Está en la página 1de 35

El Arte en la Historia

El Legado Jesuita

Alejandra Varas
Candela Bustos
Eugenia Ruiz
Lucrecia Bellingeri Marquez

Cuarto año, 2016


El Arte en la Historia

Los Jesuitas en América


Los Jesuitas llegaron a Brasil cuando el fundador Loyola era general de la orden. En el go-
bierno de Francisco de Borja ingresaron a Florida, México y Perú y en el de Claudio Acquaviva a
Canadá, Nueva Granada, la Presidencia de Quito y otras zonas.

Los Jesuitas fueron innova-


dores en la explotación de sus
haciendas y propiedades en la
América Hispánica. Durante los
siglos XVII y XVIII supieron
gestionar verdaderos emporios
agroindustriales con métodos de
gerencia que se adelantaron a
los utilizados en la actualidad.
Además agregaron la partici-
pación patrimonial de lo recau-
dado en las haciendas para
luego ser redistribuido entre
indígenas, esclavos y emple-
ados, llegamos a la conclusión
que fueron los primeros en
otorgar una suerte de “títulos de
propiedad” a sus subordinados.
La finalidad de estas
propiedades era sostener sus
colegios, pues éstos –debido a
una rigurosa concepción del
voto de pobreza- eran gratuitos.
Sin embargo, la riqueza de estos
complejos y haciendas atrajo la
ambición de las Coronas y
particulares y, a la larga, fue un
factor para la supresión de la
Orden.

En 1766 reinaba Carlos III, cuarto rey Borbón, afrancesado e imbuido de las ideas
“iluministas”, que estaban de moda por entonces. Ideas que exaltaban las excelencias de la
razón humana por encima de todo dogma, veían en la ciencia un camino infalible para lograr el
“proceso indefinido” y, siguiendo el pensamiento de Voltaire, abrigaban un fuerte en-cono
contra la Iglesia Católica, a la que tildaban de “retrógrada y oscurantista”. Por otra parte, los
borbones eran centralistas y procuraban colocar bajo su control la mayor cantidad posible de
actividades políticas, sociales, culturales e, incluso, religiosas que se desarrollaban en sus
dominios. Es natural, entonces, que recelaran de los Jesuitas, ya que ellos, además de contar
en sus filas con figuras de gran relieve intelectual –adversas al modo de pensar en boga-,
poseían un apreciable poder temporal. El cual se manifestaba aquí de manera patente, en las
numerosas y florecientes reducciones que regían, habiendo conseguido triunfar en la reciente
Guerra Guaranítica, durante cuyo transcurso sus milicias se enfrentaron eficazmente a las
tropas portuguesas y españolas.

2
El Legado Jesuita

La Pragmática Sanción de 1767 fue obra de Pedro Rodríguez de Campomanes (futuro


conde de Campomanes), entonces fiscal del Consejo de Castilla. Al mismo tiempo, se decre-
taba la incautación del patrimonio que la Compañía tenía en estos reinos (haciendas, edificios,
bibliotecas), aunque no se encontró el supuesto «tesoro» en efectivo que se esperaba. Los
hijos de San Ignacio tuvieron que dejar el trabajo que realizaban en sus obras educativas y sus
misiones entre indígenas, como las famosas Reducciones guaraníes y las menos célebres, pero
no menos esforzadas misiones entre los Tarahumara en México y a lo largo del Amazonas
(Misiones del Marañón). Solo unos cuantos centenares sobrevivieron en Rusia, protegidos por
la zarina Catalina II, de origen alemán.

En el territorio del Río de la Plata, gobernaba Buenos Aires Francisco de Paula Bucarelli, a
quien se encomienda el cumplimiento de esta ley, que importaba expulsar a los Jesuitas.
Bucarelli actúa rápidamente y se apodera de los colegios pertenecientes a la orden, remitiendo
a España los religiosos que enseñaban en esos establecimientos y que no se resistieron. Para
ocupar las reducciones, reunió en Buenos Aires a sus caciques y regidores, agasajándolos y
procurando ganar su buena disposición. Tampoco resistieron en esta oportunidad los Jesuitas
y el cuidado de aquellas notables obras suyas fue confiado a otras órdenes religiosas, que
fracasaron en la empresa. Al poco tiempo, las un día prosperas reducciones estaban sumidas
en la anarquía y fueron cayendo en el mayor de los abandonos. Hoy nos admiramos ante sus
ruinas, rescatadas de la selva que terminó por invadirlas, voraz.

El arte en las misiones


Durante un siglo y medio, guaraníes y
Jesuitas coincidieron en un escenario
poblado por los signos del cristianismo, las
heterodoxas liturgias, el trabajo colectivo y
ritualizado. Artes visuales y música for-
maban parte de ese mosaico cuyo
poderoso influjo simbólico guiaba a los
pueblos; con-vertidos en el más activo
centro de trabajo artístico al sur de
América, los talleres misionales dieron a luz
interpretaciones singulares del arte
europeo: espejos de un sincretismo único.

Los Jesuitas supieron aprovechar la


habilidad artística de los indígenas. En las

misiones surgieron carpinteros, ebanistas, Ilustración del padre jesuita Florian Paucke.
herreros, pintores, escultores y plateros
que construyeron grandes templos, talla-
ron ángeles y flores en sus frentes, pare-
des, pilas bautismales y púlpitos. Muros y

3
El Arte en la Historia

altares lucían cruces, pinturas e imágenes de


santos talladas en madera. La obra primordial de
este trabajo es el heredado del Padre suizo
Arte Colonial Martín Schmid, arquitecto y músico quien fue el
El arte colonial es el que se desarrolla en verdadero creador de la impresionante arqui-
América durante el periodo de ocupación espa- tectura de las Iglesias Misionales forjadas en un
ñola. Esta influencia dominará y se impondrá a estilo Barroco Mestizo. En la construcción se
la autóctona. Desde España llegarán al Nuevo
Mundo numerosos artistas que formarán talle-
denota el uso de los materiales naturales del
res y enseñarán a los nativos los modelos y esti- lugar como la madera, el tallado de las columnas
los de la península, como son el gótico, rena- es realmente imponente, los púlpitos y cajo-
cimiento, manierismo, barroco y neoclasicismo. nerías destacan ante bellos altares bañados de
Hay que señalar la importancia de la pintura en
oro; finalmente las pinturas de las paredes son
el proceso de evangelización, ya que sus temas
religiosos y didácticos tratan diferentes episo- detalles de arte colosal. El tallado de los santos
dios de la vida de Jesús, de la Virgen y de los compete a una labor mestiza que continúa en la
santos más populares. actualidad en talleres de formación ancestral.
El Barroco en las posesiones españolas ame-
ricanas abarca el siglo XVII y primeros años del
XVIII. No fue un simple traslado de los principios Los cánones arquitectónicos y distribución
estéticos y formales europeos que caracte- espacial de las misiones tuvieron un modelo
rizaron a este estilo artístico, sino que tomó una significativo, esquema que fue repetido con cier-
dimensión distinta donde a partir de lo europeo tas variaciones en el resto de las reducciones
se generó un arte colonial donde se lee la im-
pronta mestiza de América. El indígena, vencido
misionales. La Misión de San Javier fue la base
por la conquista española, ejerció una suerte de de un estilo de organización; una especie de
“contra conquista” a través de una redefinición estructura modular y una amplia plaza de entor-
de la cultura dominante, enriqueciéndola y no, en el cual se concentraban: Iglesia, cemen-
transformándola. terio, escuelas, talleres y viviendas.
Características del Arte Barroco en América
La iglesia, compuesta de tres naves, tiene un
 La arquitectura y su patrón estético lo techo forjado de madera simple, sostenido por
marcaban las condiciones del medio físico, es columnas salomónicas de madera cuchi labrada,
decir si quedaban huellas de un terremoto este
quedaba grabado en su arte.
y horcones en las naves laterales, constituyendo
 Es esencialmente decorativo. un sistema estructural de madera casi indepen-
 El naturalismo, las figuras no se represen- dientemente de los muros. Pese a que en la
taban en los cuadros como simples estereotipos solidez de la estructura se utilizó madera, otros
sino de una manera individualizada, con su per- elementos locales sustituyeron la obra fina y
sonalidad propia.
gruesa de la misma, visible en todas las iglesias;
 Posee color, a través de la piedra, el la-
drillo, la tintura, la yesería. los decorados de revoques planos, ondulados y
 En pintura se combinaron las formas deco- falsos de yeso para asemejar la construcción
rativas indígenas con las europeas, en especial barroca, consiguiéndose la creación de volutas,
las de la escuela flamenca, siempre ricamente cenefas y caracolas. El uso de la piedra volcánica
decoradas en oro
 En cuanto a la escultura se caracterizaba
es notorio en ciertos enclaves de magnificencia y
por ser ornamental, un estilo extremadamente sobriedad. Una muestra de la habilidad artesanal
recargado de los indígenas: los pilares de sostén también
 La iglesia católica determinó muchas de fueron hechos en madera de cuchi. El pintado de
las características del arte barroco, ya que ella los interiores fue realizado usando colores cuyo
se convirtió en uno de los mecenas más influ-
yentes, y la contrarreforma, contribuyó a la for-
estilo inconscientemente vierte una similitud del
mación de un arte emocional, exaltado, dra- arte egipcio o se compara al arte creado en
mático y naturalista, con un claro sentido de templos hindúes y tibetanos.
preocupación en la fe.-

4
El Legado Jesuita

En la región de la Chiquitania (Bolivia) se establecieron las misiones jesuíticas a partir de la


segunda mitad del siglo XVII (1691-1760). Quedan como un legado extraordinario porque son
las únicas misiones en Sud América que no fueron destruidas luego de que los Jesuitas fueran
expulsados de las colonias españolas. No se tratan de ruinas sino de pueblos vivos, con gente
que sigue yendo a misa en las mismas iglesias majestuosas, a disfrutar de los mismos
conciertos de música barroca, como lo hacían entonces cuando los Jesuitas regían las misiones
hace tres siglos atrás.

Las misiones argentinas


Las Misiones Jesuíticas de Guaraníes han configurado uno de los proyectos más notables de
América en cuanto hace a la ocupación planificada de un territorio que se consolida finalmente
en el asentamiento de treinta pueblos, hoy en territorios de Argentina, Brasil y Paraguay. En su
apogeo la Provincia Jesuítica de Misiones comprendió a un total de 30 reducciones de indios
guaraníes. La monolítica unidad territorial, cultural y étnica, que fue característica de Misiones,
hizo crisis con el advenimiento de la expulsión de la Compañía de Jesús y luego con los
movimientos revolucionarios nacionales, en los primeros años del siglo XIX.

