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Las fronteras hispanocriollas del mundo indígena

latinoamericano en los siglos XVIII-XIX


Un estudio comparativo

Raúl J. Mandrini y Carlos D. Paz


Editores
Tandil, IEHS/CEHIR/UNS, 2003

Este volumen reúne las versiones revisadas de las ponencias


presentadas en el Coloquio Internacional "En los confines de la
‘civilización’. Indígenas y fronteras en el ámbito pampeano durante los
siglos XVIII Y XIX. Un análisis comparativo”, realizado en Tandil, en
agosto del año 2000, organizado por el Instituto de Estudios Histórico-
Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la provincia de
Buenos Aires, el Centro de Estudios de Historia Regional de la
Universidad Nacional del Comahue y el Departamento de
Humanidades de la Universidad Nacional del Sur
Tandil, 2003.

***

[No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su


almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en
cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico u otros
medios sin el permiso previo de los editores]
PRESENTACION

Los trabajos incluidos en el presente volumen son versiones revisadas y, en muchos


casos ampliadas y corregidas, de las ponencias presentadas en el Coloquio Internacional
“En los confines de la 'civilización'. Indígenas y fronteras en el ámbito pampeano durante
los siglos XVIII y XIX. Un análisis comparativo” realizado en Tandil, provincia de Buenos
Aires, entre el 16 al 18 de agosto de 2000. El encuentro fue organizado en forma conjunta
por el Instituto de Estudios Histórico-Sociales (IEHS) de la Universidad Nacional del
Centro de la Provincia de Buenos Aires, el Departamento de Humanidades de la
Universidad Nacional del Sur y el Centro de Estudios de Historia Regional y Relaciones
Fronterizas (CEHIR) de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del
Comahue.

La reunión fue la culminación de una larga tradición de cooperación e intercambio


entre los miembros de los grupos de investigación de esas instituciones que se inició con
dos reuniones realizadas en 1987 y 1988 en Tandil y en Neuquén, respectivamente, en las
que participaron distintos investigadores vinculados a la temática. En los años siguientes las
actividades conjuntas incluyeron asesoramientos en proyectos de investigación, dictado de
seminarios y conferencias, colaboración en publicaciones conjuntas, organización de Mesas
y Simposios en distintos Congresos y Jornadas. En estos momentos, los tres equipos
desarrollan un proyecto de investigación que es financiado con un subsidio otorgado por la
Fundación Antorchas.

La idea de organizar este Coloquio surgió, justamente, durante el desarrollo de una


de esas actividades comunes, el simposio que organizamos en las VII JORNADAS
INTERESCUELAS / DEPARTAMENTOS DE HISTORIA realizadas en Neuquén en
1999, en una reunión informal entre la Lic. Gladys Varela, el Lic. Daniel Villar y el autor
de esta Presentación. La idea fue tomada y apoyada con entusiasmo por nuestros
colaboradores inmediatos, Juan Francisco Jiménez, Carla Manara y Carlos Daniel Paz. Allí
definimos algunos de los lineamientos de la convocatoria y los criterios con que se
realizarían las invitaciones a los participantes. La propuesta encontró apoyo decidido en el
Instituto de Estudios Histórico-Sociales y en la Secretaría de Ciencia y Técnica de la
Universidad Nacional del Centro, entonces a cargo del Dr. Eduardo Míguez, que aportaron
los fondos que hicieron posible la realización del Coloquio.

Nos proponíamos con esta reunión abrir un ámbito de discusión e intercambio de


ideas y experiencias en el marco de las investigaciones que se estaban realizando sobre la
temática propuesta, incluidos el análisis y la discusión de problemas de carácter teórico y
metodológico. El enfoque adoptado priorizaba una perspectiva comparativa con la situación
de otras fronteras indias en América Latina, especialmente la Araucanía, el oriente andino y
el norte novohispano y mexicano que, sin desconocer la especificidad de cada uno de los
procesos, permitiera avanzar en la definición de algunas cuestiones, problemas y
metodologías comunes.

Queríamos además abrir el campo a investigadores de otras disciplinas


estrechamente vinculadas, especialmente la arqueología. Recuperábamos en este sentido la
experiencia de las primeras reuniones donde la participación de algunos arqueólogos que
trabajaban en el área sobre el período abordado había resultado sumamente útil y
provechosa para quienes proveníamos del campo de la historia. Y aquí no puedo dejar de
recordar el nombre de dos amigas y colegas hoy fallecidas, Gladys Ceresole y Ana María
Biset, que participaron activamente en aquellos encuentros.

Las temáticas centrales a considerar debían girar en torno a tres ejes centrales: 1. el
análisis de los procesos históricos operados en la frontera entre los siglos XVIII y XIX, 2.
la evaluación, análisis y explicación de los cambios y transformaciones operados en las
sociedades indias, y 3. el análisis y discusión de conceptos, categorías y modelos utilizados
en el análisis de las relaciones fronterizas, de las sociedades indias y de los procesos de
cambio e interacción, así como los aportes realizados desde otras disciplinas.

Al mismo tiempo, definimos algunos supuestos básicos que nos parecieron


importantes para tener en cuenta en el análisis de los procesos históricos señalados. En
primer lugar, se daría especial énfasis al análisis del impacto que tales situaciones de
frontera tuvieron sobre las sociedades indias que se encontraban fuera del control directo de
las autoridades coloniales primero y criollas luego, así como de los cambios y
transformaciones que esas sociedades experimentaron. En segundo término, asumíamos
que sociedades y culturas no son nunca estáticas y que el período de contacto fue una época
de transformaciones relativamente rápidas durante la cual las realidades económicas,
sociales y políticas indígenas se vieron pronto profundamente alteradas por la interacción
con los euroamericanos. En tercer término, sosteníamos como una de nuestras hipótesis
centrales que tales transformaciones fueron variadas y complejas, que su carácter dependió
de hechos y condiciones muy diversos, y que los indígenas fueron participantes activos en
la construcción de las nuevas realidades sociales que emergieron del contacto y en la
definición del carácter que asumieron las relaciones entre ambas sociedades. Por último,
considerábamos que los procesos operados no derivaron sólo de las intenciones y
estrategias implementadas por los conquistadores; las actitudes y acciones de los indígenas
jugaron un papel crucial en la determinación del carácter de los cambios y
transformaciones.

La elección de los participantes fue motivo de decisiones compartidas que no fueron


fáciles. No quisimos que el Coloquio se convirtiera en un congreso ni en una reunión
masiva. Sus objetivos y la mecánica de trabajo propuesta no lo hacían aconsejable y,
además, los recursos humanos y económicos de que disponíamos lo hubieran hecho
irrealizable. La selección debió dejar fuera a muchos investigadores que, sin duda, reunían
y reúnen méritos suficientes y, como ocurre en estos casos, refleja principalmente los
intereses de los organizadores.

De este modo, además de los integrantes de los equipos organizadores, cuyo trabajo
se centraba en la región pampeana y norpatagónica, se privilegió como invitados a
investigadores que trabajaban sobre otras áreas americanas, especialmente el norte de
Nueva España/México (David Weber y Sara Ortelli), la vertiente oriental andina y las
tierras del Chaco (Erick Langer, Marcelo Lagos, Beatriz Vitar y Carlos Paz) y la Araucanía
(Guillaume Boccara –aunque no pudo asistir envió su trabajo– y Jorge Pinto Rodríguez).
También se privilegiaron, para nuestra propia área de estudio, investigaciones que
avanzaban en un período más reciente –relativamente descuidado– como las de Susana
Bandieri, Débora Finkelstein y María Marta Novella. Finalmente, no podían faltar algunos
arqueólogos: el modelo propuesto por Cristina Bayón resultaba atractivo para los
historiadores y a ella se sumaron Julieta Gómez Otero y Diana L. Mazzanti cuyos trabajos
tenían para nosotros un especial interés.
El encuentro contó además con un invitado especial, el Dr. Rodolfo Casamiquela, a
quien quisimos brindar nuestro reconocimiento por su larga labor en el área y sus aportes
pioneros en el conocimiento de la historia de los pueblos originarios. Igual reconocimiento
queríamos brindar a Alberto Rex González –problemas de salud le impidieron viajar– cuyo
trabajo sobre la práctica del suttee entre los ranqueles nos abrió en su momento un campo
de insospechadas posibilidades.

Esta edición en soporte informático se pudo concretar gracias al apoyo económico


de la Universidad Nacional del Sur y del Instituto de Estudios Histórico-Sociales de la
Universidad Nacional del Centro. Por último, no puedo dejar de agradecer especialmente al
Lic. Carlos D. Paz la permanente colaboración brindada, tanto durante la organización y
realización del Coloquio como durante la preparación de este volumen.

Raúl J. Mandrini
Hacer historia indígena
El desafío a los historiadores

Raúl J. Mandrini∗

Recientemente, comenzaron a editarse en el país dos historias generales de la Argentina que,


sugestivamente, se presentan a sí mismas como "nuevas historias". La primera, en 10 tomos,
comenzó a ser publicada en 1999 por la Academia Nacional de la Historia y la editorial Planeta bajo
el título general de Nueva Historia de la Nación Argentina y es dirigida por una comisión académica
presidida por Víctor Tau Anzoátegui. Se trata de una versión muy "aggiornada" de la vieja historia
que la misma Academia publicara entre 1936 y 1942 bajo la dirección de Ricardo Levene, una obra
que durante mucho tiempo conformó, en cierto modo, la "historia oficial" de la Nación.

La otra, también en 10 volúmenes y bajo el título general de Nueva Historia Argentina, es


publicada por editorial Sudamericana estando la coordinación general a cargo de Juan Suriano. En
ella participan muchos historiadores de una generación más joven – aunque muchos no tan jóvenes,
al menos en años –, y pretende recoger los avances y logros de la producción historiográfica de las
dos últimas décadas, una producción en la que muchos de los autores fueron activos partícipes y que,
debe reconocerse, fue cuantitativa y cualitativamente significativa. En este sentido, parece
constituirse en la continuadora de aquella excelente obra colectiva que, bajo el simple título de
Historia Argentina, dirigió Tulio Halperín Donghi y publicó la editorial Paidós hacia comienzos de
la década de 1970.

Fue la lectura de estas obras, al menos de las partes que de algún modo se vinculan con mis

∗ Instituto de Estudios Histórico-Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Correo
electrónico, rman@fch.unicen.edu.ar
temas de interés, lo que orientó algunas de las cuestiones que quiero plantear pues, más allá de las
intenciones renovadoras de compiladores y autores, el tratamiento de la temática indígena conserva
muchos de los viejos moldes de las historias anteriores. Y, debo confesarlo, no atribuyo esto a
desconocimiento - me consta que algunos autores conocen bien lo publicado sobre el tema - sino
más bien a limitaciones historiográficas.

Por cierto, ambas historias incluyen, como también lo hacían las anteriores, un volumen
inicial referido a las sociedades nativas prehispánicas cuyos autores son, salvo un caso, arqueólogos
(Academia Nacional de la Historia 1999; Tarragó 2000). Pero es el tratamiento de la historia
indígena posterior a la invasión europea – y específicamente de aquellas sociedades que quedaron
fuera de su control directo – la que me resulta más sugerente. En la primera de esas obras, se incluye
un capítulo general en el volumen dedicado al siglo XIX, cuyo autor es un arqueólogo (Crivelli
1999), pero tal capítulo está muy lejos de integrarse al desarrollo general. En la segunda, el tema no
es abordado siquiera tangencialmente en los volúmenes correspondientes, aunque se lo incluye en un
capítulo del primer volumen, redactado por un antropólogo, Miguel Palermo (2000). Pero esta
inclusión no parece haber afectado el resto de la obra. Allí, la ausencia de todo análisis de las
relaciones fronterizas y de la problemática indígena es tan significativa como para marcar uno de los
límites de la renovación historiográfica a que se aspira.

Y no es por falta de investigaciones de base – defensa que podían alegar las anteriores obras
– pues, al menos en el caso de las sociedades indias pampeanas, la producción historiográfica de la
última década y media ha sido significativa y los historiadores participaron activamente en ella. En
este sentido, resulta significativo que tanto el artículo de Crivelli como el de Palermo – sin duda muy
superior – aparecen muy desactualizados en cuanto a la bibliografía, particularmente el primero.

Como historiador, debo reconocer que el estudio de las sociedades indígenas no fue – y,
aunque hemos avanzado, no lo es todavía – un tema atractivo para los historiadores, al menos
latinoamericanos y, particularmente, para los argentinos. La tradición historiográfica académica
nacional, de raíz positivista y liberal – el tema no corrió mejor suerte con las distintas versiones
vernáculas del revisionismo o con algunas corrientes recientes más modernas –, obvió o ignoró la
existencia de una sociedad india o, en otros casos, redujo sus referencias a juicios valorativos
altamente descalificatorios.

Tales actitudes resultaban en buena medida de la trayectoria de la disciplina, marcada en sus


orígenes, en la segunda mitad del siglo XIX, por la confluencia de los postulados ideológicos del
liberalismo, la tradición nacionalista del romanticismo y los presupuestos metodológicos del
positivismo en boga en la época. Atada además al destino del estado nacional y a la creación de una
"nación argentina" concebida racial y étnicamente homogénea, esa historiografía encontró en sus
supuestos ideológicos, políticos y metodológicos, sus más severas limitaciones.

Aferrada a un ingenuo esquema induccionista, obsesionada por la búsqueda de "objetividad"


y por la desconfianza ante cualquier intento de interpretación, esa historiografía hizo del "dato
histórico" su objeto, confundiendo al dato con la vida histórica misma, que quedaba así reducida al
plano de lo fáctico y del tiempo corto. Pero, pensada la historia como historia nacional e
institucional, esa reducción de la historia a lo político, institucional y militar no aparecía como una
limitación.

Por otro lado, su obsesión por el documento escrito, único capaz de registrar con precisión
los datos, marcó el otro gran recorte en el campo de la historia. Al mismo tiempo que trataban de
establecer métodos críticos e interpretativos rígidos y estrictos, los historiadores sólo incluían en su
campo a aquellas sociedades que hubieran dejado testimonios escritos; el descubrimiento de la
escritura se convirtió en el umbral que permitía el acceso al campo de la historia, excluyendo de él a
un enorme espectro de sociedades.

Percibidas como detenidas en tiempo, sin cambio ni historia, vestigios fosilizados de estadios
superados en occidente hacía milenios, hacia esas sociedades volcaron su atención esos nuevos
estudiosos que comenzaban entonces, y al calor de esos mismos supuestos, a llamarse "etnólogos" o
"antropólogos". Sus fuentes de información provenían tanto de los nuevos materiales que proveía la
arqueología como de los relatos de viajeros, misioneros, mercaderes y funcionarios coloniales, ya
que la etapa del trabajo de campo llegaría algo más tarde.
Esta división en el campo del conocimiento era congruente con la que se operaba en otros
campos de la realidad. Si la expansión europea y la formación de los grandes imperios coloniales
dividían al mundo en áreas centrales y áreas periféricas, o como se las llame, la constitución de las
nuevas disciplinas se ajustaba bien a esa división. La historia sería desde ahora y en esencia, la
historia de Europa y de las sociedades europeizadas. A la antropología le tocó el resto, esto es, los
"otros", los no europeos (Moniot 1978; Wolf 1987).

Este esquema se mantuvo sin muchas variantes durante nuestro siglo, o al menos durante su
primera mitad, y los desarrollos de la historiografía europea que buscaron superar tales planteos sólo
repercutieron -excepto casos limitados y marginales- de manera tardía y superficial en nuestra
historiografía donde tal división del conocimiento se mantuvo en boga. Por ello, el abordaje de
nuestra temática quedó – y en gran medida aún queda – en el campo de la antropología. Tal
adscripción marcó el carácter de los análisis que se realizaron. El desarrollo de la antropología
clásica estuvo marcado por un profundo ahistoricismo cuyas versiones más extremas fueron el
funcionalismo británico y los análisis formalistas. Incluso lo eran difusionistas y ultradifusionistas,
como la escuela de Viena, de tanta influencia en la Argentina. La historia era, en todos estos casos,
la gran ausente.

La producción de los últimos años, en la que participaron historiadores y antropólogos,


pareció revertir esa situación. Se incrementaron las publicaciones con claro enfoque historiográfico
y las ponencias presentadas en los congresos y reuniones científicas realizadas por los historiadores;
se comenzó a dictar seminarios de grado y de postgrado sobre el tema para estudiantes de historia; se
realizaron algunas tesis de grado y son hoy varios los proyectos de investigación y las tesis de
postgrado que están en curso. De todos modos, la aparición de las obras a que nos referimos al
comienzo nos ha vuelto a una cruda realidad. Los logros realizados parecen haber quedado dentro
del ámbito de quienes trabajamos estos temas y los resultados logrados no haber afectado demasiado
el campo de la historiografía. En esta situación, tenemos que pensar que al menos parte de la
responsabilidad pertenece a quienes hemos trabajado en esta temática particular y esto nos plantea hoy,
como historiadores, un desafío adicional que debemos enfrentar con urgencia: lograr el reconocimiento
de la legitimidad de nuestra problemática en el campo de nuestra propia disciplina.

Vistos hoy en perspectiva, los avances logrados en menos de dos décadas, son enormes. Por
supuesto, se pueden encontrar algunos valiosos trabajos anteriores, pero se trató de intentos aislados
y solitarios, provenientes del campo de la antropología. Los historiadores estaban completamente
ausentes. Y esta es justamente la situación que se ha revertido. La importante cantidad de trabajos
producidos por distintos investigadores en diferentes centros académicos y la diversidad de temas y
de enfoques muestran el interés y vitalidad de la problemática indígena. No es fácil realizar un
balance crítico de esta producción, heterogénea y desigual en valor y proyección, pero algunas líneas
perfilan los avances más significativos. En un artículo publicado hace algunos años y en un texto
más reciente, intenté destacar algunos de los logros y creo que, en términos generales, las líneas
trazadas siguen teniendo vigencia, aunque hoy se nos agregan otras (Mandrini 1993; 1998).

Decía allí, palabra más o menos, que dos aspectos se destacaban netamente en los estudios e
investigaciones recientes. Por un lado, se avanzó en forma decisiva para superar las viejas barreras
que habían separado a historiadores y antropólogos fragmentando arbitrariamente el campo del
conocimiento. Para los historiadores – como es mi caso – esto implicó redefinir la propia disciplina1 ,
incorporar conceptos, categorías y modelos tomados de la antropología adecuándolos a las
necesidades de la investigación histórica, buscar nuevas fuentes de conocimiento y revalorizar la
documentación ya conocida, que debió ser "leída" nuevamente 2 . Supongo que el esfuerzo debió ser
similar para aquellos antropólogos – especialmente arqueólogos – que se acercaron a esta
problemática. Aunque sin dejar de hacer arqueología, debieron aprender a familiarizarse con los

1 Desde nuestra perspectiva, la historia no puede ser sino “historia social”, en el sentido en que la definió Eric
Hobsbawm (1983), esto es, “historia de las sociedades”. Considerado de esta manera, el pasado – la vida histórica como
la definió José L. Romero (1988: 16-19) – se constituye en una categoría clave para el conjunto de las ciencias sociales.
2 Algunos antropólogos, que se identifican como etnohistoriadores, han puesto énfasis en la importancia de trabajar con
papeles de archivo (sic), frente a las fuentes publicadas, a veces ignorando que tales "papeles" estaban publicados desde
hacía tiempo (Nacuzzi 1998). Los historiadores conocemos bastante bien la importancia de los archivos, pero no creo que
la importancia de un documento pase por estar édito o no, ni que los "papeles viejos" sean más importantes per se que
una fuente édita. Editos o no, el valor de los documentos depende de las preguntas que los historiadores le hagan y de la
seriedad de los análisis críticos a que sean sometidos.
trabajos de los historiadores, a leer y utilizar una documentación distinta, a pensar tiempo y procesos
en una dimensión diferente (Mazzanti 1993).

El avance fue, repito, grande, pero no debemos engañarnos. Más allá de la


interdisciplinariedad aceptada – en muchos casos sólo declamada – son en realidad muy pocos los
proyectos conjuntos encarados por historiadores y arqueólogos. Los historiadores rara vez recurren
en sus trabajos a la información arqueológica para integrarla a sus investigaciones, y los
arqueólogos, a su vez, suelen ignorar los avances de la historiografía. En otros casos, algunos
arqueólogos se ha puesto a "hacer historia", generalmente con resultados bastante decepcionantes.
Sin embargo, cuando los arqueólogos comienzan a leer la documentación escrita con ojos de
arqueólogo los resultados suelen abrirnos a los historiadores campos impensados. En síntesis, creo
que en este aspecto el camino futuro deberá pasar por la elaboración de proyectos conjuntos de largo
alcance. El ejemplo del trabajo realizado en el cementerio de Caepe Malal, en el norte de la
provincia de Neuquén, constituye sin duda un modelo a seguir y ampliar (Biset y Varela 1990, 1991;
Varela y Biset 1987).

En segundo lugar, remarcábamos entonces, se produjo una profunda revisión de las


categorías y conceptos que antropólogos e historiadores habían aceptado durante mucho tiempo,
cuestionándose seriamente la legitimidad del uso de algunos de ellos, como ocurrió, por ejemplo,
con las categorías de "complejo ecuestre" (Palermo 1986) o de "araucanización" (Ortelli 1996;
Mandrini y Ortelli 1996), con las clasificaciones "étnicas" (Nacuzzi 1998), con la redefinición del
concepto de "frontera", con la aceptación de la necesidad de estudios comparativos en gran escala 3 .
Por supuesto, quedan en este aspecto muchas cosas por hacer, como veremos en la última parte de
nuestra exposición, pero nos hemos acostumbrado a reflexionar críticamente sobre las herramientas
teóricas y metodológicas que empleamos.

3 Estas preocupaciones exceden el marco de la historia de las poblaciones indias pampeanas, y se manifiestan en los
estudios sobre otras áreas del continente, como el norte de Nueva España y México, el sudoeste estadounidense, el
oriente andino, la Araucanía. Véase, por ejemplo, Lázaro Ávila 1996, Guy and Sheridan 1998, Jackson 1998, Boccara
1998, Cramaussel 2000, Álvarez 2000, Deeds 2000, entre otros. También los artículos de Boccara y Ortelli en este
volumen.
En este contexto, y sin excluir, por suerte, la existencia entre los investigadores de
diferencias y confrontaciones en la interpretación de los datos – aunque en esta oportunidad me
interesan más las coincidencias que las diferencias –, ciertos puntos parecen ahora fuera de
discusión. Hay coincidencia, más allá de las diferentes posturas, en considerar a la sociedad indígena
mucho más compleja en su funcionamiento y en sus estructuras de lo que historiadores y etnólogos
habían supuesto durante muchos años. También hay acuerdo sobre la imposibilidad de entender a la
sociedad indígena sin atender a sus relaciones – múltiples y no menos complejas – con la Araucanía
y con la sociedad hispanocriolla, actitud compartida por algunos colegas chilenos quienes, desde
allende la cordillera, han comenzado a interesarse en las pampas (León Solís 1991).

Además, parece fuera de cuestión que el análisis de la problemática de las fronteras,


inseparable de la cuestión indígena, debe ser abordado desde una perspectiva amplia y global que
abarque todos los aspectos de la vida y de las relaciones fronterizas. Por último, y sin olvidar la
variedad de matices y posturas, parece ya fuera de discusión que la sociedad india y las relaciones
fronterizas sufrieron cambios y transformaciones a lo largo del período y que los indígenas fueron
partícipes activos en ese proceso histórico 4 .

Resultado de esta confluencia de estos avances fue un profundo cambio, quizá el más radical,
en la visión y la caracterización de la sociedad indígena y de las relaciones fronterizas. En efecto, las
visiones e imágenes creadas por la historiografía tradicional y por la etnología clásica – que en gran
medida impregnan todavía el imaginario colectivo – debieron entonces ser rechazadas, demolidas
por la acumulación de los datos, informaciones e interpretaciones que emergían de las nuevas
orientaciones.

4 Los cambios sociales y culturales iniciados con el arribo de los europeos al continente americano fueron sin duda
variados y complejos, dependiendo de diferentes factores y condiciones. Coincido con Samuel M. Wilson and J. Daniel
Rogers en que "... the cultural change undergone by Native American peoples was neither one-sided nor solely governed
by Europeans intentions and strategies (...) the attitudes and actions of Native Americans played a large part in
determining the impact of contact." Además, sociedades y culturas no son nunca estáticas. El período llamado "de
Contacto" fue una época de transformaciones relativamente rápidas, y - como ocurrió en las pampas - las condiciones
económicas, sociales y políticas del mundo indígena fueron profundamente alteradas por las interacciones con los euro-
americanos. Sin embargo, las sociedades indias participaron activamente en la creación de estas nuevas condiciones y en
la definición del carácter de las relaciones entre ambas sociedades (Wilson and Rogers 1993: 3-7).
Tales visiones tradicionales – por llamarlas de algún modo – habían consolidado una especial
imagen del mundo indígena – cuando no se lo ignoró – que cuajó en la expresión "el desierto",
imagen de un territorio casi vacío, ocupado sólo por bandas nómades o seminómades con una
economía basada en el pastoreo, la caza y, fundamentalmente, el pillaje, que asolaban las fronteras
en busca de animales y cautivos cometiendo todo tipo de crueldades y desmanes. La expresión
misma, y las imágenes que evocaba, reforzadas por la literatura y el arte del siglo XIX, tuvieron
particular éxito dominando los trabajos referidos a la sociedad india hasta hace apenas pocos años.

Tal descripción mostró tener poco que ver con la realidad etnográfica e histórica, y una
lectura crítica de los documentos reveló pronto que, sea en el aspecto geográfico o en el humano, ese
territorio estaba lejos de ser un desierto. La región, caracterizada por una variedad de paisajes y
ámbitos ecológicos distaba mucho de ser una extensa y monótona llanura abierta y plana. Ese
territorio constituyó el hábitat de una importante población indígena cuyo número, imposible de
estimar con precisión, debió alcanzar a mediados del siglo XIX a muchos miles de personas con
capacidad para poner en batalla ejércitos de centenares de lanceros.

Otro aspecto significativo fue la reformulación y redefinición de las bases materiales de esa
sociedad india. El análisis de la economía indígena puso de manifiesto su complejidad y obligó a
abandonar viejas ideas, generalmente basadas en preconceptos, dejando de lado definitivamente la
calificación de "depredatoria" que se le había adjudicado. Por el contrario, abarcaba un amplio
espectro de actividades (pastoreo en diversas escalas, caza, agricultura, recolección, producción
artesanal) combinables en diferentes grados y formas lo que le otorgaba una excepcional adaptabili-
dad. Un complejo sistema de intercambios vinculaba a las distintas unidades del mundo indígena y a
éste con la sociedad criolla (Mandrini 1987; 1994 b). Al mismo tiempo, se avanzó en la caracteriza-
ción de algunos procesos regionales, especialmente para el siglo XVIII, cuando el desarrollo de
vastos circuitos mercantiles generó profundos procesos de especialización económica en la región
(Mandrini 1991; 1994 a)

Otra idea muy arraigada que debe ser abandonada es la del nomadismo de los indígenas
pampeanos. La población india se asentaba en parajes bien determinados donde la presencia de pas-
tos, agua y leña hacía posible su supervivencia, y algunos, como las tierras vecinas a las sierras del
sur bonaerense, los valles del oriente pampeano, el monte de caldén y los valles cordilleranos, fueron
centros de asentamiento de importantes núcleos de población. La alta movilidad, especialmente por
la circulación de los ganados, no debe confundirse con nomadismo. En algunos casos, en el sur
bonaerense o en zonas cordilleranas, puede hablarse de un seminomadismo estacional determinado
por las necesidades de movilizar los rebaños de los campos de verano a los de invernada 5

Sabemos hoy, aunque algunos aspectos del proceso no nos son bien conocidos, que las
estructuras sociales y políticas del mundo indígena eran muy complejas. Procesos de diferenciación
social, de acumulación de riqueza, de formación de grandes unidades políticas (los cacicatos), de
concentración de autoridad en los grandes caciques (como Calfucurá, Mariano Rosas o Shayhueque,
por ejemplo) se operaron entre los siglos XVIII y XIX. Al mismo tiempo, cambios en las creencias y
las representaciones acompañaban a estas transformaciones sociales y políticas (Mandrini 1992;
1997 b; 2000).

Por último, especialmente en los últimos años, hemos avanzado en la inteligencia de la


dinámica histórica interna de la sociedad indígena, expresada tanto en las transformaciones referidas
como en el desarrollo de largos e intensos conflictos y guerras internas, especialmente a lo largo del
siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, y en las cambiantes posiciones adoptadas por los
distintos jefes y grupos frente a la sociedad hispanocriolla (Villar 1998; Villar y Jiménez 1996;1997;
2000) y el artículo incluido en este volumen)

Este cambio en la visión del mundo indígena fue también acompañado, aunque más
lentamente, por un nuevo acercamiento a la problemática fronteriza que pronto reveló la riqueza y
complejidad del mundo de la frontera y de los procesos que en el se desarrollaron. Quienes
centramos nuestro interés en el mundo indígena, visualizamos pronto la importancia que tales

5 Aunque no disponemos de estudios completos sobre los patrones de asentamiento y movilidad de los grupos indios de
pampa y norpatagonia, no podemos dudar de su complejidad. Para el sur bonaerense y el oriente de la Patagonia
septentrional en la segunda mitad del siglo XVIII, ver Nacuzzi 1991.
situaciones de frontera tuvieron sobre la transformación de las sociedades indias que se encontraban
fuera del control directo de las autoridades hispanocriollas, especialmente la incorporación y uso de
bienes europeos, la transformación de las formas de producción e intercambio, la redefinición
espacial de las redes de circulación económica y el nuevo carácter que asumieron las relaciones
económicas, además de la adopción de un conjunto de prácticas sociales, valores, creencias e ideas.

En esta reconsideración del mundo fronterizo incidieron sin duda los avances que se
operaron en el estudio del mundo rural pampeano hispanocriollo durante el siglo XVIII y la primera
mitad del XIX – el lado blanco de la frontera – que produjeron una transformación profunda y
radical en el conocimiento de esa realidad histórica. Sin embargo, la frontera sigue separando los
ámbitos de conocimiento: los historiadores del mundo rural hispanocriollo suelen mostrar un
conocimiento escaso del mundo indígena, al que generalmente ignoran; quienes trabajan sobre el
mundo indígena suelen tener una ignorancia no menor de lo que ocurre al otro lado de la frontera 6.

No obstante, el análisis de la rica documentación existente, por superficial que sea, no deja
duda sobre las complejas interacciones e interdependencias entre esos dos mundos, sobre el carácter
de las relaciones fronterizas, las transformaciones y cambios operados y el papel activo que ambas
sociedades jugaron en su definición. La integración entre ambos mundos se revela cada vez más
compleja y profunda, así como se hace más clara y evidente la participación que tuvo la población
india asentada en los territorios controlados por la sociedad hispanocriolla, generalmente englobada
bajo el término de "indios amigos" (Ratto 1994;1996;1997 a; 1997 b; 1998; y el artículo incluido en
este volumen).

Ahora bien, el trabajo realizado, y los avances logrados nos muestran al mismo tiempo los
límites de lo hecho y abren camino a otras cuestiones y problemas que constituyen, en este

6 Dos ejemplos serán suficientes. El artículo de Cansanello (1998) sobre el mundo rural bonaerense en la época de Rosas
no hace siquiera mención a la problemática fronteriza o a los indios amigos, pese a los trabajos de Silvia Ratto que
demostraron al papel fundamental jugado por esos indígenas. Del otro lado, el artículo de Crivelli (1991) sobre los
malones de la década de 1780 demuestra un total desconocimiento de los que ocurría en el mundo rural bonaerense y de
los agitados debates que se produjeron entre los historiadores en los últimos años de la década de 1980. Resulta
particularmente Ilustrativo de tal situación lo que ocurre en la Nueva Historia Argentina citada al comienzo. Muchos
mapas de esta obra, al representar los circuitos de intercambio, dejen las extensas áreas ocupadas por grupos indios como
momento, los desafíos más importantes a que nos enfrentamos. A este aspecto, quisiera dedicar la
última parte de esta exposición. En efecto, y esto es algo que tal vez los historiadores no dedicados
al mundo indígena necesiten, contamos ahora con una base fáctica y documental y con un arsenal de
categorías y conceptos teóricos lo suficientemente amplios como para encarar la elaboración de
síntesis regionales con la suficiente amplitud espacial y temporal que puedan ser compatibilizadas
con lo que se conoce para la historia del mundo hispanocriollo. Creo que la dificultad para esos
historiadores es justamente la de integrar esa historia a su propio campo, por lo que tienden a
considerarla más como descripción etnográfica que como verdadera historia.

Tal consideración no es gratuita. Suele ser común que, cuando se abordan aspectos de la
economía, la sociedad, la política o la cultura del mundo indígena, se tienda a caer en análisis
estáticos, descriptivos y sincrónicos – aunque se trate de una sincronía que cubre muy largos
períodos de tiempo – en que se entremezclan datos y materiales de muy distintos momentos 7 ,
otorgando a los procesos una continuidad que parece dudosa cuando abordamos una historia de al
menos trescientos años. Cuando se sale de ese análisis estático, suele ser para caer en una historia
fáctica, remedos de un ingenuo positivismo, que es en realidad un enumeración cronológica de
datos 8 , de tiempo corto, de un tipo que, en general, ya pocos historiadores siguen haciendo. La
historia que resulte de este tipo de reconstrucción habrá de ser por fuerza, dadas las características de
las fuentes disponibles, parcial y fragmentada. Desde cualquiera de las dos perspectivas, puedo
entonces imaginar que una historia de ese tipo debe ser bastante difícil de digerir para los
historiadores del mundo hispanocriollo, particularmente para aquellos enrolados en corrientes
historiográficas más renovadoras.

Pero la elaboración de tales síntesis, que sin duda habrán de ser provisionales y susceptible
de ser sometidas a revisiones y cambios, plantea algunas tareas previas que, pienso, hemos ido

vastos espacios vacios. Los circuitos sólo tocan el mundo blanco.


7 Un ejemplo claro de ese modo de trabajo puede verse en el clásico capítulo que John Cooper elaboró sobre los
araucanos para el Handbook of South American Indians (Cooper 1946). Este modo vuelve a reaparecer, menos
crudamente, en trabajos recientes como el mencionado artículo de Crivelli (2000), donde en un mismo párrafo se puede
transitar de un siglo a otro sin solución de continuidad. Tampoco el de Palermo (2000) escapa a esta limitación.
8 De ningún modo desestimo la necesidad de tener en cuenta los hechos ni la utilidad de disponer de una buena base
fáctica para elaborar esta o cualquier historia. El problema es considerar que esa base de datos, parcial e incompleta, “es
eludiendo. Me refiero, específicamente, a la necesidad de elaborar y legitimar nuevos marcos
espaciales y temporales para contener y articular esas síntesis que señalaba.

Seguimos pensando los espacios en términos de estados nacionales, seguimos pensando esa
historia en término de chilenos o argentinos, y aún para etapas en que ni siquiera la Argentina existía
efectivamente como una realidad política. Y, para ser consecuentes, cuando miramos hacia adentro
del territorio que hoy es la Argentina –probablemente por comodidad – seguimos a menudo
pensando ese espacio en términos de territorios provinciales, aun en períodos en que esas provincias
no tenían siquiera una existencia ideal. Por contraposición, seguimos teniendo poco claros los
distintos espacios que conformaron el territorio indio – sea en el aspecto geográfico, en el
económico o en el político – así como la forma en que esos espacios se vincularon y articularon en
unidades mayores y más abarcativas.

La tarea no es fácil, porque además habrá que tener en cuenta distintos aspectos. En primer
lugar, los aspectos temporales. Así, tomar como referencia las grandes unidades políticas – cacicatos
– puede ser un criterio útil para las décadas centrales del siglo XIX (en algún caso un poco más),
pero la creación de esas unidades es un fenómeno típico de esa etapa y resulta bastante cuestionable
proyectarlos mucho más hacia atrás. En segundo lugar, la alta movilidad – por distintos motivos – de
esas poblaciones. En tercer término, la fuerte integración de ese territorio – tanto cultural y
lingüística como económica – lo que tiende a ocultar diferencias y crear la imagen de una
uniformidad que, sin embargo, nunca terminó de borrar las diferencias. Esto se ve claro en algunos
trabajos – pienso especialmente en los de Leonardo León Solís – que tienden a brindar la imagen de
que los territorios situados al oriente de la cordillera andina conformaban una unidad casi sin
matices para la cual pueden generalizarse procesos y explicaciones que, en realidad, son sólo válidos
para algunas porciones de ese territorio.

De todos modos, sus características geoecológicas – claramente percibidas por los pueblos
nativos –, permiten definir ámbitos y áreas con funciones económicas precisas que articulan

la historia”.
actividades diferenciadas, impulsan el desarrollo de distintos modelos económicos, definen las líneas
centrales de la circulación y condicionan la distribución de la población y su movilidad. Este
complejo de rasgos, sobre el cual se modelaron las grandes unidades políticas del siglo XIX, explica
también muchos de los conflictos internos del mundo indio y contribuye a definir las políticas indias
frente a la sociedad hispanocriolla. Es en estas definiciones donde, pienso, debemos poner mucho de
nuestro esfuerzo en las próximas etapas de trabajo.

La otra cuestión, no menos compleja, es la temporal, específicamente, la de la periodización


a adoptar en la construcción de esa historia indígena. Es obvio, y no voy a entrar en esto, que hablar
de período colonial, de etapa virreinal, de período republicano o de época independiente (más allá de
su comodidad cronológica) tiene poco sentido y no nos dice nada acerca de los procesos, los
cambios, las continuidades y las rupturas que se operaron en ese mundo indígena. ¿Qué puede
significar para este mundo fechas como 1776, 1810, 1816, ó 1853, por dar algunos ejemplos?

Esto no quiere decir que lo que ocurre en el mundo hispanocriollo no tenga importancia para
el mundo indígena. Sin duda las estrechas vinculaciones que se establecieron y la interdependencia
entre ambas sociedades hacen que lo que ocurre en una afecte de algún modo a la otra sobre todo
cuando, como ocurre en la sociedad hispanocriolla, cuando tales cambios resulten en el triunfo de
nuevos proyectos políticos que impliquen modificar las relaciones con el mundo indígena. Pensemos
sólo en el impacto que tendrá el triunfo del proyecto liberal en la década de 1860, que acabará con la
destrucción de ese mundo indígena y la anexión definitiva de su territorio al estado nación que lo
reclama como propio.

Pero esto no debe ocultar un hecho fundamental que conformó uno de los supuestos de este
coloquio. Me refiero a la dinámica propia de los procesos que se operaron en el mundo indio y en la
participación y el rol que cupo a la sociedad india en la definición del carácter y el ritmo de los
cambios que se fueron operando. El mundo indio no fue un receptor pasivo de políticas e iniciativas
que emanaban de la sociedad blanca sino que fue capaz de elaborar repuestas y generar sus propias
acciones. Incluso, conocemos, cada vez con más claridad, algunos procesos que se desarrollaron
dentro de la sociedad indígena y que difícilmente puedan explicarse sólo por referencias a acciones
del ámbito blanco. Pienso, específicamente en el caso de los conflictos internos y las guerras
intergrupales, cuya importancia fue más grande de lo que pensábamos y que tuvieron un impacto
profundo sobre muchos aspectos de la vida indígena (refiero especialmente a los trabajos de Villar y
Jiménez ya mencionados). Cómo podemos entonces ignorar el desarrollo de tales conflictos en la
consideración de una periodización de la historia indígena.

El tema va a requerir, sin duda, de un esfuerzo colectivo y una visión global de los
problemas. El tiempo histórico, al menos tal como lo concebimos no es sino la combinación y
articulación de distintos tiempos que corresponden con los diferentes ritmos de cambio de las
distintas instancias de la realidad social: lo económico, lo social, lo político, lo ideológico ... En
nuestro caso, además, habrán de jugar por fuerza un papel muy importante los cambios en las
relaciones con la sociedad hispanocriolla. Por un lado, como señalamos, por la importancia misma
que tienen esas relaciones para la comprensión de las transformaciones que se operan en el mundo
indígena pues se trata de dos formaciones sociales en una creciente interdependencia que abarca
todas las instancias de la realidad social. Por otro, quizá menos legítimo pero no menos real, porque
en la medida en que nuestra documentación es producida por la sociedad hispanocriolla, los aspectos
del mundo indio que registra son aquellos que se relacionan con su propia sociedad.

Para la etapa histórica que ahora nos interesa, el comienzo y el final parecerían relativamente
claros: el comienzo de la presencia hispánica por un lado; la incorporación del territorio indio al
estado nacional por otro. Sin embargo, en ambos casos las continuidades parecen ser bastante
fuertes. En el primero, los trabajo arqueológicos, que son de singular importancia, muestran que la
complejidad de las sociedades de cazadores-recolectores prehispánicos es mucho mayor de lo que
podíamos pensar hasta hace no tanto tiempo (véase el artículo de Julieta Gómez Otero en este
volumen), y muchos de los elementos que las caracterizan se mantendrán en el período de contactos
iniciales. Y en el segundo, pese al innegable y profundo impacto que la conquista del territorio tuvo
sobre la sociedad india y a lo poco que conocemos sobre la situación de los grupos indios en los
momentos que siguieron a las campañas militares, parece que la ruptura no afectó de igual modo a
todo el mundo indígena. La ocupación definitiva del territorio en el último cuarto del siglo XIX,
representó sin duda una quiebra profunda en ese mundo. Ante todo el colapso demográfico que
implicó, así como la desarticulación de todas las estructuras de la vida social. Sin embargo, pareciera
que algunas de esas estructuras se reconstituyen, sin duda con modificaciones y sobre nuevas bases,
una vez pasado el impacto de la conquista militar. Esto fue posible, en buena medida, porque la
consolidación de una presencia efectiva del estado nacional en los territorio meridionales fue un
proceso sumamente lento y que afectó de manera distinta a diferentes partes del territorio (véanse los
artículos de Susana Bandieri y de Débora Finkelstein y María Marta Novella, en este volumen).

En ese extenso período, quizá una primera división fácilmente reconocible, se operó hacia
fines de la década de 1810 y comienzos de la de 1820. En otros trabajos hemos justificado este corte,
aunque hoy entrevemos que los cambios producidos fueron menos decisivos de lo que pensábamos
hace unos años. Sin embargo, son muchos los elementos que señalan a esa época como un momento
de ruptura y cambio, tanto en las relaciones entre ambas sociedades como en la dinámica interna de
la sociedad india (Mandrini 1997 a: 31-34).

Un segundo corte podría ser sugerido, aunque en este caso falta aún fundamentar algunos
aspectos ya que, en cierto modo, ese corte tiene que ver también con el comienzo de una
documentación más amplia y completa sobre el mundo indígena. De todos modos, la aparición
misma de esa documentación es significativa y no casual, ya que es justamente entonces, a
comienzos del siglo XVIII, cuando Buenos Aires deja de ser un enclave en la periferia del imperio
español para convertirse, en unas pocas décadas, en una sociedad de frontera (Gascón 1998).

En ese sentido, el crecimiento de la violencia entre ambas sociedades, que alcanza su primer
pico de intensidad hacia fines de la década de 1740, es un indicador del cambio en las relaciones
entre ambas sociedades, pero también, y tenemos suficientes indicadores, es resultado en buena
medida de los cambios y transformaciones que se ha venido operando en el mundo indígena desde el
momentos de los primeros contactos

Falta ahora avanzar en la precisión de los rasgos esenciales de esos momentos y de las
posibles subdivisiones que podamos trazar, en la adopción de una terminología que refleje los
contenidos de esos períodos y etapas y en la confrontación de tal propuesta y los procesos que se
operan en las distintas áreas a fin de determinar su alcance y validez. Cuando podamos concretar una
periodización legítima habremos avanzado seriamente en el camino de construir una historia
indígena que no sea ya un fenómeno periférico y dependiente de la historia del mundo hispanocriollo
sino que se vincule a la historia de ese mundo sin perder su propia dinámica y especificidad.

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conflicto que gauchos y araucanos libraron en las “pampas”, en el extremo sur del
continente, son imágenes que vienen a la mente cuando se piensa en las fronteras de
América latina. Podemos agregar, para el siglo XX, la densa selva del Amazonas como
una de las últimas fronteras que perduran en el imaginario popular (y académico). Sin
embargo, estas imágenes pasan por alto los Andes orientales y el Chaco 2 , una de las áreas
fronterizas de América latina de mayor vitalidad e importancia desde la época colonial,
hoy divida entre tres diferentes países de América del sur, Argentina, Bolivia y Paraguay.

Esta región fronteriza no ha recibido suficiente atención de los estudiosos, pese a


que sus pueblos indígenas fueron capaces de conservar su independencia frente a los
estados criollos durante más tiempo que otros grupos residentes en el Amazonas, a que el
trabajo indígena mostró ser de vital importancia en el crecimiento económico de las zonas
fronterizas y a que en la región se libró una guerra desastrosa entre Bolivia y Paraguay en
la década 1930. Este trabajo intenta brindar una visión de conjunto sobre la historia de la
frontera oriental andina a partir del examen de fuentes primarias y secundarias así como
realizar una comparación con otras fronteras de América latina. De este modo, el trabajo
intenta contribuir a los estudios sobre las fronteras mediante la creación de categorías de
análisis que permitan una comparación entre las distintas fronteras del continente, y

1
Este ensayo, en forma algo diferente, fue publicado en inglés como “The Eastern Andean Frontier (Bolivia
and Argentina) and Latin American Frontiers: Comparative Contexts (19th and 20th Centuries),” The
Americas, 58:1 (July 2002), 33-63.
2
La frontera oriental de los Andes comprende la región cordillerana que se extiende desde el departamento
de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia hasta el límite sur de la provincia de Salta en la República Argentina.
Aunque en la actualidad comprende las provincias argentinas de Formosa y Chaco, estos territorios recién
quedaron bajo control de la República Argentina al final del período que analizamos. Además, aunque una
parte importante del Chaco es hoy territorio paraguayo, Asunción obtuvo su posesión como resultado de la
Guerra del Chaco (1932-1935).
-2-

promover, en los debates académicos, el análisis de la situación de la región oriental de


los Andes durante en el siglo XIX y las primeras décadas del XX.

En el transcurso de la última década el estudio de las fronteras entró en una nueva


fase debido, en buena medida, a la reconceptualización de las fronteras, que pasaron de ser
vistas como líneas de separación entre civilización y barbarie –postura bien conocida a
través del clásico ensayo de Frederick Jackson Turner sobre la frontera de los Estados
Unidos– a ser consideradas como espacios de interacción entre diferentes pueblos y
culturas 3 .

Estas interacciones pueden ser concebidas dentro de tres categorías superpuestas.


Una corresponde a las interacciones que se desarrollan en las misiones fronterizas que
incluye no sólo los intentos de conversión religiosa y de cambio cultural (que no siempre
fueron exitosos), sino que también implicaba, con frecuencia, una caída demográfica, la
subordinación de los pueblos indígenas a los estados nacionales y la reorientación de las
economías indígenas (Langer y Jackson 1995).

Otro tipo de interacción, con frecuencia ignorado pero vital tanto para la economía
de la frontera criolla como para la de los pueblos indígenas, fue el económico. Este tipo de
interacción no sólo incluía el intercambio de bienes – en el Chaco, por ejemplo, los
indígenas adquirían ávidamente objetos de metal y armas – sino que también significaba el
empleo de mano de obra indígena en granjas y plantaciones, la utilización (especialmente
por los hacendados) de tierras controladas por los grupos indígenas y, además, el uso de
cautivos, tanto por criollos como por indígenas, sea como fuerza de trabajo o como objetos
de intercambio.

Por último, deben considerarse las interacciones de carácter militar y diplomático.


En este aspecto, aunque parece que el caso chileno y su historia de parlamentos casi
continuos, marcó una situación extrema en términos de interacción diplomática, lo cierto
es que en la mayoría de las fronteras había frecuentes encuentros entre distintos grupos
étnicos y negociaciones que, a veces, llevaban a la firma de tratados de paz, no sólo entre
criollos e indígenas sino también entre los mismos grupos indígenas. Tales negociaciones

3
Turner 1996: 1-38. Ver el influyente trabajo de Alistair Hennessy (1977) sobre el impacto de Frederick
Jackson Turner en la conceptualización de las fronteras en América latina. Nuevas definiciones sobre las
fronteras son ampliamente discutidas en Donna J. Guy y Thomas E. Sheridan (1998a: 7-12); White 1991; y
Weber y Rausch 1994.
-3-

constituyeron, como muchos autores lo han destacado, un componente importante en las


interacciones fronterizas 4 . Por otro lado, más allá de los frecuentes estallidos de
violencia, las relaciones con los soldados destacados en los puestos de fronteras, o cuando
los criollos realizaban expediciones en territorios desconocidos, condujeron también a
importantes interacciones.

En este artículo propongo establecer nuevas bases para el examen de las fronteras
latinoamericanas durante el siglo XIX. Aunque estas nuevas propuestas están ampliamente
respaldadas por una nueva periodización de la historia de las relaciones fronterizas,
existen puntos importantes en el análisis de las fronteras que pueden ser vistos a través del
prisma de la frontera oriental de los Andes. Esto incluye una reevaluación de las
relaciones de poder a lo largo de la frontera que muestra tanto que los indios pudieron
mantener un balance militar de poder como las causas de la declinación de su superioridad
militar hacia finales del siglo XIX. Al ofrecer tal perspectiva comparativa, espero colocar
plenamente la frontera oriental andina en el contexto del debate sobre la naturaleza de las
fronteras en América Latina durante el proceso de conformación de los estados nacionales
en el siglo XIX y los comienzos del XX.

Cada frontera posee sus peculiaridades, pero resulta cada vez más claro que, dentro
de la amplia diversidad de experiencias fronterizas en el siglo XIX y comienzos del XX,
hay importantes elementos comunes en los procesos experimentados en cada región. Los
Andes orientales, un caso relativamente desconocido para los latinoamericanistas, es un
excelente ejemplo para mostrar estos procesos comunes. De este modo, es posible
caracterizar el estudio de las fronteras en América Latina como un todo mostrando cómo
lo ocurrido en esta región se acomoda a lo sucedido en otras fronteras durante este
período.

Estas coincidencias pueden ser presentadas en dos niveles. En primer término en el


plano temporal, en el cual la historia de los Andes orientales puede dividirse en cuatro
Períodos distintos que abarcan las luchas de la Independencia, un período de superioridad
militar indígena a mediados del siglo, una etapa de transición en el que las sociedades
indígenas pierden su relativa posición de poder y, por último, la conquista sistemática de

4
Baretta y Markoff 1978. Véase también el interesante intento de Sergio Villalobos R. (1989) por mostrar
que la guerra no fue tan importante como se pensaba en la frontera araucana en el sur de Chile.También
León Solis 1990.
-4-

las fronteras por los estados nacionales. En segundo lugar, los Andes orientales
experimentaron procesos similares que crearon una sociedad fronteriza a través de la cual
los pueblos indígenas fueron eventualmente integrados, en una posición subordinada y no
sin enfrentamientos, a los estados nacionales. Esta posición de subordinación fue mucho
más reciente de lo que previamente habíamos supuesto. Tal situación dependió del relativo
poder de los grupos contendientes a lo largo de la frontera, donde el eventual triunfo del
estado-nación no fue del todo claro. De este modo, para entender cabalmente la frontera
oriental de los Andes y, por analogía, la mayoría de las otras fronteras de América Latina,
es necesario ir más allá del concepto aún ímplicito de la naturaleza inexorable del triunfo
de los criollos sobre los grupos indígenas fronterizos y el desarrollo lineal de las fronteras
que esto implica.

La frontera oriental andina: sus habitantes y el medio geográfico.

Para poder entender esta poco conocida frontera de los Andes orientales es
necesario, en primer lugar, describir algunas de sus características más notorias. La
frontera oriental de los Andes es una región geográficamente compleja lo que tuvo
importantes efectos sobre su historia. Esta frontera incluye las estribaciones orientales de
los Andes, una región densamente arbolada y sumamente escarpada, donde los angostos
valles orientados de sur a norte y los torrentosos cursos de agua hacen muy difícil el
acceso desde las tierras altas occidentales. El paisaje hizo imposible el uso de caballos
para propósitos militares y facilitó el desarrollo de tácticas de guerrilla que los chiriguanos
emplearon con notable efectividad. Por otra parte, la región era muy fértil, y tanto el clima
como los suelos resultaban excelentes para el cultivo del maíz y otros productos
subtropicales.

Hacia el este, atravesada la cordillera Aguarague, las empinadas montañas pierden


su altura, dando lugar a un paisaje de colinas onduladas que termina en una llanura plana.
La espesa cubierta forestal se modifica; los grandes árboles pierden altura y, ya
adentrándose en el Chaco, son reemplazados por una vegetación igualmente densa de
árboles espinosos y arbustos. En algunas áreas el suelo arenoso da lugar a la formación de
dunas o permite la formación de bosquecillos de palmeras. Durante el verano el Chaco es
-5-

extremadamente caluroso y húmedo, con temperaturas que alcanzan con frecuencia los
40 grados Celsius. Las lluvias de verano generan nubes de mosquitos y, algunas veces,
hacen que el suelo chaqueño se convierta en un lodazal salpicado con charcos y lagunas
temporarias. En el invierno la región sufre algunos largos períodos de sequía y las
temperaturas se moderan, produciéndose incluso algunas heladas cuando el avance de un
frente antártico conduce hasta allí espesas nubes y vientos fríos. A causa de las variaciones
extremas en las temperaturas y en el régimen de lluvias, así como por la mala calidad de
los suelos, el Chaco fue un territorio poco apto para la agricultura.

Al igual que en muchas regiones fronterizas, tanto los pueblos indígenas como los
no indígenas situados en la frontera oriental andina encararon una variedad de actividades
y pueden ser categorizados de distintos modos. El más usual es atendiendo a la actividad
económica básica de cada grupo étnico. Unos pocos pueblos fueron agricultores, al igual
que algunos pocos criollos. Por su posibilidad de venta en el mercado, el pimiento picante
andino, llamado ají, jugó el papel más importante aunque había también algunos cultivos
de maíz y calabazas realizados por unos pocos granjeros que vivían a lo largo de las
fronteras.

Los agricultores más importantes fueron dos grupos indígenas, los chiriguanos (o
ava-guaraní como prefieren ser llamados hoy) y los chanés. Fueron cultivadores del maíz
por excelencia en el pedemonte andino, donde las condiciones para la agricultura del maíz
eran óptimas. Los primeros, guaraní parlantes, eran ellos mismos pueblos fronterizos que
habían llegado a la región en oleadas de pequeños grupos provenientes del actuales
territorios de Brasil y Paraguay buscando la región del Kandire, territorio de una
abundancia casi paradisíaca. Durante el siglo XVI conquistaron a la mayoría de los chané,
comiéndose a algunos de los hombres y casándose con sus mujeres. También atacaron al
imperio incaico, aunque sólo penetraron fugazmente en las tierras altas del sur de Bolivia
durante el período de confusión que siguió a la conquista española 5 . De este modo, los
chiriguanos eran un pueblo mestizo y, como los apaches y comanches del norte de

5
Nordenskiöld 1917. Combès y Saignes 1991, quienes también discuten el término "chiriguano" que
recientemente ha devenido en algunas controversias. Por mi parte prefiero este término a los de
"chiriguanaes" o "Ava-Guaraní" pues es el más común usado en la documentación y sólo en la década de
1970 se tornó controversial a causa de la errónea etimología dada por Hernando Sanabria Fernández quien
sostuvo que la palabra provenía del quechua y había sido impuesta por los incas. De cualquier modo, en el
pasado reciente los chiriguanos se han referido a si mismos como Ava, que traducen aproximadamente
como "hombres" o "seres humanos".
-6-

México, migrantes que con su llegada alteraron el equilibrio militar de la frontera. A


causa de las óptimas condiciones agrícolas, los chiriguanos fueron muy numerosos: eran
más de 100.000 a comienzos del período republicano y sumaban todavía decenas de miles
en tiempos de la Guerra del Chaco, en la década de 1930. Los chanés que no habían sido
absorbidos por los chiriguanos eran, hacia el siglo XIX, menos numerosos y se
concentraban en un puñado de valles del pedemonte, a ambos lado del actual límite entre
Argentina y Bolivia 6 . En menor grado, la gente de la región de Izozo, en el límite norte del
Chaco, también practicaba la agricultura estacional en las riberas del río Parapití.

Una cantidad de pueblos seguían siendo cazadores y recolectores, actividades que


complementaban con alguna horticultura en la región del Chaco. Entre ellos se incluían a
los tenazmente independientes tobas, así como a los más numerosos matacos (quienes
también eran reconocidos como excelentes pescadores de los numerosos ríos que
atraviesan la región), y a grupos étnicos más pequeños tales como los chulupies, tapuy y
sirionó. Excepto los dos últimos grupos, que eran un desprendimiento de las migraciones
guaraníes que habían generado a los chiriguanos, todos los otros estaban en el Chaco
desde tiempos prehistóricos. De estos pueblos, el único grupo étnico que adoptó el caballo,
y posiblemente la cría de algunos vacunos, ovejas y cabras, fueron los tobas. Como
resultado, aunque nunca fueron tan numerosos como los matacos o los chiriguanos, se
hicieron conocidos por la peligrosidad de sus ataques y presionaban continuamente a otros
grupos étnicos (incluidos los criollos) en un intento por expandir sus territorios.

Por último se encontraban los pueblos que basaban su subsistencia en el manejo de


ganado vacuno. Este grupo de vaqueros incluía a la gran mayoría a los criollos que se
habían asentado en la región, quienes movilizaban sus ganados a través del territorio
utilizando como pasturas tanto las hierbas dispersas que crecían en las riberas de los
arroyos durante una parte del año como los abundantes frutos de árboles tales como el
algarrobo. Pero quizá, la fuente más nutritiva de alimento eran los campos de maíz sin
cercar de chiriguanos y chanés, que los ganados invadían con frecuencia destruyendo así

6
Para una estimación optimista de la población chiriguana, ver Pifarré 1989. Los chané no han todavía
encontrado a su historiador. Virtualmente no tenemos cifras demográficas, y los mejores estudios siguen
siendo los que realizó Erland Nordenskiöld quién a comienzos del siglo XX (Nordenskiöld 1920).
-7-

el recurso base de estos grupos étnicos7 . Esos ganaderos tendían a establecerse junto a los
principales ríos pues sólo allí se podía contar con pastos suficientes; además, era difícil
mantener los ganados en el interior del territorio durante la larga estación seca. Hacia fines
del siglo XIX la mayoría de los grupos indígenas también mantenían algún ganado mayor
y menor, aunque nunca en la misma cantidad que los rancheros de origen criollo. Además,
en tanto la cría de ganados no constituía en la región una empresa que exigiera un trabajo
intensivo, en la frontera oriental andina y en la del Chaco el número de criollos fue
relativamente pequeño constituyendo siempre una minoría en comparación con los
indígenas.

Las diversas actividades desarrolladas por el conjunto de grupos étnicos


determinaron los tipos de intercambios económicos que tuvieron lugar en ese contexto
fronterizo. Cada grupo buscaba, según sus necesidades, acceder a diferentes tipos de
bienes y servicios. Los indígenas, en particular, buscaban el acceso a artículos de hierro
que no podían obtenerse en su medio ambiente (Métraux 1948). Además, a fines del siglo
XIX, los indígenas estimaban especialmente las armas de fuego, como los rifles de
repetición, que sólo los criollos poseían. Los textiles eran también un importante rubro
comercial pues, aunque chiriguanos y chané cultivaban el algodón, la región no producía
suficiente material que pudiera ser usado para la confección de ropas.

Por su parte, los criollos necesitaban algunos bienes indígenas, principalmente sus
tierras para los ganados y, en segundo lugar, la fuerza de trabajo indígena. Esta última
adquirió creciente importancia a lo largo de la franja fronteriza de Argentina (provincias
de Jujuy y Salta) donde los propietarios de las plantaciones necesitan trabajadores para la
cosecha de la caña de azúcar. Aunque se hacia uso de cautivos y de indígenas de las
antiguas misiones jesuíticas, ni los indígenas ni los criollos intentaron capturar mujeres y
niños para complementar su necesidad de fuerza de trabajo. Incluso, la mayoría de las
mujeres y niños capturados –y luego vendidos– por las expediciones de castigo que los
criollos emprendían en forma periódica sobre el territorio, se convertían en sirvientes
domésticos en las ciudades andinas antes que en trabajadores en la región.

7
Branislava Susnik (1968) ha retomado la afirmación de Angélico Martarelli de que en la región fronteriza
la colonización fue llevada adelante no tanto por los criollos como por la acción del ganado. Susnik vio que
-8-

Periodización.

Uno de los modos más usuales de comparar fronteras, que toma en cuenta los
cambios operados en el tiempo, es dividir la historia de la frontera oriental andina en
varios períodos. Este método también permite hacer comparaciones con otras fronteras de
América latina tomando en cuenta diferentes aspectos para similares períodos en lugar de
considerar al siglo XIX y comienzos del XX como una totalidad. Además, toda la cuestión
de si la periodización de la frontera oriental andina se ajusta o no a la de otras fronteras de
América latina puede ser en si misma relevante para una perspectiva comparativa.

En el caso de los Andes orientales es posible distinguir cuatro períodos distintos en


la historia de la frontera para el período comprendido entre 1810 y 1932. El año de 1810
es usualmente un punto de partida ya que las luchas por la independencia comenzaron
luego y es así posible distinguir los modelos coloniales en la frontera. El año 1932 marcó
un punto final porque ese año estalló la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay , que
provocó una vasta destrucción, la presencia de un gran número de soldados en el Chaco y
un completo reacomodamiento del mapa étnico de la región. Aunque esta periodización es
específica para los Andes orientales y no siempre se corresponde con las fechas de otras
fronteras, es posible discernir algunos patrones muy similares de periodización en el resto
de América latina.

Las guerras de Independencia y el abandono de la frontera.

El período de las guerras de Independencia fue difícil para las sociedades ibéricas
en el continente americano. El estado de guerra incesante degeneró en casi todas partes
(excepto Brasil, donde el conflicto tuvo menor alcance) en un virtual estado de guerra civil
que debilitó fuertemente la capacidad de enfrentar a las sociedades indígenas no
conquistadas durante el período colonial. En muchas regiones los indígenas pudieron
recuperar territorios perdidos en el momento de dinamismo hispano y portugués a fines
del período colonial. La ferocidad que ambos bandos manifestaron en la guerra

la expansión fronteriza sobre los chiriguanos se caracterizaba por el conflicto entre «vacas y maíz».
-9-

comprometió con frecuencia en la lucha a grupos indígenas no conquistados, sea como


aliados de los españoles o de los patriotas, proveyéndoles un poder contra los europeos
que no habían experimentado por muchos años.

También el sistema misional sufrió ataques en este período, haciendo difícil a los
gobiernos mantener el control sobre las misiones fronterizas, como fue el caso de Bolivia,
Chile, el centro de Argentina, Colombia y el norte de México. Otras regiones, por el
contrario, no experimentaron muchos cambios, sea porque no mucho cambió (como en
Brasil, donde la transición se operó sin grandes sobresaltos) o porque los españoles se
habían instalado con tal firmeza que las sociedades indígenas no tenían la posibilidad (o a
veces no deseaban) de superar las defensas fronterizas. Esto ocurrió por ejemplo en el este
del Perú central, donde desde el período colonial tardío los españoles habían establecido
una línea de fuertes (Stern 1987; Sala i Vila 1998), y en California, donde el proceso de
exterminio étnico, ya muy avanzado, había dejado a los indígenas demasiado débiles como
para responder (Jackson 2000).

La primera fase de la historia de la frontera oriental andina durante la era


republicana encuadra muy bien en estas categorías; los indígenas fueron capaces de
retomar el control de tierras en el norte y de mantener a los criollos alejados en el sur. Este
modelo puede verse muy claramente durante las fases iniciales de las guerras de
independencia a lo largo de la extensa zona misional de protección que los españoles
habían establecido con éxito a fines del siglo XVIII a lo largo de la frontera oriental
andina, desde el Alto Perú hasta Salta y Tucumán. El conflicto entre patriotas y realistas
afectó a la zona fronteriza del pedemonte andino casi inmediatamente después del
estallido de las rebeliones antiespañolas. Sin embargo, estas luchas afectaron de modo
diferente a la parte norte, lo que más tarde se convertiría en Bolivia y hasta Orán, que a la
porción meridional, al sur de Orán hasta Tucumán.

En el norte, los franciscanos sólo habían comenzado a tener éxito con los
chiriguanos a partir de 1780, después del fracaso de los jesuitas que, antes de su
expulsión, habían intentado reducir en misiones a este grupo étnico. Hacia 1810, una línea
de 20 misiones franciscanas convivían con dificultad con una cantidad de comunidades
chiriguanas independientes. Entre 1813 y 1814 las tropas patriotas tomaron prisioneros a
los misioneros que apoyaban la causa realista y habían ayudado a proveer al ejército
- 10 -

virreinal de tropas indígenas a comienzos del conflicto en 1810 (Corrado 1990 [1880]:
II, 279-290). Las misiones desaparecieron como tales, pero los lugares donde estaban
asentadas continuaron poblados por los ahora independientes chiriguanos. Unicamente en
el extremo norte, cerca de la ciudad de Santa Cruz, el gobierno fue capaz de evitar que las
antiguas misiones quedaran bajo control indígena, enviando a clérigos seculares para
trabajar en ellas .

Más hacia el sur, en el territorio que actualmente es parte de la provincia de Salta,


en la Argentina, los jesuitas habían establecido una serie de misiones a lo largo de la
frontera del Chaco. Luego que la Corona española expulsara a los jesuitas en 1767, las
autoridades gubernamentales entregaron estas misiones a administradores seculares. A
pesar de muchos problemas entre 1810 y 1813 –conflictos entre los administradores y los
padres seculares residentes; algunos intentos de rebelión de los indígenas que vivían en las
reducciones– es claro que, hacia 1814, las reducciones se habían mantenido leales a la
causa patriótica. Las autoridades indígenas jugaron un papel importante en la causa
patriótica, proveyendo a la ciudad de Salta de ganado en momentos en que otras regiones
se encontraban desprovistas de rebaños 8 . Los patriotas fueron capaces de evitar la
separación de las misiones de la sociedad ibérica ya que la región fronteriza permaneció
bajo el control de los patriotas desde el comienzo del conflicto.

Los patriotas sabían que esta región era crucial en sus esfuerzos por mantener fuera
a los españoles y tenían muchos espías en el área para alertar sobre movimientos enemigos
que allí pudieran tener lugar. Martín Güemes, gobernador y líder carismático
revolucionario, proporcionaba concesiones al pueblo de la frontera para evitar el
descontento rural que amenazaba transformarse en revolución social (Mata de López
1999). Además, el gobierno de Salta continuó sostenimiento el cuerpo de milicias
establecido en 1740, denominado «Partidarios de la Frontera», quienes fueron capaces de
mantener bajo control a la población de las misiones. Esta milicia fue reforzada en algunos

8
Para los conflictos iniciales ver, por ejemplo, Domingo de Iriarte al Gobernador Intendente, Miraflores,
n.d.; Iriarte al Gobernador, Miraflores, 10 de septiembre, 1811; 11 de noviembre, 1811; 11 de diciembre,
1811 (en Archivo y Biblioteca Históricos de la Provincia de Salta [en adelante ABHS], Carpeta de Gobierno
1811; No. 109) y Salta, 28 de mayo, 1813 (ABHS, Carpeta de Gobierno 1813). Sobre la regularización de las
reducciones, ver M.A.G. al Comisario Mayor de Guerra del Ejército. Auxiliar del Interior, Salta, 12 de
diciembre, 1814 (ABHS, Carpeta de Gobierno 1814). Mi agradecimiento a Edith Morillo, quién como mi
asistente de investigación encontró buena parte de esta documentación en el ABHS.
- 11 -

lugares en donde el control era más frágil, como en Orán, con prisioneros de guerra
realistas 9 .

Las experiencias vividas en la franja misional fronteriza ejemplican una de las


características primarias de las fronteras durante el período independiente: o bien la
sociedad criolla se retira de las áreas que antes se encontraban bajo su (parcial) control, o
bien conservaba un dominio escaso del territorio que se había ganado en el siglo XVIII.
En este aspecto hubo un fuerte cambio desde fines del período colonial cuando la
dinámica política fronteriza de la Corona consiguió una lenta pero segura penetración en
el territorio indígena. Luego de 1810 cesaron las numerosas expediciones promovidas por
la Corona para “pacificar” la frontera. En realidad, tanto patriotas como realistas
comenzaron a alistar a los pueblos de la frontera para su causa en vez de intentar
someterlos. No sólo los frailes franciscanos hicieron intentos para reclutar a los indígenas
de las misiones para la causa realista. En 1814, el general Belgrano se encontró con el jefe
chiriguano Cumbay en Potosí, prometiendo los indígenas enviar sus guerreros para ayudar
a los revolucionarios. Belgrano propuso realizar expediciones al Chaco cuando se
encontraba acampando en Tucumán entre 1816 y 1818, pero únicamente para extender el
mensaje de los patriotas y presionar a los indígenas para que enviaran hombres y material
al Ejército auxiliar. Sin embargo el plan de Belgrano nunca dio frutos 10 .

La violencia revolucionaria desatada en el propio territorio criollo debió haber


tenido muchos otros efectos más allá de las fronteras mismas. La disminución de la
presión ejercida por las fuerzas fronterizas españolas a medida que las tropas coloniales se
concentraban la guerra civil que se libraba en el corazón del territorio colonial cambió
seguramente las dinámicas de poder en las fronteras. La desaparición del temor a las
expediciones españolas probablemente debilitó las alianzas entre grupos indígenas e
incrementó los conflictos entre ellos. La interrupción del flujo de bienes europeos
provenientes de los centros coloniales cambió probablemente las relaciones de poder y los
grupos ahora aliados con los españoles, que ya no podían contar con bienes materiales
europeos para aprovisionar a los demás, perdieron seguramente parte de su influencia en

9
Gerónimo López al Gobernador Intendente, Salta, 8 de mayo 8, 1813 (ABHS, Carpeta de Gobierno 1813,
Junio). Sara Mata ha demostrado que desde la época colonial el cuerpo de los Partidarios se conformaba en
buena medida con prisioneros. Cfr. Mata de López 1999: 157.
10
Ver Saignes 1990: 127-162; Arenales 1833: 242. Presumiblemente, se envió una expedición desde Salta al
río Bermejo en el Chaco en 1810, pero no esta claro que se halla realizado (Arenales 1833: 241-242).
- 12 -

la región. Sin embargo lo que conocemos de este proceso es bastante limitado dada la
pobreza de la documentación disponible referida a las regiones de frontera.

Entre 1812 y 1824, la frontera desaparece de la correspondencia oficial conservada


en los archivos Argentina y Bolivia, a no ser los pagos periódicos que se hacían a los
Partidarios en Salta. Aunque la ausencia de documentación no permite afirmarlo, sugiere
que la sociedad criolla se encontraba tan comprometida en la horrible y amarga guerra
civil que hubo relativamente poca interacción entre los grupos indígenas y los criollos. El
contínuo drenaje de hombres, caballos y ganados desde las fronteras realizado por las
fuerzas revolucionarias y realistas empobreció el lado europeo de la frontera, haciendo que
las interacciones fueran menos atractivas y ventajosas para los indígenas.

Por una parte, esto significó una desventaja para los grupos indios no sometidos a
los cuales una sociedad colonial vigorosa y relativamente próspera podía proveer de
bienes, sea mediante el comercio o los asaltos. Pero por otra, la retracción de la sociedad
criolla de las interacciones fronterizas significó para muchos grupos étnicos un respiro
frente a las expediciones punitivas españolas y a las constantes invasiones de ganados y
colonizadores. Algunos autores han sugerido que el período de la Independencia significó,
por este motivo, una revigorización, tanto económica como demográfica, de las sociedades
indígenas aunque la ausencia general de información para el período hace que este
argumento sea sólo hipotético (por ejemplo, Pifarré 1989: 280-283).

La frontera oriental andina exhibió así los rasgos más comunes de las fronteras de
América latina durante las guerras de independencia. Los grupos indígenas aprovecharon
la desorganización de las sociedades ibéricas para recuperar parte de sus antiguas tierras,
tal como sucedió con los chiriguanos. En cambio, más hacia el sur, donde el sistema
misional y las sociedades ibéricas se encontraban mejor asentados, los territorios
cambiaron substancialmente. Es lamentable que la información sobre las regiones de
fronteras sea tan escasa porque no es así posible saber por las fuentes como reaccionaron
los grupos no sometidos a la disminución general de la presión europea en términos de
redes de intercambio y guerras intertribales.

Superioridad militar indígena: 1824-1860.


- 13 -

El período subsecuente, que duró casi una generación, muestra cómo las
relaciones de frontera habían cambiado desde el período colonial. Durante esta época el
balance del poder militar se inclinó claramente hacia el lado de las sociedades indígenas
independientes, las cuales no emplearon su superioridad militar en recuperar territorios
perdidos durante el período colonial –ya lo habían hecho durante las guerras de
independencia– sino para acceder a bienes no producidos en sus territorios. Otros grupos
indígenas, parcialmente integrados en las nuevas sociedades nacionales y ubicados en
asentamientos situados en los márgenes de las fronteras, como los yaquis y los pueblos del
norte de México, también experimentaron una revitalización cultural y social durante este
período. En algunos casos, quedaron librados a su suerte como consecuencia de revueltas
que hicieron perder a los gobiernos su ya débil dominio sobre aquellas regiones; en otros,
combatieron contra toda fuerza opositora para mantener su autonomía 11 . Aún las regiones
centrales de los dominios coloniales en Mesoamérica y los Andes, que se constituyeron en
la base territorial de los más importantes estados republicanos, fueron testigos de una
«descompresión» de la sociedad rural en la cual los campesinos fueron capaces de
maniobrar con más libertad de la que habían gozado desde el siglo XVI 12 .

Es más fácil de trazar estas relaciones de poder en las fronteras a través de los
tributos que las sociedades criollas –a través de los gobiernos nacionales, funcionarios
locales y terratenientes– pagaban a los indígenas fronterizos. En el caso de las pampas de
Argentina, por ejemplo, el gobernador Juan Manuel de Rosas pagaba a los indígenas en
vicios (por ejemplo yerba mate, tabaco, azúcar, etc.), después de un breve período de
conquista en la década de 1830. Kristine Jones, entre otros, ha sostenido que con el pago
de vicios los indios vieron incrementada se dependencia de la sociedad criolla y que esto
no representó un caso notable de superioridad militar indígena (Jones 1999: 173-175;
también Ratto 1994; Bechis R. 1984; Socolow 1992). Sin embargo, el hecho mismo de
que estos pagos se realicen refleja una desigual relación de poder y los gobiernos

11
Ver, por ejemplo, Hu DeHart 1984: 56-93; Vecsey 1996: 150-158. Este trabajo incluye un análisis de la
pérdida del dominio de la Iglesia que tuvo dificultades para atender estos lugares "fuera de los caminos".
Vecsey es especialmente bueno para analizar los procesos culturales que se produjeron durante este período,
en el que los indígenas fueron capaces de conformar su propio sincretismo religioso con poca interferencia
por parte de los europeos. Para una postura a favor de la relativa fuerza de los grupos indígenas en el norte
de México durante el siglo XIX, véase también el clásico trabajo de Edward H. Spicer (1962).
12
John Tutino (1986: 215-241) acunó el término “descompresión”. Tutino (2000) extendió luego su análisis
a otras partes de la América española.
- 14 -

provinciales, con sus finanzas tan castigadas, no hubieran pagado a los indígenas si no
hubieran temido una guerra cuyo costo y organización no podían afrontar (Langer, en
prensa).

Igualmente, sospecho que en el norte de México los habitantes de las colonias


militares mantenían alguna especie de acuerdo con los apaches y comanches, aunque el
énfasis que la historiografía puso sobre los colonos y su memoria histórica como
luchadores contra los indígenas, ha evitado discutir esta posibilidad 13 . Esto no quiere decir
que este tipo de arreglos no existieran durante el período colonial pues, como Richard
Slatta ha sostenido recientemente, las fronteras coloniales españolas eran frecuentemente
más débiles de lo que antes habíamos sospechado 14 . Sin embargo durante los primeros
años de la vida republicana estos pagos fueron sistemáticos a lo largo de las regiones
fronterizas de toda la América hispana, incluyendo la frontera oriental andina, en una
escala distinta a la anterior.

La relativa debilidad de los nuevos estados republicanos en relación a la era


colonial, se pone de manifiesto en el sudeste de la frontera andina durante toda la década
de 1840. Aún en Bolivia, que durante el período republicano temprano había desarrollado
un estado relativamente fuerte desde el punto de vista militar, resultaba imposible tanto
mantener soldados en campaña por mucho tiempo dadas las amenazas de otros caudillos o
de estados vecinos, como construir y guarnecer los fuertes necesarios para afirmar nuevas
líneas fronterizas. En 1841, el presidente José Ballivián envió las mejores tropas federales
(más bien una milicia mal equipada) a la frontera chiriguana para poner fin a los asaltos
indígenas. Pese a algunos aparentes triunfos iniciales, las tropas no pudieron controlar el
área y debieron abandonarla despúes de unos meses 15 . Del mismo modo, los esfuerzos del
general Manuel Rodríguez Magariños, en 1842-1843, por explorar el Chaco y emplazar

13
La más reciente discusión se encuentra centrada en la capacidad de los colonos para resistir al estado
mexicano. Cfr. Alonso 1995; Nugent 1993. No obstante, ver Spicer 1962.
14
Slatta 1998. Esto no quiere decir que el gobierno colonial no pagara a los grupos indígenas de la frontera,
ya que esto ocurrió virtualmente en todas las fronteras en algún momento. Estos pagos reflejaban a menudo
la debilidad de los españoles, pero con frecuencia eran dádivas necesarias para seguir siendo considerados
suficientemente capaces para mediar entre grupos, o una táctica para alentar la asimilación de grupos de la
frontera. Para este último punto, ver León Solis 1990: 143-188. Para el concepto de los regalos como
importante herramienta de mediación en la relación entre europeos e indígenas, ver White 1991.
15
Manuel Carrasco al Ministerio de Guerra, Padilla, 5 de agosto, 1842; Pomabamba, 17 de agosto, 1842;
Padilla, 19 de septiembre, 1842, Mariano Estrada al MG, Piray, 31 de diciembre, 1842 (en Archivo Nacional
de Bolivia [en adelante ANB], Correspondencia oficial, Ministerio de Guerra [en adelante MG], t. 147, nº 85.
- 15 -

una serie de fuertes que consolidaran estos avances a lo largo del río Pilcomayo en la
frontera de Tarija resultaron un total fracaso. Sus esfuerzos sólo sirvieron para provocar
un levantamiento general de tobas y matacos, quienes luego hacieron incluso retroceder la
línea de la frontera 16 .

La situación era muy similar en el norte de Argentina. En 1823 el gobierno de


Salta redujo el pago a los Partidarios lo que originó que pocos hombres volvieran a
enrolarse. El año siguiente, el fuerte Río del Fuerte se encontraba desierto y, hacia 1825,
los indígenas recuperaron el control de territorios cercanos a Orán que habían perdido
durante el período colonial. En 1826, mientras los Partidarios sufrian la falta de paga y
armas, chiriguanos, matacos y chulupies saquearon la frontera de Rosario de la Frontera.
El gobernador de Tarija, que aspiraba enviar una expedición punitiva, fue incapaz de
encontrar "los elementos necesarios para [enviar] la expedición" 17 . Pablo Soria, un rico
empresario salteño, organizó en 1825 una expedición para navegar, descendiendo, el río
Bermejo. Como sucedió en otras expediciones al Chaco, en los primeros encuentros con
los expedicionarios los indígenas recibieron con buen ánimo los "regalos" que los criollos
les ofrecían. Empero, a medida que avanzaban río abajo, las relaciones con los indígenas
se tornaban belicosas y la expedición debió arrojar por la borda buena parte de las
provisiones para aliviar el peso y evitar el riesgo de tocar fondo y, encallados en el río, ser
asaltados (Arenales 1833: 252-259; Langer 1997a). A pesar de la mucha propaganda sobre
la importancia del río Bermejo como medio de transporte de bienes desde la frontera
salteña hacia el litoral argentino y, desde allí, al Atlántico, ninguna de las compañías
fundadas para poner en uso esta ruta prosperó hasta la década de 1860.

La guerra civil que asoló a los estados contiguos a la frontera andina no facilitó las
cosas para los criollos. Desde 1826 la provincia de Salta comenzó a sufrir conflictos
militares que se hicieron endémicos en Argentina hasta la década de 1860. Así, mientras
que los chulupies y matacos comenzaban a ejercer presión desde Río del Valle a Rosario

16
“Diario de la navegación y reconocimiento del Rio Pilcomayo por el Jeneral Manuel Rodríguez
Magariños,” ms, Nº 478, Colección Rück, ANB. Documentos relacionados con esa expedición se encuentran
transcriptos en Langer y Bass Werner de Ruiz 1988: 208-212, 257-259, 281-288. Véase también Greever
1987: 129-165.
17
José Antonio Fernández Cornejo a José Ignacio Gorriti, Salta, 9 de octubre, 1823; Gorriti al Gobernador
de Salta, Miraflores, 5 de mayo, 1824; Vicente Media al Gobernador, Orán, 14 de enero, 1825; Gordaliza al
Gobernador de Salta, Tarija, 10 de julio, 1826; S. de Bustamante al M.H.C. Junta Permanente de R.R. de la
Provincia, Salta, 13 de mayo, 1825 (en ABHS, Carpetas de Gobierno).
- 16 -

de la Frontera, los gauchos del valle de Zenta, más hacia el norte, se rebelaron. Ese año la
guerra entre unitarios y federales alcanzó a Salta, ya que el gobernador de la provincia
envió tropas para enfrentar a Facundo Quiroga en el sur 18 . Fue también durante este año
que el conflicto fronterizo por Tarija alcanzó su punto más alto, drenando, por un lado,
considerables recursos militares (especialmente desde la región fronteriza) tanto de
Argentina como de Bolivia y desviando, por otro, la atención de los respectivos gobierno
de los asuntos relacionados con las fronteras indias. Estas cuestiones son palpables en la
correspondencia oficial de ambos países: en tanto las regiones fronterizas claman por
ayuda, los funcionarios gubernamentales prefieren enviar tropas para luchar contra otros
criollos 19 .

El balance militar se inclinaba también hacia las sociedades indígenas pues había
una relativa igualdad en la efectividad de los armamentos de que disponían indígenas y
criollos durante este período. En otra parte he demostrado que las «tercerolas» y otras
armas de fuego que los criollos tenían a su disposición se encontraban en malas
condiciones para disparar en el clima húmedo del pedemonte andino subtropical y en las
llanuras del Chaco 20 . Esas armas de fuego provenían de las guerras de independencia y no
funcionaban muy bien. De este modo, las armas de los indígenas –arcos y flechas, lanzas–
eran con frecuencia más efectivas que aquellas que manejaban los milicianos de la
frontera; por ello, dado el relativo equilibrio en el armamento, lo que más importaba era
quien podía reunir el mayor número de combatientes. A lo largo de la frontera oriental
andina los indígenas superaban en número a los pobladores criollos pues, a diferencia de
otras regiones durante este período, la economía de los criollos siguió apoyada
principalmente en el ganado vacuno, una actividad que requería una muy baja densidad de
población.

18
Sobre chulupies y matacos, véase José Antonio Terán Cornejo al Gobernador, San Isidro, 23 de mayo,
1826 y 9 de agosto, 1826; para la rebelión de los gauchos, ver Juan Franco Pastor a Teodoro Sánchez de
Bustamante, Humahuaca, 16 de diciembre, 1826 (ABHS, Carpetas de Gobierno). Es mucho lo que se ha
escrito sobre el comienzo de la guerra civil en Argentina a principios del período republicano. Una buena
síntesis en Bazán 1986: 277-293.
19
Los ejemplos son demasiado numerosos como para mencionarlos. He examinado la correspondencia
militar para Bolivia desde 1825 hasta 1860, así como toda la de Salta desde 1810 a 1830; la afirmación se
sostiene en ambos casos.
20
Ver el Capítulo I de mi Taking Pears from the Elm Tree: A History of the Franciscan Missions Among
the Chiriguanos, 1840-1949, Manuscrito inédito.
- 17 -

En el mejor de los casos, los criollos fueron capaces de ingresar a territorio


indígenas como aliados de otros grupos indígenas, combatiendo pequeños contingentes
junto a los guerreros indios y bajo su mando, como ocurrió principalmente en el norte de
Bolivia, donde las turbulencias políticas en la sociedad criolla fueron mucho menores que
en Argentina. A veces, cada uno de los diferentes bandos en pugna enrolaban criollos de
diferentes regiones, poniendo así criollos contra criollos. Este fue el caso de la Chiriguanía
donde la milicia de Santa Cruz terminó combatiendo contra vaqueros de Chuquisaca, una
disputa que más tarde, en ese mismo siglo, se transformó por si misma en un sangriento
conflicto sobre los respectivos límites departamentos en la región del Chaco (por ejemplo,
Rivero 1882). Más hacia el sur, hacia abajo de Tarija, la población indígena de las
antiguas misiones franciscanas y jesuíticas permaneció integrada dentro de la sociedad
criolla, formando un “colchón” efectivo entre los infortunados criollos y los matacos,
chulupíes y tobas. Un proceso similar se hace evidente en otras partes donde las misiones,
o las anteriores misiones, sobrevivieron; en Nuevo México los pueblos siguieron siendo el
baluarte de los mexicanos contra los ataques apaches, de mismo modo que en Chile, Perú,
Ecuador y Colombia las antiguas misiones conformaron asentamientos que, bajo el control
nominal de los criollos, contuvieron los ataques indígenas.

El resultado de este desequilibrio militar fue una transferencia sistemática de


recursos desde la sociedad criolla a las indígenas. He documentado esa transferencia para
un caso en particular, el de los consumos de los grupos chiriguanos como resultado del
pago de tributos (bajo la forma de “derechos de pastoreo”, “pago a los indios aliados”,
etc.), especialmente textiles importados en grandes cantidades (Langer 1997b). Tanto los
terratenientos cercanos a la frontera como las autoridades gubernamentales pagaban tales
tributos. Los primeros, pagaban el llamado yerbaje (“derechos de pastoreo”) a los jefes
indígenas por tener sus ganados en tierras que, al menos en los papeles, pertenecían a estos
últimos. Por su parte, las autoridades gubernamentales cuyas jurisdicciones lindaban con
el territorio chiriguano entregaban ropas y textiles a los jefes indios quienes
acostumbraban presentarse al menos una vez al año en las capitales departamentales para
obtener su parte de bienes. Los funcionarios realizaron estos pagos a los líderes
chiriguanos –como demostró Thierry Saignes–, todos los años entre 1830 y 1866 y,
- 18 -

probablemente continuaron haciéndolo al menos hasta 187321 . No he podido documentar


pagos similares en Salta, pero en este caso se han conservado muchos menos documentos
que en Bolivia, y, hasta 1870, los documentos de las provincias fronterizas parecen
haberse perdido completamente. Sin embargo supongo que los terratenientes pagaban a los
indígenas pues, salvo por la presencia de las antiguas misiones, la situación política y
militar era tan calamitosa como en Bolivia.

Otro aspecto vital a tener en cuenta sobre el cual hay pocas investigaciones
publicadas son los modelos de mestizaje entre grupos indígenas y europeos o mestizos de
las sociedades nacionales. Aunque los indígenas predominaron militarmente y los
posteriores cronistas criollos y misioneros enfatizaban lo sanguinario de los guerreros, se
tiene la impresión de que el mestizaje demográfico fue mucho mayor de lo que quedó
registrado. En el oriente andino no se produjeron expediciones sistemáticas en busca de
cautivos como las que tuvieron lugar en las pampas y el norte de México durante el mismo
período y la frontera fue allí particularmente permeable en ambas direcciones. Un gran
número de indios aparece en calidad de sirvientes en los hogares de los colonos, aunque
no se sabe si trataba de cautivos o de indígenas que trabajaban temporaralmente en la
sociedad criolla. Tobas, matacos y chiriguanos comenzaban a trabajar en los campos de
caña de azúcar de las plantaciones de Jujuy, o como vaqueros en las haciendas de Orán y
de más el norte. La sociedad indígena tampoco fue hostil a los visitantes y aún a largas
estadías de criollos que proveían a los grupos indígenas de importante información sobre
las sociedades nacionales (por ejemplo, Villafañe, 1857: 31-40).

El período de transición: 1860-1880.

El periodo que se extiende entre 1860 y 1890 fue testigo de un creciente


predominio del estado nacional sobre las formaciones políticas indígenas a lo largo de
todas las fronteras de América latina. Fue éste un período de transición en el que las líneas

21
Saignes 1990: 179. Los datos oficiales se vuelven irregulares después de 1866. De hecho Saignes no
encuentra todos los tributos pagados y no toma en cuenta que los terratenientes pagaron sumas adicionales,
por lo que los montos eran considerablemente mayores que lo que puede documentar. Es probable que el
pago de tributos haya finalizado en 1874 cuando estalló la guerra de Huacaya. Luego de cuatro años de
intensos enfrentamientos, el ejército y las milicias bolivianas finalmente fueron capaces de poner fin al
poderío militar de los chiriguanos, a pesar de su alianza con algunos grupos tobas.
- 19 -

de poder permanecen con frecuencia oscuras y durante el cual el eventual triunfo de los
criollos sólo puede considerarse inevitable si se ve el proceso retrospectivamente desde el
siglo XX. Hubo muchas causas que pueden explicar el creciente poder de los Estado-
nación en las áreas de frontera, y no son exclusivas para América latina. La economía
mundial creció con rapidez durante este período valorizando los bienes provenientes de las
áreas de frontera y otorgando al mismo tiempo a los estados nacionales recursos derivados
de los impuestos generados por la expansión del comercio. Esto fue muy claro en las áreas
dedicadas al pastoreo de ganado tales como en el norte de México y en las pampas del
cono sur, regiones que entraron en una etapa de sostenido crecimiento. Del mismo modo,
las áreas de selva tropical de Brasil, Colombia, Perú y la Amazonía boliviana se integraron
a la economía mundial a través de un nuevo producto utilizado en las economías
industriales, el caucho 22 . Por otra parte, incluso los productos de la revolución industrial
penetraron en remotas áreas fronterizas. Para las sociedades indígenas era imposible
adquirir esos productos en gran cantidad, lo que daba ventaja a los criollos. El caso más
notable fue el de las nuevas armas de fuego –rifles de repetición, pistolas de seis tiros–
que eran muy superiores en poder de fuego, alcance y facilidad de uso a cualquier otra que
poseyeran los indígenas, sin importar la cantidad. Además, el ferrocarril y las
embarcaciones de vapor facilitaron el movimiento de tropas hacia las áreas de frontera,
haciendo posible utilizar toda la capacidad de los modernizados ejércitos de América
latina para controlar a las poblaciones fronterizas.

Estos procesos eran parte de un fenómeno mundial que afectó también vastas áreas
del resto del planeta, como América del norte, Australia y el sudeste de Asia. Algunas
áreas de frontera directamente producían bienes para las potencias industriales del
Atlántico norte, tal como el caucho en el Amazonas, mientras que otras simplemente
participaban como áreas que sostenían a las florecientes regiones exportadoras. Tal fue el
caso de la frontera sudoriental andina de Bolivia y Argentina, aunque el eventual resultado
–el predominio de las sociedades nacionales– fue el mismo. Y, puesto que estas regiones
permanecieron relativamente aisladas, incluso como proveedoras de bienes para las
regiones exportadoras, no experimentaron toda la fuerza del comercio. Esto significó que
la estructura social, en la cual la fuerza de trabajo indígena era mayoritaria, permaneció

22
Para el norte de México, véase por ejemplo Cerutti 1987; Wasserman 1984. Para las pampas, Giberti
1970; Sábato 1990. Sobre el auge del caucho, Stanfield 1998; Weinstein 1983.
- 20 -

relativamente subdesarrollada, en una suerte de "sociedad de conquista" en la que la


mayoría de los nativos vivía bajo condiciones de opresión social bajo el mando de una
reducida élite criolla.

Tanto en Bolivia como en Argentina la vida de las fronteras cambió gradualmente


en la segunda mitad del siglo XIX. Entre las décadas de 1860 y 1880 el balance del poder
militar se inclinó lentamente hacia los estados nacionales que, en este período, se
consolidan a expensas de los centros regionales. Este proceso fue muy claro en Argentina:
la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) marcó la derrota de las fuerzas regionalistas y,
en 1880, se definió finalmente la situación de la ciudad de Buenos Aires, aunque también
con derramamiento de sangre. El balance demográfico y económico también cambió a
favor de la región del litoral a medida que la inmigración masiva desde Europa
transformaba el paisaje nacional. En Bolivia, a su vez, el auge de la minería de la plata en
la década de 1860 y la revitalización de la economía ganadera en el borde oriental andino
también significaron un mayor poder estatal, pese de a una serie de presidencias militares
o dictatoriales que, en el mejor de los casos, sólo fueron capaces de consolidar su propia
administración por breves períodos.

La cuestión fronteriza recibió en ambos países una especial atención por parte de la
sociedad criolla. Frailes franciscanos de origen europeo (en su mayoría italianos)
ingresaron en este período en los territorios fronterizos de los Andes orientales,
establecieron misiones en el interior, y fueron capaces de atraer hacia ellas a numerosos
grupos indígenas antes hostiles que, luego, sirvieron como trabajadores para los
pobladores criollos que, buscando protección, se habían aglutinado alrededor de las
misiones. Los misioneros fueron más exitosos en Bolivia que en Argentina, pues los
franciscanos mantenían en el primero una gran influencia a nivel nacional mientras que en
Salta los intereses locales y regionales pudieron periódicamente subvertir la vida de las
misiones 23 . El convento de Salta fundó cuatro misiones entre 1859 y 1868 mientras que
los colegios misionales de Tarija y Potosí fundaron siete entre 1858 y 1878. Como
resultado, los chiriguanos, tobas y matacos –de lejos los tres grupos indígenas más
numerosos y militarmente más fuertes de la frontera– se encontraron a sí mismos

23
Langer 1998. Para Salta, véase la excelente tesis de Ana Teruel (1999) y Teruel 1998.
- 21 -

divididos cuando una gran parte de sus hermanos forjaron, en las misiones, alianzas
permanentes con sus anteriores enemigos.

También presenció este período un renacimiento de la ganadería fronteriza a


medida que se expandían las economías nacionales, lo que provocó presiones sobre
algunos grupos indígenas, especialmente aquéllos de la región del Chaco. Allí, los
hacendados se expandieron a lo largo de los principales ríos, como el Pilcomayo y el
Bermejo, pues los ganados necesitan acceso permanente al agua en una región donde los
inviernos secos significaban la desaparición de otras fuentes de agua en la superficie. Pero
los ríos constituían un recursos esencial para los grupos que vivían en el Chaco. La
pérdida de acceso a los ríos –hacendados y pobladores disparaban a cualquier indígena
que encontraban en las tierras en que había ganados– creó serios problemas para los
indígenas, haciéndolos dependientes de los criollos en otros aspectos. Los matacos, por
ejemplo, para quienes la pesca cubría, tradicionalmente, gran parte de su necesidad de
proteínas, fueron obligados a trasladarse hacia las misiones franciscanas agrupadas a lo
largo de los ríos 24 . Probablemente, matacos y tobas comenzaron a trabajar más para los
criollos como un medio de obtener alimentos que no podrían conseguir de otra manera en
los fértiles microambientes ribereños.

En el caso de los chiriguanos, los ganaderos invadían deliberadamente con sus


rebaños los sembradíos de maíz, privando así a los indios de su principal fuente se
subsistencia. Como exclamó un franciscano, la frontera de los chiriguanos fue colonizada
más por las vacas que por los hombres (Martarelli 1918: 303). La próspera economía
ganadera acabó con la capacidad de los chiriguanos para resistir. La guerra de Huacaya
(1874-1878), en la que una alianza de aldeas chiriguanas aliados centrada en Huacaya
intentó expulsar a los hacendados de sus territorios, fue una manifestación de este
conflicto. Para esa época, las misiones y las astutas políticas de los pobladores criollos.
quienes tomaron ventaja de rivalidad intertribal que mantenía divididos a los chiriguanos,
posibilitaron la derrota de los indígenas. A diferencia de lo ocurrido antes, cuando los
criollos no podían conservar las tierras ganadas, todas las tierras de los chiriguanos, tanto
las de los aliados de los criollos como los indígenas del Ingre, como aquéllas de los que

24
Cuando la temporada de pesca llegaba a su fin, la mayoría de los matacos volvía al monte, dejando atrás
sólo a los niños pequeños y sus madres, como también a los demasiado viejos o enfermos como para
- 22 -

resistían, fueron ahora apropiadas y distribuidas como premio a los vencedores (Langer
1989a: 128-130).

El balance militar también cambió a causa de la nueva tecnología bélica. A partir


de la década de 1860 los criollos introdujeron el rifle de repetición en las guerra de
frontera. A diferencia de las anteriores, tales como las tercerolas, las nuevas armas dieron
a los criollos una significativa ventaja que los indios no pudieron igualar. Arcos y flechas
no podían, simplemente, competir en efecto letal, alcance de fuego y precisión con los
nuevos rifles. Los líderes indígenas, por otra parte, no podían acceder a las nuevas armas
pues los gobiernos no las comerciaban y los mercaderes que se internaban más allá de las
fronteras tampoco se las vendían.

El creciente avance de los criollos hacia el interior del Chaco durante este período
hizo difícil para los indígenas vivir sin sobresaltos en sus territorios. Además, comenzaron
entonces las migraciones estacionales de todos los grandes grupos indígenas hacia las
plantaciones de caña de azúcar situadas en los bordes del Chaco, en las provincias
argentinas de Salta y Jujuy. Una vez allí, los indígenas tuvieron acceso a un conjunto de
productos, como cuchillos, textiles, ganados y otros bienes difíciles de conseguir en el
Chaco y el pedemonte andino. Incluso los chiriguanos, tanto los que estaban en las
misiones como los que vivían en aldeas independientes, comenzaron a migrar desde el
lado boliviano de la frontera para trabajar en los campos de caña de azúcar (Lagos 1992).
En algunos casos, tales como en el del jefe chiriguano rebelde Cayaguari –que había
escapado hacia el Chaco luego de la derrota de Huacaya– y el de algunos jefes tobas, eran
esos mismos jefes quienes enviaban a su gente a trabajar allí para poder acceder a rifles
que les permitieran resistir mejor el avance de los blancos y expandirse a expensas de
grupos étnicos rivales, en particular los matacos (Nordenskiöld 1913: 161).

Del mismo modo, también el balance demográfico comenzó a cambiar, al menos


en la parte argentina de la frontera. Aunque el flujo de inmigrantes que inundó la región
del litoral argentino sólo produjo un efecto de goteo hacia el norte del país, más y más
criollos, e incluso inmigrantes, se establecieron en la región del Chaco. El gobierno de
Salta también implementó un programa de colonización para desarrollar parte de su

marchar. Así, las misiones del Chaco eran con frecuencia misiones estacionales, pues durante los meses de
verano había pocos residentes.
- 23 -

frontera oriental, llamada Colonia Rivadavia. Fundada a comienzos de la década de 1870,


la "colonia" consistía en extensas haciendas donde el ganado sobrevivía comiendo hojas
de árboles y arbustos, más que utilizando praderas herbáceas. Durante este período
transicional, Rivadavia era todavía, en gran medida, una región de frontera, con constantes
enfrentamientos entre los indígenas y los criollos que invadían las tierras (Teruel 1999:
176-183).

En suma, durante el período de transición, los indígenas comenzaron a perder la


superioridad militar que habían tenido en el período anterior. No está claro que, en la
mayor parte de la frontera, la situación se haya volcado a favor de los colonizadores
criollos –en muchos casos el poder de los indígenas era aún lo bastante fuerte como para
destruir avanzadas colonizadoras y derrotar expediciones militares. Pero la tendencia
general había cambiado y los criollos comenzaron a invadir las tierras indias con sus
ganados. Rara vez pudieron los criollos alegar su control sobre los pueblos indígenas y así
las actividades agrícolas, que hubieran sido mucho más peligrosas porque los colonos
habrían tenido que permanecer en un mismo lugar, usualmente fracasaron. El ganado, sin
embargo, servía para varios propósitos, incluyendo la destrucción de los campos y del
equilibrio ecológico de las regiones que invadía. Tal fue, en gran medida, el caso de la
frontera boliviana en Tarija y de Colonia Rivadavia en Salta. Pero, en ninguna parte fue
este proceso tan claro como en la guerra de Huacaya, donde la expansión de la economía
ganadera creó las condiciones para una derrota definitiva de los otrora poderosos
chiriguanos (Langer 1989: 127-131).

De este modo, entre las décadas de 1860 y 1880 se hizo visible un cambio en el
balance del poder, que se volcó a favor de las sociedades nacionales. La aceleración del
ritmo de crecimiento de las economías orientadas a la exportación llevó a una mayor
penetración económica en las regiones de frontera y a una parcial integración de los
indígenas en nuevos sistemas laborales. Los nuevos armamentos, combinados con los
crecientes recursos estatales, provocaron un cambio en el poder a favor de los pobladores
criollos que comenzaron a apropiarse de las tierras indias. En todas las guerras se luchó
duramente y no siempre fue claro que hubieran llevado a la derrota definitiva de las
fuerzas indígenas. Pero, lamentablemente, la experiencia de Cayaguari de tratar de
compensar la creciente brecha tecnológica mediante una política sistemática de
adquisición de armamento y de entrenamiento de sus guerreros, demostró ser inadecuada
- 24 -

en el largo plazo frente al poderío de los ejércitos nacionales, aunque esas políticas le
dieron algunas victorias a expensas de otros grupos étnicos nativos (Nordenskiöld 1913:
161).

Derrota indígena e integración parcial. 1880-1932.

Las fuerzas desatadas en el período anterior se hicieron sentir con todo su peso
sobre las fronteras de América latina a partir de la década de 1880. En este sentido, la
frontera oriental andina encaja en el modelo experimentado en otras fronteras del
continente durante este período y, aunque en cada región posea rasgos específicos, en
todas ellas se trató de una historia de invasión, conquista, muerte e integración de la fuerza
de trabajo indígena en las economías nacionales en las más abyectas condiciones. Fue en
este período en que tanto Chile como Argentina se lanzaron a la conquista de los
territorios indígenas del sur; cuando México atacó y derrotó a yaquis, tarahumaras y
mayas; cuando el escándalo del río Putumayo puso al descubierto las horrendas
condiciones de trabajo a que estaban sujetos los trabajadores del caucho en las selvas de la
Amazonía peruana.

Junto al creciente poder de los ejércitos nacionales, una nueva actitud hacia los
pueblos indígenas no reducidos cobró fuerza en este período. El liberalismo, que tenía un
escaso componente étnico cuando se extendió rápidamente por la naciones de América
latina a fines del siglo XIX, devino en versiones de darwinismo social y otras formas de
racismo científico. Estas nuevas ideologías no sólo justificaban la conquista de regiones
sobre las cuales los estados de América latina se arrogaban derecho a expensas de los
"salvajes", sino que, además, los exculpaban por grandes matanzas y el sojuzgamiento de
los pueblos sorprendidos por el fuego cruzado de los ejércitos nacionales que invadían sus
territorios. Estos, que eran percibidos como despoblados o "desiertos", incluían algunas de
las tierras más fértiles del mundo, tal como la región de las pampas meridionales. Y,
puesto que los indígenas eran ubicados en un nivel inferior de la escala evolutiva,
especialmente aquellos que no se habían rendido a los estados nacionales, se los
consideraba formando parte de la fauna de la región, como bestias o, en el mejor de los
casos, obstáculos que debían ser superados. La idea de Frederick Jackson Turner, que
- 25 -

escribió su famoso ensayo sobre las fronteras de América del Norte precisamente durante
este periodo, de considerar a los indígenas como parte del entorno natural era
ampliamente compartida también por entre las élites latinoamericanas 25 . La combinación
de una ideología racista con medios para someter a los pueblos nativos demostró ser una
combinación letal para las poblaciones fronterizas.

La guerra de Huacaya fue un antecedente de lo que ocurrió en el resto de la


frontera oriental andina en las décadas siguientes. Una serie de campañas y un estado de
guerra generalizado acabaron con la derrota, una vez tras otra, de las fuerzas indígenas y
su eventual integración en sus respectivos estados nacionales en términos muy
desfavorables. De todos modos, esta integración era sólo parcial, pues no era parte del
interés de las élites terratenientes – de las cuales los propietarios de plantaciones de caña
de azúcar constituían la parte más importante– transformar a los indígenas en trabajadores
asalariados permanente. Aún en la parte norte de la frontera, en Bolivia, donde las
haciendas que surgieron en tierras de los chiriguanos luego de la derrota militar intentaron
integrar a la totalidad de las aldeas nativas en sus propiedades, los indígenas continuaron
viviendo, en el mejor de los casos, en comunidades separadas y sólo trabajaban
estacionalmente para los criollos. Estas comunidades eran tanto misiones –que crecieron
durante este período por la presencia de las sectas protestantes– como las comunidades
independientes que eventualmente eran también llamadas misiones en el norte de
Argentina, aún cuando no tenían misioneros residentes.

La derrota de los pueblos indígenas fue una constante en este período. El estado
boliviano, al igual que el argentino, disponían finalmente de los recursos necesarios para
invadir el territorio indígena y desafiar a los nativos en su propio terreno. Una de las
empresas más importantes llevadas a cabo fue la expedición de Victorica al Chaco en
1884. A través de ella, el estado argentino intentó tomar el control sobre el "desierto", en
una operación complementaria de aquella que había puesto a disposición de los grandes
propietarios la tierras del oeste pampeano y de la Patagonia. Las fuerzas argentinas
debieron volver a entrar al Chaco en 1911 para terminar la tarea y, nuevamente, en 1916
para reprimir rebelión de los tobas.

25
Turner 1996. El renovado énfasis sobre el discurso está llevando a un nuevo interés por el tema. Marcelo
Lagos está trabajando en un libro sobre esta cuestión para Argentina al igual que Jorge Pinto para Chile. [N.
T. El trabajo de Lagos fue publicado luego de la presentación de este trabajo. Ver, Lagos 2000].
- 26 -

En Bolivia se desarrollaron acciones similares. La expedición de Daniel Campos,


que en 1883 alcanzó por primera vez la ciudad de Asunción atravesando el Chaco, fue la
mayor hazaña militar. El estado boliviano financió colonias militares en el Chaco a partir
de la década de 1880, lo que ocasionó conflictos con tobas y matacos pues los colonos
militares perseguían a los indígenas y los baleaban como si fueran "ladrones" de ganado
que invadían sus territorios. El alzamiento de los chiriguanos en 1892, de carácter
mesiánico, durante el cual muchos asentamientos criollos fueron completamente
destruidos, provocó una rápida y mortal represión. Finalmente, más de 5000 guerreros
chiriguanos murieron y sus mujeres y niños fueron vendidos como esclavos en Santa Cruz
y Sucre (Teruel s/f; Campos 1888: 67-236; Sanabria Fernández 1972). La rebelión toba de
1916 también afectó el lado boliviano de la frontera, ocasionando la expulsión de los tobas
hacia el interior del Chaco y la expansión de las haciendas ganaderas, en su mayoría de
propietarios argentinos 26 . El proceso de expansión criolla fue implacable; para 1932 las
tropas paraguayas y bolivianas habían establecido un cordón de fortalezas militares que
destruyeron el poder de los tobas.

La derrota a manos de los criollos ocasionó grandes transformaciones en las


comunidades indígenas. Algunas, especialmente en Bolivia, cayeron bajo el dominio de
las haciendas y sus pobladores se convirtieron en peones por deudas; otras comunidades
permanecieron nominalmente independientes. Estas últimas eran con frecuencia las que
tenían jefes astutos que fueron capaces de hacer competir entre sí a los propietario de
tierras al servir como fuerza de trabajo estacional para todos. Este fue el caso de los
poderosos líderes chiriguanos Caipipendi de Santa Cruz (Bolivia), quienes desde la década
de 1870 se habían unido con los hacendados criollos. En Argentina, donde la pobreza del
suelo hacía que el control del territorio indígena fuera una propuesta perdida, los
influyentes propietarios de las plantaciones de caña de azúcar hicieron que el ejército
argentino realizara incursiones periódicas en el Chaco para obligar a tobas y matacos de
las poblaciones que encontraban a lo largo del camino a que fueran a trabajar en la
cosecha de caña (Conti, Lagos y Teruel de Lagos 1988; Iñigo Carrera 1988).

La pérdida de independencia fue causa de amplias migraciones de los pueblos


indígenas que trataban así de recuperar al menos un poco de autonomía. Los tobas, que

26
Sobre la entrega de tierras como premios a los argentinos, ver El Antoniano, Año XVI, nº 303. Tarija, 12
de septiembre de 1912; pp. 1-4.
- 27 -

pudieron, continuaron expandiéndose hacia el norte y el este a expensas de los matacos y


otros grupos étnicos, en un intento desesperado por obtener nuevas tierras que les
permitieran reemplazar a las que habían perdido en Argentina. En Bolivia, los chiriguanos
comenzaron a migrar en gran número hacia las plantaciones de caña del norte de la
Argentina. Los peones endeudados escapaban de este modo de las haciendas; en cambio,
la mayoría de los indios de las misiones franciscanas las abandonaron en pos de una
promesa de libertad personal, de la posibilidad de acceso a bienes de consumo, y de
trabajo bien remunerado en la cosecha de la caña de azúcar. Los contratistas de mano de
obra estimularon esta migración laboral a los ingenios realizando contratos individuales,
pero la mayor parte la aportaban los más importante líderes indígenas que podían reclutar
a un gran número de seguidores (Lagos 1992; Langer 1898 b). Los franciscanos, que
habían expandido su sistema misional para incorporar quizás a la mitad de la población
chiriguana, vieron como sus misiones perdían anualmente hasta un 20 % de los indígenas
a su cargo y, aunque algunos retornaban a sus hogares en las misiones, la población de
migrantes chiriguanos con residencia permanente creció, poco a poco, en torno de las
plantaciones. La migración de indios de las misiones fue probablemente mayor pues, a
diferencia de los hacendados que no sentían culpa por usar la fuerza o recurrir a los
funcionarios locales para impedir las fugas, los misioneros tenían pocos medios para
obligar a permanecer a los indios. En los comienzos XX, trataron incluso casar
adecuadamente a los jóvenes en su adolescencia, para darles alguna razón para
permanecer en las misiones; sin embargo, los funcionarios informaban que algunos
jóvenes las abandonaban a la mañana siguiente de la boda para ir a “Mbaporenda”, "la
tierra de trabajo", como llaman a la Argentina 27 . Además, los plantadores de caña
preferían a los trabajadores chiriguanos pues eran considerados, dentro del conjunto de
grupos indígenas, como los más laboriosos y confiables (Bialet y Massé 1968 [1904]: 83).

La derrota de los grupos indígenas de la frontera incidió en el apogeo del sistema


de plantaciones en el norte de Argentina. Allí, fueron los “barones” del azúcar de Salta y
Jujuy los más beneficiados por los movimientos migratorios, puesto que las poblaciones
nativas, ya fuera huyendo de condiciones opresivas, o bien forzados por el ejército
argentino a convertirse en "miembros productivos para la sociedad nacional", iban a servir

27
General Villegas al Ministro de Guerra y Colonización, Caiza, 30 de septiembre, 1914, pp. 488-489,
“Copiador del 24 de mayo al 4 de noviembre (1914), en Archivo de la Casa de la Cultura de Villamontes.
- 28 -

como trabajadores baratos –aunque relativamente indisciplinados– en las plantaciones.


Pero hubo también otros beneficiados. En el resto de la antigua frontera oriental andina
muchos hacendados se apropiaron de tierras en el pedemonte andino y el Chaco. En el
caso de la porción norte, en Bolivia, unos pocos terratenientes concentraron enormes
superficies en sus manos. Tal fue el caso de Pancrasio Sánchez, un ganadero que se casó
con María Balderrama, viuda de un fundador de colonias militares privadas en el Chaco.
Juntos, controlaron un total de 42500 hectáreas en los departamentos de Chuquisaca y
Tarija. Más al sur, los intereses ganaderos de Buenos Aires obtuvieron del gobierno
boliviano a comienzos del siglo XX gran cantidad de tierra en concepto de premios. Estas
extensas propiedades se convirtieron en el hogar de enormes rebaños de vacunos que eran
conducidos hacia el sur, a la provincia de Salta, engordados allí, y luego transportados por
tren a través de los Andes para alimentar a los trabajadores de las minas de salitre en el
desolado desierto de Atacama, sobre la costa del Pacífico (Langer 1989a: 136-142).

Hacia comienzos del siglo XX, los pobladores locales no veían a las misiones
franciscanas como una protección frente a los indígenas sino como obstáculos para
acceder al trabajo de los cientos –incluso miles– de indios que vivían en ellas. Los
misioneros argüían, por su parte, que las misiones era la única institución capaz de retener
a los indígenas en Bolivia, impidiendo su migración a la Argentina. Sin embargo, la nueva
administración liberal y anticlerical que asumió el poder en la Guerra Federalista de 1898-
1899 no coincidía con tal argumento y comenzó a secularizar y privatizar la
infraestructura que los indios de las misiones habían construído. En 1905 el gobierno
entregó las misiones de San Francisco y San Antonio del Pilcomayo, que había alojado,
principalmente, tobas y matacos, a una compañía alemana, Staudt & Cia, con sede central
en Berlín, que había prometido construir una represa sobre el río Pilcomayo, en el
desfiladero a través del cual vertía las aguas provenientes del pedemonte andino. La obra,
que hubiera permitido transformar las vecinas tierras del Chaco en una fértil planicie
irrigada capaz de sostener una agricultura industrial masiva, fracasó, pero la compañía
Staudt mantuvo su control sobre las misiones, ahora rebautizadas con el nombre de
Villamontes en honor del presidente liberal boliviano. Ante los reclamos de los frailes, los
indios abandonaron rápidamente las misiones terminando con frecuencia por establecerse
en la Argentina. Otras misiones –algunas de corta vida como Itatiqui, San Francisco y San
Antonio de Parapití; otras antiguas, como la de Aguairenda– fueron secularizadas en la
- 29 -

década siguiente. El nuevo énfasis estaría puesto ahora en las iniciativas privadas y
también en las colonias militares, políticas que terminaron conduciendo a Bolivia a la
desastrosa Guerra del Chaco de 1932-1935. Del lado argentino, las misiones católicas
también fueron eliminadas aunque aquí fueron grupos protestantes los que ocuparon
exitosamente el vacío dejado. Pero, a diferencia de los franciscanos, las misiones
protestantes fueron mucho más abiertas y no intentaron impedir o mediar entre los
terratenientes necesitados de mano de obra de los hacendados y los indígenas de las
misiones.

El ciclo de la frontera se cerró con Guerra del Chaco, durante la cual los ejércitos
paraguayos y bolivianos devastaron la región llevando a la desaparición de muchos
pueblos indios. Algunos indígenas buscaron refugio en el norte de Argentina, donde
muchos permanecieron aún después de finalizada la guerra; otros fueron llevados como a
campos de prisioneros de guerra de uno u otro bando. Ninguno de los contendientes
confiaba en los indígenas y, como consecuencia del mal trato y la desarticulación, las
tribus del Chaco fueron diezmadas. Apenas terminada la guerra algunos indígenas
retornaron a sus antiguos campos de caza y a sus tierras de sembradío pero, para entonces,
los blancos se habían ya instalado y reclamado para sí esas tierras. Terminaba de este
modo el rol de la región como una "frontera indígena".

Comparaciones.

Este rápido bosquejo histórico de la frontera oriental andina proporciona un marco


de referencia para discutir en qué medida esta región es comparable con otras en América
latina, y a pesar de algunas diferencias importantes, lo que también se pone de relieve es el
modo en que el desarrollo de esa frontera se ajusta a lo que conocemos al respecto sobre el
resto de América latina. Como resultado, es posible crear categorías de análisis que no
sólo incorporen conceptualmente a los Andes orientales a las regiones fronterizas mejor
conocidas sino que, presumo, estas categorías podrán servir para crear un marco
comparativo para el análisis histórico de las fronteras en toda América latina. Para los
fines de este ensayo, examinaré brevemente los temas de la periodización, el tipo de
- 30 -

interacciones entre criollos e indígenas y el problema de la mano de obra desde una


perspectiva comparativa.

Un modo de aproximarse analíticamente a ello es a través de la periodización. Al


respecto, la forma en que se desarrolló la frontera oriental andina durante el período
republicano siguió de cerca al modo en que lo hicieron la mayoría de las otras fronteras. El
desinterés de la sociedad criolla por la frontera durante el período de la independencia y,
subsecuentemente, el poder militar relativo que adquirieron los indígenas frente a los no
indígenas, está relacionado con un proceso similar en el cual las nacientes repúblicas se
encontraban sin recursos. La desorganización política y la falta de ingresos hicieron difícil
para los gobiernos republicanos mantener muchas tropas en las fronteras. Por otra parte,
las diferencias tecnológicas, gracias a las cuales las sociedades criollas se impusieron a
finales del siglo XIX, eran muy recientes; en cambio el conocimiento del terreno, las
tácticas de guerra y el relativo predominio demográfico de los indígenas resultaron en el
avance de la frontera a expensas de las nuevas sociedades nacionales.

En toda América latina el balance demográfico y tecnológico se volcó a favor de


las sociedades criollas recién a finales del siglo XIX, cuando la combinación del
ferrocarril y con los rifles de repetición dio la ventaja a las sociedades nacionales. En
algunos países, en forma notable en el cono sur, la inmigración masiva inclinó la ventaja
demográfica hacia la población no indígena 28 . Sin embargo, el razonamiento demográfico
se apoya, en última instancia, en el hecho de que la inserción de América latina en la
economía mundial a fines del siglo XIX proporcionó a las élites regionales y nacionales
(con algunas excepciones) muchos más recursos e hizo posible que se afirmara el poder
del estado, lo que antes no era posible. La subsecuente expansión económica que se
produjo en regiones como el norte de México, con su minería y sus ranchos ganaderos, o
el auge del caucho en la cuenca del Amazonas, reforzó las ventajas de los criollos. Ya a

28
En este caso, aunque los pueblos nativos controlaban una vasta extensión territorial, el particular carácter
de la economía ganadera indígena sólo podía sostener una baja densidad de población. Por lo tanto, la
sociedad nacional fue, en Argentina, más numerosa que los indígenas de las pampas y Patagonia durante el
siglo XIX. Esto, sin embargo, es una excepción y el cálculo depende de cómo se defina el territorio
fronterizo. En Argentina, y a pesar del énfasis comercial puesto en la ganadería, la actividad rural combinó
desde el comienzo agricultura y ganadería, al menos cerca de los centros urbanos, lo que permitía mantener
una mayor densidad de población. Esto no significa decir que los indígenas no fueran también agricultores;
sin embargo, las prácticas agrícolas eran menos intensas que entre los criollos.
- 31 -

fines del siglo XIX era económicamente lucrativo explotar los recursos de las áreas de
frontera y, al mismo tiempo, la sociedad criolla poseía la capacidad para hacerlo.

Durante el largo siglo XIX, así como durante el período colonial, es importante
tomar en cuenta no sólo los conflictos sino también otros tipos de interacciones. La idea de
que la frontera es una línea que separa una sociedad o cultura de otra, popularizada en el
trabajo de Frederick Jackson Turner, es una noción que, por su propia naturaleza, nos
impide ver las múltiples dinámicas que se operan en la frontera. Es mucho más común,
como Donna Guy y Thomas Sheridan han propuesto recientemente (Guy y Sheridan
1998a: 10-12), concebir la frontera como una zona donde se manifiestan diferentes tipos
de interacciones. Para Guy y Sheridan poder y violencia impregnaron la vida de las
fronteras y fueron factores predominantes en su desarrollo; muestran además que éste fue
el caso de los extremos norte y sur del imperio español, aunque esta idea resulta también
válida para el oriente andino. El modo en que los indios fueron capaces de utilizar en
ciertos momentos históricos su superioridad militar para poder acceder a bienes europeos
es, en particular, una demostración convincente de este punto.

La comprensión de las dinámicas de la fuerza de trabajo en las fronteras también se


beneficia desde esta perspectiva. Al igual que en otros lugares como el norte de México, la
península de Yucatán y las pampas, la frontera oriental andina fue extremadamente
permeable en lo que hace a migraciones de trabajadores. En efecto, aunque se puede argüir
que hubo fuertes modos de coerción –por ejemplo, el sistema de peonaje por deudas en el
sudeste de Bolivia o a las expediciones realizadas por el ejército argentino para capturar
indígenas que sirvieran como trabajadores en campos de caña de azúcar– no se puede
ignorar que hubo migraciones igualmente importantes de tobas, matacos y,
principalmente, chiriguanos, las plantaciones azucareras. Esta combinación de coerción y
trabajo voluntario es una rasgo común en las fronteras tanto durante la etapa colonial
como en la era republicana, como lo sugiere, por ejemplo, el caso de los yaquis en las
minas del norte del México (Hu DeHart 1981, 1984). El poder relativo que pudieron
ejercer los grupos indígenas para evitar su explotación jugó un papel importante en la
determinación de los niveles de coerción. De este modo los niveles de coerción se
incrementaron hacia el final del período, a medida que los estados nacionales
(principalmente las élites criollas locales) fueron capaces de dominar a los distintos grupos
étnicos que poblaban la región.
- 32 -

Además, resulta interesante que en la frontera oriental andina los indígenas, a


diferencia de lo que ocurrió en las pampas, no encararon el uso en gran escala del trabajo
de los cautivos, que en este caso eran, justamente, los criollos (Socolow 1992; Jones
1983). El predominio demográfico de los chiriguanos y el estilo de vida basado en la caza
y recolección preponderante entre los otros grupos étnicos que vivían al este de los Andes
pueden explicar esta diferencia, pues no se consideraba particularmente valioso el uso de
mano de obra femenina criolla.

Las migraciones de mano de obra fueron una característica común en virtualmente


todas las fronteras en el siglo XIX. La única posible excepción fue la región pampeana,
dado que allí la inmigración europea masiva proveyó una mano de obra muy numerosa y
más dócil. En cambio, tanto el Amazonas durante el auge del caucho, como la zona
productora de henequén de Yucatán y el área limítrofe entre México y los Estados Unidos,
fueron testigos de grandes desplazamientos de población. Pero, salvo en las regiones
caucheras, en el resto de las áreas fronterizas, incluidos los Andes orientales, las zonas a
las cuales los indígenas iban para trabajar eran las franjas de tierras vecinas a las fronteras
–aunque íntimamente conectadas con las economías nacional e internacional– así como
regiones fuera del control directo de los estados nacionales.

En los Andes orientales una gran parte del trabajo migrante fue consecuencia de la
extensión de la economía criolla de haciendas. Este proceso afectó tanto a los chiriguanos
quienes perdieron sus sembradíos de maíz, invadidos por los ganados que merodeaban por
la región, como a tobas y matacos que vieron cortado su acceso en las fértiles regiones
ribereñas. El conflicto entre haciendas y pueblos indígenas fue un drama que se desarrolló
en muchas fronteras de América latina, tal como lo han señalado claramente Baretta y
Markoff en su muy citado artículo sobre las fronteras ganaderas de América latina y el uso
de la violencia (Baretta y Markoff 1978). Sin embargo, a diferencia de las pampas, por
ejemplo, la frontera oriental andina enfrentó a un pueblo agrícola –los chiriguanos– con
una economía ganadera. En cierto modo, esto sólo se repitió en el norte de México, donde
había algunos grupos indígenas aún más volcados a la agricultura que los criollos.

Así, en muchos sentidos, la frontera oriental de los Andes experimentó procesos


similares a los operados en otras fronteras. Hay, por supuesto, en los Andes orientales
algunas características únicas –como las hay en cualquier región o sociedad– pero, en el
- 33 -

conjunto, las similitudes ubican firmemente a esta región dentro del marco general que
nos brinda lo que sabemos sobre las fronteras mejor conocidas, como es el caso de los
extremos septentrional y meridional de antiguo imperio español y de la Amazonía. Confío
en que este esfuerzo aliente el desarrollo de otros proyectos que superen la especificidad
de cada región para mostrar patrones comunes al conjunto de las fronteras
latinoamericanas. De este modo, pienso, se pueden abrir caminos que sirvan para colocar a
la historia de las fronteras en el contexto de otros procesos transnacionales, dando así a las
fronteras el lugar central que merecen en el análisis de la historia de América latina
considerada como un todo.

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Fronteras, mestizaje y etnogénesis en las Americas

Guillaume Boccara 1

Introducción

Ya no es necesario abogar por la colaboración entre historia y antropología en la


aprehensión de las dinámicas sociales de los pueblos indígenas del Nuevo Mundo. Pues
si nos limitamos a la producción americanista de las últimas dos décadas verificamos la
fecundidad de una aproximación que combina los métodos y las perspectivas de las dos
disciplinas 2 . La idea según la cual se hace preciso devolver toda su espesor
sociohistórico a las sociedades indígenas parece haberse impuesto. Del mismo modo, se
ha admitido que estas sociedades son tanto el producto de una historia como han sido
capaces de desarrollar estrategias de resistencia y adaptación que se inscriben en la
continuidad de prácticas y representaciones anterior a la conquista pero que
desembocaron también, a través de los múltiples procesos de mestizaje, en la aparición
de nuevos mundos en el Nuevo Mundo. Por razones que remiten tanto a la evolución de
nuestras disciplinas como al protagonismo de las sociedades amerindias en tiempos de
«globalización», la visión que teníamos del pasado de estas formaciones sociales ha
tendido a dinamizarse y las perspectivas ahistórica, esencialista y arcaizante han sido en
gran parte descartadas. En fin, la producción histórica y antropólogica americanista
reciente da la sensación de que el historiador y el antropólogo han sido llevados a
edificar un espacio común, una suerte de middle ground. Sacando provecho de las ideas
avanzadas en las dos disciplinas y forjando nuevos objetos de estudios y nuevos
enfoques, el antropólogo empezó a tomar en consideración la historicidad de las
configuraciones sociales mientras que el historiador comenzó a prestarle más atención
al carácter relativo de las categorías y a la constitución de las identidades colectivas
(Revel, bajo la dir. 1996).

1
(CNRS-CERMA) Correo Electrónico: boccara@ehess.fr
2
La bibliografía es abundantísima. Basta con mencionar las obras de síntesis más recientes y destacados
sobre América del Sur: Bernand & Gruzinski (1992), Carneiro da Cunha & Viveiros de Castro (Eds.)
(1993), Carneiro da Cunha (Ed.) (1992), Gruzinski & Wachtel (Eds). (1996), Hers, y otros. (2000), Hill,
(Ed.) (1996, 1988), Murra, Wachtel, & Revel (Eds.) (1986), Renard-Casevitz, Saignes & Taylor (1986),

1
Desde un punto de vista más general, advertimos que el carácter construido o
histórico de las formaciones sociales y de las identidades así como también el
dinamismo de las culturas y «tradiciones» han sido ampliamente reconocidos. Pues
desde la idea de «tradición inventada», a la desconstrucción del objeto étnico pasando
por la aproximación dinámica de los saber-hacer locales o la toma en cuenta de la
historia de «los pueblos sin historia», se manifiesta la voluntad general de escapar a la
reificación de las acciones, de las relaciones y de las categorías.

Importante en Europa y en América Latina, esta nueva disposición con respecto


a las dinámicas socioculturales y a los procesos históricos de los pueblos indígenas es
también notable en los Estados Unidos. Es así como, a principios de los años 80, la New
Western History y la New Indian History tuvieron entre sus objetivos volver a colocar al
indígena en el centro de las preocupaciones. Poniendo en tela de juicio el mito de la
«wilderness» y del «vanishing indian», numerosos historiadores y etnohistoriadores
estadounidenses rompieron con la concepción "turneriana" de la frontera. Pretendiendo
escapar al etnocentrismo que caracterizaba la historiografía tradicional, volvieron a leer
la historia de los contactos entre invasores y nativos a partir de las estrategias
desarrolladas por los propios indígenas y en función de una reconceptualización de la
noción de frontera, esta última ya no concebida como un espacio marcando un limite
real entre «civilización» y «barbarie», sino como un territorio imaginado, inestable y
permeable de circulación, compromiso y lucha de distintas índoles entre individuos y
grupos de distintos orígenes 3 . Es dable notar que este interés por los «olvidados» de la
historia oficial fue emergiendo paralelamente al desarrollo de las críticas radicales que
dirigían los post-colonial studies hacia el eurocentrismo de la historiografía occidental.
Y aunque no existiera en la «Nueva Historia del Oeste» una crítica epistemológica
explícita de la «Historia de tipo occidental», subyace sin embargo en los estudios de
esta corriente una voluntad crítica de restituir su «agency» a los grupos subalternos
(indígenas, mujeres, negros, etc.).

Salomon & Schwartz (Eds.) (2000, 1999), Trigger (1976, 1985), Wachtel (1974, 1990), así como los
números especiales de la revista L’Homme (1993, 1992).
3
La bibliografía es abundantísima por lo que sólo señalaremos las obras de síntesis en las cuales se
encuentran mencionados los principales estudios: Cronon, Miles, & Gitlin (Eds.) (1992), Fixico (Ed.)
(1997), Hine & Faragher (2000), Hoxie (Ed.) (1988), Hurst Thomas (Ed.) (1989), Hurtado & Iverson
(Eds.) (1994), Lamar & Thompson (1981), Limerick (1987), Merrell (1984), Metcalf (1974), Perdue
(1979), White (1991a, 1991b). Sobre la necesidad de tomar en cuenta a los negros en el análisis de las
dinámicas socioculturales euro-indígenas, véase entre otros: Holland Braun (1991), Merell (1984) y
Perdue (1988).

2
Esta disposición hacia una relectura del pasado y del presente de las sociedades
nativas ha generado un verdadero cambio de perspectiva que se caracteriza por:
(1) tomar en cuenta el punto de vista indígena en la operación de reconstrucción
de los procesos históricos coloniales;
(2) analizar los procesos combinados de resistencia, adaptación y cambio, dejando
atrás la vieja dicotomía entre permanencia de una tradición inmemorial por un
lado y dilución de la entidad india via un mecanismo de aculturación impuesta por
el otro;
(3) prestar atención a la emergencia de nuevos grupos e identidades o de new
peoples a través de los múltiples procesos de mestizaje y etnogénesis.

Finalmente, esta tendencia hacia la re-inscripción de las realidades indígenas en


su contexto histórico por un lado y el nuevo interés por las estrategias y los discursos
elaborados por los nativos por el otro, han conducido a romper con un conjunto de
dicotomías discutibles (mito/historia, naturaleza/cultura, pureza
originaria/contaminación cultural, sociedades frías/sociedades cálidas) para buscar en
las narrativas y en los rituales indígenas asi como también en las reconfiguraciones
étnicas y en las reformulaciones identitarias, los elementos que permitan dar cuenta
tanto de las conceptualizaciones nativas relativas al tremendo choque que representaron
la conquista y colonización de América como de las capacidades de adaptación y
reformulación de las «tradiciones» que desembocaron en la formación de Mundos
Nuevos en el Nuevo Mundo.

Tan aplastante unanimidad no dejará de producir un legítimo sentimiento de


extrañeza. Pues si ya no hay contienda es quizás por falta de combatientes. Se hace
incluso legítimo preguntarse si acaso el debate no se habría desplazado. Y de hecho, si
bien hoy en día los americanistas reconocen tanto la necesidad de estudiar a las
sociedades indígenas en su contexto histórico como el carácter masivo del mestizaje y
de los fénómenos de etnogénesis, no parecen ponerse de acuerdo sobre el problema de
la historicidad de estas sociedades como tampoco se entienden sobre las modalidades
del mestizaje y la naturaleza de los cambios. Existen, según mi punto de vista, tres
temas relativamente nuevos que parecen animar el campo de la investigación histórico-
antropológica americanista actual:

3
En primer lugar, la discusión que se organiza alrededor del asunto de la
historicidad de las sociedades indígenas en general y amerindias en particular y que nos
conduce a interrogarnos sobre los posibles vínculos entre historia de los amerindios (la
etnohistoria en el sentido tradicional de la palabra, entendida como reconstrucción del
pasado de las sociedades indígenas a partir de documentos históricos de distintas índoles
-escritos, iconográficos, arquitectónicos, músicológicos) e historia(s) amerindia(s) (la
etnohistoria en el sentido antropológico de la palabra vale decir, la manera como los
pueblos indígenas piensan y conciben la temporalidad). Esta interrogación, muy
presente en los estudios andinos y amazonistas recientes, remite al problema más
general de la instrumentalización u objectivación de la cultura en sociedades sin
escritura y/o con concepciones cíclicas del tiempo. Remite también a la manera como
estas sociedades concibieron su inscripción en la nueva historia colonial e internalizaron
o interpretaron la presencia de los colonizadores.

El segundo eje de investigación atañe a la manera de como abordar los cambios


y las continuidades. Este segundo punto pareciera inscribirse en la continuidad de un
problema que no había sido zanjado durante el debate de los años sesenta y setenta entre
historia y antropología. El hecho de que la reflexión alrededor de la cuestión de los
cambios y de las permanencias no haya encontrado una solución satisfactoria en el
debate anterior, parece en gran parte determinado por la imagen dominante que se tenía
en la época de las posibilidades brindadas a los indígenas en una situación de tipo
colonial: aculturación o resistencia. Pues al no tomar en cuenta el carácter dialéctico de
la relación entre estos dos fenómenos se tendió a concebir la asimilación como el
horizonte de la aculturación por un lado, y a la permanencia de una tradición
inmemorial como horizonte de la resistencia por el otro. Condenadas a desaparecer
paulatinamente o encerradas en un primitivismo eterno: tal sería la alternativa de las
sociedades amerindias coloniales. Se consideraba implícitamente que estos dos procesos
supuestamente antagónicos se habían desarrollado en territorios distintos y bajo
modalidades radicalmente diferentes. El proceso de aculturación se habría dado en
espacios conquistados a través de la evangelización, de la normalización jurídico-
política y de la explotación económica. En cuanto a la resistencia, la encontraríamos en
las zonas fronterizas fundamentalmente bajo la forma de una confrontación bélica con
los invasores. Sin embargo veremos más adelante que al concebir la trayectoria histórica
de las sociedades indígenas en base a esta dicotomía, se tendió a prolongar de manera

4
acrítica las concepciones imperantes en la época colonial. ¿Como escapar de este
callejón sin salida? ¿Permiten las nuevas reflexiones alrededor del mestizaje y del
middle ground salir de este punto muerto? ¿Podemos, tomando en cuenta los procesos
bifacéticos de etnificación y etnogénesis, romper con el estancamiento de la reflexión en
torno dicotomías discutibles? ¿Que hay que entender por mestizaje y es esta noción una
trampa como aparentemente lo eran las de sincretismo y de aculturación? ¿Nos encierra
en una concepción racialista de la historia el uso de la noción de mestizaje? O ¿Conlleva
esta noción el peligro de remitir a una época anterior la existencia de tradiciones puras o
no contaminadas? ¿Al utilizar las nociones de etnogénesis y de mestizaje estamos
dejando escapar lo esencial, las estructuras simbólicas de fondo, las permanencias de las
sociedades tradicionales?

El tercer problema, que trasciende el campo de los estudios americanistas, remite


a las cuestiones formuladas por las distintas corrientes de los post-colonial studies.
Tiene que ver con las categorías que utilizamos, «nosotros» occidentales, para hablar
del Otro, para construir el Otro, para tratar de la Historia del Otro. ¿Representa nuestro
discurso, por más científico que sea, unas de las tantas narrativas sobre la historia y la
cultura de las otras sociedades? ¿Existe una posibilidad de devolverle protagonismo a
los agentes dominados o subalternos? ¿Estamos definitivamente encerrados en el orden
de nuestro propio discurso? Veremos que muy a menudo, efectivamente, lo estamos.
Pues al no considerar los efectos de los discursos pasados y de nuestros propios
discursos y al no interrogarnos suficientemente sobre ciertas categorías que aparecen en
los textos que utilizamos como fuente de «datos», prolongamos sin saberlo el
etnocentrismo y el doble arbitrario (imposición de un arbitrario cultural y arbitrario de
la imposición) que se ubican en la base de toda empresa colonial de explotación,
dominación y sujeción.

A través del presente trabajo, intentaremos abordar por lo menos dos de los
grandes temas que acabo de evocar: 1) el de las denominaciones y categorías, 2) el de
los mestizajes y procesos de etnogénesis y etnificación. No pretendemos enfocar estos
temas de manera global ni menos aún entregar una respuesta zanjada. Hablaremos de un
espacio bien acotado, marginal, casi anodino. El espacio de las llamadas fronteras o
límites de los imperios y de las naciones americanas en formación, principalmente
durante los períodos colonial y republicano temprano.

5
I. De la etnia como esencia a la producción histórica de los sistemas socioculturales.
Visión y división del mundo social

Para gran parte de la producción histórico-antropológica reciente, el mayor


desafío ha sido de desligarse de falsos arcaísmos, de desconstruir los esquemas
anquilosados y etnicista anteriores, con el objeto de aprehender el problema de las
identidades indígenas en toda su complejidad y mostrar así de qué modo ciertas
instituciones, que han sido consideradas milenarias, aparecen como «el producto de un
compromiso histórico entre entidades indígenas y autoridades coloniales» (Bensa
2000) 4 .

Tal como lo advirtió Amselle (1987), se trata de invertir la problemática


tradicional de la etnia como sustancia, del mestizaje como fusión de razas o de etnias
anteriormente puras y de la identidad como creadora de diferencia. En un texto pionero
el antropólogo francés invitaba a «historizar las representaciones que un grupo se da a lo
largo de toda su existencia», a analizar la manera en que «un conglomerado de
individuos puede integrarse sucesivamente a un grupo vertical (etnia, nación) y a uno,
horizontalmente (clase)» (ibid.: 485), y a examinar el nacimiento de las etnias. Lejos de
postular la existencia de grupos distintos, a partir de aquí, la interrogación apunta a los
procesos de fabricación de las identidades de grupo y a la existencia autónoma que éstas
pueden alcanzar a continuación (ibidem) 5 .

Los trabajos europeos y anglosajones que han adoptado esta perspectiva, ilustran
el carácter cambiante y relativo de las denominaciones y permiten probar que la raza
envía a una clasificación social y cultural y no a una categoría biológica 6 . Permiten que
surja de modo claro lo absurdo que significa sostener la problemática de la etnicidad
como sustancia, ya sea porque el paisaje sociocultural anterior a la conquista parece
caracterizarse por la fluidez como porque parte de las etnias que conocemos a partir del
siglo XVI son creaciones coloniales (Taylor 1994: 116-117).

4
Véase Bensa & Leblic (Eds.) 2000.
5
Al interrogarse sobre las distintos modos que tienen las sociedades de enfrentar la historia, Bloch
escribe: «(…) we must return to the varied context-specific ways in which people see themselves in the
real world and how their abilities are engaged in the context of their own theories, purposes and
conditions» (1998: 69). Sobre este tema véase también J. & J. Comaroff (1992).
6
Bernand (1998), Blu (1980), Perdue (1979), Sider (1993).

6
De acuerdo con Amselle, sostendría que es conveniente considerar la cultura
como un «recipiente», es decir, «como un conjunto de prácticas internas y externas de
un espacio social dado que los actores sociales movilizan en función de tal o cual
coyuntura política»(1990:12). Se desprende de esto la necesidad para los antropólogos
de estudiar las entidades culturales en su contexto y de prestar una muy especial
atención a lo que podríamos llamar «el comercio de identidades», las gestiones flexibles
e «interdigitadas» de las identidades y los mestizajes de diversa naturaleza. En resumen,
la etnia no sale de sí misma. Y si para algunos es una evidencia, es más que nada en el
sentido en que la evidencia salta a la vista. Existe, de hecho, una enorme dificultad para
desligarse del imperio de un pasado que sobrevive en el presente incorporado en forma
de estructuras objetivas y mentales (Bourdieu 1982), al igual que la transposición al
pasado de realidades actuales contribuye a alimentar los anacronismos.

Con el objeto de evitar estos dos escollos, resulta conveniente considerar un


hecho esencial para el análisis de las dinámicas culturales e identitarias: las luchas de
clasificación que se desarrollan en torno a diferentes grupos amerindios constituyen una
dimensión fundamental de toda lucha social, de clase o étnica. Ellas remiten al hecho de
saber qué es lo que significa «ser indio» en un momento determinado de la historia.
Para tomar un ejemplo sacado de un terreno que me es familiar, diría que la reciente
voluntad de imponer el uso del mapuche como único término idóneo y legítimo,
encuentra su origen en la ambición política indígena de autodefinirse, de oponerse
(cuestionar) a la visión de mundo dominante, de escapar al estatus de indio definido
exteriormente como desvalorizante y connotado por el uso del término aparentemente
neutro de «araucano» y de releer el pasado indígena a partir de categorías pensadas
como propiamente autóctonas. Un trabajo sobre la representación de Si Mismo que
adquiere sentido en la operación más general de descolonización del imaginario
indígena. Este cambio de perspectiva y de lucha, tanto simbólica como física para
imponer una nueva denominación, se inscribe de modo muy evidente en un contexto
regional y global específico: el de los renacimientos indígenas y el del pan-indianismo.

Actualmente se ha llegado a considerar necesario rehacer casi la totalidad de la


nómina de las etnias americanas. Porque si bien los mapuche(s) actualmente ya no son
los araucanos, se observa por igual que los wayu(s) ya no son los guajiros, que los
nootka del capitán Cook son ahora los nuuchah-nulth, etc. ¡Incluso los famosos

7
kwakiutl, el pueblo del Potlatch inmortalizado por Boas y Mauss, han cambiado su
nombre: ahora son los kwakwaka’wakw! Es así como cada vez resulta más difícil
ubicarse en el espacio geoétnico amerindio global, ya que los contextos cambian, las
estrategias identitarias se transforman y las relaciones de fuerza se encuentran
trastocadas. Los indios de hoy tienden a revalidar instituciones que se consideraban
desaparecidas para siempre, al igual que sostienen que tal o cual institución es una
institución tradicional, contrariamente a lo que certifican las fuentes de que se trata de
una apropiación que realizaron sus antepasados durante la época colonial. Y por último,
nada nos impide pensar que estas luchas de clasificación no se hayan producido por
igual durante el período colonial o republicano temprano 7 .

Si bien como lo escribe Lévi-Strauss las denominaciones son de poco interés en


sí-mismas ya que remiten la mayor parte de las veces a una norma arbitraria
(convention) (1991: 14-15), haremos notar que las luchas en torno a los etnónimos y
heterónimos no es tan desprovista de interés como lo aparenta. Pues en la base del
funcionamiento de todo sistema social se encuentra siempre un principio legítimo y
dominante de visión y de división del mundo. Parafraseando a Bourdieu (2000), diría
que la producción de categorías interviene en la construcción del mundo social. Sin
embargo, los agentes sociales dominantes que producen estas taxonomias afirman que
sus taxonomias son la expresión de la realidad, precisamente a través de la imposición
de esas como principio legítimo y dominante de su visión-división del mundo. De este
modo le confieren a su visión del mundo social, bien especial e históricamente fechada,
un carácter universal y atemporal. Sabemos que la visión del mundo social es el
resultado de una lucha y que las luchas entre grupos sociales (clases, etnias, etc.)
también son luchas de clasificación. Observemos, sin embargo, siguiendo a Bourdieu,
que los diferentes agentes en lucha no poseen los mismos recursos sociales. La
repartición desigual de las diversas especies de capital (económico, social, político,
cultural) provoca que los diferentes agentes no tengan la misma capacidad de acción
con respecto al nivel de denominaciones. De modo que la visión legítima del mundo
social refleja el estado de las relaciones de fuerzas simbólicas. Esta permanente lucha

7
Sobre este tema véase Jackson (1999) y Poloni-Simard (2000, 1999).

8
simbólica la llevan a cabo los agentes colectivos que se enfrentan en el interior de un
campo dado (Bourdieu 2000) 8 .

La noción de frontera

Tomemos un ejemplo preciso que nos permitirá avanzar en nuestro tema, el del
estatus de las poblaciones amerindias en la historia del Nuevo Mundo. Un vasto
problema que abordaré desde el ángulo de las denominaciones, y por lo tanto de las
identidades, aplicadas o impuestas a las entidades indígenas.

De modo general, podemos decir que la preocupación de los conquistadores y


colonizadores ha sido siempre la de determinar la existencia de «naciones» (período
colonial) o de «etnias» (período republicano) indígenas. Preocupación que encuentra su
origen en la explícita voluntad de las autoridades de circunscribir en un marco espacio-
temporal específico, y a partir de categorías sociopolíticas bien especiales, entidades
concebidas a priori como culturalmente homogéneas, funcionando en un equilibrio
estable e inscritas en un espacio de fronteras etnico-políticas bien delimitadas. El
espacio indígena total aparece de este modo compuesto de entidades culturales y
políticas discretas: dividido rígida y fijamente en territorios o segmentos, habitados por
grupos supuestamente dotados de una misma lengua, de una misma cultura y de
instituciones políticas, cada una de ellas organizando segmentos.

Con esto queremos decir que, a causa de las necesidades de la conquista y a


través de la utilización de la escritura y de otros dispositivos de poder, los agentes
colonizadores, tanto de la época colonial como republicana, observaron y construyeron
las realidades amerindias a semejanza de sus propias concepciones sociales, políticas y
culturales y tendieron a fijar realidades que estaban en aquel tiempo en movimiento,
como también, a acentuar la coherencia cultural, de este modo reificadas, clasificadas y
ordenadas (Amselle 1990). Esta constatación, trivial, no parece haber impedido que, a
pesar de una crítica aparentemente acusiosa de las fuentes, parte de los estudios

8
Numerosas luchas políticas se desarrollaron también a propósito de cómo nombrar a las actividades
indígenas que iban en contra de los procesos de conquista, colonización, sujeción política y explotación
económica. No era lo mismo llamar rebelión, sublevación o guerra a tales actos de resistencia. Sobre este
tema y a propósito de las fronteras norte de México y sur de Chile véase Jara (1961), Powell (1977) y
Giudicelli (2000).

9
etnohistóricos relativos a las zonas fronterizas hayan retomado representaciones
coloniales bastante discutibles.

Me parece, en efecto, que por una parte, se adoptaron ciertas categorías de la


época colonial de modo acrítico y que, por otra, se traspasaron categorías heredadas del
siglo XIX, en especial las de estado y de nación, como si éstas pertenecieran al pasado,
contribuyendo de este modo a la construcción de una América indígena en gran parte
imaginaria.

Para resumir, diría que tanto la antropología como la historia de las poblaciones
amerindias de las fronteras o tierras interiores (hinterlands) no conquistadas
demostraron durante largo tiempo su etnocentrismo, ya que hasta hace muy poco ha
sido fundamentalmente una visión estática, sustancialista y primitivista la que ha
orientado la mayoría de los estudios americanistas. Las nociones de estado y de nación
son las que han servido de únicos referentes implícitos para la determinación de las
realidades indígenas. Estas sociedades llamadas actualmente nativas o originarias,
fueron pensadas a partir de una serie de dicotomías absolutamente discutibles, como
modernidad/tradición, pureza original/sincretismo o contaminación, etc.

