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Juan Masías Clavel

fesora pidió que cada participante analizara la propia experiencia


SENTIRSE CULPABLE ANTE ALGUIEN de “sentirse mal al día siguiente por lo hecho la noche anterior”.
No se podían usar expresiones como “infracción”, “normas”, “pe-
Un enfoque sano sobre el tema de la culpabilidad debería evitar dos pa- cado”, “falta”, “remordimiento”, “conciencia” y otras semejantes. La
tologías: la auto condenación y la autojustificación. Mediante la reflexión expresión “sentirse mal” era algo ambigua, pero tenia la ventaja de
sobre la fenomenología de la culpa, este artículo trata de proporcionar un conectar con los modos de hablar propios del entorno juvenil ac-
marco general de referencia en el que encuadrar las diversos perspecti-
vas de las ciencias (neurobiología, psicología, sociología, etc.) que tratan
tual. La pregunta era: ¿Por qué, ante qué o ante quién os sentisteis
los problemas de la culpa y la responsabilidad. mal? He aquí algunas respuestas:
Dos cuestiones básicas quedan planteadas al final: cómo diagnosticar
si una experiencia de culpa es sana o patológica y cómo tratar las dos “A” se siente mal porque es la primera vez que toma parte
patologías mencionadas: la autocondenación y la autojustificación.
en una acción semejante, lo que puede repercutir en la imagen
que de ella tienen quienes la conocen. “B” teme que les caiga un
castigo. “C’ siente vergüenza y le asusta pensar qué dirá la familia
Diálogo Filosófico 70 (2008) 4-18 de la víctima, que es amiga de la suya. “E”, que tenía fama de buen
comportamiento, teme que los profesores sepan que tomó parte
en la afrenta. “F” se siente culpable de haber hecho algo que está
Si aplicarnos al estudio del tema de la culpa el criterio mal... y la lista sigue. Pero llama la atención el comentario de “H”:
aristotélico del término medio, hallaremos dos patologías: la au- “me siento mal porque la víctima era mi amiga íntima. Aunque no
topunición, por exceso de sentimiento de culpabilidad, y la auto- se entere de que yo estaba en el grupo atacante, aunque nadie me
justificación, por defecto. A medida que se reducen los excesos de castigue ni me denuncie por ello, el hecho es que yo he traicionado
culpabilidad morbosa y se compensan las carencias de culpabili- su confianza y amistad. Me siento mal porque hice lo que estoy
dad sana, crece y se consolida la responsabilidad proporcionada, convencida de que no debía haber hecho”.
que es síntoma de madurez en los individuos y en las sociedades.
La fenomenología de las experiencias de culpa, así como la del Entre las diversas motivaciones aducidas como razón para
lenguaje con que nos referimos a ellas, nos proporcionan el térmi- sentirse mal, la dada por “H” remite a una culpabilidad sana, arraiga-
no medio con que medir, por una parte, los estados de fiebre alta y, da en una responsabilidad hacia la otra persona y hacia uno mismo
por otra, las situaciones de anemia moral en el extremo opuesto. como persona. La ausencia de este tipo de responsabilidad en quie-
nes dieron otras razones es síntoma de superficialidad moral. No
Como sugerencia para leer ese “termómetro de los niveles carecían de sentido de responsabilidad quienes adujeron esas otras
de culpabilidad y responsabilidad” sirvan de ayuda las reflexiones razones, pero al indagar de qué y ante qué se sentían responsables,
siguientes. la respuesta conduce a derroteros que no facilitan el crecimiento
moral y pueden acabar en patologías de la culpabilidad: vergüen-
Sentirse mal y lamentar el mal za, temor al castigo, pérdida de autoestima, autopunición, etc.

Experiencia en una clase de psicología: el alumnado prac- A partir de este’ sencillo ejemplo, vemos que el enfoque del
ticaba un ejercicio de “role play”. Representaron una escena de tema de la culpabilidad ganaría mucho si reflexionásemos previa-
malos tratos por parte de un grupo de chicos y chicas universitarias mente sobre algunas de sus premisas antropológicas. Por ejem-
contra una compañera de curso a la que habían hecho beber más plo, sobre el ser humano como animal vulnerable, reconciliable y
de la cuenta. En la sesión de estudio y debate subsiguientes la pro- responsable.
