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¿Qué mantiene unida a la sociedad?

De la teoría a la operativización
Pablo Armando González Ulloa Aguirre
Directorio
Universidad Nacional Autónoma de México

José Narro Robles


Rector

Eduardo Bárzana García


Secretario General

Leopoldo Silva Gutiérrez


Secretario Administrativo

César Iván Astudillo Reyes


Abogado General

Javier Martínez Ramírez


Director General de Publicaciones y Fomento Editorial

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Fernando Castañeda Sabido


Director

Claudia Bodek Stavenhagen


Secretaria General

José Luis Castañón Zurita


Secretario Administrativo

María Eugenia Campos Cázares


Jefa del Departamento de Publicaciones
¿Qué mantiene unida a la sociedad?
De la teoría a la operativización
Pablo Armando González Ulloa Aguirre
Esta investigación, arbitrada a “doble ciego” por especialistas en la
materia, se privilegia con el aval de la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México.

Este libro fue financiado con recursos de la Dirección General de


Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autóno-
ma de México, mediante el proyecto “Cohesión social en la globali-
zación y la búsqueda de un nuevo contrato social: retos para México”,
coordinado por Germán Pérez Fernández del Castillo, como parte del
Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecno-
lógica (PAPIIT), núm. IN-301611

¿Qué mantiene unida a la sociedad?


De la teoría a la operativización
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Primera edición: 10 de junio de 2015

D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, C.P. 04510, México,
D.F., Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Circuito Mario de la
Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, C.P. 04510,
México, D.F.

D.R. © Ediciones La Biblioteca, S.A. de C.V.


Azcapotzalco la Villa No. 1151
Colonia San Bartolo Atepehuacán
C.P. 07730, México, D.F.
Tel. 55-6235-0157 y 55-3233-6910
Email: contacto@labiblioteca.com.mx

ISBN UNAM: 978-607-02-6864-9


ISBN EDITORIAL: 978-607-8364-14-5

Corrección de original: Clara I. Martínez Valenzuela

Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta,


del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la au-
torización expresa y por escrito de los editores, en términos de lo así
previsto por la Ley Federal de Derechos de Autor y, en su caso, por los
tratados internacionales aplicables.

Impreso y encuadernado en México


Printed and bound in México
Quiero agradecer, en primer lugar, al Dr. Germán Pérez Fernández
del Castillo, responsable del proyecto, por su invaluable apoyo en el
desarrollo de la investigación.

También Aura Rojas, Diego Hernández Bernal, Pedro Jiménez y


­Néstor Sánchez fueron fundamentales en el desarrollo de la investiga-
ción en sus diversas etapas. Mi reconocimiento para el gran equipo de
investigación que se formó en estos años.
Índice

Introducción 9
I. Fundamentos teóricos de la cohesión social 17
I.I David Hume: justicia y moral para la formación social 19
I.II Adam Smith: la simpatía como principio moral 24
I.III Herbert Spencer: el individualismo
contractual como principio de solidaridad 30
I.IV Émile Durkheim: los fundamentos de la solidaridad social 34
I.V Georg Simmel: el conflicto como factor de unidad 43
II. El individualismo y la pérdida
de sentido: desafíos de la cohesión social en la era moderna 51
II.I El individualismo y la cohesión social en la primera modernidad 53
II.II El individualismo en la segunda modernidad 63
II.III Vínculo social 68
II.IV Familia 70
II.V Trabajo 73
II.VI Hacia una era post-moralista 79
II.VII La pérdida de referentes, desafío para la cohesión social 85
III. La operativización de la cohesión social. Estudio exploratorio 91
III.I La importancia de la cohesión social en las políticas públicas 93
III.II La perspectiva europea 99
III.III Algunas aproximaciones a la cohesión social
en los países desarrollados: la OCDE, Canadá y Nueva Zelanda 105
III.IV Cohesión social en América Latina: el enfoque de la CEPAL 107
III.V Hacia un índice de cohesión social 115

7
IV. Conclusión 123
Anexo. Estado de la cohesión social en México 131
Referencias 137

8
I. Introducción

En la obra Aclaraciones a la ética del discurso, Jürgen Habermas desarrolló


una célebre noción de solidaridad, a la que definió como el “[…] bien de
los camaradas hermanados en una forma de vida compartida intersubje-
tivamente, y, por tanto, también a la conservación de la integridad de esa
forma de vida misma”.1 Esta postura representa uno de los más recientes
esfuerzos en el terreno de la filosofía por responder a la pregunta, a la vez
trascendente y polémica, de ¿qué mantiene unida a la sociedad?, pregun-
ta que ha franqueado diversas manifestaciones del conocimiento humano
desde la Antigüedad, y que sigue motivando un sinnúmero de explicacio-
nes a partir de las más variadas perspectivas.
Sin embargo, ésta no es una cuestión que cause preocupaciones in-
telectuales exclusivamente, pues lograr cualquier tipo de convivencia no
es un objetivo que tenga que ser racionalizado en primera instancia; sino
que se trata de un fenómeno que responde a nuestras inclinaciones –más
genuinas, si es posible hablar de tales– de interés por el prójimo, de esta-
blecer vínculos intensos y conservarlos, a pesar de lo complejo que resulte
olvidarnos un poco de nosotros mismos para preocuparnos por la suerte
de los demás. El llamado “lazo social” aparece entonces como una realidad,
antes que como una idea sobre la que nos detengamos a reflexionar.
Como fenómeno, el lazo social es la manifestación primaria que per-
mite el surgimiento de todos los grupos humanos. Sea por la razón que
mejor satisfaga a quien reflexiona sobre su origen, es indudable que el lazo
supone en principio una concurrencia interindividual: mostramos amor
por nuestros padres, afecto fraternal por un amigo, respeto por quien en

1 Jürgen Habermas, Aclaraciones a la ética del discurso, Trotta, Madrid, 2000, p.


76.

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Pablo Armando González Ulloa Aguirre

alguna jerarquía ocupa un lugar más alto que el nuestro, compasión por
aquel que sufre; pero también rechazo hacia el que no comparte nuestras
ideas, antipatía por el vecino que no deja dormir en las noches y hostilidad
por quien ofende. La interacción con el otro está determinada por un
contacto vis-à-vis en el que se intercambia algo más que la palabra, cuando
el contacto rebasa la superficialidad, desde la mirada hasta las expectativas
sobre un futuro compartido, contribuye a la creación, aun por antagonis-
mo, de un vínculo más estrecho.
Aunque las relaciones interindividuales son necesarias para generar los
primeros niveles de sentido, lo social no se reduce a ser su mera extensión.
Por el contrario, cuando a través de la experiencia intersubjetiva se genera-
liza un sentimiento alrededor de lo común, surge otro lazo que acompaña
a estas relaciones: aquél que une al hombre con la sociedad. Si ésta se
compone de todas las experiencias que contribuyen a formar un sentido
compartido, es inevitable la imbricación de los vínculos que nos unen al
otro con aquellos por los que nos sabemos parte de un grupo, pues tanto
unos como otros representan los caracteres que nos distinguen como seres
sociales.
Y es que nuestra existencia cambia gracias a la socialización. Desde
nuestras cualidades afectivas hasta las cognitivas, se desenvuelven cuando
nos relacionamos con los otros; como consecuencia, buscamos no apar-
tarnos de ellos, pues su presencia nos hace sentir mayor confianza para
enfrentar al mundo y sus determinaciones naturales. En suma, la ten-
dencia a la mutua atracción refleja una condición que el hombre asimila
inicialmente al vincularse con sus congéneres, y posteriormente con el
grupo al que pertenece:
El ser humano solitario es ser a nivel animal (lo cual
comparte, por supuesto, con otros animales). Tan pronto
como se observan fenómenos específicamente humanos, se
entra en el dominio de lo social. La humanidad específica
del hombre y su socialidad están entrelazadas íntimamente.
El homo sapiens es siempre, y en la misma medida, homo
socius.2
Los humanos objetivan esta condición no sólo estrechando sus relaciones,
sino también elevando sus experiencias cotidianas mediante la formali-

2 Peter Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, Amo-


rrortu, Buenos Aires, 2006, p. 70.

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¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

zación de pautas de conducta. En este sentido, la sociedad se presenta al


mismo tiempo como una red de vínculos intersubjetivos y grupales, y
como un orden que dota a la acción humana de cierta estabilidad; a través
de ella se consolidan sentimientos de reciprocidad y asistencia mutua hacia
aquellos con quienes se entablan los vínculos más cercanos –los cuales
paulatinamente se extienden a un ámbito más amplio, sin importar la
intensidad o incluso la existencia de dichos vínculos–, de la misma forma
que sentimientos de respeto hacia la norma, por los que el hombre resuel-
ve perfilar su conducta al cumplimiento de fines que superan su interés
particular.
Siendo el único medio por el que pueden satisfacer sus necesidades en
un mundo que siempre se les presenta hostil, y aun reconociendo que la
convivencia no será en todo momento armónica, los hombres se dispo-
nen a conservar la sociedad fortaleciendo los sentimientos antes descritos;
las actitudes derivadas de esta disposición constituyen una tendencia por
mantenerse unidos y adaptarse a los mecanismos formales con el fin de
que esa unión no se desarticule. En general, el fenómeno que engloba
todas estas manifestaciones es la cohesión social.
Como categoría transversal en las ciencias sociales, la cohesión repre-
senta la condición sin la que es imposible pensar en cualquier tipo de ex-
presión colectiva. Las inclinaciones de interés por los otros y las de respeto
hacia la norma no sólo generan, necesitan de la cohesión social para repro-
ducirse en los individuos; de modo que para abordar este concepto más allá
de sus manifestaciones específicas, es importante considerar los factores
que contribuyen en la unidad y orden sociales, así como los efectos que
tienen estos fenómenos en la vida de los hombres y en sus perspectivas
respecto a la sociedad de la que forman parte.
Este trabajo representa un esfuerzo por traer a la discusión académica
un concepto que, con el sinfín de realidades a las que nos enfrentamos hoy
en día, es vital ubicar en un lugar preponderante en muchos de nuestros
estudios. Hoy más que nunca el ¿cómo vivir juntos? parece estar ligado
a un ¿cómo mantenernos juntos?, y refleja una voluntad por conservar
nuestros vínculos, así como por hallar las claves para entender la com-
plejidad de las sociedades a las que pertenecemos, las dinámicas que en
ellas se gestan y los elementos que contribuyen al fomento de su cohesión
actualmente.
Para ello, el objetivo de este libro es aproximar al lector a la cohesión
social a partir de la dialéctica que la advierte como concepto y fenómeno.

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Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Los conceptos en ciencias sociales son resultado de un proceso en el que


la realidad se somete a ciertos grados de sistematización para producir
coordenadas que guíen el estudio de los especialistas, pero también son
catalizadores de un efecto performativo sobre esa misma realidad, en la
medida que proporcionan modelos para la acción; y la cohesión no es la
excepción: se trata de un fenómeno con el que se vive a diario, incluso
sin dar cuenta de su influjo, pero también de una herramienta concep-
tual para explicarlo.
Si se pretende hacer un acercamiento desde una visión dual, es indis-
pensable no olvidar que las valoraciones hechas sobre la cohesión social
respondieron a contextos y propósitos muy diversos, así como las solucio-
nes que se planteen no pueden estar separadas del contexto actual. De este
modo, es indispensable volver sobre ciertos anclajes teóricos sin perder de
vista su propio contexto, para abonar con perspectivas propias.
En primer lugar, se retomarán diversas posiciones provenientes de la
filosofía moral y la teoría sociológica clásica para esbozar los fundamentos
teóricos de una noción moderna alrededor de la cohesión social. Tomando
como punto de partida la postura de los contractualistas respecto al origen
de la unidad político-social, se rescatarán algunas perspectivas que desde
el siglo xviii cuestionaron su visión formalista sobre la sociedad y, en
cambio, la consideraron un producto de las inclinaciones más genuinas a
la filiación humana. Por otra parte, y en respuesta al contexto en el que
surgieron, se verá en estas posiciones la inquietud por explicar el impacto
social que tuvo la industrialización de Europa.
Tanto las perspectivas de David Hume y Adam Smith, como las de
Émile Durkheim y Georg Simmel muestran cuán trascendente fue la Re-
volución industrial para las sociedades europeas de los siglos xviii y xix.
Las transformaciones en el ámbito económico tuvieron consecuencias di-
rectas en las prácticas sociales, motivando el surgimiento de nuevos princi-
pios sobre los que habría de sostenerse la unidad y orden de las sociedades;
en este sentido, la relevancia de los autores expuestos en la primera parte
estriba en que, por medio de sus trabajos, intentaron demostrar cuáles
serían esos principios.
Mientras que Hume atribuyó al interés por la protección de la vida y
los bienes la formación de convenciones informales entre quienes se rela-
cionan, y a la utilidad pública que supone el cumplimiento de fines com-
partidos –principalmente el de no romper los compromisos–, el principio
sobre el que se sostiene una idea seminal sobre la justicia; Smith pensaría

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¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

la unidad social como el resultado de inclinaciones genuinas de interés por


los otros y de lograr en cada momento su aprobación. Ambas posiciones
consideran que en el hombre no hay lugar sólo para gestos egoístas y vio-
lentos hacia sus congéneres, sino también para la reciprocidad y el apoyo
mutuo, y que a través de éstos es posible crear un sentido de moralidad
que los haga darse a sí mismos una organización basada en la experiencia.
Tras una pausa en la que se retomará la perspectiva de Herbert Spencer
sobre el individualismo contractual, será abordada la visión sociológica en
torno a la cohesión desde las posturas de Durkheim y Simmel. Recono-
ciendo que no fue sino hasta el nacimiento de la sociología como disci-
plina científica que este fenómeno tuvo una denominación más concreta
(solidaridad/unidad), se verá cómo su tratamiento atendió a la elucidación
de un vínculo social sui generis: el moderno o industrial.
Mediante las célebres teorías de la solidaridad orgánica y la anomia, y
de la antítesis unidad-conflicto, la discusión sobre el concepto viró hacia
el análisis de los procesos de diferenciación y autonomía individual. Ya con
un modelo económico bien afianzado por la industrialización, muchas de
las transformaciones sociales estaban consumadas, siendo quizá la princi-
pal aquélla que destrabó los vínculos tradicionales de los viejos controles;
del mismo modo, se había consolidado un nuevo tipo de relaciones que
sirvieron como sostén social de la dinámica económica: las relaciones de
cooperación interindividual. Ambos sociólogos ofrecieron explicaciones a
estos fenómenos –que habían cambiado la cara de Europa en el último
siglo y medio–, y de cómo influyeron en los principios de cohesión social,
a partir del estudio de la oposición sociedad-individuo y de las formas de
socialización que de ella se derivan.
Las discusiones en torno al orden social moderno y sus fuentes de co-
hesión estaban ligadas a un segundo debate sobre un fenómeno contiguo
a las transformaciones de la industrialización: el individualismo. Si bien
en la filosofía de Hume y Smith había un reconocimiento de la esfera pri-
vada como un ámbito contrapuesto al interés común o público, a partir de
los estudios sociológicos se dio mayor valor al individuo como agente de
cambio social, y esto no fue más que el reflejo de una realidad en la que
éste adquiría un rol protagónico en las relaciones sociales. Mientras las co-
rrientes conservadoras combatieron cualquier manifestación de autonomía
por representar un peligro para la unidad social, el discurso sociológico
de fines del siglo xix asimiló las implicaciones del individualismo y las
consideró como la consecuencia lógica de la dinámica social moderna, e

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Pablo Armando González Ulloa Aguirre

incluso como uno de los factores que contribuirían a fortalecer la cohesión


de las sociedades.
Las relaciones entre estos dos fenómenos, la cohesión y el individualis-
mo, motivan la reflexión en la segunda parte del libro. A partir de un aná-
lisis sobre la posición que ha ocupado el individualismo en el orden social
moderno, se abordarán las repercusiones de la autonomía individual para
la cohesión social y las perspectivas teóricas que la estudian. En atención a
este propósito, se evocarán dos estratos en el desarrollo de la modernidad
para distinguir una dualidad de posturas respecto a dicha relación: por un
lado, una que considera al individualismo como fenómeno inseparable
de las sociedades modernas y, por lo tanto, como principio en la for-
mación de sus lazos; por otro, aquella que lo ubica como un elemento
desintegrador de los vínculos sociales.
Durante buena parte de la era moderna/industrial, el individualismo fue
un factor imprescindible en la consolidación del nuevo orden, y motivó nu-
merosas posturas que incluso lo señalaron como uno de los pilares en los que
aquel orden se sostendría –pues se convirtió en la base sobre la que se edificó
la moral del deber. Las perspectivas típicas de este primer momento –en el que
el individualismo fue considerado un principio de cohesión social– estuvieron
ligadas a una visión liberal sobre la autonomía frente a los grupos sociales,
pero también a un enfoque crítico en torno al ejercicio de la libertad; de ahí
que hubiera quienes señalaran, como Benjamin Constant o Alexis de Toc-
queville, la importancia de que existieran ciertos anclajes sociales para limitar
el desenvolvimiento excesivo de la libertad, pese a que la defendieran como
prerrogativa de las sociedades modernas.
El crecimiento de las estructuras sociales y la intensificación de sus
comunicaciones implicaron una radicalización de los procesos de diferen-
ciación individual, mismos que terminarían por tensionar más que por
fortalecer sus vínculos. Como consecuencia, el segundo estrato en el desa-
rrollo de la modernidad estuvo caracterizado por una valoración negativa
con relación al individualismo: desde la generalización de la dinámica de
mercado, hasta la revolución tecnológica han contribuido a una exaltación
del individuo por encima de cualquier manifestación colectiva, provocan-
do con ello la pérdida de confianza en los otros –necesaria para crear un
sentido comunitario– y el debilitamiento de la cohesión social en general.
En suma, el individualismo se ha asociado actualmente, o en lo que mu-
chos han nombrado como “segunda modernidad”, con los fenómenos de
desintegración.

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¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

El (des)orden social que identifica a las estructuras modernas no sólo


surte efectos en términos colectivos, sino también en términos subjetivos.
Cuando entre los individuos se debilitan los sentimientos por los que re-
conocen no poder vivir sin depender unos de otros, se diluyen al mismo
tiempo sus vínculos y los anclajes sociales (institucionales, normativos;
morales, simbólicos) que daban sentido a sus acciones. De este modo, si
el individualismo se presenta como un constante desafío para la cohesión
social, la eventual pérdida de referentes que provoca un excesivo desarrollo
de este fenómeno no es un problema menor.
Al final, esto resulta particularmente nocivo para la conservación del
interés público, por cuanto el agotamiento del sentido comunitario dis-
minuye la participación de los individuos en la discusión de los asuntos
comunes. La indiferencia por lo colectivo, y la consecuente desconfianza
hacia las instituciones y las autoridades, se presentan entonces como otras
manifestaciones del debilitamiento de la cohesión social.
Frente a los retos impuestos por la transformación continua de las
estructuras sociales, es mayor la necesidad de construir una nueva pers-
pectiva sobre la cohesión. En la tercera y última parte del libro se plantea
una propuesta para pensar este concepto desde una visión integral, en la
que queden comprendidos tanto los problemas a los que se pretende dar
solución, como las dimensiones que amplifiquen el espectro de sus causas
y efectos. Aun si se tuvieran los recursos suficientes para elaborar una pro-
puesta original respecto de este concepto, es indudable la relevancia que
tienen los recientes esfuerzos institucionales en varias regiones del mundo
por hacer lo propio; por ello, se abordarán las principales posturas que han
alimentado el debate contemporáneo sobre la cohesión social.
Tanto los proyectos impulsados por la Unión Europea como los de la
Comisión Económica para América Latina (cepal), representan el avance
más significativo por devolver a este concepto la importancia que había
perdido en las últimas décadas. A partir de un enfoque operacional –en
el que la cohesión social sirva de base en la construcción de indicadores
para conocer la eficacia de los mecanismos institucionales de inclusión e
igualdad social, y las percepciones subjetivas en torno a esa eficacia–, se
ha pretendido trasladar el concepto del ámbito teórico al de las políticas
públicas, bajo la premisa de que la gobernabilidad democrática depende de
que los individuos recobren la confianza en las instituciones y autoridades,
mediante instrumentos que posibiliten una acción conjunta.

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Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Aunque ambas visiones, la europea y la latinoamericana, responden


a contextos disímiles, no debe olvidarse que la postura de la CEPAL se
constituyó en gran medida por el éxito que tuvo en Europa el fomento de
la cohesión social a través de las políticas de inclusión. En este sentido,
volver sobre ambas perspectivas no implica reproducir sus valoraciones y
asimilar sus medidas de acción a Latinoamérica, por ejemplo; sino que se
sustraigan los elementos que componen la cohesión social como modelo
teórico del que eventualmente podrán desprenderse indicadores para la
construcción, aplicación y evaluación de políticas públicas, sin importar
los contextos.
En suma, y a diferencia de lo que en el pasado se pensó sobre la co-
hesión social, ahora debe observarse como un concepto multidimensional
que ofrece explicaciones institucionales y subjetivas, formales y simbóli-
cas, sobre la dinámica social y los principios que hacen posible su funcio-
namiento. Si el propósito de este trabajo es proporcionar algunas claves
para introducir al lector en el debate actual sobre este concepto, no es
menor la urgencia que motiva este esfuerzo: se trata, ni más ni menos, de
una urgencia moral.

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I. Fundamentos teóricos de
la cohesión social

Una de las grandes interrogantes que definieron el trabajo de los filóso-


fos clásicos desde la Antigüedad fue ¿qué nos hace vivir en comunidad?
Mientras en el siglo iv a.C. Aristóteles distinguió al hombre, gracias a la
palabra, como un animal social y político que, por naturaleza, establece
comunidades siempre tendientes a un fin (desde la familia hasta la polis);3
en el siglo xviii, Kant dio cuenta, a través del principio de insociable socia-
bilidad, de la inclinación de éste por entrar en sociedad, aun cuando sus
cualidades insociales amenacen continuamente con disolverla, pues sólo
por esta tensión pueden desarrollarse las disposiciones de su naturaleza.4
La preocupación por explicar el origen de la sociedad dio lugar a di-
versas posiciones, entre ellas la impulsada por el contractualismo. Las res-
puestas que se dieron desde esta corriente reflejaban una pretensión por
justificar la existencia de las unidades políticas a través de una tendencia
voluntaria a la asociación; de este modo, el sentido comunitario nacía por
la necesidad de los hombres de crear un orden que contuviera sus incli-
naciones naturales y además protegiera sus bienes de su propia influencia
nociva.
Por un lado, Hobbes atribuyó a un estado previo al social las condi-
ciones originarias que hacían a los hombres renuentes a establecer comu-
nidad, pero que se vieron precisados a formar voluntariamente por el pe-
ligro que representaba para su seguridad la reivindicación de sus intereses

3 Cfr. Aristóteles, Política, Porrúa, México, 1973, pp. 157-159.


4 Cfr. Immanuel Kant, “Ideas de una Historia universal en sentido cosmopolita”,
en Filosofía de la Historia, Fondo de Cultura Económica, México, 1978, pp. 46-48.

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Pablo Armando González Ulloa Aguirre

egoístas.5 Por otro, Rousseau6 consideró a la socialización como el factor


que despoja a los hombres de su bondad natural y los somete a las mis-
mas condiciones que Hobbes concedió a la guerra de todos contra todos;
no obstante, en ambos casos, el sentido comunitario se afianzaría con la
existencia de un poder que se sobrepusiera a las fuerzas de cada hombre
tomado separadamente, y les impusiera una ley.
El estado de naturaleza, en el que se concebía al hombre bueno o
malo –dependiendo del autor que lo teorizara–, fue pensado como el es-
cenario que condujo a la formación de la sociedad a partir de un contrato,
mismo en el que los individuos tendrían que ceder parte de su soberanía
para evitar que fueran privados, a manos de sus congéneres, de su vida, su
propiedad y, como consecuencia, de su libertad. En este sentido, la entidad
construida por la cesión voluntaria del poder sobre estos bienes tendría la
autoridad suficiente para someter a los asociados a un conjunto de reglas,
y así mantener la estabilidad de la estructura social.
Estas premisas fueron relevantes para que los contractualistas atribu-
yeran a una instancia superior a los hombres la capacidad de motivar su
socialización y, sobre todo, de conservar la asociación que éstos formaban
a raíz del pacto. Si bien en este punto puede observarse una inquietud
por descifrar los factores que contribuyen a preservar o debilitar la unidad
político-social, aún no se ubicaba por completo qué efectos tenían sobre
ésta las relaciones interindividuales y la transmisión de la norma más allá
del contrato.
La filosofía moral de David Hume y Adam Smith, así como las co-
rrientes sociológicas de Émile Durkheim y Georg Simmel, ofrecen el más
amplio panorama para comprender cómo es que una sociedad logra co-
hesionarse a partir de elementos que no están fincados solamente en la
noción de contrato; cómo es que los seres humanos pueden vivir de forma
solidaria y desarrollarse ordenadamente a través de mecanismos que reba-
sen los límites formales; y cómo es que en el hombre no sólo hay lugar
para sus impulsos egoístas, el conflicto y el interés privado, sino también
para tendencias altruistas que lo hacen asociarse, cumplir con la norma e
interesarse por la suerte de los otros.

