡Cállate!
qué iría a hacer Sid. Tal vez hacer en- —Sid, ¿dónde está la bolsa?
trar a alguien, alguien que penetrara —Eso es lo que vamos a descubrir.
furtivamente y se colocara detrás de —¿Descubrir? ¿Cómo?
nosotros. Esto no parecía tener sentido, —Buscaremos en tu coche.
a menos que quisiera que le ayudaran a Se levantó, haciéndonos un gesto con
llevar cadáveres hasta el río o algo de el arma para que nos dirigiéramos ha-
eso. Todo lo que yo hice, con aquella cia la puerta. Yo me movía hacia allí,
arma apuntándome, fue seguir sentado pero mi madre permaneció quieta. Lue-
allí, sin moverme, tal como Sid me ha- go se levantó, le dio la espalda y tomó
bía ordenado. Seguidamente, se volvió el abrigo de visón, que estaba echado
hacia mi madre y le dijo: sobre una silla en el otro extremo de la
—No tengo por qué responderte. habitación. Se lo estaba poniendo con
—Supongo que no —susurró ella. una ligera sonrisa despreciativa, cuan-
—¿Eso es todo? do él exclamó sin poderse contener:
—Sí, eso es todo. —¿Conque he sido una rata para mis
—Ya lo imaginaba. —Acarició el arma parientes, eh? ¡Mira quién habló! ¿Y lo
y se dispuso a proseguir—: Ahora... que tú hiciste? ¿Lo que le hiciste a la
Pareció que iba a hablar, pero se li- Pequeña Myra, mi hermana, tu prima,
mitó a hacer una mueca. Entonces, su tu pariente? Después de que tuviste a
interlocutora no se pudo contener más este maldito bastardo allí, en Marietta.
y exclamó: se lo largaste a ella diciendo que era
78 James M. Cain

el arma para apartarlos, pero no vio


nada tras ellos.
—Está bien, muchacho. Voy a abrir
mi coche y tú vas a mirar en él. ¿De
acuerdo?
Me entregó sus llaves, y como yo va-
cilara, clavó la pistola en mis costillas
una vez más. Hice lo que me ordenaba
y abrí las puertas. Aquello parecía el
nido de un águila ratonera, lleno de
toda clase de objetos: una caja de bo-
tellas vacías, revistas, una sierra de ar-
mero, rollos de tubos de goma, unas
bragas y cualquier cosa que uno pueda
imaginar, pero ni rastro de la bolsa.
Me hizo abrir el portaequipajes, y allí
tampoco estaba. Cerró de un portazo el
portaequipajes y le echó la llave, y en-
tonces exclamó, furioso:
—¡Volveos los dos a la casa! ¡Entrad
y cerrad la puerta! ¡Quedaos allí u os
arrepentiréis!

- ¡ Q U E NOS ¡Eso es lo que él cree!


¡Él
ARREPENTIREMOS! pentir, sí que se va arre-
aunque sea la
- C A S I SUSURRO última cosa que yo
Resbaló hacia el badén que había junto ELLA-. haga en este mundo!
al camino y, de repente, volcó. —cruzó el recibidor y volvió a la cocina,
pero regresó inmediatamente—. ¿Qué
has hecho con él? —me gritó—. ¡El
suyo y dejando que lo criara por ti. Sí, nombre de Dios, Dave! ¿Dónde está?
eso es lo que hiciste, y ella tuvo que —¿Dónde está qué?
aceptar, porque no podía devolver el —¡Aquel fusil!
dinero, y tuvo que casarse con aquella —¡Qué demonios! ¡No sé nada!
escoria de tipejo. Así que en tu cara, y —¡No está ahí!
muy en serio, afirmo que eres una ra- Salió a la puerta principal para mi-
mera. rar. Se oyó un tiro afuera, que astilló
—Y yo, que tú eres un ladrón. el dintel sobre su cabeza. Se tiró al sue-
—¡Vamos! lo, mientras yo me acercaba a la ven-
Serían las seis y media, aún con luz tana para ver. Por entonces Sid estaba
del día, cuando salimos de la casa. Bus- tomando la curva cerrada, y de pronto
qué con la mirada el coche que había me di cuenta de por qué había aparcado
llegado antes, con la esperanza de po- de aquel modo, delante de los otros co-
der gritar pidiendo ayuda, y hacer que ches. Quería tener una salida despejada
sus ocupantes fueran a avisar a la Po- si quería marcharse rápidamente. Si-
licía. Pero no había nadie a la vista. guió avanzando, llegó al sendero y pe-
Sid clavó su pistola en mis costillas y netró en él. Entonces fue cuando mi
me ordenó que abriera mi coche. Yo lo madre me agarró del brazo.
hice y él miró dentro, sin encontrar Porque allí, frente a la casa, entre la
nada, claro. Mandó entonces a mi ma- oscuridad cada vez más densa, apareció
dre que abriera el suyo. Ella así lo hizo una sombra que no reconocí. Luego
v Sid volvió a mirar. Dos vestidos col- pude ver que se trataba de Jill, que em-
gaban ante el asiento trasero. Empleó puñaba el Springfield. Avanzó unos pa-
Al final del arco iris 79