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Reconocer la vulnerabilidad tuamente. Por eso el animal humano, complicado y ambiguo, es


un animal muy vulnerable que tiene que elegir y aprender a elegir.
Los humanos pertenecemos a una especie animal con una
asombrosa capacidad para la violencia. Pero también nos carac- Capaces de provocar violencia y pacificar, de herir y perdo-
teriza la capacidad de perdonar y reconciliar, prometer y empezar nar, de prometer y reconciliar, ¿cómo vamos a usar esta libertad?
de nuevo, mediar y dialogar para pacificar. Entre lo mejor de la No sólo somos vulnerables sino vulneradores, capaces de des-
creatividad humana sobresale la de pedir y otorgar perdón, tras el truimos a nosotros, a nuestra especie y al entorno. Pero somos
reconocimiento de la culpa. El ser humano es un animal especial- también capaces de perdonar y de prometer. Al reconciliamos con
mente vulnerable debido a la fragilidad que llevamos en el reverso el pasado, a pesar de lo que ocurrió, y al apostar creativamente
de nuestra excelencia cerebral; somos capaces de justificar lo in- por el futuro, a pesar de la incertidumbre, nos humanizamos. La
justificable y de generar autodestrucción y destrucción mutua. justicia rehabilitadora de la memoria histórica recuerda el mal para
que no se repita. La imaginación creativa capacita para prometer
¿Dónde estriba la vulnerabilidad del ser humano? Desde no repetirlo.
luego, no en su mayor o menor capacidad muscular, sino en las
posibilidades de esa estructura tan compleja que es nuestro cere- En la ópera Adriana Mater, el autor del libreto, Amin Ma-
bro. Un cerebro complicadísimo capaz de dar unos saltos de crea- alouf, nos confronta con el enigma del perdón y del odio. ¿Es va-
tividad enormes. Y esto constituye un arma de dos filos, con la que liente o cobarde el perdonar? Adriana, violada, no quiso abortar
lo mismo podemos curar o matar, sanar o herir. Tenemos dentro ¿Qué sangre correrá por las venas de su hijo’? ¿Será Caín o Abel?
de nosotros mismos una capacidad peligrosísima para producir ar- El hijo, al conocer su origen, quiere vengar a su madre, pero huye
mas de violencia, de destrucción masiva. horrorizado al comprobar que su padre, que ha vuelto del frente,
está ciego. Cuando se excusa por no haber sido capaz de asesinar
Estamos capacitados para dar saltos de creatividad hacia a quien lo engendró con brutalidad, su madre pronuncia la catarsis
adelante o caer en retrocesos de autoengaño. Los filósofos esco- lapidaria: “no nos hemos vengado, pero nos hemos salvado”.
lásticos ponían la causa del error en “afirmar más allá de lo que
da de sí la aprehensión perceptiva”, Esta capacidad humana de Paul Ricoeur, en su libro La memoria, la historia, el olvido,
ir más lejos y ciar un salto injustificado, afirmando sin fundamento trata también sobre la culpa y el perdón, sobre víctimas y agre-
suficiente, es un arma de dos fios que lo mismo puede abrir hori- sores. Insiste Ricoeur en que, al mismo tiempo que se recuerda
zontes poéticos de creatividad o perspectivas metafísicas de tras- el pasado para evitar que se repita, se fomenta con imaginación
cendencia: o convertirse en fábrica de espejismos o en recurso de creativa la búsqueda de soluciones, sin vencedores ni vencidos,
autojustificación y autoengaño. con capacidad para negociar y ceder de cara al futuro. Nadie pue-
de perdonar en lugar de la víctima, ni podemos obligar desde fuera
Lo característico humano no es situarse por encima de a las víctimas él que perdonen. Pero tampoco puede nadie sustituir
otras especies animales, sino oscilar en una doble posibilidad: co- al agresor para pedir perdón en su lugar, así como de poco servi-
locarse por encima o por debajo, humanizarse o deshumanizarse, rá imponerle forzadamente un arrepentimiento que no le brote de
El león y el tigre son fieros, pero no crueles. La crueldad vengativa dentro. Pero se puede con fiar en que “otro yo es posible”; que hay,
es característica de la capacidad humana de odiar sin sentido. Lo dentro de quien fuera capaz de lo peor, la capacidad de lo mejor.