5 “[…] durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los
atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una
guerra tal que es la de todos contra todos”. Thomas Hobbes, Leviatán, Fondo de
Cultura Económica, México, 1984, p. 102.
6 Jean Jacques Rousseau, El contrato social, Losada, Buenos Aires, 2003.

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¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

La distancia que separa al contractualismo de las perspectivas que ali-


mentaron la primera formación teórica sobre la cohesión social, no está
dada sólo por sus postulados, sino también por los contextos que las mo-
tivaron. Específicamente, las posturas que serán retomadas a continuación
estuvieron influidas por el nacimiento y consolidación del orden industrial
en Europa desde mediados del siglo xvii. La emergencia de un nuevo
modelo económico detonó diversos fenómenos que transformaron los vín-
culos sociales y el modo en que fueron apreciados, pero sobre todo los
principios que se atribuirían a la construcción y mantenimiento del orden
social.

I.I David Hume: justicia y moral


para la formación social
En los albores de la Revolución Industrial, Gran Bretaña se convirtió en
el semillero de los avances tecnológicos que dieron una nueva cara a la
economía en Europa. La relación entre el cambio de modelo económico
y las transformaciones sociales produciría que el nuevo orden social dejara
de ser arrastrado por bestias o cargado sobre el cuerpo de los hombres,
para ser empujado por la máquina de vapor desde la región insular hasta el
resto del continente. Sin embargo, estas transformaciones, que se gestaron
tanto en la producción como en el trabajo, tuvieron efectos no sólo en el
ámbito económico, sino también en el social –específicamente en el plan-
teamiento de un tipo distinto de relaciones– y el político –al sacudir a las
diversas instancias que ejercían un poder absoluto sobre las sociedades–,
impulsando entre ellas una autonomía relativa.
La relevancia que cobró la economía como motor de la dinámica social,
por encima de otras esferas, alimentó las tendencias de su independencia
frente a aquéllas. Aunque en el siguiente capítulo se retomará con mayor
detenimiento el alcance que tuvo este proceso sobre los vínculos sociales, a
partir del individualismo, es importante retomar su influencia en las perspec-
tivas sobre el orden social y sus principios. La emancipación de las sociedades
de sus controles tradicionales (desde el Estado absoluto hasta la Iglesia) llevó
a diversos autores a justificar en el terreno filosófico y teórico la forma en
que los hombres pueden darse a sí mismos una organización, llevando al
acto sus tendencias más humanas, y sin la necesidad de que una instancia
externa a ellos los obligara a mantenerse unidos.

19
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Así, el surgimiento de la economía como esfera autónoma (del que


el industrialismo fue el catalizador) y la paulatina transformación de la
autoridad tradicional (herencia de la Revolución Gloriosa) hicieron de la Gran
Bretaña el epicentro teórico de las primeras perspectivas donde lo social apare-
ció desbordando los límites de la noción de contrato; donde se hizo depender
el origen y mantenimiento de las asociaciones humanas a la existencia en el
hombre de las inclinaciones más genuinas de interés por sus semejantes, así
como a la capacidad cognitiva y moral para proveerse un orden propio, sin que
éste les fuera impuesto.
A primera vista, es una paradoja el que estas perspectivas se asentaran
precisamente donde un siglo atrás se pensó a la sociedad (y concretamente
a la comunidad política) como el producto artificial que contrarresta la na-
turaleza egoísta del hombre; sin embargo, ésta deja de serlo si se toman en
cuenta los contextos a los que respondieron ambas corrientes: Hobbes re-
currió al Leviatán para plantear una solución a los problemas de la unidad
política y la soberanía, en una Europa que buscaba superar sus conflictos
de orden religioso (piénsese en la Paz de Westfalia, que dio fin a la Guerra
de los Treinta Años), mientras que desde la filosofía moral se justificó la
autonomía de lo económico y lo social frente al poder político del Estado,
a consecuencia de la creciente industrialización en el siglo xviii.
Pensando en el segundo contexto, las aportaciones de Hume a la filo-
sofía moral, principalmente su Tratado de la naturaleza humana (1740) e
Investigación sobre los principios de la moral (1751), ilustran la importancia
de que los seres humanos experimenten una suerte compartida para la
formación del interés público, así como de que el orden social esté soste-
nido en el cumplimiento de obligaciones que sean consideradas justas por
quienes se someten a ellas. Si bien Hume se adscribe al empirismo, no
obvia el hecho de que la experiencia contribuye a la consolidación de una
actitud regular con respecto a la norma, actitud que, posteriormente, Kant
concebiría como producto de la razón.
La sociedad es el elemento clave en la supervivencia del hombre, me-
diante el cual tiene la posibilidad de compensar su desventaja física frente
a los demás animales, y de protegerse ante la eventual amenaza de que sus
congéneres puedan privarlo de sus bienes. La sociedad permite remediar
las debilidades intrínsecas a los seres humanos constituyendo un mode-
lo complejo de organización que aumenta y potencializa sus capacidades,
ofreciéndoles oportunidades para alcanzar sus fines a partir de una convi-

20
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

vencia comunitaria; pero al mismo tiempo haciendo que cumplan con una
serie de requisitos que sobrepasan sus intereses particulares.
El hombre por sí solo no tiene la fuerza necesaria para concluir una
obra considerable; su trabajo, al estar demasiado difuso, no le permite
conseguir la perfección en un arte particular, de modo que la falta de sin-
tonía entre fuerza y éxito lo conducen a una miseria y ruina inevitables. La
sociedad enmienda esta condición a través de la unión de fuerzas, gracias
a la cual los hombres pueden alcanzar fines a los que no llegarían si no
trabajaran en conjunto; de la misma forma, la división social del trabajo
tiene efectos en el perfeccionamiento de sus habilidades y, en general,
motiva entre ellos un auxilio que los aleja del azar y los accidentes. Para
Hume, si el hombre se une en sociedad es porque ésta le resulta ventajosa
para luchar contra las limitaciones naturales en el cometido de satisfacer
sus necesidades.7
Sin embargo, el que los seres humanos se asistan mutuamente en todo
cuanto al trabajo concierne, no significa que sus relaciones deban reducirse
a la satisfacción de necesidades particulares de forma conjunta. Precisa-
mente debido a que cada uno busca satisfacer sus propias exigencias, aun
cuando los medios no dependen tan sólo de sí mismos, es necesario que
tomen consciencia de que el interés de uno está limitado por el interés
de todos. En este sentido, así como todos tienen la misma capacidad para
maximizar su provecho personal, también la tienen para reservarse de da-
ñar a quien no los ha dañado previamente. Hume señala que cuando el
interés de dejar al otro en la posesión y disfrute de sus bienes “[…] se ex-
presa mutuamente y es conocido por ambas partes produce una resolución
y conducta consecuente. Esto puede llamarse de un modo bastante exacto
convención o acuerdo entre nosotros [...]”.8
El interés común se manifiesta en el reconocimiento de que sólo pode-
mos alcanzar nuestros fines estando en sociedad, pero también de que esos
fines no se limitan a la satisfacción de las propias necesidades, sino que se
basan en el mutuo respeto sobre nuestros bienes. Hume apunta que cuando
los hombres hacen de ese mutuo respeto una convención, toman consciencia
de que la pasión desmesurada no les producirá más satisfacciones, y que
sólo dominándola podrán ser más libres; en otras palabras, en la medida
que se tenga una sociedad firme que les permita adquirir bienes de forma

7 David Hume, Tratado de la naturaleza humana, Gernika, México, 1992, p. 274.


8 Ibidem, pp. 279-280.

21
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

ordenada y segura, se reducen las posibilidades de que la falta de control


sobre las pasiones derive en un clima de violencia y licencia universal.9
Las convenciones humanas en torno al respeto mutuo de los bienes
son el origen de la justicia. Una sociedad bien ordenada necesita de reglas
a través de las cuales puedan regularse los inconvenientes que surgen de
la relación del hombre con sus posesiones: por un lado, las tendencias
egoístas y de generosidad limitada; por otro, la situación que hace a los
bienes, principalmente a los objetos externos, fáciles de cambiar y escasos
en comparación con las exigencias del hombre.10 En general, las reglas de
la justicia imponen principios en torno a la distribución y defensa de la
propiedad:
No es sólo un requisito para la paz e interés de la socie-
dad el que las posesiones de los hombres estén separadas,
sino que también las reglas que seguimos para establecer la
separación han de ser concebidas de tal manera que sirvan
mejor a los intereses de la sociedad.11
Dado que las convenciones son el resultado de un interés por proteger las
posesiones, las reglas de la justicia responden a la necesidad de definir y
proteger la propiedad de todos los que concurren en sociedad. El interés
común sobre el que se sostienen estas reglas debe motivar una conducta
por la que el hombre cumpla las expectativas de aquellos con quienes se
relaciona, principalmente en lo que toca a la propiedad, de modo que si
éste respeta la propiedad ajena, tiene el derecho de exigir el mismo respeto
por la propia. Finalmente, estar dentro de la sociedad supone un some-
timiento a las reglas de la justicia, toda vez que las convenciones, sin las
cuales ésta no sería posible, dan lugar a una obligación moral.
Hume destaca tres leyes fundamentales sobre las que se debe fincar la
sociedad: la estabilidad de la posesión, la transferencia por su consenti-
miento y la realización de las promesas. Allí donde los hombres estén des-
tinados a vivir en sociedad, se vuelve necesaria la existencia de reglas que
garanticen la paz y el orden, de manera que todos puedan aprovechar los
beneficios del trabajo conjunto, sin que nadie reciba más de lo que merece;
9 Ibidem, p. 282. También recordemos que el mismo Platón apuntaba que la
inocencia no creaba sociedades justas, sino que es a partir del conocimiento de los
placeres y el control sobre estos que las construimos.
10 Cfr. Ibidem, p. 85.
11 David Hume, Investigación sobre los principios de moral, Alianza, Madrid, 1993,
p. 69.

22
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

es decir, que a través de estas reglas, los hombres puedan participar de una
utilidad pública. El incumplimiento u omisión de alguna de estas reglas
conduce a una ausencia de paz y seguridad en la sociedad, e imposibilita
el establecimiento de un buen sistema de relaciones entre los hombres.12
Para Hume el sentido de justicia se forma por la inclinación de los
hombres a resguardar sus bienes de todo peligro, la cual los lleva también
a ser consecuentes con el mismo interés de aquellos con quienes se relacio-
nan. Las convenciones que resultan de esta inclinación se acompañan por
una promesa que obliga a sus creadores a no transgredirlas, ya no porque
el desacato ponga en riesgo sólo su propiedad, sino que al mismo tiempo
pone en riesgo el interés común y la utilidad pública.
Según el filósofo escoces, la experiencia y el hábito son elementos que
contribuyen a consolidar el orden social. En un primer momento el interés
lleva al reconocimiento de que es imposible vivir en sociedad sin reglas;
posteriormente, cuando ese interés se generaliza y establece una utilidad
pública para la conducta individual, se desarrolla entre los hombres una
noción de moralidad, gracias a la que tienen consciencia del interés común
y “[…] experimentan placer ante la vista de las acciones que tienden a la
paz de la sociedad y dolor por las que son contrarias a ella”.13
La justicia y la moralidad se forjan cuando se experimenta y se observa,
tanto en uno mismo como en los demás, una actitud que tienda a la uti-
lidad social. Quien se conduce teniendo en mente el interés público –más
allá del propio– es objeto de una estima y aprobación moral que sólo se
reservan para las personas reconocidas como virtuosas; por eso es que al
apreciar el valor de las, nombradas por Hume, virtudes sociales, los hom-
bres buscan la aceptación social por medio de actitudes que los conduzcan
a ellas:
La necesidad de la justicia para el sostenimiento de la
sociedad es el único fundamento de esta virtud [social]; y
como no hay excelencia moral que sea más altamente esti-
mada, podemos concluir que esta circunstancia de la utili-
dad tiene, en general, fortísima energía y un control abso-
luto sobre nuestros sentimientos. La utilidad debe ser, por
tanto, la fuente de una parte considerable del mérito adscrito
al humanitarismo, la benevolencia, la amistad, el espíritu
cívico y otras virtudes sociales de esa clase; y es la sola fuente
12 Cfr. David Hume, Tratado de la naturaleza humana, op. cit., p. 315.
13 Ibidem, p. 325.

23
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

de la aprobación moral que concedemos a la felicidad, la jus-


ticia, la veracidad, la integridad y todos los demás principios
y cualidades estimables y útiles.14
La moralidad surge entonces a partir del principio de utilidad social que
impone las reglas de justicia, y por el cual los hombres se ven motivados a
actuar a favor de los otros sin que haya sanciones formales de por medio,
tan sólo el rechazo ante conductas socialmente reprobables. Sin embargo,
aunque éstos establecen por sí mismos las reglas de la justicia –gracias al
hábito y a la experiencia–, aquéllas dejan de ser suficientes en una socie-
dad amplia y culta, por lo que para seguir asegurando la utilidad social se
vuelve necesaria la instauración del gobierno.
Para procurarse alguna protección contra su propia maldad e injusticia
en una sociedad que se desenvuelve a gran escala, los hombres constituyen
el gobierno como la instancia encargada de administrar y observar de for-
ma más estricta las reglas de la justicia. En este sentido, el interés público
es la fuente que da origen al gobierno, así como en la que se funda la obe-
diencia que le deben los hombres, pues en nada les redituaría someterse a
su autoridad si no les representara una utilidad.15
Las consideraciones de Hume alrededor de la justicia y la moral per-
miten hacer una aproximación a los elementos que contribuyen en la for-
mación y mantenimiento de los lazos sociales, más allá de una concepción
abstracta sobre el orden. Cuando, por hábito, los hombres se ponen a sí
mismos normas para organizarse en sociedad, la moralidad surge como
un producto meramente humano y no de una instancia superior y ajena a
ellos; en otras palabras, si bien el hombre está atravesado por tendencias
egoístas y violentas, que viva en sociedad sin la necesidad de que una en-
tidad externa lo obligue a ello implica que también haya lugar en él para
tendencias altruistas y de respeto a la norma, sobre todo cuando de eso
depende la protección de sus bienes.

I.II Adam Smith: la simpatía como principio moral


Motivado por los trabajos de Hume, y por su amistad con él, Adam Smith
publicó Teoría de los sentimientos morales (1759),16 en la que planteó su
14 David Hume, Investigación sobre los principios de la moral, op. cit., pp. 83-84.
15 Cfr. David Hume, Tratado de la naturaleza humana, op. cit., pp. 346-350.
16 La publicación de este libro precedió casi en dos décadas a su famosa Investiga-
ción sobre la riqueza de las naciones (1776). Aunque el primero no puede entenderse

24
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

perspectiva en torno a las inclinaciones humanas que se producen gracias


a la socialización. Al igual que Hume, Smith atribuye al hombre una ten-
dencia por asociarse, pero se desliga de la afirmación de que el fin del
interés común sea que aquél proteja sus bienes; desde su punto de vis-
ta, el interés por la suerte de los otros, fuente de todos los sentimientos
morales, nace gracias a la simpatía.
Por más egoísta que se le pueda suponer, el hombre alberga en su
naturaleza algunas cualidades que lo hacen preocuparse por el destino
de sus semejantes, y por las que la felicidad de éstos le resulta necesaria,
aunque de ella no obtenga nada más que el placer de contemplarla; del
mismo modo, esas cualidades lo empujan a sentir dolor por el infortunio
ajeno, “tal es el caso de la lástima o compasión, la emoción que sentimos
ante la desgracia ajena cuando la vemos o cuando nos la hace concebir de
forma muy vívida”.17 Al compartir las mismas emociones, la simpatía pro-
voca que los hombres, a manera de espectadores, tiendan a imaginar los
sentimientos que experimentan sus semejantes y pueda establecerse entre
ellos una correspondencia.
La sociedad aparece en este punto como el principal factor en la per-
fectibilidad de la naturaleza humana, por cuanto afina las virtudes deriva-
das de la simpatía; y al mismo tiempo, gracias a los beneficios que trae la
comunicación de emociones entre los hombres, es el medio a partir del
cual se puede alcanzar la paz y el orden.18 El interés por los otros, al que se
puede entender también como atracción desinteresada, no se expresa sólo
en una identificación con aquél que goza o sufre, sino además como un
detonante de la asistencia mutua; de este modo, los vínculos sociales des-
cansan en sentimientos benévolos como la generosidad, el humanitarismo,
la amabilidad, la compasión, la amistad y estima recíprocas.19
Para Smith, cuando la ayuda que todos los hombres necesitan es mu-
tuamente proporcionada y motivada por esos sentimientos, éstos se unen
“[…] por los gratos lazos del amor y el afecto, y son por así decirlo impul-
sados hacia un centro común de buenos oficios mutuos”.20 Sin embargo,
del conjunto de virtudes que produce la simpatía, hay una alrededor de

como la antesala a su propuesta en torno al liberalismo económico, es importante


resaltar su claro sentido liberal en términos morales.
17 Adam Smith, Teoría de los sentimientos morales, Alianza, Madrid, 2009, p. 49.
18 Cfr. Ibidem, pp. 72-75.
19 Cfr. Ibidem, p. 102.
20 Ibidem, p. 182.

25
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

la cual gravitan los lazos de interés recíproco y sin la que sería imposible
pensar la estabilidad del orden social: la justicia. El abandono de sí y el
interés por los otros plantean un sentimiento compartido sobre el valor de
la persona humana, sus derechos y sus bienes; y dado que este sentimiento
no se reivindica en uno mismo como en los demás, provoca los ánimos
más encendidos de reprobación y castigo cuando atestiguamos la humilla-
ción de nuestros semejantes.21
La simpatía, y no el interés, es el origen de la justicia. Si bien la ge-
nerosidad y la ayuda mutua son indispensables para fortalecer los lazos
sociales, las actitudes de respeto por la persona y sus bienes conservan la
unidad social; en este sentido, los hombres pueden prescindir de unas,
pero no de las otras:
[...] aunque la naturaleza exhorta a las personas a actuar
benéficamente, por la placentera conciencia de la recom-
pensa merecida, no ha juzgado necesario vigilar y forzar esa
práctica mediante el terror del escarmiento merecido en caso
de su omisión. [La beneficencia] Es el adorno que embelle-
ce el edificio, no la base que lo sostiene, y por ello bastaba
con recomendarlo y no era en absoluto indispensable impo-
nerlo. La justicia, en cambio, es el pilar fundamental en el
que se apoya todo el edificio.22
Lo que distingue a la justicia de las demás virtudes generadas por la sim-
patía –y que Smith denomina afables– es que su ejercicio está determinado
por una obligación. Mientras uno puede abstenerse de ser generoso o de
asistir a quien necesita ayuda, no tiene justificación para omitir las reglas
que prescriben el respeto a sus semejantes;23 en este sentido, aunque los
hombres tiendan a interesarse por los otros, deben existir reglas que ase-
guren formalmente su convivencia –así es como Smith no rechaza del todo
la idea de que el hombre sea egoísta y tienda a corromperse.
21 Cfr. Ibidem, pp. 171-173.
22 Ibidem, p. 183.
23 La beneficencia es un aspecto importante porque, tal como observa John Loc-
ke, el juez no puede juzgar las virtudes de los individuos, esto es, si alguien no es
caritativo con las otras personas éste podrá no ser virtuoso, pero no por eso se le
debe sancionar. Lo anterior sólo podría tener un castigo si la persona en cuestión
no pagara sus impuestos que, en general, son progresivos y sirven como una forma
de volver obligatoria la beneficencia. John Locke, “Ensayo sobre la tolerancia”, en
Ensayo y Carta sobre la tolerancia, Alianza, Barcelona, 2007, p. 27.

26
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

Debido a que están genuinamente inclinados a asociarse, los hom-


bres atribuyen a las reglas de la justicia un valor imponderable, pues la
sociedad les representa un bien en sí mismo; al estar conscientes de que
sus destinos están ligados a la prosperidad social, disponen de todos los
medios a su alcance para contribuir a su preservación, y por consecuencia
aborrecen cualquier cosa que amenace con destruirla.24 En consecuencia,
el sentido moral por el que el hombre siente simpatía por sus congéneres
y participa en la conservación de la sociedad, es para Smith el resultado de
un impulso natural.
Una de las inclinaciones ligadas a la simpatía, y sin la cual no podría
entenderse el arraigo de los sentimientos morales –incluida la justicia–, es
el deseo de aprobación. El hombre está tan preocupado por la suerte de los
otros como porque éstos reconozcan sus conductas; si desea ser aprobado
por lo mismo que él aprueba en la conducta de sus semejantes, entonces
hará en todo momento juicios sobre lo aceptable de su proceder, es decir,
se someterá a un proceso de autoaprobación.25
En una evocación a Hume, Smith afirma que tras la experiencia exitosa
en la búsqueda de aprobación, se consolida la moral de las sociedades, en
un tránsito que va de los sentimientos a las reglas generales:
Así se forman las reglas generales de la moral. Se basan
en última instancia en la experiencia de lo que en casos par-
ticulares aprueban o desaprueban nuestras facultades mora-
les, nuestro sentido natural del mérito y de la corrección. No
aprobamos ni condenamos inicialmente los actos concretos
porque tras el examen correspondiente resulten compatibles
o incompatibles con una determinada regla general. Por el
contrario, la regla general se forma cuando descubrimos por
experiencia que todas las acciones de una cierta clase o ca-
racterizadas por determinadas circunstancias son aprobadas
o reprobadas.26
Precisamente, este tránsito es el que permite el afianzamiento de la justicia
por encima del conjunto de sentimientos morales. Cuando la aprobación

24 Cfr. Adam Smith, Teoría de los sentimientos morales, op. cit., p. 185.
25 “[…] la naturaleza no sólo lo dotó [al hombre] con un deseo de ser aprobado,
sino con un deseo de ser lo que debería ser aprobado o de ser lo que él mismo
aprueba en otros seres humanos”. Ibidem, p. 230.
26 Ibidem, p. 284.