Recordemos de modo muy sucinto, dos de las expresiones más netas, a mi


parecer, de esta aproximación acrítica y etnocéntrica.

En primer lugar, en la mayoría de los estudios americanistas se tomó sin ninguna


otra consideración la noción de frontera que aparece en los primerísimos escritos de la
conquista. Incluso es posible encontrar en los mejores manuales de Historia del Nuevo
Mundo la distinción entre centro y periferias. ¿Pero, hubo un real interés en las
representaciones a las que remite esta noción de frontera, como en la percepción y en la
a-percepción del mundo social que implica y supone dicha noción? 9

En la América de la conquista se diseñaron de inmediato dos espacios, tanto


reales como simbólicos, que dividían el continente: los espacios conquistados y aquellos
no conquistados. Como sabemos, los espacios en cuyo seno se ejerció la dominación

9
Para un análisis crítico aplicado a otra noción (starving) véase Black-Rogers (1986).

10
colonial corresponden grosso modo a los antiguos imperios o a las así llamadas
«grandes civilizaciones», mientras que los espacios no sometidos, los llamados
fronterizos, parecían superponerse a las zonas habitadas por sociedades desprovistas de
una organización política centralizada.

Sin embargo, considero que para caracterizar estos espacios resulta más
apropiado el término de límite que el de frontera, porque el límite es cronológicamente
y por lógica lo primero, en el sentido de que los elementos que habitaban a los dos lados
del límite son concebidos como heterogéneos y en la medida en que todo el trabajo de
sometimiento consiste precisamente en transformar este límite en frontera, es decir, para
introducir mecanismos de inclusión a través de «un trabajo sobre la liminalidad dirigido
a incorporar al Otro» (Molinie 1999). Desde entonces, la misión de los intermediarios
consistirá en horadar este límite, que las mismas autoridades coloniales habían
establecido al principio, con el fin de unir otra vez los grupos entre sí sobre nuevas
bases. Y muy a menudo, la transformación del límite en frontera implica sacrificios,
violencias, martirios y batallas rituales. En resumen, los dispositivos coloniales crean al
salvaje o a la alteridad radical en los márgenes. Este salvaje es sujeto a un proceso de
reificación para ser luego incorporado a través de múltiples mecanismos que
encontramos en muchas partes de América. Se trata de una operación fundamentalmente
contradictoria de puesta en contacto y de establecimiento de separaciones. El
requerimiento, la cruz, la capilla, la humillación de los «hechiceros» indígenas, el
discurso sobre los salvajes nómades y antropófagos, todos estos dispositivos deben ser
interpretados como ritos de liminalidad y de construcción de la aleridad. Este espacio
ritualmente cerrado es un espacio cargado de significado, un espacio arrancado al
espacio restante con el fin de imprimirle las marcas de una cultura particular. Los
«limites-fronteras» indígenas llegan a ser emblemas de la cultura misma. Se pone una
diferencia cualitativa entre un lado y el otro del límite. No se trata necesariamente de
una frontera territorial. Es una frontera social y cultural que sirve a identificar un ethnos
que no está siempre vinculado a un espacio preciso. El límite separa para luego tender a
través de su metamorfosis en frontera a establecer una relación. Tal como lo escribe
Massenzio (1994), a quien tomamos prestado este modelo interpretativo, el límite tiende
por consiguiente a estimular en un primer momento la afirmación de los
particularismos.

11
Al considerar la frontera como un hecho y a las etnias salvajes que vivían allí
como entidades que siempre existieron, durante largo tiempo los americanistas han
reificado sin darse cuenta los actos de dominación, de construcción simbólica y de
delimitación territorial que realizaron los agentes coloniales del estado. A menudo, se ha
prolongado y reforzado el fenómeno de reificación de las colectividades indígenas de
los límites del imperio, mientras se dejaba escapar el interés de un estudio etnológico de
las prácticas y representaciones relativas a las construcciones de los límites y de las
fronteras consideradas como ritos de conquista y colonización.

En ruptura con esta aproximación, el objeto de la perspectiva contructivista que


hemos adoptado consiste en pensar la frontera como un espacio transicional ya que para
los agentes colonizadores, estaban destinadas a unir dos espacios simbólicos: por un
lado, el conquistado, poblado de personas civilizadas o en vías de civilización, y por
otro, el no sometido que representa el caos, la no-socialización de pueblos «sin fe, sin
rey y sin ley». Y así, al concebir los márgenes del Imperio como fronteras construidas
que tienden a no tener límites, o como dispositivos de civilización reales y simbólicos
de reificación, creo que se podrá evitar la ficción de un principio único de bipartición
del continente precolonial entre civilizados y salvajes. Conviene señalar que los ritos de
conquista generadores de alteridad y de etnicidad tienden, en razón a su carácter
violento (guerra a sangre y fuego), a tener efectos profundos sobre los grupos
fronterizos. Antes caracterizada por un tejido social muy flexible, las organizaciones
sociales tienden a retractarse a la vez que aparecen nuevas unidades políticas. Estos
procesos de concentración política, impulsados por la necesidad de resistir al invasor y
determinados por la violencia del primer choque bélico, han sido analizados en dos
libros recientes que plantean el problema de la «tribalización» de las entidades
indígenas como consecuencia de la conquista militar llevada a cabo por los Estados
(Hass (Ed.) 1990, Ferguson & Whitehead (Eds.) 1992, Sider 1994).

En resumen, los límites y las fronteras constituyen espacios que permitían que
los conquistadores y los colonizadores pensaran, controlaran y sujetaran al Otro. Se
cometería un grave error al considerarlos como la materialización colonial de un espacio
precolombino segmentado y rígido. Como también sería una equivocación considerar
estos espacios fronterizos como los últimos bastiones de una América indígena pura e
inmemorial, ya que al examinar el lado inverso del límite o el otro lado de la frontera, se

12
observa que es a menudo en estas zonas donde se operan los cambios más radicales. Y
por último, es conveniente volver a situar estos espacios en sus dimensiones regionales
y continentales. Se trata pues de reconectar las sociedades y las historias que el prismo
ideológico colonial por un lado y las historiografías nacionales por el otro contribuyeron
a des-conectar (Gruzinski 2001, Subrahmaniam 1997). Los indígenas evolucionaban en
diversos espacios fronterizos y sacaban un feliz provecho de los antagonismos que se
producían entre potencias europeas, al igual que de las tensiones que existían incluso
dentro de los espacios coloniales hispano-criollos.

De este modo podemos afirmar que los límites que se desprenden de los
documentos envían a un principio de visión y de división producido por el mundo
occidental, y a priori no tenemos ninguna razón para pensar que ellos correspondían a la
territorialidad y a las dinámicas identitarias amerindias. El uso acrítico de las fuentes a
llevado a menudo a poblar de quimeras el continente americano.

La fabricación de estas Américas indias imaginarias se ha visto reforzada por


otros dos tipos de fenómenos que sería demasiado largo de detallar aquí, pero que bien
merecen ser mencionados.

El primero lo constituye el paradigma que el estado-nación evocaba


anteriormente y que orienta nuestra visión del pasado hacia la determinación de
entidades culturales y políticas homogéneas, en cuyo seno las identidades se
inmovilizan, se encierran y se definen por la coincidencia a sí-misma. Este panorama
fijista y constreñido de territorialización de la nación, impide pensar la mezcla, las
construcciones identitarias interdigitadas (Martínez 1998), la fluidez de identidades
múltiples y nomades. En resumen, lo que Amselle (1996) nombró un principio
raciológico continua informando la lectura de los pasados tanto nacionales como
éxoticos.

Nos remitimos ahora a la segunda dificultad que representa una cierta tradición
antropológica e histórica que se basa en una gestión discontinuista y «deshistorizante».
No contenta de extraer, clasificar, de purificar, con el objeto de desprender tipos
políticos, religiosos, étnicos y culturales (Amselle 1990) la razón etnológica dominante
reduce la historicidad de las sociedades primitivas a una operación de esterilización del

13
devenir histórico (Boccara 2000, Hill 1998, 1996, Taylor 1988). Según esta tradición
antropológica, estas sociedades eran concebidas como sociedades frías, radicalmente
diferentes de las nuestras y claramente diferenciadas entre ellas, que sólo se
transformaban por contaminación o como una mácula, incluso hasta negarles a veces
toda capacidad de innovación 10 : no pueden escapar a su ser tradicional, a su destino
arcaisante. La alternativa se propone entonces de la siguiente forma: ya sea que estas
sociedades entran en un proceso de aculturación (espontánea o impuesta), o resisten
encarnizadamente para defender una tradición ancestral e inmemorial. Sólo muy
recientemente se han empezado ha observar los procesos de etnificación y de
etnogénesis y se ha empezado a indagar con respecto a la fluidez de las construcciones
identitarias: hay una zona de mestizaje entre resistencia y aculturación, dentro de la cual
se desplaza la mayoría de las poblaciones fronterizas.

Es así como desde hace poco, ha sido cuestionada esta gran dicotomía que
separa por un lado las sociedades modernas y cálidas y por otro, las sociedades
tradicionales y glaciales. Las cosas resultan ser mucho más complejas, ya que una
misma sociedad puede experimentar variaciones en su modo de «ser en la historia»,
pasando de una época de gran efervescencia e innovación a otra, de aparente apatía y de
rechazo de adaptación. Pero además, es posible que en el seno de una misma sociedad
coexistan al mismo tiempo estas dos lógicas, creando así desfases entre la economía, la
política, y la religión que alimentan tensiones políticas entre los diferentes agentes tanto
colectivos como individuales. Y por último, resulta carente de seriedad considerar estas
sociedades primitivas o tradicionales como un todo indiferenciado. Al igual que
Maurice Bloch (1998), yo diría que es posible distinguir, en el seno mismo de esta
imprecisa categoría de sociedades tradicionales, sociedades platónicas y sociedades
aristotélicas. Pero también existen tipos intermedios entre las primeras, platónicas, que
consideran que todo está dado ya desde un principio y que la experiencia no agregará
nada de fundamental a las verdades primitivas, y las otras, aristotélicas, que piensan que
la gente se va construyendo a través del aprendizaje y para las cuales el espíritu, al igual
que la arcilla se va moldeando a través de la experiencia. De modo que mientras ciertos
campos más móviles y maleables de la sociedad reciben sin inconvenientes la marca del

10
Franz Boas habla de «conservatismo de la sociedad primitiva» y de «resistencia a lo que es nuevo»
(1938).

14
exterior, otros delimitan la persistencia de su ser en la inmovilidad, por lo menos
ideológicamente.

2. Etnogénesis, etnificación y mestizaje en las fronteras americanas.

En esta segunda parte, ilustraré lo expuesto anteriormente a través de varios


casos concretos de reconfiguraciones étnicas en las fronteras americanas. Pero antes de
empezar a recorrer las fronteras septentrionales y meridionales del continente,
dedicaremos algunas palabras a las nociones empleadas para caracterizarlas.

De uso poco común en Europa (Combes & Saignes 1991), la noción de


etnogénesis es hoy en día empleada con frecuencia entre los estudiosos de América del
Norte. Este término hizo su entrada «oficial» en la literatura antropológica norte-
americana bajo la pluma de William Sturtevant en un artículo de 1971 titulado Creek
into Seminole 11 . En este estudio pionero, Sturtevant mostraba que los Seminoles habían
emergido en tanto que «etnia» a causa de las múltiples presiones ejercidas por los
colonizadores ingleses en el sudeste de norteamérica entre los siglos XVII y XVIII.
Según él, es a raíz de la migración de un grupo de origen Creek que luego se mezcló
con otros indígenas sureños y con negros fugitivos que surgió esta nueva etnia
Seminole. El movimiento de los lower Creek hacia la Florida se habría producido por
etapas para finalmente desembocar, a fines del siglo XVIII, en la desvinculación de este
grupo de la Confederación de los Creek. Es interesante observar que el término
Seminole significa cimarrón o runaway en muskogee y que servía también para
designar animales o plantas silvestres. Esta nueva entidad que emerge a través de un
doble proceso de fisión con la Confederación Creek y de fusión con los indios nativistas
Red Stick y los esclavos fugitivos tendrá que enfrentar varias guerras contra las tropas
norte-americanas, lo que la llevó a refugiarse cada vez más al sur de la Florida. Según
Sturtevant, nos encontramos aquí frente a un caso típico de etnogénesis, es decir de
emergencia de un nuevo grupo a causa de la llegada de los europeos.

11
Sobre la dimensión historica en el estudio de los procesos de etnogénesis presente en la antropología
soviética véase Hudson (1999) y Lenclud y otros (1991). Para un análisis crítico de las reconstrucciones
de Sturtevant a partir de una relectura de las fuentes y de un uso más extendido de la noción de
etnogénesis véase Sattler (1996).

15
Retomada luego por numerosos estudiosos norteamericanos, la noción de
etnogénesis experimentó un notable cambio semántico en los últimos tiempos. Pues si
para Sturtevant los fenómenos de etnogénesis remitían estrictamente a la emergencia
«física» de nuevos grupos políticos, se tiende hoy en día a utilizarla para caracterizar
procesos muy diversos de transformaciones no solamente políticas sino que también en
las formas de definición identitarias de un mismo grupo a través del tiempo. Al
desvincular la noción de etnogénesis de su acepción estrictamente biológica, los
estudios recientes pusieron énfasis en las capacidades de adaptación y de creación de las
sociedades indígenas y empezaron a considerar la posibilidad de que nuevas
configuraciones sociales se dibujaran no sólo a través de los procesos de fisión y fusión
sino también vía la incorporación de elementos alógenos y mediante las consecutivas
modificaciones en las definiciones del Self (Hill (Ed.) 1996). Por otra parte, se considera
desde ahora que los procesos de etnogénesis no pueden ser estudiados sin tomar en
cuenta los fenómenos de etnificación y de etnocidio que los acompañan (Boccara 1998,
Sider 1994, Whitehead 1996, Whitten 1976).

La noción de middle ground acuñada por White (1991a) pone énfasis en los
hechos de comunicación y en la creación de una cultura común entre los indígenas y los
europeos. Se trata de salir del enfoque tradicional y sin duda reductor del encuentro o
malencuentro en términos de una simple confrontación entre dos bloques monolíticos,
los indios por un lado y los colonizadores por el otro. Pues las múltiples interacciones
desembocaron en la formación de nuevos espacios y de nuevas instituciones de
comunicación así como también en la definición de nuevas pautas de comportamiento.
Producto de la mezcla de distintas «tradiciones», el middle ground, concebido como
espacio real a la vez que simbólico, es la expresión de la creación de Nuevos Mundos en
el Nuevo Mundo. Tenemos aquí una definición de los fenómenos de Middle Ground
que se aproxima bastante de las características de este pensamiento mestizo analizado
recientemente por Gruzinski (1999).

Observemos que las nociones de etnogénesis, middle ground y pensamiento


mestizo remiten a fin de cuenta al mismo de tipo de preocupación: se trata de salir de
los modelos rígidos, etnocéntricos y «etnicistas» anteriores con el fin de restituir toda su
complejidad a la realidad colonial.

16
Ilustremos ahora nuestro propósito a través de varios ejemplos concretos.

2 a. Los jumanos

Siempre ha existido la duda con respecto a la identidad y la cultura de los


jumanos. Estos indígenas, que aparentemente no contaban con ningún tipo de
organización sociopolítica estable, parecía que tampoco poseían territorios de límites
definidos de modo preciso. Evolucionaban como si estuvieran dotados de una suerte de
don de ubicuidad en un espacio extremadamente vasto. Se mencionaba su presencia en
Nuevo México, al este de Texas, en Nueva León, en Nueva Vizcaya y al norte del río
Arkansas. Eran de enorme movilidad y establecían alianzas con los más diversos
pueblos, como los «Pueblos», los «hasinai» y los de «Quivira». La identidad de los
jumanos se torna aún más problemática cuando a principios del siglo XVIII, esta
nebulosa étnica se disipa, y esta «extendida nación» desaparece furtivamente, al igual
que como había aparecido, en los intersticios de la historia, sin grandes rebeliones ni
resistencias estruendosas. Ubicuidad, diseminación, pasaje, mezcla y desaparición, son
fenómenos que crean problemas.

El enigma que presentan los jumanos cuestiona de modo directo nuestras


categorías de análisis. La identidad y la entidad mezcladas de estos indígenas remecen
nuestros hábitos intelectuales. Sin embargo, tenemos que reconocer que no son ellos
quienes constituyen un problema, sino que es nuestra manera de aprehender los mundos
mezclados, las identidades múltiples y las constantes metamorfosis (Gruzinski 1999:
19-20).

Para liberar nuestra mirada -y con el objeto de resolver el enigma jumano que
los mismos etnohistoriadores contribuyeron a crear- se hace indispensable modificar por
lo menos tres aspectos del enfoque tradicional:

En primer lugar, tenemos que considerar esta sociedad en lo que ella es, es decir,
una sociedad compuesta fundamentalmente de passeurs o de intermediarios. Luego,
debemos pensar la identidad de estos aborígenes en términos de diferenciación. Por
último, coviene interpretar su desaparición en términos de mutación.

17
A continuación, me referiré brevemente al caso de los jumanos. Pues para
estudiar esta historia en forma detalla, sería necesario abordar las configuraciones y re-
configuraciones étnicas regionales de los llanos del sudoeste entre los siglos XVI y
XIX. Lo que resulta una empresa por demás hazarosa en la medida en que los
especialistas de esta región recién empiezan a descubrir el carácter absolutamente
arbitrario de las antiguas parcelaciones étnicas. Éstas entregaban la imagen de un
espacio compuesto de unidades culturales y sociopolíticas discretas, de fronteras bien
delimitadas: los «apaches», los «cheyennes», los «kiowas», los «comanches», etc. De
modo que si evoco aquí el problema jumano, lo hago en especial para proponer algunos
interrogantes en relación a nuestro modo de abordar las etnias 12 .

La antropóloga Nancy Hickerson (1996, 1994) propuso recientemente, una


nueva lectura del pasado jumano entre los siglos XVI y XVIII, realizando básicamente
el trabajo de reconstrucción histórica a través del análisis minucioso de las fuentes más
ancianas: de Cabeza de Vaca (1533-1535), Coronado (1541), Espejo (1582-1583),
Castaño de Sosa (1590-1591), Oñate (1598-1601) y Benavides (1630). Es así como
determinó las principales zonas de implantación y las características socioeconómicas
de los jumanos. Dispersos en un vasto territorio, el conglomerado jumano estaba
compuesto por grupos cibolos, caguates, cholomes, otomoacas, tanpochoas, etc. Vivían
exclusiva o temporalmente en aldeas en Nuevo México, o en campamentos situados en
los llanos. En otoño, realizaban expediciones de caza y giras comerciales a los valles del
sur y a Texas. Lo que sí es seguro es que estos indios eran comerciantes y cazadores de
bisontes. Hacían circular objetos y cumplían el rol de intermediarios comerciales entre
los indios de Texas (caddoan), los Pueblos y los wichitas de Quivira. La adopción del
caballo desde 1570 se produce muy rápidamente, dado el rol central que cumplen estos
indios en los intercambios regionales, ya que los caballos, además de acelerar las
comunicaciones, duplican su capacidad comercial, aumentan su capacidad de transporte
al agregarles una carreta y al mismo tiempo, desarrollan su crianza, lo que les permite
luego venderlos como monturas a los otros indígenas.

De este modo, lo que distingue a estos indios de otros pueblos de la región es lo


que podríamos llamar su «cultura del comercio». Ellos hacen de fase intermedia

12
Sobre este tema véase las contribuciones de Anderson C. (2000) y Kavanagh (1996).

18
(interface) entre los pueblos cazadores nómades de las llanuras y los agricultores de los
valles del río Grande. Ya que nos encontramos ante la ausencia total de características
culturales bien definidas, quizá resulte más adecuado entender el término jumano como
una categoría que designa a los comerciantes. Por consiguiente, estos indios se
distinguirían de los otros, esencialmente por el tipo de actividad que realizan y no, en
función de una supuesta serie de atributos culturales. Bien podría ser que ser jumano se
refería a tener el estatus de comerciante, como parece confirmarlo su historia posterior.
Pues al ser desplazados de su posición de mediadores y de comerciantes por los
«apaches» a fines del siglo XVII, los jumanos desaparecen en cuanto supuesta etnia,
para renacer más al norte, pero esta vez bajo el nombre de kiowa, también pueblo
comerciante y cazador de bisontes.

Por consiguiente, si la identidad social de los jumanos se definía en función de


su actividad económica, resulta lógico que la pérdida de su signo distintivo a causa de
los cambios en las relaciones de fuerza en la región, haya conducido a la desaparición,
conversión y migración de los miembros de este grupo. Aquí vemos ilustrado lo que
afirmabamos anteriormente, es decir que las identidades culturales y los mestizajes son
ante todo fenómenos políticos que remiten al tejido sociopolítico existente en un sistema
regional dado, en un determinado momento de la historia.

Los españoles intentaron hacer de los jumanos una nación en el sentido político
del término. Reforzaron su rol como intermediarios en las comunicaciones con los
indios de Texas con el objeto de crear una zona colchón o como baluarte defensivo
contra las invasiones de las potencias extranjeras. En los años 1630-1640 los
franciscanos iniciaron sus obras misioneras en la zona de Salinas. En la segunda mitad
del siglo XVII, el líder Juan Sabeata, nacido en 1630 en la provincia de Tompiro y que
se decía cristiano, fue nombrado «gobernador de los cibolos, de los jumanos y de las
naciones del norte» por el gobernador de Nueva Vizcaya. Sin embargo, la
intensificación de los raids y de la presencia apache transformó radicalmente las
relaciones de fuerza en la región. No era novedad la guerra entre apaches y jumanos.
Pero durante todo el siglo XVII, los apaches aumentaron considerablemente su poder
militar. Al atacar a los Pueblos, extendieron sus territorios hacia el sur y hacia el este,
apropiándose de este modo de los ejes comerciales controlados anteriormente por los
jumanos. Los grandes trastornos provocados por las invasiones apaches explican en

19
gran parte la dispersión de los jumanos que además, debe entenderse como una
mutación. Como decíamos, mientras que una parte de los jumanos se unieron con los
apaches conquistadores, otra emigró hacia el este y participó en la formación de los
kiowas. Aliados a los caddoan, los antiguos jumanos reorientaron su comercio hacia el
norte en dirección al Missouri. Durante el siglo XVIII, posiblemente bajo la presión de
los comanches, los kiowas se instalaron más al norte, en la región de Arkansas, zona
ideal para el pastoreo. Es así como los kiowas llegaron a ser los intermediarios
comerciales entre los wichitas, los franceses de Luisiana y los indios de los valles del
norte. Al igual que los antiguos jumanos, practicaban el comercio, la crianza de ganado
y la caza.

De esta manera, los jumanos desorganizados, participan con su conversión


identitaria a la génesis de una nueva nación: los kiowas, también compuesta, y que
mantenía relaciones de intercambio, de alianzas político-matrimoniales con los crow,
los mandans, los arikaras y los hidatsas. Y por último, la ironía de la historia, los kiowas
se aliaron con los comanches a principios del siglo XIX, abriéndose de este modo la
puerta hacia el sur. Unos cien años después de la partida de los jumanos, los kiowas, sus
lejanos herederos, volvían a encontrar las tierras del río canadiense y los espacios
texanos y mexicanos.

2 b. Los miskitus

El tercer caso que recordamos es el de los miskitus, que muestra muy netamente
que una identidad colectiva no se reduce a una herencia cultural, sino que se construye
como un sistema de distanciamiento y de diferencias en relación a «otros significantes
en un contexto histórico y social determinado» (Poutignat & Streiff-Fenart 1995: 192).
Proporciona, además, un perfecto ejemplo de etnia como creación colonial y representa
un caso de etnogénesis en el sentido estricto de la palabra.

La costa centroamericana del caribe, poblada de indios considerados como


«belicosos» y pobre en minerales, poco atraía a los primeros españoles que de
preferencia se establecieron en la costa del Pacífico. Recién en el siglo XVII se
realizaron contactos regulares entre los indígenas de la región y los nuevos llegados:
negros e ingleses. De acuerdo a las primeras descripciones, los indígenas se organizaban

20
en rancherías dispersas. Eran seminómades y de acuerdo a su localización en la costa o
al interior, practicaban la caza, la recolección, la horticultura y la pesca. El paisaje
lingüístico se caracteriza por su diversidad y parecen haber sido frecuentes las guerras
entre indígenas. El bloque de población así llamado «sumu» que habita la región, se
divide en varios subgrupos que hablaban dialectos diferentes. La nación miskitu surge
del subgrupo de dialecto bawhika del cabo de Gracias a Dios. Según Nietschmann, lo
que caracteriza a estos indios y los distingue de otros grupos de la región es su «cultura
marítima» (1993: 23-26). Esta precisión tiene su importancia ya que fue precisamente
su conocimiento profundo del litoral que hará de ellos los intermediarios casi exclusivos
de los ingleses.

Luego de un breve contacto con los puritanos de la isla de Providencia en los


años de 1630 (García 1999, 1996), un segundo mestizaje biológico se produjo en 1641,
con ocasión del naufragio de un barco que transportaba esclavos africanos. Los
náufragos que fueron capturados por los indios de la zona del cabo de Gracias a Dios, se
asimilaron rápidamente y se casaron con mujeres de la sociedad de acogida. Luego de
esta primera incorporación que selló desde su origen la distinción entre zambos miskitus
e indios miskitus, la historia parece acelerarse. Numerosos esclavos negros fugitivos
encuentran refugio en la costa de Mosquitos. El mestizaje biológico y cultural se
intensifica por las relaciones que entrelazan los indios con los bucaneros y los
comerciantes ingleses. El servicio doméstico y sexual de las mujeres y ciertos productos
locales (carne seca de tortuga, madera, piel de ciervo y de jaguar, índigo, cacao, canoas,
goma, etc.) se intercambian por cuchillos, vestimentas, clavos, anzuelos, pólvora,
hachas y armas de fuego. La posesión de armas de fuego, la intensificación del
comercio con los piratas y comerciantes ingleses y la amplitud del mestizaje, son
precisamente los que transformaron el sistema de relaciones interétnicas de la región.
En un paisaje etnológico caracterizado anteriormente por su fluidez, se comienzan a
distinguir progresivamente dos grandes bloques de población: por un lado los miskitus,
guerreros, saqueadores y comerciantes que se encuentran abiertos hacia el exterior y que
se adaptan fácilmente a los cambios, y por otro, los sumus, dominados, sometidos a las
incursiones de los miskitus en busca de esclavos y poco dispuestos a mezclarse con los
nuevos llegados. La formación de estas dos naciones remite por lo tanto
fundamentalmente a los efectos de la irrupción colonial. Los miskitus, fuertes por el
aporte demográfico externo, mejor armados y abiertos a las nuevas oportunidades que

21
ofrecía el comercio, extendieron progresivamente su dominación al conjunto del litoral
que se extiende entre río Negro al norte y río Escondido al sur. La génesis de esta
nación, que se manifiesta a través de importantes reestructuraciones en los campos
económico y social, se materializa en 1687, luego del establecimiento del reino miskitu
bajo impulso de los ingleses. Cuarenta años después de instituir el primer rey, el reino
sufre una nueva transformación política. Queda compuesto de cuatro parcialidades: dos
zambas, dirigidas por el rey y un general y dos indias a cuya cabeza se encontraba un
gobernador y un almirante (García 2000). Es durante este período que los miskitus,
aliados a los ingleses, se convierten en temibles piratas, comerciantes y cazadores de
esclavos, cuyo radio de acción se extiende a lo largo del litoral central del caribe y
penetra bien adentro al interior del territorio. Atacan por mar y por tierra los villorrios
indios y los establecimientos españoles de Honduras, de Nicaragua, de Costa Rica y de
Panamá. Entre 1654 y 1743, expediciones anglo-miskitu destruyen en cinco ocasiones
la ciudad de Nueva Segovia. El rey miskitu fuerza a los sumu y los rama a entregarle un
tributo en canoas, anzuelos y hawksbill shell. Ante la imposibilidad de repeler los
ataques de los miskitus, las autoridades de la Audiencia de Guatemala y de Nicaragua,
después de haber pensado en el puro y simple exterminio y deportación de «esta clase
de zambos compuesta de pocos indios puros, de algunos blancos y mulatos forajidos y
de mestizos de negro e indiano» 13 , no pudieron impedir que se desarrollara localmente
una política de paz por compra. Convertidos en cierta forma en tributarios de los indios,
cada año las autoridades locales envían el «regalo del Rey Mosco» a los habitantes de la
costa de Mosquitos (García 1999: 104).

La penetración miskitu en el interior, el rol de intermediario comercial que


juegan entre los sumus y los europeos de la costa y la dominación política y económica
que ejercen en la región, contribuyen a que el dialecto miskitu se imponga como lingua
franca.

Entre los fenómenos que permiten explicar el ascenso político y económico de


los miskitus, conviene considerar la importancia de la caza de tortuga, cuya carne seca
producida en cantidades considerables constituía un componente principal del régimen
alimenticio de indios y europeos de las costas caribeñas de América Central, como

13
«Modos de restaurar la Costa de Mosquitos», s.f., citado por García (2000: 9).

22
también de los trabajadores de las plantaciones de azúcar de Jamaica. Y sucede que los
turtlemen más experimentados de la región eran precisamente los miskitus quienes
dominaban esta especie como los indios de los valles norteamericanos controlaban el
bisonte y los de la Araucanía y de las pampas, los animales bovinos y equinos.

Así es como a principios del siglo XVIII, la economía y la sociedad miskitu se


encuentran completamente vuelta hacia el exterior. Retomando el término de Mary
Helms (1971, 1969), podemos hablar de la entidad miskitu como de una purchase
society. Los hombres se ausentaban de sus villoríos durante varios meses cuando
realizaban expediciones guerreras y comerciales que los llevaban a lo largo de las costas
del caribe centroamericano que en ese entonces dominaban casi por completo. La
estabilidad de su alianza con los británicos y su gusto por la cultura inglesa sólo es
comparable a la repulsión y al odio que les inspiraban los españoles: «consideran al rey
de Inglaterra como su soberano, aprenden nuestra lengua y consideran al gobernador de
Jamaica como uno de los más grandes príncipes del mundo» escribe un testigo de la
época 14 .

En 1787, cuando los ingleses dejan el litoral, los miskitus son más poderosos que
nunca. El rey Jorge II domina la «parcialidad» de los zambos entre los ríos Coco y
Sandy Bay, y el gobernador Colville Briton se encuentra a la cabeza de la de los indios,
más al sur. Los conflictos internos que se desarrollan entre zambos e indios entre los
años 1787 y 1792, bajo un fondo de intervención española, bien merecen ser
recordados. Luego de la partida de los ingleses, los españoles intentan dominar el reino
miskitu. Como el rey Jorge se encontraba poco dispuesto a tratar con las autoridades de
Nicaragua, los españoles tratan de explotar las tensiones existentes entre las dos
parcialidades. Comprometen al gobernador Briton a devolver a los esclavos españoles
que tiene en su poder y frente a su deseo de casarse con una de sus cautivas españolas,
le proponen realizar una unión cristiana. Poco después, Briton se convierte al
catolicismo y es bautizado en León y se casa con María Manuela Rodríguez. Este
bautizo absolutamente político se acompaña de una serie de acuerdos que consideran la
liberación de las mujeres españolas cautivas y el ingreso de misioneros franciscanos a
tierras indias. Estas medidas que atan de una nueva manera y de modo más restrictivo a

14
Dijo esto el navagante William Dampier quien visitó la región en 1681 (cit. por Niestchmann 1973:
32).

23
los miskitus a una nación extranjera aborrecida, atenta por añadidura contra el comercio
de esclavos, provocando el descontento de los zambos del rey Jorge y de los súbditos
del gobernador. En 1789, Briton es asesinado. El nuevo gobernador de los indios,
Alparis, sobrino de Briton, reivindica entonces la corona Miskitu. Como «verdadero
indio » 15 , rechaza la autoridad del rey Jorge al igual que la supremacía de los zambos
sobre los indios. Ante la amenaza que representa Alparis para su «nación», Jorge lo
hace ejecutar en 1792. Jorge queda así el único dueño de las dos parcialidades, unifica
el reino miskitu, echa a los misioneros y pone término a las pretensiones españolas de
conquistar la Costa de Mosquitos. De hecho, el reino miskitu existirá hasta 1860, fecha
en la que los ingleses reconocen la soberanía de Honduras y de Nicaragua y dejan
definitivamente los territorios costeños. Resulta interesante observar que los miskitus
continuarán sintiéndose atraídos por la cultura anglosajona y no se sentirán jamás
integrados al estado nicaragüense que a fines del siglo XIX tuvo que recurrir a las armas
para conquistar sus territorios.

Considerándose más civilizados que los criollos y los mestizos del Pacífico, los
miskitus dirigirán siempre su mirada hacia el Atlántico. Nacidos del contacto entre
ingleses y negros, no corresponden en nada al estereotipo de la sociedad tradicional a la
cual nos ha acostumbrado cierta etnología exotizante. El rey Jorge Augusto Federico
que reinó entre 1845 y 1864 había estudiado en Jamaica, decía que era más inglés que
los ingleses y tenía una biblioteca que contenía, fuera de libros sobre América Central y
la costa de Mosquitos, obras de Shakespeare, Byron y Walter Scott de los que él se daba
el gusto de citar pasajes a sus visitantes de categoría (García 1996: 50).

Luego del golpe de fuerza militar de 1893, el último rey miskitu se exilia en
Jamaica. A fines del siglo XIX, el reino ya no existe, pero hasta hoy estos indios no han
dejado de cultivar su diferencia, rechazando los elementos culturales y simbólicos
hispano-criollos e incorporando aquellos que provienen de la cultura anglosajona. La
incorporación de la alteridad en la construcción dinámica de sí mismo se ha realizado de
manera selectiva a través de un juego de distanciamiento y de diferencias en relación a
otros significantes. La etnia miskitu no ha existido desde siempre y no ha existido jamás
como monada cultural. Su génesis y su funcionamiento seguirían siendo

15
Citado por García (1999: 120).

24
incomprensibles si no se toma en cuenta en el análisis la totalidad de los protagonistas,
presentes o imaginados. Como tampoco podríamos comprender la historia de esta etnia
si sólo la percibiéramos a través de la idea de un largo proceso de desculturación de
indios originariamente puros. La identidad miskitu nos remite fundamentalmente a ese
pensamiento mestizo cuyos mecanismos intentó demostrar recientemente Serge
Gruzinski (1999). Ya que es precisamente en la metamorfosis que se encuentra la
verdadera continuidad de las cosas miskitus.

2 d. Los reche-mapuche

El mundo de los reche-mapuche también adquiere una mejor comprensión si se


lo concibe de modo dinámico, si se lo acepta tal cual es en su realidad polimorfa.
También en esto veremos como los efectos de la conquista repercutieron hasta las
extensiones más profundas de las pampas, de modo que no podremos darnos por
satisfechos con el mero análisis de esta historia en términos de aculturación y de
resistencia. Veamos brevemente algunos jalones cronológicos.

Fue en los años 1550 que se emprende la conquista del centro-sur del Chile
actual. Mientras que los territorios situados al norte del río Bío-Bío fueron dominados
sin grandes dificultades, la marcha hacia el sur se vio interrumpida por los «araucanos».
Estos indios, que en realidad se llamaban reche (la verdadera gente), resultaron ser
feroces guerreros. El carácter accidentado del territorio, el rigor del clima y la
naturaleza multicéfala de la organización sociopolítica indígena fue un impedimento
para que los españoles pudieran establecerse en forma permanente. Sus fuertes eran
constantemente atacados, el «camino real» constantemente cortado, de modo que lejos
de llevar a una rendición de parte de los indígenas, todo esto no hacía más que reforzar
su determinación a no dejarse someter. En 1598, es decir, más de cuarenta años después
de la primera rebelión general que le costó la vida a Pedro de Valdivia, los indios se
sublevaron de nuevo. Esta vez, expulsaron definitivamente de sus tierras al invasor. Los
siete establecimientos españoles fueron saqueados y destruidos, ejecutado el gobernador
Martín García de Loyola, los españoles fueron obligados a retroceder al norte del Bío-
Bío que se instituyó desde entonces en la frontera meridional del reino de Chile. Es
entonces que se inicia la «guerra de la maloca». Hasta los años 1655, y a pesar de las
tentativas de pacificación política que promovían los jesuitas, los territorios indios

25
fueron objeto de sistemáticas razzias. Fueron aniquiladas sus cosechas, sus siembras y
sus chozas, capturados los rebeldes y reducidos a esclavitud y deportados. Frente a lo
cual, los indios no se quedaron impávidos. Los reche centrales que habían adoptado ya
el caballo, emprenden a su vez malocas o malones en el territorio enemigo. Es así como
la razzia y la crianza de ganado se van diseñando poco a poco como los nuevos polos de
la economía indígena. Los reche se apropian de los animales de las estancias hispano-
criollas y de las reducciones de los indios amigos de la frontera. La captura de «piezas»
se intensifica. Las mujeres blancas que eran muy valoradas, pasan a ser un símbolo de
estatus. Las jóvenes cautivas son integradas a la máquina productiva al igual que los
hombres cuando éstos no son sometidos al ritual caníbal o incorporados a la tropa
(Boccara 1999a, 1998).

En la segunda mitad del siglo XVII, la dinámica de las guerras hispano-


indígenas sufre un cambio. Por causas que resultan muy largas de señalar aquí, las
autoridades coloniales fueron adoptando progresivamente otra política de conquista. Y
desde entonces se propone pacificar la frontera meridional por medio de la misión y el
parlamento (Boccara 1999b, Lázaro 1999). Los jesuitas, a quienes se le confía el trabajo
de «civilización» de esos «salvajes incorregibles», establecen sus misiones y efectúan
correrías. Es el momento de la conquista espiritual en el que florecen capillas y cruces
en el territorio «pagano». Al término del siglo XVII, se institucionaliza y tiende a
generalizarse, según la terminología de la época, el parlamento o gran reunión política
hispano-india, el segundo pilar de la nueva política de pacificación, durante los cuales
se llevan a cabo acuerdos económicos, militares, políticos y religiosos. Las autoridades
ambicionan reunir en un mismo espacio y durante un tiempo preciso, a la totalidad de
las parcialidades indígenas de la frontera y de las tierras del interior.

Los hispano-criollos van a utilizar estas dos tecnologías de poder, el parlamento


y la misión, hasta el fin del período colonial. Pero cuando se producen las guerras de
independencia, aún no habían sido conquistadas las tierras situadas entre los ríos Bío-
Bío y Toltén. Será el ejército chileno el que cincuenta años más tarde (1860-1883) va a
proceder a su incorporación a los territorios del joven estado-nación.

Luego de presentar este resumido escenario, pasemos a continuación a la historia


de este contacto bajo el ángulo privilegiado de los procesos de etnificación y de

26
etnogénesis. En primer término, vamos a observar en perspectiva un hecho masivo que
permite comprender la dimensión del cambio que ocurrió en el seno de las poblaciones
indígenas entre los siglos XVI y XVIII. Los documentos de los primeros tiempos de la
conquista son unánimes: la organización sociopolítica indígena se caracteriza por su
dispersión. No existe ninguna institución política central, ningún jefe que ejerza un
poder de representación permanente o que exija algún tributo. Tampoco, ninguna
coordinación institucionalizada de las diferentes unidades, fuera de la elección de un
jefe, el toki en período de guerra. La trama social indígena aparece así muy floja y las
múltiples parcialidades deben ser conquistadas una a una. Las unidades políticas
autónomas que definen las partes más grandes son los rewe y los ayllarewe, que
comprenden una multitud de quiñelob o nexus endógamos. Finalmente, estos indígenas
se llaman reche.

Al término del período colonial: desde entonces, los documentos se refieren a la


existencia de unidades políticas macro-regionales, los futamapu o grandes tierras, que
reunían a varios ayllarewe. Estas unidades que dividían la Araucanía en tres grandes
espacios longitudinales, se caracterizan por su permanencia. Compuesta de varias miles
de personas, cada una de estas tierras tiene un gran jefe o apoulmen a su cabeza. Los
indios de los tres futamapu se autodenominan mapuche, y los que pertenecen a una
tierra grande consideran extranjeros, ca-mapuche, a quienes pertenecen a los otros
futamapu. Sin embargo, los mapuches de los tres futamapu hacen alianza para oponerse
a los wingka, al Otro máximo, al Español (Boccara 1998).

El contraste es tan fuerte que resulta difícil hablar de reche y de mapuche como
de un solo y mismo pueblo. Estos cambios radicales en sus estructuras objetivas y en
sus formas de definición identitaria presentan el problema de las continuidades. Sin
embargo hay que enfrentar sin temor el problema de los cambios para luego poder
determinar la existencia de las permanencias. Como lo escriben Bensa y Leblic (2000:
5), los cambios son los que iluminan las permanencias.

Recordemos entonces brevemente las transformaciones indígenas y tratemos de


determinar los efectos combinados de las presiones exteriores y del movimiento interno
que condujeron al surgimiento de una nueva etnia.

27
En primer término se hace evidente que el parlamento, la misión y las otras
tecnologías del saber-poder (escuela de indios, caciques embajadores, capitanes de
amigos, comisario de naciones), contribuyeron a fijar las cosas, a reificar las diferencias
y a organizar el espacio. El parlamento no es un espacio neutro de la libre comunicación
y es mucho más que el lugar de un «pacto colonial» como afirman algunos estudios
recientes (León 1993, 1992a). Es un espacio de imposición de una norma jurídico-
política (Boccara 1999b). Es un dispositivo de control de estado. Su objetivo es más el
de crear una commune mesure que el de reprimir los crímenes de lesa majestad. En
primer término, pretende cuadricular un espacio. Los grupos indios que asisten son
clasificados, ordenados y censados. Las parcialidades sueltas deben integrarse de modo
permanente a conjuntos más vastos y aunque los caciques presentes tienen derecho a la
palabra, pesa más la de los delegados ubicados en lo alto de la jerarquía. En este
sentido, es significativo que sólo las declaraciones de los representantes de las unidades
políticas superiores hayan sido transcritas en las actas. El parlamento tiende a ser
exhaustivo y en la medida en que se hace general, se propone reunir en un solo y mismo
lugar a la totalidad de las unidades indias. Los nombres de los caciques son
cuidadosamente establecidos y se utilizan las actas anteriores para recordarle a los jefes
indios su deber de respetar los acuerdos de paz con las autoridades coloniales que
firmaron sus antepasados y parientes.

Por lo tanto, primer aspecto: el parlamento fija realidades e inmoviliza las


identidades. Un indio pertenece exclusivamente a una de las tres grandes tierras. El
orden socio-territorial que impone el parlamento se aplicará por igual a este «mosaico
étnico» constituido por los así llamados pehuenches, indios de la cordillera. Estos
pehuenches que no constituían una etnia homogénea fueron sometidos a un intenso
proceso de etnificación en la medida que a través de la designación de delegados y de
caciques gobernadores y con la distribución de medallas y de bastones de mando a los
supuestos representantes de esta nación, los hispano-criollos crearon por completo esta
entidad étnica. La etnificación incluso fue contemporánea a un proceso de etnicización
ya que los conflictos que oponían a los indios de los Andes septentrionales a los de los
Andes meridionales fueron interpretados como luchas fratricidas y hereditarias entre dos
etnias, los pehuenches y los huilliches. Sin embargo, las divisiones entre pehuenches y

28
huilliches no remiten en absoluto a distinciones «étnicas» o «culturales» 16 . La
«pehuencheidad» se definía fundamentalmente en función del contexto político, militar
y económico de fines del siglo XVIII. Los pehuenches, como grupo político y no como
etnia, eran aliados de los españoles. Recibían de estos últimos un apoyo logístico
apreciable en sus guerras por el control de las vías andinas de comunicación, de las
minas de sal y de lugares de pastoreo. Su nuevo estatus de intermediario y el
surgimiento de una coordinación política entre diferentes unidades anteriormente
dispersas, terminaron en la formación de una entidad que no existía anteriormente. Las
autoridades coloniales contribuyeron en gran parte a la fabricación de esta etnia
nombrando al jefe Pichintur cacique general de la pehuenchada. En un acto de
esencialización que provoca aún muchas víctimas entre los etnohistoriadores (León
1999), proclamó la reconciliación entre ambas naciones, la pehuenche y la huilliche.
Sin embargo, se observa que los así llamados huilliches andinos representaban a fines
del siglo XVIII un conglomerado político muy complejo. Constaba de grupos de indios
de las pampas, de los llanos de la Araucanía e incluso miembros de la así llamada etnia
pehuenche. En fin, se caracterizaban por su ubicuidad. Su presencia es de hecho
mencionada en todas las fronteras españolas de la área pan-mapuche. Segundo aspecto:
el parlamento tiende a inventar una tradición a través de la escritura, tradición que los
indios harán suya, reclamando que se llevara a cabo un parlamento a cada cambio de
gobierno. Y por último, un tercer aspecto, que recuerda los efectos de la razón gráfica
en las sociedades de tradición oral que analizó Goody, el parlamento proporciona a los
indígenas una representación resumida de la totalidad de su espacio.

Tanto a nivel de las estructuras cognitivas como en las estructuras objetivas es


que operan los mecanismos de reificación, en la misma medida que la convocatoria
regular de estas grandes reuniones obligaba a las unidades indias a institucionalizar un
mecanismo de delegación de poder. En cierto modo, algunos jefes se convierten en una
especie de «profesionales de la representación», se transforman en intermediarios
privilegiados y tienden a acumular las diferentes especies de capital. Sabemos que el
objetivo de las autoridades coloniales fue la de crear «cabezas». Se trataba de
«establecer una equivalencia perfecta entre el representante y los supuestos
representados»(Bourdieu 2000: 100). El parlamento se propone crear un pueblo

16
El término huilliche (huilli: sur, che: gente) es un deíctico que corresponde al castellano sureño. Véase
Salas (1992) y Boccara (1996).

29
mapuche con el objeto de poder luego substituirlo. Comprendemos entonces el sentido
de instituir los caciques embajadores. Estos representantes mapuches en Santiago
debían poder comprometerse y comprometer a sus pueblos desde la capital. Incluso las
autoridades llegan a pensar en cambiar los parlamentos que resultaban muy caros y
políticamente poco rentables, por esta institución. Y en verdad, ¿para qué soportar el
placer que tienen los indios por la palabra y tolerar sus «ceremonias salvajes», cuando
esta innovación política permitiría tener a mano a los plenipotenciarios indígenas que
saben mejor que el pueblo mapuche lo que es mejor para el pueblo, y que sobretodo le
entregaría un poder absoluto a los españoles. Las invenciones organizacionales que
constituyen el parlamento y los caciques embajadores tienden a crear unidades indias
discretas para absorberlas luego en el estado.

El parlamento funciona, además, como un mecanismo extremadamente poderoso


de integración del campo político indígena. Llegó a ser de tan capital importancia
participar en él, que los indígenas que lo rechazan fueron expulsados de las esferas de
poder 17 . Sin embargo, este incontestable proceso de etnificación viene acompañado de
una dinámica endógena, ya que si bien los indios de Araucanía participan en la vida
política en su frontera septentrional, ellos aprovechan las contradicciones propias a todo
espacio fronterizo. Los vagabundos, conchavadores y otros «malentretenidos» del Bío-
Bío intercambian cabezas de ganado robadas y aguardiente por ponchos indígenas. El
capitán de amigos, que estaba destinado a vigilar y civilizar a los salvajes, vive de hecho
«a la usanza». En cuanto a los misioneros, si los indios los toleran es porque éstos
distribuyen bienes y se constituyen en un aliado político capital que proporciona
licencias para el comercio fronterizo y puede resultar rentable en el orden espiritual.
Pero consentir en la presencia de los misioneros no significa en ningún caso plegarse a
la moral cristiana ni a la naciente disciplina capitalista (Boccara 1998).

Los indios juegan el juego del parlamento, pero tienen más de una cuerda en su
arco. Las fronteras meridionales de Valdivia y las orientales de las pampas les permite
hacer la paz por el norte, al mismo tiempo que acometen con razzias otros espacios. A
partir de la segunda mitad del siglo XVII los indígenas de la Araucanía integran las

17
Sobre este tema véase los estudios de Leonardo León. De valor muy irregular y con propuestas téoricas
e interpretaciones poco convincentes o a veces francamente etnocéntricas, la producción de este
historiador se caracteriza sin embargo por un amplio manejo de las fuentes de archivos.

30
inmensas pampas transandinas a su ámbito de operaciones. Cazan al ganado cimarrón,
atacan las estancias hispano-criollas y se mezclan con los indígenas de las pampas. La
expansión indígena hacia el oriente durante todo el siglo XVIII es contemporánea del
movimiento de centralización y de cristalización del poder político. La economía se
organiza desde entonces alrededor de tres polos: la razzia, el comercio y la crianza de
ganado. El desarrollo de esta economía de depredación, de comercio y de pastoreo viene
acompañada por una transformación de la naturaleza de las prácticas esclavistas. Las
mujeres robadas hilan y tejen los famosos ponchos. Los hombres y los niños son
vendidos en las fronteras o circulan al interior de un territorio indígena que desde
entonces se extiende entre los dos océanos. La sociedad mapuche, animada por un
poderoso movimiento interno no parece retroceder ante ninguna innovación, salvo que
ésta conllevara el peligro de la heteronomía.

Y es aquí donde calamos hondo en el principio fundamental del funcionamiento


de la máquina social indígena: la construcción de sí mismo en un movimiento de
apertura hacia el Otro. Sabemos que los reche de los primeros tiempos de la conquista
adoptaron muy rápidamente el caballo, diversos cultígenos y el fierro. Y que también
incorporaban las cualidades del Otro máximo a través del trabajo ritual en el cuerpo del
enemigo capturado en combate. Los jefes mapuches se sentían atraídos por las mujeres
wingka y los niños que nacían de estas uniones mixtas eran integrados totalmente a la
sociedad indígena. Los cautivos experimentaban un proceso de «recheización» forzado.
Los misioneros que fueron tomados inicialmente por chamanes y luego secularizados,
no pudieron librarse del lugar que los indios les asignaron en su universo mental y
social. En el siglo XVIII, los mapuches sacaron tan buen partido del comercio, que la
sociedad colonial de la frontera quedó sin ganado porque lo habían cambiado por los
ponchos que en ese entonces los indios producían por millares. Los grandes caciques
mapuches del siglo XVIII eran generalmente mestizos o sang-mêlé. Sabían español,
aunque se negaban a hablarlo y cultivaban con distinción el mapudungún. Tenían a la
vez nombres mapuches y cristianos, se bautizaban y recibían con honor el título de
soldado distinguido del ejército real, a cambio por supuesto de un sueldo y de algunos
presentes. Enviaban a algunos de sus jóvenes parientes a estudiar al colegio de hijos de
caciques de Chillán o de Santiago y se aseguraban de los servicios de un escribano. En
resumen, los ulmen (caciques) mapuches no corresponden en nada a la imagen
estereotipada y arcaica del feroz guerrero emplumado que sólo tenía por arma una lanza

31
de caña a la cual habría adaptado, en un acceso de locura innovadora, una punta de
fierro!

Si los contactos pluriseculares y polimorfos con el invasor wingka determinaron


el surgimiento de la etnia mapuche, observamos que sus efectos se sintieron también,
por rebote, al oriente de la cordillera, ya que durante los siglos XVII, XVIII y XIX, se
advierte un verdadero trastorno de la configuración étnica pampeana. Los estudios
etnohistóricos no permiten aún medir exactamente la dimensión de este fenómeno. Pero
sabemos por lo menos que el así llamado proceso de «araucanización de la pampa»
consta de varias etapas. A un primer momento de difusión de «elementos culturales»
mapuches (lengua, tejidos, agricultura), habría sucedido una verdadera intensificación
de los flujos migratorios oeste-este. Lo que es seguro es que la intensidad de la
circulación entre los dos lados de los Andes, el establecimiento de redes comerciales,
las alianzas político-matrimoniales hacen de este inmenso espacio un laboratorio
privilegiado para quien desee analizar los procesos de mestizaje y de etnogénesis en los
hinterlands americanos. Sólo recientemente ha sido cuestionado el cuadro interpretativo
dominante que reposa sobre la hipótesis de un mestizaje unilateral dominantemente
araucano (Mandrini & Ortelli 1995, Ortelli 1996). Al igual que ha sido cuestionado el
uso de macro-categorías pseudoétnicas como las de tehuelche, pampa y auca (Nacuzzi
1998). De hecho, lejos de postular la existencia de cualquier etnia, hay que conocer su
proceso de fabricación, más aún si nos encontramos en presencia de territorios
sometidos a tales trastornos.

Es así como los ranqueles del sur de Mendoza y de San Luis no son ni
«araucanos de pura cepa» ni oriundos de las pampas. Estos grupos que aparentemente
surgieron de un primer mestizaje entre indios andinos de los alrededores de Neuquén
con los autóctonos de mamülmapu, hicieron su aparición en la pampa central en el
último cuarto del siglo XVIII. Practicaban la crianza de animales y mantenían en sus
campamentos centenares de cautivos (indios y no indios). Unían una política de
aproximación con las autoridades coloniales a la empresa maloquera. Uno de sus más
famosos caciques, Llanquetruz, tenía una esposa blanca y numerosos consejeros
cristianos. Baigorrita, otro de sus jefes, era un mestizo de madre criolla. Incluso existía
un cierto cacique Blanco, de ojos azules y barba rubia. La unidad sociocultural de estos
indios, tal como la concibe tradicionalmente la etnohistoria, acarrea problemas ya que

32
en 1781, Zizur menciona dos poblaciones, los «ranquichules» y los «peguenchis» en la
zona de Salinas (Fernández 1998: 66). ¿Sería posible que treinta años después de su
emigración, los indios andinos continuasen cultivando su especificidad? Y si hubiese
sido así, ¿por qué persiste esta diferenciación?

Por otra parte, sabemos que la práctica intensa de la esclavitud, la incorporación


de refugiados chilenos patriotas y realistas, de unitarios, montoneros y otros fugitivos
hicieron que la distinción entre ranqueles y gauchos resulte difícil de establecer. Al
igual que muchos otros aspectos similares del proceso de mestizaje que experimentaron
los cherokee de América del norte (Delanoe 1982, Perdue 1979), la etnogénesis de los
ranqueles nos obliga a abandonar nuestras categorías tradicionales, sobretodo cuando
sabemos que estos indios, a través de su participación en los parlamentos (1794 en
Lloucha al sur de Mendoza y en 1799 en Mendoza con el comandante de la frontera
Juan Francisco Amigorena) experimentaron los efectos de etnificación al que nos hemos
referido anteriormente: Amigorena entregó un pasaporte a los indios y designó a
Carripilon «cacique gobernador principal caudillo de la nación Ranquelche» (Fernández
1998: 84-85). A partir del gobierno de Rosas se acompaña la etnificación (proceso por
el cual se cristalizan elementos culturales y políticos anteriormente fluidos) de un
proceso de etnicización, es decir, de lectura de la realidad social y política a partir de un
prisma racial y étnico-cultural. La conquista del desierto convertirá a los indios
enemigos del joven estado-nación en indígenas de origen chileno. Guerra de limpieza y
de consolidación de territorios argentinos, la conquista del desierto se realizará como
guerra de independencia. De cierto modo, podríamos decir que se nacionalizó como
chilenos a los indios enemigos. Por último, en los años 1878-1879, acelerando la
instauración de un cuadro jurídico único, las autoridades argentinas obligaron a los
indios a repensar sus instituciones al igual que su relación con el territorio. En la medida
en que los tratados firmados entre caciques y autoridades comprometían al conjunto de
los miembros de una supuesta nación india, los jefes debían vigilar a sus miembros. En
caso de que los indios sueltos violaran el tratado, se tomaban represalias contra toda la
nación y sus representantes. Como es de suponer, no fueron pocos este tipo de
accidentes y es así como Roca justificó la guerra contra los ranquelinos, guerra que
terminó en 1880 con «la desaparición de la raza ranquelina» 18 .

18
«Carta del General Racedo al General Julio Roca, 21 de agosto de 1879», cit. por Fernández (1998), p.
229.

33
Es necesario precisar que la modificación del contexto económico jugó un rol
crucial en la recomposición y en la resignificación de la configuración étnica de las
pampas. La extinción del ganado cimarrón y la expansión criolla de la crianza de
ganado convirtieron al territorio en un asunto central. No se trataba ya de tener el acceso
a los recursos de ciertos espacios de límites inciertos, sino que de determinar los
derechos de propiedad de territorios desde entonces claramente delimitados. Como lo ha
demostrado muy certeramente Kristine Jones, la construcción del estado nacional
argentino bajo Rosas se acompañó de una sedentarización de los grupos indios (Jones
1984). A la trashumancia estacional y a la multiplicidad de grupos domésticos se fueron
substituyendo progresivamente entidades políticas sedentarias. Cambió la naturaleza del
poder que ejercían los caciques y aparecieron poderosos cacicatos. El territorio ya no
tenía sólo un valor de uso, sino que tenía un valor en sí. Luego de las campañas que
Rosas llevó a cabo a principios del año 1830, las sociedades indígenas se establecieron
en territorios relativamente bien circunscritos cuyos derechos fueron reconocidos en
diferentes tratados. El paisaje geoétnico amerindio, anteriormente caracterizado por la
movilidad, se fijó y se llegó a distinguir en función de criterios étnicos, los indios de las
Salinas Grandes, los tehuelches de río Negro, los voroganos, los indios del país de la
manzana, los ranqueles, etc. Desde entonces, todos estos grupos fueron identificables y
se registraron a sus caciques. Los conflictos que los oponían eran desde entonces
interpretados en términos étnicos y se hicieron de ellos entidades culturalmente
distintas. Estas técnicas e ideologías de sustancialización que tienden a crear fetiches y a
fijar las identidades, se acentuaron entre 1860 a 1880 terminando en una representación
extremadamente simplificada del paisaje etnológico de las pampas y de la Patagonia en
tres grandes unidades: los pampas, los tehuelches y los araucanos. Sabemos que esta
tripartición constituirá el punto de partida de muchos estudios etnohistóricos.

En cuanto a nosotros propondremos la siguiente hipótesis: si admitimos que


estas diferencias étnicas son el producto de una historia y que antes de que se dibuje un
paisaje cultural hecho de segmentos, prevalecen «cadenas de sociedades» y espacios
sociales configurados en base a redes de identidades interdigitadas, parece entonces más
apropiado interpretar la formación de estas unidades en función de un sistema de
transformación en el cual el operador sería la intensidad de los lazos de dependencia

34
política y económica de los diversos grupos frente al mercado y al poder colonial 19 . Una
simple hipótesis, por supuesto, pero que los recientes estudios de los etnohistoriadores
argentinos tienden a confirmar.

De este modo para explicar la formación de las etnias de Araucanía, de las


pampas y del norte de la Patagonia hay que tomar en cuenta una multiplicidad de
causas. Las etnias mapuche, ranquelche, pehuenche o huilliche, no son materiales
preconstruídos, sino que son el producto conjunto de diversos ajustes coloniales y
surgen luego de la aparición de nuevas necesidades económicas y políticas.

Antes que los dispositivos de poder y las tipologías trazadas por los
colonizadores produjeran sus efectos, estas unidades sociales amerindias se situaban en
un continuum sociocultural, de modo que lo que podríamos llamar la «mapuchidad», la
«ranquelidad», etc., no son posibles de definir fuera de las relaciones de fuerza de las
épocas estudiadas. Como lo afirma Bensa (2000: 11), ninguna investigación etnológica
puede ahorrarse un trabajo histórico. El registro de identidades, la puesta en marcha de
mecanismos de delegación de poder, la territorialización de las unidades sociales, la
determinación de los atributos culturales, en resumen, todas las innovaciones políticas,
contemporáneas a la formación del estado burocrático moderno y de la expansión
capitalista, se sitúan en la base de la invención de muchas de las culturas indias
supuestas tradicionales. Como lo advierte Amselle para el caso africano, la razón
etnológica dominante no ha hecho más que prolongar estos cortes realizados por los
administradores coloniales y por los padres de los jóvenes estados-naciones
latinoaméricanos. Los especialistas, no sólo han estado ciegos a los procesos de
etnificación, sino que casi no han tomado en consideración la facultad de innovación de
las así llamadas sociedades tradicionales, reconociéndoles como mucho, a las más
primitivas y rebeldes, una notable capacidad de resistencia. Recién comenzamos a
descubrir que «nada es menos tradicional que una sociedad primitiva» (Amselle 1990:
57) y que todo lo que es diferente a nosotros no es necesariamente exótico, tradicional,
desconnectado o fuera de la historia (Thomas 1998).

19
Amselle, 1990, cap. 3.

35
A modo de conclusión

Más allá de la diversidad de los casos y contextos sociohistóricos abordados


aquí, nos parece posible sacar algunas enseñanzas generales en cuanto a las
modalidades del contacto euro-indígena así como también acerca de la lógica social que
parece manifestarse a través de las experiencias miskitu, mapuche y jumano.

En primer lugar, haremos observar que estos ejemplos ilustran de manera


concreta lo que avanzaba en mi introducción en términos generales, a saber que algunas
etnias amerindias son producciones coloniales que emergieron a través de un doble
proceso de etnificación y etnogénesis. Los múltiples registros, los parlamentos y
tratados, la delegación del poder político, la imposición externa de identidades fijas,
todo lo que llamaría los dispositivos de saber-poder, contribuyeron de manera capital en
la etnficación de esos grupos. Sin embargo, y parafraseando a Foucault (1991), haré
notar que si bien los agentes coloniales sabían lo que hacían y porqué lo hacían, no
pudieron medir las consecuencias de lo que hacían. En otros términos, se puede afirmar
que estos dispositivos de reificación produjeron efectos perversos, en el sentido que
Boudon (1977) da a este término. Las construcciones pluriétnicas pan-mapuche, las
dinámicas socio-económicas y guerreras vinculadas a la emergencia de la entidad
miskitu, la metamorfosis de los jumanos en kiowas, constituyen fenómenos que no
fueron previstos por los colonizadores. Son estas adaptaciones y resistencias creadoras
de transformaciones que transcienden a menudo las conciencias individuales las que
llamo etnogénesis. Esta misma constatación, pero considerada ahora desde el punto de
vista de las formas de definición identitaria y de las identidades étnicas, nos permite
apuntar hacia la existencia de una relación dialéctica entre la definición interna de un
grupo y la categorización externa. Las identidades no son fijas, sino que resultan ser el
objeto de negociaciones y de reformulaciones (García 1996: 29). Es así como las
trayectorias históricas de los mapuches, miskitus y jumanos demuestran que los
colonizadores, a través de sus sistemas económicos, políticos y religiosos, se volvieron
un elemento estructural de las sociedades indígenas de las fronteras. Sin los invasores,
tales sociedades nunca hubieran existido. Es por ello que para re-encontrarnos con estas
sociedades de las fronteras, se hace necesario mantenerse lo más cerca posible del
contexto sociohistórico. Pues es sólo a través de un análisis terre à terre que podremos
evitar los escollos etnocéntricos y esencialistas que marcaron las investigaciones

36
etnohistóricas hasta hace poco. Conviene desconstruir el objeto étnico a través del
estudio de las imágenes que se han aplicados a estas sociedades en distintos momentos
de la historia. Hacer estallar el carácter de evidencia del objeto étnico es demostrar su
naturaleza fundamentalmente relativo. Conviene también adherirse lo más posible a la
realidad con el fin de evitar el «occidentalismo» (Rotter 2000), esta nueva forma de
esencialismo, que consiste en darle al proceso de colonización una coherencia ficticia y
a la sociedad colonial un carácter monolítico que nunca tuvo. Mantenerse pegado al
contexto nos lleva finalmente a rechazar la univocidad y el culturalismo de ciertas
concepciones del mestizaje. La transferencia de tecnologías, la circulación de objetos y
personas o la adopción de elementos exógenos no se efectuaron en un sentido único,
desde las sociedades coloniales «euro-criollas» hacia las sociedades indígenas (Alberro
1992, Ares & Gruzinski (Eds.) 1997, Bernand & Gruzinski 1992). Del mismo modo y
en contradicción con la perspectiva culturalista queremos insistir sobre el hecho de que
el mestizaje remite ante todo a fenómenos políticos. Las mezclas, hibridaciones y
transformaciones socioculturales no son un asunto de esteta. Los individuos y grupos no
mezclan las cosas por el placer de mezclarlas. Lo hacen por razones de supervivencia
física y social. El mestizaje contituye «a crucial domain of struggle» (Sider 1994: 120).
Decir esto significa recolocar al conflicto y a la violencia en el centro de los procesos de
socialización (Bloch 1997, Loraux 1997, Simmel 1995). Supone también reconocer que
las identidades están siempre en movimiento y dependen del contexto, del momento de
la vida social y de la naturaleza del contacto. Conviene pensar la relación con el exterior
como un elemento estructural de la reproducción interna de una sociedad. En otros
términos, no se puede pensar la construcción del socius sin lo que Bloch llama la
«violence en retour», es decir la conquista «en retour» de la vitalidad externa en la
segunda fase del establecimiento de un orden social trascendente y legítimo (Bloch
1997: 129, 157, 192-193, 204-206).

En segundo lugar, insistiremos sobre el carácter fundamentalmente relativo de


las categorías de adscripción en el sentido de que estas dependen de la perspectiva
adoptada. Según la documentación oficial, los indígenas rebeldes de las Pampas son
«araucanos». Son pensados y clasificados como invasores. De suerte que la
categorización de esos indios remite a la manera como la nación argentina se construyó
y se imaginó pero en ningún caso a una realidad indígena que pre-existiría (por lo
menos en esos términos) a la elaboración de la mitología nacional argentina (Jones

37
1984, cap. 7). La manera como esta nación se imaginó contribuyó al doble proceso de
reificación del indio colonial y de «invisibilización» del indio republicano. Como lo
demuestran los recientes estudios de Quijada (1999, 1998), la «conquista del desierto»
representó una operación de exclusión real y simbólica de los indios del territorio
nacional. Por lo tanto no es una casualidad si reaparecen, en el contexto actual de pan-
indianismo y de globalización, entidades étnicas que muchos pensaban desaparecidas
para siempre: algunos grupos mapuches argentinos, aunque aculturados desde un punto
de vista antropológico tradicional, reivindican con vigor su identidad indígena. Los
huarpes, invisibles desde más de dos siglos, vuelven a aparecer en la escena de San Juan
en el nuevo contexto de integración del Mercosur que tiende a generar un espacio
económico transnacional. Las comunidades neo-huarpes pretenden situarse en la
continuidad aborígen de Cuyo, denuncian el proceso de invisibilización de que fueron
víctimas y ponen en tela de juicio las delimitaciones territoriales rígidas que condujeron
a la desarticulación de las redes de intercambio transandino. La ironía de esta historia es
que estos neo-aborígenes comparten ahora el mismo interés que los grandes empresarios
sanjuaninos en cuanto a la revalidación de espacios regionales transnacionales (Escolar
2000). La producción de lo local se encuentra revigorizado en el nuevo contexto de
globalización y en un período en que el marco estatal y nacional parece ser inadaptado,
rigído y artificial (Boccara 2000).

En tercer lugar, nos parece que las trayectorias históricas de las sociedades
mapuches y miskitus entre los siglos XVI y XIX remiten a una forma bien específica de
inscripción en las dinámicas coloniales que Helms (1969) definió bajo el término de
purchase society 20 . Aunque la propuesta de Helms no tuvo posteridad, creemos
conveniente reconsiderarla ya que estas sociedades de las fronteras representan un tipo
bastante interesante de vinculación total con los mercados coloniales acompañado de la

20
Se podría decir lo mismo de los grupos comanches, navajos, apaches, iroqueses, kiowas, guajiros, etc.
A propósito de este tipo de sociedad Mary Helms escribe: «The crucial difference between peasant and
purchase societies lies in the nature of their respective ties to the states with which they are involved.
Peasantry came into being with the evolution of agrarian states and all aspects of peasant life must
somehow take account of the state’s superior political organization […]. Purchase societies, in contrast,
are tied to the state not by compelling, asymetrical political holds, but by the balance of commercial
activities […]. Geographically, purchase societies can be found on economic frontiers of states, in
territory that is beyond de facto state political control (…) but lying within economic reach of state
activities. From the point of view of the local society, the over-riding factor (…) is the needs (…) for items
of foreign manufacture. […]. In order to promote commercial activities social relations may be re-
structured to provide the necessary links and independence required for successfull trade relations, and
new forms of socio-political organization may arise to effect the same goals» (1969: 328-329).

38
preservación de la autonomía política. Nos encontramos frente a unas sociedades que
combinan en menor o mayor grado la organización de razzias, la producción masiva de
bienes para los mercados coloniales, la esclavitud, la diplomacia, la incorporación de un
número considerable de individuos alógenos y el expansionismo territorial. A través de
la estructuración de este complejo económico-bélico, estos grupos logran escapar a los
tres pilares de la empresa colonial, a saber: la explotación económica, la dominación
social y simbólica, la sujeción política 21 . Correspondería profundizar en el análisis
comparativo de estas dinámicas fronterizas de las que emergieron entidades territoriales
extremadamente potentes y marcadas por el cosmopolitismo.

En cuarto lugar, haremos notar que los casos analizados aquí permiten destacar
la existencia de una lógica social específica cuyo principio sería la incorporación del
Otro en la construcción dinámica del Si-Mismo. De suerte que para los mapuches, los
miskitus o los jumanos, el Otro no aparece como un límite sino como un destino
(Viveiros de Castro 1993). Sea bajo la forma de la antropofagia ritual, de la esclavitud,
de la guerra, del comercio, de las alianzas matrimoniales o de la adaptación, es esta
lógica mestiza la que produce lo indígena. Es a través de mecanismos sutiles de
diferenciación y de incorporación que se juega la fluidez de las identidades indígenas de
las fronteras consideradas aquí. Esta lógica mestiza de apertura al Otro aparece como
una dimensión fundamental del pensamiento de estos grupos. En fin, lejos de ser frías,
estas sociedades resultan ser extremadamente cálidas. Parecen animadas por un
perpetuo desiquilibrio dinámico a la vez que se nutren de una filosofía cálida (Levi-
Strauss 1991: 316-317). Sin embargo, y para no caer en otro tipo de esencialismo
(Naepels 2000), diría que es en la génesis dinámica de la acción que debemos buscar la
manera como estos grupos lograron dar formas indígenas al mestizaje (Lenclud 1998) 22 .

21
Helms escribe: «(…) their involvement with wider society is characterized not by coercitive demands by
state powerholders for payment of various rents to the state, but solely by engagement in trade or wage
labor to obtain items of foreign manufacture which have become cultural necessities for them. In order to
participate successfully in this wider economic network, internal socio-political and economic structures
may adapt in any number of ways so as to facilitate the formation of outside economic ties» (1969: 340).
22
Es así como convendría interrogarse a propósito del posible vínculo entre la desaparición progresiva de
la antropofagia ritual y la vinculación de las economías indígenas fronterizas a los mercados euro-
criollos. La emergencia de un equivalente general y el desarrollo de una economía monetaria incipiente
condujeron quizás a una mutación profunda en las representaciones indígenas del mundo.

39
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53
Las Fronteras Españolas de Norte América: Su Historiografía 1 .

David J. Weber
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España controló en una época, o al menos reclamó para si, una gran parte del sur
de América del norte y todo el sudoeste norteamericano. Esta extensión hacia el norte
de la América hispana, fue entendida como una zona fronteriza [frontier] de contacto
hispano-indígena así como un espacio [borderland] en el que los españoles compitieron
por el control del continente con los franceses, con los ingleses y sus descendientes
americanos y eventualmente con rusos 2 . España controló así una parte sustancial del
territorio de lo que hoy son los Estados Unidos hasta 1821, mucho después de que sus
rivales franceses e ingleses hubieran abandonado sus colonias en los futuros Estados
Unidos.

Hasta una época reciente, la historiografía estadounidense prestó poca atención a


las fronteras [borderlands] españolas en América del Norte. Los norteamericanos vieron
el pasado colonial de su nación como la expansión hacia el Oeste desde la costa
Atlántica, antes que como el avance hacia el norte desde el Caribe o México 3 . Uno
puede testear esta proposición en la privacidad de su propia casa. Pregúntese en silencio
sobre "el comienzo de los asentamientos europeos en América del norte". ¿Qué imagen
aparece en su mente?. ¿Pensaría en la fundación, en 1563, de San Agustín en las costas
del norte de Florida, o en el asentamiento de Juan de Oñate en Nuevo Mexico en 1598?.
¿O bien su pensamiento de dirigiría, espontáneamente, hacia 1607 y el fallido
asentamiento de Jamestown, o hacia la más conocida resistencia de la colonia inglesa de
Plymouth, fundada en 1620?

1
"The Spanish Bordelands on North America: A Historiography”. Publicado en inglés por la
Organization of American Historians en Magazine of History, vol. 14, no. 4 (Summer 2000) pp. 5-11.
Traducido y reimpreso con autorización de los editores.
2
En el uso de las categorías "frontier" y "borderlands" sigo la útil distinción elaborada por Jeremy
Adelman y Stephen Aron, "From Borderlands to Borders: Empires, Nation-States, and the Peoples in
Between in North American History," American Historical Review 104 (June 1999), pp. 815-881: "Por
frontera [frontier] entendemos un lugar de encuentro de pueblos en el que los límites geográficos y
culturales no están claramente definidos [...] Reservamos la designación de borderland para los espacios
de conflicto entre dominios coloniales”. [N.T.: No hay en castellano términos diferentes para traducir
ambos conceptos. Cuando el contexto lo reclame, indicaremos la palabra inglesa entre corchetes]
3
James Hijaya, "Why the West Is Lost," William and Mary Quarterly 51 (Apr. 1994), pp. 276-292.
El olvido por los norteamericanos de su pasado hispano tiene explicaciones
prácticas, incluyendo el hecho de que gran parte de nuestro conocimiento histórico
emanó de los estados de la Nueva Inglaterra y del Atlántico medio. También es verdad,
como lo señala el historiador Light Cummins, que las fronteras [borderlands] españolas
en América del norte tienen "una historia huérfana porque no hay una sociedad o una
entidad geo-política particular que, en nuestro tiempo, considere la totalidad de la
historia de todas las fronteras españolas como su historia especial " 4 .

Varias generaciones de estudiosos trataton, en los Estados Unidos, de adoptar


esta historia “huérfana” conviertiéndola en una de las historias especiales de la nación,
pero tuvieron escaso éxito hasta la década de 1990. Luego, la conmemoración del
Quinto Centenario del descubrimiento de América estimuló a escritores y editoriales a
invirtir una gran cantidad de energía en el estudio de las fronteras españolas desde una
perspectiva interdisciplinaria. Sólo los tres volúmenes de Columbian Consequences
editados por David Hurst Thomas contienen casi 100 artículos originales que
proporcionan, como lo indica el subtítulo, Archaeological and Historical Perspectives
on the Spanish Borderlands. Thomas editó también una serie de 27 volúmenes en la
cual, bajo el título de Spanish Borderlands Sourcebooks, se reimprimen casi 450 viejos
artículos sobre una variedad de temas y espacios 5 .

Estos y otros trabajos inspirados por la commemoración del Quinto Centenario


dedicados a las fronteras españolas de América del norte, aparecieron en un momento
propicio. En la década de 1990 las cambiantes modas intelectuales y los cambios en la
situación demográfica ayudaron a que los estudios sobre las fronteras, hasta entonces
marginales dentro del campo académico, pasaran a ser un tema central para los
historiadores del período colonial de los Estados Unidos. Tal como Helena Wall,
estudiosa de la América del norte británica afirmó en 1997, "los cambios en la política,
en la población, y en el clima intelectual de los Estados Unidos nos exigen que
repensemos nuestro pasado común, y el vasto campo que ofrece la historia de la

4
Light T. Cummins, "Getting Beyond Bolton: Columbian Consequences and the Spanish Borderlands,
Review Essay," New Mexico Historical Review 70 (Apr. 1995), p. 203.
5
David Hurst Thomas, ed. Columbian Consequences, 3 vols. (Washington, D.C.: Smithsonian Institution
Press, 1989). David Hurst Thomas, ed. Spanish Borderlands Source Books, 27 vols. (New York:
Garland, 1991).
América española puede ayudarnos a hacerlo" 6 . Los cambios demográficos a que alude
Wall están relacionados con un creciente número de latinoamericanos, mejor educados
y politícamente más poderosos en toda la nación, pero particularmente a lo largo del sur
de los Estados Unidos, desde Florida hasta California. La historia de las fronteras
españolas es aquí una parte de su pasado. Al mismo tiempo, los centros de población de
los Estados Unidos se habían desplazado hacia las tierras soleadas del sur, donde los
anglo-americanos descubrieron que las 13 colonias y su expansión hacia el oeste
representaban sólo una parte de la historia de los orígenes coloniales de la América
septentrional.

Un pequeño número de investigadores, algunos de ellos vinculados con el


historiador Herbert Eugene Bolton, lo habían sostenido durante décadas. Bolton, que fue
el primero utilizar el término "Spanish Borderlands" en el título de un pequeño libro
publicado en 1921 7 , se había lamentado por mucho tiempo de que "la historia de los
Estados Unidos haya sido escrita casi únicamente desde el punto de vista del Este y de
las colonias inglesas" 8 . Durante su larga y distinguida carrera, que se desarrolló en su
mayor parte en la Universidad de California en Berkeley, Bolton insistió en que para
entender la historia de los Estados Unidos era necesario comprender el rol jugado por
España en América del norte, problema que ocupó un lugar especial en sus voluminosos
escritos, y hacia el cual orientó a los numerosos discípulos– 104 de doctorado y 323 de
maestría – que dirigió.

Si medimos de modo cuantitativo el éxito académico, Bolton alcanzó, sin duda,


su deseada meta de lograr para las fronteras [borderlands] hispanas lo que Francis
Parkman había hecho para los franceses en la historia americana. Pero Bolton careció de
la fuerza narrativa de Parkman y su mensaje, aunque escuchado en la región de los
“borderlands”, tuvo poca incidencia en el modo en que los americanos de otras partes de
los Estados Unidos enseñaban y pensaban la historia de su país. De hecho, en realidad,

6
Helena Wall, "Confessions of a British North Americanist: Borderlands Historiography and Early
American History," Reviews in American History 25 (Mar. 1997), p. 2.
7
Herbert E. Bolton, The Spanish Borderlands: A Chronicle of Old Florida and the Southwest, Prólogo de
Albert L. Hurtado (1° ed., 1921; Albuquerque: University of New Mexico Press, 1996), pp. xlv-xlvi.
8
Bolton escribió esto en 1911, comenzando con la frase "hasta una época reciente". Herbert H. Bolton,
"Necesidad de la publicación de un Cuerpo Documental Comprensivo ...", en John Francis Bannon, ed.
Bolton and the Spanish Borderlands (Norman: University of Oklahoma Press, 1964), p. 25.
hubo incluso en los estados que se encontraban fuera de los antiguos territorios
españoles, historiadores que, implícita o explícitamente, descartaban el pasado hispano
considerándolo irrelevante para entender el presente.

En cierto sentido, los boltonianos se hicieron ellos mismos irrelevantes porque


no pudieron conectar la cuestión de los "borderlands" con los grandes debates de la
historia norteamericana. Impacientes por lograr el reconociento hacia las contribuciones
perdurables de España a la historia estadounidense, Bolton y sus inmediatos sucesores
vieron a los españoles bajo una luz tan favorable que sus interpretaciones resultan
carentes de autenticidad. Por otra parte, su énfasis en las instituciones, y la admiración
por los hombres famosos ["let-us-now-praise-famous men"] que se manifiesta en su
aproximación al pasado, pareció cada vez más fuera de moda a medida que crecía el
número de historiadores sociales.

Esos espacios fronterizos [borderlands] tuvieron, por supuesto, historiadores que


escribieron desde fuera de la tradición de Bolton. Notable entre ellos fue Sherburne
Cook, quién en 1943 lanzó una mirada crítica sobre las misiones españolas en California
concluyendo que las mismas habían sido una trampa mortal. Los misioneros, explicaba
Cook, habían congregado allí a los indios contra su voluntad incrementando así su
vulnerabilidad frente al devastador impacto de las enfermedades europeas y a la
desesperanza provocada por la dislocación social y el trabajo forzado 9 . Casi totalmente
ignorado en el momento de su publicación tanto por los boltonianos como por otros
escritores que celebraban más que analizaban a las misiones, el trabajo de Cook volvió a
ser impreso en 1976. Desde entonces, su visión negativa del impacto de las misiones
sobre los indios de California, y su empleo de registros demográficos para documentar
las altas tasas de mortalidad entre los indígenas, han sido corroborados por el trabajo de
muchos investigadores, en especial los trabajos los de Robert Jackson y Edward Castillo
en las décadas de 1980 y 1990 10 .

9
Sherburne F. Cook, The Conflict Between the California Indians and White Civilization (1st ed., 1943-
46; Berkeley: University of California Press, 1976).
10
Para una introducción a este trabajo, confrontar Robert H. Jackson and Edward Castillo, Indians,
Franciscans, and Spanish Colonization: The Impact of the Mission System on California Indians
(Albuquerque: University of New Mexico Press, 1995).
El argumento más directo y convincente contra la escuela de Cook provino del
historiador franciscano Francis Guest, quien sugiere que la conducta de los misioneros y
su visión del mundo merecen ser entendidas en su contexto y analizadas con la misma
distancia etnográfica que los investigadores aplican a los indígenas. Publicados en
diferentes revistas entre las décadas de 1970 y 1990, muchos de los ensayos de Guest
sobre las misiones se encuentran disponibles en un volumen publicado recientemente 11 .

La tendencia actual en los estudios sobre misiones, ejemplificada en el trabajo de


Steven W. Hackel y James Sandos para California, de Gary Anderson para Texas y de
Amy Bushnell para Florida, van más allá de defender o atacar a los misioneros. Estos
investigadores ven a las misiones desde el punto de vista de los reducidos, como
espacios que los indígenas utilizaron para sus propios propósitos: preservar o
reconstituir sus comunidades frente al colonialismo, sacar provecho de la economía
colonial, y para adoptar nuevos símbolos religiosos dentro de la matriz de viejas
creencias. Anderson describe cómo algunos indígenas buscaron refugio en las misiones
de San Antonio para defenderse de los efectos debilitantes de las enfermedades o la
guerra. Sin embargo, luego de recuperarse y reagruparse huían para "retornar a un modo
de vida más móvil en las praderas". Otros indios, en cambio, se asentaron en las
misiones de San Antonio, y ellos, o sus descendientes, se insertaron en la sociedad
hispana, tal como lo han expuesto el historiador Gilberto Hinojosa y la antropóloga
Anne Fox 12 .

Así como las interpretaciones históricas del proceso misional se han orientado a
superar la hispanofilia de los boltonianos, lo mismo ocurrió con las interpretaciones de

11
Francis F. Guest, Hispanic California Revisited: Essays by Francis F. Guest, O.F.M., ed. Doyce B.
Nunis (Santa Barbara, CA: Santa Barbara Mission Archive Library, 1996).
12
Gary Clayton Anderson, The Indian Southwest, 1580-1830: Ethnogenesis and Reinvention (Norman:
University of Oklahoma Press, 1999), p. 67; Steven W. Hackel, "Land, Labor, and Production: The
Colonial Economy of Spanish and Mexican California," Contested Eden: California Before the Gold
Rush, eds. Ramón A. Gutiérrez and Richard J. Orsi (Berkeley: University of California Press, 1998);
James A. Sandos, "Between Crucifix and Lance: Indian-White Relations in California, 1769-1848,"
Contested Eden: California Before the Gold Rush, eds. Ramón A. Gutiérrez and Richard J. Orsi
(Berkeley: University of California Press, 1998); Amy Turner Bushnell, Situado and Sabana: Spain's
Support System for the Presidio and Mission Provinces of Florida. Anthropological Papers of the
American Museum of Natural History, no. 74 (New York: American Museum of Natural History, 1994);
Gilberto M. Hinojosa and Anne A. Fox, "Indians and Their Culture in San Fernando de Béxar," Tejano
Origins in Eighteenth-Century San Antonio, eds. Gerald E. Poyo and Gilberto Hinojosa (Austin:
University of Texas Press for the University of Texas Institute of Texan Cultures at San Antonio, 1991).
Veáse además, Erick Langer and Robert Jackson, eds. The New Latin American Mission History (Lincoln:
University of Nebraska Press, 1995).
la sociedad y las instituciones españolas. No hay un libro que sea tan conocido como el
de Ramón Gutiérrez When Jesus Came The Corn Mothers Went Away 13 . En esta amplia
y teóricamente sofisticada historia social del Nuevo México colonial, Gutiérrez se
centra en los modos en que la Iglesia, el Estado y la oligarquía española usaban el
matrimonio para reforzar el sentido de orden social de los españoles. Gutiérrez explica
cómo los varones de la elite española mantenían su distancia social respecto de los
españoles pobres y de los esclavos indios mientras que explotaban su trabajo y usaban
sus mujeres como objetos de gratificación sexual. Su descripción de una elite hispana -
incluidos los misioneros franciscanos - orgullosa, ostentosa, hipócrita y explotadora,
destruyó en forma irreparable la visión color de rosa de los boltonianos.
****
Los quiebres en esta visión han comenzado a aparecer en la historiografía de Nuevo
México en los primeros años de la década de 1940 cuando France Scholes, otro
historiador que trabajó alejado de la tradición de Bolton, usó registos inquisitoriales
para describir los «pecadillos» y los enfrentamientos de los representantes de la iglesia y
el estado en los años 1600 14 . Pero el trabajo de Gutiérrez empaña los escritos de Scholes
debido a que estas son publicaciones relativamente inaccesibles. No solamente When
Jesus Came apareció en el receptivo clima intelectual de los años '90, sino que Gutiérrez
relata historias mucho más sensacionales, escribe con claridad e imaginación, además
de realizar conexiones entre disciplinas y entre culturas. La obscura interpretación de
Gutiérrez puede ser vista como una lectura selectiva producto de su tiempo, casi como
Bolton hizo; no obstante Gutiérrez nos ha orientado hacia un más profundo
entendimiento del pasado.

Gutiérrez no solamente ha cambiado la óptica con la cual pensar el pasado sobre una de
las regiones claves de las fronteras españolas, él además plantea interrogantes sobre
poder, sexo y género, lo cual le mereció premios y lectores entre los investigadores de
América Latina y de los Estados Unidos. Al igual que Laurel Thatcher Ulrich e Inga
Clendennim, él ha demostrado que es posible un estudio de los lugares periféricos desde

13
Ramón A. Gutiérrez, When Jesus Came, the Corn Mothers Went Away: Marriage, Sexuality, and
Power in New Mexico, 1500-1846 (Stanford: Stanford University Press, 1991).
14
France V. Scholes, Church and State in New Mexico, 1610-1650, Historical Society of New Mexico,
publications in History, vol. 7 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1937); France V.
Scholes, Troublous Times in New Mexico, 1659-1670. Historical Society of New Mexico, Publications in
History, vol. 11 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1942).
Maine hasta Yucatán y hacer de esto un tema central que interese a los investigadores.
Aquellos quienes trabajan sobre la historia de las fronteras españolas, tal como he
sugerido tiempo atrás, "no necesitan sentirse marginados intelectualmente simplemente
porque estudien las periferias de imperios y estados" 15 .

Aún más allá de los boltonianos, los investigadores de las fronteras deben establecer
fecundos diálogos con un gran número de áreas. Ellos han, por ejemplo, descrito a los
indígenas como artífices de eventos, no como salvajes violentos o como víctimas
indefensas; lo cual no es una innovación. Dos trabajos pioneros, que sirven como puntos
de referencia, son los que aparecieron en 1960 y 1962 respéctivamente: el del
historiador Jack Forbes: Apache, Navaho and Spaniard y el del antropólogo Edward
Spicer: Cycles of Conquest 16 . Sobre el fin de siglo XX, sin embargo, muchas
reconsideraciones sobre las relaciones entre españoles e indígenas han devenido en
moda, siendo algunas de ellas favorables a los indígenas así como en una temprana
generación de investigadores se percibía a los europeos 17 .

Mucho más recientemente los investigadores de los borderlands han comenzado a


reconstruir la historia olvidada de los negros y de sus comunidades. En Black Society in
Spanish Florida, publicado en 1999, Jane Landers reune años de investigación sobre la
mucha gente de descendencia africana en la Florida incluso criollos nacidos en las
colonias españolas y francesas en el Caribe, así como de antiguos esclavos quienes
huían de las plantaciones británicas para encontrar refugio en aquella provincia. La

15
David J. Weber, "John Francis Bannon and the Historiography of the Spanish Borderlands," Journal of
the Southwest 29 (Winter 1987), 363. Inga Clendinnen, Ambivalent Conquests: Maya and Spaniard in
Yucatan, 1517-1570 (Cambridge: Cambridge University Press, 1987); Laura Thatcher Ulrich, A
Midwife’s Tale: The Life of Martha Ballard, Based on Her Diary, 1785-1812 (New York: Knopf, 1990).
16
Jack D. Forbes, Apache, Navaho, and Spaniard (1st ed., 1960; Norman: University of Oklahoma Press,
1994); Edward H. Spicer, Cycles of Conquest: The Impact of Spain, Mexico and the United States on the
Indians of the Southwest, 1533-1960 (Tucson: University of Arizona Press, 1962). Otros trabajos
pioneros sobre la etapa española son Oakah L. Jones, Pueblo Warriors & Spanish Conquest (Norman:
University of Oklahoma Press, 1966); Elizabeth A. H. John, Storms Brewed in Other Men's Worlds: The
Confrontation of Indians, Spanish, and French in the Southwest, 1540-1795. Second Edition (1st ed.,
1975; Norman: University of Oklahoma Press, 1996).
17
Para una muestra de los títulos recientes: Daniel T. Reff, Disease, Depopulation, and Culture Change in
Northwestern New Spain, 1518-1764 (Salt Lake City: University of Utah Press, 1991); Jerald T.
Milanich, Florida Indians and the Invasion from Europe (Gainesville: University Press of Florida, 1995);
Carroll L. Riley, Rio del Norte: People of the Upper Rio Grande from Earliest Times to the Pueblo
Revolt (Salt Lake: University of Utah Press, 1995); F. Todd Smith, The Caddo Indians: Tribes at the
Convergence of Empires, 1542-1854 (College Station: Texas A&M University Press, 1995); John H.
Hann, A History of the Timucua Indians and the Missions (Gainesville: University of Florida Press,
1996); Thomas W. Kavanagh, Comanche Political History: An Ethnohistorical Perspective, 1706-1875
(Lincoln: University of Nebraska Press, 1996); Anderson, Indian Southwest.
mayor parte de la población negra de Florida estaba esclavizada, empero los esclavos
podían obtener la libertad a través de medios legales o escapando hacia los
asentamientos de los Seminolas. Los negros libres, sostiene Landers, proveyeron a
Florida de una valiosa fuente para su milicia así como de trabajadores especializados.
Cuando Estados Unidos tomó posesión de Florida en 1821, los negros libres se unieron
con los españoles para abandonar las colonias por su conocimiento de que los
americanos iban a negarles las oportunidades que habian gozado bajo el regimen
impuesto por España 18 .

Recientes trabajos sobre los negros en Louisiana también sugieren que tanto los negros
libres como los esclavos negros gozaron de una gran protección bajo España, más de la
que ellos tuvieron antes de 1763, bajo el control de Francia, o de la que ellos disponían
bajo los Estados Unidos cuando adquirieron Louisiana en 1803. En la investigación
publicada en 1997, Kimberly Hanger examina los negros libres en la Nueva Orleans
española y describe los derechos legales, oportunidades de empleo y los derechos
sociales que ellos ganaron bajo el dominio de España 19 . El examen revisionista de
Gilbert Din sobre las regulaciones de la esclavitud, que apareció en 1999, argumenta
que las leyes españolas ofrecían protección y medios para que los esclavos negros
lograran la libertad, aunque sucesivamente los gobernadores españoles forzaban las
leyes a su favor dependiendo de sus relaciones individuales con la clase terrateniente
que quería conservar el sistema francés de control social 20 .

Aunque negros y mulatos se encontraban a lo largo de las fronteras, la historia de estos


grupos es más relevante en el sudeste de los «borderlands» que en el sudoeste. En el
sudeste, los habitantes y las instituciones estaban vinculados con la sociedad esclavista
del Atlántico y del Caribe; en el sudoeste los colonizadores provenían principalmente de
la población mestiza del Virreinato de Nueva España, y esos colonos esclavizaban o
explotaban a numerosos indios o negros. Los investigadores de la historia social del
sudoeste, por su parte, han observado los modos en que los indígenas adquirían bienes,

18
Jane Landers, Black Society in Spanish Florida (Urbana: University of Illinois Press, 1999).
19
Kimberly S. Hanger, Bounded Lives, Bounded Places: Free Black Society in Colonial New Orleans,
1769-1803 (Durham, NC: Duke University Press, 1997).
20
Gilbert C. Din, Spaniards, Planters, and Slaves: The Spanish Regulation of Slavery in Louisiana, 1763-
1803 (College Station: Texas A & M University Press, 1999). Véase además Gwendolyn Midlo Hall,
Africans in Colonial Louisiana : The Development of Afro-Creole Culture in the Eighteenth Century
(Baton Rouge: Louisiana State University, 1992).
a través del comercio o de la guerra, de los españoles; y como los indígenas aceptaban
convivir con familias españolas donde también eran explotados, lo cual los unía a la
sociedad durante generaciones. Estos indígenas, parcialmente integrados a la sociedad
colonial y a sus descendientes, conocidos en Nuevo México como genízaros, han
llamado mucho la atención de los investigadores de los «borderlands» en los últimos
años. Además en estos espacios se encontraban "aindiados" o "cultural brokers" -esos
españoles quienes se movían fácilmente entre la sociedad indígena y la española- y esos
españoles quienes renunciaban a su propia sociedad para vivir entre los indios o como
ellos, además de aquellos quienes eran capturados por los indígenas 21 .

La historiografía de los "borderlands" españoles de Norteamérica no es, por supuesto,


totalmente fiel a los actuales intereses de los investigadores como raza, clase, género,
identidad, comunidad o marginalidad. Hay trabajos recientes realizados sobre viejos
tópicos en maneras originales, algunos escritos en estilos accesibles para provecho
incluso de estudiantes de enseñanza secundaria. Estos incluyen, por ejemplo, la
biografía escrita por Marc Simmons sobre el controvertido fundador de la primera
colonia española establecida en Nuevo México: Juan de Oñate; la biografía de Mark
Santiago sobre el oficial militar Hugo O´Conor destinado a la frontera norte de Nueva
España para contener las depredaciones causadas por los asaltos de los indígenas; la
investigación de Jerald Milanich sobre el crecimiento y declinación de las misiones
españolas en el sudeste –el calcula casi 150 iglesias en la zona-; y el atractivo trabajo de
John Hann y Bonnie McEwan que ilustra la historia de una de estas misiones, San Luis
de Talimali 22 .

21
Peter Stern, "Marginals and Acculturation in Frontier Society," New Views of Borderlands History, ed.
Robert H. Jackson (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1998); William L. Merrill, "Cultural
Creativity and Raiding Bands in Eighteenth-Century Northern New Spain," Violence, Resistance, and
Survival in the Americas: Native Americans and the Legacy of Conquest, eds. William B. Taylor and
Franklin Pease G.Y. (Washington, DC: Smithsonian Institution Press, 1994); Oakah L. Jones, "Rescue
and Ransom of Spanish Captives from the indios bárbaros on the Northern Frontier of New Spain,"
Colonial Latin American Historical Review 4 (Spring 1995); John L. Kessell, "The Ways and Words of
the Other: Diego de Vargas and Cultural Brokers in late Seventeenth-century New Mexico," Between
Indian and White Worlds: The Cultural Broker, ed. Margaret C. Szasz (Norman: University of Oklahoma
Press, 1994), y James F. Brooks, "'This Evil Extends Especially to the Feminine Sex': Captivity and
Identity in New Mexico, 1800-1846," Writing the Range: Race, Class, and Culture in the Women's West,
eds. Elizabeth Jameson and Susan Armitage (Norman: University Of Oklahoma Press, 1997), James F.
Brooks, "Violence, Justice, and State Power in the New Mexican Borderlands, 1780-1880," Power and
Place in the North American West, eds. Richard White and John Findlay (Seattle: University of
Washington Press, 1999), cuyo próximo trabajo (en prensa) se adentra aún más en el siglo XVIII.
22
Marc Simmons, The Last Conquistador: Juan de Oñate and the Settling of the Far Southwest (Norman:
University of Oklahoma Press, 1991); Andrew L. Knaut, The Pueblo Revolt of 1680: Conquest and
Resistance in Seventeenth-Century New Mexico (Norman: University of Oklahoma Press, 1995); Mark
Milanich y Ann-McEwan utilizan hallazgos arqueológicos para reforzar y
complementar el registro histórico con los informes de las excavaciones arqueológicas.
Durante la última década, historiadores y arqueólogos han vuelto sobre el esquivo rastro
del viaje de Hernando de Soto, Francisco de Coronado y otros exploradores tempranos.
Estos estudios interdisciplinarios han contribuído a una mejor identificación de las rutas
seguidas por estos exploradores y de los grupos indios que ellos encontraron 23 . Al
mismo tiempo, historiadores y lingüistas han continuado con la larga tradición de editar
y traducir las fuentes primarias, las cuales aportan fascinación a investigadores y
estudiantes, además de datos de importancia, pudiendo incluirse en este conjunto la
edición definitiva del clásico informe de Cabeza de Vaca; la inusual correspondencia
privada de Diego de Vargas, el ambiguo joven noble quién reconquistó Nuevo México
luego de la revuelta de los indios Pueblo en 1680; y, los reportes oficiales del oficial
militar Hugo O´Conor 24 .

Un breve ensayo como este solamente puede sugerir la riqueza de la historiografía de


los "borderlands" españoles de América del Norte, en el pasado y en el presente. He
omitido, por ejemplo, trabajos apasionantes sobre la región de las fronteras españolas
que actualmente ocupa el norte de México -en la parte baja de los estados desde Baja
California hasta Tamaulipas. Los investigadores de los «borderlands» ven a éstas
regiones como dentro de su área de incumbencia tal como lo percibían los españoles
mucho antes de que estas regiones dominadas por España se convirtieran en los Estados

Santiago, The Red Captain: The Life of Hugo O'Conor, Commandant Inspector of the Interior Provinces
of New Spain (Tucson: Arizona Historical Society, 1994); Jerald T. Milanich, Laboring in the Fields of
the Lord: Spanish Missions and Southeastern Indians (Washington, D.C.: Smithsonian Institution Press,
1999); John H. Hann and Bonnie G. McEwan, The Apalachee Indians and Mission San Luis (Gainesville:
University of Florida Press, 1998).
23
A modo introductorio, consultar Jerald T. Milanich and Charles Hudson, Hernando de Soto and the
Indians of Florida (Gainesville: University of Florida Press, 1993); Charles Hudson, Knights of Spain,
Warriors of the Sun: Hernando de Soto and the South's Ancient Chiefdoms (Georgia: University of
Georgia Press, 1997); Richard Flint and Shirley Cushing Flint, eds. The Coronado Expedition to Tierra
Nueva: The 1540-1542 Route Across the Southwest (Niwot, CO: University Press of Colorado, 1997).
24
Rolena Adorno y Patrick Charles Pautz, eds. Alvar Núñez Cabeza de Vaca: His Account, His Life, and
the Expedition of Pánfilo de Narváez (3 vols. Lincoln: University of Nebraska Press, 1999); John L.
Kessell, Rick Hendricks, and Meredith D. Dodge, eds. Letters from the New World: Selected
Correspondence of don Diego de Vargas to His Family, 1675-1706 (Albuquerque: University of New
Mexico Press, 1992); Hugo O'Conor, The Defenses of Northern New Spain: Hugo O'Conor's Report to
Teodoro de Croix, July 22, 1777, edición y traducción. Donald C. Cutter (Dallas: Southern Methodist
University Press/DeGolyer Library, 1994).
Unidos 25 . Yo me he centrado en los trabajos publicados en la década de los años ´90 -
aunque ello no signifique dar una lista exhaustiva -; aunque también he omitido trabajos
anteriores no porque sean irrelevantes o poco importantes, pero si porque ellos ya han
sido discutidos en ensayos historiográficos anteriores 26 .

Aquellos quienes buscan un punto de acercamiento a la voluminosa producción sobre


las fronteras pueden encontrar una útil ayuda, para comenzar a estudiar el tema, en
ensayos historiográficos previos, algunos de ellos publicados juntos en la antología The
Idea of the Spanish Borderlands 27 , y consultar dos trabajos de referencia publicados en
la Encyclopedia of North American Colonies y The American Historical Association´s
Guide to Historical Literature 28 . También son útiles los ensayos compilados en New
Views of Borderlands History, una colección editada por Robert H. Jackson y publicada
en 1998; además hay otros dos trabajos que no sintetizan el estado de la cuestión pero
que si proveen una guía para las investigaciones, mi propio trabajo Spanish Frontier in
North America, y la investigación de Bernard L. Fontana: Entrada: The Legacy of Spain
and Mexico in the United States. El trabajo de Fontana es clave para el estudio de unas
cuatro docenas de Parques Nacionales que representan el pasado hispano de América

25
Una muestra de los trabajos escritos en inglés debe de incluir a Cynthia Radding, Wandering Peoples:
Colonialism, Ethnic Spaces, and Ecological Frontiers in Northwestern Mexico, 1700-1850 (Durham:
Duke University Press, 1997); Cheryl English Martin, Governance and Society in Colonial Mexico:
Chihuahua in the Eighteenth Century (Stanford: Stanford University Press, 1996); Susan M. Deeds,
"Colonial Chihuahua: Peoples and Frontiers in Flux," New Views of Borderlands History, ed. Robert H.
Jackson (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1998); Susan M. Deeds, "Indigenous Rebellions
on the Northern Mexican Mission Frontier: From First-Generation to Later Colonial Responses,"
Contested Ground: Comparative Frontiers on the Northern and Southern Edges of the Spanish Empire,
eds. Donna J. Guy and Thomas E. Sheridan (Tucson: University of Arizona Press, 1998).
26
Una lista de los primeros trabajos que perduran por sus aportes puede ser larga y debe incluir títulos
como Max L. Moorhead, The Presidio: Bastion of the Spanish Borderlands (Norman: University of
Oklahoma Press, 1975); Oakah L. Jones, Los Paisanos: Spanish Settlers on the Northern Frontier of New
Spain (Norman: University of Oklahoma Press, 1979); y Peter Gerhard, The North Frontier of New Spain
(Princeton: Princeton University Press, 1982)
27
David J. Weber, ed. The Idea of Spanish Borderlands (New York: Garland Press, 1991). Véase
tambien: Amy Turner Bushnell, "Historiography of Spanish Florida (1565-1763) and Spanish East
Florida (1784-1821)," A Guide to the History of Florida, ed. Paul George (Westport, CT: Greenwood
Press, 1989); Antonia I. Castañeda, "Gender, Race and Culture: Spanish-Mexican Women in the
Historiography of Frontier California," Frontiers: A Journal of Women Studies 11 (1990) pp. 8-20;
Elizabeth A. H. John, "A View from the Spanish Borderlands," Writing the History of the American West
(Worcester: American Antiquarian Society, 1991) pp. 87-97; Alfredo Jiménez, "El lejano norte Español:
cómo escapar del American West y de las Spanish Borderlands," Colonial Latin American Historical
Review 5 (Fall 1996) pp. 381-412; James A. Sandos, "From "Boltonlands" to Weberlands": The
Borderlands Enter American History," American Quarterly 46 (Dec. 1994), pp. 595-604; Helena Wall,
"Confessions of a British North Americanist: Borderlands Historiography and Early American History,"
Reviews in American History 25 (Mar. 1997) pp. 1-12.
28
Jacob Ernest. Cooke et al., eds. Encyclopedia of the North American Colonies, 3 vols. (New York:
Charles Scribner's Sons, 1993); Mary Beth Norton, The American Historical Association's Guide to
Historical Literature (2 vols.; New York: Oxford, 1995), 1196-1198.
del Norte. Estos sitios -como el de Cabrillo National Monument en la Bahía de San
Diego, California, o el Castillo San Marcos National Monument en San Augustín,
Florida- proporcionan a los estudiantes una muestra tangible de los símbolos, de los
hechos y procesos del pasado. Para ello, el texto de Fontana ofrece un contexto histórico
esencial 29 .

El libro de Fontana permite una conexión entre el pasado y el presente, al igual que
ciertas historias locales. Aunque a la “historia entera de todos los borderlands españoles
de Norte América" les falte público aún, tal como señalo Cummnins, los antiguos
pueblos españoles, estados y regiones todavía tienen sus partidarios. Como resultado de
ello, mucho de lo escrito sobre la historia de los "borderlands" tiene tendencia a servir a
estos partidarios y de este modo se contribuye a la historia local. Aquellos quienes
enseñan en lugares con raíces en el período español cuentan con sólidos y actualizados
estudios a su disposición. En Texas, por ejemplo, en la década de 1990, Donald
Chipman coordinó un primer volumen individual muy satisfactorio sobre la historia del
estado cuando este perteneció a España. La ya abundante historiografía de San Antonio
fue enriquecida por la investigación de Frank de la Teja, San Antonio de Béxar; un
estudio sobre la formación de la comunidad que explica como tres diversos grupos que
se encontraron en el temprano San Antonio -soldados mestizos y sus familias,
inmigrantes de las Islas Canarias e indios de las misiones- fueron a formar una
comunidad con una identidad propia hacia fines del 1700. Este tema también aparece en
una cuidada colección de ensayos sobre el siglo XVIII, editada por Gerald Poyo y
Gilberto Hinojosa 30 . Del mismo modo los profesores de California pueden recurrir a
Contested Eden: California Before the Gold Rush, una muy buena colección de ensayos
editados por Ramón Gutiérrez y Richard Orsi, publicados en 1998 31 . Algunos de los
aportes más notables lo constituyen los trabajos de Michael J. González, Steven W.

29
Robert H. Jackson, ed. New Views of Borderlands History (Albuquerque: University of New Mexico
Press, 1998); David J. Weber, The Spanish Frontier in North America (New Haven: Yale University
Press, 1992); Bernard L. Fontana, Entrada: The Legacy of Spain & Mexico in the United States (Tucson
and Albuquerque: Southwest Parks and Monuments Association and the University of New Mexico
Press, 1994)
30
Donald E. Chipman, Spanish Texas, 1519-1821 (Austin: University of Texas Press, 1992); Jesús F. De
la Teja, San Antonio de Béxar: A Community on New Spain's Northern Frontier (Albuquerque:
University of New Mexico Press, 1995); Gerald E. Poyo and Gilberto Hinojosa, eds. Tejano Origins in
Eighteenth-Century San Antonio (Austin: University of Texas Press for the University of Texas Institute
of Texan Cultures at San Antonio, 1991).
31
Ramón A. Gutiérrez and Richard J. Orsi, eds. Contested Eden: California Before the Gold Rush
(Berkeley: University of California Press, 1998).
Hackel, Douglas Monroy y James Sandos, quienes afirman que un entendimiento de los
indígenas es fundamental para poder explicar el pasado hispano. California en sus
épocas española y mexicana emerge de estos ensayos como el producto de interacciones
culturales más que como el resultado de una imposición de la cultura hispano-mexicana
sobre una población nativa pasiva.

Los estudios de las comunidades hispanas tienen un interés intrínseco para los
estudiantes quienes viven en ellas o bien cercanos a las mismas, aunque también el
pasado hispano de América puede ser de interés para los estudiantes que viven en las
regiones del país que estaban bajo el control de Francia e Inglaterra. Los historiadores
de todos los imperios coloniales tienen que formularse preguntas similares sobre la
naturaleza de la sociedad, la cultura y las instituciones; por lo tanto los estudios de las
fronteras españolas de NorteAmérica se prestan a una historia comparativa de los
orígenes coloniales de los múltiples pueblos que comprenden nuestra cultura nacional -
incluyendo aquellos que una vez fueron considerados húerfanos. Las diferencias pueden
ser tan relevantes como las similitudes.
La tempestad de la guerra: Conflictos indígenas y circuitos de
intercambio. Elementos para una periodización (Araucanía y las
Pampas, 1780-1840).

Daniel Villar 1 - Juan Francisco Jiménez 2

“...la tempestad de la guerra sopla en nuestros oídos...”


Shakespeare, La vida del Rey Enrique V (III, I)

“No conviene que se queme a los mocetones. Conviene estar en sosiego...No suceda ya
que se queme a vuestros hermanos, tíos o sobrinos, tenéos buena consideración...”

Weitrañamko

“’Esta bien, pues’ diré en este día. Se acabaron otra vez mis correrías, rómpase mi
lanza, apagaré otra vez los incendios, ya no habrá tal cosa.”
Koñwepan a
Weitrañamko

1.

El impulso experimentado por los estudios acerca de las relaciones intra e inter-
étnicas en Araucanía y las Pampas, en especial durante la segunda mitad del siglo XVIII
y primera del siglo XIX, al ampliar sensiblemente el conocimiento que de ellas
tenemos, nos permite intentar un esbozo periodizatorio de los ciclos de las guerras
indígenas libradas para establecer hegemonías en la región pampeano-nordpatagónica,
examinando en conjunto fuentes provenientes de ambos lados de la cordillera 3 . Con este
propósito, revisaremos las sucesivas pulsiones violentas que se produjeron entre 1780 y
1840, es decir la etapa más dinámica en cuanto se refiere a migraciones y asentamientos
de grupos en los territorios situados al Este de los Andes y también la de mayor auge
etnogenético.

1
Universidades Nacionales del Sur y de La Pampa. Correo electrónico: dvillar@criba.edu.ar
2
Centro de Documentación Patagónica, Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur.
Correo electrónico: jjimenez@criba.edu.ar

Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el Coloquio “En los confines de la civilizacion.
Indígenas y fronteras en el ámbito pampeano durante los siglos XVIII y XIX. Un análisis comparativo”,
organizado por Instituto de Estudios Histórico-Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la Pcia.
de Buenos Aires; el Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur; y el Centro de
Estudios de Historia Regional y Relaciones Fronterizas de la Universidad Nacional del Comahue, que
tuvo lugar en Tandil, entre los días 16 y 18 de agosto de 2000.
3
Sobre todo, Archivo General de la Nación Argentina (AGN.), Archivo Nacional de Santiago de Chile
(AN.) y Archivo Histórico de Mendoza (AHM.).
El análisis seguirá un hilo conductor que está constituido por el interés de los
distintos grupos participantes –encabezados por un tipo novedoso de líderes- en
controlar sectores estratégicos vinculados con la organización de circuitos de
intercambio, durante cada una de las fases que se suceden a lo largo del lapso temporal
examinado.

La secuencia se iniciará con el enfrentamiento Pewenche-Huilliche de la


segunda mitad del siglo XVIII, centrado al principio en torno al control de los pasos
cordilleranos del sur mendocino y el norte de Neuquén, y luego extendido a Mamil
Mapu -el País del Monte- y sectores adyacentes a los ríos Colorado y Negro, estos
últimos en manos de los Tehuelche; continuará con las luchas generadas durante la
Guerra a Muerte y posteriores a ella; proseguirá con el enfrentamiento de los indios
comarcanos y sus aliados extra-comarcanos contra la Vanguardia de Pincheira y los
Boroganos, en el Sudoeste de la Provincia de Buenos Aires; y finalizará con la
desarticulación de los Borogas y la inmediatamente posterior instalación de Juan
Kallfukura en Salinas Grandes, sobre el acceso a la pampa interpuesta entre los
sistemas de Tandilia y Ventania, mientras se gestaba el proceso que daría lugar a la
futura jefatura manzanera en el Norte patagónico.

Antes de introducirnos en el tema central, desplegaremos una serie de conceptos


acerca de la tipología de los conflictos a los que habremos de referirnos y su naturaleza,
explicitación a la que se sumará otra relativa a la perspectiva desde la cual los
examinaremos, para dejar sentada la base sobre la que se desarrollará más tarde el
núcleo de nuestra presentación.

2.

El rey Enrique, en su arenga frente a las murallas de Harfleur, comparó la guerra


con una fragorosa tormenta, metáfora análoga a la de un gran fuego que resulta
imprescindible sofocar para evitar “que se incendien de rabia” lonkos y mocetones,
utilizada en los weupines que Weitrañamko mantuvo con los caciques Chokori y
Venancio Koñwepan para restablecer la paz entre ambos, relatados por Painemal
Weitra -hijo del negociador- a José Félix de Augusta (1934: 261-262). Ambas
imágenes se asocian con la idea de un rápido crecimiento descontrolado que ensordece,

2
quema y perturba hasta alcanzar un estado a tal punto insoportable que no puede tardar
en concluir.

Como bien han observado varios autores, estas guerras generadoras de un


torbellino de violencia que arrastra a todos consigo sin que pareciera existir posibilidad
de permanecer neutral, constituyeron sólo una de las maneras en las que se manifiesta la
violencia organizada y explícita, dentro de una tipología más amplia.

El trabajo realizado por Bohem (1993), sobre la puesta en acto de los conflictos
y su organización y gestión en distintas sociedades tribales, constituye una buena
sistematización de carácter general que podremos aprovechar para introducirnos en el
tema. El autor determinó la existencia de tres tipos de conductas bélicas:

a) la primera se desarrolla por el accionar de un grupo de parientes que toma su


revancha contra otro grupo de iguales características, vengando de esta forma una
afrenta inferida a uno de sus miembros, y puede culminar con la muerte de una persona
determinada. Bohem la denominó feud, palabra que traduciremos como represalia o
vendetta. Se trata de un homicidio calculado cuidadosamente sobre la base de reglas
específicas a las que es necesario someterse tanto para matar, como para re-establecer
luego la paz, mediante el pago de compensaciones.

b) En segundo término, un raid o incursión, esto es, una única expedición


protagonizada por un pequeño número de aliados que penetran en territorio de sus
enemigos, con el fin preciso de producir homicidios y expropiar bienes, abandonándolo
rápidamente para neutralizar el riesgo de un contra-ataque.

c) Por último, la guerra propiamente dicha (war) consiste en el enfrentamiento


activo y prolongado de comunidades hostiles que se movilizan para librar combates en
gran escala.

Para el caso particular de los Reche-Mapuche, Guillaume Boccara (1998: 113-


114) estableció una tipología que guarda similitudes con la de Bohem y representa para
nosotros la ventaja de que también puede ser aplicada sin forzar los términos en que ha

3
sido formulada, a las contiendas intra-grupales, inter-grupales e inter-etnicas que
tuvieron lugar al Este de la Cordillera de los Andes en los siglos XVIII y XIX.

El investigador francés se refiere en primer término al tautulun -es decir al


propósito de vengar una muerte, un adulterio, o un robo- que equivaldría a la vendetta o
feud. Se verifica mediante un único ataque y se salda por vía del pago de una
compensación 4 .

Luego, el malón o maloca –análogo al raid de Bohem- consistente en la


incursión de una partida generalmente poco numerosa, con el objetivo de apropiarse de
ganado y de mujeres 5 . En este caso, la finalidad de los incursores no es demostrar
valentía personal, sino astucia y mañosidad para apoderarse de los recursos tratando, en
lo posible, de que las víctimas del ataque no se enteren de su presencia hasta que sea
demasiado tarde. El éxito total del malón se verifica cuando sus protagonistas logran dar
el golpe sin ser sentidos, retirándose con los bienes arrebatados. El grupo de raiders
actúa por sorpresa, preferentemente durante la noche –o de madrugada-, y evita
derramar sangre, eludiendo entrar en combate.

En último término, weichan es el nombre que los Reche-Mapuche dieron a la


guerra propiamente dicha, cuyo objetivo era la defensa de un territorio o de la
autonomía 6 . En ella, se comprometía la sociedad en su conjunto y para ella se afectaban
todos los recursos disponibles.

Por su parte, Leonardo León Solís (1995), en el marco de uno de sus estudios
sobre los conflictos de poder y las luchas tribales en la Araucanía y las Pampas a lo
largo de la segunda mitad del siglo XVIII, colocando el acento en su significado socio-
político, definió también tres tipos de contienda, de los cuales, el primero –al igual que
el feud y el tautulun- se debía a motivaciones tradicionales (vengar un homicidio, un

4
“Dans le cas du tautulun, l’objectif est de venger une mort, un vol, ou un adultère...Le but de
l’opération, c’est la compensation.” (Boccara 1998: 113).
5
“Dans le cas de la maloca ou du malón, l’objectif des personnes prenant part à l’expédition est de faire
main basse sur le maximum de biens possédés par le groupe attaqué. Les guerriers cherchent à
s’approprier le bétail et les femmes en évitant, dans la mesure du possible, d’engager le combat.”
(Boccara 1998: 113).
6
“Dans le cas de la guerre proprement dite (le weichan) l’objectif du groupe est défendre son terrritoire
et son autonomie.” (Boccara 1998: 114).

4
adulterio, un robo, o un daño) y el segundo, a la pugna por el poder entre lonkos,
mientras que el tercero consistía en la guerra inter-comunitaria.

En el período que aquí consideramos y no obstante ser discernibles a los efectos


del análisis, los tres tipos descriptos suelen presentarse en las fuentes integrados en un
continuum que, progresivamente y sin solución de continuidad, pasa de uno a otro nivel,
terminando por desembocar en una escalada de violencia de la máxima entidad

Por ejemplo, un incidente menor consistente en una disputa por la propiedad de


un perro que un mocetón Pewenche del grupo de Chokori se negó a entregar a su dueño
-un kona Lelfunche de Venancio- provocó un altercado en el que el último resultó
muerto, y ese constituyó el comienzo de aquella guerra propiamente dicha entre
ambos lonkos a la que se refirió de Augusta. Koñwepan debió lanzarse a la venganza
del homicidio y se desencadenó entonces una contienda entre comunidades que, de no
haber sido por la intervención de Weitrañamko, pudo haber significado el fin de los
denominados Pewenche del Limay 7 .

Metodológicamente, una de las vías para diferenciar los tipos entre sí la


constituye un examen de la escala del conflicto y su intensidad, definidas por Webster
como "the number of combatants and support personnel and the energetic components of
the defensive and offensive facilities at their disposal.", en el primer caso y “the duration
and frequency of the phases and operations associated with the warfare process”, en el
segundo (Webster 1998: 313 y 314).

Pero además y en cuanto a las luchas que examinaremos, es bueno consignar que
un indicador del tipo está constituido por la manera en que se gestionan los actos de
hostilidad programada.

7
Denominación propuesta por Casamiquela (1995: 97 ss.) Agreguemos que, no obstante, el encono entre
Venancio y los hermanos Cheuketa y Chokori se mantuvo latente y volvió a manifestarse cuando
Koñwepan pasó a las Pampas en 1827, dejando a sus espaldas a los Pewenche del Limay que esperaban la
ocasión de interceptarlo a su regreso para cobrar venganza a su vez. Esa es una de las causas que
concurren a explicar la permanencia de Venancio en la frontera bonaerense y también su posterior
intervención en las campañas de 1833-34, a las órdenes de Rosas y en calidad de indio amigo,
oportunidad en la que pudo enfrentar a sus antiguos oponentes, hostiles al gobernador de Buenos Aires.
La guerra causó la muerte de Cayupán -suegro de Chokori y aliado suyo- y la desaparición de su grupo,

5
En el conflicto de más baja intensidad –el tautulun-, son los miembros del grupo
parental ofendido quienes, sin que deba mediar otra instancia previa de legitimación,
deciden por sí y ante sí pasar a la acción vindicativa contra el ofensor y su grupo parental.
Para dar un malón, en principio aquella instancia tampoco es necesaria: un grupo de
aliados con capacidad para reunir los recursos adecuados y concertar esfuerzos puede
llevar adelante la incursión, sin que les sea exigible rendir cuentas de su accionar. En
cambio, weichan, la guerra propiamente dicha, en tanto demanda un acuerdo social
amplio, se desencadena luego de una serie de ceremonias fuertemente ritualizadas, a través
de las cuales la comunidad en su conjunto se obliga a participar de la empresa.

Más allá de la diversidad de causas, o incluso pretextos8 que puedan haber servido
circunstancialmente para iniciar los enfrentamientos -y de los ingredientes particulares que
se vayan sumando a su desarrollo-, estos terminan por constituir una forma combinada de
conflictos del segundo y tercer tipo (que no excluye las vendettas, desde luego). Se trata de
guerras propiamente dichas integradas por una intensa sucesión de malones y contra-
malones protagonizados por distintos lonkos y grupos, en pro de obtener para sí una
hegemonía a nivel regional o sub-regional. Se embarcan para ello en operaciones
prolongadas, afectando la totalidad de sus recursos y desplegando una activa política de
alianzas intra e inter-étnicas frente a sus competidores, que les permitarán soportar en
mejor posición las alternativas bélicas.

Finalmente, nos encontraremos, entonces, ante disputas de máxima escala y de


alta intensidad que contradicen las metáforas elaboradas en torno a la inmediatez de su
conclusión. Su novedosa, trágica y agotadora persistencia tuvo que ver sin duda con el
tema que abordaremos a continuación.

3.

El contacto de las sociedades indígenas con sociedades estatales -europeas


primero y criollas más tarde- desencadenó complejos procesos de mutuas

mientras que el grupo liderado por el mismo Chokori quedó visiblemente reducido (Descalzi 1886: 62 y
69; Garreton 1975: 186; Villar 1998: 99-100).
8
Claro que es difícil aceptar que la propiedad de un perro se erija en punto de partida de una guerra.
Pero en cambio, el homicidio de quien la pretendía puede constituir su detonante. En el caso referido en

6
transformaciones 9 , modificando –entre otros- los patrones de violencia tradicionales, al
punto que, a partir del siglo XVI en adelante, la guerra, en la región de nuestro interés,
muestra ciertos rasgos que claramente constituyen el resultado de la interacción
señalada.

Partiendo de esa misma idea general, Ferguson y Whitehead elaboraron el


concepto de zona tribal con el objeto de aplicarlo a aquellas áreas donde se verificaron
esos procesos de transformaciones y modificaciones de los patrones de la guerra, a raíz
del contacto permanente de sociedades nativas sin estado con sociedades estatales
introductoras de nuevos bienes, tecnologías y enfermedades (Ferguson 1990, 1992a,
1992b, 1995; Ferguson & Whitehead, 1992) 10 .

En su perspectiva, la presencia de sociedades estatales conduce a una


militarización general, debiéndose entender por tal un incremento de la violencia
armada colectiva, cuya conducción, propósitos y medios tecnológicos se adaptan
rápidamente a la nueva situación amenazante que genera la expansión civilizada 11 . Zona
tribal se denomina, entonces, al área afectada de manera continuada por la proximidad
de una sociedad colonizadora, aunque no bajo su administración directa.

Ambos autores van aún más allá en su razonamiento, afirmando que la


consecuencia principal de la interacción de las sociedades indígenas con sociedades
estatales consiste en la transformación radical de las formaciones socio-políticas pre-
existentes, dando lugar con frecuencia a un proceso de tribalización, es decir al
nacimiento de nuevas tribus (Ferguson & Whitehead 1992: 3). Si bien en la región a la
que nos referimos en este trabajo, la conformación de zonas tribales vino acompañada -
como anticipáramos- de complejos procesos de etnogénesis a los que no fue ajena,
desde luego, la presencia de sociedades estatales, hemos optado por diferir para otra

la nota anterior, el trasfondo de la guerra en sí se vincula, en realidad, con la utilización de los pasos
cordilleranos del sector centro meridional de la actual provincia del Neuquén.
9
Para conocer pormenorizadamente sus alternativas, ver en especial Mandrini 1987, 1991, 1993 y
Palermo 1991.
10
Paralelamente a la hipótesis de Ferguson y Whitehead, Jeffrey Blick ha desarrollado una presentación
en términos análogos y fundada en el análisis de casos etnográficos, aduciendo que los nuevos
comportamientos comerciales introducidos por los europeos causaron en ciertas sociedades tribales una
escalada en la forma de hacer la guerra que adquirió proporciones genocidas o exterminativas (Blick
1988).
11
Utilizamos el término estrictamente en su sentido antropológico clásico, para aludir a sociedades cuya
organización cultural incluye una pauta urbana, como ocurre con las estatales.

7
oportunidad la definición de los tipos socio-políticos emergentes, porque en varios casos
documentados se percibe que no se trataría de la constitución de nuevas tribus, sino de
una especie sui generis de jefaturas sobre las cuales queda mucho por reflexionar y
discutir. Por lo tanto, limitaremos por ahora el uso de la categoría inaugurada por los
antropólogos citados, a la cuestión de la guerra que es -en este momento- uno de los
temas de nuestro trabajo.

Nos apresuramos a señalar que esta posición ha despertado críticas, la mayoría


de ellas provenientes de arqueólogos (principalmente Bamforth 1994: 102-108, Le
Blanc 1999: 4-6, y los autores que indicaremos a posteriori) que argumentan la
existencia de situaciones de conflicto análogas a las verificadas por Ferguson y
Whitehead antes del siglo XVI, en el curso de las cuales también se pusieron en
contacto sociedades estatales y sin estado, alcanzándose un nivel de violencia similar al
que los autores comentados consideran típico de las zonas tribales constituidas desde
ese siglo en adelante.

Entre los impugnadores, sobresale Lawrence Keeley (1996:21) quien sostiene


que la que él mismo denominó guerra primitiva 12 es un fenómeno pre-existente al
contacto con sociedades coloniales, argumentando que el efecto más visible derivado de
la presencia europea consistió en sumar motivos por los cuales luchar, al introducir
nuevas tecnologías bélicas y otros bienes rápidamente apetecidos por los indígenas.
Pero las razones esenciales que llevaban a la guerra y la institución en sí misma no se
habrían visto modificadas 13 . Una posición similar asumen Reedy-Maschner y Maschner

12
De acuerdo a la definición de Keeley, la guerra primitiva es la basada en “...open formations and
skirmishing tactics; increased reliance on ambushes, raid, and surprise attacks on settlements;
destruction of the enemy´s economic infraestructure (habitations, foodstores, livestock, and means of
transport); a estrategy of attrition against the enemy´s manpower...” (Keeley 1996: 74).
13
“In some recents papers and books, Brian Ferguson and a number of others scholars have argued that
the instances of tribal warfare described by Westerners, including ethnographers, were the product of
disequilibrium induced by Western contact and did not represent the primitive condition...This argument
is based on the well-document observation that contact with Westerners altered a wide variety of native
behavior and attitudes, including those involved in warfare. Undoubtedly, native warfare changed with
increasing external contact, but important questions remain with regard to the character and speed of the
changes and (especially) the nature of the situation prior to contact...This hypothesis atributes an
excepcional potency –indeed, a peculiar radioactivity- to civilized people and their products. Were there
never epidemic diseases before Western contact? Were there never uncivilizated items of trade that
excited the practical appetites of primitive consumers and were worth fighting over? Did new weapons
never diffuse to modify prehistoric warfare? Were there never populations movements or expansions
before civilization? If any ot these conditions existed before civilized expansion, then, by these arguments,
the causes of war should also have existed. As we shall see..., there is evidence that such things happened
before civilized observers soiled the preliterate world. In this case, the tribal zone hypothesis would be

8
en defensa de la existencia de una línea continua que vincula la guerra anterior y
posterior al contacto 14 .

Ferguson (1997: 341-342) ha respondido a estas críticas -sobre todo a la de


Keeley- aduciendo que ni él ni Whitehead negaron la existencia de la guerra entre las
sociedades indígenas durante los tiempos anteriores a la invasión europea. Sostiene que
ambos afirmaron, en cambio, que el contacto con europeos alteró la forma en que la
guerra se libraba, conduciendo a una intensificación de los conflictos, o llegó inclusive a
provocarlos en áreas donde no habían existido previamente. Los puntos en debate
serían, entonces, cómo y por qué se transformó la guerra prehistórica luego del arribo de
los extranjeros para llegar a reunir las características reconocidas histórica y
etnográficamente; cuáles de los elementos que concurren a la nueva situación de guerra
pre-existían y cuáles fueron aportados por los recién llegados; y de qué manera los
patrones bélicos nativos se vieron afectados por la instalación ultramarina y, antes de
que esta se produjese, también por la expansión de los estados antiguos existentes en
América (Ferguson 1997: 41-43).

La hipótesis de la zona tribal acrecienta su verosimilitud cuando se observa que


el impacto transformacional producido sobre las formas bélicas es un fenómeno
recurrente en distintas sociedades indígenas en contacto con sociedades estatales, que se
reitera en diversas partes del mundo. El creciente número de publicaciones -
principalmente inglesas y norteamericanas- enumeradas en una nutrida sección especial
que el mismo Ferguson y Leslie Farragher incluyeron en una bibliografía sobre la
Antropología de la guerra elaborada hace ya más de doce años, contribuyen a ratificarlo
(Cfr. Ferguson & Farragher 1988: 242-254).

Asumimos, entonces, la posición en tanto y en cuanto se refiere a las


modificaciones y transformaciones que la presencia europea trajo aparejadas respecto a

reduced to the claim that civilized contact merely brought some new weapons to fight with and new items
to fight over to prestate regions, not the more general reasons for fighting or the institution of war itself”
(Keeley 1996: 21).
14
“We disagree with Ferguson and Whitehead´s perspective that it is a fallacy to view warfare first
recorded ´among non-state peoples [as] a continuum of prestate warfare, rather than being a historical
product of the state presence´ (Ferguson and Whitehead 1992: 28). Competition for Western goods
certainly changed the nature of warfare: new weapons allowed raiders to attack those they could no
before, and the spoils of war centainly changed. The ultimate motivations, however, stayed the same –that

9
las prácticas bélicas, derivadas sobre todo –y sin olvidar la incidencia de las
enfermedades importadas- de la introducción de nuevos bienes y tecnologías que
despertaron de inmediato el interés de los naturales en colocarlos al servicio de sus
propósitos. Y subrayamos que, en análoga medida, la construcción teórica de Ferguson
y Whitehead ha sido, como hemos visto, aceptada inclusive hasta por sus principales
contradictores.

A nuestro juicio, la persistencia de continuas manifestaciones de violencia


explícita a lo largo del lapso examinado encontrará una explicación adecuada -sentido
en el que aspiramos a dar un primer paso- en tanto se la analice en ese marco
conceptual, dado que los conflictos tienen en común la pugna de sus sucesivos
protagonistas indígenas por alcanzar posiciones que les permitan controlar distintos
segmentos de los circuitos a través de los cuales se espacializan intercambios en las
regiones aquí consideradas

4.

Nos quedaría por revisar un último aspecto conceptual referido a los puntos de
vista recientemente adoptados con relación a los conflictos indígenas en el lapso que
proponemos y a la tarea de su periodización.

Sería posible pensar que la historia de la frontera podría constituir una


perspectiva desde la cual elaborar un examen adecuado de la totalidad de las guerras a
que nos referimos. Sin embargo y como veremos enseguida, no ha sido así.

No obstante las diversas e importantes metas alcanzadas en otros órdenes por los
cultores de esa historiografía (sobre todo en Chile), una parte de las contiendas del tipo
de las que aquí examinamos no han sido incorporadas al análisis en toda su amplitud y
complejidad, bien sea porque desde su óptica no revistieron la importancia que nosotros
les asignamos a partir de una mirada distinta, bien sea porque las consideran exteriores
a la órbita de su interés académico.

is, males are still striving for and protecting status, but with different proximate outlets and a new
technology.” (Reedy-Maschner & Maschner 1999: 708-709).

10
Revisemos, por caso, la periodificación construida por Sergio Villalobos
(Villalobos 1989a: 7-30) acerca del período de contacto en Araucanía (1550-1882), en
base a seis categorías 15 que el autor aplica a revelar la alternancia entre épocas de guerra
y paz. Admitida su reconocida trascendencia en el sentido de abolir el mito del estado
de guerra permanente y subrayar el significado de las diversas e interesantes formas
que asumió la convivencia fronteriza, y ciñéndonos estrictamente a su contenido,
rápidamente veremos que el historiador trasandino no consignó el acaecimiento de
muchas de las contiendas intra-grupales, inter-grupales e inter-étnicas que afectaron las
relaciones entre hispano-criollos y criollos e indígenas durante el lapso examinado en
nuestra presentación, aunque en el momento mismo en que ocurrieron, puedan no haber
tenido una repercusión inmediata y directa sobre la vida cotidiana de la frontera. De esta
forma, quedó de lado un componente esencial de dichas relaciones cuya incidencia no
fue computada 16 .

En efecto, apenas fijada la mirada sobre los años que van de 1780 a 1840,
observaremos que, a juicio de Villalobos, la inactividad bélica 17 campeó prácticamente
en toda su extensión, únicamente alterada por ataques parciales e incursiones
importantes en 1792 y 1793 (inmediatamente previas al primer Parlamento de Negrete),
y durante los años de la Guerra a Muerte (1819 a 1824) signados por rebeliones
parciales que luego retrogradan a incursiones importantes (1822) y finalmente a
hostilidades aisladas (1823 y 1824). Más tarde, una prolongadísima calma se extendería
–si exceptuamos nuevas hostilidades aisladas en 1834 y 1835- hasta mucho más allá de
1840.

Pero en realidad esta inactividad bélica no se verifica. Nosotros mismos hemos


tenido oportunidad de comprobarlo (Jiménez 1995, 1997, 2001, Villar 1998 y 1999,
Villar & Jiménez 1996, 1997, 1999a, 1999b, 1999c, 2000 y 2001) y aún con
anterioridad a nuestros aportes, León Solís realizó análogas constataciones, sobre todo
para el siglo XVIII (por ejemplo, León Solís 1990, 1992, 1994a y 1994b). Incluso

15
Villalobos distingue las siguientes: inactividad bélica, hostilidades aisladas, ataques parciales,
incursiones importantes, rebelión parcial y rebelión general (Villalobos 1989a: 11-12).
16
Este límite de la perspectiva ha sido objeto de discusión en Chile desde el campo de la Antropología
(Foerster & Vergara 1996), con intervención -en nuestra opinión, poco feliz en algunos sentidos- del
propio Sergio Villalobos (Villalobos 1997).

11
dentro de una línea de investigación que mantiene puntos de contacto con la historia de
la frontera, han existido otras percepciones del asunto. Jorge Pinto Rodríguez, por
ejemplo y aunque sin referirse particularmente al tema que sólo de manera parcial e
indirecta se vincula con sus intereses académicos, reconoció tempranamente la
importancia de los conflictos inter-grupales que en Araucanía “...se producían también
en el Este y en el Sur. En la región cordillerana, pehuenches y mapuches se hostigaban
recíprocamente. A su vez, los huilliches ejercían presión sobre sus vecinos generando
conflictos que atravesaban todo el espacio, repercutiendo en la banda del Bío Bío. Las
llamadas guerras intestinas, cuyo estudio ha comenzado a acometerse en este último
tiempo, son en el fondo, el reflejo de un problema frente al cual las autoridades
españolas manifestaron preocupación...” (Pinto Rodríguez 1988: 24).

Resulta entonces que la periodificación comentada ha excluido de la compulsa


empírica conflictos bélicos que precisamente ocurrieron a ambos lados de los Andes,
cerca o lejos de las fronteras. Pero el criterio que guia el tratamiento de la información
recabada tanto por la administración colonial como independiente no es sólo la
proximidad o lejanía de una contienda, sino básicamente la importancia que se le asigne
para la gestión de sus políticas e intereses. La significación asignada gobierna la mayor
o menor nitidez con la que el conflicto aparece representado en las fuentes.

Si sus redactores ignoraban los detalles de una contienda, bien sea porque su
epicentro estaba alejado o porque la habían considerado poco significativa para la vida
fronteriza, se limitaban a un registro de rutina de las noticias vagas o indirectas
recibidas, y lógicamente en este caso la visibilidad se reduce a una mínima expresión.
Las alternativas de la lucha también serán sólo escasamente visibles y se las mencionará
de manera tangencial, si aún conociéndolas, se imponía la idea de que carecían de
relevancia.

Por el contrario, en otros casos, la información precisa y reiterada acerca de


ciertos enfrentamientos producirá una máxima visibilidad que expresa a las claras la
importancia que se les asignaba para la seguridad de una determinada frontera,

17
Definida por Villalobos como los “momentos en los cuales no existe ningún tipo de roce armado
entre los bandos en conflicto.” Y agrega: “Solamente se realizan contactos pacíficos. No se descarta la
violencia en asuntos personales.” (Villalobos 1989a: 10. Enfasis agregado por nosotros).

12
evidenciando los esfuerzos por neutralizarlos o, al menos, por circunscribirlos y
conseguir que se alejasen de aquella.

Por cierto que, en la mayoría de las ocasiones y en cualquiera de los casos, sólo
una adecuada exégesis podrá determinar de qué tipo de conflicto se trata y, en
consecuencia, qué grado de importancia revistió para los propios indígenas,
significación que no tiene por qué coincidir con aquella que los hispano-criollos o
criollos eventualmente le asignaran.

No obstante, las luchas que hoy nos proponemos examinar presentan la


particularidad de que, aún cuando su desarrollo no amenazase de manera directa a una
frontera determinada, al tener por objetivo el control de sectores e itinerarios vinculados
con circuitos de intercambio, revistieron sin dudas interés para hispano-criollos y
criollos, dado que las áreas de conflicto se encontraban cercanas a las rutas por las que
circulaban bienes y personas entre las distintas dependencias coloniales, áreas en cuyo
interior, por otra parte, se verificaba un tráfico intra-étnico activamente orientado hacia
el comercio fronterizo.

En síntesis: una mirada restringida a la historia de las fronteras regionales


propiamente dichas, es decir concentrada predominante o exclusivamente en las
peculiaridades de los espacios sociales respectivos y dirigida con mayor atención a la
participación de la sociedad estatal involucrada, impediría comprender el significado de
los altos niveles de conflicto explícito que se verificaron en territorios indios, durante
los años que integran el período de más intensa migración de indígenas desde Araucanía
y la Cordillera hacia las mesetas y pampas del Este y de mayor número de
asentamientos y conformación de nuevos grupos étnicos. Todo ello involucrado,
precisamente, en la constitución de los circuitos regionales de intercambio que, bajo la
forma de una compleja red, vincularían progresivamente a las comunidades indígenas
instaladas en distintos sectores y puntos estratégicos, y a la totalidad de los segmentos
fronterizos de las sociedades estatales.

Ese gigantesco entramado relacionaba la ciudad de Buenos Aires, campaña y


frontera bonaerenses y llanura herbácea del Este, Mamil Mapu, los ríos importantes y

13
los territorios inter y peri fluviales18 , las fronteras cordobesa, puntana, cuyana,
Araucanía y los mercados de Chile 19 .

Leonardo León Solís, en cambio, se ha referido a las guerras que son motivo de
nuestro interés, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII, con una mirada que
trasciende el campo de la historia fronteriza en sí, y se involucra en la construcción de la
historia de los indígenas, refiriéndose no sólo a los procesos que constituyeron materia
estricta del contacto con hispano criollos y criollos -es decir, vinculados directamente
con las relaciones inter-étnicas-, sino también a los que tuvieron lugar en los territorios
indígenas, ya sea en la órbita interna de los grupos o entre las comunidades, esto es, los
procesos atinentes a las relaciones que de una manera convencional llamamos
respectivamente intra-grupales e inter-tribales. Si bien las contiendas referidas a estas
últimas se manifestaron de manera más “subterránea y sutil”, mientras que las
anteriores se desenvolvieron “principalmente en las regiones fronterizas” (León Solís
1994a), consideramos que ambas merecen convertirse en objeto de estudio, debido a
que es lícito atribuirles significación pareja y confluyente.

Tan importante como percibir las implicancias de la secuencia guerra-paz, es


comprender que esa alternancia articulaba con el desenvolvimiento de complejos
procesos socio-económicos y políticos signados por su alta conflictividad, cuyo móvil
estaba constituido por la expansión hacia el Este de ciertos grupos y líderes que
buscaban captar nuevos espacios y recursos y que, al proyectar su accionar sobre los
territorios transcordilleranos, entrarían en competencia no sólo con hispano-criollos y
criollos asentados en las distintas fronteras regionales, sino también con grupos
indígenas locales que se resistían a perder posiciones. Estos conflictos presentan la
interesante particularidad de ser multi-frontales: quienes se embarcaban en ellos debían
atender simultáneamente tanto las relaciones inter-étnicas, inter-tribales e intra-grupales
en Araucanía, como las que establecían en las mesetas y llanuras de Oriente.

18
El caso más notorio está constituido por la importancia de los Ríos Negro y Colorado, pero también
del territorio que se extiende entre ambos (el denominado inter-fluvio) y de los territorios aledaños a las
orillas Sur del primero y Norte del segundo. No faltan otros ejemplos, como los sistemas (mencionados
con sus actuales denominaciones) del Atuel-Salado-Chadileuvu-Curacó y del Limay-Neuquén. En un
trabajo pionero, Federico de Escalada subrayaba la importancia los ríos regionales en la conformación de
líneas antropodinámicas de penetración y circulación (de Escalada 1958-1959).
19
Jorge Pinto Rodríguez ha presentado un sugerente estudio de estas redes indígenas y capitalistas para el
siglo XIX (Pinto Rodríguez 1996).

14
Durante el lapso en análisis correspondiente al siglo XVIII y hasta que se
iniciaron los movimientos independentistas en Río de la Plata y Chile, el accionar de los
indígenas se complicaba aún más por la implementación de las reformas borbónicas que
inauguraron nuevas modalidades de gestión colonial tendientes, entre otros fines y en el
caso que nos interesa, a superar el aislamiento de las fronteras (Brading 1990: 91 ss;
Weber 1998). El manejo compartido de la información sobre los acontecimientos que
tenían lugar a uno y otro lado de la cordillera y las recién estrenadas directivas de
coordinación y acción conjunta impuestas a los niveles de ejecución de las políticas
fronterizas -no obstante la escasez crónica de los medios económicos que la corona
asignaba- imprimieron un sello distintivo a las relaciones inter-étnicas de la época.

La administración aplicó en sus vinculaciones con los indígenas ciertos


mecanismos de pacificación, calculada combinación de persuasión y violencia. Estas
acciones tenían como objetivo principal evitar que los conflictos se generalizasen,
convirtiéndose de esa forma en un problema ingobernable. Para ello, se trataba en
principio de focalizarlos y alejarlos del área fronteriza. Pero frente a una contienda tribal
que interfería el desarrollo de las actividades coloniales, si los medios diplomáticos no
resultaban suficientes, se intervenía militarmente sin mayores vacilaciones, por lo
general en apoyo de alguno de los contendientes y tratando de neutralizar a los otros, lo
más rápidamente posible 20 .

En cambio, a partir de la iniciación del período independiente, la fragmentación


del poder que acompañó los movimientos respectivos se tradujo en la ausencia de una
intervención unificada que actuara en el sentido de acotar los enfrentamientos. Antes
bien, dos fenómenos concurrieron a profundizarlos, estimulando la fricción inter-tribal e
inter-étnica. Por un lado, el accionar de realistas e independentistas en Chile, que
perseguían la incorporación de indígenas a sus respectivas fuerzas 21 ; por otro y algo
más tarde, la presencia en Argentina de cinco administraciones provinciales (Buenos

20
Como ocurrió cuando los Pewenche fueron auxiliados en su lucha contra los Huilliche (León Solís
1982; Villalobos 1989b; Casanova Guarda 1996; Jiménez 1997 y 2001; Villar & Jiménez 1998 y 2000).
21
Los primeros, viéndose derrotados en el Centro-norte de Chile, obraron para que los nativos se
sumaran a las guerrillas y montoneras que rápidamente se iban organizando en el Sur, mientras que los
segundos pretendían obtener esa misma ayuda, pero, en este caso, para oponerse con mayor eficacia a las
crecientes incursiones de los cuerpos irregulares puestos en movimiento por los oficiales del rey (Cfr.
Villar & Jiménez 2001).

15
Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza) que con frecuencia se enfrentaron
políticamente entre sí, ofreciendo a los naturales renovadas oportunidades de satisfacer
intereses propios, terciando en estas desinteligencias inter-jurisdiccionales a favor de
una u otra parte.

Veamos ahora los conflictos.

5.

Durante las décadas de 1770 y 1780, la Araucanía fue escenario de un ciclo de


conflictos inter-tribales promovidos por una nueva generación de líderes embarcados en
disputas por la hegemonía. La aparición de estos liderazgos implicó variantes en el
patrón antes vigente. Dice al respecto León Solís: “Inspirados en una mezcla del
antiguo ethos militar de los guerreros de antaño y el individualismo oportunista que
aprehendían de los hispanos, algunos jefes invirtieron sus energías en forjar una
carrera política que los llevaría a convertirse en hombres de prestigio, fama y gloria en
la cima del poder tribal...” (León Solís 1994a: 190).

Las ambiciones personales generaron entonces una nueva forma de lucha que
concluiría por convertirse en guerra propiamente dicha, en tanto los demás grupos
vieron que tales apetencias se constituían en una amenaza para la vida de comunidades
cuyo sistema político tradicionalmente había excluído la posibilidad de que apareciese
esta actitud de poder basada en expectativas de expansión y control a expensas de los
demás (León Solís 1994b: 92).

La resistencia no se hizo esperar. Otros lonkos percibieron que corría peligro su


propia supervivencia, dado que esta novedosa conducta podía implicar modificaciones
en la distribución territorial, rutas comerciales, redes de alianza y contactos con la
sociedad hispano-criolla. Por lo tanto, era sencillo para cualquier observador atento
advertir los efectos desfavorables que el incremento de poder de un líder acarrearía para
el resto de los grupos, quienes además tenían perfecta conciencia de las consecuencias
negativas que sucederían a una eventual derrota en los enfrentamientos con el
ambicioso: “Si la independencia política de cada lonko era la antítesis de la

16
subordinación, el equilibrio de poder entre los cacicazgos era la base de la autonomía
social y territorial. Alternativamente, la acumulación de poder podía significar la
muerte de los jefes vencidos, la esclavización de sus mujeres y niños, el saqueo de sus
riquezas y la destrucción de sus asentamientos ancestrales.” (León Solís 1994a: 192).

Agregaremos que esos conflictos no se circunscribieron solamente a la


Araucanía. En ciertos casos, se trasladaron a la cordillera y luego a las Pampas, en la
medida en que a los líderes involucrados se les hizo necesario buscar aliados en los
linajes cordilleranos y transcordilleranos. Estas alianzas presentaban dos ventajas: en
primer término, el aporte de contingentes armados, y luego, el acceso al refugio y los
recursos que, en caso de sobrevenir una derrota, ofrecerían los coaligados del Este. Un
linaje vencido podía abandonar sus “asentamientos ancestrales” y buscar al Oriente de
los Andes un nuevo territorio desde el cual reiniciar la lucha.

Resulta claro, entonces, que mientras en algunos casos los conflictos se


originaban en Araucanía y luego se trasladaban al sector cordillerano y a las Pampas, en
otros -aún en el contexto de las estrechas vinculaciones existentes entre grupos y
caciques de ambas vertientes y pudiendo mediar, inclusive, identidad de protagonistas
indígenas- respondían primordialmente al juego de intereses locales, puesto que también
aquí se dirimían liderazgos y hegemonías.

6.

