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PENSAMIENTO

Contra el dogma digital


Desde el inicio de la crisis arrecian las voces críticas con el utopismo
cibernético. Desde el lado de la filosofía, como Byung-Chul Han, o desde
el de la Red, como Jaron Lanier
CÉSAR RENDUELES

14 MAY 2015 - 18:58 CEST

El escritor e informático estadounidense Jaron Lanier.

En su Breve historia del neoliberalismo, David Harvey recordaba la conexión entre la


ideología mercantil —que entiende los precios como un mecanismo de transmisión de
información y, así, de coordinación social— y la centralidad simbólica que han
alcanzado las telecomunicaciones en la cultura global contemporánea. En coherencia
con esta tesis, desde el inicio de la crisis económica se ha producido un incremento
significativo de las intervenciones dirigidas a atacar los dogmas centrales del
utopismo digital. Los textos de Byung-Chul Han y Jaron Lanier, muy diferentes en
contenido y forma, convergen en este terreno crítico, aún agreste y poco urbanizado
y, por eso mismo, vigorizante.

Jaron Lanier fue un miembro destacado de las comunidades de programadores que


en los años ochenta del siglo pasado sentaron las bases técnicas de los usos actuales
de las tecnologías de la comunicación. Se dio a conocer al gran público en 2011, con
su primer ensayo, Contra el rebaño digital, en el que alertaba de cómo la cultura digital
hegemónica —dominada por las metáforas en torno a la Red y la mente colmena—
está generando dinámicas gregarias que nos impiden emplear la inmensa capacidad
tecnológica de la que disponemos para afrontar grandes retos sociales y políticos.

Lanier denuncia la concentración de poder y dinero en torno a


unos pocos actores empresariales, como Google o Facebook

En ¿Quién controla el futuro?, Lanier trata de avanzar en las dimensiones propositivas


de su crítica. Su punto de partida es la denuncia de la concentración de poder y dinero
en torno a unos pocos actores empresariales, como Google o Facebook, que
denomina “servidores sirena”. La estructura distribuida de Internet y la gratuidad de
los servicios que ofrecen estas empresas ha disimulado, y nos ha llevado a tolerar, su
desmesurada capacidad de influencia, basada en una potencia de cálculo
infinitamente mayor que la de los usuarios individuales. Internet es neutral, la
capacidad de gestión de la información, no.

La centralidad de los servidores sirena en el contexto de una revolución digital de la


economía —un proceso que Lanier considera ya en marcha— estaría teniendo efectos
catastróficos. De hecho, ese sería el origen de la creciente polarización social, la
destrucción de empleos y el deterioro de las condiciones de vida de la clase media.
Frente a la concentración de poder de las grandes compañías, las estrategias de
resistencia de los ciberactivistas tradicionales, como el desarrollo colaborativo de
herramientas de software libre, resultarían insuficientes. Lanier cree que más bien se
hace necesaria una reestructuración completa del entorno digital, tanto técnica como
social e institucional, que permita una estrategia de redistribución de los beneficios
mediante contribuciones infinitesimales de quienes se benefician de la información.
Por ejemplo, cada vez que un coche autoconducido de Google use los datos
generados en un trayecto, debería pedir autorización al conductor y pagarle por ello.
La destrucción creativa digital quedaría así compensada por procedimientos
tecnológicos de microrredistribución.

Frente a la concentración de poder de las grandes compañías, las


estrategias de resistencia de los ciberactivistas tradicionales
resultarían insuficientes

Uno de los aspectos más interesantes de ¿Quién controla el futuro? es, en realidad, un
elemento marginal de la argumentación de Lanier: su dimensión etnográfica. Lanier
describe Silicon Valley como una secta contracultural habitada por millonarios
sociópa​tas con una conexión tangencial con la realidad; anarcoliberales fanáticos del
new age convencidos de la urgencia de privatizar las vías públicas y de que alcanzarán
la inmortalidad gracias a un software novedoso. Los amos del mundo padecen una
intoxicación metafísica mórbida.

Esa es, seguramente, la razón de que los textos de Byung-Chul Han, un heideggeriano
de izquierdas con una capacidad comunicativa poco frecuente por esos pagos
filosóficos, tengan una extraña congruencia con la propuesta de Lanier, mucho menos
refinada. La ontología de la inmanencia resulta curiosamente eficaz para criticar la
teología tecnoliberal, la mistificación de nuestra existencia cotidiana a través del
mercado y la Red. En el enjambre y Psicopolítica son desarrollos coherentes de los
trabajos previos de Han, La sociedad de la transparencia y La sociedad del cansancio.
Para Han el capitalismo contemporáneo se caracteriza por una nueva forma de
sometimiento basada en el exceso de positividad, una forma de autoexplotación a la
que acompaña un sentimiento de libertad y que alcanza su paroxismo en el espacio
digital. En la Red, la hipertrofia comunicativa impide la constitución de una identidad
colectiva, solo hay yoes de consumidores transparentes que se exponen a un nuevo
panóptico mucho más opresivo que el tradicional porque está basado en la exposición
voluntaria de sus moradores. La técnica de poder del régimen neoliberal no es
prohibitoria, protectora o represiva, sino prospectiva, permisiva y proyectiva. Así,
habríamos pasado de la biopolítica a la psicopolítica.

Uno de los aspectos más interesantes de ¿Quién controla el


futuro? es, en realidad, un elemento marginal de la
argumentación de Lanier: su dimensión etnográfica

Los textos de Lanier y Han coinciden en emplear un tono futurista, repleto de


neologismos, para plantear propuestas más bien tradicionales. Lanier desarrolla una
crítica convencional de la concentración monopolista y de las limitaciones del
paradigma schumpeteriano. Han reivindica un comunitarismo vinculado a los valores
lentos de la tierra y el campesinado, cercano al último Heidegger. Del mismo modo,
ambos coinciden en presentar sus propuestas en términos profundamente
acontextuales. Lanier escribe como si el keynesianismo pudiera resumirse en un
protocolo de computación y tuviera una relación anecdótica con las brutales luchas
políticas que rodearon su implantación histórica. Leyendo a Han parece como si la
tecnopolítica neoliberal fuera un episodio de la historia de la metafísica como olvido
del ser. En ambos casos el capitalismo resulta sospechosamente plano, privado de
relieve sociológico, histórico o institucional.

Psicopolítica. Byung-Chul Han. Traducción de Alfredo Bergés. Herder. Barcelona, 2014. 128 páginas. 12
euros.

En el enjambre. Byung-Chul Han. Traducción de Raúl Gabás. Herder. Barcelona, 2014. 128 páginas.
12,90 euros.

¿Quién controla el futuro? Jaron Lanier. Traducción de Marcos Pérez Sánchez. Debate. Barcelona,
2014. 461 páginas. 23,90 euros.

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