27
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

o rechazo de ciertas conductas relativas a la persona y sus bienes conduce


al reconocimiento generalizado de un proceder en particular, no bastan
las intenciones de cumplir con dicho proceder para que una conducta se
considere moralmente loable; por el hecho de que la justicia supone un es-
crutinio riguroso de los actos, los juicios de autoaprobación están basados
en un conjunto de reglas sobre las que no hay lugar a discusión.
Los efectos que tiene la estricta observancia de reglas generales de conduc-
ta sobre los procesos de autoaprobación definen el desarrollo de una ­conciencia
moral. Si al inicio las acciones afables y de conservación social estaban basadas
en un impulso natural de la simpatía y el deseo de aprobación, con la forma-
lización de las reglas de conducta, es un sentido moral internalizado el que las
motiva. Smith ejemplifica esta conciencia o sentido moral con la figura del
“espectador imparcial”.
Es la razón, el principio, la conciencia, el habitante en el pecho, el hombre
interior, el ilustre juez y árbitro de nuestra conducta. Él es quien, cuando
estamos a punto de obrar de tal modo que afecte la felicidad de otros, nos
advierte con una voz capaz de helar la más presuntuosa de nuestras pasio-
nes que no somos más que uno en la muchedumbre y en nada mejor que
ningún otro de sus integrantes, y que cuando nos preferimos a nosotros
mismos antes que a otros, tan vergonzosa y ciegamente, nos transfor-
mamos en objetivos adecuados del resentimiento, el aborrecimiento y la
execración.27
Finalmente, el seguimiento de estas reglas sienta en la noción del deber
la fuerza básica que motiva las acciones de la humanidad.28 Las obligacio-
nes frente a nuestros semejantes, sus derechos y sus bienes, permiten la
contención del egoísmo a favor de la unidad social; por lo que una pasión
excitada a tal punto de que su protagonista intenta sobrepasar su condi-
ción, incluso por encima de la condición de los demás, es reprobada al
representar un peligro para la sociedad.29
Al igual que la de Hume, la perspectiva de Smith sobre la formación
y el mantenimiento de los lazos sociales ofrece un panorama para observar
estos fenómenos más allá de una valoración cerrada en torno a los factores
de unidad social y a los caracteres que identifican la naturaleza humana.
Sea por interés o por una inclinación genuina, ambas posturas dejan de
considerar al hombre como esencialmente egoísta en el momento que

27 Ibidem, p. 253.
28 Cfr.Ibidem, p. 288
29 Cfr. Ibidem, p. 269.

28
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

tiene la capacidad, junto con sus congéneres, de establecer a partir de la


experiencia las reglas que determinan la convivencia social.
Las perspectivas en torno a la cohesión deben más de lo que se cree
a los trabajos realizados por Hume y Smith, dado que a partir de ellos se
observó el fenómeno de la autonomía de lo social frente a la política; y no
sólo eso, sino que además teóricamente se lo consideró como un ámbito
con sus propias dinámicas y reglas, en lugar de supeditarlo o hacerlo la
mera extensión de aquella. En este sentido, el proceso de industrialización
influyó en el nacimiento de una noción moderna sobre la cohesión social,
misma sobre la que habría de seguir influyendo como si se tratara de dos
fenómenos contiguos e incluso inseparables.
Si se continúa en el rastreo de las posiciones que consolidaron esta
noción, se debe destacar que hasta finales del siglo xix a este tema se le
asignó cierto protagonismo en la literatura especializada. El afianzamiento
del industrialismo, pero sobre todo el nacimiento de la sociología como
discurso científico, trajeron consigo un interés por realizar una explicación
genérica sobre los fenómenos sociales, no sin soslayar las aportaciones de
los autores de la Ilustración y el positivismo; una explicación que atendiera
a un contexto que comenzaba a transformar la organización económica y
social en buena parte del mundo y que requería de nuevas coordenadas
para establecer un orden.
Una de las posturas que contribuyó al nacimiento de esta nueva cien-
cia y que representó un quiebre en las discusiones sobre la socialización
fue la del filósofo Herbert Spencer. Mediante un tratamiento sociológico
de los contratos, este autor construyó una teoría sobre las interacciones
sociales en las que el interés individual cobraba un lugar predominante;
del mismo modo, asentó las primeras valoraciones sobre un nuevo tipo de
relación que había producido la dinámica industrial: la relación interindividual
representada en la cooperación. Aunque discutidas por los primeros sociólogos
–principalmente por Durkheim–, sus propuestas fueron indispensables para
reflexionar en torno al vínculo social moderno. La posición de Spencer repre-
sentó, entonces, uno de los primeros esfuerzos por explicar la relevancia del
individualismo en el naciente orden industrial; relevancia que será abordada
con detenimiento en el segundo apartado de este libro.

29
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

I.III Herbert Spencer: el individualismo


contractual como principio de solidaridad
La mirada sociológica de Spencer se localiza en el terreno de la polémica y
la disputa pues, en primera instancia, su visión es individualista, y contrac-
tual en lo que refiere a la sociabilidad.30 Desde su perspectiva –planteada
en gran medida en El individuo contra el Estado (1884)–, los beneficios
que un ciudadano demanda se constituyen en el ámbito individual, pero
al mismo tiempo las acciones sociales que los motivan se institucionalizan
o formalizan mediante un contrato. Así, las libertades que los ciudadanos
demandan, y las restricciones a las que están sujetos, terminan por supe-
rar los límites y acuerdos colectivos debido a que parten de un postulado
individualista.
El individualismo determina el desarrollo de la solidaridad de un de-
terminado grupo, y eventualmente provoca la neutralización o disminu-
ción del control estatal, dado que relega al Estado a un papel pasivo. Para
Spencer, la organización de las interacciones individuales, y las expresiones
de cohesión en general, están reguladas a nivel particular por las garantías
impuestas en los contratos.31 La dinámica social es producto de la forma-
lización de los intereses individuales en el vínculo contractual, donde las
partes que concurren intercambian el producto de su trabajo o algún otro
bien para satisfacerlos; en este sentido, el control sobre el cumplimiento
de los contratos, así como por la justa compensación ante su desacato,
recae exclusivamente en los individuos que los establecen.
No obstante, este tipo de organización resulta problemática en tanto
que no existen instancias supraindividuales que regulen íntegramente el
sistema de contratos individuales, de modo que las garantías que aseguran
una plena satisfacción de las expectativas no tienen otro fin más que el
individual. Entonces, la apropiación de los bienes entra en estado de polé-
mica e inestabilidad, pues su obtención e intercambio están mediados por
la imposición de los intereses de cada contratante.
Mientras reflejen un vínculo contractual, las interacciones políticas –o
aquellas que están basadas en el ejercicio del poder– y las de tipo eco-
nómico –que se definen por el acceso a los productos que se ofertan en

30 Cfr., Carlos Peña, El concepto de cohesión social, Coyoacán, México, 2010, p. 34.
31 “La principal tesis de Spencer en otra de sus obras, The Man versus the State,
es la ‘definición del orden social como una red de contratos o cuasicontratos entre
individuos’”. Ibidem, p. 32.

30
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

el mercado– se consideran los pilares dinámicos de la cohesión social.


Sin embargo, que lo social esté determinado por un sistema de contratos
individuales que son observados y sancionados desde parámetros particu-
lares, no implica que la cohesión dependa más de la protección de todo el
sistema como de que los individuos satisfagan sus intereses y necesidades a
partir de los contratos. En este sentido, la participación de las instituciones
supraindividuales es necesaria sólo para mantener el orden mediante la ga-
rantía del mutuo beneficio con el contrato y no para imponer los términos
en que éste habrá de efectuarse.32
Para Spencer, el Estado no debe intervenir en el proceso de la distri-
bución e intercambio de bienes, a pesar de que su intención esté puesta en
el incremento de la cohesión social; en cambio, sus actividades le plantean
un papel de mero espectador de las interacciones, asumiéndose como san-
cionador cuando la satisfacción de algún individuo esté de por medio. De
esta forma, el supuesto que afirma que la propiedad sólo puede alcanzarse
mediante el consenso comunitario, debido a que es ahí donde se da el
reconocimiento y la satisfacción de los intereses personales, es sustituido
por una visión pragmática individualista que favorece su cumplimiento por
encima de cualquier demanda colectiva.
Así, esta posición individualista neutraliza la serie de acuerdos gene-
ralizados y estimulados por el Estado que producirían las interacciones
idóneas para fortalecer la cohesión social. A consecuencia de la naturaleza
individual atribuida al contrato y la propiedad, toda noción que plantee
el poder de la comunidad para asignar y proteger la propiedad privada,
es considerada como la apología de una usurpación basada en el contrato
social;33 de ahí que la presunción de mantener al Estado en un bajo perfil
con respecto a la dinámica social sea el resultado de observar en la socie-
dad una continuación del ámbito individual.
El Estado entonces debe asumir la abdicación en sus funciones co-
lectivas para enfocarse en aquellas prácticas que desde su administración
favorezcan los mecanismos individualistas de apropiación de bienes comu-
32 “Las actividades sociales son el resultado colectivo de los deseos individuales.
La organización comercial es hija de los esfuerzos de los individuos para realizar
sus fines particulares. Los gobiernos han entorpecido y perturbado este desenvol-
vimiento. Su única aportación positiva es mantener el orden público”. Herbert
Spencer, El individuo contra el Estado, Unión, Madrid, 2012, p. 102.
33 “Esta usurpación se justifica por el postulado de que la sociedad, considerada
como un todo, tiene absoluto derecho sobre la propiedad de cada individuo”.
Ibidem, p. 47.

31
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

nitarios, y así pasar de ser la autoridad que daba justa satisfacción a las ne-
cesidades colectivas a un simple gestor de las demandas individuales. Dado
que la sociedad aparece como el producto de un acto evolutivo regido por
leyes naturales, y en el que poco tiene que ver la intermediación de algún
artificio creado por el hombre, el Estado está obligado a responder por sus
propios fallos en tanto que es uno de esos artificios.
Así como muchos creen que “[…] la humanidad es una especie de masa
a la que el cocinero puede imprimir la forma que más le agrade; muchas
medidas legislativas implican la presunción de que las sociedades a las que
se les impone esta o aquella organización, la conservarán en el futuro”.34
El principal error en el que se incurre creyendo lo anterior, es afirmar que
la sociedad es un producto fabricado, siempre a merced de las modifica-
ciones de quienes la administran; sin embargo, lo cierto es que se trata de
un producto de tendencias naturales que sobrepasan cualquier regulación
externa. Las implicaciones de esta postura son reveladoras, pues a través
de ella se pudo justificar sociológicamente la noción de la “mano invisible”
más allá del ámbito económico.
Una visión de este talante sólo puede ser entendida como una respuesta
al problema del orden social, a partir de una valoración individualista so-
bre la adaptación y sobrevivencia a las circunstancias –no se olvide que su
obra está inscrita en una tradición fundada por economistas como Thomas
Malthus–. Cuando los individuos tienen el control sobre sus relaciones y
la capacidad de determinar los beneficios que recibirán de ellas, existe una
tendencia por rechazar cualquier tipo de influencia externa que represente
un obstáculo para el libre desenvolvimiento social. Según el tratamiento
que Spencer le da a su teoría, es posible ubicar una relación directa entre
evolución e intervención del Estado,35 de la que emerge un axioma como
elemento regulador: a menor intervención del Estado mayor evolución
social.
La interacción armónica entre los individuos es el resultado de su con-
fianza en que, a través del intercambio, darán justa satisfacción a sus ne-
34 Ibidem, p. 116.
35 “Es en función de una ley de la evolución como Spencer se alza contra toda
intervención del Estado, incluso cuando es llevada a cabo por responsables del
Estado que proclaman su liberalismo. En las disposiciones legislativas y en las
instituciones públicas que extienden las protecciones de la ley a los más débiles,
no ve más que injerencias y restricciones que entorpecen la vida de los ciudada-
nos”. Christian Laval y Pierre Dardot, La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la
sociedad neoliberal, Gedisa, Barcelona, 2013, p. 39.

32
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

cesidades e intereses pero, sobre todo, de que no hay instancias externas


que los obligarán a cooperar. Cuando las obligaciones se imponen a través
de una intervención sistemática y violenta, disminuyen las posibilidades de
que haya un sentido de cohesión por el que los individuos reivindiquen
sus derechos36 y que contribuya al fomento de la cooperación voluntaria de
tipo contractualista.37
Pero, como ya se ha hecho notar, si la dinámica social sólo se ubica en
la cobertura de los aspectos individuales de la persona, se corre el riesgo
de pervertir el orden social debido a que el sentido de colectividad se de-
teriore sin constituir un sustituto adecuado. En este sentido, pese a que el
Estado –como un sistema de operaciones organizadas que se dirigen a un
bien utilitarista o funcional– tiene como objetivo la regulación negativa o
sancionadora de los vínculos contractuales, el que su principio de actua-
ción sea el incumplimiento de los términos individuales sobre los que és-
tos se asientan, provoca que ni siquiera las instituciones supraindividuales
se constituyan a partir de un sentido colectivo.
Al final, la perspectiva del filósofo inglés sobre el vínculo social estuvo
determinada por el predominio del intercambio individual, lo que alimen-
tó una idea particularizada de la solidaridad y de sus medios de conserva-
ción. Si desde su visión lo social se comprende por una noción formal de la
cooperación y la reciprocidad, la sociedad sólo puede ser representada por
el conjunto de contratos individuales que se entrelazan gracias al interés,

36 “La vida de una sociedad depende del mantenimiento de los derechos indi-
viduales. Si la sociedad no es más que la suma de las vidas de sus ciudadanos, la
implicación es obvia. Si ella consiste en la diversas actividades que los individuos
emprenden en mutua dependencia, entonces estará bien o mal según si los de-
rechos (contractuales) de los individuos sean protegidos o denegados”. Herbert
Spencer, citado en Carlos Peña, El concepto de cohesión social, op. cit., p. 33.
37 “Spencer reivindica un utilitarismo evolucionista y biológico mucho más que
jurídico y económico. Sus consecuencias políticas son explícitas: se trata de trans-
formar las bases teóricas del utilitarismo para contrarrestar la tendencia reformista
del benthamismo. En efecto, Spencer trata de desbaratar la tradición de los refor-
madores que quieren tomar medidas coercitivas cada vez más numerosas reivin-
dicando el bien del pueblo. Estos falsos liberales no hacen más que obstaculizar
la marcha de la historia hacía una sociedad en la que debería de predominar la
cooperación voluntaria de tipo contractualista en detrimento de las formas milita-
res de coordinación”. Christian Laval y Pierre Dardot, La nueva razón del mundo.
Ensayo sobre la sociedad neoliberal, op. cit., pp. 38-39.

33
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

pero entre los que no se forma un sentido sobre lo común del que deriven
actitudes de sacrificio y apoyo mutuo.
Pese a que esta posición representaba un avance en el entendimien-
to de la cohesión social como hecho sujeto a un estudio sistematizado,
la consolidación de la sociología como disciplina científica implicaría el
surgimiento de perspectivas más contundentes sobre este fenómeno. Dos
autores que contribuyeron al desarrollo de la teoría sociológica y tam-
bién de las posturas más reconocidas alrededor del concepto, a partir de
las categorías de solidaridad y conflicto, fueron Émile Durkheim y Georg
Simmel. Ambas posturas tomaron como premisas la oposición clásica so-
ciedad-individuo, y el estudio de las relaciones sociales e intersubjetivas,
como el punto de partida para la construcción de teorías en las que la
cohesión social tomó un papel relevante.

I.IV Émile Durkheim: los fundamentos


de la solidaridad social
Habiéndose consolidado el sistema industrial en Europa, las perspec-
tivas alrededor de la cohesión dejaron de centrarse en el tema de la au-
tonomía de lo social frente a lo político, para mostrar su interés por el
funcionamiento mismo de ese sistema y cómo es que repercutía en
las fuentes de cohesión. Específicamente, y en una reinterpretación de
posturas de quienes, como Spencer, adjudicaron la dinámica social a un
conjunto de relaciones interindividuales mediadas por contratos, dicho
interés habría de ponerse sobre el papel del lazo individual en el mante-
nimiento del orden social.
A merced de lo anterior, los trabajos de Émile Durkheim La división
del trabajo social (1893) y El suicidio (1896) son capitales en la compren-
sión sociológica de la cohesión. Desde una perspectiva autónoma, el soció-
logo francés estableció las pautas para elaborar una explicación científica
de los hechos sociales, atribuyéndoles caracteres constantes provenientes
de una realidad sui generis. Para él, la solidaridad o cohesión, considerada
como el hecho social mismo, es una manifestación de la mutua dependen-
cia entre la sociedad y el individuo, toda vez que los estados de conciencia,
al concurrir mediante procesos comunicativos, permiten la asociación en
nombre de los intereses colectivos y de la necesidad de los hombres por no
permanecer aislados.

34
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

La vida en común es atrayente al mismo tiempo que


coercitiva. Sin duda que la coacción es necesaria para con-
ducir al hombre a superarse a sí mismo, a añadir a su na-
turaleza física otra naturaleza; pero, a medida que aprende
a saborear los encantos de esta nueva existencia, siente su
necesidad y no hay orden de actividad en que no la busque
apasionadamente. He aquí por qué cuando los individuos,
que encuentran que tienen intereses comunes, se asocian,
no lo hacen sólo por defender esos intereses, sino por aso-
ciarse, por no sentirse más perdidos en medio de sus ad-
versarios, por tener el placer de comunicarse, de constituir
una unidad con la variedad, en suma, por llevar juntos una
misma vida moral.38
La asociación dota al individuo de una existencia que sobrepasa su condi-
ción singular: la existencia social. Sin embargo, ésta sólo se puede dar a
partir de un aumento de los estados de conciencia individuales –entendidos
como un colectivo– y de su reglamentación, pues sólo así la vida social ve
garantizados sus mecanismos de conservación y con ello la consolidación
de un orden estable. Las formas en que se manifiesta la solidaridad y, en
consecuencia, las relaciones entre la sociedad y el individuo, están deter-
minadas por dos principios:
[…] existe una solidaridad social que procede de que un
cierto número de estados de conciencia son comunes a todos
los miembros de la misma sociedad […] La parte que ocupa
en la integración general de la sociedad depende, eviden-
temente, de la extensión mayor o menor de la vida social
que abarque y reglamente la conciencia común. Cuanto más
relaciones diversas haya en las que esta última haga sentir
su acción, más lazos crea también que unan el individuo al
grupo; y más, por consiguiente, deriva la cohesión social de
esta causa y lleva su marca.39
En términos estructurales, la solidaridad está determinada inicialmente
por un momento en el que se establecen relaciones estrechas entre los
individuos y los grupos a los que pertenecen. La ausencia de movimientos
38 Émile Durkheim, La división del trabajo social, Colofón, México, 2007,
pp. 22-23.
39 Ibidem, pp. 119-120.

35
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

heterogéneos, vinculada con la conformidad ante un poder absoluto, y la


aceptación de reglas que nacen de segmentos microsociales –constituidos
a partir de semejanzas en el ámbito geográfico, filial, y de las costumbres–,
dan lugar a una solidaridad que Durkheim denominó “mecánica”.40 En
ésta, la concurrencia en los grupos es cercana hasta el punto de que los
miembros conciertan unánimemente sus movimientos, como si entre to-
dos formaran una sola personalidad.
El crecimiento de las sociedades a raíz de la industrialización planteó
una transformación de las estructuras sociales y de los principios en que
basaban su cohesión. En este sentido, Durkheim señaló que la clave de
dicha transformación se encontraba en la división del trabajo: cuando las
sociedades aumentan sus proporciones, existe una necesidad por distribuir
las labores, principalmente porque todos no pueden hacerse cargo de todo
–incluso en las sociedades más pequeñas existe una distribución, aunque
rudimentaria.41 Este fenómeno tiene dos efectos en la estructura social:
por un lado, asigna posiciones a los individuos y define funciones provistas
por el trabajo que cada quien realiza;42 por otro, y como consecuencia de
lo anterior, amplía el margen de la conducta individual, emancipándola de una
completa determinación colectiva.
Así, la división social del trabajo desgasta y atenúa los vínculos carac-
terísticos de la solidaridad mecánica, por cuanto diversifica las conductas
individuales e impulsa la autonomía –tan importante para la concepción

40 “Las moléculas sociales, que no serían coherentes más que de esta única mane-
ra, no podrían, pues, moverse con unidad sino en la medida en que carecen de mo-
vimientos propios como hacen las moléculas de los cuerpos inorgánicos. Por eso
proponemos llamar mecánica a esa especie de solidaridad”. Ibidem, pp. 140-141.
41 Respecto a la división del trabajo, Durkheim señala que “[…] tiende por sí
misma a hacer las funciones más activas y más continuas. Los economistas han
indicado, desde hace tiempo, las razones de ese fenómeno; he aquí las principales:
1.a Cuando los trabajos no se hallan divididos, es necesario interrumpirse sin
cesar, pasar de una ocupación a otra; la división del trabajo economiza todo ese
tiempo perdido; según la expresión de Carlos Marx, cierra los poros de la jornada.
2.a La actividad funcional aumenta con la habilidad, el talento del trabajador que
la división del trabajo desenvuelve; hay menos tiempo empleado en las dudas y en
los tanteos”. Ibidem, p. 412.
42 Para Durkheim, la palabra función “[…] o bien designa un sistema de movi-
mientos vitales, abstracción hecha de sus consecuencias, o bien expresa la relación
de correspondencia que existe entre esos movimientos y algunas necesidades del
organismo”. Ibidem, p. 57.

36
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

moderna sobre el individuo.43 Más allá de los estados mentales generados


por los segmentos sociales –contenidos en lo que Durkheim nombró con-
ciencia colectiva–, la deliberación individual sobre la conducta habría de
ganar terreno en el orden industrial, haciendo a los estados colectivos más
abstractos y difusos.44
En este sentido, las formas de solidaridad que se caracterizan por una
cobertura hegemónica de la conciencia colectiva, en la que concurren los
movimientos e intereses particulares, son sustituidas gradualmente por
formas de cooperación que hacen a las funciones más activas y continuas
a consecuencia de la división del trabajo; en otras palabras, las manifes-
taciones asociativas en las que se sostuvo la solidaridad social entraron en
decadencia para dar lugar a manifestaciones cooperativas de un vínculo
interindividual. Con ello, la conciencia colectiva pasa a un segundo pla-
no, permitiendo la disolución de las formas totalitarias y represivas que
muchas veces, aunque no exclusivamente, se esconden bajo el rostro de la
política y la economía.
Según se desarrolle la división del trabajo, aumentan las formas de di-
ferenciación social y las posibilidades de entablar relaciones intersubjetivas
basadas en la mutua dependencia. Por un lado, este proceso diversifica
las funciones y al mismo tiempo las hace más solidarias –en un recono-
cimiento de que la vida social no puede desenvolverse sin la organización
armónica de las funciones sociales–; por otro, gracias a la diferenciación,
emancipa la voluntad individual de los estados colectivos y desenvuelve en
el hombre dos tipos de conciencia, la individual y la colectiva: “[…] una

43 Como será retomado en el siguiente capítulo, la noción moderna de individuo


no era contrapuesta a la de orden social, dado que llevaba intrínseca la idea sobre
un nuevo vínculo: “El individuo […] sería invitado por su cultura (por tanto, de
manera completamente legítima) a ‘liberarse’ de estas tres fuentes de restricciones
externas a su conducta [la voluntad de seres sobrenaturales, las exigencias de leyes
naturales, las exigencias de la vida social común]. Es indispensable precisar bien
esta idea: liberarse no significa rechazar o rehusarse a obedecer a estas fuentes de
restricciones culturales (lo cual sería irrealista e ¡incluso suicida!), sino más bien
adoptar frente a ellas una actitud libre: tomar conciencia y evaluar sus razones de
ser, elegir voluntariamente someterse a ellas o no, combatir a las que son fuentes
de alienación y a quienes pretenden imponerlas”. Guy Bajoit, “La emancipación
del individuo en la historia de la cultura occidental”, en Hugo José Suarez y Guy
Bajoit (coords.) La sociedad de la incertidumbre, UNAM-Instituto de Investigacio-
nes Sociales, México, 2013, p. 25.
44 Cfr. Émile Durkheim, La división del trabajo social, op. cit., p. 181.