Entre los años 1769 y 1798, los denominados Pewenche de Malargüe soportaron
las alternativas de un largo ciclo bélico. Desde su inicio y hasta 1782, se enfrentaron
con los hispano-criollos a ambos lados de la cordillera, en el marco de movimientos
migratorios indígenas desde el occidente de los Andes hacia el oriente. Inmediatamente
después de la fecha citada en último término, ya instalados en el sur cuyano,
mantuvieron una guerra con los Huilliche que concluyó en 1793, a la que -casi sin
solución de continuidad- sucedió otra con los habitantes del área de las nacientes del
Río Neuquén, los Pewenche de Balbarco, que culminaría recién cinco años más tarde.

17
En forma prácticamente simultánea con el comienzo del ciclo descripto, habían
tenido lugar, como anticipáramos, dos movimientos migratorios sucesivos originados en
Araucanía.

En primer término, hacia 1760, algunos linajes Huilliche y Pewenche,


favorecidos por vínculos de parentesco establecidos con indígenas que habitaban en las
riberas del Limay y el territorio meridional de la actual provincia de Neuqúen, partiendo
desde la cordillera, pasaron a instalarse allí, movilizándose luego paulatinamente hacia
el País del Monte, en su porción interpuesta entre el territorio pewenche (ubicado sobre
los Andes cuyano neuquinos) y el actual sistema Atuel-Chadileuvu-Salado-Curacó. En
1789, Ambrosio Higgins, en carta dirigida a Antonio Valdez, le relataba la forma en que
dos caciques de esta procedencia, Llanketruz y su padre, llegaron a Mamil Mapu: “...el
famoso Llanquitur en compañía de su padre igualmente Cacique corsario de las
Pampas y naturales de las Cordilleras de Ranquel pasaron años ha con varios trosos
de Pehuenches y Huilliches al Mamelmapu,...donde permanecieron ejercitando por
mucho tiempo correrías excesivas contra los pueblos de españoles extramontanos...” (3
de abril de 1789, AN., Fondo Morla Vicuña [en adelante MV], Volumen 24, pieza 14,
folio 134) 22 .

También en la década de 1750, comenzó la expansión general de los Pewenche


23
hacia el Sur de Mendoza que dio término hacia 1779 . Se realizó a costa de los Puelche
de Cuyo (conocidos como Pampas en las fuentes del siglo XVIII), en un proceso muy
agresivo que se caracterizó por un inusitado nivel de violencia. En la misma época que el
viaje de Llanketruz y su gente a Mamil Mapu, ciertos caciques Pewenche que no
disponían de las relaciones parentales que facilitaron el traslado de aquellos, debieron

22
Higgins no precisa el año de la migración de Llanketruz y su antecesor, pero tenemos indicios de que
se habría producido hacia la segunda mitad de la década de 1760. En 1806, el cacique Manquel le
informó a Luis de la Cruz que las familias pewenche que habitaban Ranquel, se habían trasladado a
Mamil Mapu, a consecuencia de los ataques conjuntos de Llanistas, Huilliche y Pampas molestos por los
malones de Peignapil (De la Cruz Diario de 1806, Archivo General de Indias [AGI.], Audiencia de Chile
[Ach.], 179, 95 vta. a 96 vta.). Carvallo y Goyeneche, por su parte, presenta un dato que permite
establecer una fecha ad quem del arribo, al datar la muerte de Peignapil antes de noviembre de 1769
(Carvallo y Goyeneche 1875: 336).
23
El antropólogo alemán Helmut Schindler, en un trabajo sobre la etnohistoria del Sur de Mendoza
(Schindler 1969-1971: 304-305), ubica la expansión Pehuenche hacia Malargüe entre 1751 y 1758. El
análisis de fuentes inéditas referidas en particular a los movimientos de Ancan Amun y su grupo nos permite
ampliar la extensión de ese lapso. En efecto, el mencionado cacique y su gente llegaron al Sur cuyano en
1779, o quizá inclusive en un momento ligeramente posterior a esa fecha.

18
abrirse camino por la fuerza desde Chile, como ocurrió con la reducción 24 liderada por
Ancán Amún que se instaló en el área de Malargüe. Pewenche y Puelche libraron una
25
guerra genocida . Si tomamos en cuenta el testimonio de Juan Antonio Guajardo, un
mestizo que actuó en la cordillera entre 1750 y 1770, este conflicto y las enfermedades de
origen europeo hicieron desaparecer literalmente a los Puelche cuyanos: “Asimismo
declara q.e los casiques que ha conocido de esta banda han sido a Morqoyan y á
Curiquanque, y a Mariqueta, y que estos tres tendrian el numero de quatrocientos yndios
entre todos, y que todos tres, y la mayor parte destos yndios han fallecido con sus familias,
ya de pestes que les han acometido, como tambien en las guerras que han tenido con los
Peguenches, y que solo ha quedado el cacique llamado Guelocal, y que á este le ha
quedado el numero de veinte Yndios entre chicos y grandes, y con muy poco
armamento,..." (AGN. IX-11, 4, 5).

Originariamente, los Pewenche habían estado asentados en ambas vertientes de la


cordillera de los Andes, en cercanías del paso de Villacura, en la Isla de la Laja. Debieron
abandonar estos terrenos como consecuencia de un cambio en la política colonial,
combinada con la hostilidad que les mostraban los Llanistas.26 En palabras de Ancán

24
El término reducción está utilizado en el sentido que se le daba en Chile, es decir el de una unidad
política autónoma. El gobernador Amat y Junient definió el concepto con las siguientes palabras: “...este
nombre de reducciones...no se significa Indios reducidos ni convertidos, sino parcialidades y rancherías
que viven quasi juntos alrededor de un Cacique por la conveniencia del paraje...” (Amat y Junient 1927:
400).
25
En el sentido definido por Blick en el trabajo mencionado antes, es decir atendiendo a las modificaciones
que sufre el patrón bélico en las sociedades aborígenes que entran en contacto con sociedades europeas. "...
while the situation in reality is obviously much more complex, the necessary condition of the revenge complex
when combined with the sufficient condition of the economic motive catalyse to produce a phenomenon that
ultimately leads to the disruption and inevitable desvastation of traditional tribal societies: that of the
adoption of genocidal warfare" (Blick 1988: 669). Bajo estas condiciones, la guerra adopta una forma nueva
que incluye en muchos casos el abandono de las viejas convenciones tribales que respetaban a los no-
combatientes. Leonardo León, en un estudio de las guerras Pewenche-Huilliche - en el que incluye los
conflictos entre Pewenche y Pampas en el sur de Mendoza - señala esta transformación "La ferocidad del
malón, la muerte de los caciques, el cautiverio de las mujeres y el robo de las propiedades era el sello que
comenzaban a detentar las nuevas confrontaciones tribales, el mero ataque contra un asentamiento
indefenso desde ya constituia un quiebre serio con la tradición..." (León Solís 1998: 114. Enfasis
agregado). Un ejemplo un tanto tardío (1785) servirá para ilustrar los extremos a que podía llegar la
violencia de los ataques Pewenche contra los asentamientos Puelche: en un malón dirigido por Ancán Amún
contra las tolderías del cacique Creyo, los guerreros Pewenche mataron indiscriminadamente a adultos y
niños de ambos sexos. Sus exploradores sorprendieron a los Puelche en plena borrachera. Creyo y todos sus
mocetones fueron muertos, lo mismo que la chusma. Sólo quedó viva una anciana, posiblemente con la
intención de que relatase lo ocurrido (Informe de Esquivel Aldao a Amigorena, 7 de febrero 1785. AHM.,
Carpeta 65, Documento 42, sin foliar).
26
Peignapil y Epuñan, tío y padre de Ancán Amún respectivamente, habían combatido al lado de los
españoles durante la sublevación mapuche de 1764-1767. Haciendo honor a esa alianza, unieron sus fuerzas a
las de Leviant y se presentaron en la frontera dispuestos a ayudar al Maestre de Campo, Salvador Cabrito,
contra los Llanistas sublevados (Carvallo y Goyeneche 1875: 323) y realizaron una serie de malocas sobre los
asentamientos de éstos últimos (León Solis 1992: 31-41). Al triunfar entre las autoridades coloniales el

19
Amún, él y su gente: “…fueron expulsados luego de las tierras que poseian en las faldas
delas cordilleras del lado de Chile contiguo a esta frontera los Peguenches por complaser
alos Yndios de Llanos asentando Ancan la precision de transmontarse y buscar la vida por
la otra parte como principal motivo que resultas como efecto natural, diciendo que no
tenian en esta situacion otro modo de mantenerse sino el practicar diligencias de
Guerra..." (Tratado de los Angeles, 2 de febrero de 1782, AN., MV., Vol. 7, folio 27
vta.).

En 1780, Llanketruz y su hermano Payllatur figuraban en una lista de lonkos


Huilliche instalados en Mamil Mapu, según información suministrada por prisioneras
Pewenche al comandante de armas de Mendoza, José Francisco de Amigorena, quien la
transmitía al virrey: “Nómina de los Caciques Guilliches que se hallan en el parage
que llaman los Montes en las Pampas de la Capital de Buenos Ayres. A Saber:
Lefnopan, Chanafilo, Laypan, Caley 4 1ª . reduc.n. Caripi, Llanketruz, Antemay,
Ancalan, Payllatur, Calimilla, Ancapi, Pueñan 8 2ª . reduc.n”. Y agregaba: “...se
hallan en el parage que llaman los Montes a orillas del río grande...y son los mismos
indios que invaden las fronteras de esta Capital y Ciudad de Córdoba...” (Carta al
virrey Vértiz, 30 de mayo de 1780, en AGN IX, 3, 4, 5. Énfasis añadido). El río
mencionado en la cita es el actual Chadileuvu, como resulta del informe redactado por
Diego de Las Casas y Ventura Echeverría, en 1779: “...Siguiendo el mismo camino y
rumbo al sud, con tres días de camino, se encuentran las tolderías del cacique
Painemanque, que tiene sesenta indios y vive sobre el río Chadile...A las riberas del
mismo río, según la relación de los intérpretes, habitan los
caciques...Yanquetur...”(de las Casas & Echeverría 1969: IV-201. Énfasis nuestro).

Desde ese emplazamiento, Llanketruz protagonizó hasta su muerte una guerra


prolongada e intensa contra los Pewenche de Malargüe. A partir de noviembre de 1777,
en que dirigió un malón contra la tropa de carretas en la que viajaba hacia Mendoza el

partido predispuesto a una solución diplomática, los Pewenche quedaron solos para enfrentar las represalias
de los Llanistas (Villalobos 1989b: 128-129). Y como si esto no fuera suficiente, las autoridades españoles
obligaron a algunas reducciones a abandonar sus asentamientos en el área de Villacura (Carvallo y
Goyeneche 1875: 324). Años después, en un parlamento celebrado en los Angeles, Ancán Amún se quejaba
frente a Higgins de esa deslealtad, esgrimiéndola como causa de la migración de su gente al Sur de
Mendoza.

20
Canónigo Ignacio Pedro Cañas 27 , Llanketruz va tomando progresiva importancia como
corsario público, es decir como salteador de arrias, caravanas y estancias fronterizas, y
comienza un laborioso tejido de alianzas. A medida que el lonko se fortalecía y ganaba
prestigio como guerrero, las coaliciones establecidas se distinguieron por su mayor
estabilidad y predictibilidad (Villar & Jiménez 2000). Entre los aliados que
notoriamente lo acompañaron a lo largo de toda su trayectoria, figuran algunas
reducciones Pewenche meridionales -como la de Lolco, enemistada con los Pewenche
malalquinos (AN., MV., Vol. 24, Pieza 8, folios 66 y 66 vta.), y la reducción de Cura
(Carta de Pedro Nolasco del Río a Ambrosio Higgins, 5 de enero de 1789, AN., MV.,
Vol. 24, Pieza 14, folios 141 y 141 vta.)-, Llanistas provenientes de Araucanía, y
Ranqueles de Mamil Mapu (Luis de la Cruz, Diario de 1806, en AGI., Ach., 179, folios
95 vta. y 96).

Hacia fines de la década de 1770, Ancán Amún también había adquirido el


renombre y prestigio necesarios para reunir bajo su liderazgo seiscientos guerreros con los
que se embarcó en una serie de expediciones militares contra Chile, Mendoza y Buenos
Aires e inclusive contra otras reducciones Pehuenche 28 .

En forma sistemática, eliminó o ahuyentó a otras reducciones que podían disputarle


el control de los pasos cordilleranos por los que circulaba el tráfico comercial entre el Valle
Central y las pampas, y de esta forma obtuvo para su grupo una porción de las ganancias. 29
Además, la ubicación geográfica de sus asentamientos facilitaba al cacique y sus hermanos
el asalto a los establecimientos hispano-criollos de las fronteras de Mendoza, Buenos Aires
y Concepción.

27
Conocemos los detalles de este ataque, por el relato que hiciera Blas de Pedroza -mozo del canónigo
que permaneció cautivo de los indios por casi doce años-, cuya copia, extraída de AGN. nos fue facilitada
generosamente por el Profesor Raúl Mandrini. Ver al respecto Villar & Jiménez 2000.
28
Como anticipáramos, la tendencia española a registrar preferentemente sólo los eventos que afectaban de
manera más o menos inmediata sus propios intereses hizo que de muchos de estos malones no se conserven
referencias precisas. Por ejemplo, las autoridades de Santiago aludieron a las incursiones de Ancán Amún,
recién cuando este asesinó al lonko Guillitur, en el otoño de 1777 (AN., Real Audiencia, Vol. 117, folio 45
vta.). Otra maloca salió a la luz durante el parlamento de Lonquilmo (1785) cuando Guenir, de la reducción
de Lolco, solicitó la ayuda española para regresar a sus tierras, de las que había sido expulsado por Ancán
Amún (AN., MV., Vol. 24, folios 65 vta. a 66 vta).
29
Su participación en la articulación de las redes comerciales indígenas e hispano-criollas ya ha sido objeto
de una serie de estudios (entre otros: Villalobos 1989b, León Solis 1991, Palermo 1991, Varela & Biset 1992
y 1993, Silva Galdames & Tellez Lugaro 1993, y el mencionado trabajo de Jorge Pinto Rodríguez [1996]).

21
Ancán Amún pasó a representar una grave amenaza contra los asentamientos
españoles en el Valle Central, como ya lo advertía Ambrosio Higgins en carta al
gobernador Benavidez: “…este Cacique tiene en el dia el mando principal de los de su
nacion y no ha concurrido jamas a parlamento ni reconoce dependencia á superioridad
ninguna; mucho importa al sociego del Reino y seguridad de los potreros inmedo [sic] de
cordilleras atraerlo a nuestra amistad ó destruir completamente este peligroso
guerrero…” (24 de octubre de 1781, AN., MV., Vol. 24, folio 51 vta.).

A fines de diciembre de 1781, consciente de que su irreductibilidad podría generar


una ofensiva hispano-criolla que nuclease fuerzas de la administración colonial chilena y
mendocina en alianza con Huilliche y Pewenche de la banda occidental de la cordillera,
Ancán Amún se presentó en la plaza de los Angeles para parlamentar con Higgins. (Carta
de Higgins al gobernador Benavidez, 27 de febrero de 1782, AN., MV., Vol. 7, folios 23
vta. a 26 vta.).

A resultas de este parlamento, se firmó un tratado mediante el cual Ancán Amún y


su gente se reconocían "fieles vasallos" del Rey y se obligaban a no atacar los
asentamientos españoles. Además, asumían un triple compromiso: impedir que Huilliche y
Ranqueles utilizaran los pasos de la cordillera, entregar los cautivos españoles que tomaran
a sus enemigos, y negar asilo a renegados en sus asentamientos.

Como contrapartida, Ancán Amún recibió permiso para comerciar en los


corregimientos de Maule y Chillán, y obtuvo el auxilio de soldados españoles para encarar
de lleno su lucha con los Huilliche. (Tratado de los Angeles. 2 de febrero de 1782, AN.,
MV., Vol. 7, folios 26 vta a 33 vta.).

Esta guerra tuvo precisamente por objetivo central el control de los pasos
cordilleranos de Villacura, Antuco, Alico, Anegado, Cerro Colorado y Curico, que los
españoles habían colocado en manos pewenche por el Tratado de los Angeles y en el
Parlamento General de Lonquilmo (Cfr. Acta del Parlamento General de Lonquilmo,
AN., MV., Vol. 24, Pieza 8, Folios 58 vta. a 61). La importancia de acabar con la
amenaza representada por Llanketruz queda a la vista, si consideramos que una eventual
victoria le hubiese reportado al cacique huilliche la hegemonía sobre un territorio que
abarcaba “...las faldas orientales de la Cordillera hasta 200 y mas legu.s al Sur...” de

22
Mendoza, y hacia el naciente, “...Mamelmapu, país situado en el intermedio entre estas
sierras y la punta del Sauce...”, en Córdoba. Ese espacio inmenso lindaba por el Norte
con las fronteras mendocinas, puntana y cordobesa, facilitando el acceso a la ruta que
unía la capital del virreynato con las ciudades de Córdoba y Mendoza; por el Este, con
la llanura herbácea oriental y la vieja línea de fronteriza de la campaña bonaerense.
Hacia el Sur, incluía los caminos que, desde la cordillera, franqueaban la llegada a las
Pampas y a Cuyo, y por el Oeste, a través de los pasos andinos mencionados, el ingreso
a Araucanía y al Valle Central, en territorio chileno.

Los hispano-criollos no dudaron en intervenir en el conflicto con toda la ayuda a


su alcance, auxiliando primero a Ancán Amún y más tarde a su hermano y sucesor, el
cacique Pichintur, con piquetes de tiradores de armas de fuego y una pieza de artillería
(Carta de Amigorena al marqués de Loreto, 10 de enero de 1788, AGN. IX-11, 4, 5).

La vida de Llanketruz fue puesta a precio y se sumaron a la coalición en su


contra los Pewenche de Balbarco -encabezados por Currilipi-, una partida de milicianos
llegados desde Concepción, e indígenas de las parcialidades de Quenco (Carta de Pedro
Nolasco del Río a Higgins, 5 de enero de 1789, en AN., MV., Vol. 24, Pieza 14, folio
140 vta.). La batalla final tuvo lugar en diciembre de 1788 y en ella resultó muerto
Llanketruz (Carta de Francisco Vivanco a Nolasco del Río, 29 de diciembre de 1788,
en AN., MV., Vol. 24, Pieza 14, folios 139 a 140 vta.), cuya cabeza fue entregada por
Currilipi al comandante de la plaza de los Angeles, a principios del año siguiente (Carta
de Antonio Valdez a Higgins, 3 de abril de 1789, AN., MV., Vol. 24, Pieza 14, folio
139).

Pero las ventajas que los Pewenche obtuvieron de esta aparente victoria fueron
bien engañosas y efímeras. La desaparición de Llanketruz no significó el cese de las
hostilidades de los Huilliche en su contra, sino que los conflictos continuaron. A ellos se
sumarían, pocos años más tarde, los enfrentamientos entre los malalquinos y los de
Balbarco. Las prolongadas guerras causaron una merma considerable de la población:
“...los pehuenches han perdido la mayor parte de sus jentes en las continuas guerras y
frecuentes malocas e insultos de los guiliches, sus acérrimos enemigos, y los pocos
que residían nos quedan en flanco...” (Ojeda 1898: 238. Énfasis agregado).

23
Al deterioro demográfico se añadió la reducción territorial. Hacia los comienzos
de la década de 1790, habían abandonado las porciones meridionales de sus dominios,
concentrándose en las boreales, que se encontraban fuera del área de dispersión de la
araucaria 30 , especie de la que tradicionalmente habían recolectado su fruto, el pewen.
Y en 1796, mientras tenían lugar la guerras que los Pewenche de Malargüe y Balbarco
mantuvieron entre sí, los Huilliche ocupaban ya las tierras australes que no
abandonarían: “...Caminando siempre por las faldas Orientales de la Cordillera al Sud,
siempre cerca de Chiloé, hai diferentes naciones de Indios que se conocen con el
nombre de Guilliches, los que se estienden a las pampas de Buenos Ayres, poblados
tambien a la costa patagónica, y en el paraje Mamil Mapu de estas jentes solo se tiene
noticia de algunas parcialidades que son Aychol, Peguénmávida, Rucachoroy i
Mulief...” (AN., MV., Vol. 21, Pieza 26, folio 262, citado en Tellez Lugaro 1987: 206).

Esa misma constatación realizaría de la Cruz cuando, al atravesar en 1806 los


territorios pewenche, pudo ver que “...los pinales empiezan casi á los confines de las
tierras de los Peguenches con los Guilliches...” (Luis De la Cruz. Tratado Importante
para el Perfecto Conocimiento de los indios peguenches, según el orden de su vida,
1806, en AGI., Ach., Legajo 179, folio 207).

7.

A principios del siglo XIX, nuestra atención debe desplazarse


momentáneamente hacia las rutas que, partiendo del centro de la provincia de Buenos
Aires, atravesaban los valles pampeanos y llegaba a las rastrilladas paralelas a los ríos
Colorado y Negro. Estas últimas vinculaban la llanura herbácea con Chile, a través de
los pasos bajos de la cordillera neuquina, y también combinaban con otras transversales
que comunicaban con la Patagonia central y meridional. Los Tehuelche 31 controlaban el

30
Araucaria araucana.
31
Nos anticipamos a poner de manifiesto que distintos observadores -algunos mencionados a lo largo de
esta sección y de la que lleva el número 10- utilizaron el nombre Tehuelche de una manera que dista de
ser unívoca, asignando esa denominación a personas que, en realidad, no pertenecían al mismo grupo
étnico. Este es el caso de los caciques Ojo Lindo, Emperador, Niguiñille y Qüellocoy, todos sindicados
sin más como tales. La existencia del problema está clara, pero resolverlo no constituye ahora nuestro
objetivo. En cambio y esto es lo que nos interesa subrayar, sí se percibe con diafanidad que, en la década
de 1820, los indígenas genérica y ambiguamente llamados Tehuelche en las fuentes documentales
perdieron su control sobre Choele Choel y el curso medio y bajo del Río Negro a manos de “indios
chilenos” apoyados por operadores de armas de fuego, que los diezmaron. También es innegable que -
durante y después de las campañas de 1833-34- Rosas trató de que los meneados Tehuelche se re-

24
curso medio del Río Negro y la isla de Choele Choel, un punto nodal de los itinerarios
que acabamos de indicar.

En noviembre de 1822, el comandante militar de Carmen de Patagones José


Gabriel de la Oyuela informaba al gobernador de la provincia que había tenido lugar un
importante enfrentamiento entre Huilliche del área valdiviana, apoyados por un
contingente de tiradores y una pieza de artillería, y los Tehuelche encabezados por los
caciques Ojo Lindo y Emperador. Estos habían sido derrotados, en medio de una
violentísima matanza que costó la vida de varios caciques –entre ellos los nombrados-
y de unos doscientos indígenas, mientras que otros cuatrocientos pasaron a convertirse
en prisioneros de los atacantes (Carta del 16 de noviembre de 1822 en AGN. X-1, 4,
8 32 ).

“El fin de los valdivienses –acotaba De la Oyuela en esa misma carta- es


despejar el camino de la abra de Chuelecheul para poder internar con facilidad los
ganados que toman de la campaña de Buenos Aires y demás que compran en la sierra.”

Dos testimonios muy posteriores ratifican esta información. El primero de ellos


se debe a Guillermo Cox, quien en 1860 conoció en Valdivia al comerciante Ignacio
Aguirre que mantenía excelentes vinculaciones con los Manzaneros, amistad surgida en
la década de 1820, cuando Aguirre había participado de una expedición realizada contra
los Tehuelche: “Restablecida la buena harmonía entre Huilliches y Pehuenches [se
refiere a las guerras mencionadas en la sección anterior de este trabajo] tuvieron estos
que habérselas con Tehuelches del Sur del Limai. Los Tehuelches en gran número
atacaron a los Pehuenches i les quitaron casi todas las mujeres; estos pidieron ayuda a
su amigo Don Ignacio, quien con unos cincuenta Huilliches, provistos de armas de
fuego, salvó la cordillera i juntándose con ellos, llevó la guerra a los arenales de los
Tehuelches: después de veinte i seis días de marcha hacia el Sud, los alcanzaron, se

instalasen en aquel estratégico sector. Sin embargo, nunca alcanzó el éxito esperado (y finalmente debió
variar su estrategia) por la sencilla y contundente razón de que sus aliados no encontraban fuerzas
suficientes como para oponerse con la energía requerida a un empuje originado en la cordillera sur
neuquina y las nacientes del Río Limay que, pese al fuerte revés sufrido con la muerte de Cayupán y el
debilitamiento de Chokori, terminaría por prevalecer: no olvidemos que Valentín Shaiweke, el futuro gran
jefe de los Manzaneros, fue nieto del primero e hijo del segundo (Casamiquela 1995: 98).
32
Tomamos conocimiento de este documento a partir de su cita en Bustos 1993: 33. También Zavala lo
menciona, consignando esa misma referencia (Zavala 2000: 200).

25
batieron durante algunas horas i lograron arrebatarles las cautivas.” (Cox 1863:
109).

El segundo lo debemos a los informantes Tehuelche de Federico de Escalada


que coincidían en adjudicar al uso de armas de fuego, la derrota militar de sus
antepasados a manos de los Huilliche: “Bien podría ser ésta –acota de Escalada- la
terrible incursión a que nuestros informantes hacen referencia como el punto inicial de
sus memorias y tradiciones. Es digno de notarse que, como justificativo de la derrota,
casi un siglo y medio después, los descendientes tehuelches atribuyen la misma a la
intervención de ´chilenos con armas de fuego´ .” (de Escalada 1949: 264).

Más adelante veremos cómo, años después y a raíz de las campañas de Rosas
(1833-1834), algunos Tehuelche regresaron a Choele Choel. Pero subrayemos ahora la
importancia de esta pulsión protagonizada por Huilliche que los llevó a controlar las
rastrilladas que mencionamos al principio de la presente sección. La trascendencia del
movimiento quedará perfectamente clara, si reparamos en que los caminos que
discurren a lo largo del Río Negro tienen su término oriental en Carmen de Patagones -
por entonces (1822) único enclave criollo al Sur del Río Salado de Buenos Aires-,
mientras que, pasando por las cercanías del sitio que ocupa el fuerte, otra senda sale al
Norte y llega a Cabeza de Buey 33 , y desde allí se interna hasta el centro mismo de la
llanura herbácea.

8.

Volvamos al espacio meridional chileno. En 1818, luego del revés de Maipú, los
restos del ejército real se replegaron hacia allí, empeñándose en una continuación de la
guerra desarrollada ahora en base a reclutar todas las fuerzas regulares e irregulares que
estuvieran a su alcance. Las montoneras o guerrillas se conformaron con los restos de los
cuerpos militares vencidos, conglomerados campesinos, y un variado conjunto de
personajes fronterizos, bandoleros y marginales.

8.1. La nueva etapa del conflicto encontró un escenario propicio en el mundo de la


frontera regional, porque sus habitantes veían con recelo la posibilidad de que una nueva

26
derrota realista abriera las puertas a un estado de cosas distinto, en cuyo marco la
intervención independentista viniese a desarticular y sustituir la compleja red de intereses
públicos y privados que había prosperado en el borde austral del Reyno, al amparo de la
permanencia colonial.

Los índígenas también fueron rápidamente convocados por los partidarios de la


corona merced a la persuasiva argumentación de que su caída significaría la pérdida del
status singular que ciertos líderes y grupos habían alcanzado mientras duró la vigencia del
régimen en crisis. Claramente interesados en mantenerlo, la mayor parte de los caciques
optó por prestar la ayuda requerida.

Pinto Rodríguez observa con perspicacia: “El alto grado de integración que
había logrado este espacio durante la Colonia, la complementariedad de las redes
indígenas con las redes capitalistas y la articulación de toda la región al resto de la
economía colonial había generado una serie de intereses que nadie quería arriesgar a
causa de un proyecto de emancipación política que no se conocía bien...Creo que aquí
está la clave para entender lo que la historiografía liberal del siglo pasado llamó ‘La
Guerra a Muerte.´". 34 (Pinto Rodríguez 1998: 30).

Pero lógicamente, hubo otros caciques -menos numerosos que los anteriores- que
vieron en la hipótesis de una guerra ganada la oportunidad de echar los cimientos de
nuevos predominios y hegemonías a expensas de quienes, en este caso, serían arrastrados
por el derrumbe de la administración metropolitana. Ellos serán los que ofrezcan alianzas a
los independentistas.

En un contexto de tales características, nadie pudo mantenerse neutral: todos


tenían algo que perder o que alcanzar, según cayese de un lado o de otro la moneda
lanzada al aire que representaba la confrontación.

Desde luego que las singularidades del teatro de operaciones –ubicado en


territorios indios- también contribuyeron a que los naturales resultaran convocados por los
bandos en pugna (Guevara Silva 1911: 254-260). Frente a esta convocatoria, la Araucanía

33
En sus cercanías se instalará la Fortaleza Protectora Argentina (Bahía Blanca) en 1828.
34
Así la denominó Benjamín Vicuña Mackenna (1940).

27
se dividió de acuerdo a un patrón de enemistades tradicionales 35 : "Todo el territorio
indíjena en sus secciones de la costa, centro i oriente, vino a quedar de este modo a
disposición de los realistas. Esceptuábase una que otra reducción aislada, cuyo jefe
mantenía amistad con alguna autoridad patriota, pero que en realidad no representaba un
poder antagónico apreciable ante la masa jeneral de las tribus." (Guevara Silva: 1911:
243-244) 36 .

La participación de las mencionadas montoneras o guerrillas 37 engrosadas con


la incorporación de aliados indígenas -que finalmente se sumarían a ambos bandos-, la
predominancia de emboscadas y ataques por sorpresa que apuntaban a destruir los
recursos del adversario y diezmar sus poblaciones, se constituyeron en características de
una contienda que distaba de ajustarse a los procedimientos y prescripciones de lo que
podríamos denominar las formalidades del arte militar de la época (Bengoa 1985:
143) 38 .

Las operaciones bélicas gobernadas por la estacionalidad tenían lugar de manera


casi excluyente en las estaciones cálidas -primavera y verano-, y disminuían a un nivel
mínimo de actividad durante la estación fría, cuando las condiciones climáticas
limitaban el tránsito cordillerano y la mayoría de los pasos se encontraba cerrada 39 . Ya
en el mes de abril se daban por concluidas y se reanudaban como muy temprano hacia
septiembre u octubre.

Los indígenas solían aprovechar los meses invernales para internarse en las
pampas del Este: “...durante el invierno -se le informaba al jefe patriota del Ejército del

35
Para mencionar únicamente un caso: entre los llanistas, los Boroanos se aliaron con el bando del Rey,
mientras que Venancio Koñwepan -su vecino y principal enemigo- se unió a los patriotas. Estos procesos de
alianzas y alineamientos, típicos de organizaciones segmentarias, son similares a los descriptos por Eugenio
Alcaman para los Mapuche-Huilliche del futahuillimapu septentrional, durante la segunda mitad del siglo
XVIII (Alcaman 1997: 50).
36
Hacia julio de 1819, se habían pronunciado a favor de los independentistas las reducciones de Angol,
Temulemu, Quechereguas, Guequen, Lumaco, Collico y Tarulemu (Carta de Gaspar Ruiz al Director
O'Higgins, fechada en julio 9 de 1819, AN., Ministerio de Guerra [MG.], Vol. 149, fs. 218/219).
37
Como la de los cuatro hermanos Pincheira. Con respecto a ellos, ver Contador Valenzuela 1998, Varela
1999 y Varela & Manara 2000.
38
Omitiremos un análisis detallado de las metodologías y técnicas bélicas, aspecto que ya hemos
desarrollado en un trabajo anterior. Remitimos la atención del lector interesado a Villar & Jiménez 2001.
39
Véanse las tribulaciones de una columna independentista aislada en la cordillera, durante los meses de
junio y julio en AN., IC., Vol. 90, foja sin nro.

28
Sur general Juan de Dios Rivera, en referencia a los Pincheira y a su aliado el cacique
Martín Toriano- [se dirigen a hacer] sus Correrías...sobre las Pampas y fronteras de
Buenos Ayres [y] para septiembre...intentan replegarse al Camp.to de Valvarco con el
objeto de invadir este Cantón de mi mando, en el mes de octubre.” (Pedro Barnachea a
Rivera, AN., Intendencia de Concepción [IC.], Vol. 89, foja s/nro.) 40 .

A medida que los realistas concertaban alianzas con los lonko mapuche y
conformaban ejércitos multi-étnicos, en los que combatían codo a codo tropas
entrenadas al estilo europeo y konas que aplicaban sus propias técnicas guerreras 41 , el
epicentro de la guerra fue trasladándose más y más hacia los territorios ubicados al Sur
del Bío Bío y los criollos se vieron obligados a desarrollar estrategias similares.

Los contendientes, incapaces por sí solos de derrotar definitivamente a sus


oponentes por insuficiencia de medios, constituyeron bloques que movilizaban en forma
concertada los recursos aportados por cada uno de ellos. De esta manera, la
recuperación de un miembro de dichas coaliciones circunstancialmente vencido era más
rápida que si estuviese librado a su sola fuerza. Las luchas experimentaron un
incremento en escala e intensidad, al ser muy improbable que un determinado grupo
quedase fuera de combate, por la veloz recomposición de fuerzas que permitía la
modalidad de alianzas.

40
Esta alternancia estacional en el ciclo bélico -el cruce de la cordillera hacia el Este a fines del verano o
principios del otoño; la invernada en las Pampas y las incursiones allí hasta fines de la estación fría y
principios de la primavera; y el regreso a Araucanía, bien sea a mediados de la primavera (como en este
caso) o a principios del verano- constituyó una práctica que ya se percibe en el siglo XVIII y que tuvo
continuidad a lo largo del XIX. Para una descripción detallada, ver el testimonio del cacique Cristiano,
prestado en causa criminal instruida contra José María Surita, en la provincia de Mendoza (AHM.,
Sumario iniciado el 24 de enero de 1847, Carpeta 123, Documento 13).
41
En este sentido, el Sur de Chile no constituyó una excepción. En otras regiones del imperio español en
crisis, patriotas y realistas también reclutaron contingentes de guerreros nativos. Pero la práctica de
incorporarlos como aliados, mercenarios o soldados étnicos se remontaba a los inicios de la conquista y
de la colonización europea del continente americano e involucraba no sólo a los españoles. Los
portugueses y holandeses, por ejemplo, utilizaron asiduamente a grupos Tupi y Tapuya, en sus luchas por
el territorio del NO. brasileño, durante el siglo XVII (Cabral de Melo 1998: 246), así como en el área de
Venezuela, Guyanas y Antillas, reclutaron nativos los británicos, franceses, holandeses y los mismos
españoles (Whitehead 1990). En Centro América, se presentan interesantes casos, como el de la captación
por las autoridades coloniales hispanicas de los Black Caribs, famosos por su ferocidad en combate. Estos
grupos provenían de Saint Vicent y habían sido trasladados a Roatan en 1797 por los británicos, con el
objeto de que formaran un escudo defensivo para su colonia de Belice. Sin embargo, los españoles los
atrajeron, consiguiendo que ingresaran a su servicio en calidad de mercenarios, y que combatieran contra
los Miskitos, los independentistas y los propios ingleses (González 1990: 33 y 34). En el Río de la Plata,
esa política de incorporación de indígenas en carácter de indios amigos –iniciada en la etapa colonial,
desde luego- continuó durante la independiente (Ratto 1994; Villar & Jiménez 1996, 1997, 1999a; Bechis
1998). Para el caso chileno, ver Ruiz-Esquide Figueroa 1993.

29
Apenas iniciada la Guerra a Muerte, el interior de la Araucanía y la cordillera
comenzaron a ser sacudidas por una sucesión continua de incursiones recíprocas que
parecía no tener fin. La lucha se reducía a los componentes mínimos esenciales ya
anticipados más arriba: captura de las mujeres y niños, saqueo o destrucción de bienes
con el menor costo posible para los atacantes, eventualmente la muerte de varones
adultos. Al reiterarse la aplicación de una táctica que día a día crecía en violencia, los
contendientes debieron tomar medidas extremas para protegerse y entonces volvieron a
utilizar malares 42 .

En un contexto de actualización del uso de recintos defensivos, las armas de


fuego resultaron sumamente eficaces, como lo habían sido en el pasado, para apoyar el
ataque a una fortaleza y para resistirlo. La incorporación de tiradores imprimió a la
lucha una nueva dinámica. A medida que el auxilio de los fusileros proporcionados por
los aliados independentistas o realistas se iba generalizando, obtenerlo se convirtió en
un asunto de vida o muerte. Cuando uno de los grupos contendientes conseguía apoyo
de esas características, sus enemigos no tenían más remedio que hacer lo propio a
cualquier costo, con el objeto de equilibrar las acciones. Esa urgencia ayuda a
comprender la velocidad con que se produjo la alineación de las reducciones Mapuche,
Pewenche y Huilliche tras las banderas realistas o patriotas, ya que nadie más que
estos podía proporcionar el armamento y sus operadores 43 .

42
La palabra malal fue definida por el coronel Beauchef, participante de la guerra como oficial del
ejército independentista, de la siguiente forma: “Malal es nombre que dan los indios a un sitio fortificado
por la naturaleza y que tiene sólo una entrada muy angosta” (Feliú Cruz 1964: 212). Los malares habían
sido utilizados por los reche-mapuche y pewenche en los siglos anteriores. Otras definiciones y
descripciones de malares pueden consultarse en Febrés 1882: 145; Diario del alférez Jacinto de
Arraigada, AN., MV., tomo 24, fojas 40 vta.; y Justo Molina, Diario de su viaje (1805) en AGN. Sala IX-
39, 5, 5, Expediente Uno.
43
La legislación colonial española que prohibía la venta de armas de fuego a los indígenas y cualquier
tipo de asistencia técnica relacionada con ellas había sido siempre singularmente eficaz, de manera que
las limitaciones en su manejo y mantenimiento se convirtieron en endémicas para los nativos, y tanto la
conservación en buen estado del armamento que pudieran conseguir como el adiestramiento de tiradores
resultó un problema de difícil o imposible solución (ver al respecto Jiménez 1998: 50-60). Esta situación
contrasta con la de América del Norte, donde al interactuar simultáneamente con poderes coloniales que
competían entre sí, los indígenas pudieron asegurarse la asistencia de armeros y herreros en los tratados
que acordaban con los gobiernos británico o francés –y más tarde, con el norteamericano- interesados en
conservar para sí la fuerza bélica y en armarlos convenientemente en contra de sus oponentes. De esta
manera y al revés de lo que constituía una regla general en las dependencias del imperio español, los
nativos nunca tuvieron dificultades en encontrar quien estuviera dispuesto a suministrarles armamento y
asistencia técnica. Por ejemplo, Ritcher menciona los esfuerzos de las autoridades coloniales británicas en
Albany para enviar herreros calificados a sus aliados iroqueses, conscientes de que si no satisfacían esa
demanda, los iroqueses buscarían la ayuda de las autoridades francesas (Ritcher 1992: 220-221). El
gobierno estadounidense, en la primera mitad del siglo XIX, no tuvo otro camino que respetar esa

30
En el período colonial -al menos en los casos que los autores hemos
considerado-, los piquetes de tiradores fueron enviados como auxilio en operaciones de
corta duración que limitaban su presencia a no más de una estación (veranada o
invernada, según se tratase de reducciones ubicadas en la cordillera o en los territorios
pewenche situados al Este de los Andes). En cambio, cuando se desató la Guerra a
Muerte, esa modalidad fue sustituída por otra que permitía una permanencia
prolongada, al cabo de la cual los miembros de los contingentes militares se habían
adaptado de tal manera a las costumbres que en nada se distinguían de los nativos, salvo
por el eficaz manejo de las armas de fuego (Feliú Cruz 1964: 212), su biglotismo y, en
algunos casos, su destreza lecto-escrituraria 44 .

Por su parte, patriotas y realistas apreciaban en idéntica medida las virtudes de


la caballería indígena, de manera que ambos bandos se las amañaban para incorporar
lanceros indígenas cada vez que salían a campaña. En el caso de las montoneras
realistas, como la de los hermanos Pincheira, la presencia de jinetes nativos, por el
papel que cumplían en los combates, se había convertido en un elemento clave en sus
operaciones contra los territorios controlados por los patriotas (Guevara Silva 1911:
409).

La superioridad ecuestre de los indígenas persuadió a los oficiales criollos de


que su caballería no estaba en condiciones de sostener por sí sola un choque con ellos, y
en consecuencia, prefirieron confiar en las piezas de artillería como medio eficaz de
frenar sus cargas 45 .

tradición nacida en tiempos coloniales. Durante las décadas de 1820 y 1830, las agencias
gubernamentales debieron contratar herreros y armeros para que repararan las armas exigidas por los
indígenas y entregadas a ellos en cumplimiento de diversos tratados (Russell 1996: 98).
44
Varios de estos personajes, a los que, en un trabajo anterior (Villar & Jiménez 1997), hemos
denominado aindiados, pasaron años más tarde a las Pampas y allí fueron protagonistas conspicuos de la
vida fronteriza. Entre ellos, Juan de Dios Montero y Francisco Iturra, miembros del ejército
independentista de Chile, y José Antonio Zúñiga, ex-oficial real, y luego comandante de la llamada
Vanguardia de los Pincheira instalada en Guaminí -actual territorio de la Provincia de Buenos Aires-
(Villar 1998); podríamos añadir, sin agotar la nómina, a José Valdebenito, ex integrante de la banda de
Pincheira, quien, incorporado al ejército de la provincia de Buenos Aires, tuvo prolongada actuación en
Fuerte Veinticinco de Mayo (Grau 1949).
45
De los muchos casos que se podrían citar, elegimos dos ocurridos en la cordillera y en la pampa
bonaerense, respectivamente: los disparos de cañón salvaron a la columna patriota al mando del coronel
Barnachea, atacada por la caballería indígena pro-realista que les disputaba un vado sobre el Río
Neuquén, en febrero de 1826. Al repelerla con ayuda de fuego de artillería, las tropas patriotas pudieron
abrirse camino hacia la seguridad de Antuco. Así lo reconoció el mismo Barnachea, en su parte sobre este
encuentro: “Con este conocim.to inmediatamente dispuse a toda costa pasar las piezas de artilleria asta
la parte del Rio donde la hise situar y 25 ynfantes p.a que tomasen las altura del camino donde devia salir

31
8.2. Entre los líderes indígenas que aprovecharon el desarrollo de la Guerra a
Muerte para dirimir sus propios pleitos hegemónicos, ahora proyectados sobre el control
de los pasos cordilleranos ubicados en la zona de Villarrica, figuraron Martín Toriano
-establecido en Epulafquen, aliado de los Pincheira- y Luis Melipan -coaligado con los
independentistas, cuyo malal estaba instalado en los valles cercanos al Volcán Llaima.
Al lado de Toriano se encontraban los caciques Neculman y Mulato, mientras que a
Melipan lo acompañaban principalmente Alkavilu de Maquehua y Venancio Koñwepan
de Lumaco.

Cada uno de estos bloques era integrado además por grupos pertenecientes a los
ejércitos en pugna. Así, Toriano, al actuar de acuerdo con los Pincheira, recibía por su
intermedio, el aporte de los hombres del rey, y Melipán, el del oficial patriota Juan de
Dios Montero al mando de un grupo de unos treinta tiradores, quienes residían con los
naturales prácticamente desde principios de la guerra. Por lo tanto, vemos nítidamente
representada la configuración mixta a la que hicimos previa referencia en esta sección

9.

Hacia 1824, la guerra, en su dimensión civilizada, fue cediendo paulatinamente


en intensidad 46 . Durante el curso posterior de la lucha, las montoneras pro-realistas
-progresivamente libradas a sus fuerzas- y sus aliados indígenas resistieron con éxito
en la cordillera los reiterados embates de las partidas gubernamentales, hasta que

la columna del Rio, que hera la que el enemigo tratava tomarme p a sitiarnos en aquel vajo. Esta pronta
ejecucion se hiso con tanta rapidez que es digna de recomendar a VS; pues nos puso en salvo con el
todo. La caballeria formo la linea a la vista del Rio y aunque los enemigos acometian por el sentro la
pza de art.a los desalojava…” (Parte del coronel Barnachea al Intendente de Concepción, Antuco, 2 de
marzo de 1826, AN. MG., Vol. 146, Documento 829. Énfasis nuestro). Un papel similar cumplió una pieza
de batir en un enfrentamiento entre la guarnición de la Fortaleza Protectora Argentina (hoy Bahía Blanca) y
un contingente de indígenas y guerrilleros realistas, en agosto de 1828: “En la madrugada del 25 del actual
vinieron los bárbaros a estrellarse contra la Fortaleza, en número de 400 a 450 hombres, entre ellos
como 100 de tercerola; teníamos avisos anticipados y los esperamos desde media noche hice formar
fuera a caballo la tropa del Regimiento disponible, en su totalidad de 130 hombres y con los indios
amigos del cacique Venancio y el capitán Montero, salimos a encontrarlos; ellos aguardaban y
resistieron la carga, pero el fuego de una pieza que sacamos con nosotros los hizo retirarse, después de
haber dejado en el campo 8 o diez hombres.” (Carta del coronel Estomba al Ministro de Guerra y Marina,
Fortaleza Protectora Argentina, 30 de agosto de 1828, AGN. VII 10, 4, 3. Énfasis agregado).
46
Debemos relacionar ese decrecimiento con las alternativas decisivas de la lucha independentista en
otros escenarios de América del Sur. Recordemos que la guerra de la independencia concluyó hacia 1825.

32
durante 1826 debieron enfrentar dos expediciones sucesivas, llevadas en contra de sus
campamentos en las montañas y en la vertiente oriental de los Andes.

La primera de ellas, a principios de ese año, comandada por el coronel Pedro


Barnachea, si bien no obtuvo éxitos militares, sirvió para poner de manifiesto los
enconos existentes entre los Pincheira y un grupo numeroso de aliados Pewenche. En
efecto, las tareas de inteligencia previas pusieron de manifiesto que los caciques se
quejaban de la reiterada apropiación de ganado vacuno y sobre todo de caballos que los
bandoleros necesitaban para llevar adelante sus incursiones hacia la zona de Chillán y
también hacia la vertiente Este de los Andes (Villar & Jiménez 2001).

La segunda estuvo a cargo del general José Borgoño, a fines de 1826 y


principios de 1827, y llegó hasta el campamento de los Pincheira ubicado sobre el río
Balbarco o Valvarco, en cercanías del Cerro Butalón, actualmente territorio de la
provincia de Neuquén (Feliú Cruz 1964).

El daño ocasionado por estas últimas columnas expedicionarias en la base de


operaciones de los montoneros, el desbaratamiento en Chile de la red de proveedores de
insumos para las armas de fuego seguida de la prohibición de vender pólvora a
particulares 47 y la actitud titubeante de sus coaligados indígenas, determinó que los
Pincheira se alejaran hacia el Este, internándose en las Pampas, hacia las cuales se
trasladaron también en forma concomitante y paulatina las disputas por el control de
puntos estratégicos de los itinerarios que comunican la llanura bonaerense con la
cordillera y Chile.

Los Pincheira instalaron un campamento estable sobre el curso medio del Río
Colorado, en el paraje denominado Chasileo o Chadileo, cercano a la desembocadura

47
La provisión de explosivo siempre constituyó un serio inconveniente. En un principio, la montonera
había conseguido pólvora, adquiriéndola mediante sus agentes en las tiendas de Chillán y Maule. Pero
más tarde esta posibilidad se tornó harto difícil, porque el Intendente de Concepción prohibió la venta del
insumo a particulares en ambas provincias (Bando de Juan de Dios Rivera, fechado el 22 de agosto de
1822 en AN., IC. Vol. 89, foja s/nro.) y por último desapareció totalmente, a consecuencia de la
confesión de un prisionero. (Declaración de Francisco Troncoso. Chillán, 17 de agosto de 1826 AN., IC.,
Vol. 89, foja s/nro.). En esa oportunidad, las autoridades patriotas tomaron conocimiento de las vías de
aprovisionamiento de la banda y además de desarticular la red de proveedores e intermediarios,
extendieron la prohibición de venta a todas las provincias en donde se sospechaba que la guerrilla pudiera
tener simpatizantes.

33
del caudal del sistema Atuel-Salado-Chadileuvu-Curacó48 en aquel. De esta manera, se
ubicaron en un lugar privilegiado que constituía un verdadero nudo de itineración, ya
que por ese punto pasaban las rastrilladas indicadas en el párrafo precedente y además
las que llevaban a Patagonia Central y Meridional y a las fronteras cuyana, puntana y
cordobesa.

En persecución de la banda, se lanzaron Melipán, Koñwepan, Alkavilu, y


Montero con su grupo de operadores de armas de fuego, disputándoles con éxito el
espacio y desalojándolos de Chasileo, donde se instaló Melipan. Mientras tanto,
Venancio y su grupo debieron sumarse a las fuerzas militares de Buenos Aires, en
calidad de indios amigos, y Montero se incorporó también al ejército provincial con su
gente, debido a que el contingente sufría las agobiantes consecuencias de la Gran Seca
del período 1827-1832 (Villar & Jiménez 1996 y 1999a).

No obstante las derrotas experimentadas, los Pincheira pudieron recomponerse,


en buena medida gracias a sus alianzas con Boroganos y Ranqueles instalados en la
región, y atacaron el campamento de Melipan, en marzo de 1828, dando muerte al
cacique y provocando la dispersión de quienes lo acompañaban. Alkavilu regresó a
Chile, en tanto que Koñwuepan y Montero transformaban en definitiva la opción que
habían ejercido meses antes (Villar & Jiménez 1999a).

Los bandoleros incursionaron luego sin éxito contra la recién fundada Bahía
Blanca a mediados de 1828, y después de varios ataques contra la frontera de Cuyo,
firmaron al año siguiente un tratado con el gobierno de Mendoza que les garantizaba el
suministro de ganado, víveres e insumos para el funcionamiento de sus armas de fuego
(Feliú Cruz 1965: 132; Godoy Cruz 1936: 63-64).

En esa época, sobre todo a lo largo de los años 1829 y 1830, los Pincheira,
conjuntamente con Boroganos y Ranqueles, constituyeron el grupo de aliados más
importante de la región pampeana, ya que ejercían control sobre los territorios e
itinerarios ubicados desde el Río Colorado al Norte, incluyendo el de puntos

48
Nos referimos específicamente al tramo que hoy se denomina Río Curacó y que media entre las
Lagunas Urre Lauquen y La Amarga (a la altura de la localidad de Puelches) y la desembocadura en el
Río Colorado, jurisdicción de la Provincia de La Pampa.

34
estratégicos como Salinas Grandes -puerta de acceso a la pampa interpuesta entre los
sistemas de Tandilia y Ventania- el Chasileo y las rastrilladas que confluyen en ese
punto.

Los grupos instalados en la llanura bonaerense –a quienes en las fuentes de la


época se denomina Indios comarcanos- intentaron resistir a esta acentuada hegemonía,.
No deberemos pensar que se trataba exclusivamente de pobladores originarios del área
como el nombre lo sugiere, ya que es posible percibir entre ellos componentes de
distintos orígenes: Günnüna kenne o Tehuelche septentrionales, pero también Pampas
de la Provincia de Buenos Aires de etnogénesis reciente y compleja, e incluso indígenas
provenientes de la cordillera (Villar 1998).

Además, desde el Sur neuquino 49 , los hermanos Chokori, Cheuketa y Chueman


-el primero antiguo enemigo de Venancio Koñwepan- en alianza con Cayupan 50 ,
estimulaban de manera más o menos explícita según las circunstancias, la disputa de
los comarcanos contra los Pincheira.

En esta oportunidad, el motivo principal de controversia eran los circuitos


locales del Sudoeste del territorio bonaerense, es decir, uno de los polos entre los cuales
se desarrollaban los intercambios regionales con intervención de indígenas. Se trataba
de un área importante en sí misma por estar enclavada en la llanura herbácea, nicho
ecológico por excelencia de todas las especies de ganado y, a la vez, terreno muy
riesgoso por los altos niveles de competencia derivados de la concurrencia espacio-
temporal de distintos grupos indígenas y de la corporación ganadera bonaerense. Esta
había disputado con éxito el poder político que Rosas, uno de sus más conspicuos
integrantes -muerto Dorrego y vencido Lavalle-, acababa de obtener y mantendría a lo
largo de veinte años.

49
Estos indígenas circulaban por las rutas que corrían a lo largo del Río Negro y luego por la rastrillada
paralela a la costa hasta Cabeza de Buey, que se interna en el corazón de la llanura herbácea por los
caminos ubicados al Sureste del sistema de Ventania
50
Cayupan (Kayú Pangí, Seis Pumas, cfr. Casamiquela 1995: 149) procedía de Balchitas o Valcheta
(actual territorio de la Provincia de Río Negro), pero se internaba periódicamente en la pampa
bonaerense. Dos hijas suyas estaban casadas con Chokori y con Catriel, este último Pampa bonaerense y
uno de los principales líderes de los indios amigos provinciales.

35
Las circunstancias desfavorecieron a los comarcanos y sus aliados 51 . Rosas se
mostraba menos interesado en apoyarlos militarmente que en pactar con los Pincheira y
los Boroganos, aislando de esta forma a los Ranqueles (motejados de pro-unitarios).
Evitaría así abrir un frente importante en el sudoeste de la Provincia mientras se
desarrollaba el conflicto con la Liga del Interior, que absorbía masivamente su atención.
Las guarniciones de Bahía Blanca, Tandil y Patagones recibieron órdenes estrictas de
permanecer neutrales, en tanto los comarcanos, alentados por Chokori y Cheuqueta y
por Vicente Cañigual –hijo de Toriano, ahora en oposición a quienes unos años antes
había acompañado en su guerra cordillerana-, se enfrentaban en soledad con los
bandoleros y los grupos coaligados con ellos, ya carentes de hacienda para mantenerse
y sin auxilio alguno de armas de fuego 52 . En septiembre de 1830, mantuvieron
encuentros bélicos en la vertiente Norte de Ventania. El primero y más cruento, a
orillas del Arroyo Curamalal, costó la vida de algunos de sus principales líderes 53 y de
muchos mocetones. El siguiente culminó con un portentoso desbande de los
sobrevivientes. Durante más de un mes, el Fuerte de Bahía Blanca recibió hombres,
mujeres y niños que llegaban a pie, individualmente o en pequeños grupos, en busca de
la protección de sus bastiones.

Esas derrotas fueron decisivas. Los Indios de la comarca no volvieron a levantar


cabeza y dejaron de tener peso en las relaciones inter e intra étnicas. La mayoría de los
líderes y pequeños grupos se vieron compelidos en lo sucesivo, por su estado de
inermidad, a convertirse en soldados étnicos del gobierno provincial, con reducción
importante o pérdida lisa y llana de su autonomía. Desde 1830 en adelante, si
convenimos en exceptuar a los Ranqueles, los principales caciques y contigentes que
actuaron en la región son originarios de Araucanía y del área cordillerana
nordpatagónica. Ellos deberán enfrentar la dura política indígena del gobernador Rosas.

10.

51
No obstante que de ellos dependía, en gran medida, el abastecimiento del Fuerte y del pueblo de Bahía
Blanca. Para seguir el desarrollo completo de la guerra, ver la transcripción del Diario del Cantón de
Bahía Blanca, agosto-diciembre de 1830, en Villar (Ed.), Jiménez & Ratto 1998: 133-265, y los estudios
que lo acompañan (idem: 19-132).
52
Ver al respecto Jiménez 1998.
53
Es el caso de Tetruel, un cacique Günnüna kenne muy próximo al gobernador y a los oficiales de Bahía
Blanca (Villar (Ed.), Jiménez & Ratto 1998: 91-94 y 218 ss.).

36
Entre los objetivos cumplidos por las expediciones de los años 1833 y 1834,
Rosas pudo computar la desarticulación de la alianza de Chokori y Cheuketa con
Cayupán y la muerte de este último, con lo cual menguó transitoriamente la posibilidad
de que, desde el área de los Ríos Colorado y Negro, los grupos provenientes del Limay
continuasen representando una amenaza potencial para Carmen de Patagones y Bahía
Blanca, y compitiendo por el acceso a la pampa interserrana.

Luego de esa derrota, algunos caciques Tehuelche aprovecharon la oportunidad


para volver a instalarse en Choele Choel:

“También da parte de haber llegado el cacique tehuelche Qüellocoy con


hacienda de venta y venir con sus tolderías y familias a situarse cerca de la población.
Estos son los primeros pasos de la negociación entablada por el señor General con la
tribu tehuelche. Este solo cacique había quedado por la tierra de San José, pues todos
los demás se habían retirado al sud de San Julián. Pero aseguran los que han llegado
que luego que llegue el aviso del señor General, regresarán.” (Garreton 1975: 176).

Esta reinstalación convenía a ambas partes y Rosas se mostraba interesado en


mantener y activar buenas relaciones con los Tehuelche. En carta a Tomás Guido
fechada el 23 de julio de 1833, le comentaba que el cacique tehuelche Niguiñile había
recordado en su presencia los consejos recibidos hacía mucho tiempo del coronel Pedro
Andrés García, en el sentido de que debían mantenerse en buenas relaciones con
Patagones, porque de no proceder así “...serían acabados por los chilenos...”,
advertencia que, como ya sabemos, estuvo a punto de cumplirse íntegramente en 1822:
“...así sucedió –acotaba Juan Manuel- y el mismo Niguiñile me ha mostrado las
calaveras de los que murieron que están puestas cerca de este punto y aun existen cerca
de doscientas...” (AGN. X-27, 5, 7, citada en Martínez Sierra 1975: 158).

Y unos días antes, escribiéndole a Facundo, señalaba:

“Espero que las tribus teguelchas que habitan por las inmediaciones de la
Península de San José quedarán subordinadas a la Comandancia de Patagones y que
seguirán como antes el comercio...Estos indios siempre han sido enemigos de los

37
indómitos que perseguimos.” (Rosas a Quiroga, 15 de julio de 1833, AGN. X-27, 5, 7
citada en Bernal 1997: 54-55).

Vemos entonces que, mientras Niguiñile y su gente recuperaban posiciones en


ese sector de Nordpatagonia, el gobernador de Buenos Aires procuraba asegurarse por
su intermedio cierto grado de control, en especial sobre la estratégica isla de Choele
Choel, nudo de itinerarios. No obstante, el punto débil lo constituía el hecho de que los
Tehuelche no parecían estar en condiciones de guerrear con éxito. Así lo preanunciaba
la actitud que habían mostrado durante el transcurso de las campañas cuando, pese a
todos sus esfuerzos, Rosas no logró que atacasen a Cayupan, ni siquiera en momentos
en que este huía perseguido por las tropas provinciales.

Al respecto, le había dicho Rosas a Tomás Guido: “...Los Teguelchos que han
quedado a lo más serán doscientos. Los demás han sido muertos por los chilenos, de
quienes jamás han podido ser amigos. Tienen un idioma totalmente distinto. No se
animan a atacar a Cayupan porque temen ser vencidos. La hacienda la tienen
escondida hacia la parte del Río Chuva, que es mucho más al Sud de San José...”
(Carta del 20 de agosto de 1833, AGN. X-27, 5, 7, citada en Bernal 1997: 55).

Recién después que las columnas expedicionarias derrotaran y eliminaran a


Cayupan, como vimos, reaparecieron los Tehuelche en Choele Choel. Rosas anotó al
margen de su diario: “Día 12 [de diciembre de 1833]. Llegó un cacique tehuelche. Estas
tribus siguen dando como siempre pruebas de muy buena fe, amor y respecto. Rebosan
de complacencia desde que se encuentran ya seguros, pues los indios de la Cordillera
les habían hecho tantos robos y muertos que han quedado reducidos a 200 indios de
pelea...” (Rosas 1965: 126).

Por otra parte, entre las finalidades incumplidas de la campaña, se contaba la de


neutralizar a los Ranqueles que mantendrían su actitud agresiva, pese a que todos esos
años fueron muy desfavorables para ellos.

Una de las maneras en que persistieron en enfrentarse a los cristianos de la


Provincia de Buenos Aires fue la de apuntalar su alianza con los Boroganos que se
encontraban instalados en Salinas Grandes (un punto clave) y que habían mantenido una

38
actitud oscilante de acercamiento y distanciamiento con el gobierno (Ratto 1996: 23).
Como vimos, Rosas logró concertar paces con los Borogas y con la Vanguardia de
Pincheira en 1830 y 1831. En 1832, los bandoleros dejaron vacante su lugar en la
región, cuando José Antonio Pincheira, atacado con dureza por la expedición enviada
desde Chile en su contra bajo el comando del general Bulnes, se vio obligado a
entregarse 54 .

Finalizada la campaña de 1833-1834, Rosas, a su vez, presionaba a los


Boroganos para que abandonasen sus vinculaciones con los Ranqueles y, llegado el
caso, tomasen armas contra ellos. Debido a que dentro del grupo boroga co-existían un
sector proclive a admitir la alianza con el gobernador y otro renuente a hacerlo, sin que
ninguno de ellos terminase por predominar sobre el restante, este precario equilibrio
contribuía a alimentar su propio temor de que Rosas, viéndolos indecisos, terminase por
ordenar un ataque en su contra (Carta de Pablo Millalicán al coronel Delgado, 17 enero
1834, AGN. X-24, 9, 1 citada en Ratto 1996: 32).

Bien sea porque en un momento dado esa sensación de inseguridad se


generalizó, o bien porque se impuso la opinión de que debía estrecharse el acercamiento
con los Ranqueles, los Boroganos optaron por involucrarse en una alianza con indígenas
del Sur de Neuquén, convocándolos ya para que los auxiliasen frente a la agresión del
gobierno provincial que se consideraba inminente, o -en el otro caso- para que
robusteciesen la concertación en su contra, con la promesa de que obtendrían ganado en
cantidad. En respuesta al convite, a mediados de 1834, se presentó en Salinas Grandes,
el cacique Juan Kallfukura, cuñado de Cheuqueta, acompañado de su hermano
Namunkura y otros líderes, con unos 500 mocetones.

El gobernador, enterado de que se estaban produciendo contactos previos que


posibilitarían ese arribo, se anticipó a desalentarlos en un parlamento al que convocó a

54
Durante el invierno de 1831, José Antonio Pincheira mantuvo tratativas de paz con el general chileno
Manuel Bulnes. Mientras se desarrollaban estas conversaciones, Bulnes fue cooptando a los enviados del
lider montonero –entre ellos José Zúniga que había sido, por varios años, comandante de la vanguardia
en las Pampas del Este. Con su ayuda, organizó un ataque a traición contra el campamento de la banda
ubicado en Epulafquen (enero de 1832). Allí capturó y fusiló a los caciques pewenche Neculman y
Coleto -aliados de la guerrilla- y a varios integrantes de ésta, entre ellos Pablo Pincheira -el tercero de los
cuatro hermanos-, además de tomar muchos prisioneros (Contador Valenzuela 1998: 184). José Antonio
escapó hacia Mendoza, perseguido de cerca, y más tarde se entregó. Negoció, entonces, un indulto y se

39
los caciques Rondeau y Melín, es decir, a los dos líderes mejor predispuestos hacia él.
En esa reunión que tuvo lugar en marzo de 1834, les recriminó ácidamente su actitud y
los responsabilizó de las consecuencias que tendría para los Borogas el paso que se
disponían a dar (Ratto 1996: 25).

Amedrentado, Rondeau quiso, entonces, detener a los convocados, pero ya era


tarde, porque Kallfukura ingresaba a la Pampa. Cuando los recién llegados se enteraron
de que quienes los habían hecho venir desde tan lejos “...para hacerlos ricos con las
haciendas de los Cristianos de la Probincia de Buenos Ayres, ponderándoles que en los
campos había ganado como paja...” (Relato de los homicidios de Masallé, hecho por el
cacique Chanamilla, Fuerte Argentino, 16-IX-1834. AGN X-24, 8, 6) pretendían ahora
desalentarlos y convencerlos de que se volvieran como habían venido, se desencadenó
la vendetta y Rondeau y Melín resultaron muertos en su campamento, a principios de
septiembre de 1834.

A partir de la carta que Pablo Millalicán –un pintoresco ex-militar del ejército
chileno que actuaba como lenguaraz y escribiente de los caciques Boroganos- dirigió al
comandante de Bahía Blanca, Martiniano Rodríguez, a pocos días de la muerte de
ambos caciques (AGN. X-24, 8, 6), relatándole los hechos, se ha sostenido que Rosas, a
través del coronel Sosa y de Don Venancio, habría alentado el homicidio de aquellos
(Grau 1949). Sin embargo y más allá de que el mismo Millalicán expresó dudas sobre
ello en su correspondencia y en varias oportunidades, no resulta coherente que el
gobernador propiciase la eliminación precisamente de quienes aparecían como los
caciques más inclinados a establecer alianzas con él, sobre todo si se tiene en cuenta
que Rosas deseaba en esa época que los Boroganos se mantuvieran en Salinas Grandes
y confiaba en que este objetivo podría lograrse distanciándolos de los Ranqueles, para lo
cual resultaba lógico apoyar y fortalecer el liderazgo de quienes resultaron muertos, y
restar respaldo a Juan Ignacio Cañiuquir, el lider boroga manifiestamente renuente a
acercarse a los cristianos 55 .

retiró por completo a la vida privada en Chile, instalándose en la región del Ñuble, donde moriría siendo
ya muy anciano.
55
Silvia Ratto ha elaborado un estimulante trabajo sobre la matanza de Masalle y el ocaso del grupo
Borogano, apartándose de la interpretación de Grau (ver Ratto 1996).

40
11.

Este acontecimiento fue el principio del desmembramiento de un grupo que por


muchos años había sido uno de los más fuertes instalados en la llanura del Este.
Solamente Cañiuquir, la cabeza visible del sector boroga más proclive a aliarse a los
Ranqueles, hizo esfuerzos por mantenerse en Salinas Grandes, pero desde Bahía Blanca
fue invadido por fuerzas que encabezaba Francisco Sosa –conocido como Pancho, el
Ñato o Pancho Sosa-, quien luego de incorporar a sus tropas un núcleo numeroso de
los propios Boroganos bien predispuestos hacia el gobierno provincial, destruyó a los
restantes en dos ataques sucesivos.

Rosas reprochó enérgicamente a Sosa su proceder, en una famosa carta (31 de


diciembre de 1834, en AGN. X-24, 8, 6), desplegando una vasta argumentación a favor
de la conveniencia de mantener un grupo aliado en un punto de superlativa importancia
estratégica como las Salinas, para controlar con su ayuda eventuales ingresos de
indígenas hostiles a las estancias y dependencias de la frontera, y explicándole los
riesgos y peligros de una intervención que potenciaría las vendettas y malones ya en
ciernes a partir de las muertes de Masalle.

Los años 1834 a 1836 fueron de una terrible y persistente violencia, que alcanzó
no solamente a los indígenas hostiles al gobierno provincial, sino también a los indios
amigos. Los Ranqueles estaban en esos años reducidos a su mínima expresión:
“...comían pasas y otras frutas silvestres...” (Oficio del Comandante de la Fortaleza
Protectora Argentina al gobierno, 29 abril 1839 en AGN. X-25, 7, 1). Un indio amigo
cautivo de los caciques Pichun y Paine, decía de ambos: “...están en suma pobreza que
no tienen qué comer...” (Declaración del capitanejo Lelfiao [Calfiau], 15 mayo 1839, en
AGN. X-25, 6, 6).

Pero aún cuando las pasaban negras, ni los Ranqueles, ni los Boroganos de
Cañiuquir aminoraban su reluctancia. Finalmente, en marzo de 1836, Francisco Sosa y
Don Venancio dieron un fuerte golpe a los Borogas, atacándolos en Arroyo del Pescado.

41
La matanza fue muy grande -lo mismo que el arrebato de familias y mujeres- e incluyó
el degüello de Juan Cañiuquir, cuya cabeza se exhibió en una pica 56 .

En el invierno de 1836, el conflicto con los Boroganos tuvo otra remezón, con
el homicidio de Koñwepan en Bahía Blanca. Una fracción de sobrevivientes
acompañados de aliados Ranqueles y con la complacencia de gente incorporada al
propio grupo de Venancio, organizó un tautulun en su contra. Esta vez, la causa
inmediata de la incursión fue la demora en entregar las familias y mujeres capturadas en
las expediciones previas de ese mismo año y del anterior, y retenidas bajo su control por
el cacique amigo, pese a que Rosas le había indicado que las devolviese para calmar las
aguas.

Las desapariciones de Rondeau y Melín en Masalle (septiembre de 1834) y de


tres líderes de los soldados étnicos que se encontraban entre los más importantes para la
provincia, sucedidas en un corto lapso –a saber, los homicidios de Venancio (agosto de
1836) y de Santiago Llanquelen (degollado por los Ranqueles en abril o mayo de 1838),
y el deceso de Juan Cachul, muerto de enfermedad en febrero de 1839- incidieron en
forma negativa sobre la política indígena de Rosas, privándolo de sus apoyos
principales. El fallecimiento accidental de Pancho Sosa, también en 1836, le restó la
colaboración de su máximo operador de choque en el sudoeste bonaerense, mientras
que una úlcera estomacal aminoraba progresivamente en esos años las fuerzas de Juan
Catriel, el Viejo, e impedía que este cacique, no el único pero sí el más conspicuo
sobreviviente de los Pampas amigos y persona de toda confianza para el gobernador, se
hiciera cargo de la responsabilidad que en otras circunstancias se le hubiera exigido
para solucionar la grave situación planteada.

Razón había tenido Juan Manuel, cuando amonestó a Francisco Sosa. La cola
que trajeron sus irreflexivos ataques eslabonados con las muertes del Médano de
Masalle, fue muy larga. Los años posteriores hasta aproximadamente 1840

56
Esta expedición punitiva, no obstante la justificación posterior de Rosas, alegando que había sido
necesaria “...para terminar [con las] maldades...” de Cañiuquir (Carta de Rosas a los Caciques Catriel y
Cachul, en AGN. X-25, 2, 5, citada en Bernal 1997: 61), parece, sin embargo, haber estado
principalmente motivada por el encono personal que Pancho Sosa tenía hacia el cacique borogano,
revelado por las reiteradas quejas presentadas al gobernador, donde le comunicaba su altiva conducta, la
renuencia a aceptar órdenes y la persistencia en mantener tratos con los Ranqueles (ver, por ejemplo, sus
cartas a Rosas del 11 noviembre 1834, en AGN. X-24, 8, 6; y del 11 marzo 1836, en AGN. X-25, 3, 2).

42
constituyeron un lapso de continuos ingresos de numerosos contingentes de indígenas
trasandinos y cordilleranos que, a veces llamados por los Boroganos, otras lanzados por
su propia cuenta, aunque frecuentemente aliados con ellos y los Ranqueles, avanzaban
contra las estancias y dependencias fronterizas, arrebataban ganado y otros bienes en
cantidades importantes, y cautivaban mujeres y niños.

Por lo general, luego de la distribución del botín, quienes provenían de


Araucanía o de los Andes retornaban a sus territorios de origen y, en consecuencia, las
expediciones punitivas recaían una y otra vez sobre los indígenas asentados en la pampa
centro-occidental, a quienes las continuas agresiones debilitaban paulatinamente. Se
reiteraba una situación que ya había afectado a los naturales de la región a lo largo de la
década de 1820: estaban colocados entre la espada del castigo motivado por su
participación en los malones y la pared de sus pedidos de colaboración a aliados extra-
regionales, o sus concesiones a las exigencias de estos. Si se resistían a las demandas de
ayuda, provocaban la reacción violenta de los incursores; pero si no los convocaban,
sus fuerzas eran insuficientes para continuar la guerra; y en todos los casos, se exponían
a las represalias gubernamentales, suficientes para llegar hasta ellos, pero no para
alcanzar a los que se retiraban rápidamente con su parte.

Dos acontecimientos de naturaleza muy distinta pero circunstancialmente


articulados entre sí introdujeron variantes importantes en este panorama.

Por un lado, fueron tomando cuerpo las negociaciones iniciadas con Juan
Kallfukura, su hermano Namunkura y otros caciques que intermitentemente habían
estado operando en la región, como mínimo a partir de 1834 -cuyas trayectorias en
estos años todavía esperan un estudio específico- y que culminarán, hacia 1840, con su
instalación en Salinas Grandes, instalación que Rosas alentó y consintió, para alcanzar
nuevamente su viejo objetivo de interponer un grupo a la entrada de la llanura
herbácea, con capacidad como para representar una valla frente a los Ranqueles y un
control del tránsito de indígenas extra-regionales que pretendiesen acceder a la pampa
oriental, utilizando el Camino de los Chilenos.

El acuerdo con Kallfukura parece haber sido aproximadamente contemporáneo


de otro que se verificó con Chokori y su hermano Cheuketa, instalados en las Manzanas.

43
Es probable -y este asunto demandará también un tratamiento particular- que, como lo
sugieren los lazos de parentesco, hayan existido acuerdos inter-tribales todavía
deficientemente conocidos que contribuirían a explicar esa sincronía. Por lo pronto,
sabemos que, desde 1836, en el ámbito mesetario y cordillerano nord-patagónico,
Kallfukura y Namuncura mantenían contactos con Cheuketa y Chokori, y que todos
ellos, aunque particularmente los últimos, se comunicaban con el gobernador de Buenos
Aires, a través del Comandante de Carmen de Patagones, por intermedio de los caciques
Tehuelche Chagallo y Malacau, instalados sobre el Río Negro (Cartas del Comandante
de Patagones al Edecán de Rosas, general Manuel Corvalán, fechadas en enero y junio
de 1836, en AGN. X 25, 3, 1).

Por otro, los múltiples frentes políticos extra-indígenas de Rosas se complicaron


y aumentaron en número con el comienzo de la gran crisis del sistema federal (Halperin
Donghi 1980: 354 ss) que, iniciada en 1838, alcanzaría su primer climax en 1840,
cuando Lavalle, en un alarmante contexto que incluía descontentos y rebeliones
provinciales sumadas al bloqueo francés, partió desde Martín García hacia el Litoral. El
cúmulo de problemas que exigían la atención del gobernador influyó en las decisiones
que tomó con respecto a los naturales durante los años finales de la década de 1830 y
principios del decenio siguiente, cuyo resultado sería un potenciamiento de las
condiciones que darán lugar a las grandes jefaturas de mediados de siglo.

12.

Esperamos que los lectores, luego de compulsar los datos y las argumentaciones
desarrolladas, encuentren justificadas las siguientes conclusiones:

El contacto de las sociedades indígenas con sociedades estatales se tradujo en


una serie de modificaciones y trasformaciones que, en los casos y durante el lapso aquí
considerados, se expresaron en sustanciales variantes en la forma de concebir y ejercer
el poder, y en una alteración de las pautas guerreras que llevaron a la conformación de
zonas tribales, áreas en las que se verificó un incremento de la violencia armada
colectiva, de manera que los tres tipos tradicionales de conflictos se integraron con
frecuencia en un continuo que pasaba rápidamente de un nivel al siguiente, y

44
desembocaba en la gestión de guerras prolongadas de máxima escala y de alta
intensidad, en las que las culturas militares 57 de los contendientes alcanzaron novedosas
formas combinatorias, percibiéndose la importancia del uso de armas de fuego operadas
por cristianos y de la caballería indígena.

La conformación de circuitos de intercambio que involucraban las Pampas y


Araucanía, particularmente durante los siglos XVIII y XIX, despertaron las ambiciones
de jefes y grupos por participar en ellos, desarrollándose conflictos bélicos como los
descriptos, para alcanzar hegemonías sub-regionales y regionales.

En la mayoría de los casos, estas guerras estuvieron protagonizadas por


indígenas cisandinos, montañeses y trasandinos y, por lo tanto, la manera más adecuada
de comprenderlas consiste en examinar en su conjunto fuentes provenientes de ambas
vertientes de la cordillera, recurso al que hemos echado mano en este trabajo. Y no, por
cierto, desde una perspectiva que coloque predominantemente en el centro de la escena
el accionar de hispano criollos y criollos, sino desde un punto de vista que, excediendo
el ámbito de la historia fronteriza propiamente dicha y aunque reconociendo
importancia a la intervención de las sociedades estatales, preste atención preferencial a
los componentes nativos y procure comprender sus propias motivaciones sin reducirlos
a una posición satelitaria en órbita con respecto a aquellas.

En este orden de ideas y con la finalidad de avanzar en una periodización del


segmento temporal expresado, proponemos la existencia de cuatro fases que comienzan
hacia mediados de la segunda mitad del siglo XVIII y concluyen a principios de la
década de 1840.

En la primera de ellas, los Pewenche de Malargüe se involucraron en una guerra


con los Huilliche ciscordilleranos. Ambos arribaron casi en la misma época al espacio
surcuyano y neuquino meridional, respectivamente, los primeros a costa de una cruenta
lucha con los Puelche de Cuyo y los segundos favorecidos por relaciones de parentesco

57
Utilizamos el término en el sentido que le asigna Adam Hirsch: “In fact, the ways of war constituted
distinct elements of the cultures colliding in the New World. European colonist and native Indians alike
devoted much attention to the practice of war, and each brought to the battlefield an elaborate code of
martial culture. Those codes expresed ‘the military culture’ of each people, encompassing all attitudes,

45
existentes con indígenas del Limay. El nucleo del conflicto consistió en el control de
los pasos andinos inmediatos, acompañado de una expansión huilliche hacia Mamil
Mapu, a partir de sus emplazamientos iniciales en los altos de aquel río. La persistencia
de la alianza de los Huilliche con los Llanistas y su pronunciada beligerancia e
irreductibilidad determinaron la intervención colonial a favor de los Pewenche
malalquinos, verificándose una derrota de los Huilliche hacia fines de la década de
1780. En esta oportunidad, la administración imperial instaló por plazos breves, en el
interior de las reducciones pewenche, pequeños grupos de operadores de armas de fuego
y piezas de artillería que tuvieron un decisivo papel bélico.

La violencia de esta lucha y del enfrentamiento subsiguiente con los de Balbarco


dejó exhaustos a todos los Pewenche cisandinos, cuya demografía experimentó drásticas
reducciones, produciéndose el abandono de las porciones australes de sus territorios,
mientras crecía la entidad de los Ranqueles, un grupo de etnogénesis reciente instalado
en el País del Monte e integrado sobre todo por componentes Huilliche, Llanistas, e
incluso Puelche surcuyanos y aún Pewenche.

La fase siguiente se inicia a principios del siglo XIX y se caracterizó, en primer


término, por el drástico desalojo de los Tehuelche de las cuencas de los Ríos Colorado
y Negro, protagonizado por indígenas del Sur neuquino, nuevamente con auxilio de
armas de fuego operadas por tiradores cristianos que los acompañaban. Estos pasaron a
controlar un área que concentra rastrilladas vinculatorias de la llanura del Este con la
cordillera y Chile, con Patagonia central y meridional y con la región cuyana. En
segundo lugar y durante el desarrollo de la Guerra a Muerte en Araucanía, volvieron a
enfrentarse por el control de los pasos cordilleranos del Neuquén, grupos Pewenche en
alianza con los independentistas, y grupos Huilliche y Llanistas coaligados con
montoneras realistas.

Alejadas estas últimas de la cordillera en 1826, el epicentro de los conflictos se


trasladó progresivamente hacia el Este, abriéndose una tercera fase. En 1830, los
indígenas instalados en el Suroeste de la Provincia de Buenos Aires –con el respaldo de
los grupos del Limay- se enfrentaron con una poderosa alianza concertada entre

institutions, procedures, and implements of organized violence against external enemies.” (Hirsch 1988:
1187).

46
Boroganos, Ranqueles y la Vanguardia de los Pincheira, en el contexto de una situación
política que determinó la neutralidad del gobierno provincial. Los indios comarcanos
carentes del apoyo de armas de fuego, resultaron derrotados en esta guerra y perdieron
peso propio en las relaciones inter-étnicas.

La cuarta y última fase considerada incluye la desarticulación de la alianza de


los Boroganos con los Pincheira y la desaparición de estos últimos a partir de 1832. Las
campañas de 1833-34 provocaron la reinstalación de grupos Tehuelche en el Río Negro,
el desmembramiento de los Borogas y un notorio debilitamiento de los Ranqueles. Los
violentos enfrentamientos inter-étnicos del lapso 1834-1836, sumados al deterioro de
los apoyos del gobierno provincial entre los indios amigos, en momentos en que se
complicaba notablemente la situación nacional e internacional, crearon las condiciones
para iniciar distintas tratativas. Por un lado, con Juan Kallfukura, surgido del sector
cordillerano del Sur de Neuquén, que darán lugar a su prolongada instalación en Salinas
Grandes, sobre los accesos a la Pampa oriental. Por otro, con Chokori y Cheuketa,
líderes de los grupos del Limay, echándose de esta forma las bases del posterior
cacicazgo de las Manzanas, que controlará las rastrilladas de las cuencas altas de los
Ríos Colorado y Negro y los pasos que comunican con el espacio trasandino.

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la Capital de Buenos Aires y Santa Fe: el número que gobierna cada uno y de los
lugares y aguadas que ocupan, y distancia los cuales se hallan situados sobre los
caminos hollados; el de las Víboras descubierto por el Coronel D. José Benito de Acosta
y el maestre de campo D. Ventura Montoya en la expedición que se hizo el año de 76, y
el nuevamente descubierto llamado el de las Tunas, por los maestres de campo..., en la
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Gladys Varela y Carla Manara1

El propósito de este trabajo consiste en mostrar el estado de avance de nuestras


investigaciones en torno a las relaciones interétnicas en las fronteras meridionales de
América del Sur y los factores que incidieron en su transformación, teniendo en cuenta
los cambios producidos a partir de la transición de la etapa colonial a la republicana,
avanzando hacia las últimas décadas del siglo XIX. Antes de entrar en tema, resulta
oportuno hacer una revisión de los aportes historiográficos actuales sobre el mismo.

El legado historiográfico

La historiografía tanto argentina como chilena presentaba hasta hace algunos años
un predominio de enfoques parciales y poco críticos sobre estos temas. Esta desarticulación
sumada a ciertos vacíos interpretativos dificultaba la reconstrucción del proceso en todas
sus partes. Los recortes impuestos obstaculizaban la percepción de algunas problemáticas
fundamentales, que mucho tienen que ver con las relaciones interétnicas.

Todavía hoy existe una marcada tendencia historiográfica a centrar las


explicaciones desde los centros de poder de Argentina y Chile, sin considerar
suficientemente las implicancias de la compleja realidad de las fronteras, donde las
relaciones interétnicas adquirieron su propia dinámica, incidiendo de hecho sobre las
políticas dominantes.

En Chile, durante la década de los ochenta, se desarrolló toda una corriente


historiográfica, que sentó las bases sobre los estudios fronterizos y las relaciones en la

1
Docentes e Investigadoras del Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, UNCo. Correo
Electrónico: Gladys Varela: rfernan@arnet.com.ar; Carla Manara: Carla Manara:
cmanara@neunet.com.ar

1
frontera, siendo Sergio Villalobos 2 el más destacado representante. Su aporte
contribuyó a modificar la visión tradicional sobre la llamada "guerra de Arauco",
demostrando que desde el siglo XVII, las relaciones pacíficas habrían predominado
sobre los encuentros bélicos. Sus trabajos, fueron el punto de partida para nuevas
investigaciones como las de Holdenis Casanova Guarda 3 ; Jorge Pinto Rodríguez 4 ; Luz
M. Méndez Beltrán 5 ; Horacio Zapater 6 y Leonardo León Solís 7 quienes ampliaron las
bases para comprender la dinámica fronteriza durante los tres siglos de la etapa
colonial.

Desde otra perspectiva y haciendo un análisis más sociológico y también


testimonial, José Bengoa 8 , intentó rescatar una "historia olvidada, negada, silenciada
por nuestras culturas intolerantes", recurriendo no sólo a los documentos de la época,
sino también, a la tradición oral, utilizando a los sobrevivientes, descendientes del
holocausto, para narrar los encuentros y desencuentros desde la conquista hasta la
actualidad.

2
Villalobos, Sergio: Tres siglos y medio de vida fronteriza; en S. Villalobos y otros, Relaciones
fronterizas en la Araucanía. Santiago, Ed. Universidad Católica de Chile, 1982; Villalobos, S y Pinto R,
J: Araucanía. Temas de historia fronteriza. Temuco, Ed. Universidad de la Frontera, 1985; Villalobos S.
Los Pehuenche en la vida fronteriza. Santiago, Ed. Universidad Católica de Chile, 1989 y La vida
fronteriza en Chile. Santiago, Ed. Mapfre, 1992.
3
Casanova Guarda, Holdenis: Las rebeliones araucanas del siglo XVIII. Mito y realidad. Temuco, Ed.
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Propaganda Fide de Chillán; en Misioneros en la Araucanía, 1600-1900. Temuco, Chile, Ed. Universidad
de la Frontera, 1988.
4
Villalobos, S. y Pinto R. J. (Comp.) Araucanía, Temas de historia fronteriza. Temuco, Ed. Universidad
de la Frontera, 1985 y Pinto Rodríguez, Jorge: Frontera, misiones y misioneros en Chile y Araucanía,
1600-1900; en J. Pinto y otros, Misioneros en la Araucanía, 1600-1900. Temuco, Ed. Universidad de la
Frontera, 1988.
5
Méndez Beltrán, Luz. M: La organización de los parlamentos de indios en el siglo XVIII; en S.
Villalobos y otros, Relaciones fronterizas en la Araucanía. Santiago, Universidad Católica de Chile,
1982.
6
Zapater, Horacio: La expansión Araucana en los siglos XVIII y XIX; en S. Villalobos y otros,
Relaciones Fronterizas en la Araucanía. Santiago, Ed. Universidad Católica de Chile, 1982 y Parlamentos
de paz en la Guerra de Arauco, 1612-1616; en S. Villalobos y J. Pinto R. (Comp.) Araucanía, Temas de
historia fronteriza. Temuco, Ed. Universidad de la Frontera, 1985.
7
León Solís, Leonardo: La corona española y las guerras intestinas entre los indígenas de Araucanía,
Patagonia y las Pampas; en Nueva Historia, Año II, Nº 5, Londres, 1982; Las invasiones indígenas contra
las localidades fronterizas de Buenos Aires, Cuyo y Chile, 1700-1800; en Boletín Americanista,
Universidad de Barcelona, Nº 36, 1986 y Maloqueros y conchavadores en Araucanía y las pampas,
1700-1800, Temuco, Ed. Universidad de la Frontera, 1990.
8
Bengoa, José: Historia del pueblo Mapuche. Siglos XIX y XX. Santiago de Chile, Ed. Sur, 1985 y
Conquista y barbarie. Santiago, Ed. Sur, 1992.

2
Dentro del primer grupo de historiadores chilenos mencionados y ya en la
década de los noventa, el historiador Jorge Pinto Rodríguez 9 , continuó profundizando el
análisis del mundo fronterizo de Araucanía y Pampas, pero adentrándose esta vez en
temas de la etapa republicana. Según el autor, la nueva ideología del siglo XIX de fuerte
contenido antiindigenista, asumió una postura muy negativa con respecto al nativo, que
culminó con la invasión y ocupación de la Araucanía, donde primaron los proyectos de
reemplazo del pueblo mapuche por colonos extranjeros, para terminar con el problema
de la soberanía nacional entre el Bío Bío y el Toltén, empresa que el proindigenismo,
muy débil, no pudo torcer.

Paralelamente en Argentina, los avances renovados de Raúl. Mandrini 10 , sobre


las sociedades indígenas de las Pampas en el siglo XIX, proporcionaron una nueva
reinterpretación de las fuentes clásicas, destacando fundamentalmente los procesos de
complejización social y económica de los grupos indígenas en los años previos a la
campaña militar, aportando nuevos enfoques sobre los grupos nativos de las Pampas y
su relación con los de Nordpatagonia y Araucanía.

9
Pinto Rodríguez, Jorge: Crisis económica y expansión territorial: la ocupación de la Araucanía en la
segunda mitad del siglo XIX; en Estudios Sociales Nro. 72, Santiago, Corporación de Promoción
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siglo XIX. En: Bonilla, Heraclio y Guerrero, Amado (editores), Los pueblos campesinos de las Américas.
Etnicidad, cultura e historia en el siglo XIX. Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, 1996,
pp.137-153; Del antiindigenismo al proindigenismo en Chile en el siglo XIX; en J. P. Rodríguez (Comp.)
Del discurso colonial al proindigenismo. Temuco, Ed. Universidad de la Frontera, 1997; Araucanía y
Pampas. Una economía fronteriza del siglo XVIII. MS, elaborado en el marco del Proyecto de
Investigación "Articulaciones económicas de un espacio fronterizo. Araucanía y pampas en los siglos
XVII y XVIII". Temuco, Universidad de la Frontera, 1998; Mapuche, colonos nacionales y colonos
extranjeros en la Araucanía. Conflictos y movilizaciones en el siglo XIX. MS, elaborado en el marco del
Proyecto de Investigación "Estado, nación y mundo indígena, Chile y Argentina en el siglo XIX".
Temuco, FONDECYT, 1998 y De la inclusión a la exclusión. La formación del estado, la nación y el
pueblo mapuche. Santiago, Colección IDEA, 2000.
10
Mandrini, Raúl: Los araucanos de las pampas en el siglo XIX. Buenos Aires, CEAL, 1984; La base
económica de los cacicatos araucanos del actual territorio argentino (siglo XIX); en VI Jornadas de
Historia Económica, Vaquerías, Córdoba, 1984; La economía indígena de la región pampeana y sus
adyacencias en el siglo XIX. Buenos Aires, CONICET, 1986; Notas sobre el desarrollo de una economía
pastoril entre los indígenas del suroeste bonaerense (fines del siglo XVIII y comienzos del XIX); en VIII
Jornadas de Historia Económica, Tandil, 1986; La agricultura indígena de la región pampeana y sus
adyacencias (siglos XVIII y XIX); en Anuario del IEHS, Nro. 1, 1986; Desarrollo de una sociedad
indígena pastoril en el área interserrana bonaerense; en Anuario del IEHS, Nro. 2, Tandil, 1987; Raúl
Mandrini y Sara Ortelli: Volver al país de los Araucanos. Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1992 y Las
fronteras y la sociedad indígena en el ámbito pampeano; en Anuario del IEHS, Nro. 12, Tandil, 1997, pp
23-34.

3
En los últimos años dentro de la misma temática y en el área que nos ocupa, las
publicaciones y ponencias, presentadas en simposios de la especialidad, por Martha
Bechis 11 , Daniel Villar, Juan Francisco Jiménez 12 y Silvia Ratto 13 , constituyen un
aporte relevante cuando se intenta abordar temas tales como: las relaciones interétnicas
durante la formación de los estados nacionales chileno y argentino, la política indígena
desarrollada por Rosas, las entradas de caciques araucanos y las estrategias de
negociación con las autoridades provinciales o con otros grupos indígenas, entre otros.

En esta línea de investigación, aunque con una perspectiva diferente, podemos


citar los trabajos de Miguel A. Palermo 14 y de Carlos Mayo 15 , este último analizando
fundamentalmente temas relacionados con la frontera bonaerense.

11
Bechis, Martha: Interethnic Relations during the Period of Nation-State Formation in Chile and
Argentina: from Sovereign to Ethnic. Ann Arbor, University Microfilms International, 1984; Los
lideratos políticos en el área araucano-pampeana en el siglo XIX: ¿autoridad o poder?; en I Congreso
Internacional de Etnohistoria, Univ. de Bs. As., 1989; Manipulaciones de Rosas en la Araucanía (1829-
1831); en Boletín de Historia y Geografía, Nro. 13. Santiago, Universidad Católica Blas Cañas, 1997, pp.
49-68; De hermanos a enemigos: los comienzos del conflicto entre los criollos republicanos y los
aborígenes de área arauco-pampeana, 1814-1818; en Bandieri, S. (Coordinadora) Cruzando la cordillera.
La frontera argentino-chilena como espacio social. Neuquén, CEHIR, Universidad Nacional del
Comahue, 2001.
12
Villar, Daniel (Editor): Relaciones inter-étnicas en el Sur bonaerense. 1810-1830. Bahía Blanca, Univ.
Nac. del Sur y Univ. del Centro de la Pcia. de Buenos Aires, 1998. Villar, Daniel y Jiménez, Juan
Francisco: Aindiados, indígenas y política en la frontera bonaerense (1827-1830); en Quinto Sol, Revista
de Historia Regional. Nro. 1, Santa Rosa, 1997; Yo mando en este campo. Conflictos inter-tribales en los
Andes meridionales y pampas durante los años de la guerra a muerte; en Bandieri, S. (Coordinadora)
Cruzando la cordillera, op. cit. "Róbanse las indias y cholillos". Conflictos inter-tribales y cautiverio
intra-étnico en los Andes Meridionales. Segunda mitad del siglo XVIII. VII Jornadas Interescuelas/
Departamentos de Historia, Neuquén, 22 al 24 de setiembre de 1999.
13
Ratto, Silvia: El negocio pacífico de indios: la frontera bonaerense durante el gobierno de Rosas; en
Siglo XIX, Nº 15, México, 1994, pp. 27-47; Conflictos y armonías en la frontera bonaerense.1834-1840;
en Entrepasados, Revista de Historia Nº 11, 1996, pp. 21-34 y Relaciones interétnicas en el Sur
bonaerense, 1810-1830. Indígenas y criollos en la conformación del espacio fronterizo; en Relaciones
inter-étnicas en el Sur bonaerense, op. cit., pp.19-47.
14
Palermo, Miguel Ängel: Reflexiones sobre el llamado complejo ecuestre en la Argentina; en RUNA,
vol. XVI, Buenos Aires, 1986 y La innovación agropecuaria, entre los indígenas pampeano-patagónicos.
Génesis y procesos; en Anuario del IEHS, Nro. 3, Tandil, 1988 y Los indios de las pampas (1993); Los
Tehuelches (1991), Buenos Aires, Coquen Grupo Editor, Libros de Qirquincho, Colección La otra
Historia.
15
Mayo, Carlos: El cautiverio y sus funciones en una sociedad de frontera. El caso de Buenos Aires,
1750- 1810; en Revista de Indias, Vol. XLV, Madrid, pp. 235-243, 1985; Estancia y sociedad en la
Pampa, 1740-1820. Buenos Aires, Biblos, 1995 y Mayo, Carlos y Latrubesse, Amalia: Terratenientes,
soldados y cautivos. La frontera 1736-1815. Buenos Aires, Biblos, 1998.

4
Dentro de la comprensión de la dinámica del poblamiento indígena histórico y
desde el campo etnológico, la obra de Rodolfo Casamiquela 16 se constituye, sin duda,
en un material de consulta obligatoria, cuando se intenta comprender el complejo
proceso de araucanización producido en las primeras décadas del siglo XIX, época en
que numerosos contingentes de araucanos se instalaron en las pampas. Asegura, que
antes de esa fecha, sólo puede hablarse de influencias culturales de los habitantes de la
Araucanía y serán precisamente los indígenas cordilleranos instalados en Neuquén, los
transmisores de la cultura de allende los Andes. Para dicho autor este proceso fue
precedido por el que denomina tehuelchización, de gran incidencia en la dinámica
poblacional del sur neuquino.

Desde el campo de la antropología, a partir de su tesis doctoral, Lidia Nacuzzi,


continuó profundizando en el mundo tehuelche, presentando un modelo de dinámica
étnica, basado en la identificación de los componentes culturales de las poblaciones
nativas que habitaban en las cercanías de la desembocadura del río Negro, en el
momento de la fundación de Carmen de Patagones (1779). Alejándose de las
tradicionales adscripciones macro-étnicas, se ha ocupado de pequeños grupos,
identificados por los nombres de sus caciques, tratando de fijar límites territoriales y
temporales, analizando también el intenso intercambio de bienes con el fuerte.

Al analizar los aportes historiográficos de Chile y Argentina, observamos que


muchos aspectos de las relaciones fronterizas ligadas al espacio neuquino, no habían
sido abordados puntualmente. El hallazgo de un sitio arqueológico localizado en Caepe
Malal 17 al norte de Neuquén, fue el punto de partida de nuestras investigaciones. La
abundante información arqueológica, sumada a una nueva reinterpretación de fuentes
clásicas relacionadas especialmente con el mundo pehuenche nos permitió avanzar

16
Casamiquela, Rodolfo: Bosquejo de una Etnología de la Provincia de Neuquén. Buenos Aires, Ed. La
Guillotina, 1995; El otro lado de los viajes. Buenos Aires, Ed. Universitaria de la Patagonia, 1993;
Bosquejo de una Etnología de la Provincia de Río Negro. Viedma, Ministerio de Educación y Cultura,
Fundación Ameghino, 1985 y El Linaje de los Yanquetruz. Confirmación genealógica de la presencia-
en época histórica- del sustrato pan-tehuelche en el área pampeana. MS, entre otros.
17
Hajduk, Adán y Biset Ana María: Principales características del sitio arqueológico de Caepe Malal I,
valle del Río Curileuvú- Departamento Chos Malal (Pcia de Neuquén); en Arqueología y Etnohistoria de
la Patagonia Septentrional. Cuadernos de Investigación del IEHS, Universidad Nacional del Centro de
la Pcia. de Buenos Aires, 1991.

5
sobre esos espacios vacíos de información.

Una perspectiva de análisis

Para el abordaje del tema, una preocupación constante, ha sido detectar los
cambios, los conflictos y las estrategias adaptativas de los grupos indígenas en directa
vinculación con los centros de poder, primero el colonial y luego el republicano.

Partimos de la idea de que las fronteras surandinas, constituyen en sí mismas un


centro de estudio y no tan sólo una región marginal de los centros hegemónicos.
Alejándonos de la mirada clásica desde las capitales políticas y económicas como
Buenos Aires y Santiago, partiremos de un estudio regional, sin perder contacto con un
ámbito mayor, nacional e internacional.

El análisis fue abordado desde una perspectiva más amplia de la que supone el
concepto de relaciones fronterizas, considerando que éstas estarían limitadas por la
existencia de una línea de frontera y por un marco temporal específico que culminaría a
fines del siglo XIX con la desaparición de dicha frontera. Intentamos alejarnos de la
visión tradicional que presupone, que la dinámica de las relaciones interétnicas, estuvo
siempre generada por el blanco y marcada por la imposición del más fuerte sobre el más
débil. Las relaciones interétnicas no pueden entenderse en su total magnitud sino
conocemos la dinámica interna, las transformaciones, los conflictos y las estrategias de
cada uno de los grupos étnicos que estuvieron en contacto 18 . Esta articulación nos
permitió comprender mejor la construcción de una intrincada red de vínculos que

18
Foerster, R y Vergara, J: ¿Relaciones interétnicas o relaciones fronterizas?; en Revista de Historia
Indígena Nro. 1, Santiago, Universidad de Santiago, 1996, pp. 9-33. Una nueva corriente que presenta
una postura crítica a los supuestos teóricos de S. Villalobos, surge con los trabajos de R. Foester y J.
Vergara. Estos autores, si bien le reconocen a Villalobos haber modificado sustancialmente la
historiografía de la Araucanía, superando el mero análisis de la frontera militar y el "mito" de la guerra,
no acuerdan con él en el enfoque teórico-metodológico. Consideran que el concepto de relaciones
fronterizas es limitado al suponer la existencia física de una frontera y un límite temporal para fines del
siglo XIX; proponen a cambio, el de las relaciones interétnicas -libres de estos supuestos- las que se
iniciarían en el mismo momento de la llegada del español y perdurarían hasta la actualidad.

6
dinamizaron la frontera. Desde esta perspectiva las relaciones interétnicas iniciadas en
el siglo XVI, se prolongan y transforman en el tiempo, incluso hasta nuestros días.

Dejando de lado la concepción de que la cultura dominante fue la de los


conquistadores, pretendemos demostrar que, durante toda la etapa colonial y comienzos
de la republicana, hubo traspasos culturales en sentido inverso. Sólo así puede
entenderse por ejemplo que los fuertes de la línea de frontera, hayan podido sobrevivir
en un medio tan hostil.

En estas áreas fronterizas, la convivencia de hispano-criollos e indígenas generó


un espacio de influencias mutuas, donde se desdibuja el rol de los dominadores y el de
los dominados. La búsqueda permanente de mecanismos de negociación conveniente
para ambas partes, transcurrió entre períodos de paz alternados con períodos de
violencia.

Resulta así significativo profundizar en el proceso de las transformaciones


históricas de las relaciones, destacando dos aspectos fundamentales. Primero, reconocer
que la sociedad indígena objeto de nuestro estudio, no se encontraba sometida al mundo
hispano-criollo. Ni el comercio, ni los acuerdos habían hecho perder la autonomía y la
capacidad de gobierno propio de los nativos que presentaron una gran resistencia para
mantener su identidad cultural. Queda claro que las explicaciones se enriquecen a partir de
conocer la interacción entre ambas sociedades, superando los clásicos roles de
conquistadores y conquistados, superiores e inferiores. La permanente relación entre
ambas, no fue sólo producto de las circunstancias sino un requisito indispensable para la
negociación y una obligada necesidad para posicionarse una frente a la otra.

En segundo lugar, nuestra mirada y punto de partida ha sido siempre el territorio


neuquino, integrado a un espacio mayor, formado por la Araucanía, las Pampas y el
resto de la Patagonia argentina. A partir de este espacio articulado, Neuquén, adquiere
connotaciones muy significativas al presentarse como un nudo de caminos entre

7
Argentina y Chile, un área de ricos recursos naturales para el pastoreo de animales y un
lugar de reaseguro para todos aquellos que buscaran protección en estas tierras.

Una nueva propuesta de periodización

En cuanto a la periodización, hemos detectado con claridad cuatro etapas que no


necesariamente coinciden con los cortes tradicionales aportadas por la historiografía oficial.
La primera comprende los finales del siglo XVIII con las reformas borbónicas y se
prolongaría en el tiempo mucho más allá de las revoluciones independentistas. Desde
nuestra óptica, los sucesos de 1810 no transformaron abruptamente la situación anterior
sino que plantearon una compleja transición política en cuyo marco las transformaciones
fueron muy lentas y más conflictivas de lo que usualmente se infiere. Las herencias
coloniales convivieron con las ideas revolucionarias durante algunas décadas, generando
un intrincado escenario que creímos propicio analizar para buscar nuevas respuestas. Las
guerras de la independencia produjeron algunos cambios, pero no al punto de
desestructurar las pautas tradicionales. Como demostraremos más adelante, la resistencia
realista que se instaló en Neuquén a partir de la segunda década del XIX, si bien produjo
algunos cambios, no fue un elemento desestabilizador de las relaciones en las fronteras, por
lo menos hasta 1832, con la rendición final del último caudillo realista.

La segunda etapa comenzaría, cuando vencida la guerrilla liderada por los


hermanos Pincheira, el este cordillerano se convirtió en el escenario propicio para el
tránsito de malones rumbo a las pampas argentinas, organizados por oficiales
pertenecientes al ejército chileno, que movilizaban a indios y mestizos para tal fin hasta
bien avanzada la década del cincuenta.

La tercer etapa se iniciaría con el fortalecimiento de algunos caciques que, con total
independencia de los oficiales chilenos, ejercieron su autoridad sobre los grupos indígenas
del este cordillerano y sentaron las bases de reconocidos cacicatos que negociaron y
pactaron con los gobiernos de Argentina y Chile.

8
La última etapa comprende las campañas militares emprendidas por los gobiernos
de ambos países, con el objeto de incorporar las tierras indígenas al estado nacional,
provocando la desestructuración del mundo nativo y la desestabilización del espacio
fronterizo analizado.

Las Relaciones interétnicas a la luz de las reformas borbónicas.

Para la segunda mitad del siglo XVIII, las fronteras de América pasaron a ser una
preocupación central en el marco de la política reformista de los Borbones. La nueva
política se esmeró en conseguir la lealtad de los indígenas hasta entonces no sometidos. Al
mismo tiempo los funcionarios borbónicos formados en los principios de la ilustración, y
en especial durante el reinado de Carlos III, trataron de adoptar una política que garantizara
el aumento de los ingresos de la corona y un mayor conocimiento de las posesiones sobre
las que menos conocía.

Los Habsburgos y los primeros Borbones no habían tenido especial interés en


conquistar tierras de indios semi-nómades y de pocos recursos. Sumirse en una guerra en
territorios de difícil geografía era una empresa de alto riesgo y poco redituable. Pero hacia
1770 se fue tornando cada vez más difícil ignorar el territorio indígena que circundaba al
imperio.

La fuerza que habían adquirido los nativos, constituía una seria amenaza para la
viabilidad económica de las colonias, así como para la integridad de los territorios. El
temor de que los indígenas se aliaran con Inglaterra - principal enemigo europeo - era una
preocupación permanente para la monarquía. Esta alianza podía facilitar a la potencia
inglesa la expansión en tierras que España nunca había ocupado efectivamente, como lo
eran las costas atlánticas y pacíficas de la Patagonia hasta el estrecho de Magallanes. Si los
extranjeros obtenían la alianza de los indígenas lograrían no sólo facilitar el contacto

9
directo, sino también la posibilidad de ocupar el territorio español.

Respondiendo a un enfoque racional y científico frente a los problemas de la vida


colonial, las periferias del imperio resultaron ser de vital importancia. En estas márgenes
los indígenas habían ido adoptando nuevos valores y habían sacado buen provecho de la
incorporación de las armas españolas y del uso del caballo. También habían aprendido a
defenderse y a reorganizarse a sí mismos en pro de sus intereses. La Corona contaba en su
haber con una intensa experiencia, acumulada desde el siglo XVI, frente a los casos de
resistencia indígena. Los chichimecas, araucanos y chiriguanos habían desafiado
seriamente la capacidad operativa de la monarquía. A partir de aquellas experiencias los
Borbones asumieron que las relaciones fronterizas requerían de una nueva modalidad.

Los acuciantes problemas económicos, la competencia de los productos americanos


y el peligro de una ocupación territorial de potencias extranjeras, eran problemas urgentes a
resolver. Lo dicho permite comprender que algunas periferias vulnerables y potencialmente
rentables se revalorizaran en las últimas décadas del siglo XVIII.

En este marco la pacificación en las regiones fronterizas constituyó un objetivo en


sí mismo. Las estrategias ofensivas, que inicialmente aplicaron los Borbones, debieron ser
lentamente reemplazadas por tácticas defensivas en virtud de la realidad imperante. Sin
embargo, en más de una oportunidad, las autoridades coloniales de Chile y Cuyo
cuestionaron las políticas pensadas desde España, advirtiendo de hecho, que las
circunstancias demandaban soluciones más drásticas que una postura netamente defensiva.
Esto se desprende de lo manifestado en 1771 por Ambrossio O'Higgins, entonces Capitán
de Caballería del Real Ejército de Chile, argumentando su total desacuerdo con la política
meramente defensiva que proponía la corona española 19 .

Buenos Aires, que hasta entonces había sido un asentamiento en los confines del

19
Ambrosio O¨Higgins se quejaba a la corona porque los Pehuenches perturbaban la paz en la frontera y
las tácticas defensivas dispuestas por la corona no eran la solución oportuna; en documento transcripto
por Gregorio Álvarez, Neuquén, Historia, Geografía y Toponimia. Bs. As., Ministerio de Cult. y Educ.
de la Nación, 1972, TI, pp. 81-83.

10
Imperio español adquirió, con la creación del Virreinato del Río de la Plata, un renovado
valor estratégico. El frente del Atlántico proporcionó un nuevo impulso para la defensa y el
desarrollo de una vasta región. Con la mirada puesta en el ámbito rioplatense, la política
borbónica se centró en tres objetivos básicos: primero, realizar un reconocimiento
geográfico de las pampas y estudios científicos orientados a conocer mejor la realidad de
los territorios del sur y de los grupos indígenas que dominaban los mismos; segundo,
buscar nuevas rutas que facilitaran la comunicación con Chile y dinamizaran el comercio y
la comunicación y tercero, fundar algunos establecimientos y fortificaciones para asegurar
la soberanía española en estas tierras frente al acecho de potencias enemigas.

No hay duda de que las décadas finales del siglo XVIII marcaron la época de
mayor acercamiento de los blancos al mundo indígena, cuando numerosos viajeros por
distintos motivos y de diferentes procedencias, penetraron en territorio nordpatagónico,
dejándonos valiosa información que nos permite reconstruir en parte, la historia de las
relaciones interétnicas de la última etapa de los Borbones.

Mientras Ambrosio O´Higgins trabajaba en pro de la pacificación y manteni-


miento del comercio en la Araucanía, ayudado por la acción desplegada por los
franciscanos del Colegio de Propaganda Fide de Chillán 20 , el gobernador y comandante
de las Fronteras de Cuyo, Francisco de Amigorena desde Mendoza, enviaba
expediciones de auxilio militar a los pehuenches neuquinos, en sus guerras intertribales
con los huilliches, tratando de cumplir las instrucciones del poder central.

Cumpliendo con los lineamientos geopolíticos de la dinastía borbónica, apenas


iniciado el siglo XIX, la búsqueda de una ruta que permitiera una más fácil y rápida
comunicación entre Chile y las Pampas llevó al alcalde de Concepción, Don Luis de la
Cruz 21 a realizar su viaje por tierras pehuenches primero y ranqueles después. Para esa
fecha los pehuenches del norte de Neuquén, que tenían un gran control sobre los pasos

20
Arriagada Cortés, Fernando E: Los Franciscanos de Chillán ante el proceso emancipador. Santiago,
Archivo Franciscano, 1992, cap. 1 al 3.

11
cordilleranos, habían perfeccionado los mecanismos de intercambio que realizaban con
fuertes y poblados chilenos para comercializar el ganado que conseguían en las Pampas.
La participación en el mercado fronterizo, los acuerdos logrados en los parlamentos 22
tanto en territorio chileno como argentino y la ayuda militar recibida para dirimir
conflictos intertribales e intratribales, colocaron a los pehuenches en un lugar de
privilegio permitiendo a las autoridades, sobre todo de Mendoza, pacificar la región.

En el marco de las innovaciones españolas, el apoyo de los pehuenches fue


necesario a la vez que estratégico. Como indios aliados asumieron el compromiso de
combatir contra los grupos enemigos de la Corona, en el marco de los parlamentos ya
señalados. Así constituyeron un freno para el avance de los araucanos controlando los
pasos fronterizos. Su adhesión a la política borbónica fue significativa para la pacificación
de una frontera conflictiva.

En la costa atlántica el peligro inminente de las ambiciones extranjeras, llevó a


Francisco de Viedma a concretar la instalación del fuerte de Carmen de Patagones en la
desembocadura del río Negro, colonia que tendría en el futuro un lugar preponderante
en las relaciones entre los nativos del sur con las autoridades de Buenos Aires.

En 1792, respondiendo a la política de reconocimiento de las tierras patagónicas,


el piloto español Francisco Villarino procedente de Patagones, navegó con gran
dificultad el río Negro, remontó el Limay, penetrando al sur de Neuquén por el río
Collón Curá, proporcionando un valioso relato de viaje y de la situación indígena que
conoció 23 .

21
Cruz, Luis de la: Viaje desde el puerto de Ballenar hasta la ciudad de Bs. As; en Pedro de Angelis
(Comp.) Colección de Obras y Documentos relativos a la historia del Río de la Plata. Bs. As., Plus
Ultra, 1969, T. II, p. 87.
22
En 1787, Amigorena organizó un parlamento a orillas del río Salado, donde se firmó un acuerdo de paz
y cooperación con los Pehuenches.
23
Basilio Villarino: Diario del Piloto de la Real Armada D. Basilio Villarino del reconocimiento que hizo
del río Negro en la costa oriental de la Patagonia el año de 1782; en Pedro de Angelis: Colección de
obras y Documentos. Bs. As., Plus Ultra, 1972, T. VIII, pp. 967-1138.

12
Su crónica al respecto es muy clara. La relación de los indígenas del sur de
Neuquén con Valdivia está plenamente afianzada para fines del siglo XVIII. Los indios
aucaces de las cercanías de Huechulafquen hacían la travesía hasta las sierras del
Volcán a buscar ganado a pedido de los valdivianos. El trato se había realizado
previamente a la partida y a su regreso los indígenas podían llevarlo al mismo pueblo
chileno o de lo contrario los cristianos se internaban a tierras neuquinas, donde vacas y
caballos eran cambiados por sombreros, cuentas, frenos, espuelas y añil para teñir sus
ponchos 24 .

La cifra de ganado que traían los aucaces era bastante importante, sumando entre
caballos, yeguas y vacas cerca de 8000 cabezas 25 . Era también costumbre que todos los
años llegaran conchavadores cristianos valdivianos a comerciar con aucaces y
pehuenches, intercambiando variados productos por ponchos y ganado. Enero, era
justamente el mes en que los valdivianos solían venir a comprar buena provisión de
ponchos, que sin duda era el producto de una de las actividades más importantes de las
tolderías en manos de las mujeres. Las tolderías eran verdaderos centros de producción
textil que respondía, no sólo a la necesidad de cubrir la vestimenta familiar y los
requerimientos de la vida social, sino también a la demanda del mercado colonial
chileno.

Muchos de estos indios cordilleranos todavía no se habían acercado al


establecimiento del río Negro, pero sí tenían noticias de él. Por el contrario aquellos
grupos cuyo hábitat se encontraba en los afluentes del Collón Curá, como el cacique
Chulilaquin y su gente, acostumbraban visitar la colonia, donde obtenían buena
provisión de regalos. Muestra de ello es la descripción que hace Villarino del citado
cacique, cuando cierto día se le presentó vestido con ropa galoneada, ostentando un
bastón obsequiado por las autoridades del río Negro 26 . Es el mismo cacique [Churlakin]
que viera D´Orbigny en 1829 en las cercanías de Patagones y bajo cuya autoridad se
encontraban entre cuarenta y cincuenta familias, calculadas en base a los toldos que

24
Villarino Basilio, op. cit. p. 1016
25
Villarino, Basilio, op. cit. p. 1026
26
Villarino, Basilio; op. cit. pp. 1098-99

13
observó 27 .

Como vemos al finalizar el siglo, las relaciones entre blancos e indios son
tremendamente dinámicas y el mantenimiento de la paz fue la condición necesaria para
que ambas partes negociaran sus diferencias.

Son dos mundos enfrentados defendiendo sus espacios procurando negociar con
aquél que dominaba más allá de su línea de frontera. Desde esta perspectiva, la búsqueda
de vías de entendimiento fue indispensable para sustentar la pacificación en las fronteras de
indios no sometidos. Para ello existieron mecanismos formales como los parlamentos,
tratados, alianzas, regalos y privilegios y otros más informales que se ejercían antes de la
negociación, como las amenazas, red de intrigas, toma de rehenes, persecuciones mutuas,
etc.

Finalmente podemos observar que las relaciones interétnicas estuvieron siempre


supeditadas a la renovación de los acuerdos donde las partes se necesitaban y se afectaban
mutuamente y donde de hecho las debilidades de uno potenciaban al otro.

Relaciones intertribales

Si las relaciones entre blancos e indios fueron intensas, también lo fueron las
relaciones intertribales que adoptaron diferentes modalidades a través del tiempo,
pasando desde el intercambio pacífico de bienes, hasta llegar en muchas ocasiones al
conflicto armado.

Los pehuenches del norte realizaban transacciones con otros grupos que

27
D´Orbigny, Alcides: Viaje por América Meridional. Bs. As., Emecé, 1999, p.303.

14
provenientes de las pampas, les traían grandes arreos desde Buenos Aires, tal como lo
presenciara Luis de la Cruz en la frontera pampeana del río Colorado. Allí observó la
llegada de más de 10.000 cabezas de ganado mayor además del lanar. Por acuerdos
previos, los indios de Mamuil Mapu entregaban las reses a los pehuenches que
oficiaban de intermediarios en el circuito de comercialización que se iniciaba en los
campos vecinos de las sierras del Volcán y de la Ventana.

También los caciques pehuenches del norte de Neuquén tenían relaciones con
los del sur. Luis de la Cruz fue informado acerca de los viajes que realizara Manquel,
cacique gobernador de los mismos a las tierras del cacique patagón Cagnícolo: "Seis
días caminé [cuenta Manquel] para llegar a Guechuguebun, donde Cagnícolo estaba
situado, y antes de estar en sus tierras pasé el río Limayleubú muy caudaloso y
profundo". (Cruz [1806] 1969: 128-129). Fue bien recibido y hospedado e incluso logró
emparentarse con él y muy probablemente concertaron acuerdos de paz y amistad.

Para fines del siglo XVIII, Villarino había observado con detalle las diferentes
formas de relacionarse que tenían los distintos grupos indígenas del sur. Los aucaces de
Huchulafquen iban a buscar ganado a los campos de Buenos Aires, donde indígenas de
una economía pastoril 28 los aprovisionaban de animales que luego colocarían en el
mercado trasandino.

La gente de Chulilaquin al no practicar la agricultura obtenía por trueque con los


aucaces cordilleranos, trigo, maíz, habas, porotos, piñones y manzanas. Sabemos
además que el cacique había comprado ovejas y piñones a los pehuenches cambiándolos
por caballos y pellejos.

Las gentes de Chulilaquin también mantenían relaciones con los tehuelches de

28
Ver R. Mandrini: Notas sobre el desarrollo de una economía pastoril... op. cit, 1986

15
San Julián, que se acercaban al paraje denominado Tucamalal 29 [Bariloche], lugar de la
misión jesuita del siglo anterior, con la intención de comerciar. Estos visitantes venían
"muy ricos con las alhajas que les habían regalado los cristianos de aquel
establecimiento" 30 . Sabemos que estos indios de San Julián iban en busca de ganado
hacia el norte de sus tierras y en algún punto entre el curso del río Negro y Limay,
asaltaban a los de Huechún 31 .

D´Orbigny había señalado a Choele Choel como un enclave fundamental dentro


de la Nordpatagonia, para que aucaces, pampas, puelches y patagones australes,
llegaran con sus mercancías a su reunión anual de intercambio.

Estos datos muestran la complejidad de las relaciones intertribales que tenían


lugar en la Patagonia norte para fines del siglo XVIII, donde el intercambio, el maloneo
o el emparentamiento entre las distintas etnías eran componentes fundamentales de una
entramada red de relaciones. La complementariedad económica de los grupos
patagónicos evidencia la interdependencia de las diferentes identidades étnicas.

Frente a esta realidad, la política borbónica no afectó el normal funcionamiento


de los circuitos tradicionales controlados por los indígenas, con la intención de no
intervenir directamente en el espacio fronterizo y garantizar así los mecanismos de la
negociación. En definitiva, las vinculaciones de las redes capitalistas con las indígenas no
fueron desarticuladas32 .

La transición política en los inicios del siglo XIX

Hacia 1810, los conflictos derivados de los movimientos independentistas

29
Este topónimo tiene diferentes grafías según los distintos viajeros que lo registraron.
30
Villarino, Basilio, op. cit. p. 1123.
31
Nacuzzi, Lidia: Nómades versus sedentarios en Patagonia (Siglos XVIII y XIX); en Cuadernos del
Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. Bs. As., 1992-93, Nro. 14.
32
Pinto Rodríguez, J.: op. cit., 1996.

16
comenzaron a desdibujar la política colonial. Pero la transición política hacia las futuras
repúblicas tomará algunas décadas más, en las cuales los avances en materia de fronteras
interiores no fueron demasiado importantes hasta 1820.

Los gobiernos patrios de Argentina y Chile enfrentaron simultáneamente años de


anarquía política e inestabilidad social y una violencia generalizada cundió por todas
partes. En este contexto las áreas fronterizas volvieron a transformarse en espacios
amenazantes de la paz pública a ambos lados de la cordillera.

El análisis, lo estaríamos haciendo desde la perspectiva del estallido de soberanías


múltiples, que se originaron en el momento de la ruptura con España, tal como lo ha
planteado Antonio Annino 33 . Durante los primeros años de los movimientos
independentistas, se habría producido una dispersión y multiplicación de espacios
soberanos, donde la consigna era sostener la lucha por mantener dichas soberanías. Para
este momento de transición, advertimos por lo menos tres soberanías en pugna: la de las
bandas guerrilleras, la del nuevo poder político establecido en los centros de Santiago y
Buenos Aires y la de las sociedades indígenas. Todos estos grupos se enfrentan o pactan
entre sí, pero en definitiva, cada uno, defiende un orden social y político adquirido. Ni los
guerrilleros realistas ni los indígenas, estaban dispuestos a aceptar un orden que no los
reconociera como soberanos de sus espacios. Recordemos que a fines del siglo XVIII,
especialmente al sur de Chile, los espacios locales o regionales, habían adquirido una
relativa dimensión política, un nivel de autonomía económica y una serie de derechos
logrados que no estaban dispuestos a resignar.

Las guerras de independencia, afectaron profundamente las relaciones interétnicas


en las fronteras del sur. Mientras los patriotas chilenos después de Maipú (1818) se
jactaban de la destrucción de los focos rebeldes, los restos de estas fuerzas que contaban
con el respaldo del virrey del Perú para restaurar el poder de la monarquía en tierras
chilenas, se reorganizaron rápidamente al sur del Bío Bío movilizándose en forma de

33
Annino, Antonio: Soberanías en lucha; en Annino, A, Castro Leiva, L y Guerra, X (Compiladores) De
los imperios a las naciones: Iberoamérica. Madrid, Iber Caja, 1994, Cap. 8, pp. 229-253.

17
guerrilla34 . Esta situación dio curso a un sostenido enfrentamiento entre realistas y
patriotas, período conocido como Guerra a Muerte35 . Los historiadores chilenos han
justificado la finalización de ésta en 1824, a causa de la desaparición de los principales
conductores de la guerrilla, de la derrota definitiva de los realistas en Perú (Ayacucho) y de
la concreción del parlamento de Tapihue con el que se pretendía pacificar la región de la
Araucanía. Sin embargo la resistencia continuó al este de la cordillera identificada con el
liderazgo de los hermanos Pincheira hasta los inicios de la década del 30. La inestimable
alianza de grupos araucanos y pehuenches permitió la continuación de una guerrilla
armada como fuerza de resistencia organizada y contra hegemónica de los nuevos
grupos de poder. La violencia emergente de estas confrontaciones, actuaría como
instrumento para la defensa y reivindicación de derechos y pautas tradicionales que
tenían los grupos de la frontera del sur 36 .

Estos sucesos frenaron la consolidación de las ideas emancipadoras y avalaron la


permanencia de estructuras coloniales no dispuestas a agonizar.

No resulta fácil definir a este tipo de guerrilla. Por un lado observamos la


conformación de una fuerza armada y jerarquizada a la luz de la tradición del ejército
español y por otro, la participación de grupos de individuos de dudosa adhesión política,
conformados por hombres fuera de la ley que se enquistaban en las filas guerrilleras.
Observamos entonces, que la "guerrilla" y el "bandolerismo" fueron dos fenómenos
sociales emergentes de la profunda crisis social y política que se fusionaron conformando
un bloque contra revolucionario. Ambos eran expresiones del descontento y de la rebeldía
popular, frente a la situación impuesta por la élite de Santiago.

Las guerrillas que desde Chile se habían trasladado para mayor seguridad al este

34
Varela Gladys y Manara Carla: En un mundo de frontera. La guerrilla realista-chilena en territorio
Pehuenche (1822-1832); en Revista de Estudios Trasandinos, Año IV, Santiago de Chile, julio, 2000, pp.
341-363.
35
Vicuña Mackenna, Benjamín: La Guerra a Muerte. Santiago de Chile, Ed. Francisco de Aguirre, 1972
[1868], pp. 3-46.
36
Izard, Miguel: Latinoamérica siglo XIX. Violencia, subdesarrollo y dependencia. Madrid, Ed. Síntesis,
1990.

18
de la cordillera, cambiaron el escenario geográfico salpicado hasta entonces de tolderías
dispersas. Grupos de composición muy heterogénea, conformaron los primeros
asentamientos estables, levantando una aldea en los valles de Varvaco, donde blancos,
indios y mestizos comenzaron a convivir, transformando las relaciones interétnicas del
lugar.

Las amplias connotaciones socio-políticas y económicas que giraron en torno a la


guerrilla realista y la relevancia que adquirieron sus caudillos justifican la preponderancia
que hemos dado al tema. La adhesión de gran parte de la población del sur y la influencia
ejercida en los ámbitos de decisión política, hace que estos grupos contestatarios adquieran
una mayor dimensión. La movilización permanente de los guerrilleros contribuyó a
enfatizar la evidente inestabilidad que mostraban los gobiernos separatistas.

El territorio argentino no quedó al margen del conflicto porque los efectos de la


guerra de guerrillas alteraron directamente la frontera sur, afectando los intereses de los
hacendados, la seguridad de los fortines, la relación con los indígenas y por supuesto las
decisiones y los recursos del poder criollo.

Las relaciones de intercambio entre las sociedades chilenas y neuquinas habían


consolidado de tal modo las prácticas mercantiles que ni la creación del Virreinato del Río
de la Plata, ni los inicios de la independencia ni la instalación de las guerrillas pudieron
erradicarla. La marginalidad de las tierras neuquinas en relación a los centros políticos fue
apropiada para mantener el funcionamiento de un modelo económico de vieja data. La
creciente demanda de los mercados chilenos activó constantemente la circulación de los
ganados pampeanos 37 . La trama de relaciones construida a lo largo de la colonia, no se
quebró con el advenimiento de la etapa republicana. Mientras los patriotas chilenos
procuraban mantener el funcionamiento de dichos circuitos para abastecer sus mercados,
desde Buenos Aires se buscaba imperiosamente el modo de terminar con las cuantiosas

37
Varela, Gladys y Manara, Carla: "Particularidades de un modelo económico en un espacio
fronterizo nordpatagónico. Neuquén, siglos XVIII y XIX"; en Quinto Sol. La Pampa, Univ. Nacional
de la Pampa, 1999, Nro. 3, pp. 83-107.

19
pérdidas que provocaba la salida de ganado allende los Andes38 . Los espacios
transcordilleranos se transformaron en una válvula de escape para la supervivencia
económica del sur de Chile y en una puerta de conflictos para las provincias argentinas.

En el Río de la Plata fuertes antagonismos políticos y luchas facciosas dominaron el


escenario por aquellos años. La frontera sur fue la caja de resonancia de estos conflictos
recreando rivalidades y rencillas intestinas en el mismo seno de la sociedad indígena. Por
algunas décadas el mundo más allá de las fronteras permaneció impune, frente a los
precarios recursos y a las equívocas políticas de los gobiernos republicanos.

Así como las autoridades coloniales supieron sacar partido de las rivalidades
intertribales asociándose a una de las partes para alejarlos de las fronteras conflictivas, de
igual modo observamos que los nativos aliados con los guerrilleros en tiempos de la
emancipación, adoptaron igual estrategia, apostando a una u otra facción de los patriotas en
pugna. Este clima convulsionado fue propicio para la efectivización de malones que
actuaban en distintos frentes simultáneos.

Las relaciones entre los caudillos de la frontera sur con las autoridades republicanas
fueron extremadamente violentas y las negociaciones se entablaban sobre bases precarias.
Fue una etapa de caos e inseguridad permanente, de desacuerdos y tensiones que
involucraron a ambos bandos dentro y fuera del espacio fronterizo.

En este contexto los actores marginales como los guerrilleros realistas, los
disidentes, los opositores y los rebeldes no suelen ser estudiados como protagonistas del
acontecer histórico. Para la historiografía oficial la exclusión de estos sujetos ha sido un
objetivo puntual, reservando para ellos todo tipo de calificativos peyorativos. Sin duda, la
participación de esos "otros" en el proceso estudiado incorpora matices interesantes que
ponen en tela de juicio muchas de las interpretaciones más difundidas.

38
Las observaciones de Olascoaga sobre el tráfico de ganado hacia Chile y las consecuencias que
esto acarreaba para Argentina son muy elocuentes. Olascoaga, Manuel: Estudio topográfico de La
Pampa y Río Negro. Bs. As., EUDEBA, 1974.

20
Para verificar el alcance de la guerrilla realista en trabajos anteriores nos
interesamos en profundizar sobre el liderazgo ejercido por José Antonio Pincheira,
procurando avanzar sobre aspectos tales como, la legitimidad de ese liderazgo; la
modalidad de acción y organización; las estrategias para obtener recursos materiales y las
tácticas que utilizó en el plano político. Estas variables consideradas en su conjunto
permitieron explicar la prolongada permanencia e influencia del accionar guerrillero. Sin
duda, la resistencia mantenida durante 15 años es un factor indicativo de la magnitud del
movimiento estudiado 39 .

Después de los Pincheira.

Después de la etapa pincheirina, viejos personajes actuando bajo nuevas


circunstancias, se reposicionaron en la escena, incentivando los malones a las haciendas
argentinas, movilizándose con total impunidad hasta entrada la década del cincuenta.

Las tierras neuquinas seguían siendo un espacio codiciado para la comunicación y


el comercio entre ambas vertientes de los Andes. La campaña militar de 1833 llevada a
cabo por Juan Manuel de Rosas y que llegara hasta el río Negro para escarmentar a los
indios maloneros, no dio los frutos deseados. Al poco tiempo se hizo evidente la
imposibilidad de mantener los fuertes establecidos en las tierras del sur y en virtud de esto
los contingentes indígenas que se habían refugiado en la región cordillerana comenzaron a
retornar.

No sorprende entonces que algunos individuos con rango militar, dependientes del
gobierno chileno y con gran ascendiente sobre las tribus indígenas de ambos lados de los
Andes, buscaran mediante diversas estrategias captar el apoyo y amistad de los caciques,

39
Varela, Gladys y Manara, Carla: Tiempos de transición en las fronteras surandinas: de la colonia a la
república; en Bandieri, S. (Coordinadora) Cruzando la cordillera. La frontera argentino chilena como
espacio social. Neuquén, CEHIR, UNCo, 2001, primera parte, pp. 31-63.

21
para eliminar todo obstáculo en sus renovados malones sobre territorio argentino 40 .

Estos personajes eran Capitanes de Amigos o Comisarios de Frontera y estaban


vinculados a administradores de importantes haciendas chilenas que actuaban en combina-
ción con las tribus araucanas 41 . Algunos eran destacados ex-oficiales de la guerrilla
pincheirina, como José Antonio Zúñiga42 y Domingo Salvo, quienes habían sido indultados
y nombrados capitanes del ejército chileno. Con este rango y aprovechando todos sus
conocimientos y relaciones se dedicaron a estimular y a organizar a grupos de indígenas y
mestizos para malonear en las Pampas. El fruto de estos saqueos era luego comercializado
por ellos mismos en los mercados trasandinos, transacciones que bien habían aprendido a
realizar en tiempos de la guerrilla realista.

Para entonces la demanda de animales por parte de los hacendados chilenos seguía
vigente, acentuando la tradicional práctica maloquera que provocaba cuantiosas pérdidas a
las estancias argentinas y buenas ganancias de miles de cabezas de ganado a los partícipes
de dicha empresa 43 .

Las autoridades chilenas conocían el accionar de estos intermediarios de dudosa


fidelidad pero necesarios para procurar el ganado y atemperar las divergencias en tierras
fronterizas. La relevancia de estos mediadores, herencia de la política colonial, fue
especialmente incentivada en las primeras décadas republicanas. Las sospechas y las
intrigas envolvían cada uno de sus movimientos, pero el pasado ligado a los Pincheira y a
la guerrilla violenta los convirtió en interlocutores temidos y respetados a la vez.

40
Sergio Villalobos demuestra que el nombramiento de Capitanes de Amigos permitió que algunos mestizos
se integraran al mundo indígena ganándose su confianza, interviniendo en las disputas internas en busca de
soluciones, aunque en muchas oportunidades también provocaron problemas y conflictos entre las
parcialidades aprovechándose de tales situaciones. Villalobos, Sergio: "Guerra y Paz en la Araucanía:
periodificación"; en Villalobos, Sergio y Pinto Rodríguez, Jorge (Comp.) Araucanía.Temas de Historia
fronteriza. Temuco, Chile, Ed. Univ. de la Frontera, 1985. pp. 18-19
41
Tal es el caso de Lujardo Jara, capitán de amigos de las tribus araucanas que en connivencia con su
compatriota Pedro Herrera, administrador del rico hacendado don Francisco Méndez Urrejola, utilizaban la
antigua rastrillada pincheirina, conocida tradicionalmente como el "camino de los chilenos", para malonear
grandes arreos de ganado en las pampas. Cfr. Maza, J. I. (1990).
42
José Antonio Zúñiga, colaborador y protegido del general Manuel Bulnes en Chile, fue nombrado
Comandante y Comisario de Frontera , encargado de todas las tribus de indios aliados al gobierno
chileno.
43
Cfr. Olascoaga, M, op. cit. p.72

22
El vacío de poder reinante en las áreas fronterizas incentivó la competencia entre
estos personajes que delimitaron su radio de acción para evitar enfrentamientos estériles en
los que ambos perderían posición. Los renovados cabecillas emergieron como promotores
de nuevos conflictos, generando situaciones de tensión e intrigas políticas entre los propios
gobiernos republicanos 44 .

Recurrieron a todo tipo de estrategias para movilizar a los indígenas a malonear en


tierras transcordilleranas. Tal es el caso del comandante Salvo a cargo de las relaciones con
los indígenas en el fuerte de Santa Bárbara que aprovechando el pensamiento mágico
religioso de la cultura india y mestiza de la frontera, se arrogaba poderes sobrenaturales
propios de los machis. Aprovechando la vigencia de ciertas creencias tradicionales,
aseguraba poder transformarse en pájaro para controlar que indios y mestizos concretaran
sus proyectos de asaltos y malones45 .

Debe reconocerse que la presencia de estos personajes era inevitable hasta tanto las
autoridades no tuvieran un control efectivo sobre la sociedad de la frontera.

Hacia la conformación de los grandes cacicatos

Tal vez la emergencia de caciques poderosos hacia la segunda mitad del siglo XIX
contribuyó a la decadencia de los mestizos intermediarios. Esto se puede inferir cuando
Purrán, cacique principal de los pehuenches del noroeste neuquino, hizo frente a las
amenazas del otrora poderoso machi Salvo desestimando su poder y autoridad porque
consideraba que "no era sabio y que además estaba muy viejo y desacreditado" 46 .

44
Varela Gladys: Era capitán y malonero. La movilización de guerrilleros, caciques y bandidos en el
Neuquén del siglo XIX. VII Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Neuquén, 1999.
45
Olascoaga, Manuel: El brujo de las cordilleras. s/ed. Bs. As, 1895.
46
Ibíd. p.130

23
Pocos años antes que se concretara la segunda campaña militar a las tierras del sur,
comienza a observarse la conformación de grandes unidades políticas en tierras neuquinas
a través de los liderazgos de Purrán, Reuque Curá y Sayhueque. Con gran autonomía,
fueron capaces de combinar el comercio, la guerra y la diplomacia mediante tratados
simultáneos con los gobiernos argentino y chileno. Estas negociaciones lograron mermar la
frecuencia de los malones a cambio de importantes raciones y regalos que suplían lo que no
podían obtener con aquéllos 47 . Si bien los malones no desaparecieron del todo, ya no
respondían a la sugestión fantasmagórica del brujo Salvo, ni a la omnipotencia de Zúñiga 48 .

Para esta época comerciantes y hacendados chilenos no sólo tenían trato con las
tribus sino que muchos arrendaban potreros en el norte de Neuquén y sur de Mendoza,
invernando miles de cabezas de ganado, que en algunas oportunidades eran cuidadas por
los mismos indígenas y en otras por personal armado proveniente de Chile 49 .

El espacio fronterizo permaneció articulado y siguió siendo un desafío para los


grupos dirigentes de Argentina y Chile, hasta que ambos concretaron las campañas de
incorporación definitiva de las tierras indígenas. Desintegrado ese espacio, las relaciones
interétnicas se quebraron y comenzaron a ser resignificadas en el marco de un estado que
pretendía consolidarse sin poder quitar su vista de las tierras del sur.

Terminada la campaña e incorporadas definitivamente las tierras indígenas, los


nativos quedaron asimilados al estado nacional. En estos términos la sociedad fronteriza
como tal desapareció, quedando delineado el rumbo del orden dominante.

Bibliografía referida.

47
Varela, G y Manara, C.: Particularidades de un modelo económico... op. cit. pp. 101-106.
48
Para mayores datos sobre Züñiga consultar Hux, Meinrado: Caciques Borogas y Araucanos, op cit.,
p.185.
49
En 1846 el gobernador de Mendoza informaba al Mtro. de relaciones Exteriores de Buenos Aires sobre la
entrada de dos capitanes de amigos chilenos acompañados por un inglés que venía a ver sus haciendas que
estaban en invernada en Malbarco [Varvarco].

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1972
"Diario del Piloto de la Real Armada D. Basilio Villarino del reconocimiento que hizo
del río Negro en la costa oriental de la Patagonia el año de 1782" en Pedro de Angelis
(Comp.) Colección de Obras y Documentos relativos a la historia del Río de la Plata.
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Zapater, Horacio
1982
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"Parlamentos de paz en la Guerra de Arauco, 1612-1616" en S. Villalobos y J. Pinto
Rodríguez (Comps.) Araucanía. Temas de historia fronteriza. Temuco. Ed. Universidad
de la Frontera.

32
Cuando las “Fronteras” se diluyen. Las formas de interrelación
blanco-indias en el sur bonaerense.
Silvia Ratto 1

Introducción

Los estudios de frontera reconocen un punto de partida indudable en la obra de


Frederick Jackson Turner. En efecto, el término frontera había tenido hasta entonces
una connotación exclusivamente político/militar al designar la línea divisoria entre dos
sociedades. En los trabajos de Turner surge una nueva definición al hacer referencia a
un espacio habitado, al “borde exterior de la ola” de poblamiento 2 . La tesis turneriana
produjo distintas reacciones: seguidores que mantuvieron viva su tesis remozándola en
algunos aspectos; autores que consideraban que esos planteos debían ser entendidos
dentro del ambiente intelectual de la época que intentaba sostener el "destino
manifiesto" del país; finalmente investigadores que atacaron de raíz los planteos
turnerianos planteando una visión totalmente diferente sobre la expansión hacia el
oeste 3 .

1 Universidad Nacional de Buenos Aires. Correo Electrónico: sratto@arnet.com.ar


2 En el modelo turneriano el avance de la frontera norteamericana había contribuido al desarrollo del
individualismo, la iniciativa personal y la organización de una nueva sociedad y jugado un rol crucial en
el desarrollo del sistema democrático norteamericano (Turner, F.J, The Frontier in American History.
Nueva York, Frederick Ungar Publishing Co, 1963).
3 Respondiendo a esta última posición, en la década de 1980 varios estudiosos del oeste americano se
nuclearon en un grupo que se denominó New Western History. Dentro de los cuestionamientos de la
NWH el principal se vinculaba a la imagen de “utopía agraria” planteada por Turner en la cual la frontera
fue habitaba exclusivamente por pioneros blancos, emprendedores y virtuosos. Por el contrario, estos
investigadores plantean que el oeste americano no fue tan idílico y que además de los pioneros blancos
existieron otros grupos que protagonizaron el avance de la frontera por lo cual es imprescindible incluir
en el análisis a estas minorías (negros, indios) privilegiando una perspectiva multicultural en sus trabajos.
Los libros más representativos de este grupo fueron publicados a inicios de la década de 1990 y son
Limerick, Milner y Rankin (Eds.) Trails. Toward a New Western History. 1991, University Press of
Kansas y Cronon,W., G. Miles y J. Gitlin (Eds) Under an Open Sky. Rethinking American's Western
Past. 1992, W.W. Norton & Company. New York.

1
Hacia la década de 1920 comenzó a plantearse la posibilidad de aplicar el
modelo turneriano a otros ámbitos geográficos como Canadá 4 y Latinoamérica 5 . Con
respecto a los ámbitos de colonización española, se planteaba la existencia de
fundamentales diferencias entre las fronteras derivadas de la colonización inglesa y
española que hacían difícil mantener un mismo modelo de análisis. En efecto, es
habitual encontrar en la bibliografía más tradicional contrapuntos muy marcados entre
estas dos corrientes de colonización; por un lado y teniendo en cuenta la relación que se
había producido con los indígenas se habla de fronteras de exclusión en el caso
norteamericano y de inclusión en el caso español. El otro supuesto de diferenciación se
refiere a la presencia del Estado; mientras la colonización inglesa se caracterizó por la
débil presencia de los poderes estatales en las zonas fronterizas, el control estatal en los
dominios españoles había sido, según esta postura, muy rígido. En la actualidad, el
avance de las investigaciones regionales permite descubrir más similitudes que las que
se suponían en un principio.

En el ámbito local, cabe a Hebe Clementi el mérito de haber introducido los


textos de Turner a la discusión histórica 6 . En trabajos más puntuales sobre la ocupación
del espacio bonaerense, distintos autores han intentado aplicar y/o remozar algunos
conceptos turnerianos al análisis microrregional 7 .

4 Para una síntesis de la repercusión del modelo turneriano en la historiografía canadiensa ver el trabajo
de Richard Slatta "Turner’s Impact in Canada and Latin America" en Revista Interamericana de
Bibliografía, Vol. XLVII, No.1-4, 1997
5 Una corriente historiográfica conocida como Borderland comenzó testeando la viabilidad de aplicar la
tesis turneriana a la frontera norte de Nueva España. A diferencia de Turner, los borderland consideraban
la frontera como un territorio poblado por indígenas y planteaba que las instituciones coloniales del
fuerte, el presidio y la misión, jugaron un rol clave en la historia fronteriza de la región. Sobre la
producción de esta escuela historiográfica ver Weber, David, "Turner, the Boltonians and the
Borderland"; en American Historical Review, 91:1 1986, Poyo, Gerald y G. Hinojosa "Spanish Texas and
Borderlands historiography in transition: implications for United States history"; en The Journal of
American History, vol 75:2, sept. 1988; Cummins, Victoria y L. Cummins, "Building on Bolton: the
Spanish Borderlands seventy-five years later" en Latin American Research Review, Vol 35, No. 2, 2000.
6 Clementi, Hebe. La Frontera en América. Leviatán, 1986 y F.J. Turner. CEAL, 1992
7 Veanse por ejemplo los trabajos de José Mateo sobre Lobos, Roberto Schmit sobre la frontera oriental
de Entre Ríos y Juan Carlos Garavaglia, Carlos Mayo y Amalia Latrubesse sobre el proceso de
corrimiento de la frontera pampeana, Mateo, José, "Migrar y volver a migrar. Los campesinos
agricultores de la frontera bonaerense a principios del siglo XIX" en Garavaglia, J.C y J.L. Moreno
Población, sociedad y migraciones en el espacio rioplatense. Siglos XVIII y XIX. Buenos Aires, Cántaro,
1993; Schmit, Roberto, "Fronteras rioplatenses: ocupación del espacio y estructura socio-ocupacional en
el oriente entrerriano (1820-1850)" en Gelman, J, Garavaglia, J.C. y Zeberio, Expansión capitalista y
transformaciones regionales. Relaciones sociales y empresas agrarias en la Argentina del siglo XIX.
Buenos Aires, La Colmena, 1999; Garavaglia, Juan Carlos, Pastores y labradores de Buenos Aires. Una
historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1800, Cap I, Parte segunda, "La ocupación del estacio:

2
En lo que respecta a las investigaciones más recientes sobre las sociedades
indígenas existe, en la actualidad, un consenso con respecto a la caracterización de la
frontera como un espacio social de complejas interrelaciones entre los grupos en
contacto 8 . Pero más allá de la aceptación de este modelo, en el análisis concreto
ninguna de las corrientes historiográficas (las vinculadas a la historia rural y a la
historia indígena) logra integrar verdaderamente al “otro”, que para los estudios rurales
sería el indio y en trabajos sobre indígenas, la sociedad criolla.

Este trabajo no tiene la pretensión de llenar ese hueco; simplemente se presenta


como un primer acercamiento a algunos aspectos de la vida fronteriza y representa una
síntesis de los avances que hemos realizado hasta el momento en el estudio de la
política indígena seguida por Juan Manuel de Rosas. Creemos que el momento histórico
seleccionado constituye un escenario privilegiado para intentar un conocimiento sobre
la interrelación blanco india debido a que durante el mismo se produjo la instalación de
una cantidad apreciable de indígenas en la zona de frontera que convivió de manera
estrecha con la población criolla. En ese espacio se produjo el encuentro de tradiciones
y culturas diferentes; para que esa interacción se plasmara en un sistema relativamente
estable cada sociedad debería modificar en parte sus prácticas para adaptarse a las
nuevas condiciones de vida.

Centrándonos en el lado indígena seguiremos el planteo de lógica mestiza de


Guillaume Boccara, según el cual la cultura de los grupos indígenas es objeto de re-
elaboración permanente en donde la adopción de un rasgo cultural de la otra sociedad
no debe entenderse como deculturación o contaminación sino como una incorporación
creativa de algunos elementos que permite la reinterpretación de la cultura dominante 9 .

En la primera parte de este trabajo haremos una breve reseña sobre las
características de la política indígena rosista, haciendo referencia al peso de la

un análisis general". Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1999; Mayo y Latrubesse, Terratenientes,
soldados y cautivos: la frontera (1736-1815). Universidad Nacional de Mar del Plata, 1993
8 Remitimos al trabajo de Raúl Mandrini donde se realiza una síntesis de los avances historiográficos a
este respecto, "Indios y fronteras en el área pampeana (siglos XVI-XIX). Balance y perspectivas" en
Anuario IEHS, 7, 1992.
9 Boccara, Guillaume, "Antropología diacrónica. Dinámicas culturales, procesos históricos y poder
político", en Boccara, G. y S. Galindo (Eds.) Lógica Mestiza en América. Instituto de Estudios Indígenas,
Universidad de la Frontera, Chile, 1999

3
población asentada en virtud de esta política y presentando algunas precisiones sobre la
figura de indio amigo en este período. La segunda parte estará dedicada al análisis de
distintos ámbitos de interacción como el comercio y el trabajo, la aplicación de justicia
y las modificaciones de algunas prácticas indígenas.

La constitución de un espacio fronterizo interétnico: el negocio pacífico de indios

Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires


(1829-1852) se llevó a cabo una política pacífica con los indígenas de las pampas
basado en un sistema de contraprestaciones que se conoció con el nombre de Negocio
Pacífico de Indios.

No todos los indígenas que formaban parte de este “negocio” gozaban del
mismo status. Analíticamente, hemos denominado indios aliados a aquellos grupos que
realizaron alianzas con el gobierno bonaerense por las que se comprometían a no atacar
los establecimientos fronterizos y, además, informar sobre movimientos sospechosos de
indios hostiles. En pago a estos servicios el gobierno les enviaba mensualmente
raciones de ganado y artículos de consumo. Estas tribus mantenían su autonomía
política por lo cual la alianza se asentaba en bases muy débiles. Los indios amigos
tenían un status diferente ya que se asentaron en el interior del territorio provincial,
sobre la línea de frontera y en inmediaciones de algún fuerte donde pudieran ser
controladas a la vez que prestar servicios militares cuando fuesen requeridos. Estos
grupos, como veremos, habían perdido su autonomía territorial y política.

De norte a sur, las principales tribus de indios amigos instaladas en la provincia


de Buenos Aires respondían a los caciques Llanquelén (en el Fuerte Federación), a los
caciques boroganos Caneullán y Guayquil (Fuerte Mayo), a los caciques pampas Catriel
y Cachul (en Tapalqué) y al cacique chileno Venancio (en el fuerte de Bahía Blanca). El
siguiente cuadro presenta una estimación sobre la población indígena asentada en la
frontera en tres momentos diferentes. Al no contar para todos los casos con censos de
las tolderías fronterizas debimos realizar estimaciones sobre la población a través de la
cantidad de ganado entregado como ración.

