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T Halperin Donghi2, LAS INVASIONES INGLESAS
Son en efecto les dos incursiones Ievadas adelante por fuerzas britini-
cas en 1806 y 1807 las que introducen bruscamente al Rio de la Plata
en el conflicto mundial, No son por cierto imesperadas: hace ya wna
década que In metrépoli ha preparado wn plan de resistencia para esa
eventualidad. Aun asi, encuentran al Rio de Ia Plata mal preparado
para la defensa, Los aos han gastado el aparato militar establecido en
estas comarcas al organizarlas en Visreinato; los afios y las necesidades
nuevas, que han eoncentrado la escasa tropa veterana sobre la frontera
indigena y en el Ievamtisco Alto Peri Con menos de dos mil soldados
regulares para defender algumos millones de kilémetros cuadrados, el
virrey de Buenos Aires, marqués de Sobremonte, tiene que enfrentar
como puede la amenaza briténica, acerca de cuya inmigencia noticias
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entos soldados de los que acaban de conquistar a los holandeses el
Cabo de Buena Esperanza son los que, sin instrueciones de Londres, son
lanzados por el comodoro Popham y cl brigadier general Beresford a la
conquista del puerto desde el eval a pla périana aventura la tras
vyesia atlintiea. De los directores de ia empresa, Popham es quien tiene
intorgs ya antiguo por la América espafola que ha Tiguiado en los
proyectos —euya ejecucién sélo recientemente habia sido abandonada
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y
en la esperanza de un cambio de la politica espafiola— que Miranda ha-
bia elaborado infatigablemente para el gabinete britinico, centrados
todos ellos en el desencadenamiento de una revolucién en las Indias,
con apoyo de Inglaterra... Aparte de esos objetivos acaso despropor-
cionados con la magnitud de la expedicién, ésta es atraida por otro mis
inmediato: 1a captura del cargamento de plate: y oro concontrado en
Buenos AireS para su traelado a Ia metrépoli (en 1804 la violenta cap-
tara del convoy que llevaba la anterior remesa habia proporefonado ¢
los britinicos un botin de cuatro millones de pesos).
En todo caso, para lograr cualquiera de esos objetivos era preciso con
aquistar la capital del Virreinato. Es ésta, finalmente, la decisién a la que
Tegan Beresford y Popham, tras_considerar la toma de Montevideo.
Desde el 8 de junio estan los incursores frente al Cabo de Santa Maria,
cen Ia costa de Ia Banda Oriental; sélo el 25 desembarearan en Quilmes.
El virrey, juzgando que In amenaza 3¢ dirige Montevideo, etvia alli
su escasa tropa veterana; cuando la aparicién en el rio de la pequefia
flota incursora no es seguida por un ataque contra el puerto fortificado
de la Banda Oriental, comienza a dudar de que és¢ sea finalmente °u
destino; aun asi, juzga imposible que el objetivo sea Buenos Aires; cree
iis bien que los incursores se proponen dafiar la navegacisin en la boca
del Rio'de Ia Plata,
E125, el desembarco de las tropas de Beresford en Quilmes lo desen-
gafiaria, obligindolo a improvisar una resistencia a cargo de Gla
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~"opas eh gran parte improvisadas so revelarin, totalmente ineficaces;
los blandengues intentan reeditar la téctica de incursiones y répidas fu-
1gas en pequefios pelotones, aprendfda de los indios y efectiva contra
ellos; enfrentan con dificultad el fuego de los ingleses, que resulta ines-
peradamente certero, y no logran romper las formaciones enemigas. Por
otra parte, sun los blandengues —y mucho mas las milicias— tienen mo-
vimientos de pénico ante las explosiones de las granadas, de las que no
han tenido antes experiencia directa. Se quiebra la linea de defensa,
situada sobre el Riachuelo, y Beresford entra en Buenos Aires, Eneuen-
‘ra alli una recepeién inesperadamente favorable. Sin duda el virrey se
hha marchado con lo mis importante de los caudales, y desde el 27.de
julio asti-en Lajti, env vana espera de refuerzos formados en la came
‘pafia, Pero las corporaciones urbanas se apresuran a prestar adhesin
al nuevo orden, persuaden al virrey —euya retirada no se prohiben juz-
gar duramente— de que entregue los eaudales regios al conguistador.
salvando asi las fortunas privadas a las que Beresford habia anienazado
recurrir como fuente alternativa de botint Un testigo exeepeional,
23secretario del consulado, Manuel Belgrano, ha dejado testimonio de su
‘mpotente Tadignacién ante’el poco desdroso especticulo brindado por
‘ese cuerpo, hasta entonces fortaleza de la més intransigente lealtad cas-
tellana;? Beresford, por su parte, apreciaba sobre todo la. participacién
del clero regular y secular en las ostentosas adhesiones al nuevo orden:
parece haber hallado muy setisfactoria Ia oracién en que el prior domi-
nico, no satisfecho con evocar el texto paulino segin el cual todo poder
viene de Dios, se aventuraba a profetizar un futuro de ventura para estas
tierras bajo el cetro de su nuevo soberano.?