37
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

sólo contiene estados personales a cada uno de nosotros y que nos carac-
terizan, mientras que los estados que comprende la otra son comunes a
toda la sociedad”.45
El hecho de que el progreso de la división del trabajo esté ligado al
declive de la solidaridad mecánica no significa que surja de forma espon-
tánea, pues aquélla sólo es posible a partir de antecedentes comunitarios;
es decir, que los procesos de diferenciación, y por ende el reconocimiento
de la individualidad o del sentido, necesitan de condiciones previas de in-
tegración social.46 Esta relación queda ejemplificada en la formación de
contratos: siendo éstos el producto por excelencia de la división del traba-
jo, expresan jurídicamente las relaciones de cooperación entre individuos
que intercambian trabajo, dinero, bienes o servicios;47 sin embargo, el que
dos individuos formalicen un intercambio no significa que los términos
del contrato que han establecido sean definidos por sí mismos o que los
efectos de su relación los impacten sólo a ellos. Y es que la garantía de que
los compromisos estipulados en el contrato serán cumplidos por ambas
partes –o que habrá una justa sanción de no hacerlo–, así como los efectos
del intercambio recaen precisamente en una instancia colectiva.48
Para Durkheim, la cohesión generada por la división del trabajo se
refleja en una coordinación armónica de las funciones sociales, y se ca-
racteriza por un reconocimiento generalizado de que la observancia de los
contratos debe estar asegurada por prescripciones jurídicas de carácter co-
lectivo. El establecimiento de intercambios supone la existencia de indivi-
duos con iniciativa propia para elegir con quiénes relacionarse, lo que hace
del contrato un acto voluntario;49 sin embargo, que sus términos estén

45 Ibidem, p. 115.
46 En sus propios términos, Peter Berger y Thomas Luckman concibieron la
dependencia de la individualidad a la socialización: “El sentido (Sinn) se constituye
en la conciencia humana: en la conciencia del individuo, que está individualizado
en un cuerpo vivo (Leib) y ha sido socializado como persona. La conciencia, la
individualización, la especificidad del cuerpo vivo, la socialidad y la construcción
histórico-social de la identidad personal son características de nuestra especie,
sobre cuya filogenia y ontogenia no cabe hacer aquí mayores consideraciones”.
Peter Berger y Thomas Luckmann, Modernidad, pluralismo y crisis de sentido. La
orientación del hombre moderno, Paidós, Barcelona, 1997, pp. 30-31.
47 Cfr. Ibidem, p. 134.
48 Cfr. Ibidem, p. 231.
49 “Los únicos compromisos que merecen tal nombre [contrato] son los queri-
dos por los individuos y que no tienen otro origen que [la] libre voluntad. A la

38
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

regulados colectivamente implica que los compromisos contraídos rebasen


los límites de la relación interindividual: al cooperar, el individuo adquiere
deberes que no había contemplado al inicio, pues del cumplimiento de
sus compromisos depende no sólo un beneficio singular, sino también el
correcto funcionamiento social.50
De ahí la crítica que el sociólogo dedicó a la postura de Spencer sobre
la solidaridad contractual. Mientras uno consideró al intercambio forma-
lizado en el contrato como el principio sobre el que se basa la sociedad, el
otro combatió esta visión afirmando que lo colectivo no se sostiene por
un conjunto de relaciones individuales, y mucho menos que éstas se man-
tengan solamente en el ámbito económico; de otro modo, si se acepta lo
planteado por Spencer, señala Durkheim lo siguiente:
La solidaridad social no sería, pues, otra cosa que el
acuerdo espontáneo de los intereses individuales, acuerdo
del cual los contratos son la expresión natural. El tipo de las
relaciones sociales sería la relación económica, desembaraza-
da de toda reglamentación y tal como resulta de la iniciativa
enteramente libre de las partes. En una palabra, la sociedad
no sería más que el órgano que pone en relación a los indivi-
duos que cambian los productos de su trabajo, y, sin acción
alguna propiamente social, venga a regular ese cambio.51
De esta manera se comprende que la división del trabajo no es fruto de
una simple agregación de voluntades individuales que se relacionan por
mero interés, dado que esas relaciones ocultan mecanismos de alcances
sociales. La cooperación provoca que el principio de mutua dependencia
vaya más allá de la utilidad individual y material, para convertirse en la base
sobre la que se sostiene el tejido social. Mientras las funciones sociales
permanecen en frecuente contacto, los individuos que las ejercen están
unidos por lazos que superan la contingencia; y en la medida de que cada
función sea dependiente de las demás, entre todas forman un sistema so-
lidario que asigna a los individuos deberes permanentes.52

inversa, toda obligación que no ha sido mutuamente consentida no tiene nada de


contractual”. Ibidem, p. 225.
50 Cfr. Ibidem, p. 229.
51 Ibidem, p. 217.
52 Cfr. Ibidem, p. 242.

39
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Durkheim concede una relevancia moral a la división del trabajo, de-


bido a que ve en este fenómeno la respuesta a una de las grandes contra-
dicciones motivadas por el debate sociológico: aquella que considera una
relación de dependencia entre la sociedad y el individuo, a pesar de la
autonomía que éste ha ganado con la modernidad. Al cuestionarse sobre
cómo puede el individuo ser más autónomo y al mismo tiempo más de-
pendiente de la sociedad,53 el sociólogo planteó que la solidaridad derivada
de la división del trabajo permite el desenvolvimiento de la personalidad
individual, a la vez que generaliza un sentimiento de dependencia, tanto a
los otros como a la sociedad en su conjunto, gracias a la coordinación de
las funciones sociales. Y es precisamente a partir de este sentimiento que
se logra afianzar la solidaridad orgánica:
Como el individuo no se basta, recibe de la sociedad
cuanto le es necesario, y para ella es para quien trabaja. Se
forma así un sentimiento muy fuerte del estado de depen-
dencia en que se encuentra: se habitúa a estimarse en su
justo valor, es decir, a no mirarse sino como la parte del
todo, el órgano de un organismo. Tales sentimientos son de
naturaleza capaz de inspirar, no sólo esos sacrificios diarios
que aseguran el desenvolvimiento regular de la vida social
diaria, sino también, en ocasiones, actos de renunciamiento
completo y de abnegación sin límite. Por su parte, la so-
ciedad aprende a mirar a los miembros que la componen,
no como cosas sobre las cuales tiene derechos, sino como
cooperadores de los que no puede prescindir y frente a los
cuales tiene deberes.54
Cuando el individuo sabe que su acción tiende a un fin social, le atribuye
un valor más alto que si sólo le representara una ventaja personal; del
mismo modo, reconoce lo importante que es para él la acción de los otros,
y por eso no los pierde de vista. El que la solidaridad orgánica suponga
una coordinación entre órganos que desempeñan distintas funciones, no
significa que entre los individuos se imponga una rutina que deban realizar
mecánicamente, pues el hombre “no es […] una máquina que repite los
movimientos cuya dirección no percibe, sino que sabe que van dirigidos a

53 Cfr. Ibidem, p. 47.


54 Ibidem, p. 243.

40
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

alguna parte, hacia un fin, que percibe más o menos distintamente. Siente
que sirve para algo”.55
Ahora bien, cualquier tipo de solidaridad se consolida a partir de un
sistema de normas que determina las acciones que están prohibidas co-
lectivamente, o bien aquellas que impulsan una acción en particular; en
el caso de la solidaridad orgánica, las normas tienen el fin de regular la
concurrencia funcional de los órganos y las relaciones sociales en general.56
A su vez, las obligaciones que se desprenden del sometimiento a la norma
generan expectativas funcionales que ejercen una cierta presión sobre el
comportamiento individual, y hacen que el egoísmo y el altruismo se ajus-
ten de tal forma que permitan construir vínculos de dependencia respecto
a la sociedad.
En suma, desde las prácticas hasta las normas, la solidaridad evoca un
sentido moral por el que los individuos asumen la superioridad de los fines
sociales y le dan sentido a sus acciones y relaciones. Mientras las normas
y las instituciones sean efectivas, los individuos tienen claro el sentido del
deber y de la norma; y mientras las obligaciones que la sociedad les ads-
cribe sean consentidas racionalmente, éstos contribuyen a la conservación
de la unidad social cumpliendo con sus funciones. Más allá del ámbito
funcional, los individuos manifiestan el reconocimiento de esa superiori-
dad a través de una actitud altruista, gracias a la que resuelven que “[…]
no pueden vivir juntos sin entenderse y, por consiguiente, sin sacrificarse
mutuamente, sin ligarse unos a otros de una manera fuerte y duradera”.57
Para Durkheim, este sentido moral y la solidaridad social se tensan
cuando disminuye la efectividad de las normas e instituciones. El sociólo-
go afirmó que dicha disminución era una consecuencia de la transforma-
ción súbita de las estructuras sociales impulsada por el progreso industrial;
teóricamente, atribuía lo anterior a que la rapidez con que se gesta el cam-
bio impide a las normas e instituciones sociales consolidarse lo suficiente
para cumplir sus cometidos, principalmente el de forjar en los individuos
el sentido del deber.58 Ante la sentencia de que sólo en sociedad el hombre
55 Ibidem, p. 292.
56 Para ahondar en el papel que juega el derecho, denominado por Durkheim
como restitutivo, en la solidaridad orgánica, ver Ibidem, pp. 121-130.
57 Ibidem, p. 243.
58 Tanto en las conclusiones de La división del trabajo social como en las de El
suicidio, Durkheim hace hincapié en el hecho de que las sociedades impulsadas por
la doctrina del progreso incrementan las posibilidades de padecer esta patología
social.

41
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

reconoce el valor de sus acciones y las de los otros, diagnosticó que la falta
de regulación detona un estado de desintegración y alienación.
A través del concepto de anomia, Durkheim caracterizó aquel estado,
considerado como patológico, por el que la ausencia de normas e institu-
ciones produce una desarticulación del tejido social y, al mismo tiempo,
un desorden individual al no lograr fijarse un sentimiento de respeto y
contención frente a la norma. En palabras del sociólogo, la anomia sobre-
viene cuando “[…] en ciertos puntos de la sociedad hay falta de fuerzas co-
lectivas, es decir, de grupos constituidos para reglamentar la vida social”.59
Como consecuencia, las funciones sociales pierden todo sentido de corres-
pondencia mutua,60 y dejan de existir frenos que contengan las tendencias
egoístas de los individuos, desorientando el sentido de sus acciones y el
interés hacia la acción y destino de los otros.61
El carácter moral concedido a la solidaridad reflejó la convicción intrín-
seca en los primeros discursos sociológicos de construir un orden estable
que atendiera a las transformaciones del industrialismo, sobre todo aque-
lla que produjo la emancipación individual del dominio colectivo. La de
Durkheim representó, en ese sentido, una de las propuestas más sólidas
que intentaron resolver la oposición clásica sociedad-individuo al advertir
la reformulación de un nuevo vínculo que, si bien no correspondía a los
principios del vínculo anterior –el de la solidaridad mecánica–, también
tenía la finalidad de crear un sentido de colectividad.
Las implicaciones de la perspectiva durkheimiana sobre la cohesión
social superan cualquier valoración sobre el contexto en el que fue con-
cebida, pues los fenómenos que determinaron los estudios del sociólo-
go francés han persistido hasta épocas recientes, haciendo cada vez más
necesario traerlo a nuestro tiempo para elaborar diagnósticos en torno
a fenómenos que van de la globalización hasta la desigualdad y la indivi-
dualización, pasando por diversas manifestaciones de desorden social. En
este sentido, la antítesis solidaridad-anomia se presenta como un recurso
59 Émile Durkheim, El suicidio. Estudio de sociología, Reus, Madrid, 1928, p. 429.
60 Émile Durkheim, La división del trabajo social, op. cit., p. 387.
61 En La división del trabajo social Durkheim señala que en este estado el in-
dividuo “no es ya la célula viviente de un organismo vital, que vibra sin cesar al
contacto de las células vecinas, que actúa sobre ellas y responde a su vez a su ac-
ción, se extiende, se contrae, se pliega y se transforma según las necesidades y las
circunstancias[…]”; por otro lado, en El suicidio afirma: “En el suicidio anómico
son las pasiones propiamente individuales las que la necesitan y quedan sin norma
que les regule”. Ibidem, p. 390; El suicidio, op. cit., p. 278.

42
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

valioso para delimitar dos estados específicos en el fenómeno de la cohe-


sión, caracterizados por la fortaleza y debilidad de los lazos sociales.
Aunque se reconoce en Durkheim una de las posturas más contunden-
tes alrededor de la cohesión social, en Alemania otro sociólogo reflexio-
naba –al mismo tiempo que el francés– sobre este tema, pero desde una
perspectiva distinta: Georg Simmel. Mientras que uno planteó el fenóme-
no de la cohesión desde una doble visión –funcional y moral–, teniendo
como anclaje el principio de la división del trabajo; el otro la concibió
desde una dimensión microsocial y a partir de otro fenómeno, al que
consideró imprescindible para emprender un estudio sobre la cohesión:
el conflicto.

I.V Georg Simmel: el conflicto


como factor de unidad
Para Simmel, el propósito de la sociología estriba en el estudio de la emer-
gencia y organización de fuerzas, relaciones y elementos que permiten a
los individuos construir vínculos de socialización. Al ser el producto de
esa capacidad para construir vínculos, la sociedad representa la superficie
sobre la que los hombres proyectan los resultados de sus experiencias co-
munes, pero también el subsuelo donde germina la vida individual, es de-
cir, se trata del espacio que posibilita la unidad de lo diverso sin anularlo,
y que incluso fomenta el desenvolvimiento de las situaciones y fenómenos
particulares.62
La forma en que Simmel comprendió la cohesión social estuvo de-
terminada por el sentido que articula la dinámica interna de la sociología
misma; en otras palabras, su postura frente a este fenómeno suponía el
posicionamiento privilegiado de la acción social como factor que motiva
la unidad de los individuos. Este argumento no es más que una evocación
a los postulados que caracterizaron la obra de Max Weber, quien también
pensó en la sociedad como un entramado de acciones mutuas entre indivi-
duos, por las cuales orientan el destino del escenario social, en el entendi-
do de que al actuar por cuenta propia, cada uno hace posible la evolución
de un orden de diferenciación.63

62 Cfr. Georg Simmel, El pobre, Sequitur, Madrid, 2011, p. 74.


63 “Cuando Federico el Grande designa al príncipe como ‘el primer juez, como el
primer financiero, el primer ministro de la sociedad’ y, simultáneamente, sin em-
bargo, como ‘hombre idéntico al menor de sus súbditos’, documenta con ello hasta

43
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Ahora bien, la evolución de este orden de diferenciación promueve una


forma de unidad entre los individuos que reafirma la dinámica social. La
diferenciación dota al individuo de una cierta autonomía con respecto a
la sociedad, pero también lo impulsa a seguir perteneciendo a ella cuando
cumple con las expectativas que le demanda. Un individuo reafirma su pa-
pel en la sociedad cuando ésta cumple, por ejemplo, con sus expectativas
laborales, lo que le permite interactuar con aquellos que han logrado al-
canzar la misma satisfacción; en estas condiciones, quienes logran cumplir
sus expectativas están destinados a encontrar elementos en común por los
que eventualmente construirán una unidad social:
Este término [unidad] sirve para referirse al acuerdo y
cohesión entre los elementos sociales, en contraposición a
su separación y disociación; pero la unidad es también la
síntesis de las personas, de las energías, y las formas consti-
tutivas del grupo consideradas en su globalidad final, es de-
cir, incluyendo los factores tanto unitarios como dualistas.64
Cuando los mecanismos de socialización se activan –a través de una
objetivación de la acción social– se concretizan los elementos necesarios
de influencia mutua; este escenario permite la interacción de las acciones
particulares en términos espacio-temporales y la consolidación de los vín-
culos necesarios para conservar la unidad social. Por tanto, al proponerse
explicar teóricamente las manifestaciones de la cohesión social, la sociolo-
gía, y las ciencias sociales en general, deben partir del supuesto de que este
fenómeno es una condición para la emergencia de la sociedad, entendida
como colectividad.65 De esta forma, resulta fundamental comprender los

qué punto el concepto general de hombre se ha hecho absolutamente dominante


en la representación de lo humano y cómo su valor ha puesto bajo su férula todas
las diferencias individuales. Pero, en último término, ese hombre universal apare-
ce justamente como individuo, debiendo ser alguien que obra por cuenta propia,
responsable únicamente ante sí mismo, en clara contraposición a todas las normas
heredadas de la Edad Media, que sólo conocían al hombre como miembro de un
gremio, como elemento de una colectividad”. Georg Simmel, La ley individual y
otros escritos, Paidós, Barcelona, 2003, pp. 116-117.
64 Georg Simmel, El conflicto. Sociología del antagonismo, Sequitur, Madrid, 2010,
p. 19.
65 “Toda colectividad que une las energías e intereses de un gran número de
individuos, sólo puede detenerse en las particularidades personales si media una
división del trabajo en el organismo colectivo, con órganos ejerciendo funciones

44
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

mecanismos de la reciprocidad de la acción, pues a través de éstos es que


emergen las diferentes formas de socialización que definen cada estructura
social.
En primer lugar, la socialización está sujeta a los intereses particulares
con los que cada individuo fija los límites de su acción.66 Si se ven en estos
intereses las expectativas individuales frente a la sociedad de las que se ha-
bló anteriormente, se entenderá que así como de su satisfacción dependen
las interacciones que hacen posible la unidad social, de su confrontación
surgen manifestaciones que la tensionan. Aunque la búsqueda de paz a
través de la reciprocidad y el entendimiento mutuo es una expresión parti-
cular de la socialización, existen otras expresiones que indican la lucha en-
tre intereses que suelen ser contrapuestos; en este sentido, los mecanismos
de cooperación y orden se contraponen a los de competencia y disputa, por
cuanto representan la oposición unidad-diferencia.
El hecho de que las manifestaciones de antagonismo sean consideradas
por algunos como nocivas para la unidad social, esto no significa que no
sean necesarias. Para Simmel, el conflicto es una forma de socialización
dado que, por un lado, confirma la distinción necesaria entre los indivi-
duos que entablan cualquier tipo de relación y, por otro, es un elemento
que detona las tendencias de unidad –en el supuesto que sólo se une aque-
llo que está separado–,67 en general, es un factor que, dentro de ciertos
límites, contribuye a la cohesión social.
Desde una perspectiva teórica, Simmel abordó el conflicto apoyándose
en dos ejes, que de igual forma impactan en el concepto de cohesión so-
cial. El primero guarda relación con la naturaleza sociológica del conflicto,
es decir, con los mecanismos que hacen de éste una forma de socialización

diferenciadas. Pero cuando es preciso actuar de manera uniforme, ya sea directa-


mente o a través de un órgano representativo, el contenido de la acción sólo puede
incluir aquel mínimo de la esfera personal que coincide con la de todos los demás
sujetos”. Georg Simmel, El pobre, op. cit., p. 54.
66 La confluencia entre acción social y autonomía individual propuesta por Sim-
mel también tuvo eco en el trabajo de Berger y Luckmann: “La vida diaria está
llena de secuencias de acción social y la identidad del individuo se forma tan sólo
en dicha acción. Las aprehensiones puramente subjetivas son el fundamento de la
construcción de sentido; los estratos más simples del sentido pueden crearse en
la experiencia subjetiva de una persona. Los estratos superiores y una estructura
más compleja del mismo dependen de la objetivización del sentido subjetivo en la
acción social”. Peter Berger y Thomas Luckmann, op. cit., p. 30.
67 Cfr. Georg Simmel, El conflicto, op. cit., p. 17.

45
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

y facilitan la emergencia de una unidad.68 El segundo, es relativo a un


análisis del conflicto según las características estructurales del grupo social
en donde se gesta; en otras palabras, implica un tratamiento a partir de las
estructuras donde surge este fenómeno, así como de las estructuras que
produce.69
De esta forma, las expresiones del conflicto no son menos importantes
que las tendencias a la unidad para plantear una noción integral sobre la
cohesión social. No puede entenderse la socialización humana sólo como
resultado de la cooperación, la simpatía y la solidaridad, porque en ella
también hay lugar para la discordia, la lucha mutua y la diferencia; los
hombres interactúan motivados por el interés hacia los otros, lo cual no
omite el hecho de que lo hagan contraponiendo sus intereses particulares.
Al tratarse de dos formas opuestas de interacción, no puede atribuirse a
una el nacimiento de la otra –pues las fuentes de las que brotan no son las
mismas–, sin embargo, para los efectos de la cohesión, incluso el conflicto
debe conducir a la unidad, aunque sus manifestaciones sean antitéticas.
Es importante señalar el énfasis que puso Simmel sobre ciertas ma-
nifestaciones del conflicto para señalarlo como un tipo de socialización.
Si bien éste contribuye a reafirmar la diferencia entre los individuos, y a
que dispongan de su acción para establecer una unidad a partir del mutuo
acuerdo, cuando supone el desconocimiento de esa diferencia y empuja a
la eliminación de aquellos que mantienen la disputa, se convierte en un
factor nocivo para la cohesión –simplemente porque pasó de ser conflicto
a mera violencia.70 Así, mientras mantengan su funcionalidad social, las
expresiones del conflicto seguirán perteneciendo a la experiencia de la vida
social.

68 “El conflicto es, sin embargo, un hecho sui generis, y subordinarlo al concepto
de unidad resulta tan forzado como vano, toda vez que significa la negación de la
unidad (…) Para que el individuo logre la unidad de su personalidad, no basta con
que los contenidos de la misma se armonicen conforme a unas normas específicas,
ya sean religiosas o éticas; la contradicción o el conflicto también intervienen, no
ya sólo precediendo la unidad sino en cada momento de la unidad del individuo”.
Ibidem, p. 18.
69 Cfr. Ibidem, p. 25.
70 En palabras de Simmel, “cuando el conflicto busca la muerte del otro, el
elemento creador de unidad queda completamente destruido, pero basta una li-
mitación de la violencia, una mínima consideración del otro, para que se dé un
momento de socialización, aunque sólo sea por contención”. Ibidem, p. 26.

46
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

El conflicto presenta un horizonte de socialización articulado por un


complejo espectro de posibilidades de interacción social, que van desde
el antagonismo interindividual –motivado por el odio, la envidia, la ne-
cesidad o el deseo–, hasta el conflicto entre grupos sociales –por cuestio-
nes étnicas, religiosas o de identidad; todas estas están determinadas por
mecanismos que incluyen la confrontación, la disociación, la ruptura y la
competencia. Al final, todas estas posibilidades de interacción conflictiva
engloban las características antes señaladas, por cuanto confirman la dis-
tinción individual y potencializan las acciones que tenderán eventualmente
a la unidad.
Bajo factores espacio-temporales, el conflicto es un principio que actúa
como fuerza integradora al interior de un grupo. Incluso Simmel indica
que “cuanto más puramente negativo […] es el carácter de una hostilidad,
más fácil será llegar a una alianza entre elementos que, sin ese motivo, en
modo alguno formarían una comunidad”.71 Esta afirmación tiene una no-
table importancia porque invierte los resultados clásicos que acotan cual-
quier manifestación conflictiva a un acto de consecuencias nocivas; para
el sociólogo, el conflicto también puede ser analizado desde una óptica
positiva, pues el antagonismo que lo motiva impulsa a los individuos a es-
tablecer nuevas relaciones que sean benéficas para ambas partes –situación
que caracteriza, por ejemplo, a las luchas por la reivindicación de grupos
e individuos desfavorecidos o excluidos–, logrando con ello la satisfacción
de sus expectativas.
La mayoría de las veces, la connotación que se asigna al conflicto es
negativa porque el dualismo de sus expresiones no logra percibirse –de
modo que se les engloba a todas a partir de las primeras que saltan a la
vista; esta perspectiva restringe la posibilidad de contemplar la dinámica
social dentro de un horizonte más extenso, que ayude a interpretar en tér-
minos teóricos la idea de cohesión social. Por ejemplo, la predisposición
a observar en toda forma de conflicto un peligro limita las visiones que
atribuyen a la unidad la existencia de fuertes oposiciones que, por obra de
las fuerzas sintéticas, permiten que la competencia y la disputa no deriven
en antagonismos disolventes.72
En suma, cualquier postura en torno a la cohesión social debe tomar
en cuenta, en primer lugar, que la socialización se alimenta de tendencias
que provienen de una doble fuente: la unidad y el conflicto. Mientras unas

71 Ibidem, p. 78.
72 Cfr. Ibidem, p. 51.

47
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

reafirman la calidad singular de los individuos y la inevitable contrapo-


sición de sus intereses, las otras sintetizan las energías particulares y las
encaminan hacia objetivos compartidos. En segundo lugar, las aproxima-
ciones teóricas a la cohesión social deben considerar al conflicto a partir de
dos dimensiones: una que lo inserta como factor inherente a la dinámica
social –y que es la consecuencia del punto anterior– y otra que lo señala
como una tendencia nociva para la unidad en el momento que pierde su
funcionalidad y hace de la desintegración un fin en sí mismo.
Aunque las tendencias convergentes (unidad) y divergentes (conflicto)
se fueron distinguiendo a lo largo de la evolución histórica de las relacio-
nes sociales, Simmel advierte la necesidad de considerar ambas como la
impronta del fenómeno de socialización.73 De lo anterior se desprende que
el conflicto es inherente a la sociedad, de la misma forma que lo es en el
hombre –en quien se presenta como un instinto:
Incluso en relaciones armoniosas y en personalidades
dóciles, este instinto de oposición aparece con la necesidad
de un movimiento reflejo, que se integra, aun sin efectos
perceptibles, en la situación global. Podríamos considerarlo
como un instinto de protección [...], lo cual demostraría el
carácter primario, fundamental de la oposición, pues signifi-
caría que la persona, ante la expresión objetiva de los otros y
aún sin ser atacada, se relaciona primariamente oponiéndose
y que su primer instinto de afirmación está en la negación
del otro.74
En la búsqueda de los antecedentes teóricos del concepto cohesión social,
la propuesta de Simmel ofrece las coordenadas necesarias para analizar
integralmente los procesos de socialización. A partir de la noción de con-
flicto, el sociólogo planteó una dialéctica en la formación de los lazos
sociales, en la cual quedaron englobadas todas las manifestaciones posibles
que presenta la interacción individual y grupal. Si bien la cohesión social
es el resultado de actitudes motivadas por el interés y dependencia mutuas,
también es el producto de situaciones caracterizadas por el antagonismo
y la disputa; de modo que al socializar, el hombre no sólo desdobla su

73 Cfr. Georg Simmel, “Sociología: Estudios sobre las formas de socialización”,


Revista de Occidente, Madrid, 1927, p. 274.
74 Georg Simmel, El conflicto, op. cit., p. 29.