La inevitable desintegración del sistema ideado y consolidado pacientemente por los


Padres de la Compañía desde los inicios del siglo XVIII, no tuvo grandes tiempos de espera. El
epílogo fue dramático y en algunos aspectos violento. La renombrada "República Jesuítica"
territorialmente quedó fracturada y sus amplios territorios fagocitados por tres Estados Nacio-
nales: Argentina, Brasil y Paraguay. Particularmente, en Argentina quedaron: Yapeyú, La Cruz,
Santo Tomé, San Carlos, Apóstoles, San José, Mártires, Santa María, San Javier, Concepción de
la Sierra, Candelaria, Santa Ana, Loreto, San Ignacio Miní y Corpus.

Desintegración territorial, despo-


blación, desorganización política, insti-
tucional y administrativa, fueron los
factores decisivos que arrastraron a los
pueblos al estado de ruina arqui-
tectónica y urbana. En el caso de los
quince pueblos comprendidos en el
actual territorio argentino se agregó
otro factor, el de la despiadada vio-
lencia con que fueron destruidos e
incendiados por las fuerzas invasoras
paraguayas y portuguesas en el año
1817. En cambio los pueblos com-
prendidos en los territorios del Para-
Ruinas de Santa María la Mayor. guay y del Brasil prolongaron su agó-
nica extinción algunos años más.

Los treinta pueblos jesuíticos durante los siglos XVII y XVIII conformaron no solo un ámbito
territorial definido, sino también un sistema integrado en el orden económico y político-
administrativo. La extinción de aquella realidad histórica no fue absoluta. Como todo hecho

5
El Arte en la Historia

histórico, dejó significativas huellas, algunas tangibles y otras intangibles. De alguna forma la
persistencia de aquellas huellas es lo que permite que hoy, en un complejo contexto multi-
nacional (Argentina, Brasil, Paraguay), factibilice la recreación de aquel ámbito de nuestra
historia. De este modo, cada conjunto jesuítico que hoy persiste en ruinas posee, además del
valor intríseco indiscutible, un valor y trascendencia que devienen de su inserción y
funcionalidad en el ámbito territorial de los treinta pueblos.

En la actual provincia argentina de Misiones se hallan once del total de treinta pueblos que
componían la Provincia Jesuítica; este conjunto de pueblos se ubica en un estrecho territorio
entre los ríos Paraná y Uruguay. Se pueden diferenciar dos grupos: el de los pueblos
paranaenses, que comprende a Candelaria, Santa Ana, Loreto, San Ignacio y Corpus; y el de los
pueblos uruguayenses, que comprende a San José, Apóstoles, Concepción, Mártires, Santa
María la Mayor y San Javier. La serranía central de Misiones, que actúa como divisoria de
aguas, separó a ambas zonas, y definió en ciertos aspectos el modo de ocupación del espacio
en ambos ámbitos. El conjunto de Santa María la Mayor es el que evidencia más vestigios en el
orden urbano y arquitectónico. Los demás conjuntos, en mayor o menor grado, se hallan muy
devastados, aunque sin perder su valor histórico y arqueológico. Algunos, como Apóstoles y
Concepción, han perdido todo resto en elevación como consecuencia de los modernos
trazados urbanos que se han impuesto sobre los jesuíticos.

Infografía de las Ruinas de San Ignacio.

Los aspectos potenciales de los conjuntos uruguayenses no están en la simple arquitectura


persistente en elevación, como podría ser el caso de los paranaenses. Excluyendo a Santa
María la Mayor, los demás pueblos carecieron de la exquisitez arquitectónica que pudieron
ostentar, por ejemplo: San Ignacio Miní, Santa Ana o Candelaria. Fueron pueblos de "barro", es
decir con un rotundo predominio del adobe y la tapia en las construcciones, aún en las
monumentales, como ser los templos, residencias, etc. Esto es lo que les da a sus ruinas ese
aspecto tan chato, aplastado al suelo, sin elevaciones prominentes, donde lo horizontal se
impone a lo vertical. A los ojos del observador ocasional parecieran no existir, al estar gran
parte de los restos en íntima comunicación con el suelo y la vegetación natural. Sin embargo

6
El Legado Jesuita

allí es donde se hallan los restos o vestigios más valiosos, los que registran la historia de esos
pueblos. Algo muy distinto a los muros de piedra en elevación observables en los pueblos
paranaenses, pero no menos significativos y probablemente mucho más testimonial sobre la
vida en las reducciones.

A ciento cincuenta años de su destrucción por las violentas incursiones de los portugueses y
paraguayos, sus restos se nos presentan hoy como un legado histórico-cultural; el grado de
conservación de los conjuntos es variable, pero reversible en todos los casos en que no se
instrumenten acciones tendientes a su preservación. Alguno de ellos han desaparecido ante el
arrollador crecimiento del urbanismo moderno, tal el caso de Apóstoles y Concepción de la
Sierra. Otros como el caso de San José, Candelaria, Corpus y San Javier, aún persisten míni-
mamente, merced al sentido común de conservación de algunos lugareños más que a la
intervención oficial; San Ignacio Miní, Ntra. Sra. de Loreto, Santa Ana, Santa María la Mayor y
Santos Mártires del Japón, en cambio, impactan al espíritu y al intelecto del hombre actual por
la magnitud de los restos que ofrecen.

Todos estos monumentos se asientan en Misiones y son parte ineludible de la vida de sus
habitantes trascendiendo notablemente el marco provincial, proyectándose al mundo como
"Patrimonio Cultural de la Humanidad".

De 1767 a la actualidad

Hacia 1790 los pueblos misioneros aún contenían un importante número de población
guaraní, pero arquitectónicamente ya estaban en un estado deplorable. Los muros de los
otrora magníficos templos comenzaban a ceder ante el paso del tiempo y la falta de mante-
nimiento, fenómeno que se reflejaba también en el resto de las construcciones.

La administración post-jesuítica, preocupada más por la explotación del trabajo indígena,


restó importancia al mantenimiento físico de los pueblos. Sin embargo a comienzos del siglo
XIX aparece la figura del Gobernador Santiago de Liniers, quien fue el primero que teorizó y
practicó la restauración y la reconstrucción en la arquitectura de los pueblos misioneros. Por
su iniciativa se contrató al Arquitecto Thomas Mármol, el cual trabajó prácticamente en todos
los pueblos de Misiones. La situación política que se generó luego de 1810 significó una crisis
traumática para los pueblos.

Entre los años 1815 y 1818 los once pueblos fueron arrasados por las invasiones paraguayas
y portuguesas: ruinas era el producto final que quedaba de aquellos florecientes pueblos
misioneros que habían sido la admiración de los viajeros del mundo. Hubo proyectos para
repoblarlos, pero pudo más el ancestral odio hacia los Jesuitas y sus indios de Misiones. Este
prejuicio cegó toda posible valoración histórica de los monumentos. Las ruinas pasaron a ser
lugares a los que se recurría para la obtención de piedras, tejas, herrajes, etc, con el fin de
reutilizarlos en nuevos asentamientos. Así las ruinas comenzaron a ser desmanteladas y los
elementos fueron cargados en carretas o barcazas por el Paraná rumbo a los nuevos
asentamientos que se generaban.

En la década de 1890 Juan Queirel llegó a San Ignacio para realizar la mensura de la traza
urbana del nuevo pueblo y quedó atónito ante las ruinas que estaban cubiertas por el monte.
Ve lo que antes nadie antes había observado: el carácter y la trascendencia histórica del sitio,
la cultura expresada en los muros caídos y en los restos dispersos: recomienda la conservación

7
El Arte en la Historia

de las ruinas, con los cual comienza una nueva etapa. Se inicia, tímidamente, a reconocer el
carácter histórico de los Conjuntos y fundamentalmente el valor arquitectónico de los mismos.
Sin embargo, la cultura liberal-positivista, anticlerical y europeizante, típica de fines del siglo
XIX y primeras décadas del siglo XX, impidió una valoración integral y genuina del contenido
cultural e histórico de las ruinas de Misiones.

La obra "El Imperio Jesuítico", escrito por Leopoldo Lugones luego de su visita a las ruinas
de Misiones es un claro ejemplo, más aún cuando dicha obra tuvo una gran influencia cultural
en las primeras décadas del presente siglo. Lugones reconoce el valor histórico de las ruinas,
pero las evaluó positivamente únicamente en el aspecto monumental -arquitectónico. Su
anticlericalismo le impidió apreciar el contenido evangelizador de los Conjuntos Jesuíticos, su
europeísmo fue un velo que le impidió valorar el arte hispano-guaraní, e ideología liberal vio
en el sistema solidario de las misiones un abyecto "comunismo". De esta manera, según la
concepción de Lugones, las ruinas podían ser valoradas y rescatadas solamente en su aspecto
arquitectónico, el contenido histórico-cultural nunca.

Se ingresa entonces en un período de intervenciones directas a los Conjuntos Jesuíticos,


que comienza con la nacionalización de los predios que comprenden a las ruinas de San
Ignacio Miní y Santa María la Mayor. Los demás Conjuntos quedaban librados a su suerte. Es
en décadas recientes que se genera un significativo cambio con la puesta en marcha del
Programa Misiones Jesuíticas (Convenio Nación-Provincia) y la conformación de un equipo
técnico residente en la Provincia de Misiones e integrado por profesionales misioneros y otros
apoyos de la Nación, interiorizados íntimamente de la situación real de los Conjuntos Jesuíticos
y de los valores implícitos en ellos.

Los fundamentos técnicos, metodológicos y científicos del Plan han sido puestos a prueba
en la intervención realizada en el Conjunto de Nuestra Señora de Loreto. Algunos de los logros:
es el único, del total de los Once Pueblos, cuya historia conocemos minuciosamente. Es el
único Conjunto que posee un relevamiento, no solo del casco urbano, sino también de todo el
entorno jurisdiccional. Se ha puesto en valor no solamente el aspecto urbano arquitectónico,
sino también el ámbito sacro de la Reducción, denotando el valor trascendental del culto a la
Virgen de Loreto. Se ha puesto en práctica un rescate del ecosistema como parte integral del
monumento, que no tiene parangón hasta el momento, etc. Simultáneamente se realizaron
también intervenciones en los Conjuntos de Santa Ana y Santa María la Mayor.