4
Cuadro 1. Grupos de Indigenas Amigos en la Frontera

1832 1836 1840


A B C D A B C D A B C D
Federación 400 1080 412 335 329 1096 377*
Fuerte Mayo Sin población 89 61 88 238 Sin datos
Independencia Sin datos 320 259 293 998 Sin población
Tapalqué 899 970 769 2628 2650* 655 658 520 1833
Bahía Blanca 440 268 708 1500* Sin datos

Ref: A=indio de pelea (incluyendo jerarquías); B=mujeres; C=niños; D=total; *=


estimación según cantidad de ganado entregado.
Fuentes: Archivo General de la Nación, en adelante AGN, Sala X, legajo 24.8.6
(Federación 1832); Sarramone 1993:118-120 (Tapalqué 1832); AGN, X, 43.1.2
(B.Blanca 1832); Hux 1991:47 (Federación 1836); AGN, X, 25.1.4A (Mayo 1836);
AGN, X, 25.5.1 (Independencia 1836); AGN, X, 25.3.2; (Tapalqué 1836); AGN, X,
25.3.2 (B.Blanca 1836); AGN, X, 25.9.1 (Tapalqué 1840).

Como puede observarse, la cantidad de indios amigos asentados en la frontera


presentó algunas modificaciones de importancia a lo largo del período rosista. Estas
alteraciones de la población indígena se vinculan tanto a acontecimientos políticos de la
provincia como a conflictos internos de las tribus indígenas. La modificación que se
observa en el año 1836 en los fuertes Mayo y Bahía Blanca se refieren a las cruentas
expediciones llevadas a cabo por el gobierno provincial contra la tribu de los
boroganos, indios aliados ubicados en Salinas Grandes. Como resultado de los ataques,
la tribu se dispersó y algunos grupos buscaron amparo en la frontera. Así, el Fuerte
Mayo alojó a los indios de los caciques Caneullán y Guayquil y el de Bahía Blanca a la
tribu de Alón 10 .

10 Para una descripción más detallada sobre el devenir de la tribu borogana ver Ratto, S. "Conflictos y
armonías en la frontera bonaerense (1832-1840)"; en: Entrepasados Núm. 11. Buenos Aires. 1996.

5
En el año 1840 los escasos datos con los que contamos permiten de todos
modos, observar algunas diferencias. En 1839 la oposición política al gobierno rosista
se expresó en distintas movimientos como la conspiración de Maza, el intento de
sedición de Lavalle y la revolución de los Libres del Sur que se extendió por las
localidades de Dolores, Chascomús y Tandil. Los indígenas concentrados cerca del
Fuerte Independencia, en Tandil, fueron unidos a los de Tapalqué en una sola división
militar para perseguir a los sublevados. Finalizada esta campaña y por decisión del
gobierno, ambos grupos fueron concentrados en Tapalqué 11 . La cifra de 1833 indígenas
que consignamos en dicho cantón para el año 1840 parece engañosa teniendo en cuenta
la unión que acabamos de comentar. Sin embargo, antes de esa fecha, en los años 1836
y 1839 Tapalqué sufrió dos malones de gran importancia protagonizados por una
coalición de indígenas chilenos y ranqueles. Uno de los blancos de esos ataques fueron
precisamente los asentamientos de indios amigos, por lo que es posible suponer que
esos grupos hayan experimentado apreciables bajas en los enfrentamientos.

La disminución evidenciada en la población de la tribu de Llanquelén (Fuerte


Federación) fue producto del ataque de los ranqueles a mediados del año 1838 donde
fue asesinado el cacique y apresada gran cantidad de su gente 12 . Ante el temor de un
nuevo ataque, algunos indios buscaron refugio en el interior de la provincia, en la
localidad de Salto. Aún cuando no tenemos datos concretos para verificar la población
indígena del Fuerte Mayo a partir de 1840 conocemos que las tribus boroganas situadas
en el fuerte, producto de una mayor exigencia por el cumplimiento de tareas milicianas,
se desmembraron en tres divisiones. Una de ellas, encabezada por el cacique Caneullán
pasó a situarse en el cuartel de Santos Lugares en tanto otras dos se ubicaron en el fortín
Mulitas con un total de 58 indios de pelea 13 .

11 AGN, X, 25.8.3
12 Hux, Meinrado, Caciques pampa-ranqueles, Buenos Aires, Marymar, 1991, pág 50-51.
13 Ibidem.

6
Ahora bien, ¿cuál era la relación entre la población indígena de la frontera y la
población civil y militar de los fuertes? Si comparamos la población indígena estimada
para el año 1836 con los datos de población que arrojó el censo provincial realizado
dicho año la primera representa un porcentaje de un 4,53%. Pero si buscamos la
relación existente en los sitios en donde se concentró dicha población la proporción es
sustancialmente diferente 14 . Solamente en el Fuerte 25 de Mayo la población blanca
superaba a la indígena. Dicha guarnición contaba, en el año 1836, con una fuerza de 148
hombres de los cuales 129 eran soldados regulares pertenecientes a distintas compañias
y 59 milicianos 15 . Las tribus boroganas asentadas a su inmediación comprendían 238
almas de los cuales 98 eran indios de pelea. La dotación del Fuerte Federación para
1836 constaba de 182 efectivos16 y el censo de las tolderías realizado el mismo año,
arrojaba un total de 1096 indígenas de los cuales 412 eran indios de pelea. La
guarnición del fuerte de Bahía Blanca alcanzaba a 799 entre oficiales y soldados 17 y la
población indígena estimada estaría cerca del doble siendo de suponer que la cantidad
de indios de pelea sería similar a la fuerza militar blanca. En Tandil y Tapalqué la
desproporción alcanzaba niveles mucho más elevados. El Fuerte Independencia estaba
defendido en 1837 por 174 milicianos, 37 dragones y 6 artilleros 18 en tanto los
indígenas llegaban a cerca de 1.000 almas con 320 indios de pelea. En Tapalqué se
contaba con una dotación militar de media centena de soldados, perteneciente al
Regimiento 4 de Caballería de Campaña, existiendo en sus alrededores unos 2650
indios 19 .

14 Con excepción del fuerte de Bahía Blanca, la dotación de los demás fuertes de frontera no están
contabilizados en los censos mencionados por lo cual debimos recurrir a las relaciones de fuerzas
enviadas por los comandantes para el pago de sueldos.
15 Grau, Carlos, El fuerte 25 de Mayo en Cruz de Guerra, La Plata, Publicaciones del Archivo Histórico
de la Provincia de Buenos Aires, 1949, pág 170.
16 Dotación integrada por la Compañía de Dragones de nueva creación, un piquete de artillería, otro de
infantería y la 2a. Compañía de Carabineros, AGN, X, 10.2.1
17 El censo del año 1836 se encuentra en el AGN, Sala X, legajo 28.2.4
18 AGN, X, 25.5.1
19 Capdevila, R.R. Tapalqué en la Historia. Desde sus orígenes hasta la época actual. 1era parte. 1963.
Esta particular relación entre la población blanca e indígena en algunos fuertes de frontera se registra en
otros lugares. En la frontera del Bío Bío, en Chile era frecuente que dentro de los contingentes militares
asentados en los fuertes la población indígena fuera numéricamente mayor. Ver Ruiz Esquide, Andrea.
Los Indios Amigos en la Frontera Araucana, Ediciones Bidam, 1993.

7
Sobre los indios amigos

Los indígenas objeto de este trabajo eran nombrados en los mismos documentos
de la época como “indios amigos”. Con ese mismo concepto fueron definidos en
trabajos historiográficos que buscaban, de esa manera, hacer una caracterización
metodológica de estos actores sociales. Ese término, como señalamos, fue contrapuesto
al de “indio aliado” que definía a sectores indígenas también en paces con el gobierno
pero con una mayor independencia y soberanía con respecto a aquél. No obstante,
consideramos que a esta altura de las investigaciones el concepto de “indio amigo”
debería ser definido con más precisión. En efecto, si se extiende la mirada hacia otros
espacios geográficos y otros momentos históricos es factible encontrar “indios amigos”
por doquier. Y, como es lógico suponer en virtud de esta dispersión geográfica y
temporal, la caracterización de estos grupos cambiaba apreciablemente según el caso
que se analizaba. Tomemos un ejemplo. Durante la colonia, la Corona intentó aplicar
una política indígena homogénea en sus dominios ultramarinos. Dentro de la misma los
tratados firmados con distintas parcialidades tenían dos elementos fundamentales: la
asignación de un status jurídico particular a los indios amigos, vinculado a su
designación como súbditos directos del rey, que en algunos casos implicó la excensión
de la encomienda y la evangelización de los indios mediante su reducción en misiones o
la aceptación de la presencia de misioneros en sus tierras 20 .

20 Para un exhaustivo análisis sobre la política indígena implementada por los Borbones en las
posesiones americanas ver el trabajo de David Weber, "Borbones y Bárbaros. Centro y periferia en la
reformulación de la política de España hacia los indígenas no sometidos", en Anuario IEHS, Nro. 14,
1999

8
De todos modos la realidad de cada región fronteriza en los dominios españoles
llevó a que en algunas zonas se produjeran modificaciones en el contenido de las
directivas borbónicas. No era lo mismo el peso que tenía la encomienda y por ende, el
beneficio de liberarse de ella, en la frontera araucana 21 , en la frontera chaqueña o en la
bonerense donde de hecho, nunca pudo instrumentarse. En cada uno de estos casos el
ser "súbdito" del Rey significaba para el indio amigo, cosas muy diferentes. En la
frontera chaqueña las capitulaciones tenían como puntos fundamentales el asentamiento
de los indios en pueblos, la obediencia a los misioneros y la alianza militar con los
españoles. Lázaro Ávila señala que, teniendo en cuenta estas características, los jesuitas
crearon una variedad muy particular de indios amigos ya que consiguieron la liberación
de la encomienda y la autorización para armar militarmente a los indios de las misiones
creando verdaderos escuadrones equipados de caballos y armamentos europeos 22 .

En la frontera sur de Mendoza, en la época tardo colonial se firmaron tratados


muy acotados centrados casi exclusivamente en regulaciones de comercio entre las dos
sociedades. En muy pocos casos se establecía, entre los términos del acuerdo, la
reducción de los indios en pueblos, la cesión de tierras para formar los mismos y la
evangelización. Estos últimos casos se referían a los indios pehuenches, parcialidad que
llevaba mucho tiempo de relación con los españoles lo que habría permitido agregar
estas condiciones a las negociaciones.

21 En Chile también se produjo esta diversidad de situaciones. En un trabajo sobre la institución de los
indios amigos en Chile en el siglo XVII realizado por Andrea Ruiz Esquide se describen, a partir del
estudio de los tratados y parlamentos, algunos aspectos que caracterizaban a estos grupos: habían sido
reducidos en pueblos donde serían evangelizados, debían cooperar en la guerra y en otros trabajos
vinculados con el sostenimiento de la frontera como la edificación y reparación de fuertes, el acarreo de
madera, las comunicaciones. En pago de estas obligaciones los indios amigos gozaron de ciertos
privilegios siendo el más importante la liberación de la encomienda. A pesar de estas generalizaciones, la
autora concluye que “los amigos, más que un cuerpo compacto de indios auxiliares eran una pluralidad
de parcialidades amigas […] cada grupo de amigos seguía su propio curso, obedecía a sus propias
motivaciones […] Por eso es difícil analizarlos como si fuesen un grupo homogéneo”.(44).
22 Lázaro Ávila, Carlos, "Conquista, control y convicción: el papel de los parlamentos indígenas en
México, el Chaco y Norteamérica" en Revista de Indias, Vol LIX, Nro. 217, 1999

9
En la frontera bonaerense, los acuerdos coloniales no hacían mención a la
evangelización y como en el caso anterior, tocaban puntos muy concretos como el canje
de cautivos, las regulaciones para el comercio, el compromiso de los indios amigos de
avisar sobre posibles invasiones de indios hostiles y, en algunos casos, la designación
de otras tareas como el acompañamiento de convoyes a la costa patagónica 23 . En el
período independiente no se observa una modificación de importancia en el tenor de las
negociaciones. Por el contrario, se repite este esquema de paces muy acotadas con
distintas parcialidades donde el objetivo principal parece haber sido evitar posibles
conflictos derivados de la extensión de la lucha contra los realistas entre grupos
indígenas. En los mismos no hay mención sobre la reducción de pueblos, ni su
evangelización, manteniéndose los temas anteriores, las regulaciones de comercio, el
canje de cautivos y solo en algunos casos el compromiso de los indios amigos de ayudar
militarmente al gobierno para luchar contra indios hostiles.

En resumen, el indio amigo durante el período colonial y primeras décadas


independientes abarcaba una diversidad de situaciones que tenían solamente en común
el compromiso indígena de no atacar las propiedades blancas 24 . De ahí en más podían
encontrarse dentro de esa categoría a indios reducidos en pueblos, otros evangelizados,
algunos exentos de encomienda durante la colonia, unos pocos comprometidos a
cumplir determinadas tareas y en su mayor parte comerciando activamente con los
puestos de frontera de acuerdo con las regulaciones establecidas. Es por ello que
insistimos en la necesidad de definir con mayor precisión qué entendemos por indio
amigo durante el período rosista.

La primera dificultad que se presenta para lograr una definición bien ajustada
deriva de que en esta etapa no existieron, a diferencia de otros momentos, tratados
escritos que consignaran las obligaciones a que se comprometían ambas partes. Este
hecho no es casual y responde a una política deliberada de Rosas de no plasmar en

23 Para realizar este panorama ajustado sobre las condiciones de paces en el territorio bonaerense hemos
utilizado los tratados trascriptos en el libro de Levaggi, Abelardo, Paz en la frontera. Historia de las
relaciones diplomáticas con las comunidades indígenas en la Argentina (Siglos XVI-XIX). Buenos Aires,
Universidad del Museo Social Argentino, 2000
24 No es éste el lugar para analizar el motivo de esta disparidad de situaciones aunque algunas se han
deslizado en el texto; la configuración política de las parcialidades indígenas, su mayor o menor
disposición para vincularse con los españoles-criollos en función de sus objetivos, los conflictos en el

10
forma escrita ningún tipo de acuerdo con las tribus amigas. Esta estrategia le permitía
actuar con total libertad para aplicar una política discriminatoria con respecto a los
grupos que no le merecían total confianza y privilegiar a aquellos que eran más fieles.
De todos modos es posible encontrar algunos rasgos comunes para definir a esta
categoría particular de indígenas. Para ello tendremos en cuenta tres elementos: la
territorialidad de los grupos, sus obligaciones laborales, y el lugar que ocupaban en la
sociedad provincial.

Una característica básica de estos grupos era su reducción en la frontera. En


efecto, indio amigo designa en primera instancia al indio asentado dentro del territorio
controlado por el gobierno provincial y en las cercanías de un fuerte. De todos
modos, la asignación de un determinado espacio para el asentamiento de la tribu amiga
no significó la cesión de territorios a la misma 25 sino que por el contrario, hemos visto
que fue muy frecuente el traslado de las tolderías respondiendo a diferentes motivos.

interior del grupo blanco son algunas de las causas que pueden haber determinado el particular camino
que siguieron las negociaciones en cada región.
25 Esta circunstancia la encontramos muy tardíamente, a fines de la década de 1850 cuando son cedidos
terrenos de la localidad de Azul a la tribu de Catriel constituyéndose la Villa Fidelidad. Sin embargo,
hemos encontrado en la jurisdicción de Bahía Blanca la existencia de "establecimientos" pertenecientes a
indios que formaban parte de la tribu de Venancio (AGN, VII, leg. 214). Hasta el momento no hemos
podido determinar el tipo de tenencia que tenían estos indígenas sobre esas tierras. Agradezco a Jorge
Gelman haberme señalado la existencia de esta fuente.

11
En otros trabajos planteamos que el negocio pacífico comenzó a diseñarse
cuando Rosas era el comisionado del gobierno provincial para la Pacificación de Indios
y que terminó de instalarse antes de la expedición al sur que llevó a cabo entre los años
1833-1834. Ese es precisamente un buen momento para observar las reacciones que
causó en las parcialidades indígenas la exigencia de reducción. Por un lado se
produjeron conflictos con los grupos que hasta el momento se encontraban fuera del
territorio dominado por el gobierno, por ejemplo, el cacique Marinecul que tenía su
asentamiento en las cercanías del Arroyo Napaleufú. En abril de 1832 el capitán Juan de
la Madrid denunciaba que al intentar mensurar unos terrenos sobre el Arroyo Grande o
Napaleufú el cacique Marinecul que vivía en ellos se lo impidió “con pretesto de que se
le quitaban sus campos”. Rosas ordenó que se le dijera al cacique que “los demas
indios amigos viven en campos mensurados y nadie les incomoda; que si se empeña
en estorbar la mensura S.E. lo considerara como enemigo y lo perseguirá y castigara" 26 .
La frase anterior es muy elocuente y remite a una práctica que ya se estaba aplicando
desde las negociaciones iniciadas en 1826. En las mismas se había autorizado la
instalación de indios en "tierra de cristianos" en la medida que nombraran "un patrón
hacendado que valga para protegerlos contra los malos cristianos" 27 . En los hechos ésto
derivó en el asentamiento de indígenas en las tierras de los hacendados y Rosas mismo
en su memoria al gobierno de 1828 reconocía que en su estancia "Los Cerrillos"
habitaban cantidad de indios pampas 28 .

26 AGN, X, 24.5.4
27 Documento sin fecha, en Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, en adelante AHPBA,
Negociación pacífica con los Indios en la Provincia de Buenos Aires (1825-1828).
28 En Saldías, Adolfo, Historia de la Confederación Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1987. En
otro trabajo apoyamos documentalmente la presencia de los caciques Catriel, Cachul y Venancio en dicha
estancia. Ver Ratto, Silvia "El negocio pacífico de los indios: la frontera bonaerense durante el gobierno
de Juan Manuel de Rosas (1829-1852)"; en Siglo XIX núm. 15. México, Instituto Mora.1995.

12
A partir del año 1832 se decidió reubicar a estos indígenas en la línea de frontera
“empezando a sacarlos de las Estancias” 29 . En estos grupos el interés principal de su
relocalización parece haber sido la búsqueda de la seguridad que les brindada el
asentamiento en el interior del territorio ya que cuando se les ordenó que abandonaran
las estancias y se dirigieran a la zona de frontera, algunos grupos se negaron a instalarse
en “parajes desconocidos como la laguna Blanca y Bahía Blanca” prefiriendo situarse
en lugares de asentamiento más seguro como Tapalqué, Azul e Independencia 30 .
Esta limitación del espacio territorial debe haber llevado a modificaciones en los
patrones de subsistencia de los grupos. Recordemos que la economía de estos indígenas
se basaba en el pastoreo de ganado, recolección y caza y, en algunos, una incipiente
agricultura. En función de dichas actividades la territorialidad era dispersa, existiendo
lugares de asentamiento permanentes, propios de cada cacique y lugares estacionales
que podían ser compartidos por varios caciques 31 . No sería sencillo modificar de raíz el
patrón de movilidad ya que éste se vinculaba a las actividades económicas que
realizaban y la situación debía ser más evidente en aquellos grupos que no habían
pasado por la experiencia previa del asentamiento en establecimientos rurales. En el
Fuerte Independencia las denuncias de los comandantes apuntan en esa dirección. A
poco de lograr el compromiso de las tribus en situarse a inmediaciones del fuerte, el
comandante informaba que los indios "… no quieren estar reunidos por tener sus
majadas de ovejas y algunas vacas y andar continuamente en movimiento en busca de
los mejores lugares entre los dos arroyos del fuerte habiendo tolderías hasta una legua
de distancia del fuerte" 32 . Tres años más tarde un nuevo comandante denunciaba que los
indios se habían asentado en un terreno que era solicitado por un hacendado por ser de
su propiedad; el comandante agregaba que “V.E. sabe muy bien que dichos indios no
permanecen continuamente en un paraje y se mudan de un paraje a otro por
consiguiente el campo esta bastante talado en estas inmediaciones y por lo mismo se
ban poblando entre las sierras al abrigo y buscan al mismo tiempo mejores pastos y
estos ya son agenos se agrega amas que ellos en sus boleadas o campeadas no dejan de
apropiarse de lo que es suyo” 33 .

29 AGN, X, 24.5.3A
30 AGN, X, 27.7.6
31 Ver los trabajos de Mandrini, Raúl, "¿Sólo de caza y robos vivían los indios? Los cacicatos
pampeanos del siglo XIX"; en Siglo XIX. Revista de Historia. Segunda época, Nro. 15, 1994; Palermo,
Miguel Angel "La compleja integración Hispano-Indígena del sur argentino y chileno durante el período

13
Una de las estrategias utilizadas por el gobierno para lograr el asentamiento de
las tribus fue el fomento de la agricultura 34 . Así, en Federación, en enero de 1834 el
comandante del fuerte informaba que de los 500 indios de pelea con que contaba la
tribu, unos 250 indios tenían quintitas de media cuadra sembrada de maíz, zapallo,
sandías y melones. “Algunos también siembran yerba, algodón, nueces y duraznos. El
cacique tiene una quinta de dos cuadras, 300 vacas, 100 caballos, 500 ovejas y 300
cabras” 35 .

En Tapalqué también se registraban prácticas agrícolas por parte de los


indígenas. En un informe muy conocido y frecuentemente citado, el comandante del
punto notificaba las prácticas agrícolas del cacique Railef ennumerando las especies
sembradas. En este caso parecería que la chacra del cacique era cultivada en forma
comunitaria por sus indios ya que el informe comentaba que la chacra “era bastante
grande […] y sus indios casi todos trabajan” 36 .

En resumen, la instalación de los indios en la frontera no implicó la cesión de un


territorio para ellos. Esta medida era funcional a los objetivos del gobierno ya que, ante
cualquier necesidad de movimiento los grupos podían ser reubicados en otros parajes.
De todos modos, el incentivo del cultivo era considerado importante porque cumplía la
función de modificar los hábitos de asentamiento.

colonial", América Indígena, 1, 1991 y Nacuzzi, Lidia, Identidades Impuestas. Tehuelches, aucas y pampas
en el norte de la Patagonia. Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropología, 1998.
32 Felipe Julianes a Rosas, octubre de 1832, AGN, X, 24.7.3.
33 AGN, X, 25.1.4A
34 El gobierno favorecía estas prácticas mediante el envío de utiles de labranza y de personas
capacitadas para enseñar el oficio. Ver Ratto, S. "El negocio …"
35 En el fuerte existía una quinta del Estado de 8 cuadras cuadradas sembrada de maíz, sandías, melones
y zapallos para el consumo de la guarnición de manera que a diferencia de algunos indios de pelea, los
milicianos y, en general, la dotación militar del fuerte no disponía de tierras de cultivo propias. El coronel
del fuerte y el capitán Susviela tenían dos quintas de cuadra y media cada una con el mismo tipo de
sembrado lo cual habla de dimensiones bastante similares a las de cacique. AGN, X, 24.8.6
36 AGN, X, 25.8.3

14
Pasando al segundo aspecto que nos interesa, ¿cuáles serían las obligaciones de
los indios amigos? A partir de 1828 comienzan a delinearse los rasgos básicos de la
relación con los indígenas que más tarde se conocería como el "negocio pacífico". Si
bien la principal obligación de los indios amigos era la de servicio de milicias el
gobierno había emitido en esa época un certificado por el cual se permitía a los indios
"para que libremente pueda ir a trabajar sin poder ser molestado para fatigas de la
milicia ni en otras algunas que no fueren de su elección" 37 .
Con la llegada de Rosas al gobierno los indios amigos debían cumplir con una
diversidad de tareas. En una carta al cacique Cachul, de mayo de 1832 el gobernador
señalaba que el origen del mal comportamiento de los indios era su "ociosidad", el no
tener "un trabajo util en que entretenerse" y sugería como solución que los indios
trabajaran en una salina cercana a Bahía Blanca. Esta propuesta formó parte de las
negociaciones de paz realizadas con los boroganos donde se estipulaba el pago que se
haría a los indios por cada fanega de sal que recolectaran: 8 pesos, una yegua o tres
ovejas 38 .

¿Qué otras tareas debían cumplir los indios amigos? Para Rosas la tarea
principal de los indios asentados en el sur de la provincia debía ser "… alludar a
defender la tierra y las haciendas de los indios ladrones y malos amigos" 39 . Pero no se
agotaban allí las actividades de los indios. En una notificación al comandante del Fuerte
Mayo, Felipe Julianes, agregaba que los indios de los alrededores "están todos
puramente destinados [...] en este punto para el servicio de chasque"; y a los mismos
indios del fuerte les comunicaba que estaban destinados a todos los trabajos "que se le
ofrezcan a V.S. al bien de la patria y al de ellos mismos" 40 . De todos modos, estos
trabajos contaban con algún tipo de retribución 41 .

37 Ver el documento completo en Ratto, Silvia "El negocio pacífico ..."


38 AGN, X, 24.5.3ª. No sabemos si este "contrato" se cumplió efectivamente pero unos años más tarde el
comandante del cantón Tapalqué informaba que “La licencia que V.S. me ordena diese a Cachul para
mandar sus indios a Salinas no a tenido efecto porque despues que le ise saber la orden de V.S. me dijo
que ya no mandava a Salinas por que temía a los chilenos…” (AGN, X, 25.3.2). Esta idea de la
ocupación "productiva" del indígena será uno de los puntales, tal vez más que la evangelización, para
intentar su integración a la sociedad nacional luego de la conquista del territorio. Ver Lagos, Marcelo, La
Cuestión Indígena en el Estado y la Sociedad Nacional. Gran Chaco 1870-1920. Universidad Nacional de
Jujuy, 2000.
39 AGN, X, 24.5.3A
40 AGN, X, 25.1.4
41 En 1833 al pedir al cacique Venancio "indios de trabajo" para servir de peones en el transporte de
ganado al ejercito expedicionario del sur, se le aclaraba que se les "ha de pagar bien y [se] les ha de

15
Además de estas tareas, al inicio del sistema parecía existir una suerte de "mita"
indígena para una serie de actividades. En efecto, entre 1831 y 1832 existían tres puntos
en la ciudad de Buenos Aires a donde se dirigían partidas indígenas de cierta
consideración permanenciendo en ellas varios días. Durante su estadía eran racionadas
por el gobierno y a su regreso a los toldos eran asimismo abastecidas con vicios y en
ocasiones obtenían el pago de una suma de dinero. Hemos encontrado para el año 1835
varios listados de pagos a indios que regresaban a distintos sitios de frontera: fortín
Colorado, Tapalqué y Tandil. Estos listados parecen señalar "sueldos" de 30 pesos para
las chinas, 50 para los indios y 100 pesos, supuestamente a indios de mayor jerarquía 42 .

Los lugares que recibían estos contingentes indígenas eran la Chacarita de los
Colegiales y los hornos de ladrillos de La Merced y la Catedral 43 . En Chacarita, desde
1829 su administrador Anselmo Farías tenía entre sus funciones la de preparar piezas en
servicio público para los indios que empezaron a llegar a partir de 1831 (AHPBA). Las
cuentas de este sitio no permiten hacer un seguimiento en el tiempo de esta práctica ya
que se interrumpen al año siguiente y vuelven a aparecer varios años después. En 1836
se encontraron cuentas de gastos de diferentes partidas indígenas de entre 22 y 60
personas que cubre el período del 1 de mayo al 30 de septiembre. Entre los gastos
realizados se cuenta la compra de caballos para el servicio de los indios que realizan
despachos a las Postas y a la ciudad. El gasto total realizado en el mantenimiento de
indios durante ese año en indios ascendió a 15.321 pesos.

En los hornos de ladrillos las partidas indígenas eran mucho más pequeñas y la
practica parece haberse mantenido escaso tiempo ya que a mediados de la decada de
1830 estos hornos parecen haber cumplido otra función, como veremos más adelante.

prestar caballos". AGN,X,27.5.7. En AGN, X, 43.1.3 figuran asimismo varios pagos a indios que
cumplieron tareas de chasques.
42 Estos documentos se encuentran en AGN, X, 43.1.3.
43 Sobre la ubicación y función de estos sitios ver Ratto, S "El negocio pacífico…" pp. 37-40.

16
El trabajo rural también habría formado parte del obligaciones indígenas. En la
Estancia del Estado a cargo de Manuel Benitez se encuentran, para el año 1833,
registros de manutención de indios pampas a quienes se les entregaba como ración, una
arroba de carne diaria y 2 atados de leña 44 .

Hacia la década de 1840 esta diversidad de funciones parece haberse limitado


quedando como función principal la de auxilio militar. De hecho, a partir de esa fecha
los registros contables muestran una clara variación. Las erogaciones habituales pasan a
concentrarse en el pago de los sueldos militares de las distintas divisiones de indios
amigos y en la remisión de ganado. Solamente para las tribus de Tapalqué se mantiene
la entrega de vicios y otro tipo de artículos de consumo 45 .

Finalmente nos referiremos al tercer aspecto que nos va a permitir delinear con
mayor precision las características de los indios amigos que se vincula al lugar que
ocupaban éstos en la sociedad provincial. En otro trabajo habíamos planteado este tema
intentando un acercamiento a partir del estudio de los censos de población 46 . En
realidad lo que observamos es que no había una intención por parte del gobierno en
censar dentro de la población provincial a los indígenas. En efecto, los censos
realizados en los años 1836 y 1838 establecen las categorías de blancos, pardos y
morenos, extranjeros, tropa y familia de tropa y no figura la categoría "indio". Esto se
debía a que el recuento de la población indígena estuvo a cargo de los comandantes de
los fuertes de frontera donde se hallaban asentados grupos amigos lo que permite
señalar que no existía una intención oficial de integrar a esta población sino que, por el
contrario, era claro que se trataba de contingentes particulares que estaban bajo
jurisdicción de los comandantes de frontera 47 .

44 Las rendiciones de Benitez se hallan en AGN, X, 43.1.2 La manutención dada a los peones indios
asemeja este tipo de relación laboral con el trabajo esclavo analizado por Jorge Gelman para las estancias
de Rosas.
45 Ver Ratto, S, "El negocio pacifico…"
46 “Soberanos, clientes o vecinos? Algunas consideraciones sobre la condición del indígena en la
sociedad bonerense”. Este trabajo constituirá una de las secciones de un libro en preparación editado por
Daniel Villar (UNSur). Autores: Daniel Villar, Silvia Ratto & Juan Francisco Jiménez, Bahía Blanca,
Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur, 2001.
47 Hernán Otero señala la persistencia de esta omisión en censos provinciales posteriores a la fecha que
trabajamos. Para el autor la inexistencia de una categoría censal para el indígena reflejaba que éstos
constituían, para el estado, un colectivo indiferenciado que solo importaba en relación con su capacidad
militar y su condicion de enemigo real o potencial (“Estadística censal y construcción de la Nación. El

17
Pero no terminaba ahí la peculiar posición de los indios amigos en la sociedad
provincial. A través del análisis de otros elementos habíamos planteado que durante el
gobierno rosista se intentó establecer una claro vínculo de dependencia personal entre
estos grupos y el gobernador. En efecto, estos grupos habían desarrollado un lazo de
exclusiva fidelidad hacia la persona de Rosas; eran indios amigos … de Rosas. Las
negociaciones llevadas a cabo en forma personal entre el gobernador y los caciques, la
construcción de una jeraquización de caciques amigos donde los principales, Catriel y
Cachul aparecían como delegados de Rosas para tratar con otros grupos, la práctica de
regalos discriminados y personales, son todos elementos que permiten observar una
relación básicamente clientelística48. Para ratificar este idea basta echar una mirada
sobre el período posterior a la caída de Rosas donde fue muy difícil reconstruir la
relación con los principales caciques amigos.

Trataremos de plantear con todo lo anterior una definición más acotada sobre las
características que adoptaron los indios amigos en el período rosista. Llamamos indios
amigos a aquellos grupos reducidos en el espacio fronterizo, que tenían una relación
muy precaria con la tierra ya que podían ser reubicados en función de las necesidades
del gobierno o propias, con obligaciones laborales cuya composición fue cambiando en
el tiempo siendo en el inicio muy variadas y, con la consolidación del régimen rosista,
centradas en el servicio militar y que, básicamente, tenían un vínculo de dependencia
personal con el gobernador

caso argentino 1869-1914”; en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani” Nro. 16-17. Facultad de Filosofía y Letras, UBA.1998:131).
48 Ver Ratto, S, "Soberanos…" Diferente sería la situación de aquellos indios que, cortando su vínculo
con la tribu, se insertaban fundamentalmente como trabajadores rurales en la sociedad provinicial. Lo que
se observa en estos casos es que aún los indígenas participaban de este fenómeno generalizado de
movilidad social y blanqueamiento, característica de la campaña bonaerense en esta época. Ver Ibidem

18
La vida en la frontera

Asentados los indios en la frontera debieron producirse modificaciones


importantes en la estructura económica y política de las tribus. Dada la relación
personalista entablada entre Rosas y los indios amigos fue posible para el gobernador
crear una jerarquía de indios amigos en la cual los grupos asentados en la región de
Azul-Tapalqué-Independencia concentraban la mayor población indígena 49 y
representaban la “indiada más fiel” del gobernador. En efecto, en esa zona se habían
instalado los grupos pampas de Catriel y Cachul que tenían una larga relación con
Rosas y eran considerados los más importantes. Frecuentemente Rosas los enviaba
como sus representantes a otras tribus para obtener información; como recompensa los
caciques pampas recibían las mejores raciones y regalos 50 .

En este contexto también debe haberse modificado el tipo de líder indígena que
mejor representaría y defendería los intereses del grupo 51 . Si bien estos grupos habían
perdido su autonomía política la figura del cacique seguía siendo importante, entre otras
cosas para negociar las raciones y para centralizar la relación con el gobierno. Las
prácticas sucesorias en esa época entre las tribus pampeanas se centraban en la elección
de personas con amplios dotes guerreros y de mando 52 . Evidentemente estas
condiciones no deben haber primado en las sucesiones que debían resolverse en las
tolderías de frontera. Nos inclinamos a pensar que debía constituir un factor de peso el
tipo de vínculo que el cacique podía desarrollar con el gobierno para obtener las
mejores condiciones de vida. Recordemos que al no existir tratados escritos con cada
parcialidad las negociaciones eran llevadas a título personal entre el jefe de la tribu y el
gobernador. Por otro lado un elemento que no puede ser dejado de lado es el propio
interés del gobierno de que el cacique elegido fuera funcional a la alianza.

49 En el censo provincial de 1854 se contaban en la zona más de 6.000 indios reducidos.


50 En 1835 la conducta del cacique Llanquelen no parecía ajustarse al ideal de indio amigo esperado por
Rosas. En una carta que debía ser leída a Catriel decía que "por todas estas cosas voy a mandar un
parlamento muy formal y muy serio [con Llanquelen] […] Pero que sera conveniente que el mande uno
de sus indios y Cachul otro, que estos indios solo deben ir representando las personas de ambos y
diciendo que todo lo que yo mando decir es exactamente exacto y cierto y que la voluntad mia es la de
ellos…" (AGN, X, 43.1.3)
51 Es frecuente hallar, entre grupos indígenas con estructuras políticas débiles, cambios en las cualidades
que reunían los caciques derivados a su vez, de las cambiantes condiciones de contacto con los poderes
regionales "blancos". Podemos señalar algunos ejemplos. A mediados del siglo XVIII la dinámica de las
relaciones fronterizas llevó a una modificación de las estructuras políticas de las parcialidades mapuches
en Chile. La política española de reducir en pueblos a los araucanos originó un fuerte enfrentamiento

19
En ese sentido parecería haber un acuerdo tácito de que la elección debía ser
realizada en forma conjunta entre los indios y el propio gobernador. En 1834 falleció el
cacique Antuán, cabeza de una tribu asentada en Tapalqué planteándose el problema de
su sucesión. Las comunicaciones cruzadas a raíz de este hecho nos permite ver varias
cosas. El cacique Catriel, que se encontraba en Buenos Aires reponiéndose de una
enfermedad, recibió chasques provenientes de Tapalqué que le notificaron del hecho
informandole asismismo el nombre del sucesor. Esto estaría indicando que Catriel
funcionaba como cabeza mayor de las tribus de dicho sitio a quien debía informarse los
acontecimientos de la zona. El segundo paso fue la comunicación entre Catriel y Rosas
quien a su vez, había sido notificado del caso por el comandante de Tapalqué. La
reacción de Rosas fue muy reveladora; el gobernador se mostró sorprendido por la
medida ya que "aun no haviamos acordado una cosa definitiva" y si bien se había
pensado en Calfiao como sucesor "no recuerdo que resolviesemos que ya se mandase
reconocer". La reacción de Catriel ante los acontecimientos del nuevo nombramiento
también fue de sorpresa ya que "desde que este reconocimiento no ha tenido la
asistencia del comandante Muñoz jefe del punto, lo considera todo muy informal e
impropio". Para Rosas el camino correcto debió ser la realización de una junta con los
indios de la tribu y representantes de Rosas, de Catriel y de Cachul con la propuesta de
estos últimos; si la misma no era aceptada por los indios debían éstos reconocer a otro
jefe ya que "es preciso consultar tambien en la parte posible que los subditos queden
contentos" 53 .

Una situación similar se produjo a la muerte del cacique Cachul acaecida en


febrero de 1839. En el momento de su muerte se hallaba en Tapalque el cacique Catriel

entre los caciques gobernadores que suscribieron el acuerdo y los lonkos, jefes guerreros, que se oponían
a ese modelo fronterizo. El deterioro sufrido por los caciques en esta política llevó a los lonkos al
liderazgo político y militar de los principales linajes araucanos (León Solís, L, "El malón de Curiñamcu.
El surgimiento de un cacique araucano (1764-1767)"; en Proposiciones, Nro. 19, 1990). Otro camino
recorrido por las agrupaciones indígenas fue el pasaje de jefaturas electivas a hereditarias cuando el poder
de un cacique se había incrementado de tal manera que posibilitaba la creación de dinastías. En el espacio
panaraucano este proceso derivó en la conformación de grandes cacicatos a fines del siglo XIX
(Mandrini, Raúl, "Solo de caza …" y Varela, G y Manara,C, "Particularidades de un modelo económico
en un espacio fronterizo Nordpatagónico. Neuquén, siglos XVIII y XIX"; en Quinto Sol, Año 3, No. 3,
1999).
52 Ver el trabajo de Bechis, Martha, "Los lideratos políticos en el area araucano-pampeana en el siglo
XIX: ¿autoridad o poder?" en La etnohistoria en CD, Número especial de la revista Naya, Facultad de
Filosofía y Letras, UBA, 1999.
53 En los hechos el informe de los chasques era falso y los indios de Antuan solicitaban permiso para
radicarse en Tapalque "puesto que no tenian sucesor nombrado" (AGN, X, 43.1.3)

20
a quien el comandante Bernardo Echeverria informó que "pensaba consultar a V.E.
sobre la persona que debía aser cabeza de dicha tribu [...] [alertando a Rosas que] los
encargados interinamente del cacicato estan advertidos que deben sujetarse a lo que
V.E. disponga" 54 . Y adjuntaba un listado con los indios más apropiados para suceder a
Cachul. Es interesante detenerse en las cualidades consideradas más importantes para
convertirse en un cacique de la alianza. La "filiación" de cada indio comienza con el
cargo que ocupaba el mismo en la tribu y su relación con el cacique difunto; en todos
los casos se trata de capitanejos, es decir, indios que por su posición jerárquica tenían
gente a su cargo. La segunda característica que se registra es la relación con los blancos
y en general con las costumbres "cristianas". Así, los indios propuestos aparecen como
"cristiano muy apegado a todas nuestras costumbres, muy docil…" "muy amigo de los
cristianos", "indio pacífico y amigo antiguo pero poco dado con los cristianos" "muy
amigo de los cristianos, muy docil aun cuando este ebrio" "indio anciano pero no es de
toda confianza pues es de los ranqueles". Y sólo en tercer lugar se especifica el poder
de mando que tienen en relación con los indios que dirigen. Es de remarcar que de los 6
indios nominados, solo uno sabe "hablar nuestro idioma castellano como cualquier
paisano de campo". Resulta evidente de esta relación que la característica principal de
un cacique debía ser su relación dócil con el gobierno; la capacidad de mando con
respecto a sus indios quedaba relegada a un segundo lugar.

Un pilar fundamental de la alianza lo constituían las raciones y regalos del


gobierno. El ingreso de estos bienes a la economía indígena no habrían incrementado la
función redistributiva del cacique ya que la misma era cumplida o supervisada por los
comandantes de frontera. En este sentido, las raciones sirvieron como complemento
económico para el conjunto de la parcialidad y como vía de enriquecimiento personal
de los caciques 55 .

54 Echeverría a Rosas, AGN, X, 25.6.5


55 Para un análisis de este tema ver Ratto, Silvia, "La estructura de poder en las tribus amigas de la
provincia de Buenos Aires (1830-1850)"; en Quinto Sol, Revista de Historia Regional, Año 1, Nro. 1,
1997.

21
Más allá de las modificaciones internas de las tribus amigas veremos cómo se
plasmaba su relación con la población de la campaña en relación al comercio, el trabajo,
la aplicación de la justicia provincial para finalizar haciendo un breve comentario sobre
las modificaciones que observamos en algunas prácticas indígenas.

El contacto comercial entre indígenas y blancos es uno de los temas más


resaltados cuando se estudian las formas de contacto interétnico. En general se plantean
la incorporación de nuevas necesidades en las tribus a partir del contacto con el blanco
y la necesidad de abastecerlas mediante los intercambios. Eso a su vez llevaría a una
especialización de la economía indígena en la producción de bienes que fueran
demandados por los mercados blancos. La posesión de bienes obtenidos a través del
comercio, por otra parte, podían llevar a una jerarquización social en las tribus 56 . Con
respecto a este tema, los indios amigos desarrollaron un intenso comercio con pueblos
del interior de la provincia para abastecerse de bienes que no estaban incluidos en las
raciones del gobierno 57 . A su vez, y hasta la derrota total de los boroganos en 1836, los
indios amigos actuaron como intermediarios con los de Salinas. El comandante del
Fuerte Mayo informaba sobre la llegada de partidas "que venian a su comercio"
asimismo lo hacía el comandante de Tapalqué para la misma fecha; en ese punto se
aclara que la partida llegó "con licencia de su cacique a sus negocios" 58 .

56 Ver, entre otros, los trabajos de Palermo, Miguel Angel, "La compleja intergración …" y Mandrini,
Raúl, "Procesos de especialización regional en la economía indígena pampeana (siglos XVIII-XIX): el
caso del suroeste bonaerense", en Boletín Americanista, año XXXII, Nro. 41. Barcelona, 1991.
57 No nos extendemos sobre el tema porque lo hemos desarrollado en otros trabajos. Ver "El negocio
pacífico…" y "Relaciones fronterizas en la provincia de Buenos Aires"; en NAYA, Noticias de
Antropología y Arqueología, 1999. Número especial La etnohistoria en CD
58 Las referencias de los comandantes de frontera se hallan en AGN, X, 25.1.4 y AGN, X, 25.3.2

22
Pero más allá de esta descripción sobre circuitos de comercio y bienes
intercambiados, no se ha profundizado acerca del significado que tenía el comercio para
las dos sociedades. Para los indigenas y a diferencia de la sociedad blanca el objetivo de
las transacciones no era la obtención de beneficios sino la satisfacción de nuevas
necesidades o la adquisición de elementos de prestigios. Además, la relación entre el
comprador y el vendedor no era, para el indígena, una relación casual o incidental sino
que estaba basada en una relación personal entre las partes. La misma creaba un tipo de
vínculo donde se confundían las puras transacciones comerciales con los obsequios 59 .
Si bien nos estamos referiendo a grupos indígenas que llevan varios siglos de
contacto, podemos ver que esa práctica se mantenía. Una carta de Pablo Millalican,
escribiente de la tribu de los boroganos dirigida al vecino de Monte, Francisco
Santellanes en julio de 1833 describe detalladamente el mecanismo de relación:

"suplico a Ud. me haga el favor de llevarlo a ese indio Manuel Casales a la casa
de mi amigo su yerno donde fuimos a tener gran comilona con el cacique
Cañuiquir y mi compañero Delgado acordandome de ese gran cariño y de las
buenas ofertas que me hizo. Mando a esos indios que me haga el favor de darle
ospedaje en su casa pidiendo auxilio en los jueces para sus mantenciones. Y
juntamente que me haga el favor de ayudarles a cambalachear sus pobresas por
mais ... [el cacique Rondeau SR] en señal de que desea ser su intimo amigo le
manda una jerga de estimacion a ese señor donde fuimos a comer y dice [...]
que le haga la gracia de mandarle un saco de porotos y un saco de mais..." 60

59 Este tema, por el contrario, ha concitado el interés de investigadores de otras áreas. En estudios sobre
los indígenas norteamericanos podemos citar el análisis sobre el dispar significado del comercio de pieles
entre las tribus algonquianas y los franceses en la zona de los Grandes Lagos realizado por Richard White
en su libro The Middle Ground. Indians, Empires and Republics in the Great Lakes Region, 1650-1815,
Oxford University Press, 1999, capítulo 3 y el artículo de Miller, Ch y Hamell, G, "A new perspective on
indian-white contact: cultural symbols and colonial trade", en Journal of American History, 73, 1986;
para el área andina contamos con los trabajos compilados en el libro de Harris, Larson y Tandeter, La
Participación Indígena en los Mercados Surandinos. Estrategias y reproducción social. Siglos XVI a XX.
La Paz, CERES, 1987. Más cercanos a nuestro espacio de estudio está el trabajo de Guillermo Madrazo,
"Comercio interétnico equilibrado y trueque recíproco equilibrado intraétnico" en Desarrollo Económico
Vol 21, Nro. 82, 1981.
60 AGN, X, 24.9.1. Estas relaciones personales eran fomentadas por los mismos comerciantes como una
estrategia para obtener la mayor cantidad de "vendedores" indios. El interés por monopolizar el contacto
comercial con los indios era una práctica que se remontaba en el tiempo. En el período colonial, la ciudad
de Buenos Aires fue escenario de largos conflictos entre pulperos que pretendían monopolizar el
comercio intertribal. Para un relato de los conflictos entre Blas Pedrosa y Manuel Izquierdo a fines del
siglo XVIII ver los trabajos de Mariluz Urquijo, "Blas de Pedrosa, natural de La Coruña y baqueano de la
Pampa"; en Historia, año III, Nro. 9, 1957 y el más reciente de Laura Cutrera "Hospedaje y agasajo de los
indios que bajan a esta capital. Una mirada a las relaciones pacíficas de fines del siglo XVIII", mimeo,
2000.

23
Los indígenas buscaban una relación personal con vecinos de la campaña para
garantizar sus cambios y, a la vez, solicitar obsequios. Los vecinos por su parte, no
realizaban esos regalos de su propio bolsillo sino que frecuentemente recurrían al juez
de paz para que los auxiliara. Estos contactos personalizados podían llevar a crear
importantes vínculos entre vecinos e indígenas. En febrero de 1835 el cacique borogano
Caneullan, ya instalado en el Fuerte Mayo pedía licencia para trasladarse a la guardia
del Monte "con el fin de ver a sus amigos principalmente al coronel graduado Vicente
Gonzalez y demas conocidos en aquel destino". Pocos meses más tarde Gonzalez
notificaba el arribo de la cacica Luisa, esposa del borogano Cañuiquir con el fin de
"trasquilar las obejas que yo le entregue el viaje pasado y las habia dejado a cuidar a un
compadre de esta" 61 .

Si tenemos en cuenta que las tribus de Catriel, Cachul y Venancio estuvieron


alojadas en la estancia Los Cerrillos por un período de tres años y tenían una fluida
vinculación con dicho pueblo se entiende la creación de relaciones con habitantes del
mismo que habría derivado en la permanencia de algunos grupos en la guardia. En
ocasión de la muerte del cacique Venancio, su mujer María solicitó permiso para pasar
a la dicha guardia a ver "sus animales" que estaban al cuidado de un hijo suyo 62 .

61 Los informes del comandante sobre los pases dados a los indígenas en AGN, X, 25.1.4 y X, 25.2.2
62 AGN, X, 25.2.5.

24
Más allá de las cargas laborales de los indios amigos, que como vimos estaban
vinculadas al servicio miliciano y diversas tareas como chasques y acarreo de ganado,
los indios podían contratarse en actividades rurales. En marzo de 1836 Rosas ordenaba
al comandante de Tapalqué que hiciera "una relación clasificativa de los indios capaces
de trabajar en puestos" 63 . Por el momento no estamos en condiciones de asegurar que
este tipo de contratación era realizado libremente por los indios amigos pero sería
tentador suponer que el negocio pacífico representó asimismo una estrategia para
conformar un "reservorio de peones rurales" a disposición de los hacendados.
Aventuramos esta hipótesis debido a que hay indicios de que la contratación de estos
indios debía contar con el consentimiento de los comandantes de los fuertes. Así parece
desprenderse de una nota de enero de 1835 en la que el comandante de la división norte
de campaña Ramirez le solicitó a su par del Fuerte Mayo "que soltase indios […] para
recoger el trigo" de los hacendados 64 .
Esta contratación particular de los indios representaba un peligro para el
gobierno ya que, así como trabajaban para hacendados federales, los indios también
podían hacer tratos con unitarios. Estas relaciones eran consideradas muy perjudiciales
por el gobierno por el temor de que los opositores al gobierno "hablaran mal de él" 65 e
intentaban ser cortadas por todos los medios66. Esto se ve claramente en la nota
anteriormente mencionada sobre el empleo de indios del Fuerte Mayo, donde se
reprendía al comandante Ramirez que hubiere ordenado a Julianes liberar indios "para
servir al unitario y malvado Iramain su compadre" pero no el facilitar peones. De hecho
el descargo de Ramirez fue que "era imposible haber escrito semejante cosa" y que en
su carta a Julianes sólo le pedia auxiliase a su compadre con algunos individuos que no
le hiciesen falta para recoger el trigo.

63 AGN, X, 25.3.2.
64 AGN, X, 43.1.3
65 Con estos términos se argumentaba sobre la necesidad de no permitir el trato de los indios con Felipe
Barrancos, vecino de la Guardia de Luján y filiado como unitario por el juez de paz. AGN, X, 27.5.7
66 Desde Tapalqué informaba el comandante Echeverría que estaba intentando "cortar [...] la amistad que
ay entre él [Juan Francisco Hollos] y el casique Reilef por que veo que este indio es bueno y dosil y por
consiguiente capas de ser engañado por hombres como ese que entiende bastante la lengua pampa y que
sé que ase mil regalos a Reilef con el interes de que este lleve a su casa a los indios con sus telas y pieles
para comprarlas". (AGN, X, 25.3.2)

25
A pesar de los temores del gobierno sobre las "malas influencias" que podían
representar la relación de los indios con los unitarios, la fidelidad hacia Rosas parece
haber primado. En noviembre de 1839, comentando el desarrollo de las acciones contra
los hacendados que encabezaron la revolución de los Libres del Sur, el gobernador se
alegraba en una carta dirigida a Vicente González de que los indios “se han retirado del
Tandil, aun los mismos que allí vivían y con quienes contavan los unitarios en cuyas
estancias servian de peones muchos de ellos y se han concentrado en Tapalque” 67 .

Volviendo a la contratación de los indios como peones rurales, se puede ver que
los salarios que se les pagaba, eran sensiblemente inferiores a los de los peones libres
aunque contaban con la entrega de raciones alimenticias. Ante la pregunta de Ventura
Miñana, encargado de una caballada de Estado sobre la manutención y pago que debía
realizar a unos indios que pensaba contratar, Rosas contestaba que, como ración les
diera "una yegua cada ocho días, que los cueros de esos animales los venda y con su
producto les compre yerba…". En cuento al salario, "La invernada la puede atender con
peones a 30 pesos y 20 pesos para los indios 68 .

Por el contrario con respecto a las modalidades de contratación, no parece haber


habido diferencia con sus pares blancos. En julio de 1838 el comandante de
Independencia notificaba el arresto de indios por deber dinero a sus patrones. La
respuesta de Rosas es que la culpa la tienen ésos por darles dinero adelantado por lo que
concluye que “el que no quiera recibir ese perjuicio con no adelantarles dinero lo
evitarán" 69 lo que hacer referencia a la práctica de algunos hacendados de entregar
adelantos salariales para captar la escasa mano de obra rural.

La contratación de los indios en trabajos rurales tenía, no obstante, algunos


inconvenientes para uno de los objetivos fundamentales del negocio pacífico: la
seguridad de la frontera. En agosto de 1839 el comandante de Tapalqué informaba al
comandante accidental de la División del Sur, Nicolás Granada, sobre el resultado de un

67 AGN, X, 25.6.6
68 AGN, X, 24.9.1. Sobre la situación de la mano de obra libre en la época de Rosas ver el trabajo de
Jorge Gelman, "Las condiciones del crecimiento estanciero en el Buenos Aires de la primera mitad del
siglo XIX. Trabajo, salarios y conflictos en las estancias de Rosas", en Gelman, J, Garavaglia, J.C. y
Zeberio, Expansión capitalista…
69 AGN, X, 25.6.1

26
ataque de indios enemigos sufrido por el cantón. En el mismo decía que "los indios de
Tandil, ubicados arroyo arriba tuvieron 7 muertos y eso sucede porque muchos de los
indios que debían existir en Tapalqué se hallan en Tandil y varias veces el comandante
debió mandar a buscarlos sin conseguir reunir el número que V.E. ordenó que existiera
allí. Esto se debe a que Estos indios viven conchabados por las estancias y están muy
echos a esa vida”. El resultado de esto es que los indios de Tapalqué no sólo no
sufrieron pérdidas sino que derrotaron a los enemigos causando varios muertos 70 .

Podríamos decir que los contactos señalados anteriormente se desarrollaban


entre "particulares" es decir, representaban tratos directos entre los indígenas y los
pobladores de la campaña; en el caso del trabajo rural, el Estado actuaría como un
particular más requiriendo mano de obra indígena. Pero existían otros ámbitos de
interacción donde el gobierno era el principal interlocutor blanco. Nos referimos a la
aplicación de la justicia y al desarrollo de ciertas prácticas indígenas como el
matrimonio y el tratamiento de las enfermedades.

Los indios amigos fueron objeto de sanciones judiciales así como sujetos que
pudieron apelar a la justicia blanca para resolver conflictos tanto en el ámbito interno de
la parcialidad como con la población blanca 71 .

La apelación de los indígenas a la justicia provincial estaría indicando la


posibilidad que éstos veían de acceder a un recurso de coerción inexistente en la
estructura tradicional de mando. En este sentido es posible encontrar casos en que el
cacique solicitaba la intervención de las autoridades de frontera para solucionar un
conflicto interno de su parcialidad. También hay registros de pedidos de ayuda para
obtener el rescate de indios hechos prisioneros en expediciones punitivas, con quienes
se tenía algún tipo de vínculo de parentesco. Como estos indios eran comunmente
entregados a particulares en una suerte de mano de obra servil, el gobierno abonaba al

70 AGN, X, 25.6.5
71 Ratto, Silvia, "La estructura de poder…". La utilización de la justicia por los indígenas fue una
estrategia utilizada desde muy antiguo. Un trabajo pionero sobre el tema es el de Steve Stern que analizó
las prácticas litigiosas de los indios de Huamanga entre fines del siglo XVI y mediados del siguiente. El
autor argumentaba que la existencia del aparato judicial colonial le daba al indígena un margen para
reivindicar sus derechos. Las batallas legales que concitaron la mayor persistencia por parte de los indios
fue la referente a la mano de obra. Stern, Steve, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la
conquista española, cap. 5 "Los indios y la justicia española". Madrid, Alianza, 1986,

27
poseedor del prisionero una compensación por su entrega. Finalmente, hemos
encontrado diferentes pedidos particulares de los indígenas lo que hace referencia al
papel paternal que gustaba adjudicarse el gobernador. Por ejemplo, en octubre de 1836
Rosas remitía al juez de paz de Luján una denuncia del indio Almiron sobre el robo de
su mujer y sus sospechas de que fue robada por el cuñado de Barrancos indicándole que
"se hace necesario practique V. todas las diligencias posibles haber si puede dar con la
mencionada china" 72 .
Para finalizar este recorrido inicial por las formas de contacto que se
desarrollaron en la frontera bonaerense queremos hacer un breve comentario sobre las
modificaciones de ciertas prácticas indígenas como el matrimonio y el tratamiento de
las enfermedades. En este ámbito se puede observar con mucha claridad que el gobierno
actuaría con una gran cautela sin forzar la modificación de éstas aun cuando fuesen
contrarias a las costumbres criollas 73 . La correspondencia de Rosas con distintas
autoridades de la frontera es muy explícita en indicar "la grande abilidad y tino que se
necesita para saber manejar el negocio pacifico de un modo que siga
desenvolviendo prosperos resultados"; en este punto tenía fundamental importancia
para el gobernador ser consciente que “Las diferentes tribus de indios amigos que
comandan Catriel, Cachul, Don Venancio, Santiago Llanquelen, caciques borogas y
demas que estan en amistad y relaciones conmigo todos ellos los cabezas de cada una
tienen diferentes opiniones, pasiones, enemistades y aspiraciones…” 74 .

El cambio de costumbres y prácticas indígenas debía ser trabajado con una gran
dosis de persuasión por parte de las autoridades fronterizas. Una estrategia utilizada por
el gobierno para lograr la conversión de los indígenas era la selección de determinados
actores que debían convertirse en una suerte de "ejemplo" a ser imitado por el resto de
los indios. En este punto jugaron un papel fundamental los caciques pampas Catriel y
Cachul, considerados para el gobierno como los intermediarios claves en la relación

72 AGN, X, 21.2.2
73 La más evidente es la tolerancia de la poligamia.
74 Carta el comandante de Bahía Blanca en el año 1834 AGN, X, 24.8.6. Rosas era muy severo en cuanto
a que las autoridades militares de la frontera no intervinieran perturbando las relaciones sociales de las
tolderías. Por ejemplo, el juez de paz de Dolores anunciaba en octubre de 1837 que debido a la muerte de
algunos indígenas del partido una indiecita de 4 años, de religión cristiana había quedado sin padres por
lo cual el juez de paz la sacó de los toldos y la trasladó a su casa en donde permanecía hasta que el
gobernador le ordenara qué hacer con ella. Rosas contesta que “devuelva la india a los toldos de donde la
hizo sacar pues que se han muerto sus padres debe tener hermanos, parientes o deudos y que aun cuando
no los tenga puede hacerse cargo de ella alguna china del mismo toldo” AGN, X, 25.3.5

28
entre Rosas y el resto de los indios fronterizos y para estos últimos, los caciques a quien
debía imitarse si se querían obtener buenas raciones. Otra estrategia a la que apeló el
gobierno para lograr la "conversión" de los indios amigos fue la captación de los hijos
de los caciques mediante su educación en la ciudad. Para los caciques, la elección de un
hijo para servir como interlocutor con el gobierno significaba una garantía de que no
serían engañados.
En términos generales se puede plantear que se esperaba que fuera el indígena el
que mostrara interés por las prácticas criollas y de esa manera fuera abandonando
lentamente las suyas. Sin embargo, lo uno no llevaba necesariamente a lo otro; los
indios podían realizar una incorporación selectiva de algunos elementos de la cultura
blanca que resultan útiles para sus fines sin por ello renegar o abandonar sus propias
prácticas culturales.

Esto lo podemos comprobar en la manera en que los indios fronterizos


reaccionaron ante las enfermedades que se producían en las tolderías. Para los indígenas
las enfermedades eran producto de la posesión del enfermo por un espíritu maligno, el
gualicho. No existía para ellos la muerte natural, sino que la muerte se consideraba
causada por alguien, de ahí la preocupación casi obsesiva por encontrar al culpable 75 . Si
bien en la búsqueda del culpable toda la comunidad era potencialmente sospechosa,
había una cierta constante en que las sospechas recayeran sobre las mujeres. La
detección del culpable estaba a cargo de la machi, persona dotada de saberes médicos y
adivinatorios, y la sanción era generalmente la muerte 76 .

El contacto con el blanco trajo enfermedades nuevas para el indígena, una de


ellas fue la viruela. En estos casos en que la epidemia no conseguía ser frenada por los
machis y amenazaba con exterminar a gran parte de la tribu, se optaba por mover el
lugar de asentamiento; los enfermos eran dejados en las tolderías y el resto del grupo se
mudaba más lejos 77 .
En las tolderías de frontera se produjeron entre los años 1836 y 1837 varios
brotes de viruela. ¿Cómo actuaron los indios amigos ante esto?. Lo que podemos

75 Foerster, Rolf. Introducción a la religiosidad mapuche.


76 Tomamos esta descripción del relato de Santiago Avendaño, cautivo de los indios ranqueles por 7
años, publicado por el padre Meinrado Hux; en Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño. Buenos
Aires, El Elefante Blanco, 1999.
77 d´Orbigny, Alcide, Viaje por América meridional, Vol II. Buenos Aires, Emecé, 1999

29
apreciar es que los indígenas pusieron en juego una diversidad de estrategias para hacer
frente a la enfermedad, algunas que reproducían sus patrones culturales y otras
innovadoras. Entre las últimas encontramos la consulta que le hizo el cacique Cachul a
Rosas acerca de la aplicación de la vacuna en los indios de su tribu. La respuesta de
Rosas refleja la cautela de la que hablamos. El gobernador contestó al cacique que “En
cuanto a la vacunacion de los indios que me mandan ustedes consultar sobre esto
ustedes son los que deben ver lo que es mejor les convenga. Entre nosotros los
cristianos este remedio es muy bueno por que nos priva de la enfermedad terrible de la
viruela pero es necesario para administrar la vacuna que el medico la aplique con
mucho cuidado y que la bacuna sea buena” 78 . En relación con esta consulta el
embajador inglés Woodbine Parish mencionaba en sus memorias que cerca de 150
indios fueron vacunados, entre ellos Catriel, Cachul, Tetrue, Quirdule, Collinao,
Toriano y Venancio.

Además de esta vacunación que debe haber sido realizada con los caciques y
capitanejos, se buscaron otras soluciones en las tolderías como la separación de los
enfermos, o en este caso, el traslado de los indios sanos al interior de la provincia
dejando a los enfermos en las tolderías de la frontera. En agosto de 1837 se avisaba al
gobierno que, como consecuencia de la epidemia de viruela existían tolderías “en una
Estancia por Lobos y hay más tolderías en Camarón, Ciago y Monte". Esto constituía un
verdadero peligro para la defensa de la frontera considerada una de las principales
obligaciones de los indios amigos. En ese sentido Rosas expresaba al cacique Catriel
que “… esa dispersion de indios por las estancias no esta buena porque es obligacion
de todos estar juntos para defender reciprocamente la tierra y sus familias lo que si estan
desparramados no podra ser porque cada familia tirara por su lado …” 79 .

Pero si bien se intentaba forzar a estos indígenas para que regresaran a sus
asentamientos fronterizos la relación con los caciques principales era diferente. Hay que
tener en cuenta la importancia que representaban éstos en el negocio pacífico lo que
hacía necesario extremar los cuidados para que se sintieran protegidos. De ahí que
cuando el cacique Catriel solicitó se le designara un lugar seguro para estar con su

78 AGN, X, 25.3.2
79 AGN, X, 25.4.1

30
familia se le permitió mudarse a las inmediaciones de la Posta de Lozano y poco
después la mayor parte de sus toldos se encontraba sobre la costa de las Flores y del
Trigo. Más tarde, el cacique pidió permiso para hospedarse en la misma ciudad de
Buenos Aires. Rosas contestaba que "…en la casa de la Piedad, donde existían algunos
enfermos, ya habían muerto algunos" por lo que le sugería instalar sus toldos con su
familia en los hornos de ladrillos de la Catedral 80 .

La casa de la Piedad ubicada en el cuartel 31 de la ciudad, actuaba como un


"hospital" para indios. Hemos encontrado registros que mencionan día a día el nombre
de cada indio enfermo y las medicinas suministradas. En ese sitio, el cacique Catriel fue
atendido por una dolencia en sus ojos desde enero de 1834 hasta agosto del año
siguiente 81 .

De todos modos, tanto la vacunación voluntaria de los indios como la aceptación


de los cuidados médicos no significaban que los indígenas hubieran modificado su
visión sobre la vida y la muerte o sobre el origen de las enfermedades. Paralelamente a
las situaciones que relatamos hay denuncias de los comandantes de frontera sobre los
intentos de los indios por matar a los brujos, considerados culpables de la aparición de
estas enfermedades. En el escaso período de tiempo en que se desarrolló esta epidemia,
los casos encontrados son verdaderamente importantes en cuanto a la frecuencia y a la
cantidad de supuestos brujos involucrados 82 . Lo que lleva a sostener que lejos de
apartarse de estas prácticas por la adopción de otras, lo que sucedía era el
mantenimiento de aquellas que representaban verdaderamente la vida de las
comunidades, a las que se sumaban prácticas que podían reportar un beneficio concreto
sobre la persona.

80 Ibidem
81 AGN, III, 4.7.15
82 A modo de ejemplo podemos citar el intento, en la toldería de Catriel, por asesinar a 13 indios
considerados responsables de la muerte del hijo del cacique. Merced a las hábiles negociaciones de Rosas
y del comandante de Tapalqué se obtuvo que esos indios fueran enviados a Buenos Aires (AGN, X,
25.4.1). Lo mismo sucedió en el Fuerte Mayo donde la epidemia de viruela se llevó a 9 indios grandes,
entre ellos el caciquillo Panchito, sobrino del cacique Caneullan, 14 mujeres y niños. En noviembre de
1836 el comandante del fuerte denunciaba el propósito de los indios de asesinar 8 indios de la tribu por
considerárselos brujos. Rosas consiguió que los indios fueran enviados a los hornos de la Catedral
"donde no les falte la manutención ni lana a las chinas con que trabajar" (AGN, X, 25.3.2).
Probablemente estos indios se transformarían en fuerza de trabajo para la sociedad criolla.

31
Las autoridades de frontera mostraban una doble actitud; aunque denunciaban
los intentos de los indios por asesinar a los brujos, buscaban cortar la práctica sin
enfrentarse en forma directa con ellos. En agosto de 1837 el comandante del Fuerte
Tapalqué presentaba un interesante informe sobre el manejo que había hecho del
tema 83 . Echeverría informaba que hacía años que estaba intentando disuadir a los
indígenas de asesinar a las personas que se supone que producían las muertes y que,
merced a estas conversaciones, había conseguido que los caciques entregaran a dichos
indios con la promesa del gobierno de que serían ubicados en un lugar lejano para que
no causaran más daño. Esta última frase refleja el tipo de discurso que está poniendo el
juego el gobierno: no trata de hacer entender a los indios la inexistencia de gualicho
sino que, aceptando que esos indios pueden traer daño a la tribu, se ofrece apartarlos.

Esta práctica habría dado resultado por un tiempo como lo prueban, según dice
Echeverría todos los indios que remitió a la ciudad por esa causa. Sin embargo “el
estado de alarma en que estos indios han estado y están hizo que ellos siguieran con su
antigua costumbre de sacrificios siempre reservandose de mi”. De manera que se
continúa con la práctica pero se intenta ocultarla a los observadores blancos. Es decir,
no se llega a modificar totalmente la costumbre pero no se realiza con la publicidad y
libertad que se hacía anteriormente por saber que era una actividad que contaba con la
reprobación del gobierno. ¿Cuál es la reacción de éste?. Mantenerse en la ignorancia del
hecho. El comandante reconocía que “aunque yo no ignoraba que tal sucedia asia
entender que nada savia y busque otros medios para llevar a cabo mi plan protegiendo
ocultamente a todas las que debian morir y mandandolas para dentro”.

El norte de esta conducta es no confrontar directamente; si los indios intentan


ocultar el mantenimiento de prácticas “reprobadas por la religión”, el gobierno se
mantenía aparentemente en la ignorancia pero en los hechos trataba de impedirlas.
Rosas aprobaba la conducta del comandante, considerando que “esta clase de asuntos
son delicados por su naturaleza y por lo tanto deben siempre manejarse con el pulso
necesario por que envejecidos los indios en esas costumbres no siempre conviene
contrariarseles de frente sino poco a poco con reflexiones conciliatorias que llenen el
objeto y no perjudiquen la armonía".

83 AGN, X, 25.5.1

32
Sin embargo, la "paciencia" de Echeverría parecía tener sus límites. Pocos días
antes de remitir el citado informe, el mismo cacique Cachul había mandado matar a su
hermana "de una manera tan pública" que el comandante no pudo dejar de observarlo.
Echeverría lo reprendió “de un modo amistoso por la falta de cumplimiento de su
palabra” y el cacique por medio de un lenguaraz se comprometió a no volver a realizar
ese tipo de ceremonias. La actitud del comandante sería más extrema cuando el indio
involucrado no era un cacique. En agosto de 1837 Echeverría había apresado y enviado
a la ciudad, al indio García, indio sin representación que, junto con algunos de sus
parientes había invadido un toldo con el objeto de quitar la vida de una mujer por
considerarla con gualicho. El hecho contó con la reprobación de Rosas que ordenó su
libertad. Vale la pena detenerse en la intervención del cacique Cachul que pidió
asimismo la libertad del indio. El argumento del cacique a favor del indio buscaba
acercarse al discurso del gobierno ya que pedía su libertad “pues que el error de Garcia
era efecto de su ignorancia”.

Algunos aspectos de los acuerdos matrimoniales también sufrieron alteraciones


en las tolderías fronterizas. Los matrimonios entre los indígenas estaban basados en el
pago de la dote por parte del futuro marido. Este pago convertía al marido en dueño
absoluto de la mujer lo que significaba tener poder sobre su vida, es decir, en caso de
infidelidad manifiesta el indio podía matarla. En ese caso debía pagar a la familia de su
mujer una compensación que representaba el doble de la dote. Veamos otro aspecto del
matrimonio que servirá para confrontar con las practicas fronterizas. Cuando una mujer
enviudaba tenía dos posibilidades. Podía permanecer en la familia del finado donde
probablemente volvía a casarse con un hermano de éste que, de esa manera renovaba su
potestad sobre ella. Si la viuda decidía regresar con sus hijos a la familia de sus padres y
casarse transcurridos dos años, el nuevo esposo debía pagar una dote idéntica a la
entregada en el primer matrimonio, es decir, la familia del difunto recibía “prenda por
prenda o en su lugar cualquier objeto de valor equivalente” 84 .

¿Qué ha cambiado de estas prácticas en las tolderías de frontera?. En las


instrucciones recibidas por Rosas por parte del gobierno en 1826 se ofrecía a los

84 Seguimos en esta descripción el relato de Avendaño; en Hux, M Memorias… pp. 76-77.

33
indígenas que aceptaran las paces con el gobierno que “A estos indios y a sus hijas o a
sus mujeres el Gobierno los cuidará […] como a hijos pobres y proveerá que lo pasen
bien y tengan de qué vivir. Y cuando sus hijos se quieran casar les dará un presente en
señal de alegría y les pagará su casamiento”. El “pagar el casamiento” haría referencia
precisamente al pago de la dote. No tenemos forma de comprobar si esto se cumplió
verdaderamente, pero podemos constatar que, ante la viudez de una mujer, es el
gobierno el que actúa, en lo referido a la dote, como el “padre” de la novia 85 .

Con respecto al futuro de las viudas el asentamiento en la frontera les habría


permitido crear relaciones personales con pobladores de la misma que llevaron a que,
por lo menos a algunas de ellas, se le presentara una tercera alternativa: irse a vivir “con
los cristianos”. Así lo solicitó la viuda del cacique Venancio en marzo de 1836 cuando
se dirigió a Rosas, como ya hemos visto, para obtener su permiso para ir a vivir a la
guardia del Monte donde se encontraba uno de sus hijos cuidando unos pocos caballos
de su propiedad 86 .

Conclusión

A lo largo de estas páginas hemos intentado mostrar la compleja trama de


relaciones que se tejen en los ámbitos fronterizos. En estos escenarios los indígenas no
fueron meros espectadores ni objetos pasivos de las acciones de los blancos. Por el
contrario, los encontramos en la vida diaria fronteriza, intercambiando activamente sus
productos con comerciantes de distintos puntos de la campaña lo que, a su vez, hace
referencia a la relativa facilidad con que se movían por el ámbito de la provincia. Los
encontramos también trabajando junto a peones criollos, migrantes del interior e

85 El cacique borogano Cañuiquir reclama unas prendas que pagó por la esposa de un primo hermano. Al
fallecer el pariente la china se casó con el cacique Reilef, indio de Tapalqué y Rosas ofreció hacerse
cargo de la devolución de las prendas pagadas por Cañuiquir. La misma situación se produjo cuando un
indio de la tribu de Catriel llevó nuevamente a la toldería a una hermana que se había casado con el
cacique Rondeau quien había muerto en un ataque de chilenos. El hermano del cacique pidió los bienes
pagados por la india que fueron cubiertos por el gobierno (AGN, X, 25.1.4) Algunas indias parecen
haberse tomado muy en serio el papel paternal del gobierno. En abril de 1836 la india Anita, amenazada
de muerte por su marido, intentó apelar a las autoridades de frontera para salvar su vida. Fugada de los
toldos se presentó ante el comandante Julianes en el Fuerte Mayo solicitando permiso para quedarse en el
fuerte; el comandante permitió que lo hiciera quedando al cuidado de un oficial del fuerte. La decisión de
Rosas ante la situación evidencia el rechazo en modificar prácticas indígenas. El gobernador ordenó que
la india fuera devuelta al marido "aun cuando ella se resista a ir con el debe V.S. obligarla a que lo siga
(AGN, X, 25.3.2)

34
intentando reproducir sus patrones culturales en un contexto social diferente que los
llevaría a modificar en parte esas prácticas.

En relación con ello, vemos que es frecuente en la bibliografía sobre la campaña


bonaerense encontrar la idea de que la frontera representaba, para aquellos pobladores
que no lograban insertarse en el esquema productivo rural, un escape de la
marginalidad. Pero nada o muy poco se ha dicho sobre las alternativas que la misma
frontera le abría a los indígenas. Si bien en el caso que analizamos, el ingreso a la
misma era realizada por la tribu en su conjunto, era factible con el tiempo y merced a
diferentes caminos que merecen ser analizados con mayor detenimiento, que algunos
indígenas o familias indias se separaban de sus parcialidades asentadas en la frontera y
lograran una inserción particular en el interior del territorio.

En este trabajo hemos querido precisar algunos aspectos de la vida fronteriza en


el período de gobierno rosista. El primer paso para llegar a ese objetivo debía ser una
caracterización bien precisa de los actores indígenas de que hablamos lo que hicimos
teniendo en cuenta diversos aspectos como su sentido de territorialidad, las
obligaciones laborales a que los comprometía la relación con el gobierno y el lugar que
ocupaban en la sociedad provincial. Quiénes eran y dónde se ubicaban los indios
amigos fue la segunda pregunta que quisimos responder. De esa manera presentamos
una estimación de la cantidad de indios asentados en la frontera mostrando la relación
que existía entre esa población y las dotaciones militares asignadas a los fuertes. En casi
todos los casos el peso numérico de los primeros superaba ampliamente a la población
criolla, situación que puede hallarse en otros espacios fronterizos lo que hace referencia
a la importancia dada por los gobiernos a la ayuda militar indígena en la defensa de la
frontera.

Presentados los actores indígenas de esta escena nos introdujimos en el


conocimiento de algunas de las esferas de relación que los unía tanto con la población
criolla como con el mismo gobierno provincial. En el primer caso, el comercio y el
trabajo se manifestaron como las áreas más evidentes de interacción donde primaba la
búsqueda de relaciones personales que facilitaran y garantizaran el desarrollo de esas

86 AGN, X, 25.2.3

35
prácticas. En el segundo, la relación con el gobierno en ámbitos como la aplicación de
la justicia provincial y la modificación y/o incorporación de rasgos “criollos” en el
mantenimiento de algunas prácticas culturales indígenas, nos permitió ver que la
convivencia fronteriza no descansaba sobre pautas sólidas y claramente fijadas para las
dos partes sino que, por el contrario, reflejaba un delicado equilibrio que se creaba y
recreaba en cada esfera de interacción.

Con este intento no pretendemos más que iniciar un camino en donde


consideramos que el énfasis de la investigación debe estar puesto en tratar de reflejar la
visión que tuvieron ambas sociedades sobre los distintos ámbitos de interacción y la
forma en que reaccionaron y actuaron en cada uno de ellos. Analizando la problemática
fronteriza desde esta perspectiva nos acercaríamos a plantear la conformación de una
suerte de "middle ground", término que, en palabras de su creador Richard White,
designa el espacio donde confluyen distintas culturas, creando nuevos espacios de
interacción y nuevas instituciones de comunicación. Sabemos que esta tarea no es
sencilla debido a la escasez de fuentes que reflejen el punto de vista de indígena la que
deberá ser suplida por documentos de segunda mano que refieren lo que "para el
blanco" es la percepción indígena del asunto.

Para finalizar, queremos retomar un planteo con el que empezamos el trabajo.


En los últimos años se ha avanzado significativamente en el conocimiento de los
procesos de ocupación de la tierra en distintos partidos de la provincia, caracterización
de la sociedad criolla allí establecida, etc. Desde el otro lado de la línea de frontera las
investigaciones sobre la sociedad indígena del área pan araucana nos muestran una
realidad mucho más rica que la que se tenía hace dos décadas sobre los circuitos de
intercambio que cruzan la región, los conflictos y alianzas interétnicas protagonizadas
por diferentes parcialidades indígenas y los cambiantes acuerdos que éstas realizaron
con los diferentes poderes regionales blancos. Creemos que el próximo desafío que
debemos enfrentar es intentar unir estas dos áreas de investigación para llegar a un cabal
conocimiento sobre la vida en ámbitos fronterizos.

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41
“Percepciones y construcción de una frontera sin límites precisos en el “Oeste” de
Río Negro, Chubut y Norte de Santa Cruz (1879-1902).”

Débora, Finkelstein ∗
María Marta Novella ∗∗

El objetivo que nos guía en este escrito recupera algunos resultados de


investigaciones en curso 1 y refiere especialmente al análisis de las características que
asumió la sujeción de los territorios de la cordillera, en la porción comprendida entre
los lagos Nahuel Huapi y Buenos Aires, por parte del Estado argentino con
posterioridad a la llamada “Conquista al desierto”; la redefinición del concepto de
límite y frontera en esa nueva geografía y el accionar concreto de distintos actores
involucrados en ese proceso.

La región de “afuera” de la Pampa húmeda antes de 1879.

La Patagonia se presentó durante toda la experiencia colonial como un lugar


que escapaba permanentemente a la sujeción de los gobiernos y era ignoto para los
habitantes de la colonia. Era el “afuera” de su pequeño mundo ubicado al Norte del río
Salado y era también un ámbito distinto al que se empezaba a conocer en sus lindes
como una sociedad diferente: la sociedad de frontera, cuyo eje articulador eran las
relaciones sostenidas, precisamente en esas lindes, entre adelantados, exploradores,
colonizadores, representantes de las instituciones que los españoles implantaron en
toda Hispanoamérica y los grupos indígenas -conocidos con el nombre genérico de
indios 2 -.

Este “afuera patagónico”, al ser desconocido y poco asible fue también


inspirador de grandes inseguridades, mitos, sueños y desgracias. En él los límites no
sólo se encontraban circunscriptos por el espacio interior -desconocido- y por sus
habitantes, sino también por la inestabilidad permanente que generaba la desprotección


Cenpat, CONICET, UNP. Delegación Académica Esquel. Correo Electrónico: jgraziosi@teletel.com.ar
∗∗
UNP. Delegación Académica Esquel. Correo Electrónico: mnovella@teletel.com.ar
1
Finkelstein, D; Novella, María Marta: trabajos consignados en la bibliografía adjunta.
2
Sin tener en cuenta que Patagonia fue el escenario en que se desarrollaron culturas diversas que van
desde cazadores recolectores con énfasis en la caza del guanaco, hasta canoeros de cuencas lacustres y
de sus “bordes externos” ambicionados por distintas potencias europeas -al menos
hasta principios del siglo XIX- y por las nacientes republicas americanas
posteriormente.

No obstante esto, una parte del “afuera lejano -Patagónico-” del mundo colonial
que tempranamante había empezado a ser reconocida fueron sus costas. Desde
Américo Vespucio quien parece que en su tercer viaje de 1502 descubrió los territorios
del Sur fueron muchos los exploradores subyugados por ellos. Magallanes, en 1520,
es quien brinda una primera “pintura” de estas tierras, las identifica con un nombre y
las carga de simbolismos a través de la pluma de su cronista Pigaffeta.

Elcano fue el único sobreviviente de la expedición de Magallanes y junto con


Fray García de Loaisa volvió a sus costas cinco años después introduciéndose a los
puertos que hoy se conocen como Deseado, Santa Cruz y Gallegos. Con estos viajeros
la corona española obtuvo los primeros datos necesarios para arbitrar los medios que
permitieran iniciar la ocupación de las tierras del extremo meridional de América.

Tempranamente se perfiló el interés estratégico de la región por la existencia del


estrecho de Magallanes y también -aunque en menor grado- por las alternativas de
explotación de algunos recursos, que variaron su importancia a lo largo del tiempo,
como la búsqueda de oro, la pesca, explotación de salitrales o guano. Si bien la corona
Hispana detentaba la posesión “de iure” del extenso territorio patagónico otras
potencias manifestaron tempranamente su intención de contradecir ese “Estado de
derecho” y producir cambios que “de hecho” les permitieran llevar adelante un plan
anexionista o de control del área magallánica.

Siguiendo con la lógica general de funcionamiento del gobierno colonial, el


21de mayo de 1534 se suscribió en España -entre el Emperador Carlos V y el
cartógrafo Simón de Alcazaba y Fernández- la capitulación según la cual se proyectaba
la gobernación de “Nueva León” en el territorio comprendido al sur del paralelo de 36º
37´ Sur, entre el Océano Pacífico y el Atlántico. Y he aquí el primer límite de la
Patagonia.

marinas, mostrando un mosaico de diversidad cultural que no puede ser pensado -al igual que en el resto
de América- desde un criterio de homogeneidad.
Simón de Alcazaba, tras un viaje de cinco meses desembarcó en lo que luego
sería la capital de “Nueva León” el 26 de febrero de 1535, en Caleta Hornos, de la
actual provincia del Chubut. Una población de aproximadamente 300 personas dio
forma a un campamento y a un edificio que en calidad de templo se construyó en el
lugar.

Desde este centro se organizó la primera incursión al interior del territorio


patagónico con el objeto fundamental de descubrir oro y con la intencionalidad
complementaria de detectar una salida al Pacífico, descubrir tierras para cultivar y
otras posibles riquezas, como así también informar sobre la existencia de indígenas en
la región. Los exploradores llegaron hasta las costas del río Chubut y regresaron a la
naciente capital. Una rebelión le costó la muerte al primer gobernador (Alcazaba) y
junto con él fracasó el primer intento de ocupación del territorio patagónico ya que los
sobrevivientes de la ola de violencia desatada se marcharon.

Una nueva capitulación de 1536 designó como adelantado a Francisco de


Camargo, pero su nave capitana naufragó en el estrecho de Magallanes sin que se
supiera lo ocurrido con sus ciento cincuenta tripulantes. “De este puñado de infelices
arranca en parte la leyenda según la cual, al cabo de deambular por los páramos
patagónicos como fantasmas, hallaron un oasis de inaudita riqueza: Trapalanda, la
ciudad encantada, que se llamó luego Ciudad de los Césares”(Braun Menenendez
1950). La misma se convirtió en la frontera mítica de la Patagonia durante muchos
siglos 3 .

El jesuita Falkner al escribir en (1774) “si alguna nación pensara apropiado el


poblar este país, ello podría ser causa de perpetua alarma para los españoles” alentó a
la corona española a establecer algunos límites tangibles en la Patagonia. Límites estos
cuyo objetivo central era controlar a las lindes externas, costeras, frente a la potencial

3
Otras expediciones con pésimos resultados colaboraron a fomentar esta idea de peligro para los
navegantes que se adentraran en las costas patagónicas: en 1553 Francisco de Ulloa (viajó desde Chile al
Estrecho), Juan Ladrillero (1557/1558) y, sobre todo, la experiencia frustrada de Sarmiento de Gamboa
que intentó, en 1581, fundar dos fuertes en el estrecho de Magallanes, con el objeto de garantizar el
control de la corona española en esta región estratégica perdiendo alrededor de mil personas y una
veintena de barcos. Puerto Hambre es el nombre que le dio (en 1587) Cavendish cuando ubicó en el área
a sólo tres sobrevivientes de este intento de ocupación y las ruinas del mentado proyecto.
amenaza de ocupación del territorio patagónico por parte de otras potencias. Se
fundaron por ello los puertos de San Julián, San José y El Carmen 4 , y se inició un
tímido reconocimiento del interior -como el realizado por Basilio Villarino en su
recorrido del Río Negro en 1873-.

Paralelamente a estos intentos de reconocimiento del territorio desde el Océano


Atlántico se había iniciado tempranamente un proceso similar a través de la cordillera
de los Andes que significó el primer contacto de los europeos con las tierras que aquí
nos ocupan. Así Jerónimo de Alderete, a mediados del siglo XVI se introdujo en el
actual territorio neuquino; en 1553 Francisco de Villagra y Pedro de Villagra volvieron
a recorrer esta geografía 5 .

Fueron Juan Fernández (1620) y Diego Flores de León (1621), subyugados, por
la posibilidad de adentrarse y descubrir la tierra de “Los Césares”, quienes llegaron por
primera vez al Lago Nahuel Huapi. Diego Ponce de León llegó (en 1649) al lago
Huechulaufquen en busca de esclavos. A pesar de estos intentos consideramos que no
fue sino hasta la culminación del viaje del Padre Diego de Rosales, el momento
histórico en que se pude decir que los jesuitas lograron abrir una ruta por la que
intentarán misionar en el área del lago Nahuel Huapi por muchos años (y con
resultados disímiles 6 ).

La razón fundamental que guiaba a estos misioneros era encontrar “la ciudad de
los Césares” y en pos de su búsqueda se alinearon todos ellos, aún en 1792 (casi siglo
XIX) Fray Francisco Menéndez viaja hacia el lago Nahuel Huapi con el objeto de
descubrir esa quimera que, al decir de Enrique de Gandía fue “la última leyenda que
murió en América y la primera que hechizó las infinitas soledades del sud. Por espacio

4
Localizados en las actuales provincias de Santa Cruz, Chubut y las localidades de Viedma-Carmen de
Patagones.
5
Tanto Alderete como los primos Francisco y Pedro Villlagra eran lugartenientes de Pedro de Valdivia,
el conquistador de Chile, con su muerte, se inició un período de casi cien años sin que exista registro de
entradas por la cordillera
6
A los jesuitas Mascardi, fundador de la misión del los poyas en 1670, Van Der Meer y Guillelmo en
1703, le seguirán los franciscanos como el padre Francisco Menéndez.
de trescientos años, enloqueció a guerreros y frailes, arrastrándolos, como fascinados,
de un extremo a otro de la Patagonia” 7 .

Recién con el arribo de otros viajeros y ya en el siglo XIX, se inició un


reconocimiento más cabal de la Patagonia en su conjunto aunque la imagen que se
tenía de ella en la época, se pone de manifiesto en la siguiente carta de Jno. Jones a
sus primos:

“Viernes santo, 1865.


Mi querido primo:
Te adjunto mi tarjeta de visita. Es la última que tengo. De todos los planes locos
y salvajes de que me he enterado en el último tiempo, el más loco y salvaje es el
de la Patagonia, respecto del entusiasmo despertado por el cual más vale que me
calle la boca, en consecuencia sólo puedo esperar; esperando contra toda
esperanza, que todos ustedes tengan éxito, estén cómodos y felices. También
espero que los indios que se los comerán a todos tengan una indigestión. Sé
demasiado poco del país y del objetivo de la futura Colonia Galesa para poder
ofrecerte algún consejo, deseándote a ti y a todos tus compañeros emigrantes
que sean prósperos y felices allí y me sentiré contento de saber que lo son.
Con mis cariñosos recuerdos a tu Hermana y Hermano y deseándoles a todos un
viaje seguro y agradable a vuestra nueva casa, los saluda
Tu primo.”(Tschiffely 1996)

Esta Colonia, creada formalmente el 28 de julio de 1865 significó el inicio de la


colonización efectiva de una parte del territorio patagónico, el valle inferior del río
Chubut, y del avance posterior hacia la cordillera chubutense por parte, conjuntamente,
de los colonos galeses y del Estado argentino.

La Colonia del Valler Inferior del Chubut y el fuerte de Carmen de Patagones


fueron los únicos asentamientos que lograron mantenerse y crecer antes del avance
militar de fines del siglo XIX. El resto de los intentos de colonización efectiva tanto en
la costa como en la cordillera fracasaron por motivos diversos luego de sostenerse por
algún período de tiempo según el caso de que se trate.

Ya en la etapa independiente, para el área cordillerana, Libanus Jones elaboró


en 1855 un primer mapa de algunas zonas de la región. Pero no fue sino hasta fines del
siglo XIX cuando podemos decir que existió un reconocimiento (aunque todavía

7
Hernandarias llegó hasta el río Negro en 1605 en busca de los “Césares” y lo mismo hizo Jerónimo
Luis de Cabrera en 1622.
impreciso) del interior patagónico y más específicamente del territorio ubicado “al
borde de los Andes” entre los lagos Nahuel Huapi y Buenos Aires. Antes de esa fecha -
y más precisamente antes de la finalización de la llamada “Conquista del desierto”-,
toda la región ubicada en las márgenes del encadenamiento principal de la cordillera
desde el río Colorado hacia el Sur, tenía como característica diferencial la de ser un
ámbito exclusivamente controlado por las sociedades indígenas.

Por esta razón no se puede hablar en ella -antes de 1879- de la existencia de una
frontera entre la sociedad blanca y la aborigen -como en el caso del ámbito pampeano-
sino de múltiples fronteras territoriales interétnicas o inter-tribales. Era, por tanto, un
espacio interior de la sociedad indígena del que no participaba -salvo de manera
tangencial- la otra sociedad.

La frontera cordillerana antes de 1879.

Para los habitantes de estos territorios cordilleranos la frontera como tal se


encontraba, hacia el noreste, en la Pampa húmeda, o, hacia el Oeste, en los centros
poblacionales que, como enclaves, se ubicaban sobre la costa del Océano Pacífico
(Valdivia por ejemplo). Ambos límites lejanos respondían a los intereses de los
nacientes Estados nacionales, chileno y argentino, y eran utilizados por los grupos
indígenas comarcanos de acuerdo a intereses puntuales 8 . Existía, de parte de ellos, una
vinculación más o menos fuerte con uno u otro de los gobiernos antes referenciados
estrechamente relacionada con los pactos que hubieran establecido o -en algunos
casos- con los territorios que históricamente ocuparan.

Asociada a esta relación se empieza a construir -sobre todo desde la segunda


mitad del siglo XIX- una narración de corte nacionalista al interior de las sociedades
indígenas. Como ejemplo, podríamos considerar que el cacique Casimiro “llevaba
siempre una bandera azul y blanca que hacía flamear en reuniones, fiestas y consejos,
con el deliberado propósito de significar que ellos eran indios argentinos” (Schoo

8
En este sentido ha sido suficientemente estudiado el grado de dependencia que generaron desde un
primer momento los bienes provenientes del “mundo blanco”. Este intercambio implicó “amistad” o
“buena voluntad”, rescate, conchabo, trueque de productos nativos (pieles, plumas, ponchos, sal...) por
“vicios” (azúcar, yerba, tabaco, aguardiente, entre otros).
Lastra 1928) o a Sayhueque que no aceptó dos banderas chilenas que le intentara
obsequiar el Coronel Serrano Osorno diciéndole que él era argentino (Walther 1964).
También Pascual Coña al relatar la llegada del cacique Painemilla a la Argentina con
el objeto de presentarse ante el entonces presidente Roca lo hace de la siguiente
manera: “He venido, pues, por acá, mi patria es Chile” (Möesbach 1936).

Estos vínculos entre jefes aborígenes y Estados nacionales, se habían ido


reforzando con intensidad creciente a partir de algunas acciones concretas como la
firma de tratados que implicaban “colaboración” con el gobierno, en este caso el
argentino, por parte de los grupos indígenas y entrega de “sueldos” o “raciones” por
parte de aquel 9 .

No obstante esas colaboraciones recíprocas, la existencia misma de estas


sociedades que dificultaban la conformación de un continuo cultural homogéneo,
deseable para la consolidación de la nación, planteaba una situación de preocupación
para las autoridades. Ambos países requerían, además, ampliar urgentemente los
territorios que hasta ese momento controlaban para contar con nuevas tierras que
colaboraran con su inserción en el modelo económico agroexportador o que pudieran
ser ofrecidas en el mercado -ávido de ellas en esa coyuntura histórica-, y que
fortalecieran la territorialidad de cada uno en zonas en las que ya se perfilaban las
diferencias o los intereses superpuestos en cuanto al trazado del límite. Esos son los
objetivos centrales del avance militar sobre los territorios del sur.

Incorporación de la Patagonia después de la conquista. Rol del Estado y sociedad


local.

Paralelamente a las acciones bélicas iniciadas a partir de 1879, se van


reformulando las nociones de límite y frontera. Por un lado, el Estado incorpora a los
territorios del sur como “paquete” -a partir del sometimiento de los jefes indígenas que
los controlaban por medio de la organización de distintos cacicatos-. Por otro, se
preocupa de definir sus límites -interiores y exteriores- rápidamente.

9
Para el caso de los indígenas de la zona cordillerana las primeras referencias sobre estos tratados
corresponden al que firmara el cacique Yanquetruz en el año 1857, o Chingoleo y Sayhueque en 1859, o
el de 1863 (firmado por Sayhueque independientemente de su primo Chingoleo).
Si bien las “marcas” interiores del territorio se definieron casi
contemporáneamente a la “Conquista” -la ley 1532 del 16 de octubre de 1884 creó los
territorios nacionales de la Patagonia y les dio sus límites-, la definición del límite
“Oeste” en el ámbito que nos interesa analizar tuvo la particularidad de ser inestable en
cuanto a la pertenencia nacional del territorio hasta el año 1902, momento en el que,
mediante el arbitraje de la Corona británica, se definió la línea divisoria internacional
en la región.

Hasta este momento Chile sostenía que para definir el límite internacional había
que seguir el criterio según el cual le pertenecían todas las tierras de la vertiente del
Pacífico (criterio del divortium acquarum y Argentina, por su parte, sostenía el criterio
de las más altas cumbres y aquel según el cual “la posesión de la tierra da derecho”.
Gran parte de la zona que aquí nos ocupa era litigiosa ya que se contraponían en ella
los criterios sustentados por ambos países.

Los años previos a la definición del conflicto, esto es los últimos del siglo XIX
y primeros del XX, fueron importantes para el conocimiento geográfico de la región ya
que la recorrieron comisiones exploradoras de ambos Estados, reconociendo los
lugares más recónditos del área cordillerana y poniendo en evidencia la existencia de
importantes recursos hídricos, paisajísticos y valles potencialmente habitables, algunos
de los cuales ya estaban siendo colonizados por ocupantes de hecho de distintas
nacionalidades.

El Valle 16 de Octubre, asiento de los colonos galeses en la cordillera, era una


de esas zonas de conflicto. Hasta allí llegó el enviado de su majestad británica, Sir
Thomas Holdich, quien el 30 de abril de 1902 se reunió con los colonos en la escuela
de la localidad escuchando sus opiniones en cuanto a la pertenencia nacional que
reivindicaban. La mayoría de los colonos se manifestó a favor de la Argentina y en
este sentido se resolvió el diferendo. Este hecho es recordado en la provincia de
Chubut, como el “plebiscito” y la fecha de su realización -el 30 de abril- es feriado
provincial 10 .

10
Curiosamente Sr. Thomas Holdich en su obra “The country of the King’s award” (crónica de su
actuación en este conflicto y de sus viajes por la cordillera) no hace mención al tal plebiscito. Sí señala
Así, inmediatamente después de la conquista del “Desierto” la acción del Estado
había pasado del avance sobre la “frontera” entendida ésta como la franja que separaba
y ponía en contacto a dos sociedades, la blanca y la india, a la definición del límite con
otro Estado Nacional que derivó en el conflicto con Chile al no haber acuerdo en
cuanto al trazado de la línea divisoria que separaría de manera tajante a los dos
Estados nacionales. En este sentido, pensar en el límite significaba fijar una división
inalterable, natural, trascendental e incluso ahistórica a tal punto que aún los grupos
étnicos preexistentes eran catalogados de argentinos o chilenos y esto definía o
justificaba, en el discurso, su sometimiento más o menos cruento.

Delimitar el territorio del Estado implicaba también definir inclusiones y


exclusiones para lo cual los distintos sujetos e instituciones representantes de aquel se
convierten en instrumentos de cohesión con mucho protagonismo y los sujetos a ser
incluidos o excluidos presentan identificaciones y adscripciones que no son unívocas
ya que responden a múltiples factores entre los que la posibilidad de acceso a la tierra
no es el menor.

Nociones como: argentinidad, chilenidad, ciudadanía y civilización empezaron


a instalarse en el discurso de los indígenas sobrevivientes y se convirtieron en una
suerte de tema “obligado” en su representación de “sí”, pero parece no haber ocurrido
lo mismo entre los nuevos habitantes que se radicaron en los valles andinos. Estos,
galeses y chilenos, en su mayoría 11 , comenzaron a definir inclusiones y exclusiones de
manera mucho más laxa que los primeros.

Una vez que el Estado determina globalmente cuál es el ámbito territorial que
efectivamente controlará y una vez creados los marcos jurídicos institucionales básicos
de control (como las gobernaciones, la Dirección general de tierras y colonias, entre

haber estado en la escuela y relata la historia de la colonización galesa en Chubut, destacando la intensa
relación entre la Colonia y el Estado Argentino, el apoyo brindado por éste a los colonos, los puntos de
fricción (como la obligatoriedad de realizar ejercicios militares los domingos) y termina el capítulo que
dedica a estos temas diciendo que “en lo que concierne a la nacionalidad, la información es demasiado
vaga para hacer ninguna afirmación definitiva. De la gente mayor algunos deben haber tomado el
juramento de alianza [aceptación de la nacionalidad argentina] otros probablemente no, y de la porción
más jóvenes de la comunidad, todos aquellos nacidos en el país que deben por lo tanto ser menores de 37
años, son indudablemente sujetos argentinos” (Holdich 1904).
11
Esta composición poblacional corresponde a los datos del censo de 1895, fecha en la que de los 1163
habitantes de la porción oeste del territorio de Chubut, 908 eran argentinos (la mayoría aborigen aunque
el censo no considera esta categoría), 104 chilenos y 94 británicos (predominantemente galeses).
otros) se inicia un período a partir del cual impone una serie de “tropos” presentes en
los discursos que definen la incorporación de algunos grupos en un proceso de
homogeneización cultural y también “un otro” a excluir que es fluctuante y está sujeto
a variaciones coyunturales.

Las diferencias están centradas en la conveniencia de “incluirlos” como


respetuosos sostenedores de la soberanía argentina frente a un conflicto limítrofe
latente o sujetos capaces de contribuir a la “civilización” de esos confines de la
“patria”, o “excluirlos” cargando en ellos todo lo que de “barbarie” pueda caberle a
esas sociedades “fronterizas”. A este intento de consolidar “desde arriba” una suerte de
“etnia nacional” homogénea se oponen no sólo la chilena, sino también la galesa y las
aborígenes, que negocian simbólicamente su incorporación a la cultura hegemónica en
función de sus propios fines.

Dar cuenta de algunas estrategias adoptadas por los actores involucrados en este
proceso de definiciones nacionales y de inestabilidad en cuanto a la situación de acceso
a las tierras, que los habitantes de la zona reivindicaban como propias, es, a nuestro
criterio, un nodo central. Para ello consideraremos algunos ejemplos de actitudes
asumidas por los representantes del Estado Nacional en cuanto a la incorporación o
negación sistemática de individuos que podían colaborar o no con la anexión de esta
tierra de frontera al patrimonio de la nación argentina y que podían -o no- ser agentes
de cambio y “progreso” en esa coyuntura histórica. Por otro lado consideraremos las
actitudes asumidas por migrantes de diverso origen que, en forma individual o
asociada, se asientan en la región y deben enfrentar también el problema de no ser
reconocidos ni como propietarios de las tierras que ocupaban ni como parte de una
nación en construcción.

Aborígenes, galeses y chilenos en la cordillera.

Luego del quiebre de las sociedades indígenas que significó la “Conquista del
Desierto”, algunos grupos aborígenes contaron también con el apoyo estatal para
radicarse en “Colonias pastoriles y agrícolas”. Estas se constituyeron en una suerte de
“refugio” para los sobrevivientes del avance militar de fines del siglo XIX. Su
radicación en ellas instaló un discurso según el cual les correspondía acceder a tierras
por el hecho de ser "descendientes" de los "pueblos originarios" del territorio de la
nación, haber colaborado con el gobierno, ser "argentinos" y estar dispuestos a
“someterse” a los parámetros que imponía la “civilización”.

La necesidad de mantener relaciones con el Estado y tener que subordinarse a


su autoridad inscriben a los "descendientes de los primitivos habitantes" en una
encrucijada que se mantiene a lo largo de la historia hasta ahora recorrida ya que, si
partimos de la premisa de que los discursos nacionalistas operan como una forma de
colonización (tanto a nivel de prácticas sociales como a nivel simbólico), los indígenas
que comienzan a autoinscribirse como "argentinos" son objeto de exclusión desde los
discursos estatales, por el hecho de ser "indios". En el caso de no reconocerse como
"argentinos", esta exclusión es doble, ya que se excluyen por ser "indios" y por "no
ser" argentinos.

Un caso particular, que puede ser considerado como testigo de lo ocurrido con
las agrupaciones aborígenes, se considerará a continuación y refiere a la llamada
“Colonia Pastoril Aborigen de Cushamen”, ubicada en la región Noroeste de la
provincia de Chubut, en la zona de transición del ecotono a la meseta propiamente
dicha.

Analizando algunos registros documentales de esta Colonia, como lo son las


primeras actas de matrimonio obrantes en el Juzgado de Paz de Cushamen y las
Inspecciones de tierras efectuadas en la región desde el año 1900, se puede advertir
que una de las primeras formas que adoptan los habitantes de Cushamen para
"demostrar" su pertenencia "nacional" es la de legalizar uniones matrimoniales "de
hecho" en el Juzgado de Paz. Este organismo, que tenía la modalidad de ser
"Itinerante", no sólo registra estas uniones en Cushamen sino también en casi toda el
área global considerada en este trabajo. Esto permite ver que los matrimonios
radicados en "reservas indígenas" ponen especial atención en mencionar a sus padres y
a ellos mismos como "originarios" del territorio argentino (sobre todo de Neuquén y
Río Negro). En el resto del área, en cambio, priman las uniones matrimoniales entre
chilenos o con chilenos (esposo u esposa).
Incorporaremos a continuación algunos ejemplos que corroboran lo antedicho
tomando como fuente las actas de legalización de matrimonios de 1902. Sobre 13
registros matrimoniales, 12 corresponden a residentes de la Colonia Cushamen
-aunque como dijimos previamente el área que abarca este Juzgado supera los límites
de la Colonia, lo cual nos está significando la escasa importancia que tiene, fuera de
ella, este tipo de legitimación jurídica-. De los 13 casos analizados las referencias a los
padres de los contrayentes tienen que ver con su muerte o residencia “permanente” en
territorios de Neuquén o Río Negro o bien se los inscribe como “indígenas
desconocidos” 12 . Cruzando esta información con la reconstrucción de algunas redes
familiares -elaboradas en base a este tipo de registro y a testimonios recogidos a partir
del trabajo de campo- puede asegurarse que en el caso de matrimonios entre indígenas
cuyos padres vivían en el actual territorio chileno, en los registros consignan que
"ignoran sitio de origen de los padres". Una excepción son algunas mujeres que
reconocen que sus padres murieron en Chile.

En el caso de uniones matrimoniales de individuos ajenos a la Colonia, la


nacionalidad de los contrayentes no parece ser relevante puesto que tanto en este
registro temprano como en los posteriores, no dudan en mencionar a sus padres o a

12
Para corroborar lo dicho incluiremos dos ejemplos que corresponden a la Colonia y dos que se refieren
a matrimonios radicados en una zona cercana pero externa a la misma.
1- Miguel Nahuelquir, ocupante del lote Nº 38 de la Colonia Cushamen, "Indígena argentino"
según la Inspección de Tierras del año 1905, se casó con Elvira Calfueque, según acta de
matrimonio Nº9 del año 1903. Los padres de ambos -Llancaquir Nahuelquir y Leipucar y
Vicente Calfueque- fallecieron en Junín de los Andes (Neuquén). Sus seis hijos nacieron en los
sitios que se mencionan a continuación: Margarita, 22 años, "San Martín, Neuquén".Dominga,
14 años, "Rocas del Río Negro".Miguel, 12 años y Esperanza, 6 años, "Cumallo, Río
Negro".Julia, 4 años, Petronia, 2 años, "Cushamen".
2- Manuel Nahueltripay, radicado en la Colonia, "hijo de LLancatripay, argentino, fallecido en
Junín del Neuquén, ignora fecha y año, y Pichihuisin, argentina, fallecida en el mismo punto,
ignora fecha y año". Se casó, según acta Nº 2 del año 1902, del Juzgado de Paz de Cushamen,
con Carmen Cheuqueta, "hija de Estévan Cheuqueta, argentino, fallecido en Catalin del
Neuquén, ignora fecha y año, y de María Caimen, argentina, nacida en el mismo punto, ignora
fecha y año". Sus hijos nacieron en los siguientes puntos: Paulina, 35 años, Pablo, 27 años,
Antonio, 24 años, "Departamento 9 de Julio del Río Negro".Alejo, 23 años, "Junín del
Neuquén".Teresa, 21 años, "Roca del Río Negro".Peralta, 11 años, Carmelita, 9 años, Sebastián,
7 años, "25 de Mayo, Río Negro".
3- Pascual Zabalsa, radicado en la zona de Ñorquinco, “español, de treinta y tres años, soltero,
hacendado hijo de Manuel Zabalza, español, fallecido en España y de Rosa Palacios, española
domiciliada en dicho pueblo y Bernardina Azócar, chilena de 14 años, hija de Bernardo Azócar
y de María Lobos, chilenos, domiciliados en este distrito”.4- Benitez, Claudio (Paraguayo)
31años y Isabel Asenjo chilena) de 22 años. Sin hijos. Radicados en la zona de Maitén.
ellos mismos como chilenos o de otra nacionalidad. Incluso tampoco se registran hijos
nacidos con mucha antelación sino que parecen ser matrimonios recientemente
constituidos.

En caso de no adoptar esta primera forma de “demostración” de la nacionalidad


por la vía del matrimonio, los habitantes de la Colonia Cushamen, recurren a las
"papeletas" del ejército para justificar la nacionalidad argentina de los jefes de familia
y de esta manera acceden al usufructo de la tierra.

Otra estrategia para obtener tierras y radicarse es por medio de la


intermediación del Cacique como vemos, por ejemplo, con Antonio Venancio que
solicita un lote de tierra en la Colonia por “autorización del Cacique”, según lo
consignado por el Inspector (año 1912) quien dice que el mismo es “indígena argentino
según referencias porque perdió la papeleta”.

En años posteriores, a estas alternativas para “demostrar” ante otros la


nacionalidad se suman las partidas de nacimiento puesto que será largo el camino a
recorrer hasta obtener un documento legal que certifique la ciudadanía y también el
ejercicio legal de deberes y derechos que ella implica -independientemente de las
situaciones de abuso y avasallamiento que se hayan dado en la práctica concreta de los
mismos-, ya que en Cushamen “los primeros documentos de identidad recién llegaron
a la Colonia para el cuarenta y cinco más o menos, antes no había
documentos”(Huenelaf 1992).

Desde otra óptica la solicitud de tierras se hace en el marco de un sistema


jurídico normado por el Estado argentino, por tanto es coherente que los indígenas
apelen a su "nacionalidad" la que, vinculada a una etnicidad contradictoria, los hace
sentir los primeros "argentinos" que ocuparon estos territorios y, por tanto, tener
derecho sobre ellos. Esta construcción discursiva implica un reclamo que conecta una
suerte de conciencia de "antigüedad" con la idea de una "pertenencia natural" a la
tierra.

En resumen, para los indígenas del siglo XX existe un límite territorial


fuertemente arraigado entre los Estados nacionales de Chile y Argentina. El mismo se
presenta, a diversos interlocutores, como algo preexistente y tiene por objeto legitimar
el acceso al recurso tierra por la vía de la “pertenencia nacional” de estos grupos, pero
esto no implica que no existieran relaciones entre grupos familiares ubicados a un lado
y otro de dicho límite, sino que éste es usado en función de intereses concretos.

No obstante lo dicho -y sobre todo por la incidencia de algunas instituciones


como la escuela- los habitantes de las comunidades indígenas formadas sobre fines del
siglo XIX o principios del siglo XX -y también los que no se encontraban radicados en
colonias- adoptaron tempranamente narraciones que excluyeron parte de su historia y
colaboraron con la construcción temprana de discursos nacionalistas en áreas
periféricas del naciente Estado Nacional Argentino, aunque los mismos entraran en
tensión permanente con prácticas -económicas, por ejemplo- que implicaban vínculos
estrechos con el “otro” país.

A partir de la formación de la Colonia 16 de octubre en 1888, la instalación de


colonos galeses en la cordillera chubutense fue acompañada con beneplácito por el
Estado argentino porque consideraba que ésta, en una zona de los Andes altamente
litigiosa por integrar una cuenca (la del río Futaleufú) con desagüe hacia el Pacífico 13 ,
constituiría una avanzada capaz de asegurarle sus derechos sobre esos territorios. Por
ello no solo respaldó las acciones de exploración y asentamiento en el Oeste sino que
dictó las leyes correspondientes para la creación de la colonia y para la entrega de
tierras a las familias que quisieran habitarla.

No debe olvidarse que la intencionalidad de estos migrantes, al abandonar años


atrás su tierra natal en Galés e instalarse en la costa chubutense, había sido mantener su
identidad nacional frente a la opresión inglesa. No puede descartarse entonces que la
marcha hacia la cordillera fuera, además de un intento por ocupar nuevas tierras, el
avance hacia la última frontera en la que se podría mantener vivo el ideal de la
conservación de la pureza de la cultura galesa frente a la presencia -cada vez más fuerte
en el Valle inferior- del Estado Nacional (Jones 1997). Allí, a partir de 1876, el poder
coercitivo del Estado argentino se había materializado con la presencia de un
comisario, la obligatoriedad de la enseñanza en idioma castellano, y al ser Rawson la

13
La posición chilena, como ya se explicó, sostenía el criterio de la divisoria de aguas para dirimir el
pleito limítrofe.
sede de la gobernación desde 1884. No obstante ello, desde su arribo a la cordillera en
1885 los galeses habían izado la bandera argentina y reclamado oficialmente el área en
nombre de este gobierno (Williams 1975).

Frente al conflicto limítrofe con Chile, la posición mayoritaria de los colonos a


favor de pertenecer a la Argentina, manifestada ante el representante arbitral inglés en
abril de 1902, según recuerda y exalta la memoria oral de los descendientes de aquellos
primeros pobladores, no puede analizarse simplemente como un sentimiento de
pertenencia nacional. De hecho hubo negociaciones con el Estado chileno que habría
ofrecido una legua de tierra a cada uno de los colonos que estuviera de acuerdo en
sostener sus pretensiones sobre el área, y les habría asegurado la salida de su
producción hacia los mercados del Pacífico, objetivo que durante muchos años fue un
anhelo y una preocupación para ellos (Williams 1975).

Si bien desde su arribo a la Patagonia, y aún antes, habían mantenido una


relación más estrecha con el Estado argentino, del que habían recibido las tierras del
Valle Inferior y diverso tipo de ayuda, ésta no ha estado exenta de conflictos. Puede
pensarse entonces que, quizás, haya tenido mayor peso en la decisión la necesidad de
mantenerse unidos, bajo un mismo Estado, con el núcleo original de la colonia en la
costa, donde estaban sus parientes y amigos, lo que los llevó a volcarse a favor de la
posición argentina; el Estado argentino, por su parte, no estaba seguro en cuanto a qué
decisión adoptarían, lo cual lo demuestra el hecho de que trató de asegurarse su
adhesión reteniendo la entrega de los títulos de propiedad sobre las tierras de la
colonia, como elemento de negociación, hasta después de dirimido el conflicto.

Los enfrentamientos latentes entre los galeses y el gobierno por cuestiones tales
como las prácticas militares obligatorias los días domingo, el retraso ya mencionado en
la entrega de los títulos, e incluso los planes de algunos colonos de trasladar la colonia
completa a Sud África, muestran que la decisión adoptada en 1902 no tuvo que ver con
la identificación con una nación sino que fue contextual y se consideró la más
adecuada en esas circunstancias, justamente para preservar una identidad y mantener
un sentido de pertenencia nacional que no era precisamente ni el argentino ni el
chileno.
Luego de la inclusión definitiva, ya trazado el límite, el Estado Nacional
reconoció su deuda con los galeses por la incorporación de esos territorios
cordilleranos y el “plebiscito” de 1902 se convirtió en un tópico de valor histórico
nacionalista en el discurso oficial. Así el proceso de “inclusión” de este grupo de
galeses se consolidó simbólicamente por esa “gesta” de la que fueran protagonistas y
que les permitió, por tanto, compartir una parte de la historia argentina y participar en
la construcción de la nación.

Eran, además, de todos los grupos étnicos que poblaban estas tierras por
aquellos años, entre los que predominaban indios y chilenos, quienes más se acercaban
al “ideal” de migrante que el Estado pretendía atraer para formar la nación y esto
favoreció -junto con el “plebiscito”- no sólo su inclusión sino también la obtención de
un rol privilegiado en el discurso histórico sobre la conformación poblacional de este
espacio regional.

Muy distinto fue el caso de los pobladores chilenos. Parte integrante de la


“otredad” que se quería separar mediante el límite para establecer una frontera segura,
permanente e infranqueable” 14 , estaban ocupando en importantes proporciones los
valles cordilleranos en disputa. Su presencia consolidaba la formación de un continuo
regional sustentado por circuitos económicos, propiedades binacionales, grupos de
parentesco biológicos o afines y migraciones, que contradecía la visión de la frontera
sostenida por el Estado y tornaba difusos los límites de la otredad.

Movidos por la intencionalidad de acceder a tierras en las que instalarse


libremente, la pertenencia nacional de las mismas no parece haberlos preocupado en
demasía al traspasar la cordillera y asentarse en los valles orientales de los Andes;
probablemente en los primeros años de su instalación hayan creído estar en territorio
chileno. Soslayada su presencia en los argumentos argentinos e, incluso, por el arbitro
inglés, no se opusieron a la sujeción por parte de los representantes del Estado sino que
actuaron en función de la necesidad de tierras y algunos reingresaron a Chile cuando

14
En estos términos se la define en el alegato del gobierno Argentino, La Frontera Argentino
chilena,1901.
aquí se les negó el acceso a la propiedad de las mismas 15 o cuando en su propio
territorio nacional encontraron mejores oportunidades 16 .

El Estado argentino asumió frente a ellos posiciones que varían según las
situaciones. Vayan como ejemplo los siguientes discursos de algunos de sus
representantes haciendo referencia a los pobladores chilenos:

“Los padres de familia de los 102 ciudadanos chilenos que hay en el


Departamento 16 de Octubre limítrofe a la Cordillera de los Andes, se me han
presentado espontánea y libremente para pedirme permiso con el objeto de
establecerse con cría de ganado mayor y menor, en la Cordillera unos y otros en
la pre y ante-precordillera y esos ciudadanos chilenos según varias
manifestaciones que me han hecho de rodear mi autoridad serán guardianes del
orden y de la integridad territorial argentina, en toda eventualidad” 17 .

“los chilenos son gentes poco laboriosas, carentes de instrucción y estímulos” o


“atorrantes que se disfrazan de agricultores” 18 .

“No es gente que procure adelantar ni se interese en el bienestar del país: son
menesterosos, vagos, ignorantes y hasta criminales que se limitan a sembrar un
cuadrado de trigo para proveer a su subsistencia, quemando el bosque para no
tener ni el trabajo de desmontar; y que nunca dejan de auxiliar y de encubrir a
los autores de hechos delictuosos (generalmente robos de haciendas) que se
cometen en aquellas lejanías” 19 .

El primero de estos discursos correspondiente al gobernador Tello en 1895, es


puesto en duda por el propio Estado argentino, que, a través del Ministerio de
Relaciones Exteriores le pide que justifique este acto de “inclusión” ante el
agravamiento del conflicto limítrofe. El gobernador se ve en la necesidad de justificar
su acción y responde al Ministerio describiendo a estos pobladores chilenos como
semi-salvaje pero de actitud benéfica hacia el país:

15
Estamos hablando aquí de épocas posteriores en que se refuerza la presencia del Estado argentino y se
acrecienta el prejuicio antichileno. La negativa a que accedan a las tierras los obliga a pasar la cordillera y
volver a Chile dando origen a localidades tales como Futaleufú o Palena, que van a permanecer
estrechamente ligadas a las argentinas de la misma latitud por todo tipo de lazos ya que son las que les
permiten la comunicación con los centros más poblados, mientras que por territorio chileno se
encuentran aislados.
16
Tal el caso de las familias que reingresaron a Chile en la primera década del siglo XX al encontrar más
al sur valles deshabitados y muy aptos para las actividades productivas que desarrollaban. Se fundaron así
Aisen y Chile Chico.
17
Carta del Gobernador Eugenio Tello al Ministro del Interior, Rawson, enero 4 de 1896, Archivo General
de la Provincia, Rawson, Libro copiador No. 3.
18
Ministerio de Agricultura, Inspección de tierras, Sección JIII, fracción “B”, 1919.
19
Ministerio de Agricultura, Dirección de Tierras, Exp. 1212-0-1907.
“Sr. Ministro: como V.E. verá se trata de salvajes o semi-bárbaros nómades que,
desde muchos años atráz [sic] han vivido allí: se tratan de unos desgraciados
que moran en toldos, casi desnudos y hambrientos como puede informar el
naturalista Sr. Moreno, pero beneficiando al país, porque con motivo de la
ocupación de la tierra, destruyen al león, carnívoro que por ser abundante hace
difícil la cría de ganado caballar á los pobladores: se trata de ésos habitantes
nómades a quiénes particularmente ampara la Constitución, y que con sus
pequeños hatos [sic] mejoran los campos porque sale el alfilerillo que es buen
pasto de estación. [...] Si mañana el Superior Gobierno les exige que arrienden
las tierras no lo harán, estoy seguro porque son pobres e ignorantes....” 20 .

Se presenta aquí la dualidad de estos ocupantes de tierras fiscales, son chilenos,


pero también son indios y el Estado tendrá frente a esta situación un doble mensaje: o
excluirlos por ambas adscripciones, como se lee en los partes militares y los informes
oficiales de la Campaña al “Desierto” o pretender incluirlos, como hace el gobernador
Tello, ya que por una de sus dos condiciones, la de indio, la Constitución Nacional los
ampara. Refuerza además el argumento valorando sus aportes aunque ínfimos al
“progreso” de la región, tema que se profundiza en las argumentaciones de los
inspectores de tierra en los que prima una lógica civilizatoria para definir las
inclusiones. Así aquellos chilenos que, como a Genaro Márquez:

“la Comisión [a cargo de las Inspecciones] le considera meritorio, pues por sus
propios medios y por sí solo ha llegado a construir un pequeño molino harinero
en el cual transforma el trigo que produce y habiéndolo modificado y ampliado
recientemente podrá transformar también el trigo de otros pobladores,
colaborando con el progreso de la región” 21 ,

serán sujetos dignos de ser aceptados y por lo tanto de acceder a las tierras, en
principio en arrendamiento, pese a su condición de chilenos.

La intervención del Estado no se reduce a estas expresiones discursivas y al


trazado del límite físico ya que las líneas que encierran un Estado no siempre
coinciden con las percepciones que se tengan de esas fronteras como ámbitos de real
diferenciación entre las naciones -dado que fuera de los límites geopolíticos existe un
espacio nacional simbólico-.

20
Carta del Gobernador Eugenio Tello al Ministro del Culto [sic], Rawson, junio 3 de 1896, Archivo
General de la Provincia, Rawson, Libro copiador No. 3, p. 213 bis-214.
21
Ministerio de Agricultura, Inspección de tierras, Sección JIII, fracción “B”.
Después de fijado aquél, su presencia se materializará mediante el uso de la
fuerza, con destacamentos de caballería de línea, como piden algunos gobernadores, o
con la creación de la policía fronteriza; normando las relaciones económicas, con
legislación y controles aduaneros que se irán imponiendo paulatinamente para
contrarrestar las tendencias centrífugas que atentaban contra la consolidación de un
mercado nacional; y con elementos de homogeneización cultural como las escuelas.

No obstante la existencia de variadas narraciones de identidad, más o menos


fuertes según el caso de que se trate –diversos grupos aborígenes, colonos galeses,
migrantes chilenos-, este lugar se transforma, a pesar de la intencionalidad del Estado
argentino de separar tajantemente territorios e identidades, en una “sociedad de
frontera” con la característica de no tener un límite, ni físico –hasta 1902- pero, sobre
todo, ni cultural, preciso que defina dos ámbitos (en ese caso nacionales) distintos.

Conclusiones.

Entre la frontera y el límite, lo que quisimos resaltar en esa intervención es la


complejidad de un área donde los elementos que interactúan no son sólo dos, la
sociedad blanca y la india o el Estado argentino y el chileno sino múltiples. En ella, las
adscripciones y los discursos de inclusión o exclusión no son unívocos sino
fluctuantes según las coyunturas y los actores involucrados.

El avance estatal sobre éstos territorios implicó un proceso rápido de


demarcación territorial. En él se prescindió totalmente de las territorialidades
indígenas que hasta 1879 habían definido ámbitos de dominio. Esta prescindencia se
puso en evidencia desde el preciso momento en que se “marcan” los espacios internos,
como por ejemplo la definición de los territorios nacionales. Su delimitación no tuvo
en cuenta para nada las vinculaciones territoriales previas como tampoco las
características fitogeográficas más apropiadas. Por el contrario, éstos límites siguieron
una lógica lineal y son un claro ejemplo de la imposición del modelo estatal.

Respecto del límite externo que, para el caso que nos ocupa, se vincula con el
Estado chileno, su desarrollo implicó una serie de conflictos resueltos en 1902. En este
sentido, el tema cobra una complejidad especial puesto que la definición de las
jurisdicciones nacionales no sólo le cupo a los representantes “oficiales” de los
gobiernos de Chile y Argentina sino también y, sobre todo, a los propios habitantes de
la región.

Se podría afirmar entonces que la característica de identidad aglutinante de los


grupos radicados en ese “Oeste” fue -independientemente de sus variadas identidades
individuales- la de sentirse “frontera” o “confín” de un espacio normado y organizado
en pos de la construcción de una nación. Por ello, puede hablarse aquí de un “umbral
identitario regional” (Chindemi 1999) 22 que diluyó la percepción del otro y la
construcción de la identidad nacional por oposición en la etapa temprana de
poblamiento.

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22
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Juzgado de Paz de Cushamen: Actas de legalización de matrimonios. Año 1902.


La persistencia de los antiguos circuitos mercantiles en los Andes meridionales ∗

Susana Bandieri ∗∗

Presentación del problema

El auge de la economía exportadora en la segunda mitad del siglo XIX, con clara
vocación atlántica, derivó en un especial interés historiográfico por develar la historia
nacional a partir del análisis de la estructura socioeconómica de las regiones
especialmente favorecidas por ese desarrollo. Si bien se admitía la persistencia de
tendencias centrífugas en las áreas fronterizas del país, se suponía que la integración
territorial lograda a partir de la expansión ferroviaria de los años 1880 había finalmente
actuado en favor de la conformación definitiva de un mercado nacional y, por ende,
eliminado tales tendencias 1 . Ello también en expresa coincidencia con la centralización
del poder a que diera lugar el proceso de consolidación del Estado nacional argentino,
suponiendo un resultado inmediato de unificación económica del país. Avances mas
recientes en la investigación histórica regional obligan a revisar tales conceptos,
minimizando los alcances del proceso integrador de los ‘80.

En efecto, en las regiones periféricas a tal modelo de desarrollo, como es el caso


de las áreas andinas del país, la supervivencia de los mercados tradicionales y de las
tendencias socioeconómicas centrífugas en relación con los países fronterizos parece
haberse mantenido por encima de la consolidación de los respectivos Estados
nacionales, al menos durante todo el siglo XIX y buena parte del XX 2 .


Este trabajo, expuesto en el marco del Coloquio, pretende ser una síntesis de la producción personal de la autora
sobre el tema, así como la de los equipos de investigación conformados a ese fin en la Universidad Nacional del
Comahue. En ese sentido, cabe entonces aclarar que buena parte de lo aquí desarrollado se encuentra publicado en
diversos medios nacionales y extranjeros a los cuales se hará expresa referencia en cada caso.
∗∗
Universidad Nacional del Comahue-CONICET. Directora del Centro de Estudios de Historia Regional -CEHIR-,
Fac. de Humanidades, UNCo. Correo Electrónico: sbandier@uncoma.edu.ar
1
Aún en textos de factura relativamente reciente se reitera tal enfoque: "Su aparición [se refiere al ferrocarril] durante
los años '60 y '70 significó una verdadera revolución en las comunicaciones [...] El acceso al interior de manufacturas
europeas mucho mas baratas que las procedentes del Pacífico fueron reorientando hacia el Atlántico a todas las
regiones argentinas, revirtiendo las tendencias centrífugas, y operando una unificación económica que sentó las bases
para la formación de un mercado nacional" (Jorge Luis Ossona, "La evolución de las economías regionales en el
siglo XIX", en Mario Rapoport, Comp., Economía e Historia. Contribuciones a la Historia Económica Argentina,
Bs. As., Ed. Tesis, 1990, p. 69)
2
Esta tema ha sido previamente desarrollado por la autora en “Áreas andinas y relaciones fronterizas: un ajuste de
periodización”, en J. Pinto Rodríguez, Ed., Araucanía y Pampas. Un mundo fronterizo en América del Sur, Edic.
Universidad de la Frontera, Temuco, Chile, 1996. Para una visión actualizada de la producción historiográfica

1
Aún cuando la significativa existencia de fuertes lazos mercantiles y una
intrincada red de relaciones sociales y económicas articuladas en el ámbito de la
frontera norte del país, ha sido particularmente estudiada para la etapa colonial por
varios autores y es ampliamente conocida 3 ; menos se sabe, en cambio, de los aspectos
relictuales de tales contactos en esa y otras áreas del país. En ese marco se inscriben
investigaciones más recientes referidas a la supervivencia en las provincias del noroeste
argentino de los viejos circuitos comerciales ganaderos orientados hacia el Pacífico
hasta la década de 1930, cuando por motivos externos -crisis internacional- e internos -
guerra del Chaco- habrían terminado por descomponerse definitivamente las antiguas
formas de intercambio del espacio andino septentrional 4 .

Sin duda la llegada del ferrocarril a Jujuy sobre comienzos de la década de 1890
y a La Quiaca en 1908 habría contribuido al inicio de la desestructuración de estos
tradicionales circuitos mercantiles. Sin embargo, sobre la misma época, el desarrollo de
la economía salitrera en el norte chileno habría reactivado el comercio ganadero de las
provincias limítrofes argentinas, con manifestaciones que se extienden, según las
versiones historiográficas antes citadas, hasta alrededor de 1930 5 . Los cambios
económicos operados entretanto, vinculados al desarrollo de la agroindutria azucarera
en las áreas orientales del noroeste argentino, terminarían por convertir al resto de la
región en una zona periférica de la economía nacional con inserción atlántica. En
consecuencia, la gran masa de campesinos vinculados a la producción y al consumo, en
tanto sujetos sociales característicos de los antiguos circuitos comerciales, se habría
visto absolutamente marginada de la nueva estructuración económica regional,
integrándose a la oferta local de mano de obra de los sectores subalternos. Recién a
partir de ese momento, según afirman los autores mencionados, puede decirse que en el
norte del país "...la frontera política también actuó como frontera económica". Hasta

argentina y chilena sobre el tema, véase S. Bandieri, Coord., Cruzando la cordillera... La frontera argentino.chilena
como espacio social, CEHIR-UNCo., Neuquén, 2001.
3
A los efectos de evitar cualquier omisión involuntaria, sólo mencionaremos al iniciador de tales estudios y a su obra
principal: Carlos Sempat Assadourian, El sistema de la economía colonial. Mercado interior, regiones y espacio
económico, Lima, Perú, Instituto de Estudios Peruanos, 1982.
4
Son pioneros, en este sentido, el trabajo conjunto de E. Langer y V. Conti ("Circuitos comerciales tradicionales y
cambio económico en los Andes Centromeridionales (1830-1930)", en Revista Desarrollo Económico N° 121,
Buenos Aires, IDES, 1991) y los avances individuales de Viviana Conti (“Espacios económicos y economías
regionales. El caso del Norte argentino y su inserción en el área andina en el siglo XIX”, en Revista de Historia, Nº
2, Neuquén, UNCo., 1992; "El norte argentino y Atacama: producción y mercados", en Siglo XIX, nueva época, N°
14, julio-dic. 1993; “Salta entre el Atlántico y el Pacífico. Vinculaciones mercantiles y producciones durante el siglo
XIX”, en S. Bandieri, Coord., Cruzando la cordillera... op. cit., 2001).

2
entonces, con distintos grados de articulación, "...el noroeste argentino constituía, junto
con Bolivia y el actual norte chileno, una región cultural, reforzada por vínculos
económicos ya tradicionales y fuertes relaciones de parentesco" 6 .

Las provincias de Tucumán y Catamarca habrían también participado


activamente en este espacio mercantil andino durante todo el transcurso del siglo XIX,
ya fuera por la posibilidad de colocar sus ganados y otros productos excedentarios,
como por la seguridad de obtener el metálico imprescindible que les permitiera cubrir la
importación de otros bienes de consumo, muchos de ellos obtenidos a través de los
puertos del Pacífico 7 . La Rioja, por su parte, habría tenido también un activo comercio
ganadero orientado hacia Chile hasta avanzado el siglo actual 8 , en tanto que el área
chaqueña actuaba como tradicional proveedora de mano de obra y ganado al mismo
espacio económico. Estudios recientes sobre la ganadería de Salta confirman también
esta misma tendencia comercial hasta que, entrado el siglo XX, el declinamiento de la
industria del nitrato en el norte chileno habría provocado la reorientación atlántica
definitiva de la economía regional 9 .

Finalmente, la región de Cuyo, como es sabido, se había conectado muy


tempranamente con el área del Pacífico, en una relación que se mantuvo durante todo el
siglo XIX, aprovechando la expansión minera del norte chileno así como la
especialización cerealera de los valles centrales del mismo país. El ganado adquirido en
las provincias vecinas se engordaba en los valles alfalfados de Cuyo antes del esforzado
cruce de los Andes, y el intercambio con Chile era un elemento central en la economía
de la región. Merced a la intermediación de los potreros cuyanos, la exportación de
vacunos y mulares argentinos servía de complemento a la agricultura y minería
trasandinas. A cambio, las provincias del oeste argentino recibían de los puertos

5
Sobre la magnitud y alcances de esta provisión de ganados al mercado norchileno, nos remitimos al trabajo antes
mencionado de Langer y Conti, 1991, pp. 104-105.
6
Ibídem, págs. 92 y 111.
7
Hacia la mitad del siglo XIX, los puertos chilenos, especialmente Valparaíso, competían ventajosamente con
Buenos Aires en la provisión de mercaderías importadas de Europa. (Cf. Luis A. Romero, "Las economías del
interior", en Historia Integral Argentina, T. II, Bs. As., CEAL, 1970, p. 209). De hecho, esta condición se mantuvo
en las áreas andinas durante un período mucho más extenso.
8
Véase, de Gabriela Olivera, “Articulación mercantil y transformaciones sociales agrarias en Los Llanos (La Rioja ,
1900-1960)”, en S. Bandieri, Coord., Cruzando la cordillera..., op. cit., 2001, así como otros trabajos de la misma
autora sobre esta problemática.
9
A. Michel, L. Pérez y E. Saavic, “Exportaciones desde Salta al Norte chileno. Fines del siglo XIX y comienzos del
XX”, en Estudios Trasandinos N° 1, Revista de la Asociación Chileno-Argentina de Estudios Históricos e
Integración Cultural, Santiago de Chile, 1998.

3
chilenos efectos europeos, especialmente textiles, que el costo de los fletes encarecía
notablemente si procedían de Buenos Aires 10 . Esta situación de intensos contactos
fronterizos se habría mantenido inalterable hasta alrededor de 1870, cuando el
desarrollo de la industria vitivinícola cuyana produjo la gradual pero definitiva
orientación de la economía del valle central al mercado interno nacional. Esto, de
hecho, habría abierto la posibilidad de que otros territorios argentinos recientemente
incorporados a la soberanía nacional, como es el caso del propio sur mendocino y de las
áreas andinas norpatagónicas, cubrieran el importante rol de proveedores del comercio
fronterizo de ganado en pie con destino al mercado trasandino.

Sin duda que la extensión del servicio ferroviario operado en las últimas décadas
del siglo pasado y comienzos del actual, al aumentar el nivel de intercambios y
modificar el antiguo sistema de transportes, deficiente y caro, se convirtió en el
elemento más significativo del acercamiento entre los mercados del interior del país y la
ciudad puerto de Buenos Aires. La expansión del Litoral atrajo buena parte de la
producción de las provincias, y éstas comenzaron a consumir mercaderías europeas
ingresadas por Buenos Aires, que paulatinamente desalojaron a las provistas por los
países limítrofes. Algunas regiones desarrollaron, en función de las nuevas condiciones
existentes, importantes agroindustrias de especialización con destino a satisfacer las
crecientes necesidades alimenticias del mercado interno. Tales son los casos del azúcar
tucumano y de los vinos mendocinos, tema que, como es sabido, también se enlaza con
el proceso de consolidación de las estructuras de poder en el orden nacional y el
consecuente sistema de alianzas entre sectores dominantes de distintas regiones del
país 11 .

La situación antes descripta, según adelantáramos, ha sido tradicionalmente


considerada por la historiografía argentina como aquella que provocó la definitiva
unificación económica en el orden nacional, intensificada a partir de 1880 con el corte
de los vínculos mercantiles alternativos del interior del país, cuando el Estado nacional
procedió a consolidar su soberanía mediante la expropiación definitiva de los territorios
indígenas de Chaco y Patagonia. Esto, en principio, parece hoy seguir siendo válido

10
Véase Luis A. Romero, op. cit., 1970, págs. 209 y 212.

4
para las provincias centrales, como Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba, que se
volcaron mas rápidamente al Litoral; seguramente para el área central cuyana por la
reconversión productiva de sus valles alfalfados en campos de vides; y, con distinta
intensidad, para las franjas orientales de las provincias andinas; pero se presenta dudoso
para las zonas occidentales de las mismas áreas donde, de hecho, se habrían mantenido
circuitos comerciales alternativos, particularmente ganaderos, vinculados a la demanda
de los centros del Pacífico Sur, hasta pasada la década del ‘30.

La expansión ferroviaria argentina sobre fines del siglo pasado y comienzos del
actual no habría entonces interrumpido, al menos de manera definitiva, el
mantenimiento de tales circuitos y de los contactos socioculturales derivados. La región
que nos ocupa, en el norte de la Patagonia argentina, es muestra fiel de la supervivencia
de tales vinculaciones y de la persistencia de un área de frontera que se estructura como
espacio social alrededor de la Cordillera de los Andes, hechos ambos favorecidos por la
misma reconversión productiva cuyana antes señalada.

En este mismo sentido, es posible plantear una comparación válida con el resto
de los territorios patagónicos donde la geografía y el desarrollo de actividades
económicas comunes permite tales contactos, atento a la existencia de trabajos que dan
cuenta de un funcionamiento similar en relación a las vinculaciones socioeconómicos
con el sur chileno. El tema ha sido particularmente tratado para las áreas andinas
chubutenses y rionegrinas 12 , así como para los territorios de Santa Cruz y Magallanes.
Los estudios históricos regionales muestran, para el extremo más austral del continente,
la conformación de una macrorregión que habría funcionado, en principio hasta 1920,
con una dinámica propia 13 . A la luz de estos estudios, y al menos hasta esos años, la
significativa dependencia económica de los territorios del sur patagónico con el área

11
Este tema cuenta con una nutrida y variada bibliografía desde el ya clásico artículo de Jorge Balán, "Una cuestión
regional en Argentina: Burguesías provinciales y el mercado nacional en el desarrollo agroexportador", en
Desarrollo Económico N° 69, Bs. As., IDES, 1978.
12
Véanse los trabajos de D. Finkelstein, M. Gaviratti y M. Novella, “Relaciones fronterizas en la cordillera
chubutense. Actividades productivas y circuitos de comercialización (1900-1920)”, en Revista Estudios Trasandinos
N° 4, Santiago de Chile, 2000; y de Novella y Finkelstein, “Frontera y circuitos económicos en el área occidental de
Río Negro y Chubut”, en S. Bandieri, Coord., Cruzando la cordillera..., op. cit., 2001
13
Véase, especialmente, de Elsa Barbería, Los dueños de la tierra en la Patagonia Austral, 1880-1920, Tesis
Doctoral editada por la Universidad Federal de la Patagonia Austral, Santa Cruz, 1995; y de Mateo Martinic Beros,
Magallanes, síntesis de tierra y gentes, Bs. As., Edit. Francisco de Aguirre, 1972; “La expansión económica de Punta
Arenas sobre los territorios argentinos de la Patagonia y Tierra del Fuego, 1885-1925”, en Anales Instituto de la
Patagonia, Punta Arenas, 1976; y “Patagonia austral: 1885-1925. Un caso singular y temprano de integración
regional autárquica”, en S. Bandieri, Coord, op. cit., 2001.

5
chilena de Magallanes y su capital Punta Arenas, parece indiscutible, al menos en lo que
se refiere a la exportación de lanas y carnes ovinas con destino a la industria
frigorífica 14 . Luego, factores de diversa índole habrían provocado la ruptura del
funcionamiento autárquico de la región, generándose a partir de entonces una mayor
inserción económica de la Patagonia austral en el espacio nacional argentino, visible,
entre otras cosas, en la nacionalización de los mas importantes capitales chilenos que
lideraban tal funcionamiento, como es el caso del grupo empresario Braun-Menéndez
Behety, propietarios de “La Anónima”. De todas maneras, la vinculación económica
entre ambas áreas habría seguido siendo importante hasta los años ‘30, cuando la
hegemonía histórica de Punta Arenas comenzó a debilitarse, cortándose definitivamente
en los primeros años de la década del ‘40, al imponerse desde los respectivos Estados
nacionales una serie de políticas que marcarían rumbos divergentes y a veces
competitivos 15 .

El área andina norpatagónica

En los inicios de la investigación regional, allá por mediados de la década de


1980, se partía del convencimiento generalizado –transmitido en gran medida por la
lectura de los documentos oficiales-, de que la llegada del ferrocarril al entonces
Territorio Nacional del Neuquén sobre principios de siglo -1902 a la Confluencia y
1914 a Zapala-, había actuado sobre la definitiva reorientación atlántica de la economía
regional, cortando las tendencias centrífugas que desde tiempos remotos caracterizaran
el funcionamiento de la sociedad local, tradicional proveedora de ganados a Chile. En
tal sentido, se actuaba también influenciados por la idea, muy instalada entonces en la
historiografía nacional, de que el proceso de consolidación del Estado argentino había
derivado necesariamente en la conformación definitiva de un mercado interno,

14
Al respecto, Barbería desarrolla en varios trabajos (Cf. Los dueños... ,op. cit., 1996, pp. 56 y 71; “Chile y
Argentina. Una región autárquica en el sur, 1880-1920”, Revista Waxen, Nº 6, Río Gallegos, Univ. Federal de la
Patagonia Austral, 1992) la formación de esta región autárquica con centro en Punta Arenas, integrada por el sur de
Chile, Santa Cruz y Tierra del Fuego, y basada en la producción y exportación de lana, carne ovina y derivados a los
mercados europeos y a todas la repúblicas del Pacífico: “...Santa Cruz se constituyó -hasta 1920- en un área
periférica del sur chileno [...] así como los capitales que dieron comienzo a la ocupación se originaron allí, también
los ingresos que generaron se dirigieron a Punta Arenas...” (1996, p. 65). La posibilidad de comunicación directa con
los mercados europeos a través de Chile, facilitada por la eliminación de los impuestos aduaneros y la débil
participación estatal en ambos países, favorecieron tal proceso de integración (p. 67).
15
Cf. Mateo Martinic Beros, Magallanes 1921-1952. Inquietud y crisis, Punta Arenas, La Prensa Austral Ltda., 1972,
p. 305 y sgtes.

6
infiriendo una relación directa entre la unificación política y la unificación económica
del país.

Aunque esta haya sido, efectivamente, la intención de las autoridades


nacionales, preocupadas por la evidente falta de “argentinización” de la región y su
natural conexión con el espacio chileno colindante, al momento de decidir en 1904 el
traslado de la capital a la nueva punta de rieles 16 -tema éste que también se relaciona
con pingües negocios realizados por los propietarios de tierras en el lugar-, la realidad
parece correr por carriles que no necesariamente se ajustan a la decisión oficial de
vincular más fuertemente al territorio con la nación.

El estudio más minucioso del desarrollo histórico de la ganadería regional -


actividad predominante que aún hoy ocupa más del 70% de la superficie provincial y un
número muy significativo de la población económicamente activa del interior rural,
aunque su participación en el PBI haya disminuido considerablemente en los últimos
años-, pudo observarse un marcado predominio socioeconómico del área andina del
territorio, zona que por sus características fisiográficas, particularmente por su régimen
de lluvias, permitía un desarrollo sostenido de la actividad. Hombres y ganados se
concentraban por lo consiguiente en esa zona, mostrando la perdurabilidad de los
circuitos mercantiles con el área del Pacífico y marcando una diferencia sustancial con
el despoblamiento característico de la estepa patagónica en el resto del territorio 17 .

Una importante cantidad de fuentes documentales de variada índole permitieron


reconstruir las sólidas relaciones socioeconómicas que esta zona mantenía con las
provincias del sur chileno, repitiendo formas heredadas de los grupos indígenas locales,

16
En el año 1904 se decidió el traslado de la capital desde Chos Malal, en el noroeste del territorio, al caserío de la
Confluencia - estación Neuquén-, en el vértice más oriental del mismo, donde el propio gobernador Bouquet Roldán
tenía tierras en propiedad e integraba la sociedad inmobiliaria encargada de distribuir los lotes. El entonces Ministro
del Interior, Joaquín V. González, justificaba de esta manera la medida: “... me ha traído al convencimiento de que la
capital del Neuquén debe levantarse en el amplio valle que comienza al pasar el río. Si bien es cierto que esta
posición no es materialmente central con respecto al territorio, es en cambio de alta significación económica y
política, primero porque consulta los agentes mas poderosos de civilización actual y segundo porque en vez de
impulsar el comercio de adentro hacia afuera, como sucede hoy, lo incluirá fuertemente de afuera para adentro,
siguiendo las corrientes centrípetas auxiliadas por vías férreas y fluviales que concurren al Atlántico con su gran
puerto de Bahía Blanca...” (Archivo Histórico Provincial -en adelante AHP-, Libro Copiador T/1904, Telegrama del
Mtro. del Interior al Gdor. Bouquet Roldán, 7-4-1904)
17
Estos temas se encuentran desarrollados en diversas publicaciones de la autora (Véase, de S. Bandieri, "Espacio,
economía y sociedad regional. Neuquén: el auge del ciclo ganadero y la organización social del espacio 1879-1930"
en Entrepasados, Revista de Historia, Año I, Nº 1, Bs. As., 1991; también Capítulos III y IV de S. Bandieri, O.
Favaro y M. Morinelli, Historia de Neuquén, Bs. As., Plus Ultra, 1993).

7
que hasta su definitivo sometimiento habían actuado como eficientes intermediarios
entre las sociedades capitalistas de ambos lados de la cordillera. Para comprender los
alcances de esta situación, debe necesariamente tenerse en cuenta la estructura
económica dominante en Chile hacia los mismos años, cuando por el desarrollo
dominante de la agricultura se incrementó la demanda de carne y otros derivados
ganaderos para consumo interno y exportación a otras repúblicas sudamericanas con
puertos sobre el Pacífico sur, como Perú y Ecuador, cuyas poblaciones trabajadoras, en
estado semiservil, eran importantes consumidoras de tasajo. Como consecuencia de este
mismo proceso, se habría producido un importante corrimiento de la producción
agrícola hacia la región de la Araucanía, lindante con Neuquén, que hacia 1910
concentraba más del 50% de la superficie sembrada del país 18 .

La significativa actividad ganadera desarrollada en las áreas andinas


norpatagónicas puede entonces vincularse directamente con la demanda de los centros
urbanos y portuarios del sur chileno, especialmente importante durante los últimos años
del siglo pasado y primeros del actual. De esa manera, y en un claro ejemplo de
economías complementarias, se cubrían con áreas de cría las necesidades de carne y
otros derivados ganaderos cuya transformación se efectuaba en las curtiembres,
saladeros y graserías de los centros urbanos trasandinos, a la vez que desde los más
importantes puertos chilenos, como Valdivia y Concepción, se exportaban tasajo y otros
subproductos con destino al consumo sudamericano. Ello permite explicar también la
presencia de importantes inversiones de capitales trasandinos en tierras ganaderas de la
región 19 . Asimismo, las distancias y los altos fletes de las mercancías ingresadas desde
el Atlántico favorecían el consumo de bienes variados provenientes de las plazas
chilenas, así como la circulación de moneda de ese origen. En consecuencia, prácticas
culturales comunes caracterizaban a las poblaciones de ambas márgenes de la cordillera.

Ahora bien, la perdurabilidad de esta situación, que aparece indiscutiblemente


probada para fines del siglo XIX y primeros años del XX, había sido extendida en
nuestras primeras investigaciones, con un grado de generalidad importante, hasta los

18
Cf. Sergio Sepúlveda, “El trigo chileno en el mercado mundial, Ensayo de Geografía Histórica”, en Informaciones
Geográficas, Organo Oficial del Instituto de Geografía de la Universidad de Chile, Fac. de Filosofía y Educación,
Año VI, Sección Documentos, N° único, Santiago de Chile, 1956, p. 114.

8
inicios de la década de 1930, en directa relación con la toma de medidas arancelarias
por parte de ambos países para el comercio fronterizo que habrían terminado por cortar
definitivamente el intercambio legal de ganado hacia mediados de la década de 1940 20 .
Una importante cantidad de fuentes, especialmente de carácter cualitativo -informes de
funcionarios territorianos y estatales, periódicos locales, libros históricos de las
escuelas, testimonios orales, etc.-, marcaban la importancia de una fuerte crisis sufrida
por la ganadería regional alrededor de los años ‘30, cuya definitiva recuperación no se
habría producido hasta la actualidad.