48
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

personalidad solidaria, sino también una personalidad que, aunque no sea


realmente atacada, necesita oponerse y negar al otro para afirmarse.75
Las perspectivas que fueron rescatadas en este capítulo representan
sólo una parte de todas las valoraciones y estudios realizados en torno a
un concepto que ha franqueado con premura a la filosofía y las ciencias
sociales; sin embargo, la razón de que se seleccionaran estas visiones es-
triba en que presentaron explicaciones y propuestas alrededor del orden
social generado por el industrialismo. En primer lugar, a partir de ellas se
lograron plantear los principios en los que se basaría la cohesión de las so-
ciedades modernas, más allá de una noción esencialista sobre lo social, y de
cara a las transformaciones que impulsó el crecimiento de la economía; en
segundo lugar, se elaboraron explicaciones sistemáticas sobre la dinámica
social del orden industrial desde la apreciación de nuevos vínculos, siendo
el principal aquel que representa la cooperación.
Finalmente, y como consecuencia de lo anterior, estas propuestas re-
flejaron una segunda discusión que fue simultánea a la del establecimiento
y conservación del orden social: se trata de aquella que ubicó al indivi-
dualismo como uno de los principios de las sociedades industriales y del
concepto moderno de cohesión. Si, como se dijo más arriba, se consideran
los primeros esbozos sobre este concepto como la respuesta a fenómenos
que transformaron el orden tradicional, se verá que también el desarrollo
mismo de la modernidad influyó en las posiciones sobre la cohesión social.
Es precisamente aludiendo al individualismo, como fenómeno y concepto,
que se puede observar el desplazamiento del tema de la cohesión social en
la discusión académica, pero también el impacto de la dinámica industrial
sobre la estabilidad de las sociedades modernas.
En el siguiente capítulo se discutirá el papel que ha tomado la evo-
lución de la modernidad en las posturas sobre el orden social; cómo la
tensión individualismo-cohesión social no sólo ha sido el reflejo de una
disputa intelectual y académica, sino también de una serie de fenómenos
que siguen transformando nuestro mundo; y finalmente se analizará a qué
retos se enfrenta quien emprende la tarea de reflexionar sobre la cohesión
actualmente.

75 Cfr. Georg Simmel, “Sociología: Estudios sobre las formas de socialización”,


op. cit., p. 279.

49
II. El individualismo y
la pérdida de sentido:
desafíos de la cohesión
social en la era moderna

La dinámica de las sociedades contemporáneas ha impuesto un sinnúmero


de desafíos al mantenimiento de las relaciones que en ellas se establecen
y, en general, de los medios que facilitan su continuidad e integración.
Gran cantidad de los teóricos dedicados a asignar una categoría que defina
a las sociedades –segunda modernidad,76 modernidad reflexiva,77 sociedad
global del riesgo,78 posmodernidad,79 sociedad postindustrial,80 la era de la
información,81 hipermodernidad82 y modernidad líquida83– concuerdan en
que éste es un momento de crisis que se manifiesta en la incertidumbre
ante la vida y en la falta de sentido. Las transformaciones de los sistemas

76 Ulrich Beck, Libertad o capitalismo: Conversaciones con Johannes Williams,


Paidós, Barcelona, 2002; Anthony Giddens, Un mundo desbocado: Los efectos de
la globalización en nuestras vidas, Taurus, Madrid, 2001 y Anthony Giddens, Las
consecuencias de la modernidad, Alianza, Madrid, 1993.
77 Ulrich Beck, Anthony Giddens y Scott Lash, Modernizacion reflexiva: política,
tradición y estética en el orden social moderno, Alianza, Madrid, 1997.
78 Ulrich Beck, La sociedad del riesgo global, Siglo XXI, Madrid, 2002.
79 Jean-François Lyotard, La condición posmoderna, Cátedra, Madrid, 1984, y
Gianni Vattimo, et. al., En torno a la posmodernidad, Anthropos, Barcelona, 1990.
80 Ronald Inglehart, Culture shift in advanced industrial society, Princeton Uni-
versity, Princeton, 1990.
81 Manuel Castells, La era de la información, Siglo XXI, México, 1999.
82 Gilles Lipovetsky, Los tiempos hipermodernos, Anagrama, Barcelona, 2006.
83 Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, Buenos
Aires, 2000.

51
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

sociales y políticos en el último tercio del siglo xx, han exigido una inme-
diata adaptación subjetiva que, las más de las veces, no puede efectuarse
dada la rapidez con que éstas ocurren. En estas circunstancias, la capacidad
para construir márgenes de certidumbre –incluso a corto plazo– disminuye
tras la paulatina dilución de los marcos de referencia del presente.
Aunque todas las sociedades son susceptibles al cambio de sus estruc-
turas, las transformaciones abruptas y continuas implican un peligro para
el mantenimiento de su cohesión, pues someten a los individuos a una
constante movilidad, a deshacer y entablar lazos frecuentemente, con cada
vez menos posibilidades de estabilizarlos. En este sentido, la seguridad de
ocupar un lugar definido dentro de dichas estructuras se desvanece ante las
nuevas exigencias que obligan al movimiento perpetuo. La pertenencia a la
sociedad ya no es garantía de la permanencia en la posición que se ocupa
en el presente, y hay menos certidumbre acerca de la dirección a la que
habrá que moverse posteriormente.
La velocidad con que se gestan los cambios hace al futuro aparente-
mente más cercano, pero a la vez más indefinible. Si no existe la garantía de
mantenerse en un lugar el tiempo suficiente como para adaptarse a las con-
diciones de vida que se impongan, y tampoco para emprender relaciones
estables, la posibilidad de que se “echen raíces” sobre el presente, así como
para crear marcos de referencia que sean útiles en el futuro, es mínima.
La incapacidad de plantear efectos previsibles a la acción incrementa los
niveles de riesgo respecto al cambio, y provoca la tensión de las relaciones
sociales al impedir la creación de expectativas razonadas sobre la acción de
los otros; es decir, cuando la acción futura y el porvenir en sí mismo son
poco visibles, ocurre un debilitamiento de la confianza.
Niklas Luhmann afirma que la confianza, como previsibilidad de la
acción, es un factor que disminuye la complejidad inherente al futuro:
“Donde hay confianza hay un aumento de posibilidades para la experien-
cia y la acción, hay un número de posibilidades que pueden reconciliarse
con la estructura, porque la confianza constituye una forma más efectiva
de reducción de la complejidad”.84 Incluso, puede observarse la presencia
de este concepto en las ideas de Durkheim en torno a la cooperación:
las relaciones intersubjetivas que se establecen gracias a la división del
trabajo deben dar lugar a una coordinación funcional, indispensable para

84 Niklas Luhmann, Confianza, Anthropos, Barcelona, 1996, p. 14.

52
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

la armonía de los órganos sociales, es decir, para el mantenimiento de la


solidaridad orgánica.85
En este sentido, la cohesión se ve amenazada por un cambio in-
controlable de las estructuras sociales, mismo que es inseparable de
factores económicos, políticos y subjetivos. Los elementos que ante-
riormente generaron integración (familia, trabajo, clase social) pierden
efectividad cuando el ritmo social los descarta como anclajes definitivos
–o cuando menos duraderos– de los vínculos interindividuales; a fuerza
de asimilar el cambio, los marcos sociales de referencia (institucionales y
simbólicos) se tornan más flexibles y menos funcionales en su cometido
de proyectar la acción individual, de ahí que el principal problema al que
se enfrentan las sociedades contemporáneas sea la pérdida de referentes.86
En síntesis, las condiciones que dan lugar a tal pérdida actualmente se
representan en un fenómeno: el individualismo.
Es importante señalar que la relación entre este fenómeno y el debili-
tamiento de la cohesión social está determinada por un punto de inflexión
en el desarrollo de la modernidad. Si bien la era moderna influyó en la
creación de un orden social distinto al agrario o tradicional, éste no fue
continuo a lo largo del tiempo. Mientras que en un inicio dicho orden
estuvo caracterizado por el contacto frecuente y necesario de las viejas
estructuras sociales, la diferenciación al interior como consecuencia de la
división del trabajo, el desarrollo e innovación de los medios de comuni-
cación, el crecimiento de la esfera económica y su predominio en la vida
social, en una etapa tardía supuso una radicalización de estos procesos.
La “segunda modernidad”,87 término al que se recurrirá para definir
esta etapa tardía, se identifica con los efectos que tuvo la estimulación
desmedida del capitalismo en el primer orden moderno desde el último

85 Émile Durkheim, La división del trabajo social, op. cit., pp. 164-165.
86 Cfr. Germán Pérez Fernández del Castillo, Modernización y desencanto. Los
efectos de la modernización mexicana en la subjetividad y la gobernabilidad, Porrúa,
México, 2008.
87 Ulrich Beck utiliza esta categoría y señala que “[…] la primera modernidad
parte del hecho de que hay límites, demarcaciones claras, como la distinción en-
tre sociedad y naturaleza, la diferencia entre yo y los otros, entre guerra y paz,
o entre Estados-nación con fronteras antropológicamente predeterminadas, que
forman el marco de decisión política. En la segunda modernidad nuevas formas de
disyunción inclusiva del tipo ‘tanto lo uno como lo otro’”. Véase Enrique Lynch,
“Conversación con Ulrich Beck”, Letras Libres, julio de 2003, URL=http://www.
letraslibres.com/index.php?art=8955, consultado el 11 de septiembre de 2014.

53
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

tercio del siglo xx. La presencia del mercado en las diversas esferas de la
vida generalizó el principio de desregulación; del mismo modo, la defensa
de la libertad individual y la propiedad privada, que al comienzo fue la base
de la cooperación, condujo a la flexibilidad de las relaciones sociales y al
predominio del interés privado. En resumen, de ser un fenómeno carac-
terístico en la consolidación del orden social moderno, el individualismo
se convirtió en factor de desintegración social en la segunda etapa de su
desarrollo.
El lugar que ha ocupado el individualismo en el ámbito teórico es una
de las vías para sopesar el valor que se le ha atribuido en las sociedades
modernas. Como se dijo al final del capítulo anterior, la consolidación
del industrialismo motivó discusiones no sólo sobre los principios en los
que se asentaría el nuevo orden y sobre cómo se mantendría cohesionado,
sino también respecto a la relevancia del individualismo como respuesta
a ambos cuestionamientos. Por medio de las siguientes perspectivas se
buscará distinguir la influencia de este fenómeno en términos sociales y
discursivos en los dos momentos que han determinado el desarrollo de
la modernidad: primero, el individualismo como principio de cohesión
social; segundo, el individualismo como factor de desintegración social.

II.I El individualismo y la cohesión social


en la primera modernidad
Un síntoma de la llegada de la modernidad fue el cambio sustancial en
el estatus del individuo. Hasta antes del siglo xviii la comunidad ejercía
sobre él un poder subyugante, pues contenía sus impulsos y determinaba
su acción al asignarle una función definida; es decir, en ella se desdoblaba
una organización de tipo holista en la que cada persona ocupaba una po-
sición inamovible en la esfera social. Si se piensa de nuevo en el concepto
durkheimiano de solidaridad mecánica, el lazo social en las comunidades
tradicionales era aquél que hacía confluir a los individuos en un grupo
homogéneo a consecuencia de la semejanza, y en el que la sociedad englo-
baba las conciencias de todos sus miembros.88
El reconocimiento de la autonomía individual, al margen de la per-
tenencia a los grupos sociales, estuvo ligado al desarraigo de los vínculos

88 Cfr. Émile Durkheim, La división del trabajo social, op. cit., p. 188.

54
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

tradicionales.89 El progreso de la economía capitalista sobre la base de la


industrialización dio lugar a un sinnúmero de exigencias que obligaron a
la apertura de las viejas estructuras: la migración del campo a las ciudades,
el crecimiento de los centros urbanos, y el paso de la producción agraria a
la industrial fueron tan sólo unos de los tantos factores que contribuyeron
a la flexibilización de los grupos sociales.90
El peso que anteriormente tenían las aldeas y las familias sobre los
individuos –no hay que olvidar que la composición de las primeras se
debió en parte a la extensión de las segundas–, disminuyó en razón de la
necesidad de éstos por abandonar sus lugares de origen, en consecuencia,
el poder de aquéllas devino obsoleto para quienes dejaron de percibirlo.
Además, las nuevas estructuras liberarían a los individuos de la influencia
aplastante que ejercieron las colectividades, posicionándolos como unidad
indivisible del lazo social y motivando, al mismo tiempo, el desarrollo de
su capacidad reflexiva.
La libertad individual fue el principio por antonomasia de la primera
modernidad. A medida que cada individuo se escindía de las comunidades
tradicionales y se reconocía a sí mismo como una persona independiente,
tomaba consciencia de su lugar en el mundo y de la importancia que tenía
su acción para dominarlo. Despojado de las trabas que sometían su con-
ducta, reclamó el arbitrio –antes detentado por la comunidad- sobre sus
propias decisiones, por lo que al serle otorgada libertad en la acción le fue
también “[…] proporcionado un enorme poder, tanto para el control de la
naturaleza como para el manejo de los asuntos humanos”.91
Sin embargo, el que la acción individual fuera liberada de las viejas ata-
duras no la hacía renuente a cualquier tipo de límite. Precisamente por el
hecho de que la autonomía del individuo frente a la comunidad se ligaba al
desarrollo de su capacidad reflexiva, su acción habría de determinarse por
el pronunciamiento de juicios racionales y la disposición a comportarse
según los preceptos de la razón. Estas cualidades, por las que los indivi-
duos adquirían humanidad y se sobreponían a una condición natural, sólo
podían tenerse y perfeccionarse con la socialización:

89 Cfr. Robert Castel, La inseguridad social, ¿Qué es estar protegido?, Manantial,


Buenos Aires, 2004, p. 19.
90 Cfr. Ernest Gellner, Naciones y nacionalismo, Alianza, Madrid, 2001, p. 39.
91 Peter Berger, Un mundo sin hogar. Modernización y conciencia, punto límite, Sal
Terrae, Santander, 1979, p. 186.

55
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

[En la modernidad] Se pretendía que la libertad indivi-


dual –la libertad de seguir el camino de la razón– encontrara
un cimiento sólido en la capacidad de actuar de la especie,
en la capacidad colectiva de la humanidad de corregir los
errores y los descuidos de la naturaleza, así como los pro-
pios. El individuo nada más podía ser realmente libre -es
decir, no un esclavo de sus pasiones y deseos prehumanos
o inhumanos- dentro de la todopoderosa colectividad hu-
mana.92
En este sentido, la adhesión a los grupos sociales no desapareció porque
los individuos se sacudieron el yugo comunitario; por el contrario, habrían
de construir nuevas formas para mantenerse unidos. El individualismo
apareció entonces como un fenómeno y un concepto inseparable de cierta
noción sobre lo social:93 mientras el individuo afirmó su autonomía gracias
a su capacidad racional, se convirtió en el centro sobre el que se remitirían
los lazos establecidos en el orden moderno. A consecuencia de la relevan-
cia que éste cobró, la cohesión social derivaría de un vínculo que respon-
diera tanto a las exigencias de orden como a las de respeto por la libertad.
Dos instituciones centrales de la sociedad moderna contribuyeron a
satisfacer este doble requerimiento: la economía de mercado y la democra-
cia. Por una parte, el desenvolvimiento de la propiedad privada y el creci-
miento masivo de los mercados impulsaron el individualismo, alterando la
antigua conformación comunitaria.94 A fuerza de mantener un desarrollo
constante del capitalismo, los nuevos vínculos sociales plantearon una re-
92 Zygmunt Bauman, En busca de la política, Fondo de Cultura Económica, Bue-
nos Aires, 2001, p. 80.
93 Incluso como concepto tuvo una aparición bastante tardía. A decir de Toc-
queville, “[…] el individualismo es una expresión reciente, que una idea nueva ha
hecho nacer. Nuestros padres no conocían más que el egoísmo”. Alexis de Toc-
queville, La democracia en América, Folio, Barcelona, 2000, p. 185. Recordemos
que la primera parte del libro citado fue publicada en 1835.
94 Para algunos, la expansión de la propiedad privada fue una de las causas del
individualismo, por cuanto el hombre tomó consciencia, gracias al trabajo, de la
influencia exclusiva que ejercía sobre el mundo. John Locke señaló los efectos del
trabajo al afirmar: “Dios […] ha dado el mundo para que el hombre trabajador y
racional lo use; y es el trabajo lo que da derecho a la propiedad, y no los delirios
y la avaricia de los revoltosos y los pendencieros”. Llevaría el argumento más allá
del fenómeno de la propiedad al decir: “Dios, que ha dado en común el mundo
a los hombres, también les ha dado la razón, a fin de que hagan uso de ella para

56
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

lación basada en la transacción y el intercambio entre individuos que se


saben independientes y con intereses propios; desde esta perspectiva, en
las interacciones “[…] cada persona importa y, puede definir, al menos
teóricamente, su destino de manera autónoma”.95
Las relaciones sociales se establecieron como un vínculo interindivi-
dual sobre la forma de las transacciones económicas. A los individuos, en
tanto personalidades autónomas, se les concedió la autoridad para deter-
minar sus aspiraciones y los medios con los que habrían de satisfacerlas;
de este modo, al no haber más limitaciones que condicionaran su desen-
volvimiento, tendrían la libertad de decidir con quién interactuar y, sobre
todo, de establecer los términos de sus interacciones, con el mismo poder
de decisión para finalizarlas. Volviendo a Spencer, una de las expresiones
formales de este tipo de solidaridad fue el contrato.96
Ante el cuestionamiento sobre la capacidad del mercado para fundar el
lazo social –considerando los inconvenientes de una relación entre indivi-
duos con intereses que podrían ser divergentes– la economía clásica inten-
tó resolver el problema atribuyendo un componente moral en los vínculos
económicos. Mientras Smith, al que se tuvo oportunidad de revisar en
el capítulo anterior, consideró al homo economicus como un sujeto moral
capaz de sentir simpatía por sus semejantes, otros como Mandeville con-
cedieron virtudes civilizatorias al comercio.97 En general, para esta visión
el intercambio no se reducía a la satisfacción de necesidades e intereses
privados, ya que los beneficios para quienes lo entablaban iban más allá de
lo puramente individual.
Si, por el momento, se mantienen al margen las propuestas del libera-
lismo económico, en las que el mismo Smith contribuyó, es posible obser-
var que una de las premisas de la primera modernidad fue la indisociable
relación entre lo social y lo económico; es decir, que el crecimiento de la

conseguir mayor beneficio de la vida, y mayores ventajas”. John Locke, Segundo


Tratado sobre el Gobierno Civil, Alianza, Madrid, 2000, pp. 56-61.
95 Francisco Javier Díaz; Patricio Meller, “Violencia y cohesión social en América
Latina: perspectiva introductoria”, en Francisco Javier Díaz; Patricio Meller (eds.),
Violencia y cohesión social en América Latina, CIEPLAN, Santiago de Chile, 2012,
p. 14.
96 Cfr. Herbert Spencer, El individuo contra el Estado, op.cit.
97 Para ahondar en una revisión esquemática de las perspectivas de la teoría
económica en torno a la cohesión social, ver Carlos Peña, El concepto de cohesión
social, op. cit., pp. 41-43. Una perspectiva interesante ligada a la cohesión social se
expone en Jorge Márquez, Más allá del Homo Oeconomicus, Galma, México, 2007.

57
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

economía de mercado influyó en la construcción del orden social a partir


de sus principios. Por ejemplo, los estamentos de las sociedades tradicio-
nales, como posiciones atribuidas por la herencia, fueron reemplazados
por las clases, estratos basados en la función económica, y en los que la
pertenencia se debía en gran medida a un logro individual. A diferencia de
los estamentos, las clases “[…] exigían que uno se les ‘uniera’, y las mem-
bresías debían ser renovadas continuamente, reconfirmadas y probadas por
el comportamiento de todos los días”.98
En general, la incursión del individuo en la sociedad dependía de la
protección de su autonomía. Por eso es que la expansión y el progreso
del mercado no pueden entenderse sin la intervención de otra institución:
la democracia. Si el presupuesto de la primera modernidad fue el adve-
nimiento del individuo como centro, los actos en defensa de la libertad
serían aquellos que impulsaran y garantizaran la individualidad;99 en el
terreno de la política, la democracia contribuiría con esta defensa al liberar
a los individuos del despotismo.
Además de cumplir con una función liberadora, esta institución pro-
movió la confluencia entre el interés público y el privado. La noción de
ciudadanía, piedra angular del edificio sociopolítico liberal, planteó la per-
tenencia del individuo a una nueva comunidad –la política–, al mismo
tiempo que fue la impronta del ejercicio de la libertad como derecho in-
alienable del hombre.100 En este sentido, la democracia representativa fue
la respuesta moderna al cómo se consolidaría el individualismo, sin que
ello fuera necesariamente en detrimento de la cohesión social, pues dio la
posibilidad al individuo, en el papel de ciudadano, de ejercer su libertad
de decisión para la formación del interés público, vía la elección de repre-
sentantes.
El proyecto inicial de la modernidad contempló que ambas institucio-
nes, mercado y democracia, resolverían la oposición individuo-sociedad:
en una, la sociedad estaría constituida por el conjunto de vínculos inter-
subjetivos de la esfera económica; para la otra, la ciudadanía expresaría la
doble condición del individuo como portador de derechos y contrayente
de deberes cívicos. En suma, el individualismo no apareció en esta etapa
como contrario a la cohesión social, sino como una condición para con-

98 Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, op. cit., p. 38.


99 Cfr. John Stuart Mill, Sobre la libertad, Alianza, Madrid, 1997, p. 90.
100 Cfr. John Stuart Mill, Del gobierno representativo, Tecnos, Madrid, 2007,
p. 54.