8
El Legado Jesuita

Estancias Jesuíticas en Argentina

El Legado Jesuita

Estancia Santa Catalina.

Tras los muros de estas estancias cordobesas se encierran siglos de la historia colonial de
nuestro país. Construidas entre los años 1616 y 1725 por los Jesuitas, surgieron para sustentar
económicamente su obra evangelizadora en la región. Los Jesuitas se establecieron en
Córdoba en 1599. En el solar asignado por el cabildo proyectaron las edificaciones que aun hoy
se mantienen. El templo, el más antiguo del país, fue construido en 1672, posee una sola nave
y el tratamiento de su bóveda la convierte en única: una sucesión de arcos de madera
conforman el costillar recubierto con tientos de cuero crudo. Impactante retablo de cedro
paraguayo.

La Compañía de Jesús había sentado sus bases en lo que hoy conocemos como la Manzana
Jesuítica en la ciudad de Córdoba. Allí se erigieron la Iglesia de la Compañía, el Colegio Máximo
y el Convictorio, donde en la actualidad funcionan la Universidad Nacional de Córdoba y el
Colegio Nacional de Monserrat. Desde hace más de 400 años, sus aulas y claustros albergan a
estudiantes venidos de distintos lugares en busca de conocimiento, que se respira en todo su
ambiente y su arquitectura. Su construcción, dirigida por los misioneros y realizada por miles
de aborígenes que aprendieron el oficio de albañiles, artistas orfebres, ebanistas y herreros,
todavía puede apreciarse intacta en las bóvedas y retablos de la Compañía y la Iglesia
Doméstica. En ellas se refleja un estilo único y singular, objeto de estudio de los expertos por la
fusión del arte nativo con el barroco europeo.

Pero para que la misión evangelizadora y educadora pensada por San Ignacio de Loyola
pudiera concretarse, necesitaban generar sus propios recursos. Fue así que entre los siglos XVII
y principios del XVIII, la orden ignaciana, para lograr el mantenimiento de la Manzana Jesuítica,
adquirió o construyó seis estancias en la región serrana: Caroya (1616), Jesús María (1618),
Santa Catalina (1622), Alta Gracia (1643), La Candelaria (1683) y San Ignacio (1725). Esta últi-
ma, ya desaparecida, estaba ubicada en la zona de Calamuchita.

9
El Arte en la Historia

A diferencia de las reducciones del Paraguay y el norte argentino, cuyo propósito era la
reorganización social y educativa de los aborígenes, en las de Córdoba eran establecimientos
agro-ganaderos que contaban con puestos, corrales y potreros para ganado vacuno, lanar,
mular y caballar, huertas para hortalizas, campos para cultivo de trigo y maíz, percheles para
granos, tajamares y acequias para el riego de cultivos y el funcionamiento de molinos. Y como
pertinaces trabajadores, también se dedicaban a la carpintería, herrería, curtiembre y tejidos,
jabonería y panadería, y poseían hornos de cal y ladrillos. Asimismo, en los cascos se
levantaban, además de la ranchería del personal, la casa de residencia de los Padres y Herma-
nos estancieros y, obviamente, la capilla. Así se levantaban "algunas de las más bellas obras de
arquitectura colonial del país", como se asegura en la Guía de Arquitectura de Córdoba editada
en 1996 por las ciudades de Córdoba y Sevilla. En esa obra se explica que las estancias
responden al tipo de conjunto monástico instaurado durante siglos en Europa y luego
trasladado a América: una iglesia, cementerio contiguo, claustros para residencia de los
monjes y para talleres y vivienda de indígenas. "Las emparenta el ingenio y la capacidad de sus
autores para adaptar las soluciones europeas a las condiciones tecnológicas y ambientales
locales, de lo que han resultado obras de gran originalidad", sostienen los autores Marina
Waisman, Juana Bustamante y Gustavo Ceballos.

De todo el conjunto, sobresale el trayecto que une a la capital cordobesa con Santa
Catalina, sobre la huella del Camino Real: un sendero que transitaban los conquistadores
españoles para llevar mulas y tejidos desde Córdoba hasta las minas de Potosí (Perú). Quedó
allí una extraña y fascinante fusión de cultura y naturaleza, un perfecto encuentro que no deja
de sorprender al visitante. Todo expresa la impronta de la voluntad misionera jesuítica, que
sobrevivió a la expulsión de la Orden firmada por el rey de España Carlos III en el año 1767, y
que a fines del año 2000, la UNESCO declaró a la Manzana Jesuítica y al Camino de las
Estancias como Patrimonio de la Humanidad. "Para mayor gloria de Dios", como rezaba el
estandarte de los Jesuitas al desembarcar en estas prometedoras tierras.

 Iglesia del Convento de Las Teresas, Córdoba capital

El convento fue fundado en 1622 por Juan de Tejeda, en parte del solar que ocupaba
su propia casa, y construido al parecer por su hijo, el poeta Luis de Tejeda. Todo el
ímpetu decorativo se ha concentrado en la fachada de la iglesia y el portal de acceso al
convento, que se destacan ambos en la mejor tradición hispánico-árabe, sobre un
desnudo muro que da a la calle Independencia.

El portal del convento es una barroca composición de frontis curvo con sus cornisas
interrumpidas, coronado por un fantástico peinetón, que tenía su paralelo en la derruida
casa de los Allende. La Fachada de la iglesia presenta la superposición de un orden
gigante y una elaborada superficie articulada con fajas y nichos, de probable filiación
palladiana la primera, y la segunda tradición manierista romana y también
borrominniana. La espléndida espadaña, que retoma con leves variaciones estos
motivos, es única entre las iglesias urbanas cordobesas.

 Iglesia de Candonga, comuna de El Manzano

La capilla se compone de una pequeña nave y la sacristía, todo cubierto con bóveda
de medio punto, formando un arco que abriga la portada misma. En el altar principal se
venera a la Virgen del Rosario. El trabajo a cuchillo de la baranda del comulgatorio y
detalles de la imagen prueban la intervención de artistas indígenas en la decoración. Es
uno de los mayores exponentes de la arquitectura colonial en Córdoba por su

10
El Legado Jesuita

originalidad y belleza de líneas arquitectónicas. Sus viejos muros descansan en un


ambiente de serenidad en la soledad de la montaña, única compañera que le ha
quedado en el decurso de los siglos. Se accede a la capilla recorriendo un camino de
cornisa, con excelentes vistas panorámicas, partiendo desde la localidad de El Manzano
o desde Agua de Oro.

 Museo Casa del Virrey Liniers, Alta Gracia

La iglesia y la residencia de los siglos XVII y XVIII, estas se sitúan alrededor de un


patio claustral. La residencia está construida en forma de “L” y en dos niveles. En la
planta alta las habitaciones lindan a las galerías que repiten constantemente bóvedas de
crucería y arcos de medio punto que descansan sobre robustos pilares. La iglesia ocupa
el ala sur del patio y es un ejemplo del barroco americano. Está edificada como una sola
nave y se distingue por la curvatura de los muros que bajan desde la cúpula. La redondez
de esas paredes constituye una excepción dentro de las tipologías religiosas coloniales
de Latinoamérica. En su construcción intervinieron los arquitectos Jesuitas Prímoli,
Bianchi, Kraus, Harschl y probablemente Forcada.

 Capilla de la estancia de La Candelaria

Se trata de una tipología única en Córdoba identificada por su aspecto cerrado,


organizado en torno a un patio central rectangular, uno de cuyos lados es la iglesia; a él
se accede por un portón lateral ubicado sobre el atrio. Se destaca la presencia de la
iglesia, con su fachada rematada por una notable espadaña de tres aberturas coronada
por un perfil de líneas curvas que identifica al conjunto en el paisaje serrano. Posee
características que la asemejan a un fuerte con capilla. Está edificada en cuadro cerrado,
en forma amurallada. Tiene un primer patio lateral a la iglesia, rodeado de las
habitaciones que constituyen el convento, y un segundo patio en torno del cual se
desarrollan los talleres y depósitos, las cuadras y corrales. Luego vienen el tajamar, la
atahona, el horno y la huerta. Al frente de la capilla, después del atrio, había una larga
fila de ranchos albergaban a la gente de trabajo. Sobre el atrio sobreelevado, forman
ángulo recto la portada del convento y la fachada de la capilla, con adornos simples y
bien proporcionados. La puerta principal de algarrobo de dos hojas, está enmarcada por
un perfecto arco de medio punto que genera un pequeño porche sobre el cual y hacia el
interior se encuentra la tribuna del coro. Dos columnas sencillas, planas, sostienen un
tímpano en cuyo eje central se destaca una hornacina que alojaba una talla de la virgen
titular, patrona de los mineros. Las gruesas paredes se completan con importantes
contrafuertes, todo ello construido a la usanza jesuítica: piedra canteada, combinada
con ladrillos cocidos asentados en cal en sucesivas hiladas. Al coro y campanario se llega
por una escalera exterior que se encuentra en el patio principal.

 Iglesia de Santa Catalina, Jesús María

Santa Catalina es reconocida especialmente por su imponente iglesia, ejemplo del


barroco colonial en el país, visiblemente influenciado por la arquitectura centroeuropea
de ese estilo.

Más de un siglo después de adquirir la estancia en 1754, los misioneros Jesuitas


terminaron de erigir la iglesia. Su imponente fachada, flanqueada por dos torres y un
portal en curva, es de líneas y ornatos gráciles, con pilastras y frontones curvos. En su
interior fascina la armonía de las proporciones: una sola nave en cruz latina que culmina
en la cúpula circular con ventanas en la bóveda, el gran retablo del altar mayor tallado
en madera y dorado, en el que se destaca un lienzo representativo de Santa Catalina de
Siena, patrona de la estancia; una imagen de vestir del Señor de la Humildad y la
Paciencia, y la talla policromada de un Cristo crucificado.

11
El Arte en la Historia

Junto a la iglesia se encuentran el pequeño cementerio precedido por un portal que


repite características de la fachada de la iglesia y la residencia con sus tres patios, locales
anexos y huerta. Separados del cuerpo principal de la estancia se hallan el noviciado, la
ranchería, el sistema hidráulico (tajamar, restos de acequias y molinos) y restos de
hornos.

Estancias Jesuíticas
Estancia de Caroya
La Estancia de Caroya es la primera estancia que organizó la Compañía de Jesús hacia el año
1616. Ubicada en el límite oeste de la localidad de Colonia Caroya, en la provincia de Córdoba,
44 km al norte de la ciudad capital (Ruta Nacional Nº 9), se enclava este enorme caserón
colonial rodeado de arboledas y vides bajo el cordón de las sierras chicas.