Esta particularidad del intercambio regional, común según vimos en


características y periodización a otras zonas andinas del país, derivó en la formulación
de una nueva hipótesis de trabajo que intentaba probar la definitiva consolidación del
mercado interno nacional como resultado de una preocupación manifiesta del modelo
sustitutivo de importaciones puesto en marcha en esos mismos años. Recién entonces,
las áreas cordilleranas productoras de ganado, periféricas y marginales al modelo
agroexportador argentino, con clara vocación atlántica, habrían abandonado
definitivamente las tendencias centrífugas de sus circuitos mercantiles tradicionales,
orientación que hoy se intenta recuperar por los efectos regionales de la
“globalización” 21 . Esta hipótesis de trabajo, sin duda sugerente, ha sido el centro de la
última producción de quien escribe, donde el estudio de las relaciones fronterizas y su
continuidad temporal han permitido incluso manejar conceptualmente la posibilidad
operativa de construir una historia regional necesariamente superadora de los límites
territoriales provinciales y nacionales 22 .

Ahora bien, el convencimiento de la necesidad de profundizar esta línea de


investigación para precisar algunos aspectos sustanciales, llevó a proponer

19
Para un desarrollo amplio de este tema, véase S. Bandieri y G. Blanco, “Propietarios y ganaderos chilenos en
Neuquén: Una particular estrategia de inversión (fines del siglo XIX y comienzos del XX)”, en Estudios Trasandinos
N° 2, op. cit., 1998. También el capítulo incluido en S. Bandieri, Coord., op. cit. 2001.
20
S. Bandieri, “Espacio, economía y sociedad regional. Neuquén: el auge del ciclo ganadero y la organización social
del espacio 1879-1930”, en Revista Entrepasados N° 1, Bs. As., 1991; y “Frontera comercial, crisis ganadera y
despoblamiento rural. Una aproximación al estudio del origen de la burguesía tradicional neuquina”, en Desarrollo
Económico, Nº 122, Bs. As., jul-set. 1991.
21
S. Bandieri, “La incorporación de Chile al Mercosur o la integración como proyecto político de la norpatagonia
argentina: una aproximación desde la historia”, en Revista Estudios Trasandinos N° 3, Santiago de Chile, 1998.
22
S. Bandieri, “Entre lo micro y lo macro, la historia regional: Síntesis de una experiencia”, en Entrepasados, Revista
de Historia, Bs. As., Año VI, Nº 11, 1996. También “La posibilidad operativa de la construcción histórica regional o
como contribuir a una historia nacional más complejizada”, en S. Fernández y G. Dalla Corte, Compil., Lugares para

9
oportunamente el desarrollo de un programa de investigación interuniversitario,
integrado por investigadores de la Universidad Nacional del Comahue y de la
Universidad de la Frontera de Temuco, Chile 23 . La posibilidad de profundizar distintas
investigaciones en marcha sobre temáticas históricas regionales, vinculadas todas, desde
distintos ángulos y con diversos grados de avance, a desentrañar la red de relaciones
económicas y sociales establecidas desde antiguo entre ambas regiones, resultaba
particularmente convocante. En ese sentido, se buscó un objetivo común que permitiese
comprobar el impacto provocado por dos factores claramente identificados a la fecha
como desestabilizadores del espacio fronterizo: la ocupación militar de los respectivos
territorios indígenas alrededor de la década de 1880 y las medidas arancelarias tomadas
por ambos Estados nacionales en las décadas de 1920, 1930 y 1940, vinculadas tanto a
la situación internacional como a la necesidad de definir más ajustadamente los espacios
económicos nacionales. Esto último con el fin de asegurar un mercado interno a la
nueva producción industrial, desarrollada como parte del proceso sustitutivo de
importaciones con que se intentó enfrentar la crisis de los modelos agoexportadores. La
periodización señalada resultaba también significativa por su coincidencia con el
quiebre más importante producido en los intercambios fronterizos en otros espacios
andinos del país, como ya se ha mencionado, lo cual alentaba la posibilidad de futuros
análisis comparativos. Sobre la base de conocimientos previos, importantes pero
incompletos, nos propusimos entonces explicar con mayor precisión la continuidad y
persistencia de las antiguas formas de contacto fronterizo entre el área norpatagónica y
el sur chileno, lo cual suponía además no desconocer la existencia de intercambios
alternativos con otras regiones del país, así como dimensionar más acabadamente la
gradualidad y efectos del cambio de orientación desde el Pacífico hacia el Atlántico,
cuyo punto decisivo parecía haberse producido recién sobre mediados de la década de
1940.

Reconstruir el tema de la circulación de hombres, ganados y otros bienes


diversos entre ambas márgenes de la cordillera hasta la conformación de la definitiva
orientación atlántica de la economía regional, resultaba entonces de vital importancia
para explicar la compleja red de relaciones económicas y socioculturales vigentes en la

la Historia. Espacio, Historia Regional e Historia Local en los Estudios contemporáneos, UNR Editora, Rosario,
2001.

10
región desde la etapa indígena, así como sus manifestaciones tanto en el plano material
como en el simbólico. Para ello, debía ponerse especial énfasis en detectar los factores
que en la larga duración pudieran haber actuado como desestabilizadores de tales
relaciones, alterando el tradicional funcionamiento fronterizo. En este último sentido,
era también importante el descubrimiento de los niveles de sociabilidad y cultura que
desarrollaron los actores sociales vinculados a este proceso, particularmente evidentes a
través de las importantes corrientes migratorias de población chilena a la región.

Así, a la necesidad de estudiar la primera desestructuración regional del espacio


fronterizo, provocada por los intentos de avance de los españoles de Chile sobre el área
de la Araucanía, se unirían luego los efectos de los movimientos independentistas de
principios del siglo XIX en ambas naciones y las sucesivas campañas militares
organizadas contra la sociedad indígena de la región, particularmente las producidas al
momento de consolidarse los respectivos Estados nacionales en la segunda mitad del
siglo XIX. A ello habría que sumar, ya en las primeras décadas de este siglo, la llegada
del ferrocarril y el surgimiento de otros puntos dinamizadores de la economía regional,
cuyos reales alcances había que precisar, para completar el análisis con los efectos de
las medidas de protección del comercio fronterizo tomadas durante la década de 1920
en Chile, así como las consecuencias más inmediatas de la crisis de los años ‘30 en la
región y de la profundización de las políticas arancelarias en los años ‘40. Analizar
estos procesos desde las historias nacionales argentina y chilena, resultaba entonces
indispensable a la hora de ratificar o rectificar las hipótesis antes esbozadas 24 .

La temática propuesta, según dijimos, registraba antecedentes en anteriores


proyectos desarrollados en la Universidad Nacional del Comahue. Así, se había
avanzado considerablemente sobre la historia indígena y las relaciones fronterizas en
Neuquén durante los siglos XVII y XVIII 25 , caracterizando las complejas vinculaciones

23
Acuerdo realizado en oportunidad de realizarse en esa ciudad chilena el Primer Encuentro "Araucanía y Pampas:
un mundo fronterizo en América del Sur", organizado por Jorge Pinto Rodríguez, en el año 1995.
24
Sobre la base de los antecedentes mencionados se presentó en 1996 en la Universidad Nacional del Comahue un
Programa de Investigación titulado “Historia regional y relaciones fronterizas en los Andes Meridionales (Neuquén-
Chile 1750-1950)”, aprobado por el término de cuatro años. El mismo se estructuró sobre la base del desarrollo de
cuatro grandes proyectos, cada uno de las cuales estuvo a cargo de un investigador responsable –Gladys Varela,
Beatriz Gentile, Enrique Mases y Holdenis Casanova Guarda por la Universidad de la Frontera-, bajo la dirección
general de la autora. Sus resultados finales se encuentran actualmente en prensa.
25
“Modelos de asentamiento y ocupación del espacio de la sociedad Pehuenche de la cuenca del Curi Leuvú. Siglos
XVIII y primeras décadas del XIX”, proyecto dirigido por Gladys Varela entre los años 1991 y 1995. Entre su
producción más relevante figuran, de Ana M. Bisset y G. Varela: “El sitio arqueológico de Caepe Malal. Los

11
con la sociedad hispano-criolla y con otros grupos indígenas, así como los circuitos
mercantiles de fines de la etapa colonial. En ese mismo sentido, se habían analizado el
avance del proceso de araucanización, la complejización de las sociedades tribales, la
organización de los malones como empresas económicas colectivas y la consolidación
de los circuitos antes mencionados. Sobre estos temas en particular, y en la intención de
seguir avanzando por encima de las interpretaciones más tradicionales, se pretendía
completar la investigación con la etapa correspondiente al siglo XIX, prestando especial
atención al período inmediato anterior a la realización de la campaña militar contra los
grupos indígenas de la región, dimensionando el real impacto producido por el proceso
de formación de los Estados nacionales, la percepción del “problema indio” desde los
centros de poder y la desintegración del mundo indígena durante la segunda mitad del
mismo siglo, lo cual habría derivado en una importante desestabilización del espacio
fronterizo analizado 26 .

Por otra parte, el estudio de las actividades económicas y de los contactos


socioculturales que posibilitaron el mantenimiento de la articulación del territorio
neuquino con las provincias chilenas colindantes, como formas heredadas del
funcionamiento de la sociedad indígena que no se acaban con la ocupación militar del
espacio y el establecimiento más definitivo del límite internacional en la Cordillera de
los Andes, también había sido abordado en distintas oportunidades 27 . En este sentido, se

pehuenches del Noroeste neuquino en el siglo XVIII”, en Cuadernos de Investigación del IEHS: Arqueología y
etnohistoria de la Patagonia Septentrional, UNCPBA, Tandil, 1988-89; “Modelos de asentamiento y ocupación del
espacio de la sociedad Pehuenche del siglo XVIII: la cuenca del Curi Leuvú”, en Revista de Historia Nº 1, Neuquén,
UNCo., 1990; “Los Pehuenche en el mercado colonial”, en Revista de Historia Nº 3, Neuquén, UNCo., 1992; y
“Entre guerras, alianzas, arreos y caravanas: los indios de Neuquén en la etapa colonial”, en S. Bandieri, O. Favaro y
M. Morinelli, Comp., Historia de Neuquén, Bs.As., Plus Ultra, 1993.
26
En Argentina, el tratamiento historiográfico más tradicional de estos temas se había limitado a desarrollar las
cuestiones vinculadas a la guerra contra el indio y los avances militares, entendiendo la conquista de los territorios
ganados como el precio obligado del “progreso”. En los últimos años se abandonaron tales preconceptos, iniciándose
trabajos de mayor grado de complejidad que aunaban el esfuerzo interpretativo de historiadores, arqueólogos y
antropólogos. En ese sentido, son importantes los avances teórico-metodológicos en los estudios de Pampa y
Patagonia, pudiendo citarse los trabajos de Boschín , Nacuzzi, Politis, Goñi y Jorge Fernández. En la región que nos
ocupa, resultan relevantes los estudios realizados por los arqueólogos Hajduk y Bisset. En el campo etnológico, debe
citarse el trabajo de Rodolfo Casamiquela, y entre los estudios más importantes orientados al conocimiento de las
sociedades indígenas, los trabajos de Raúl Mandrini. Entre los investigadores chilenos que han contribuido al
entendimiento de las relaciones sociales del área fronteriza, pueden mencionarse a S. Villalobos, J. Pinto Rodríguez,
H. Casanova Guarda, J. Bengoa y León Solís. Otros aportes ligados a la temática desde el exterior, son las tesis de
Kristine Jones y Marta Bechis Rosso. Para un conocimiento más detallado del tema, véase el capítulo de Gladys
Varela incluido en este mismo volumen.
27
Sucesivos proyectos de investigación llevados a cabo por la autora, que derivaron en una serie de publicaciones
directamente referidas a la cuestión fronteriza: “La Cordillera de los Andes en el Norte de la Patagonia o la frontera
argentino-chilena como espacio social. Un estudio de caso” en Estudios Fronterizos n° 22, Inst. de Invest. Soc. de la
Universidad Autónoma de Baja California, México, 1990 y su versión en inglés “The Argentine-Chile Frontier as
Social Space: A Case Study of the Trans-Andean Economy of Neuquén”, en International Boundaries Unit
University of Durham, Coord., World Boundaries Series, Vol. 4: The Americas, Inglaterra, Ed. Routledge, 1994;

12
había avanzado en el estudio de la actividad ganadera regional en tanto históricamente
dominante, sus modalidades productivas y de intercambio y los sujetos sociales
involucrados, percibiéndose hacia fines del siglo XIX y primeras décadas del XX la
fuerte incidencia de las relaciones socioeconómicas con el área del Pacífico. Los
primeros resultados de estas investigaciones, permitieron asimismo detectar la presencia
de los factores de desestabilización de tal funcionamiento fronterizo ya mencionados,
ligados al proceso de consolidación de los Estados nacionales primero y a la necesidad
de fortalecer los respectivos mercados internos después.

Desde un ángulo más específico se venían analizando los flujos de población y


comercio en ambos lados de la cordillera, apuntando a la reconstrucción de los circuitos
comerciales, del sistema de mercados y de las redes sociales establecidas alrededor del
área de frontera 28 . En este caso, faltaba reconstruir más acabadamente el efecto
producido por la llegada del ferrocarril a la región y el proceso de integración que a
partir del incremento de las comunicaciones pudiera haberse dado con el sistema
nacional e internacional vigentes. Esto permitiría dimensionar con mayor exactitud los
efectos que tal proceso pudiera haber tenido sobre el espacio fronterizo estudiado, así
como la gradualidad histórica del reemplazo de los circuitos de intercambio regionales
desde el área del Pacífico al Atlántico, hasta la consolidación más definitiva de este
último.

Otro problema parcialmente abordado era el referido al impacto de los


movimientos migratorios en el ámbito sociocultural del espacio fronterizo 29 . En esta

también “Historia regional y relaciones fronterizas en los Andes Meridionales. El caso de Neuquén en la Patagonia
argentina”, en Siglo XIX. Cuadernos de Historia, México, Instituto de Investigaciones José M. Mora y Fac. de
Filosofía y Letras, Univ. Autónoma de Nuevo León, Año IV, Nº 12, 1995;
28
Proyecto titulado “Circuitos comerciales y región: una perspectiva de estudio para el caso neuquino-chileno, 1870-
1900”, dirigido sucesivamente por Ricardo Rivas y Gustavo Crisafulli y finalizado en 1995. Del mismo, puede
destacarse la siguiente producción científica: María R. Ragno y María B. Gentile, “Hacia una estrategia de
integración regional: el Ferrocarril Trasandino del Sur (1890-1990)”, en Estudios Sociales, Nº 2, Santa Fe, 1992; y de
M. B. Gentile, “Ciudades y circuitos comerciales en la frontera argentino-chilena 1870-1900”, en Estudios Sociales
Nº 9, Santa Fe, 1995. El estudio de los circuitos comerciales como una de las variables que permite observar el grado
de articulación de espacios diferenciados en la conformación de una región común, ha sido ampliamente trabajado
para América Latina. Entre otros, pueden citarse los trabajos de Flores Galindo para el sur andino peruano-boliviano;
Nelson Manrique para los Andes centrales del Perú; Juan C. Grosso y Juan C. Garavaglia para Nueva España; y Erik
Langer y Viviana Conti para el norte argentino y Andes meridionales. En cuanto a la producción historiográfica
chilena, cabe mencionar que no se ha avanzado todavía lo suficiente en estos temas para la segunda mitad del siglo
XIX y siglo XX.
29
“El mundo del trabajo en el Territorio de Neuquén, 1884-1930”, proyecto dirigido por Enrique Mases y
desarrollado entre los años 1991 y 1993. Entre la producción más relevante de este equipo de investigación, puede
citarse: D. Lvovich, “Pobres, borrachos, enfermos e inmorales: la cuestión del orden en los núcleos urbanos del
Territorio del Neuquén (1900-1930)”, en Estudios Sociales, Santa Fe, 1993; E. Mases, A. Frapiccini, G. Rafart y D.

13
perspectiva de análisis, la región aparecía permanentemente atravesada por la
importante presencia chilena y la temprana conformación de una sociedad de frontera
como producto de la intensa migración de población de escasos recursos de ese origen.
Se pretendía entonces profundizar esta línea, apuntando a desentrañar los aspectos de
esa sociedad a través de las pautas de vida material, sociabilidad y cultura de los
sectores que la integran, apuntando a explicar sus características más importantes 30 .

En el intento de superar la evidente tendencia anterior a la investigación


atomizada, se pensó entonces en una nueva propuesta de investigación que permitiera
abordar una realidad hasta ahora parcializada, fragmentada e incompleta en el análisis
histórico regional, como un todo que se alcanza a partir de objetivos comunes,
apuntando a conseguir un avance mucho más significativo en el camino de lograr una
síntesis explicativa integral de la temática fronteriza al servicio de su vigencia actual.
Las investigaciones regionales a que se ha hecho referencia, sumaban, al defecto de su
fragmentación, el hecho de haberse desarrollado en absoluta desconexión con fuentes e
historiadores del país trasandino. Ello obedecía, en principio, a que la cuestión
fronteriza no era el centro de sus objetivos específicos. Los resultados parciales
obtenidos, habían sin embargo permitido descubrir la imposibilidad de entender el
proceso histórico de la norpatagonia argentina si no se integraba simultáneamente el
estudio de la problemática del sur chileno. Ello había impedido hasta ahora, a los
distintos proyectos, arribar a conclusiones definitivas y a una adecuada síntesis de
carácter integral. Por otra parte, ninguno de ellos había avanzado lo suficiente en su
desarrollo temporal como para brindar sólidos elementos explicativos a la actual
problemática de la integración territorial entre ambos países.

Se buscó entonces un objetivo común que permitiese desentrañar el impacto


provocado sobre la región fronteriza argentino-chilena por los dos factores antes
mencionados, claramente identificados a la fecha como desestabilizadores del espacio

Lvovich, El mundo del trabajo: Neuquén 1884-1930, Neuquén, GEHISO, 1994; G. Rafart, “Crimen y castigo en el
Territorio Nacional del Neuquén, 1884-1920”, en Estudios Sociales, Santa Fe, 1994; y E. Mases, “La cultura de los
sectores populares en Neuquén, 1884-1930. Algunas reflexiones teórico-metodológicas”, en Revista de Historia Nº 5,
Neuquén, UNCo., 1995.
30
En el caso argentino, la historiografía de mayor desarrollo en estos temas se concentra en el área del litoral. Pueden
citarse, sólo a modo de referencia, los trabajos de Luis A. Romero, Ricardo Falcón y Leandro Gutiérrez. También en
el caso chileno, Santiago y su zona de influencia reúnen la mayor cantidad de producción, siendo muy escasos los
trabajos referidos a la región del sur del país. En ese sentido, pueden mencionarse los estudios de Juan C. Marín,

14
fronterizo: la ocupación militar de los respectivos territorios indígenas alrededor de la
década de 1880 y las medidas arancelarias tomadas por ambos Estados nacionales en las
décadas de 1920, 1930 y 1940, vinculadas tanto a la situación internacional como a la
necesidad de definir más ajustadamente los espacios económicos nacionales. Esto
último con el fin de asegurar un mercado interno a la nueva producción industrial,
desarrollada como parte del proyecto sustitutivo de importaciones con que se intentó
enfrentar la crisis de los modelos agroexportadores. La periodización señalada resultaba
también significativa por su coincidencia con el quiebre más importante producido
alrededor del intercambio fronterizo en otros espacios andinos del país, según ya vimos,
lo cual estaría indicando la posibilidad de futuros análisis comparativos.

Acerca de la predominancia de los circuitos 31 .

Uno de los temas centrales de la investigación fue entonces la detección de los


circuitos alternativos de comercialización de la producción ganadera regional, para
intentar precisar la predominancia alternativa de las orientaciones atlántica y/o pacífica
Sin duda que una de las formas más claras para trabajar este punto sería la comparación
estadística de la salida de ganado por ferrocarril y por la cordillera, sólo que las
características de los Andes en la región prácticamente vuelven imposible este recurso
metodológico. Para entender este problema, debe necesariamente saberse que la frontera
se vuelve mucho más accesible a la altura de Neuquén, ya sea por la menor magnitud de
los accidentes geográficos y por la escasez de bosques en las áreas de cruce al norte del
territorio, como por los innumerables valles transversales que facilitan en toda su
extensión el traspaso de la cordillera. No es casual que el resguardo más importante de
la sociedad indígena hasta su definitivo sometimiento por el blanco, entre los años 1879
y 1885, se encontrase en el territorio de Neuquén -o “territorio del triángulo” como se lo
denominaba en la época-, donde las relaciones interétnicas y comerciales de uno y otro
lado de la cordillera estaban notablemente fortalecidas. Un número aproximado de cien
boquetes, muchos de ellos practicables la mayor parte del año, facilitaban estos
contactos, convirtiendo a la región andina en un verdadero espacio social donde los

Humberto Alarcón, Pedro Pedreros, Jorge Hernández Yañez, Torres Cisternas y Carmen Norambuena Carrasco, en el
último caso referido específicamente a la migración chilena a Neuquén.
31
Los temas siguientes han sido desarrollados por la autora, con mención más exhaustiva de fuentes, en “Neuquén en
debate: Acerca de la continuidad o ruptura del circuito mercantil andino, en Anuario 14, IEHS, Tandil, UNCPBA,

15
intercambios de toda índole eran moneda corriente. Producida la incorporación
definitiva del territorio a la soberanía nacional, la especial topografía del espacio andino
y las crónicas limitaciones del personal de vigilancia favorecieron la continuidad de las
relaciones socioeconómicas en el ámbito fronterizo, consideradas ahora “legales” o
“ilegales” en atención a los respectivos espacios nacionales y a las nuevas formas de
producción capitalista. De esa manera, además del comercio legal, “..la práctica
continua del abigeato y la acción del bandolerismo”, fueron modalidades frecuentes en
un proceso que penetró cómodamente las primeras décadas del siglo XX 32 , facilitado
por una presencia escasa de las fuerzas territorianas, siempre desprovistas de suficientes
elementos de control y, lo que es aún mas significativo, muchas veces integradas por
agentes de nacionalidad chilena 33 .

Por otra parte, debe también tenerse en cuenta que durante largos períodos,
como luego se verá, se aplicó la fórmula de “cordillera libre” para los intercambios
ganaderos entre ambos países, con lo cual la única exigencia para el traslado de los
animales era el trámite administrativo correspondiente en las receptorías de aduana,
siempre escasas y no necesariamente ubicadas en la zona de frontera. De tal manera,
resulta casi obvio pensar como muy difícil que los productores estuvieran dispuestos a
recorrer considerables distancias en kilómetros al sólo efecto de cumplir con el requisito
legal, máxime conociendo las mencionadas condiciones del terreno y la deficiencia de
la vigilancia fronteriza 34 . Recuérdese además la característica trashumante de la

1999; y en “Estado nacional, frontera y relaciones fronterizas en los Andes meridionales: continuidades y rupturas”,
en S. Bandieri, Coord., op.cit., 2001.
32
Por citar sólo alguna de las fuentes que dan cuenta de esta situación, recurrimos a un Informe de la Dirección
General de Tierras, realizado sobre comienzos de 1920: “La acción de la policía es deficiente en el sentido de la
escasez de personal para la vigilancia de una zona como ésta, bastante poblada y extensa [...] La mayor parte de los
boquetes se hallan desguarnecidos de vigilancia [...] Los robos de ganado mayor y menor se suceden con harta
frecuencia precisamente por la falta de vigilancia y por la facilidad con que los cuatreros se desprenden de los
animales en las ferias de Chile, país donde no rige el registro de marcas y señales como en el nuestro [...] El
comercio de contrabando se ejerce también en desmedro de los intereses del fisco que no recauda por intermedio de
los Jueces de Paz autorizados para percibir los aranceles” (Dcción. Gral. de Tierras -en adelante DGT-, Territorio del
Neuquén, Informe Nº 8, Expte. Nº 5474-T-1920, Tomo X, 1920, fo. 16).
33
“En el Departamento Aluminé, que tiene alrededor de 300 leguas cuadradas, sólo existen para su vigilancia 10
agentes de policía. Como se trata de un departamento fronterizo, los cuatreros y bandoleros eluden fácilmente la
persecución de la policía, huyendo a Chile. No sólo es insuficiente el número de agentes, sino que también carecen
de caballadas y lo que es peor aún de armamentos [...] En la zona andina, que está lindando con Chile, los policías
tienen en su totalidad agentes de nacionalidad chilenos, de ahí que nunca apresan a sus connacionales, que escapan
con toda facilidad a Chile” (DGT, Territorio del Neuquén, Informe Nº 62, Expte. Nº 182-T-1922, Sección C Zona
Andina y As. Varios, T. IX, 1920, fo. 65).
34
“La escasez de receptorías (tres únicamente, con sede en Las Lajas, Chos Malal y Junín de los Andes) obliga a los
pobladores a recorrer distancias que oscilan entre 15 y 50 leguas, siendo el principal factor para que éstos burlen la
ley, yendo o viniendo de Chile por boquetes que no están autorizados, pero que dan paso fácil durante la mayor parte
del año sin que este proceder pueda ser reprimido, dado que el número de personal de vigilancia es insuficiente para

16
ganadería regional, que todos los veranos obligaba –y obliga- a los pequeños
productores a llevar sus animales a los campos altos de cordillera para un mejor
aprovechamiento de los pastos, facilitando los intercambios en los mismos hitos
fronterizos 35 .

Como puede observarse, en una frontera extensa, abierta y mal vigilada como la
de Neuquén, no sólo el “cuatrerismo” era posible sino también el comercio directo entre
productores y compradores sin ninguna intervención del fisco. Estas características, de
extrema “ilegalidad”, son justamente las que vuelven prácticamente imposible sacar
conclusiones absolutas a partir de las fuentes cuantitativas regionales, a pesar del
importante esfuerzo que se esté dispuesto a hacer. Aún supuesta la factibilidad para la
reconstrucción cuantitativa completa del flujo mercantil legal, sólo se alcanzaría una
aproximación indicativa de las tendencias predominantes, nunca la precisión absoluta
de la totalidad de la circulación comercial, justamente por la intensidad de los flujos
ilegales.

Se recurrió entonces al análisis de las guías de campaña. Recuérdese que el


Código Rural para los Territorios Nacionales, dictado en el año 1894, reglamentó todo
lo referente al tránsito y comercialización de ganado, marcas y señales, apartes, mezclas
y revisión de hacienda. Los Jueces de Paz debían otorgar las guías para controlar la
extracción y la Gobernación estaba obligada a llevar un Registro General de Marcas y
Señales que tendía al completo control de las existencias ganaderas y su
comercialización como forma de eliminar el abigeato o cuatrerismo 36 . Justamente son
estos documentos, que desde ese mismo año se comenzaron a extender, las únicas
fuentes que permiten la reconstrucción parcial del movimiento de ganado que se
realizaba en el territorio, dado que el productor, para realizar cualquier movimiento de
hacienda (venta o traslado a campos de invernada o veranada), debía cumplir una serie
de tramitaciones vinculadas a la documentación del ganado (boleto, seña y marca).

cumplir con su misión en una zona que tiene mas de 100 boquetes...” (AHP, Memoria elevada por el Gdor. del
Territorio al Ministerio del Interior, período 1930-31, en Libro Copiador 1931, fo. 7).
35
“Casi todo el norte y el centro del territorio está poblado por los crianceros que ocupan campos fiscales. En verano
se trasladan con sus familias e intereses a los fértiles valles de la cordillera, que en las épocas de franquicias del
intercambio con Chile aprovechan esa oportunidad para vender sus animales y frutos del país, obteniendo a cambio
dinero y provisiones para todo el año. En invierno vuelven a los campos de invernada para dedicarse de lleno al
cuidado de su ganado en la época de la procreación...” (AHP, Memoria presentada al Superior Gobierno de la
Nación por el Gobernador Pilotto, en Libro Copiador, año 1934, fo. 105).

17
Cabe destacar que no es ésta una fuente que tenga un registro único en la región o se
encuentre prolijamente archivada, razón por la cual sólo es posible consultar series
siempre discontinuas -para algunos departamentos y en determinados meses o años-.
Aunque incompletas y con un alto nivel de subregistro, las guías son sin embargo las
únicas fuentes que permiten una aproximación indicativa al problema de la circulación
de ganado. Ahora bien, del análisis de una cantidad muy importante de guías
encontradas, pudo desprenderse una reorientación gradual de los circuitos tradicionales
hacia la vía del Atlántico que atraviesa en su conjunto, con altas y bajas, la década de
1920, y cuyos resultados más significativos se visualizan recién alrededor de 1930.

Otras fuentes cuantitativas del mismo tenor permiten constatar la importancia


del comercio ganadero con Chile de los departamentos del norte neuquino para los años
1916-1917 y 1923-1928, incluyendo ganado en pie, cueros y lanas, en la totalidad de las
áreas rurales próximas a la cordillera 37 . También informes oficiales de alta
confiabilidad dan cuenta de la importancia del intercambio con Chile para estas áreas
durante el transcurso de la década de 1920 38 . A la inversa, buena parte de las zonas del
sudeste y centro del territorio habrían comenzado a canalizar parte de su producción
hacia los puertos de Bahía Blanca y Buenos Aires, siendo esta situación indicativa de
los efectos concretos de la incorporación del territorio al mercado argentino en materia
de organización económica.

Si bien entonces puede asegurarse que los departamentos del sur neuquino, por
sus especiales características productivas y la calidad de sus explotaciones,
aprovecharon más tempranamente la vía del Atlántico para el intercambio de aquellos
productos con mejores precios, como es el caso particular de la lana, también es cierto
que importantes áreas productoras de esa zona, como es el caso de Junín y San Martín
de los Andes, siguieron colocando sus animales en pie, sobre todo vacunos, en el

36
AGN, M.I., Ley 5.088, Código Rural para los Territorios Nacionales, redactado por el Dr. Víctor M. Molina, con
las modificaciones introducidas por la Comisión de Códigos de la Cámara de Diputados, Títulos V a IX, 1894.
37
AHP, “Planilla demostrativa de haciendas y frutos del país por los cuales se han despachado guías con destino a
Chile” desde el 1-10-1916 al 30-4-1917, en Libro Copiador Nº 69, enero a diciembre de 1917, fo. 495; y
“Exportación y movimiento de ganado del territorio con guías”, por departamentos, serie discontinuas
correspondientes a los años 1923 a 1928.
38
DGT, Territorio del Neuquén, Sección XXXIII Norte, Fracciones A y B y Asuntos Varios, Tomo X, 1920.

18
mercado chileno a lo largo de la década de 1920, lo cual permite confirmar la
complementariedad de ambos circuitos 39 .

El cierre de la frontera comercial y la crisis de la ganadería regional

Como ya adelantáramos, numerosas fuentes mencionan una crisis importante de


la ganadería regional alrededor de los años `30, aparentemente provocada por
decisiones políticas del Estado chileno que habrían producido una paralización de las
transacciones comerciales en toda el área andina de Neuquén, particularmente en el
centro y norte del territorio 40 . La situación habría afectado por igual a todos los estratos
productivos, produciendo obviamente consecuencias socioeconómicas más graves en el
pequeño productor, en tanto actor social más relevante en las áreas mencionadas.
Aunque menos gravemente, dada la escala de producción de las empresas más
representativas del área, los perjuicios ocasionados por la crisis habrían afectado
también a los grandes productores de la zona sur del territorio 41 :

Ante la crítica situación descripta, la única alternativa posible para los


productores locales parece haber sido una inserción mayor en el mercado nacional, tema
difícil en esos años por la desvalorización de los precios de las haciendas como

39
“El movimiento comercial del territorio, sin ser mucho ni poco, está repartido entre la Argentina y Chile,
predominando por la cantidad el que se hace con el último, y por la variedad de artículos con la primera. Entran al
territorio ramos generales de almacén y tienda; salen productos de la zona: hacienda, cueros y lanas. El comercio
argentino domina en la Capital (Neuquén) y Zapala, donde llegan de Chile principalmente vinos y algún que otro
artículo. En los demás pueblos del territorio: Chos Malal, Loncopué, Las Lajas, Junín y San Martín de los Andes, que
abastecen al 80% de la población que tiene el territorio, se proveen de la Argentina: útiles de escritorio, artículos de
almacén y tienda; de Chile reciben en cantidad: azúcar, porotos, garbanzos, lentejas, vinos, madera preparada para
trabajos varios, ponchos, monturas y otros artículos de vestuario y talabartería. Las casas mas fuertes o que giran con
mayor capital, están radicadas en Neuquén y Zapala, con sucursales o representantes en varios puntos del territorio”
(Ibídem, p. 27-28)
40
"El comercio de la zona norte se ha efectuado desde muchos años atrás exclusivamente con la República de Chile,
con cuyo país se establecía una corriente incesante de intercambio. Gran parte de los pobladores llevaban anualmente
a aquel país diversos productos y volvían con lo necesario para la subsistencia de todo el año, y otros vendían sus
ganados en sus propios establecimientos. Cerradas ahora las puertas del comercio a causa de los impuestos
aduaneros, se ha producido un desequilibrio económico de apreciable magnitud, pues los habitantes ricos o pobres no
pueden encontrar mercado propicio para colocar sus ganados y demás a causa de las grandes distancias que los
separan de los lugares de consumo, o puntos de embarque, a lo que se agregan los fletes a pagar" (AHP, Libro
Copiador de Notas al Ministerio del Interior, Informe Especial, febrero 1933, fs. 174-175).
41
"La situación en la zona sur presenta otro aspecto, no registrándose tanta miseria, pero también en esta parte las
actividades comerciales con Chile han quedado paralizadas casi por completo, pues los establecimientos ganaderos
que son muchos y representan grandes intereses por el valor de las haciendas de raza, se encuentran con que no
pueden colocarlos en ninguna parte salvo algunos que han mandado arreos a vil precio a embarque por Ferrocarril del
Sud con destino a Buenos Aires o Bahía Blanca, absorbiéndoles los fletes casi el valor de sus animales. Los campos
están sobrecargados de hacienda y no se sabe cómo ha de solucionarse este importante problema. El suscripto ha
llegado hasta los pasos de Hua Hum, Tromen, El Arco, Batea Mahuida y otros por donde estas haciendas transitaban
hacia Chile y se veían correr grandes arreos de ganado, tropas de carros y cargas, notando que ahora sobre esos

19
consecuencia de la crisis internacional y por la inexistencia de un sistema integrado de
comunicaciones con el área del Atlántico, con la sola excepción del ferrocarril 42 . Ante
“...la situación de miseria que sufrían los pobladores de la zona cordillerana...”, los
funcionarios del territorio insistían en la necesidad de eliminar las barreras aduaneras
que separaban a estos productores de su mercado natural, buscando además que las
zonas afectadas se ligasen fácilmente con los centros de consumo y distribución del
territorio nacional mediante una disminución sustancial de los fletes ferroviarios 43 .

Como consecuencia de la situación descripta, un significativo aumento de la


salida de haciendas y frutos hacia los mercados del Atlántico se habría producido sobre
mediados de la década del ‘30, canalizándose gran parte del flujo comercial del interior
del territorio hacia los centros del mercado nacional 44 , particularmente el producido por
los grandes estancieros del sur del territorio, quienes pudieron acceder rápidamente a
mecanismos de solución de la crisis que el mismo sistema les aseguraba, como el acceso
al sistema de créditos o la rebaja en los fletes ferroviarios 45 . Consecuentemente con
ello, la circulación de moneda chilena, hasta entonces generalizada, comenzó a perder
importancia.

Esta situación habría seguido en franco avance hasta que, para 1940, muy poca
hacienda salía para Chile y, pocos años más tarde, no había más exportación de ganado,

caminos no hay rastro alguno de tránsito, lo que prueba que la paralización es completa" (AHP., Libro Copiador de
Notas al Ministerio del Interior, Informe Especial del Gobernador del Territorio, febrero 1933, fo. 175).
42
Si bien la llegada del ferrocarril cortó el natural aislamiento del territorio con el área del Atlántico, recién en el año
1934 se licitó la construcción de un puente sobre el río Neuquén, por el cual fue posible el acceso por ruta desde el
Este. Hasta ese momento, el ingreso al territorio para vehículos y peatones se efectuaba sólo por un precario servicio
de balsa.
43
"Con respecto al transporte de ganado, los enormes fletes ferroviarios insumen una considerable parte de los
beneficios que dejaría a los hacendados la venta de ganado en pie; a los $ 10 por bovino y $ 1,50 por ovino, hay que
agregar otros $ 2 y $ 0,50, respectivamente, en concepto de gastos de playa, cuidado, etc. que se originan desde la
estación de embarque, Zapala..." (AHP., Memoria..., 1934, op. cit., fo. 105).
44
“La ganadería sigue constituyendo la principal fuente de riqueza y es por excelencia lo que da vida a los pobladores
y comercios del interior. En el año 1934, como en 1933, ha sido sensible la reacción experimentada en los precios y
salidas de haciendas para los mercados de Buenos Aires y Bahía Blanca. Sin embargo, subsisten aún los dos
problemas de vital importancia que impiden a la ganadería un desarrollo más intenso: el mercado chileno y los altos
fletes ferroviarios. El mercado de Chile que otrora ofreciera una colocación fácil y cómoda de ganado en pie, se halla
prácticamente clausurado a raíz de las barreras aduaneras de allende los Andes, lo que, unido a la desvalorización de
la moneda de ese país, fue un rudo golpe para nuestra industria madre. Ello hizo que los ganaderos cifraran sus
esperanzas en los mercados nacionales, pero la crisis general no les ofreció en ningún momento una respuesta a sus
sacrificios" (AHP, Memoria..., cit. supra, 1934, fo. 105).
45
En julio de 1933, ante reiteradas solicitudes, el Banco Nación permitió suspender por un año los compromisos de
pago, abonando los intereses corrientes. También se hicieron gestiones oficiales ante la administración del Ferrocarril
Sud para la obtención de rebajas de fletes para el transporte de haciendas desde Zapala con destino a invernada en
Buenos Aires, a lo cual la empresa accedió, fijando tarifas especiales (AHP, Libro Copiador de Notas del 4-3- al 1-
10-1933, Notas del 10-7-33 y 19-9-33, respectivamente.

20
al menos en cantidades importantes y en las condiciones legales exigidas 46 , lo cual no
quiere decir que no hubiera contrabando. Cotejando el movimiento de cargas por
ferrocarril entre los años 1935-1949, resulta evidente el importante peso que en esos
años adquirió la estación Zapala respecto a cargas despachadas (animales en pie -
lanares y vacunos-, cueros y lanas), registrando asimismo una importante cantidad de
cargas recibidas, lo cual estaría confirmando su consolidada situación respecto a la
distribución de bienes de consumo al interior del territorio, ahora provistos
exclusivamente por el mercado nacional. No se registraban envíos de caprinos, lo cual
corrobora la situación de los pequeños productores, que a partir de la crisis de
comercialización de la actividad quedaron absolutamente librados a sus posibilidades de
subsistencia 47 .

O sea que, hasta donde sabemos, una severa crisis de la ganadería regional se
habría producido hacia esos años, en tanto que sus efectos, con distinto grado de
profundidad, se habrían hecho sentir en todos los estratos productivos. Ahora bien, los
interrogantes que surgen de inmediato son: ¿cuándo se habría iniciado exactamente esa
crisis? y ¿cuáles fueron las medidas que concretamente afectaron el tradicional
funcionamiento del espacio mercantil andino?

Las políticas arancelarias

De hecho, el régimen de “cordillera libre” para el comercio ganadero logró


imponerse con algunas breves interrupciones hasta la primera Guerra Mundial, cuando
desde Chile se empezaron a ejercer presiones más firmes para revisar las políticas
arancelarias y eliminar la liberación impositiva, por considerar que el tema de la libre
internación de ganados por la vía cordillerana era un factor especialmente desfavorable
a la hora de lograr un desarrollo nacional autónomo. El gobierno argentino también
gravó la exportación de animales en agosto de 1917. Sin embargo, la inexistencia de
aduanas argentinas en la cordillera, al menos en el caso de Neuquén, volvía
prácticamente imposible controlar su cumplimiento. Otras medidas de protección se
tomaron desde Chile en los primeros años de la década sin mayores resultados, siendo

46
Testimonio oral del Sr. Carlos Labadié, Segundo Jefe de Aduana en San Martin de los Andes en el año 1940.
Entrevista realizada en febrero de 1988, San Martín de los Andes.

21
suspendidas al poco tiempo por entenderse que el desarrollo de la ganadería nacional no
permitía todavía la imposición de derechos a todos sus productos. Las fuentes
regionales indican que, en la práctica, el tránsito por los pasos cordilleranos fue
absolutamente libre entre los años 1903 y 1926, abonándose sólo el 3 ‰ en concepto de
derecho de estadística 48 .

Sobre la segunda mitad de la década de 1920, el debate respecto al


establecimiento del régimen de “cordillera libre” seguía vigente en Chile. El gobierno
de ese país, presionado por los grupos que controlaban la comercialización y
distribución del ganado argentino, insistía en mantenerlo para el intercambio de
productos nacionales entre ambos países sobre la base del estudio de las
compensaciones posibles. Los grupos industrialistas clamaban mayor protección,
aduciendo que las reformas de comienzos de la década de 1920 no resultaban
satisfactorias y que debían tomarse medidas similares a las de 1897 49 .

Según algunos estudiosos de la economía chilena, sería justamente a partir de


1925 cuando el país debió plantearse la reforma de sus estructuras tradicionales,
tendiendo a una intervención estatal cada vez mas rígida, no por un renunciamiento a
seguir creciendo “hacia afuera”, sino por una insuficiencia dinámica de sus
posibilidades reales en esa circunstancia histórica -colapso de la etapa cerealera y
salitrera- 50 . Tal situación coincidiría con una caída general de las exportaciones que
aumentaría la posición marginal de Chile en el comercio mundial. Consecuentemente
con ello, disminuiría notablemente el comercio internacional con Argentina 51 .

47
AHP, “Movimiento de cargas por ferrocarril”, en Memorias elevadas anualmente por los Gobernadores del
Territorio años 1935 a 1949.
48
AHP, Notas al Gobernador del Territorio del Comisario Inspector de la zona Norte de Neuquén, Sr. Luis Dewey, y
del Receptor de Rentas Nacionales de Chos Malal, Caja V, octubre de 1930, en relación al pedido del Cónsul chileno
en Chos Malal para que su país declare libre la internación de ganado por el sur de Mendoza y todo Neuquén, dado
los perjuicios que provoca el encarecimiento del ganado para los compradores chilenos, que adquieren los novillos a
$ 300 y deben agregar a ello $ 92 chilenos como arancel, siendo que en Argentina sólo se pagan $ 0,33 m/n por
cabeza en concepto de derecho de estadística (AHP, Caja XIV, Carpeta 291, 1924).
49
Boletín de la SOFOFA, Año XXXVIII, N° 2, Santiago de Chile, febrero de 1921, p. 80. En el año 1897, por ley
980, el Congreso chileno había establecido el primer impuesto de internación al ganado argentino, siendo
considerado por algunos sectores como el primer hito en la historia del proteccionismo nacional. Sin embargo, pocos
años después, al solucionarse los conflictos limítrofes, los aranceles volvieron a liberalizarse en atención a las
demandas populares por el aumento del precio de la carne, tema que motivara incluso los serios conflictos sociales de
la llamada “Semana roja” de 1905 en Santiago.
50
Cf. S. Sepúlveda, op. cit., Santiago de Chile, 1956, págs. 108-10.
51
En el decenio 1925-1934, las cifras más altas del comercio internacional entre Chile y Argentina correspondieron al
año 1929, comenzando a declinar progresivamente desde 1930 en adelante, luego de una ligera recuperación en
1933, tal y como puede verse en el cuadro reproducido en el Boletín de la SOFOFA, Año LIII, Nº 4, Santiago de
Chile, abril de 1936.

22
Modernas versiones historiográficas ubican también en este punto el origen más firme
de la sustitución de importaciones en ese país 52 .

Como producto de tal situación, finalmente se dictaría, en el año 1927, la ley


4.121 53 , fijando nuevos derechos de internación para animales vivos, en un régimen
aduanero perfeccionado en 1930, con el objeto de “...proteger a la ganadería nacional
que venía decayendo en forma grave desde hacía tiempo y hasta el extremo de hacer
necesaria la importación de vacunos argentinos por un valor de 60 a 70 millones de
pesos por año” 54 . La ley 4.915 de diciembre de 1930, por su parte, derogó a la anterior,
fijando para vacunos, machos y hembras, un alto derecho de internación. Estas leyes, de
escala movible, elevaban, bajaban o suprimían los derechos aduaneros según los precios
del ganado se acercaran o distanciaran del costo de la carne en las ferias de Santiago. El
Presidente de la República fijaba quincenalmente los derechos a regir, así como la
relación entre los precios medios del kilo de animal vivo en la feria y el de expendio de
la carne al por mayor y menor. Con estas medidas se pretendía proteger al mercado
consumidor, evitando el encarecimiento injustificado de la carne.

La población ganadera chilena se elevó rápidamente y el país llegó a


autoabastecerse a pesar de las condiciones de la crisis internacional. La eliminación de
la fiebre aftosa en Chile también se atribuyó a los logros de esta política
proteccionista 55 . El aumento de los aranceles se complementó en el mismo año de 1930
con un “Reglamento para la internación por los caminos en las Aduanas de Fronteras
Terrestres”, que demandaba a los interesados el cumplimiento de una serie de trámites
legales previos a la introducción del ganado, que debía hacerse exclusivamente por los
pasos habilitados, bajo el control de los Carabineros, con la guía correspondiente y

52
Cf. J. Gabriel Palma, “Chile 1914-1935: de economía exportadora a sustitutiva de importaciones”, en Colección
Estudios CIEPLAN N° 12, Santiago de Chile, marzo de 1984, Estudio N° 81.
53
Esta ley fijaba un impuesto de 80 pesos para vacunos machos y hembras, 60 para caballares y mulares, 9 para
ovejas y 4 para cabríos. Las hembras bovinas para crianza menores de dos años, introducidas por los pasos de
Uspallata, Planchón, Lonquimay y Pucón -los dos últimos corresponden a Neuquén-, pagarían sólo el derecho
mínimo de 12 pesos hasta fines de diciembre de 1930, así como las hembras de ovinos y caprinos que ingresasen por
el norte del país, a los efectos de favorecer la crianza nacional (Boletín de Leyes y Decretos del Gobierno, Libro
XCVI, Abril-junio 1927, Santiago de Chile, Dcción. Gral. Talleres Fiscales de Prisiones, 1927, pp. 2238-2242.
54
“Sobre el tratado comercial con Argentina”, carta del Presidente de la Sociedad Nacional de Agricultura de Chile,
Maximiliano Ibáñez, al Mtro. de Relaciones Exteriores de ese país, fechada en Linares el 24 de febrero de 1933, y
reproducida en el Boletín de la Sociedad de ese año, pp. 163-64.
55
La población ganadera chilena se habría elevado por efecto de estas medidas de 1.900.000 a 2.380.000 cabezas (En
artículo ”Sobre el tratado...”, Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, op. cit., 1933, p. 164).

23
abonando en efectivo los derechos establecidos 56 . Las propias estadísticas del comercio
exterior chileno, muestran la significativa disminución de la entrada de ganado por los
pasos de Neuquén a partir de esos años.

Los efectos regionales de estas medidas, como ya viéramos, son sentidos. Dice
el entonces semanario “Río Negro”:

“...exorbitante impuesto de internación fijó el gobierno chileno para la internación de ganado argentino,
como parte de una serie de medidas ultraproteccionistas: 300 pesos chilenos por cabeza de ganado bovino, lo
cual supera el precio de venta que rige normalmente en la zona cordillerana, produciendo una brusca
interrupción de la corriente comercial. El gobierno chileno aduce que la importación no está prohibida, que
los gravámenes son medidas defensivas imprescindibles para la defensa de su propia ganadería, pero de
hecho se interrumpió la importación porque no deja margen de utilidad alguno a los ganaderos argentinos.
Salta, Neuquén y la zona andina de Río Negro, se ven muy perjudicadas por la falta de compradores y los
campos están recargados por los rebaños no vendidos [...] es cerrado el proteccionismo chileno ante las
reclamaciones amistosas [...] Argentina responde elevando aranceles a los productos chilenos (nueces,
productos frutícolas, maderas) [...] Se espera un acuerdo con Santiago frente a esta “guerra de tarifas”
(“Barreras arancelarias”, Río Negro, Gral. Roca, jueves 2-4-1931)

A estas medidas del país trasandino, se sumaría el adicional del 10% a las
mercaderías de importación establecido por el gobierno argentino por decreto del 6 de
octubre de 1931, prorrogado por ley 11.588 57 . La cuestión se agravó por aplicación de
los acuerdos de octubre de ese año sobre control de cambios, a partir de los cuales
comerciantes y productores ganaderos debían necesariamente detenerse en la frontera a
efectos de que se les entregase la documentación de tránsito correspondiente 58 . Es decir,
debían cumplirse los requisitos impositivos antes de realizarse la operación comercial.
Esto alteró sensiblemente el funcionamiento tradicional de la región cordillerana donde
nunca las operaciones de este tipo se hacían en forma anticipada ni definitiva hasta tanto
no se produjese el encuentro físico de compradores y vendedores.

En junio de 1933 se firmó en Buenos Aires un nuevo tratado comercial con


vigencia de tres años, renovable por otros tres, donde se establecía el tratamiento
aduanero a los distintos productos internados por cada país. En esta oportunidad, los
impuestos al ganado argentino se mantuvieron altos -68 pesos por cabeza vacuna-,

56
Decreto N° 5196 del 9 de octubre de 1930, en Diario Of., 17 de octubre/1930.
57
Anales de Legislación Argentina, Tomo 1920-1940, pp. 253-254.
58
AHP, Libro Copiador de Notas al M.I., 10-10-1932 al 9-9-1935, nota del 11-1-1933, fo. 82.

24
mientras que el Estado chileno afirmaba su intención de mantener con producción
propia las demandas de su mercado interno. De todas maneras, la internación de ganado
argentino era ya considerablemente menor, así como el conjunto del intercambio legal
entre ambos países, y los efectos de la disminución del comercio ganadero, como ya se
viera, se hacían sentir en las áreas andinas.

Creemos que son éstas las medidas a que hacen referencia las fuentes regionales,
cuya sanción habría provocado, particularmente a partir de la aplicación de la política
arancelaria del año 1927, una gradual e importante paralización de las tradicionales
operaciones comerciales con el país vecino. La más exigente reglamentación de 1930,
unida a los efectos de la crisis internacional, habría tenido las consecuencias que más
acabadamente mencionan las fuentes para los primeros años de esa década. La ligera
recuperación producida alrededor de 1933, oportunamente señalada, también se
explicaría entonces por las medidas de esos mismos años. La situación, sin embargo, no
habría tenido retroceso. Años más tarde, cortes más definitivos del intercambio legal de
ganado entre ambos países se habrían producido en la década de 1940, cuando la
profundización de la fase de industrialización de la economía argentina y la propia
defensa de la producción ganadera chilena, significaron para el área mayores controles
aduaneros, hecho con el cual se terminó de descomponer el mercado que fuera durante
muchos años factor dinamizador del área andina norpatagónica 59 . Si bien otros
convenios se firmaron entre ambos países sobre unión aduanera y cooperación
económica y financiera, la importación de ganados a Chile quedó severamente reducida,
a la vez que se intensificaban los controles del comercio ilícito de animales.

En síntesis, las fuentes aquí consignadas no dejan dudas sobre la perdurabilidad


de la vía del Pacífico, al menos hasta el momento en que se hicieron sentir en la región
los efectos de las medidas arancelarias tomadas, primero por Chile y luego por
Argentina, en un período que se inicia sobre la segunda mitad de la década de 1920 y se
profundiza después. Concretamente, puede afirmarse que la actitud proteccionista de

59
A partir de 1945, una severa fiscalización agregó el gobierno argentino para el tráfico internacional con Chile.
Normas rígidas del Banco Central reglamentaron la exportación e importación exigiendo un depósito previo en
divisas en relación al valor de los productos a exportar, con lo cual se terminó de descomponer el mercado tradicional
de la ganadería neuquina. Si bien el contrabando siguió apareciendo como alternativa válida aunque riesgosa, dada la
presencia de mayores elementos de control fronterizo -instalación de Gendarmería Nacional en 1938-, su
práctica no supuso una solución para el problema sino más bien una salida coyuntural en la medida que permitía la

25
Chile, acentuada a partir de los años 1925, reforzada por la política arancelaria de 1927
y 1930, y complementada con medidas similares tomadas por Argentina a lo largo de
las décadas de 1930 y 1940, habría terminado por descomponer definitivamente estas
formas regionales de intercambio.

Es indudable que la complementariedad de ambos circuitos fue funcional a


productores y comerciantes de la región durante un largo período, sólo que, cuando los
aranceles y los controles fronterizos modificaron tal situación, las prácticas también se
modificaron, aunque no de manera definitiva ni inmediata. Baste para ello recordar que
el contrabando de ganados a Chile figura en el imaginario regional como elemento
central del enriquecimiento de algunas importantes familias locales vinculadas luego al
poder político provincial. Sin duda que, mientras la vía del Pacífico fue posible, pero
por sobre todo rentable, se mantuvo, no importando la escala de producción de los
ganaderos ni el origen o procedencia de los comerciantes.

Conclusiones

Como conclusiones más generales de esta investigación, podemos afirmar que,


efectivamente, tal cual planteaban nuestras hipótesis iniciales, los procesos de
conformación y consolidación de los Estados nacionales, sobre fines del siglo XIX, y el
surgimiento de un nuevo orden político y económico en el período de entreguerras,
habrían sido los factores desestabilizadores más importantes de las relaciones
fronterizas en la región que nos ocupa, con seguras posibilidades de validar tales
conclusiones para el conjunto del espacio andino binacional. Puede decirse también que
estos factores aparecen directamente vinculados a las condiciones en que se produjo la
plena inserción de ambos países en el sistema capitalista internacional, bajo formas
dependientes, en la segunda mitad del siglo XIX, y a los cambios producidos por las
crisis de postguerra y sus consecuencias sobre la consolidación de los respectivos
mercados internos, en el siglo XX. Uno y otro proceso, de carácter estructural, habrían
desestabilizado –en el sentido de alterar y/o modificar, pero no necesariamente
interrumpir- el tradicional funcionamiento de las áreas fronterizas. El primero,
insertando a la región en el nuevo orden internacional con otros actores -a partir del

comercialización ilegal de ganado en Chile, aunque de una magnitud mucho menor que la que había sido antes el

26
sometimiento de la sociedad indígena- y nuevas formas de relaciones sociales
capitalistas; el segundo, incrementando el rol coercitivo de los Estados en el control de
la circulación de hombres y bienes, terminando con la modalidad más espontánea de las
relaciones fronterizas que había caracterizado el período anterior, e imponiendo su
transformación definitiva en la segunda postguerra.

El funcionamiento de la región habría tenido entonces su primera transformación


cuando el proceso formativo de los Estados nacionales impuso una serie de instituciones
del poder centralizado –gobiernos territorianos, justicia, educación, etc.- que empezaron
a operar sobre el espacio fronterizo hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX. No
obstante, su relativa eficacia, el menos en lo que hace a la definitiva incorporación
económica de estos territorios al sistema nacional, seguramente por su condición de
periféricos al modelo agroexportador, con definida vocación atlántica, habría
prolongado situaciones heredadas del funcionamiento de la sociedad indígena. La
incorporación al mercado nacional sería lenta y gradual, favorecida por la instalación de
medios de transporte y comunicaciones, como es el caso del ferrocarril, pero no
definitiva hasta que no se imponga sobre la región una política de control fronterizo más
eficiente, vinculada a la necesidad de consolidar los mercados internos en el período
que se extiende entre las décadas de 1930 y 1940. Hasta entonces, puede decirse que,
con mayor o menor grado de integración a los respectivos procesos nacionales, las
zonas fronterizas seguirían funcionando como un espacio social, por encima de los
límites jurídicos y territoriales impuestos por los respectivos Estados nacionales,
argentino y chileno. Las zonas cordilleranas siguieron dependiendo entonces de la
demanda de ganado y de la provisión de bienes por parte del área del Pacífico luego de
la incorporación definitiva de la Patagonia a la soberanía nacional argentina en 1880 y
los contactos sociales con el sur chileno se mantuvieron, aunque sin duda
complejizados. Es más, muchas pautas culturales heredadas del proceso de integración
antes descripto –como lo hábitos alimenticios o las festividades religiosas, por ejemplo-
siguen manteniéndose incluso hasta la actualidad entre los sectores populares de los
espacios fronterizos.

Bibliografía y Fuentes citadas

sostén de la actividad.

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34
MOVILIDAD Y CONTACTOS EN LA COSTA CENTRO-NORTE
DE PATAGONIA ARGENTINA EN TIEMPOS PRE Y
POSTHISPANICOS.

Julieta Gómez Otero 1

En los últimos veinte años, poco espacio dedicó la arqueología a la discusión


sobre las estrategias de movilidad y de intercambio o contactos entre los cazadores-
recolectores de Patagonia continental extraandina para tiempos anteriores e
inmediatamente posteriores a la irrupción de los europeos en el escenario regional (ver
Aschero 2000; Borrero 1994-95; Borrero y McEwan 1998; Cardich y Castro 1999;
Gómez Otero 1996; Gradin 1980; Massone 1981; Orquera 1987) 2 3 . En el caso de la
movilidad, y en coincidencia con el modelo tehuelche meridional de Boschin y Nacuzzi
(1979), en líneas generales la información conocida sugiere que había estado
primordialmente orientada a cubrir necesidades básicas, que tenía ciertos
condicionamientos estacionales, y que los rangos de acción raramente trascendían las
intercuencas o (a lo sumo y de manera no regular) permitían atravesar la cordillera por
determinados pasos. Esta movilidad se habría incrementado progresivamente desde el
último milenio hasta alcanzar su máxima expresión a partir de la adopción del caballo
europeo, proceso que ocurrió antes y tuvo mayor intensidad en el norte de la región
(Palermo 1986).

Con respecto a las redes de intercambio o contactos en tiempos prehispánicos, si


bien se propone su existencia, no se ha profundizado ni se ha discutido sobre sus
motivaciones, alcances ni modalidades 4 . Quienes más se extendieron al respecto fueron
Hajduk, Gradin y Mena. Hajduk (1981:7) sostuvo que hacia principios o poco antes del
segundo milenio de la Era Cristiana los pueblos de la Araucanía cruzaban la cordillera,

1
Centro Nacional Patagónico (Conicet-Puerto Madryn) y Universidad Nacional de la Patagonia (Sede
Trelew). Correo Electrónico: julieta@cenpat.edu.ar
2
Sólo se citan obras de síntesis
3
A partir de la década del ’90 se observa un mayor énfasis en el análisis de la movilidad de los cazadores
patagónicos, a través de los estudios de proveniencia y circulación de obsidianas (ver Stern y otros. 2000)
4
Es probable que esto tenga relación con una actitud de marcar diferencias con la Escuela Histórico
Cultural, cuyos exponentes en Argentina hicieron verdadero abuso de los conceptos de “difusión” y
“migración” para explicar las innovaciones culturales.

1
quizás estimulados por la presencia de canteras de sal, de productos de la caza del
guanaco y avestruz y de los piñones de la araucaria. Por su parte Gradin (1985:48-49),
tomando como base Menghin (1957), explicó la adopción de la cerámica y el desarrollo
de los estilos de grecas y de miniaturas en el arte rupestre patagónico como resultado de
contactos culturales con grupos alfareros de la región pampeana (a partir del siglo VII
D.C.) y del Noroeste (desde el siglo X D.C.). Según Gradin, estas influencias tardías de
carácter decorativo debieron de ser cada vez más frecuentes “tal vez preanunciando el
contacto entre los araucanos chilenos y los cazadores de Patagonia”. A su vez Mena
(1998: 56-58), eligiendo también como eje de discusión la cerámica, propuso que su
llegada a la cordillera de Neuquén hacia el 1000 A.P. sería un indicador de contactos
andinos y que las evidencias aún más antiguas que se encontraron en Patagonia central
(Gradin 1980), sugerirían influencias no sólo de origen andino, sino también de la
tradición Tupi-Guaraní de la cuenca del Paraná, que pudieron haber arribado por rutas
que eludieran el noroeste de Patagonia.

Con respecto al período post-hispánico abundan los trabajos, sobre todo


etnohistóricos, que informan y discuten sobre la amplia red de contactos interétnicos
que a partir del siglo XVII se desarrolló en el espacio pampeano-patagónico implicando
a distintas etnías entre sí y a éstas con los hispano-criollos. Estas redes, a las que varios
autores -entre ellos Palermo (1986, 1991) y Mandrini (1993)- reconocen antecedentes
en tiempos prehispánicos, estaban mayormente asociadas con circuitos comerciales, y se
formalizaron y consolidaron durante y después de la administración de los Borbones
(Solís 1982, 1989-1990).

En este contexto, mis propios trabajos sobre el extremo sur de Santa Cruz (Gómez
Otero 1991a, 1991b, 1994) y la costa atlántica del centro de Patagonia (Gómez Otero
1996) son también un buen ejemplo de una visión bastante limitada sobre la movilidad y
la relaciones que las poblaciones patagónicas pudieron haber tenido con otras
sociedades fuera del ámbito regional antes del contacto con los europeos y de la
adopción del caballo 5 . Y esta visión quizás hubiera seguido igual, si el azar no me

5
Cabe aclarar que las pautas de movilidad conocidas etnohistóricamente, sobre todo para el período
ecuestre, no son proyectables a un pasado prehispánico porque estaban influidas por la facilidad de
transporte a caballo y por la apetencia de bienes exóticos disponibles en Punta Arenas y Carmen de

2
hubiera enfrentado con el rescate arqueológico de un sitio descubierto fortuitamente en
1995 en Rawson, capital de la provincia del Chubut (Gómez Otero y Dahinten 1999b).
Se trata de un enterratorio colectivo de catorce individuos, correspondiente a los siglos
XVI a XVII y sin evidencias de uso de caballos. Uno de los individuos estaba asociado
con cantidad y variedad de materiales suntuarios de origen no local, cuyos supuestos
lugares de procedencia se encontraban a distancias que excedían largamente el rango de
movilidad esperado para cazadores-recolectores pedestres. Por otra parte, contrastaba la
riqueza de este ajuar fúnebre en relación con el de los demás individuos, lo que sugería
ciertas diferencias en rango. En pocas palabras, este sitio señaló que en esa época las
sociedades indígenas que ocupaban el valle inferior del río Chubut no eran igualitarias y
mantenían contactos directos o mediatizados con otras sociedades fuera del ámbito
regional. Fue entonces que comencé a hacerme nuevas preguntas, entre ellas cómo y por
qué habían llegado esos objetos al actual territorio chubutense, desde cuándo podría
haberse dado esta circulación de bienes y qué consecuencias pudo haber tenido sobre las
culturas de los pobladores indígenas.

En este trabajo se presenta información etnohistórica y arqueológica proveniente


de la costa norte de la provincia del Chubut y valle inferior del río homónimo, que se
aparta un poco del modelo tehuelche meridional tradicional (Boschin y Nacuzzi 1979) y
muestra la existencia de amplios rangos de movilidad y relaciones extrarregionales para
tiempos prehispánicos tardíos y posthispánicos tempranos.

Movilidad y contactos en el siglo XVI según las fuentes etnohistóricas.

Hasta 1789, cuando se llevó a cabo la expedición científica de Alejandro


Malaspina, prácticamente se carece de datos históricos sobre las poblaciones aborígenes
de Patagonia que habitaban entre los ríos Colorado y Chico, este último de la actual
provincia del Chubut. La única información existente para el siglo XVI la aportaron
Juan de Mori (1941) y Alonso de Vehedor (1941), los cronistas del trágico viaje
comandado por Simón de Alcazaba realizado entre septiembre de 1534 y agosto de
1535. Ambos cronistas describieron dos encuentros con grupos indígenas durante una

Patagones. En tiempos pre-ecuestres la movilidad debió ser a distancias mucho más cortas y determinada
por necesidades de subsistencia inmediata.

3
estadía de cuatro meses en la costa de la bahía de Camarones durante el invierno de
1535. Uno de los encuentros tuvo lugar en el valle inferior del río Chico y otro en el
curso medio del río Chubut. En el río Chico se conectaron con “cuatro indias y un indio
viejo” y en el segundo con “una india vieja y dos mozas y dos indios los cuales
huyeron”. Las descripciones son escuetas y pobres en detalles. Lo único que trasmiten
es, por una parte, que esos aborígenes comían guanacos y granos tostados y molidos
entre dos guijarros, y por otra, que tanto el grupo del río Chico como el del Chubut
conocían la existencia de “poblados” que usaban en abundancia objetos “de oro” en las
orejas, cabellos, narices y hombros. Según consignó de Mori (1941:405) las indias
señalaron que esos poblados se encontraban “de andadura de cinco y no sabíamos si
decían lunas, o meses o días, sino que siempre señalaban cinco”. De Vehedor (1941:
391 y 392), en su versión, dijo que eran siete jornadas. Animados por estos datos y por
dichos de Rodrigo Martínez (el capitán de la nave San Pedro que perdida unos meses
antes, había recalado en esa bahía donde “unas indias le habían traído ciertas muestras
de oro”), decidieron ubicar esos poblados sirviéndose de una anciana como baqueana.
Durante varias leguas y unos diez días siguieron una ruta río arriba y paralela al mismo,
es decir hacia el oeste donde se sitúa la cordillera, pero no encontraron ni poblados ni
“hacienda”, por lo que decidieron regresar. Fue entonces que se produjo el sangriento
motín en el que Simón de Alcazaba halló la muerte.

Si bien las descripciones de ambos cronistas son muy escuetas, a los efectos de
este trabajo su importancia radica en que dejan abierta la posibilidad de que indígenas
que en el siglo XVI ocupaban los valles medios de los ríos Chico y Chubut, conocieran
la existencia o tuvieran contactos directos o indirectos con pueblos que se adornaban
con objetos de metal dorado, los que, a juzgar por la ruta seguida, se encontraban hacia
la cordillera.

Indicadores arqueológicos de movilidad y contactos.

Una vía para probar los rangos de movilidad de poblaciones cazadoras-


recolectoras pasa por el registro de objetos o materias primas que han aparecido fuera
del contexto ambiental o cultural previsible, lo que estaría demostrando su circulación a
través de un espacio dado, dentro o fuera de los límites regionales o territorios étnicos.
En una escala más abarcativa que el género humano, el espacio es el entorno, el canal a

4
través del cual se dan competencias y/o interacciones –tanto en el interior de las
especies como entre especies (Lanata y Neff 1999:52). La interacción y/o la
competencia entre distintas poblaciones se ven afectadas por las características del
espacio en el cual tienen lugar, lo que repercute sobre la dispersión de los rasgos. En
este sentido hay espacios en los que la ocupación humana no es posible por diferentes
circunstancias –por ejemplo, falta de alimentos, condiciones ambientales adversas- que
impiden la subsistencia. Estas áreas se denominan barreras biogeográficas (Cox y
Moore 1985) y limitan la dispersión y circulación de las poblaciones. Ejemplos de
barreras serían un campo glaciario o una cadena montañosa alta sin pasos. Como
antítesis de ello están aquellos espacios llamados corredores, que permiten conectar
ambientes o hábitats distintos pero similares y, por ende, el movimiento de las
poblaciones entre una y otra área. Entre los corredores podemos citar a los pasos
cordilleranos. A diferencia de los corredores, cuando los ambientes comunicados son
distintos y difíciles de sortear, nos encontramos en presencia de filtros ambientales en
los cuales las posibilidades de una población de dispersarse y/o movilizarse a través de
estos espacios son pocas y están muy ligadas a la presencia de situaciones excepcionales
que les permiten cruzarlos. Este sería el caso de ciertos ríos para poblaciones no
navegantes, los cuales pueden ser cruzados en épocas de bajante estacional por los
llamados vados.

Por lo tanto, la movilidad humana está restringida o condicionada por la


estructura natural, social y cultural del espacio a recorrer u ocupar. A continuación se
presentarán resultados de distintos abordajes que permiten estimar el grado de
movilidad y los contactos que tuvieron las poblaciones de la costa centro-norte de
Patagonia, en especial durante los últimos dos milenios.

Movilidad interior-costa.

La movilidad interior-costa en el pasado puede reconocerse a partir de la


presencia en sitios del interior de restos de fauna marina o de artefactos vinculados con
el aprovechamiento costero, así como de materiales propios del interior –por ejemplo
rocas, minerales y vegetales- en sitios costeros. En este sentido, el registro
arqueológico de Patagonia continental indica que conchillas, huesos de mamíferos

5
marinos e instrumentos en valva y hueso fueron transportados varios kilómetros tierra
adentro desde por lo menos el 9000 A.P. (antes del presente) y con mayor intensidad
luego del 4000 A.P. (ver Gómez Otero, Lanata y Prieto 1999). De ellos, las cuentas
y/o pendientes de valvas aparecen mayormente asociados a enterratorios del Holoceno
tardío (posteriores al 2000 D.C) o del período hispano-indígena. Algunos de estos
materiales proceden del Atlántico, otros del Pacífico y otros son difíciles de
determinar por ser de hábitat bioceánico o por estar muy transformados. Sea cual fuere
su procedencia, lo importante es que estos restos prueban contactos interregionales,
algunos a ambos lados de los Andes y a rangos de distancia que van desde decenas a
centenas de kilómetros (por lo menos 400 km). A este respecto, una interesante
discusión nace del hallazgo en distintos lugares de la Patagonia continental argentina
de once puntas de arpón de tres tipos, que son las únicas puntas de arpón registradas
en la región. Una fue recogida en el norte de Neuquén, cuatro en la zona de los lagos
Musters y Colhue Huapi, y seis en la costa norte de la provincia de Santa Cruz (ver
Gómez Otero, Lanata y Prieto 1999). Sabido es que en la porción continental de
Patagonia no se desarrollaron adaptaciones cazadoras marítimas (en el sentido de
Lyman 1991) 6 como las de los canales magallánico-fueguinos o del archipiélago de
los Chonos en Chile, entonces, ¿cómo explicar la aparición de esas puntas? Aunque
los contextos de hallazgo y las antigüedadades son desconocidos, y sin descartar a
priori la probabilidad de que en alguna época y determinado sector de la costa
atlántica, estas poblaciones pedestres hayan intentado incorporar la cacería con
arpones, su presencia en la región puede ser producto de intercambio directo o
indirecto con grupos canoeros a uno u otro lado de los Andes. En tal caso, la
funcionalidad inicial podría haber quedado bastante transformada. Al respecto, datos
arqueológicos prueban, por una parte, que desde el 9000 A.P. grupos de las estepas
patagónicas realizaban incursiones al oeste de la cordillera a los 45-46° S (Mena
Larrain 1987, Niemeyer 1976). Por otra, investigaciones recientes indican que el
archipiélago chileno (entre los 42° y 43° S) ya estaba poblado hacia el 5500 A.P. y que
ya en aquel entonces esos pobladores habían desarrollado adaptaciones marítimas

6
Lyman (1991) traza una distinción entre cazadores-recolectores marítimos y cazadores-recolectores
litorales. Los primeros se caracterizan por un desarrollo tecnológico (medios de navegación, arpones
compuestos) que les permite aprovechar recursos marinos que se encuentran a más de medio kilómetro
del continente. Los cazadores-recolectores litorales también aprovechan recursos marinos pero desde la
costa de tierra firme.

6
(Rivas H. y otros. 1999:221). Esto implica que a partir del 5500 A.P. y a esas latitudes,
se habrían dado las condiciones para que se produjeran contactos entre cazadores
terrestres de Patagonia oriental y cazadores costeros o marítimos de Patagonia
occidental.

En nuestra área de estudio también pudo comprobarse la movilidad interior-


costa a partir del hallazgo de una cuchara de valva de caracol del género Adelomelon
en un perfil sedimentario de la localidad Bajo de la Suerte, a 150 km hacia el oeste de
Península Valdés. Además se cuenta con otras evidencias como materiales del interior
–generalmente rocas y minerales- presentes en contextos costeros. Por ejemplo, en
numerosos sitios de la península (Gómez Otero, Belardi, Súnico y Taylor 1999) hay
pruebas del aprovechamiento de rocas alóctonas como granitos, pizarras, calcedonias
de filón, basaltos vesiculares y pigmentos minerales rojos, algunas de las cuales se
encuentran a más de 300 km. Cabe además citar aquí el hallazgo de astiles de flecha
de caña colihue -Chusquea sp.- en el sitio enterratorio tardío conocido como “Cerrito
de las Calaveras (descubierto en Península Valdés (Outes 1915). Esta especie vegetal
es endémica de Los Andes patagónico-fueguinos, que distan 600 km en línea recta de
la península.

Circulación de obsidianas.

Una de las vías para conocer la circulación de materias primas líticas en el


pasado es la ubicación de sus fuentes de proveniencia, lo que permite generar hipótesis
acerca de las formas de obtención de rocas y de la movilidad de las poblaciones
humanas que las explotaron. Entre los temas más estudiados en Patagonia al sur del
paralelo 42° está el de la identificación, distribución y procedencia de diferentes tipos
de obsidiana. Estos estudios han mostrado la existencia de cuatro fuentes de
aprovisionamiento utilizadas por las poblaciones cazadoras-recolectoras (ver síntesis en
Stern y otros. 2000). Una fue ubicada en el volcán Chaitén en Chile, otra en Pampa del
Asador, provincia de Santa Cruz, la tercera se encontraría en algún lugar de las mesetas
basálticas del sur de la cuenca superior del río Santa Cruz y la última en los alrededores
de los mares de Otway y Skyring, en la región de Magallanes, Chile (Figura 1). La
circulación de los tres últimos tipos comenzó hacia el 9000 A.P. y de acuerdo con

7
estudios distribucionales fueron transportados a distancias de alrededor de 250/300 km,
salvo la de Pampa del Asador que fue hallada hasta a 450 km en línea recta desde su
fuente de origen. Es interesante destacar también que la obsidiana verde de los mares
de Otway y Skiring cruzó los Andes llegando a la región del lago Argentino (Franco
1998; Stern y Prieto 1991).

Con relación al norte de la provincia del Chubut (paralelos 42° y 43° S),
recientes estudios permitieron identificar dos fuentes específicas de aprovisionamiento:
Sierra Negra, entre las localidades de Telsen y Sierra Chata, y Cerro Guacho, en la zona
de Sacanana, al este de la localidad de Gan Gan (Stern y otros. 2000). Se trata de
rodados producto del acarreo fluvial desde afloramientos no muy lejanos que estarían
ubicados en la meseta del Somuncurá y cuya génesis se vincula con los períodos tardíos
de la actividad volcánica en esa meseta (hace 15 y 17 millones de años). En cada una de
estas fuentes se encontraron tanto artefactos como rodados no trabajados que
representan más de un tipo de obsidiana. Los resultados de estos estudios indican que en
los 42°/43° S. la circulación de obsidiana comenzó antes del 2240 A.P. y que los rangos
de transporte fueron relativamente moderados: 100 a 200 km. Estas obsidianas fueron
aprovechadas por grupos que ocupaban el valle del río Chubut y la franja litoral a esa
latitud. Ninguna obsidiana de la meseta centro-norte del Chubut fue aún encontrada en
sitios arqueológicos de Patagonia meridional. No obstante, una muestra químicamente
similar a la obsidiana negra (tipo PDAI) del sitio Pampa del Asador (precordillera
andina a los 47°S), fue hallada en la costa del golfo Nuevo (Chubut), a 880 km hacia el
sudoeste (Figura 1). Sin embargo, hasta tanto no se encuentren nuevas evidencias, este
dato debe ser tomado con cautela porque el uso de esta fuente no necesariamente debió
haber sido frecuente ni sistemático. Este tipo de obsidiana negra, el más común en los
sitios arqueológicos del sur de Patagonia, parece haber sido el único transportado a
grandes distancias tanto al norte como al sur, ya que también se registró en las cuevas
Fell y Pali-Aike en Magallanes, Chile (Stern 1999 y 2000, Molinari y Espinosa 1999), a
450 km en línea recta desde Pampa del Asador.
[ Va Figura I ]

Presencia de objetos de procedencia no local en enterratorios

En el valle inferior y desembocadura del río Chubut, así como entre éste y la

8
costa del golfo Nuevo, fueron descubiertos durante la última década veinte sitios
enterratorios –individuales y grupales- que suman un mínimo de 84 individuos y cubren
un rango temporal comprendido entre el 2400 A.P. (762 A.C.) y el 200 A.P. (1800
D.C.). Uno de ellos es el sitio Rawson, mencionado en la introducción. Los estudios
bioantropológicos realizados hasta el presente indican que estos esqueletos
corresponden a poblaciones morfológicamente afines a los grupos etnográficos
conocidos como patagones o tehuelches; los conjuntos arqueológicos asociados señalan
un modo de vida cazador-recolector terrestre (Gómez Otero y Dahinten 1999 a y 1999
b; Dahinten y Gómez Otero 1999).

De estos veinte sitios, la mayor concentración de enterratorios grupales o


múltiples se registró en el valle del río Chubut, más especialmente cerca de su
desembocadura (en total seis sitios y 61 individuos que constituyen un 73%), mientras
que en la costa del golfo Nuevo el número de enterratorios fue mayor que en el río
Chubut (once), pero la cantidad de individuos resultó menor (quince). Por último, en la
costa del mar abierto sólo se identificó un enterratorio individual. Esto puede ser
interpretado como evidencia de mayor densidad demográfica en el valle del río o de
mayor permanencia que en la costa.

En cuanto a los materiales culturales asociados se comprobó que la mitad de los


sitios atribuibles al período comprendido entre el 400 A.C. y el 1000 D.C. carecen de
ellos o sólo contienen bolas (con o sin surco). Se observa un cambio a partir del
1000/1200 D.C. con la aparición de ocre rojo y chaquiras de valva y/o de rocas
ornamentales alóctonas, agregándose en el período post-contacto elementos europeos
tales como cuentas de vidrio y ciertos objetos de metal de factura europea, además de
otros que describiremos abajo.

1. Cuentas de rocas ornamentales

En tres enterratorios ubicados en el valle inferior y desembocadura del río Chubut –


dos prehispánicos y uno posthispánico temprano (Rawson)-, se rescataron cuentas de
rocas ornamentales alóctonas como turquesa, malaquita y serpentina (Dr. Miguel Haller,
com. pers. 2001), entre otras. También se registraron más al sur: una de crisocola a 200
km al noroeste de Comodoro Rivadavia (en lo que Vignati (1930) bautizó como “el

9
enterratorio de un médico patagón”) y una de turquesa y tres de malaquita en una
colección arqueológica privada de la zona de Bahía Camarones, al norte del golfo San
Jorge 7 . De acuerdo con datos petrológicos, los afloramientos más cercanos de malaquita
y crisocola conocidos hasta el momento fueron ubicados por Miguel Haller (Centro
Nacional Patagónico, com. pers. 2000) en lugares aislados y poco visibles del cordón
fronterizo argentino-chileno a la altura del paso Futaleufú (cerca de Esquel). Fuera de la
provincia se las detectó en el centro-sur de las provincias de Neuquén, Mendoza y La
Pampa (Angellelli y otros. 1983). En cuanto a la turquesa, venillas muy delgadas fueron
localizadas en Tanti (Córdoba) y Malargüe (Mendoza), estando los yacimientos más
grandes e importantes en Catamarca (Angellelli y otros. 1983). Por su parte, se
registraron canteras de serpentina en Uspallata (Mendoza) y en Sierra de los
Comechingones (Cordoba) (Angellelli y otros 1983)

Si supusiéramos que la materia prima de estas cuentas fue obtenida en canteras,


las más cercanas se encuentran a gran distancia del valle del Chubut: a 600 km en línea
recta las de malaquita, a 750 km las de turquesa y a más de 1.000 km las de serpentina.
Si esto fue así, cerca de esas canteras se deberían esperar muchos más hallazgos de
cuentas que los muy escasos que se conocen (ver Discusión y Conclusiones). Esto
permite inferir que las cuentas llegaban a los sitios ya elaboradas y por intercambio. De
acuerdo con fuentes etnohistóricas de los siglos XVI y XVII (ver Medina 1952) los
mapuches de Chile central se adornaban con “toscas cuentas de piedras verdes”, a las
que llamaban “llancas” y eran muy apreciadas. Las mujeres las agujereaban en el centro
y las usaban engarzadas en collares, mientras que los caciques adornaban con ellas sus
gorros o vinchas. Esta información indica que los mapuches obtenían la materia prima y
elaboraban ellos mismos las cuentas. Es probable entonces que uno de sus centros de
distribución haya sido la Araucanía.

2. Textiles

7
Colección del Sr. Roberto Auger, localidad de Camarones, Prov. del Chubut.

10
Piezas textiles fragmentarias confeccionadas con lana y crin de guanaco fueron
descubiertas en el enterratorio de Rawson en asociación con el subadulto que mencioné
al principio (para mayor detalle ver Gómez Otero y Dahinten 1999b). Están
representados dos tipos de técnicas diferentes: una muy antigua -de malla y urdimbres
libres- que se realizaba con una aguja y era aplicada en la confección de gorros, bolsas y
redes, y la otra, que apareció en el Noroeste argentino hacia el 700 D.C., que se ejecuta
a telar y consiste en pasar un hilo de la trama sobre y debajo de un hilo de urdimbre
(Rolandi de Perrot y Nardi 1978). Si tenemos en cuenta que no hay pruebas de que los
cazadores-recolectores de Patagonia hayan adoptado el telar antes del siglo XVIII, la
prenda confeccionada con esta técnica debió llegar por intercambio. El otro tipo textil -
el de malla y urdimbres libres- podría ser de elaboración local. Tal presunción se basa
sobre que: a) corresponde a una técnica textil muy elemental; b) las piezas están
fabricadas con fibra de guanaco; c) en Península Valdés se halló lana torsionada de
guanaco en un enterratorio de 880 años A.P. (Gómez Otero y Dahinten 1996); y d)
datos del siglo XVI aluden al uso de redes entre los patagones o tehuelches del río
Deseado (Fletcher 1926).

3. Objetos de metal

Numerosas fuentes etnohistóricas (entre otras, Cox 1999, Mori 1941; Moreno
1969; Viedma 1980) mencionan el uso de metales por parte de los aborígenes de
Patagonia. De acuerdo con ellas, hasta principios del XIX los indígenas utilizaban
objetos –preferentemente adornos- de plata, latón, cobre, bronce y hierro que eran
obtenidos por trueque o luego de naufragios. Posteriormente comenzaron ellos mismos
a fabricar diversos adornos y utensilios, utilizando como materia prima planchas,
fragmentos y artefactos ya elaborados, los que eran transformados mediante la
aplicación de técnicas de templado, martillado, modelado, recortado, repujado y
labrado. En ninguna ocasión desarrollaron la metalurgia de fundición. Por lo tanto, la
presencia de los objetos que describiremos a continuación, sólo puede ser explicada por
intercambio. Salvo la plaqueta de bronce, el resto formaba parte del ajuar fúnebre del
subadulto del sitio Rawson (para mayor detalle ver Gómez Otero y Dahinten 1999b).

11
Este individuo fue datado en 270 (LP-943) años C14 A.P. (Cal. 1 sigma 1454-1647
D.C.). 8
a) Cuentas de bronce (total tres). Son subcirculares. Dos de ellas presentan
surcos radiales, seguramente relacionados con el engarce.

b) Objeto circular de bronce. Tiene la forma de un candelero simple, con una


base circular que en el borde presenta 18 segmentos separados por surcos en “v”. Dos
perforaciones cerca del borde sugieren que fue usado como colgante. Este objeto
reposaba sobre la parte central y superior de la espalda del subadulto mencionado, con
la cara dorsal hacia arriba. La ventral tenía adherido tejido del Tipo B y pegado a él una
sarta de 20 cuentas de valvas. Dado que no hay datos arqueológicos de uso de
candelabros en tiempos prehispánicos, sería de origen europeo.

c) Hacha de bronce. Se trata de una pieza elaborada por el método de la cera


perdida, presenta sendos agujeros de suspensión y decoración en ambas caras. En la
Figura 2.A se puede observar la cara más decorada. La otra cara es igual excepto que no
presenta grecas en la porción inferior del mango. La pieza está muy deteriorada y
fragmentada. Por su composición mineralógica (cobre + estaño), forma y decoración,
este objeto presenta grandes similitudes con hachas del Período Tardío de los Valles
Calchaquíes en el Noroeste argentino (A. Rex González 1995, com. pers), más
específicamente con las de la cultura Santamariana datada aproximadamente entre el
siglo X y el XV D.C. Las diferencias entre nuestra pieza y las hachas halladas en el
Noroeste residen en la ausencia de gancho en la parte superior, la menor longitud del
mango y la presencia de sendos agujeros de suspensión que demuestran que era usada
como colgante y no como hacha ceremonial encastrada en un mango.

d) Plaqueta de bronce. En asociación con un esqueleto infantil (el único


recuperado con técnicas arqueológicas de un enterratorio de 19 individuos), entre otros

8
Las fechas radiocarbónicas no son exactas ni tienen equivalencia directa con fechas calendáricas porque
lo que miden es la proporción de C14 que contiene un resto orgánico, proporción que puede variar de
acuerdo con condiciones de contaminación o de contexto ambiental. Para estimar una antigüedad más
acorde con el calendario, se realiza una calibración sobre la base de fechas de anillos de árboles. En este
trabajo citamos fechas obtenidas en el Laboratorio de Tritio y Radiocarbono de la Universidad de La
Plata (LATyR), calibradas según Stuiver y Reimer (1993) en un sigma (98% de probabilidad).

12
objetos ornamentales, se halló una delgada plaqueta de metal de forma rectangular con
un borde festoneado (Figura 2:B). Distintas observaciones indican que la plaqueta
pendía del cuello. Dataciones radiocarbónicas efectuadas a tres individuos de ese
enterratorio colectivo determinaron antigüedades de 580 (LP-1096), 600 (LP-968) y 720
(LP-974) años C14 A.P. (Cal. 1 sigma 1272 a 1393 D.C.)

Por último, se podría sumar una evidencia indirecta que estaría dada por los
manchones verdes que uno de los esqueletos del enterratorio múltiple del Cerrito de las
Calaveras (Outes 1915) presentaba sobre su cráneo, que se deberían al contacto con
algún objeto de bronce o cobre.
[ Va figura II ]

4. Cuentas de vidrio

En el enterratorio de Rawson se rescataron 64 cuentas. De las 58 asociadas con


los adultos, 3 son cilíndricas alargadas rectas y el resto prismáticas alargadas de sección
cuadrangular. Predominan los colores turquesa y azul claro, y en menor medida verde
mediano (ver Gómez Otero y Dahinten 1999b). Una de ellas estaba atravesada por dos
tendones muy delgados torsionados entre sí. De acuerdo con las observaciones de
campo debieron pertenecer a un collar de dos vueltas. Las cuentas que aparecieron en
un sector donde prevalecieron los esqueletos infantiles son muy similares a las
asociadas con los adultos, pero más pequeñas. Según Hajduk (1987, 1996, com. pers)
estas cuentas pueden ser adscriptas al tipo conocido como “Nueva Cádiz”, en sus dos
formas: rectas (“Plain”) y torsionadas (“Twisted”). Habrían surgido en el siglo XVI y
perdurado quizás más allá del siglo XVII.

La evidencia paleobiológica humana: Variabilidad craneológica

Las relaciones que pudieron haberse dado entre distintos grupos como
consecuencia de la circulación de materias primas y objetos, no necesariamente se
habrían limitado al intercambio tecnológico, ya que es probable que también haya
existido intercambio genético. Una de las vías para evaluar grados de movilidad y
contactos entre poblaciones humanas son los estudios emprendidos por la antropología
biológica. En este sentido recurrimos a una investigación realizada por Rolando

13
González (González y otros. 1999) bajo la dirección de Silvia Dahinten. La misma está
basada sobre el análisis de “rasgos no métricos del cráneo” (RNM), que son
formaciones óseas que aparecen circunstancialmente en el esqueleto craneano y post-
craneano del hombre y otros vertebrados. Estos caracteres son discontinuos, dado que
pueden o no estar presentes en el esqueleto y se los llama “no-métricos” porque no se
determinan por mediciones sino por observación y conteo directo. Ejemplos de ellos son
“el hueso del inca” y los huesos supernumerarios. En las tres últimas décadas se ha
determinado la versatilidad de los rasgos no métricos en el estudio de la genética de
poblaciones y su validez como marcadores genéticos. La muestra estudiada es de 124
cráneos de ambos sexos, con y sin deformación cefálica artificial funcional 9 ,
procedentes de cuatro regiones de Patagonia: Valle Inferior del Río Chubut (VIRCH),
Zona de los Lagos (lagos Colhue Huapi y Musters en el centro-sur de la provincia del
Chubut), Norte de Santa Cruz (cuenca del río Deseado) y Precordillera (sur del Chubut
y norte de Santa Cruz). Los únicos cráneos datados son los del conjunto Valle Inferior
del Río Chubut (entre 2400 y 400 años A.P.), por lo tanto las inferencias son válidas
sólo para el tiempos tardíos, no para el poblamiento inicial.

Los resultados indicaron nulo efecto de la deformación artificial en la aparición


de los rasgos no-métricos y fuerte influencia de los factores sexo y edad. Respecto de
las relaciones y distancias biológicas se observó que las cuatro muestras pertenecían a
una misma población biológica 10 , pero con diferencias en su interior: los grupos Zona
de los Lagos y Norte de Santa Cruz no presentaron distancias biológicas entre sí y muy
escasas diferencias con el de Precordillera, mientras que el del Valle inferior del Chubut
se separó significativamente del resto, en especial del de Precordillera (Figura 3). Los
autores proponen dos hipótesis:
[ Va Figura III ]

a ) que el grupo Precordillera habría surgido como un desplazamiento de unos pocos


individuos de la población del Valle inferior del Río Chubut, separación en la cual

9
La deformación cefálica funcional es la que resulta del uso de cunas de transporte rígidas.
10
“En su más amplio sentido, cualquier conjunto de seres vivos constituye una población. (...) La
genética, no obstante, está interesada más particularmente en las poblaciones mendelianas de organismos
que se reproducen sexualmente y por fecundación cruzada. Una población mendeliana es una comunidad
de organismos que se reproducen entre sí (Sinnot y otros. 1969: 301)

14
habría operado un fenómeno de deriva génética 11 , originando la diferenciación
observada.

b) los habitantes de la Precordillera atravesaban con relativa comodidad la cordillera de


los Andes y habría sido normal entonces un flujo génico con grupos cazadores-
recolectores marítimos (canoeros). Como antes mencionamos, según investigaciones de
Rivas H. y otros. (1999), poblaciones cazadoras de adaptación marítima ya habitaban el
archipiélago chileno desde hace al menos 5500 años.

La segunda hipótesis presupone la existencia de dos poblaciones biológicamente


diferenciadas. Estudios bioantropológicos realizados en Patagonia y Tierra del Fuego
han señalado, por una parte, la existencia de dos linajes de ADN mitocondrial 12 (Gracía
Bour y otros. 1998), y por otra, diferencias significativas a nivel biológico entre los
grupos canoeros y los de cazadores terrestres de tiempos prehispánicos. Las diferencias
más notorias están dadas en la estatura: los canoeros eran notoriamente más bajos y
menos robustos que los cazadores terrestres. Aunque no se han estudiado rasgos no
métricos en cráneos provenientes de los archipiélagos chilenos, Cocilovo y Guichón
(1985-1986) y Guichón y otros. (1989-1990) también reconocieron diferencias en la
morfología craneana de ambos grupos y postularon que las mismas se deberían a
orígenes genéticos distintos, probablemente asociados con respectivas corrientes
migratorias: una que se desplazó al oriente de Los Andes y otra al occidente (Cocilovo y
Di Rienzo 1984-1985). Esas dos corrientes habrían convergido en Tierra del Fuego.
Otros, como Borrero (1989-1990) y posteriormente Hernández (1992) y Hernández y
otros. (1997) postulan la hipótesis de un único origen y diferenciación posterior, sea por
deriva genética o por adaptación. Esta diferenciación biológica iría paralela a su
diferenciación cultural a partir de la especialización en la obtención de recursos. Sin
embargo, la comprobación de una u otra hipótesis está obstaculizada porque no se han
hallado en la región restos humanos anteriores al 6000 A.P. y también porque las

11
En las poblaciones formadas por pocos individuos reproductores, y en condiciones de aislamiento, las
frecuencias génicas están sujetas a deriva genética al azar, esto es, a fluctuaciones accidentales de
generación en generación. Cuanto más pequeña sea una población, mayor será la importancia de la deriva
genética (Sinnot y otros. 1969:307, 355). Si un grupo de reproductores se aparta de su grupo mayor y se
mantiene aislado, está más propenso a sufrir deriva génética.
12
Se llama así al ADN que se transmite por vía materna, a través de las mitocondrias.

15
muestras osteológicas humanas disponibles son incompletas e insuficientes. Por estas
razones, la discusión entre los especialistas aún continúa (ver Guichón 2000). De todas
maneras, apoyándonos sobre los datos biológicos conocidos y sobre estudios
linguísticos que asimismo indican diferencias notables entre las lenguas de los canoeros
y las de los cazadores terrestres (Viegas Barros 1994), presumimos que ambos grupos
son biológicamente y culturalmente distintos.

A su vez, la segunda hipótesis encuentra refuerzo en los ya citados trabajos


arqueológicos de Mena Larrain (1987) y Niemeyer (1976) que indican incursiones de
cazadores continentales desde el este de Patagonia hacia Aysen y Coyaique (Patagonia
chilena, a igual latitud que el grupo Precordillera), a partir del 9000 A.P.

Por lo tanto, la diferencia observada entre los grupos Valle Inferior del Río
Chubut y Precordillera podría adjudicarse a un flujo génico entre grupos biológicamente
diferenciados como los canoeros y los cazadores terrestres representantes del grupo
Precordillera. En esta distribución, las poblaciones de Zona de Los Lagos y Norte de
Santa Cruz serían grupos de transición, probablemente en contacto con los grupos más
distanciados (Precordillera y VIRCH) mediante la utilización de los sistemas hídricos
Río Chico-Lagos Musters y Colhue Huapi-Río Senguerr y cuenca del Deseado.

Discusión y Conclusiones

Los datos presentados en este trabajo indican la existencia de amplios rangos de


movilidad así como de extensas redes de intercambio entre las poblaciones cazadoras
pre-ecuestres del nordeste del Chubut. Movilidad e intercambio estuvieron ligados no
sólo a resolver ciertas necesidades básicas como el procuramiento de materias primas
líticas y vegetales, sino también a la obtención de objetos de prestigio o adorno
personal. En el caso de las necesidades en materias primas, si bien los rangos de acción
más frecuentes parecen haber sido relativamente moderados (200 a 400 km), hay
evidencias de rangos superiores, como el que señala el hallazgo en la costa del golfo
Nuevo de obsidiana de Pampa del Asador, a casi 900 km en línea recta. De acuerdo con
información conocida para el resto de Patagonia (Borrero 1994-95, Gómez Otero,
Lanata y Prieto 1999) esta circulación de materias primas es muy antigua en la región,
aunque es probable que en los primeros tiempos del poblamiento haya sido irregular y

16
poco intensa. En este sentido, la evidencia paleobiológica apoya la evidencia
arqueológica y sugiere que las poblaciones de Patagonia central tuvieron algún grado de
mestizaje con las del sur de Chile.

En cuanto a la movilidad e intercambios vinculados con la obtención de objetos


de prestigio o adorno, están ejemplificados por la presencia de cuentas de turquesa,
malaquita y/o crisocola que suelen estar asociadas con piezas de cobre o bronce. Las
dataciones efectuadas hasta el presente muestran antigüedades menores a mil años, con
mayor énfasis en tiempos prehispánicos tardíos y posthispánicos iniciales. La diferencia
entre los contextos anteriores y posteriores al contacto está justamente dada porque en
los últimos se suman materiales europeos como las cuentas de vidrio y el candil que
aparecieron en el sitio Rawson.

Con respecto a los centros de distribución, uno de ellos podría haber sido Chile
central y otro el Noroeste argentino, ya que en ambas regiones se usaban esas cuentas y
también existía la metalurgia. Pruebas de vinculaciones a un lado y otro de los Andes al
norte de los 39° S, ya desde el precerámico y sobre todo para el Período tardío y
tiempos contemporáneos a la invasión incaica, han sido presentadas por numerosos
arqueólogos argentinos y chilenos. La prueba más reciente de contactos
transcordilleranos fue registrada por Berón (1999) en la cuenca del río Curacó en el área
pampeana, donde encontró cerámica de tipo Valdivia pintada 13 en contextos de 740
años A.P.

Cuentas similares, asociadas a veces con planchuelas de cobre o bronce, fueron


también encontradas en otras regiones argentinas como el Noroeste, donde son más
abundantes (ver Raffino 1999), las Sierras Centrales (ver Berberián 1999), a orillas del
Paraná (ver Rodríguez y Ceruti 1999) y a orillas del Salado en el espacio pampeano
(González de Bonaveri, com. pers. 1999, Politis 2000). Según datos arqueológicos las
poblaciones del Noroeste argentino obtenían turquesa y malaquita en el norte de Chile
(Albeck 2000), aunque de acuerdo con un documento del siglo XVI analizado por Silva

13
Se denomina así a un estilo cerámico originario del centro-sur de Chile, caracterizado por recipientes
cuya superficie externa presenta engobe blanco sobre el cual se pintaron motivos geométricos rojos y
ocasionalmente negros. Su antigüedad se remontaría al siglo XIII D.C. (Berón 1999).

17
Galdamez (1994) los indígenas de Chile central las llamaban “chaquiras del Cuzco”, lo
que sugiere que podrían haber llegado desde Bolivia o Perú. La distribución de estos
objetos en tan inmenso territorio señala la existencia de una vasta red de intercambios y
circulación de bienes que conectaba regiones muy distantes entre sí y ambientalmente
muy diferentes. Esto permitiría explicar también la presencia de los textiles y el hacha
de bronce santamariana en el enterratorio de Rawson. En este sentido llama la atención
una referencia del perito Moreno (E. Moreno 1999:47), quien aludiendo a la influencia
de “las razas civilizadoras del Norte” en la Patagonia, menciona que en el Chubut,
“empleados del Museo de La Plata, descubrieron (...) objetos de industria calchaquí” 14 .

Con relación al hacha hay que destacar que es el hallazgo más austral hasta el
momento. Un hacha similar fue descubierta por Lagiglia (1979) en el alto río Diamante,
en el sur de Mendoza. Lagiglia postula que podría ”haber llegado a poder de grupos
alfareros trashumantes cordilleranos como producto de la corriente expansiva del
período Imperial o de influencia incaica”. Si tenemos en cuenta la posición estratégica
del sur de Mendoza que permite contactos con las poblaciones de las llanuras orientales
y con la cordillera neuquina, el hacha aparecida en Patagonia, bien podría haber viajado
a través de grupos intermedios. En tiempos posthispánicos tempranos (siglos XVI y
XVII) los huarpes colindaban y mantenían contactos con los pampas al este, los
diaguitas de San Juan al norte y al sur con los pehuenches (Michieli 1976).

En cuanto a los materiales de origen europeo, la datación efectuada al subadulto


de Rawson arrojó una antigüedad de 1454 a 1647 D.C. Si se considera que en el siglo
XVI hubo un único desembarco de españoles en el Chubut, y que el siguiente contacto
con europeos se dio en 1789, las cuentas de vidrio y la base de candelero podrían haber
sido intercambiados con los soldados de la Armada de Alcazaba. Sobresale la rápida
dispersión de estos objetos entre los grupos aborígenes locales, lo que sugiere alta
movilidad de estas poblaciones o asiduidad en los contactos intergrupales.

Con respecto a las causas de este intercambio de objetos suntuarios o de adorno,


cuya frecuencia aumenta a partir del último milenio, considero que habrían intervenido

14
Lamentablemente esas piezas no pudieron ser encontradas en la colección Perito Moreno del Museo de

18
tanto factores externos como internos. Concordamos con Lagiglia (1979) en que la
presencia del imperio incaico, con su sistema de comunicaciones y de circulación de
productos y bienes, pudo haber incrementado los contactos. Sin embargo, hay
evidencias como la aparición de la cerámica, el estilo de grecas y las placas y hachas
grabadas, que prueban que tal circulación comenzó un poco antes. Pero ninguna
sociedad humana, salvo por imposición, adopta símbolos, estilos decorativos y
tecnología de otras sociedades si no les resultan útiles o valiosos. Ahora bien, ¿por qué
los grupos que habitaban la costa norte del Chubut en tiempos prehispánicos tardíos
habrían tenido necesidad de esos artículos? Creo que una explicación podría estar
relacionada con las evidencias de mucho mayor densidad demográfica en el valle
inferior del río Chubut que en la costa aledaña y de las diferencias en rango que muestra
el sitio Rawson. Por alguna razón que deberemos explorar, para esos momentos se dio
una concentración de población en ese espacio ecotonal que ofrecía agua permanente y
sumatoria de recursos fluviales, terrestres y marinos. Esa concentración debió demandar
un más estricto control social y es así como pudo haber surgido la figura de un tipo de
líder con mayor poder que el de un jefe de banda. Es probable que esos líderes
necesitaran demostrar su poder y rango, y una de las formas podría haber sido la
posesión de bienes de prestigio exóticos.

En síntesis, las evidencias presentadas en este trabajo indican que la movilidad y


contactos -sean directos como mediatizados- existieron desde tiempos muy antiguos en
Patagonia. La costa norte de la actual provincia del Chubut no permaneció ajena a este
proceso, observándose un incremento de la circulación de bienes suntuarios después del
1000 A.P. A modo de hipótesis, este incremento estaría relacionado con un aumento de
la complejización social que demandaría la obtención de bienes de prestigio y que como
consecuencias habría producido intensificación de los contactos extrarregionales,
seguida de la transmisión de rasgos culturales. La llegada del europeo y en especial la
adopción del caballo ampliaron y diversificaron aún más estas relaciones.

Agradecimientos

Ciencias Naturales (Alicia Castro 2000, com. pers.).

19
A Silvia Dahinten por el aporte de los resultados de sus investigaciones, a Luis Abel
Orquera por la revisión crítica de una primera versión de este trabajo, y a Raúl Mandrini
por su estímulo. Ninguno de ellos es responsable de las ideas e hipótesis aquí expuestas.

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28
Epígrafes de las Figuras

Figura 1. Distribución de fuentes de obsidiana en Patagonia, al sur de los 42° S


(ilustración tomada de Stern y otros 2000:277)
Figura 2. (A) Hacha de bronce hallada en el enterratorio colectivo de la ciudad de
Rawson (Provincia del Chubut); (B) plaqueta de bronce hallada en el enterratorio
colectivo de Barrio El Inta, Trelew (Provincia del Chubut).

Figura 3. Procedencia de las muestras craneológicas en las que se estudiaron los Rasgos
No Métricos (RNM): (1) Valle Inferior del Río Chubut – (2) Zona de los Lagos – (3)
Precordillera – (4) Norte de Santa Cruz. Ríos principales: a) Río Chubut, b) Río Chico,
c) Río Senguerr, d) Río Deseado, e) Río Santa Cruz (ilustración tomada de González
et al 1999:28)
Problemáticas de la arqueología postconquista en la región pampeana

Diana Leonis Mazzanti *


Resumen

Este trabajo tiene por objetivo discutir la especificidad de algunos de los


problemas que incumben a la investigación arqueológica de las sociedades indígenas
postconquista en la Región Pampeana. Se tratan algunas cuestiones políticas-
ideológicas que signaron el desarrollo de los conocimientos arqueológicos, la práctica
de esta disciplina y la creación de representaciones estereotipadas del pasado indígena.
Se discute el panorama general de la historia de las investigaciones arqueológicas que
tratan con las sociedades indias del período post-hispánico. Finalmente se exponen
algunos resultados preliminares de la labor arqueológica que se lleva a cabo desde 1995,
en un asentamiento indígena localizado en el Borde Oriental de las Sierras de Tandilia,
que presenta indicadores de contactos interétnicos hacia la segunda mitad del siglo
XVIII.

Las representaciones estereotipadas y las omisiones: un presente sin pasado

El estado argentino de fines del siglo XIX utilizó al modelo estadial del
evolucionismo unilineal para justificar las medidas políticas aplicadas sobre las
sociedades nativas. Este cuerpo teórico surgido de la Antropología analizó las
diferencias culturales mediante el método comparativo, proponiendo el concepto de
“progreso” como eje directriz del cambio social (Boivin et al. 1999). Las imágenes del
pasado, emergentes de esas ideologías, justificaron el genocidio y etnocidio de los
pueblos nativos y sus culturas. También propiciaron las construcciones teóricas del
discurso historiográfico liberal, que enfrentó a los “bárbaros” nativos con los
“civilizados” occidentales. En este tipo de explicaciones dicotómicas se buscó glorificar
la acción del ejército contra los indígenas e imponer una visión racista y estereotipada
de las complejas relaciones entre “blancos” e “indios”. En este proceso histórico se
declaró la convicción de eliminar a los indígenas con fines patrióticos (Levaggi 2000) y

* Laboratorio de Arqueología, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata.


Correo Electrónico: quintana@copetel.com.ar
con plena conciencia de las consecuencias reales de los actos políticos de los
gobernantes “de la generación del 80” (Lenton 1992).
En tanto, el Estado en formación concretaba grandes transformaciones en
materia económica y política cumpliendo con el proyecto “civilizador”, es decir, con el
establecimiento de un nuevo sistema productivo que articulara con el mercado
internacional: eliminó el tráfico y venta de ganado a Chile por parte de los indígenas,
conquistó la totalidad del territorio pampeano-patagónico delimitando fronteras,
implementó una economía de tipo agro-exportadora y expropió las condiciones
materiales de existencia de los nativos. La imposición de este orden político-
institucional le permitió al estado-nación en construcción, llevar a cabo el plan de
homogeneizar jurídica, social y culturalmente a la población establecida dentro de su
espacio territorial (Bechis 1992).

A pesar de haber transcurrido más de un siglo y de los profundos avances


teóricos ocurridos en la Antropología e Historia, aún se mantienen vigentes algunas
ideas del dualismo civilización-barbarie en la percepción social del pasado indígena
pampeano. Estas pervivencias del pensamiento positivista no son casuales, sino el
resultado de los discursos etnocéntricos construidos en la trayectoria histórica
mencionada. Sus componentes políticos, sociales e ideológicos intentan legitimar una
visión racista de la Historia como justificadora de la expansión y dominio occidental
sobre territorios pertenecientes a sociedades no capitalistas. En palabras de Lenton
(1992:62) existe: “cierta tendencia actual de idealización de un régimen político al que
se presenta como “eficiente y progresista”. Pero precisamente, su eficiencia radica, en
gran parte, en la falta de escrúpulos morales y en el rechazo o desestimación de las
críticas cuando éstas se producen”.

El discurso de la vieja historia oficial desvalorizó con firmeza el tratamiento de


la historia indígena bonaerense en el sistema educativo. En los pocos casos actuales en
que se mencionan las sociedades prehispánicas, se las considera como grupos
relictuales, testigos de un pasado “exótico” o “prehistórico” detenido en el tiempo, que
poco tienen que ver con la historia nacional, o con aquella de los inmigrantes europeos.
En estos casos, la temporalidad es acotada a poco tiempo antes de la conquista
omitiendo el desarrollo histórico-social milenario (11.000 años de antigüedad). Cuando

2
este pasado es mencionado excepcionalmente, se llega al extremo de cuestionar la
condición humana de las sociedades cazadoras-recolectoras (Correa y Correa 1999). En
este imaginario de “hombres primitivos”, los indígenas pampeanos son presentados
como representantes de una etapa antigua del proceso de evolución biológica del Homo
sapiens. Estas confusiones pueden estar ligadas a la teoría sobre el origen del hombre en
las pampas argentinas que propuso Florentino Ameghino en 1910.

Por otra parte, cuando los enfoques tradicionales perviven en la construcción de


historias locales o en la “historia-contacto” (Perrot y Preiswerk 1979), la compleja red
de relaciones fronterizas es reducida a un marco explicativo en el cual prevalecen las
situaciones de violencia bajo conceptos unilaterales que recrean el discurso militar.
Estos son: “la frontera con el indio”, “la conquista del desierto”, “el problema del
indio”, “pacificación del indio”, “la lucha contra el indio”, “el avance de la
civilización”, etc. En consecuencia, la matriz de los sistemas interétnicos (Cardoso de
Oliveira 1977) suele interpretarse de manera simplificada, reducida a hechos de pillaje
(malones), rapto de cautivos, muertes y saqueos de los asentamientos hispano-criollos,
de modo que se omiten las capacidades de innovación, de resistencia y en especial el rol
económico-político que tuvieron los indios.

La tendencia a mantener estereotipos se reitera al interpretar mecánicamente los


procesos del cambio social (Palermo 1986), que son presentados como el resultado de
migraciones o difusiones de “rasgos culturales” adoptados por los grupos “relictuales”
de cazadores-recolectores desde el inicio del contacto interétnico. Por ejemplo, se
admitió que la adquisición del caballo provocó innovaciones culturales, abandono del
cultivo (en el caso de los araucanos) a favor de nomadismo y la conversión a pueblos
“belicosos” dedicados al pillaje. Esta visión es consecuencia, entre otras razones, de la
influencia hegemónica que tuvo la escuela histórico-cultural en la Argentina (Mandrini
1992), por ejemplo los trabajos de Canals Frau (1953) y Palavecino (1948) son
ejemplos de ello.

El caso de los mapuches (araucanos) es arquetipo de estas ideas al recibir la


carga etnocéntrica que les atribuye el carácter de invasores y belicosos. Por
consiguiente, el etnocentrismo por comisión y por omisión tiene un efecto acumulativo

3
cuyo extremo es el olvido (Perrot y Preiswer 1979). Justamente es el olvido de los
pueblos indios el que se institucionalizó en el sistema educativo y en la memoria
colectiva de Argentina. Para Susana Rotker (1999:37): “Argentina es el único país de
las Américas que ha decidido, con éxito, borrar de su historia y de su realidad las
minorías mestizas, indias y negras. Las ha omitido de los relatos nacionales y, a
comienzos de este siglo, ha decidido que desaparezcan incluso de los censos de
población”.

El sistema educativo no sólo es receptor y transmisor de estos discursos


estereotipados, sino que también excluye el tratamiento de la historia indígena
pampeana milenaria (Podgorny 1999; Correa y Correa 1999; Ramos 2000). El énfasis
de la perspectiva occidentalizada de la historia americana llega a reducir, incluso, el
tratamiento de la historia colonial (Fradkin 1998).

Los problemas que acarrea la percepción social del pasado indígena desde la
visión oficial, determinaron en muchos aspectos la práctica arqueológica. Esta
problemática es coherente con la falta de interés de los organismos públicos por alentar
investigaciones en este campo, debido a que las políticas culturales surgen de esquemas
afines a la tradición política-ideológica decimonónica ya comentada. El pasado indígena
es administrado, desde ámbitos públicos, sin dimensión de la importancia científica que
tienen los sitios arqueológicos como valor cultural de un pueblo. Más aún, la
arqueología es percibida como una práctica de campo con el objetivo de buscar objetos
sofisticados. En este marco se explica que la mayoría de los museos regionales de la
provincia de Buenos Aires (municipales o auspiciados por organismos públicos) estén
dirigidos por coleccionistas o aficionados a la arqueología. El coleccionismo y el
saqueo están indisolublemente ligados, quienes lo practican buscan ganancias
económicas a través de la venta ilegal o, en la mayoría de los casos, reconocimiento
social de su inclinación por la “cultura”. En estos casos el coleccionista y saqueador
posee un proyecto individual, sin respetar el carácter social de los objetos que
colecciona o que compra y vende (Nalda 1996). La meta que asumen los coleccionistas
es crear sus propios museos como ámbitos de difusión “educativa”, reproduciendo en
los niños la idea de una arqueología como coleccionismo.

4
Esta paradoja no se discute como un problema que atañe al patrimonio cultural.
Son muy escasos los ejemplos en los cuales los museos estén asesorados o dirigidos por
arqueólogos profesionales. Las redes sociales locales, en especial de las comunidades
pequeñas, son las que signan el curso de la preservación, el carácter y la naturaleza del
discurso que se difunde sobre del pasado indígena.
Este desinterés de la administración pública hacia la preservación del pasado
pampeano tiene su ligazón ideológica con las ideas prejuiciosas ya mencionadas, en las
que el pasado indígena no es incorporado al ámbito de la cultura en la misma calidad
que la historia de la sociedad occidental. Este pasado, sigue siendo percibido como algo
exótico, coleccionable y diferente a la historia de los poblados, muchos de los cuales
fueron fundados luego de la relocalización forzada o eliminación de poblaciones
nativas.

Este proceso de desconocimiento y omisiones lleva a la falta de conciencia


pública que afecta directamente el patrimonio arqueológico. El testimonio de A. Rex
González (1991:33) es muy elocuente en este sentido: “(...) considero que lo
fundamental es desarrollar la conciencia del valor de nuestro patrimonio arqueológico
desde la escuela, terminando con la concepción de que los indígenas eran unos salvajes
con plumas en la cabeza y que lo único que pretendían era destruir al hombre blanco.”

Es por ello que uno de los desafíos del presente es construir canales públicos que
posibiliten la difusión de los conocimientos y del valor histórico del pasado nativo. En
esta línea es preciso incorporar enfoques interdisciplinarios, entre Arqueología e
Historia, que abarquen los procesos milenarios que caracterizaron las historias
regionales. Tarragó (2000) expresa claramente la necesidad de suprimir los cortes
artificiales en el análisis de los procesos regionales, eliminando la ruptura disciplinar
entre ambas ciencias. Artefactos y textos son evidencias de naturaleza diferente, pero
ambas dan cuenta del pasado indígena pampeano.

Para analizar el período postconquista la Historia y la Arqueología tienen el


desafío de alcanzar vínculos interdisciplinares que complementen ambos tipos de
evidencias, y que la producción científica emprenda "...estudios históricos en la

5
interacción no de culturas o historias, sino de pueblos y hombres de diferentes culturas
que fueron definiendo recíprocamente su existencia..." (Bechis 1995:12).

La construcción del pasado histórico

A pesar del panorama mencionado en las últimas décadas se fueron sumando


nuevas líneas de investigación en Antropología, Arqueología e Historia que centran su
análisis en los procesos de interacción social acaecidos en el llamado macro espacio
fronterizo sur andino (Casanova 1996) o macro área pan-araucana (Bechis 1989).

Se concuerda que la situación de contacto interétnico provocó diversos procesos


interdependientes, gestando relaciones y transformaciones en las poblaciones indígenas
que habitaron esa macro área y en los colonizadores y criollos (Bandieri 1996; Bechis
1992; Berón 1999; León Solis 1989-1990; Mandrini y Ortelli 1995; Mazzanti en prensa;
Nacuzzi 1998; Ortelli 1996; Palermo 1988; Pinto Rodríguez 1996; Ratto 1996; Varela y
Biset 1992; Villar 1998; entre otros). Este fenómeno se manifestó en varios procesos de
reconfiguración económico-social durante más de 400 años y sin precedentes en el
Cono Sur. El carácter que adquirió el nuevo sistema social fue asimétrico por estar
fundado en relaciones del tipo subordinación-dominación (Cardoso de Oliveira 1977).
Sus consecuencias determinaron fases en la historia de contacto, ya sea en la Araucanía
(Pinto Rodríguez, 1996) como en las pampas (Mandrini 1986) que aceleró una serie de
transformaciones al interior de las formaciones sociales iniciales. Estas se componían de
formaciones sociales diversas en ambos lados de la cordillera, pero que en vísperas de
la conquista se hallaban gestando organizaciones sociales de mayor complejidad en el
sentido de McGuirre (1985).

La trayectoria diacrónica de componentes sociales, económicos, políticos e


ideológicos que estuvieron interrelacionados dialécticamente se constituyeron en una
determinada historicidad. Estos componentes deben verse, como se apuntó más arriba,
interactuando en un marco de contactos amplios, en los cuales la hegemonía de la
colonia primero y del estado-nación más tarde, guiaron el curso de los acontecimientos
en ambas vertientes cordilleranas.

6
Algunas de las consecuencias del proceso de interacción mencionado, se
materializaron en la movilidad poblacional, en variaciones demográficas a partir de la
conquista, en la ampliación de las fronteras externas, en la creación de nuevas
organizaciones sociales (cualitativamente diferentes a las anteriores) y en una
interacción de tipo pacífica y también violenta entre ambas sociedades.

Este conjunto de nuevas circunstancias influyeron en la dinámica social interna


de cada grupo indígena, derivando en el surgimiento de componentes económico-
sociales novedosos y en una mayor complejidad caracterizada por diferenciación social,
surgimiento de líderes, redes de intercambio, alianzas entre linajes y/o unidades sociales
mayores, confederaciones macroregionales, procesos étnicos, entre otros. En tanto, estas
nuevas circunstancias influyeron culturalmente en aquellos “cristianos” que
comenzaron a interactuar pacíficamente, ya sea como consecuencia del mestizaje o por
la incorporación de bienes y costumbres indígenas a sus modos de vida. Así, surgieron
nuevos roles sociales como conchavadores, pulperos, etc. Estos temas son investigados,
tanto en Chile como en Argentina, por numerosos historiadores, antropólogos y mucho
más recientemente por arqueólogos.

Los estudios de la interacción social ocurrida en espacios fronterizos se


comprenden en el marco de acontecimientos generales que acaecieron en la macro-área
arauco-pampeana y que incluyeron tanto a los centros de poder como a las periferias,
altamente dinámicas en cuanto a las relaciones sociales. Este nuevo sistema en
interacción tuvo su epílogo cuando Chile y Argentina acordaron la ocupación efectiva
de los territorios indígenas. La campaña de Roca de 1879, fue la materialización de ese
proceso, cuya consecuencia fue la desarticulación cultural de las sociedades indígenas y
la desaparición física de miles de aborígenes en Argentina.

La arqueología puede analizar algunos aspectos de estos procesos de cambio


social. Algunas temas han comenzado a ser examinados desde esta disciplina, como: los
sistemas de asentamientos en espacios fronterizos, la vías de comunicación o caminos
que conectaban diferentes paraderos en la amplia red económica social, núcleos de
abastecimiento de ganado (captura y/o engorde), asentamientos de mayor permanencia

7
y efímeras construcciones pecuarias (corrales y aguadas), aspectos del uso simbólico de
ciertos parajes, y evidencias materiales de contacto, entre muchos otros temas.

El desarrollo de la investigaciones: la arqueología del período postconquista

Los trabajos de síntesis que expusieron exhaustivamente el desarrollo de la


antropología y arqueología en Argentina (Fernández 1982; Madrazo 1985; González
1990; Politis 1992) y en particular la Región Pampeana (Boschin 1992; Politis 1988;
Berón y Politis 1997) dejaron en claro cuales fueron los condicionantes, aportes y
obstáculos de los principales modelos. Cada etapa gestó información sobre el desarrollo
cultural de las pampas en coherencia con el marco teórico-metodológico predominante.
En estas etapas es posible diferenciar las diversas interpretaciones que concebían a las
sociedades indias pampeanas postconquista.

En una primera etapa (entre los años ´50 a finales de los ´70) el establecimiento
de secuencias industriales (criterio técnico-tipológico) y la difusión de “rasgos
culturales” daban cuenta del proceso de transculturación de los indígenas que habitaron
la llanura pampeana, como consecuencia del contacto con europeos y araucanos. En esa
época se definió la Fase Epigonal del Bolivarense (Bórmida 1960) y la modalidad
industrial bonaerense sur o Palomarense Final (Austral 1968, 1971). Ambas
clasificaciones, enfatizaron la perspectiva industrial basadas sobre evidencias
arqueológicas halladas en sitios de superficie (disturbados por agentes naturales). Las
industrias líticas y cerámicas eran concebidas como representantes de entidades
culturales diferentes, que se transformaron en tiempos tardíos por “influencia” araucana
o europea. No se incluían los factores ambientales en la discusión de los patrones de
asentamientos ni la subsistencia; tampoco se recurrió a los estudios interdisciplinarios,
ni a las técnicas de cronologías absolutas. Estos modelos han sido cuestionados por
arqueólogos (Politis 1984; Boschin 1992).

En tanto, Madrazo (1973, 1979) propuso un nuevo modelo que sintetizó la


arqueología de la Región Pampeana. Definió el período Hispánico y sostuvo las
denominaciones industriales de Blancagrandense y Bolivarense para los tiempos más
recientes. Basado sobre evidencias culturales, faunísticas y geológicas logró

8
interrelacionar los aspectos ecológicos y de subsistencia. Para este investigador, el área
bonaerense centro-oriental habría sido ocupada por indígenas, sólo para capturar ganado
exótico y en situación de fricción violenta con el europeo; constituyéndose en una zona
de paso pero no de instalación efectiva de población. No descartó totalmente la
hipótesis de Casamiquela (1967) sobre el predominio Tehuelche en la Región
Pampeana, llamando la atención de la necesidad de contar con evidencias al respecto, y
concordó con la presencia araucana durante el siglo XIX. Su propuesta teórica-
metodológica enriqueció el enfoque de los trabajos arqueológicos posteriores.

Un cuarto modelo regional, denominado “Tradición Interserrana Bonaerense”,


fue propuesto por Politis (1984) en la década de los ´80, en la cual abordó únicamente a
las sociedades cazadoras-recolectoras prehispánicas. No obstante, este autor alertó sobre
la carencia de contextos arqueológicos del período hispano-indígena en la Pampa
Húmeda; considerando al siglo XVI como frontera del conocimiento arqueológico de
las sociedades indígenas, por lo menos para el área Interserrana. También planteó como
posible excepción a la porción norte bonaerense, donde habría evidencias arqueológicas
de los procesos de cambio cultural ocurridos en los grupos Querandíes. Estos fueron
reducidos en cercanías de la ciudad de Buenos Aires y quizás los sitios de Ezeiza y El
Ceibo manifiestan esta situación de contacto (Politis 1990; Conlazo 1990). En estos
diferentes enfoques no se analizaron los vínculos complejos entre las sociedades
indígenas y la sociedad europea postconquista.

En los años ´80 comenzó una nueva línea orientada al estudio de los
asentamientos indígenas producidos como consecuencia del circuito comercial de
traslado de ganado hacia Chile, analizando a estos grupos sociales desde su particular
dinámica socio-económica y en una visión macro-areal.

La labor de Piana (1981) planteó las primeras evidencias del circuito del ganado
a Chile, ya que localizó seis represas de agua construidas durante la segunda mitad del
siglo XIX por indígenas en sitios claves de la Pampa Seca. En la misma década, otros
estudios de carácter sistemático impulsaron las investigaciones de las grandes
estructuras de piedra en los dos cordones serranos bonaerenses. Slavsky y Ceresole
(1988) iniciaron y contribuyeron sustancialmente a esta perspectiva, relacionando

9
evidencias de diferente naturaleza (arqueológicas y documentales) con el fin de
dilucidar la problemática de los orígenes culturales de los llamados “corrales”. Esta
labor fue continuada por Ceresole quién, en 1991, relevó exhaustivamente las
numerosas estructuras de piedra de Tandilia.

En tanto, otros investigadores, estimulados por esta labor, propiciaron hipótesis


sobre el funcionamiento de esas grandes construcciones y la potencialidad de este tipo
de registro arqueológico detectado en varios puntos de las sierras de Tandilia y
Ventania. En todos los casos estas investigaciones incluían análisis de fuentes históricas
editas con el fin de comparar ambos tipos de datos. Se concluyó que muchas de esas
construcciones (“corrales”) podrían corresponder a la infraestructura indígena necesaria
en la distribución del ganado caballar y vacuno dentro del circuito económico pastoril
de larga distancia (Slavsky y Ceresole 1988; Madrid 1991; Mazzanti 1993b).

En esta etapa, aunque breve, los estudios arqueológicos de las estructuras de


piedra en las sierras bonaerenses se articularon con otras investigaciones que se
realizaron en la subregión Pampa Seca. M. Berón estableció una secuencia cronológica–
cultural para la cuenca del Río Curacó, en cuyo tramo más reciente estableció el período
post-contacto (Berón y Politis 1997; Berón y Curtoni 1998). Esta investigadora analizó
aspectos de la movilidad, rutas y paraderos indígenas que se instalaron en esa cuenca
como consecuencia del comercio de ganado con los mercados chilenos (Berón y Migale
1991). En tanto, otros trabajos realizados con anterioridad en los valles neuquinos,
complementaron el panorama de interacción social y económica postconquista (Hajduk
1981-1982; Hajduk y Biset 1989; Goñi 1983-1985, 1986-1987; Biset y Varela 1990;
Varela y Biset 1987).

En la mayoría de los casos mencionados, la relación entre cultura material y


documentos escritos enriqueció el debate y la actualización de estos problemas. Esta
línea de trabajo se materializó en un enriquecedor espacio de discusión durante el I
Seminario de Etnohistoria y Arqueología de la Región Pampeana realizado en 1991 cuyo
gestor y coordinador fue R. Mandrini. El interés de los historiadores, que se dedicaban a
las relaciones interétnicas por la información arqueológica que se tenía en ese momento,
resultó una vía propicia para incentivar la arqueología del período de contacto en la

10
Pampa y como referente para los propios historiadores. Comenzaba la relación
interdisciplinaria, que actualmente se plantea como emergente necesario para abordar
los problemas del período hispano-indígena, en este caso de los asentamientos
indígenas.

En los últimos años M. Ramos (1999) continuó la labor de G. Ceresole en las


sierras centrales de Tandilia, ampliando los relevamientos y excavaciones en varias
estructuras de piedra. Consideró hipótesis sobre otras funciones y orígenes que podrían
tener algunas de dichas construcciones.

Paralelamente, durante los años ´90 se consolidaba la Arqueología Histórica,


línea propiciada por D. Schavelson desde fines de los años ´80 que se ocupa de los
lugares y asentamientos europeos con valor histórico, identificada también como
Arqueología Urbana. Desde entonces se fue ampliado la diversidad de problemáticas y
marcos teóricos-metodológicos, entre los que se destacan dos. El primero, trata con la
enriquecedora perspectiva global de la expansión capitalista y los procesos de
incorporación de territorios y población (Senatore y Zarankin 1999). El segundo,
estudia los asentamientos de frontera (Gómez Romero y Pedrotta 1998) y se especializa
en la problemática de fuertes y fortines del siglo XIX en el área sur y pampa central.
Muchas de estas investigaciones tienen como meta el análisis de las relaciones sociales
interétnicas establecidas en áreas de frontera. Los investigadores que trabajan en esa
línea analizan en los asentamientos europeos, la naturaleza del registro arqueológico, la
cultura material y los documentos escritos vinculados. Así, desde diferentes líneas
teóricas se destacan las siguientes investigaciones en la Pampa Húmeda: Fuerte Blanca
Grande (Goñi y Madrid 1998), Fortín Miñana (Ramos y Romero 1997), Cantón de
Tapalqué Viejo (Mugueta y Guerci 1999) y en la Pampa Seca: Fortín La Perra (Tapia
(1999), entre otros. En los últimos años existe una tendencia al incremento de los
estudios sobre este tipo de sitios que testimonian la expansión y control territorial por
parte del estado-nación.

En contraste con esta perspectiva, las investigaciones arqueológicas en


asentamientos indígenas del período postconquista resultan mucho más escasas (Brittez
1997). Esta vertiente tiene antecedentes en las investigaciones vinculadas a la

11
infraestructura pecuaria mencionada más arriba. También en trabajos realizados en el
Área Interserrana Bonaerense (Partidos de General Lamadrid y Laprida) que dieron a
conocer los sitios arqueológicos Fortín Necochea y Laguna del Trompa atribuidos al
período de contacto hispano-indígena (Eugenio 1991; Silveira 1992; Crivelli y otros
1997). En el primero se hallaron cuentas vítreas, restos de metal y materiales faunísticos
(caballo) incluídos en depósitos superiores del sitio, los cuales estarían afectados por el
arado en algunos sectores. En el segundo caso, varios restos óseos de caballo y oveja
fueron asignados a la ocupación superior. Este cuerpo de datos arqueológicos resulta
poco consistente para incluirlos claramente al debate del período debido a que es
necesario corroborar fehacientemente las relaciones contextuales entre los materiales
indígenas, restos industriales y la fauna europea. Silveira (1992) definió la Fase Fortín
Necochea (siglos XVI al XIX) basándose en esos contextos, y le atribuyó características
culturales inferidas de las fuentes escritas. Este autor interpretó que hay elementos
compartidos con la Industria Bolivarense que fue propuesta por Bórmida cuatro décadas
atrás y desestimada por la arqueología pampeana contemporánea.

Algunos problemas del registro arqueológico tardío en la Región Pampeana

1. La visibilidad arqueológica: En la Pampa Húmeda se hallaron pocos sitios


arqueológicos indígenas pertenecientes al período post-hispánico. Los factores
ambientales y antrópicos que pueden explicar este déficit son diversos. La siembra
anual e intensiva de especies comerciales y la proliferación de montes junto a la flora
natural dominante (herbácea) genera un paisaje de llanura densamente cubierto por
vegetación que dificulta la observación de materiales a superficie y, en consecuencia, la
detección de sitios arqueológicos. En la Pampa Seca los problemas que obliteran el
reconocimiento y prospección arqueológica son los montes cerrados de chañar, caldén,
etc.

En tanto, C. Bayón (1996) basándose en información teórica proveniente de la


etnográfica y etnoarqueológica propuso que los sitios del período post-contacto tienen
baja visibilidad debido a que la organización de la subsistencia estuvo en relación a las
estrategias de uso del paisaje por parte de las sociedades pastoriles. Estas estrategias
van a generar registros arqueológicos de muy diferente carácter y, en consecuencia, de

12
diversa visibilidad arqueológica. Por ejemplo los campamentos de residencia
permanente, como Leubucó, tendría una alta visibilidad debido a las múltiples
actividades desarrolladas y a la abundancia de evidencias culturales esperables. En
cambio los paraderos temporarios y efímeros tendrían una muy baja visibilidad por el
escaso abandono de restos arqueológicos.

El alto grado de resolución estratigráfica del sitio 4 de la Localidad


Arqueológica Amalia cuestiona esta última hipótesis debido a la particularidad de
ciertos fenómenos naturales que favorecen la conservación de algunos contextos
arqueológicos.

2. Procesos de formación de los sitios arqueológicos: La arqueología


pampeana contemporánea destaca la necesidad de basar las inferencias sobre contextos
arqueológicos consistentes (Politis 1988). La determinación de los fenómenos naturales
(geomorfológicos y tafonómicos) y culturales (actividades humanas) que originaron y
afectaron un sitio arqueológico, es la condición necesaria para evaluar la calidad de las
asociaciones contextuales sobre las cuales se establecen inferencias sobre relaciones de
contacto interétnico.

En la Pampa Húmeda los contextos arqueológicos más tardíos se ubican


usualmente dentro de los suelos actuales. La actividad agropecuaria, consolidada desde
finales del siglo XIX, alteró irreversiblemente los contextos arqueológicos por la acción
del arado que mezcló los materiales y destruyó rasgos y estructuras arqueológicas. La
incorporación de productos químicos y el pisoteo del ganado también afectaron los
suelos, y desplazó materiales arqueológicos. A estos problemas postdepositacionales se
le suman los fenómenos de bioturbación causados por la actividad de la fauna silvestre,
principalmente los organismos cavadores. Esta variedad de problemas normalmente no
afectan a los sitios que se hallan en reparos rocosos. Las cavidades bajo roca son
ambientes que brindan mayor protección a los depósitos y a los restos de las
ocupaciones indígenas. Además la erosión y meteorización tienen menos capacidad de
expresión, por lo que los reparos rocosos presentan mayor posibilidad de preservación.
Un ejemplo es el Sitio 2 de la Localidad Arqueológica Amalia, donde se preservó una

13
matriz sedimentaria de más de 2 m de profundidad que contiene cinco ocupaciones
humanas desde los 10.400 años hasta el presente.

Los sitios al aire libre, pero localizados en planicies de inundación, pueden


preservar con mayor integridad los contextos arqueológicos. Un ejemplo de esta última
situación geomorfológica se presenta en los sitios ubicados en el curso medio del Río
Quequén (Martínez 1999), y en la rivera del Arroyo Chocorí como es el caso del Sitio 4
de la Localidad Arqueológica Amalia (Mazzanti 1999).

Una mayor complejidad se presenta en sectores del noreste de la provincia de


Buenos Aires (Acosta 1997), donde los sitios cercanos a los cursos de los principales
ríos se ven afectados por las crecidas y precipitaciones periódicas. En tanto, el
crecimiento de las capas freáticas altera las relaciones contextuales y por ende genera
inconvenientes en las interpretaciones que se efectúen.

El deterioro causado por el arado en las capas superiores de los suelos de la


llanura pampeana y, en consecuencia, sobre los contextos de los sitios arqueológicos a
cielo abierto es irreversible. El hallazgo de fragmentos de vidrio o metal, muchas veces
de escaso tamaño y de origen dudoso, o la presencia de restos óseos de ganado europeo
en suelos actuales removidos por la actividad agraria (entre otros factores de
perturbación), no configuran contextos consistentes para incluirlos en el debate de la
arqueología hispano-indígena. En cambio, otros contextos que poseen una variedad
artefactual determinable (artefactos indígenas diversos y piezas de origen europeo
colonial o del siglo XIX), a pesar de presentar indicios de disturbación pueden ofrecer
información útil para plantear hipótesis sobre la localización de esos sitios en relación
con el paisaje, con los recursos naturales circundantes o con vías de comunicación.

El arado alteró los niveles tardíos de sitios pampeanos como: Arroyo Seco S2
(Fidalgo y otros 1986), Fortín Necochea (Silveira 1992), Sitio 5 de la localidad Amalia,
entre otros.

Berón (1989-1990) menciona que la erosión eólica en las zonas mas áridas de la
Pampa Seca alteraron los contextos de la mayoría de los sitios arqueológicos tardíos: las

14
amplias zonas medanosas que registran ocupaciones humanas no conservan vestigios en
contextos primarios, y el crecimiento de raíces de árboles y arbustos deteriora los
niveles arqueológicos superiores.

Otro factor que afecta la potencialidad analítica de los sitios en la Región


Pampeana, es la depredación antrópica. Este problema sesgó irreparablemente los
contextos arqueológicos tardíos de la franja litoral de Mar Chiquita hacia el sur, y en
otros puntos de la llanura y sierras pampeanas. Las recolecciones de materiales
arqueológicos en superficie y los saqueos que se realizan desde principios del siglo XX
son intensos. Los curiosos y aficionados incrementaron este problema en las últimas
décadas motivados por el interés de ampliar sus colecciones privadas y efectuar
intercambios y venta de objetos indígenas. Algunas remociones antrópicas efectuadas
durante el curso del siglo XX deterioraron la unidad superior del sitio Cerro La China
(Flegenheimer 1986), y un sector acotado de los sedimentos superiores de Cueva Tixi
(Mazzanti 1993a). En tanto, en el curso del año 2000 fue saqueado el tramo intermedio
de la secuencia sedimentaria del sitio 2 de la Localidad Amalia.

3. La aparente no correspondencia entre los datos arqueológicos y los


históricos: La construcción de conocimientos históricos basados en fuentes
documentales sobre las relaciones interétnicas resultan abundantes y señalan diferencias
con la información producida por la arqueología. En este sentido, a principios de los
años ´90 Silveira (1992) puntualizó, desde una visión etnológica el problema de la
ausencia de sitios arqueológicos que se puedan atribuir a grupos Araucanos, Tehuelches
o Pehuenches. Mencionó la diferencia notoria entre la información producida por ambas
disciplinas, para lo cual propuso una serie de hipótesis alternativas, basadas en
proposiciones de la escuela histórico-cultural, que podrían dar cuenta de esa situación.
Por ejemplo la presencia de paraderos de carácter sumamente efímeros, la difusión o la
pérdida de “rasgos culturales”, o el conocimiento inadecuado de la arqueología del área
Interserrana, serían razones que podrían explicar la ausencia de características
Tehuelches, Araucanos o Pehuenches.

Simultáneamente, este debate se amplió hacia los problemas y naturaleza del


registro arqueológico postconquista: Oliva y Berón (1993) coordinaron el encuentro

15
Transformaciones Socioculturales en las Estrategias Correspondientes a Momentos
Finales, donde se discutieron varios temas: significados del concepto de
“araucanización” en términos arqueológicos, la visibilidad del proceso de
araucanización, las modificaciones por el contacto, las innovaciones tecnológicas y de
subsistencia y el ciclo del ganado, etc. Se propuso la posibilidad de contactos
interregionales mucho más tempranos que aquellos postconquista. También se discutió
el significado del problema de usar mecánicamente el concepto de araucanización en el
registro arqueológico de contacto, y se planteó que los indicadores de ese proceso no
habían sido detectados aún.

En este trabajo se considera que la asimetría entre una mayor producción


histórica y la arqueológica, menos abundante, se debe a varias situaciones. En primer
lugar, las investigaciones en la arqueología pampeana estuvieron centradas
principalmente en el estudio de las sociedades de cazadores-recolectores prehispánicos,
en detrimento del estudio de las sociedades posteriores. En muchos casos, este hecho
significó la separación entre la Arqueología y la Historia, considerados como dos
campos disciplinares divididos, afectando el tratamiento del tema. Este problema tuvo
sus raíces en concepciones teóricas neopositivistas, que expresan diferencias
sustanciales en la relación entre Arqueología e Historia (Rodanés Vicente 1988). A esta
tendencia se le sumó el enfoque de la historia clásica que negó sistemáticamente la
inclusión de las sociedades indígenas como sujetos activos en los procesos históricos.

Un tercer problema radicó en la mayor importancia que asumió la arqueología


de sitio en detrimento del contexto espacial local, ya que tampoco se encararon estudios
del paisaje a escalas mayores (regional o inter-regional). En la actualidad estos enfoques
son vías de análisis que enriquecen el tratamiento arqueológico de los sistemas de
asentamiento del modo de vida pastoril. En el caso que esta disciplina abordó
situaciones de contacto, predominó el tratamiento de los asentamientos del siglo XIX,
existiendo muy poca producción sobre temas de los siglos anteriores. La excepción más
reciente proviene de la labor, ya comentada, de M. Berón en la Localidad Arqueológica
Tapera Moreira.

16
Otra cuestión, en esta discusión, es que la Historia y la Arqueología operan con
fuentes de muy distinta naturaleza, y por lo tanto la información producida será distinta
(Brittez, 1997). Las fuentes con las que cada una de estas disciplinas operan teórica y
metodológicamente son los artefactos y los textos. Ambas tienen estructuras diferentes
y se relacionan de manera muy variada según las perspectivas que adopten los
investigadores. Andrén (1998) aborda exhaustivamente los vínculos y diferencias entre
ambas fuentes, considera que el texto representa una tecnología que permitió reproducir
el lenguaje hablado por medio de signos, y expresa una versión particularmente
diferente del pasado de la que brinda la cultura material. Los restos materiales y los
documentos escritos representan al pasado de manera diferente, pero son esencialmente
complementarios cuando están presentes ambos tipos de fuentes. Por lo dicho, el
registro documental no refleja exactamente lo mismo que el registro arqueológico, por
ello habría que considerar su complementación, pero no la necesaria coincidencia de
evidencias.

En consecuencia, la suma de estos factores afectaron la dimensión analítica de la


complejidad de los procesos de contacto cultural y de cambios a largo plazo.

Este déficit de las investigaciones arqueológicas afecta la comparación de la


información proveniente de ambas disciplinas. En el caso de la producción arqueológica
entre los antecedentes y las nuevas líneas se presentan diferencias teóricas-
metodológicas muy marcadas, que definen el tipo de problemas y las formas de tratar
las evidencias. En consecuencia los resultados obtenidos a la fecha resultan poco
comparables dentro de la misma disciplina, y menos aún en la relación interdisciplinaria
con la Historia.

Nuevas perspectivas en la arqueología pampeana del período postconquista. Las


investigaciones en curso

Los trabajos realizados en la Pampa Seca resultan significativos. En primer


término la labor de M. Berón en el Sitio 5 de la Localidad Arqueológica Tapera Moreira
(ver mapa) abrió una línea relevante sobre el problema del cambio social pre y
postconquista. En este sitio la autora presenta evidencias de interacción

17
transcordillerana, anterior al contacto hispano-indígena, por lo menos desde el siglo
XIII. Ese registro arqueológico posee cerámica del complejo Vergel-Valdivia, fechada
en 740 + 50 (edad calibrada entre 1250 AD y 1395 AD). Algunas vasijas de este tipo
cerámico, también de época prehispánica, fueron halladas en valles neuquinos (Hajduk
1978). Berón (1999, 2000) propone la necesidad de orientar las investigaciones hacia la
búsqueda de patrones materiales que indiquen relaciones sociales. Para el caso
temprano de la Localidad Arqueológica Tapera Moreira expresa que: “(...) se propone
evaluar este tipo de interacción entre etnías a ambos lados de la cordillera a modo de
un largo pero sólido proceso de contacto social (...)” (Berón 1999:296). Mientras que
en la época post-hispánica los mecanismos de interacción cambiaron, se hicieron más
formales a través de ferias, mercados, alianzas matrimoniales, etc.

Otros trabajos en la Pampa Seca iniciados en 1994 por A. Tapia (1998)


contribuyeron con el registro y estudio de un conjunto de asentamientos Ranqueles del
siglo XIX (se destacan los sitios llamados Don Isidoro) ubicados en la porción norte y
centro de la provincia de La Pampa (Tapia 2000) (ver mapa). El análisis de la cultura
material de contacto le permitió plantear una serie de hipótesis referentes al sistema de
asentamiento y cambio cultural producido por la situación de fricción interétnica.

En tanto, en el sudoeste de la pampa húmeda F. Oliva se encuentra investigando


una serie de sitios arqueológicos en reparos rocosos (cuevas) del sistema de Ventania y
otros a cielo abierto en áreas adyacentes (orilla de lagunas). Estos sitios son asignados
preliminarmente a momentos previos y posteriores a la conquista hispánica. En 21 casos
presentan representaciones rupestres pintadas, mientras que un conjunto de tres sitios
relacionados espacialmente, denominados La Montaña 1, 2 y 3 (Pdo. de Saavedra),
poseen evidencias diversas: representaciones rupestres en un alero, un campamento con
numerosos restos arqueológicos y tres estructuras de piedra. El Sitio 3 fue datado en
385 + 70 años antes del presente (Oliva 2000). En el sector occidental (Pdo. de Adolfo
Alsina) este autor localizó cinco sitios arqueológicos en inmediaciones de una laguna.
Se destaca al sitio Gascón 1 (Barrientos y Oliva 1997) (ver mapa) por estar constituido
por varios entierros humanos (dos adultos y dos niños) con ajuar funerario que indican
contacto con los europeos (hebillas y aros de metal, cuentas de collar vítreas y vasijas

18
de cerámica) (Oliva com. pers.). Estos sitios son muy promisorios para analizar la esfera
simbólica y ritualizada en estas sociedades.

En la Pampa Oriental, en el sector Borde Oriental de las Sierras de Tandilia, se


descubrió en 1994 un conjunto de sitios arqueológicos que conforman la denominada
Localidad Arqueológica Amalia (Mazzanti 1999) (ver mapa). Esta localidad comprende
a tres sitios arqueológicos concentrados en un cerro muy pequeño, un cuarto a orillas
de un pequeño arroyo cercano al cerrito, y un quinto sitio en la cima de una loma
adyacente. En cada uno de esos microambientes hay evidencias materiales de contacto
interétnico. En cuatro de ellos se pudieron inferir actividades de trabajo realizadas por
grupos que interactuaron con gente mapuche hacia finales del siglo XVIII.

[Va mapa]

Las investigaciones en la Localidad Arqueológica Amalia

En el marco de las consideraciones expuestas, desde 1995 se lleva a cabo un


proyecto regional de carácter interdisciplinario centrado en el análisis de los cinco sitios
que conforman la Localidad Arqueológica Amalia. Este gran asentamiento,
relativamente cercano al litoral Atlántico se encuentra en las sierras orientales de
Tandilia dominando el sector más oriental del área pan-araucana (ver mapa).

En este borde oriental de Tandilia se hallan otros sitios tardíos posiblemente


vinculados al contexto histórico de la Localidad Amalia. Construcciones de piedra
diversas (corrales, aguadas y recintos pequeños) se suman a las descripciones del
paisaje y fuentes potenciales de recursos naturales, que en su conjunto integran una base
de datos arqueológicos propicios para analizar el período de contacto. Esta localidad se
constituyó en un gran asentamiento indígena que funcionó, por lo menos, durante la
segunda mitad del siglo XVIII.

19
El emplazamiento de este gran campamento favoreció el desarrollo de las
actividades propias de la vida doméstica (materiales y simbólicas), en especial por su
cercanía a fuentes de agua potable, pasturas naturales para el ganado, recursos
alimenticios diversos obtenibles por medio de la recolección y caza, arcillas para la
manufactura de alfarería y reparos rocosos para funciones diversas. Además, se
encuentra cercano (10 km) de los valles serranos que contienen manantiales, leña,
pasturas y ecosistemas que poseen gran diversidad de animales para la captura y la caza.
Esos valles serranos resultan ventajosos para el cuidado y control de ganado (como
potreros de pastoreo) como fue planteado en otro trabajo (Mazzanti 1993b).

La Localidad Arqueológica Amalia esta conformada por varios sitios


arqueológicos con características micro-ambientales muy variadas. Es notable la
intencionalidad en la selección de emplazamientos adyacentes y diversos a fin de llevar
a cabo actividades domésticas y complementarias de varias unidades domésticas. Los
ocupantes de este asentamiento utilizaron la cavidad de un refugio rocoso muy angosto
y una cámara horizontal entre bloques de piedra dispuestos en la cima del cerrito. Otras
actividades domésticas fueron realizadas al aire libre en varias pendientes del cerrito, en
una de las cuales construyeron un corral y un pequeño recinto. También ocuparon la
rivera del arroyo Chocorí en proximidades al cerrito y una loma adyacente.

Este conjunto de sitios se encuentran en un radio aproximado de 300 m, y


representan sólo a parte de las actividades sociales realizadas en el asentamiento. Cada
sitio posee similitudes en las evidencias materiales, que permiten su correlación
funcional y cronológica, y señalar la pertenencia a una misma unidad cultural. La
presencia de abundante cerámica indígena y la incorporación de bienes y animales
europeos son indicadores de las relaciones de interacción entre grupos indígenas y con
la sociedad europea.

Características de los sitios

Sitio 1: Esta constituído por dos recintos construidos con piedras superpuestas
(pircas). Uno de planta ovalada, fue un corral doméstico (24 x 11 m) durante las
excavaciones en su interior se hallaron restos de vaca y escaso material cultural. El otro

20
se trataría de un refugio lindante con el anterior, su planta es pequeña (3 x 2 m) en
forma de U y no presenta sedimentos, su función pudo estar vinculada al cuidado de los
animales.

Sitio 2: En la cima del cerrito afloran numerosos bloques rocosos, en una de las
numerosas cámaras horizontales entre estos bloques se encontraron varios cientos de
fragmentos de cerámica indígena, algunos instrumentos líticos (raspadores, raederas,
etc.), rodados del litoral y unos pocos fragmentos de una botija europea colonial. Todo
este conjunto fue introducido intencionalmente dentro de esa grieta natural, que por
poseer escasa altura no permite el acceso de personas adultas ni de las vasijas enteras de
mayor tamaño. Estas evidencias del comportamiento cultural son singulares en la
arqueología pampeana, y permite proponer que este sector del Sitio 2 pudo estar
destinado a prácticas ritualizadas, en las que el conjunto de fragmentos de cerámica y
otros instrumentos podrían tratarse de ofrendas de gran contenido simbólico.