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¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

solidar el nuevo orden, y también como un principio alrededor del cual


habría una confluencia generalizada, pues como señaló John Stuart Mill:
“En proporción al desenvolvimiento de su individualidad, cada persona ad-
quiere mayor valor para sí mismo y es capaz, por consiguiente, de adquirir
mayor valor para lo demás”.101
No obstante, las visiones respecto al individualismo tampoco fueron
del todo favorables. Sin obviar la posición conservadora que lo combatió a
toda costa, por representar un peligro para la integración social y política,
algunas reflexiones provenientes del liberalismo ofrecieron una perspectiva
más crítica sobre las desventajas de un ejercicio ilimitado de la libertad
individual. En el centro de dichas reflexiones resonó la preocupación cons-
tante de que esa libertad se convirtiera en un instrumento de rechazo a la
socialización, provocando un despliegue de la esfera privada por encima de
la pública; por eso se aludió a la necesidad de condicionarla.
Por una parte, la perspectiva de Alexis de Tocqueville sobre el indivi-
dualismo denotaba que su promoción era un contrapeso al poder avasallante
del Estado, pero que su desenvolvimiento excesivo tendería a desvincular a
los individuos de cualquier tipo de pertenencia. En una democracia como la
estadounidense, que el fomento de la libertad individual permitiera el desem-
barazo de poderes despóticos no significaba que los hombres se deshicieran
de todos los lazos que los unían a cualquier grupo; incluso en las sociedades
donde se tiene un sentido desarrollado sobre la autonomía y la libertad, deben
existir medios para conservar una noción sobre lo colectivo que contrarreste la
potencial propensión a la desintegración.
Según Tocqueville, la consecuencia más funesta de una reivindicación
a toda costa de la libertad individual es la siguiente:
[…] no estando ya los hombres vinculados unos a otros
por ningún lazo de castas, de clases, de corporaciones ni de
familias, se sienten demasiado inclinados a preocuparse sólo
de sus intereses particulares, exageradamente arrastrados a
enfocarse sólo en sí mismos y a recogerse en un individua-
lismo estrecho que ahoga toda virtud pública.102
Para evitar esto, el filósofo francés atribuyó a las asociaciones intermedias
entre el Estado y el individuo la capacidad de contener las tendencias tota-

101 John Stuart Mill, Sobre la libertad, op. cit., p. 135.


102 Alexis de Tocqueville, El antiguo régimen y la revolución, Fondo de Cultura
Económica, México, 2006, p. 101.

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Pablo Armando González Ulloa Aguirre

lizadoras que suprimen la libertad, así como las tendencias disgregadoras


de un ejercicio desmedido de esta última.103
Por otra parte, y a pesar de ser un implacable defensor de la libertad de
“los modernos”, Benjamín Constant no soslayó el hecho de que un indivi-
duo que atiende en demasía su propio interés se vuelve incapaz de contri-
buir en la formación y cumplimiento del interés público. La indiferencia
hacia lo común no sería posible si “[…] absorbiendo[nos] demasiado en
el goce de nuestra independencia privada y en procurar nuestros intereses
particulares, no renunciamos con mucha facilidad al derecho de tomar
parte en el gobierno político”.104 Si en la era moderna la libertad se asoció
con la autonomía individual, eso no significaba que los hombres se sustrajeran
de sus obligaciones, pues al final ésta comprende también la obligación de
participar en los asuntos públicos.
En resumen, el individualismo en la primera modernidad estuvo de-
terminado por una comprensión condicionada de la libertad, en la que la
autonomía no era contraria a la integración social; por el contrario, era
el requisito para la construcción de un nuevo vínculo en el que se reco-
nocían derechos al individuo, en tanto unidad indivisible, pero también
se le atribuían obligaciones por el hecho de pertenecer a colectividades,
siendo la principal el Estado. De esto se desprende el por qué la igualdad
se convirtió en otro pilar del individualismo: ésta operaba haciendo ver al
individuo que el ejercicio de su libertad tenía como límite la libertad de
sus semejantes, y que así como todos gozaban de los mismos derechos,
también estaban llamados a cumplir con deberes.105
Contra la expansión desmedida del interés privado y el debilitamiento
del público, factores propios de un individualismo egoísta o negativo,106 se

103 Cfr. Alexis de Tocqueville, La democracia en América, op. cit., pp. 207-209.
104 Benjamín Constant, Sobre la libertad en los antiguos y en los modernos, Tecnos,
Madrid, 2002, p. 90.
105 Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiem-
pos democráticos, Anagrama, Barcelona, 2008.
106 Existe una marcada ambigüedad en el uso de los términos individualismo e
individualización. Por un lado, se recurre al primero para dar cuenta del fenómeno
de escisión individual de las estructuras tradicionales y, más específicamente, de
la corriente de la filosofía moral y política que defiende la autonomía individual
frente al despotismo; por otro, el segundo término es usado frecuentemente para
referir un proceso de diferenciación que en no pocas ocasiones tiene un sentido
negativo, y que se halla vinculado con el fenómeno de la desintegración social.
Ambos términos son intercambiados por diversos autores al hacer alusión a ese

60
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

gestó en el terreno de la filosofía y la política la consagración del deber,


que pronto se expandió al ámbito de las costumbres. Este individualismo
egoísta –que representaba una visión contrapuesta a aquella que lo hacía
compatible con el orden social– fue contrarrestado con una moral que
vino a afirmar la autonomía del sujeto que sólo obedece a la ley de su
naturaleza racional o a una regla libremente aceptada;107 una moral que se
alejó de las prescripciones religiosas para asentarse sobre la razón. De este
modo, las primeras consideraciones en torno al individualismo fueron el
producto de ideas que buscaban una armonización, en no pocas ocasiones
problemática, entre la sociedad y el individuo, tan indispensable para lo-
grar la consolidación de la modernidad.
El éxito inicial de la sociedad moderna se debió, como señalan Berger
y Luckmann, a un doble movimiento de legalización de la vida social y de
moralización formal de ciertas esferas de acción. Mientras el primer mo-
vimiento refiere “[…] a que el sistema funcional es regulado por normas
abstractas establecidas por escrito y aplicables a todos los miembros de
una sociedad”,108 el segundo corresponde “[…] a un intento por resolver
problemas éticos concretos que se presentan en esferas de acción indivi-
duales”.109 Ambos implicaron un desplazamiento del carácter moral, del
mundo de las ideas al de las relaciones sociales.
La compatibilidad entre derechos y deberes impulsada en la primera
modernidad corrió con tanta suerte que hay quienes, como Gilles Lipo-
vetsky, dicen que su éxito se extendió hasta épocas recientes:
Hasta mediados del siglo xx, las sociedades modernas
glorifican los derechos del individuo igual y autónomo, pero
en todas partes se requiere de los deberes que conjuren los
peligros individualistas del espíritu del goce y de anarquía.

sentido negativo. A efecto de no crear confusiones sobre su uso, se establecerá una


equivalencia entre individualización e individualismo en sentido negativo. Cfr.
Gilles Lipovetsky, Metamorfosis de la cultura liberal. Ética, medios de comunica-
ción, empresa, Anagrama, Barcelona, 2003; Richard Sennett, El respeto. Sobre la
dignidad del hombre en un mundo de desigualdad, Anagrama, Barcelona, 2003 y
Alain Touraine, Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy, Paidós,
Barcelona, 2005.
107 Cfr. Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, op. cit., p. 27.
108 Peter Berger y Thomas Luckmann, Modernidad, pluralismo y crisis de sentido,
op. cit. p. 67.
109 Ídem.

61
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

La afirmación de la soberanía individual y del reconocimien-


to del derecho a la felicidad han ido a la par con la celebra-
ción de la primacía de la deuda hacia la colectividad […].110
Finalmente, la cultura del deber tuvo los mismos efectos que Luhmann
atribuye a la confianza en las relaciones sociales: mientras supuso la im-
posición de pautas habituales de conducta, el individuo incrementó las
posibilidades de prever la acción de los otros, y en general todos tuvieron
mayores expectativas sobre el futuro al haber asegurado la conducta del
presente. En otras palabras, “[…] gracias a la monotonía y a la regularidad
de patrones de conducta recomendados, inculcados y compulsivos, los hu-
manos saben cómo actuar en la mayoría de los casos y rara vez enfrentan
una situación que no esté señalizada”.111
En un escenario en el que el individuo sabe cómo actuar y hacia dónde
dirigirse, hay mayor confianza para que enfrente el futuro. Y eso fue lo que
produjo inicialmente la modernidad: dotó al hombre con la capacidad de
proyectar su acción a largo plazo, haciendo del ‘para toda la vida’ la cláusu-
la de todos los compromisos que contrajera. La “solidez”112 que Zygmunt
Bauman concede a esta etapa de la modernidad tiene que ver justamente
con un estado en el que tanto la intensidad de las relaciones sociales como
las expectativas sobre el tiempo permanecen relativamente estables, con
todos los efectos subjetivos que ello implica.
Recapitulando, en un primer momento el individualismo fue el prin-
cipio básico para el funcionamiento de la economía de mercado, así como
el fundamento de un proyecto político destinado a reconciliar las esferas
de lo público y lo privado; de ahí que las nociones sobre el nuevo orden
fueran compatibles con la defensa de la autonomía individual. Aunque
muchos filósofos y sociólogos del siglo xix advirtieron los peligros del
ejercicio irrestricto de la libertad, afirmaron que éstos se podían mitigar
con el establecimiento de límites institucionales y simbólicos que gene-
raran vínculos y elementos de confluencia entre lo social y lo individual.
Por su parte, esta confluencia dio lugar a nuevas realidades y categorías
que fungieron como puntos de anclaje para la acción: clase social, familia
nuclear, Estado-nación, democracia; libertad, igualdad, solidaridad, etc.
Todas ellas daban cuenta de un orden social estable en el que los indi-
viduos se encontraban seguros de disponer de los medios para construir
110 Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, op. cit., p. 41.
111 Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, op. cit., p. 26.
112 Ibidem, p. 134.

62
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

su identidad, pues ésta les venía casi automáticamente por obra de sus
filiaciones colectivas. De este modo, la expresión moderna del auxilio que
antes daban las comunidades tradicionales fue la asignación de identida-
des a través de la pertenencia; la certeza de que se ocupa un lugar en el
mundo.113
Para caracterizar el papel que juega el individualismo en las sociedades
contemporáneas habrá que distinguir el sentido problemático de su rela-
ción con la cohesión social en la primera etapa de la modernidad. Mientras
que en un inicio los efectos nocivos del individualismo se asociaban con
una primacía del interés privado sobre el público, posteriormente se dieron
como consecuencia de una disolución sistemática de los límites institu-
cionales y simbólicos; en este sentido, al no haber suficientes puntos de
encuentro entre los individuos disminuyó la confianza para relacionarse,
así como para sentirse protegidos por sus instituciones y autoridades. En
otras palabras, si el individualismo negativo en la primera modernidad era
producto de un ejercicio ilimitado de la libertad, en la segunda se debió
además a un debilitamiento del orden social.

II.II El individualismo en la segunda modernidad


El periodo de crisis que, según algunos autores, atraviesan las sociedades
contemporáneas no es más que un segundo estrato de la modernidad en
el que las realidades, instituciones y categorías son cada vez más débiles
y, sobre todo, menos útiles para los individuos. Como se dijo al inicio, el
agotamiento de los anclajes sociales no está ligado al individualismo, sino
cuando éste se desarrolla excesivamente; es decir, por sí mismo no tiene
efectos nocivos porque, al ser la consecuencia de la industrialización de las
sociedades, es un factor imprescindible en la constitución de sus nuevos
vínculos.114 De modo que la nocividad de este fenómeno le viene cuando,
al exacerbarse, impide el mantenimiento de la cohesión social.
En el último siglo y medio, la revolución de las comunicaciones im-
puso una dinámica de interacción constante entre las estructuras sociales
113 Cfr. Zygmunt Bauman, Identidad, Losada, Buenos Aires, 2005, p. 57.
114 De la misma forma, Beck ha caracterizado esta crisis a partir del proceso de
“modernización de la modernidad industrial”, en el que la reflexividad individual
llega a tal punto que trasciende los límites de la modernidad encaminada hacia lo
normativo y rompe con sus estructuras. Cfr. Ulrich Beck, “Teoría de la moder-
nización reflexiva”, en Josetxo Beriain (comp.), Las consecuencias perversas de la
modernidad, Anthropos, Barcelona, 1996, pp. 231-233.

63
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

de la era industrial, llevándolas a fundirse en un conjunto de relaciones.


Aunque la interdependencia que produjo este contacto fue económica en
primera instancia, su efecto en las demás esferas no tardó en propagarse,
de tal forma que motivó “[…] la transformación del tiempo y del espacio
en nuestras vidas. Acontecimientos lejanos, económicos o no, nos afectan
más directa e inmediatamente que nunca. A la inversa, las decisiones que
tomamos como individuos tienen, con frecuencia, implicaciones globa-
les”.115
La globalización, concepto con el que se ha tratado de definir este
proceso, se identifica con “[…] una intensificación de las relaciones a escala
planetaria que provoca una influencia recíproca entre sucesos de carácter
local y otros que acontecen en lugares bien distantes”.116 En un escenario
donde las sociedades expanden los límites de sus estructuras a causa del
crecimiento, es inevitable que exista un flujo continuo de bienes y perso-
nas, y no sólo eso, sino que también incremente la velocidad de ese flujo
cuando hay una disposición de los medios para estrechar las distancias de
los intercambios.
Es la intensidad de las relaciones y el impacto que ejerce la interde-
pendencia de las sociedades lo que identifica entonces a la globalización,
pues juntos, estos factores intervienen en los modos de gestión del cambio
histórico.117 En la segunda modernidad, el principal cambio que se ha
impulsado es la construcción de un sistema de redes a nivel global, desti-
nado a reducir las brechas espacio-temporales y a disolver cualquier tipo
de barreras para la vigorización de los flujos. Pese al reconocimiento de
asuntos con repercusiones locales, la globalización supone que la mayor
parte de éstos tiene implicaciones planetarias, por lo que es necesario que
las lógicas de la vida social sean susceptibles a homogeneizarse.
En este sentido, el desarrollo ilimitado de la economía de mercado en
el último siglo –y de una concepción específica sobre el individuo– fue
posible gracias al contagio de la lógica globalizadora. Llevado a sus últimas
consecuencias, este desarrollo condujo a la hegemonía del orden econó-
mico, “[…] tan poderosa que a finales del siglo xx [fue] posible hablar de

115 Anthony Giddens, La tercera vía. La renovación de la social-democracia,


Taurus, México, 2000, p. 43.
116 Anthony Giddens, citado en Jürgen Habermas, La inclusión del otro, Paidós,
Barcelona, 1999, pp. 97-98.
117 Cfr. Alain Touraine, Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy,
op. cit., p. 41.

64
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

civilización del mercado o de la empresa”.118 Desde la desregulación de los


flujos económicos –basada en el principio de que no existe autoridad capaz
de imponer controles sociales y políticos a una economía que se despliega
a nivel mundial–, hasta el descentramiento del Estado en la esfera públi-
ca,119 han contribuido a la transmisión global de las prácticas de mercado
en todos los ámbitos de la vida,120 y a la germinación de las condiciones
idóneas para un individualismo egoísta, tan temido por los autores que
más arriba fueron retomados.
Dado que los efectos de la desregulación rebasan el ámbito económico,
ahora la globalización se asocia con “[…] el carácter indeterminado, in-
gobernable y autopropulsado de los asuntos mundiales; la ausencia de un
centro, una oficina de control, un directorio, una agencia general”.121 Y es
que liberar a la economía de un denso sistema de deberes éticos, cierta-
mente no contribuye a destrabar la reciprocidad humana de los obstáculos
que la condicionan; por el contrario, conservar tan sólo el “nexo del dine-
ro” conduce a un individualismo excesivo, en el que las personas caen en
una suerte de darwinismo social y desamparo, sobre todo económico, pero
también político y cultural. Aunque el proyecto de la segunda modernidad
apuntó nuevamente hacia la liberación individual, ahora las ataduras que
habrían de abolirse fueron las instituciones y categorías creadas durante la
etapa que la precedió; se trató de un “derretimiento de los sólidos” que
dieron certidumbre para vivir en el orden moderno.122
En este sentido, la presencia del mercado como único punto de anclaje
no reduce la complejidad de las relaciones sociales, sino que la incrementa.
Al abandonar la proposición que hacía de éste un medio para alcanzar fines
sociales, el mercado se ha convertido en un fin en sí mismo; de esta forma,
sus prácticas aparecen como la única vía para establecer contacto con los

118 Sophie Bessis, De la exclusión social a la cohesión social, Síntesis del Coloquio
de Roskilde, 2 a 4 de marzo de 1995, Universidad de Roskilde, MOST-UNES-
CO-Universidad de Roskilde, Dinamarca, 1995, p. 28.
119 Cfr. Michel Crozier, Samuel Huntington y Joji Watanuki, The crisis of demo-
cracy: Report on the governability of democracies to the Trilateral Commission, Nueva
York, New York University Press, 1975.
120 Alain Touraine, Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy, op.
cit., pp. 35-36; Laval y Pierre Dardot, La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la
sociedad neoliberal, op. cit., 133-156.
121 Zygmunt Bauman, La globalización. Consecuencias humanas, Fondo de Cul-
tura Económica, México, 1999, p. 80.
122 Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, op. cit., p. 10.

65
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

otros. Si antes era un vehículo mediante el cual los individuos buscaban


satisfacer sus necesidades, ahora parece que la relación se ha invertido: los
individuos se encuentran subordinados por los movimientos del mercado,
y sin alternativas para pensar de otro modo sus vínculos.
Aunque el individualismo en esta etapa se caracteriza también por el
valor inconmensurable que se da al interés privado, esta atribución está li-
gada a la disolución de los referentes sociales de la primera modernidad. Al
principio, el desarraigo de las comunidades tradicionales hizo de la libertad
un derecho impugnable del individuo, y de su ejercicio una condición para
la socialización; sin embargo, ahora defender la libertad a toda costa, in-
cluso por encima de los otros, es el imperativo que determina la acción. Si
además son insuficientes las presiones sociales para contener el desarrollo
de esa libertad, no existen motivos para que los individuos mantengan sus
lazos más allá de lo que les dicte su interés.
Ahora bien, que no haya obstáculos para que los individuos satisfagan
sus intereses no significa que se encuentren en un estado más confortable.
Actualmente, el mundo ofrece un panorama de formas de vida que sólo
se compara con la diversidad de posibilidades de consumo que brinda el
mercado; así, mientras los lazos que atan a las personas a una red de obli-
gaciones sociales se aflojan, incrementan las opciones para que se muevan
libremente.123 La libertad de elección se ha convertido en la expresión más
decantada de la autonomía individual, desde que se consideró un principio
indispensable para el funcionamiento de la democracia; por otra parte, el
mercado ha cobrado aún mayor importancia, pues se trata del medio por
el cual el individuo tiene la posibilidad de proyectar su acción conforme al
provecho que le traiga.124
Pero a medida que aumentan las opciones, la elección se vuelve más
trascendente. Incluso, lo que antes era un derecho, ahora es una obliga-
ción:
Hoy por hoy, los individuos tienen una mayor libertad
de elección no sólo en el consumo de bienes y servicios, sino
también en términos de elegir con quiénes quieren convivir
y con qué reglas. Se amplían pues, las opciones de elegir

123 Cfr. Francis Fukuyama, La gran ruptura. La naturaleza humana y la recons-


trucción del orden social, Atlántida, Madrid, 1999, p. 74.
124 Berger y Luckmann incluso afirman que “el ethos de la democracia trans-
forma la elección en un derecho humano fundamental”. Peter Berger y Thomas
Luckmann, Modernidad, pluralismo y crisis de sentido, op. cit., p. 87.

66
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

los principios morales, los gustos estéticos, las relaciones de


pertenencia e identificación. De hecho, los individuos se ven
obligados a diseñar y realizar sus planes de vida sin referen-
cia al marco habitual.125
Al mismo tiempo que están obligados a elegir entre una amplísima gama
de posibilidades, los individuos también deben reconocer que sus elec-
ciones son momentáneas, pues estarán sometidos frecuentemente a esta
dinámica a lo largo de sus vidas. En un contexto donde se prescinde de
los controles sociales, las personas devienen en artífices de su propio des-
tino, ya que no hay instancias que perfilen el sentido de sus acciones; y
cuando los efectos de sus elecciones son breves, se ven presionadas por
“tomar partido” a cada momento. Desde las más provechosas hasta las más
funestas, todas las decisiones son el producto de una elección individual,
de modo que cada quien debe asumirse como el único responsable de su
éxito o infortunio.
No puede cederse por entero al individuo la responsabilidad sobre sus
actos, sin que ello implique la acumulación de riesgos. Ante el debilita-
miento de los vínculos sociales, no hay forma de que éste prevea con cla-
ridad, o con un grado de certidumbre, las consecuencias de sus acciones,
incluso, de que sepa hacia dónde dirigirse; de cualquier modo, no le queda
más que enfrentar solo las secuelas de sus decisiones.126 El individualismo
de la segunda modernidad, en el que cada uno se ve como un Robinson, es
inseparable de la inseguridad frente al futuro. En su famosa caracterización
de la sociedad del riesgo, Beck señala los efectos nocivos del individualis-
mo:
Surgen formas y situaciones de existencia de tendencia
individualizada, las cuales obligan a las personas (en nombre
de la propia supervivencia material) a hacer de sí mismas el
centro de sus propios planes de vida y de su propio estilo de
vida. En este sentido, la individualización tiende a eliminar
las bases que tiene en el mundo de la vida un pensamien-

125 Norbert Lechner, “Desafíos de un desarrollo humano: individualización y


capital social”, en Bernardo Kliksberg y Luciano Tomassini (comps.), Capital
social y cultura: claves estratégicas para el desarrollo, Fondo de Cultura Económica,
Buenos Aires, 2000, p. 107.
126 Robert Castel, La inseguridad social, op. cit., pp. 82-83.

67
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

to que emplea categorías tradicionales de las sociedades de


grupos grandes (clases sociales, estamentos o capas).127
En el segundo estrato de la modernidad, el individualismo expresa la pro-
pagación de la lógica de mercado en los demás ámbitos de la vida. Mien-
tras se garantiza el desarrollo ilimitado de la economía, también se sustrae
a las relaciones sociales de diversos controles, haciendo a los actores que
intervienen en ellas los únicos responsables de mantenerlas. Si lo que pre-
valece en estas relaciones es la satisfacción del interés privado, se reducen
las posibilidades de consolidar un orden estable como el de la primera mo-
dernidad; por eso es que actualmente la cohesión social tiene en la pérdida
de referentes uno de sus principales desafíos. En los próximos apartados se
abordan las implicaciones sociales y subjetivas de estos fenómenos.

II.III Vínculo social


La generalización de las prácticas mercantiles destruye los principios sobre
los que se edificó el orden social moderno. Según Lipovetsky, en la últi-
mas décadas se ha puesto en órbita una “segunda revolución individualis-
ta”, marcada por el declive de los sistemas ideológicos y la reivindicación
en todos los planos del culto a la autonomía subjetiva, del derecho a au-
togobernarse.128 Este individualismo que se mantiene fuera de los límites
modernos se alimenta de nociones concretas en torno a la felicidad y el
bienestar privado, la libertad, el ocio y el goce erótico, ideas que logran
una difusión masiva gracias a los medios de comunicación.129
Desde otros puntos de vista, el cálculo racional-instrumental que ca-
racteriza a los intercambios en la esfera económica se transmite a todas
las relaciones sociales, fomentando en el contacto vis-à-vis la satisfacción
a toda costa del interés privado y la resultante indiferencia mutua. De la
misma forma, la revolución de las comunicaciones desterritorializa los có-

127 Ulrich Beck, La sociedad del riesgo, op. cit., p. 96.


128 Cfr. Gilles Lipovetsky, Metamorfosis de la cultura liberal, op. cit., p. 104.
129 Para Lipovetsky, el papel de los medios de comunicación en el aflojamiento
de los vínculos sociales es relevante, pues “[…] forman parte de esas fuerzas que
subyacen en la formidable dinámica de individualización de los modos de vida y los
comportamientos característica de nuestra época”. Ibidem, p. 103.

68
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

digos simbólicos, poniendo en entredicho los sentimientos de pertenencia,


e impidiendo que se afiancen horizontes de futuro compartido.130
En general, la supremacía de la esfera económica provoca que los vín-
culos sociales tomen la forma de una transacción. No es sólo que “[…]
todos nosotros [estemos] en y [seamos] del mercado, a la vez clientes y
mercancías”,131 sino que las mismas relaciones humanas se equiparan al
modelo de una sociedad de consumo, en la que todo se puede adquirir y
desechar. Si durante la era industrial el valor del individuo estaba determi-
nado por su capacidad de producción, ahora se define mayormente por su
capacidad de consumo;132 además, el establecimiento de sus lazos responde
a la necesidad de satisfacer un interés que se transforma continuamente,
dando lugar a intercambios temporales de mutuo beneficio.
Cuando el ciclo de las relaciones termina tan pronto como se obtiene el
beneficio esperado, resulta difícil mantener compromisos más allá del cor-
to plazo, y en los que las partes estén dispuestas a sacrificar más de lo que
pueden ganar. Incluso, la ausencia de instancias sociales pone de manifies-
to un previo entendimiento de que las condiciones de cada relación serán
estipuladas por quienes la establecen, atribuyéndose a sí mismos la facul-
tad de disolverla en cualquier momento, y sin motivos que comprometan
a mantener una deuda con los otros. El sentido mismo de reciprocidad se
socava desde que los individuos dejan de sentirse obligados a contraer más
responsabilidades que las que resultan de sus exigencias privadas.
La sobrecarga del interés privado y del aspecto emocional de la vida
íntima, van de la mano con una degradación del espacio público. El senti-
miento que los humanos experimentan como comunidad cuando sus bio-
grafías particulares se entretejen a lo largo de la historia, a través de una
interacción frecuente e intensa, no se percibe con fuerza en el momento
que cada uno asigna mayor valor a sus creencias, exigencias y emociones;
por eso es que la falta de asideros comunes sobre los cuales se pueden
compartir las biografías personales está asociada con el “eclipse de la co-

130 Barcellona Prieto, Postmodernidad y comunidad: regreso a la vinculación social,


citado en Nuria Cunill Grau, Repensando lo público a través de la sociedad. Nuevas
formas de gestión pública y representación social, Nueva Sociedad, Caracas, 1997, p.
190.
131 Zygmunt Bauman, Identidad, op. cit., p. 192.
132 Cfr. Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, nuevas tecnologías contra puestos de tra-
bajo: el nacimiento de una nueva era, Paidós, México, 1996, p. 279.