Por el año 1661 fue


vendida al fundador del
Colegio Monserrat, el
Presbítero Ignacio Duarte
Quiróz, quien logró trans-
formarla en una pródiga
tierra con producción de
maíz y trigo, frutas, vino,
miel y algarrobo. En
1867, Duarte la donó al
Colegio para que fuera
utilizada como solar ve-
raniego de sus estudian-
tes. Y así pasaron sus
merecidas vacaciones a-
lumnos como Juan José
Paso, Nicolás Avellaneda
y los hijos del Virrey
Liniers. Entre los años
1814 y 1816, las guerras independentistas hacen que Caroya se convierta en la primera fábrica
de armas blancas del país, abastecedora de las puntas de bayoneta para el Ejército del Norte.
En el año 1854 pasa a manos del gobierno nacional que en 1876 dispone, bajo la presidencia
de Nicolás Avellaneda, albergar a inmigrantes italianos provenientes de Friuli. En 1878, los
nuevos colonos ya instalados en los cuartos de la estancia comienzan a organizar el poblado en
las inmediaciones cercanas al casco.

La Casona

Toda la residencia está organizada en torno a un amplio patio central que detenta en su
ingreso dos enormes palmeras, seguidas de un frondoso jardín en el que se respira el aroma de

12
El Legado Jesuita

los olmos, naranjos y palmos. Junto a la capilla, el perchel, el tajamar, los restos del molino y
las acequias, además del área dedicada a la quinta, constituye un destacado ejemplo de
arquitectura residencial en el medio rural. Su estructura edilicia muestra rasgos
arquitectónicos propios de los siglos XVII, XVIII y XIX, marcados por las distintas etapas de
utilización de la casa. Por esta razón, el museo pluritemático y el centro de interpretación que
funciona en la estancia bajo la Dirección del Patrimonio Cultural de la Provincia de Córdoba,
cobran singular importancia. En las diez habitaciones que conforman el claustro, los objetos y
muebles testimonian las diversas épocas. Arcones de madera, sillones fraileros, pinturas
cuzqueñas y la talla de madera policromada de San Ramón Nonato fueron fieles testigos de los
días de descanso que pasaban los alumnos del Monserrat.

La capilla, que data del siglo XVII, con sus paredes de piedra y sólo una imagen en el altar de
la Virgen de Monserrat, invitan al recogimiento. Los amantes de las armas pueden recorrer los
salones y la galería donde se exhiben ejemplares de guerra como carabinas Remington 1879 y
Charleville 1850, tercerola Smith 1857, además de sables y espadas de la época revolucionaria.

El paso de los friulanos por la casa quedó reflejado en sus juegos de dormitorios, baúles de
viaje, ruecas para hilar y otros artefactos domésticos. También un enorme tonel con prensa
para las uvas, fiel expresión de los frutos de Caroya, donde todavía los descendientes de esos
inmigrantes producen el famoso vino frambua.

Tras años de historia, Caroya resguarda en sus silenciosos y apacibles rincones el espíritu de
las estancias jesuíticas.

Estancia de Jesús María


La Estancia de Jesús María se encuentra cuatro kilómetros al norte de la Estancia de La
Caroya, siguiendo siempre por la Ruta Nacional 9 en la provincia de Córdoba. Su ubicación no
es fortuita: por allí pasaba el camino real hacia la capital del Virreinato. En sus tierras se originó
la actual ciudad cordobesa de ciudad de Jesús María.

En 1618, los Jesuitas


adquirieron por ocho mil
pesos, las 20 mil cepas de
viñas, el molino, 250 va-
cas, 25 bueyes y 30 cerdos
de la Chacra de Guanu-
sacate, nombre con el que
designaban a esas tierras
los indígenas sanavirones.

En 1620, rebautizada
con su actual nombre cris-
tiano, este segundo em-
prendimiento productivo
de la Compañía de Jesús
concentraba a los aborí-
genes que eran asala-
riados y a cerca de tres-

13
El Arte en la Historia

cientos esclavos, comprados en el puerto de Buenos Aires, que llevaban la mayor carga de
trabajo. Como era de esperar, en la finca no sólo se hablaba el latín, el español y el italiano,
sino también las lenguas aborígenes y africanas. Mitad monasterio y mitad factoría, los
ranchos destinados a los indios y a los esclavos, fueron cambiando por las construcciones de
ladrillo, piedra y teja, características de la Orden. El patio central cerrado en dos costados por
un claustro de dos niveles, las amplias galerías, los arcos de medio punto, cierran el estilo
propio de la Compañía. La iglesia, de fachada sobria y nave única abovedada, muestra en su
interior una importante cúpula central ornamentada con relieves que denotan las manos de
los artistas aborígenes. Junto a la sacristía, la elegante espadaña de piedra completa la arqui-
tectura de la finca.

La producción vitivinícola de la Estancia de Jesús María alcanzó tal grado de calidad y


desarrollo, que su fama trascendió las fronteras y se prolonga hasta nuestros días. El lagrimilla,
exquisito vino elaborado a partir del mosto de 48 mil cepas cultivadas, poseía un sabor tan
singular que lo llevó a convertirse en el primer vino americano degustado en la mesa real de
Felipe V en Madrid.

Luego de la expulsión de la Orden, la Estancia de Jesús María pasó a manos privadas hasta
que en 1941 fue adquirida por el gobierno nacional y declarada Monumento Histórico. A partir
de 1946, funciona como Museo Jesuítico Nacional, recreando las condiciones originales del
emprendimiento.

En la planta baja de la estancia, lugar donde se elaboraba el famoso vino, hoy se encuentra
una profusa colección de piezas arqueológicas de la zona. Un recorrido por las salas muestra
imágenes religiosas, crucifijos, litografías, monedas y medallas, hasta llegar al tesoro jesuítico
de Jesús María: la Inmaculada de madera, el Cristo de la Paciencia, los querubines legados por
los guaraníes y otras tallas de impactante contextura americana.

Estancia de Santa Catalina


La más grande de todas las estancias jesuíticas, Estancia Santa Catalina fue fundada en
1622. Vamos al norte rumbo a Ascochinga, siempre siguiendo por la Ruta Nacional Nº 9, pero
esta vez a 70 kilómetros de Córdoba Capital, unos 20 km al noroeste de Jesús María, donde se
toma un camino provincial secundario. Y volvemos a remontar la historia.

En las antiguas tierras de Calabalumba la Vieja, en la actual provincia de Córdoba, la


Compañía de Jesús compra en cuatro mil quinientos pesos la Estancia de Santa Catalina que,
por ese entonces, comprendía algunas precarias construcciones y muchas cabezas de ganado.
Debido a la gran insuficiencia de agua, la primera gran obra de los Jesuitas fue de ingeniería
hidráulica: un conjunto de conductos subterráneos por el cual el agua llegaba a la finca desde
Ongamira, a varios kilómetros de distancia en las sierras, y era almacenada en un gran tajamar.
Así, Santa Catalina se convirtió en el gran centro de producción pecuaria con miles de cabezas
de ganado vacuno, ovino y mular, además del obraje con sus telares y aparejos, la herrería, la
carpintería, el batán (bastidor oscilante de telar) y dos molinos.

Pero más allá del gran emprendimiento productivo, Santa Catalina es conocida por su
iglesia, ejemplo del barroco colonial en Argentina, visiblemente influenciado por la
arquitectura centroeuropea del mismo estilo.

14
El Legado Jesuita

Más de un siglo después de adquirir la estancia en 1754, los misioneros Jesuitas terminaron
de erigir la iglesia. Su imponente fachada, flanqueada por dos torres y un portal en curva, es de
líneas y ornatos gráciles, con pilastras y frontones curvos. En su interior fascina la armonía de
las proporciones: una sola nave en cruz latina que culmina en la cúpula circular con ventanas
en la bóveda, el gran retablo del altar mayor tallado en madera y dorado, en el que se destaca
un lienzo representativo de la santa patrona de la estancia, una imagen de vestir del Señor de
la Humildad y la Paciencia y la talla policromada de un Cristo crucificado.

A la monumental iglesia se le fueron sumando las demás construcciones del predio al estilo
del Medioevo, claustros cercando patios, galerías con bóvedas de cañón, talleres, caballerizas,
depósitos, huertas y rancherías.

Luego de la expulsión de la Orden, Don Francisco Antonio Díaz adquirió la estancia Santa
Catalina en una subasta promovida por la Junta de Temporalidades, permaneciendo en manos
de cuatro ramas de familiares descendientes hasta la actualidad. Si bien en 1941 fue declarada
Museo Histórico Nacional, para internarse en los solariegos patios y recorrer la estancia hay
que pedir permiso, ya que cerca de 60 habitaciones son ocupadas por sus dueños. En lo que
antes era la ranchería de indígenas y esclavos, hoy se erige una pulpería campestre, donde se
puede comer rodeado de artesanías y antigüedades.

Estancia de Alta Gracia


Así premiaron a don Juan Nieto por sus servicios a las huestes colonizadoras de Jerónimo
Cabrera: con las tierras que por entonces sólo concentraban un par de ranchos y cultivos
realizados por los aborígenes de su encomienda. Ni se imaginaba que el heredero de esa
precaria finca, don Alonso Nieto de Herrera, al ingresar a la Compañía de Jesús por el 1643, la
donaría a la Orden. Y mucho menos que de la mano de los Jesuitas se desarrollaría semejante
emprendimiento productivo, dedicado a la rama textil, ganadera y agropecuaria y en especial
al comercio de mulas.

15
El Arte en la Historia

Ubicada a 36 km al sudoeste de la ciudad de Córdoba, la Estancia de Alta Gracia por el año


1659 había dejado atrás la originaria construcción de adobe y se había transformado en una
mole de cal y piedra, desafiando con su estilo barroco la arquitectura de la época. Estaba
conformada por la residencia, el obraje destinado principalmente a la producción textil, la
carpintería y los hornos, la ranchería y sus sesenta cuartos para trabajadores, el tajamar, un
dique artificial utilizado para el riego de los cultivos y la iglesia.

Diseñada por el genio de Andrés Blanqui, arquitecto de la Orden y responsable de la


mayoría de las obras coloniales más prestigiosas de la Argentina, el santuario es una verdadera
joya del barroco colonial que corona el ala sur del complejo. Única en el país por su fachada sin
torres, posee un perfil de curvas interrumpidas y pilastras apareadas que rememoran el
barroco italiano tardío. En su interior exquisitamente ornamentado, se destacan el retablo del
altar mayor con sus columnas salomónicas y el púlpito tallado en madera, debajo de la bóveda.