En inmediaciones hay un refugio muy estrecho, con poca luminosidad. Durante


las tareas de excavaciones se hallaron, en el tramo superior de la secuencia
sedimentaria, evidencias de acondicionamiento del piso con rocas chatas, abundantes
restos de artefactos indígenas y europeos. La cerámica indígena presenta decoración
lisa, pintura roja y modelado del cuello mediante acanaladuras y asas con mamelones.
Este contexto con cerámica se asocia a numerosos artefactos líticos (boleadoras,
raspadores, raederas, desechos de talla diversos). Los bienes de origen europeo
corresponden a fragmentos de una botija colonial y a cuentas vítreas. Los motivos
fitomorfos de dos cuentas de vidrio permite establecer que fueron producidas durante el
rango de 1760 a 1820 (Hadjuk-Biset 1989).

Otras excavaciones fuera del reparo dieron con dos fogones, y un contexto de
cultura material que nuevamente indica contactos interétnicos. Se hallaron varias
cuentas vítreas de fabricación europea y cerámica indígena, mientras que dos argollas
de metal (hierro y cobre) posiblemente pertenecieron a aperos de caballos. Se destaca
una olla con decoración acanalada y asa con mamelones. Este estilo de vasijas le otorga
singularidad a la alfarería de esta Localidad Arqueológica, habiéndose hallado hasta la
fecha por lo menos cinco ollas culinarias con el mismo patrón decorativo que son

21
similares a las ollas Mapuches llamadas challas (Aldunate 1989) propias de la
Araucanía Chilena, y halladas en otros sitios (en recintos pircados y en ajuares
funerarios) de los valles neuquinos (Goñi 1991; Hadjuk y Biset 1996).

Sitio 3: Se realizaron excavaciones a cielo abierto en el sector norte del cerrito,


donde se hallaron restos óseos de caballo, molares de perro doméstico y fragmentos de
la cerámica del tipo mapuche (decoración acanalada y asas con mamelones).

Sitio 4: Sobre la barranca baja del Arroyo Chocorí se halló otro contexto
atribuido al mismo grupo cultural. Se trata de un piso cubierto por fragmentos muy
pequeños e intercalados de cáscaras de huevos de ñandú (con indicios de intenso
pisoteo), cuyo espesor no supera los 3 cm, ocupando un área estimada en 10 m2. Este
manto de vestigios alimenticios posee carbón y restos de huesos calcinados muy
pequeños junto a restos óseos de ñandú, coypo, caballo juvenil, vizcacha y armadillos.
En un sector adyacente se halló una muy interesante distribución espacial de restos de
dos caballos juveniles (ver fotografía). Algunas piezas óseas aún se mantenían
articuladas y otras presentan marcas de corte, presumiblemente producidas al despostar
al animal. Este conjunto faunístico caracteriza a las actividades de subsistencia llevadas
a cabo en la rivera del arroyo, a las cuales se les agrega el uso de cerámica lisa y con
decoración acanalada y artefactos líticos (boleadoras e instrumentos retocados). La
abundante recolección y consumo de huevos de ñandú se debió producir durante el
verano, época de reproducción de esas aves. Se fecho por carbono C14 una muestra de
cascaras huevo obteniéndose una datación de 225 + 60 años antes del presente (LATYR
LP-772), que corrobora la asignación postconquista del Sitio 4 .

Un aspecto destacable de esta ocupación indígena, sobre las orillas del arroyo, es
el tipo e integridad del registro arqueológico hallado, ya que posee dos eventos
sincrónicos, o con poca diferencia temporal, uno de los cuales indican la realización de
actividades intensivas de procesamiento, cocción y consumo de animales durante un
tiempo prolongado, y otro evento de carneo de dos caballos producido en un tiempo
mas corto. Ambos registros arqueológicos se hallan en capa y a una profundidad de 0,50
cm. Esta profundidad es considerable para sitios de esta antigüedad, lo cual fue
provocado por una alta tasa de sedimentación del arroyo que, además, evitó que el arado

22
disturbara el sitio mezclando los materiales. Este fenómeno natural preservó con gran
integridad ambos sectores con independencia del tipo, tiempo y cantidad de materiales
depositados en el piso como consecuencia de actividades efímeras o de mayor
intensidad.

[Va Foto]

Sitio 5: Se trata de un sitio disturbado por el arado debido a que se localiza a


cielo abierto sobre una loma que actualmente se destina a la siembra. Esta loma es
contigua al cerrito y en su cima y pendientes se hallaron artefactos indígenas (cerámica
y lítico) y abundantes restos industriales de factura europea (metal, loza, gress, cerámica
y vidrio) en superficie. Estos restos corresponden a diferentes momentos post-conquista,
debido a que muchos de los materiales industriales pertenecen a fines del siglo XIX
(Zarankin y Senatore, ms).

Discusión

La presencia de un asentamiento arqueológico postconquista, en la zona


conocida durante el siglo XVIII como Vuulcan, permite analizar el significado histórico
y la función de este gran paradero.

La densidad y variedad de evidencias arqueológicas halladas en los cuatro sitios,


junto a la construcción de recintos de piedra, señalan la utilización intensiva o
recurrente de este paraje por parte de varias unidades domésticas durante, al menos, el
verano y con el fin de llevar a cabo diversas actividades domésticos (cocción de
alimentos en vasijas de cerámica, producción de artefactos de piedra, ceremonias,
utilización de metal, cuidado de animales, consumo de fauna autóctona y europea, etc.).
La asignación al periodo de contacto se infiere por la presencia de objetos industriales
europeos del período colonial (botija, loza, metal, cuentas vítreas), fauna exótica
(caballo y vaca), en tanto la datación por C14 y la fecha de la producción de cuentas
vítreas son coherentes con esta cronología tardía.

23
Las evidencias arqueológicas provienen de contextos consistentes hallados en
posición estratigráfica y en clara asociación en cuatro de los cinco sitios. Es importante
para la arqueología bonaerense el hallazgo de una colección cerámica numerosa (1.678
tiestos) con patrones decorativos mapuches (challas, asas con mamelones, jarras
simples), que podrían estar significando relaciones de género y caracterizando ciertos
aspectos sociales de estos grupos. Además, junto a las evidencias de ritualización del
paraje abren la posibilidad de investigar sobre la naturaleza de las relaciones sociales
interétnicas a fines del siglo XVIII y que determinaron la presencia de estos bienes
culturales en la frontera este de la región Arauco-Pampeana.

Se interpreta que la Localidad Arqueológica Amalia, y posiblemente algunas


estructuras pircadas de la zona, formaron parte de las estrategias de ocupación del
nuevo sistema de asentamiento dentro de un gran territorio de articulación social que
unió esta región de la Pampa Oriental con comunidades vinculadas al área cordillerana
neuquina y del Centro-Sur de Chile. La nueva dinámica poblacional gestó relaciones
sociales interétnicas e intertribales (en el sentido de Cardoso de Oliveira 1977) que
dieron singularidad a esta etapa de la historia indígena pampeana. Este fenómeno
adquiere visibilidad con la circulación de bienes intercambiados entre españoles o
criollos y los distintos grupos indígenas, o entre diversos grupos indígenas. Estos fueron
componentes del proceso de cambio social postconquista en la llanura pampeana.

Como se expresó, la situación de gran intensidad de las relaciones económicas


mencionadas se produjeron en el siglo XVIII. A comienzos del siglo XIX se fue
diluyendo este modelo cuando desde los estados-nación en formación (Chile y
Argentina) se impusieron relaciones y discursos ideológicos diferentes. La necesidad de
reorganizar y homogeneizar al territorio “nacional” (jurídica, productiva y
culturalmente) condujo al colapso de la soberanía indígena, a la ruptura del sistema
fronterizo y a la desestructuración definitiva mediante medidas de genocidio y etnocidio
implementadas a fines del siglo XIX (Bechis, 1992).

Conclusión

24
La Arqueología como disciplina científica otorga un marco de referencia
temporal y un cuerpo teórico de explicaciones sobre los procesos de cambio social
ocurridos en las sociedades indígenas. Se constituye también en una disciplina
especializada tanto en el análisis del registro arqueológico como en las implicancias
sociales de la cultura material. Los estudios de contactos culturales y de relaciones
interétnicas entre europeos e indígenas esta siendo abordada recientemente por la
arqueología de la Región Pampeana. Este enfoque tiende a comprender la complejidad
del proceso, examinando los indicadores de interacción social pre y postconquista en
asentamientos indígenas.

Se plantea que para incorporar y debatir los conocimientos sobre este período,
en especial en la Región Pampeana, es sustancial abordar investigaciones arqueológicas
sistemáticas, intensivas y de carácter regional. También es relevante el planteamiento de
problemas sobre las relaciones sociales, su visibilidad arqueológica y la búsqueda de
contextos arqueológicos estratificados, con indicadores provenientes de la cultura
material. Esta labor debe tender a evaluar el impacto y transformaciones acaecidas en el
paisaje, debidas a los procesos agropecuarios y otros factores mencionados, y su
incidencia en la potencialidad de los contextos arqueológicos, antes de incorporar
nuevos sitios al debate del período. Los antecedentes sobre contextos superficiales o
disturbados redujeron la potencialidad explicativa de la arqueología del período,
generalizando que no deberían existir contextos hispano-indígenas confiables. En
consecuencia se gestó un panorama sesgado en cuanto a la complejidad de las redes
sociales de estos pueblos, de modo que la discusión se habría centralizado en la
presencia de algunos objetos industriales asociados a otros artefactos de manufactura
indígenas. Sin embargo, las investigaciones actuales manifiestan que los sitios
arqueológicos con contextos consistentes y no perturbados están presentes y poseen
diversidad de funciones (funerarias, campamentos de vida domestica, corrales, espacios
simbólicos, etc.) y de duración temporal (prolongados y efímeros). Estos sitios permiten
abordar diversos aspectos de los modos de vida de las sociedades indígenas durante el
momento del contacto.

La puesta en marcha de proyectos interdisciplinarios (arqueología, historia,


antropología) emprendidos sistemáticamente es el camino mas fructífero para

25
enriquecer el conocimiento del período. Porque los estudios del contacto interétnico
hacen necesario este acercamiento a escalas locales y macro-regionales en el marco
general del conocimiento del cambio cultural desde tiempos prehispánicos hasta la
disolución de estos pueblos en el sistema capitalista.

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Zarankin, A. y X. Senatore.
s/f
Sitios Vasconia, Chapaleufu, Amalia Sitio 5, y Amalia Sitio 2. Análisis de Materiales
Históricos. M.s.

36
Leyenda de la Fotografía

Localidad Arqueológica Amalia, Sitio 4, vista del área de excavación a orilla del
Arroyo Chocorí. En primer plano se observan los restos óseos de los caballos
despostados. En el fondo se encuentra el área con huevos de ñandú y otros restos de
animales.

37
68º 60º 52º W

36 º
3
OCEANO PACIFICO

2 1
Localidad
4 Arqueológica
Amalia

1. Sitio Gascón 1
2. Tapera Moreira
Sitio 5
3. Sitios Don Isidoro
4. Área Mapuche

52 º
0 500 km
La Construcción del Paisaje en el Sudoeste Bonaerense (1865-1879): Una
Perspectiva Arqueológica
Cristina Bayón * y Alejandra Pupio **

INTRODUCCION

La arqueología y la historia se distinguen porque se ocupan de registros


distintos. Pero también tienen muchas otras diferencias. Algunas están relacionadas con
las peculiaridades del campo específico (Barceló et al. 1988). Entre estas se encuentran
los problemas de escala temporal y espacial, el vocabulario y el grado de resolución de
los registros. Otras disparidades están directamente asociadas con la historia de las
disciplinas. Como en el resto de América, ambas disciplinas han tenido un desarrollo
institucional independiente (Trigger 1990: 19). En este sentido, en nuestro país, cobran
mucha importancia el peso de las tradiciones académicas, los marcos teóricos
empleados, los problemas considerados relevantes, y la existencia de ámbitos
autónomos de circulación de información.

En los últimos veinte años la investigación arqueológica en Pampa ha tratado


como temas de mayor interés los referidos al poblamiento inicial y al desarrollo de las
ocupaciones prehispánicas regionales (Politis 1988, 1995, Berón y Politis 1997).
Lentamente, se fueron incorporando estudios sobre el lapso de contacto, y su
crecimiento fue “explosivo”. A tal punto que se ha generado un subárea de Arqueología
Histórica dentro de la arqueología pampeana, que incluye un conjunto variado de
temáticas, referidas tanto a las sociedades indígenas, como a la sociedad
euroamericana 1 . Este desarrollo ha producido, recientemente, en el ámbito de la
arqueología un debate acerca de la relación con la historia y la función y el valor de los
documentos escritos para la Arqueología Histórica (Zarankin 1994, 1996, Brittez 1997,
Goñi y Madrid 1998, Pedrotta y Gómez Romero 1998, Politis 1999).

*
Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur. Correo electrónico:
cbayon@criba.edu.ar
**
Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur y Museo y Archivo Histórico de Bahía
Blanca. Correo electrónico: apupio@bblanca.com.ar
1
Para un detalle de los trabajos publicados ver Berón y Politis 1997 y Pedrotta y Gómez Romero 1998.

1
Los dos registros producen informaciones distintas, ambos tienen limitaciones y
pueden resolver distintos problemas, sin que ello signifique diferencias de calidad de
información. Estos registros no son complementarios, si por esto se entiende que a uno
le falta lo que tiene el otro. Su articulación sólo es posible a través de una teoría
adecuada (Barceló et al. 1988: 11-12).

Paisaje Cultural y Paisaje Arqueológico

Un marco apropiado que permite la articulación del registro documental y


material es el estudio del paisaje. La arqueología ha desarrollado, en los últimos veinte
años, aproximaciones al estudio del pasado en las que se considera al paisaje como la
unidad de análisis, con una rica diversidad de perspectivas teóricas que han contribuido
con consideraciones metodológicas de interés, aunque se diferencian notablemente por
los presupuestos subyacentes (Wandsnider 1992, Rapoport 1994, Hood 1996, Fleming
1998, Williamson 1998, Curtoni e.p.).

El paisaje, entendido como construcción social, da cuenta de los actores sociales,


sus conductas y sus actividades, y de las relaciones dinámicas entre ellos y su entorno
físico, en un contexto histórico específico. El paisaje cultural resultante de esta
interacción, incluye el ambiente construido a través de elementos fijos, semi-fijos y no
fijos. Estos componentes expresan la organización espacial y, por lo tanto, el esquema
cognitivo y el sistema de significados de los actores sociales (Rapoport 1994, Hood
1996). El concepto de paisaje cultural resulta útil para un tipo de abordaje como el que
proponemos, ya que, como expresa Hood

“The cultural landscape is the physical and symbolic arena for the social process of
production, the accumulation of wealth, and the resistance to unequal accumulation.
The cultural landscape contains and intertwines the material reproduction of society
with the cultural understandings of that process. It is both a tool and the context of
social change, being part of the constitution and daily reconstruction of society” (Hood
1996:139).

Desde esta perspectiva, nos proponemos, en este trabajo, realizar un modelo de


ocupación del espacio del sudoeste bonaerense en la segunda mitad del siglo XIX, a
partir del registro documental y cartográfico. El objetivo, es acceder al ordenamiento
presente en el paisaje cultural, teniendo en cuenta los actores sociales que intervinieron,
sus relaciones sociales, y los principios que estructuraron dicho ambiente. Este modelo

2
permitirá generar expectativas arqueológicas que guíen la investigación y que permitan
recuperar parte de la cultura material que conforma el paisaje arqueológico regional.

El área elegida para este análisis es el partido de Bahía Blanca creado en 1865.
El 31 de Agosto de ese año, fueron creadas, por decreto, diez jurisdicciones nuevas y
quedaron establecidos los límites de las 27 en que quedaba dividida la campaña
bonaerense al exterior del Río Salado. Una de ellas fue Bahía Blanca. Sus límites eran:
al norte, Sierra de la Ventana y el Río Sauce Grande, al este el litoral atlántico, al oeste,
el Río Sauce Chico, y al sur el, Río Colorado (Ketzelman y de Souza 1930: 167). Este
era un espacio de frontera y, tal como lo expresa Mandrini, debemos entenderlo “como
un área de interrelación entre dos sociedades distintas, área en la que se operaban
procesos económicos, sociales, políticos y culturales específicos” (Mandrini 1992:63).
En un espacio de estas características, debemos establecer la especificidad de la
espacialidad resultante de la interacción entre sociedades indígenas por un lado, y la
sociedad nacional por otro, portadoras de lógicas distintas de conceptuar la organización
del espacio y del territorio. Por lo tanto, para abordar la construcción del paisaje
regional debemos tener en cuenta estas dos modalidades, ya que ninguna de ellas
definió por sí sola el uso del espacio, sino que lo hizo teniendo en cuenta las decisiones
del otro, dando como resultado el solapamiento de territorios, con la consecuencia
inevitable de que cada sociedad reconoció como propias áreas sobre las que realmente
no tenía control ni derecho de uso.

Consideramos interesante observar cómo se comportó durante este lapso el


estado nacional expansivo (Oszlak 1997), que buscó imponer su modalidad espacial a
través de la reglamentación de límites jurisdiccionales precisos (el partido), pero en un
contexto fronterizo en el que no fue la única sociedad que actuó en el diseño del paisaje
cultural. Para abordar este problema es interesante utilizar el concepto de campo de
poder que define un espacio de intereses en tensión, entre agentes que establecen
vinculaciones objetivas entre posiciones de fuerza, marcadas por una estructura
caracterizada por la relación dominio-resistencia (Bourdieu 1990, 1997). Tal como lo
plantea Quiroga en su análisis sobre la construcción del espacio colonial en Catamarca,
utilizar este concepto para el estudio del espacio permite entender al paisaje como un
“campo de conflicto -de luchas y de fuerzas- a través del cual el sector que pretende
erigirse como dominante, busca imponer una determinada lógica de producción y

3
reproducción social que lo beneficie, generando de este modo un espacio de relaciones
sociales caracterizadas por su asimetría y jerarquización” (Quiroga 1999:275).

Organización Espacial, Territorio, Límite y Defendibilidad

Previo al desarrollo del caso de estudio, es necesario aclarar los conceptos


divergentes de organización del espacio, de territorio, de límite y de defendibilidad entre
la sociedad estadual y las sociedades indígenas pastoriles. Es importante en este punto
distinguir claramente entre organización espacial y territorio. Entendemos que
organización espacial es un concepto más general, útil para referirse a un espacio
diferenciado, anisotrópico, que siempre tiene un orden presente, producto de la
actividad humana planificada y de la cultura que la informa. El espacio organizado
involucra asentamientos y locaciones conectados por líneas y nodos, que conforman un
sistema específico para cada cultura (Rapoport 1994, Aston 1997).

El concepto de territorio es mucho más específico. Se refiere a un tipo o


categoría de espacio organizado, es una clase de dominio cognitivamente definido,
dinámico y cambiante, con reglas particulares de conducta que tienen vinculaciones
sociales, psicológicas y ecológicas. La concepción de territorio varía mucho de acuerdo
a los grupos, y dentro de un mismo grupo a través del tiempo, pero siempre implica
algún tipo de control de acceso a los recursos por parte de individuos o grupos en un
espacio particular. Este control presupone la posibilidad de exclusión, e inclusión y
opera a través de exhibiciones, demarcaciones y/o defensa. Los territorios están
estrechamente ligados a la territorialidad, es decir, a las distintas maneras de conceptuar
el límite, y al diseño y construcción de su defensa 2 . Casimir (1992:20) propone que la
conducta humana territorial es:

“...a cognitive and behaviourally flexible system which aims at optimising the
individual´s and hence often also a groups´s access to temporarily or permanently
localised resource, which satisfy either basic and universal or culture-specific needs
and wants, or both, while simultaneously minimising the probability of conflicts
over them”.

2
La territorialidad entre los grupos humanos, sobre todo cazadores-recolectores ha sido intensamente
debatido dentro de la antropología (para ver síntesis sobre el debate Dyson-Hudson y Smith 1978,
Casimir 1992).

4
Las sociedades estaduales operan a través de las líneas límite, tanto para definir
jurisdicciones administrativas internas (provincias, partidos, etc.), como para delimitar
territorios. En un diseño del espacio de estas características los derechos son
permanentes, hay reglas de adquisición, uso y transferencia de derechos exclusivos y
excluyentes de la propiedad. Como lo que se salvaguarda es la tierra se realiza la
defensa del perímetro.

En las sociedades indígenas móviles, es más frecuente un comportamiento


flexible y la defensa del límite espacial se realiza sólo en algunas circunstancias, por
ejemplo, cuando se defienden recursos escasos o lugares estratégicos. Habitualmente, se
defiende al grupo social que tiene derechos sobre el territorio y no al espacio físico, es
frecuente que no se posean los recursos sino que haya derechos de uso. A esto se
conoce como defensa del límite social (Cashdan 1983, Casimir 1992). Para obtener
permiso para moverse dentro de los territorios y entre ellos es necesario cumplir con un
protocolo que incluye pedido de permiso, anticipación de las intenciones de paso y
acatamiento de la decisión resultante. La noción compleja de etnicidad juega un papel
importante en el grado de conducta territorial desplegado.

La Organización del Espacio Regional

En el caso bajo estudio, el área considerada por el estado como territorio propio,
no coincidió con el área sobre la que tenía un control efectivo. Esto muestra la
distancia entre el territorio real y el territorio ideal. Analizaremos por esto, el
solapamiento que se produjo entre ambos territorios, que resultó ser el área de máxima
tensión, real o percibida.

El diseño del espacio administrativo era una construcción simbólica, ya que no


se controlaba el área al sur y al oeste del Sauce Chico, y tampoco éste actuaba como
límite eficaz, por lo cual fue el espacio de mayor conflicto.

La presencia de las sociedades indígenas en el área era muy importante y


significativa reconociéndose al menos dos situaciones. Por un lado, los grupos pastoriles
autónomos que controlaban sus propios territorios y mantenían complejas vinculaciones

5
económicas y políticas con la sociedad nacional, y por otro los indios amigos que
habitaban dentro del perímetro del partido. En primer lugar, analizaremos la influencia
que los grupos asentados fuera del partido tenían sobre él, y en otro punto,
examinaremos la situación de los indios amigos.

Defensa del territorio y de los límites en la lógica de las sociedades indígenas

El grupo asentado en Salinas Grandes era el que ejercía mayor gravitación sobre
el sur bonaerense y por lo tanto sobre el partido de Bahía Blanca. Pero muchas veces
pesaban, sobre este espacio, decisiones que eran tomadas a centenares de kilómetros de
distancia. Esta amplia red de relaciones de las sociedades pastoriles estaba inscripta
dentro de circuitos económicos de gran escala (Palermo 1986, Mandrini 1994, Villar y
Jiménez 2000). La organización de los malones de 1870 y 1875 que afectaron el sur de
la provincia y que son mencionados respectivamente por Musters y Moreno muestran
esta interconexión (Musters 1991, Moreno 1876). El primero afectó a Bahía Blanca,
mientras el segundo no ingresó al área (Rojas Lagarde 1981, 1993). En estas acciones,
influyeron decisiones tomadas por grupos asentados en el área cordillerana 3 .

Las sociedades pastoriles asentadas fuera del partido, defendían su territorio a


través de dos estrategias, según el tipo de recursos que se protegiera: la movilidad y el
enfrentamiento. Si bien cada grupo reconocía un territorio como propio no se poseía la
tierra, esto hacía que no se defendiera el perímetro, sino las personas que lo habitaban y
algunos puntos por su valor estratégico. En estos grupos la conducta territorial que se
detecta tiene un balanceo ponderado entre dar permiso después de negociaciones más o

3
Respecto al malón de 1870, es interesante observar en el relato de Musters cómo se trató, entre los
grupos del área cordillerana, el apoyo a Callfucurá para invadir el sur de la provincia de Buenos Aires.
Musters relata que cuando su grupo llegó en Febrero de 1870 al campamento denominado Diplaik
(aproximadamente a 800 km de Bahía Blanca), recibieron un enviado de Foyel con un mensaje de
Callfucurá, en el que se comunicaba su intención de atacar a los blancos en la provincia de Buenos Aires
y solicitaba la ayuda de araucanos y tehuelches (Musters 1991:277). Al llegar a Las Manzanas se
celebraron dos parlamentos en los que se discutió, entre otros temas, el mensaje de Callfucurá.
Finalmente se resolvió contestarle a Callfucurá “pidiéndole que limitara sus hostilidades a Bahía Blanca y
haciéndole saber que Cheoeque protegería la orilla norte del río Negro y cuidaría a Patagones por ese
lado, mientras que Casimiro garantizaría el sur...” (Musters 1991: 318).
En cambio, el malón de 1875 no afectó a Bahía Blanca. Moreno relata que, ante la invasión que
Namuncurá realizaría al sur de la provincia de Buenos Aires, “Say-hueque había contestado que si
Namuncurá intentaba invadir á Bahía Blanca ó á Patagones él iría con toda su gente á pelearlo en
Chuilihué (Salinas Grandes)” (Moreno 1876: 192).

6
menos ritualizadas y la agresión abierta. En caso de hostilidad manifiesta, la modalidad
usada en la mayoría de los casos era la movilidad. La defensa de lugares particulares era
poco frecuente, aunque fueran muy importantes y es interesante lo que ocurre en
Carhue y Chilihue con la entrada de 1874 relatada por Salvaire (Hux 1979). En este
caso, la estrategia no consistió en defender el asentamiento, a pesar de su importancia,
sino en usar la movilidad como una maniobra de defensa.

“El alférez Correas...me iba contando cómo en enero de hacía un año, [enero 1874]
cuando acompañara la expedición militar del general Ignacio Rivas hasta Salinas
Grandes, también coronaron grupos de indios armados las cimas de los médanos, al
frente y al flanco, pero nunca quisieron ofrecerles batalla; retrocedieron
constantemente ante nuestros avances, en tanto que las familias y las haciendas las
habían retirado a tiempo. Ante ese vacío, la expedición fracasó y regresamos sin
botín y sin gloria al Azul” (Hux 1979: 58).

Ocasionalmente, se defendían algunos puntos del paisaje o recursos críticos, por


ejemplo localizados o estratégicamente muy importantes, como el caso de Choele
Choel.

“Los bárbaros hicieron siempre una oposición decidida a la fortificación de la isla


desde el reinado de Chulilaquin , en 1782, hasta el de Calvucurá en 1874.
La última vez que Choele-Choel fué ocupada en cumplimiento de un decreto de la
administración del general Mitre, los indios se alarmaron hondamente...” (Zeballos
1958: 265).

Esta flexibilidad en la defensa no implica que no haya habido un control muy


fuerte del territorio, sino que, como parte de la defensa social, lo que se defendía era el
grupo y el control se efectuaba a través de un rígido protocolo para transitar sobre
territorios indígenas. Se pueden observar relatos como el de Musters (1991), en el cual
se registra el protocolo para el tránsito de un grupo indígena en territorio de otra
parcialidad, así como el ejemplo de la visita de Salvaire a Chilihue, en la que se detalla
el protocolo de una comitiva oficial entrando en territorio indígena 4 .

4
La misión que Salvaire realizó a Salinas Grandes en 1875, fue precedida por un intercambio de cartas
con Namuncurá, por el cual acordaron que el cacique le enviaría a su gente para que lo acompañen desde
Azul, lo que ocurrió el 22 de Octubre. El 25 de octubre envió al capitanejo Coñe Luán (Pichón de
guanaco) para que saliera a su encuentro con 18 indios armados, para patrullar los campos y se produjo el
primer despliegue: corrida, embestida, parada en seco, golpear el suelo con las lanzas y grito, corrida del
gualicho, carrera cuatro veces, tendido en línea."..Yo sabía que era el rito religioso para la recepción de
delegados..." (Hux 1979: 51). El 27 de octubre llegaron a Carhué, donde lo esperaba una partida de
indios y ..." a las tres de la tarde salimos del Paso del Carhué, y entonces me sorprendió un nuevo

7
En el área bajo estudio, el espacio al sur y al oeste del Sauce Chico, aunque
formaba parte de la jurisdicción del partido de Bahía Blanca, estaba bajo el control de
los grupos indígenas extraregionales. Esto obligaba a la sociedad nacional a circular por
este espacio con un permiso de paso. Un excelente ejemplo de esto es la carta que
Daniel Cerri le otorgó a Moreno para poder circular al sur y al oeste del Sauce Chico
(hay que recordar que desde hacía diez años el área formalmente era parte del Partido
de Bahía Blanca):

“Por cuanto pasa hasta Río Negro por Roma, Salinas Chicas y Colorado, el señor D.
Francisco P. Moreno en busca de yerbas medicinales; por tanto, se pide al cacique
General D. Manuel Namuncurá y todos sus capitanejos, en nombre del gobierno
argentino, ni impongan impedimento alguno a su marcha ni le hagan ningún daño”
(carta enviada por Daniel Cerri a Manuel Namuncurá el 7 de octubre de 1875.
Moreno 1997:26).

Esto generaba que ese espacio fuera el de máxima tensión, y que por lo tanto
aumentara la percepción de inseguridad que los viajeros tenían en ese trayecto. Para
ejemplificar esta situación, basta mencionar la sensación que Moreno experimentó al
trasponer el Sauce Chico rumbo a Salinas Chicas en 1875:

“Muy de mañana, el 9, salimos para Salinas Chicas, camino mucho más largo y nunca
hecho por viajeros. Como debo acostumbrarme a los peligros, lo preferí al que sale de
Bahía Blanca directamente para el Colorado, el que, sin embargo, ofrece también
peligro. En Bahía Blanca decían que había más que temer en la cruzado por este
último punto hasta Patagones que desde allí hasta Chile, lo que no deja de
halagarme, pues pronto saldrá de la curiosidad.
En este trayecto pasé por el antiguo fortín Romero Grande, paraje muy peligroso por
los indios, los que han dejado rastros de sus pasos en los lanzazos que tienen las
paredes y por estar quemado el techo de la cocina que era de paja y agujereado el del
cuarto que servía de fortín.
Los indios han hecho estos desastres para que los cristianos no se puedan defender ni
ampararse allí. Cuando yo llegué, hacía rato que habían pasado ocho indios, lo que se
conocía por el rastro de las lanzas. En Romero Grande y en Monte Collao es donde

espectáculo. A la izquierda y a la derecha, sobre cada loma, veía dos o tres indios a caballo que nos
observaban y miraban nuestro paso como desconfiando, luego bajaron para acompañarnos también
ellos...” (Hux 1979:58). El 28 de octubre a orillas de la laguna Leufucó recibió un chasque con una carta
de Namuncurá que él contestó hablando de su misión. El mismo día, cuatro indios se lanzaron contra la
carreta y fueron ahuyentados, el 29 de octubre se repitió la escena y un grupo los acosó con pedidos de
"vicios". Llegaron a los toldos de Cañumil y le enviaron una comisión para saludar al cacique y avisarle
de su paso. El 30 de octubre se produjo la ceremonia de encuentro con el cacique Antumil. Llegaron a
los toldos de Tori, un chasqui les informó que debían esperar hasta nuevo aviso. "Parecía un ensayo de
teatro en el vasto escenario salinero. !Y yo que tenía tantas ganas de conocer al famoso cacique! Era una
ceremonia, un rito sagrado, con el cual Namuncurá nos quiso recibir siguiendo antiquísimas costumbres.
Y se le obedecía como a un Luis XIV de Francia. Hasta el terreno a propósito estaba elegido" (Hux
1979:70)

8
los indios atacan a los viajeros y se ven ropas y una que otra cruz que señala la tumba
de algún infeliz asesinado” (Moreno 1997: 71 y 73. El resaltado es nuestro).

Como señaláramos, las sociedades pastoriles también tuvieron incidencia en el


diseño del espacio al este del Río Sauce Chico, ya que establecieron una fluida
circulación desde sus asentamientos hacia el interior del partido. La utilización regular y
planificada del espacio a través de sendas preestablecidas quedó evidenciada, por
ejemplo, en el relato de Moreno, quien en el trayecto que realizó hacia Salinas Chicas
para llegar a Patagones, registró a pocas horas de marcha antes de Nueva Roma
(margen izquierda del Río Sauce Chico) la existencia de paraderos relacionados a estas
vías de circulación:

“A mediodía paramos a almorzar un matambre en un punto donde es el `paradero´ de


los indios, lo que se conoce por los huesos de caballo esparcidos en el pajal y por las
ruinas de dos estancias saqueadas por mis `amigos´” (Moreno 1997:69-70).

El ingreso de partidas y misiones tuvo al menos dos modalidades. Una de ellas


eran las partidas comerciales, tal como las registradas en el Handbook of the River Plate
de 1869:

“Los indios de Salinas Grandes vienen frecuentemente a la ciudad a canjear sus


ponchos caseros y los cueros de animales y plumas de avestruz” (Handbook of the
River Plate por M.G. y E. T. Mulhall Bs. As. 1869, tomo I, secc. A, citado en Rojas
Lagarde 1981: 19)

Otra forma de entrada al área era a través de malones y partidas con distintos
impactos sobre el partido, según la cantidad de indios que ingresaran y al volumen del
ganado que se moviera. De los grandes malones que afectaron el sur bonaerense durante
el lapso estudiado, el del 23 de octubre de 1870 fue el que afectó a Bahía Blanca con
mayor intensidad 5 . También en estos casos las rutas de ingreso y salida del partido
fueron bastantes estables, mencionándose con mayor recurrencia el paso de los
Chilenos sobre el Río Sauce Chico (tanto para entrada como para salida) y el Arroyo
Napostá río arriba (para salida), y el Paso del Ombú en el valle superior del Sauce
Grande (como entrada y salida). Consideramos importante destacar que para este

5
De acuerdo a los documentos publicados en el libro de Rojas Lagarde (1981) se registra en este malón la
entrada de 2000 indios que llevaron un número entre 4000 y 5000 cabezas de ganado. La magnitud
registrada en esta entrada, no se vuelve a observar en las de los años siguientes reportadas en los partes
oficiales.

9
período esta influencia estuvo relacionada también, con la representación que la
sociedad nacional tenía de los indígenas como un peligro permanente para el desarrollo
regional. Son numerosas las menciones de este hecho no sólo entre la documentación
militar y noticias periodísticas, sino también en la correspondencia personal de los
pobladores de la colonia inglesa asentada en el Río Sauce Grande, quienes siempre los
colocaban discursivamente en una posición amenazante:

“realmente no se a dónde va a llegar el país. Los indios van donde quieren. Los
indios son los dueños de la región y de nada vale disfrazar el hecho” (carta de A.
Mildred a E.P. Goodhall, 22 de junio de 1876 citado en Rojas Lagarde 1981: 179).

Defensa del territorio y de los límites desde la perspectiva de la sociedad nacional

La espacialidad planteada por el estado respondió a una estrategia de poder


coercitivo. Se materializó tanto dentro del orden privado como del estatal. En el ámbito
privado las transformaciones incluyeron un incremento cualitativamente significativo de
las solicitudes de tierras en el área rural. Desde el estado, esta estrategia se manifestó a
través de un marcado desarrollo de la defensa del “límite” territorial, con el
establecimiento de una serie de fortines en el valle del Río Sauce Chico, el valle
superior del Río Sauce Grande, y sobre el camino a Patagones. Esta espacialidad de
dominio se expresó tanto en la arquitectura, como en la localización de los
asentamientos y los rasgos. Estas estrategias materiales de ocupación del paisaje
transformaron el uso del espacio, pero también tuvieron un rol simbólico de control y
dominio (Quiroga 1999).

En este lapso se observa un aumento del esfuerzo por establecer con mayor o
menor éxito una línea espacial efectiva. Las autoridades de diferentes jurisdicciones
administrativas (nacional, provincial y municipal) elaboraron estrategias para
establecer límites eficaces con el objeto de excluir y/o restringir el acceso de los
indígenas, aunque esto produjera de hecho la reducción del área controlada. Como
habíamos señalado, no sólo el espacio entre el Río Sauce Chico y el Colorado era un
territorio ideal, sino que también lo era el propio Sauce Chico, y es por eso que en este
período todo el esfuerzo se centró en convertirlo en perímetro defendido.

10
El paisaje rural resultante se caracterizó por una gran complejidad y
diversificación de los asentamientos que pueden ordenarse según sus funciones en
instalaciones extractivo-productivas (estancias), militares-defensivas (fortines) y
comerciales (pulperías). Esto trajo aparejado la expansión de la red de caminos para
permitir la comunicación entre los asentamientos.

1. Instalaciones productivas

En esta etapa, se conformó el mercado de tierras y se completó el proceso de


transferencia de tierras públicas a manos privadas, definiéndose una estructura de
propiedad que en líneas generales perduraría por décadas (Sábato 1989: 17). En la
segunda mitad del siglo XIX, se observa un aumento en la solicitud de suertes de
estancias promovido activamente por el gobierno provincial en virtud del decreto de
1864 que reglamentó la ley del 31 de Octubre de 1855 (Muzlera s.f.:99-101). De este
modo, los valles del Arroyo Napostá, del Río Sauce Grande y del Río Sauce Chico
fueron incorporados al área de ocupación efectiva a través de la concesión de las
mencionadas suertes de estancias (Cernadas de Bulnes 1992, 1994). En 1868 se instaló,
en el valle medio del Río Sauce Grande, una colonia inglesa espontánea, luego del
fracaso de otra de origen italiano (González 1870, Rojas Lagarde 1981) (Figura 2).

En el Valle del Napostá y en la margen izquierda del Río Sauce Chico, se


registraron en 1868 solicitudes de posesión de tierras. En el primer caso, fueron
concedidas suertes de estancia en ambas márgenes hasta la confluencia con el Arroyo
Los Leones, y en el segundo se entregó en posesión el tramo entre Nueva Roma y la
desembocadura sobre la margen izquierda (Díaz 1870) (Figura 1).

El área al sur del Sauce Chico no estuvo incluida es este proceso, salvo algunas
excepciones, entre ellas el establecimiento de Arnold en la isla Verde (Dirección de
Geodesia 1864) y la concesión de la explotación de Salinas Chicas hecha por el estado
provincial a Alvaro Barros en 1878 (Cernadas de Bulnes 1994).

La producción del área rural del partido estuvo ligada mayormente a la


explotación ganadera, especialmente ovinos, siguiendo el estímulo que presentaba el
escenario internacional en este momento. El 99.93% de las tierras del partido estaban

11
dedicadas al pastoreo, con preeminencia del ganado lanar sobre el vacuno (Sarrailh y
Suárez 1971:45).

En el área, la cría de ovejas adquiría un beneficio adicional, tal como lo


expresaba el Informe elevado a la Comisión de la Exposición Nacional de Córdoba en
1869:

“En Bahía Blanca, el ganado lanar, ha sido una palanca poderosa, para el adelanto
de sus campos, pues, á mas de las ventaja de no tener aliciente para los Indios, el
producto de este ramo dejaba beneficios á sus criadores, debido tambien á la via
maritima que ofrecia un medio de transporte barato, comparado con los precios de
flete de los otros puntos de campaña” (Real de Azúa et al. 1869: 22).

La utilización de la tierra para cultivos comprendía algunas hectáreas dedicadas


al consumo local (Real de Azúa et al. 1869). La agricultura tuvo mayores limitaciones
por los condicionantes ecológico-climáticos como irregularidad de precipitaciones,
fuertes vientos, suelos arenosos o salitrosos. Tal como expresaba un vecino de la
colonia inglesa del Sauce Grande:

“Es claro que la agricultura no procede, hay sólo un poco de tierra en la costa del río
que puede ser sembrada. Me parece que la gente en Bs. Ayres no sabe qué clase de
campo es éste y creen que es como el que está cerca de allí, plano, con agua cerca de
la superficie, toda la tierra de lomas aquí, no sirve ni nuca servirá para agricultura.
Podrán cavarse jagüeles para obtener agua para atender ovejas, pero para irrigación
es imposible” (John Walker a Goodhall, citado en Rojas Lagarde 1981:152)

Una característica importante es que las estancias del partido, además de la


función derivada de su actividad económica, funcionaban como unidades defensivas.
En el partido de Bahía Blanca, las construcciones en el área rural eran mayoritariamente
las llamadas casas de azotea con doble función de casa-fortaleza. Esto quedó
evidenciado en el Primer Censo de la República Argentina (1869) que registró en el área
rural del partido 165 casas, de las cuales 106 eran casas azoteas (Real de Azúa et al.
1869). Su función quedaba explicada por los miembros de la Comisión que realizó el
Informe para la Exposición Nacional de Córdoba de 1869:

“....Poco á poco se vió de dos a dos leguas surjir en las dos orillas del Naposta,
buenas casas de ladrillo edificadas todas, mas ó menos, sobre un mismo plano, con
un techo de azotea, ó de media agua y un parapeto y escalera interior para subir.
Han sido otros tantos fortines que con armas de fuego, podian sostener y rechazar
ataques de los Indios. Los interesados edificaron estas habitaciones, haciendo

12
sacrificios pecuniarios, comprendiendo que resultarian en su propia ventaja.... Era
una nueva tentativa para fundar establecimientos fronterizos. La experiencia y los
resultados han confirmado las previsiones y las esperanzas” (Real de Azúa et al.
1869: 21).

De las casas de azotea en el área rural sabemos a través de la documentación que


en 1870 ocho de ellas estaban construidas en la colonia inglesa del Sauce Grande (Rojas
Lagarde 1981: 78-79). En la ocupación del Sauce Chico es posible confirmar por el
certificado de población que, en la suerte de estancia solicitada por José Manuel Arnold,
se había construido una casa azotea, además de haber realizado los otros requerimientos
necesarios para obtener el título de propiedad (un número de 300 cabezas de ganado
vacuno o 1000 de ovejas, pozos de balde y arboleda) (Heusser 1874) 6 . Estas
instalaciones rurales fueron, en el ámbito privado, la manifestación arquitectónica de la
estrategia estadual de coerción y dominio. Desde un punto de vista arqueológico fueron
acompañadas por otro tipo de instalaciones como galpones, ranchos, maquinarias
agrícolas entre otros elementos.

2. Instalaciones defensivas

Desde comienzos de la década de 1870 se incrementaron los trabajos defensivos


con la instalación de varios fortines. Este proceso continuó a lo largo de toda la década
con el objetivo de materializar la línea límite. En 1871 se habían construido los fortines
Nueva Roma, en la costa oriental del Sauce Chico y Romero Grande, en el camino a
Patagones (Murga 1872: 15, Melchert 1873a), que se sumaban al Fortín Pavón próximo
a Paso Ombú, sobre la margen occidental del valle superior del Río Sauce Grande 7 .

A partir de 1876, el Río Sauce Chico formó parte activa del diseño de avance de
fronteras realizado por Adolfo Alsina desde el Ministerio de Guerra y Marina. Alsina
consideraba que los defectos de la antigua línea residían en intentar trazarla sobre la
Pampa abierta, por eso en este momento propuso que

6
Arnold, José Manuel, sobre posesión en Bahía Blanca (1874), Leg. 296, No. 19778. Archivo Histórico
de la Provincia de Buenos Aires (AHPBB).
7
La primer mención del Fortín Pavón se encuentra en una carta que el Comandante José Llano le envía
al Juez de Paz de Bahía Blanca el 11 de Marzo de 1863. Museo y Archivo Histórico de Bahía Blanca
(MAHBB). Luego se registra su abandono y posterior reocupación en 1870 (Rivas 1870:174).

13
“ ... con un pequeño trabajo habría podido utilizarse una buena línea natural de
defensa, que habría guardado, cuando menos, toda la extensión desde Bahía Blanca
hasta enfrentar la Blanca Grande. Para conseguir esto, habría bastado inutilizar
eficazmente los pasos del Sauce Chico: de la Comandancia Gral. San Martín seguir el
Sauce Corto y después el Salado, llenando, con un foso que solo tendría 6 a 7 leguas,
el espacio que dejan abierto aquellos en sus corrientes paralelas” (Alsina 1977: 41).

De este modo, con el objetivo de aumentar la estabilidad fronteriza y el potencial


defensivo, se construyeron una serie de fortines sobre el río hasta el Paso de los
Chilenos, donde se estableció la Comandancia Fuerte Argentino 8 , uno de los extremos
de la zanja propuesta por Alsina (Figura 1) .

En 1876 y 1877, se efectuó la construcción sistemática de fortines, incluyendo el


primer año los fortines Cuatreros, Palao y Borges 9 . Este último, en la cabecera del
Saladillo, además funcionaba como posta y campo de invernada 10 . Para completar la
línea límite se construyó entre el fortín Cuatreros y la costa de la bahía una zanja de “4
varas de ancho por 3 de profundidad y que tiene la longitud de 20 cuadras, tocando en
los mismos cangrejales de manera que la marea llega hasta el mismo fortín” (Cerri
1877:251). Luego fueron construidos los fortines Teniente Farías, General Pirán,
Manuel Leo, y General Iwanowski (Wysocki 1877, 1977:324-325).

A pesar de esto, la eficacia del sistema no fue total. En un parte del Comandante
Daniel Cerri, en el que se informa sobre una invasión ocurrida el 26 de Junio de 1877,
se comunica las causas del fracaso del proyecto defensivo sobre el Sauce Chico:

“Desde Nueva Roma hasta el Fortín Cuatreros yo y todos los vaqueanos de Bahía
Blanca estabamos en la creencia que el arroyo era invadeable y por eso esa parte
izquierda estaba más descuidada” (Carta de Daniel Cerri al Inspector Comandante
General de Armas de la República, Coronel Dn. Luis M. Campos. 27 de Junio de
1877. Caja No. 37, Doc. 14447. Archivo del Servicio Histórico del Ejército) .

En 1878, se fortaleció el límite con la construcción de cinco fortines más, “en la


izquierda de la línea”: entre Cuatreros y Teniente Farías el fortín Coronel Charlone;
entre Farías y General Piran el fortín Martín T. Campos; entre General Pirán y Nueva

8
Este edificio fue originalmente construido en 1871 con forma circular, rodeado de una zanja y elevado
sobre un terraplén. Fue reconstruido en 1876 instalándose allí la Comandancia División Bahía Blanca; en
Dirección de Geodesia de la Provincia de Buenos Aires 1993:71.
9
Carta de Daniel Cerri al Juez de Paz Dn. Pedro Hugony, 20 de Enero de 1877. MAHBB.
10
Carta de Lorenzo Winter al Señor Juez de Paz de Bahía Blanca, Dn. Angel Marcos, 30 de Agosto de
1878. MAHBB.

14
Roma el fortín Julian Portela, entre Nueva Roma y Manuel Leo el fortín Francisco Paz;
entre Manuel Leo y General Iwanowski el fortín General Güemes (Dónovan 1878: 104).

Esta línea tuvo vigencia hasta 1879, año en que se suprimieron todas las
guarniciones de la línea de fortines por ser innecesarias (Winter 1879: 234). En este
momento era urgente el apresto para los preparativos de la campaña al Río Negro 11 .

Es importante para la localización arqueológica de estas instalaciones defensivas


reparar en las formas y materiales con los que fueron realizadas. Existieron tres
tipologías constructivas de fortines en este período: cuadrilátero, triángulo y círculo. En
el área fueron aplicados el primero y el tercer diseño. Los fortines Nueva Roma y Pavón
respondían a la primera tipología, constaban de dos piezas de ladrillos con azotea, con
zanjas y terraplenes (Melchert 1873b:30-31). La excepción fue Romero Grande, que
consistía en una casa con dos piezas de material y azotea circunvalada por una
empalizada de palo a pique de algarrobo y alambres, ya que el terreno arenoso no
permitía la conservación de un foso (Murga 1872:15, Melchert 1873b: 31). De acuerdo
a lo establecido en la Memoria que Daniel Cerri envió en 1877, el resto de los fortines
construidos entre 1876 y 1877 fueron realizados de acuerdo a la tercer modalidad, todos
con planta circular y con los siguientes materiales:

“Todo su baluarte es de piedra, sus zanjas de 4 varas de ancho por 3 de profundidad.


Contiene en su interior dos ranchos, uno de 6 por 7 varas y otro de 5 por 6. Tiene un
alto mangrullo de piedra que desde el se divisa á grandes distancias” (Cerri 1877:250).

Cabe destacar que, si bien existían modelos generales para la construcción de


fortines, su instalación era lo suficientemente flexible como para adaptarse a las
condiciones y materiales existentes. En este sentido, son útiles los ejemplos del Fortín
Romero, en el cual estaban ausentes las zanjas y terraplenes, y de los fortines sobre el
Río Sauce Chico, que utilizaban para el baluarte y los mangrullos la tosca, material muy
disponible en las inmediaciones.

11
Carta de Lorenzo Winter al Juez de Paz de Bahía Blanca, Dn. Angel Marcos, 9 de febrero de 1879.
MAHBB.

15
3. Red de comunicación

Los asentamientos que conformaron este paisaje cultural estaban unidos por
caminos de diferentes jerarquías, a través de los cuales se movían personas y bienes,
entre los que se encontraban los arreos de ganado, el bien económico más importante,
alrededor del que giraba el mayor conflicto.

En el área de estudio, el camino principal estuvo representado por el camino al


Carmen que corría en forma grosera paralelo a la costa marítima, comunicando la
población de Carmen de Patagones con Buenos Aires. La importancia económica de
este camino residía en el traslado de todo tipo de bienes, especialmente los arreos de
ganado en pie desde diferentes puntos de la campaña bonaerense -principalmente
Lobería, pero también Mar Chiquita y Tapalqué entre otros- a los ríos Sauce Grande,
Sauce Chico y a Patagones 12 .

Desde la segunda mitad del siglo XIX, comienzan a multiplicarse los caminos
secundarios con el objetivo de unir las nuevas locaciones militares, las estancias y los
puntos de interés económico con el ejido de Bahía Blanca: caminos a Salinas Chicas, a
Nueva Roma, a Fuerte Argentino y a Fortín Pavón (Díaz 1870, Wysocki 1877) (Figura
2). El estado provincial ordenó el sistema de caminos y comunicaciones a través del
Código Rural de 1865. Esta reglamentación regulaba las categorías de los caminos,
clasificándolos en principales o generales y vecinales, de acuerdo a la distancia y a las
locaciones que unía. De este modo, los primeros –el camino al Carmen en el área- eran
propiedad de la provincia, mientras que los segundos se encontraban bajo la supervisión
de las municipalidades (Provincia de Buenos Aires 1865: 45-46).

Los caminos tuvieron instalaciones asociadas, pulperías, cuya función era


básicamente comercial con venta de mercancías de distintos rubros, bebidas
alcohólicas, alimentos, mercería, tienda, ferretería, enseres domésticos (Mayo et al.
2000) y las postas para el recambio de caballos y alojamiento de viajeros, entre otras
actividades. A través del análisis documental y cartográfico pudieron detectarse
pulperías vinculadas al sistema de comunicación. Por ejemplo, fueron registradas

12
Años 1853-1854 en MAHBB.

16
pulperías en el “Paso Mayor”, en el Paso de Los Oscuros, del río Sauce Grande y en el
vado sobre el Sauce Chico por el que pasa el camino a Patagones (Neumayer 1886).

Defensa del territorio y de los límites entre los indios asentados en el perímetro del
partido

Los indios amigos en el partido de Bahía Blanca -según el Censo de 1869- eran
187, sobre una población de 1472 habitantes. Los miembros de este grupo ocupaban
distintos roles en la organización social y económica regional (Real de Azúa et al.
1869).

Algunos ejemplos muestran su incorporación como propietarios a la estructura


productiva y comercial del área. Se registran al menos tres casos de concesiones de
suertes de estancias. En 1866 Fernando y Juan Linares y Francisco Ancalao obtuvieron
en Arroyo Parejas, terrenos de aproximadamente 2000 has. cada uno (Heusser 1866a,b
y c) (Figura 2). Si bien algunos indígenas como en el caso de Ancalao parecían mostrar
un acuerdo con las formas organizativas del estado nacional, es interesante destacar que
mantuvieron, aún dentro del perímetro, los modos tradicionales para el manejo del
espacio, cuyas prácticas incluían la transhumancia y las instalaciones temporarias. Esto
queda expreso en la diligencia de mensura de Francisco Ancalao, donde además se
evidencia la incomprensión por parte de la sociedad nacional, de las prácticas pastoriles
nativas

“Evacuando el informe que se pide el infrascrito dice a V.E. que D. Andrés Ancalao
nunca ha poblado terrenos en este Partido: que el padre de este, cacique D. Francisco
Ancalao, aunque no haya poblado con estabilidad un terreno, porque siempre ha
ido vagando con su hacienda y pasándose en donde mejor le ha convenido, sin
embargo en la actualidad se halla establecido en un terreno situado sobre el
“Napostá” en donde tiene circa Trescientos animales entre Vacunos y caballares pero
sin ninguna clase de habitación”.(carta del Juez de Paz de Bahía Blanca del 7 de
Noviembre 1864. Solicitud de propiedad en el Partido de Bahía Blanca de Francisco
Ancalao. AHPBA. El resaltado es nuestro).

La sociedad nacional buscaba que estos pastores se sedentarizaran porque la


movilidad resultaba incompatible con su concepción organizativa. La estancia a
Ancalao recién le fue concedida en propiedad en 1868 en "atención á las circunstancias
especiales que militan a favor de aquel en razon de encontrarse siempre en la frontera

17
prestando un importante servicio” 13 ; y cuando los vecinos atestiguaron que desde 1860
había poblado esa fracción de terreno con un número de 400 cabezas de ganado vacuno,
rancho de material, jagüeles y arboleda (Heusser 1866c).

También se han registrado como propietarios de comercios, tal es el caso de José


Varela quien fuera propietario de la “Pulpería de José Varela” en el “Paso de los
Oscuros” y Varela y Linares, dueños de la tienda y almacén “La Unión” en Las
Mostazas 14 , ambos comercios en el Valle medio del Río Sauce Grande (González 1870)
(Figura 2). Lamentablemente no hemos podido hallar descripciones de las instalaciones
asociadas a estos comercios, porque serían rastreable arqueológicamente.

Entre las ocupaciones atribuidas al resto de los indios amigos establecidos en el


área figuran los peones de campo (Claraz 1988:30); guías de caminos (Real de Azúa et
al. 1869, Rojas Lagarde 1981) y los adscriptos al sistema militar. Parte de estos últimos
vivían en las instalaciones militares junto a los criollos superándolos en número, tal
como lo describió Moreno

“Lo que llaman campamento de Nueva Roma es un rincón del arroyo sin foso, donde
se encuentran acampados diez guardias nacionales y veinte indios que duermen al
aire libre sin carpas ni rancho que les resguarde en caso de lluvia. Esta gente está, se
puede decir, en capilla; si a los indios se les ocurre invadir, ninguno se escapa” (carta
de Moreno a su padre, 13 de Octubre de 1875; en Moreno 1997: 70).

Otros vivían en ranchos de paja y carrizo, y -de acuerdo al Censo de 1869- eran
doce los construidos en el área rural y seis en el área urbana. Tal como se expresaba en
el Informe de 1869, su escasa proporción -el 2.5% sobre el total de viviendas del
partido- podría desaparecer “si los indios a quienes pertenecen se fueran a otra parte”
(Real de Azúa et al. 1869:28). Nuevamente hay que destacar la incomprensión hacia
formas organizativas distintas a las propias:

“En el número de improductivos hemos señalado a los indios que viven aquí con
sus familias, y cuyos hombres no tienen sino la obligación de estar a la disposición
de la autoridad militar, recibiendo sueldo y ración de tropa... si de un lado unos
pocos se prestan a los trabajos agrícolas, la mayor parte son perezosos, y podemos
preguntarnos si su presencia es un bien o un mal. No reciben educación alguna, y el
tiempo ha llegado de pensar seriamente en su porvenir, tanto por ellos, como por los

13
29 de Mayo de 1865. Solicitud de propiedad de Francisco Ancalao en el Partido de Bahía Blanca.
AHPBA.
14
Nota que le envió José Varela al Juez de Paz de Bahía Blanca, el 28 de Marzo de 1880. MAHBB.

18
intereses de la población cristiana del partido” (Real de Azúa et al. 1869: 33. El
resaltado es nuestro).

También cabe señalar que si bien este grupo permanecía y realizaba sus
actividades de subsistencia dentro del partido, mantuvieron permanentemente
relaciones con los grupos asentados fuera de él. El sistema de relaciones se muestra
muy flexible, la permanencia de los individuos dentro de los grupos mayores no es
estable, por lo que no se percibe una adscripción geográfica fija. Este movimiento de
personas es descripta en el Informe a la Comisión de la Exposición de Córdoba. y en el
relato de Salvaire. En el primer ejemplo se establece que:

“se mantienen en continua relación con los indios de Salinas Grandes, quienes, casi
todos, son de su mismo orijen, y han llegado de las Cordilleras en la misma época.
Estas continuas relaciones ocasionan robos clandestinos, que han llegado á ser
demasiado perjudiciales para Bahía Blanca” (Real de Azúa et al 1869:33)

Por otro lado, podemos observar en el relato de Salvaire el registro que hace de
este traslado de personas de una locación a otra:

“Estos indios, que no hacía mucho se pasaron de los toldos de Catriel a la obediencia
de Namuncurá -en ambas tribus tenían enlaces de parentesco-, nos mostraron una
alegría tan espontánea que me conmovió profundamente” (Hux 1979: 52)

“Primero llegamos a los Toldos de Cañumil, cacique pariente de Namuncurá quien


por un tiempo sirvió, como indio amigo, con su tribu en la zona de Bahía Blanca
hasta que (en 1870) el comandante J. Llano tuvo la mala idea de saquear y apresar la
tribu conocida. Esto costó mucha sangre, porque Calfucurá salió con dos malones a
vengarla y luego la llevó consigo a Salinas. El valle en que viven es conocido por
Valle de Cañumil”. (Hux 1979: 66- 67)

Esta movilidad dentro del espacio social está estrechamente vinculada a las redes
sociales, especialmente las de parentesco, a través de las que circulaban información,
bienes y personas.

Discusión

En este trabajo hemos intentado abordar el diseño de la organización espacial


del área rural del partido de Bahía Blanca entre 1865 y 1879. Este espacio fue
caracterizado como un área de frontera, esto es, de interrelación entre sociedades
distintas. La perspectiva adoptada propone al paisaje como campo de conflicto. De este

19
modo se observa que la administración estatal, en sus diferentes jurisdicciones
pretendió dominar e imponer su lógica por medio de expresiones materiales de su poder
coercitivo, tanto a través de la arquitectura como de los lugares seleccionados para los
asentamientos. En este lapso, la sociedad nacional aumentó las manifestaciones de
poder a través de dos estrategias: las construcciones militares y las instalaciones
productivas, en un despliegue por establecer un límite espacial efectivo. Los tipos
constructivos utilizados –de interés en este caso- fueron las casas-azoteas y los fortines.
La arquitectura del área rural, no sólo da cuenta de la expansión del proceso de
ocupación, sino que también fue la materialización de una intención de dominio
simbólico.

En este espacio de frontera se establece una multiespacialidad producto tanto de


la complejidad de la interacción entre distintos grupos sociales, como de estos con su
entorno físico. La espacialidad vinculada con la relación entre los actores sociales, sus
necesidades y su entorno físico estuvo condicionada por la tecnología del momento y
por las características ecológicas de la región. En este sentido, los establecimientos
productores y las instalaciones militares sólo pudieron ubicarse en los valles del río
Sauce Grande, del Sauce Chico, del Napostá y de los Saladillos, sectores con una
provisión permanente de agua (ver figuras 1 y 2).

Si bien en el lapso analizado el área estaba bajo el control de la sociedad


nacional, el diseño del uso del espacio manifiesta la presencia de los otros actores
sociales. La espacialidad resultante de la interacción entre las distintas sociedades
produjo que los valles se transformaran en los sectores de mayor tensión, porque
incluyeron la mayoría de los asentamientos permanentes con gran cantidad de hacienda.
El solapamiento de intereses se manifestó sobre todo alrededor del conflicto que la
sociedad estadual y la indígena mantenían por algunos recursos, aunque en realidad
cada grupo cultural no veía como recurso exactamente lo mismo. Desde el punto de
vista nacional, el recurso era la tierra y, a través de ella, la producción de ganado,
mientras que para el sistema indígena el recurso era el ganado. La proximidad de los
asentamientos y las sendas de circulación de las partidas indígenas influyeron para que
los tres valles no tuvieran la misma funcionalidad, por el contrario, cada uno de ellos
tuvo características peculiares.

20
El valle del Río Sauce Grande se encontraba “25 leguas a retaguardia”, bien
adentro del límite espacial defendido, lo que propició un desarrollo productivo intenso.
Por su parte, el Valle del Napostá fue poblado en una extensión de 45 km. siendo el
valle inferior el sector más eficazmente controlado, ya que se encontraba en el interior
del ejido. Ambos valles presentan el menor control militar. Mientras el Río Sauce
Grande sólo tenía una fortificación (Fortín Pavón) en sus nacientes, en el Napostá no
había ninguna. Con respecto al Sauce Chico, todos los esfuerzos de la sociedad nacional
fueron puestos en convertirlo en un límite eficiente, ya que sus vados eran las “llaves”
de acceso al territorio. Su ocupación fue la más defensiva. Esta defensa se materializó
en construcciones, como los fortines o las zanjas (“zanja Alsina” y zanja “Cuatreros”).
Creemos que estas fueron “construcciones” en la doble acepción que en este momento
tiene la palabra. Es una construcción en el sentido de los diferentes tipos de restos
materiales que forman el registro arqueológico; pero también es la proyección material
de un límite mental, que supuso que excluía a quien nunca excluyó, y que funcionaba
como límite sólo si se consensuaba su significado. En términos amplios fueron
ocupadas aquellas tierras más cercanas al ejido de Bahía Blanca, por ser las que poseían
mayores posibilidades de ser defendidas. En cambio, las áreas de mayor productividad -
como las de pie de monte- no fueron incluidas en el proceso de ocupación del espacio
hasta que los indígenas con territorio propio desparecieron como peligro inminente.

Los valles también fueron áreas críticas desde el punto de vista de la movilidad,
tanto transversal como longitudinal. Los valles del sudoeste bonaerense drenan el
sistema de Ventana y están profundamente labrados en terrenos de edad terciaria,
fuertemente entoscados. Si bien los ríos no son demasiado profundos, tampoco es
posible trasponerlos por cualquier punto, sólo por los vados. Por estos vados pasaron los
caminos que interconectaron distintas locaciones dentro del área, así como el área con el
espacio extrarregional. En este lapso, esta red de comunicaciones se fue ampliando de
acuerdo al ritmo del proceso. Pero también fueron las rutas de acceso y salida de las
sociedades pastoriles asentadas fuera del perímetro. Ya dijimos que el ganado era el
bien económico alrededor del que giraba el mayor conflicto. Su traslado se hacía en
forma comercial pacífica o en forma violenta, pero en cualquier caso los ríos fueron un
obstáculo en términos de movilidad transversal, al no poderse franquear por cualquier
lugar, sobre todo con hacienda. Allí es donde se incrementó al máximo la tensión, el
conflicto y la competencia. Por eso en los vados, sobre todo en aquellos que son puntos

21
de intersección con caminos, es donde se observa un proceso de reocupación
permanente, superposición y coexistencia.

En un espacio compartido de esta naturaleza, donde se solapan e interdigitan las


dos concepciones se espera que haya gran variabilidad en los asentamientos, aunque las
expectativas de visibilidad arqueológica de cada uno de estos sistemas son distintas. Los
sitios criollos (en este caso incluimos estancias, fortines, pulperías) tienen gran
visibilidad, aunque muchos de ellos sufrieron saqueos de coleccionistas y pobladores
rurales, y otros se encuentran ubicados en sectores sumamente modificados por el
crecimiento urbano y por la intensa producción agropecuaria. Las instalaciones de los
indios amigos fueron preferentemente hechas en materiales perecederos, por ejemplo
los ranchos de paja- por lo que su visibilidad arqueológica es menor. También influyen
en su escasa visibilidad el limitado número –sólo un centenar- de personas y de
instalaciones. Los movimientos del sistema pastoril asentado fuera del perímetro, sus
sendas y paraderos perfectamente ordenados, tienen más chances de visibilidad aunque
requieren un trabajo de mayor detalle y una exhaustiva exploración documental para
poder determinar su ubicación. No hay duda de que este espacio en conflicto, según las
descripciones hechas por los actores, las entradas y los malones a través de los vados
fueron los eventos más dramáticos y más conmocionantes, aunque al ser movimientos
rápidos (la máxima extensión observada es de un día) las posibilidades de registro son
escasas.

El reconocimiento de algunos aspectos de la organización espacial del área,


especialmente a través de un minucioso análisis cartográfico, permitió realizar
prospecciones sistemáticas que llevaron a ubicar algunas de las locaciones descriptas.

Agradecimientos:
Las autoras queremos agradecer a los organizadores del Simposio, especialmente a R.
Mandrini, por habernos invitado, a Daniel Villar por la lectura crítica del manuscrito y
sus valiosas sugerencias, a Valentina Calvo, Hernán Perriere y Rodrigo Vecchi, y al
Museo y Archivo Histórico de Bahía Blanca y a Emma Vila en particular, por su
valiosísima colaboración. Los planos publicados en este trabajo son reproducciones de
copias heliográficas existentes en el Museo y Archivo Histórico de Bahía Blanca. Se

22
han digitalizado atendiendo a la estructura del reparto de tierras, y suprimiendo las
anotaciones posteriores efectuadas en los planos originales.

[Van las figuras]

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Buenos Aires, La Plata; en Museo y Archivo Histórico de Bahía Blanca. Inv. 115.
El contorno de la costa marítima y la ubicación del área urbana fueron agregados para
facilitar la lectura del plano.

Figura II
Plano de la Sección III. Bahía Blanca.1870. Agrimensor Telémaco González. Nro. 256.
Dirección de Geodesia y Catastro de la Provincia de Buenos Aires, La Plata; en Museo
y Archivo Histórico de Bahía Blanca. Inv. 188.
"...como es su costumbre hacer casi cada año..."
Algunas consideraciones sobre las actividades económicas de los pueblos del Gran
Chaco argentino. Siglo XVIII *.

Carlos D. Paz 1

El territorio del Gran Chaco argentino.

La porción de terreno que conocemos como el Gran Chaco Argentino se


encuentra delimitada por el río Pilcomayo al norte, las costas del Paraná al este, el
pedemonte cordillerano al oeste y por las márgenes del río Dulce al sur. En general se
trata de una región del tipo de la "llanura subtropical que cubre una superficie de
1.000.000 km2" (Teruel 1998: 155), con un clima cálido tropical. En el Chaco central,
ubicado entre los ríos Pilcomayo y Bermejo, se encuentran bosques cerrados donde
abundan, mayoritariamente, las maderas duras; en cambio al sur del río Bermejo
observamos una formación del tipo de la estepa. En las márgenes de los ríos se presenta
la típica selva subtropical -incluso en las riberas del Salado- donde se desarrollaron la
mayoría de las actividades económicas y sociales de los grupos indígenas como la caza,
pesca y recolección. Por este motivo es que en dichos lugares, especialmente en la zona
central del Chaco, se produjo la mayor cantidad de asentamientos indígenas (Vitar
1997: 64).

En cambio si observamos al Chaco de este a oeste, reconocemos tres franjas


climáticas que presentan algunas diferenciaciones. De forma sumaria podemos afirmar
que la parte oriental corresponde al Chaco húmedo y sub-húmedo donde el régimen de
lluvias permite la formación de parques y sabanas de escasa altura. Luego se encuentra
una zona de transición -donde se ubica el famoso "Impenetrable" al sur del Bermejo- en
la que observamos la presencia de bosques. Por su parte en el borde oeste se ubica el
Chaco semi-árido donde se encuentran selvas subtropicales y valles subtropicales
cálidos (Santamaría 1998: 177-178). Esta diferenciación climática se traduce en que,
dentro de este territorio se encuentran amplias diferenciaciones que poseen su correlato

* El presente trabajo es una versión de la ponencia presentada en el Coloquio En los confines de la


civilización.Tandil, 16 al 18 de agosto de 2000. Quiero agradecer los valiosos comentarios realizados por
el Lic. Marcelo Lagos (UNJu), Dr. Erick Langer (Georgetown University, Wasghinton), Prof. Raúl J.
Mandrini (IEHS-UNCPBA) y por el Dr. David Weber (Southern Metodist University, Dallas, Tx.).
1
IEHS-UNCBPA. cpaz@fch.unicen.edu.ar
visible a través de los diversos "nichos ecológicos" o "parches ambientales" que pueden
ser explotados. Dicha explotación se encuentra profundamente ligada a cuestiones
climáticas que, como las copiosas lluvias, condicionan el acceso a algunos bienes
materiales que durante la estación de lluvias quedan bajo las aguas. Las lluvias, en toda
esta región, registran sus marcas más altas entre los meses de noviembre y marzo,
variando desde los 1.300 mm anuales en el este hasta los 500 mm al oeste, en la parte
más cercana a la zona andina.

Por lo tanto, al momento de analizar las actividades económicas de los diferentes


grupos que allí habitaron, debemos de considerar que el acceso a las diferentes materias
primas aprovechables se halla condicionado, tanto por el control efectivo de la porción
de terreno donde éstas se ubican como así también mediante la posibilidad de acceso a
las mismas en la temporada de lluvias. A estos condicionamientos ecológicos debemos
de sumarles las restricciones en la movilidad de los grupos luego de la expansión de la
frontera tucumano-chaqueña, proceso durante el cual se ocuparon algunas porciones de
terreno, de otrora dominio indígena, sumamente rentables por los bienes que pueden
suministrar 2 .

De éste modo es que podemos sostener, a modo de hipótesis, que los indígenas
de la región se verían "forzados" a una constante movilidad que les permitiría un mejor
aprovechamiento de los recursos de la región. La movilidad generada tanto por los
factores mencionados como por algunos conflictos inter-étnicos generados por el
estrechamiento de las porciones de territorio controladas por los indígenas, luego de la
expansión fronteriza de comienzos del siglo XVIII (Herberts 1999; Sušnik 1972;
Vangelista 1993), debe de ser comprendida en el marco de la interacción de los sujetos
con el medio ambiente 3 (Narotzky 1997) como así también por las presiones sufridas en

2
En la frontera este del Chaco también se instalaron establecimientos fronterizos aunque estos no tenían
las dimensiones y la importancia de los asentados sobre el cordón oeste de la Gobernación del Tucumán
Colonial. No obstante, sobre la vera del Paraná, se encontraba -en mayor medida- otra institución clave de
la vida de fronteras que merece ser analizado por separado, como lo son las Misiones jesuíticas.
3
Narotzky (1997) afirma que debemos considerar a los grupos humanos en su relación con el medio-
ambiente como productores de intercambio de energía entre ellos y el entorno físico natural que los
envuelve. Dentro de ese intercambio se encuentran, en un lugar privilegiado, los recursos con que se
cuenta. No obstante no debemos de apreciar como recurso sólo a lo que provee la naturaleza, sino que
también debemos de incluir el conocimiento sobre las posibilidades de explotación que posee un
determinado grupo; éste conocimiento es el que permite el control de los procesos productivos. Para una
mejor explicación del proceso señalado debemos de ahondar aún más en el conocimiento de la antigüedad
de los primeros asentamientos en el área, para poder delinear hipótesis sobre las transformaciones medio-
ambientales producidas, como de las adaptaciones realizados por los grupos mismos.
un espacio geográfico de suma conflictividad. Un análisis que contemple las
transformaciones medio-ambientales sucedidas en un espacio determinado es muy
importante para poder evaluar con mayor claridad y precisión el conjunto de las
transformaciones indígenas. En el caso específico del área del Gran Chaco no contamos
con un estudio de este tipo, no obstante contamos con algunos trabajos que pueden
servir como referente teórico. Un trabajo que hace caso al conjunto de las
transformaciones, tanto del medio ambiente como de los grupos indígenas, es el
desarrollado por Cronon y otros (1992) para el espacio del Lejano Norte Español/ Far
Southwest norteamericano 4 . En el trabajo referido se analizan una gama de temas que
bien pueden brindar referentes para la región del Chaco. Entre los principales tópicos se
encuentra el proceso de contacto inter-étnico entre indios y blancos en el Southwest y la
adaptación de los indígenas a las condiciones ecológicas creadas por la interacción de
las nuevas especies, que Cronon y otros denominan «species shifting» (Cronon
1992:11). En el marco de esa inter-acción es que se da el proceso de aprovechamiento
de las nuevas oportunidades creadas mediante el contacto entre ambas sociedades y sus
formas de aprovechamiento de los recursos naturales que el medio brinda [«market
making», Cronon 1992:12]; ese proceso de contacto, lejos de ser pacífico -pero no por
ello debemos de pensar en un estado de conflicto perrmanente- es testigo de algunos
conflictos inter-étnicos por la ocupación de espacios vitales indígenas por parte de los
colonizadores [«land taking», Cronon 1992:14]. Esta suma de variables denominada
como «boundary setting» (Cronon 1992:15) es una herramieta teórica muy importante
para el estudio de las relaciones entre colonizadores e indígenas en espacios de alta
conflictividad. La categoría de «land taking», a su vez, permite comprender las lógicas
enfrentadas de aprovechamiento de los recursos por parte de los indígenas y los
colonizadores. Mientras que los segundos realizan una explotación intensiva de los
recursos que brinda el medio, los indígenas aprovechan el medio-ambiente de forma
"armónica" como propone Miller (1979: 21); es decir, no sobre explotando las
oportunidades económicas. Esas lógicas enfrentadas de explotación de los recursos es

4
La Historiografía que atañe a la problemática de fronteras posee un amplio desarrollo en Estados
Unidos. Dentro de la multiplicidad de temas que se abordan se encuentra una profunda discusión entre
dos líneas teóricas de importancia sobre como denominar el espacio que en la actualidad ocupan los
estados de Florida, Texas, New Mexico, Arizona y California. Las escuelas historiográficas que mayor
peso tienen en el análisis y discusión sobre este tema en particular son las denomindas como Spanish
Borderlands History y New Western History. En ambas líneas se discute sobre las interpretaciones que se
han realizado sobre el proceso de expansión de la línea de frontera y los resultados de dicho proceso. Un
resumen de la producción historiográfica norteamerica, y de los problemas que se sucitan como correlato
de la discusión misma, se encuentra en Jiménez (1996).
otro indicador que nos permite analizar los conflictos inter-étnicos desde una óptica
renovada.

No obstante lo sugerido, lo que conocemos de las actividades económicas de los


pueblos indígenas que habitaron el espacio conocido como Gran Chaco, hasta en
trabajos de reciente publicación, es una imagen que presenta a éstos cómo simples
cazadores-recolectores (Crivelli 2000; Santamaría 2000; Trinchero 2000). Esto se debe
a que una buena parte de la bibliografía existente aún no posee como interés primordial
desentrañar cuales fueron las principales actividades económicas de los allí asentados, y
mucho menos aún describir, analizar y explicar en que modo los indígenas que poblaron
este espacio realizaron adaptaciones, de tipo económico, que les permitieron subsistir a
los embates de otros pueblos indígenas vecinos, o a las avanzadas de los conquistadores
"blancos", entre los que debemos de incluir a españoles y portugueses 5 .

Las fuentes disponibles para un análisis histórico de los pueblos que habitaron el
Gran Chaco, nos permiten esbozar un mapa de las opciones con que los indígenas
contaban para su sustento material. Si bien la calidad de producción de las fuentes es
dispar, en todas ellas encontramos menciones sobre el territorio y las diversas
transformaciones que los indígenas realizan de las materias primas para lograr su
subsistencia. Variadas son las menciones de la explotación de los recursos vegetales y
animales de la región por parte de los grupos indígenas. Este aprovechamiento de los
recursos permitía a los indígenas lograr su sustento material como así mismo contar con
un excedente comercializable tanto con otras parcialidades, como en las fronteras del
territorio; lo que sin lugar a dudas permitió la consolidación de amplias redes

5
En el momento de analizar el proceso de colonización y conquista del Chaco debemos de tener presente
las diferencias de las políticas implementadas por España y Portugal. Mientras que España se esforzaba
por fundar fuertes y presidios que sirvieran de reaseguro a sus posiciones, Portugal, por su parte, sólo
alentaba las expediciones de exploración del territorio. La mayor cantidad de fuertes y asentamientos
españoles se ubicaron sobre el borde oriental del Tucumán; aunque no por ello debemos de desconocer la
existencia de los fuertes que servían de reaseguro de la frontera de Asunción. No obstante la política
portuguesa cambió sobre los fines del siglo XVIII; ese cambio se tradujo en un aumento de los fuertes
que se fundaron como también en los informes que las comisiones exporadoras redactaron a los fines de
delimitar los límites entre las coronas de España y Portugal. Al respecto Cfr. Requena (1991). Un trabajo
que capta las transformaciones desarrolladas por los pueblos indígenas, en un área de frontera de suma
complejidad, es el de Vangelista (1991). Allí se expone la forma en que dos parcialidades de la "nación"
payaguá se articulan económicamente con los establecimientos fronterizos españoles y portugueses,
adquiriendo bienes -en los primeros- pagados con el oro obtenido en saqueos a las caravanas que
transitaban por las fronteras portuguesas (Vangelista 1991:159).
comerciales en las que bienes e ideas circulaban ampliamente desde épocas tempranas e
incluso anteriores a la conquista misma 6 .

El Gran Chaco, debido a su carácter de espacio fronterizo intermedio, ubicado


entre los territorios controlados por las coronas de España y Portugal, desde épocas
tempranas, e incluso prehispánicas, era circundado por redes comerciales [ver gráfico I];
un claro ejemplo sobre la antigüedad de los contactos comerciales lo constituye el
testimonio que brindaron los guías indígenas que acompañaron a Diego de Rojas en su
expedición de 1543, quienes conocían muy bien las redes fluviales que conducen hacia
el Atlántico y los espacios intermedios (Tarragó 1999: 468). Para el período que nos
interesa, el siglo XVIII, lo que señalan las fuentes y los estudios de tipo histórico-
antropológico sobre los intercambios comerciales pacíficos es que "...respecto de las
relaciones con los indígenas [...] fueron las transacciones comerciales los contactos más
usuales desde antaño; a cambio de los productos tradicionales indígenas (pieles, cestos,
miel,...), los partidarios les daban cuñas, baratijas, algunas ropas, etc..." (Gullón Abao
1993: 231).

6
El proceso de ocupación del Chaco sufrió un vuelco irreversible con la entrada general realizada por
Esteban de Urizar y Arespacochaga en 1710 a los efectos de pacificar las naciones asentadas en el interior
del territorio; para un análisis de las causas que motivaron la entrada, y los efectos de la misma ver Vitar
(1988, 1997). Los efectos más importantes de la mencionada expedición son las paces establecidas entre
los indígenas y las autoridades coloniales. Este proceso de paz establecido ponía un freno a las
actividades que los indígenas realizaban sobre las fronteras. El freno a los asaltos sobre los
establecimientos fronterizos, con la consecuente disminución de los bienes que se podían obtener
mediante esa vía, bien puede haber significado un momento irreversible -al menos en un corto plazo- en
Gráfico I. Rutas comerciales que circundaron el espacio del Gran Chaco durante
el siglo XVIII.

Fuente: Elaboración propia a partir de Socolow (1991) y Santamaría (1993)

Estas redes, desde la colonización, conquista y hasta después de la


Independencia del Virreinato del Río de La Plata, se encontraban bajo el control de
comerciantes españoles, criollos y portugueses. Fruto de las excursiones que éstos
realizaban, tanto comerciales como exploratorias, es que contamos con buena parte de
las descripciones mencionadas con anterioridad. Otra parte del cuerpo documental se
compone de los escritos producidos por los curas doctrineros, primero jesuitas y luego
franciscanos, que se hicieron cargo de las misiones que, a modo de cordón, también
circundaban el territorio. Un tercer grupo de informaciones se compone de las
minuciosas descripciones que realizan las partidas militares que cruzaron el territorio
con el fin de pacificar los ánimos indígenas. Luego de la lectura de las fuentes
mencionadas es que podemos afirmar que los indígenas allí residentes, y algunos sujetos
que se refugiaban en la inmensidad del territorio, contaban con una amplia gama de
recursos; entre los que tenemos que mencionar al marco geográfico, ya que la
"vastedad" del mismo brinda un refugio seguro para quienes se encuentran fuera la ley.

Los recursos del territorio.


Los recursos con que contaban los indígenas, y aquellos sujetos que encontraban
refugio en las «"profundidades" del territorio» (Santamaría 1999) eran numerosos, y

la vida de las comunidades. Un análisis de la percepción de los indígenas sobre los procesos de cambio
entre ellos debemos de mencionar a la amplia gama de especies animales que allí se
encuentran. Al respecto conocemos, luego de la lectura del trabajo de Dobrizhoffer
(1968), que en el Chaco se encuentran más de 70 especies diferentes de animales entre
las que se puede constatar la presencia de tigres, guanacos, vizcachas, liebres, diversas
especies de conejos, ciervos, antas o tapires, variados géneros de monos, nutrias,
avestruces y casi más de un centenar de diferentes aves; de las que se pueden
aprovechar desde su plumaje hasta sus huevos. A éstos cabe agregar la gran diversidad
de recursos ictícolas que proporcionan los ríos, arroyos y riachuelos que cruzan la
región. Entre las especies más conocidas y aprovechadas se ubican la palometa, la
tararira, el pacú, corvinas de agua dulce, bagres, pejerreyes, dorados, surubíes, sábalos y
una gran cantidad de tortugas acuáticas.

Entre las especies vegetales podemos contar, al igual que entre las animales, con
una gran variedad con las que se servían los indígenas. Entre ellas podemos mencionar
lechugas, rábanos, espárragos, cebollas y ajos, diferentes especies de hongos, etc. Las
maderas duras -uno de los tantos bienes preciados del interior del territorio- así como las
plantas silvestres comestibles -los árboles frutales ocupan un lugar importante- y de uso
medicinal, se encuentran también en gran variedad. Del conjunto de las maderas duras
debemos mencionar, entre otras, palo santo, cedro, chañar, nogal, quebrachos, lapachos,
etc. Otras especies arbóreas reconocidas por el uso que los indígenas hacían de ellas,
son la algarroba y el cebil. Con los frutos de estos dos árboles los naturales elaboraban
la chicha, elemento fundamental durante las reuniones estacionales que las diferentes
etnias realizaban y que los españoles y criollos tanto temían 7 . Otros vegetales muy
buscados por la sociedad hispano-criolla por sus propiedades tintoreas, y que se
encontraban en porciones de terreno controladas por los indígenas, eran el añil o índigo,
la cochinilla y un "arbusto anónimo, que sirve para el color verde [además de] raíces de
color rojo y materias tintoreras de color negro" (Dobrizhoffer 1968, I: passim). Por otra
parte, en este territorio se encuentran en estado silvestre varios tipos de cañas dulces

operados sobre sus modos de vida se encuentra en Carmagnani (1993).


7
Las poblaciones ubicadas en la línea de frontera con el Tucumán colonial temían los ataques de los
indígenas en los meses de verano -de noviembre a marzo- ya que durante esta estación los indígenas de la
zona realizaban ceremonias que, por lo general, desembocaban en borracheras que tenían como corolario
ataques sobre los pobladores de la zona. Un sacerdote jesuita anotó en 1762 que "...en el tiempo de sus
borracheras... Luego que comienzan á calentarse con la chicha, traen á la memoria todos los agravios
pasados, y presentes..." (A.H.C.J: s/p) lo que daba lugar a veces a ataques contra los blancos (Vitar 1997:
65) o contra otras parcialidades en el marco de relaciones inter-étnicas cambiantes.
comestibles que también son aprovechables; tanto como alimento o bien para la
elaboración de alguna bebida ritual -asociada a contextos rituales- como el guarapo 8 .

Un recurso vegetal de uso común entre los indígenas lo constituyen las raíces del
cardo llamado caraguatá, de aprovechamiento intensivo en la región. El caraguatá
además de ser comestibles sus raíces, proporciona materia prima para la confección de
artículos de cestería y de redes para la pesca. Al respecto Victorica (1885) afirma que el
caraguatá es "...de grandes hojas rígidas y de bordes espinosos [al que] haciendo una
pequeña incisión al lado de la hoja, y luego tirando, se saca una fibra larga mejor que la
del cáñamo, susceptible de hilar y torcer..." (Victorica 1885: 751), con lo que se puede
contar con un buen recurso de uso ergológico 9 .

8
El complejo ceremonial de la bebida ritual se halla estudiado para otros contextos como por ejemplo los
Andes. El clásico trabajo de Murra brinda muchas sugerencias tanto sobre el contexto de las libaciones
rituales como así mismo de las actividades que preceden y suceden a estos "convites" (Murra 1975). Por
otra parte sabemos que las festividades, en donde el consumo de bebidas alcohólicas forma parte activa,
presentan aspectos sumamente interesantes para su estudio como, por ejemplo, los efectos que causan en
los sujetos y como esa "libertad" de acción que brinda los efectos del alcohol permiten acercarnos a las
percepciones de los indígenas sobre los procesos de cambio (Saignes 1988; 1990). Otro aspecto en sí que
requiere atención es como las festividades mismas expresan una concepción del mundo y la relación que
traban los individuos con él (Platt 1996). Si bien los temas de estudios sugeridos son en su totalidad
reflexiones de quienes se abocan al estudio de la Historia Andina, no por ello debemos de dejar de lado
las líneas de investigación trazadas, asi como los interrogantes que aún quedan por resolver. Tal vez un
punto por demás interesante es el que plantea Platt sobre la supuesta "violencia" que rodea a la fiesta de
las Cruces (fiesta que en el mundo andino boliviano se festeja el día 3 de mayo). En rigor de verdad esa
"violencia" es sólo figurada y representa nada más que una forma de expresar el conflicto social de una
comunidad (la comunidad de Macha), y es a través de esa expresión del conflicto (condenado antes y
ahora por el estado liberal por lo "salvaje" de la festividad en la que no se acaba hasta que haya "muertos"
y "heridos"; lo que en realidad es tan sólo un prejuicio descalificatorio proveniente del desconocimiento
de muchos aspectos rituales) que la sociedad misma se reproduce (Platt 1996: 132-140). La mención de
este problema para el caso del Chaco es puramente un referente metodológico ya que Platt, con su trabajo
e interrogantes, nos permite captar una idea de profunda riqueza, como lo es detener la condena sobre
algunas prácticas culturales propias de los indígenas que pueden aparecer a los ojos de los observadores
occidentales como meras acciones salvajes. No obstante el que no podamos reconstruir la lógica que nos
permita dar una cabal explicación de las acciones indígenas, primero, debemos de recordar que los
historiadores no deben erigirse como jueces de los actos del pasado sino que deben ser quienes aporten
conocimiento (Ginzburg 1993). El ceremonial que sabemos que existe entre los pueblos del Chaco,
estimamos, debe de ser estudiado como un aspecto más de aquella sociedad; tal vez con una mirada
remozada de las fuentes mismas que ya se utilizaron.
9
Si bien somos plenamente conscientes de que la descripción que realiza Victorica sobre la práctica del
uso del caraguatá se basa en lo que observó a fines del siglo XIX, estimamos que el proceso utilizado por
los indígenas para su utilización no debe de haber variado en demasía desde el siglo anterior hasta que
nuestro informante recogió la información. Esta afirmación se basa en que creemos que algunas prácticas
no deben de haber experimentado grandes cambios. No es que adscribamos a un modelo interpretativo
que presente a las sociedades del Chaco como estáticas y poco propensas al cambio. Nuestra propuesta es
que los grupos asentados en el interior del territorio eran profundamente dinámicos en muchos aspectos
como los políticos y los culturales; sin embargo creemos que la forma de explotación de algunos recursos
naturales -como en este caso- no observa el mismo ritmo de cambio como sí podemos aseverar en otros
casos, como por ejemplo en la adopción de nuevas pautas culturales entre las que debemos de contar a la
incorporación de bienes de prestigio provenientes de la sociedad invasora (armas de fuego, atuendos
militares, etc.). "...Admitimos que «las representaciones del tiempo» son componentes esenciales de la
conciencia social, cuya estructura refleja los ritmos y las cadencias que marcan la evolución de la
Como podemos observar, los recursos que brinda el medio y que son
aprovechados por los allí residentes son por demás variados; lo cual contrasta bastante
con aquello de que el Chaco es un territorio inhóspito poblado por moradores tan
hostiles como el mismo medio que los cobija. Al respecto creemos que la carga
ideológica negativa que se proyecta sobre el territorio 10 no es más que un indicador de
los prejucios sobre aquellos que se quería reducir; dentro de ese conjunto se encontraba
el territorio que se quería a su vez controlar para su posterior explotación. Aún a pesar
de esto, sin embargo, algunas fuentes proporcionan algunos indicios del cómo y del por
qué del accionar de los indígenas.

Uno de los tópicos que recorren buena parte de las fuentes disponibles para la
exégesis propuesta hace alusión a que los indígenas se negaban constantemente a
aceptar la política de reducciones 11 . Una de las causas mencionadas, además de la mala
fe aludida por los doctrineros, es que "...su modo de vivir no consiente que vivan juntos
mucho gentio, porque en dos dias acabarian con la caza, pescas, y con los frutos..."
(A.H.C.J.: s/p) del lugar.

La mención anterior es por demás ilustrativa de uno de los problemas mayores al


cual debieron hacer frente los misioneros y todos aquellos empeñados en lograr que los
indígenas abandonaran su ancestral costumbre de "vagar" por la inmensidad del
territorio. Para nuestro objetivo esta referencia es muy sugerente en lo que respecta a la

sociedad y la cultura..." (Weimberg 1982:41) por lo tanto la velocidad en la transformación de las


prácticas mismas debe de evaluarse en una relación de costes-beneficios. Es decir que las prácticas que
con mayor velocidad son alteradas son aquellas que más rápidamente tienen su efecto sobre la comunidad
misma como por ejemplo la adopción de elementos de metal para adosar a las armas. En cambio otras
actividades, por ejemplo la confección de redes para la pesca, no tienen una transformación tan veloz ya
que mientras la funcionalidad-rentabilidad que el objeto brinda no se vea alterada el cambio es
innecesario. Un indicador de la capacidad de transformación misma de las prácticas debemos de buscarlo
en ese «boundary setting» (Cronon 1992:15) que es el que nos permite fundamentar los cambios a la luz
de la inter-acción de las culturas en espacios de frontera.
10
Sobre los discursos elaborados a los efectos de captar y reducir la alteridad de los chaqueños y de su
territorio, confrontar Lois (1999). Para una visión de conjunto sobre este tipo de discursos, véase también
un reciente aporte de Dávilo-Gotta (2000).
11
Los problemas que debieron enfrentar los misioneros durante el proceso de conversión de los "infieles"
es de una riqueza extraordinaria y merecería una mayor atención ya que consideramos que este es otro
tema en sí mismo. A través de la lectura de los juicios descalificatorios hacia los indígenas, estimamos
como posible, se puede dar cuenta de las adaptaciones del mundo indígena que les permitió sobrevivir en
un marco natural que desalentó a más de un misionero. Al respecto conocemos que ante la pregunta de un
fraile, de por qué no ponían mayor empeño en el trabajo, un indígena respondió: "Para qué trabajando
tanto? Cuando comiendo todo eso?" (citado por Teruel 1998 [b]: 114); lo cual nos permite corroborar la
idea de que la riqueza del medio era por demás abundante y que un bajo nivel tecnológico no se condice
necesariamente con una escasa productividad; además de poder captar que la noción de «trabajo»
-entendido como disciplina rutinaria- para los indígenas se asocia con la producción de alimentos.
organización económica de los que allí habitaron. Lo sugerente es que conocemos, a
través del aporte realizado por otros trabajos, que entre otros grupos étnicos se constata
una práctica de lo que podemos denominar “moverse para producir”. Esto consiste en
que algunos agrupamientos humanos poseen una alta tasa de movilidad en espacios
medio-ambientales poco favorables para la subsistencia de grandes concentraciones.
Ejemplos de lo mencionado se encuentran entre los bosquimanos ¡kung (Sahlins 1983)
quienes con su conocimiento de las posibilidades que brinda el “desierto” subsisten
agrupados en pequeñas comunidades. Otro caso, de estudio más reciente pero que arroja
resultados similares a los conocidos para los ¡kung, es el que expone Politis y otros
(1996). Politis, en su estudio de una de las agrupaciones tribales que aún hoy subsisten
en la amazonía colombiana, expone que los Nukak’s presentan una alta tasa de
movilidad que les permite un aprovechamiento intensivo de las posibilidades que brinda
la selva 12 ; lo cual creemos es un fenómeno que podría haber tenido lugar entre los

12
La selva si bien puede ser un medio hostil para aquellos que se adentren en ella sin un conocimiento de
las posibilidades que la misma brinda, por el contrario para los indigenas que habitan en ella -la selva- es
el marco natural donde realizar actividades que permiten su reproducción. En los estudios, de tipo
comparativo con que contamos, realizados por Politis y otros (1997) encontramos que "...la subsistencia
se basa en una economía mixta que incluye la recolección y «manipulación» de vegetales silvestres; la
caza de animales terrestres, arborícolas y aves; la recolección [...] de miel y otros productos derivados de
insectos [...] En los últimos años, a causa del aumento en la frecuencia de contacto con los colonos, la
subsistencia incluye también algunos alimentos obsequiados o intercambiados con éstos." (Politis y otros
1997:183). La extensa mención de este trabajo tiene por fin brindar un marco de comparación con lo que
estimamos puede haber sucedido en el interior del Chaco con el devenir de los años y el contacto con los
colonizadores. A una dieta basada en la caza, pesca, recolección y manipulación de algunas especies
vegetales y animales -al menos algunas especies de insectos de los cuales se propicia su reproducción
mediante el derrumbe de algunas especies arborícoras que, mediante su putrefacción, permitan la
concentración de los mismos- debemos de sumar los animales que los colonizadores introdujeron en el
medio, tal como los vacunos y ovinos para el caso del Chaco. El contacto "violento" con los
colonizadores obligó a las comunidades a ritmar de forma negativa la movilidad espacial; sin embargo,
una tasa de movilidad sobre el terreno permite seguir contando con los recursos que se "auto-generan"
luego de que algún grupo abandona un sitio de asentamiento. Luego de que un grupo se retira de los sitios
de explotación, el piso del sitio queda con una tasa de "residuos" de los productos consumidos que luego
posibilitan el crecimiento de nuevos ejemplares de las especies aprovechadas; tal como se observa entre
los Nukak´s (Politis y otros 1997:188). Esto puede ser constatado para el espacio en cuestión pensando en
que algunas partidas de individuos pertenecientes a un caserío en particular ocupaban parcelas de selva o
monte por algunos días en busca de alimento. Durante ese período consumirían una porción de lo
recolectado en el lugar en el cual se encontraban lo que generaría parches ambientales que serían
aprovechados más tarde. Estos aspectos pueden constatarse mediante excavaciones arqueológicas que
superen el sitio específico como lugar de estudio y que se orienten hacia una arqueología distributiva que
guíe sus estudios a partir de lo que las fuentes indican sobre la movilidad espacial de los grupos. Por otra
parte es necesario encarar estudios interdisciplinarios que permitan no tan sólo constatar éstas prácticas
sino que, a partir del conocimiento generado con ellas, nos permitan poder conocer las porciones de
espacio ocupado por cada etnía en particular y como el mismo varió en el transcurso del siglo XVIII. Esas
transformaciones operadas sobre el espacio permiten dar una imagen mucho más dinámica de las
sociedades indígenas que partiendo desde una perspéctiva co-evolutiva nos posibilita abandonar la idea
de neutralidad del nicho ecológico (Politis y otros 1997:191); constatando la inter-acción entre medio
ambiente y seres humanos que menciona Narotzky (1997). Un estudio como el mencionado permitiría
además comenzar a dilucidar el proceso de constitución de jefaturas de una manera mucho más cercana a
los eventos mismos.
pobladores del Gran Chaco 13 , al menos hasta el momento en que el proceso de
constitución del estado-nacional culminó con un control de la mano de obra y la
consecuente expropiación de los bienes materiales necesarios para la reproducción
material de la sociedad.

Si bien la movilidad de los diferentes grupos étnicos estuvo ritmada tanto por el
conflicto inter-étnico como por los avances y retrocesos de la frontera tucumano-
chaqueña y de las fronteras establecidas por la corona portuguesa, sabemos que existían
porciones de territorio que se encontraban bajo el dominio de los principales de
determindas naciones. Si bien en las fuentes se los presenta como "...nómades por
naturaleza...” (Castro Boedo 1873: 221) también por ellas conocemos que “...sin salir
cada toldería de su respectivo territorio, cambian su residencia de un punto á otro, según
las necesidades que sienten de alimento y de mejor abrigo; [y que] nunca penetran en
territorio de otra toldería, sino con permiso del cacique á que pertenece, ó en
guerreamiento..." (Castro Boedo 1873: 221), lo cual demuestra lo propuesto con
14
anterioridad . Además, mediante esta fuente, podemos bosquejar algunos rasgos de su

13
Retomando el punto de la velocidad de transformación de las prácticas económicas y como algunas
actividades pervivieron durante muchos años entre los indígenas de la región podemos referir a un caso
específico. En el momento en que el Grl. Victorica cruzaba el territorio del Chaco en aras de conseguir un
dominio efectivo del espacio, se presentó ante el militar un principal que decía llamarse Mexochí y el que
al momento en que su gente retornara del monte, en donde se hallaban recolectando algunas especies,
aceptaría reducirse (Victorica:1885:411). El dato de que la gente bajo el mando de Mexochí se encontraba
dentro del monte es un indicio de que las prácticas económicas de recolección perduraron por mucho
tiempo. Incluso Trinchero (2000) sostiene que dichas prácticas se encuentran en vigencia hasta nuestros
días ya que la situación económica de los lugareños los obliga a un aprovechamiento de lo que "brinda" el
monte ya que la situación económica general no les permite una inserción favorable en el aparato
productivo nacional.
14
Con anterioridad hicimos una referencia a los cambios operados en el interior de las sociedades
abordadas. En este punto -sobre los límites territoriales de los cotos controlados por cada principal-
debemos de ahondar en la investigación que nos permita conocer el proceso por el cual se arribo a la
situación descripta por Castro Boedo para los comienzos de la octava década del siglo XIX. Tal vez
debemos de orientar nuestra mirada sobre el rol dinámico que la guerra de fronteras -como uno de los
factores más importantes de la expansión de la frontera agro-ganadero-comercial blanca- jugó en dicha
transformación. No obstante tenemos que tener en cuenta que la intromisión de los colonizadores puede
que haya transformado los mecanismos de control que los indígenas mismos implementaban sobre sus
territorios. La presión generada sobre las comunidades y sobre el lugar en los cuales constituían sus
asentamientos originó que algunos grupos aborígenes se abocaran a la producción específica de algunos
bienes lo que conllevaría a un proceso de especialización económica. Esta afirmación tiene su
contrastación empírica en que la misma fuente señala más adelante el que "...se visitan unas tribus con
otras, y entre una misma tribu tolderías con tolderías significandóse sus respetos, afecciones personales, ó
propósitos de emparentamiento, ó de tratados sobre límites de posesión de pescadéros, cazadéros,
sembradéros..." (Castro Boedo 1872: 223); dada la variedad de especies aprovechables que se encuentran
en el interior del territorio, el grupo étnico que controlara el acceso a determinadas materias primas podría
realizar la especialización mencionada. Un caso de especialización económica lo constituyen los tobas
quienes aparecen en el registo documental como compradores de pieles, a los indígenas del interior del
territorio, para su reventa en Corrientes (Orbigny 1998, I: 337), y a su vez ellos compran lanzas a otras
"naciones" (Orbigny 1998, I: 335). Un aspecto de consideración necesaria en el análisis de los procesos
organización socio-política como, por ejempo, su adscripción a las denominadas
sociedades de jefatura (Carneiro 1982: 45).

Las actividades económicas.

La movilidad espacial de los grupos y la diversidad de recursos que con ella se


logra queda demostrada mediante la siguiente cita documental, "...su alimento varía
según las diversas estaciones del año: en noviembre se alimentan con chañar, acabado
éste tienen algarroba [...] hasta los fines de febrero, después siguen con mistol y
legumbres del monte hasta que se bajen las inundaciones [...] y luego empieza la toma
del pescado [...] aunque vivan ellos siempre en un mismo paraje, sin embargo mudan
frecuentemente de sitio. Cada dos o tres semanas pegan fuego a sus ranchos, y al día
siguiente los hacen de nuevo algunas varas distantes y después de varios meses vuelven
15
al mismo sitio anterior..." (Pellichi 1995: 31) [ver gráfico II]; lo cual contrasta
bastante con aquello de que "...estos Indios vivian en sus tierras como brutos sin mas
cuidado que el vivir..." (A.H.C.H.: 43), y mucho más aún con la ingenua aseveración de
Gullón Abao (1993), para quién"...su principal problema [el de los indígenas] fue la
supervivencia, basada en una tecnología muy simple para la obtención de alimentos"
(Gullón Abao 1993: 38).

Sobre la movilidad espacial de los grupos sabemos que la misma respondía a


formas de aprovechamiento de los recursos de la región, y que "las formas económicas

de especialización son los lazos de parentezco establecidos en las fronteras entre los indígenas y algunos
"blancos". Un caso ejemplificador lo constituye el testimonio de que un hombre de la provincia de
Santiago del Estero, residente en Corrientes, se casó con una hija de un principal indígena para poder
comercializar mejor sus productos (Orbigny 1998, I: 329). Las uniones matrimoniales con sujetos
residentes allende las fronteras son por demás ventajosas para los indígenas; para éstos además de obtener
información del mundo de los colonizadores y algunos productos que, como las armas de fuego, tenían su
comercialización vedada hacia los indígenas, accedían por otra parte a la posibilidad de colocar sus
productos en los mercados de frontera -las pulperías son un buen ejemplo de esto-. Este tipo de comercio
es el que les brinda un excedente económico que luego puede permitir el acceso a bienes a los que sólo se
llega a través del mercado negro que sabemos que existía (Areces 1999; Vangelista 1991). Para una mejor
exposición del proceso de especialización económica de los diferentes grupos debemos de contar con un
mejor conocimiento de los territorios controlados por cada "nación"; este aspecto sólo podrá ser
dilucidado con un mejor análisis de la dinámica de cada una de ellas. Datos de importancia para poder
delinear aspectos como los señalados se encuentran en numerosos documentos que esperan una re-lectura
crítica. Un ejemplo de lo propuesto se encuentra en Morillo (1969-1972) en donde se brindan detalles que
nos permiten constatar las diferentes unidades sociales que se asentaron a lo largo de las costas del
Bermejo.
15
Si bien la descripción que realiza Pellichi es de un período en el cual la conquista del territorio ya
estaba bastante avanzada, creemos que la misma es muy clara a los efectos de brindar un cuadro de las
alternativas económicas que los indígenas aprovechaban.
prehispánicas estaban por completo vigentes en el Chaco del siglo XIX [en donde] el
nomadismo chaquense era una movilidad programada en pos de recursos definidos que
se presentaban en distintos lugares en diferentes momentos." (Crivelli 2000:161). Si
bien coincidimos con lo que afirma Crivelli, en cuanto a las prácticas económicas, no
estamos de acuerdo con que "...las escaseces [...] eran frecuentes, ya que la economía
era de subsistencia y sólo se almacenaban alimentos (pescado seco, maíz y productos de
la recolección) por períodos cortos" (Crivelli 2000:162).

Nuestro desacuerdo con Crivelli se fundamenta en lo que creemos es un análisis


que se realiza desde una interpretación simplista de las fuentes. El que los indígenas se
apersonen en los asentamientos fronterizos solicitando "dádivas", esto no significa que
la situación real sea la aludida. Sabemos que los indígenas conocían muy bien los
intersticios de la política colonial (Vangelista 1991) y como eso bien podía ser
aprovechado para conseguir algunos bienes. Por otra parte, su acercamiento a las
misiones reduccionales en busca de la "piedad" de los doctrineros permite captar como
la misión es aprovechada como un recurso económico más del espacio y como la misma
es subervertida, como en el caso de los chiriguanos (Saignes 1990), en su favor; aspecto
que se nos aparece como la corroboración empírica del conocimiento de la vida de
frontera. A lo que tal vez debamos de sumar lo que Weber denomina como la "profesía
autorrealizante" (Weber 1992:107), es decir que los misioneros mismos no creían que
los indígenas pudieran abandonar el estado de "salvajismo" en el cual se encontraban; a
lo que el "donativo piadoso" de algunos bienes ayudaría en alguna medida. Pero no por
todo el discuro elaborado en torno a la "falta de genio", "haraganería", "belicosidad",
etc., debemos de dejarnos de cuestionar constante esos discuros en tanto que los mismos
constituyen una representación de una sociedad que descalifica a otra durante el proceso
de control de la alteridad.

La afirmación precedente de Crivelli, estimamos, es propia de quienes no


ahondan en un estudio de las actividades económicas de los indígenas y como éstas les
posibilitaban su reproducción como sociedad. Claro que nó por no coincidir con el
enfoque de las carestías de alimentos vamos a negar que las mismas existían. No
obstante debemos de reconocer que lo que puede haber sido caracterizado como carestía
por los observadores occidentales bien puede haber sido un estandar de alimentación
para los indígenas, e inclusive para aquellos sujetos que moraban en el interior de los
rancheríos indígenas 16 .

El aporte más significativo de la descripción que brinda el juicio de Pellichi,


citado con anterioridad, es que mediante los ciclos estacionales propios de la región, las
diversas naciones indias -al menos las que se encontraban un poco más aliviadas de la
presión del cerco colonial y su "borde violento" (Ferguson-Whitehead 1992)- lograban
articular su sistema económico con las variaciones estacionales, asi como con el trabajo
en haciendas próximas a la linea de frontera (Santamaría 1998). Esto les permitiría, no
sólo, obtener un mayor acceso a diversos bienes sino que, por otra parte, la
diversificación misma que proporciona la explotación alternada de variados espacios
disminuye las posibilidades de hambrunas ya que las fuentes alimenticias no se
encuentran concentradas en un espacio geográfico acotado.

Otro aspecto de singularidad notable lo representa aquella mención de que


"pegan fuego a sus ranchos". La mención sobre la "destrucción" de sus ranchos,
mediante el uso controlado del fuego, nos permite suponer que ésta actividad se ubica
dentro de los sistemas de explotación denominados como de "tala y quema" que
posibilita un mejor rendimiento de los suelos. Además la roza permite modificar la
distribución natural de los recursos propiciando la alteración de la tasa de reproducción
de algunas especies por sobre otras; beneficiando el crecimiento de aquellas que los
indígenas aprovechan en mayor medida.

Retomando las menciones sobre la variedad de alimentos que podían obtener los
naturales debemos de mencionar que muchos de ellos se aprovechaban en el estado que
los provee la naturaleza. Un caso de lo propuesto es lo obtenido mediante la pesca,
actividad que nos permite constatar algunas prácticas entre las que se cuenta la división
sexual del trabajo, además de procesos productivos que permiten una conservación de lo
obtenido.

16
Sobre la multiplicidad de sujetos no pertenecientes a las comunidades indígenas pero residentes en el
seno de las mismas poseemos variados testimonios, para un análisis de aquellos sujetos Cfr. Santamaría
(1999).
La división sexual de las tareas es un rasgo que se encuentra presente entre los
habitantes del Gran Chaco, y que enriquece aún más el conocimiento -así como el
conjunto de interrogantes- que poseemos de las diferentes naciones. Este rasgo era
inculcado en los niños desde temprana edad. Al respecto sabemos que "...Mientras que
estan en la infancia, si es varon, le ponen en la manesilla un arquito con su flechita, y
quando ya empieza a andar, la Madre cogiendole las manos se (lo enseña a) 17 disparar.
Y si es hembra le ponen un canterito de quatro dedos con su hilo [...] y quando la Madre
va por agua con su cantaro, va ella con el suyo..." (A.H.C.J.: 251).

Esta división genérica de las tareas continua durante toda la vida de los
chaqueños. Sabemos de las mujeres que, "...Ellas han de ir por el agua, por leña, hazer
el fuego, cocer, servir la comida. Ellas hande ir â cavar raizes para comer, â cazar
animales pequeños, â coger fruta, â recoger la algarroba [...] Ellas hande hazer, y servir
la chicha en sus borracheras..." (A.H.C.J.: 256) y "...Quando mudan de un sitio â otro la
rancheria, parece increible lo que hazen cargar â las Mugeres, porque ellas hande llevar
en solo su caballo todo lo que hai..."(A.H.C.J.:257); dejando para el sexo masculino las
tareas más relacionadas con la caza y la pesca que bien pueden resultar como tareas en
las que el conjunto de los hombres se prepara para la guerra.

La mencionada división de tareas se pone de manifiesto, por ejemplo, en el


proceso de fabricación de las redes de pesca. Mientras que las mujeres confeccionan las
redes, luego de haber terminado las tareas de recolección, los hombres son los que
llevan a cabo la tarea de la recolección de los peces mientras que las mujeres son las
encargadas del secado. Al respecto conocemos que una vez obtenida una buena cantidad
de pescado "...los indios del Chaco siempre preservan el pescado cocido o seco y en la
estación de pesca [entre diciembre y mayo] generalmente se encuentran en las casas
grandes acopios de pescado seco..." (Karsten 1993: 46), a modo de reserva alimenticia
para ser consumido durante la estación seca.

Otra actividad que les permite subsistir es el consumo de "...maíz, calabazas,


sandías, y melones que siembran..." (A.H.C.J: s/p), lo cual también contrasta con las
aseveraciones que presentan a los indígenas como brutos que no poseen más cuidado

17
Casi ilegible en el texto original.
que el vivir; una idea que aparece constantemente en casi la generalidad de las fuentes y
más de una vez sostenido en algunos trabajos académicos. No obstante la mención que
se hace de sembradíos es por demás sugerente. A partir de ella, y contrastándola con
otros informes podemos aseverar que entre los aborígenes de la región se encontraba en
uso una agricultura del tipo de tala y quema que permite un mayor aprovechamiento del
suelo luego de los desmontes. Al respecto el misionero jesuita José Jolís (1972), quién
desarrolló su labor en el Chaco salteño, informa que las condiciones medio-ambientales
son por demás favorables para el desarrollo de variados cultivos ya que, "...se trata de
un terreno virgen no cultivado antes, cuya fecundidad acrecientan el heno y las hojas de
los árboles que se pudren o bien sus cenizas cuando las queman los Bárbaros, como es
su costumbre hacer casi cada año..." (Jolís 1972: 85). De esta manera algunos cultivos
como el del "...maíz sobre todo como [el] propio del País [del que] se pueden hacer tres
o más [cosechas] en un año, como acostumbran los Bárbaros [y] lo mismo sucede con
varias clases de zapallos y melones..." (Jolís 1972: 86); además de otros "...cultivo[s]
que hacen los Indios [como son] la Achira, las Papas, las Batatas o Camotes [...] la
Mandioca, el Maní o Madí y los Yacones..." (Jolís 1972: 94) y todo ello "...sin gran
fatiga ni trabajo..." (Jolís 1972: 92).

Por supuesto que ésta forma de aprovechar los recursos naturales no parecía la
más apta a los ojos de cronistas y viajeros naturalistas que recorrían el territorio. Por
ejemplo Alcide D´Orbigny, en su recorrido por la zona a comienzos de la tercera
década del siglo XIX, observó que "... viven cerca de las corrientes de agua, donde
construyen cabañas que varias familias habitan juntas, crían rebaños de caballos, vacas
y carneros. Cuando las aguas se retiran de los terrenos próximos al Bermejo o de los
pantanos del Chaco, siembran maíz, calabazas y algunas legumbres..." (Orbigny 1944:
290); aunque afirma que “..la agricultura [era] -desconocida [entre] las naciones del
Gran Chaco- [y aún] estaba en pañales [...] para quienes, hasta hoy, voltear árboles,
prender fuego, escarbar la tierra más fértil y recolectar constituyen todo el arte
agrícola..." (Orbigny 1944: 135). La descripción que realiza de las “artes agrícolas” es
más que elocuente para poder determinar que se trata de un sistema de cultivo de tala y
quema el cual, por otra parte, se complementa con el aprovechamiento de la capa de
limo que se hace presente en las retiradas de las aguas.
Por otra parte también debemos dejar en claro que entre las especies cultivadas
por los indígenas y las que son aprovechadas tal cómo se las encuentra en el medio
ambiente, se ubica un escalón intermedio. Este estadio se encontraría compuesto por
aquellas especies que los indígenas aprovechan mediante la manipulación de las mismas
sin llegar a las modificaciones fenotípicas que supone la domesticación. Por lo tanto
podemos proponer que las naciones que poblaron el territorio habrían contado, hasta el
momento en que la sociedad colonial llevó adelante la irrupción masiva en su territorio,
con este tipo de adaptaciones medio ambientales para su subsistencia. Podemos
proponer que entre estos etno-grupos existiría la posibilidad de contar con productos
vegetales que se encontrarían siendo manipulados por los indígenas. Si aceptamos que
"...el cultivo comprende una serie de actividades que modifican el entorno físico natural
fomentando el crecimiento y desarrollo de una o más especies de plantas..." (Redman
1990: 125) pero también reconocemos la operatividad de la idea de que algunos
productos podrían ser explotados "...sin llegar a una modificación fenotípica de las
especies, [y donde] se transforma su distribución natural y se la concentra en
determinados sectores de la selva..." (Politis y otros 1996: 156), entonces estamos frente
a una sociedad que ya no se encontraría en el simple estadio de la recolección pasiva de
alimentos. Nos situaríamos ante una sociedad que cambiaría de ubicación espacial, en
determinadas épocas del año, ya que estaban "obligadas" a "moverse para producir" tal
cual lo sugieren (Politis y otros 1997); punto que también concuerda con lo que las
fuentes documentales aportan y que conocemos para otros espacios.

No obstante, debemos de tener en claro que no todos los grupos étnicos tendrían
las mismas posibilidades de explotación de recursos como, por ejemplo, la cría de
ganados. Sin embargo estimamos que la base agrícola debe de haber sido común a las
diferentes naciones al menos hasta el momento en que la presiones fronterizas obligaron
a que algunas de ellas quedaran circunscriptas a un espacio geográfico acotado. Esto,
por otra parte, nos conduce a pensar que las condiciones estructurales medio-
ambientales no homogeinizan a los grupos en sus prácticas singulares, y que en el
análisis de su estructura económica debe de estar presente tanto los corrimientos de la
línea de frontera como las variaciones climáticas de la región y el acceso a ciertos
bienes posibles de ser comercializados en los diferentes mercados. A esta suma de
variables debemos de agregarle que la posesión de amplios "nichos ecológicos" aptos
para el desarrollo de actividades de recolección de algunos elementos, sí permite
suponer la manipulación de algunas especies y el aprovechamiento de algunos
sembradíos como también la explotación de ganados; ya sean propios, resultado de
robos en los puestos fronterizos o bien obtenidos del comercio con otros pueblos nativos
(Palermo 1986). Por lo tanto el control de espacios productivos es vital para la
supervivencia de las comunidades; además, conocer y determinar esos espacios es un
paso necesario para el conocimiento de cada nación y el proceso de especialización
económica

La explotación de ganados.

Con respecto al robo de ganados, todos los informes, crónicas y estudios sobre el
asalto y saqueo de los establecimientos fronterizos coinciden en mencionar que estas
incursiones tenían lugar, mayoritariamente, durante los meses de verano -de noviembre
a marzo- que coincide con la temporada de lluvias anteriormente mencionada. En una
región donde la inclinación del terreno se presenta, de noroeste a sudeste, en una
proporción de 1 metro cada 5 kilómetros aproximadamente; sumándosele "...el caudal
de aguas vertidas por los contrafuertes orientales de los Andes, desde los grados 18 a 23
[es que] puede decirse que todo el Chaco es del dominio de las aguas..." (Fontana 1977:
49;67); por lo que varios de los recursos alimenticios que con anterioridad, al
corrimiento de la frontera, se podían obtener en las áreas libres de inundaciones, ahora
ya se encontraban en las tierras ocupadas por haciendas, obrajes y trapiches. De ésta
forma los indígenas suplían la falta de algunos alimentos con carne de ganado vacuno 18

18
Con respecto al ganado vacuno, un documento citado por Vitar (1997: 68; Descripción del Gran Chaco,
1775, Anónimo) menciona que "...cuando pueden robar vacas no sólo las comen sino que las consumen
en breve tiempo por no tener cría de ellas." Esta afirmación se la realiza de forma extensiva para todas los
grupos étnicos del Gran Chaco, con la excepción de aquellas etnias calificadas como «indios amigos» o
«indios de a pie» como los lule y los vilelas. Para realizar un mejor análisis de las actividades ganaderas
de los indígenas no debemos de olvidar la clasificación dicotómica de indios enemigos/indios amigos.
Éstos grupos debido a que estaban asentados en el pedemonte cordillerano y en profundo contacto con las
haciendas de la zona, podían acceder de forma más rápida a stock´s de ganado y comercializar una parte
de los animales en las haciendas de la zona; por todo ello no vemos razón para seguir sosteniendo la
afirmación de la incapacidad de los otros grupos (los indios hostiles a quienes se los indentificaba con la
posesión de caballadas) para lograr un stock de ganado vacuno o lanar. Nuestra propuesta se inclina más a
pensar en un uso diferenciado de los ganados, en virtud de los diferentes modos de concepción de
patrones alimentarios -recordemos los tabúes que sancionaban el consumo de algunos alimentos en
determinadas épocas del año por ser perjudiciales para la salud-, o simplemente por la imposibilidad
medio ambiental de soportar grandes cantidades de bio-masa animal a lo que debemos sumar la variable
de las enfermedades propias de los ganados en zonas donde los terrenos húmedos abundan. Por otra parte,
la explicación del por qué no de la incorporación de ganado mayor en la vida de las comunidades tiene
que tener en cuenta las limitaciones estructurales del medio ambiente que posibilite, no sólo la
reproducción de los ganados sino que éstos no entorpezcan el desarrollo normal de la comunidad. Para
robado. El robo de ganados en las estancias, al igual que en el espacio de la campaña
rioplatense, comenzó cuando el ganado cimarrón que existía en las inmediaciones de los
asentamientos indígenas empezó a extinguirse; ocasionando enfrentamientos entre los
hacendados y los aborígenes (Vitar 1997: 88). Al respecto, durante los primeros años de
su labor misional entre los abipones, Dobrizhoffer (1968) menciona que "...en aquellas
inmensas planicies eran infinitos [los] grupos de potros salvajes que captura[ban] sin
ningún trabajo y sin que nadie se oponga..." (Dobrizhoffer 1968, II: 18). Situación que
sufrió un cambio cuasi radical al momento de expansión de la frontera agro-ganadero-
comercial en la frontera tucumano-chaqueña.

La estación lluviosa es una época del año en la que no sólo se perpetran ataques
a los puestos fronterizos y en la que como corolario se observan denuncias de robos de
ganado y captura de personas destinadas al cautiverio. La estación lluviosa, otro recurso
natural aprovechado por los naturales, supone un par de ventajas adicionales en favor de
los "chaqueños". La primera de ellas es que "...los indios se hallan persuadidos [...] de
que los cristianos no podían entrar en sus campos durante el período anual de las
crecientes..." (Fontana 1977 127). Recordemos que ya el Padre Dobrizhoffer (1968)
mencionaba que los indígenas escogían para su residencia lugares que estuvieran
protegidos por aguadas ya que de éste modo "...allí nunca los podrían oprimir con
insidias. Y pensaron que esta dificultad para cruzar[las] demoraría a los españoles que
fueran llegando y sería para ellos una defensa [ya que en estos sitios] de ningún modo
podían temer la súbdita llegada de los españoles..." (Dobrizhoffer 1968, III: 121-122).
Además los indígenas eran muy conscientes de los problemas que la estación lluviosa
les causaba a quienes intentaran perseguirlos hacia el interior del territorio, ya que las
cabagalduras se enfermaban con facilidad y las armas de fuego 19 no funcionaban
adecuadamente.

confrontar un análisis comparativo sobre los usos diferenciales del ganado entre la sociedad hispano-
criolla y la nativa, cfr. Ortelli (1999).
19
Uno de los temas recurrentes en la literatura de frontera para los comienzos del proceso de ocupación
del Chaco es el temor que los indígenas experimentaban hacia las armas de fuego por más que éstas
estuvieran fuera de uso o deterioradas al punto de ser completamente inútiles. Esta mención de la
cobardía de los indios y su poco genio es otra de las tantas formas de justificar su conquista. Más que falta
de valor la decisión de no enfrentar a grupos armados, aunque éstos sean numéricamente inferiores y poco
disciplinados, sugiere sentido común de no pretender víctimas mortales durante los ataques. Un dato por
demás esclarecedor es que, por ejemplo, los abipones "...deliberaban sobre la conveniencia de pelear..."
(Dobrizhoffer 1968, III: 9) o bien tenían en cuenta la oportunidad de conceder treguas o retirarse
raudamente del tren de combate. En cuanto al miedo que les causaban las armas de fuego Dobrizhoffer
señala en un primer momento que: "...un solo fusil vale más que diez lanzas entre los bárbaros..."
Las reuniones estacionales.

A todos estos problemas debemos agregar que en la estación de lluvias se


presenta entre los chaqueños la realización de las borracheras rituales que tanto temían
los españoles. En el marco de esas "...chupandina[s donde] jamás las mujeres se
mezclan con los hombres..." (Castro Boedo 1872: 223) es cuando "...se visitan unas
tribus con otras, y entre una misma tribu tolderías con tolderías significandóse sus
respetos, afecciones personales, ó propósitos de emparentamiento, ó de tratados sobre
límites de posesión de pescadéros, cazadéros, sembradéros..." (Castro Boedo 1872:
223), o también cuando se conciertan alianzas multi-étnicas para hacer frente al
conquistador; ya que, "...cuando está[n] más grave[s] de la cabeza con el licor entonces
salen los agravios que han recibido de los españoles..." (Carta del Padre Andreu al
Procurador General de la Compañía de Jesús, citado por Vitar 1997: 82). Al respecto
Jerónimo de Matorras expresa que "...duran estas fiestas hasta que se concluyen sus
bebidas, y pocas se acaban sin que haya entre ellos heridos y muertes..." (Matorras
1969-1972: 297-298) 20 .

La concertación de reuniones estacionales, donde la bebida ritual ocupa un lugar


importante y que merece ser analizado en profundidad -y por separado-, pone de
manifiesto que entre los diferentes etno-grupos existía una fluída comunicación.
Podemos sostener, a modo de hipótesis, que en dichas reuniones -tal como lo afirma
Castro Boedo- se llevaban a cabo discusiones sobre aspectos "legales" referidos al
derecho de posesión de algunos núcleos productivos; punto el cuál nos permite suponer

(Dobrizhoffer 1968, III: 259) debido al miedo que los naturales experimentaban tan sólo ante las
detonaciones. No obstante cuando el mencionado autor quiere exaltar las "bondades" de una de las
parcialidades de la nación abipona y demostrar el "genio" de los nativos expresa: "Yo aprendí por la
experiencia de muchos años que muchos indios no deben ser temidos porque temen a un solo fusil
[aunque] si no ven que alguno de los suyos muere, dejan de temer al solo ruido de los fusiles..."
(Dobrizhoffer 1968, III: 325-326). Este tipo de comentarios donde la ambigüedad se halla presente es un
rasgo típico de la obra del misionero austriaco; para un análisis de la mencionada obra y de los principales
temas que aborda, cfr. Armando (1994). Por otra parte el análisis de las sociedades en cuestión aún espera
un estudio que determine la real dimensión de los ataques sobre los puestos de frontera. Un conocimiento
de la cantidad de asaltantes intervinientes en las acciones nos permitirá delinear distintos tipos de
acciones económicas violentas denominadas como malones; la mayor o menor cantidad de hombres
pondrá de manifiesto no tan sólo la magnitud de las sociedades en cuestión sino que una vez que, con
estudios de carácter medio-ambiental, podamos establecer los límites medio-ambientales mismos de las
sociedades, podremos ver en las grandes concentraciones de asaltantes una respuesta más a las
necesidades suscitadas.
20
Sobre el carácter "violento" de las festividades indígenas volver sobre lo sugerido en la nota 6.
que entre los indígenas del Chaco se observa una distinción entre los bienes de acceso
público y los privados.

Nuestra propuesta posee como asidero el conocimiento de que algunos grupos


étnicos construían cercos para sus cultivos. La construcción de cercos es un dato por
demás interesante que aparece mencionado en variadas fuentes. Su utilidad era para
protegerlos de los animales depredadores; una de las cualidades que los hace llamativos
aunque, hay una posibilidad de especulación con respecto a su fin último. En una
sociedad basada en el trabajo comunal, y donde se constata una división sexual de las
tareas, tal como conocemos para el espacio en cuestión, ¿sería posible pensar en la
posibilidad de que el cercado denotara la existencia de un ámbito "privado" que daba
lugar a diferenciaciones sociales? El interrogante surge de pensar en un modelo de
organización similar al que encontró Malinowski (1995) en las islas Trobriand donde la
propiedad de lo producido era de tipo comunal pero que se encontraba resguardada y
bajo el cuidado de individuos específicos que apartaban para sí parte de lo producido.
Por lo tanto, parecería válido proponer, al menos como hipótesis, esta comparación,
sobre todo luego de constatar la existencia de tareas específicas asignadas a distintos
miembros de la comunidad. Por otra parte, la práctica del cercado también puede
consistir en un mecanismo técnico-operativo tendiente a una mejora en la producción de
alimentos. Dentro del proceso referido podemos establecer que, al igual que entre los
cultivos, existe un cierto escalonamiento donde, constatamos la presencia de recursos de
libre acceso hasta los de propiedad comunal contando con una tercera calificación como
los serían los de propiedad privada.

Aquellos bienes de acceso libre no necesitan una mayor aclaración conceptual


ya que se encontrarían conformados por los bienes que todos podrían tomar sin
restricción. No obstante es muy interesante la propuesta de Narotzky (1997: 26-27) al
separar los estrictamente pertenecientes a la propiedad privada de aquellos de propiedad
comunal. Entre éstos últimos se ubicarían aquellos que sólo pueden ser tomados por los
miembros de una determinada "nación" o bien tan sólo por una parcialidad de la misma;
lo que determinaría la inclusión o exclusión de algunos sujetos del cuerpo social. En
cambio los de estricta propiedad privada serán todos aquellos bienes que sean
producidos por un individuo o grupo de individuos pero que sobre ellos exista cierta
restricción en el acceso (Narotzky 1997: 26-27), como ocurre, por ejemplo, con cotos de
caza o lugares donde se obtienen algunos productos vegetales, que se encuentran bajo el
dominio legítimo de algún principal al que se debe consultar para el desarrollo de las
mencionadas actividades. Además debemos de tener en cuenta que los bienes de difícil
acceso pueden constituir un valioso aporte en la consolidación de una posición de
prestigio mediante la redistribución de los mismos. Entre estos productos podemos
contar a los tejidos además de otros bienes que puedan enumerarse entre los elementos
denotadores de prestigio 21 .

Por otra parte es muy importante el dato que nos informa que los indígenas
discutían sobre "aspectos legales" de su vida intra-comunitaria, lo cual refuerza lo que
algunas fuentes señalan. No obstante esto debemos de recordar aquello que marca
Carmagnani (1993) en cuanto a que en determinado momento los indígenas captan que
se encuentran en un punto irreversible de su propia Historia. Este aspecto creemos que
puede ser mejor visualizado a través de una descripción, explicación y análisis de las
borracheras rituales estacionaras. Por lo que las fuentes informan -Jolís y Dobrizhoffer
son casi contemporáneos en sus observaciones, y Matorras es un tanto más tardío- éstas
son una forma más de expresión de la identidad. Esta identidad -construída en
contraposición a los valores de aquellos que invadían el Chaco- bien puede ser
expresada en aquellas reuniones, y las reuniones mismas ser el vehículo por el cual la
identidad cobra vida; además de constituir el marco de discusión y toma de decisiones
sobre diversos aspectos.

La tejeduría es otra de las tareas femeninas que se mencionan en los


documentos. Sobre la misma sabemos que a tal efecto "...las muchachas [...] recogen
suavemente [el algodón y luego] se extiende en el patio de la casa sobre cueros vacunos
y se coloca al sol para secarse..." (Dobrizhoffer 1968, I: 493-494) para más tarde ser
procesado ya sea para la confección de prendas de vestir o bien para cualquier otra
eventualidad como, por ejemplo, el intercambio con otras naciones. Esto es confirmado
por la aseveración de Orbigny sobre la nación Toba o Mocoví, en la que "...sus mujeres

21
Algunos bienes de difícil acceso pueden representar un mecanismo de materialización del poder como
exponen Villar-Jiménez (2000). Esa materialización del poder, hecha efectiva mediante la ostentación de
algunos elementos -algunas veces propios de la sociedad blanca, como chupas y armas de fuego- es un
mecanismo de refuerzo de la autoridad como así mismo el resultado de la inter-acción de ambas
sociedades; ese refuerzo de la posición de prestigio es a su vez la que permite que algunos sujetos puedan
encabezar las negociaciones con los representantes de la sociedad invasora, lo que a su vez genera de
nuevo oportunidades para obtener nuevos denotadores de ascenso social.
tejen, con telares formados por dos barras de madera fijas en tierra, la lana de sus ovejas
y el algodón que obtienen de otros Indios..." (Orbigny 1944: 285), confirmando que
"...[el trenzado y el tejido] se trata de una labor femenina que las mujeres aprenden
desde muy niñas y cuyo dominio proporciona prestigio y reconocimiento del grupo..."
(Bórmida 1977: 68); a lo cual debemos sumarle el rédito obtenido del intercambio de
productos.

El tejido del algodón es uno de los productos empleados en dicho proceso. El


otro material aprovechado proviene de un recurso propio de la sociedad hispano-criolla,
al menos en los primeros tiempos de los contactos; se trata de la lana del ganado ovino.
Una vez en disposición de éste ganado "...esquilan las ovejas [y] de la lana, obtienen
con gran habilidad los hilos..." (Dobrizhoffer 1968, II: 130), que tiñen de variados
colores. "Los instrumentos utilizados para tejer, se limitan a unas pocas cañas y
maderitas..." (Dobrizhoffer 1968, II: 130). Tal vez ésta utilidad que brinda el ganado
ovino sea la que permita afirmar que "...a las Ovejas, si no todos por lo menos muchos
de los Salvajes las retienen sólo por la utilidad de su lana..." (Jolís 1972: 118), lo que se
pone de manifiesto a la hora de los intercambios en el complejo mundo de la frontera o,
en el no tan conocido interior del Chaco.

Algunas conclusiones prelimimares.

En conclusión podemos proponer que los habitantes de las inmensidades del


Gran Chaco contaban con una amplia gama de productos. La explotación de la gran
variedad de recursos naturales permitía que los distintos grupos étnicos contaran con
casi una total autarquía en lo que a necesidades alimenticias refiere. El espacio
chaqueño es una región donde los recursos vegetales y animales se cuentan por doquier;
entre las especies vegetales podemos afirmar que una gran variedad era aprovechada en
su estado natural como, por ejemplo, la algarroba. Por otra parte algunas especies
estaban siendo manipuladas por los naturales como lo podemos constatar a partir de las
prácticas de tala y quema que permiten a los nativos realizar sembradíos; los cuales
constituirían el otro extremo de las posibilidades de explotación de recursos.

La guerra -fenómeno que no estuvo ausente entre los chaqueños pero que no es
analizado en esta oportunidad por ser uno de los temas más conocidos para la frontera
tucumano-chaqueña (Vitar 1997) 22 - significaba una forma de expresión de la identidad
colectiva pero su función principal era la de permitir que los aborígenes accedieran a
bienes de la sociedad hispano-criolla que, por la vía pacífica, no eran posibles de
conseguir. Entre estos bienes, el más preciado lo eran las armas de fuego, ya que ni
siquiera la política de pactos representaba un modo de acceso a ellas. No obstante la
necesidad de armas de fuego y de otros bienes de la sociedad hispano-criolla es un
excelente indicador para demostrar que las sociedades analizadas eran sumamente
receptivas de usos y costumbres que, con el incremento de las relaciones tanto entre
indígenas como con los colonizadores, a su vez generaban nuevas necesidades que
requerían de respuestas.

La complementaridad de la caza, la pesca, la recolección, las siembras y el


comercio eran el sostén de la economía de una sociedad que no se encontraba basada en
el modelo excentario; pero que, sin embargo, generaba excedentes que permitían
realizar algunas transacciones comerciales. Mediante las mencionadas transacciones es
que podemos comprobar que algunas de las etnias del interior del territorio presentaban
especializaciones económicas que las situaban de un mejor modo frente a otras que no
poseían las habilidades referidas. Lo que resta por determinar, en lo que respecta al
funcionamiento de la economía de los pueblos del Gran Chaco, es en que medida estas
formas de relacionarse pueden haber tenido su correlato en la conformación de la
sociedad y el surgimiento de diferenciaciones tanto verticales como horizontales.

Tandil, otoño de 2001.-

22
Los enfrentamientos armados con la sociedad colonial es uno de los aspectos que siempre aparecen
considerados en todos los trabajos. No obstante ello la guerra en sí es un tema menormente analizado
desde una perspéctiva renovadora que presente a los enfrentamientos desde una óptica que permita
constatar que los mismos responden a una lógica; y ya no seguir postulando a estas sociedades como
imbuídas por ser un ser para la guerra como propone Clastres (1996). Muy por el contrario, la guerra,
lejos de ser una institución conservadora, puede ser apreciada como el indicador del cambio social, tal
como lo expone Boccara en el análisis de la sociedad Reche (Boccara 1998, 2000)
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Húmeda Seca Húmeda


Enero Febrero Marzo Abril Mayo Junio Julio Agosto Septiembre Octubre Noviembre Diciembre
Poco alimento
Escasez en el monte
Caza
Pesca
Recolección de miel
Destroncar, limpiar y cercar huertos
Siembras diversas
Recolección de mistal, tasi y poroto de monte
Recolección de naranja de monte
Recolección de chañar y algarroba
Recolección de palmitos de caranday
Rec. Cactos
Fiesta de Aloja
Consumo de algarroba almacenada
Cosechas diversas
Viajes y permanencia en los ingenios

Actividad menos intensa Actividad más intensa

Fuente: Crivelli (2000: 162)


Algunas notas sobre la figura de los líderes chaqueños
en las postrimerías del siglo XVIII.

Beatriz Vitar 1

Introducción: La política de fronteras entre 1767 y 1800

Al analizar la evolución del liderazgo entre los grupos chaqueños en la etapa


colonizadora que se extiende desde la expulsión de los jesuitas hasta finales del siglo
XVIII, es importante considerar los cambios operados en la política fronteriza de los
dominios indianos bajo los dictados del reformismo borbónico. En ese nuevo contexto, la
estrategia colonizadora tuvo como eje fundamental el control de los pueblos autóctonos no
sometidos, a través de campañas de pacificación 2 para incorporarlos al sistema defensivo
de la frontera en calidad de "indios amigos", tal como se venía practicando a través de la
guerra ofensiva desarrollada por el Tucumán (Vitar 1997), y reforzar además el engranaje
productivo colonial mediante su empleo como mano de obra en los establecimientos
coloniales fronterizos. En cuanto a la gobernación del Tucumán, el dominio del Chaco era
una necesidad impostergable ante la necesidad de tierras que experimentaba un frente
pastoril en plena expansión: "la provincia, libre de los enemigos que la hostilizan, en
venganza del rigor con que eran tratados, podrá conseguir aprovecharse de estos fértiles
territorios, aumentando sus crías de ganados, con los engordes de sus abundantes pastos" 3 .

Con la pacificación de los grupos guerreros chaqueños más combativos se buscaba


también alejar la sombra de posibles alianzas y tratos con los portugueses, especialmente
por parte de los mbayá guaycurú cercanos a Paraguay; no obstante, en el caso chaqueño, la
amenaza de los enemigos externos no fue lo suficientemente acusada como para permitir a

1
Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid. Correo Electrónico: mukdsi@yahoo.com
2
. Para el análisis del sentido pragmático de la nueva política borbónica respecto de las zonas no conquistadas,
véase Weber (1998).
3
. "Diario de la expedición hecha a los Países del Gran Chaco desde el fuerte del Valle por Don Jerónimo
Matorras", en Colección de Obras y Documentos para la Historia Antigua y Moderna del Río de la Plata,
dirigida por Pedro de Angelis (1972, VIII-A: 299).
los indígenas la obtención de mayores concesiones en sus acuerdos con el mundo colonial
(Weber 1998: 163). De cualquier modo, el sometimiento de la población nativa mediante el
desarrollo de expediciones pacificadoras y de la diplomacia fronteriza constituye una buena
muestra del pensamiento ilustrado de la época, tal como queda reflejado en las opiniones de
Azara respecto de los planes de colonización del Chaco: "lo que encuentro mejor y único
en el día es entablar buen trato y comercio con dichos bárbaros, para que por su propio
interés conserven la paz" 4 .

Conforme a las innovaciones introducidas en la política fronteriza bajo las reformas


borbónicas, más que macro- expediciones militares al interior chaqueño -las campañas
"punitivas" que se venían practicando desde el siglo XVII- se privilegió la vía diplomática,
dando lugar a una verdadera cruzada pactista para neutralizar la belicosidad de los
guerreros guaycurú. En ese proceso de negociaciones desarrollado en el último cuarto del
siglo XVIII cobró especial relieve la figura de los líderes chaqueños, que se transformaron
en piezas claves dentro del entramado de relaciones fronterizas.

Consecuentemente con el mayor control de las fronteras en el periodo que nos


ocupa, se produjeron cambios importantes en la organización administrativa indiana,
resultando afectada la antigua gobernación del Tucumán. Al crearse el Virreinato del Río
de la Plata en 1776, dicha provincia quedó bajo la órbita de Buenos Aires, rompiendo su
secular dependencia con Charcas. Años después, el establecimiento del régimen de
Intendencias (1783), ocasionó el desmembramiento de la gobernación tucumana, que
quedó reducida a cinco ciudades: Salta -la capital-, Córdoba, San Miguel, Santiago y
Catamarca. En lo que respecta a la colonización chaqueña, los ajustes jurisdiccionales
trajeron aparejadas ciertas medidas que promovieron una activación del proceso
reduccional, ya que desde 1777 se delegó en los virreyes las facultades necesarias para
propiciar y adelantar las reducciones (Acevedo 1965: 35-36), agilizándose así las consultas
y trámites previos a su fundación.

El complejo reduccional situado en la frontera tucumano-chaqueña, heredado de la


época jesuítica, estaba compuesto por las misiones de Miraflores y Balbuena (lules),

4
. "Informe de D. Félix de Azara sobre varios proyectos de colonizar el Chaco", en Colección de Obras y
Documentos... (1836, IV).

2
Petacas, Macapillo y Ortega (vilelas), San Ignacio (tobas) y Concepción (abipones),
repartidas en las jurisdicciones de Salta, Jujuy y Santiago del Estero. En nuestro análisis,
tendremos en cuenta el proceso "pacificador" propulsado desde la provincia del Tucumán,
empeñada desde hacía largo tiempo en la guerra ofensiva contra los guaycurú del Chaco,
con el objeto de reforzar el conjunto misional-militar establecido en su frontera oriental. El
último cuarto del siglo XVIII fue pródigo en la realización de Visitas gubernamentales a las
reducciones chaqueñas, realizándose además dos grandes expediciones "pacificadoras": la
de Gerónimo Matorras en 1774 y la de Francisco Gabino Arias en 1780, complementaria
de la anterior en cuanto al cometido de erigir las reducciones ya "negociadas". Las Visitas
cubrían una faceta importante en el desarrollo de la nueva estrategia fronteriza, ya que
durante su celebración se confirmaba la autoridad de caciques y demás "mandones" y se
levantaba un prolijo padrón de los pueblos, de cara a la utilización del trabajo indígena,
tareas éstas que estaban a cargo del doctrinero, del cacique y de capitanes "ladinos en
lengua española" 5 . Por lo demás, tanto las Visitas como las expediciones pacificadoras
implicaban la entrega de "dádivas" -un conjunto de obsequios diversos- que se convirtieron
en el símbolo de la nueva táctica fronteriza, abocada a la consecución de un "trato
amigable" con los indígenas. Esta política del agasajo -que iba dirigida principalmente a
caciques y principales e insumía una porción significativa de los presupuestos destinados a
la pacificación de las fronteras 6 -, apuntaba sobre todo a la sujeción de los indios por medio
de bienes respecto de los cuales habían desarrollado una gran dependencia, como resultado
de las incursiones bélicas y de los intercambios pacíficos en las fronteras.

Con respecto a las expediciones chaqueñas del periodo que tratamos, las mismas
consignas enviadas desde la metrópoli reflejaban el cambio de criterio respecto de la
estrategia a seguir con la población no sometida: en una comunicación enviada por el
Consejo de Indias a Jerónimo Matorras, se le recordaba que conforme a un Real Decreto de
1767, al expedir los despachos debía figurar "en lugar de la palabra conquista [usada por

5
. Informe sobre la Visita a las Reducciones de indios del Gran Chaco por D. Jerónimo Matorras y el Dr.
Lorenzo Suárez de Cantillana. Países del Gran Chaco, 24 de diciembre de 1773. Archivo General de Indias
(AGI), Buenos Aires 143.
6
. Al respecto, Azara recomendaba aplicar en el Chaco las mismas medidas que se estaban ejecutando en las
fronteras de la gobernación de Buenos Aires con los indios pampas, destinando la suma de 2000 pesos para la
distribución de "regalos" a los caciques "fronterizos" (en Colección de Obras y Documentos..., 1836, IV).

3
dicho gobernador], las de reducción y población" 7 . Dentro del plan reduccional trazado por
Matorras se hallaba la fundación de la misión Santa Rosa (1773), cerca de la de Macapillo,
en Salta, con un grupo de indios vilela que habían salido a pedir reducción durante la Visita
ejecutada en 1771, llevándose a cabo años más tarde la expedición "pacificadora" que
firmó el famoso tratado de 1774 con el jefe mocoví Paikín -reconocido como "gran caporal
del Chaco"-, episodio de gran trascendencia para el proceso pactista-reduccional operado
con posterioridad.

Poco después, la empresa de evangelización chaqueña experimentó importantes


avances mediante la visita del gobernador Mestre a las fronteras en 1778, la creación de
una Junta Reduccional en 1779 y la fundación de la reducción de mataguayos en Zenta en
1779, al norte de Jujuy. Se promovió además una expedición reduccional al mando del
comandante Francisco Gabino Arias y del canónigo Suárez de Cantillana, ejecutada en
1780, que llegó a celebrar "parlamentos" con los grupos mocoví liderados por el cacique
Queyaveri, representante de Lachiriquin -sucesor de Paikín-, para el establecimiento de las
misiones pactadas en 1774. En virtud de dichos pactos se erigieron las misiones de San
Bernardo de Vértiz y de Nuestra Señora de los Dolores de La Cangayé, ambas a orillas del
Bermejo y en pleno territorio chaqueño, aunque sólo lograron subsistir durante una década
debido a múltiples dificultades, entre las que cabe señalar la existencia de factores
ambientales adversos, la falta de apoyo gubernamental y la resistencia indígena (Acevedo
1965).

Además de estos emprendimientos, en la etapa estudiada se puso en práctica la


política de "agregación" de misiones, con el fin de economizar esfuerzos y ejercer un
mayor control de la población indígena que iba reduciéndose, incorporándola a los pueblos
ya existentes. Paralelamente, se centralizó el gobierno de las reducciones designándose al
canónigo Suárez de Cantillana como superior general de todas las misiones del Tucumán
(Acevedo 1965). En la etapa reduccional iniciada tras la expulsión de los jesuitas, la mala
administración de las Temporalidades -y en consecuencia la pérdida de medios de
subsistencia-, además del problema de la dispersión de los indígenas y del estado decadente
de las misiones fronterizas, motivaron el sistema de "agregación" de reducciones,

7
. Dictamen del Consejo de Indias de 25 de junio de 1773. AGI, Buenos Aires 13.

4
rompiendo el principio de la separación étnica defendido por la Compañía. Durante el
gobierno del intendente Mestre la reducción Ortega (del grupo omoampa de la "nación"
vilela) recibió a los grupos ocoles, chunupíes y malbalaes que acababan de salir del Chaco;
por su parte, los vilela de Santa Rosa, tras la disolución de su pueblo, fueron conducidos a
la reducción lule de Balbuena. Mestre propuso además que los indios "más adelantados de
la de Petacas" se transformaron en vasallos libres y tributarios sujetos a la autoridad
temporal y espiritual, lo que se concretaría tiempo después, durante el gobierno del
intendente García Pizarro (Acevedo 1965: 181).

Durante el mandato de este último, se intentó vender además una parte de las tierras
de la reducción de Macapillo, adquiriendo con su producto ganados y útiles para mantener
a los indígenas, lo que provocó las airadas protestas de su cacique. Por lo demás, los grupos
vilela llevados de Santa Rosa a Balbuena fueron nuevamente trasladados, esta vez a
Miraflores. En 1785, García Pizarro visitó la misión mataguaya de Zenta y el fuerte de San
Andrés en el norte de Jujuy, observando la escasa utilidad de ambos establecimientos, de
donde surgiría el proyecto de fundar Nueva Orán. Por este tiempo, según Acevedo (1965),
se habría producido el traslado de los indios de la extinguida reducción de Petacas a la de
Ortega, aunque tanto esta medida como las anteriormente señaladas no consiguieron el
repunte de las misiones chaqueñas, en franco declive desde el alejamiento de los jesuitas.

Las diferentes soluciones ensayadas por los gobiernos tucumanos para el fomento
de las reducciones fronterizas, juntamente con los avances de los fuertes hacia el interior
del territorio chaqueño8 , ponían de manifiesto la presencia de un cerco colonial que
estrechaba cada vez más a los grupos no reducidos. Ante tales circunstancias, a las que se
sumó la presión ejercida por la expansión económica en las tierras de frontera (estancias
ganaderas y cañaverales), algunos grupos del Chaco entraron en la dinámica de pactar y
acogerse a la vida reduccional.

En este juego de la oferta y la demanda de reducción -valga la expresión- fue


fundamental la intervención de los caciques, a quienes los testimonios de la época muestran

8
. Paralelamente a la instalación de fuertes se producía el establecimiento de estancias ganaderas, con la
consiguiente avanzada sobre el terreno en detrimento de las poblaciones indígenas.

5
en una actitud favorable a los acuerdos de paz, mediante los cuales buscaban protección
frente a los conflictos interétnicos y el acceso a ciertos recursos como ganado, caballos,
metal y diversas mercancías. En el desarrollo de esas transacciones con el mundo colonial,
emerge un tipo de líder cuyo protagonismo no deriva precisamente de su accionar guerrero,
sino del ejercicio de su habilidad negociadora a fin de obtener las mayores ventajas
posibles en sus tratos con el frente pionero.

