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Historicidad Evangelios PDF
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Como vivían en Jerusalén en dos zonas militares distintas y no tenían pases, las entrevistas
se realizaban a través de la alambrada de púas. El armenio le preguntó al judío si le
interesaba lo que le estaba enseñando: un trozo de cuero con escritura en hebreo.
Un pastor beduino, en la orilla del mar Muerto, un día pierde una cabra. Buscando la cabra,
encuentra unas cuevas en el tajo de un monte. Con el fin de ver si la cabra se había metido
en aquellas cuevas, tira algunas piedras dentro. Las piedras rompen unas ánforas. Al oír
aquel ruido, sube a la cueva y se encuentra unas tinajas con unos rollos de pergamino
escrito.
Ya que los pastores no entendían aquello que habían encontrado, se dirigen a un anticuario
para ver cuánto les daba a cambio.
El anticuario no sabe si eso tiene valor o no, y entonces se entrevista con Eleazar Sukenik,
profesor de Arqueología en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Lo que había en aquella cueva de Qumran era una parte de una biblioteca de un monasterio
de esenios.
Al parecer, durante la guerra del año 70, para salvar la biblioteca introdujeron los rollos en
ánforas y las escondieron allí, donde permanecieron durante más de dos mil años.
Los rollos eran los libros de entonces, que no tenían la forma y encuadernación que tienen
ahora. En aquel tiempo, los libros eran unas tiras de papiro pegadas y enrolladas en un
cilindro.
Examinados, se vio que unos eran crónicas de guerras; otros, las reglas del monasterio de
esenios; otros, fragmentos de la Biblia: del Pentateuco, de los Salmos, de los Profetas, etc.
Por ejemplo, el texto del profeta Isaías está completo. Estos textos coinciden perfectamente
con los utilizados por los hebreos y cristianos de hoy. Este fragmento se mandó a la
Universidad de Chicago para que lo analizasen al carbono-14, el método para averiguar la
antigüedad de la materia orgánica.
Es una joya. Ha sido un gran descubrimiento. Esto es un gran paso de la ciencia a favor de
la fe. Nosotros teníamos en la Biblia la profecía de Isaías. Nosotros creemos en el profeta
Isaías porque es un libro inspirado y sabemos que es de fe.
Y ahora resulta que encontramos un libro que ha estado escondido dos mil años en una
cueva y sigue al pie de la letra la profecía de Isaías.
El papiro 7Q5
Este descubrimiento ha dado al traste con las teorías de Bultmann. La proximidad de este
manuscrito al original echa por tierra la hipótesis de Bultmann, según la cual los Evangelios
son una creación de la comunidad primitiva que transfiguró «el Jesús de la Historía» en «el
Jesús de la fe». Este descubrimiento confirma científicamente lo que la Iglesia ha enseñado
durante diecinueve siglos: la historicidad de los Evangelios.
Uno de los seguidores de Bultmann ha dicho de este descubrimiento del 705: «Habrá que
echar al fuego siete toneladas de erudición germánica. El lapso de tiempo que transcurre
entre los acontecimientos y la composición de los Evangelios es tan breve que no permite la
formación de un mito contrario a la historia.»
La importancia de este descubrimiento se puede aclarar con algunos datos que lo ilustren.
Sin duda todo el mundo sabe quién es Aristóteles. Aristóteles fue un filósofo griego. Sus
libros de filosofía todavía se estudian en nuestros días. Sus reglas de los silogismos siguen
siendo hoy la base de todo razonamiento filosófico.
Pues el manuscrito más antiguo que conservamos de Aristóteles es 1400 años posterior a
Aristóteles y, sin embargo, hoy seguimos estudiándolo.
Muchos han oído hablar de Menéndez Pidal, premio March, historiador español de fama
internacional. Menéndez Pidal ha escrito una historia de España en grandes tomos.
Menéndez Pidal, una autoridad en historia, cita en su Historia de España a Tácito, y se fía
de Tácito, y hace unas afirmaciones basadas en Tácito, a pesar de que el códice más
cercano a Tácito que conservamos es 1340 años posterior a Tácito. Otro dato. Mommsen
fue un catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Berlín, premio Nobel de
Historia. Él decía del historiador griego Polibio que «a él es a quien deben las generaciones
posteriores, incluso la nuestra, los mejores documentos acerca de la marcha de la
civilización romana».