típico humano, por ejemplo, en el amor, no es hacerla mejor que Que despierte en el criminal la capacidad latente de prometer no
otras especies, sino poder hacerla mejor o peor, con dosis de repetir la agresión. Que despierte en la víctima la capacidad de
ternura o de sadismo haciéndonos felices o destrozándonos mu- renunciar a la venganza. Que despierte en la sociedad entera la
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capacidad de hacer justicia para rehabilitar, de recuperar la memo- tolerantes y dogmatismos impositivos. Es importante recuperar la
ria histórica del mal para no repetirlo y de imaginar creativamente confianza originaria en una palabra recibida, en lo gratuito del don.
caminos para volver a empezar siempre de nuevo. Cree Ricoeur que hay que desprenderse del énfasis en la catego-
ría de “omnipotencia”, más teológico-política que religiosa. Esta
Podemos encontrar un ejemplo en el padre de una de las categoría ha sido utilizada para justificar poderes políticos o para
víctimas del atentado de Oklahoma, que se convirtió en presidente atemorizar moralizando. Propone Ricoeur el neologismo “omni-de-
de la Asociación de víctimas en contra de la pena de muerte para bilidad” para designar el amor que se entrega a la muerte pidiendo
los agresores. Decía así: “me ha costado tiempo cambiar. Al prin- el perdón para los ejecutores.
cipio quería tomar la venganza por mi mano... de pronto caí en la
cuenta de que los padres del agresor habían ido de pequeños a La capacidad de gratitud y de perdón van unidas, según
la misma iglesia que yo. Yo perdí en el atentado a mi hija. Ellos Ricoeur. La recomendación de tratar a los demás como quisiéra-
van a perder, con la ejecución de la pena de muerte, a su hijo. Los mos que nos traten es susceptible de una doble interpretación:
muertos ya no regresan. Mientras aspiremos a la satisfacción de interesada y calculadora o desinteresada y agradecida. La primera
la venganza no se curará en nuestra vida ni en nuestra sociedad sigue la “lógica de la equivalencia”, que se formula en términos
la espiral de violencia. Al fin, cambié de postura... pero ha sido un de reciprocidad: “doy para que me den”. La segunda obedece a
proceso muy largo”. la “economía del don”: “agradecido porque me han dado, doy yo
también”. Aplicado al perdón sería: “no perdono para que me per-
Al hablar así, esta persona había descubierto la capacidad donen, sino por haber sido perdonado yo primero”. Se da gratis lo
humana de perdonar y de prometer. Así, el animal vulnerable y que gratis se recibió.
vulnerador se realiza como animal reconciliable y reconciliador.
Personalizar la responsabilidad
Ambigüedad creativa del celebro humano
Con estas premisas antropológicas pasemos a considerar
Un científico y un filósofo, Jean-Pierre Changeux y Paul la libertad y la responsabilidad. El ser humano es, dice Zubiri, ani-
Ricoeur, han contrastado las respectivas posturas neurobiológica y mal de realidades que se hace cargo de la realidad: Añade Ellacu-
fenomenológica para acometer el enigma del cerebro-espíritu hu- ría: y también es animal de responsabilidades. Si me siento culpa-
mano desde fuera y desde dentro. Después de recorrer diversos ble, eso quiere decir que me considero responsable. Pero, ¿cómo
aspectos de la relación entre lo neuronal y lo mental (discurso cien- entendemos la responsabilidad y qué queremos decir con esta
tífico y filosófico sobre cuerpo y espíritu), desembocan en el último palabra que implica nada menos que el presupuesto de la libertad
capítulo en el tema de la violencia y la reconciliación. Resulta gra- humana? Ante todo, responsabilidad significa respuesta, capaci-
tifican te comprobar que neurobiología y filosofía convergen apun- dad de responder. ¿Responder de qué, ante qué o ante quién?