La cuestión de la jefatura entre los pueblos chaqueños

Al hablar de las sociedades "primitivas" Pierre Clastres señalaba la guerra como la


circunstancia excepcional durante la cual se toleraba la unión provisional entre jefatura y
autoridad (Clastres 1981:42), aspecto que ha sido señalado también en la mayoría de las
fuentes misioneras sobre el Chaco; ello nos conduciría fácilmente a concluir que la
omnipresencia de la guerra propulsó la consolidación de liderazgos en el seno de las
comunidades chaqueñas. La intensa interacción con otros grupos, ya fuesen enemigos o
amigos, como observa el autor antes citado (Clastres 1981:113), vale decir la realización de
operativos bélicos, la organización defensiva o la concertación de alianzas, ponían
inevitablemente en acción a los líderes guerreros, afianzándose su autoridad en el grupo. En
este sentido, diversos estudios han destacado el impacto de la guerra en la consolidación de
un liderazgo militar en áreas fronterizas conflictivas de la América colonial (Lázaro Avila
1997a: 26). De hecho el casi continuo estado bélico en el que se desenvolvió la vida de las
comunidades chaqueñas -guerras intra e intergrupales y contra los enemigos blancos-
durante el periodo hispánico, coadyuvó al afianzamiento de los líderes guerreros mediante
una serie de campañas exitosas y la obtención de botines tan valiosos como cueros
cabelludos, mujeres y niños del enemigo o ganado vacuno y caballar; por lo demás, la
posesión de determinados bienes facilitaba la entrega de dotes para el matrimonio y por
ende un número mayor de mujeres, tal como ocurría entre los caciques. Como resultado del
botín incautado en las guerras y en las incursiones a las colonias, la incorporación de los
caballos alteró no sólo el sentido de la guerra chaqueña, sino que introdujo también un
objetivo más a perseguir en esa carrera hacia el prestigio en la que se hallaban embarcados
los guerreros (Clastres 1981).
Sin embargo, en la etapa colonizadora que estudiamos, fueron paradójicamente la
política de "pacificación" y el despliegue de la diplomacia fronteriza los factores que más

6
activamente contribuyeron a la consolidación de los líderes, dada la práctica de una política
negociadora con el mundo colonial y el desarrollo paralelo de un acopio de bienes (los que
como señal de distinción se obsequiaba a los "mandones" durante las Visitas y la firma de
pactos), que implicaban prestigio y acentuaban la posición diferenciada de dichos jefes
dentro de la comunidad. Al igual que el ejercicio de la guerra fue causa de su
afianzamiento, la oleada pactista alentada por los españoles representaba otra vía de
promoción de las jefaturas indígenas, no sólo por la necesidad del frente pionero de contar
con interlocutores válidos para la celebración de acuerdos, sino también por la ratificación
de poderes inherente a dichos actos diplomáticos, lo que suponía además la entrega de
dádivas e insignias de mando en medio de un minucioso ceremonial preparado a tal efecto.
Por lo demás, el pactismo abría nuevas vías de promoción a miembros de la comunidad que
no ostentaban funciones preeminentes, pero que sí se habían distinguido por su papel de
intérpretes o ladinos en las negociaciones de paz. Ahora bien, la reafirmación del liderazgo
indígena en el marco de la expansión colonial al Chaco y de la intensificación de la
diplomacia fronteriza, aparece como una derivación de las exigencias del frente pionero; en
el nuevo marco de relaciones fronterizas, los caciques debían reunir ciertos requisitos que
los volvía más "aceptables" de cara a las necesidades coloniales, tal como era su buena
disposición hacia el sistema reduccional y el compromiso de contribuir a su estabilidad
evitando la dispersión de la población reducida; con ello se facilitaba la utilización de los
reducidos como mano de obra en las haciendas, cañaverales y obras públicas de las
ciudades, ámbitos todos en donde los indígenas accedían a determinados bienes y recursos.
Concientes de estas necesidades, las expediciones al Chaco iban cargadas de ropas,
baraterías, bastimentos, mulas, caballos y reses9 para repartir a los caciques que solicitaban
reducción "por conocer son éstos los verdaderos medios para conseguir sus
conversiones" 10 .

En relación al liderazgo entre las "sociedades sin Estado" -modelo en el que se


incluye a los pueblos guerreros chaqueños- Clastres proclamaba que "la jefatura en la
sociedad primitiva no es sino el lugar supuesto, aparente del poder" ( Clastres 1981:116),

9
. En la expedición de Matorras "los regalos para los caciques" ocupaban unas 20 cargas ("Diario de la
expedición hecha en 1774 a los Países del Gran Chaco...", Colección de Obras y Documentos..., 1972, VIII-A:
273).
10
. Informe sobre la expedición al Chaco del gobernador Jerónimo de Matorras. Año de 1774. AGI, Buenos
Aires 143.

7
siendo el líder la figura encargada de velar por la unidad y la igualdad entre todos los
componentes del grupo y de afirmar la autonomía de éste frente a los Otros; si bien esta
situación era más factible en el marco de la organización por bandas (varias familias
regidas por un jefe) y de la práctica de un seminomadismo 11 , difícilmente podría
mantenerse en el contexto de grandes alianzas o en el estado de sedentarismo misional en
que se produce un contacto más estrecho con diferentes sectores del mundo colonial.

En este sentido, para un análisis de la evolución de la jefatura dentro de las


comunidades chaqueñas es preciso atender a la voz disonante de los chamanes en defensa
de las tradiciones ancestrales, lo que supuso en ocasiones la falta de consenso a las
decisiones de los líderes políticos, originando tensiones y conflictos de poder cuando no el
surgimiento de movimientos de tipo mesiánico, fenómeno insuficientemente analizado en
el caso de las comunidades chaqueñas.

Dentro de la problemática de las relaciones entre los diferentes tipos de líderes en el


marco de las interacciones con el mundo blanco, cabría anotar que los estudios realizados
sobre la evolución de la jefatura entre otros grupos indígenas, como los pai-tavytera del
Paraguay, han permitido constatar un mayor dinamismo del liderazgo político frente a la
tendencia continuista del liderazgo religioso (Schmundt 1997). Una muestra de ese
pragmatismo de las jefaturas civiles ante los condicionamientos coloniales, lo hallamos
entre los jefes mataguayo, como respuesta a la presión colonial fronteriza y a la necesidad
de aprovisionarse de ciertos recursos de difícil obtención por los medios tradicionales. Así
lo revela la iniciativa tomada por un cacique al solicitar licencia para vender en la ciudad de
Salta cera, miel, chaguar y otros productos (Santamaría y Peire 1993: 96). Estos contactos
con la sociedad colonial favorecieron de hecho las posteriores negociaciones de reducción
en el caso de los mataguayo, algunos de cuyos "ladinos" eran perfectamente
individualizados por haber trabajado en obras públicas de Salta12 .

11
.G. Simmel sostiene al respecto que "con las formas seminómades se produce una supresión o atenuación de
las diferencias internas y por lo tanto existe una falta de organización política propiamente dicha"; en tal
estado, los intereses comunes, al adoptar la forma de "urgencia momentánea", prevalecen sobre las diferencias
individuales (citado por Barúa 1986: 83).
12
. "Diario del viaje al río Bermejo por fray Francisco Morillo", Colección de Obras y Documentos..., 1972,
VIII-A: 416.

8
En las sociedades sin estado, sociedades anteriores a la "desventura" (Clastres
1981), esto es, al nacimiento del Estado, podría plantearse como un indicio de su gestación
la existencia de caciques que pactaban con los colonizadores, recibiendo de éstos no sólo
un trato preferencial sino una "institucionalización" de su autoridad, practicada desde la
propia concepción del poder por parte del mundo blanco. No obstante, al iniciarse el
proceso pactista, encontramos ya en el ámbito chaqueño estructuras de poder que
evidencian importantes cambios en la organización política de los grupos chaqueños,
observándose la existencia de líderes dotados de gran poder y al mando de confederaciones
para la defensa territorial ante el acoso colonial. Estos "frentes amplios" tenían sus
antecedentes en las frecuentes alianzas concertadas entre los grupos del interior chaqueño -
y también entre éstos y los grupos reducidos- para atacar los establecimientos coloniales
fronterizos o las ciudades mismas y, en ocasiones, para actuar en una esfera
extraregional 13 . En los años 1770 aparece en el escenario chaqueño una confederación
toba-mocoví liderada por Paikin -cacique de este último grupo- para luchar contra los
abipones, alianza que se mantuvo también para negociar con las fuerzas hispanas y
concertar el establecimiento, en 1780, de dos reducciones en el Chaco: las ya nombradas
San Bernardo de Vértiz (grupo toba) y Dolores de la Cangayé (grupo mocoví); estas
fundaciones se concretaron finalmente -continuando con la gestión de Paikín- gracias a la
intervención de su sucesor Queyaveri, "jefe de los caciques confederados" (Gullón Abao
1994: 101). Otra coalición importante fue la formada por chunupíes, malbalaes y sinipés
(grupos excluidos del conglomerado de pueblos "ecuestres"), comandada por "el famoso
cacique" Atecampibap (chunupí) quien, junto a los principales de las otras dos "naciones",
solicitó reducción ante la comitiva de la expedición del coronel Arias14 . Esta última
confederación, liderada por un "caudillo nunca visto ni comunicado de los españoles" 15 ,
revela la movilización de fuerzas y el aglutinamiento de grupos ante el fuerte clima de
tensión interétnica en el espacio chaqueño y la posibilidad de negociar con las fuerzas
hispánicas. Con relación a la existencia de estas confederaciones y cacicazgos extendidos a
varias parcialidades, Palermo (1986: 173) señala la disponibilidad de ganado y en especial

13
. Cabe destacar en este sentido la participación de grupos chaqueños en la rebelión encabezada por el jefe
chiriguano Cumbay -el mburuvicha guazú- a fines del siglo XVIII (Saignes 1990: 140).
14
. "Diario de la expedición reduccional del año de 1780 mandada practicar por orden del Virrey de Buenos
Aires a cargo de su ministro D. Francisco Gabino Arias" (Colección de Obras y Documentos..., 1837, VI).
15
. Ibid.

9
la adopción del caballo entre los factores que pueden haber incidido en su aparición, al
facilitar la formación de unidades más complejas mediante la aglomeración de bandas.

La presencia de un mando unificado, al que se alude en los tratados y demás


testimonios como "gran caporal" o "primer caporal del Chaco" "a quien reconocen los
demás", como era el caso de Paikín (Miranda Borelli 1984: 258), suponía la existencia de
un consenso al menos coyuntural a la implantación de un poder máximo para guerrear y
negociar; en suma, la aceptación de una jefatura con suficiente carisma y poder como para
hacer frente a los conflictos interétnicos y a la presión pionera sobre el Chaco. Ante la
presencia de estos líderes, los españoles procedían a confirmar su autoridad de cara a la
celebración de pactos. La "necesidad" de la jefatura parece alentar, por lo demás, un
discurso colonial más benévolo en relación a los caciques, en el que no faltan ciertos
halagos y alusiones más explícitas a tales jefes, consignándose sus nombres y destacando
sus rasgos de carácter y presencia física (Vitar 1997: 311). Ese tono elogioso puede
apreciarse en el retrato del ya nombrado Antecampibap, jefe de la confederación chunupí-
malbalá-sinipé: "Es dicho general muy circunspecto y afable, sin que desmienta su señorío
a su gratitud: es temido y respetado de los suyos" 16 , o en los comentarios vertidos sobre el
cacique mocoví Amelcoy, "indio en quien concurren las más bellas prendas que puede
tener el más noble y racional"17 .

Además de las alianzas antes citadas, en el último cuarto del siglo XVIII
encontramos referencias a las fuerzas confederadas formadas por los toba, guaycurú18 y
lengua, "liderados por el superior de las tres naciones", que buscaron un "convenio
pacífico" con el gobierno de Santa Fe, dando lugar así a la suspensión de la entrada que se
había programado desde el Paraguay "para contener los continuados combates de aquellas
bárbaras naciones" (en Miranda Borelli 1984: 260); a esta iniciativa de paz se sumarían
también los mocoví, dirigidos por el cacique Etazorin (Miranda Borelli 1984: 260). No

16
. Diario del Viaje al río Bermejo por fray Francisco Morillo (Colección de Obras y Documentos...,
1972:VIII-A 420).
17
. Ibid.
18
. La política virreinal apuntó a pactar con los aguerridos guaycurús, a fin de eliminar cualquier posibilidad de
alianza de tan peligroso enemigo con los portugueses, de cuyas aspiraciones expansionistas se recelaba en
extremo.

10
obstante, la formación de un frente común para negociar con los blancos, que implicaba el
fortalecimiento de las figuras que lideraban estas coaliciones temporarias, traerían como
contrapartida la incorporación de un nuevo elemento en el juego de relaciones interétnicas
ante la exigencia de mantener "alianza firme" con los españoles (en Levaggi 1992: 318)
conforme a lo estipulado en los tratados de paz. La presencia de confederaciones es un
fenómeno que se extiende más allá del periodo colonial como un recurso estratégico para la
defensa del territorio ante el acoso militar de los gobiernos criollos; las alianzas interétnicas
contribuyeron pues al afianzamiento de un tipo de liderazgo común a varios grupos, siendo
su eliminación el principal objetivo de las campañas realizadas en territorio chaqueño a
fines del siglo XIX (Trinchero 1998: 192).

Los líderes y la dinámica fronteriza: pactos y reducciones

Pactos

La celebración de acuerdos de paz constituyó un hito importante en la evolución de


las relaciones hispano-indígenas en diferentes áreas del continente americano 19 . El
desarrollo del pactismo pone de manifiesto la existencia de intensos intercambios pacíficos
en zonas fronterizas conflictivas, desterrando el mito de la guerra perpetua entre españoles
e indios, tal como sostiene Boccara (1996).

En el caso chaqueño contamos con el antecedente de los diversos pactos celebrados


con los chaqueños en los siglos XVII y XVIII (Levaggi 1992), entre los que pueden
destacarse las paces con los malbalá y con los lule (grupos de la periferia occidental del
Chaco sometidos por la expedición del gobernador Urízar en 1710), y las ajustadas por el
gobernador Martínez de Tineo con los toba, abipón y malbalá entre 1749 y 1750. El papel
de la jerarquía indígena en esta fase de la diplomacia fronteriza, aunque centrado en la
función de garante de la sujeción del grupo reducido, no parece alcanzar el relieve que se le
adjudica en el periodo que analizamos en este trabajo, en el cual el reconocimiento y
legitimación de los líderes indígenas parece ir paralela al número de indígenas sobre el que
ejercen su mando. Así lo demuestra la potestad reconocida en Paikin, el "gran caporal" del

19
. Para una visión comparativa de los procesos pactistas, véanse los diferentes estudios de Lázaro Avila (1996
y 1997a y 1997b).

11
Chaco al mando de la confederación toba-mocoví20 , cuya alianza se consideraba crucial
para el dominio de estos dos grupos, con un largo historial de enfrentamientos con las
colonias; al respecto, Matorras informa en su Diario que, tras las tratativas de paz con
Paikin, "el número de indios de ambos sexos y todas las edades que vinieron a nuestro real
fue mayor de que se puede referir; pudiera habernos puesto en algún cuidado, a no tener
pacificados y de nuestra parte a los caciques" 21 .

Conforme a los nuevos lineamientos de la política fronteriza, los caciques


intervienen en algo tan crucial como lo es el emplazamiento de la futura reducción:
mientras que en la paz firmada con los lule en 1710, se especificaba que "habían de vivir
juntos en la vida política y social no en el paraje que ellos gustasen, sino en donde les
señalase el gobernador de la provincia" (Levaggi 1992: 304), en el acuerdo establecido con
Paikin en 1774 se les aseguraba a los toba y mocoví, conforme a la demanda de sus
caciques, los territorios "que han poseido sus antepasados" (Levaggi 1992: 313).

Durante la etapa definida en este estudio una buena parte de la estrategia


colonizadora descansa en el poder de los caciques y en su capacidad de lograr el acuerdo
del grupo para respetar las paces y contribuir a la estabilidad de las reducciones,
convertidas éstas en piedra fundamental para la organización y usufructo de la mano de
obra indígena. La firma de pactos reconocía pues, no sólo la necesidad de una cabeza
visible al mando de los grupos chaqueños sino de que estuviera también dotada de
consenso a fin de garantizar el cumplimiento de los acuerdos; durante la celebración de
conferencias de paz con el cacique Paikín en 1774, se tenía por seguro que "todos los
demás indios que en él reconocían superioridad seguirían gustosos el propio partido" 22 .
Ello aseguraba la continuidad de la política negociadora, alejando la amenaza de posturas
encontradas en el interior de los grupos. Tal dinámica imponía además una actuación
prudente frente la jefatura, de modo que en caso de practicarse acciones ofensivas contra
los indígenas, si bien habría de usarse el "rigor" de las armas -como se especificaba en

20
. En el Diario de Matorras se consigna que "son tan numerosas [las "naciones" del Chaco], especialmente la
mocobí y toba, que se hiciera increíble lo que concebimos de su multitud" (Colección de Obras y
Documentos..., 1972:VIII-A: 296).
21
. Ibid., p. 285.
22
. Carta del gobernador Jerónimo de Matorras al Rey. Salta, 20 de junio de 1773. AGI, Buenos Aires 49.

12
ocasión de una campaña contra los pampas-, ello no debía extenderse a los caciques,
mandándose que a éstos "reservasen la vida" 23 .

El interés colonial por las paces y tratados que facilitaban la reducción de los
indígenas chaqueños se debía a la posibilidad de incorporarlos al trabajo en las estancias,
fuertes o plantaciones de caña de azúcar a través del conchabo, como efectivamente
sucedió en las áreas fronterizas del Tucumán; esta circunstancia marcaría un gran paso en
el camino hacia la integración laboral de los grupos chaqueños en las diversas actividades
económicas del noroeste argentino. En esta zona, el crecimiento de la ganadería y la
búsqueda de mayores extensiones para la pastura del ganado como así también el
desarrollo de los cultivos de caña de azúcar a finales del siglo XVIII, condujo a la búsqueda
de acuerdos con los grupos guerreros chaqueños a fin de pacificar las fronteras y promover
el normal desenvolvimiento de las actividades económicas antes mencionadas, fuertemente
necesitadas de mano de obra.

La política de los pactos, conjuntamente con los cambios operados entre los grupos
indígenas chaqueños como consecuencia de un contacto prolongado con el mundo blanco,
contribuyeron a afianzar la jefatura en unas comunidades definidas por Clastres (1981)
como "sociedades sin estado" y paradigmas de la igualdad; por su parte, los pueblos
indígenas, acorralados en su territorio e inmersos en una dinámica de tensiones interétnicas,
buscaron por la vía de las paces y tratados asegurarse al menos una porción de tierras y la
protección hispánica frente a sus enemigos tribales. El fuerte y la reducción -binomio
institucional típico de las fronteras tucumanas- se convirtieron en el refugio para escapar a
las hostilidades de otros grupos; así por ejemplo, al fundarse la reducción de Zenta con los
mataguayo, se estableció junto a ella un fuerte que los protegería de "tobas, chiriguanas y
mocovíes con quienes se mantienen en continua guerra por hallarse confinantes"24 .

Las negociaciones fronterizas contribuyeron al reforzamiento de la jefatura


mediante el ejercicio de su función de portavoz del grupo, a fin de encontrar una salida no
sólo al asedio colonial sino también a los problemas subsistenciales o al acoso de otras

23
. Carta del gobernador Andrés Mestre a D. José de Galvez. Córdoba, 6 de septiembre de 1780. AGI, Buenos
Aires 49.
24
. Auto Comisional. Salta, 8 de abril de 1779. En AGI, Buenos Aires 143.

13
etnias. Las rivalidades intra e intergrupales dentro del ámbito chaqueño podrían así haber
dado paso a un vuelco de los líderes hacia las fronteras coloniales, buscando en el frente
pionero una ratificación de sus poderes, ante su requerimiento de un mando legitimado con
el cual negociar; de hecho, entre las promesas hechas a Paikin si accedía al acuerdo de paz,
estaba la de que "sería perpetuo cacique de todas las parcialidades que lo seguían" 25 . De
este modo, por la vía del acercamiento al mundo colonial, los caciques afianzaban su
autoridad, recibiendo no sólo la confirmación de la misma sino también toda una serie de
dádivas y privilegios (mayor ración alimenticia, mejores viviendas, vestuario, etc.), que
formaban parte indispensable de los tratados de paz26 . Esta autoridad refrendada por el
colonizador podría resultar otra faceta de la dependencia con respecto a la sociedad blanca,
al calor de los múltiples y diversos contactos fronterizos.

En cierto modo nos hallamos ante una jefatura "intervenida" por el poder hispánico:
no sólo se utilizaba el influjo de los caciques para "juntar" a los de sus parcialidades tras
acordar las paces, sino que también eran captados, aislados y manipulados en aras de
mantener su fidelidad, prolongándose esta acción con sus descendientes 27 a fin de lograr la
tan ansiada "afición al español". Así, entre las proposiciones que se le harían al cacique
mocoví Etazorin y a los jefes toba y guaycurú para llegar a un acuerdo de paz con el
gobierno de Santa Fe, figuraba la de "poner a los hijos de caciques a disposición de aquel
Gobierno, para que los destine a las casas o parajes en que puedan ser ilustrados de la fe y
demás virtudes personales" (en Levaggi 1992: 317). Incluso la iniciativa de educar a los
descendientes de caciques en colegios fundados exclusivamente con este fin, llegó a
ponerse en práctica en Chile en el siglo XVIII (Boccara 1996), a modo de consolidar una
clase dirigente "controlada" por el mundo colonial.

Si bien los caciques y demás líderes chaqueños habían forjado su autoridad al

25
. Diario de Matorras, en Colección de Obras y Documentos..., 1972:VIII-A: 278.
26
. Práctica ésta que no todos los militares de la frontera parecían cumplir: el padre Morillo narra en su Diario
que al solicitar "regalías" para gratificar a los indígenas, el capitán comandante de dicha expedición le había
respondido "que si los demás entraban a sus conquistas con regalos, él no" (en Colección de Obras y
Documentos..., 1972:VIII-A: 404).
27
. En los pactos se contemplaba la entrega de los hijos de los caciques a título de "rehenes", como garantía
del cumplimiento de los acuerdos; era una cláusula utilizada en el proceso pactista colonial, que tuvo también
un desarrollo destacado en el ámbito de la Araucanía (véase Villalobos 1992).

14
fragor de las guerras interétnicos y de los enfrentamientos con las colonias, la privación de
armas estipulada en los pactos, tal como puede verse en el tratado firmado con Paikín en
1774 (en Miranda Borelli 1984: 257-258), desviaba parte del protagonismo bélico hacia el
mundo hispánico; los caciques dejaban de ser "los señores de la guerra" al resultar mellada
su autonomía desde el momento en que los colonizadores se acogían a la protección
hispana frente a sus enemigos 28 , ejercida sobre todo a través de los fuertes que servirían de
amparo a sus futuras reducciones.

Por otra parte, el papel tradicional de los líderes guerreros en la búsqueda de


ganado y otros botines para el grupo se vería también afectado por el suministro de estos
bienes a través de las negociaciones y de la vida reduccional. Estos mecanismos de
obtención de recursos amenazaban con resquebrajar ciertas prácticas culturales, dentro de
las cuales la búsqueda del alimento era una función esencial del sector de los guerreros (a
través de las expediciones de caza o asaltos a las colonias), tal como lo indica el nombre
dado a aquéllos entre los guaycurú: "Niadagaguadi, aquellos gracias a los cuales
comemos" (Clastres 1981: 235) 29 . El nuevo sistema de relaciones fronterizas ofrecía pues
nuevas vías para la obtención de un prestigio que antes era adquirido por los líderes a través
de las operaciones guerreras y de la captura de botín; en el nuevo contexto, los bienes
logrados y repartidos a la comunidad provenían de los pactos con sus antiguos enemigos.

Los acuerdos recortaban también las tradicionales funciones de los líderes


guerreros a la hora de diseñar, mantener o modificar el sistema de alianzas: en las
Instrucciones de Carlos III para la celebración de paces con los guaycurú se estipulaba -
como en los tratados-, que los indios "deben declararse amigos de los amigos de los
españoles y enemigos de sus enemigos en todo tiempo y ocasión" (en Miranda Borelli
1984: 261). Era precisamente en esa nueva condición de aliados que los caciques aparecen
acompañando "entradas" al Chaco30 o sumándose a la marcha de expediciones como la de

28
. Véase, en este sentido, la solicitud de auxilio de Paikin y otros caciques para su lucha contra los abipón
según se informa en el Diario de Matorras (Colección de Obras y Documentos..., 1972:VIII-A: 288).
29
. Se trata de lo que Clastres (1981: 234) define como "corrimiento funcional" de la guerra; en este sentido,
los antiguos artífices de la guerra, que lideraban las operaciones bélicas para la captura de botines y elementos
de subsistencia, verían minado su prestigio al compartir estas tareas con las agrícolas, impuestas en la vida
reduccional bajo la dirección de "instructores" especiales.
30
. Un ejemplo de ello fue el protagonismo alcanzado por el cacique abipón Benavídez que con sus indios
"colabora en las entradas que hace el español contra los otros indios y los de San Jerónimo" (Autos sobre el

15
Matorras en 1774 y la de Arias en 1780. En calidad de integrantes de esas marchas los
caciques indígenas obraban como estrategas al servicio de los colonizadores, brindando
informaciones útiles sobre el terreno y sobre la situación de otras etnias chaqueñas.

La cuestión de los pactos nos conduce de modo insoslayable al análisis de la figura


de los lenguaraces indígenas, personajes de suma importancia en el proceso de las paces y
establecimiento de reducciones. Los antecedentes de la conquista chaqueña están plagados
de anécdotas referidas a la intervención de los intérpretes de cara al sometimiento de un
grupo y su reducción en las fronteras, funciones que por lo general eran premiadas con el
otorgamiento de grados militares 31 .

En el proceso de dominación del Chaco, se observa tanto el caso del indígena


lenguaraz que ascendía a cacique como la existencia de caciques ladinos en lengua
castellana, condición ésta que con el tiempo fue haciéndose indispensable para ejercer el
liderazgo, ante el dinamismo del proceso negociador y la intensificación de las relaciones
fronterizas; podía ocurrir también que el cacique contara con su propio lenguaraz, como era
el caso de Juan Capistrano Colompotoc, "principal mandón" de los vilela de Macapillo32 .
En cualquier caso, el conocimiento de la lengua de los dominadores constituyó una vía de
promoción a la hora de concertar los pactos, formar reducciones y distribuir cargos33 , y
también para un reconocimiento de los individuos principales en cuanto tales por parte del
frente pionero, ya que el desconocer el idioma español mantenía a algunos jefes en la
sombra, como era el caso de algunos "mandones" mataguayo que "por no ser ladinos son
incógnitos" 34 .

informe pedido a D. Manuel de Castro, vecino de Córdoba, sobre la situación del Chaco. Lima, 16 de octubre
de 1766. AGI, Buenos Aires 244).
31
. Así por ejemplo, en las paces con los malbalá en 1710, al "indio Antonio" se le haría sargento mayor "por
la fidelidad con que ha procedido a beneficio de ambas naciones española y malbalá" (en Levaggi 1992: 303).
32
. Informe sobre la visita efectuada a las reducciones de indios del Gran Chaco por el gobernador G. Matorras
y el canónigo L. Suárez de Cantillana. Países del Gran Chaco, 24 de diciembre de 1773. AGI, Buenos Aires
143.
33
. Estudios referidos a los guaraní de Misiones en los años 1960 indican que la evolución y afianzamiento del
liderazgo entre otros pueblos indígenas del área rioplatense estuvo estrechamente ligada al conocimiento del
idioma español; así, en la provincia antes mencionada era común que las familias extensas eligieran como
líder al miembro del grupo"que mejor hable el castellano" (Bartolomé 1978: 103).
34
. Diario de Francisco Gabino Arias (Colección de Obras y Documentos..., 1837, VI).

16
Reducciones

La administración jesuítica había ya dado ejemplo de cómo proceder con los


caciques, a quienes, en virtud de su ascendiente, se "captaba" a los efectos de mantener
sujeto al grupo durante las tratativas de paz. Durante la administración franciscana, la
debilidad del sistema reduccional y las tareas encomendadas a los caciques y demás
"mandones", encargados de evitar la dispersión indígena de cara a su utilización como
fuerza de trabajo, hace que dichos jefes cobren mayor protagonismo. Ya el mismo acto
fundacional de la misión pone en primera línea al cacique, que se ocupa de "cortar ramas,
arrancar yerbas y las más demostraciones y actos de posesión correspondientes" 35 .

Una vez establecida la misión, se respetaba el orden jerárquico vigente en los


grupos y se le hacía depositario de privilegios, sin que esto llegase a alterar la suprema
autoridad del misionero (Santamaría 1994: 59). Bajo el régimen reduccional quedaba
"oficializada" una jerarquía de poderes encabezada por el cacique principal -llamado a
veces "gobernador" o "mandón general"-, seguido por otros caciques de menor rango y por
toda una serie de cargos subalternos; la existencia de los mandos superiores antes señalados
junto a capitanes, alcaldes y oficiales, refleja la existencia previa de un orden jerárquico
dentro del grupo, del que derivaría el mayor o menor protagonismo en el proceso
negociador y por ende la posterior distribución de cargos realizada por los conquistadores.
Respecto de la duración del mandato de los caciques "gobernadores", el Diario del
comandante Arias consigna el periodo de cinco años, a menos que el cura, virrey o
gobernador "lo quisiesen remover" 36 ; no obstante, en dicho testimonio se hace referencia al
carácter "vitalicio" de ciertos caciques como Lachiriquin, que sucedió a Paikin -confirmado
a su vez a perpetuidad durante la expedición de Matorras- al mando de los mocoví. Para los
fiscales, alcaldes y alguaciles, la duración del mandato se fijaba en un año y en su elección
intervenían el cura, el cacique gobernador, el alcalde y el alguacil electos37 .

35
. Autos sobre la fundación del nuevo pueblo de indios Santa Rosa de Lima. Año 1773. AGI, Buenos Aires
143.
36
. Diario de Francisco Gabino Arias, Segunda Parte (Colección de Obras y Documentos..., 1837, VI).
37
. Ibidem.

17
La elección de los sucesores al cacicazgo era practicada por las autoridades
coloniales siguiendo la línea hereditaria, conforme a las tradiciones indígenas; incluso la
presencia de la familia del cacique (de sus hijos o mujeres) en hechos de trascendencia para
la vida de la comunidad, como sucedió con las tratativas de paz entre Paikin y Matorras38 ,
revela la solidez de estos linajes dirigentes en la vida de las comunidades chaqueñas. La
parentela del cacique actuaba en ocasiones como "embajadora" del cabeza de familia,
repitiéndose con la misma los elogios y agasajos a modo de prolongación del
reconocimiento brindado al principal; así, la comparecencia de Paikin ante la expedición de
Matorras fue antecedida por una comitiva encabezada por una hermana suya, "a quien en
su lengua veneraban en calidad de princesa, y desde luego a su modo de compostura
demostraba más nobleza que todos los demás", siendo obsequiada por el gobernador junto
a su marido e hijos 39 . Tanto estos agasajos como la práctica de respetar el sistema
hereditario del cacicazgo en el gobierno de las misiones apuntaban a consolidar un linaje
dirigente. En las misiones, el mantenimiento de un régimen sucesorio conforme a las
costumbres indígenas ofrecía cierta garantía de continuidad en el entendimiento alcanzado
con ciertos caciques; de este modo, al buscar un nuevo cacique para la reducción lule de
Miraflores en razón de la elevada edad del titular, se designó al nieto de éste40 , "por su
inteligencia notoria en la lengua española", y "con la condición de tomar consejo a su
abuelo" 41 . Si bien se respetaban los lazos de sangre a los efectos de elegir a los sucesores,
también en este aspecto se operaron cambios que afectaban a la idiosincracia de los grupos
chaqueños, pues nuevos requisitos parecen sumarse a los tradicionales para heredar el
cacicazgo; a las consabidas habilidades guerreras -entre los abipón, por ejemplo, para
acceder al cacicazgo había que ser "noble" y "guerrero" (Furlong 1938: 50)- los líderes
debían, atento a los requerimientos de la dinámica negociadora, ostentar otras habilidades
como la de comunicarse en la lengua de los conquistadores.

38
. Diario de Matorras (Colección de Obras y Documentos..., 1972:VIII-A: 274-275, 277).
39
. Ibid., p. 274.
40
. En ocasiones podía tratarse de un parentesco no tan directo, como era el caso del "teniente" Nicolás
Cevallos, "sobrino y heredero" del "primer cacique" Juan de Samanita, de la reducción vilela de Petacas
(Informe sobre la Visita efectuada a las Reducciones de Indios del Gran Chaco por el gobernador D. Jerónimo
Matorras y el Dr. Lorenzo Suárez de Cantillana. Países del Gran Chaco, 24 de diciembre de 1773. AGI,
Buenos Aires 143).
41
. Ibid.

18
Las funciones encomendadas a los principales en las misiones volvían
indispensable el aprendizaje de la lengua española42 , prefiriéndose a aquellos que como el
nuevo cacique elegido en Miraflores en 1773, reunía las virtudes de "saber leer y escribir
para el mejor gobierno de este pueblo"43 . Dada la importancia del censo en las reducciones,
practicado normalmente en las Visitas, eran convocados los principales obrando de
portavoz el más "ladino" en la lengua española"44 . El conocimiento del español legitimaba
aun más a los líderes, que debían asegurar la sujeción de los indígenas e intervenir sobre
todo en las organización del conchabo en las unidades productivas del ámbito fronterizo.

Una cuestión importante para el seguimiento de la evolución de la jefatura entre los


grupos chaqueños es el esclarecimiento de las relaciones entre los líderes de la guerra y los
chamanes a lo largo del proceso pactista y de la vida reduccional. Con relación a los
chiriguano, Saignes (1990) ha señalado el papel de "pacificadores" desempeñado por los
líderes chamánicos de acuerdo con la tradición guaraní, lo que acarreaba graves disensiones
en caso de decidir las autoridades civiles una acción armada contra las colonias. En lo
referente al Chaco, este conflicto de poderes entre líderes políticos y chamanes se ha
observado en la misión lule de Miraflores (la primera misión fundada en la frontera del
Tucumán) en 1710. La crónica de Lozano (1941) hace referencia a la acción de "tres
líderes" que habían organizado una auténtica campaña en contra del bautismo para
desestabilizar la flamante reducción; es probable que se tratase de chamanes -"tres
diabólicos ministros", les llama el cronista (Lozano 1941:398-400)-, empeñados en
entorpecer la labor del misionero. El episodio relativo a los lule es de sumo interés, en tanto
que narra además las adulaciones y agasajos que el misionero hizo a los tres caudillos
rebeldes, a fin de vencer sus resistencias45 . La sumisión de los jefes civiles a los

42
. Con posterioridad a la expulsión de la Compañía -que había dado prioridad al aprendizaje de las lenguas
nativas- se intentó promocionar la enseñanza del español en las misiones "a fin de que se destierren los
diferentes idiomas de que usan estos indios" (Auto de Visita de las Reducciones del Chaco practicada por el
gobernador D. Jerónimo Matorras y el visitador eclesiástico Lorenzo Suárez de Cantillana. Año de 1771. AGI,
Charcas 220).
43
. Informe sobre la Visita efectuada a las Reducciones de Indios del Gran Chaco... Países del Gran Chaco, 24
de diciembre de 1773. AGI, Buenos Aires 143.
44
. Ibid.
45
. La anécdota narrada por Lozano pone de relieve las rivalidades surgidas entre chamanes y misioneros en
aras del control de los reducidos, lo que también destaca Saignes (1990: 93-94) en relación a los chiriguano.

19
requerimientos coloniales bien podrían haber provocado el descontento de los líderes
religiosos ante lo que se consideraba un avasallamiento de las tradiciones; entre los
chiriguanos, los líderes civiles se volcaron hacia la negociación con los blancos como una
salida a la presión chamánica, sustrayéndose a su mensaje apocalíptico, que amenazaba con
terribles castigos si no se respetaban las costumbres ancestrales (Saignes 1990: 35 y 96). En
circunstancias tales, también podría ocurrir que los líderes políticos recurriesen al
misionero para inclinar a su favor la balanza, siendo ésto un factor a tener en cuenta para
explicar los reiterados pedidos de reducción formulados por los líderes chaqueños en
ciertas fases del proceso de conquista y evangelización operado desde el Tucumán, tal
como se observó entre los chiriguanos46 . La presencia del misionero significaba el
advenimiento de un liderazgo místico que competía con el chamánico, contribuyendo a
ahondar los conflictos de liderazgo en el grupo. En este sentido, Saignes (1990: 95), ha
destacado el papel de los doctrineros como factores desencadenantes de tensión al
exacerbar las rivalidades existentes en el interior de los grupos.

En lo que respecta a los diversos pueblos chaqueños reducidos en esta etapa, los
datos con los que contamos indican una mayor resistencia de la jefatura al dominio colonial
en el caso de los toba de la misión de San Ignacio en Jujuy. Si bien aparecen en la etapa
estudiada diversos caciques de esta "nación" solicitando reducción, al extenderse el sistema
del conchabo de indios reducidos en las haciendas, no tardaron en rebelarse y acudir al
viejo sistema de alianzas con los grupos del interior chaqueño para atacar los
establecimientos coloniales. Gullón Abao (1994: 283-284) destaca la gran resistencia de los
tobas al trabajo en las unidades productivas coloniales, comentando al respecto el motín
encabezado por el cacique Feliciano tras el reparto de jóvenes de la reducción para trabajar
en las haciendas azucareras de Salta, episodio que acabó con una posterior fuga al Chaco.

Entre los caciques mocovís, junto a Pakín aparecen Lachiriquin, Coglochoquin,


Alogoiquin y Quiagarri (Miranda Borelli 1984:255), participando de las gestiones para el
establecimiento de misiones en territorio chaqueño; como ya se comentara, estos pueblos

Bien podría tratarse, aunque el cronista no aluda directamente a ello, de una reacción chamánica contra la
"buena disposición" del cacique para aceptar la reducción.
46
. En ese sentido, la protección jesuita entre los guaraní puede haber creado la sensación de que se había
llegado -al acceder a la vida misional- a la profetizada "tierra sin mal": una tierra de abundancia lejos de la
codicia colonial.

20
no prosperaron, entre otras causas, por la resistencia indígena a la sedentarización, aceptada
por los líderes como una estrategia de sobrevivencia ante las dificultades vividas en el
ámbito chaqueño.

Los grupos lule y vilela -tradicionalmente considerados de "suave índole"-


experimentaron más que otros la "agregación" de reducciones, aspecto éste de gran interés
en cuanto a su posible incidencia en las estructuras de liderazgo indígena. Los grupos
chunupíes -"parcialidad" de los vilela que permanecían irreductibles en el Chaco- también
entraron en la dinámica de las paces, en acuerdo con grupos malbalaes y otras parcialidades
vilelas, solicitando reducción entre el piquete de Pitos y el fuerte de San Fernando,
llegándose a firmar unas paces similares a las de Matorras durante la expedición de Arias
en 1780. Los caciques vilelas tuvieron un papel destacado en la gestión de un buen
emplazamiento para la misión, y también en la defensa de sus tierras ante el proceso de
expansión económica del Tucumán (haciendas, cañaverales); así lo demuestra la protesta
del cacique de Macapillo, Bernardino Madeta, al disponerse el traslado de su grupo a
Miraflores para ocupar las tierras de aquella su reducción para invernar mulas, el gran
negocio del Tucumán colonial (Gullón Abao 1994:310).

Del grupo abipón sabemos que en la etapa estudiada los reducidos en la


jurisdicción de Santa Fe mantenían fuertes rencillas con los tobas y mocovís, bajo el
liderazgo del cacique Benavídez, fuertemente enemistado con las fuerzas coloniales, a
pesar de su antigua colaboración en las entradas practicadas contra los abipones de San
Jerónimo y otros grupos chaqueños 47 .

En el caso de los matacos, su ya tradicional participación en el sistema de


conchabo para trabajar en las haciendas de Salta (cuidando del cultivo y del ganado) o en
las obras públicas de esta jurisdicción, favoreció una mayor flexibilidad a la hora de
negociar con el mundo blanco. Los caciques conducían los intercambios con la sociedad
colonial bajo la forma antes reseñada y también mediante operaciones comerciales; en
contraste con la resistencia toba, en 1799 vemos al cacique Amaya junto con unos
capitanes mataguayos negociando sus productos (miel, cera, madera, etc.) y gestionando el

47
. Autos sobre el informe pedido a Manuel de Castro, vecino de Córdoba sobre la situación del Chaco. Lima,
16 de octubre de 1766. AGI, Buenos Aires 244.

21
conchabo en haciendas azucareras (Gullón Abao 1994: 334). Precisamente esta
intervención de los caciques en las tratativas para el conchabo se convirtió en una de las
facetas claves de su actuación en el nuevo contexto fronterizo; capitanes, caciques y
mandones participaban activamente en la confección de padrones y, es de suponer, en la
organización del grupo para trabajar en los establecimientos coloniales de la frontera,
actuando como "reclutadores primarios de trabajo aborigen" (Santamaria y Peire 1993:
100). En el marco de estas nuevas prácticas las atribuciones otorgadas a los caciques dieron
lugar a ciertos abusos de poder, hasta el punto de apropiarse del producto obtenido por los
indios en el conchabo (Santamaria y Peire 1993: 100).

Dentro de estos contactos fronterizos, la presencia de intercambios comerciales es


de interés, por cuanto pudo haber conducido, ante la necesidad del mundo colonial de
acceder a ciertos productos que los indios obtenían de la recolección (el caso de la miel,
sobre todo), a un trato más continuado y adulador de los caciques. Estas circunstancias
pueden compararse con las vividas por los grupos pampas y tehuelches de la Patagonia en
sus relaciones con el mundo hispánico, observándose entre ellos una verdadera
jerarquización de los cacicazgos (riqueza, poder político) por la participación en circuitos
mercantiles complejos (Nacuzzi 1998: 172). En lo que se refiere al ámbito chaqueño, cabría
ahondar en el papel desempeñado por los caciques en los intercambios comerciales
mantenidos al margen de la legalidad, en los que también intervenían diversos sectores
marginales y los portugueses (Santamaría 1998); estas circunstancias creaban un campo
para el entrenamiento de la jefatura en el desarrollo de tratos mercantiles que les
suministraban principalmente armas, posibilitando no sólo un refuerzo de su capacidad
bélica sino también una flexibilidad negociadora para atender a la oferta de integración en
otros circuitos comerciales.

Conclusiones

Desde los primeros contactos con el mundo chaqueño, la visión colonial de los
diferentes grupos había congelado la imagen de pueblos "sin fe, sin ley, sin rey". El vacío
político que los conquistadores encontraron ante la presencia de un sistema organizativo
que no se ajustaba a los cánones clásicos de ejercicio del poder, derivaría en una
potenciación de la figura de los líderes a la hora de negociar la pacificación de los

22
diferentes pueblos chaqueños. En ese cambio de estrategia los colonizadores se enfrentaron
con un liderazgo militar consolidado, extendido a varias parcialidades y a diversos grupos
étnicos, surgido de la necesidad de aliar esfuerzos para la defensa territorial ante la
progresiva avanzada del mundo blanco.

En la nueva etapa de colonización del Chaco marcada por la gestión franciscana de


las ex reducciones jesuíticas y por el despliegue de una nueva política fronteriza, los líderes
indígenas sirvieron de vehículo para la integración progresiva de sus respectivos grupos en
la maquinaria laboral colonial. El proceso de expansión económica experimentado por el
Tucumán (crecimiento del frente ganadero y de las empresas azucareras) ejerció una fuerte
presión en el sentido de la demanda de mano de obra y de tierras, que se obtuvieron en
detrimento de la integridad del sistema reduccional y de la existencia de grupos étnicos
diferenciados. En esta línea de aparentes renuncias, el jefe indígena buscaba también a
través de los pactos garantizar -mediante el asentamiento en reducciones- una cierta
seguridad para su grupo, atendiendo a los nuevos condicionamientos del propio ámbito
chaqueño y al avance hispánico sobre las zonas fronterizas. No obstante, estos líderes
consolidados durante el proceso de negociación, una vez reducido el grupo pasaban en
cierta medida a convertirse en figuras dependientes de los misioneros y capataces de
haciendas, en el marco de una progresiva desintegración de la vida reduccional y de
inserción en la sociedad colonial.

23
Fuentes Documentales:

Archivo General de Indias:

- Audiencia de Buenos Aires: legajos 13, 49, 143 y 244.


- Audiencia de Charcas: legajo 220.

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pp. 147-171.

27
Estado y Cuestión Indígena. Gran Chaco 1870-1920.

Marcelo Lagos 1

Nuestro período de estudio abarca el momento en que se produce el proceso


constitutivo del Estado-Nación en Argentina. Simultáneamente se desarrollaron las
instituciones del poder, los diversos mecanismos de dominación social, una economía
más integrada y compleja y la construcción de una identidad colectiva. El tema
indígena, en mayor o menor medida, tuvo cabida en cada uno de estos puntos.

Un aspecto que se trató como crucial fue la extensión de la soberanía sobre la


totalidad de los territorios que se consideraban propios. Imponer el "orden" sobre esos
suelos considerados desiertos era el primer paso para luego llevar el "progreso". Hubo
desde el Estado una idea de natural legitimidad sobre esas tierras, siempre calificadas
como "vacías". Se construyó una concepción de "desierto" que posee una profunda
densidad histórica e ideológica y que fue utilizado en el discurso oficial como
percepción tanto del territorio como del "otro molesto" que lo habitaba. (Cfr. Wright,
1997) Sarmiento lo definía como la "antípoda concreta", Avellaneda entendía que
suprimir a los indios y a las fronteras no era otra cosa que eliminar el desierto.
Construida la imagen desde el poder, rápidamente se incorporó al bagaje terminológico
popular para identificar todo lo que tuviera que ver con lo indígena. Construida para las
tierras del sur se extrapoló para el Chaco, aunque poco tuviera que ver con la realidad
ecológica del territorio.

Pero he aquí que dentro del "desierto" se encontraba el indio quien impedía la
dominación efectiva. Por ello el desarrollo de la teoría de la frontera interior, tema con
el que se asoció la cuestión india en las primeras décadas del estudio. Por ésta se
demarcaba, para dejar en claro a los otros que pretendían el territorio (en nuestro caso el

1
Unidad de Investigación en Historia Regional. FHyCS-UNJu. Correo electrónico:
lagos@fhycs.unju.edu.ar

1
Paraguay con el que se litigaba el Chaco Central), que estos eran espacios internos aún
no plenamente dominados.

Entonces la cuestión indígena estuvo primariamente presente como asunto de


Estado íntimamente ligado a la conformación territorial. Se fue generalizando la
concepción de que las "áreas no civilizadas" eran terrenos desaprovechados a pesar de
sus grandes potencialidades económicas y de que se corría serio peligro de perderlas de
no proceder a su ocupación efectiva.

Por extensión de definición el Chaco se convirtió en el "Desierto verde" y sus


habitantes el "último reducto de la barbarie". La idea de su ocupación estuvo vinculada,
por lo menos hasta finalizar la década de 1880, a la guerra. Y esa fue desde otra de las
ópticas en que se trató la cuestión india. Buena parte del presupuesto nacional lo
absorbía el Ministerio de Guerra, y éste destinaba un buen porcentaje a líneas de
fortines, campañas y otros menesteres relacionados con los indios. Desde el poder se
inculcó el concepto de que el avance territorial no era obra popular sino una cuestión de
Estado, y por cierto costosa.

A diferencia de lo que sucedió en el sur del país, desde el Estado se pregonó por
una violencia "racionada" para el Chaco. El territorio no sólo debía ser conquistado, a
posteriori, para lograr su plena integración, tendría que desarrollarse materialmente. En
este aspecto se incluirá la cuestión del aborigen como de interés del Estado, ya que
quedará como elemento necesariamente asociado al desarrollo regional.

La necesidad del brazo indio para los incipientes mercados de trabajos


originados en torno a agroindustrias, salvó a los indios de la violencia y el exterminio
indiscriminado 2 . El Estado como regulador de la violencia fue cauteloso en Chaco. Se
vislumbra siempre el intento de tenerla bajo control, las órdenes pueden contener los
más duros epítetos contra los "salvajes", pero reparan que siendo el aborigen un
elemento imprescindible para cualquier trabajo, los castigos deben ser acotados y
solamente ejemplificadores.

2
- Nuestra concepción va en sentido contrario de la opinión de otros autores que utilizando un concepto
amplio indican que en el Chaco se produjo un “etnocidio”. Cfr. (Hernández, 1992; Rozenzvaig, 1996).

2
Algunas fechas son indicativas de la evolución del tema indio dentro de la esfera
estatal. En 1881 quedan organizados por ley los territorios nacionales, entre los deberes
de los gobernadores figuraba el estimulo de la acción misional "para atraer a los indios a
la vida civilizada". En 1898 se traspasan las cuestiones vinculadas con lo indígena del
Ministerio de Guerra al de Interior, esto indica que se van dejando de lado las hipótesis
bélicas para considerarse el asunto como de la esfera de tratamiento del ministerio
político. En 1917 las gobernaciones de Chaco y Formosa pasan de la órbita militar a la
civil, ese mismo año se disolvían las fuerzas de operaciones del Chaco y los regimientos
de caballería se transformarían en gendarmería para cumplir misiones de vigilancia y
policía. En fin, son cambios que van marcando la reorientación de la política estatal,
indicando a ojos vistas que la cuestión se excluye de lo conflictivo para incluirse en lo
político.

Paralelo a lo que la historiografía militar denominó como proceso de


pacificación, el Estado concretó bajo la dependencia de los ministerios la organización
institucional y económica del territorio. Muchos de los proyectos que encaraba el
Estado involucraban a los indígenas como mano de obra. La construcción de la línea del
ferrocarril Resistencia-Metán y posteriormente Formosa-Embarcación, el servicio de
balsas, la apertura de obras viales a partir de la década de 1910, contó esencialmente
con peonada indígena. No es casual que gran parte de la documentación producida
desde los diversos organismos del Estado tenga relación con lo que implica al indio
como trabajador.

La discrepancia entre la unidad cultural y étnica pretendida por la elite en el


poder y la realidad heterogénea que presentaba el país, hizo necesaria la construcción
de un discurso de entidad nacional, de homogeneidad de la identidad colectiva. Dentro
de las percepciones que se conformaron, lo indígena fue considerado como un retraso o
ruina a superar, sin más salida que su incorporación a la unidad mayor de la sociedad
nacional, o en última instancia a quedar como un recuerdo etnográfico. Las posturas de
los sectores políticos eran una extensión de las opiniones de los intelectuales de la
época, en abrumadora mayoría provenientes de las clases acomodadas. Es indudable
que los grandes argumentos nacidos desde lo político provienen de las introspecciones
que realizan algunos intelectuales influyentes y si hubo un discurso para lograr una
nación indivisible, este estuvo más orientado hacia la nueva realidad social que

3
planteaba el inmigrante que a las viejas rémoras de la cultura aborigen. Como diría
Marco Avellaneda el peligro del Desierto desaparecía al tiempo que nacía uno nuevo, el
de los extranjeros.

Hacia fines del siglo XIX y principios del presente, además del oficialismo
encontramos opiniones sobre la cuestión indígena en los socialistas, los católicos
sociales y los sectores reformistas del liberalismo. Esto merecería un estudio
pormenorizado, aquí sólo dejaremos bocetado lineamientos generales.

Una idea generalizada que compartían, tanto liberales como aquellos imbuidos
por las ideas marxistas, era que las diferencias étnicas tenderían a desaparecer
gradualmente y que la homogeinización se alcanzaría en breve plazo. Entre los
socialistas la problemática étnica era considerada secundaria y transitoria. Las
categorías del evolucionismo eran aplicadas acriticamente, y sin caer en posiciones de
racismo explícito (con el recaudo de no incluir a Ingenieros y Bunge), en general la
postura del socialismo fue más efectiva en su labor de denuncia que en nuevas
alternativas para repensar el tema. Con suma frecuencia el planteo se encuentra incluido
con el de la situación de los trabajadores criollos del interior, se remarca el
incumplimiento de leyes nacionales y se pone el acento en el carácter explotador de las
empresas que los emplean. Respecto de las reducciones estatales los socialistas
entendían que eran una vía correcta, llegando a proponer el envío una comisión a
Estados Unidos y Australia para que se estudien sus políticas a fin de perfeccionar la
nuestra. (Cfr. de Lucia, 1997)

Otra concepción que cosechó adeptos fue el enfoque eugenésico. Originado en


diversos estudios provenientes de la psicología, pedagogía y la higiene; el hincapié
puesto en la herencia y en la comprobación "científica" de la existencia de aptos y no
aptos, llevó a algunos a adoptar posturas de extremo racismo al punto de reclamar al
Estado el control del proceso de reproducción humana a través de la limitación de la
procreación de los ineptos. Lucas Ayarragaray, un médico que incursionó en la política,
advirtió en sus trabajos sobre la "mala mezcla racial" que aparejaban tendencias
degenerativas. La idea de "mejorar la raza" (que aún hoy tiene utilización popular)
nació de estos sectores y se encarnó en el Estado. "Gobernar es poblar bien" afirmaba
Ayarragaray en 1910. Obviamente que los indígenas eran los destinatarios de los

4
calificativos más duros, un largo proceso de mezcla, es decir su desaparición, podría
producir un hombre civilizado. "Necesita llegar a tercerón, cuarterón o quinterón, es
decir, necesita varias selecciones con padre o madre blancos para colocarse en
condiciones de asimilar la civilización europea y poder ser un factor económico, social
y político eficiente." (Ayarragaray, 1910:15)

El catolicismo social en cierto modo había terminado de tomar forma con


Estrada y los debates del ochenta en torno a las reformas educativas. Respecto del tema
de nuestro interés podemos decir que no tuvo un tratamiento especial sino que fue
incluido en la "cuestión social". Varios católicos formaron los cuadros de distintos
gobiernos y un ámbito en el que tuvieron mucha influencia fue en el Departamento
Nacional del Trabajo, en especial en la presidencia Saenz Peña con el Ministro del
Interior Indalecio Gómez quien designa como Presidente del Departamento a Julio B.
Lezama, ambos estrechamente vinculados a los círculos católicos. En el cuerpo de
inspectores hubo una importante presencia de católicos que nos dejaron plasmada su
visión a partir de pormenorizados informes.

Hemos agrupado en cinco apartados el tratamiento de la cuestión indígena en el


marco estatal: a) protección b) reducción c) inserción en el mercado laboral d)
integración e) legitimación de la violencia. Casi todas estas temáticas tienen estrecha
vinculación, se entrecruzan y superponen y su desglozamiento está realizado a los
efectos de organización del texto.

Nuestra aproximación investigativa la hemos realizado esencialmente a partir de


documentación oficial. Del Ejecutivo hemos analizado todos los mensajes
presidenciales del período y algunos decretos; asimismo memorias, informes
expedientes y boletines originados en los ministerios del Interior, Guerra y Marina y
Agricultura (hacemos la salvedad que algunos de estos organismos cambian de nombre
y status dentro del gobierno). Del Legislativo hemos rastreado los diarios de sesiones de
senadores y diputados, investigaciones parlamentarias y legislación. Las memorias e
informes de los gobernadores de los territorios de Chaco y Formosa (en buena medida
editados) y bibliografía de época completan el grueso del material empleado.

5
Protección

Uno de los temas que atravesó todo el período fue si el indígena, reconocido
como diferente, debía contar con la protección del Estado. En rigor, el asunto no tenía
nada de novedoso; los españoles habían debatido largamente sobre ello, y sin llegar a
ningún acuerdo definitivo primó la idea de la "capitis diminutio", pasando a ser
considerado un incapaz de hecho, por lo tanto merecedor de un estatuto jurídico
especial.

La revolución de Mayo inauguró la "ficción de la igualdad", es decir hacer como


que el aborigen estaba comprendido en las generales de la ley y su situación era idéntica
a la de cualquier habitante. Esta hipocresía no tenía mayor sustento, la Constitución
unitaria de 1819 caía en contradicciones en el artículo 128 en que se hacía referencia a
los aborígenes "Siendo los indios iguales en dignidad y en derechos a los demás
ciudadanos gozarán de las mismas preeminencias y serán regidos por las mismas leyes.
Queda extinguida toda tasa o servicio personal, bajo cualquier pretexto o
denominación que sea. El cuerpo legislativo promoverá eficazmente el bien de los
naturales por leyes que mejoren su condición hasta ponerlos al nivel de las demás
clases del Estado." Es decir, por un lado se proclamaba la igualdad, por otro se
reconocía que serían necesarias leyes especiales para poder nivelarlos, pues eran
disminuidos. El pensamiento liberal del siglo pasado interpretaba que esta igualación
era manifestación de progreso en contraposición con la diferenciación que habían hecho
los españoles en tiempos coloniales. En este sentido la opinión del constitucionalista
Bidart Campos es que poner en plano de igualdad a los diferentes es un acto de
injusticia: "se debe aplicar la regla inveterada de que a quienes se emplazan en
circunstancias diferentes no se los ha de nivelar a todos igualitariamente porque, de ser
así, en vez de igualdad imponemos desigualdad (entendiendo que) las medidas que se
adopten con el fin exclusivo de asegurar el progreso de grupos raciales o personas que
requieran protección no se considerarán como medidas de discriminación." (Bidart
Campos 1996)

En varios reglamentos y decretos referidos al aborigen se incluía la aclaración


que éstos "eran hombres", cosa que parecía aún necesario indicar avanzado el siglo
XIX, cuando por otro lado se lo ponía en plano de igualdad. A la par de la ficción

6
igualitaria apareció con fuerza la idea del "protector", al mejor estilo indiano. Una ley
de Salta de 1859 establecía que el síndico procurador de los departamentos limítrofes
del Chaco, y en las misiones el padre conversor, desempeñarían el cargo de protector de
indios. Más adelante, en 1879, Avellaneda dictó un decreto para proveer a la
"colocación" de familias y menores indígenas aprehendidos, la misión estaría a cargo
del Defensor de Pobres e Incapaces. Este debía velar porque la situación de aquellos
fuera ventajosa hasta que se hallaran en condiciones y aptitud de procurarse los
"beneficios de la civilización". Este "protectorado" se prestó a frecuentes abusos, y de
hecho se convirtió en un tráfico de servidumbre. Nicasio Oroño le escribe desde Santa
Fe en el mismo 1879 a Manuel Obligado, jefe militar de la frontera norte de esa
provincia "Como veo que ha hecho una buena cosecha de indígenas, espero que no
olvide mandarme con Cornelio o en alguno de los vapores un par de chinitas de seis u
ocho años. El transporte lo pagaré‚ yo aquí." (Obligado, 1925:112). Esta especie de
"protección privatizada" tuvo su mayor cantidad de adeptos en las sociedades de
beneficencia. Los encargos y los embarques fueron frecuentes, sobre todo en torno a las
campañas militares. Por ejemplo, el diario La Nación el 31 de Octubre de 1885 titulaba
"Espectáculo bárbaro. Indios numerados vienen en el vapor San Martín para ser
repartidos. Ciento cincuenta y cuatro indias quedan en manos de la Comisión de las
Señoras de la Sociedad de Beneficencia." (Ospital , 1983).

Un caso provocó conflicto que desnudó la ficción de la igualdad y libertad frente


a la realidad de discriminación y servidumbre. Se produjo en 1899 cuando el empresario
circense José Podestá "contrató" indios de Formosa para exponerlos en la Exposición
Universal de París de fin de siglo. El asunto llegó lejos, el Procurador General de la
Nación dictaminó: "Tratándose de menores e incapaces por su falta de inteligencia y
medios de compresión y expresión de voluntad, no ha debido prescindirse de los medios
supletorios que establezcan las leyes para la representación legal en los actos que
puedan afectar a su persona y bienes." (en Levaggi, 1990:268).

El tema motivó que el presidente Roca decretara que los Defensores de Menores
de los Territorios Nacionales fueran Protectores de Indios. No todos estuvieron
plenamente de acuerdo, José María Uriburu, gobernador de Formosa, indicaba en una
carta al Ministerio del Interior que los empleados que se harían cargo eran ajenos al
territorio y al problema del indio, además hacía la siguiente salvedad "La medida de

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poner a estos indios, bajo el amparo del Defensor de Menores, es buena para los casos
que marcan las leyes para los incapaces y menores, pero no debe ser para todos, pues
hay indios que no son incapaces, y que viven de su trabajo y si no han llenado todos los
requisitos que la ley marca para ejecutar sus derechos civiles, como ciudadanos que
son, es por la negligencia de las autoridades que deben intervenir en este asunto y
porque a los patrones tenedores de indios les conviene tener a estos en la mayor
ignorancia posible de sus derechos, para sacar mayores ventajas de su especulación."
(en Sbardella, 1982:47). Uriburu, hombre práctico y que siempre nos ofrece la imagen
de "buen civilizador" era partidario de la protección seleccionada, quienes se habían
"nivelado" al blanco vía del trabajo no debían ser objeto de resguardo pues estaban en
las mismas condiciones que los demás habitantes.

En términos similares razonaba Lynch Arribálzaga, los indios aparecen como


diferentes a los blancos, pero no por razones raciales sino de grado de civilización: "No
es un menor, debe entrar en una categoría sui generis, intermedia entre el niño y el
adulto capaz y hábil para todos los actos de la vida política y civilizada, mientras
permanezca en el seno de la tribu y no se emancipe por determinadas condiciones. El
indio en ese estado social es un salvaje, es un indio." (Lynch Arribalzaga, 1914:16).
Analizaremos más exhaustivamente a Lynch en otro apartado, digamos por ahora que
fue un defensor del protectorado, junto a otras personas promovió en Resistencia hacia
1907 la creación de una Sociedad Protectora de Indios, la que nunca obtuvo personería
jurídica y desapareció sin dejar muchos rastros de su acción.

Los avances más concretos respecto de la protección fueron los proyectos de


creación del Patronato Nacional de Indios, uno presentado por Bialet Massé en su
Informe de 1904, y el otro, de 1914, de Miguel Ortiz, Ministro del Interior de Victorino
de la Plaza. Ambos tienen puntos en común. El primero es que ninguno prosperó, lo que
indica la política errática del legislativo sobre la temática. Los dos ubicaban la
institución bajo dependencia del Ministerio de Interior, que reglamentaría sus deberes y
atribuciones. Los proyectos relacionaban al Patronato con la "colonia indígena", como
la denomina Bialet, o la reducción como la califica Ortiz. Allí estaría la "fábrica de
civilización", el artículo 2 del Proyecto de 1914 era claro al respecto: "atraerlos (a los
indios) a constituirse en reducciones, proporcionales trabajo permanente y
remunerado, inculcándoles las nociones de propiedad individual, el ahorro, la moneda

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y otras útiles (...) mejorando sus costumbres, respetando, mientras sea necesario, las
instituciones políticas y domésticas siempre que éstas no sean repugnantes a los
principios de humanidad." (Cámara de Senadores, 31 de Agosto de 1914).

La figura del Defensor de Indios era la de un supervisor de la adaptación del


indio a la civilización. El artículo 11 del proyecto de Bialet establecía: "El Defensor de
indios ejercerá en las colonias todas las funciones asignadas por las leyes a los
defensores de menores e incapaces (...) Recibirá los pedidos de trabajadores que le
dirigiesen los particulares, autoridades o bolsas de trabajo, hará conocer a los indios
las condiciones precisas de trabajo, los salarios y retribuciones ofrecidas y formulará
los contratos correspondientes de conformidad a lo establecido en la presente ley (...)"
(Bialet Masse, 1904:111). El Defensor se hacía cargo de las personas y bienes de los
indios en reducción y reglamentaría la comercialización de armas y bebidas entre estos.

El proyecto de 1914 avanzaba respecto del indio como sujeto de derecho y


establecía que el Patronato era el responsable de determinar la capacidad civil y la
responsabilidad penal, al tiempo que determinaría la misión de amparo que le
correspondía ejercer al Estado y los pasos a seguir para la emancipación legal del
indígena (Cámara de Senadores, 31 de Agosto de 1914, art.4).

Siempre se ha considerado a la ley de Servicio Militar como una herramienta


más del Estado para acceder a todos los sectores de la población y como parte de su
expansión en el área social. Sin embargo, el indio era excluido de esta obligación en el
proyecto de Patronato, sólo siendo aplicable a aquellos que "están definitivamente
incorporados a la civilización" (Cámara de Senadores, 31 de Agosto de 1914, art.7)
Sabemos del indio "enganchado" como baquiano, cargador o simplemente como
sirviente de tropa pero no como "conscripto de la Nación", al menos en el lapso
estudiado.

La Comisión Honoraria de Reducción de Indios, creada en 1916, ejercía de


hecho el protectorado del indio, pero carente de presupuesto y leyes que la respaldaran,
elevaba al Ministerio del Interior, del que dependía, constantes reclamos. "Se hace
indispensable la sanción de la ley de Patronato de Indios, que al dotar a esta Comisión
del Personal de Inspección necesario la invista de la autoridad requerida para

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intervenir en todos los actos individuales y colectivos (de los indios), instruyéndolos
sobre sus derechos, inculcándoles la noción de sus obligaciones y defendiéndoles en
múltiples circunstancias en que son objeto de malos tratos y explotación inicua (...)".
En el mismo documento, más adelante, se refuerza la idea de que sólo la misión tuitiva
del Estado y sus funcionarios podrian liberar al indio de la múltiple explotación que
sufre, explotación que se inicia en el mismo seno de la tribu: "Sólo con una amplia y
eficaz protección del indígena, se puede llegar con el transcurso del tiempo, a disminuir
o desterrar tal vez la perniciosa influencia de los caciques sobre los individuos de sus
respectivas tribus, pues por obscura o perezosa que sea la mentalidad del indio, no
puede dejar de establecer comparaciones entre el bien que le reporta la obediencia a
los funcionarios públicos que lo ayudan y protegen y la poca provechosa sumisión a los
caciques, verdaderos parásitos que lucran con la ignorancia y fanatismo de sus
subordinados.” (Memoria del Ministerio del Interior, 1918:444)

Reducción

La reformada Constitución argentina de 1994 dice en su artículo 75 inciso 17:


"(...) reconocer (a los indígenas) la personería de sus comunidades y la posesión y
propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega
de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano, ninguna de ellas ser enajenable,
transmisible ni susceptible de gravámenes o embargos (...)". Esto es en la actualidad la
letra de la ley, en lo pragmático falta mucho por avanzar.

Iniciamos de esta forma el apartado porque históricamente el tema de la


legalidad de la propiedad de la tierra del indígena estuvo asociado a la reducción. Esto
se vinculó con la discusión respecto a supervivencia de las formas de propiedad
colectiva y la existencia de la tribu.

El criterio general adoptado por el Estado desde mediados del siglo pasado fue
considerar a las tierras ocupadas por los indios como baldías, pasando al fisco una vez
incorporadas mediante conquista para su posterior venta, arriendo o donación. En
contraposición a esta política aplicada de hecho, otros juristas consideraban que el indio
era dueño por posesión treintañal, y que habiendo sido despojados tenían derecho a

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entablar juicio al Estado para lograr su restitución. Estas bien intencionadas
declaraciones no pasaron de ese terreno. El Estado se apropiaba de las tierras valiéndose
de un instrumento legal: la Ley de Seguridad de las Fronteras (Nro. 215) del año 1867.
La ley distinguía para la continuidad de la ocupación del suelo las tribus que se
sometieran voluntariamente, que podrían discutir y establecer convenios con el P.E. la
extensión y límites que se les otorgaría, y aquellas que fueran sometidas por la fuerza
que quedarían al arbitrio del Gobierno Nacional.

Una idea avanzó: asegurar la "existencia fija" de los indios era eliminar uno de
los principales signos de su barbarie: el nomadismo. La residencia en un lugar
determinado adoptaba los diversos nombres de colonia, reducción o misión. Hacia allí
apuntó la legislación, la Ley Avellaneda de Inmigración establecía en su artículo 100
que se utilizarían todos los medios posibles para atraer gradualmente a las tribus
entregando lotes de cien hectáreas por cada familia, en el mismo sentido se orientaban
las leyes de Organización de Territorios Nacionales y la de Tierras y Colonias de 1903.

Paralelamente se gestaba la concepción de que la tribu era una rémora que debía
eliminarse como forma de organización y por ende como órgano de acceso a la
propiedad. Un decreto de 1879 establecía que la convivencia en la tribu "contribuye a
que los indios conserven sus hábitos, viviendo en la misma agrupación y sin estímulo
alguno para el trabajo, único medio por el cual puede mejorarse su condición,
haciéndolos al mismo tiempo útiles." (en Secretaria de Trabajo y Previsión, 1945:224)
También el Ejecutivo enviaba un proyecto al Congreso sobre colonias indígenas en
1885, en él desaparecía el concepto de tribu para incluir el de familia. Se entendía que
las sociedades civilizadas habían abandonado este tipo de instituciones y que entre los
indígenas no hacía más que preservar una organización agresiva. " Hay que suprimir la
tribu, y para ello, debe dársele al individuo educación, tratando que al mismo tiempo
labre su independencia económica y con esa mira, lo agruparemos primero para
instruirlos y luego de llenado este requisito, lanzarlos aptos para la lucha por la vida."
(en Secretaria de Trabajo y Previsión, 1945:224)

En el área chaqueña la pregonada instalación de reducciones tuvo su primera


concreción con la creación de San Antonio de Obligado en 1884 en la actual provincia
de Santa Fe. El Jefe de frontera y posterior gobernador del territorio era un firme

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defensor de la idea. Constituida por mocovíes y tobas en número mayor a 400 prosperó
en los primeros años según su fundador, pero al poco tiempo, cuando éste se ausentó a
Buenos Aires después de casi veinte años de actividad en la frontera, una sublevación
terminó con la vida del misionero, el jefe militar y la reducción. No era un buen
comienzo, pero nadie se desalentó y la idea no fue desechada.

Entre otros funcionarios, José María Uriburu, gobernador de Formosa, opinaba


que "para llevar a esos seres desgraciados a la categoría de hombres es necesario, es
indispensable reunirlos en pequeñas colonias, y ahí por medio del ejemplo y de la
persuasión enseñarles el manejo del arado, el cultivo de la tierra, hacerles distinguir la
virtud del vicio, el bien del mal, en una palabra: civilizarlos! (...) Es indispensable
ocuparse de la reducción de los indios. La gobernación cree que sería eficaz una
ocupación militar permanente y la fundación de colonias ubicadas en los radios
defendidos por los fortines. Los gobernantes, que actúan sobre el terreno, pueden
facilitar extraordinariamente la realización de un plan de esa naturaleza, pero en todo
caso se requiere de la acción directa del Gobierno Nacional.” (Memoria del Ministerio
del Interior, 1899:81). Un año después el gobernador informaba desalentado: "Este
gobierno no sólo por deber, sino por simpatía propia, ha prestado a este asunto
(instalación de reducciones indígenas) toda su dedicación: buena prueba de ello son
las disposiciones que ha dictado dentro de sus facultades y los infinitos pedidos que ha
dirigido a V.E. Pero con pesar he de decir que todas ellas han resultado ineficaces. Las
dictadas en el territorio para impedir el comercio clandestino con los indios son
burladas por los comerciantes de otros territorios; los de buena alimentación y hogar
son resistidas por los industriales que los ocupan, seguramente para evitarse gastos;
los de educación cristiana y bautismo no son aceptadas por los religiosos, porque no
tienen medios de movilidad; las inscripciones indígenas en el Registro Civil, no
resultan; y para completar el cuadro los Consejos Escolares, no encuentran forma de
hacer lugar en las escuelas para los indiecitos que viven en las inmediaciones a ellas."
(Memoria del Ministerio del Interior, 1900:122). Además del cuadro de situación que
pinta en el informe, Uriburu plantea un tema que será recurrente en muchos
funcionarios de los territorios como lo es la falta de apoyo presupuestario e institucional
para encarar ciertas iniciativas. Es que ya lo hemos dicho, las decisiones del gobierno
central sólo son de oportunidad como por ejemplo cuando algún hecho de violencia
conmueve a la opinión pública.

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Lucas Luna Olmos, también gobernador de Formosa, realizó una expedición al
Pilcomayo a inicios del siglo. En su informe aplica la fórmula: la desaparición del
desierto es igual a una política de poblamiento (blanco) más la reducción del indígena.
"Mientras el indio disponga del desierto no habrá misioneros suficientes ni capaces de
reducirlo y traerlo a la vida civilizada. El instinto y la sangre dominan. Las dos
misiones actuales, (S.F. Laishi y Tacaaglé) establecidas en este territorio, casi
totalmente desierto, con cerca de 20.000 indios salvajes, son una prueba: hay ciertas
épocas del año, sobre todo en primavera, cuando canta el coyuyo, que las misiones
quedan desiertas, porque todos, o casi todos, los indios se van al desierto a celebrar sus
grandes "saturnales" con la chicha que elaboran de la algarroba. Y no hay quien los
detenga.Vuelven después de varios meses, olvidados de lo poco bueno que aprendieron
y avivados sus instintos salvajes. Pienso entonces, que no hay otro sistema de reducción
para el indio que la ocupación del desierto con la población: la colonización. El indio
sin desierto tiene forzozamente que entregarse y reducirse, viniendo ellos mismos a
constituirse en brazos colonizadores (...)." (Luna Olmos, 1905:28). El funcionario, que
en todo su informe se encarga de demostrar la ineficacia de la acción misionera
franciscana, es continuador de la idea de la reducción civil, que no termina por
concretarse.

Dos militares que actuaron en las últimas operaciones dejaron su opinión sobre
la forma práctica con se debía encarar la reducción. Teófilo O'Donnell concretó hacia
1907 su proyecto de colonización militar. Quería formar 3 colonias de 25.000 hectáreas
cada una, las chacras de 10 hectáreas se entregarían a cada familia indígena que se
presentara voluntariamente. Las colonias estarían ubicadas en las proximidades de los
acantonamientos militares. Se debía proveer a los indios de instrumentos de labranza,
siendo los militares los instructores y protectores. La producción se repartiría en dos
terceras partes para los indios y el resto para el gobierno. Según su autor el proyecto
tenía un doble propósito: asegurar la subsistencia del indio a partir de su propia labor y
establecer sobre él una "severa y paternal" tutela para reprimir cualquier intento de
sublevación o correría. (cfr. Memoria del Ministerio de Guerra, 1907-1908)

Por su parte Enrique Rostagno, Jefe de Operaciones de la campaña de 1911


afirmaba que "el problema de la reducción del indígena sea encarado de otra manera
de la que pretende empleando procedimientos teóricos, que merecen muchos elogios

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por el altruismo que demuestran; pero, cuando quieren aplicarse se pulverizan al
chocar contra la arraigada idiosincrasia del indio.(...) A este no es posible someterlo a
un trabajo regular, metódico, a horas fijas que marque la campana (...) ni creer que
trabajará luchando contra las tentaciones de la naturaleza. No se rompen tampoco
hábitos de muchas generaciones de un día para otro y sobre todo cuando no se crean
antes necesidades que impongan trabajo para ganar los medios que lo sustenten (...)
Hay que enseñarle a trabajar la tierra de una manera más productiva (...) pero a
trabajar su tierra, la que se le de en propiedad para que tenga interés en cuidarla y
mejorarla y esa enseñanza tiene que hacerse por medio de escuelas elementales
prácticas, donde se den lecciones experimentales. El gobierno debe comprarle las
primeras cosechas, dos o tres para los cuerpos de ejército y otras instituciones (...) con
sólo abonar el precio corriente, el indio ver cantidades de dinero que le parecerán
fabulosas, tan miserablemente es apreciado por todos su trabajo (...) Es cuestión de
unos pocos años, cuatro o cinco, de esta expedición paulatina y progresiva, para
orientarse después con seguridad en la vía que mas convenga. Es lo único y lo que creo
más práctico, se puede hacer por ahora en lo que se relaciona con la colonización
indígena." (Rostagno, 1912: 9, 16 y 17)

Nadie defendió tan a rajatabla la idea de reducción y logró concretarla en la


practica como Enrique Lynch Arribálzaga. Este porteño, que provenía del campo de las
ciencias naturales pero también de una amplia experiencia agrícola se instala
definitivamente en Chaco a inicios del siglo XX. Según propio testimonio su
conocimiento del indígena provino de la utilización de tobas en sus plantaciones
experimentales de algodón. Como Delegado del Ministerio del Interior intervino en la
fundación de las dos primeras reducciones laicas montadas por el gobierno argentino:
Napalpí, Chaco, 1911 y Bartolomé de las Casas, Formosa, 1914.

Elevó dos informes al Ministerio del Interior en 1914 y 1915 que constituyen un
riquísimo material documental para el análisis del tema. En realidad el primero de ellos
constituye mucho más que un rutinario y burocrático informe de funcionario, se trata de
un verdadero estudio sobre el sistema de reducciones en tiempos coloniales y
republicanos, entre jesuitas y franciscanos, un enfoque comparativo con los casos de
Estados Unidos, Canadá y Brasil para llegar al "plan argentino", que si bien sigue los

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lineamientos generales del pensamiento de época, tiene un tratamiento y una
estructuración lógica que no posee ningún otro documento.

Reducción "sin comunismo" (en alusión al sistema jesuítico), educación, trabajo,


obraje y agricultura eran los pilares del sistema. Reducir es para Lynch "atraer,
persuadir, acostumbrar por grados, sin violencia alguna (...) concentrar en ellas todos
los indígenas salvajes que restan en la República, para que trabajen y se eduquen allí,
vayan luego, capaces ya de manejarse entre los cristianos a ganarse la vida con un
oficio o una destreza manual cualquiera." (Lynch Arribálzaga, 1914:42)

Una condición fundamental era eliminar la concepción y práctica colectivista en


torno a la propiedad inculcando el reconocimiento y usufructo que brinda la propiedad
individual. Esto se aplica en la práctica a la entrega de tierras en la reducción, Lynch
propone su suspensión hasta que no quedara demostrado el apego del indio a ella.
Entiende que debe otorgarse para cada familia una hectárea para separar al individuo de
la toldería "ese falansterio siempre insalubre". La propiedad definitiva sólo cuando la
"escuela haya modelado una generación".

El Plan de Lynch basaba la existencia de la reducción en un primer momento en


el obraje. En sus informes presenta la producción de rollizos de quebracho, lapacho y
algarrobo. Al mismo tiempo, y con un objetivo más elevado, se desarrollaría la
agricultura, que sólo tenía carácter de experimental al inicio. Además de las huertas,
Lynch apostaba a las plantaciones comercializables como el algodón, la caña de azúcar,
el tártago. Por su parte, la ganadería además de satisfacer los roles de alimentación, tiro
y carga para el trabajo, sería la "moneda" en que el indio realizaría sus ahorros.

Los informes estaban plenos de optimismo sobre el futuro de la reducción,


Lynch afirmaba que sus previsiones se cumplían, las cuentas cerraban y los indígenas,
tratados con honradez y benevolencia estaban conformes con la vida de reducción. Pero
no siempre las buenas intenciones tienen respuestas favorables de la realidad. La crisis
financiera derivada de la guerra desatada en 1914 disminuyó la demanda internacional
de quebracho y esto repercutió en el lejano experimento indígena del Chaco. Otros
factores negativos se aunaron; una epidemia de paludismo, langostas, ataques de otros
obrajeros de la zona que se quejaban por competencia desleal, ya que la reducción no

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pagaba derecho de monte y sus fletes tenían una rebaja del 50 %. La prensa local
también cargo las tintas "Ahí está la reducción de Napalpí (...) organizada con las más
nobles intenciones ha resultado un fracaso absoluto porque en los años de vida que
lleva, no solamente no ha reducido a ningún indio sino que financieramente representa
una enorme carga sobre el erario nacional, constituida por 140.000 $ anuales, que le
asigna el presupuesto, además de otros 100.000 $ que adeuda al comercio de esta
plaza." ( El Colono, 26 de Junio de 1916 en Beck, 1994:110)

Un informe de la Comisión Inspectora de Tierras Públicas de 1916 era lapidario,


indicaba que la reducción no contaba con población estable, que cuando había
radicación era sumamente precaria, que la actividad obrajera se prestaba para todo tipo
de abusos y explotación del bracero indio, que la cercanía del poblado de Quitilipi
favorecía el alcoholismo, las pendencias y la compra de armas de fuego. Huérfana de
apoyo oficial la reducción languideció, pero sobrevivió.

Un ciclo de esta experiencia concluye unos pocos años después en que cerramos
nuestro período de análisis con la sangrienta sublevación de 1924. Quienes han
estudiado el caso lo han definido como movimiento milenarista, pero reconociendo una
multiplicidad de causas. (cfr. Cordeu y Sifredi, 1971) El fortalecimiento de las prácticas
shamánicas habría derivado en la creencia del advenimiento de una era en la que se
superarían las penurias del presente; esto habría derivado en una incentivación de un
sentimiento antiblanco y complicado con la reactivación de ancestrales conflictos
inerétnicos entre tobas y mocovíes con quienes se conformaba la reducción. Pero como
causal de fondo subyacía una cada vez mayor competencia por la fuerza de trabajo del
indio (cfr. Iñigo Carrera, 1988). Por un lado los ingenios azucareros de Jujuy y Salta,
por otro las colonias algodoneras del centro y oriente chaqueño, sumado a los obrajeros
y los administradores de la reducción que querían retenerlos. No es casual para el
desarrollo de los acontecimientos que en ese año 1924 el gobernador decretara la
prohibición de la salida de los aborígenes del territorio hacia otras provincias con fines
laborales.

No nos corresponde extendernos sobre este caso que ya ha sido objeto de


análisis ( a los autores citados en el párrafo anterior agrégese Arengo, 1996). Nos
interesa para concluir analizar cuál fue la actitud de la administración de la reducción y

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del Estado ante sus "protegidos" indios de Napalpí. De diversas formas casi todos los
documentos y testimonios acusan a la administración de ser la propagadora de la
histeria "de malón" originada entre los blancos de la región, cuyas versiones fantásticas
y desmedidas tuvieron notable peso sobre la represión. A su instancia se instaló un
destacamento policial que desató una espiral de pequeños actos violentos que caldearon
los ánimos. Asimismo negó intransigentemente todo reclamo de los aborígenes como la
entrega de alimentos, rebajas en los porcentajes que se retenía en los trabajos del obraje,
etc. Por su parte el Estado a través de su representante directo, el gobernador del
territorio Centeno, tuvo al principio una actitud dialoguista pero terminó desatando una
represión que dejo más de doscientos muertos y heridos. No sólo movilizó tropas de
policía y gendarmería sino que permitió la asistencia de indios "adeptos" y también
particulares que desean colaborar. En la masacre puso a disposición de las tropas hasta
un avión de reconocimiento y se mantuvo indiferente a la persecución encarnizada de
los sobrevivientes. No vemos en la actitud del poder estatal sensibles diferencias con la
severidad que trataba a grupos oponentes o contestatarios, recordemos que los
acontecimientos de la Semana Trágica y las huelgas de Santa Cruz son casi coetáneas de
los incidentes de Napalpí.

Inserción al Mercado Laboral

Hemos tratado en otro apartado este tema, ejemplificando con variados puntos
de vista la estrategia de la vía laboral como integradora de la civilización y como
aprovechamiento de brazos tan necesarios como poco explotados. Aquí abordaremos el
asunto desde la forma en que el Estado instrumenta la incorporación y regulación del
indio como trabajador.

Una breve frase que el presidente Roque Saenz Peña incluye en su Mensaje de
apertura del Congreso en 1912 resume el pensamiento que sobre los aborígenes
chaqueños se ha ido gestando desde que dieron fin las campañas del sur. "Considero
que en favor del buen trato y conservación de los indios militan no sólo un mandato
constitucional, sino otras muy interesantes de orden económico. El indio es un elemento
inapreciable para ciertas industrias, porque está aclimatado y supone la mano de obra
barata, en condiciones de difícil competencia." (Mensaje Presidencial, 1912). Como

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claramente lo expresa se ha instalado la idea del "aprovechamiento" del indio, que será
imprescindible para terminar de incorporar a esas regiones hasta hacia poco incultas por
su culpa y que a partir de entonces se integrarán al país contando con su esfuerzo.

Por otra parte, como ya hemos visto, se ha afirmado el pensamiento de que el


Estado debe brindar "protección" y uno de los aspectos en que se intentó poner mayor
énfasis fue en el de las relaciones laborales, pues eran la fuente de los mayores
contactos y conflictos interétnicos. En otras palabras: inserción al mercado laboral bajo
el amparo del Estado. Veremos como, también en este caso, es la historia de las buenas
intenciones y las pocas realizaciones.

Nos remontaremos a los antecedentes. Ya se ha investigado que en forma regular


los indígenas del Chaco occidental aportaban trabajo a las haciendas ganaderas y
agr¡colas de Jujuy y Salta desde el siglo XVIII. (cfr. Teruel y Lagos, 1992; Gullón
Abao, 1993; Teruel, 1994). Para cuando arrancamos con nuestra etapa de estudio poco
se había avanzado con el "ir y venir, entrar y salir de los indios" de un espacio a otro del
Chaco. Baldomero Carlsen, enviado a realizar un relevamiento de la línea de frontera de
chaco salteño en 1870, ya tiene plenamente desarrollada la concepción de la
conveniencia de la integración laboral frente al exterminio. "Los indios en toda su
historia sufren horribles necesidades, continuas y grandes carestías debido
exclusivamente a su índole holgazán cuanto a la vida poltrona que hacen todas estas
naciones, rasgo característico que se hace exagerado en las razas del Chaco que por
decirlo así son herborizadoras, pues que en ciertas estaciones del año no viven sino de
las frutas mezquinas que abundan en los bosques (...) Esta misma índole hace más
dóciles a las tribus del Chaco quienes es notorio se prestan a todo tipo de labores
conformes con una modesta recompensa de ropa y trabajo lo que prefieren a una suma
crecida de dinero, de manera que soy de opinión que pronto no sólo veríamos al indio
utilizado con ventaja como actualmente sucede en todo el trayecto de Orán a Esquina
Grande sino desde la Esquina Grande hasta Corrientes, donde veríamos que el indio
mismo con los instintos de las ventajas que ello le reportaría se estaría brindando a
llamarlos de manera que se contemplaría al indígena tal vez convertido en el más útil
ciudadano y prestando el más útil recurso a la industria que circulase por esta parte de
la frontera que son sus brazos. (...) Así que cubriendo la mano bienhechora del
Gobierno Nacional este extenso trayecto territorial, solo florezca por él la industria y el

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ingenio civilizador de los pueblos argentinos, haciendo así que desaparezcan las
oscuras tradiciones de tan infinitas expediciones que desde tiempos inmemoriales le
han cruzado por todas partes, sin dar más fruto que dejar este gran país, poblado de
espectros errantes." (Carlsen, 1871, AGN, BN, Leg. 382). Aparecen aquí varios
elementos discursivos que se repetirán frecuentemente desde distintos ámbitos de la
esfera estatal, a saber: el indio puede dejar de ser un miserable si se incorpora a la
civilización mediante el trabajo, por ende el indio no es un elemento negativo sino
potencialmente útil; el Estado debe intervenir para que el progreso de la región y del
indio vayan de la mano.

La otra cara de la moneda aparece en informes de la misma época, el indio


trabajador es explotado inicuamente por el poblador de la frontera. Decía Napoleón
Uriburu en 1875 "(...) en la frontera de Salta (...) los vecinos trataban de aprovecharse
del trabajo de estos infelices, explotando su ignorancia, defraudándoles el salario y
exacerbándoles con especulaciones innobles, hasta hacerlos abandonar sus tierras y
alejarse hasta donde pudieran vivir en completa libertad y lejos de nuestro contacto,
para lanzar luego sobre las poblaciones, invasiones depredatorias en represalia de los
excesos y arbitrariedades de que han sido víctimas." (Memoria Gobernación del Chaco,
1875) Se reclamará pues la acción del Estado para poner justicia en nombre de la
civilización interviniendo contra los abusadores, pues sólo el Estado será capaz de
imponer orden en el inestable mundo de la frontera.

El Estado hace sentir su presencia cada vez con mayor fuerza. Se corporiza en el
milico de frontera que realiza batidas, en los colonos que al este y oeste se asientan en
lotes fiscales, en expedicionarios que remontan ríos en embarcaciones gubernamentales,
en ingenieros que proyectan caminos y vías férreas, en funcionarios que quieren
levantar censos de indios. Desde finalizada la Guerra del Paraguay hasta la década de
1920 el Estado ha envuelto todo.

No todos reclaman lo mismo del Estado, otros le piden violencia, coacción para
obligar al trabajo, ocupación efectiva del "desierto" para dejar al indio sin recursos. Eso
lo veremos más adelante.

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Los instrumentos legales referidos al trabajo indio no superaron el estadio de
proyecto. El primero fue el código laboral de 1904, presentado por Joaquín V.
González, que contenía en sus catorce títulos uno destinado a definir la persona civil del
indio. El artículo 250 decía que "cualquier explotación en que se emplee el trabajo de
los indios que habitan los Territorios Nacionales y toda persona que los tenga a su
servicio doméstico o de otra clase, están obligados a considerarlos personas libres y
dueños de todos los derechos inherentes a todos los habitantes de la República."
González y sus colaboradores obviamente sabían que la esclavitud había sido abolida
por la Constitución de 1853, pero si en 1904 creían necesario expresar taxativamente la
condición de "libre" del indio, se entiende que tendrían sus razones. El indígena sería
"asistido" por la fiscalía de territorios o provincias, que velaría por su buen trato, firma
de contratos, amparo de sus derechos y la justa aplicación de las leyes.

En otros artículos del proyecto, que a veces se asemeja a un compendio de


denuncias, se establecía que el indio no podía ser obligado a trabajar por amenazas
(seguramente se refiere a las que realizaba el propio ejército cuando alguna tribu se
negaba a "salir" del Chaco), ni ser sometido a castigos corporales, ni malos tratos (esto
no se especifica cuando el código trata de trabajadores criollos o extranjeros) ni a
trabajar más tiempo que el establecido en el sector o clase de labor.

Aludía al trabajo de mujeres y menores, a las obligaciones de provisión de ropa,


alojamiento, asistencia médica, pago por convenio y en efectivo. Incluía la consabida
prohibición de venta de alcohol y la obligación de los empresarios de permitir a los
misioneros a que formen a los indios en la moral cristiana. El proyecto que podía
significar un notable progreso para la realidad del aborigen trabajador era producto del
acercamiento de figuras liberales reformistas del gobierno, de socialistas moderados y
católicos sociales. Por otras razones e intereses, ajenas al tema específico del indio, el
proyecto quedó abandonado en el Congreso sin llegar a ser discutido en detalle.

En 1907 se creó el Departamento Nacional del Trabajo, organismo que a través


de su división Inspección y Vigilancia nos legó importantísimo material documental
sobre las condiciones de los trabajadores indios. En el período que analizamos, por lo
menos desde 1910 en adelante, el Departamento integró su cúpula con miembros del
catolicismo social argentino y el cuerpo de inspectores, Rafael Zavalía, Alejandro

20
Unsain, Pablo Storni y muy especialmente José Elias Niklison nos dejaron una visión
crítica y detallada del proceso de inserción de los indígenas en los ingenios azucareros,
empresas forestales, extractivas yerbateras y colonias algodoneras; que tienen tanta
riqueza como del merecidamente famoso informe de Bialet Massé pero no gozan aún de
su prestigio. Hemos trabajado sobre la temática (cfr. Lagos, 1988, 1992) y reeditamos
parte de la difícilmente accesible obra de inspección de Niklison (Boletines del
Departamento Nacional del Trabajo; Años 1916, 1917; reed. 1989, 1990) por lo que
remitimos a ella a fin de no reiterarnos.

Más que efectiva, la labor del Departamento fue de denuncia, no contaba con un
presupuesto adecuado, un marco legal apropiado y, lo más importante, con respaldo
firme del poder, por eso muchos lo consideraban un organismo superfluo e inoperante.
Pero allí quedan los informes de inspección, documentando el papel del ejército en el
reclutamiento de indios, las condiciones del traslado hacia los centros de labor, las
formas en que se pagaba, los manejos de almacenes y proveedurías, las jornadas de
trabajo; en fin, un corte, con la rudeza de un documentalista cinematográfico, de la
incorporación masiva de los indios al mundo del trabajo en el primer cuarto de siglo.

Un contrato firmado en 1914 entre las empresas azucareras de Jujuy, Ledesma y


La Esperanza, y las autoridades militares del Chaco, como representantes de los indios,
motivó varias inspecciones tanto del Departamento Nacional del Trabajo como de la
Dirección General de Territorios Nacionales. Este es un ejemplo de lo que venimos
afirmando con anterioridad, los inspectores explican con lujo de detalles todos los
aspectos en que el contrato era burlado por los empresarios, convirtiéndose en testigos
impotentes. Concluía Unsain en 1915 en su nota de elevación del Informe de Inspección
"(...) el indio esta siempre a merced de los empresarios. No conoce el idioma, no sabe
leer, no sabe contar, Es un incapaz de hecho destinado a una brutal explotación de
parte de los ingenios.“ ( BDNT Nro. 28 1915).

Un proyecto presentado unos meses antes del inicio de la presidencia de


Yrigoyen en 1916, ratificaba términos y preocupaciones respecto del trabajo indio en
los ingenios. Correr la suerte de todos sin obtener la sanción. Se recalcaba la misión
protectora del Gobierno Federal a través del Departamento del Trabajo cuyo Director e
inspectores debían, por lo menos una vez al año, controlar las condiciones laborales y

21
proponer los medios para mejorar su situación. A cargo de los fiscales de juzgados
quedaría la representación del estado en defensa de los indios, especificándose su
intervención en casos de defraudación, trato inhumano o coacción por parte de
"patrones, funcionarios policiales o administrativos". Seguramente sin pretenderlo, el
proyecto de ley indicaba los ilícitos más comunes y quienes los cometían.

También el proyecto de Código de trabajo presentado durante la presidencia de


Yrigoyen contenía un título dedicado al trabajo indígena. Basándose en la experiencia
recogida desde el Departamento del Trabajo se puntualizaban aspectos que más que
destinados a la labor del indio en general hacen pensar exclusivamente en el trabajo de
los ingenios. Para no reiterar aspectos que son comunes con los proyectos anteriores nos
centramos en un par de temas no tratados hasta esa fecha. En el articulo 136 se
mencionaba la prohibición de la actividad de los "conchabadores", que no podrían
actuar sin previa autorización del Ministerio de Interior. Es la primera vez que aparecen
mencionados los contratistas, figuras proverbiales de las décadas del veinte y treinta en
la labor de "sacar" (término vulgar referido a lograr la aceptación y traslado de indios al
trabajo, aplicado reiteradamente en el documento) del Chaco. En lo que hace a los
ingenios en la primera década del siglo aún seguían teniendo a su servicios mayordomos
que eran los encargados de la tarea, pero al lado de estos ya aparecen contratistas
independientes que cobran por brazo aportado. Con el tiempo y por razones de estricta
conveniencia económica los ingenios (nos referimos a los jujeños, que son los que desde
antiguo y por volumen, utilizaron masivamente chaqueños) delegaron la consecución de
sus braceros en estos personajes conocidos popularmente como "negreros" 3 .

Un documento reproducido por el gobernador Yalour de Formosa transcribe un


contrato entre administradores de ingenios y contratistas, dándonos pautas concretas del
modus operandi.

“Entre los Srs. A y B por una parte y los Srs. C y D por otra se ha convenido el
siguiente contrato.

3
– Para el caso de Salta hay diferencias: San Isidro, un ingenio que funciona desde el siglo XVIII, tiene
una evolución similar a los de Jujuy, mientras que San Martín del Tabacal, creado en 1919 por los
poderosos Patrón Costa, operó desde su inicio con contratistas.

22
Art. 1 Los srs. C y D se comprometen a conchabar para desmontes, u otros
trabajos del ingenio N de los Srs. A y B situado en el Dpto. E de esta provincia a 500
indios machos de cuenta, pudiendo reunir la cantidad que es de práctica aceptar en los
ingenios azucareros, de mujeres y osacos. Los indios e indias deberán ser aptos para el
trabajo, debiendo quedar en el Chaco los viejos, enfermos e inútiles. Los indios son de
las tribus toba y pilagá de las proximidades del Km. 234 del F.C. Formosa-
Embarcación y de los alrededores de laguna Concentración. Todos los gastos de
conquista, traslado, regalos y prendas hasta poner los indios en el ingenio son por
cuenta y cargo de los Srs. C y D. Los indios vendrán contratados para trabajar desde
que lleguen hasta que el ingenio termine la cosecha de la caña. Los Srs. C y D harán
acompañar a los indios a su regreso a las tolderías siendo obligación del ingenio pagar
los pasajes hasta Embarcación y dar en el establecimiento raciones en especie a los
indios para diez días de viaje.

Art. 2 Los Srs. A y B pagarán a los Srs. C y D por cada indios de cuenta puesto
en el ingenio, en las condiciones de este contrato la cantidad de 50 $ m/n y por cada
tres indias u osacos mayores de 12 años igual suma. El ingenio pagará por su trabajo a
los indios, indias y osacos los jornales que son de práctica en los ingenios de Salta y
Jujuy.

Art. 3 En el mes de Enero el ingenio adelantará a los Srs. C y D, si así lo


solicitaran la cantidad de 10 mil $ m/n, a cuenta de este contrato.“ (AGN, Ministerio
del Interior, Año 1924, Legajo 36, expte. 16.281).

Por otra parte el artículo 137 indicaba: "La autorización a que se refiere el
artículo precedente será o no concedida según lo estime oportuno el Ministerio del
Interior. En todo caso ser denegada si las autoridades de la provincia donde los indios
van a ser conducidos, manifiestan que existe una acentuada desocupación de
trabajadores y juzgan innecesario el transporte de indígenas." (en Secretaría de Trabajo
y Previsión, 1945:233). En realidad esto último nunca sucedió, por el contrario fueron
las autoridades de los Territorios Nacionales en 1924 las que impidieron la "salida" de
los indios, medida que fue ratificada por la presidencia de Alvear en 1927. Ocurre que
el desarrollo del algodonero, necesitado de braceros temporarios, provocó una disputa

23
por la posesión de la mano de obra, de tal magnitud que hubo de intervenir el presidente
mediante decreto. La fama explotadora de los ingenios, sumado a la concepción de la
posibilidad de desarrollo regional a partir del algodón, hizo que la balanza se volcara en
favor de los colonos y empresas cultivadoras del Chaco, no obstante los ingenios de
azúcar venían girando su área de captación hacia el oeste y sur boliviano, reemplazando
lenta pero no totalmente a los chaqueños por campesinos andinos. La legislación nunca
definitivamente concretada cuando se trataba del asunto específicamente indio, se
aceleraba cuando intervenían otros intereses.

Para los indios haber trabajado en establecimientos industriales les otorgaba en


cierta medida un certificado de buena conducta. Son frecuentes los documentos de
exploradores militares o civiles que hacen referencia a que arribados a una toldería
prontamente se les muestran los "papeles" donde consta la actividad. En la expedición
de Luna Olmos al Pilcomayo en 1905, la credencial, conservada cuidadosamente según
el autor en canutos de caña atados al cuello o cinturón, hace que el autor
inmediatamente catalogue a los aborígenes como mansos. (Luna Olmos, 1905:32, 46 y
54).

No hay duda que el proceso de inserción a mercados laborales fue uno de los
más claros y definitorios en la etapa del desarrollo de la comunidades indias del Chaco
en el período que estudiamos. El otro es la violencia, y en buena medida están
íntimamente ligados. Si ésta fue necesaria aún el último tercio del siglo XIX, y
aclaremos que no fue exclusividad de las tropas nacionales, en las primeras décadas del
XX están tan acotados y cercados los medios tradicionales de subsistencia y tan
aceitados los mecanismos para asegurar la concurrencia al trabajo que se vuelve poco
frecuente, no desaparece, sólo se hace más selectiva.

Integración

Ya se ha abordado el tema en un capítulo anterior, aquí queremos enfocarlo


desde la óptica del Estado y la búsqueda de una definición para calificar el status del
indio con vistas a su futuro ingreso en la sociedad nacional.

24
El asunto en debate era si el indio era un ciudadano argentino y en caso que la
respuesta no fuera positiva qué instituciones civiles eran las que debían regir el accionar
de estas sociedades. Sobre el punto no hubo acuerdo ni se llegó a una definición.

"Nacionales, pero no ciudadanos", "argentinos, pero rebeldes", "ciudadanos con


los derechos restringidos" he aquí algunas de la definiciones en torno de las cuales
giraron las discusiones en el ámbito legislativo hacia la década de 1880. Algunos
diputados cuestionaban cómo se podían definir ciudadanos aquellos que no pagaban
impuestos, no tenían obligación de formar las guardias nacionales ni otros deberes con
que cargaban todos los demás. Otros señalaban la dificultad de calificar de ciudadanos a
aquellos que no votaban porque no estaban inscriptos en ningún registro nacional, que
no estaban enrolados, que no podían ser diputados porque no pertenecían a ninguna
provincia.

Una tesis doctoral de la Universidad de Buenos Aires de 1894 incluía las


diversas posturas respecto del tema, comparándolas con la de la legislación
norteamericana y concluía "La diversa condición en que se halla nuestro indígena ante
la legislación de la que se encuentran los pieles rojas se manifiesta además en el
derecho de ciudadanía que las leyes aquí le conceden y que las de América del Norte le
niegan.(...)Los indios son ciudadanos argentinos, aún cuando no se encuentran en el
actual ejercicio de las prerrogativas que le son propias, para lo cual no tienen más
requisitos que llenar que el de la edad requerida por la ley de elecciones. Llegados a
esta conclusión ocurre preguntar: ¿ Qué ley o precepto constitucional autoriza al P.E.
para disponer, como lo ha hecho en repetidas ocasiones, destinarlos a cuerpos de línea
o a buques nacionales, seguramente contra la voluntad de ellos ? ¿ Qué disposición
legislativa lo ha facultado para dar indios a los particulares que los solicitan en tal
forma que parecía la donación de una cosa ? (...) o se los considera como argentinos y
entonces, en las luchas que sostenían contra el ejército nacional incurrían en delito de
sedición castigado con prisión, o eran extranjeros y en ese caso emplearían la ley de
guerra." ( Zavalía, 1894:108, 109)

En un tratado sobre derecho constitucional argentino Juan González Calderón


opinaba que "Las declaraciones, derechos y garantías, que la Constitución ofrece a
"todos los habitantes del mundo que quieran habitar el suelo argentino" no puede

25
menos que comprender, en su gran amplitud, a los indígenas cuya situación fue
favorablemente contemplada por los fundadores de nuestra nacionalidad". Agregando
luego "(...) La ley de ciudadanía de 1869, vigente, no es menos explícita y terminante
que la Constitución "son argentinos (art. 1 inc.1) todos los individuos nacidos o que
nazcan en el territorio de la república, sea cual fuere la nacionalidad de sus padres."
Los indios nacidos en nuestro suelo son pues, ciudadanos argentinos y gozan de
idénticos derechos que los demás." (González Calderón, 1908:42)

Para otros, estas opiniones, a pesar de su lógica, constituían el basamento de la


ficción de la igualdad. "Frente a los indígenas no incorporados a la civilización, que
carecen en su mayoría de residencia fija, así como de domicilio legal, la igualdad no ha
abierto sino camino a innumerables abusos (...) los indígenas en este estado son
verdaderos incapaces de hecho (...) la igualdad del indio es potencial y se convierte en
actual por el reconocimiento de su aptitud (...) se prevé, pues, un estado de transición.
¿ Cómo tendría lugar el reconocimiento de esa aptitud ? Una solución consistiría en
acordarla a los indígenas que hayan cumplido con la ley de servicio militar y sepan
leer y escribir." ( en Secretaria de Trabajo y Previsión, 1945:74).

La contradicción entre sociedad legal y sociedad real, la igualdad de derecho


frente a la desigualdad de facto estaba en la conciencia de algunos funcionarios
estatales; lo que no cabía en sus mentes era la posibilidad de que en la construcción de
la nacionalidad pudiera basarse en la aceptación de las diferencias identitarias. Los
principios historicistas europeos, que como sabemos tenían fundamental influencia en
nuestra elite ilustrada, subrayaban que la unidad de una nación derivaba de la
homogeneidad racial y cultural. Ese modelo de nación, como mejor forma de
organización que facilitaría el acceso al progreso, podría también redimir al indio
permitiéndole zanjar las distancias sociales y económicas. La vía de acceso a la
ciudadanía, a la nacionalidad, sería cultural, por medio de la instrucción. La adopción de
esta ideología conllevaba la negación del indio.

Quien pergeñó un plan educativo, que fue analizado en la cámara de Diputados,


fue Lynch Arribálzaga. Lo tomamos a modo de ejemplo pues constituye un acabado
resumen del plan integrador. El autor era de la opinión que la integración gradual del
indio se haría con poca teoría y mucha acción. El programa contenía nueve puntos, unos

26
dedicados al entrenamiento del aborigen como trabajador, otros a la formación como
ciudadano argentino. Sólo éstos veremos a continuación.

El primer punto era la enseñanza en idioma nacional, evitando el uso del la


lengua materna. Su opinión era que los indios tenían grandes facilidades para aprender
idiomas y que utilizando muchos medios gráficos en la enseñanza se evitaban los
maestros bilingües, pues dilataban el aprendizaje. Para la lecto-escritura tenía una
opinión contraria al método utilizado por los jesuitas, iniciación en el idioma natal, para
él esto atrasaba, obtaculizaba la introducción al castellano y la integración cultural. La
aritmética elemental debía ser estrictamente práctica, aplicándose a operaciones ficticias
de compra y venta para familiarizar al indio con el uso de la moneda corriente. Se
impartirían nociones de astronomía y geografía nacional "A fin de dilatar el estrecho
círculo de horizonte y destruir en su mente no pocos preconceptos y supersticiones,
habrá que darle una somera idea del universo y del planeta que habitamos y, para que
se de cuenta cabal de lo que es nuestro país, las nociones indispensables de geografía
nacional. A medida que crezca y previendo que la educación lo emancipará en su
mayor edad y lo convertirá en un ciudadano, será preciso inculcarle también el amor
a la patria y los deberes y derechos que le corresponderán como miembro de la
nacionalidad civilizada en que va a ingresar." (Lynch Arribálzaga, 1914:49).

Entiende que la educación se debe completar con la religión."Hay


consideraciones de orden práctico que me conducen a aconsejar que se procure que el
indio sea cristiano. Lo principal es la homogeneidad del pueblo en este punto de
vista.(...) el indio no deja de reconocer la superioridad del cristiano y, cuando adquiere
esta calidad se siente enaltecido, en tanto que el vulgo le tributa también mayor
consideración (...)." ( Lynch Arribálzaga, 1914:53).

La fórmula era antigua y había sido aplicada para los sectores populares: sólo se
hacían merecedores de los derechos políticos, es decir del acceso a la ciudadanía,
aquellos que desarrollaran sus aptitudes intelectuales por la vía de la educación formal
manejada desde el Estado. Con los aborígenes la cuestión no superó el plano de la
discusión teórica en lo referente a su status de ciudadano y no se concretó casi
absolutamente nada en la faz educativa destinada a integrarlo. El proceso de
aculturación, que evidentemente se produjo con fuerza en el período que analizamos,

27
terminó derivando del contacto con los mercados de trabajo o del asentamiento en áreas
urbanas marginales. No fue producto de una acción planificada desde el poder, desde
éste se concretaron otro tipo de cosas como por ejemplo autorizar la violencia.

Legitimación de la Violencia

"Fieros y sucios salvajes, semidesnudos, por no decir desnudos del todo.


Asquerosos tipos todos, aun los del bello sexo (...) Nosotros les hacemos la guerra no
para exterminarlos ni quitarles sus haciendas y mujeres, sino para que se sometan a las
leyes de la patria (...) Tenemos millones de vacas y nuestras mujeres son más hermosas,
que no se enojen las chinas pero son muy feas y por cierto no nos inducen a
cautivarlas.Así pues deben comprender que no hacemos la guerra para causarles mal
sino en su propio beneficio." (Fotheringham, 1911:461). Esta justificación del ejercicio
de la violencia escrita por un militar argentino a inicios de este siglo perfectamente
podría pasar por el texto de un adelantado español del siglo XVI. La desnudez, la
fiereza, el deber moral de civilizar, los viejos leit motiv, una y otra vez reiterados. Aquí
subyacen los argumentos profundos, con una fuerte carga de desprecio racial, utilizados
en todos los tiempos y por todos, desde los altos funcionarios gubernamentales hasta los
rudimentarios soldados de fortín, para sentirse cómodos en la misión.

Pero sobre ese permanente mar de fondo hay variantes. Indagaremos el


tratamiento del asunto rastreando dos tipos de fuentes: los mensajes presidenciales y la
instrucciones impartidas desde el Ministerio de Guerra a los Jefes de frontera. Una vez
más se verifica que la rudeza terminológica se apacigua con el correr del tiempo y que
el discurso del exterminio se trasmuta en otro integrador 4 .

En las pocas líneas dedicadas a la cuestión indígena en las décadas de 1860 y


1870 los presidentes utilizan un lenguaje militar, de enfrentamiento, donde aparecen
frases como "diezmándolos donde más seguros se creen (...) arrojándolos de sus
guaridas (...) llevarles el espanto." Paralelamente se reclama por una pronta solución
pues el tema indio genera un costo excesivo al Estado.

4
– Para algunos autores no hay diferencia sustancial entre la política seguida con los indios del sur y los
chaqueños, produciéndose en ambos casos “ la consumación del genocidio”. Cfr. (Viñas, 1982; Martinez
Sarasola, 1992.)

28
Coetáneamente a la conclusión de la campañas militares del sur, en el Mensaje
de 1881 Roca manifiesta que los indios del Chaco son de una peligrosidad menor y que
se encaran expediciones para alejarlos lo más posible y evitar sus pequeñas
depredaciones "se van retirando a medida que avanza la población". En 1882 y luego,
en 1885 cuando concluye la campaña de Victorica, se habla de cercamiento definitivo
de las tribus, de realización de batidas finales, concluyendo "Quedan desde hoy
levantadas las barreras absurdas que la barbarie nos oponía en nuestro propio
territorio, y cuando se hable de fronteras en adelante, se entenderá que nos referimos a
las líneas que nos dividen con las naciones vecinas y no las que han sido entre nosotros
sinónimos de sangre, de duelo, de inseguridad y descrédito para la República."
(Mensaje del P.E. al H. Congreso de la Nación, 1885). Consolidaba Roca la idea de las
fronteras interiores, tan utilizada con posterioridad por la historiografía tradicional y el
carácter vergonzante que ello significaba para una nación que pretendía ser civilizada 5 .

Prontamente el asunto indígena desaparece del temario de los Mensajes, para


luego tomar un rumbo diferente. Figueroa Alcorta señala en 1908 que dadas las
peculiaridades del medio chaqueño se requieren otros procedimientos diferentes a los
empleados en el sur, es decir la penetración pacífica. Se especifica que se ha organizado
una división de Caballería que realiza operación de policía desde Orán hasta Paraguay
"...las tropas avanzan lentamente haciendo comprender a los indios que no van en son
de guerra, sino simplemente a establecer el imperio de las leyes nacionales que
amparan a ellos mismos, facilitándoles su incorporación a la civilización nacional y el
mejoramiento de sus condiciones de vida." (Mensaje del P.E. al H. Congreso de la
Nación, 1908) A partir de allí la cuestión es tratada con el mismo tono.

En la década de 1910 se encuentran referencias a las reducciones, indicando


datos favorables sobre su funcionamiento. En 1915 de la Plaza afirma que el sistema
está dando buenos resultados y que " en ambas reducciones ( Napalpí y B. de las Casas)
hay 2.500 indios mansos, trabajando, cuyos hijos van a la escuela sin que haya sido
menester la presencia, no ya de tropas, pero ni siquiera de un solo gendarme de

5
– Un ejemplo típico de este análisis es el artículo de Néstor Auza en un libro hoy clásico: La Argentina
del 80 al Centenario, desde su título “ La ocupación del espacio vacío: de la frontera interior a la
frontera exterior. 1876-1910” se identifica con esta línea interpretativa.

29
policía" (Mensaje del P.E. al H. Congreso de la Nación, 1915) De la misma opinión era
Yrigoyen, en las escasísimas expresiones sobre el tema indica que el sistema de colonias
(así las denomina) está dando óptimos resultados. Han desaparecido las alusiones al
salvajismo, a la necesidad de exterminar la barbarie, si sólo nos guiáramos por los
discursos de los presidentes opinaríamos que la violencia en el Chaco es sólo un
recuerdo muy lejano.

Está claro que el Ejecutivo tiene muchos asuntos de que ocuparse y que el tema
indígena siquiera en sus momentos más álgidos ocupó un lugar de importancia en su
discurso político, pero si ajustamos la mira a un ámbito más especifico como lo es el
Ministerio de Guerra, con mayor volumen expresivo, veremos que sigue un idéntico
derrotero.

En las décadas de 1870 y 1880 en toda la documentación el tratamiento que


recibe el indio es de "enemigo" y todas las acciones en su contra son consideradas de
guerra. A fin de siglo XIX desaparece el calificativo y a todas las operaciones punitivas
se le agregan otros fines, como explorar caminos, hallar aguadas, etc., que pretenden
demostrar que las acciones no son exclusivamente violentas. Por fin, a inicios del siglo
XX sólo se habla de la misión civilizadora y de la violencia como recurso extremo.

Analicemos algunos ejemplos. Decía Victorica en 1880. “No podemos permitir


el imperio de las chuzas y las flechas. La nación alzará su frente despejada de las
sombras de la barbarie ante las naciones que la circundan." (Memoria del Ministerio
de Guerra, 1880). Más adelante en 1883, en las instrucciones para que ajusten su
conducta los Coroneles Bosch y Obligado indicaba "Si encontraran tribus indias,
procurarán su sometimiento, las batirán en caso de resistencia y las desarmarán en lo
puntos convenientes" (Memoria de Ministerio de Guerra, 1883). El propio Francisco
Bosch pronuncia un discurso ante la tropa al momento de iniciar la campaña cuyo
objetivo es "atraer a la civilización a las tribus bárbaras que rechazan los beneficios que
ella dispone y que nosotros sabemos apreciar. Hagámosle comprender cuál es nuestra
misión y que sólo emplearemos en último caso el elemento destructor de las armas..."
(Memoria del Ministerio de Guerra, 1883).

30
La represión como escarmiento, la venganza, la violencia ejemplificadora son
siempre pretextos que aparecen en informes, boletines y memorias. El indio es acusado
de iniciar siempre las acciones, de abrir fuego, de provocar con sus rapiñas la
intervención del ejército. Es frecuente encontrar en los partes: se vengó al Sargento de
baqueanos con la muerte de tantos indios, o cayeron prisioneros y fueron ejecutados los
indios que habían atacado y provocado heridos en tal partida. Con mucha naturalidad
indica Fotheringam la suerte de un cacique que había tenido variados enfrentamientos
con las tropas, "Se formó un consejo de guerra (...) Llegó el da de arreglo de cuentas.
Fue sentenciado a muerte. Aprobada la sentencia se llevó a cabo, al pie de un
corpulento quebracho. Ahí nomás lo dejamos para escarmiento." (Fotheringam,
1911:440)

Como afirmábamos anteriormente hacia fines del siglo XIX el discurso se hace
más moderado. El ministro de la guerra Luis María Campos daba estos instructivos a las
guarniciones chaqueñas en 1899 "Sería error grave, no ya asumir ante ellos una actitud
agresiva y de combate sin causa plenamente justificada, sino también inquietarlos sin
razón, introduciendo temores y desconfianzas en las tribus sobre la acción de las tropas
de la Nación, que no van a realizar una conquista ni a exterminar, sino a garantir los
intereses generales y legítimos de trabajo, teniendo siempre en vista que esas tribus no
deben ver enemigos en las tropas, sino protectores, siempre que la actitud de las
primeras se mantenga en situación de no hacer necesarias las medidas de represión
que reclaman desmanes que no deben ser tolerados, procediendo siempre en estos
casos con suma prudencia en el castigo y dentro de los límites absolutamente precisos.

Es pues pacífica, esencialmente pacífica, aunque no por eso menos honrosa la


misión delicada que se encomienda al celo y competencia de V.S. encuadrada dentro de
una acción de sometimiento que llamar‚ de persuasión respecto de los indios, y de
previsión para evitar más bien que castigar los desmanes de éstos, por una parte, y por
otra de ocupación paulatina del territorio en el movimiento de avance y
estacionamiento de tropas." (Memoria del Ministerio de Guerra, 1899).

Casi de idéntico tenor eran las instrucciones que impartía O'Donnell a la


División de Caballería del Chaco en 1908 "(...) atrayendo indígenas al sometimiento
sin violencia y empleando la fuerza única y exclusivamente cuando sea indispensable

31
para llenar su misión y como último recurso para vencer la resistencia hostil y armada
que le oponga para ello (...) No se trata pues de una guerra de exterminio al indígena,
sino de su conquista pacífica junto con el suelo que ocupa y el Sr. Jefe de la Unidad
tomará las disposiciones necesarias para que estos propósitos del Superior Gobierno
lleguen a conocimiento de las tribus antes de iniciar el movimiento de las tropas y se
cumplan estrictamente en los hechos." (Memoria de Ministerio de Guerra,1908). Por su
parte en los instructivos del Ministro Gregorio Velez a Enrique Rostagno, coronel que
estuvo a cargo de la última campaña reconocida oficialmente desarrollada en 1911
indicaba "someter a los pocos indios que aún existen entre las ríos Pilcomayo y del
Teuco, incorporándolos a la vida civilizada (....) impedir que las tribus de indios
extranjeros entren a territorio argentino, tratando de establecer fortines sobre la misma
línea fronteriza." (Memoria de Ministerio de Guerra, 1911).

En realidad toda esta postura obedece a que por aquellos tiempos la peligrosidad
de indio era considerada menor y sumamente acotada. El bandolerismo era asociado
generalmente con criollos que habitaban con los indígenas y los incentivaban al robo.
Cuando la represión se ejerciera debería ser circunscripta como lo explicaba el coronel
Cenoz "Como en todas partes, existen entre ellos elementos muy malos y hasta
incorregibles, que ejercen sobre los demás cierto dominio, que los inducen a sublevarse
y a cometer toda clase de depredaciones. Muchos de estos elementos son conocidos por
sus antecedentes y bien podría tomar medidas el Superior Gobierno, alejándolos de
aquellas tierras, para asegurar orden y tranquilidad en las poblaciones. Los que
conocen bien esto elementos son los padres misioneros y los dueños y capataces de los
ingenios y obrajes donde trabajan y sería fácil entonces proceder en la forma indicada
medida que estos los sindicaran. Sería un gran paso para el progreso en aquellos
puntos y para el adelanto de la civilización; y serviría además de ejemplo para toda la
indiada." (Cenoz, 1913:115).

En realidad el papel del ejército desde la última década del siglo XIX fue el de
policía. La operación típica es la batida con el objeto de castigar un acto delictivo
previo. Las partidas que realizan las operaciones son sumamente reducidas, al igual que
las guarniciones de fortines, oscilan entre diez y veinte efectivos. Las quejas nacidas de
los fortines derivan más de la falta de medios y aprovisionamiento, de la escasez de
caballada, del retraso de los pagos que de la agresividad de los indios. Los informes

32
comúnmente elevados manifiestan "Las operaciones de guerra contra los indios se han
limitado al desprendimiento de una que otra partida de los acantonamientos, para
perseguir pequeños grupos de indios que audazmente tentaron caer sobre algunos
establecimientos ganaderos de Santa Fe y Santiago, no consiguiendo sus propósitos..."
(Memoria del Ministerio de Guerra, 1890).

Las expediciones de mayor volumen, como la de 1884 o 1911, no registraron


grandes enfrentamientos, los propios oficiales tenían más quejas contra la naturaleza
chaqueña que contra sus adversarios. "Fue una linda expedición. Los bosques formaban
el mayor obstáculo, la dificultad más seria" señalaba el citado Fotheringham; Rostagno
manifiesta como principales dificultades de su campaña la falta de aguadas, las
dificultades para aprovisionarse y el escollo de encontrar vías practicables de
comunicación. "Se han recorrido más de 3.600 leguas (...) han desaparecido como
consecuencia como regiones de leyenda, de hazañas y misterios. Durante ese inmenso
recorrido no se ha tenido necesidad de disparar un solo proyectil, aunque se
encontraron más de 8.000 indios en las hermosas lagunas del Pilcomayo central (...)."
(Rostagno, 1911:15).

No existe prácticamente historia de desplazamiento e intromisión sobre tierras


previamente ocupadas sin la utilización de la violencia. Esta fue moneda corriente en la
relación con los chaqueños, aunque no la exclusiva forma de contacto. Al igual que para
otros casos de nuestro continente; suroeste de Estados Unidos, amazonía colombiana,
venezolana y brasileña o sur argentino y chileno; el recambio tecnológico del
armamento y la apetencia de nuevas tierras derivada de la apertura de mercados fueron
de los factores determinantes en el quiebre de una relación de fuerzas mantenida
precariamente. Desde el Estado argentino se buscó la contención de la violencia
generalizada porque el interés público indicaba a las claras que era necesario, por
motivos más económicos que humanitarios, conservar al indio.

Conclusión

Está claro que la cuestión india no ocupó un lugar de importancia ni en el debate


político argentino ni como cuestión central de Estado. Cuando el tema se abordó con

33
frecuencia fue como asunto de frontera, de territorio o de guerra, no porque preocupara
el destino en sí de estas minorías. Más adelante, entrados en este siglo, superados los
problemas de ocupación espacial, la cuestión no mereció jamás un tratamiento
profundo. La política indígena (si es que se puede hablar de una) fue errática,
circunstancial, sin definición y sobre todo sin concreción, cuando hubo alguna
propuesta.

Influye que tal cosa suceda el hecho de tratarse de una población escasa y
marginal, que no es fuente de rédito político (no votan, son pobres, son pocos), y que no
ha gozado ni de simpatía ni buena fama entre los otros pobladores. Será necesario un
tiempo muy prolongado, mayor del que abarca este análisis, para hacer desaparecer la
imagen del indio enemigo.

No hubo en Argentina, por lo menos si lo comparamos con lo hecho en México


a partir de la revolución o en Bolivia a mediados de siglo, una política indigenista. En el
primer país, hubo a partir de la revolución de 1910 un intento de integración paternalista
de la masa indígena a través del “deseo” de elevación de las condiciones materiales de
existencia y del reconocimiento de las antiguas culturas “monumentales” como partes
conformantes del pasado histórico que contribuyó a la formación de la nacionalidad
mexicana. En nuestro vecino país este último aspecto nunca ha tenido la fuerza
reivindicativa de México, pero los aspectos tocantes a la posesión de la tierra y la
pervivencia de la comunidad fueron centro de un nutrido debate político. En Argentina,
la escasa “riqueza” del pasado cultural del aborigen autóctono, impidió que se lo
incluyera entre los elementos formadores de la nacionalidad, más bien se lo negó como
herencia ignominiosa. Respecto de la tierra, poco y nada se debatió, menos se
promulgó. Esto no implica que no haya existido desde el poder una percepción del
asunto indígena. Sin embargo, los datos que nos brinda esa visión, como sucede
igualmente en México y Bolivia, nos dan las más de las veces, pautas de los prejuicios y
convicciones de la elite intelectual y por momentos del tiempo histórico y político, que
de la realidad indígena 6 . Si hubo una coincidencia, ésta se basó en la indiscutible
legitimidad de la naciones a imponerse sobre los sectores retardados o diferentes que
impedían de alguna forma el progreso de los países.

6
– Hay interesantes reflexiones sobre el “espejo” de proyección de los discursos indigenistas en Bolivia y
México en (Salmón, 1997 y Castellanos Guerrero, 1998).

34
Por razones de simpatía hacia las minorías indígenas, que obviamente
compartimos, algunos autores indican que en el Chaco se aplicó una política de
persecución y exterminio, ideada desde un Estado racista y oligárquico. La fórmula es
efectista, llegando en algunos casos al simplismo del enfrentamiento del mal (el blanco,
el capitalismo) con el bien (el indio, la naturaleza) (Cfr. Rozenzvaig, 1996). Hablar de
genocidio es un argumento contundente a la hora de hacer denuncias, convincente para
lectores que de ante mano tienen identificadas las víctimas. No se nos mal interprete, no
estamos planteando una nueva leyenda rosa para el Chaco. Lo repetimos, no negamos la
violencia, que estuvo en la misma esencia de las relaciones interétnicas y desde tan
antiguo como los contactos, lo que queremos dejar en claro es que el Estado actuó con
discreción en Chaco no por razones humanitarias sino de estricta conveniencia
económica: el indio muerto no sirve para trabajar. Y atención, esto no es nuevo, ni
original.

En este sentido es importante dejar en claro las diferencias con el caso del sur
del país, donde se consideraba que estaba el “verdadero problema del indio”, donde éste
no era incluido como potencial trabajador en el despegue de las actividades agrícolas y
ganaderas, en fin, donde la violencia tuvo un despliegue sin control.

No creemos que sea necesario el exterminio completo de un pueblo para recién


hablar de genocidio, no es una cuestión de volumen sino de política. Un corto número
de víctimas, producto de una persecución planificada y ejecutada por un Estado, puede
merecer tal nombre. La política del Estado argentino de evitar el exterminio del
chaqueño para así ponerlo al servicio de las explotaciones regionales, trajo a la larga un
deterioro de las poblaciones indígenas, mayor de las que fueran producto de las
campañas militares, y de alcances más profundos, ya que fue trastocando las estructuras
mismas de la cultura aborigen. No hubo una política explícita genocida desde el Estado,
una sistemática y cruel campaña de aniquilamiento, una planificada acción militar para
lograr su eliminación. Lo que fue genocida en todo caso fue la política errática, o mejor
como lo venimos afirmando, la falta de una política, que en absoluto creemos casual. La
situación de dejar al indígena en condiciones de ser sobreexplotado, de promover una
“integración” cargada de desprecio y discriminación, quizá no fuera más que la

35
“exageración“ de lo que se hacía con el criollo y en menor escala con el gringo, como lo
afirmara en esos tiempos Bialet.

¿ Podría haberse aplicado otra política desde el Estado ?. Si pensamos la


respuesta a este interrogante contrafactual en los términos de la lógica de la época,
debemos contestar que no. Todos los argumentos y razones del fin de siglo XIX,
imperialista y colonialista, indicaban que era “obligación” de un Estado civilizado
someter, integrar a los aborígenes por su propio bien. Si ingleses y franceses iluminaban
con su ejemplo el camino que sacaba de la barbarie a los pueblos del Asia y Africa, el
mismo deber tenían los argentinos para con sus congéneres retrasados que habitaban el
mismo territorio. El deber ser tuvo aquí más de eliminación de una vergüenza nacional
que de antorcha redentora del salvajismo.

¿ Fue racista la política del Estado argentino ?. Hay coincidencias en que el


estereotipo negativo del indio, así como las relaciones de desigualdad no constituyen
más que una continuación del producto recibido de la herencia colonial. Los prejuicios,
la violencia y la discriminación construida durante el dominio colonial habrían
permanecido intactos durante la construcción del Estado-Nación, sufriendo leves
modificaciones, más de forma que de fondo, bajo la influencia del liberalismo. Negar
estos antecedentes equivaldría a negar las políticas de discriminación racial impuestas
desde la colonia, sin embargo, existen algunos matices diferenciales. El Estado por
nosotros analizado tuvo un racismo de “inclusión”, a diferencia de la República de
españoles e indios. Asimilar para hacer desaparecer lo diferente, que es la contracara de
la civilización y el universalismo (de la raza blanca), dominar.

La búsqueda de la unidad y la homogeneidad como elementos irrenunciables, en


la construcción de la nacionalidad, tuvo mucho que ver, en la concepción de la elite,
con el poder y la dominación. Para la nación "cívica" la unidad se debía sustentar en la
adhesión y lealtad tanto a un cuerpo político como a una idea de homogeneidad cultural
que constituiría una identidad colectiva de la que se nutriría el ciudadano. Y fue la elite
la que inventó y revitalizó un origen, una tradición cultural "común", buscando borrar
toda diversidad que interfiriera con su aspiración de ser la auténtica poseedora de la
cultura.

36
Entonces la unidad cultural se construirá sobre la base de la negación de las
diferencias. El indio será incluido, a condición de que pierda sus peculiaridades,
integrado en lenguaje de época. O excluido y separado, reducido, mientras se
transforma.

Fuentes y Bibliografía citada.


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40
¿Quiénes eran los enemigos en Nueva Vizcaya
a fines del siglo XVIII?

Sara Ortelli 1

Las incursiones de los apaches aparecen mencionadas como un problema


estructural que afectaba el desarrollo económico, la organización política y la dinámica
de poblamiento del norte del virreinato de Nueva España. Este problema constituyó uno
de los legados que la colonia heredó a la joven república después de la independencia y
que caracterizó la vida de esta región hasta las últimas décadas del siglo XIX. Los
apaches aparecían señalados como los enemigos, el azote de esos territorios y los
responsables de la matanza de los habitantes, del despoblamiento de ranchos, pueblos y
haciendas y del robo de miles de cabezas de ganados.

Sin embargo, una aproximación más detenida a este último problema revela que
quienes aparecían vinculados al robo de animales conformaban un universo social y
étnico heterogéneo. En este trabajo se analizan algunos aspectos de este tema para el
caso de Nueva Vizcaya en las últimas décadas del siglo XVIII.

1. La expansión hacia el norte y la conformación de Nueva Vizcaya

Comencemos, entonces, por caracterizar el espacio de estudio. Una vez


asentados en el centro del virreinato de Nueva España, el avance de los españoles hacia
el norte respondió a los rumores acerca de la existencia de ciudades ricas en metales
preciosos. El objetivo de hallar uno de estos míticos lugares determinó la organización
de expediciones de exploración (Cramaussel 1990: 15).

En este marco, un episodio de trascendental importancia fue el hallazgo de plata


en Zacatecas a mediados del siglo XVI, que imprimió un sentido nuevo a la expansión.
A partir de dicho descubrimiento, esta villa, fundada en 1547, se convirtió en el

1
IEHS-Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina / El Colegio de
México. Correo Electrónico: sarao227@yahoo.com

1
asentamiento español más septentrional de la meseta central y comenzó a fungir como
antesala de nuevas expediciones (Cramaussel 1990: 16).

La nueva organización espacial estuvo representada por la ruta que unía la


Ciudad de México, con Zacatecas y otros puntos ubicados más al norte. El primer tramo
del nuevo eje de comunicación se conformó entre dicho mineral y el centro de Nueva
España, a través del camino denominado comúnmente México-Zacatecas y que a
medida que se desarrolló la expansión hacia el norte se fue extendiendo y oficialmente
se llamó “Camino Real de Tierra Adentro” (García Martínez 1997: 92).

Uno de los interesados en llevar adelante nuevas entradas exploratorias, movido


por los sueños de fortuna, fue Francisco de Ibarra, sobrino de uno de los fundadores de
Zacatecas. En 1554 Ibarra organizó una expedición para ir en busca de los tesoros del
mítico reino de Copala o Nuevo México. Si bien este activo expedicionario no logró
hallar los ricos asentamientos que esperaba, en 1562 obtuvo del virrey Luis de Velasco
una capitulación para fundar una provincia, a la que denominó Nueva Vizcaya y cuya
capital estableció en Durango. Esta provincia comprendió en un principio todos los
territorios aún no conquistados ubicados más allá de Nueva Galicia. Hasta 1733 incluyó
gran parte de la costa noroccidental de México, que corresponde a los actuales estados
de Sinaloa y Sonora. Pero desde ese momento sus límites se redujeron al área integrada
por Durango, la mayor parte de Chihuahua y la zona sur del estado de Coahuila
(Gerhard 1996: 24 y 203).

La clave de la estructura espacial de Nueva Vizcaya era la existencia de un eje


central dominante representado, en el Camino de Tierra Adentro. Incluso, las áreas y
localidades más distantes dependían de él y de sus ramificaciones. Paulatinamente, se
fueron encontrando otros minerales argentíferos a lo largo del altiplano norteño que
constituyeron los eslabones principales de una cadena que unía los centros mineros, con
asentamientos agrícolas y ganaderos que iban surgiendo en la región y que los
conectaba con el centro del virreinato (García Martínez 1997: 93-96).

Directa o indirectamente las minas estimulaban una gran demanda de trabajo: se


necesitaban hombres para cortar madera, para transportar bastimentos y para las labores
de las haciendas que representaban el sostén alimenticio del resto de las actividades

2
(Griffen 1992: 58). Alimentos, granos y ganados eran necesarios en todas las fases de la
extracción del mineral (Swann 1982: 50). Según lo ha notado West, el complejo rancho-
mina que operaba en función de estas necesidades, fue muy común desde el siglo XVII
en Nueva Vizcaya, especialmente a lo largo del eje de asentamientos ubicados entre
Durango-Chihuahua (West 1949: 14).

En las primeras décadas de ese siglo la principal actividad extractiva se


desarrolló en torno al florecimiento del mineral de San José del Parral, ubicado en el sur
del actual estado de Chihuahua. En el siglo XVIII la prosperidad argentífera se trasladó
un poco más al norte, hacia Chihuahua-Santa Eulalia, que dominó la producción de
mineral durante varias décadas y se convirtió en el mayor centro de población del norte
de México (Hadley 1979: 28).

En las últimas décadas del siglo XVIII el segundo conde de Revillagigedo, virrey
de Nueva España entre 1789 y 1794, describió a Nueva Vizcaya como el centro del
Septentrión, la provincia más extensa, rica y poblada (Güemes Pacheco 1966: 41).

2. Los Apaches: referencias históricas y aproximaciones discursivas

2.a. El proceso de migración y la irrupción de los apaches en Nueva Vizcaya

La identificación y caracterización de las sociedades indígenas que habitaban el


norte de Nueva España es un problema teórico-metodológico de compleja resolución.
En el siglo XVIII los apaches aparecen habitando regiones muy diversas y su profusa
presencia en los documentos de la segunda mitad del siglo, básicamente, ha sido
explicada a través de la idea de la migración de pueblos atapascanos de las llanuras
hacia Nueva Vizcaya. En efecto, varios autores coinciden en señalar que como
consecuencia de la intensificación de las luchas entre apaches y comanches, los
primeros se dirigieran hacia el sur y hacia el oeste, para cazar y recolectar a lo largo del
Río Grande en el sur de Nuevo México y en el norte de Chihuahua (Moorhead 1968: 9;
Velázquez 1974: 169; Spicer 1962: 230). Poco después de 1720 ya aparecen cruzando
el río Bravo en cantidades significativas (Spicer 1962: 244)

3
La beligerancia de los apaches se habría incrementado a medida que penetraban
el frente representado por los españoles y el avance de los comanches, sin olvidar la
presencia de ingleses y franceses que también se iban infiltrando en sectores del
territorio sobre el que estos grupos desarrollaban sus actividades de subsistencia.

Los españoles no los consideraron una amenaza seria aproximadamente hasta


1750, cuando ya aparecen controlando gran parte del territorio (Griffen 1992: 67). En
efecto, a partir de esa década los ataques se refieren con renovada fuerza (Spicer 1962:
238). Al mismo tiempo se señala que la desaparición de grupos nativos como los sumas,
janos, mansos y jocomes coincide con esta irrupción masiva de los apaches.

Ahora bien, esta reconstrucción de la dinámica de los pueblos nativos en el norte de


Nueva España se ha simplificado de tal manera que si el nombre de un grupo deja de
aparecer en la documentación, se concluye que se debe a su exterminio (Forbes 1959:
194). En tanto que el uso más o menos generalizado de un gentilicio o la aparición de una
nueva denominación se explica a través de procesos de migración y asentamiento de
población nueva en el área. Un buen ejemplo de esta aproximación metodológica es la
opinión generalizada acerca de la llegada de los apaches a Nueva Vizcaya a mediados del
siglo XVIII, que coinciden en señalar varios autores (Deeds 1998: 34; Aboites 1996: 56;
Alatriste 1983: 27; Gerhard 1996: 20 y 41; Swann 1982: 71; Merrill 1994: 126; Marchena
1992: 515; Jones 1979: 125, León García 1992: 36).

Esta forma de entender y tratar de explicar el fenómeno no es exclusiva de los


estudios sobre el norte de Nueva España. Coincidentemente, se encuentran similares
obstáculos en la definición y caracterización de los grupos indígenas, en la forma en que
los españoles trataron de organizar y comprender procesos de los que estaban siendo
contemporáneos y en la manera como los investigadores los han interpretado y
simplificado, para otro contexto hispanoamericano: la frontera rioplatense.

Para este caso, la proliferación de aucas (genérico que aludía a los indios
alzados) al este de la cordillera de Los Andes en la documentación de los siglos XVII y
XVIII, fue explicada a través de un proceso de migración y asentamiento de grupos
araucanos originarios de Chile sobre las pampas. Según los investigadores, como
resultado de ese proceso de migración una multitud de grupos confusamente
denominados pampeanos, serranos, chechehets, entre otros, habían sido absorbidos por

4
los recién llegados araucanos, hasta completar la sustitución étnica, cultural y lingüística
de los primeros (Canals Frau 1946; Cabrera 1934; Casamiquela 1965; Schobinger 1959).

Pero a través de estudios más recientes se ha podido constatar que la


denominación auca no aludía a la irrupción ni a la migración de un nuevo grupo en la
región, sino que se habría tratado de un apelativo para identificar a los indígenas que
comenzaron a participar desde el siglo XVII en el robo y traslado de ganado en pie de
las pampas hacia Chile, principal mercado para los animales (Mandrini 1994). Bajo la
denominación generalizadora de auca parecen esconderse, entonces, mapuches que
llegaban al territorio pampeano con el objetivo de recoger animales, grupos locales que
participaban en los circuitos ganaderos, pehuenches asentados en las laderas de la
cordillera que fungían como intermediarios. La expansión de la lengua mapuche se
explica en gran medida por su utilización como lengua franca, compartida por los
involucrados en las actividades de comercio e intercambio de ganado. En este contexto,
los españoles comenzaron a generalizar la denominación de “aucas” para la mayor parte
de lo que consideraban grupos nómadas o seminómadas de la extensa región pampeana
(Mandrini y Ortelli 1996; Ortelli 1996).

2.b. La idea de la migración y el año 1748 como momento fundacional de la


guerra

Como parte de la idea de la migración e irrupción de los apaches en el


Septentrión, el año 1748 ha quedado registrado como un momento fundacional: es
mencionado como el inicio de las hostilidades apaches en el noroeste de Nueva España.
(Navarro García 1988: 206-207). Recordemos que en la época el término hostilidades se
relacionaba al daño que una potencia hacía a otra estando en guerra o antes de declararla
formalmente (Escriche 1998: 298). Es decir, en el año 1748 había comenzado una
guerra. Griffen apunta categóricamente que “para 1748 los españoles se habían
convencido de que las guerras norteñas volvían a empezar” (Griffen 1992: 53).

Pero los registros coloniales revelan que la situación de guerra y violencia no era
nueva y no se inauguraba a mediados de la centuria para Nueva Vizcaya. En 1724 el
gobernador y capitán general de la provincia, López de Carvajal, ordenaba que los
vecinos de Parral estuvieran listos para defender los poblados de los ataques de los

5
indios 2 . Unos años más tarde, en 1735, se vuelven a mencionar los ataques de los indios
bárbaros 3 . También existen referencias al comienzo de la guerra para el año 1745, como
aparece registrado para el caso de Chihuahua en la opinión del fiscal de hacienda, Luis
Fernando de Oubel 4 . En su estudio sobre esta villa, Hadley anota que, si bien la guerra
había comenzado en 1745, desde 1738 una persistente sequía había empujado a ciertos
grupos indígenas enemigos a irrumpir en las poblaciones españolas cada vez con mayor
frecuencia (Hadley 1979: 204).

¿Qué ocurrió, entonces, en 1748, y por qué se comenzó a referir dicho año como
un momento inaugural?. En ese año el capitán del presidio de Conchos, José de
Berroterán, redactó un informe en el que describía la situación de los presidios, luego de
la aplicación de las sugerencias que había realizado Rivera durante su inspección de la
década de 1720 5 . El brigadier Pedro de Rivera y Villalón había realizado una visita de
inspección entre 1724 y 1728, a instancias del virrey Juan de Acuña, marqués de
Casafuerte. El objetivo era recabar información acerca de los presidios internos de
Nueva España y conocer la utilidad de dichos puestos militares, para reorganizar de
manera más eficaz su funcionamiento y procurar un desahogo al erario suprimiendo los
menos necesarios.

Como resultado de su evaluación, Rivera propuso reducir el expendio de la


Corona a la frontera norte de 444883 pesos anuales a 283930, el recorte de las expensas
de guerra y paz, que era un fondo anual del gobernador, y una nueva escala de pagos a
oficiales y hombres alistados (Jones 1979: 132). Propuso también que fuera el virrey

2
“Don José Sebastián López de Carvajal, gobernador y capitán general de este reino de Nueva Vizcaya
en un despacho dado en el Real de Parral a Don Antonio José de Paniagua, corregidor y lugarteniente de
capitán general, ordena que los vecinos de esta villa por estar sufriendo los ataques de los indios estén
listos para defender sus poblados y fronteras”, 1724, Archivo Municipal de Chihuahua (en adelante
AMC), Fondo Colonial, Sección Guerra, expediente 2, caja 1.
3
“Parte de escrito que habla de contingentes dispuestos para combatir en auxilio y defensa contra ataques
de los bárbaros”, 1735, AMC, Fondo Colonial, Sección Guerra, expediente 4, caja 1.
4
“Expediente sobre que se exonere del tercio de reventa de alcabalas a las jurisdicciones del comercio del
Real de San José del Parral impuesto con motivo de la guerra contra Inglaterra en atención a haber cesado
la causa y a que se hallan fronterizas con continuas hostilidades de los bárbaros gentiles, de los apaches”,
AGN, Alcabalas, vol. 257, exp. 3, fs. 118 y 125.
5
Capitán José de Berroterán, “Informe acerca de los presidios de la Nueva Vizcaya”, abril 17 de 1748,
Documentos para la Historia de México, Segunda Serie, tomo I, pp. 161-224.

6
quien nombrara a todos los capitanes, incluso de milicias provinciales, a los sargentos
mayores y a los tenientes de capitán general (Navarro García 1964: 75-76).

Berroterán manifestó en 1748 su inconformidad con las medidas propuestas por


Rivera dos décadas antes. La reducción del número de caballos que se impuso a las
tropas redundaba en un mal servicio y la reducción del fondo de guerra y paz era una
traba para llevar a cabo los proyectos de campaña. Pero, sobre todo, la debilitación
numérica de las guarniciones trajo como consecuencia la imposibilidad de cumplir con
las extensas obligaciones anotadas en el reglamento. Las visitas a los pueblos de indios
de la sierra habían caído en desuso por estas limitaciones y muchos indios andaban
fugitivos.

Se reconocía que para esa fecha no quedaban grupos de enemigos contra quienes
luchar. Esta evaluación de Rivera parece confirmarse con la opinión de algunas
investigaciones contemporáneas. Apunta Griffen que la zona había sido pacificada a
mediados de la década de 1720, con la extinción o el repartimiento entre las misiones de
algunos grupos y la captura y deportación al centro de Nueva España o a las islas del
Caribe de otros (Griffen 1992: 53). Pero Berroterán insistía en que los presidios tenían
una misión que cumplir en la vigilancia de los indígenas y en precaver posibles
hostilidades por parte de los apaches que se estaban internando últimamente en el
Bolsón de Mapimí. Rivera había sido el primero en señalar el punto débil que constituía
dicho sitio y por eso había propuesto la exploración y ocupación del territorio que
mediaba entre Nueva Vizcaya y Coahuila y la fijación del cordón de presidios en la
barrera natural constituida por el Río Grande. Pero estas estrategias estaban pensadas
más bien como medidas preventivas que como necesidades de defensa (Navarro García
1964: 72).

Finalmente, parece haber triunfado la postura de Berroterán, ya que 1748 “...no


tardaría en ser considerado como la fecha inicial de una era de infelicidad para Nueva
Vizcaya y en general para todas las Provincias Internas” (Navarro García 1964: 78).
Este momento fundacional fue referido de ahí en adelante cuando se elevaron a las
autoridades quejas sobre las hostilidades de los apaches. Así aparece registrado en
febrero de 1770, cuando los diputados de Minería y Comercio de la villa de San Felipe

7
el Real de Chihuahua, expusieron la situación que afectaba a dicha villa por los ataques
de los enemigos indios bárbaros infieles 6 .

Pero en 1748 existían posiciones encontradas acerca de los apaches. Berroterán


pensaba que había que mantener la paz pactando con los grupos asentados en el Bolsón,
comandados por los jefes Pascual y Ligero. Pero, al mismo tiempo, aparece
participando en la primera campaña dirigida contra ellos en 1749 por orden del nuevo
gobernador de Nueva Vizcaya, Juan Francisco de la Puerta y Barrera. Mientras tanto,
seis capitanes del presidio de la Cordillera en San Bartolomé opinaban que no era
preciso hacer campaña contra estos grupos (Navarro García 1964: 110). Junto con los
desplazamientos de algunos apaches en el Bolsón, ocurrieron entre 1748 y 1749 varios
asesinatos (16 ó 18 personas) en la región del Río Nasas, sin que se hubiera podido
descubrir a los autores. Las sospechas recaían sobre los apaches, pero también sobre
siete individuos que se habían escapado de poblados de la zona y sobre los indios
tarahumaras fugitivos de los pueblos de misión (Navarro García 1964: 77-78).

Berroterán estaba preocupado por dos peligros. Por un lado, los apaches que se
iban infiltrando en la zona del Bolsón y constituían una amenaza para los habitantes de
Nueva Vizcaya. Por otro, los tarahumaras huidos de los pueblos de la sierra. Ambas
situaciones no eran ajenas y formaban parte de la misma dinámica: apaches y
tarahumaras integraban una compleja red de relaciones. Como veremos más adelante,
el robo de animales es una de las actividades en la que se puede apreciar este fenómeno.

2.c. ¿Migración o transformación del discurso?

En los últimos años algunos estudiosos del norte novohispano han planteado la
necesidad de una crítica profunda de la documentación referida a los grupos indígenas.
Cramaussel descarta la explicación según la cual la profusión de apaches se habría
debido a una migración y se inclina por profundizar el análisis del proceso de
transformación semántica del término que comenzó a ser un genérico (Cramaussel
1992: 25).

6
“Testimonio de Diligencias sobre insultos de los indios bárbaros enemigos”, 1770, Provincias Internas,
AGN, vol. 42, exp. 2, fs. 351-353.

8
Gran parte de las fuentes utilizadas como evidencia empírica se asientan en un
discurso que respondía a la lógica de las necesidades y la organización colonial. Para el
norte de Nueva España estas necesidades estaban orientadas a satisfacer la demanda de
mano de obra que suponían las actividades productivas de las minas, los
establecimientos agropecuarios y las salinas: “para entender la clasificación de los grupos
indios por los españoles, hace falta adentrarse en otros ámbitos de la vida social de la
época, y en particular los referentes al régimen de trabajo al que fueron sometidos los
nativos del septentrión" (Cramaussel 2000).