sos y luego se detuvo. Se plantó en el Se llevó a Jill a la casa, pero no antes


suelo y alzó el fusil. Durante un segun- de estrecharla y susurrarle al oído:
do que me pareció larguísimo permane- —Estoy orgullosa de ti, Jill. Te has
ció inmóvil. Luego, una llamarada cortó portado bien, a nuestra manera, a la
la penumbra, y se oyó el ruido seco manera montañesa, como yo quería —y
que un fusil produce cuando es dispa- luego, dirigiéndose a mí—: Ahora es
rado al aire libre. El neumático izquier- una de los nuestros, Dave.
do posterior del coche de Sid eructó, se —¿Quiénes son los nuestros? —me oí
bamboleó y se desinfló. El automóvil refunfuñar—. Si estás hablando de mí,
prosiguió su marcha, pero se salió de no cuentes conmigo.
la curva cerrada, trató de acelerar y —¡Claro que no cuento contigo! —ex-
empezó a cabecear. Luego se desvió, clamó Jill muy enfadada—. ¿Por qué
conforme las ruedas delanteras torcían no me dejaste esa navaja? Vi cómo la
hacia la izquierda, resbaló hacia el ba- sacabas. ¡La tenías en tu mano! ¿Por
dén que había junto al camino y, de qué no me la entregaste?
repente, volcó. Quedó con cuatro rue- —¿Por qué había de prestarte una
das al aire, las dos delanteras girando navaja? Es tu dinero, y eso es todo lo
todavía. El techo resultó tan machaca- que te importa; no voy a ensuciarlo yo
do como el capó y el portaequipajes. con mis manos o con mi navaja.
Mi madre y yo echamos a correr, y Jill —¡Dave! —gritó mi madre.
apareció en el camino gritando, lloran- —¡Llévatela dentro —vociferé— o vas
do y señalando lo que estaba debajo o tener que emplear las manos para tra-
del coche (o, mejor dicho, encima), tar de calmarme!
aprisionado.
—¡Ahí está! —gritó con toda la fuer-
za de sus pulmones—. ¡Oh, por favor!
¡Ayudadme! ¡Antes de que el coche se
incendie y se queme!
Claro, allí estaba la bolsa de crema-
llera, atada por su correa al depósito,
23
donde no podía ser visto en cualquier
registro ordinario. Jill se agarró a la MIENTRAS Jill se iba lamentando:
—¡Tiene dos mil dólares
bolsa, pero estaba muy bien atada, y ENTRABA míos en su cartera! Si ese co-
empezó a partirse las uñas y a mordér- EN LA CASA, che se incendia, ¡los pierdo!
selas y chupárselas. Yo saqué mi navaja Y yo pensé: si alguna vez he estado
y ya iba a cortar la correa, pero cambié harto de algo, es de esos dos mil dóla-
de idea, pues recordé la acusación de res y del resto de la pasta. Mi madre se
que la muchacha me había hecho ob- llevó a Jill al interior de la casa, y du-
jeto. Me quedé allí, tan tranquilo, y rante media hora o más, después de
miré cómo se agarraba a la bolsa. Al que mi madre me dijera desde la puer-
final, pudo soltar la correa, se llevó la ta: «¡Están de camino!», no tuve nada
bolsa a su pecho y la acunó como si más que hacer que patrullar arriba y
fuera un niño recién nacido o algo así. abajo con el fusil, llamando a Sid de
Luego, se precipitó en brazos de mi ma- vez en cuando para enterarme de cómo
dre, soltando el fusil. Yo lo agarré an- estaba y si había algún modo de sacarlo
tes de que se cayera al suelo, y mi ma- de allí. Sin embargo, no me vino nin-
dre me dijo: guna respuesta del aplastado interior
—Dave, quédate aquí mientras entro del coche. Finalmente, entró en el ca-
y la calmo un poco. Llamaré a la ofi- mino un automóvil que transportaba a
cina del sheriff. Tendrá que hacerse car- Edgren y Mantle. Precedía a una grúa,
go de esto. Pero Sid continúa en ese y a ésta la seguía una ambulancia. Lo
coche y sigue teniendo la pistola. Vigí- primero que hicieron fue enderezar el
lalo y no lo pierdas de vista. coche volcado, lo cual resultó difícil.
80
James M. Cain