tando a una raíz común de violencia y tolerancia, vulnerabilidad y Ante todo, responder a mí mismo, a lo que en el fondo más quiero,
reconciliabilidad ancladas en la creatividad ambigua del cerebro a la llamada de mi yo más auténtico, a la voz de la conciencia. Es
humano. también responder a la llamada de los valores en sí. Y es respon-
der a la llamada del valor de la persona y a la exigencia de tratar y
Ricoeur señala cómo se desvirtúa lo religioso en los fanatis- ser tratado como persona. ¿Sería posible esto sin libertad, aunque
mos fundamentalistas generadores de guerras. Pero reconoce que sea condicionada? La pregunta radical no es si puedo o no elegir,
hay un peligro inherente en la misma religiosidad, ya que la fuerza sino si puedo, al menos en parte y en algunos momentos, tomar
de la convicción puede acabar por desencadenar exclusivismos in- las riendas de mi vida. A veces queremos ser libres y nos vemos
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coartados. A veces el actuar libremente nos resulta una carga y lamente así se encontrará una reconciliación liberadora en vez de
nos vemos “condenados a la libertad” (Sartre). Cuando soy res- una ansiedad patológica.
ponsable, respondo ante mí y ante la llamada de unos valores que
humanizan. Es una respuesta desde lo más íntimo de mi querer, Hemos evitado aquí la palabra pecado y hablado de fa-
situado ante el horizonte del bien. Ésta es una libertad más profun- llo moral. Se abarca así una problemática mucho más amplia. Un
da que la mera libertad de elección. fallo o fracaso no tiene por qué ser necesariamente culpable en
sentido estricto. Puede ser un fallo en la captación de los valores,
Al medir, desde la responsabilidad, distintos niveles de sen- o en ignorar el papel de las normas, o un fallo, el más frecuente,
sación de culpa por no haber respondido como debíamos, vemos en el modo de juzgar y decidir responsablemente y en concien-
que, según cómo respondemos y ante qué o quién respondemos, cia. Además del fallo a nivel individual, hay el problema de la red
nuestra temperatura ética oscila entre lo patológico y lo sano. Si de “a-moralidad” o “antimoralidad” en que estamos más o menos
responsabilidad es capacidad de responder, hay que preguntarse, conscientemente enredados. Se plantea también el problema de
¿a qué y cómo damos respuesta cuando respondemos a la reali- cómo aprender de los fallos o de los logros pasados tanto a nivel
dad? ¿Respondemos impersonalmente, siguiendo la corriente ge- individual como comunitario.
neral de lo que se dice y se hace? ¿Respondemos individualmente
desde dentro de nosotros mismos? ¿Respondemos a la realidad Pero el tratamiento del tema del perdón desde enfoques
personal de la otra persona desde lo mejor de nosotros mismos, excesivamente culpabilizadores lo ha desfigurado a menudo. Ante
desde un “yo” que es un “nosotros”? ¿Respondemos a todo y al el problema de qué hacer después de haber cometido el mal moral,
Todo, a la totalidad de valores que merecen la pena? ¿Responde- caben tres actitudes: a) resistirse a reconocerlo y encerrarse en la
mos, últimamente, a la voz de lo absoluto o de un más allá? autojustificación; b) admitirlo, pero encerrarse en lo patológico de
la autocondenación: c) reconocerlo y dejarse perdonar. Esta última
Reorientar el remordimiento actitud tropieza con dos dificultades: para poder dejarse perdonar,
hay que superar ames la dificultad de perdonarse a sí mismo.
Ni las clases de ética enseñan a ser buena persona, ni los
libros de ética garantizan eliminar el mal del mundo. Podremos Verbalizar el arrepentimiento
tener una ética demasiado negativa, centrada en normas, o podre-
mos preferir una ética más positiva, orientada a ideales, centrada Cuando nos sentimos mal por haber hecho lo que esta-
en valores y abierta a la flexibilidad que exigen las situaciones con- mos convencidos que es lo indebido, es natural que nos asuste
cretas. Pero, en cualquier caso, habrá que confrontar la realidad la posibilidad de que la víctima o la sociedad no sean capaces de
del mal que hacemos, llámesele fallo, falta, fracaso, etc. A veces perdonarnos. Pero también cabe la posibilidad de que, al proyectar
nos percataremos de forma inmediata. A veces, sólo nos daremos sobre el espejo la imagen propia como la de alguien que ha hecho
cuenta más tarde. ¿Qué hacer cuando reconocemos el fallo moral, el mal, nos disguste vemos así y seamos incapaces de perdona-
tanto si es consciente como si ha sido inconsciente? Una reac- mos a nosotros mismos. Si la autojustificación pecaba por defecto,
ción corriente podría ser la de no reconocer el fallo; otra, también la autocondenación es la patología de la culpa por exceso. El filó-
frecuente, sería de reconocerlo y, en consecuencia, desanimarse sofo japonés Tadao Hisahige ha estudiado la fenomenología de la
o desesperarse por ello. Dos casos extremos serían la ausencia culpabilidad tomando como hilo conductor la frase “yo pienso que
de sana culpabilidad y la obsesión causada por una culpabilidad hecho mal a alguien”. A partir de ella fue reconstruyendo la conste-
patológica. Solamente allí donde se da una oportunidad como la lación semántica de la culpa y el perdón.