La aparente unanimidad de las adhesiones terminé sin emb: ae
; embargo por de-
bilitar al ocupante en un aspecto esencial: Je hizo desechar por p
grosa cualquier tentativa de buscar el apoyo politico de ciertos sectores
F potencialmente descontentos con el régimen espafiol. Sin duda habia
‘tfa reasn aun para esa citeunspeccién que iba a caracterizar al oot
pante: habiendo conquistado Buenos Aires por propia iniciativa, igno-
taba por entero qué ease su gobierno con esta conquista, Asi, no tiene
nada de extraiio qué los esfuerzos de Beresford se hayait dirigido sobce
todo a asegurar a los sectores dominantes: la capitulacién verbal, que
4quiso ratificar por eserito cl 2 de julio, mantenia a todos los magistra-
dos y funcionarios en sus cargos; pocos dias después, saliendo al paso
de previsiones que habia doapertada recelos y eaperanzas, Beresford con-
firmaba « Tos esclavos en.el deber de obediencia hacia sus amos, y de-
claraba que no esteba en la intencién de las autoridades britinicas favo-
recer su emancipaciéa. No es extrafio entonces que recibiese friamente
las spenuas de algun ellos fovorables al eableimiento de un
pais independiente; ello hubiese significado la ruptura con esos ficles
tervidbTes dela Carona castllaa con cuya aihesioneontabe Beresford
para hacer arvaigar sin teopieaos el dominio de su sef0E)
Era acaso pagar un precio demasiado alto por una adhesién s6lo opor
tunista, A pesar de todo, el dominio britinico debia introducir cambios:
el 4 de agosto. —Iuego de un mes de tersiversaciones— era implanta-
do el comercio libre, con muy bajas tasas aduaneras; era éee en verdad el
niieleo de un nuevo pacto colonial, a cuya sombrs los comexcisntes por-
tefios seguramente.no.hubiesen encontrado facil seguir medrando. No
es extruio entonces que, si algunos de los que abundaron en declaracio-
nes de snmisién al nuevo monarea se abstuvieron en efecto de toda des-
1, En su autobiogatia (Manuel Belgrano, Exits econémicos, B, Ay 16
vie. 52) ue
2, Publis Record Ofer (Land), W. 0. 1/161, Basford al Sesto de
Estado de Guerra, 16 de julio de 1806. M ford al S ‘
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Jealtad, se-hayan abstenide también de oponerse en accién o palabra &
las conspiraciones que bien pronto comenzaron a tramarse, desde las
mas alocadamente audaces, que se proponian transformar al centro de la
ciudad en un campo minado, mediante 1a excavacién clandestina de
‘an complejo sistema de galesias, hasta las més razonables que buscaban
volear sobre la capital conquistada los recursos del resto del pais.
Sin duda estas iltimas habfan sufrido una derrota inicial cuando la
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Sus adversarios dentro de Buenos Aires saben también que ésa es Ja
‘consideracién devisiva; mientras en Cérdoba el vitrey organiza una
ruova fuerza para marchar sobre Buenos Aires, en esta ciudad se orga-
nizan gcupos de resistencia: dos jévenes, Juan Martin de Pueyrredin y
Manuel de Arroyo y Pinedo, los estin armando en la inniediata earpa-
En relacién con ellos esté Santiago de Liniers, emigrado francés,
capitin de navio aeantonado en la Bnseiiada, cuyo hermano —el marques
de Liniers, jefe de la casa— ha hecho fortuna en Buenos Aires. El ea
pitin Liniers prefiere marcharsea la banda opuesta, y wilizar sus recursos
fen una reconquista en regla, Tras hacer vela de armas en el convento de
Santo Domingo —la elocuencia de cuyo prior habia sorprendido tan grata-
mente a Beresford— pasa a La Colonia y el 18 do julio esta ya en Mone
tevideo, donde persuade no sin esfuerzo al gobernador militar expaiiol
de que le confie la tropa veterana alli enviada por el virrey. Con esos sui
hnientos cineuenta soldados y eustrocientos milicianos vuelve a embarcarse
en La Colonia, el 3 de agosto (dos dias antes, los paisanos reunidos por
Pueyrredén han sido disyersados en las chacras de Perisiel). El 10,
‘on la toma de los corrales de Miserere y del Retiro, domina los accesos
tie la ciudad por el norte y el oeste; el dfa siguiente se pasa en escara-
vnuzas, mientras los reclutas egregados a To largo de la jornads duplican
las fuerzas espaiiolas. El 12 se lucha en las calles, mientras desde las
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