ya que la grúa tuvo que adelantarse sa- do. Luego entraron los tres para diri-
liendo a campo abierto, ponerse de tra- girse a los coches, y yo retrocedí hasta
vés y tirar. Pero el suelo estaba blando colocarme bajo la escalera. Estaba muy
por la humedad de la primavera, y las asustada, pues creía que ese hombre
ruedas siguieron girando, clavándose era capaz de matarme: mi segunda ex-
cada vez más profundamente, así que, periencia de esa clase en menos de una
por un momento, pareció que también semana. Pero no me vio, y tan pronto
iba a necesitar ayuda. Pero, de repente, los tres hubieron salido de la casa, yo
el coche de Sid cayó, dando un golpe, me dirigí a la cocina, tomé ese fusil y
sobre sus ruedas, y el sanitario que iba salí al exterior. Me mantuve cerca de
en la ambulancia abrió la portezuela. la casa y oí que ordenaba al señor Ho-
En seguida retrocedió, haciendo una se- well y a su madre volver entrar. Tan
ñal, como un árbitro pidiendo otro ju- pronto como puso en marcha el co-
gador. che, amartillé el cerrojo y me preparé.
—¡Ahí está! —dijo, y añadió—: Nos Luego...
lo llevaremos. ¿A dónde? ¿Cuál es la —Un momento —interrumpió Ed-
empresa de pompas fúnebres? gren—. Usted sabía que ese hombre es-
—Santos —le contestó Edgren. taba armado, y disparó contra su neu-
Cuando la ambulancia se hubo ido y mático para protegerse a sí misma o,
el coche grúa le siguió, remolcando lo tal vez, para salvar su vida...
que quedaba del coche de Sid, Edgren —Algo hay de eso —contestó—. Yo
y Mantle entraron en casa para interro- prefiero que un hombre se detenga y
garme, y para interrogar también a mi mire el cañón de mi arma a tener yo
madre y a Jill, pero principalmente a que mirar el de la suya.
esta última. Edgren, en vista de que el —Bien —dijo Edgren. Se volvió hacia
caso estaba resuelto, y de un modo que Mantle, quien miró las notas que había
no dejaba lugar a dudas sobre su talen- estado tomando—. Eso lo explica todo.
to, se mostró muy amable con Jill, repi- Excepto una cosa: por lo que el señor
tiendo varias veces: Howell nos ha dicho, y por lo que su
—Usted tenía razón al pensar que ese madre ha declarado, cuando se mire el
hombre se había llevado su dinero y contenido de la cartera de ese hombre,
que lo tenía en su coche. Por eso dis- se encontrarán muchos billetes de vein-
aró contra su neumático para detener- te dólares. ¿Reclama usted ese dinero
plo. ¿Qué razones tenía usted para sos- como suyo?
pechar? —¡Claro que sí!
Jill explicó las razones que la habían Jill contestó inmediatamente, y Man-
traído a casa: tle se llevó el bolígrafo a los dientes.
—Deseaba hablar un poco más con —¿Tiene alguna prueba de que le per-
esta señora, enterarme de cómo iban tenezca a usted? —le preguntó.
las cosas, de si ella había oído algo o Ella empezó a contar cómo el señor
tenía algo que decirme. Entonces vi este Morgan se lo había dado, pero luego
coche y lo recordé de antes, de cuando se detuvo, al comprender que no radi-
ese señor Giles vino y el señor Howell caba en eso la dificultad. Debía demos-
lo echó. Así que me quedé por aquí, trar que los dos mil dólares de la car-
cerca de la curva cerrada, detrás de los tera formaban parte de la donación de
otros coches, hacia la carretera. Pero Morgan. Los tres se quedaron mirando
luego pensé que sería mejor volver a entre sí, y creo que yo acerté la res-
ver qué pasaba. De modo que aparqué puesta.
a un lado del camino y vine andando. —Usted requisó la prueba de ese di-
Luego di la vuelta a la casa y entré por nero —dije yo a Edgren—. En aquella
la puerta de la cocina. Tuve cuidado de cinta que el agente Mantle encontró, es-
no hacer ruido, y crucé el recibidor, taba la relación de las xerocopias que
hasta acercarme a la arcada, ésa de ahí, tomaron, de los billetes que esa cinta
donde pude oír lo que estaban dicien- envolvió y...
Al final del arco iris 81

