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Agua quemada
Por Adán Ríos Parra
Es viajar, salirse de la rutina, es no detenerse ante nada. Vivir entre la maleza como
la más bella flor, pisar sobre escombros y no ahogarse en un río que se nada como
el salmón a contracorriente.
Ambas si se diera el caso, son generadoras de placer. Pero que son limitadas por
las reglas sociales, sí de esa comunidad que no es virtual, pero que juzga peor que
un juez o la conciencia.
Poe, Baudelaire, Hemingway, nos han demostrado que se puede tener una vida
miserable y tener ideas impecables, incluso vivir en na sociedad bárbara y como
Pérez Gay o Walter Benjamín, encontrar en el suicidio el remedio de las cosas.
Incluso, aprovechar esos traumas como Kafka para construir seres demoniacos e
inimaginables, de la sinrazón, para comprenderlos mediante el raciocinio y el
análisis.
O vivir una vida de dolor constante en el maxilar como Freud o morir de sida como
Michel Foucault, y ser incomprendidos, no sólo en su obra, sino también en su vida
diáfana y sin paz.
Por eso vivir entre libros es como existir en un paraíso, porque como los gatos se
viven muchas vidas, en cada historia y en cada personaje, en distintos lugares
como el caso de Juan Rulfo que nos lleva a pueblitos rurales a conocer personajes
del campo o como Carlos Fuentes y sus protagonistas que con sufrimientos
construyen la gran ciudad.