de pedir o recibir perdón, habrá una salida de este atolladero. So-
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El primer paso es preguntarse quién es el sujeto que dice ha hecho un mal y he sido yo quien lo ha hecho. Ese yo que ha-
“yo me siento mal” y “yo pienso que he hecho mal”. El sujeto de bla es un yo contradictorio que no hace el bien que quiere, sino el
ese “yo pienso” no es un mero “cogito” cartesiano abstracto, sino mal que no quiere (Rm 7,15). Pero lo hace y merece que le pidan
alguien que siente haber herido a alguien: “yo, vulnerador, he in- cuentas por ello. Al decirme esto a mi mismo comienzo a tomar
fringido un mal a otra persona. Desde ese momento, yo ya no soy distancia de mí mismo, soy él la vez acusado y juez. Me hablo a mí
el que era antes de cometer la vulneración. He cometido algo que mismo en segunda persona. Paso así de ser un yo que huye de su
otras personas no han cometido. Soy diferente”. Verse a sí mismo responsabilidad a ser un yo que despierta a la culpabilidad.
así puede ser muy sincero y honesto. Pero también conlleva el
peligro de quedar encerrado en el atolladero de una culpabilidad He hecho: es un pretérito perfecto. Lo hecho, hecho está,
sin salida. Se percata de que ha roto uno de los nudos de su red es irreversible. Nos atamos con las cadenas de la propia acción.
de relaciones personales y sufre al ver rotos por su propia culpa Reconocer lo imborrable de las consecuencias de la propia acción
algunos de los lazos que le unían a otras personas. Recuerda que vulneradora es parte del principio de la sana culpabilidad. Pero
antes no era así. Su propio yo está ahora en crisis por haber vulne- quedarse ahí encerrado llevaría, de nuevo, a un patológico calle-
rado a otra persona. Kierkegaard hablaría de un “replegarse sobre jón sin salida. La imaginación reproductora, que hace presente el
sí mismo”, presa del pesar por su acción pasada, que repercute pasado, y la imaginación conjeturadora, que anticipa el futuro y
ahora en su presente y le hace sufrir de un modo ambiguo. Le deja las consecuencias, aumentan el peso de lo irreparable sobre el
abierto a la doble posibilidad de reconocer y lamentar sanamente presente de la culpabilidad, con el peligro de hacerse patológica
lo ocurrido pidiendo perdón o de atormentarse indefinidamente con y dificultarme la salida del atolladero mediante la aceptación de
la patología de la culpa. dejarme perdonar.

Comparemos ahora la frase “yo pienso que he hecho mal He hecho el mal: al reconocer como mal la acción cometi-
a alguien” con las siguientes frases. Si digo “yo pienso que tú has da, me estoy percatando del valor y contravalor éticos que estaban
hecho mal a alguien”, estoy reprochando algo a mi interlocutor y le en juego. Pero, al interiorizar la falta e insistir en la autoacusación,
estoy acusando. Si digo “yo pienso que otra persona te ha hecho se acentúa el desacuerdo conmigo mismo que puede desembocar
mal a ti”, estoy acusando ti una tercera persona y apoyando al in- en las patologías autocondenatorias denunciadas por Nietzsche y
terlocutor. Si digo “tú piensas que yo he hecho mal a alguien” me Freud. Si no sólo he hecho el mal, sino que me he hecho malo, me
estoy haciendo eco de la acusación contra mí. Por contraste con encuentro escindido dentro de mí mismo, al reconocer que me he
esas frases, cuando digo “yo pienso que he hecho mal a alguien” traicionado a mí mismo.