—Ellos nos lo demostrarán —inte- —Señorita Giles —le corrigió ella.


rrumpió—. Es cierto. Eso lo simplifica —Señora Giles, lo siento.
todo. Llamaremos a Chicago, compro- —Señorita Giles. No estoy casada.
barán sus xerocopias, nos facilitarán —Señorita Giles, gracias por la ayuda
los números, y eso pondrá fin a la cues- que nos ha prestado.
tión. —Luego preguntó a Mantle—: Mi madre hizo una inclinación de ca-
¿Hemos terminado? beza, con cara muy seria, como si estu-
—No del todo —contestó Mantle lle- viera cincelada en mármol.
vándose el bolígrafo a los dientes una —Señor Howell, gracias por su ayu-
vez más—. El que ella disparase contra da, y a usted, señorita Kreeger...
el neumático era justificable, siguiendo Pero todo lo que hizo Jill fue gimo-
la línea de la detención de un ciudada- tear, tras lo cual los policías se marcha-
no, si la señorita Kreeger sabía que él ron finalmente.
tenía su dinero. Pero como no había
sido hallado, ella no lo sabía realmente.
Ahora bien; basándose en lo que oyó,

24
al escuchar desde el recibidor, sabía
con seguridad que si el muerto no tenía
la parte mayor del botín —el dinero en
la bolsa de cremallera—, al menos tenía
los dos mil dólares en su cartera. Y la
señorita Kreeger tenía que saber si eran la vista de la causa se celebró
los suyos... PARA NO el martes, hace de eso ya una
—Así que hubo un corpus delicti ALARGAR semana, en uno de los salones
—dictaminó Edgren— que ella conocía EL CASO, de Santos. Asistieron el juez,
—y, dirigiéndose a Jill—; un corpus de- el doctor Snyder, un jurado de seis per-
licti, señorita, no siempre significa un sonas reclutadas en la calle, el señor
cuerpo del delito, aunque suele conside- Knight, de la fiscalía del Estado, y el
rarse como prueba de que el delito se señor Bledsoe en representación de mi
cometió. madre, Jill y yo. Se dictaminaron tres
—Y ello es importante —precisó Man- veredictos: dos de homicidio justifica-
tle con mucha solemnidad—. Sobre do y uno de accidente por ahogamien-
todo en este caso. to, sin que se acusara a nadie. Así se
—Muy importante —corroboró Ed- cerró el caso, y los tres salimos de allí
gren. libres.
—¡Gracias, Dave! —exclamó Jill so- Entonces ocurrió algo que ya referi-
llozando, acercándose y tomando mi ré más adelante, pero tras eso, nada
mano, que yo rechacé. durante dos o tres meses. Mi madre
—No quiero tu agradecimiento —le volvió a Indianápolis y me llamó a me-
dije—. Ni nada tuyo. nudo, pero no se presentó. Sin embar-
Se acurrucó en el sofá, y empezó a go, los acontecimientos se precipitaron.
llorar estentóreamente. Llegó un telegrama de Arizona diciendo
—¡Dave! —me regañó mi madre—. que mi padre estaba al fin libre. Así
Debes de estar bajo una gran tensión que, al cabo de pocos días, él y mi ma-
nerviosa. Creo que te has olvidado de dre se casaron y se presentaron en su
ti mismo. Si vas a casarte con esta coche, una gran limusina Rolls en cuyo
chica... asiento posterior viajaba el nuevo ma-
—¡Yo no voy a casarme! ¡Deja de de- trimonio, mientras que delante se aco-
cir eso! modaban la secretaria y el chófer. To-
Por entonces, Edgren y Mantle esta- dos los rostros estaban sonrientes. La
ban ya en la puerta. Edgren aún pro- cena nupcial se celebró en uno de los
nunció algunas palabras: hoteles más lujosos de Marietta. Mi pa-
—Muchísimas gracias, señora Howell dre resultó llamarse John Gilmore Ri-
—empezó diciendo. der, de quien yo había oído hablar como
82 James M. Cain

