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Una zorra saltaba sobre unos montículos, y estuvo de pronto a punto de caerse.
Y para evitar la caída, se agarró a un espino, pero sus púas le hirieron las patas, y
sintiendo el dolor que ellas le producían, le dijo al espino:
― ¡Acudí a tí por tu ayuda, y más bien me has herido!
― ¡Tu tienes la culpa, amiga, por agarrarte a mí, bien sabes lo bueno que soy para
enganchar y herir a todo el mundo, y tú no eres la excepción! ―respondió el espino.
Nunca pidas ayuda al que acostumbra a hacer el daño.
El siguiente planeta estaba habitado por un bebedor. Esa visita fue muy corta,
pero hundió al principito en una gran melancolía:
― ¿Qué haces ahí? ―le dijo al bebedor, que encontró instalado en silencio ante
una colección de botellas vacías y una colección de botellas llenas.
Los adultos son decididamente muy pero muy extraños, se decía a sí mismo
durante el viaje.