me estoy acusando a mí mismo, reconociendo el mal hecho por
mí. Esto puede ser el inicio de una sana culpabilidad y petición de He hecho mal a alguien: al expresarme así, empieza a
perdón o de un encerramiento obsesivo y patológico en el senti- abrirse un horizonte de salida porque empiezo a personalizar mi
miento de culpabilidad. culpabilidad. No he infringido meramente una culpa o traicionado
una idea, sino vulnerado a una persona con la que compartía un
Siguiendo el análisis de Hisashige, podemos desmenuzar espacio ético de convivencia. Aunque esta persona no se haya
la frase en sus componentes. dado cuenta de que he sido yo el vulnerador, ya ha cambiado mi
relación con ella. La he hecho pasar de ser un “tú” a ser un “él” o
Yo pienso: soy yo con conciencia de mí, quien piensa que un “ella”, o aún peor, un “ello”. Pero no me siento mal ante esta per-
ha hecho mal. Aunque algo me haya arrastrado a hacerla y aunque sona solamente, sino ante mí mismo, que la he traicionado. Hay
ya hubiera mal en el mundo antes de que yo hiciera algo mal. Se dos víctimas en cada agresión: la persona agredida y la agresora,
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que es víctima de su propia acción. Destruido el espacio ético de la desfigurarlo con justificaciones, pero sin que su vista nos provoque
confianza en la convivencia, víctima de mi propia acción, anticipo rechazo, depresión o desesperación. Ahí es donde interviene la
la mirada acusadora de la víctima y no sé dónde escapar de ella y perspectiva religiosa de acogida por parte de una instancia abso-
de mí mismo. De nuevo aquí el peligro del atolladero sin salida, de luta por la que ser amorosamente acogidos, con lo que se hace
la culpabilidad patológica. llevadero el propio límite y se adquiere la capacidad de asumir sin
disimular, comprender sin justificar y de aceptar sin condescender.
Yo digo, yo os lo digo: ahora ya no me lo digo sólo a mí mis- Desde la aceptación incondicional, por parte de quien nos acep-
mo ante el espejo. Lo digo a otras personas. Al pasar al lenguaje, ta gratuitamente como somos, Se hacen posibles estas actitudes,
mi autoacusación comienza a liberarse del encerramiento patológi- que conjugan la sana culpabilidad con la creatividad del perdón y
co en el círculo cerrado de la autoimputación. Pero aún queda ca- la reconciliación de cara al futuro.
mino por recorrer. El pedir y recibir perdón no es un camino fácil. Al
reconocer el mal me arriesgo. No sé si me perdonarán. Pongo mi Desmitificar la acusación
libertad en manos de la víctima a quien pido perdón. Reconocer la
culpa ya empieza a liberarme. Pero presupone dos aceptaciones Es particularmente valiosa la sugerencia de Ricoeur en su
difíciles: perdonarme a mí mismo y dejarme perdonar, aceptarme estudio sobre la desmitificación de la acusación, en el que distin-
a mí mismo y fiarme de la posibilidad del perdón. gue entre desmitificar y desmitologizar. Desmitificar es renunciar
al mito, reconociéndolo como mito. Desmitologizar es reconocer
Ahora bien, ¿qué ocurre si la víctima rechaza perdonar la riqueza simbólica del mito y liberarse de la racionalización que
me? Aquí queda un cabo suelto para ser tratado por quienes estu- lo estropea. Es decir, renunciar al mito como explicación, para
dien este tema desde perspectivas de espiritualidad. Por ejemplo, quedarse con el mito como sugerencia antropológica y recuperar
en el budismo o en el cristianismo habrá una salida allí donde una su valor simbólico. A la hora de desmitificar la acusación, piensa
instancia absoluta acoja incondicionalmente esta petición de per- Ricoeur que el psicoanálisis nos ayuda más que el mero análisis
dón, aunque la víctima no perdone... Esto sería tema de un estu- de la obligación. Por eso se pone a “acusar a la acusación”, sos-
dio particular. Aquí se trata solamente de plantear el estado de la pechando de ella. La conciencia pasa de ser juzgada a juzgar a
cuestión. la acusación que la juzgaba a ella. Al interpretar de este modo la
obligación como la “acusación acusada” se remonta Ricoeur des-
Dejarse perdonar de la obligación hasta el deseo de ser, razón de la ética. La ética
se comprende entonces como la “apropiación de nuestro esfuerzo
Cuando nos dejamos acoger de ese modo, nos capacita- por ser; no la mera obligación, sino el proceso de nuestra propia
mos para mirar cara a cara el mal moral cometido, sin que nos liberación. El fundamento de la ética radica en tener que ser lo que
obsesione de un modo patológico su memoria. Para que el recuer- originariamente se es: hazte el que eres”.