En el caso de los tobosos, a través de una lectura reflexiva, detenida y profunda


de la documentación, Álvarez ha mostrado una serie de contradicciones en la
percepción de este grupo por parte de los españoles, que lo transformaron a lo largo del
siglo XVII de pacíficos indios que trabajaban en las salinas de Nueva Vizcaya, en
belicosos, fieros y violentos unos años más tarde. El autor señala que la conversión de
un gentilicio -como toboso- en indio de guerra, no era la primera vez que sucedía en el
ámbito americano desde la llegada de los españoles:

“ya a principios del siglo XVI los caribes habían sido declarados también
enemigos de la corona, y más tarde igualmente los chichimecas de Zacatecas, se
verían enfrentados al fantasma de la guerra de exterminio a sangre y fuego, y sus
apelativos se convertirían en algo así como sinónimos de indios de guerra. Tal
fue lo que sucedió con los tobosos, y lo mismo sobrevendría más tarde con los
famosos apaches” (Álvarez 2000, el resaltado es mío).

El término apache se menciona por primera vez en la publicación de la


expedición de Oñate de 1599, quien en sus viajes por Nuevo México entró en contacto
con grupos atapascano-hablantes que los zuñi llamaban apachú (Lockwood 1987:9)
Entonces, apache sería una corrupción de apachú, que en lengua zuñi significa enemigo
(Worcester 1979: 7). En Nueva Vizcaya el término apache apareció a mediados del
siglo XVII para caracterizar a los indios trasladados desde Nuevo México y se relaciona
con las características del sistema de encomienda y de repartimiento en la provincia, que
dependió para su funcionamiento del traslado y reubicación de indios originarios de
regiones muy alejadas (Cramaussel 2000).

La posterior generalización de este apelativo aplicado por los españoles a todos los
grupos nómadas o seminómadas, se explica a través de una transformación semántica de
la palabra, que puede detectarse en tres momentos a través de la documentación:

9
1. en el siglo XVI los apaches eran los enemigos de los zuñis y habitaban al este del
territorio de los pueblo,
2. en el siglo XVII apache pasa a ser un equivalente de la voz chichimeca y no tiene nada
que ver con un grupo étnico,
3. en el siglo XIX apaches son los grupos de habla atapascana, aunque fueran
agricultores, como en el caso de los navajos (Cramaussel 1992: 25-26).

Desde otra perspectiva, Weber ha señalado recientemente la importancia de


tener en cuenta las variaciones discursivas y su influencia en la documentación que
analizamos en torno a la problemática de los indios no sometidos. Este autor encuentra
que con la llegada de los Borbones al trono español y a partir de las reformas
impulsadas en los territorios coloniales, se propició desde el gobierno una
transformación en el discurso sobre los apaches, cuando los ilustrados borbónicos
intentaron llevar adelante una política conciliatoria hacia los indígenas, para
constituirlos en el fundamento del resurgimiento comercial y económico de España.

La nueva política económica impulsada desde el poder metropolitano necesitaba,


entonces, “redimir” a estos grupos indígenas, y los ilustrados lo hicieron explicando la
conducta de los apaches como respuesta a fuerzas externas, más que a características
innatas, como había sido percibida por la generación anterior. Esta transformación en la
percepción que los españoles tenían de los apaches puede ser explicada por las
necesidades pragmáticas del momento relacionadas con la aplicación de las reformas en
las fronteras del imperio, pero también con una mayor atención de las sensibilidades
europeas a los derechos humanitarios (Weber 1998:158).

De todas maneras, la documentación que hace referencia a los apaches no parece


transformar la tónica del discurso en las últimas décadas del período colonial. Y, como
sabemos, a lo largo del siglo XIX hasta la pacificación de estos grupos, se los continuó
caracterizando de manera negativa, profundizando su fama de bárbaros, salvajes e
inhumanos, discurso que expresaba exageraciones y temores (Velázquez 1974:171).
Estas cuestiones también están siendo revisadas para el siglo XIX. Martha Rodríguez
compara los testimonios brindados por las fuentes de archivo y el discurso que aparecía
en la prensa de Coahuila entre 1840 y 1880 y concluye que el problema de las
invasiones de los bárbaros era sobredimensionado en ese estado y que los estudios
históricos han reproducido tales ideas sin realizar una crítica, construyendo una imagen

10
sobrevaluada del fenómeno y restándole importancia a otros factores en las
explicaciones (Rodríguez 1996 y 1998).

3. Los apaches y el robo de ganado en la segunda mitad del siglo XVIII

Como ya mencionamos apaches y tarahumaras integraban una compleja red de


relaciones. Algunos autores han avanzado recientemente en la formulación de
precisiones en este aspecto. Por un lado, William Merrill ha puesto atención en lo que
denomina cuadrillas multiétnicas, conformadas por apaches, tarahumaras, individuos de
varias castas y hombres “de razón”, que realizaban incursiones en distintos
asentamientos de Nueva Vizcaya con el objetivo de robar animales (Merrill 1994).

A este tema también se refiere Margarita Urías, ubicándolo en el contexto de una


gran sublevación multiétnica que se habría operado en la región entre 1740 y 1790. Ese
período de cincuenta años es caracterizado por la autora como de crisis de la sociedad
colonial, a lo largo del cual se produjeron estallidos que involucraron a varios grupos
étnicos y fluctuaron entre la resistencia pacífica disimulada y la rebeldía armada violenta.
Al mismo tiempo señala críticamente que la historiografía tradicional sólo se ha ocupado
de la denominada guerra apache y ha presentado a las rebeliones tarahumaras de fines del
siglo XVII como los últimos movimientos en los que habría participado dicho grupo.
Frente a esta idea comenta: "Para entender el siglo XVIII, es significativa la aparición de la
banda que ataca y desaparece, y en la cual sus integrantes conservan la posibilidad de
llevar una vida clandestina bajo el disimulo" (Urías 1994: 90).

Los trabajos de ambos autores sugieren que el panorama era más complejo y que el
problema apache parece una simplificación que esconde varias aristas. El tema del robo de
ganado puede ser un buen indicativo de la complejidad del problema. ¿Quiénes aparecen
en la documentación como responsables de dichas acciones?. Para intentar responder este
interrogante, analizaré la información de dos tipos de fuentes que nos brinda el registro
colonial: informes sobre los ataques e incursiones de indios bárbaros a los asentamientos
españoles y causas criminales.

Para el primer caso, he tomado como ejemplo los informes sobre ataques de
indios bárbaros registrados entre los años 1778 y 1787 en el Real de San José del
Parral, que elevaron los alcaldes al comandante general de las Provincias Internas,

11
Teodoro de Croix. Según este informe, entre esos años se registraron en los
asentamientos de esa jurisdicción ochenta incursiones, en las que fueron robados un
total de 4198 animales: 1630 caballos, 1403 mulas, 162 bestias (con esta denominación
se hace referencia a caballos y mulas indistintamente), 674 vacas, 260 carneros, 42
cabras 7 .

Desde la perspectiva de la forma de registro, en el informe pueden reconocerse


dos partes. La que corresponde al período 1778-1781 registra 47 ataques, de los cuales
43 son perpetrados por apaches, dos por indios, y en dos casos no aparecen
mencionados los autores de los hechos. Únicamente para la incursión del 21 de julio de
1781 se especifica que salieron a perseguir a los autores del robo y que éstos resultaron
ser tarahumaras. Durante los registros de esos años se nota una fuerte preocupación por
anotar con detalle el número y calidad de los animales robados y los nombres de los
dueños a los que pertenecían.

En cambio, entre 1782 y 1787 se muestra una preocupación mayor por asentar el
número y calidad de los autores de los robos. De los 33 casos registrados para esos seis
años, en diez se menciona que los autores de los ataques eran tarahumaras, en un caso se
habla de tepehuanes, en dos casos se mencionan tarahumaras mezclados con apaches y
a un hombre de razón, que hace alusión a un blanco, generalmente, español.

En cuanto al número de involucrados en los ataques, la mayor cantidad


registrada fue de 36 apaches y algunos tarahumaras revueltos con ellos que
incursionaron en la jurisdicción el 4 de marzo de 1786. En trece de los casos sólo se
registran entre ocho y tres individuos y en varios registros no se especifica el número de
los atacantes.

Aquí aparecen dos cuestiones. Por una parte, el problema de la relación entre el
número de hombres y la capacidad para robar y trasladar ganado. Si bien esto es relativo
a varios factores -entre los que podemos mencionar, por ejemplo, el tipo de ganado y las
características del terreno- los especialistas consultados han coincidido en que no se

7
“Noticias que por orden del Caballero de Croix rendían los alcaldes de este Real sobre las incursiones
de los indios a esta jurisdicción, durante los años 1778 a 1787”, DeGolyer Library, Southern Methodist
University (en adelante SMU), Serie Parral, Guerra, G-32.

12
necesitan muchos hombres para arrear una cantidad de animales importante. Por
ejemplo, para el ganado vacuno, la cifra proporcionada es una relación de tres hombres
a caballo para arrear entre 100 y 120 vacas. Entonces, con respecto a la acción concreta
de robar animales, un pequeño grupito de individuos puede hacer verdaderos estragos
en un establecimiento ganadero.

Pero, por otra parte, no parece que 4, 8 o 13 hombres pudieran crear el terror
generalizado que las descripciones sobre las incursiones apaches han dejado registradas
en la documentación, plasmadas en la literatura y marcadas a fuego en el imaginario
colectivo.

A medida que se revisan las evidencias aparece menos clara la idea de la


presencia generalizada de los crueles y salvajes apaches. A principios de 1788 Jacobo
Ugarte y Loyola, comandante general de las Provincias Internas del Poniente, envió
desde la capital, Arispe, correspondencia al virrey de la Nueva España, en la que
especificaba que un grupo de prisioneros capturados en Santiago Papasquiaro después
de una incursión de supuestos apaches habían resultado ser de nación tarahumara.

A mediados del mismo año, Ugarte y Loyola envió al virrey un detalle de las
acciones llevadas a cabo por los indios bárbaros en Nueva Vizcaya. De 53 informes
realizados por los justicias de las alcaldías mayores, solamente en uno fechado el 22 de
febrero de 1788 en Real del Oro se mencionan a más de treinta enemigos tarahumaras y
otros malhechores. El resto de los informes señala como autores de las incursiones a
tres o cuatro indios.

Para el mes de marzo dice el justicia del mismo Real que hubo una entrada de
enemigos que se retiraron con robo, pero a este incidente Ugarte y Loyola comenta que
es muy probable que diera origen a este rumor “una junta de malhechores que se
disiparía a vista de los movimientos de los vecinos y tropa que actualmente se hallaban
operando en la provincia, pues no ha sido dable encontrarlos ni averiguar por donde
salieron...” 8 . Según el comandante, la tranquilidad de la región dependía del exterminio

8
“Extracto de los insultos cometidos por los indios bárbaros en la Provincia de Nueva Vizcaya en los
cuatro primeros meses de este año, según acreditan los partes originales de los justicias que en cuatro

13
de grupos que estaban integrados por indios prófugos de las misiones y por gentes de
castas infectas 9 .

Era abundante la existencia de bandos que intentaban normar los problemas


correspondientes a la salida de los indígenas de los pueblos y las misiones. Estos indios
permanecían en muchos casos largas temporadas viviendo en las sierras o en los
montes, conformando grupos que cometían diversos tipos de delitos y disimulando sus
acciones bajo el nombre del público declarado apache, a la sombra de éstos y con capa
de tales.

Al mismo tiempo se unían a estos grupos individuos considerados como


vagabundos facinerosos, de mal vivir. Estos personajes, al igual que los reos y los
acusados de delitos varios -entre los que se encuentra el robo de animales- eran
generalmente calificados como vagos. ¿A qué aludía la calificación de vago en la Nueva
Vizcaya colonial?. A los individuos que circulaban de manera más o menos permanente,
de un lugar a otro, sin un lugar de trabajo fijo –de ahí la caracterización común de
haraganes-, que en ocasiones aparecen acusados de desarrollar prácticas como el juego
y el robo y que aparecían de manera recurrente relacionados con los apaches
enemigos 10 .

4. Las causas criminales y el abigeato

Las causas criminales muestran, por su parte, otra cara del problema del robo de
ganado. En febrero de 1787 Juan Manuel Estéban Rivera (conocido como Guadiana),
reo de 35 años, nativo de la villa de Durango y preso en el obraje de la hacienda de
Encinillas, se ofreció de manera voluntaria a realizar una confesión para descargo de su
conciencia 11 .

cartas dirijo al Exmo. Sor. Virrey don Manuel Antonio Florez, para su conocimiento y calificación,
Jacobo Ugarte y Loyola, Chihuahua, 1788”, AGN, Ramo Provincias Internas, vol. 128, fs. 392-397v.
9
AGN, Provincias Internas, vol. 128, fs. 348-350.
10
Salvatore ha señalado para el caso de los vagos en la frontera rioplatense que la mayor parte de las
veces se trataba de una caracterización social de la persona y no de un delito en particular. En general,
este tipo de cargos eran usados selectivamente para remarcar la valoración negativa que hacía la
comunidad de ciertos sujetos considerados desconocidos o sin domicilio fijo. El término vago se usaba
para reforzar la culpabilidad de un reo acusado de otro delito (Salvatore 1997: 92-93).
11
“Noticia de las averías que ha ejecutado Juan Manuel Estéban Rivera, nativo de Durango y preso en
este obraje de Encinillas, en compañía de otros individuos, para descargo de su conciencia, 1789”, Serie
Parral, Causas Criminales, SMU, mf. 1789B, G-19.

14
El reo declaró que desde hacía nueve o diez años era integrante de un grupo
comandado por Roque Zubiate y Vicente Gutiérrez, nativos del Real de San José del
Parral, vecinos del rancho del Tule -ubicado en las inmediaciones de dicho real- y
cuñados entre sí. Zubiate y Gutiérrez eran jefes de un grupo compuesto por 17
individuos que se dedicaban a robar animales (entre los que se mencionan vacas,
caballos, mulas y burros) y a venderlos en distintos asentamientos ubicados entre las
villas de Durango y Chihuahua.

¿Qué características tenían los integrantes del grupo capitaneado por Zubiate y
Gutiérrez?. El promedio de edad de los integrantes del grupo era de 32 años, siendo el
menor de 20 años y el mayor de 57. En cuanto a la adscripción étnica, contamos con
datos para 14 individuos, de los cuales 4 figuran como “de razón”, 6 eran mulatos y 4
indios. Con respecto a las ocupaciones, se trataba en su mayoría de trabajadores rurales
que se desempeñaban como arrieros o como labradores en distintos ranchos y haciendas
de la zona.

Los animales robados eran vendidos de dos maneras. El ganado en pie era
introducido disimuladamente en los ranchos en los que vivían los miembros del grupo y
luego era vendido en Parral y en Cosihuariachic. Otra parte del ganado era muerto en
sus casas o en algún paraje adecuado para tal fin y vendido luego en forma de carne
seca en Parral y en el Valle de San Bartolomé. Reses y carne eran vendidas por Zubiate
y Gutiérrez, quienes luego repartían el dinero obtenido entre todos los miembros del
grupo.

Rivera confesó también que en una sola ocasión el grupo se había reunido con
otros -que aparecen mencionados como cuadrillas de pueblos- con el objetivo de ir a
robar caballos y mulas a la zona de Santiago Papasquiaro. Los pueblos a los que
pertenecían tales cuadrillas eran Zape, Santa Cruz y Tizonazo y entre todos habían
conformado en esa oportunidad un total de más de sesenta hombres.

A diferencia de las bandas de los pueblos, los integrantes del grupo de Zubiate y
Gutiérrez no eran naturales del mismo sitio, no pertenecían al mismo lugar de
residencia, ni estaban adscritos a un pueblo. Vivían en diferentes asentamientos de la

15
zona. La manera como se reunía el grupo a la hora de llevar a cabo una acción común
era a través de la convocatoria que hacían en persona los jefes, quienes citaban a cada
uno de los integrantes y le señalaban el paraje desde el cual partirían para realizar el
robo.

Roque Zubiate aparece mencionado en varias oportunidades en relación a


acusaciones por robo de ganado. La primera vez que tenemos registro de este individuo
es en 1774. 12 De las averiguaciones realizadas en aquel momento se desprendió que
Zubiate formaba parte de un grupo que robaba animales en la zona de Parral. El grupo
tenía como base de operaciones el rancho del Tule.

Los mismos nombres son mencionados en 1782. En esa oportunidad se les


agregan otros, entre ellos, el de Francisco Martínez, conocido como “el Arriero”, que
había sido acusado de entrar con animales robados en la jurisdicción. El resto eran
vecinos de la zona y se estableció que la mayor parte de los involucrados eran parientes
en segundo grado de Martínez por parte de su esposa.

Es importante observar qué tipo de vínculos eran los que unían a estas personas.
Las relaciones se establecen por tres motivos: a través de vínculos de parentesco, de
vínculos de vecindad o de vínculos laborales. Dichos vínculos no son excluyentes y
pueden presentarse de manera combinada.

Garniot -quien ha estudiado el problema de la delincuencia para el caso de


Francia entre los siglos XIV y XIX - clasifica a los delincuentes en dos tipos:
ocasionales y profesionales. Dentro del grupo de los profesionales, encuentra que las
bandas constituyen un estadio último de delincuencia profesional. La formación de una
banda puede responder a distintos estímulos y factores: lazos de tipo familiar,
profesional, económico y el origen geográfico de sus integrantes (Garniot 1996: 357-
360).

Si se aplica la clasificación del autor francés, los casos observados en la Nueva


Vizcaya colonial pueden encuadrarse dentro de una organización de tipo profesional, por

12
“Criminal contra Ochoa por robo de bestias, 1774”, Serie Parral, Causas Criminales, SMU, G-15.

16
varios factores: la recurrencia en la participación en los robos y en la realización de las
operaciones, la organización interna de los grupos, los nexos entre los integrantes ya sea
que fueran parientes o avecindados, la funcionalidad de los distintos asentamientos como
sitios de robo, de matanza, de reunión, de venta, de intercambio.

Consideraciones finales

Durante su confesión en la hacienda de Encinillas, le fue preguntado a Rivera si el


grupo que integraba mantenía relaciones o actuaba en complicidad con los apaches. A
pesar de que el reo declaró de manera negativa, la acusación que pesó sobre él y sobre
algunos de sus compañeros tomados prisioneros más tarde fue delitos de infidencia con los
enemigos bárbaros. El peligro apache, real u omnipresente, referido incluso a nivel de
rumor, es uno de los protagonistas principales de la historia del norte de México, desde la
época colonial hasta finales del siglo XIX. Pero la evidencia documental reclama que
revisemos y discutamos algunas ideas en torno a este tema. Creo que podemos comenzar
diferenciando dos aspectos.

Por un lado, apache hace referencia directa o tiene una connotación


explícitamente étnica, al englobar dentro de ese concepto o denominación a varios
grupos indígenas no integrados formalmente al sistema colonial español, ni a la
república mexicana en el siglo XIX. Se aplicó en ese caso la denominación de apache
como un genérico que funcionaba de manera similar al término chichimeca, con el que
los pueblos del centro de México habían denominado desde antes de la llegada de los
españoles a los grupos cazadores-recolectores ubicados desde el actual estado de
Querétaro hacia el norte y que luego los españoles retomaron sin preocuparse por
diferenciar las diversas identidades étnicas que se encontraban incluidas en tal
denominación.

Pero por otro lado, apache alude a un modo de vida un tanto ambivalente,
ubicado en los que parecen ser los límites entre la marginalidad y la integración, por
parte de individuos que realizaban actividades ilegales y cuyas motivaciones no deben
ser interpretadas, según creo, a partir de preocupaciones nacidas de una visión
estrictamente étnica del problema -como la resistencia cultural que se ha esgrimido

17
como una de las explicaciones- sino a partir de motivaciones vinculadas con aspectos
económicos y sociales.

La mayor parte de los grupos que se describen bajo la denominación de apaches


en la documentación consultada corresponde a este segundo fenómeno, que integra una
compleja combinación de actividades ilegales y acciones consideradas delictivas,
disfrazadas como lo dicen explícitamente algunos testigos de la época con traje de
apaches, con traje de ese enemigo común institucionalizado, que era señalado
generalmente como el causante de todos los males que aquejaban a Nueva Vizcaya y
permitía, de esa manera, encubrir algunos de los complejos mecanismos que articulaban
a la sociedad colonial del norte novohispano.

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22
Historiadores, Novelistas, Poetas y Dirigentes Mapuche Frente a la
Ocupación de La Araucanía 1 .

Jorge Pinto Rodríguez 2

Introducción

Desde hace unos tres años el pueblo mapuche inició en Chile una serie de
movilizaciones tendientes a recuperar parte de las tierras que perdió en el siglo XIX y a
lograr un trato diferente de parte de una sociedad nacional que habitualmente lo
discrimina cultural, social y políticamente. Estas movilizaciones han provocado
preocupación en el gobierno, interés en la opinión pública y alarma en los empresarios
por el riesgo de perder sus propiedades, algunas inversiones o la producción de aquellos
fundos que han sido tomados por comunidades mapuche. El gobierno, en un esfuerzo
por resolver el conflicto, nombró durante el año 2000 una Comisión denominada
Verdad y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas, cuya principal tarea consiste en
rescatar la verdad y proponer un nuevo trato con los pueblos indígenas que sobreviven
en nuestro territorio. Parte de los problemas que esta Comisión deberá encarar tienen
directa relación con las imágenes que los chilenos nos hemos formado del proceso que
concluyó con la ocupación de sus tierras en el siglo XIX y con la actitud de
discriminación que hemos alimentado hacia ellos a partir de esa fecha. En nuestra
opinión, esas imágenes se sostienen en el análisis que hicieron y siguen haciendo
algunos historiadores e intelectuales que asociaron la ocupación de la Araucanía a un
logro del estado nacional en su cruzada por derrotar a la barbarie y colocar al país en la
senda del progreso, desconociendo, en muchos casos, no sólo los hechos, sino el debate
que se produjo al comienzo y durante la ocupación de estas tierras.

Novelistas y poetas reflejan una opinión diferente. No todos, por cierto. Sin
embargo, la mayoría de quienes se refirieron en sus obras a estos hechos dan cuenta de

1
Este artículo ha sido elaborado en el marco de dos proyectos de Investigación. El primero,
Chile en una encrucijada. Novelistas, ensayistas y dirigentes políticos frente a la crisis de la
sociedad tradicional, es financiado por Fondecyt. El segundo, Voces indígenas en textos no
indígenas, cuenta con el apoyo de la Dirección de Investigación y Desarrollo de la Universidad
de la Frontera. El autor agradece el respaldo de ambas instituciones.
2
Departamento de Ciencias Sociales. Universidad de la Frontera.Temuco. Correo Electrónico:
jpinto@ufro.cl
una historia muy distinta a la transmitida por la historia tradicional. Así mismo, las
voces de dirigentes mapuche, tanto en el pasado como hoy, denuncian abusos y
atropellos que los forjadores de nuestra historiografía no vieron o no quisieron ver. Es la
historia que hoy rescata una corriente más reciente de historiadores que buscan renovar
los estudios del pasado y transmitir una versión más equilibrada de los hechos.

El propósito de este artículo consiste, precisamente, en examinar los mensajes de


nuestra historiografía (tradicional, renovada y los textos escolares), la novela, la poesía
y la dirigencia mapuche sobre la ocupación de las tierras indígenas en la Araucanía.
Para esto, empezaremos resumiendo los hechos; seguiremos con los planteamientos de
los historiadores chilenos de los siglos XIX y XX; analizaremos luego algunos textos
escolares y concluiremos con los testimonios indígenas y el mensaje de nuestros
novelistas y poetas.

1. Un recuento de los hechos

1852. El 2 de julio se crea la provincia de Arauco. El artículo 1º del decreto que le dio
vida decía: “Establécese una nueva provincia con el nombre de Provincia de Arauco,
que comprenderá en su demarcación los territorios de indíjenas situados al sur del Bio
Bio i al norte de la Provincia de Valdivia i los departamentos i subdelegaciones de las
provincias limítrofes, que, a juicio del Presidente de la República, conviene al servicio
público agregar por ahora”. El mismo decreto estableció “que los territorios habitados
por indíjenas i los fronterizos, se sujetarán a las autoridades i al réjimen que, atendidas
las circunstancias especiales”, determine el mismo Presidente de la República 3 . Con la
creación de la provincia de Arauco el gobierno resolvió un asunto fundamentel para
intervenir en la Araucanía: el de la legitimidad de sus actos. Hasta esa fecha existía
cierta ambigüedad respecto de la situación de los mapuche y su territorio. Partes
integrantes de Chile, según algunos; otros, en cambio, pensaban que los indígenas y el
territorio eran aún libres del control del gobierno. Por decreto del 7 de diciembre se

3
Boletín de las Leyes, órdenes i decretos del Gobierno. Libro XX, Imprenta de Julio Belín,
Santiago, 1852, pp. 89-91. Copia de este decreto en José Antonio Varas. Colonización de
Llanquihue, Valdivia i Arauco, o sea Colección de las leyes i decretos supremos concernientes
a esta materia, desde 1823 a 1871 inclusive. Imprenta de la República, Santiago, 1871, pp. 13-
14; y en Julio Zenteno Barros. Recopilación de leyes y decretos supremos sobre colonización,
1810-1896. Imprenta Nacional, Santiago, 1896.

2
modificó la condición de territorio indígena de la Provincia de Arauco por territorio
fronterizo.

1853. El 3 de enero el gobierno designa a don Francisco Bascuñán Guerrero primer


intendente de la provincia. Para proteger al indígena el 14 de marzo se decretó que toda
compra de terrenos debía verificarse con la intervención del intendente de Arauco y el
gobernador de indígenas del territorio respectivo.

1854. Se inicia un intenso debate a través de la prensa sobre la ocupación de la


Araucanía. Desde un comienzo El Mercurio de Valparaíso recoge un conjunto de
opiniones y correspondencia de corresponsales de la zona que recomiendan la
ocupación del territorio por la fuerza. Un par de años más tarde se suma a esta campaña
El Ferrocarril de Santiago.

1857. El país es afectado por una severa crisis económica, causada según algunos por el
inesperado cierre de los mercados californiano y australiano. Otros atribuyen la crisis a
los gastos excesivos en que incurrieron los agricultores cuando nada hacía presagiar la
crisis del `57. A propósito de la crisis tanto El Mercurio como El Ferrocarril insisten en
la necesidad de ocupar la Araucanía. Las fértiles tierras de la vieja Frontera y la
posibilidad de conectar nuestra economía con los mercados del Atlántico siguiendo las
antiguas rutas indígenas aconsejaban volcar la atención hacia el sur.

1859. El país se ve envuelto en una nueva revolución, dirigida en Concepción por el


general José María de la Cruz. Secuela de la revolución de 1851, la del `59 provocó
tanto o más alarma en el gobierno. Numerosas parcialidades mapuche se suman al
levantamiento. El principal líder mapuche que encabeza la resistencia al gobierno de
Manuel Montt es Mañil, cuyo ascenso político se inicia con la muerte de Lorenzo
Colipí, ocurrida 8 años antes. La alianza de Colipí con el gobierno frenaba a Mañil;
muerto éste, queda prácticamente dueño de la situación. La revolución del `59 y la
participación indígena dio nuevos bríos a la prensa de Santiago para insistir en la
necesidad de ocupar la Araucanía y someter a los mapuche por la fuerza. La Revista
Católica, órgano oficial de la Iglesia, redactores de la Revista del Pacífico y algunos
jóvenes universitarios levantan su voz para protestar por la campaña de El Mercurio de
Valparaíso y El Ferrocarril de Santiago contra los indígenas. Sin desconocer la

3
legitimidad del gobierno para ocupar la Araucanía, rechazan el empleo de la fuerza para
someter al mapuche. El debate se prolonga a los años siguientes, incorporándose en
favor del indígena redactores de La Tarántula de Concepción y escritores locales, entre
los cuales destaca Pedro Ruiz Aldea.

1860. El 21 de septiembre Mañil escribe una carta al Presidente de la República


denunciando los abusos que cometen las autoridades de Concepción contra los indios.
“Si este Intendente, [dice Mañil refiriéndose al Intendente Villalón] me engaña y vuelve
a pasar el Bio Bio jente armada y no me entrega mis cautivos, yo no podré contener a
los indios y no sé cual de los dos campos quedará más ensangrentado” 4 .

1861. En noviembre aparece en la Frontera Orelie Antoine I, un francés que se hace


reconocer rey de la Araucanía y que fue visto como un peligro por su acción entre los
indígenas y como un agente del gobierno francés 5 . En el mismo mes de noviembre el
gobierno aprueba un plan de ocupación de la Araucanía elaborado por el Coronel
Cornelio Saavedra, que se deja sin efecto casi de inmediato 6 .

1862. Se dirigen a Santiago dos comitivas de caciques a parlamentar con el Presidente


José Joaquín Pérez. La primera, movilizada por el comandante general de armas de
Santa Bárbara, Domingo Salvo, incorpora a las parcialidades que en la revolución del
`59 apoyaron al gobierno de Montt. Entre ellos viajan Catrileo, Pinolevi, Guenchumán
y otros cincuenta caciques. La segunda, movilizada por Bernardino Pradel, un
revolucionario de la Frontera que volvía del exilio, representa a las parcialidades que se
levantaron contra Montt y apoyaron en la Frontera al general José María de la Cruz.
Pradel logra reunir caciques de las parcialidades de Mañil, Melín y los huilliches, unos
13 en total 7 . En abril el general José María de la Cruz hace llegar al gobierno un nuevo
plan de ocupación de la Araucanía. El general Cruz era un importante propietario de la
Frontera y uno de los mejores conocedores de su realidad. Para su elaboración, tuvo a la
mano un plan presentado el año 1861 por el coronel Pedro Godoy, que recomendaba
ocupar la Araucanía por la costa en vez de avanzar por el valle central. En su opinión el

4
Publicada en El Mercurio de Valparaíso en la edición del 31 de mayo de 1860.
5
Leiva, El primer avance a la Araucanía, Angol, 1862. Ediciones Universidad de la Frontera,
Temuco, 1984, p. 85.
6
Leiva, obra citada, p. 100.
7
Leiva, obra citada, pp. 94-95 y 115-118.

4
gobierno debía avanzar hacia la frontera a través de fuertes que resguardaran las tierras
incorporadas, renunciando a la idea de ocuparla de un solo golpe. Cruz calculó la
población indígena en cien mil almas y en cinco mil el número de mapuche capaces de
resistir militarmente 8 . Desde mediados de año Cornelio Saavedra inicia arduas
negociaciones con los caciques para avanzar hacia Angol. En noviembre recibe un
importante refuerzo de hombres, llegando a contar con unos 4 mil efectivos contando
los batallones y los cuerpos cívicos colocados bajo su mando. El 1º de diciembre las
tropas inician la invasión final de los llanos de Angol 9 . El 7 de diciembre se refunda la
ciudad de Angol, en plena Araucanía. La primitiva ciudad permanecía en ruinas, luego
de haber sido destruida a comienzos del siglo XVII por guerreros mapuche después de
Curalaba. Según el historiador que mejor ha estudiado este episodio, el repoblamiento
de Angol permitió al gobierno iniciar el proceso de ocupación definitiva de la región.
Los caciques protestan, pero terminan aceptando la refundación de la ciudad. Uno de
ellos enfrentó a Cornelio Saavedra, diciéndole “Ya tienes tu gente aquí y nosotros, ¿qué
podemos hacer? Quédate con ella y trabaja no más” 10 . Otro cronista del siglo XIX
escribió, a propósito de la repoblación de Angol, que “era verdaderamente penoso
presenciar los llantos y esclamaciones de dolor de las mujeres araucanas al ver que se
instalaban nuestros soldados en sus posesiones de donde huían despavoridas a los
bosques” 11 .

1864. Se inicia en la Cámara de Diputados un debate acerca de cómo seguir avanzando


en la Araucanía. Benjamín Vicuña Mackenna, diputado por la Ligua, sugiere someter a
los mapuche por la fuerza, ayudándose con indios amigos que sirviesen de antemural a
la barbarie. Califica a los indígenas de hordas que poblaban el territorio. Este
planteamiento fue rebatido por el vicepresidente de la Cámara, Domingo Santa María,
quien recomendaba evitar los abusos que tanto molestaban a los mapuche 12 .
Diariamente, informa una autoridad de la Frontera, los indios acuden al Intendente o
Gobernador a denunciar los despojos de terrenos de que son objeto 13 . En septiembre el

8
Leiva, obra citada, pp. 100-113.
9
Leiva, obra citada, pp. 166-171.
10
Leiva, obra citada. La cita que transcribe Leiva corresponde al “Diario militar de la última
campaña y repoblación de Angol”, publicado por El Mercurio de Valparaíso, el 15 de julio de
1863 y reproducido en Leiva, pp. 177-201.
11
Horacio Lara. Crónica de la Araucanía. Imprenta El progreso, Santiago, 1889, p. 265.
12
Este debate aparece en La Tarántula, Nº 253, 4 de septiembre de 1864.
13
Informe del teniente coronel Joaquín Unzueta, Los Angeles, 25 de junio de 1864; en Leandro

5
intendente subrogante de Concepción, el coronel Joaquín Unzueta, es informado de la
muerte de Mañil 14 . Al momento de morir Mañil reúne a varios caciques y les
recomienda celebrar la paz con el gobierno, aunque fuese a costa de grandes sacrificios;
pero, agrega, si éste les declara la guerra para quitarle sus tierras, que peleasen hasta
morir 15 . Inicia la resistencia militar el cacique Kilapán, hijo de Mañil y miembro de las
parcialidades arribanas, las más afectadas por el avance de las tropas. Kilapán buscó
distintas alianzas para fortalecer la resistencia, viajando incluso a la Argentina para
conseguir el apoyo de Calfucura y los pampas. Mientras tanto, los lafkenches,
pehuenches y abajinos se mantienen neutrales, con la esperanza de lograr algunos
acuerdos con el gobierno 16 .

1865. El gobierno sospecha que los pehuenches y abajinos se unirían a los arribanos,
para asaltar juntos las provincias de San Luis en Mendoza y volver luego a asolar los
fuertes de las Frontera 17 . Para evitar estos ataques, emisarios del ejército se dirigen a
Antuco para parlamentar con los caciques Llaucaqueo, Purran, Huincaman, Haillai,
Tranamir, Antaguir, Arenquel, Huaiquipan, Dumainao, Tripallan y Tranamon. Los
indígenas se habrían comprometido a respetar la paz 18 . La guerra con España, declarada
en septiembre, paraliza momentáneamente las operaciones del ejército chileno en la
Frontera. Sin embargo, se producen todavía algunos incidentes militares.

1866. A mediados de enero buques de guerra se dirigen al sur para retomar la ocupación
del litoral del la Araucanía, tarea que se encomienda al coronel Cornelio Saavedra. Con
esto el gobierno perseguía dos propósitos: retomar la ocupación del territorio y proteger
nuestras costas de un eventual ataque de naves españolas. Las operaciones de Saavedra
en esta parte del territorio se extienden hasta 1867 19 . Mientras Saavedra opera en la
costa, en el mes de abril el general Basilio Urrutia, designado Intendente de Arauco el
año anterior, informa al Ministerio de Guerra haber tranquilizado la Araucanía20 . Por

Navarro. Crónica militar de la conquista y pacificación de la Araucanía desde el año 1859


hasta su completa incorporación al territorio nacional (2 tomos), Imprenta Lourdes, Santiago,
1909, tomo I, p. 126.
14
Navarro, obra citada, p. 123.
15
Información aparecida en La Tarántula de Concepción, Nº 4, 16 de abril de 1862.
16
Bengoa, Historia del pueblo mapuche, Ediciones Sur, Santiago, 1985, pp. 193-195.
17
Navarro, obra citada, p. 131.
18
Navarro, obra citada, pp. 135-136.
19
Navarro, obra citada, pp. 165-186.
20
Carta del General Urrutia al Ministro de Guerra, Los Angeles, 12 de abril de 1866. En

6
ley del 4 de diciembre se ordena reiniciar la fundación de poblaciones en territorio
araucano y crear el puesto de protector de indígenas 21 .

1867. El general Basilio Urrutia denuncia nuevamente los abusos que se cometen contra
los indígenas, llegando a decir que los mapuche tenían razón para considerar crueles a
los jueces y mirar con horror a los chilenos 22 . Por decreto del 5 de julio el territorio
fronterizo se transforma en territorio de colonización. El gobierno solicita al coronel
Cornelio Saavedra abandone la ocupación del litoral y se haga cargo de nuevo de las
operaciones en los llanos, con la misión de ocupar la línea del Malleco. Saavedra recibe
las instrucciones definitivas el 7 de septiembre. Se establece Angol como centro de las
operaciones 23 . En noviembre Saavedra convoca a un parlamento para buscar un acuerdo
con las parcialidades de la zona. Saavedra sabía que debía neutralizar a los “indios
arribanos o muluches”, cuyas tierras se extendían entre la falda occidental de la
Cordillera de Nahuelbuta y la de los Andes, comandados por Kilapán, y a los
“abajinos”, que habitaban los faldeos orientales de la Cordillera de Nahuelbuta, desde
Angol a Imperial, cuyos caciques más importantes eran Catrileo, Pinolevi y los
Colipies. Mientras el primero era conocido por su tenaz resistencia a las operaciones del
gobierno, los tres últimos se habían mostrado más leales al gobierno. Saavedra se
proponía conseguir la autorización de los caciques para establecer fortines con el fin de
asegurar la línea del Malleco 24 .

1868. En marzo el coronel Saavedra concluye el establecimiento de la línea del


Malleco, disponiéndose entonces a retornar al litoral para seguir avanzando por la costa
de la Araucanía. Kilapán sigue constituyendo la más grave amenaza para los planes del
gobierno, por sus dotes militares y su capacidad para aglutinar a los grupos mas
dispuestos a mantener la resistencia 25 . El gobierno divide la Araucanía en el Alta y
Baja Frontera. A cargo de las operaciones en la Baja Frontera (litoral) queda el coronel
Cornelio Saavedra. En la Alta Frontera, o llanos centrales, asume el general José
Manuel Pinto. Se produce en la Cámara de Diputados un segundo debate sobre la

Navarro, obra citada, p. 150-152.


21
José Zenteno B. Condición legal del indígena. Imprenta Cervantes, Santiago, 1891, pp. 33-34.
22
Informe del general Basilio Urrutia al Ministro de Guerra. Los Angeles, 18 de mayo de 1867;
en Navarro, obra citada, tomo I, p. 160.
23
Navarro, obra citada, pp. 187-210.
24
Navarro, obra citada, pp. 191-192.

7
ocupación de la Araucanía. En este debate Vicuña Mackenna sigue representando al
sector más radical que propone actuar en la Frontera sin vacilaciones y empleando toda
la fuerza necesaria contra los mapuche. Los diputados Matta, Lastarria, Gallo y Arteaga
Alemparte, rechazan las opiniones de Vicuña Mackenna y acusan al gobierno de
propagar la civilización con los medios de la barbarie. Este debate se produjo cuando el
gobierno solicita recursos para movilizar al ejército en la Frontera y lograr el avance al
sur de la línea del Malleco 26 . Conseguido el apoyo del Congreso, el gobierno reinicia
las operaciones militares en la Araucanía. Bengoa, recogiendo la opinión de una crónica
de El Meteoro de Los Angeles del 6 de marzo de ese año, llama a esta campaña “Guerra
de Exterminio” 27 . El Meteoro de Los Angeles anuncia el regreso de Argentina de
Kilapán, acompañado de gran cantidad de lanzas pampeanas 28 . El 26 de abril las tropas
del ejército se enfrentan a las de Kilapan en la batalla de Quechereguas. Un testigo
señaló que “el choque fue tremendo” y la lucha a muerte, “dejando sembrado el campo
de muertos i heridos en un instante”. Nuevos combates ocurridos por esos días hablan
de sangrientos enfrentamientos que degeneran “en una carnicería sin cuartel en que era
necesario morir matando” 29 . En noviembre, el cacique abajino Domingo Melín, viendo
amenazadas sus tierras, se suma a la resistencia militar, aliándose a Kilapán. Ambos dan
un malón a los caciques Pinolevi y Catrileo, aliados al gobierno, y matan a los dos 30 . En
lo que restó del año se produjeron nuevos enfrentamientos. El del fuerte de Curaco,
ocurrido en la noche del 18 al 19 de noviembre, “lucharon soldados, labradores,
mujeres i niños” en una refriega que duró más de 4 horas, “porque los indios cada vez
que se sentían diezmados, recojían sus heridos i se replegaban por breves momentos a la
montaña para rehacerse i volver a la pelea con nueva furia” 31 . Por la crueldad de la
lucha, el autor que vamos siguiendo, comparó estos hechos con los ocurridos durante la
Guerra a Muerte, poco después de la Independencia 32 .

1869. Se suceden continuos y sangrientos enfrentamientos. Kilapán abrigaba la


esperanza de incendiar Angol y poner cerco a todos los fuertes para lograr la expulsión

25
Navarro, obra citada, tomo I, pp. 200-202.
26
Jorge Pinto. De la inclusión a la exclusión. La formación del estado, la nación y el pueblo
mapuche. Universidad de Santiago de Chile, Santiago, 2000, pp. 145-147.
27
Bengoa, obra citada, pp. 205 y 208.
28
Citado por Bengoa, obra citada, p. 198.
29
Navarro, obra citada, tomo II, p. 11-13.
30
Bengoa, obra citada, pp. 199-203.
31
Navarro, obra citada, tomo II, p. 27.

8
de las tropas del ejército chileno que invadían su territorio. Con el fin de evitar tanto
derramamiento de sangre, una crónica de la época señaló que Kilapán retó al general
Pinto en los siguientes términos: “Si tu puedes disponer de tantos miles de bayonetas,
yo puedo disponer de igual número de lanzas i si quiero las puedo doblar; pero si
quieres evitar el derramamiento de sangre, ven con tu espada, que yo te espero con mi
lanza, i decidiremos la contienda entre ambos” 33 . Algunos oficiales del ejército buscan
entenderse con los caciques a través de cartas. Varios de éstos las rechazan porque
alegan que nunca el gobierno ha usado papeles escritos para parlamentar con ellos. El
propósito de estas cartas es disuadirlos y atemorizarlos. El mayor Barbosa escribía, por
ejemplo, al cacique Manuel Burgos, de Moquegua, avisándole que el ejército había
muerto más de 600 indios y apresado más de 100 familias. “¡Qué tal amigo! ¿Qué le
parece?, agrega Barbosa. Ya Quilapan sino ha escarmentado estará tristísimo, con la
pérdida de mocetones, mujeres i chiquillos i animales. Veremos donde se mete ahora
que no sea perseguido por el gobierno” 34 . Orelie Antoine I regresa a la Araucanía y
busca aliarse a Kilapán. Saavedra informa al gobierno que Kilapan y Montri, alentados
por la alianza con Orelie “trabajan activamente por sublevar a todas las reducciones” 35 .
El general Pinto informa al gobierno de las dificultades de la guerra. “Las dificultades
con que se tropieza a cada paso en una guerra tan escepcional, hacen imposible
terminarla en un corto espacio de tiempo”, dice el general, recomendando mantener el
sistema de tierra arrasada que siempre se ha usado contra los mapuche, es decir, destruir
todo al paso del ejército, para privar “a los indios de sus recursos” 36 .

1870. Respecto de la Baja Frontera, en marzo el coronel Mauricio Muñoz informa al


coronel Saavedra de sus operaciones en torno a la plaza de Purén, dando cuenta de la
destrucción de viviendas y sembradíos, además de algunas muertes provocadas al
enemigo. En abril, el teniente coronel José Domingo Amunátegui informa al mismo
Saavedra haber incendiado 189 casas y haber asolado los campos por donde pasaban sus
tropas 37 . Cornelio Saavedra reconoce los horrores de la guerra y se pregunta si por este
medio podría asegurarse la sumisión definitiva del mapuche. En una parte de un informe

32
Navarro, obra citada, tomo II, p. 31.
33
Navarro, obra citada, tomo II, pp. 54-55.
34
Navarro, obra citada, tomo I, p. 234.
35
Navarro, obra citada, tomo I, p. 241.
36
Navarro, obra citada, tomo II, p. 67.
37
Navarro, obra citada, tomo I, pp. 249-252.

9
que envía a Santiago escribe: “llevada (la guerra) por el sistema de las invasiones de
nuestro ejército al interior de la tierra indíjena, será siempre destructora, costosa i sobre
todo interminable, mereciendo todavía otro calificativo que la hace mil veces más
odiosa i desmoralizadora de nuestro ejército. Como los salvajes araucanos, por la
calidad de los campos que dominan, se hallan lejos del alcance de nuestros soldados, no
queda a estos otra acción que la peor y más repugnante que se emplea en esta clase de
guerra, es decir: quemar sus ranchos, tomarles sus familias, arrebatarles sus ganados i
destruir en una palabra todo lo que no se les puede quitar. ¿Es posible acaso concluir
con una guerra de esta manera, o reducir a los indios a una obediencia durable?” 38 . En
noviembre, el 24, se funda Lumaco. Este mismo año Cornelio Saavedra se retira de la
Frontera.

1871. El 13 de febrero el general Pinto abandona la Frontera. En su reemplazo se


nombra el 25 de agosto al general de brigada Basilio Urrutia. En su último informe el
general Pinto reconoce que la guerra no ha terminado y que la carabina Spencer, de
repetición, sería en el futuro “el terror de las tribus Araucanas” 39 . El gobierno suspende
el avance en la Frontera y se detiene la guerra. En los diez años siguientes, hasta 1881,
el gobierno coloniza el territorio hasta el río Malleco por la parte central. Los avances
del ferrocarril y el telégrafo, alteran, a su vez, el panorama de la vieja Frontera. Esta
queda ahora prácticamente unida a Santiago 40 . El 1º de enero el general Urrutia celebra
un parlamento con cerca de 55 caciques pehuenches, con quienes acuerda la paz y se
asegura que se sometan al gobierno de Chile 41 . Kilapán, por su parte, aunque no
establece ningún acuerdo formal con el ejército chileno, detiene la resistencia y los
indios abajinos se declaran leales al gobierno.

1874. Emerge el bandolerismo como una lacra que todas las autoridades condenan y
sugieren reprimir con energía.

38
Cornelio Saavedra, “Cuenta de las operaciones i trabajos practicados en la parte del territorio
indíjena que esta bajo mis órdenes”, dirigida al Ministro de Guerra, Santiago, 1 de junio de
1870. En Cornelio Saavedra. Documentos relativos a la ocupación de Arauco. Imprenta La
Libertad, Santiago, 1870, p. 205.
39
José Manuel Pinto. Memoria del Jeneral en Jefe del Ejército de la Alta Frontera al Señor
Ministro de Guerra. Imprenta Nacional, Santiago, 1871.
40
Bengoa, obra citada, p. 249.
41
Navarro, obra citada, tomo II, p. 120.

10
1875. El general Urrutia solicita autorización para avanzar la línea de frontera, pero el
gobierno se niega a concederla 42 .

1876. Llega el ferrocarril a la ciudad de Angol.

1877. El 24 de julio el gobierno solicita al Sargento Mayor de Artillería Ambrosio


Letelier un informe sobre el estado de la Araucanía. Letelier informa el 28 de diciembre
de ese año señalando que “la ocupación total del territorio araucano i el sometimiento
completo de las tribus indíjenas a las leyes i autoridades de la República” significarán
todavía mayores esfuerzos y sacrificios. Define el territorio comprendido entre el
Malleco y el Cautín como “el arca santa de los araucanos” y último reducto de la
barbarie. Del informe de Letelier se deduce que el gobierno y los militares no tenían
ninguna claridad de cómo seguir avanzando hacia el sur. El general Basilio Urrutia
propone establecer una línea en el Cautín, semejante a la que estableció Saavedra en el
Malleco en los años 60. El comandante Gregorio Urrutia proponía, en cambio,
establecer una “línea divisoria central” que separe a los arribanos de los abajinos. El
comandante Eleuterio Ramírez, piensa que la solución está en fijar una línea en Quino,
mientras el comisionado Letelier es partidario de establecer un triángulo estratégico que,
partiendo de Collipulli, se extienda a Lumaco y Villarrica 43 . El gobierno identifica a los
caciques arribanos Montri, Quiñenao, Sargento, Calbuco, Namuncura, Pinchulao,
Loncomil, Millao, Malo y Levi, a quienes se podría unir Domingo Melín, como los
caciques más poderosos y peligrosos para sus intereses. Las autoridades confían, sin
embargo, en que están pobres y desanimados, casi en la indigencia 44 .

1878. Habiéndose nombrado al coronel Cornelio Saavedra Ministro de Guerra, el


gobierno decide avanzar la línea de frontera a Traiguén. La tarea fue encomendada al
comandante Gregorio Urrutia. El 8 de diciembre se funda Traiguén.

1879. El estallido de la Guerra del Pacífico obliga al gobierno a retirar al Ejército de la


Frontera.

42
Navarro, obra citada, tomo II, p. 128.
43
Ambrosio Letelier. Informe sobre la Araucanía que pasa al señor Ministro de Guerra el
Comisionado Especial, Sarjento Mayor de Artillería Ambrosio Letelier. Santiago, 28 de
diciembre de 1877. Imprenta Nacional, Santiago, 1878.
44
Letelier, obra citada, p.49.

11
1880. En reemplazo del Ejército de la Frontera, se constituyen las Guardias Cívicas.
Algunos hacendados y miembros de las Guardias Cívicas propalan el rumor de un
levantamiento indígena. Mientras tanto, pasadas las primeras zozobras provocadas por
la Guerra del Pacífico, el gobierno se propone avanzar hasta el Cautín.

1881. Luego del triunfo de Chorrillos y Miraflores en la Guerra del Pacífico, el Ministro
de Guerra Manuel Recabarren viaja a la Frontera para ponerse personalmente al frente
del operativo. Llega a Angol el 28 de enero. A orillas del Cautín, el 24 de febrero, se
funda Temuco. La política expansionista que nuevamente asume el gobierno reanima la
resistencia mapuche. El 7 de marzo son asaltados los fuertes de la línea del Malleco y
dos días más tarde Temuco. Un soldado de la época señala que la insurrección prendió
rápidamente entre los mapuche, mientras un historiador de nuestros días habla del
alzamiento general de 1881. Para contenerlo el gobierno decide hacer regresar de Lima
al general Basilio Urrutia 45 . En los primeros días de noviembre se produce el asalto al
fuerte de Lumaco, seguido de una violenta represión a los mapuche. La noche del 11 de
ese mismo mes se pasó por las armas a 11 caciques, entre ellos Lorenzo Colipi,
acusados de haber intervenido en el asalto de Lumaco y haber amenazado a la tropa que
los vigilaba mientras estaban presos en el fuerte 46 . Pocos días antes había sido asaltado
el fuerte Ñielol, provocando la misma reacción de los soldados: una verdadera masacre
de mapuche. En la costa, la guerra obliga a los misioneros capuchinos a huir hacia
Valdivia, mientras las acciones de represalias por parte del ejército no se dejan esperar.
Los mapuche recuerdan este tiempo como una época muy dura y triste. “Teníamos
razón en sublevarnos, recordaba uno, en 1903, porque se nos iba a quitar nuestros
terrenos. Así ha sucedido” 47 . Los guerreros mapuche, recuerda otro, volvían flacos,
hambrientos y desolados. “¡Cuánto sufre el corazón cuando se recuerda!” 48 .

1881-1882. Altos oficiales de los ejércitos chileno y argentino intercambian


correspondencia comprometiéndo ayuda mutua en su lucha contra el indígena 49 .

45
Bengoa, obra citada, pp. 285-286 y Navarro, obra citada, tomo II, p. 181.
46
Jorge Pinto, obra citada, p. 188.
47
Tomás Guevara. Las últimas familias araucanas. Imprenta Cervantes, Santiago, 1912, p. 416.
48
Testimonio de don Manuel Manquepi, tomado de su abuelo; en Jorge Pinto, obra citada, p.
228.
49
Jorge Pinto, obra citada, pp. 181-182.

12
1882. Medianamente controlada la resistencia mapuche, el gobierno acelera la
fundación de ciudades (Ercilla, Imperial, Carahue, Galvarino, Freire).

1883. El 1º de enero de 1883 se funda Villarrica, en tierras obtenidas del cacique


Epulef. Con esto, la ocupación de la Araucanía queda prácticamente concluida. Empieza
a operar la Comisión Radicadora de Indígenas, cuya labor consistía en ubicar a los
mapuche en espacios delimitados, llamados reservaciones, para disponer del resto del
territorio para las colonias que se querían establecer en la Araucanía 50 .

1890. El domingo 26 de octubre el presidente José Manuel Balmaceda inaugura el


viaducto del Malleco. En su discurso señala que el país invadía ahora la Frontera con el
ferrocarril para llevar la civilización y el capital. Para siempre se había logrado unir
todo el territorio nacional 51 .

1893. El 1º de enero llega por primera vez el tren a Temuco.

1912. Tomás Guevara publica sus Últimas familias araucanas, una de las primeras
obras que recoge testimonios mapuche sobre el proceso que concluye con la ocupación
definitiva de sus tierras.

2. El mensaje de los historiadores

¿Cómo han contado esta historia los historiadores en Chile? La respuesta es


compleja. Desde luego, habría que establecer algunas diferencias entre los clásicos del
XIX y XX, los historiadores regionales que escriben entre fines del XIX y comienzos
del XX, los textos escolares que difunden el conocimiento conforme a los criterios que
emanan del Ministerio de Educación y la obra de historiadores más recientes que
buscan renovar la disciplina y revertir una historia que ha puesto el acento en el olvido y
la discriminación negativa. Será, pues, necesario, analizar separadamente sus trabajos.
Vamos a partir por los historiadores clásicos de los siglos XIX y XX.

50
Bengoa, obra citada, pp. 346-347.
51
El Colono de Angol, Nº 1016 del 17 de diciembre de 1890.

13
a) La historiografía clásica de los siglos XIX y XX

En nuestra opinión, los historiadores clásicos del siglo XIX son los primeros
responsables de la tergiversación de esta historia al asociar la ocupación de la Araucanía
a una gesta de Chile, olvidando por completo la violencia y los abusos que se
cometieron contra los mapuche. Lo hicieron porque los cuatro grandes historiadores de
la época, Benjamín Vicuña Mackenna, Miguel Luis Amunátegui, Diego Barros Arana y
Crescente Errázuriz, formularon juicios lapidarios acerca de los mapuche, a quienes
consideraban un estorbo para el progreso. Con la sola excepción de José Toribio
Medina, quien en 1882 publicó Los Aborígenes de Chile, en uno de los primeros
intentos por estudiar científicamente a los pueblos indígenas, los demás historiadores
del XIX se olvidaron de ellos o simplemente los excluyeron de la historia 52 .

De partida, Vicuña Mackenna, tal vez el más influyente de los cuatro, no dejó de
recurrir a la historia para demostrar que el mapuche era un bárbaro de barbaridad
incorregible al que se podía castigar sin ningún tipo de consideración. Su primer
discurso sobre la Pacificación de Arauco pronunciado en la sesión del 9 de agosto de
1868 de la Cámara de Diputados fue una verdadera clase de historia que pasó revista a
la guerra de Arauco desde el siglo XVI hasta 1860, destinada a convencer al resto de la
Cámara de la absoluta necesidad de respaldar las acciones militares que el gobierno
proponía para doblegar al mapuche 53 . La historia aconsejaba actuar de esa manera, no
hacerlo, decía Vicuña Mackenna, era olvidar las lecciones de un pasado que tarde o
temprano demostrarán la certeza de sus juicios.

Por lo demás, Vicuña Mackenna estaba convencido que el indio prácticamente


había desaparecido en Chile. Una de las grandes virtudes del país, decía en una
conferencia que dictó en Nueva York en 1866, era no tener indios. Los españoles se
mezclaron con ellos “de tal manera que encontrar hoi día en Chile un indio o un negro

52
Al publicar Los Aborígenes de Chile, Medina declaró que sería parco y casi deficiente en sus
juicios porque faltaban estudios que facilitaran su labor. Medina señaló que se proponía más
bien llenar un vacío que había dejado nuestra historiografía. Véase Medina, obra citada, Fondo
Histórico y Bibliográfico J. T. Medina, Santiago, 1952, p. 9. Como veremos más adelante,
Tomás Guevara, el gran estudioso del pueblo mapuche a comienzos del XX, denunció este
olvido y omisión en casi todas sus obras, particularmente en Los Araucanos en la Revolución de
la Independencia, Imprenta Cervantes, Santiago, 1911.
53
“Primer discurso”, ya citado, pp. 391-407.

14
es una cosa poco menos que imposible”. A esto se debe, agregaba más adelante, “...que
aunque seamos sólo dos millones de almas, representamos una población casi tan
grande como la de Méjico, que tiene seis millones de indios, enteramente inútiles para la
civilización, i por consiguiente, más inclinados a combatirla que a aceptarla” 54 .

Por esta razón, en el resto de sus obras Vicuña Mackenna excluye al indio de la
historia. Es decir, no sólo tiene opinión respecto de los indios sobre los cuales recae la
acción del estado en el siglo XIX, sino simplemente se olvida de ellos al recrear nuestro
pasado. En su Historia de Santiago, por ejemplo, no encontramos sino españoles que
con esfuerzo y tenacidad echan las bases de nuestra sociedad. Lo mismo ocurre en su
Historia de Valparaíso y en el resto de sus trabajos. Hasta en la propia Guerra a
Muerte, Vicuña Mackenna olvida al indígena. Al pasar revista en la introducción a los
protagonistas de los hechos no hay, por cierto, una sola referencia al pueblo mapuche, a
pesar de su intensa participación en la lucha 55 . La misma exclusión se aprecia en
Miguel Luis Amunátegui, otro de nuestros grandes historiadores del XIX.

En el Descubrimiento y la Conquista de Chile, por ejemplo, Amunátegui


muestra el siglo XVI como una de las épocas más notable de la historia por las
posibilidades que abrió al europeo para desplegar, en la más plena libertad, toda su
creatividad. Lo que tuvo de grandioso el descubrimiento, dice Amunátegui, “fue la
lucha de los conquistadores con la naturaleza gigantesca del nuevo mundo”. Más
importante que la resistencia indígena, fue la de la tierra americana, inculta y salvaje,
que no impidió, en todo caso, al español lograr sus objetivos porque nadie puso traba a
su espontaneidad 56 . Aunque habla de indios agredidos y rechaza la idea de la existencia
de razas inferiores, Amunátegui empieza sigilosamente a desperfilar la convicción tan
arraigada en nuestra sociedad de una heroica resistencia indígena. Describe a Lautaro
con admiración, pero no deja de asociarlo a los pueblos primitivos que sólo pueden
progresar si se les educa y transforma. Los indios, señala en otra parte, no sirven para

54
“Conferencia ante el ‘Club de los viajeros’ de Nueva York sobre la condición presente i
porvenir de Chile”. En Vicuña Mackenna, Diez meses de misión a los Estados Unidos de
Norteamérica, Imprenta La Libertad, Santiago, 1867: II, ÁPENDICE B, pp. 14-34. La
referencia en p. 15.
55
Vicuña Mackenna, La Guerra a Muerte, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, 1972,
pp. XXXV-LIII.
56
Amunátegui. Esta obra fue presentada como Memoria Histórica a la Universidad de Chile en
1861 y publicada en 1912 por la Imprenta Barcelona de Santiago.

15
gobernar, porque son ignorantes e indolentes 57 . A la larga, Amunátegui escribe una
historia sin indios y con españoles que más que luchar contra ellos debieron
sobreponerse a la naturaleza americana.

De nuevo los indígenas están casi ausentes en otras dos de sus obras clásicas:
Los Precursores de la Independencia de Chile y La Crónica de 1810. En la primera
incluye un capítulo sobre la participación de los indios en la revolución, en el cual
reconoce que el ejemplo de los araucanos prestó a los patriotas el más eficaz de los
auxilios, pero no porque hayan sido los únicos en resistir al invasor, sino porque
contaron con un Ercilla que los inmortalizó 58 . “La lucha de los araucanos contra sus
invasores, [agrega Amunátegui] era en la realidad la de la barbarie contra la
civilización. A la verdad, poco importaba a los descendientes de Caupolicán i Lautaro
que se tratara de someterlos en nombre del rei, o de la república. Por eso no debe
extrañarse que en la lucha de la metrópoli i de la colonia, las simpatías estuvieran por el
soberano que de cuando en cuando les hacía regalar casacas vistosas i gorras
galoneadas” 59 .

La revolución de 1810, señala en La Crónica de 1810, fue una pura diferencia


promovida por los españoles. No ignoro, agrega, Amunátegui, “que los autores de
americanos de himnos i de proclamas invocaban durante la reyerta las sombras de
Montezuma, de Guatimozin, de Atahualpa, de Caupolicán i de Lautaro, se ostentaban
como sus vengadores, i maldecían a sus verdugos; pero, aquella era pura ilusión retórica
que les hacía desconocer estrañamente la verdad de las cosas” 60 .

La raza indígena contribuyó sólo secundariamente a la realización de la


independencia, concluye Amunátegui, el episodio más grandioso e importante de la
historia hispanoamericana del siglo XIX 61 .

57
Las referencias a Lautaro en p. 421 y a las otras ideas expuesta en el párrafo en pp. 31-32.
58
Amunátegui, Los Precursores de la Independencia de Chile, Tomo II, Imprenta Barcelona,
Santiago, 1910, p. 499.
59
Ibídem, II, 498-499. No deja de ser interesante agregar que en el capítulo destinado a
comentar la participación indígena en la Independencia, Amunátegui se refiera casi
exclusivamente a Ercilla. Esta actitud se podría interpretar como una forma de demostrar que el
indio heroico, que tanto arraigo tuvo en la primera mitad del XIX, era más bien obra del poeta.
60
Amunátegui, La Crónica de 1810, Tomo I, Imprenta de la República, Santiago, 1876, p. 5.

16
Colocar al indio fuera de la historia era una forma elegante de probar que nada le
debíamos. En su libro sobre la dictadura de O’Higgins se aprecia lo mismo. Los
mapuche aparecen sólo de vez en cuando, asociados a la idea de un bárbaro que se une a
Benavides o a los realistas para resistir a los próceres de la Independencia 62 . A la larga,
Amunátegui presenta una historia de Chile sin indios, como si el país nunca los tuviese
tenido.

El caso de Diego Barros Arana, tal vez el más perseverante de nuestros


historiadores del siglo XIX, ha sido comentado largamente por Fernando Casanueva en
un artículo recientemente publicado 63 . Barros Arana describió al indígena como un
individuo bárbaro, holgazán, salvaje e incapaz de explotar óptimamente las tierras que
ocupaba. Según él, estaban condenados a desaparecer o tener que vivir siempre en la
barbarie. Carecían de la idea de propiedad privada, lo que les impedía alcanzar el
progreso industrial y aumentar su población. Por todas estas razones estos salvajes,
decía Barros Arana, llevan una vida de privaciones y miserias en un suelo que habría
recompensado con creces a un pueblo más industrioso. Su propia sociabilidad no se
podía desarrollar, razón por la cual eran reservados y sombríos y casi desconocían la
conversación franca y familiar del hogar. Su única virtud era la destreza en la guerra, su
estoicismo frente al dolor, aunque esto, agrega inmediatamente, no prueba que hayan
logrado un notable desarrollo de sus facultades intelectuales. Su oratoria y facilidad de
palabra eran una manía que no pasaba de ser una costumbre chocante y bárbara 64 .

¿De donde arranca esta actitud de nuestros historiadores hacia el mapuche? La


clave parece estar en una confesión de Barros Arana y en lo que escribe don Crescente
Errázuriz.

En la intimidad del hogar o en algunas conversaciones más privadas, Barros


Arana confesaba cuanto sufría su espíritu cuando se asociaba al chileno al indio
araucano. Carlos Orrego Barros cuenta lo que pasaba con nuestro historiador en París,

61
Ibídem, I, p. 4.
62
Amunátegui, La Dictadura de O’Higgins, Rafael Jover, (Ed.), Santiago, 1882, p. 304.
63
Casanueva, “Indios malos en tierras buenas. Visión y concepción del mapuche según las elites
chilenas del siglo XIX”.; en Modernización, inmigración y mundo indígena. Ediciones
Universidad de la Frontera, Temuco, 1998.
64
En las apreciaciones de Barros Arana sobre el indígena hemos seguido casi al pie de la letra

17
cuando escuchaba comentarios de esa naturaleza. Esto es lo que dice Orrego Barros, “A
veces en estas reuniones su patriotismo tenía que sufrir ¡y no poco! Con las
conversaciones de aquellos intelectuales. Muchas veces le oí contar que un miembro del
Instituto de Francia queriendo ser amable con él, le preguntó ‘¿Qué tal gobierno hacen
en su tierra los araucanos?’. A su respuesta insistió: ‘¿Qué no tomaron el gobierno los
araucanos? Si no lo tomaron, ¿qué ganaron con la Independencia?’ Recordele, me decía,
la Independencia de los Estados Unidos y entonces me preguntó: ‘¿Qué su presidente es
blanco?’ Y yo, agregaba, tuve que sostenerle que el presidente Montt era muy blanco y
de formas apolíneas … ¡A lo que obliga el patriotismo!” 65 .

Crescente Errázuriz también se olvidó de los mapuche. Errázuriz escribió una


verdadera historia general del siglo XVI en la cual casi sus únicos protagonistas son los
españoles. En la mayoría de sus obras sólo muy de tarde en tarde aparecen los mapuche
y si lo hacen es para intervenir en episodios que no gravitaron en nuestro pasado. En sus
Seis años de la Historia de Chile (23 de diciembre de 1598-1599 de abril de 1605), con
la que cierra sus estudios sobre el XVI, nuestro historiador emite juicios que no ocultan
sus razones. Los indios son presentados como los destructores de la civilización,
habiendo estado después de Curalaba a punto “de reducir a cenizas cuanto se había
trabajado por colonizar i civilizar el reino”. Los tiempos que vinieron después “pueden
llamarse años de llanto i luto para Chile” 66 . Y aunque el araucano es un “digno émulo
del conquistador en lo valiente”, en lo cruel lo supera. Las glorias de los españoles,
agrega de inmediato, “son las nuestras, ya que de ellos descendemos” 67 .

Eso somos los chilenos, descendientes de españoles y no de indios, tal como


piensa Barros Arana. Y para no dejar dudas, en la nota 9 de la página 3, del tomo I de
sus Seis Años, Errázuriz precisa: “Siguiendo la manera de hablar entonces usada, que
facilita mucho la narración, llamamos españoles no sólo a los que por su orijen lo eran,
sino también a los criollos descendientes de los conquistadores. En contraposición a los
indios, llevaban en toda América el nombre de españoles los hijos de la raza latina que
obedecían al rei de España, i hasta hoy somos conocidos con esta designación entre

los comentarios de Casanueva, artículo citado, pp. 69-74.


65
Carlos Orrego Barros. Diego Barros Arana. Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago,
1922.
66
Errázuriz, Seis Años de la Historia de Chile, Imprenta Nacional, Santiago, 1881, tomo I, p. X.
67
Ibídem, tomo I, p. XII. Las negritas son nuestras.

18
los indios cuantos descendemos de conquistadores o colonos” 68 .

Los indios eran, por tanto, diferentes a los chilenos y se les podía excluir de
nuestra historia. Por lo mismo, el indio heroico, fue presentado como una mera creación
de Ercilla o de la fantasía popular. Y aunque nuestros historiadores del XIX repitan
elogios a la valentía de Caupolicán, Galvarino o Lautaro, se preocupan de inmediato de
poner las cosas en su lugar. Al relatar la muerte de Lautaro, Errázuriz dice, por ejemplo,
que nadie mejor que él representó los esfuerzos heroicos del pueblo araucano por
defender su independencia; pero, de ahí a presumir, como los próceres de la
independencia, que nuestras raíces están en él hay una gran distancia. Ninguno de
nuestros padres de la patria lo tiene entre sus ascendientes, Lautaro fue indio y Chile un
país de españoles 69 .

Benjamín Vicuña Mackenna, Miguel Luis Amunátegui, Diego Barros Arana y


Crescente Errázuriz, además de historiadores fueron hombres influyentes en su época.
Vicuña Mackenna fue diputado, senador, intendente de Santiago, pre candidato a la
presidencia de la república y publicista que formó opinión en Chile. Participó también
en las comisiones claves que definieron la política inmigratoria del siglo XIX. Miguel
Luis Amunátegui ocupó posiciones importantes en la Universidad de Chile y su rol en la
educación resulta indiscutible. Lo mismo podría decirse de Barros Arana, respecto de
quien habría que agregar sus funciones como perito en los problemas limítrofes con
Argentina y su gestión como formador de una generación de intelectuales chilenos a
través del ejercicio de la docencia. Por último, Crescente Errázuriz llegó a ser arzobispo
de Santiago en momentos en que la Iglesia tenía mucho peso en la sociedad chilena.
Cuanto ellos dijeron del indígena no pasó inadvertido. Fieles a las corrientes de la
época, contribuyeron, sin duda a profundizar la brecha que se produjo entre lo que
nuestros grupos dirigentes querían para el país y los intereses del mundo indígena. El
indio ausente de la historia y estigmatizado como un bárbaro que se opone al progreso,
fue también fruto de la historia que cultivaron nuestros historiadores en el siglo XIX.
Es la imagen que está detrás de la distorsión con que se relata la ocupación de la
Araucanía.

68
Ibídem, tomo I, pp. 3-4. Las negritas son nuestras.
69
Errázuriz, Historia de Chile sin Gobernador, Imprenta Universitaria, Santiago, 1912, pp. 420-
421.

19
b) Los historiadores locales

Bajo este concepto queremos referirnos a tres autores que enfocaron sus estudios
desde una perspectiva más local. Se trata de Horacio Lara, Leandro Navarro y Tomás
Guevara. Los tres vivieron en la misma época, fines del siglo XIX y comienzos del XX
y los tres fueron testigos casi presenciales de la ocupación de la Araucanía, sobre todo
los dos primeros, ambos militares que participaron en los hechos. Guevara era profesor
y como tal llega al Liceo de Temuco a comienzos del siglo XX, donde permaneció
durante varios años.

Ninguno de los tres cambió del todo la óptica. Si partimos por Horacio Lara,
basta revisar el título de su obra para enterarnos de su punto de vista: Crónica de la
Araucanía. Descubrimiento i conquista. Pacificación definitiva i campaña de Villa-Rica
(leyenda heroica de tres siglos) 70 . Se trata, pues, de una historia heroica que concluye
con una pacificación lograda por el estado nacional que cubre de gloria a Chile y coloca
a la Araucanía en la senda del progreso. Predomina, por tanto, la visión épica. La
Crónica de la Araucanía, escribe uno de los comentaristas que anteceden el texto,
“significa un momento de gloria para Chile” 71 . La obra misma fue dedicada al escritor
Federico Varela, al general Cornelio Saavedra y a don José Bunster, es decir, al militar
y al empresario que lograron, al fin, colocar bajo el dominio del estado nacional el
antiguo territorio mapuche. Es justamente, al calor del “espectáculo” de la última
Campaña de Villa-Rica en 1882-1883, que Lara toma la pluma para escribir su obra,
con el propósito de relatar una historia que ha llevado a la región a “la hora fatal de la
pérdida de su primitiva independencia i cerrado por lo mismo la era gloriosa de la lucha
de la conquista, pasando a formar parte, franca i definitiva, el indómito Arauco al

70
La obra de Horacio Lara fue publicada en dos tomos por la Imprenta El Progreso en Santiago
en 1888, el primero y 1889, el segundo. Tal vez convendría precisar algunos datos biográficos
de su autor. Lara nació en Concepción en 1860 y luego de estudiar en el Liceo de su ciudad,
incursionó en la literatura a través de publicaciones en la prensa local. Escribió algunos ensayos
que lo sitúan cerca de la Historia y en 1887 se traslada a Angol para servir el puesto de oficial
en la intendencia del Ejército. En las páginas biográficas que se incorporan en el tomo I de su
obra, de las cuales extractamos estas notas, se indica que escribió la Crónica recorriendo “los
parajes de aquellos territorios, estudiando las costumbres i observando sus transformaciones” (p.
7).
71
Tomo I, p. IV.

20
dominio de la República” 72 . Lara ve este proceso como el avance incontenible del
progreso y la unificación nacional por la fuerza de una ley universal que “rije y triunfa
donde quiera que haya una agrupación humana más civilizada que las demás” 73 . Sin
embargo, seríamos muy injustos si comentamos la obra de Lara sólo a partir de estos
juicios.

En realidad Lara escribe una historia general de la Araucanía desde el siglo XVI
hasta el momento en que Epulef cede los terrenos al coronel Gregorio Urrutia para la
fundación de Villa Rica, el 1º de enero de 1883, y aunque escribe desde su condición de
“chileno” que se sobrecoge por el espectáculo de la última campaña militar, su obra es
una de las primeras en abrir un espacio al mundo indígena en la historia de Chile. El
propio Lara incorpora una carta de agradecimiento del cacique Domingo Coñuepan por
el trato que ha dado a su pueblo. Coñuepan dice, “Gran justicia es la que has hecho al
emplear tu noble pensamiento en la memoria de tantos mártires de mi PATRIA DE
ARAUCO, que derramaron su sangre para mostrar como se debía defender la libertad i
cuyo recuerdo de sus vidas estará desde hoi hasta los más remotos tiempos venideros
estampado a la vista de todos” 74 .

Coñuepan tiene razón. Sin negar que la Crónica resalta el carácter épico de la
conquista lograda por Chile, reconoce permanentemente los valores del pueblo
mapuche. Mientras los historiadores clásicos colocan al mapuche en el baúl del olvido,
Lara reivindica la figura del indómito defensor de la libertad y relata una historia en la
cual es protagonista indiscutible. Los últimos capítulos, que se refieren a la ocupación
definitiva, ponen de manifiesto también la crueldad del proceso y los abusos que se
cometen contra el indígena. Habla de la guerra sin cuartel al referirse a los episodios
ocurridos durante los años 1868 y 1871 y cuando examina las movilizaciones mapuche
del año 1881 no tiene dudas en reconocer “que una de las causas primordiales también
del alzamiento que empezó a fines del año 80, fue la mala conducta que se observó para
con los indígenas, en circunstancias que más que nunca, convenía la moderación” 75 .

72
Lara ,obra citada, tomo I, pp. 13-14.
73
Lara, obra citada, tomo I, p. 14.
74
Lara, obra citada, tomo I, pp. XI-XII.

21
Lara es también bastante duro a la hora de juzgar estos hechos, incluyendo voces
indígenas que ratifican lo que dice. La siguiente queja de un cacique al coronel Gregorio
Urrutia por los abusos que cometen los agricultores al amparo el estado habla por si
mismo. “Vos no sabes coronel, dice el cacique, lo que han hecho con nosotros tus
paisanos; no tienes razón para reprenderme. Mira lo que han hecho solo conmigo:
violaron i mataron a mis mujeres i también asesinaron a mis hijos; además dejaron
ensartadas también a mis mujeres. ¡I como queres entonces, coronel que no me subleve,
cuando se me trata así? Mira coronel: preferimos morir todos con la lanza en la mano, i
no asesinados en nuestras casas por tus paisanos. No tienes, pues, razón coronel para
reprenderme ni para castigarme” 76 .

Con Lara aparece una historia muy diferente a la que se suele escuchar en Chile
cuando se hace referencia a la ocupación de la Araucanía. El propio Lara es explícito:
“Juzgue ahora, [dice en una parte de su Crónica] la conciencia de estos hechos indignos
de un pueblo culto i civilizado; júzguese de estos hechos cuando no existen autoridades
que con tino i acierto dirijan la cosa pública” 77 .

El segundo historiador local es el teniente militar Leandro Navarro, cuya obra,


Crónica militar de la conquista i pacificación de la Araucanía desde el año 1859 hasta
su completa incorporación al territorio nacional, se publica en 1909 78 .

Navarro es un militar que sigue escribiendo desde la óptica de un chileno que


busca cubrir el paréntesis en la historia militar que va desde revolución del `59 hasta la
Guerra del Pacífico, justamente, el paréntesis que se ocupa en la “conquista i
pacificación de la Araucanía”. Y lo hace amparado en la lógica de la hazaña lograda por
un país que al fin ve incorporada al territorio nacional una extensa zona que se mantuvo
independiente por más de tres siglos y medio. Por eso, al escribir tiene en la mente a las
cuatro grandes figuras que, en su opinión, hicieron posible la epopeya: los generales
Cornelio Saavedra, Basilio Urrutia, José Manuel Pinto y Gregorio Urrutia. Sin embargo,
aunque Navarro escribe en esa condición, no se olvida del mapuche. “La raza araucana,

75
Lara, obra citada, tomo II, p. 390.
76
Lara, obra citada, tomo II, p. 393.
77
Lara, obra citada, p. 393.
78
Como sabemos, la obra de Navarro, citada reiteradamente en las páginas precedentes, fue
publicada en dos tomos en la Imprenta Lourdes, Santiago, 1909.

22
escribe al comenzar su obra, degradada hoy, si se quiere, i próxima a estinguirse, no nos
debe ser indiferente a nosotros los chilenos, por sus gloriosas tradiciones históricas i por
lo indomable de su carácter, del cual nos vanagloriamos ser sus descendientes”79 .

Navarro ordena su relato conforme a las operaciones del ejército y al avance de


la ocupación. En esto su obra es muy clara y lo es también en algunas apreciaciones que
asocian al mapuche a un estado de barbaridad que lo llevan a cometer una serie de
excesos que el ejército castiga. No hay equilibrio en muchos de sus juicios; sin
embargo, permite, también, ver el proceso de ocupación en una dimensión más real, sin
ocultar la violencia que se empleó y los abusos que se cometieron contra el indígena.
También están sus voces, sus protestas y sus lamentos cuando ven el paso inexorable
del soldado. Navarro contribuye, así, a establecer un cuadro más completo del
fenómeno que estamos analizando.

Tomás Guevara también busca rescatar del olvido al mapuche y lo hace desde la
perspectiva de un historiador regional. Al menos, así lo declara en una de sus primeras
obras, la Historia de la Civilización de Araucanía, publicada en tres tomos entre 1898 y
1902 80 . “Estas páginas, escribe en el prólogo, encierran propiamente la historia
de las provincias de Arauco, Malleco, Cautín i una parte de las del Bio Bio i Valdivia;
es decir, de todo el territorio que hasta hace poco tiempo se conocía con la
denominación particular de Araucanía. Es, por tanto, una verdadera historia
rejional” 81 .

En este marco, agrega Guevara, “al estudio de la raza araucana se le ha dado


toda la amplitud posible […] se ha trazado, pues, un cuadro más o menos completo de la
sociolojía araucana, desde los primitivos tiempos hasta el presente. Para seguir esta
evolución de las costumbres, hemos utilizado las fuentes de investigación apuntadas i

79
Navarro, obra citada, tomo I, Advertencia.
80
El tomo I fue publicado por la Imprenta Cervantes y los dos siguientes por la Imprenta
Barcelona, ambas de Santiago.
81
Guevara, Historia de la Civilización de Araucanía, tomo I, p. 5. El destacado es nuestro.
Aunque Guevara pone el énfasis en la historia regional, cree que la historia de Chile durante tres
siglos se desarrolló en la Araucanía. Hacer, por tanto, la historia de la región significa abordar
un capítulo clave en la historia nacional. Guevara también se propone innovar las prácticas
historiográficas en el sentido de abandonar los temas puramente políticos y militares para
incursionar en aquellos que tienen relación con la cultura, que el llama civilización (tomo I, pp.
6-9).

23
nuestra propia i directa observación” 82 . Estamos, pues, en presencia de un historiador,
etnógrafo, antropólogo, sociólogo y psicólogo precoz que se propone estudiar al pueblo
mapuche con todas las herramientas que tiene al alcance.

En el tema que más interesa en este artículo, la ocupación de la Araucanía en el


siglo XIX, el tomo más importante es el III, llamado por Guevara “Los Araucanos y la
República”. Son más de 500 páginas destinadas a examinar lo que ocurrió en el siglo
XIX.

De partida, convendría reconocer que Guevara, de la mano de las teorías


evolucionistas de la época, considera al mapuche un “hombre inferior”, de “imperfecto
desenvolvimiento intelectual” que “obligan a considerarlo como de carácter infantil con
relación a las razas superiores”. A estas limitaciones, agrega Guevara las del idioma,
pues siendo diferente el mapudungun al castellano, “el indio compara difícilmente las
construcciones gramaticales i le faltan palabras para expresar ciertas ideas. Además, no
piensa el araucano como el hombre civilizado; porque las razas tienen su modo especial
de pensar, según el genio de la lengua que hablan”. Por lo mismo sugiere una serie de
medidas que tiendan a transformarlo en un “cultivador útil de sus campos, donde lo
retengan los beneficios de sus esfuerzos i el amor tan arraigado en sus costumbres al
suelo de sus antepasados”. Entre otras cosas Guevara propone, además, terminar con el
cacicazgo y avanzar cuanto antes en la constitución de “la propiedad individual del
indio, de la que no es posible escluir a la mujer, dado el papel que desempeña en las
faenas de la agricultura” 83 .

Tales planteamientos de Guevara, desarrollados a lo largo de toda su Historia de


la Civilización de la Araucanía, y resumidos al final del tomo III, lo colocan a la misma
altura de nuestros historiadores del siglo XIX; sin embargo, lo que marca la diferencia
entre él y aquellos es el espacio que abre al mapuche en nuestra historia, tal vez no tanto
en la obra que estamos comentando, sino, muy claramente en otras dos. Nos referimos a
Los Araucanos en la Revolución de la Independencia, preparada en torno al Primer
Centenario de la Independencia, en 1910; y, muy particularmente, a sus Últimas
Familias Araucanas que aparece en 1912, ambas al alero de Anales de la Universidad

82
Guevara, obra citada, tomo I, p. 8.
83
Guevara, obra citada, tomo III, pp. 494-497.

24
de Chile 84 .

En la primera, Guevara expresa claramente su deseo de llenar un vacío que han


dejado las obras de Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mackenna: la escasa
participación que dieron a los araucanos en los sucesos que relatan. Para esto Guevara
escribe su libro 85 . El segundo, Las últimas familias araucanas, es en cambio, uno de
los testimonios más interesantes que los propios mapuche han dejado de la Ocupación
de la Araucanía. Se trata de relatos muy interesantes, que nos permiten conocer a las
principales familias araucanas del siglo XIX y el modo como percibieron la ocupación
de sus tierras. Por esto, los historiadores tenemos una enorme deuda con Guevara,
aunque sus criterios para analizar al pueblo mapuche nos parezcan hoy día más que
discutibles. Al menos, Guevara evitó la exclusión y el olvido del mapuche y resguardó
una memoria individual y colectiva que debiéramos mantener siempre fresca.

c) La historiografía del XX y la enseñanza de la Historia

Sin duda, en el siglo XX se produce una verdadera renovación historiográfica,


particularmente en los últimos treinta años. Desde el punto de vista de la ocupación de
la Araucanía, podríamos decir que la gran obra de la primera mitad del siglo XX, la
Historia de Chile de Francisco Antonio Encina, publicada en 20 tomos entre 1940 y
1952, no altera lo que habían dicho los historiadores clásicos del XIX 86 ; sin embargo, la
aparición del libro de Alejandro Lipschutz, La Comunidad Indígena en América y Chile,
es el punto de partida de una corriente que modificará sustancialmente el punto de vista

84
La primera fue publicada como número extraordinario de los Anales de la Universidad de
Chile, Imprenta Cervantes, Santiago, 1911; y, la segunda, por la misma Imprenta Cervantes,
Santiago, 1912. Guevara ha sido severamente juzgado por Gilberto Triviños en un artículo
notable y próximo a aparecer (“La buena nueva”). Triviños, refiriéndose a la Psicolojía del
pueblo araucano, publicado en 1908, califica a Guevara como “un racista delirante”. Sin duda,
Triviños tiene razón, pues, como hemos dicho, Guevara no pudo escapar de las tendencias de la
época y por eso habló del mapuche en los términos que referimos en el párarafo anterior. Sin
embargo, convendría reconocer también el mérito que tuvo el rector del Liceo de Temuco al
rescatar a través del relato de los propios mapuche una parte de su historia que ahora podemos
conocer gracias a su trabajo.
85
Guevara, Los araucanos en la Revolución de la Independencia, Advertencia.
86
Encina concede un espacio mayor a la ocupación de la Araucanía en su Historia propiamente
tal; sin embargo, en el compendio que preparó con Leopoldo Castedo y que adquirió el carácter
de una obra de divulgación nos encontramos de nuevo con el mismo abandono y simpleza que
encontramos en las obras del XIX.

25
de nuestra historiografía 87 .

En efecto, el Dr. Lipschutz es uno de los primeros investigadores en revelar el


verdadero carácter de la ocupación de las tierras indígenas en el siglo XIX y la violencia
que acompañó al proceso. Su obra aparece justamente en los momentos en que se estaba
fraguando una “historia fronteriza”, fuertemente influenciada por las ideas del
historiador norteamericano Turner e impulsada en nuestro país por Alvaro Jara y Sergio
Villalobos. Precisamente, en oposición a ese tipo de historia y buscando reconstruir los
acontecimientos del pasado desde y con el mapuche, se despliega una basta obra
encabezada por algunos historiadores como José Bengoa, Osvaldo Silva, Leonardo
León, Rolf Foerster, Sonia Montecino, Guillaume Boccara y los grupos de trabajo que
constituimos en la Universidad de la Frontera en torno a la llamada historia fronteriza,
los cuales, aunque sin centrarse en el pueblo mapuche, han buscado la comprensión de
lo que allí ocurre sin excluirlos.

De este grupo, la obra más importante es la de José Bengoa, Historia del Pueblo
Mapuche, siglos XIX y XX, aparecida en 1983. La obra de Bengoa es importante por dos
razones. En primer lugar por la utilización que hace de testimonios orales y textos
mapuche recogidos en numerosas fuentes, y, en segundo lugar, por la claridad con que
expone el proceso de ocupación, poniendo en evidencia una historia que hasta entonces
no se había rescatado con tanta lucidez. Simultáneamente, Osvaldo Silva y Leonardo
León copaban el período colonial, mientras Rolf Foerster y Sonia Montecino, se
aventuraban al siglo XX, mostrando las conexiones de la historia que relataba Bengoa
con el presente. Grupos de estudiosos mapuche, reunidos en diversas organizaciones,
aportaban también lo suyo, desde su óptica y con el peso de numerosos testimonios que
recogían en la comunidad y en la memoria de sus ancestros. Manuel Manquilef, José
Marimán, Pablo Marimán, y más recientemente Elicura Chihuailaf y Víctor Naguil, han
contribuido, sin duda, a llenar vacíos y a enriquecer nuestros puntos de vista. Con el
aporte de todos ellos, no cabe dudas que el conocimiento de lo que ocurrió en la
Araucanía durante el siglo XIX, cambió sustancialmente.

87
El libro del Dr. Lipzchutz fue publicado por la Editorial Universitaria, Santiago, 1956. La
obra de Encina aparece bajo el sello de la Editorial Nascimento, también de Santiago.

26
Es lamentable, sin embargo, el escaso impacto que han tenido estos estudios en
la enseñanza de la Historia, particularmente en la educación básica y media. Se produce,
así, una distorsión que se hace extensiva a algunos textos de divulgación que ejercen
una fuerte influencia en la sociedad chilena. La convicción que el indio desapareció en
Chile, que nuestro país se distanció enteramente de sus raíces indígenas y que “la
cuestión mapuche” es enteramente artificial y de funestas consecuencias para la
sociedad regional y nacional, sin reparar en los factores que la originan, se inspira,
precisamente, en aquellos mensajes que van quedando en la memoria desde que
iniciamos el estudio de nuestra historia.

Podríamos partir con un texto que circulaba en la década 1960 y por el cual
estudiaron dos o tres generaciones. Me refiero al Manual del presbítero Manuel Acuña
preparado para el antiguo tercer año de humanidades.

El libro de Acuña, que se refiere a la historia de Europa y Chile de los siglos


XIX y XX, tiene 384 páginas, de las cuales 200 destina a nuestro país. Parte con la
Independencia y concluye con los datos del censo de 1960. Pues bien, en todo el texto
sólo 13 líneas se refieren a la ocupación de la Araucanía, y se hace en términos sutiles.
Primero, en la página 253 al dar cuenta de la inmigración en el decenio de Manuel
Montt y, luego, en la página 294, al referirse al gobierno de Domingo Santa María. Esto
es lo que escribe el autor en relación a la inmigración. “Estos colonos alemanes eran
familias laboriosas que traían su capital, venían con el ánimo de establecerse
definitivamente y hacer de Chile su segunda Patria. Como gente de trabajo y de
esfuerzo, supieron redimir esas tierras de Temuco a Reloncaví y convertirlas en
provincias florecientes, llenas de vida industrial, comercial y cultural”.

Y esto agrega al dar cuenta de los hechos del año `80, durante el gobierno de
Santa María. “Los araucanos, que se habían sublevado en 1880 aprovechando la
ausencia de tropas, son definitivamente sometidos por el coronel D. Gregorio Urrutia.
En el territorio araucano surgen nuevas poblaciones y colonias extranjeras. La línea
férrea une los puntos de Angol a Traiguén y de Collipulli a Victoria”.

El mensaje no deja dudas: en primer lugar los colonos alemanes, como gente de
trabajo y de esfuerzo, supieron redimir las tierras de la Araucanía y llenar la región de

27
vida industrial, comercial y cultural (léase, los mapuche eran unos flojos y antes de la
llegada de estos colonos no habían hecho nada, por el contrario habían creado un vacío
industrial, comercial y cultural que vienen a llenar los inmigrantes) y, en segundo lugar,
los araucanos se sublevan cuando las tropas chilenas deben partir a la Guerra del
Pacífico (esta líneas van después de 28 páginas dedicadas al conflicto con Perú y
Bolivia), razón por la cual son sometidos por el general Urrutia para dar paso a las
ciudades, las colonias extranjeras y el ferrocarril.

¿Podría la generación que conoció nuestra historia a través de manuales como


éste formarse una idea más cabal de lo que pasó en Chile con relación a la Araucanía?
Simplemente compárese el espacio dedicado a la Araucanía (13 líneas) con las 28
páginas a la Guerra del Pacífico para comprender lo que estamos diciendo y esto, sin
considerar el fondo del mensaje que transmite.

Un segundo manual es el de Francisco Frías Valenzuela, Manual de Historia de


Chile, cuya primera edición se hizo en 1986 y que el año 1997 llevaba ya 15
ediciones 88 .

La ocupación viene tratada aquí con un poco más de extensión. Al menos, las 13
líneas del texto de Acuña se transforma en dos páginas, primero cuando se relata las
acciones de Cornelio Saavedra en la década del `60 y, luego, cuando se refiere al
término del proceso, en 1880. He aquí lo que dice el texto sobre el primero, bajo el
título de “La Araucanía: el coronel Cornelio Saavedra”: “El coronel Cornelio Saavedra,
convencido de la necesidad de pacificar definitivamente la Araucanía e incorporarla de
una vez al territorio nacional y a la civilización, propuso al presidente Pérez avanzar
paulatinamente las fuerzas militares al sur de la línea del Bio Bio. Una vez designado
intendente de la provincia de Arauco, que teóricamente comprendía las actuales de Bio
Bio, Malleco, Arauco y Cautín, supo inspirar confianza a los indígenas y lograr que
estos se allanasen a permitir la entrada de sus tropas hasta los márgenes del río Buero,
donde fue fundada la población de Mulchén (1862)”. [...] “Después de preparar el
terreno por medio de emisarios enviados en son de paz a las tribus y de celebrar
parlamentos con los caciques, Saavedra continuó la penetración en el territorio araucano

88
La edición de 1997 es de la Editorial Zigzag de Santiago.

28
a la cabeza de una pequeña división, con la cual ocupó Angol, sin resistencia alguna. En
comunicación al presidente le decía: ‘la ocupación de Arauco no nos costará sino
mucho mosto y mucha música’ (1862). En 1862 se fundó Lebu, hacia el lado de la
costa, y en 1863 se refundó Angol, que sirvió de base para establecer la dominación
chilena hasta el río Malleco (1867 a 1868)”. [...] “Más tarde, se corrió hacia el norte la
frontera sur de la Araucanía, al ocupar la línea del río Tolten; pero la lucha continuó,
encabezada por el cacique Quilapán, que había jurado odio eterno a los chilenos. En
estos sucesos participó el aventurero francés M. de Tounens” 89 .

Sobre las últimas operaciones y bajo el título genérico de “Pacificación de la


Araucania”, y más específico de “La rebelión de 1880”, señala lo siguiente: “La
guerra contra el Perú y Bolivia paralizó y hasta perturbó la reducción de Arauco,
facilitando una nueva insurrección de los mapuche, pues la mayor parte de las tropas
veteranas fueron enviadas al norte”. [...] “La insurrección comenzó en 1880 y tuvo
la finalidad de reconquistar todo el territorio hasta el Bio Bio en el momento en que se
produjese una derrota del ejército chileno en la guerra contra el Perú; pero llegó a su
período crítico en enero de 1881, cuando se desarrollaba la campaña de Lima” 90 .

Y, más adelante, agrega que los sublevados atacaron a Traiguén, cortaron el


telégrafo y asolaron los campos de Collipulli. “Finalmente, dice Frías, el coronel
Gregorio Urrutia pudo sofocar el levantamiento y consolidar la línea del Cautín, con los
siguientes fuertes: Carahue, Nueva Imperial, Temuco, Pillanlelbún, Lautaro y
Curacautín. Una vez vencedor, procedieron con su proverbial prudencia, se limitó a
exigir a cada cacique diez animales para la alimentación de la tropa” 91 .

Mientras tanto, “sus soldados, cambiando el fusil por el hacha, iban abriendo
caminos, tendiendo puentes y construyendo fuertes” 92 .

De nuevo la historia se repite: Cornelio Saavedra (y con él el gobierno de Chile)


avanza paulatinamente para incorporar la Araucanía al territorio nacional y a la
civilización, buscando inspirar confianza entre los indígenas, con emisarios en son de

89
Frías Valenzuela, obra citada, p. 327.
90
Frías Valenzuela, obra citada, p. 359.
91
Frías Valenzuela, obra citada, p. 360.

29
paz y con la convicción de que esta empresa sólo costará mucho mosto y mucha música.
Kilapán resistió, pero sólo porque había jurado odio eterno a los chilenos y porque
contaba con la ayuda de un extranjero, el francés M. de Tounens. Lo más grave es que
de nuevo aparecen los sucesos del `80, más bien la “insurrección de los mapuche”,
asociados a la Guerra del Pacífico. El mensaje no puede ser más directo: éstos, los
mapuche, esperaban la derrota de Chile para reconquistar el territorio, y se sublevan
cortando el telégrafo y asolando los campos. Sin embargo, de nuevo el país, esta vez
encarnado en el coronel Gregorio Urrutia, “con su proverbial prudencia” llevó la paz,
limitándose “a exigir a cada cacique diez animales para la alimentación de la tropa”. Por
último, los soldados, cual misioneros de la paz, cambiaron el fusil por el hacha para
abrir caminos, tender puentes y construir fuertes.

Nada se dice en estos textos de la violencia que acompañó al proceso, de los


abusos cometidos y de la expropiación de tierras. Del mosto y de la música que requirió
Saavedra para lograr la ocupación, se pasó a los diez animales por cacique que exigió
Urrutia. Y todo, con proverbial prudencia. Sin embargo, en un párrafo ciertamente
contradictorio, que tal vez pasa inadvertido, se afirma que los soldados cambiaron el
fusil por el hacha para construir caminos, puentes y fuertes. ¿Para qué fuertes si se
actuaba con tanta prudencia y apenas bastaban diez animales por cacique para sostener
al ejército?

Así se ha contado la historia de Chile. Y desde que los niños empiezan a


conocerla. En un libro especialmente preparado para niños de 6 a 12 años titulado
Historia de mi país y escrito por Sergio Villalobos y Marta Finsterbusch, en el capítulo
VI titulado “La expansión (1861-1891). El país se desarrolla, crece y se agranda”, se
relatan estos hechos, de “la manera más sencilla, amena y atractiva”, en los siguientes
términos: “El gobierno ayudó también a esta colonización con el apoyo de las armas.
Se equipó un ejército al mando del coronel Cornelio Saavedra, quien comenzó las
acciones con algunos combates y en otras ocasiones, reuniéndose a conversar
amistosamente con los caciques. En esta forma se logró avanzar por el territorio de los
naturales. Hubo algunas rebeliones de los indígenas, que no cedían tan fácilmente sus
tierras, pero finalmente se logró dominarlos y así surgieron las ciudades de Angol,

92
Frías Valenzuela, obra citada, p. 360.

30
Victoria y Temuco” 93 .

La Araucanía se sometió, al fin, después de amistosas conversaciones, de unas


pocas rebeliones y de una dominación que abrió paso a las ciudades. Sin conflictos, sin
asperezas y, sobre todo, sin causar heridas que más tarde podrían brotar con fuerza en
nuestro país. ¿Por qué se olvida, el texto del propio Cornelio Saavedra, aquel de las
conversaciones amistosas, que daba cuenta de la odiosidad de la guerra, de la
repugnancia que provocaban la quema de ranchos, el tomarle sus familias a los mapuche
y el robo de ganados? ¿Por qué olvidar lo que el mismo Saavedra se preguntaba
respecto de la certeza que en el futuro los mapuche, dominados de este modo, no iban a
protestar y exigir justicia? Tal vez, a riesgo de ser reiterativo, valdría la pena recordar lo
que decía Saavedra en 1870, cuando concluía el establecimiento de la línea del Malleco:
“llevada (la guerra) por el sistema de las invasiones de nuestro ejército al interior de la
tierra indíjena, será siempre destructora, costosa i sobre todo interminable, mereciendo
todavía otro calificativo que la hace mil veces más odiosa i desmoralizadora de nuestro
ejército. Como los salvajes araucanos, por la calidad de los campos que dominan, se
hallan lejos del alcance de nuestros soldados, no queda a estos otra acción que la peor y
más repugnante que se emplea en esta clase de guerra, es decir: quemar sus ranchos,
tomarles sus familias, arrebatarles sus ganados i destruir en una palabra todo lo que no
se les puede quitar. ¿Es posible acaso concluir con una guerra de esta manera, o reducir
a los indios a una obediencia durable?” 94 .

Y los ejemplos siguen. Otro manual, destinado al cuarto año de Enseñanza


Media, Conociendo mi tierra y mi gente, preparado por los profesores Raúl Cheix y
Jorge Gutiérrez, aborda en el capítulo titulado “Consolidación del Territorio Nacional”
la ocupación de la Araucanía. ¿Qué dicen estos autores?

En primer lugar, que el país logró al fin resolver un problema secular con los
mapuches, que “mantenían con ‘Don Gobierno’ (sic) relaciones pocos claras en el

93
Villalobos y Finsterbusch.. Historia de mi país. Para niños de 6 a 12 años. Editorial
Universitaria. Cuarta edición. Santiago, 1991, p. 137. Citado por Gilberto Triviños, “La Buena
Nueva”, en prensa.
94
Cornelio Saavedra, “Cuenta de las operaciones i trabajos practicados en la parte del territorio
indíjena que esta bajo mis órdenes”, dirigida al Ministro de Guerra, Santiago, 1 de junio de
1870, ya citado, p. 205.

31
sentido de que procedían como si fuesen independientes”. Nótese desde ya la alusión a
los mapuche a quienes, se ironiza por el supuesto trato que dan a las autoridades. Lo
curioso de estos autores es que citen este trato, sostenido en alguna fuente indígena, sin
hacer una sola referencia al cúmulo de noticias que los propios mapuche aportan sobre
la ocupación. Por cierto en lo que sigue, se insiste en las habilidades de Cornelio
Saavedra, en el mucho mosto y mucha música que necesitó, en las andanzas de Orelie
Antoine, en lo favorable que fue para los mapuches el estallido de la Guerra del
Pacífico, en las grandes obras que acompañaron la ocupación y en el trabajo tesonero de
los colonos que “hizo pronto de esa región del país una de las más prósperas tanto en la
producción de trigo como en el desarrollo ganadero”. Respecto de los mapuche apenas
se dice al final lo siguiente: “En cuanto a los mapuche, además de la amargura de haber
perdido su tan apreciada independencia, fueron reducidos a comunidades establecidas
en las escasas tierras que les quedaban y en las cuales, al menos, estaban protegidos de
la codicia de los nuevos colonos” 95 .

Y eso es todo, por cierto en el recordatorio final y en los trabajos prácticos que
se recomiendan, apenas hay una sola referencia a la ocupación de la Araucanía de 5
palabras. Al fin, sólo quedó la amargura de los mapuche y el progreso que llevó Chile 96 .

Hay varios manuales y libros de historia que podríamos citar y que insisten en lo
mismo. Por eso, tal vez, sería conveniente, examinar lo que dijeron los propios
mapuche. Sus testimonios están repartidos en innumerables fuentes que, curiosamente,
ningún autor de estos textos recuerda.

3. El mensaje del mapuche

Desde que el estado chileno dio señales de querer intervenir en la Frontera los
mapuche expresaron su recelo. El franciscano Victorino Palavicino, misionero en la
Araucanía al promediar el siglo XIX, señaló que los indígenas que asistieron a una Junta
en Purén en 1850 para tratar estas cosas, se reían y decían “¿qué tienen que ver los

95
Cheix y Gutiérrez, obra citada, Editorial Salesiana, Santiago, 1993 (octava edición).
96
Cheix y Gutiérrez, obra citada, pp. 83-88. Pablo Marimán y Jaime Flores señalan que este
problema es también producto de las sugerencias del Ministerio de Educación, inspiradas en una
visión etnocéntrica y evolucionista. Véase La sociedad mapuche en la enseñanza de la Historia
de Chile, Instituto de Estudios Indígenas, Universidad de la Frontera, Temuko, 1997, pp. 10-11.

32
huincas con nosotros? Que se gobiernen ellos como quieran, nosotros haremos lo que
nos convenga” 97 .

Pocos años más tarde, el 3 de febrero de 1857, El Mercurio de Valparaíso


informaba del ataque que habían hecho los indígenas de la zona de Riñigue a los
señores Antonio Bío y Jerónimo de Aguero, a propósito de un viaje que ambos
hicieron a las riberas del lago. Con varios indios armados de garrotes, laques y
cuchillos, el gulmén Millaquil les tendió una emboscada. Algo repuesto de la sorpresa,
Aguero le preguntó por que los atacaba. La respuesta del gulmen fue breve y lacónica:
te agredo porque "me pisas mis terrenos” 98 .

En cinco palabras Millaquil resumió el drama de un pueblo al cual Chile


empezaba a acosar; primero de una manera informal; más tarde, con el peso de las
armas.

El acoso informal se había iniciado en la década del `50, mediante el traslado


de una serie de individuos que empiezan a invadir los terrenos indígenas. Verdaderas
bandas de chilenos se desplazan a la Araucanía, provocando innumerables conflictos
en una zona que, desde el siglo XVII, había alcanzado una cierta tranquilidad. Los
mapuche quedaron, así, expuestos a todo tipo de abusos y atropellos por parte de
individuos que generalmente contaban con el apoyo de las autoridades o de las
tropas alistadas en la frontera 99 . Algunos años después, luego de la fundación de
Angol, en 1862, el acoso se formalizaría, como ya se dijo, mediante la acción directa
del estado y el Éjército chileno.

Los indígenas se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo. El propio


Mercurio‚ publicó algunas cartas de caciques que permiten rescatar sus voces. Desde
un comienzo se perfilan nítidamente dos quejas: los abusos que cometen “los chilenos”
(autoridades, ejército y particulares) y el robo que se hace de sus tierras.

97
Palavicino, 1860: 31.
98
“Los indios de las fronteras”, 3 de febrero de 1857.
99
Leiva, 1984: 28 y siguientes.

33
Una de las más ilustrativa fue la que dirigió Mañil al presidente Manuel Montt,
el 21 de septiembre de 1860, haciendo referencia al levantamiento de 1851 y a las
causas que lo habían provocado. Antes de darla a conocer, El Mercurio‚ previno a
sus lectores que se trataba de un relato en el cual, "a su bárbaro modo", los indígenas
daban a conocer el asunto tal como lo entendían, sin suprimir, decía el diario, los falsos
asertos en que caía Mañil, porque le daban a la carta cierto colorido 100 .

Cuando supimos de la revolución de 1851 -escribe Mañil al Presidente-, y de


la guerra que te hacían, acordamos todos los mapuche aprovecharnos de la situación
"para botar a todos los cristianos que nos tenían robadas todas nuestras tierras de esta
banda del Bío Bío, sin matar a nadie". El intendente Saavedra "se enojó y ordenó se
acomodasen partidas para que viniesen a robar y matar, que se llamaba el tigre
González, otro Nicolás Pérez, un Salazar y otro Mansor".

Al cabo de un tiempo, continúa Mañil, se acordó la paz. De uno y otro


bando se acabarían los robos y los asaltos; sin embargo, el apresamiento y ejecución
de un indígena, pariente del cacique Guenchumán, encendió de nuevo los ánimos. La
reacción de los indios fue duramente castigada. Varios mapuche cayeron asesinados,
sus campos arrasados y sus tierras y animales robados. Siempre el chileno parecía
buscar un pretexto para acorralar al indígena. "Tu Intendente Villalón con Salbo,
apunta Mañil, juntos quedaron llenos de animales, pero no se contentaron, porque
tienen su barriga mui grande, porque volvieron a pasar el Bio Bio a robar otra vez con
cañones y muchos aparatos para la guerra, trayendo, dicen, mil y quinientos hombres; y
todo lo que hizo fue quemar casas, sembrados, hacer familias cautivas quitándoles de
los pechos a sus hijos a las madres que corrían a los montes a esconderse, mandar
cavar las sepulturas para robar las prendas de plata con que entierran los muertos en sus
ritos los indios, y matando hasta mujeres cristianas ...” 101 .

Numerosos mapuche quedaron cautivos en poder de los chilenos. "Si este


Intendente -le previene Mañil, refiriéndose a Villalón-, me engaña y vuelve a pasar el
Bío Bío jente armada y no me entrega mis cautivos, yo no podré‚ contener a los indios y

100
Fue publicada en la edición del 31 de mayo de 1861.
101
Ibídem.

34
no se cual de los dos campos quedará más ensangrentado" 102 .

El robo de nuestras tierras es el motivo principal de la guerra, dice Mañil,


"abre tu pecho y consulta mis razones". El intendente Villalón y los hombres que
andan con él, son de "cabeza muy dura y barriga que nunca se llena". Con ellos
jamás habrá paz. Si el gobierno la solicita, habría dicho Mañil a varios caciques en su
lecho de muerte, hay que concedérsela, aunque fuese a costa de grandes sacrificios; pero
si quería declararles la guerra para arrebatarles sus tierras, que peleasen hasta morir 103 .

Un año más tarde, ya muerto Mañil, un grupo de caciques volvía a escribir al


Presidente, ahora don José Joaquín Pérez. De nuevo las acusaciones de robos, quemas
de casas y sembrados, cautiverios de familias y todo tipo de tropelías, marcan el tono
de la carta 104 . "Esperamos, pues, Presidente -apuntan los caciques- que cuando te
convenzas de los males que nos han hecho a todos el gobierno de Monte y que durante
diez años no ha puesto remedio, nos dirás lo que sea de justicia pues deben conocer
que aunque nos llaman bárbaros conocemos lo que es justo, y verás que los
Montistas han hecho las mismas cosas que nos desaprueban a nosotros como
bárbaros" 105 .

En 1859 la Revista Católica‚ publicó otra carta firmada por varios caciques,
dirigida a la redacción de la Revista. Más allá de las quejas y denuncias de los
atropellos que recibían en sus propias tierras, trasunta la sensación de derrota que
invade a los caciques. Con la razón o sin ella, los indios han de sucumbir, decían
en una parte de la carta. ¿En que molestamos al no estar a la altura de los blancos? El
chamal no estorba a nadie, nuestra agricultura está atrasada porque no hay medios de
exportación, vivimos dispersos porque es más cómodo para cuidar nuestros
sembrados, nuestras casas son buenas y apropiadas, tenemos ejército pero no marina,
por falta de fondeaderos, no asaltamos a los huincas, somos hospitalarios y tenemos
nuestros propios códigos. A cambio de esto, agregan los caciques, tenemos que soportar
toda clase de arpías que nos roba y ultraja. Es vergonzoso, terminan diciendo, que

102
Ibídem.
103
La Tarántula, Nº 4, 16 de abril de 1862.
104
Fue publicada por El Mercurio el 9 de noviembre de 1861.
105
Ibídem. Como ya hemos dicho en el capítulo anterior la referencia a Monte y a los montistas
es al ex presidente Manuel Montt y a sus partidarios. Las negritas son nuestras.

35
Chile esté codiciando nuestros terrenos y que cruce los mares con el fin de reclutar a
los enemigos de nuestros abuelos para apropiarse de éstos 106 .

Horacio Lara recogió las palabras con las que otro cacique enfrentó a Cornelio
Saavedra, cuando el ejército avanzaba por la costa, en enero de 1867. Son palabras
simples, pero de un profundo contenido: "Mira, coronel. ¿No ves este caudaloso río,
estos dilatados bosques, estos tranquilos campos? Pues bien. Ellos nunca han visto
soldados en estos lugares, nuestros ranchos se han envejecido muchas veces y los
hemos vuelto a levantar; nuestros bancos el curso de los años los ha apolillado y
hemos trabajado otros nuevos y tampoco vieron soldados: nuestros abuelos tampoco
lo permitirían jamás. Ahora ¿Cómo queréis que nosotros lo permitamos? ¡No!
¡No! Vete coronel, con tus soldados; no nos humilles por más tiempo pisando con
ellos nuestro suelo" 107 .

No todos pudieron decir lo mismo al coronel. Según una crónica de El Mercurio,


cuando Saavedra se disponía a repoblar Angol los indígenas que lo vieron pasar le
hablaron intuyendo su destino. “Ya tienes tu gente aquí y nosotros, ¿qué podemos
hacer? Quédate con ella y trabaja no más”, le habría dicho uno de los caciques 108 . Las
mujeres reaccionaron con las mismas muestras de pesar. Según Horacio Lara, “Era
verdaderamente penoso presenciar los llantos y esclamaciones de dolor de las mujeres
araucanas al ver que se instalaban nuestros soldados en sus posesiones de donde huían
despavoridas a los bosques” 109 .

Años más tarde, en 1867, los caciques volvieron a enfrentar al coronel Saavedra
para reclamarle, esta vez, por los engaños de que eran víctimas. El día 19 de noviembre
de 1867, en un parlamento celebrado en Malleco, Saavedra enrostró a varios caciques su
conducta con el gobierno, diciéndoles: “¿No saben UU. que la sangre que corre por sus
venas corre también por las nuestras y que todos son chilenos? -les dijo Saavedra-. La
perversa conducta que han observado enojó mucho al gobierno y dispuso que se les

106
Hay aquí una evidente alusión a la oposición de la iglesia a la inmigración europea no
católica. En este punto, no cabe dudas que la carta refleja con más propiedad el pensamiento de
la iglesia que el de los caciques.
107
Lara, obra citada, tomo II, p. 296..
108
“Diario militar de la última campaña y repoblación de Angol”. En El Mercurio, 15 de julio
de 1863. Reproducida por Leiva, 1984: 177-203.

36
castigase con todo rigor; mas, después se le quitó el enojo y me dijo estas palabras:
‘anda y ve a esos locos, ofréceles la paz y perdónalos; si aceptan bueno; en ese caso
diles que me permitan poner mis guardias en la ribera del Malleco para cortar el paso a
los ladrones y evitar por este medio tantos males como hasta el presente se lamentan;
házles entender que el terreno que mis guardias van a ocupar de ningún modo será para
llevármelo, que siempre será de ellos; pero si quieren venderlo lo compro, o que me
presten o arrienden. Si no aceptan estas propuestas de paz, no les hagas caso y ocupa los
caminos, pues estos son del público y si te molestan, hazles sangrienta guerra’.” 110 .

El primero en contestar fue el cacique Quilahuequi, quien prefirió ceder la


palabra a Nahueltripai, dueño de las tierras de Malleco. Y Nahueltripai replicó: “Se no
ha reunido para tratar la paz, [dijo el cacique] y ahora nos salen con que prestemos
tierras para colocar soldados: ¡esto es imposible! Un caballo, una yunta de bueyes, una
vaca pueden prestarse; pero tierras no. No hace mucho tiempo fuimos a Santiago
algunos caciques, hablamos con el presidente y nos prometió que viviríamos tranquilos
en nuestras posesiones bajo su protección”. [...] “¡El gobierno nos ha engañado! Si tanto
nos oprimen ¿en donde pastarán nuestros ganados? ¿Dónde criaremos a nuestros hijos?
Iremos otra vez a Santiago y el presidente nos cumplirá su palabra” 111 .

La crónica de La Tarántula informa que en este punto Saavedra replicó a los


caciques diciéndoles que un viaje a Santiago sería inútil, que él traía órdenes del
gobierno y las haría cumplir, aunque eso significara “hacerlos pedazos”. Quilahuequi,
respondió entonces con calma: “Señor, el gobierno cuando manda reunir soldados lo
hace con ligereza; pero entre nosotros no es así, necesitamos más tiempo y creo que el
gobierno o un jefe como vos son tan violentos, porque deben tener el corazón grande y
sólido como una piedra. Yo he venido a tratar de la paz y no a ceder tierras” 112 .

Otro militar de la época señala que al final Quilahuequi terminó resignándose,


suplicándole a Cornelio Saavedra que evitara los abusos. Luis de la Cuadra escribe que
el cacique habló a Saavedra con voz temblorosa y acento triste, diciéndole: “Bueno,
señor, haga los pueblos, pero que no me quiten mis animales, ni mis tierras; siempre nos

109
Lara, 1889, I: 265.
110
La Tarántula, Nº 584, 7 de diciembre de 1867.
111
La Tarántula, Nª 584, 7 de diciembre de 1867.

37
llaman a parlamento, nos prometen respetar nuestras vacas, nuestros caballos i nuestras
tierras i después nos persiguen para quitarnos lo poco que tenemos. Ya estamos
cansados de sufrir” 113 .

El testimonio de estos mapuche ponía las cosas en su lugar o, al menos, en un


punto de mayor equilibrio. En buenas cuentas, la historia que recuerda la historia
oficial y los manuales por los cuales aprendemos en la escuela poco o nada tiene que
ver con lo que realmente estaba ocurriendo en la Araucanía. “ ... ya no nos es posible
soportar más tiempo la cruel tiranía que sobre nosotros pesa, escribía un cacique al
presidente Federico Errázuriz Echaurren en 1896. Las autoridades en representación del
estado cooperan en el despojo que nos hacen los especuladores de tierras i animales en
la frontera, obligándonos a abandonar lo que tanto amamos i en que hemos vivido con
nuestros padres, en la que sus restos descansan, con la que hemos alimentado a nuestros
hijos i regado con nuestra sangre”. [...] “Todos nosotros, continuaba el cacique, nos
dedicamos al cultivo de la tierra y a la crianza de animales contribuyendo así más que
los extranjeros que hoi nos sustituyen, al bienestar del pueblo de Chile, pero ya no es
posible hacer esto porque se nos ha despojado con injusticia de nuestros elementos ... A
nosotros se nos martiriza y trata de exterminar de todos modos. Los policías rurales nos
vejan i quitan nuestros caballos i se nos hace responsable de cualquier robo que en la
frontera se efectúe; se nos arrastra a la cárcel i allí se nos maltrata cruelmente i tenemos
que sufrir el hambre i morir de pena i estagnación” 114 .

Esto es lo que muchas veces hemos olvidado o nos resistimos a admitir. Años
más tarde, cuando casi todo estaba perdido, las voces del mapuche expresaron el
dolor que se anidaba en sus corazones. A comienzos del XX, Mangin escuchaba
en silencio a sus aliados: los chilenos, les decía, son pobres y te robarán tus tierras.
Kilapán los aborrecía: quieren hacer pueblos "para acorralarnos como vacas", eso
quieren, decía a quien lo quería escuchar 115 . El testimonio de Pedro Kayupi, cacique de

112
La Tarántula, Nª 584, 7 de diciembre de 1867.
113
Luis de la Cuadra. Ocupación i civilización de Arauco. Imprenta Chilena, Santiago, 1870,
pp.59-60.
114
Carta del cacique de Truf Truf Esteban Romero al Presidente de la República, Chillán, 10 de
noviembre de 1896. Ministerio de Relaciones Exteriores, Culto y Colonización, Solicitudes
Particulares, vol. 749. Agradezco a Jaime Flores haber puesto a mi disposición una copia de este
documento.
115
Guevara, Las Últimas Familias, pp. 227-284.

38
Collinco, reitera la misma sensación. "El recuerdo de los nombres i hechos de nuestros
antepasados -decía en 1902- se ha perdido en la memoria de los hombres de la
reducción, pero sabemos que siempre vivieron en estos lugares. Son terrenos de
lomas feraces, con abundante pasto de primavera, vegas de verano i bosques". [...]
"Nuestros mayores tenían donde recoger muchos frutos silvestres, donde criar sus
animales i hacer las pequeñas siembras que antes se usaban". [...] "Como está Collico
tan cerca del mar, viajaban a la costa a buscar pescado para secar, luche, cochayuyo i
conchas para varios usos". [...] Yo tomé parte en el levantamiento de 1881, cuando se
sublevaron todas las reducciones, desde Llaima hasta Bajo Imperial i desde Cholchol
hasta Toltén por la fundación de los pueblos". [...] "Teníamos razón en sublevarnos,
porque se nos iba a quitar nuestros terrenos". [...] "Así ha sucedido. Yo apenas tengo
donde vivir. Inútilmente he reclamado" 116 .

Nuestros mayores disponían de terrenos sobrantes para criar wekes, vacas y


ovejas, reclamaba otro mapuche. Después nos remataron las tierras y nos dejaron
apretados en tan pocas hectáreas hasta que tuvimos hacernos sembradores. El gobierno
nada hace por nosotros, nos vamos concluyendo 117 .

Pascual Coña vivió y relató los sucesos de aquellos años. Desde que se
produjo la ocupación de la Araucanía su vida se convirtió en una verdadera tragedia.
Primero fue el incendio de su ruca; después, el abandono de su mujer; por último, los
pleitos y abusos de los medieros que llegaron a instalarse en sus tierras. "Ojalá
pudiera morir ahora, para no ver nada más de toda esta miseria", decía a un
capuchino que registró su vida. “¿Qué he hecho yo, pobre hombre, para tener que
sufrir tanto? ... ¡Si pudiera morir, que bueno sería!” 118 .

El epílogo de Pascual Coña fue el epílogo de un pueblo que debió soportar la


implacable acción de un estado que invadió sus territorios y buscó aniquilarlo por
considerarlo expresión de una barbarie que obstaculizaba la marcha hacia el progreso,
con la complicidad de una historia que no ha podido mostrar lo que efectivamente
ocurrió en el siglo XIX.

116
Guevara, obra citada, pp. 415-416.
117
Guevara, obra citada, pp. 427-428.
118
Pascual Coña. Testimonio de un Cacique. Pehuén Editores, Santiago, 1984, pp. 456-458.

39
4. Los novelistas y poetas

Los novelistas y poetas han mostrado una sensibilidad diferente. Aunque en


estricto rigor, no se podría afirmar que Chile haya producido una novela indigenista
como la del Perú, Ecuador, Bolivia, Guatemala y México, una serie de autores,
incluyendo en este caso a los poetas, se refirieron al mundo indígena 119 . En cierta
medida, podríamos afirmar que lo hicieron rescatando algunos valores de ese mundo y
poniendo en evidencia el drama que empiezan a vivir los mapuche cuando pierden sus
tierras y son burlados por el estado y los huincas que se trasladan a la Araucanía a partir
de la segunda del siglo XIX.

Una de las primeras obras que irrumpe en esta dirección es la novela de Alberto
Blest Gana Mariluán, publicada originalmente en 1861 e incluida en Un drama en el
campo, que contiene, además, un tercer relato corto titulado La venganza. Mariluán
relata la vida de Fermín Mariluán, hijo del famoso cacique Francisco Mariluán, muerto,
según Blest Gana, a manos Peuquilán, luego de encabezar un levantamiento indígena
que provocó alarma en Los Angeles en la década del `30 del siglo XIX.

Mariluán es una novela contradictoria. Desde luego, relata la vida de un


mapuche que vivió realmente y que desertó del ejército, donde servía de oficial, luego
de estudiar en el Liceo de Chile, para encabezar un levantamiento mapuche 120 . La obra
parece contradictoria porque junto con sugerir que los indios son incivilizables y casi
inferiores, rescata los valores positivos de esa sociedad y los derechos que les asisten
para luchar por sus tierras. Nadie que la lea podrá negar que despierta una cierta

119
No se trata en este trabajo de pasar exaustiva revista a toda la producción que se refirió al
mundo indígena, particularmente a los mapuche, sino de destacar lo que a nuestro juicio
resultaba más sobresaliente. Por eso nuestro análisis se referirá sólo a las obras que de manera
más clara denuncian o ponen en evidencia el conflicto que se generó cuando el estado nacional
ocupó la Araucanía en la segunda mitad del XIX. Para un análisis mas detenido de la literatura
indigenista en Chile se puede consultar la obra de Ariel Antillanca y César Loncón, Entre el
mito y la realidad. El pueblo mapuche en la literatura chilena. Asociación Mapuche Xawun
Ruka, Santiago, 1998.
120
Tomás Guevara hace referencia a Fermín Mariluán en su Historia de la Civilización de
Araucanía, tomo III, pp. 125 y 126, señalando que heredó de su padre el odio a los Colipí.
Reclutado como oficial de caballería en el ejército chileno, participó en la guerra contra la
Confederación Perú-boliviana en 1839. Guevara agrega que Fermín fue degollado por Colipí en
1850, en un encuentro al sur de Angol.

40
simpatía hacia el mapuche. El propio Mariluán adquiere casi la dimensión de un héroe
dispuesto a morir por su raza. “Yo nacía araucano, dice Mariluán, y es justo que me
consagre al engrandecimiento de mi raza … Aún cuando muera sin realizar mis planes
no creo que mi sangre será estéril: ella fecundará una idea grande y yo habré cumplido
con mi deber” 121 .

La plena justicia que le asiste aparece en varios pasajes de la novela. Nuestra


causa, dice Mariluán, “no ha menester de la traición para triunfar. Serán sus defensores
los que van a pelear por sus hogares violados, por sus hijos arrebatados de los brazos de
sus madres, para venir a ser esclavos de los que se llaman civilizados y que los regalan a
un amigo como quien regala un animal […] Los hombres de buena voluntad que
comprendan que esos indios son parte de la familia humana y tengan la energía de
consagrar sus vidas a redimirlos de su largo infortunio, esos encontrarán un lugar en
nuestras filas” 122 .

Más claro es todavía cuando Mariluán invoca en la novela sus derechos a


conservar sus tierras: “Tenemos derecho de conservar nuestro territorio y el sagrado
deber de combatir por la defensa de nuestras familias […] El fin a que aspiro llegar es el
siguiente: que el Gobierno de Chile reglamente la internación de sus súbditos en el
territorio de nuestros padres; que las autoridades nos presten su amparo,
comprometiéndonos nosotros a respetarlas; que nuestros hermanos sean devueltos a sus
hogares y que se nombren tribunales que oigan los reclamos que tenéis que hacer contra
los que os han despojado de vuestras tierras” 123 .

Lo interesante y novedoso en el caso de esta novela radica en el hecho que se


trata de una obra aparecida en 1861, cuando El Mercurio de Valparaíso y El Ferrocarril
de Santiago estaban en plena campaña destinada a desprestigiar a los mapuche y a crear
una sensación de inseguridad que ponía en peligro al país. Justamente, en ese ambiente
Blest Gana debió fraguar su novela. Se sabe que a partir de 1855 frecuentaba las
tertulias en que participaban jóvenes intelectuales que dieron forma a la Revista de
Santiago y al propio Ferrocarril, reuniones a las cuales también asistían Vicuña

121
Mariluán, p. 234. Estamos utilizando la edición de Un drama en el campo de Empresa
Editora Zig Zag, Santiago, 1949. Mariluán aparece entre la pp. 95-245.
122
Mariluán, pp. 110-111.

41
Mackenna y Diego Barros Arana, cuando ambos escribían sus primeros trabajos sobre
nuestra historia, varios de los cuales tocaban las cosas de las Frontera 124 . Seguramente
allí conoció la historia de Mariluán. Sin embargo, en medio de quienes no se cansaban
de fustigar al “salvaje”, Blest Gana presenta a un dirigente indígena dotado de
sentimientos y valores que parecen no poseer quienes lo condenan. “Uds. no me han
comprendido ni me comprenden, dice Mariluán a un oficial amigo convertido en su
prisionero. ¿Creen acaso que poniéndome a la cabeza de los araucanos he tenido la loca
pretensión de conquistar Chile? Uds. conocen mi corazón; ¿se figuran que encendí la
guerra por ver matarse a hermanos con hermanos? Y, sin embargo, la explicación de mi
conducta es muy sencilla. Soy araucano, y no puedo mirar indiferente lo que sufren los
araucanos: poner fin a esos sufrimientos, colocando a los indios en situación de hacerse
oír por el gobierno, he aquí mi ambición. Mas, no podrán obtener la reparación y la
justicia que merecen si no se presentan fuertes y terribles. Con el fuerte se trata y al
débil se le oprime. Yo he querido salvarlo de esa opresión y que se les mire como
hermanos y no como a un pueblo enemigo del cual se pueden sacar esclavos,
despojándole de sus tierras […] ¡Pues bien, quiero pelear por la felicidad de los que son
mis hermanos!” 125 .

Es obvio que nadie pretende sugerir que Blest Gana esté escribiendo con el
criterio de quien desea dejar un testimonio histórico. Su obra es una novela que se
mueve entre la ficción y la realidad, eso lo sabemos muy bien; sin embargo, el párrafo
anterior no deja de ser interesante y sorprendente porque se escribe, precisamente, en
los mismos momentos que numerosos intelectuales y hombres públicos presentaban al
mapuche como un bárbaro que acosaba a Chile y que ponía en peligro su integridad 126 .

123
Mariluán, p. 154.
124
Ricardo Donoso. “Un amigo de Blest Gana: José Antonio Donoso”; en Homenaje de la
Universidad de Chile a su ex rector don Domingo Amunátegui Solar en el 75º aniversario de su
nacimiento. Imprenta Universitaria, Santiago, 1935, tomo II, p. 184.
125
Mariluán, pp. 232-233.
126
Al tiempo de escribir Mariluan, Blest Gana confesaba “que la obra más querida de un autor
es sin duda aquella que refleja su propia vida. En ella, sobre todo, brilla ese fuego sagrado que
llaman inspiración” (Carta de Blest Gana a José A. Donoso de 16 de diciembre de 1858, en R.
Donoso, obra citada, p. 193). Años más tarde, repetía prácticamente lo mismo, señalando que
desde que escribió La aritmética del amor, “es decir, desde que escribí la primera novela a la
que yo doy el carácter de literatura chilena, he tenido por principio copiar los accidentes de la
vida en cuanto el arte lo permite” ( Carta a José A. Donoso del 7 de diciembre de 1863; en R.
Donoso, obra citada, p. 199). ¿Cuánto de esto hay en Mariluan? ¿Hasta donde su relato se apoya
en los accidentes de la vida que probablemente comentó y discutió con Vicuña Mackenna,
Barros Arana, Andrés Bello, Lastarria, Guillermo Matta y otros jóvenes escritores de la época?

42
“Una asociación de bárbaros tan bárbaros como los pampas o como los araucanos,
escribía El Mercurio de Valparaíso, por esos mismos días, no es más que una horda de
fieras, que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en bien de la
civilización” 127 .

Por cierto, en esta novela Blest Gana percibe a Mariluán como producto del “sol
fecundo de la civilización” que había hecho germinar en su pecho la simiente de una
noble esperanza: regenerar a su raza por medio del trabajo y la honradez 128 ; con todo,
aparece aquí un mapuche muy diferente al que presentaban los partidarios de la
ocupación de sus tierras.

Ese mapuche, sometido por la fuerza en su propio suelo es el que conmueve a


Eduardo de la Barra cuando escribe su romance La Araucana, a propósito de la
fundación de Villa Rica y el término de la ocupación. El improvisado poeta escribe

“Del torrentoso Tolten


Solitario en la ribera
Ali-Quillen, la araucana,
Así triste se lamenta:
-¿a dónde voy sola?
A donde llevo mis penas,
Si las tierras de mis padres
Es hoy del huinca la tierra!
Jime tricauco agorero,
Tu, solitario te quedas
I yo me voy no se donde,
Arrastrando mi cadena.
¡Ai, de mí! ¡Ai, de mí!
Arauco ya no existe, ya se acabó mi tierra” 129 .

Poco después, en 1892 otro escritor, Jorge Klickmanm publica en Valparaíso su


novela La Ciudad Encantada, obra poco conocida que retoma el mensaje de Blest Gana
y el sentimiento de de la Barra. En esta obra, que se remonta al siglo XVI, el autor

127
“La civilización y la barbarie”, crónica aparecida en El Mercurio de Valparaíso el 25 de
junio de 1859. Para mayores comentarios sobre esta actitud de la sociedad chilena hacia el
mapuche se puede consultar mi artículo “Del antiindigenismo al proindigenismo” publicado en
el libro Del discurso colonial al proindigenismo, Jorge Pinto Rodríguez (editor), Ediciones
Universidad de la Frontera, Temuco, 1998, pp.85-117.
128
Mariluán, p. 241.
129
Este romance de de la Barra en Horacio Lara, obra citada, tomo II, pp. 460-465.

43
rescata los valores del pueblo mapuche, contraponiendo una civilización que les permite
mantenerse robustos, alegres, sanos, longevos y leales con la del huinca, mutilada por
aspiraciones que nunca se acaban. El mudo indígena aparece en la obra de Klickmann
dotado de valores que la sociedad occidental ha perdido irremediablemente 130 .

Antillanca y Loncón pasan revista a otra serie de escritores de la segunda mitad


del XIX que reconocen valores muy positivos en el pueblo mapuche, particularmente la
nobleza del alma y su espíritu libertario 131 ; sin embargo, serán los escritores de los
primeros años del siglo XX los que asumirán una postura diferente frente a los abusos
que cometen el estado y los particulares que llegan a la Araucanía. De la simple
simpatía hacia un pueblo que nuestros escritores miraron con admiración, pasamos a
una narrativa de denuncia y protesta.

Uno de los exponentes más claro de esta nueva corriente es, tal vez, Baldomero
Lillo. “Quilapán”, uno de los cuentos de Sub Sole, publicado en 1907, refleja con toda
nitidez el desprecio de sienten algunos huincas por el mapuche. Don Cosme, el patrón
que busca arrebatarle sus tierras es presentado en términos descarnados. “Como todo
propietario blanco, escribe el narrador, creía sinceramente que apoderarse de las tierras
de esos bárbaros que, en su indolencia, no sabían siquiera cultivar ni defender, era una
obra meritoria en pro de la civilización” 132 . La suerte de Quilapán conmueve al lector.
Sus tierras son expropiadas, su rancho incendiado y su cuerpo arrastrado por una bestia
en castigo por defender lo propio. Al final, se deja morir de hambre, ante la alegría de
don Cosme que creía haber extirpado de la tierra la raza maldita, ordenándole a su
mayordomo cavar un hoyo y tirar “esa carroña adentro” 133 .

130
La obra de Klickmann fue publicada por La Librería Universal, Valparaíso, 1892.
131
Antillanca y Loncón, obra citada, pp. 85-101. Ambos autores no citan a Jorge Klickmann,
cuya novela La Ciudad Encantada, Librería Universal, Valparaíso, 1892, se inserta en esta
misma corriente. Klickmann es un autor muy poco conocido. Se trató de un profesor de origen
alemán que en 1875 publica en Berlín una obra titulada Wineta y enseñó más tarde en el
Colegio Alemán de Valparaíso, en el cual ya estaba en 1878. Escribió varios textos de
enseñanza, un Cancionero de la Infancia y algunos textos de higiene alimenticia. En 1902 era
director del liceo particular Instituto Alemán-Inglés de Chorrillos, en Viña del Mar, en cuya
condición publicó una Gramática Práctica (Librería Universal, Valparaíso, 1902), de la cual
hemos extraído estos datos.
132
Baldomero Lillo, Sub Sole. En Obras Completas de Baldomero Lillo, Editorial Nascimento,
Santiago, 1968. El cuento Quilapán aparece entre las pp. 264-273. La referencia en p. 265.
133
“Quilapán”, p. 273.

44
Baldomero Lillo conocía muy bien la situación de los indígenas. Nacido y criado
en Lota, casi en la frontera misma con las tierras mapuche, su hermano Samuel decía de
él que “lo que decidió su vocación como escritor fue su observación directa de la vida
miserable de los mineros de Lota. Fue un penetrante observador de la vida” 134 . Esa
capacidad para observar la vida fue, sin duda, un factor decisivo a la hora de pensar en
cuentos como Quilapán. Fernando Alegría agregaba que Baldomero Lillo no fue un
fenómeno aislado en su época, junto a él creció un grupo de novelistas unidos por
principios estéticos, filosóficos y sociales que les permiten superar el romanticismo 135 .

Luis Durand, Víctor Domingo Silva y Fernando Santiván no tienen la fuerza de


Baldomero Lillo, pero sus obras siguen situándonos en la Frontera y en los viejos
dominios del mapuche. Daniel Belmar escribe sobre el Neuquén y de paso hace algunas
referencias al indígena, pero sus expresiones son siempre hoscas: tehuelches salvajes,
indios taciturnos, desconfiados y casi siempre ladrones 136 .

Frontera, la novela de Luis Durand, fue publicada en 1949, fuera ya del período
que estamos cubriendo; sin embargo, recoge sus experiencias de juventud. Durand nació
en Traiguén en 1895 y volvió al sur tan pronto concluyó sus estudios en Santiago. Su
relato recrea, en consecuencia, el ambiente que imperaba en la Frontera a fines del siglo
XIX, en tiempos de la Revolución del `91, incorporando todos los ingredientes y
personajes que dieron forma a ese mundo tan complejo que existió, y sigue existiendo,
en la vieja frontera mapuche.

En Frontera los mapuche parecen diluirse en el complejo mundo que se extendía


al sur del Bio Bio, colocándose muy lejos de aquella novela indigenista que tanta fuerza
alcanzó en Perú, Bolivia, Ecuador y México. En un sentido un poco diferente, Víctor
Domingo Silva en El mestizo Alejo y La Criollita recoge al indio de la historia, para
presentarlo a través de un mestizo que abandona a los españoles para encabezar un
levantamiento de acuerdo a una vieja tradición de evidente fondo histórico. El mestizo

134
Citado por Fernando Alegría. Las fronteras del realismo. Literatura chilena del siglo XX.
Zig-Zag, Santiago, 1962, p. 25.
135
Obra citada, pp. 41-42.
136
Véase, por ejemplo, pp. 44, 53 y 81 de la edición de Coirón de Editorial Zig-Zag, Santiago,
1982.

45
Alejo existió y Silva se aprovecha de él para novelar su vida 137 . En nuestra opinión, el
indio queda oculto detrás del personaje. Con Fernando Santiván ocurre lo mismo.
Nacido en Arauco, en 1886, era también un hombre de la Frontera y por eso buena parte
de su producción tiene íntima relación con esta zona; sin embargo, el indio de nuevo
queda diluido en el nuevo mundo que surge después de la ocupación. Sólo en el cuento
“Pellines sobre el río”, ambientado en los márgenes del Allipén, encontramos algunas
referencias al impacto que este hecho tuvo entre los mapuche. “El puma ha huido a
regiones más distantes, escribe Santiván; el indio de la epopeya abandonó su vestidura
pintoresca para colgar sobre sus hombros el desgarrado traje del campesino; el nuevo
habitante se ha identificado con el bosque destruido que semeja ejército de esqueletos
negros, de troncos mutilados y gesticulantes” 138 . Ese mundo de troncos mutilados con
indígenas que deben vestirse de campesinos, es que el que aparece en este cuento de
Santiván. Estábamos en los primeros años del siglo XX. Belmar, por su parte, reniega
del indio. Su novela Coirón, relata la vida de los chilenos que debieron escapar al
Neuquén cuando la mano abusiva del hacendado les quitó sus tierras. Allí coviven con
los indios, pero siempre aparecen en su novela desfigurados por la severa mirada del
chileno que los ve con desconfianza y casi con desprecio 139 .

Mariano Latorre, vuelve, en cambio, con fuerza al tema indígena, mostrando las
transformaciones que se producen en sus tierras, rodeadas ahora por el fundo y la
explotación maderera; sin embargo, Antillanca y Loncón señalan que lo hace cargado
de prejuicios que asocian al mapuche a la "pereza y superstición” y Lautaro Yankas, a
pesar de su frondosa producción sobre la zona de Nahuelbuta y de haber sido
considerado por Hugo Montes como un fiel representante de un “criollismo
indigenista” 140 , no alcanza, en nuestra opinión, a transmitir un mensaje tan claro como
el de los verdaderos narradores indigenistas. El caso de Reinaldo Lomboy es, diferente.

137
Víctor Domingo Silva. El mestizo Alejo y La Criollita. Zig-Zag, Santiago, 1960. Como
subtítulo El mestizo Alejo lleva el siguiente texto: La maravillosa vida del primer toqui chileno.
El autor fecha esta novela en Madrid en 1932/1933.
138
“Pellines del río” forma parte de una colección de 18 cuentos cortos publicados en El bosque
emprende su marcha; en Obras Completas de Fernando Santiván, ( 2 tomos), Zig-Zag,
Santiago, 1965, T I, pp. 223-234. La cita en pp. 223-224. “Pellines del río” obtuvo el primer
premio en un concurso publicado por La Nación en 1920.
139
Daniel Belmar nació en Neuquén en 1906 y allí vivió hasta los 10 años. Posteriormente su
familia se trasladó a Temuco donde curso sus estudios en el Liceo para seguir más tarde la
carrera de Químico Farmacéutico en Concepción.
140
Antillanca y Loncón, obra citada, pp. 101-102 y 112.

46
Su novela Ranquil escrita, como ya hemos dicho, en 1941, es una de las que con más
claridad denuncia los abusos cometidos contra el indígena. “El indio, [escribe Lomboy]
fue expulsado, cercado, despojado, arrojado a los flancos abruptos de la cordillera,
recluido en la tierra que nadie, por mísera, ambicionaba” 141 .

Más adelante, al referirse a la situación que afectó a los pehuenches con la


llegada de los españoles primero y del estado chileno después, dice que “Los indios
caían sin saber por donde no por qué les llegaba la muerte. Los heridos se arrastraban a
sus rucas y sus indias los curaban con yerbas de la montaña y lloraban la desdicha que
se abatía sobre ellos sin haberla merecido. Los perseguían, los mataban. No bastaba,
pues, el hambre ni la hostilidad de la naturaleza; llegaba el blanco. Las indias gemían en
sus menesteres y en la acongojada ceremonia de los funerales surgía el clamor de
angustia: ‘Kiñeke wentru ñiekei pañilve piuke!’.” 142 .

Cuando llegó el estado chileno, concluye Lomboy, el huinca terminó usando un


arma más poderosa que las balas: la ley 143 .

La poesía fue tan conmovedora como la prosa que acabamos de citar. Los versos
de Violeta Parra que la propia folklorista hizo canción con el título de Arauco tiene una
pena, resumen un sentimiento muy profundo que los poetas hicieron suyo desde las
primeras décadas de este siglo, cuando se dieron cuenta del despojo de que fueron
objeto los mapuche al ocupar el estado sus tierras.
“Arauco tiene una pena,
que no la puedo callar,
son injusticias de siglo,
que todos ven aplicar

Un día llegó de afuera
Huestes del conquistador,
Buscando montañas de oro,

Entonces corre la sangre,
No sabe el indio que hacer,
Le van quitar su tierra,
141
Lomboy, obra citada, p. 22.
142
Lomboy, obra citada, p. 23 (Héctor Painequeo me señaló que la frase que aparece en
mapudungun se podría traducir de la siguiente manera: “Algunos hombres (huincas) tienen el
corazón duro, insensible al dolor ajeno”).
143
Lomboy, obra citada, p. 23.

47
La tiene que defender.

Desde el año 1400,
Que el indio sigila en paz,
A la sombra de su ruca,
Lo pueden ver lloriquear.

Ya rugen las elecciones,
Se escuchan por no dejar,
Pero el quejido del indio,
Nunca se habrá de escuchar.

Ya no son los españoles,
Los que los hacen llorar.
Hoy son los propios chilenos,
Los que le quitan su sal.

Ya no florece el mañío,
Ya no da fruto el piñón,
Se va a secar la araucaria,
Ya no perfuma el cedrón,
Porque al mapuche le clavan
El centro del corazón” 144 .

Samuel Lillo también se rebeló frente a las desgracias de los altivos mapuche,
sometidos en sus propias tierras por el ímpetu avasallador del huinca. “Nací, [escribe el
poeta] en un pueblo de nuestro heroico golfo de Arauco […] Me acostumbré a
contemplar, desde niño, junto a las míseras rucas de las vegas y los valles o cruzando las
sendas polvorientas de las lomas desnudas por el hacha y por el fuego, las siluetas
hurañas de los siervos de Arauco bajo el dominio de los huincas implacables; presencié
los abusos y despojos de los ricos terratenientes que, por un vaso de alcohol o una falsa
promesa halagadora, arrebataban al mapuche, inocente y confiado, sus tierras y sus
rebaños […] He podido, pues, hablar lo que he visto y he sentido con mis ojos de niño y
mi corazón de poeta, acerca de las glorias, dolores y esperanzas de los hijos de la vieja
Araucanía” 145 .

Y en 1908 el poeta publica “El Ultimo Cacique”, cuyos versos traducen el dolor
del cacique y de su pueblo.

144
La transcripción de estos versos se hizo del disco compacto Violeta Parra. El folklore y la
pasión. Dirección artística y producción de Rubén Nouzeilles, Emi Odeón Chilena, S. A.,
Santiago, 1994.
145
Hernán del Solar, Premios Nacionales de Literatura; en nota introductoria a la edición de

48
“Hoy está solo, otro ambiente
en torno suyo, se siente
un extraño en su país,
y cortan su libertad
ya un túnel, ya una ciudad
que ve de pronto surgir”.

“Las pataguas y laureles


que formaban los doseles
de sus bosques, ya no están;
y en su lugar de la floresta,
como en señal de protesta,
sólo negros troncos hay” 146 .

Samuel Lillo denuncia la huida de los mapuche a la Argentina, en busca de lo


que perdieron en Chile cuando se les arrebató sus tierras. Sin embargo, tanto o más
claro fue todavía el poeta penquista Ignacio Verdugo Cavada (1887-1970). En Chile
varias generaciones a lo largo del siglo XX entonaron un día aquella canción sobre el
copihue rojo que empezaba con los versos de “soy una chispa de fuego, que del bosque
en los abrojos, abrió sus pétalos rojos, bajo el nocturno sosiego”, sin darse cuenta de la
protesta que encierra.

Ignacio Cavada escribió, en realidad, un poema más largo que llama Copihues y
que contiene tres poseías: “Copihue rojo”, “Copihue blanco” y “Copihue rosado”,
siendo la primera y la última las que con mayor claridad denuncian los abusos
cometidos contra los indígenas. “Yo soy la sangre araucana, que de dolor floreció”,
escribe el poeta al referirse al copihue rojo, agregando más adelante

“Hoy que el fuego y la ambición,


arrasan rucas y ranchos
cuelga mi flor en sus ganchos
como roja maldición;
y con profunda aflicción,
voy a ocultar mi pesar
en la selva secular
donde los pumas rugieran,
¡donde mis indios me esperan
para ayudarme a llorar!” 147 .

Canciones de Arauco de Samuel Lillo, Editorial Universitaria, Santiago, 1996, pp. 11-12.
146
Samuel Lillo, “El Ultimo Cacique”; en Canciones de Arauco, pp. 25-26.
147
Ignacio Verdugo Cavada, “Copihue rojo” en Naím Nómez, obra citada, p. 357.

49
En “Copihue rosado”, Ignacio Verdugo fue todavía mas explícito. Sus versos
resuenan como un lamento que el poeta comparte con sus lectores con un dejo de
profundo dolor.

“En el doliente concierto


de la agonía araucana
yo soy como una campana
que se halla tocando a muerto.
Bajo el bosque desierto
ve el indio en mi un arrebol.
Y, cuando enfermo de alcohol
se hecha a dormir en las quilas,
yo le dejo en las pupilas
Una mentira de sol”.

“Por mis pétalos risueños,


donde una aurora agoniza,
corre sangre enfermiza
de los mapuches pequeños.
Todo el dolor de sus sueños
los llevo yo en mi interior;
por eso duda mi flor
cuando en el bosque revienta,
si soy lágrima sangrienta
o soy sangre sin color…”.

“Por eso mis flores muertas,
al rodar por los senderos,
tienen algo de luceros
y algo de heridas abiertas;
mas en las selvas desiertas
valor yo al indio le doy
pues recordándole estoy
con mi color tan extraño
¡que aún corre sangre de antaño
bajo las lágrimas de hoy!” 148 .

Gabriela Mistral también dedicó algunos versos al mapuche. Como sabemos, la


poetisa estuvo en Traiguén, hacia 1910, y más tarde en Temuco, 1920, años durante los
cuales Jaime Quezada sostiene que “recorrió campos y reducciones indígenas en un
acercamiento directo con la brava-gente-araucana” 149 . Sus vivencias en la Frontera

148
En Naín Nómez, obra citada, pp. 359-360.
149
Jaime Quezada. Prólogo Poema de Chile de Gabriela Mistral, Editorial Universitaria,
Santiago, 1996, pp. 15-16.

50
debieron inspirar su poema Araucanos que tiene interés por el reconocimiento que hace
a nuestra herencia indígena y por la solidaridad que expresa con su dolor y esperanzas
de que algún día volverán a ser lo que fueron. El poema parte, precisamente con una
estrofa que muestra nuestras raíces indígenas:

“Vamos pasando, pasando


la vieja Araucanía
que ni vemos ni mentamos.
Vamos, sin saber, pasando
reino de unos olvidados,
que por mestizos banales,
por fábula los contamos,
aunque nuestras caras suelen
sin palabras declararlos” 150 .

Más adelante, la poetisa agrega,


“Ellos fueron despojados,
pero son la Vieja Patria,
el primer vagido nuestro
y nuestra primera palabra.
Son un largo coro antiguo
que no más ríe y ni canta.
Nómbrala tú, di conmigo:
brava-gente-araucana.
Sigue diciendo: cayeron.
Di más: volverán mañana” 151 .

La narrativa y la poesía enviaron al país un mensaje conmovedor y en cierto


sentido esperanzador sobre lo que estaba pasando con los mapuche. Sus voces se
dejaron escuchar justo cuando el estado nacional y gran parte de la opinión pública se
había convencido que Chile estaba logrando al fin expandir la civilización a las viejas
tierras indígenas, sin reparar en las heridas que provocaba.

Lo que la historia no dijo, o dijo menos, la novela y la poesía pusieron al


desnudo. Nuestros novelistas y poetas unen así sus voces a las del mapuche y a la de
muchos protagonistas de los sucesos que aquí hemos revisado para dar cuenta de un
pasado que prácticamente ignoramos. Con ellos y con la renovación de la propia
historiografía esperamos conocerlo mejor.

150
En Gabriela Mistral, Poema de Chile, obra citada, p.203,
151
Gabriela Mistral, obra citada, p. 204.

51
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