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Cuento de Blancanieves

Érase una vez, una joven y bella princesa llamada Blancanieves. Ella vivía en un reino muy lejano con su padre y
madrastra.
Su madrastra, la reina, era también muy hermosa pero arrogante y orgullosa. Se pasaba todo el día
contemplándose frente al espejo. El espejo era mágico y cuando se paraba frente a él, le preguntaba:
—Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino?
Entonces el espejo respondía:
— Tú eres la más hermosa de todas las mujeres—. Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre
decía la verdad.
Sin embargo, con el pasar de los años, la belleza y bondad de Blancanieves se hacían más evidentes. Por todas sus
buenas cualidades superaba en mucho a la belleza física de la misma reina. Y llegó al fin un día en que la reina
preguntó de nuevo:
—Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino?
El espejo contestó:
—Blancanieves, a quien su bondad la hace ser aún más bella que tú.
La reina se llenó de ira y ordenó la presencia del cazador y le dijo:
—Llévate a la joven princesa al bosque y asegúrate de que las bestias salvajes se encarguen de ella.
Con engaños, el cazador llevó a Blancanieves al bosque, pero cuando estaba a punto de cumplir las órdenes de la
reina, se apiadó de la bella joven y dijo:
—Corre, vete lejos, pobre muchacha. Busca un lugar seguro donde vivir.
Encontrándose sola en el gran bosque, Blancanieves corrió tan lejos como pudo hasta la llegada del anochecer.
Entonces divisó una pequeña cabaña y entró en ella para dormir. Todo lo que había en la cabaña era pequeño.
Había una mesa con un mantel blanco y siete platos pequeños, y con cada plato una cucharita. También, había
siete pequeños cuchillos y tenedores, y siete jarritas llenas de agua. Contra la pared se hallaban siete pequeñas
camas, una junto a la otra, cubiertas con colchas tan blancas como la nieve.
Blancanieves estaba tan hambrienta y sedienta que comió un poquito de vegetales y pan de cada platito y bebió
una gota de cada jarrita. Luego, quiso acostarse en una de las camas, pero ninguna era de su medida, hasta que
finalmente pudo acomodarse en la séptima.
Cuando ya había oscurecido, regresaron los dueños de la cabaña. Eran siete enanos que cavaban y extraían oro y
piedras preciosas en las montañas. Ellos encendieron sus siete linternas, y observaron que alguien había estado
en la cabaña, pues las cosas no se encontraban en el mismo lugar.
El primero dijo —: ¿Quién se ha sentado en mi silla?
El segundo dijo —: ¿Quién comió de mi plato?
El tercero dijo —: ¿Quién mordió parte de mi pan?
El cuarto dijo —: ¿Quién tomó parte de mis vegetales?
El quinto dijo —: ¿Quien usó mi tenedor?
El sexto dijo —: ¿Quién usó mi cuchillo?
El séptimo dijo —: ¿Quién bebió de mi jarra?
Entonces el primero observó una arruga en su cama y dijo—: ¿Alguien se ha metido en mi cama?
Y los demás fueron a revisar sus camas, diciendo—: Alguien ha estado en nuestras camas también.
Pero cuando el séptimo miró su cama, encontró a Blancanieves durmiendo plácidamente y llamó a los demás:
—¡Oh, cielos!, ¡Oh, cielos! —susurraron— ¡Qué encantadora muchacha!
Cuando llegó el amanecer, Blancanieves se despertó muy asustada al ver a los siete enanos parados frente a ella.
Pero los enanos eran muy amistosos y le preguntaron su nombre.
—Mi nombre es Blancanieves. —contestó. Luego, les contó todo acerca de su malvada madrastra.
Los enanos dijeron:
—Si puedes limpiar nuestra casa, cocinar, tender las camas, lavar, coser y tejer, puedes quedarte todo el tiempo
que quieras—. Blancanieves aceptó feliz y se quedó con ellos.
Pasó el tiempo y un día, la reina decidió consultar a su espejo y descubrió que la princesa vivía en el bosque.
Furiosa, envenenó una manzana y tomó la apariencia de una anciana.
— Un bocado de esta manzana hará que Blancanieves duerma para siempre — dijo la malvada reina.
Al día siguiente, los enanos se marcharon a trabajar y Blancanieves se quedó sola.
Poco después, la reina disfrazada de anciana se acercó a la ventana de la cocina. La princesa le ofreció un vaso de
agua.
—Eres muy bondadosa —dijo la anciana—. Como agradecimiento, toma esta manzana.
En el momento en que Blancanieves mordió la manzana, cayó desplomada. Los enanos, alertados por animales
del bosque, llegaron a la cabaña mientras la reina huía.
Los enanos colocaron a Blancanieves en una urna de cristal, con la esperanza de que despertase un día.
Y el día llegó cuando un apuesto príncipe que cruzaba el bosque en su caballo, vio a la hermosa joven en la urna
de cristal y maravillado por su belleza, le dio un beso en la mejilla. En ese momento, la joven despertó al haberse
roto el hechizo.
Blancanieves y el príncipe se casaron y vivieron felices para siempre.