do del mal pasado, cometido por uno mismo, no sea patológico,
se requerirá una buena dosis de aceptación de sí mismo y de la Enmarcada en este enfoque, se comprende su manera de
propia limitación. Las aportaciones psicoanalíticas, juntamente con considerar la ética religiosa: no se da el paso de lo ético a lo religio-
las perspectivas religiosas, nos hacen ver este aspecto del ser hu- so mediante un simple relacionar un mandamiento moral con una
mano, que en el fenómeno de la culpa vive las contradicciones manifestación divina. También esto requiere ser desmitologizado.
más desgarradoras. Ahí se loca fondo en las raíces de la autotrai- Hay que evitar, dice, que la característica de una ética religiosa
ción que amenaza a la libertad humana. No es fácil perdonarse a sí consista simplemente en vincular la norma con la voluntad divina.
mismo ni dejarse perdonar, mirar cara a cara el propio pasado, sin No debería limitarse la religión a ser una mera sacralización de las
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prohibiciones. Es importante relacionar el mensaje cristiano con el probaría. En realidad, el mandamiento de amar es un correctivo
deseo, raíz de la obligación, más que con las solas obligaciones. supra-moral de la obligación, más que un sustituto de la regla de
La teología hace por comprender este mensaje de cara al testimo- oro. Realizaría la conversión de la regla de oro desde su sentido
nio. La filosofía reflexiona sobre ello relacionándolo con el deseo interesado (“doy para que me den”) hacia una actitud de acogida al
radical. La pregunta “¿qué puedo esperar?” Es mucho más radical otro. En vez de “dar para que me den”, “doy porque antes me han
que la cuestión “¿qué debo hacer?”. Desmitologizadas así la acu- dado a mí”. Pero el mandamiento , a su vez, debe recibir ayuda de
sación y la transgresión, resulta que lo opuesto al pecado no es la la regla de oro y ser interpretado por ella. La regla de oro está si-
moralidad sino la fe. En este enfoque, Cristo no es un simple héroe tuada en el corazón del conflicto entre el interés y el sacrificio de sí
del deber, sino el esquema viviente de la esperanza, símbolo vivo mismo. Religa la ausencia de medida propia del amor y el sentido
de su cumplimiento y fundamento de su realización. Entendida así de medida propio de la justicia. La economía del don desarrolla una
la religión, no reduciremos el mal a una mera transgresión de un “lógica de la sobreabundancia” que, en un primer momento, parece
mandato. Para la religión el mal se sitúa ante Dios. El pecado es oponerse a la “lógica de la equivalencia”, que gobierna la ética coti-
ruptura de la relación de confianza con Él. Para el puritano, el mal diana. Sin el correctivo del mandato de amar, la regla de oro sería
es algo condenable, pero cuyo origen y esencia no se captan. Se entendida como máxima utilitaria. También la justicia, dejada a sí
queda en condenarlo y no se abre a la esperanza. Para la religio- misma, tendería a subordinar la cooperación a la competencia, o
sidad, el problema no es el origen del mal sino su fin. Lo opuesto incluso a esperar del solo equilibrio de intereses rivales el simulacro
al pecado no es ya la moralidad, sino la fe. El pecado radical sería, de la cooperación. La tensión no suprime el contraste ente las dos
por tanto la desconfianza. lógicas (del don y de la equivalencia), pero hace de la justicia el
medio necesario del amor.
La religión pretende enmarcar toda experiencia, compren-
dida la moral, en la “economía del don”. El contexto de la regla
de oro (el mandamiento de amar a los enemigos) parece desa-

Condensó: JOAQUIM PONS ZANOTTI

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