presidente de las líneas de autobuses —¿Doble? —pregunté yo—. ¿Doble


Husky, aunque luego se aclaró que ése qué?
no era más que uno de sus muchos ne- —Boda, por supuesto.
gocios. Su cargo de mayor importancia —Madre, si tú te vas a casar, estu-
era la presidencia de Polaris Oil, la em- pendo. Estoy encantado. Será un día
presa que inició Husky veinte años an- maravilloso, pero yo no me voy a casar.
tes, como un medio de utilizar el so- —Y tienes razón. Conmigo no, desde
brante de gasolina. También se aclaró luego.
cómo él y mi madre se habían conocido. Quien así habló fue Jill, como si vol-
Fue en el condado de Logan, en Virgi- viera a la vida.
nia Occidental, cuando ella era secreta- —Bien, Jill, tú lo has dicho —asen-
ria de la Boone County Coal Corpora- tí—. Y ahora, ¿quieres marcharte?
tion, en Clothier, y él un joven accio- —Me marcharé cuando esté lista.
nista de Polaris, que establecía líneas —Te irás ahora.
de autobuses. Mi padre llevó a cabo di- —Anda, ve y dale un beso —me dijo
versas gestiones respecto a mí, empe- mi madre.
zando por cambiarme el apellido, man- —¿Yo? ¿A quién?
darme a la universidad de Cornell para Nadie se movió para irse, para besar
completar mi educación, y luego trasla- o para cualquier otra cosa, pero mi ma-
darme a Oklahoma para que aprendiera dre insistió:
el manejo del negocio de la Polaris, de —¡Eres como tu padre! Terco como
modo que pudiera sucederle como pre- una muía, como una muía de esas que
sidente cuando él decidiera retirarse. tienen en Kentucky, a las que hay que
Yo le dije que más despacio, que sería pegar con un palo, un palo grueso, an-
yo quien decidiera esas cosas, no él, y tes de que puedas llamar su atención
le hice reír. Mas para mostrarme amis- y acabar con su terquedad. La misma
toso, accedí a grabar todo lo que había terquedad que me ha permitido esperar
sucedido, desde el momento en que veinte años, porque una vez él me dijo
Shaw aterrizó hasta que terminó la in- que esperaríamos hasta que esa mujer
vestigación, de modo que su secretaria muriese, y era demasiado cabezota para
pudiera mecanografiarlo, y él se ente- cambiar de idea. Y yo tan tonta he es-
rara de todo. Aún no se ha decidido perado y esperado, sin encontrar nin-
nada, pero imagino que iré a Cornell y gún garrote. Y ella sigue allí y yo aquí,
luego a Tulsa. así que ve y bésala. Te lo digo yo, ¿me
oyes?
BUENO, lo de mis padres, pero no lo de —No estoy sordo —le contesté.
otra persona, y puede que se —¡Tú! —le gritó a Jill—. ¿Por qué no
ACABO celebre otra boda antes de la
vas en busca de un palo? ¿Por qué no le
DE de mi madre. Tendré que retro- pegas con él?
CONTAR ceder un poco hasta aquella —No hay palos.
tarde, después de que los policías se —¡Pues pégale con esa bolsa!
fueron y nos dejaron allí sentados a los Al oír eso Jill dio un salto.
tres: mi madre, Jill y yo, en el salón de —¡Ya estoy harta de esa bolsa! —chi-
mi casa. Al menos mi madre y yo está- lló, prorrumpiendo de nuevo en llan-
bamos sentados, ya que Jill se había to—. Ha traído la desgracia. Todos los
echado. Y mi madre cerró sus ojos di- que la tocaron han muerto, y yo no
diendo: quiero que sea mi perdición —se acercó
—¡Qué maravilloso sería si ese telé- a la chimenea, se apartó al quemarse las
fono sonara ahora con la noticia por la manos, y luego tomó las tenazas, para
que tanto he rezado! Bueno, no rezo vaciar con ellas la bolsa. De repente, me
por eso. Yo no rezaría pidiendo la muer- di cuenta que quería arrojar el dinero
te de nadie, pero si se ha de producir, al fuego. La agarré y la volví a arrojar
¿por qué no ahora, de modo que tuvié- al sofá.
ramos una ceremonia doble? —¡No hagas eso! —exclamé—. ¡Esos
Al final del arco iris 83