La casa del virrey

En 1810, luego de la expulsión y de sucesivos propietarios particulares, toma posesión de la


Estancia don Santiago de Liniers, antiguo Virrey del Río de la Plata, que vivió por escasos cinco
meses hasta su trágico final. Diez años más tarde, don Juan Manuel Solares compró y loteó las
tierras de las inmediaciones de la estancia, dando origen a la incipiente ciudad de Alta Gracia,
en la actual la provincia de Córdoba. Si bien en 1941 fue declarada Monumento Histórico
Nacional, la residencia fue ocupada por los herederos de Solares hasta el año 1968. Recién en
1971 se iniciaron las tareas de restauración que permitieron inaugurarla como Museo Nacional
Casa del Virrey Liniers, en pleno corazón del valle de Paravachasca, entre las últimas
estribaciones de las sierras chicas.

Traspasar el pórtico e ingresar al Patio de Honor acompañados por el aroma de los


naranjos, jazmines y duraznillos, nos invita al recorrido: la cúpula que sostiene las tres
campanas, un reloj de sol con su sombra proyectada y un apacible silencio que nos transporta
en el tiempo. Las salas del museo reflejan fielmente los ambientes de la vida colonial: las cujas
de algarrobo, petacas de viaje hechas en cuero crudo, la rueca de hilar lana, el brasero. Todo
dispuesto como entonces. De igual modo, la sala dedicada a Liniers con muebles que
pertenecieron a su familia: el juego de comedor, una cornucopia bañada en plata, la mesa de
cedro tallada y un óleo del Virrey.

Hoy en día, la Estancia de Alta Gracia es seguramente la de mayor actividad. Su integridad


original se vio modificada por la trama urbana de la misma ciudad: el museo funciona en lo
que antiguamente era la residencia; el templo es en la actualidad la iglesia parroquial; el obraje
pasó a ser una escuela secundaria, el tajamar, un centro de recreación y paseo; y sobre las
tierras de producción se construyeron diversos barrios. Por esta razón, remontar el pasado de
la Estancia Jesuítica de Alta Gracia significa conocer los orígenes de la misma ciudad, hoy
convertida en un pujante centro urbano.

Estancia de La Candelaria
El grabado en la puerta de la habitación del Padre encargado de la estancia reza: "1683". Es
el año en el que finalmente se consolidó la Estancia de la Candelaria en manos Jesuitas. Llegó a

16
El Legado Jesuita

ser el mejor ejemplo de un establecimiento serrano productor de ganadería extensiva,


fundamentalmente mular, destinado al tráfico de bienes desde y hacia el Alto Perú.

En los parajes rurales a 220 kilómetros al noroeste de la ciudad de Córdoba, la férrea


voluntad misionera no sólo tuvo que enfrentarse con las inclemencias de la geografía y del
clima, sino con el asedio de los malones. Este entorno marcó la diferencia arquitectónica con
las otras estancias jesuíticas, ya que su situación intermedia entre fortín y residencia con
santuario es única en la provincia. En un páramo donde predomina la piedra solamente, sus
murallas perimetrales y una única puerta de acceso evidencian la resistencia de los aborígenes
que enfrentaban a la colonización.

La iglesia, con sus muros rocosos y sus líneas austeras, sobresale por su espadaña barroca
que acuna tres campanas. Permanece casi intacta, blanca de cal, excepto en el altar donde se
destacan sus colores pasteles y ornamentos simples, con algunas imágenes y una talla en
madera de la Virgen de la Candelaria. Al lado de su entrada, un pequeño recinto con un orificio
permitía mantener la guardia frente a los malones, incluso durante el oficio religioso.

Una vez expulsados los Jesuitas, la Junta de Temporalidades dispuso su fraccionamiento


para sucesivas ventas. Al igual que las restantes, el casco de la Estancia de La Candelaria fue
declarado Monumento Histórico Nacional en 1941 y fue adquirido por el gobierno de la
provincia de Córdoba recién en 1982. Las tareas de restauración permiten visitar algunas
habitaciones donde se reconstruyeron los techos, como las del Padre encargado principal y su
ayudante.

El patio principal en ruinas y la ranchería de los esclavos, construida por simple apilamiento
de piedras con techo de paja, aún resisten el avance de la maleza. Completan el complejo los
corrales, el resto del tajamar, molinos y acequias. Sobre este paisaje de pampa de altura en el
macizo serrano, la Estancia de La Candelaria conserva rasgos de sus tiempos originarios, del
proyecto evangelizador de sus mentores en la desolación de sus tierras. Todo sumido en una
profunda y cautivante soledad.

17
El Arte en la Historia

La Manzana Jesuítica
El 20 de marzo de 1599, las autoridades del Cabildo le donaron a la Orden Jesuita la
manzana destinada originalmente a las monjas, para levantar allí su casa. Años antes, en los
mismos terrenos, los franciscanos habían erigido, con el esfuerzo de todos los pobladores, una
ermita. Por entonces, y según algunos relatos de la época, Córdoba albergaba a unos
trescientos vecinos y alrededor de diez mil indígenas. Así, el padre Rector Juan Romero tomó
posesión de la actual Manzana Jesuítica, situada entre las calles Obispo Trejo, Duarte y Quirós,
Caseros y la avenida Vélez Sarsfield, en la que se emplazaba sólo la ermita que figuraba en la
escritura de donación.

A partir de allí, los Jesuitas iniciaron una rápida y prolífica labor, estableciendo en el lugar la
Iglesia de la Compañía (junto a la Capilla Doméstica), el Colegio Monserrat y la Universidad
(con su Museo y Biblioteca Jesuítica).

Capilla Doméstica e Iglesia

En 1606, sólo siete años más tarde de la adjudicación, ya se habían levantado los cuartos
para la vivienda y una nueva capilla para reemplazar a la ermita. La Capilla Doméstica era un
exquisito santuario que abarcaba el actual hall de ingreso de la Iglesia y cuya construcción
finalizó aparentemente en el año 1668, siendo el templo más antiguo de la Argentina,
considerado un ejemplar único de la arquitectura colonial.

La austeridad de la fachada contrasta con la rica ornamentación del interior del templo, que
está construido en forma de cruz latina, con una capilla a cada lado (antiguamente la de
Naturales al norte y la de españoles al sur, destinadas a diferentes escalas sociales).

18
El Legado Jesuita

La carencia en la región de maderas


de dimensiones apropiadas para la edifi-
cación, definió una original forma cons-
tructiva para su bóveda, a modo de
casco de barco invertido. En su interior
se destacan las 50 “empresas sacras”,
especie de emblemas rectangulares
ubicados a 10 metros de altura, que
expresan una síntesis de máximas mora-
les de la Compañía de Jesús.

A nivel arquitectónico, este templo


cuenta con muros de piedra de 1.20 m
de ancho. Además posee una bóveda en
forma de quilla invertida de 10 m. de
ancho, construida con cañas tacuara,
yeso, cueros de vaca posteriormente
pintados y cedro de Paraguay. El retablo fue creado por arquitecto italiano Brassanelli, tallado
y restaurado varias veces por artistas indígenas de las Misiones, lo que provocó la pérdida del
estilo barroco. Inicialmente el altar de la Iglesia de la Compañía de Jesús era de plata
altoperuana; en la actualidad es de madera del siglo XX. Posee un púlpito trabajado con la
técnica del dorado a la hoja, al igual que la bóveda. También alberga pinturas del siglo XVII de
los padres jesuitas.

En cuanto a la imponente Iglesia, su construcción sólo pudo lograrse gracias a la donación


de un dilecto hijo de Córdoba: Manuel Cabrera, nieto del fundador de la ciudad. Existen dudas
sobre la fecha exacta del inicio de la edificación del templo, que se remonta a casi un siglo
antes de la construcción de las estancias cordobesas. En este sentido, se encuentran varias
piedras sapo (esteatita) inscriptas con los años en el que fueron terminadas las distintas
etapas. A pesar de las
imprecisiones, todos los in-
dicios hacen presuponer
que la Iglesia de la Com-
pañía fue empezada hacia
1650 y su principal creador
fue Felipe Lemaire, un in-
genioso francés, construc-
tor naval. Su idea era la de
armar una estructura ínte-
gramente de madera con
forma de quilla de barco
invertida. Para ello, viajó a
las misiones del Paraguay
para elegir personalmente
las maderas que se utili-
zaron en el techo.

Finalmente, después de la consagración en el año 1671, el templo fue decorado por


innumerables artistas, entre finales del siglo XVII y comienzos del XVIII. Algunas de estas obras
sufrieron un incendio en 1961. Después de la expulsión de los Jesuitas (1767) algunos
elementos fueron sacados del templo: la puerta cancel que ahora se aprecia en la Catedral; el

19
El Arte en la Historia

frontal de plata emplazado en la Iglesia de Santo Domingo y el tabernáculo que pasó primero a
la Catedral y luego a la Iglesia de Tulumba.

» La modesta capilla, se convierte en depositaria del valioso tabernáculo tallado en madera,


tal vez, único en nuestro país, cuyo origen es, sin dudas, las Misiones Guaraníes que los Jesuitas
tenía en Paraguay, sin conocerse su fecha de construcción. Con el tiempo, al habilitarse en el
nuevo templo, el tabernáculo y las imágenes pasaron a embellecerlo. Dejemos que Antonio
Lascano Colodrero, lo describa: “…construido en cedro paraguayo, finamente tallado, dorado y
encarnado, tiene tal exuberancia de afiligranada decoración floral y de ángeles policromados,
que deslumbra con el reverberar prodigioso de los inalterables dorados y estofados. Concebido a
manera de templete, con una elevada coronación, sostenida por columnas que apoyan sobre un
basamento que a su vez descansa en el altar, sigue la líneas clásica del sagrario de tipo
monumental, y por su posición, colorido y riqueza denuncia que fue construido para otra
perspectiva y distinto ambiente que hoy le rodea”.
“Las encarnadas figuras de ángeles vestidos, que se respaldan en las basa, o se asientan
sobre los capiteles corintios de las columnas, las cabezas de los querubines y las otras figuras que
descubren la custodia, que ocupa el centro del templete de finísima encarnadura y colorido,
ubican esta obra en el siglo XVII y hacen presumir que proviene: o bien de los talleres escultóricos
de las doctrinas del Paraguay, que proveyeron de tanto elemento ornamental para el decorado
de las iglesias de la Compañía ; o fueron talladas y trabajadas bajo la dirección de alguno de los
padres Jesuitas radicados o de paso por Córdoba“.
“Sus columnas salomónicas con capiteles corintios, sus ángeles portadores de la Custodia,
sus niños atlantes, logran crear ese clima de alegre presencia del barroco americano, como una
repetida aleluya que se expresa con una lograda ascensión, donde la forma y el color contribuyen
a la reacción emocional de los sentidos, que está en la esencia misma del barroco”. «

Colegio Monserrat

Por la segunda mitad del siglo XVII, la Universidad de los hijos de Loyola difundía su
prestigio en todo el continente americano. Sin embargo, no contaban todavía con un
Seminario o Colegio Convictorio y la importante afluencia de jóvenes que llegaban a Córdoba
para estudiar, motivó su creación.