69
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

munidad”.133 Finalmente, ante el debilitamiento del espacio público, desa-


parecen los lugares y momentos de encuentro en los que se creaban nor-
mas, y se abre paso para que el individuo se constituya como su propia ley.
La irremediable descomposición de los vínculos solidarios surte sus
efectos en los principales núcleos de socialización humana: la familia y el
trabajo. A medida que el individualismo invade las relaciones sociales y la
dinámica de transformación constante impide que se consoliden referentes
simbólicos duraderos, la posición que ocupaban estos núcleos, así como
los lazos que los caracterizaban, se tornan cada vez más frágiles. En suma,
el declive de las funciones que anteriormente cumplían los vínculos fami-
liares y laborales es tan sólo un reflejo del declive de los vínculos sociales.

II.IV Familia
Pese a que en la primera modernidad sufrió diversas transformaciones
debido a la movilidad y la migración, la familia siguió ocupando un lugar
preponderante dentro de las categorías y escalas sociales. Ya en una forma
más reducida, fue considerada el primero de los núcleos de socialización
humana, donde comenzarían a forjarse las virtudes morales necesarias para
integrar a los individuos como futuros ciudadanos de las sociedades de-
mocráticas. En este sentido, las prácticas familiares fueron inseparables
de la cultura del deber que caracterizó en esta etapa al ámbito de las cos-
tumbres.134
Como una institución más en la estructura de las sociedades moder-
nas, la familia se identifica con la dialéctica típica entre mortalidad indivi-
dual e inmortalidad colectiva. La imbricación de las biografías personales,
que derivan unas de otras y se funden en un proceso de confluencia vital,
hacen de la familia una red de mutuo sostén y fortalecimiento. De modo

133 Cfr. Zygmunt Bauman, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hos-


til, Siglo XXI, Madrid, 2003, p. 59.
134 Esto no fue posible sin que antes la familia misma fuera sometida a una
intensa depuración moral. Lipovetsky señala a este respecto: “La etapa inaugural
de las democracias industriales se ha caracterizado por una estrategia sistemática
de normalización disciplinaria de las conductas de masas, por inculcar deberes con
miras a la creación de una célula familiar limpia, formal, ahorrativa”, por lo que
se dispuso, al menos para la familia obrera, “[…] llevar al padre de la taberna al
hogar, regularizar la uniones, reducir los nacimientos ilegítimos, separar los sexos
y las edades en el hábitat popular”. Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, op.
cit., p. 39.

70
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

que la vinculación entre el individuo y la colectividad, entre el interés


privado y el público, tienen en la familia uno de sus puntos de anclaje. A
decir de Bauman:
Todo mundo nace de una familia y todos pueden (deben,
estar llamados a) dar origen a una familia. La familia de la
que uno es producto y la familia que uno produce son los
eslabones de una larga cadena de parentesco-afinidad que
precede al nacimiento y que sobrevivirá al deceso de todos
los individuos que ha contenido y contendrá.135
La consolidación de la modernidad implicó que la revolución de los dere-
chos individuales impactara en el ámbito familiar. A la par del fomento al
respeto y la obediencia –virtudes asociadas a las obligaciones entre padres e
hijos–, se fue reconociendo formalmente la autonomía de sus integrantes.
Desde la introducción del divorcio136 hasta la reivindicación de los dere-
chos de la mujer en el terreno público, pasando por la liberación de las
prácticas sexuales y la distinción entre vínculo sexual y vínculo familiar,
la apertura del concepto inicial de familia supuso la transformación de
los deberes que en ésta se establecían, pero sin vulnerar su funcionalidad
social.
No obstante, el paso a la segunda modernidad impuso una delgada
línea entre la defensa de la autonomía individual en el terreno familiar y
el aflojamiento de las obligaciones que en él se producen. Si se aclara la
distancia que separa a la función social que cumple la familia de las con-
cepciones concretas que se elaboran alrededor suyo, es posible observar
que la transformación de los vínculos familiares en pos de la libertad indi-
vidual –en lo que podría definirse como un combate a las ideas y prácticas
“moralistas”– pronto conllevó a su desarticulación. La clave del debilita-
miento de la familia se encuentra entonces, no en el reconocimiento de
los derechos individuales, sino en las condiciones en que se gestó el nuevo
individualismo.
135 Zygmunt Bauman, En busca de la política, Fondo de Cultura Económica,
Buenos Aires, 2001, pp. 45-46.
136 Según los datos de Lipovetsky, el divorcio se introdujo por primera vez en
el derecho francés en 1792, pero tras un intervalo en el que fue abolido, se resta-
bleció definitivamente hasta 1884. Su establecimiento formal no evitó que en las
costumbres fuera una práctica limitada, pues la ruptura de los lazos matrimoniales
tenía efectos de marginación social especialmente para la mujer. Cfr. Gilles Lipo-
vetsky, El crepúsculo del deber, op. cit., p. 40.

71
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Por una parte, la movilidad social y geográfica mezcla los caminos y


las situaciones de vida de los individuos. Independientemente que este au-
mento en la complejidad de los contactos sea susceptible de afianzarse, va
acompañado de un impulso a la emancipación de los lazos familiares. De
esta forma, “los caminos de la vida de las personas se independizan frente a
las condiciones y a los lazos de donde preceden o que contraen, y adquie-
ren frente a ellos una realidad propia que los hace vivibles como un destino
personal”.137 Finalmente, el individuo que asume que su vida no depende
de los lazos familiares, pierde noción de los deberes que los sostienen.
Por otra parte, el reconocimiento del individuo como unidad repro-
ductiva de lo social supone que en y más allá de la familia éste tiene la
capacidad de asegurar por sí mismo su existencia en el mercado, y de
tener control sobre todos los vínculos y situaciones que constituyan su
biografía.138 Mientras la dinámica mercantil exija del individuo una movi-
lidad constante, se plantea como proyecto la existencia de una sociedad sin
familias ni matrimonios; la idea del “hombre hecho a sí mismo” lo despoja
de toda obligación o deuda, dado que no necesita más que de sí para ser.
La transacción económica requiere de vínculos sin limitaciones, en los que
los compromisos se cumplan a corto plazo; por eso es que “[…] la sociedad
de mercado realizada es también una sociedad sin niños, a no ser que los
niños crezcan con padres y madres móviles, solos”.139
La cifra creciente de divorcios remite a la fragilidad de los vínculos
matrimoniales y familiares.140 Específicamente, muestra que la idea de
crear una familia ahora se sustenta en una negociación: el compromiso
matrimonial supone que dos individualidades “[…] entran en una contra-
dictoria alianza con el fin de intercambiar las emociones de una manera
arreglada y hasta nuevo aviso”.141 El manejo del afecto en estos vínculos
se asemeja cada vez más a la administración de los bienes o servicios que
se intercambian, y que están estipulados en un contrato; mientras no se
137 Ulrich Beck, La sociedad del riesgo, op. cit., p. 105.
138 Ibidem, p. 98.
139 Ibidem, p. 153.
140 A manera de ejemplo, en 1980 por cada 100 matrimonios había 4 divorcios;
en 1990 y 2000 esta cifra se elevó a poco más de 7 divorcios, para 2005 el número
de divorcios por cada 100 matrimonios fue de casi 12 y al 2012 fue de 17 divorcios
por cada 100 matrimonios. Cfr. INEGI, Estadísticas de nupcialidad 1980-2012 (re-
lación de matrimonios-divorcios). Aunque también se deben tomar nuevas formas
de familia, que están sustituyendo a las tradicionales y no entren en lo censos.
141 Ulrich Beck, La sociedad del riesgo, op. cit., p. 98.

72
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

pierda más de lo que se pueda ganar, los compromisos se mantienen en


una renovación constante, como quien vuelve a contratar los servicios de
un prestador confiable.
El lugar que ocupa la familia en la actualidad responde, ahí donde
todavía se mantienen sus lazos o incluso se fomenta su fortalecimiento, ya
no a la sumisión del individuo a los deberes para con la colectividad que
representa, sino a la búsqueda individualizada de satisfacción emocional.
Aquella que logra afianzarse más allá de la lógica del “compromiso a pla-
zos”, se convierte en un refugio personalista ante un mundo despiadado en
el que los individuos deben valerse por sí mismos, y donde no habrá quién
sirva de apoyo para el que cae; es un núcleo a merced de las necesidades
de quien la construye, una prótesis disponible cada que se requiera de ella,
pero a la que no se le rinde cuentas.142
En nuestras sociedades, el hecho de pertenecer a una familia no pro-
porciona ni asegura a nadie sus condiciones de existencia de forma defini-
tiva. Como señala Maurice Godelier: “A todos nos hace falta dinero para
vivir, y la mayoría necesitamos trabajar para ganarlo, y es en tanto indivi-
duos separados que lo ganamos”.143 La segunda modernidad supone que
nuestra existencia social depende cada vez más de la economía, y que ante
sus movimientos cambian nuestras condiciones de vida; esta fluctuación
constante se observa principalmente en el trabajo.

II.V Trabajo
Durante gran parte de la historia, la supervivencia y el ritmo de la actividad
humana estuvieron íntimamente ligados, tanto a los ritmos de la natura-
leza como al dominio de las fuerzas físicas y humanas. Con la industriali-
zación, estos factores contribuyeron a establecer una lógica de producción
creciente; asimismo, la división del trabajo desplegó y organizó un sin-
número de labores con las que aquélla sería más eficiente. La estructura
social que resultó de esta distribución instaló un conjunto de posiciones
determinadas por la función que cada individuo cumplía dentro del proce-
so productivo, por lo que el crecimiento de la economía dependió de que
éstas se mantuvieran constantes.

142 Gilles Lipovetsky, Metamorfosis de la cultura liberal, op. cit., p. 40; El crepús-
culo del deber, op. cit., pp. 159-162.
143 Maurice Godelier, El enigma del don, Paidós, Barcelona, 1998, p. 12.

73
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

La estabilización de las funciones sociales tuvo como efecto que los


individuos se arraigaran a vínculos en los que, además de compartir la
realización de una tarea, habrían de desarrollar un sentido de pertenen-
cia. Como núcleo de socialización, la fábrica era el anclaje arquetípico de
la primera modernidad: en ella confluían y se entrelazaban las biogra-
fías individuales más allá de la familia, se compartía tanto el tiempo que
duraba la jornada como las preocupaciones cotidianas, se generalizaban
sentimientos y acciones de protesta contra condiciones laborales injustas,
etcétera. En suma, si bien la comprensión del vínculo social no puede
reducirse a la del vínculo laboral,144 es cierto que a partir del trabajo las
personas logran desarrollar un lazo solidario que contribuye al fortaleci-
miento de la cohesión social.
Las transformaciones en la organización del trabajo en la segunda mo-
dernidad han repercutido de forma directa en la calidad de vida de las
personas, y es posible apreciar también que a través de ellas ocurrió la sim-
biosis entre la lógica del mercado y el (des)orden social. Durante el último
siglo el aumento de la productividad –a consecuencia de las innovaciones
tecnológicas–, la disminución de los costos de producción y el incremento
potencial de la oferta de productos baratos, estimularon la expansión del
mercado y generaron un mayor número de puestos de trabajo. Estos facto-
res contribuyeron al diseño de un nuevo esquema de relaciones laborales:
En el modelo fordista, el trabajo seguro a tiempo com-
pleto era el gran integrador. Los cambios post-fordistas, ba-
sados en la automatización de los procesos, la incorporación
de tecnología avanzada y el énfasis en los servicios, están
provocando un descenso de la protección y una intensifica-
ción de la flexibilidad laboral, lo cual se expresa en un incre-
mento de los sentimientos de inseguridad e incertidumbre
entre la población ocupada.145
A partir de la década de los setenta se comenzó a advertir que la mutación
del capitalismo tenía como efecto la imposición de una movilidad gene-
ralizada de las relaciones laborales, las formaciones profesionales, y de las

144 Cfr. Dominique Méda, El trabajo. Un valor en peligro de extinción, Gedisa,


Barcelona, 1995.
145 Juan Carlos Feres y Pablo Villatoro, Un sistema de indicadores para el segui-
miento de la cohesión social en América Latina, CEPAL- EUROsociAL, Santiago
de Chile, 2007, p. 59.

74
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

protecciones asociadas al estatuto del empleo.146 En general, la revolución


tecnológica y de los servicios provocó un tránsito estructural en el em-
pleo (de los primeros dos sectores al tercero, de la fábrica y el campo a la
empresa) y su dependencia de los factores físicos y humanos a los flujos
económicos. Del mismo modo, la superación del modelo fordista de pro-
ducción supuso un aumento de las posibilidades en las que el trabajador
podría emplearse, es decir, que adquiría la capacidad de moverse dentro
de la estructura de su empresa, fuera funcional o incluso geográficamente,
dependiendo los requerimientos de la demanda.147
Gracias a estas nuevas condiciones, la flexibilidad se ha convertido en la
rúbrica del momento. Los cambios constantes, bruscos o repentinos de la eco-
nomía requieren de una rápida adaptación por parte de los individuos, aquí en su
posición de fuerza laboral; a la vez, las exigencias derivadas de la competencia en-
tre empresas deben ser cubiertas con una producción que cumpla en cantidad
y calidad las necesidades de los clientes. Al final, la adaptación “como sea” de
los trabajadores es el resultado de que el flujo entre producción y consumo se
tensione continuamente.148
Ante la intensificación de la competencia en todos los mercados del
mundo, la capacidad productiva de las empresas sirve para legitimar cual-
quier cosa: el remplazo de contratos permanentes y protegidos legalmen-
te por empleos temporales, los cuales dan pie a despidos instantáneos
o contratos ambiguos, y reducen las posibilidades de “hacer carrera”; la
dependencia de los salarios a los resultados obtenidos por cada empleado,
y en muchos casos su disminución sistemática; el desmantelamiento de
las protecciones sociales y la precarización de las condiciones de trabajo;

146 Cfr. Robert Castel, La inseguridad social, op. cit., p. 58.


147 Sennett ilustra este tránsito con un caso concreto: “A partir de los años
setenta, los productores japoneses de automóviles desafiaron la lógica militar del
fordismo; rediseñaron el proceso productivo de modo que equipos de obreros se
desplazaban de una tarea a otra, de un producto a otro, a medida que la demanda
fluctuaba y el objetivo cambiaba. Los nuevos directivos de Subaru insistieron en
que los trabajadores no tenían lugar fijo en sus plantas, invirtieron capital en plan-
tas fuera de Japón y vigilaron la demanda y sus propias operaciones mediante un
sistema informático muy sofisticado, con seguimiento mensual e incluso semanal
de los cambios de los mercados”. Richard Sennett, El respeto. Sobre la dignidad del
hombre en un mundo de desigualdad, Anagrama, Barcelona, 2003, p. 187.
148 Cfr. Jean-Pierre Durand, La cadena invisible. Flujo tenso y servidumbre vo-
luntaria, Fondo de Cultura Económica/Universidad Autónoma Metropolitana,
México, 2011, pp. 24-25.

75
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

la competencia entre empleados de una misma empresa, entre otras.149 El


impacto social y psicológico de la flexibilidad laboral supone la existencia
de un empleo “[…] sin seguridades inherentes, sin compromisos firmes
y sin derechos futuros”,150 y la generación de un contexto permanente de
incertidumbre.
El incremento de la productividad y la desregulación del mercado están
ligados a la precariedad laboral. Cuando las empresas se sumergen en la
lógica de la “ganancia a toda costa” dejan de asumir obligaciones con sus
trabajadores, al mismo tiempo que los empujan a aceptar cualquier condi-
ción para que puedan conservar sus empleos –asimismo, los trabajadores
se saben “sustituibles”; de esta forma, sin que tengan garantías que les
permitan exigir una mejora en el ambiente laboral, un esquema de protec-
ción social, o diseñar un plan de retiro con el cual mantener su calidad de
vida durante la vejez, los individuos no vuelven a tener una certeza en lo
que respecta al trabajo.
Y es que la incertidumbre generada por el trabajo es simbólica además
de material. En la medida que los seres humanos se piensan a sí mismos
como meros instrumentos de producción, pierden el sentido sobre la la-
bor que realizan y, si a esto se añade su sometimiento a una movilidad
constante, así como a una mayor carga de trabajo y estrés, tienen pocas
posibilidades de construir vínculos solidarios:
[…] si la duración media de un contrato laboral (“pro-
yecto”) en las unidades de alta tecnología más avanzadas […]
es de unos ochos meses, esa solidaridad de grupo que solía
proporcionar el caldo de cultivo de la democracia no tiene
tiempo de echar raíces ni de madurar. Hay pocos motivos
para esperar reciprocidad en la lealtad que uno profesa a un
grupo o a una organización. Es poco aconsejable (“irracio-
nal”) brindar semejante lealtad a crédito cuando es improba-
ble que le paguen a uno con la misma moneda.151
Quien se emplea por contratos temporales es incapaz de establecer re-
laciones duraderas con sus compañeros, e incluso no tiene motivos para
hacerlo al estar consciente, de antemano, de esa temporalidad; por otro

149 Cfr. Zygmunt Bauman, En busca de la política, op. cit., p. 38; André Gorz,
Miserias del presente, riqueza de lo posible, Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 26.
150 Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, op. cit., p. 173.
151 Zygmun Bauman, Identidad, op. cit., p. 70.

76
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

lado, para quienes conservar su empleo depende de qué tan productivos


sean, se impone una competencia en la que “todo se vale” y donde no hay
lugar para el apoyo mutuo. En ambos casos, los términos de los contratos
permiten a los patrones tener la menor cantidad posible de obligaciones
con los trabajadores. El crecimiento del mercado y la consolidación de la
sociedad de consumo requieren que los compromisos entre consumidor
y productor, empleador y trabajador, y entre los mismos trabajadores, no
vayan más allá de la transacción, y que sean tan variables en el tiempo que
puedan contraerse “a plazos”.
Pero no todas las consecuencias de la adaptación a la lógica del merca-
do se reflejan en una precarización de las condiciones de vida del trabaja-
dor o en la incapacidad de establecer compromisos formales a largo plazo,
sino también en un número cada vez mayor de personas que son arrojadas
al desempleo. Pese a liberar al hombre de excesivas cargas laborales –al
ser sustituido paulatinamente por máquinas–, la revolución tecnológica
ha supuesto que el principio de eficiencia sea llevado al punto en que se
pueda prescindir de la mano de obra en algunos sectores;152 por eso es que,
al producir una disminución de la oferta laboral, este fenómeno tiene el
potencial de arrastrar a grandes cantidades de trabajadores a la desocupa-
ción, situación que no sólo tiene implicaciones económicas para quien la
padece, sino también implicaciones sociales.
En las sociedades contemporáneas los desempleados han dejado de
ocupar un lugar en los “ejércitos de reserva del trabajo”, que anteriormente
les garantizaban un nuevo llamado para el servicio activo y ahora se suman
a un contingente al que se excluye de la posibilidad de acceder a un “traba-
jo decente” y de formar parte de la dinámica social.153 Al salir del mercado
laboral, el desempleado es “echado” del orden económico y desprovisto, a
la vez, de toda categoría social; a medida que pierde valor en estas esferas
de la vida, dice Bauman, sólo es considerado un residuo, y “el destino de
los residuos es el basurero, el vertedero”.154
El predominio de la economía de mercado sobre otros ámbitos provoca
que el individuo pierda algo más que dinero cuando queda desempleado:
152 Cfr. Jeremy Rifkin, op. cit., p. 181.
153 Cfr. Rubén Kaztman, “La dimensión espacial de la cohesión social en Amé-
rica Latina”, en Juan Carlos Feres y Pablo Villatoro (coords.), Cohesión social en
América Latina. Una revisión de conceptos, marcos de referencia e indicadores, CE-
PAL/Comisión Europea, Santiago de Chile, 2010, p. 49.
154 Zygmunt Bauman, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Paidós,
Barcelona, 2005, p. 24.

77
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Sin dinero, sin recursos, no hay existencia social y, en


última instancia, ni siquiera existencia a secas, ya sea mate-
rial o psíquica. Tal es la raíz de los problemas. La existencia
social de los individuos depende de la economía y los indivi-
duos pierden mucho más que un empleo cuando pierden su
trabajo o bien cuando no lo encuentran. La paradoja propia
de las sociedades capitalistas estriba en que la economía es
la principal fuente de exclusión de los individuos, aunque
dicha exclusión no los aparte solamente de la economía; fi-
nalmente, los excluye (o amenaza con hacerlo) de la propia
sociedad. Y para los que son excluidos de la economía, las
oportunidades de reintegrarse nuevamente en ella son cada
vez más escasas.155
En suma, la existencia social en la segunda modernidad se determina por
la capacidad de los individuos para asimilar los cambios impuestos por la
economía. Quienes logran hacerlo con rapidez –adaptándose a la competi-
tividad dentro de la empresa, o consiguiendo un nuevo empleo– cuentan
con mayores oportunidades para formar parte y permanecer en los ciclos
económicos, de conservar o quizá mejorar sus condiciones de vida y, en
general, de estar virtualmente integrados a la sociedad; quienes no, dismi-
nuyen sus posibilidades de “estar dentro” de estos ámbitos y padecen en
consecuencia diversos mecanismos de exclusión.156 Siguiendo a Bauman,
en la carrera ininterrumpida sobre el hielo, quien no se adapta está desti-
nado a caer porque ralentiza el pedaleo de la bicicleta.157
En la sociedad de mercado, en la que todo se mueve continuamente,
haciéndose y rehaciéndose mientras nada permanece sólido durante mu-
cho tiempo, “[…] no hay lugar para realidades obstinadas y rígidas como
la pobreza, ni para la indignidad de quedarse a la zaga y la humillación vin-

155 Maurice Godelier, op. cit., p. 12.


156 Según Bauman, “[…] la disfunción de la economía capitalista más flagrante
y potencialmente más explosiva, está pasando de su actual fase de explotación a la
exclusión a nivel planetario. Es la exclusión, más que la explotación sugerida por
Marx hace un siglo y medio, lo que subyace actualmente en los casos más mani-
fiestos de polarización social, de profundización de la desigualdad, de crecimiento
de los volúmenes de humillación, sufrimiento y pobreza humanas”. Zygmunt Bau-
man, Identidad, op. cit., p. 92.
157 Cfr. Zygmunt Bauman, Vida líquida, Paidós, Barcelona, 2006, p. 19.

78
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

culada a la incapacidad de sumarse al juego del consumo”,158 pero tampoco


para los trabajadores que no salgan a flote de la dinámica de competitivi-
dad. Si, como se vio más arriba, las condiciones no son más alentadoras
para quienes están dentro de la lógica de mercado, entonces el marchar o
no al mismo ritmo que éste no es una garantía de inversión social.

II.VI Hacia una era post-moralista


El fomento estructural e ideológico del individualismo egoísta o negativo
provoca que las personas pierdan el sentido de relacionarse entre sí y del
rumbo que tendrá su acción. Esta crisis, que invade diversas esferas de
la vida social, impide la construcción de relaciones solidarias y duraderas
que hagan posible una idea sobre lo común; al mismo tiempo, da lugar a
nuevas realidades que se conciben como vínculos sociales, pero que para
muchos no son más que una agregación de individualidades regidas por
el beneficio personal. Finalmente, estos fenómenos se entremezclan en un
círculo vicioso en el que la celebración de la autonomía individual conlleva
la disolución de compromisos sociales, a la vez que inhibe las oportuni-
dades para que se contraigan otros con las mismas características que los
anteriores.
La solidaridad, como se concibe actualmente, representa un escenario
que en poco (o nada) se asemeja con las condiciones que caracterizan a
muchas sociedades. Más arriba se dijo que el crecimiento de la economía
de mercado exige de los individuos una nueva comprensión de la movi-
lidad: una movilidad que, además de consumarse física o espacialmente,
sea juzgada por quien se somete a ella como un desplazamiento interno,
es decir, en plena consciencia de que no se puede permanecer indefini-
damente en un solo lugar o rol.159 El movimiento perpetuo hace que el
individuo asuma diversos papeles y esté presente en muchos lugares, sin
que se comprometa por entero o se arraigue en alguno de ellos; en estas
condiciones, no es posible que se reconozca la necesidad de entablar víncu-
los perdurables que den certeza de que cada movimiento tiene un destino.
Allí donde se pierden las expectativas a largo plazo sobre las relaciones
sociales, “[…] es difícil que se dé un sentimiento de destino compartido,
una sensación de hermandad, un deseo de adhesión, de estar hombro con

158 Zygmunt Bauman, Comunidad, en busca de seguridad en un mundo hostil, op.


cit., p. 75.
159 Cfr. Ulrich Beck, ¿Qué es la globalización?, op. cit., pp. 112-113.