Fabula la cigarra y la hormiga

Durante todo un verano, una cigarra se dedicó a cantar y a jugar sin preocuparse por nada. Un día, vio pasar a una
hormiga con un enorme grano de trigo para almacenarlo en su hormiguero.

La cigarra, no contenta con cantar y jugar, decidió burlarse de la hormiga y le dijo:

—¡Qué aburrida eres!, deja de trabajar y dedícate a disfrutar.

La hormiga, que siempre veía a la cigarra descansando, respondió:

—Estoy guardando provisiones para cuando llegue el invierno, te aconsejo que hagas lo mismo.

—Pues yo no voy a preocuparme por nada —dijo la cigarra—, por ahora tengo todo lo que necesito—. Y continuó
cantando y jugando.

El invierno no tardó en llegar y la cigarra no encontraba comida por ningún lado. Desesperada, fue a tocar la
puerta de la hormiga y le pidió algo de comer:

—¿Qué hiciste tú en el verano mientras yo trabajaba? —preguntó la hormiga.

—Andaba cantando y jugado —contestó la cigarra.

—Pues si cantabas y jugabas en verano —repuso la hormiga—, sigue cantando y jugando en el invierno. Dicho
esto, cerró la puerta.

La cigarra aprendió a no burlarse de los demás y a trabajar con disciplina.

Moraleja: Para disfrutar, primero tienes que trabajar.

La vaca lechera
Tengo una vaca lechera
No es una vaca cualquiera
Me da leche merengada
¡Ay que vaca tan salada!
Tolón tolón, tolón tolón.

Un cencerro le compraron
y a mi vaca le ha gustado
se pasea por el prado
mata mosca con su rabo
Tolón tolón, tolón tolón.

Que felices viviremos


Cuando vengas a mi lado
Con sus quesos, con tus besos,
Los tres juntos, ¡que ilusión!

Tengo una vaca lechera


No es una vaca cualquiera
Me da leche merengada
¡Ay que vaca tan salada!
Tolón tolón, tolón tolón.

LOS TRES REYES MAGOS SON...


Hoy os traigo una divertida anécdota que ha ocurrido en clase de religión. Os pongo en antecedentes: esta
mañana (como llovía en la hora del recreo) hemos estado viendo un capítulo de "Los Fruitis" donde aparece
nuestro querido Gazpacho, que es la piña, Mochilo, que es el plátano, Pincho, que es un higo de pala... y más
tarde ha ocurrido esto... La seño Rosario estaba explicando a los niños que ya queda menos para que sea "el
cumpleaños de Jesús", y les ha recordado la historia del nacimiento del Niño. El caso es que Rosario les ha
preguntado si se acordaban del nombre de los 3 Magos de Oriente, y los niños han dicho: - ¡Melchor! Y la seño:
Muy bien, Melchor era uno. - ¡Baltasar! Y la seño: Sí, Baltasar era otro. ¿Y el que falta, cómo se llamaba? Y salta
uno... ¡GAZPACHO! Si es que a zurrón tiraba el nombre... ¡jajajaja!

El conejo en la luna
No tardó en sentir hambre, habiendo tomado la forma de los hombres como lo había hecho. Pero se encontraba
muy lejos de cualquier población y a su alrededor, no había más que hierba y la luna brillando en lo alto, pues ya
había oscurecido.
Quetzalcóatl se sentó junto a un arroyo cercano y fue entonces que se dió cuenta de que había un conejito cerca
de la orilla, que había salido de su madriguera para cenar.
-¿Qué comes?-le preguntó.
-Zacate, ¿te gustaría un poco?-le contestó el animalito.
-Gracias, pero yo no como eso-le explicó.
-¿Entonces no vas a comer nada?
-No hay nada que pueda comer aquí. Supongo que esperaré a morir de hambre.
El conejito se aproximó hasta Quetzalcóatl.
-Yo solo soy un conejito, pero si quieres puedes comerme a mí. Aquí estoy.
Conmovido, el dios lo acarició y le dijo:
-Tal vez solo seas un conejito, pero a partir de ahora todos los hombres van a recordarte siempre. Dicho esto lo
tomó en sus manos y lo alzó bastante alto, lo suficiente como para que pudiera llegar a la luna y dejar su sombra
plasmada contra ella. -Ahora tienes un retrato eterno-dijo Quetzalcóatl bajándolo de nuevo a la tierra-. Todos los
hombres podrán mirarlo sin importar que pasen los siglos.

Es por eso que miras con atención, siempre podrás ver al conejo en la luna.

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