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Costa Rica lo ha hecho antes y puede hacerlo ahora: reinventarse para salir del
subdesarrollo.
Esa “voluntad de hacer algo en común” se exterioriza en las élites, sean intelectuales o
no, cuando las ideas, acciones y emociones de sus miembros sintonizan con necesidades
e imperativos de realización colectiva; si esa conexión élite-sociedad no existe, se
produce una desarticulación que lleva a la decadencia de los países. Tal la visión de
Ortega y Gasset.
¿Es la cultura del agazapado combinada con la del trepador de puestos, famas y poderes
un muro infraqueable que impide liberar las fuerzas creativas de los costarricenses y las
capacidades visionarias de las élites?
Es necesario evitar dos extremos perniciosos que quizás Ortega y Gasset no analizó con
la debida profundidad: de un lado, el culto a la personalidad que lleva al endiosamiento
de los líderes y al servilismo que hacia ellos muestran sus seguidores, y, por otro, los
enfoques que diluyen a las personas en colectivos, estructuras, clases y grupos sociales,
como ocurre en los pensamientos colectivistas, autoritarios y totalitarios.
Crisis sistémica. En una primera aproximación a los asuntos planteados, está claro que
las redes sociales y los pasillos del poder, cualquiera que sea este, se han convertido en
lugares donde se compite para ver quién pronuncia el más eficaz y soez insulto, o la más
adornada y superficial alabanza a las personas y grupos de preferencia.
Costa Rica necesita reequilibrar sus emociones, su subjetividad social esta dañada, y
conviene cultivar lenguajes que no insulten y no excluyan, sino que incluyan y
propicien un coloquio permanente de todas las voces con sus ideas, intereses y
experiencias. Pero cuidado, “un coloquio permanente” sí, no una parálisis perpetua.
Para que este segmento responda mucho mejor a las exigencias objetivas del desarrollo,
sintonice con la ciudadanía y se libere de sus propias insuficiencias, le es necesario
reinventarse e incorporar, como parte de esa reinvención, cuatro contenidos a la
voluntad determinativa que ha mostrado: primero, asumir, con transparente sentido
autocrítico la responsabilidad del conjunto de la clase política en la gestación de la crisis
sistémica que padece el país; segundo, contribuir a que los pobres, los más pobres y los
excluidos sociales sean sujetos y no receptores pasivos de la superación de la pobreza,
la pobreza extrema y la exclusión; tercero, abandonar, si existe, toda pretensión de ser
un bloque redentor, misionero y heroico; y cuarto, plantear una hoja de ruta
cronometrada a través de la cual sea factible superar el subdesarrollo.
Crisis. Se ha marcado un rumbo respecto a la crisis fiscal, pero eso es poco porque la
crisis del país no es solo eso, también es de insuficiente competitividad y productividad
económicas, de atrofia del sistema de partidos políticos, de ausencia de suficientes
liderazgos maduros e ilustrados y de decadencia en las interacciones afectivo-
emocionales. Estamos frente a una crisis sistémica y las respuestas para superarla deben
ser sistémicas. Existe la posibilidad de alcanzar ese tipo de respuestas, pero el país debe
percatarse de que no se puede crear un consenso pragmático y transformador si se le
llama enemigo al adversario y se le trata con displicencia. Es imposible sentarse a la
mesa para compartir el pan y la palabra si la inspiración de los comensales es la
dialéctica amigo-enemigo, cuyo objetivo es hacer desaparecer, aniquilar, humillar y
disminuir al interlocutor, al otro, al distinto.