En 1687, el presbítero Ignacio Duarte y Quiróz firmó la escritura de donación a favor de la


Compañía de Jesús, por un total de bienes tasados en $38.354.-, entre los que se encontraba la
Estancia de Caroya. Después de varios años de intentos y tratativas, el Colegio Convictorio
Nuestra Señora de Monserrat abrió el 6 de abril de 1693, ocupando la antigua casa de los
Duarte. Ésta constaba de un patio y siete habitaciones y fue agrandada a partir de nuevas
donaciones, avanzando sobre la manzana hoy encerrada por las calles Obispo Trejo, 27 de
Abril, Caseros y Av. Vélez Sársfield.

Los días en el Convictorio no se parecían a los de un colegio actual. Los primeros alumnos
del Monserrat eran internados en él, llevando una vida de tipo conventual, con actividades y
horarios rígidos, saliendo hasta las aulas de la Universidad para escuchar sus lecciones y
pasando sus vacaciones en la Estancia de Caroya. Y, como al Monserrat y a su fundador Duarte
y Quiróz les habían otorgado las armas del monarca, los alumnos fueron conocidos por
reyunos o colegiales del rey. Prontamente sus instalaciones se vieron desbordadas por la gran
afluencia de estudiantes y a comienzos del siglo XVIII se realizaron ampliaciones sobre la
construcción original, la cual se llevó a un total de tres patios rodeados de habitaciones.

20
El Legado Jesuita

En el sótano del Colegio Monserrat, actual Museo Obispo Fray José Antonio de San Alberto,
funcionó la segunda imprenta del territorio del Río de la Plata (la primera estaba en las
misiones guaraníes). Esta imprenta constituyó un verdadero hito en la historia del Colegio y de
los Jesuitas en Córdoba que, sin embargo, tuvo muy corta vida porque desde sus primeras
publicaciones, realizadas en 1766, hasta las últimas transcurrió sólo un año, hasta que la
expulsión de la Orden obligó a cerrarla.

Luego de la expulsión, el Colegio Convictorio de Monserrat quedó bajo supervisión de la


Junta de Temporalidades y la Orden de los Franciscanos se hizo cargo de la enseñanza. En
1782, el por entonces obispo de Córdoba Fray José Antonio de San Alberto, pro-movió el
traslado del colegio a la actual esquina de Trejo y Duarte y Quiróz, y reformuló sus estatutos
para no dejar vestigios de la educación Jesuita, conforme a la orden del Virrey Vértiz.

Los acontecimientos de 1810 en adelante, que signaron el destino de nuestra República,


fue-ron protagonizados por alumnos egresados del Monserrat: los doctores Juan José Castelli,
Juan José Paso, Deán Gregorio Funes, Pedro Ignacio de Castro Barros, José Ignacio Gorriti y
Eduardo Pérez Bulnes, entre otros. Desde 1820 y por poco más de tres décadas, las direcciones
tanto del Monserrat como de la Universidad, estuvieron a cargo de autoridades provinciales.
Luego pasó a depender de la Nación a través de un decreto firmado en 1854 por Salvador
María del Carril, vicepresidente de Urquiza y egresado del Monserrat. Los cambios y
transformaciones del escenario político nacional y provincial siguieron marcando el destino del
Colegio y la Universidad. Durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento (1868-1874) y la del
monserratense Nicolás Avellaneda (1874-1880), la ex Manzana Jesuítica experimentó un
notable crecimiento con científicos y profesores provenientes del extranjero, que impulsaron
fuertemente el desarrollo de las ciencias, creándose en 1869 la Academia Nacional de Ciencias.
En 1907, bajo la presidencia de otro egresado del Monserrat, José Figueroa Alcorta (1906-
1910), el Colegio Monserrat volvió a incorporarse a la Universidad Nacional, institución a la
que estuvo ligado desde su creación.

Universidad

Luego de asentarse en la manzana, en 1599, los Jesuitas se dedicaron a su misión: el


apostolado y la educación. Córdoba había sido elegida por varios motivos, principalmente su
estratégica ubicación: en medio de las tres gobernaciones políticas (Paraguay, del Tucumán y
Chile) que abarcaba la Provincia Jesuítica del Paraguay.

21
El Arte en la Historia

Nacía en el año 1610 el Colegio Máximo, donde se impartían inicialmente las cátedras de
Teología (Moral), Latín (Humanidades) y una tercera referida a Artes (Filosofía). En 1613, el
Consejo de Indias y el Rey Felipe III aprobaron la facultad de otorgar grados académicos a la
Compañía de Jesús en América y Filipinas. Surgía así la Universidad Jesuítica de Córdoba, cuyos
primeros grados fueron entregados en la desaparecida ciudad de Talavera de Esteco, en 1623.
Durante varias décadas los Jesuitas enfrentaron el desafío de llevar adelante el Colegio
Máximo con escasez de recursos y la continua llegada de jóvenes dispuestos a estudiar. El
desarrollo de los emprendimientos rurales, las estancias jesuíticas, se destinaba a mantener
todas las actividades de la manzana.

Entre 1735 y 1742 se realizaron nuevas obras de ampliación del Colegio Máximo,
consistentes en dos plantas que poseían como elemento distintivo las bóvedas construidas por
el arquitecto Giovanni A. Bianchi. Tras la expulsión en 1767, la Universidad corrió igual suerte
que el Colegio Monserrat, quedando bajo la dirección de los franciscanos, que también se
dedicaban a la educación pero sin la capacidad de otorgar grados académicos. Iniciado el siglo
XIX, la Universidad pasó primero al gobierno provincial y después a manos de la Nación. En la
etapa del gobierno de Urquiza, el ministro Santiago Derqui estableció un régimen de becas
nacionales para que cada provincia enviara a cinco jóvenes a estudiar a Córdoba.

Los años transcurrían y el centro de


altos estudios mantenía su prestigio,
sostenido por toda la comunidad edu-
cativa. A partir de 1860, el edificio de la
Universidad fue reformado y decorados
sus claustros: se abrieron la actual puerta
principal, sobre la calle Obispo Trejo, y el
jardín botánico del patio principal. Artífice
de los principales cambios en la educación
académica del país, la Universidad de
Córdoba cobijaba a jóvenes idealistas que
por el año 1917 plantearon su rebeldía.
En medio de una sociedad cordobesa
cada vez más politizada, el por entonces
rector Julio Deheza procedió al cierre del
Internado del Hospital Nacional de
Clínicas y lo comunicó al gobierno de
Hipólito Yrigoyen, declarando los es-
tudiantes la huelga general el 13 de
marzo de 1918. El 11 de abril, el gobierno
federal dispone la intervención de la
Universidad y la reforma de sus estatutos,
Iglesia de la Compañía de Jesús. sobreviniendo numerosos incidentes den-
tro y fuera del claustro.

En junio, la Federación Universitaria Argentina reunida en Córdoba declara una huelga


estudiantil nacional, con los objetivos de cambiar los obsoletos planes de estudios, propugnar
la autonomía universitaria, el cogobierno y la elección democrática de las autoridades. La
Reforma Universitaria de 1918 que se gestó en Córdoba y se irradió a todo el país, también
repercutió en el continente americano.

22
El Legado Jesuita

En el marco de la declaración de Patrimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO, se


realizaron distintas reformas en la sede del antiguo Rectorado y se creó el Museo de la
Universidad. En torno al patio principal se puede recorrer el Salón de Grados, ubicado a la
derecha, donde antiguamente estaba la Capilla de los Españoles, y la Biblioteca Jesuítica, a la
izquierda y colindante con el Colegio Monserrat. Una importante colección de libros del
período Jesuita, que fueron devueltos a la Universidad, se expone sobre los vetustos muros de
cal y canto. Hacia el fondo del patio, caminar el original corredor que unía la Iglesia con la
Universidad y las restantes dependencias (actualmente el Monserrat), apreciar los murales y
algunas piezas que atestiguan la obra de la Compañía de Jesús en Córdoba y la historia de la
Universidad, invitan a remontarse en el tiempo rastreando el legado Jesuita.

Después de 315 años de vida, promociones enteras de estudiantes continúan siendo


educados en "virtud y letras", los principios erigidos por los hijos de Loyola.

23
El Arte en la Historia

LA CATEDRAL METROPOLITANA
Nuestra Señora de la Asunción

La Catedral de Córdoba es testigo silencioso de la historia misma de la ciudad. Ubicada en la


manzana histórica del casco céntrico de Córdoba y al lado del Cabildo Histórico, por sus
pasillos y en sus asientos se sentaron las personalidades que hicieron de la ciudad lo que es
hoy. Sus campanas estremecieron los corazones desde los primeros tiempos de la
colonización.

El relato de su construcción es complejo, el actual edificio es una de las tantas obras


realizadas como Iglesia Mayor de la ciudad. La primera construcción, comenzaba en 1552,
donde trabajaron Mateo Domínguez, Hernán Álvarez, Juan Rodríguez y Bernardo de León,
pero pasaron muchos años sin que se hiciese trabajo alguno, hasta que en 1581 los cabildantes
acordaron que se midiese la cuadra donde se había de levantar la iglesia. Bien lentamente
debieron de ir las obras, puesto que en febrero de 1595 disponía el gobernador un
mandamiento para que se acabe la iglesia mayor de esta ciudad y casas de Cabildo. Cuatro
años después no habían mejorado muchas las cosas. En julio de 1601 ya estaba la iglesia en
condiciones de ser techada. Después de tantos sacrificios, parecía que por fin iban a tener local
adecuado y decente donde oficiar la misa, pero no fue así, pues por defectos que tuvo desde
un principio, en 1620 el edificio estaba maltrecho, se solicita entre el vecindario el prestamos
de indios para trabajar como peones hasta que se cabe dicha obra, se contrató a Gonzalo
Carvalho para la obra de carpintería de la capilla como de todo el cuerpo de ella, puertas, y
ventanas.