Recordemos que el espacio de tiempo desde Aristóteles a sus manuscritos más antiguos es
de 1400 años; de Tácito a sus manuscritos, 1340 años; de Polibio a sus manuscritos, 1067
años.
Pues de los Evangelios tenemos el papiro Bodmer 11, que se conserva en la Biblioteca de
Cologny en Ginebra, que contiene el Evangelio de san Juan íntegro, y es solamente cien
años posterior a san Juan!
En 1935 se descubre el papiro Rylands que hoy se conserva en Manchester, que es ¡treinta
y cinco años posterior a san Juan! Y el 705 del padre O'Callaghan diez años posterior a
Marcos.
Las obras completas más antiguas que conservamos de todos los autores latinos son
posteriores al siglo VIII. De antes del siglo VIII no se conserva ninguna obra completa.
Hay fragmentos de Cicerón, de César, de Horacio, de Virgilio, de Ovidio; pero íntegro no
hay nada anterior al siglo VIII.
Además, los Evangelios se citaban con tal frecuencia que solamente teniendo en cuenta las
citas que existen en las obras de siete escritores de los siglos II al VII -y nos estamos
remontando al siglo II-, que son Justino, Ireneo, Clemente, Orígenes, Tertuliano, Hipólito y
Eusebio, tenemos 26487 citas que rehacen el Evangelio entero.
Veamos cómo no sólo lo que escribieron los evangelistas es lo que hemos recibido, sino
que lo que escribieron es la verdad.
No hay mayor garantía de veracidad que lo que dice un testigo a otro testigo.
Si un señor escribe hoy la historia de los fenicios en Cádiz, podría decir alguna inexactitud:
no hay supervivientes de los fenicios para que con tradigan lo que hoy queramos decir de
ellos. Sería relativamente fácil poner alguna inexactitud en la historia de los fenicios en
Cádiz, porque hace mucho tiempo que murieron todos.
Pero si alguien escribe en el diario de Cádiz la crónica del partido del último domingo y
cambia el resultado, todo el mundo se dará cuenta.
Los cristianos de aquella generación, cuando leían el Evangelio veían retratado lo que ellos
habían visto, lo que ellos habían oído.
Si aquellos Evangelios no dijeran la verdad, habrían sido rechazados como una mentira.
Nadie habría querido guardar un libro de historia que desfiguraba la verdad. Los habrían
rechazado, y no hay ni un solo documento que atestigüe el rechazo.
¿Qué hicieron aquellos testigos que habían conocido a Cristo, que habían visto su vida, que
habían oído su predicación? ¿Qué hicieron con los Evangelios? Guardaron los Evangelios
como oro en paño. Los copiaron a mano -entonces no había imprenta- y los transmitieron
de generación en generación con todo cariño, porque allí estaba retratado lo que ellos
habían visto. Por eso conservamos este cúmulo de documentos de los Evangelios.
Y las copias se han hecho con tal exactitud que es muy interesante el estudio comparativo
de todos los documentos que tenemos de los Evangelios.
Resulta que están tan perfectamente copiados que de mil partes, 999 son exactamente
iguales, y sólo cambia el uno por mil. Además, ninguna de esas variaciones son cosas
fundamentales. Son equivocaciones al copiar; poner una letra por otra, cambiar el orden de
las palabras, etcétera.
En fin, este capítulo pretende que tengamos una gran fe en los Santos Evangelios. Una gran
fe, porque nos consta su historicidad.
Por tanto, si hay alguien que no crea en el Evangelio, ése no tiene derecho a creer en nada
de la historia de aquel tiempo. No puede creer ni en Alejandro Magno, ni en Ciro, ni en
Darío, ni en Artajerjes, ni en nadie.
Tengamos mucha fe en el Santo Evangelio y creamos a pies juntillas lo que dice, porque
quien no cree en los Evangelios no tiene derecho a creer ni en la Anábasis de Jenofonte, ni
en laGuerra de las Galias de Julio César, etc. Esos textos no se prueban con la fuerza, con
la exactitud y con las garantías que tienen los Evangelios.
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