billetes sólo tienen gafe para quien los gó el otro a Jill, que me lo metió debajo
roba o intenta robarlos! Para los otros, de la nariz y lo sostuvo allí, todo el
tú incluida, es dinero del bueno. Así que tiempo sentada a mi lado, de modo que
tómalo y vete. Es tuyo. Tú vives sólo yo podía sentir su calor y suavidad, es-
para él; por él has rezado y has men- pecialmente la turgencia de sus senos.
tido. Acuéstate con él, quítate las bra- Empezó a murmurar cuánto sentía las
gas y bésalo y, una vez más, ¡vete al cosas horribles que me había dicho.
infierno! —Pero deseaba ese dinero. Era mío
La obligué violentamente a levantar- y no quería perderlo. —De pronto me
se y le di un puntapié en el trasero. Ella dijo—: ¡Pégame!
se volvió, furiosa, y me golpeó en la —¿Qué?
cabeza con la bolsa, agarrándola por la —¡Te he dicho que me pegues!
correa. Perdí el conocimiento, pero pri-
mero vi las estrellas. Estuve sin sentido Se colocó de espaldas a mí, alzó su
un buen rato, y cuando recuperé el co- falda, y se bajó los panties, de modo
nocimiento no me podía poner de pie. que se quedó desnuda de medio cuerpo
Hice acopio de fuerzas, me levanté tam- hacia abajo.
baleándome y me dirigí de nuevo hacia —Si no le pegas —observó mi ma-
ella, que tenía los ojos muy abiertos. dre— es que hay algo raro en ti.
Sentí un cosquilleo en el labio, y una No le pegué. Seguí allí echado con los
gota de sangre cayó al suelo. Aunque ojos cerrados, preguntándome qué te-
no me había golpeado en la nariz, ésta nían que ver con lo que había dicho su
sangraba. Jill se acercó, me obligó a sen- calidez, su suavidad y el olor que podía
tarme en el sofá y echó mi cabeza ha- percibir en su pelo, y lo resentido que
cia atrás, alzando mi barbilla. Mi madre yo estaba por ello. No podía ver otra
le entregó un paquete de kleenex que cosa, y de repente dejé de estar resen-
sacó de su bolso. Luego se dirigió a la tido. En vez de pegarle, la acaricié. Lue-
cocina y volvió con dos trapos para se- go la rodeé con mi brazo. Entonces su
car los platos, limpios, uno de ellos mo- boca se encontró con la mía. Si ustedes
jado, que me puso en la cabeza. Entre- pueden adivinar el resto...

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