24
El Legado Jesuita

El edificio que se hiciera a costa de tantos


esfuerzos tuvo corta vida, pues el 2 de octubre de
1677, se vino abajo el techo. Aquí termina la historia
Ficha Técnica
de los varios y modestos edificios que precedieron a
Nombre completo: Catedral la Catedral actual.
Metropolitana de Nuestra
Tras el derrumbe del primer templo mayor, recién
Señora de la Asunción. en 1682 se inician gestiones para la edificación de
una nueva iglesia. En 1687 el Cabildo decide edificar
Ubicación: Independencia 72,
"...una iglesia del tamaño que requiere una ciudad
entre Pasaje Santa Catalina y 27 tan noble, ilustre y populosa como ésta...", men-
de Abril - Ciudad de Córdoba, cionándose hacer una iglesia de tres naves en espera
Provincia de Córdoba. del traslado de la sede catedralicia que se encontraba
en Santiago del Estero, hecho que se concreta por
Fecha de construcción: Real Cédula del 20 de octubre de 1696. En 1697 las
Comenzada hacia 1683, obras se organizan en base a un plano de Pedro de
consagrada en 1784. Torres para una "...iglesia de un cañón y su crucero...
[con] dos torres a los lados afuera para hacer
Autor: Pedro de Torres. José pórtico". Recién en 1698, cuando el Cabildo contrata
González Merguete, Padre a José González Merguete, arquitecto granadino
Andrés Blanqui, Fray Vicente radicado en Chuquisaca (Bolivia) para hacerse cargo
de las obras, se establece definitivamente que la
Muñoz.
iglesia tendrá tres naves al mencionarse en el con-
trato que el arquitecto "...dará acabada dicha iglesia,
su cañón principal y crucero y torres y pórtico y
sacristía y contrasacristía, todo cubierto de bóveda y
con disposición...para las otras dos naves..."

Merguete abandona las obras hacia 1707.Con la llegada del gobernador don Esteban de
Urizar y Arespacochaga y del obispo doctor don Alonso del Pozo y Silva cobraron nuevo
impulso los trabajos, pero los deficientes materiales utilizados, y la poca inteligencia de los
albañiles fueron causa de que el 4 de agosto de 1723 fallaran los pilares, cayéndose gran parte
de las obras., que ya tenía bóveda en la nave central y en los laterales. Fue necesario levantar
de nuevo machones y bóvedas con valiente fortaleza, “… que aún le ha quitado mucha parte
de su hermosura…”, afirmaba el obispo Gutiérrez y Zeballos. En 1729 se termina la
reconstrucción con gran refuerzo de los pilares del crucero (hecho que es visible en el templo
actual) y con estrechamiento de los arcos que separan la nave principal de las laterales.

Entre 1729 y 1739 interviene en las obras el arquitecto jesuita Andrés Blanqui (Bianchi),
quien realiza las bóvedas y el pórtico. En 1748 se terminan las bóvedas del crucero y
presbiterio y los cuatro arcos de sustento de la cúpula, obra del franciscano fray Vicente
Muñoz, natural de Sevilla.

En 1761 se inicia la construcción de la torre sur y en 1770 se constata que ambas torres
están perfectamente acabadas, faltando revoques exteriores y detalles de ornamentación. A la
fachada que se compone de tres arcos vistosos con su pórtico, les faltaba el revoque; en el
interior, sus arcos, pilares y colaterales, se encontraban revocadas y blanqueadas.

El 14 de diciembre de 1784 aun faltándole detalles accesorios relativos al ornato del


templo, el obispo fray Antonio de San Alberto procedió a la ceremonia de su consagración,

25
El Arte en la Historia

cerrando así el azaroso proceso de caso dos siglos que fueron necesarios para terminar la
Catedral.

En la segunda década del siglo XX, se hicieron las pinturas y se decoró el interior del
edificio. Son murales sobre bocetos del catamarqueño Emilio Caraffa, que contó con la
colaboración de Manuel Cardeñosa, Carlos Camilloni, José Ferri, Augusto Orlandi, Arístides
Rossi y el escultor José Nardi. Caraffa ejecutó el panel "La Iglesia triunfante" (en la nave
central) y los evangelistas Juan y Mateo ubicadas en las pechinas de la cúpula, José Ferri pintó
el "Gloria in Excelsis deo" (circunferencia de la cúpula), "visión del Santísimo Sacramento"
(bóveda del altar mayor); Augusto Orlandi colaboró en "La Asunción de la Virgen" (bóveda del
crucero izquierdo), los Profetas de la cúpula, los medallones y los evangelistas Lucas y Marcos;
Cardeñosa pintó "el traslado de San José a los cielos" (bóveda crucero de la derecha) y a
Camilloni le tocó la ejecución de los difíciles celajes de áureos reflejos de la cúpula central, los
seis cupulines de las naves laterales y la decoración de todo el templo.

Al final de la nave lateral izquierda se encuentra la capilla del Santísimo, en la cual se


expone el Santísimo Sacramento en la parte superior del tabernáculo de plata ejecutado
artesanalmente en 1804 por Manuel Garay, diseñador y Cayetano Álvarez, ejecutor. Detrás se
encuentra la Capilla Penitencial –sobre la cripta sepulcral de los obispos- y en ella una estela de
mármol blanco con los nombres de los obispos y arzobispos de Córdoba. En la parte superior,
la imagen traída por Jerónimo Luis de Cabrera en 1573 conocida como la Virgen Fundadora, la
cual luce una cruz pectoral, obsequio del cardenal Primatesta. En el lado opuesto, al final de la
nave derecha, se encuentra la capilla de Nuestra Señora de Nieva, con imagen traída de
España en 1794, obra de un santero de Madrid, copia de la que se encontraba en el convento
de Santa María La Real de Nieva, destruida por un incendio en 1900. El retablo de Manuel
Garay y la imagen fueron bendecidos en 1797. En esta capilla está la tumba de Fray Mamerto
Esquiú. No hay en nuestro país monumento arquitectónico de mayor valor que la Catedral de
Córdoba.

Pese al largo periodo de construcción y las varias intervenciones de diversos constructores


han dejado una marca ecléctica en cuanto a los aspectos estilísticos. Así, por ejemplo, el
pórtico de ingreso muestra claramente la influencia del manierismo clasicista italiano. Las
torres que culminan la fachada y la gran cúpula, en cambio, son claras manifestaciones del
barroco hispanoamericano, el venerable templo ofrece una armoniosa sensación de unidad,
lograda principalmente por la pátina que lo recubre.

La presencia de la Catedral de Córdoba señala un hito físico en la cuidad pero también


jalona una etapa de la arquitectura americana con rasgos emergentes por sus alardes
tecnológicos, integración de propuestas y creatividad formal.

La Catedral de Córdoba es Monumento Histórico Nacional, por decreto Nº 90.372 del año
1941. Luis Roberto Altamira la definió como “flor de piedra en el corazón de la Patria”.

26
El Legado Jesuita

Análisis de los elementos formales de La Catedral de Córdoba


La catedral de la ciudad de Córdoba se encuentra en el núcleo histórico de dicha ciudad,
que coincide prácticamente con el centro geográfico de la ciudad; su ángulo sureste (que es el
tomado como referencia de dirección) da a la esquina de las calles Independencia y 27 de abril.
Ocupa la amplia manzana que se encuentra frente al lado oeste de la Plaza San Martín (antigua
Plaza Mayor), por su costado norte la gran iglesia se halla separada del Cabildo por un antiguo
callejón llamado Santa Catalina, la parte posterior del templo da a la calle Rivera Indarte, su
fachada principal está orientada hacia el este-sur-este, lo cual es singular en las iglesias de su
época ya que debían tener el altar mayor orientado hacia Jerusalén (en este caso, debería
estar hacia el noreste, aunque se encuentra hacia el noroeste). Al norte, frente a la parte
posterior de la Catedral se ubica la pequeña aunque histórica Plazoleta del Fundador con una
escultura en bronce patinado que representa a Jerónimo Luis de Cabrera de pie.

La catedral de Córdoba presenta una estructura en forma de cruz latina procurando afectar
lo menos posible a la fábrica musulmana. El conjunto total de la catedral argentina de Córdoba
es una excelente síntesis de elementos con orígenes renacentistas aunados con los del barroco
colonial español, el neoclasicismo e incluso detalles mudéjares.

Estilo
En su frente, no hay unidad de estilo,
por haber intervenido distintos alarifes,
pero debemos admitir que es un magnífico
y grandioso monumento, único en nuestro
país.

La construcción del edificio era con


materiales lo suficientemente sólidos
(piedra, ladrillos y cal como se puede ver
en las paredes de grueso espesor que han
sido restauradas en su costados. El espesor
de estas paredes tenía que ver con la ne-
cesidad de construir paredes portantes
para sostener los pesados techos y cúpulas
superiores, a la vez que servían de ais-
lantes acústicos y térmicos). Las clásicas
tejas coloniales o tejas españolas tienen
ese formato semi cilíndrica porque las
tejas inicialmente se fabricaban manual-
mente colocando la arcilla sobre el muslo
de las personas que cumplían una suerte
de molde. Por ello no cualquier persona
podía fabricarlas por una razón de uni-
formidad de los tamaños.)

Las dos torres, concluidas en 1770, atribuidas a José Rodríguez. En una de las esquinas de
las torres llama la atención un angelito en color ocre. Tiene una trompeta y alas, pero está
ataviado con un vestido de plumas y en su rostro se evidencian rasgos aborígenes. En total,
hay ocho angelitos músicos en las dos torres de estilo barroco colonial. Si bien esas figuras

27
El Arte en la Historia

constituyen una huella del trabajo de los nativos en los templos, no es la única. Entre ellas está
emplazado el “Cristo Redentor”, traído de Francia y colocado en 1901.

El cimborrio es obra de fray Vicente Muñoz o.f.m., natural de Sevilla (España), iniciado en
1754 y terminado cuatro años después. Es barroco y todo un símbolo de la Córdoba cristiana y
católica. Su composición es muy rica. Termina en la linterna, con un capulín bulboso y sobre el
mismo, una aureola radiante que encierra un cáliz, todo coronado por la Cruz.

Sobre las falsas ventanas frontales, las “veneradas”, símbolo de los peregrinos, algo rústicas
y tal vez indígenas. Detrás del frontón del pórtico, aparece el piñón de la nave, con su
magnífica arquería calada.

La bóveda y el pórtico de estilo neoclásico –la arquitectura neoclásica es un estilo


arquitectónico que produjo el movimiento neoclásico que comenzó a mediados del siglo
XVIII, por una reacción contra el estilo barroco de ornamentación naturalista así como
por el resultado de algunos rasgos clasicistas nacidos en el barroco tardío. Se prolongó
durante el siglo XIX, confluyendo a partir de entonces con otras tendencias, como la
arquitectura historicista y el eclecticismo arquitectónico. Algunos historiadores
denominan el periodo de la arquitectura neoclásica de la primera mitad del siglo XIX
como clasicismo romántico, a pesar del oxímoron (oposición de términos), dado que,
además de coincidir en el tiempo con el romanticismo, estilísticamente comparte rasgos
con la estética romántica, al añadir cierta expresividad y espíritu exaltado a la sencillez y
claridad de las estructuras clásicas grecorromanas-. La cúpula, de estilo románico –se
llama estilo románico en arquitectura al resultado de la combinación razonada y
armónica de elementos constructivos y ornamentales de procedencia latina, oriental
(bizantinos, sirios, persas y árabes) y septentrional (celtas, germánicos, normandos) que
se formó en la Europa cristiana durante los primeros siglos de la Baja Edad Media)-, fue
realizada por el sevillano Fray Vicente Muñoz. Finalmente las torres fueron terminadas
en 1787 mezclando la pesadez del barroco con la impronta del aborigen, por ello las
torres tienen detalles indoamericanos. El interior de la iglesia fue decorado recién en el
siglo XX por Emilio Caraffa.

28
El Legado Jesuita

El atrio y el pórtico

Antiguamente el atrio estaba cerrado por pilares y rejas, que después se sacaron. En 1878
se colocaron las tres puertas forjadas por el artesano Fidel Massa en su herrería del “Caballo”.
En la principal, los apóstoles San Pedro y San Pablo y arriba la expresada fecha. En las laterales,
en lo alto, se lee “María” y “José”, respectivamente.

El cancel de entrada, de madera de las misiones, perteneció a la iglesia de la Compañía de


Jesús hasta la expulsión de dicha orden en 1767. Las puertas, de algarrobo, están adornadas
con tachones y llamadores de figuras estilizadas.

Bajo el pórtico, la urna con las cenizas del Deán de la Catedral Dr. Gregorio Funes, antiguo
Rector del Colegio Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat y de la Universidad Mayor de
San Carlos; patriota de destacada actuación política. En otro monumento, obra de De la
Cárcova, el cuerpo embalsamado del Gral. José María Paz y los restos de su esposa Margarita.
Paz participó en las guerras de la Independencia y con el Brasil. También en nuestras
contiendas civiles. En 1954 la Catedral fue restaurada exteriormente al demolerse las
construcciones que ocultaban sus muros sud y oeste, pero quedó sin remodelarse en la parte
norte, donde una edificación sin valor, que lleva el Nº 64 de calle Independencia, frente a la
Plaza San Martín, desentona y afea el contorno catedralicio. Las topadoras municipales
respetaron esos ladrillos, por pedido del Sr. Arzobispo Mons. Dr. Fermín E. Laffitte, pues en ella
funcionaban oficinas parroquiales.

La decoración interior, de estilo barroco europeo, fue estrenada en 1914, varios siglos
después de haberse terminado la construcción. Estuvo a cargo del pintor catamarqueño Emilio
Caraffa, director de la Academia de Bellas Artes de Córdoba quien entre sus principales
colaboradores contó con otros talentosos plásticos como Carlos Camilloni y Manuel
Cardeñosa. La pintura más importante que se visualiza en la bóveda es “El triunfo de la iglesia”
o “La Iglesia triunfante”, lienzo realizado por Caraffa y en el que se puede ver al autor
autorretratado junto a su esposa, en el extremo inferior derecho de la escena.

29
El Arte en la Historia

Mausoleo del General José María Paz


(por Ernesto de la Cárcova).

Cúpula

La cúpula también es digna de admiración, con la representación del Espíritu Santo en lo


profundo de su linterna (en el centro de la misma) y la pintura que cubre sus muros
denominada “La Gloria”. Los retablos laterales alojan las representaciones de varios santos del
cristianismo, entre los que es posible
mencionar el Sagrado Corazón de Jesús, San
Pedro y San Jerónimo, el patrono de la
ciudad. El retablo principal por su parte, está
dedicado a Nuestra Señora de la Asunción,
la titular del templo. Asimismo en la
coronación del retablo se puede ver un vitral
de origen alemán representando a Jesús
resucitado.

Esta impactante decoración barroca fue


restaurada por el equipo que dirigió Alicia
Beltramino y el sector de la cúpula fue el
último sitio intervenido que logro rescatar
los principales valores artísticos. Además de
las pinturas se recuperaron los oros y la
decoración en pan de oro que data de
principios del siglo 20 que repuso los
faltantes, acción que consiguió subsanar los
deterioros por caída del material que
contenía la pintura por frecuentes
problemas de humedad.

30
El Legado Jesuita

31
El Arte en la Historia

32
El Legado Jesuita

Caraffa: La Iglesia Triunfante


El gobierno nacional presidido por el cordobés José Figueroa Alcorta, llamó a concurso para
la decoración de la Catedral de Córdoba. El prestigio obtenido por Caraffa hace que le sea
otorgado el premio y con él la oportunidad de ejecutar un gran trabajo: idear la concepción de
la decoración interior de la Catedral. Antes de su viaje a Europa, en la época en que estudiaba
con Romero, había realizado algo parecido aunque a menor escala, en la Catedral de Buenos
Aires.

La obra de Caraffa, plani-


ficada rigurosamente, contrasta
de manera notable con lo
asistemático de la construcción
del edificio así como con la
concepción originaria del inte-
rior del templo, despojada y
simple, según se observa en
grabados y pinturas de la
época. El programa decorativo
ideado por Caraffa y acom-
pañado en su ejecución por los
pintores Carlos Camilloni,
Nazareno Orlandi y Tranquino
Bignossi, entre otros, está a
tono con el movimiento pro-
gresista que le venía dando a
Córdoba aires de gran ciudad.

La construcción del Gran


Teatro, hoy del Libertador
General San Martín, inau-
gurado en 1891; y –de la for-
midable Casa Central del Banco
de la Provincia, terminada en
1889, forman parte del mismo
impulso constructivo "europe-
ísta". En este contexto eran
infaltables en el interior de la
Catedral los dorados, los
tromp'oeil y las baldosas a la
italiana, todas modas de enton-
ces, generalizadas en otras ca-
pitales del mundo aunque con
algunas diferencias regionales.
A manera de ejemplo, podría
citarse el programa decorativo
llevado a cabo por Casado del
Elisal en 1885 en la basílica

33
El Arte en la Historia

madrileñiza de San Francisco el Grande. En Córdoba, Honorio Mossi había efectuado –antes de
la obra de Caraffa en la Capital- la decoración del camarín de la Virgen del Milagro en la iglesia
de Santo Domingo y el enorme fresco que representa La muerte de Santo Domingo terminado
en 1905, siguiendo una concepción similar.

El tema pintado por Caraffa en el plafón del


techo de la nave principal es La Iglesia
Triunfante o La Gloria del Cielo, alegoría
mesurada si se la compara con las creaciones
de Tiepolo, Andrea del Pozo, Anibale Carracci,
Giovanni Battista Gaulli, antecedentes funda-
mentales en la ornamentación de interiores a
través de la pintura ilusionista, con la idea de
ampliar, de abrir el espacio interior, según las
pautas de la concepción barroca generadas
por el gran Berni ni. Caraffa resuelve el tema
con solvencia, color de paleta generosa y
precisión académica. Para sorpresa de los
observadores, en el extremo del plafón que da
hacia el altar es posible observar un grupo de
personajes locales retratados entre los que
está un autorretrato del pintor.

Tanto La Iglesia Triunfante como los


Evangelistas ubicados en las pechinas, no son
frescos ni pintura mural, como se cree habi-
tualmente, sino grandes lienzos pintados al
óleo y montados posteriormente en la
mampostería del edificio.

En 1914, año en que se concluyen las


tareas de ornato del interior de la Catedral, se
inaugura el Museo Provincial de Bellas Artes,
dentro del marco progresista y eufórico que le
daba a Córdoba un perfil determinado, hoy
muy desdibujado. Emilio Caraffa integraba la
Comisión inaugural, junto con el entonces
gobernador Ramón J. Cárcano y otros nota-
bles. El museo tuvo su propio edificio, el
actual, en 1916, proyecto de corte historicista
Detalles de la pechinas con los evangelistas.
del arquitecto Kronfuss, emparentado con las
grandes residencias de su entorno, la Nueva
Córdoba, y con el hoy Parque Sarmiento, en
ese entonces de flamante trazado.

El 10 de marzo de 1950, el gobernador provincial brigadier San Martín, la solicitud del


ministro de Educación y Cultura Alberto Leiva Castro, decretó que el nombre del museo sería
en adelante Museo Provincial de Bellas Artes "Emilio Caraffa".

34
El Legado Jesuita

Bibliografía
 Historia de la educación de Manganiello-Bregazzi.
 “Tras las huellas de los jesuitas” http://www.argentina.travel/
 “Historia y educación” http://historiaybiografias.com/
 “Elementos arquitectónicos del arte” http://priscillaelizabethf.blogspot.com.ar/
 “El arte barroco” http://es.slideshare.net/ponti/barroco-2-27454986
 “Gráfico de las Ruinas de San Ignacio” http://www.lavoz.com.ar/
 “Catedral de Córdoba Argentina” http://bibliotecafaud.blogspot.com.ar/
 “Iglesia Catedral de Córdoba” http://www.liveargentina.com/
 “Catedral de Córdoba” http://argentinapatrimonial.blogspot.com.ar/
 “Manzana Jesuítica y Estancias” http://www.unc.edu.ar/
 “Estancias Jesuíticas” http://revistaarquitectura.com.ar/
 “El oro del jesuita” http://www.iwg.com.ar/
 “Expulsión de los jesuitas” http://www.argentinahistorica.com.ar/
 “Santuario Nuestra Señora del Rosario” http://www.capillasytemplos.com.ar/

35

También podría gustarte