79
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

hombro y de marchar acompasados”.160 Ahora estas relaciones destacan,


primero, por su superficialidad: se trata de dos individuos que negocian
un intercambio, sin que compartan algo en realidad, y que por la indife-
rencia hacia lo que acontece a cada uno más allá del interés que los une,
no están obligados a dar más de lo que han pactado; ambos reciben lo que
esperaban y todo termina. Segundo, destacan por su aleatoriedad: cada
individuo, merced a su interés, tiene la capacidad de elegir con quién rela-
cionarse, por lo que todos resultan ser unidades intercambiables. Tercero,
se caracterizan por la distancia: los individuos se resisten a una relación
más íntima que implique la inversión de tiempo y afecto.161
De esta forma, las sociedades transitan a una era que Lipovetsky ha
denominado post-moralista: no es una fase en la que ya no exista la mo-
ral, sino una fase en que las sociedades “[…] exaltan los deseos, el ego, la
felicidad y el bienestar individuales en mayor medida que el ideal de ab-
negación […] del deber difícil y sacrificial”.162 En este periodo el individuo
tiene sobre sí el peso de la construcción de sus propias pautas, así como la
responsabilidad en torno al éxito o fracaso de sus decisiones; es un periodo
en el que la moral deja de basarse en una noción del deber con la colecti-
vidad, pues se vacía de todos sus principios para amoldarse a los valores de
la autonomía individual sin restricciones. Así, si en la segunda modernidad
hay lugar para la moral, éste es el que cada individuo le asigna.
Lo que todos buscan es construir su propia vida, tener control sobre
sus decisiones, ser los autores de su existencia, y hacer que ésta sea siempre
diferente a la existencia de los demás; en la medida que puedan desarrollar
libremente estas capacidades, desaparecen los deberes colectivos, aceptan-
do como legítimo sólo aquel que los motive a seguir actuando autóno-
mamente. La cultura de la obligación moral que caracterizó a la primera
modernidad ha dado paso a la gestión integral de la vida, del cuerpo, el
empleo, los compromisos con los otros, en un proceso que “[…] ha trans-
formado los deberes hacia uno mismo en derechos subjetivos y las máxi-
mas obligatorias de la virtud en opciones y consejos técnicos con miras al
mayor bienestar de las personas”.163
En este sentido, las exigencias relativas a uno mismo dejan de ser con-
sideradas un derivado de las obligaciones para con la colectividad, y son

160 Zygmunt Bauman, Vidas desperdiciadas, op. cit., p. 166.


161 Cfr. Idem.
162 Gilles Lipovetsky, Metamorfosis de la cultura liberal, op. cit., p. 39.
163 Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, op. cit., p. 83.

80
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

ahora prerrogativas de elección que no están motivadas por un imperativo


social. En otras palabras, la moral se ha replegado al ámbito individual,
no sin sustraerse de los sacrificios molestos y dolorosos que implicaba
salir del interés privado para actuar a favor del público; despojada de los
mecanismos que impulsaban la constricción individual, esta moral se pre-
senta como indolora, ad hoc a las pretensiones de liberar al individuo de
cualquier tipo de oposición.
La era post-moralista no supone que los individuos se “dejen ir” sin freno,
como en el hipotético estado de naturaleza de los contractualistas, pues ya se
dijo que el contexto que la caracteriza no es amoral;164 sin embargo, la relación
entre norma y acción que constituye la idea de moral no responde a los mis-
mos criterios ni tiene los mismos efectos en este periodo. Si bien aún existen
prescripciones que guíen la conducta, éstas no remiten a una fuente social, por
el contrario, apuntan a la reivindicación del bienestar personal como fin en sí
mismo; de esta forma, la moral individualista no produce cohesión social, en
tanto la búsqueda generalizada del goce no significa que los individuos tengan
un elemento común de confluencia.
El concepto durkhemiano de anomia permite ilustrar el estado en el
que se pierde cualquier noción alrededor de la norma social, y donde el deseo
individual adquiere un valor imponderable.165 El establecimiento de vínculos
con las características que ya se señalaron posibilita el contacto interpersonal,
pero el que las normas que los rijan tengan como principio y fin a los
individuos que los componen hace difícil que éstos formen una red que se
consolide como una colectividad. Al final, la sociedad parece un conjunto
de moléculas dispersas que se enlazan temporalmente, que se mueven sin
más destino que el que ellas mismas se imponen, y que hacen que lo co-
lectivo sea una ilusión.
Una de las manifestaciones de lo colectivo como ilusión está en los nue-
vos públicos. Cuando los encuentros entre individuos son acontecimientos
sin pasado ni futuro, la sociabilidad se presenta como una oportunidad que
se debe aprovechar mientras dura el intercambio, sin postergaciones para otra
ocasión que seguramente no habrá.166 Aunque las relaciones de “proximi-
dad” (conversaciones con los vecinos, encuentros en el bar, asociaciones
de vecinos de barrio o de padres de familia) son menos intensas y más in-
termitentes, hay otras que van a la alza: las que están representadas en los

164 Ibidem, p. 85.


165 Ver Supra, p. 39.
166 Cfr. Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, op, cit., p. 103.

81
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

conciertos, los espectáculos en vivo, los eventos deportivos, las visitas de


exposiciones, de monumentos históricos y de museos. Este tipo de sociabi-
lidad “ampliada” se caracteriza por su elegibilidad, por lo móvil y temporal
de sus vínculos, y por la imposibilidad de entablar compromisos.167
De la misma forma, las comunidades virtuales plantean un tipo de in-
teracción en la que los compromisos son débiles. El contacto entre extra-
ños o personas que están distanciadas resulta la mejor forma para suplir,
y hacer más funcional, un vínculo al que se le necesita invertir tiempo y
afecto. Sin embargo, las redes que se constituyen a partir de estos espa-
cios, y que son reconocidas por todos como “sociales”, “[…] sólo crean
una ilusión de intimidad y una pretensión de comunidad. No constituyen
sustitutos válidos de ‘meter tus rodillas debajo de la mesa, ver las caras de
la gente y mantener una conversación real’”.168 En este sentido, la preten-
dida confluencia entre esfera pública y privada, entre identidad personal y
sentimiento de comunidad, se expresa como un simulacro, que durará el
tiempo que se tenga encendido el ordenador.
Sea cual fuere la forma en que se manifieste lo colectivo o lo público,
su definición se revierte: ahora es un territorio donde los asuntos privados
son exhibidos como materia para emitir juicios de aprobación o rechazo,
en el que asistir y formar parte de la exhibición se convierte en un dere-
cho, e interpretar los éxitos o dramas personales una obligación. El interés
público no se alimenta más de la preocupación por la suerte de los otros,169
pues ahora se constituye por la necesidad de mostrar las virtudes y mise-

167 Cfr. Gilles Lipovestsky, Metamorfosis de la cultura liberal, op. cit., pp. 114-
115.
168 Zygmunt Bauman, Identidad, op. cit., p. 60. Ver también Saskia Sassen, Los
espectros de la globalización, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003,
p. 30.
169 La disminución del interés hacia los otros en los vínculos interpersonales está
ejemplificada por las nuevas formas de altruismo. Mientras que en Estados Unidos
y Europa aumentan las donaciones brutas sin fines de lucro a la asistencia pública
o privada por parte de empresas, disminuyen las aportaciones por individuo. En
general, los individuos con más propensión a hacer donaciones son aquellos que
luego participarán como voluntarios en el servicio de la comunidad; sin embargo,
su número es mínimo, y muchas veces su participación se condiciona a una satis-
facción personal antes que a una verdadera convicción de servicio. Cfr. Richard
Sennett, El respeto, op. cit., pp. 203-204.

82
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

rias privadas, y no tiene otro objetivo que el de satisfacer la curiosidad de


personas que desean presenciar un espectáculo.170
La exhibición de sí mismo como si de un espectáculo público se tra-
tara, responde a la búsqueda incansable de una identidad personal que
sea reconocida “colectivamente”. Cuando el sentimiento de comunidad se
debilita, y los individuos toman consciencia de que la pertenencia no está
dada de una vez y para siempre, hay una disposición por construir una
identidad haciendo referencia a los grupos de los que se es miembro; así,
se exige por todos los medios un reconocimiento de la aparente “origina-
lidad” personal para seguir participando, por ejemplo, de la dinámica del
mercado. A falta de instancias sociales que orienten el destino individual,
cada uno debe elaborar su tarjeta de presentación o, dicho de otro modo,
“[…] la gente no se plantearía ‘tener una identidad’ si la ‘pertenencia’ si-
guiera siendo su destino y una condición sin alternativa”.171
La identidad, en un contexto donde se diluyen los lazos solidarios, se
plantea como algo que hay que inventar continuamente y en atención a la
movilidad –para Lipovetsky, en una especie de zapping–, y a la vez como
una coraza que protege al individuo de un mundo que se le presenta hostil
y despiadado. Quien busca constantemente una identidad obedece menos
a la fiebre del goce que a la necesidad de imponer una barrera frente a la
amenaza que le representa el exterior, y aunque en este proceso el indi-
viduo se adjudique caracteres que lo exalten, detrás de eso se descubre
que “Narciso no está tan enamorado de sí mismo como aterrorizado por
la vida cotidiana, por su cuerpo y por un entorno social que se le antoja
agresivo”.172
La obsesión con uno mismo sólo es una de las caras de la era post-mo-
ralista, pues la otra, que hace referencia a las percepciones individuales
sobre el vínculo social, muestra las implicaciones subjetivas de la pérdida
de confianza. Pese a que en la segunda modernidad el individuo podría
sentirse seguro de ser miembro de diversos grupos y de entablar un sinfín
170 Cfr. Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, op. cit., p. 76; En busca de la
política, op. cit., p. 73; Pablo Armando González Ulloa Aguirre, El redimensiona-
miento del espacio público ante la nueva realidad social, Tesis de doctorado, Facultad
de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, México, 2012.
171 Zygmunt Bauman, Identidad, op. cit., p. 32. Por su parte, Lipovetsky afirma:
“Lo que caracteriza al neoindividualismo, es el rechazo prometeico del destino y la
intervención de uno mismo sin vía social trazada de antemano”. Gilles Lipovetsky,
Metamorfosis de la cultura liberal, op. cit., p. 27.
172 Ibidem, p. 27.

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Pablo Armando González Ulloa Aguirre

de relaciones, hasta el punto de que “[…] puede incluso empezar a sentirse


en cualquier parte chez soi, ‘en casa’, […] hay que pagar el precio de aceptar
que no se estará verdadera y totalmente en casa en ninguna parte”.173 La
dificultad para “echar raíces” en los lugares donde estará y con las personas
con las que se relacionará a lo largo de la vida, hace que el individuo sea
refractario a la socialización, que entre en contacto con los otros, pero sin
que haya un verdadero compromiso que los una.
La solidaridad y, por ende, el sentido comunitario, se debilitan cada vez
que un grupo interactúa de forma fortuita; por su parte, el individuo tiene
mayores reservas para interesarse por los demás, e insiste en la necesidad
de mantenerse inmune frente los peligros potenciales de participar en el
mundo más de la cuenta. En este sentido, la exaltación de sí, el rechazo
por lo social y la preocupación obsesiva por la higiene en los vínculos son
actitudes que provienen de la misma fuente y se entrelazan para producir
el mismo efecto: al desconfiar de todo, y sin anclajes que las hagan actuar
con seguridad, las personas parecen caminar “a tientas” sobre el vacío.174
Sennett señala que, en la actualidad, la flexibilidad de las relaciones
sociales está asociada con un debilitamiento del carácter. Siendo éste “[…]
el valor ético que atribuimos a nuestros deseos y a nuestras relaciones con
los demás”, y que se expresa “[…] por la lealtad y el compromiso mutuo,
bien a través de la búsqueda de objetivos a largo plazo, bien por la práctica
de postergar la gratificación en función de un objetivo futuro”,175 el autor
hace notar que cuando los vínculos no se piensan a largo plazo ni se sos-
tienen por una lealtad y compromiso recíprocos, los individuos fracasan
en su intento por hacer una valoración positiva sobre sí mismos y sobre los
otros, y finalmente no les queda más que la vacilación.
Al estar expuestos a múltiples vínculos temporales, los individuos se
exponen también a una diversidad de interpretaciones en torno al mundo,
la sociedad, la vida y la identidad personal; a medida que estas interpre-
taciones les presenten perspectivas de acción posibles, y que ninguna en
173 Zygmunt Bauman, Identidad, op. cit., p. 36.
174 Zygmunt Bauman piensa en sus propios términos este fenómeno al desarro-
llar su ya clásica propuesta de que el aumento en la seguridad individual conlleva
una disminución de la libertad: un individuo que invierte más de lo necesario para
sentirse seguro en un mundo del que desconfía, no es un individuo libre, pues está
atado a la duda frente al exterior. Cfr. Zygmunt Bauman, En busca de la política,
op. cit., pp. 58-59 y 72.
175 Richard Sennett, La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del
trabajo en el nuevo capitalismo, Anagrama, Barcelona, 2005, p. 10.

84
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

especial pueda ser incuestionablemente aceptada como la única, a éstos


“[…] les asalta[rá] a menudo la duda de si acaso no deberían haber vivido
su vida de una manera absolutamente distinta a como lo han hecho hasta
ahora”.176
Si a la responsabilidad que cada uno tiene para elegir qué interpre-
taciones adoptar y seguir, se añade la exigencia de que esa elección sea
continua, la mayoría de los individuos se confunden respecto al valor de
las opciones que tienen frente de sí, así como del valor de sus relaciones
para forjar la elección. Las dudas alrededor del modo de vida que se quiere
llevar y de la importancia que tienen las relaciones sociales para elegirlo,
conducen a un estado generalizado de incertidumbre.

II.VII La pérdida de referentes,


desafío para la cohesión social
Hoy, la intermitencia de las señales que guían nuestras vidas ya no puede
considerarse un problema pasajero, sobre todo cuando la movilidad re-
quiere una constante adaptación al cambio –y aun si no se sabe con certeza
lo que ese cambio deparará en el futuro; por el contrario, la conmoción
generada por la débil presencia o la pérdida sistemática de referentes para
la acción aparece como un estilo de vida, “[…] la única manera posible de
vivir la única vida de la que disponemos”.177 En este sentido, la incerti-
dumbre supone una condición en la que se entremezclan la desconfianza
y el miedo hacia todo lo que concierne al mundo exterior –incluyendo
a los otros–, la falta de protección por parte de instancias colectivas y la
inseguridad frente al futuro, a sabiendas de que ni siquiera la existencia en
el presente está asegurada.178
Lo peculiar de la incertidumbre actual es que no es necesario que
exista la amenaza real de una catástrofe para que, a causa del miedo, los
individuos la imaginen como una posibilidad; es decir, está integrada de
tal forma en las prácticas cotidianas que cualquier movimiento representa

176 Peter Berger y Thomas Luckmann, Modernidad, pluralismo y crisis de sentido,


op. cit., p. 80.
177 Cfr. Zygmunt Bauman, En busca de la política, op. cit., p. 27.
178 En alemán, el concepto al que hace referencia Bauman para denotar estos
fenómenos es Unsicherheit. Como lo contrario a la certidumbre, la seguridad y la
confianza, englobadas en el término Sicherheit, Unsicherheit abarca los efectos que
tiene el debilitamiento del sentido comunitario. Cfr. Ibidem, pp. 13 y 27.

85
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

para aquéllos un riesgo. Si en la primera modernidad la voluntad de domi-


nio sobre el mundo hacía rechazar cualquier fatalismo, las condiciones en
que se vive la incertidumbre actualmente se presentan como la consecuen-
cia inevitable de esta cultura: el que algo se escape de nuestras manos no
sólo nos parece intolerable, sino que además nos sentimos sin elementos
para enfrentarnos a ello. El miedo a lo desconocido, propio del debilita-
miento de los vínculos sociales, es el producto del desarrollo máximo de
la modernidad.179
Cuando las sociedades no están lo suficientemente cohesionadas, se di-
luye el sentido de comunidad gracias a que los individuos se enfrentan con
inseguridad al mundo; y como si se tratara de un efecto que vuelve sobre
la causa, la incertidumbre impide que se piensen soluciones colectivas a
este problema, pues un individuo preocupado en exceso por el futuro y
por su seguridad carece del tiempo y el carácter necesarios para ir más allá
de su aparente contrariedad privada e imaginar alternativas de convivencia:
La vida insegura se vive en compañía de gente insegura.
No sólo yo me siento inseguro en cuanto a la duración de mi
yo actual y en cuanto al tiempo en que los que me rodean
estarán dispuestos a confirmarlo. Tengo los mejores motivos
para sospechar que también ellos sufren la misma incerti-
dumbre y se sienten tan inseguros como yo. La indiferencia
y la irritación tienden a compartirse, pero compartir la irri-
tación no convierte a los solitarios sufrientes en una comu-
nidad. Nuestra clase de inseguridad no es la materia de la
que están hechas las causas comunes, las posturas conjuntas
ni las filas solidarias.180
La anomia (la consecuencia que suscita el paso de la solidaridad mecánica
a la orgánica), o pérdida de orientación social, incapacita a las personas
para dedicar su energía en acciones que sólo se pueden emprender colec-
tivamente, y al mismo tiempo dificulta la imbricación de las biografías y
experiencias personales por la que se produce el nivel más elemental de
sentido; de este modo, las exigencias y preocupaciones de los individuos
“[…] colman hasta el borde el espacio público cuando éstos aducen ser

179 Cfr. Richard Sennett, La corrosión del carácter, op. cit., pp. 30-31; Gilles Li-
povetsky, Metamorfosis de la cultura liberal, op. cit., p. 76; Ulrich Beck, La sociedad
del riesgo, op. cit., p. 12.
180 Zygmunt Bauman, En busca de la política, op. cit., p. 32.

86
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

los únicos ocupantes legítimos y expulsan a codazos del discurso público


todo lo demás”.181 Finalmente, la colonización de lo público por lo priva-
do (a través la exaltación de sí mismo y la incertidumbre) disminuye las
intenciones de participar políticamente, dado que los individuos trasladan
el rechazo por lo colectivo a un desencanto por las instituciones y sus
autoridades.
Aunque la democracia tenga un diseño institucional perfecto, la decep-
ción de los individuos por el mal desempeño que sus autoridades han teni-
do al aminorar las inseguridades o revertir las consecuencias de la lógica de
mercado, los lleva a descartar cualquier tipo de participación dentro de un
ya debilitado espacio público. En este sentido, el lugar que ocupa la polí-
tica es el mismo que ocupan las demás esferas en términos institucionales
y simbólicos: al tiempo que deja de ser un anclaje social que disminuya la
complejidad inherente al cambio, su dinámica interna es invadida por las
tendencias disgregadoras de la segunda modernidad, desde la existencia de
una diversidad de actores en la que ya no puede ubicarse un solo centro
de decisiones, hasta la formación de débiles compromisos entre las auto-
ridades y sectores cada vez más focalizados de la población, entre otras.182
Más allá de que la democracia y el capitalismo defendieran la liber-
tad individual, ambos establecieron desde el inicio diferentes sistemas de
poder basados en principios casi opuestos: la igualdad y la ganancia. Uno
producía desigualdades sociales que la otra, como fuerza igualadora, debía
corregir; esta relación tradicional se tensionó cuando la lógica del mercado
ganó terreno por encima de la política, hasta el punto de que “la globali-
zación del capitalismo [puso] en entredicho el rol tradicional del Estado
y la política y, por ende, el papel de la democracia como el lugar de con-
vergencias entre igualdad y libertad”.183 En suma, la política democrática
quedó rebasada por las realidades, que produce la economía de mercado.
Si hoy los individuos deben cargar solos con sus propios destinos, no
hay forma de que conciban a la sociedad o a las instituciones como un
respaldo cuando las circunstancias los desfavorecen. Aun incrementando
los gastos de solidaridad –o seguridad social para los sectores más des-

181 Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, op. cit., p. 42.


182 Cfr. Ralf Dahrendorf, En busca de un nuevo orden, op. cit., p. 119; Mary
Kaldor, La sociedad civil global, Tusquets, Barcelona, 2005, p. 146.
183 Hugo Quiroga, “Democracia, ciudadanía y el sueño del orden justo”, en
Hugo Quiroga et al., Filosofía de la ciudadanía. Sujeto político y democracia, Homo
Sapiens, Santa Fe, 2001, p. 197.

87
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

protegidos–,184 si el Estado no genera los mecanismos institucionales para


contrarrestar las condiciones de desempleo y pobreza a las que se ven
arrastrados mayores contingentes de personas, éstas no tendrán motivos
para sentirse parte de la sociedad ni para tener percepciones favorables
sobre sus autoridades, mientras permanezcan excluidos de los procesos
de integración social. Como se verá más adelante, el debilitamiento de
la cohesión social repercute no sólo en la formación de confianza social,
sino también en la confianza que los individuos tienen en sus autoridades
e instituciones, lo cual tiene implicaciones para la gobernabilidad de las
sociedades democráticas.
Aunque la tendencia de la segunda modernidad sea convertir el destino
colectivo en destino personal –en el que la sociedad ya no se experimenta
de forma intensa–, esto no significa que la reversión de sus efectos noci-
vos esté determinada por soluciones singulares. La descomposición de los
vínculos sociales debido a un individualismo exacerbado, muestra que la
sociedad es absolutamente inconcebible sin valores comunes e interpreta-
ciones compartidas de la realidad; en este sentido, los individuos consi-
derados separadamente no tienen la capacidad de revertir las condiciones
a las que han sido arrastrados, por lo que es imprescindible pensarlos
nuevamente como colectivo.
Hacia principios de la década de 1990, el malestar por la globalización
y las reformas económicas comenzó a ser objeto de reflexión en la litera-
tura especializada. En ésta se esgrimió la idea de que el antídoto contra
la fragmentación, la pérdida de los lazos estables, la individualización y
el debilitamiento de lo público, así como contra las diversas versiones del
paradigma neoclásico –desde la economía de bienestar hasta el public choi-
ce– y la excesiva racionalización económica, sería una noción integral en
torno a la cohesión social.185
A consecuencia del abandono de ciudadanos interesados por participar
activamente en los asuntos colectivos y el desplazamiento de las institucio-
184 Robert Castel señala que actualmente la trasformación del concepto solidari-
dad desde el ámbito institucional ha implicado, más que una protección colectiva
contra los principales riesgos sociales, una garantía de seguridad dirigida hacia
grupos desfavorecidos. Cfr. Robert Castel, La inseguridad social, op. cit., p. 94.
185 Cfr. Carlos Peña, “El concepto de cohesión social. Debates teóricos y usos
políticos”, en Eugenio Tironi (ed.), Redes, Estado y mercados. Soportes de la cohe-
sión social latinoamericana, CIEPLAN, Santiago de Chile, 2008, p. 32; Ernesto
Ottone, Cohesión social. Inclusión y sentido de pertenencia en América Latina y el
Caribe, CEPAL/ONU, Santiago de Chile, 2007, p. 20.

88
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

nes democráticas por la economía de mercado, a través del concepto cohe-


sión social se plantea la necesidad de reacondicionar y repoblar el espacio
público. Por un lado, se piensa que la invocación del sentido comunitario
tiene la finalidad de contener las patologías de una sociedad atomizada, al
congregar a los individuos hacia la lucha por la igualdad, la reconversión
de sus derechos de jure en capacidades de facto y la búsqueda de garantías
colectivas frente a sus incapacidades y desgracias.186 Por el otro, se pugna
por devolver a las instituciones sus antiguas atribuciones, principalmente
la de proporcionar modelos probados a los que los individuos puedan re-
currir para orientar su conducta, liberándolos de la necesidad de reinventar
el mundo y reorientarse diariamente en él; en otras palabras, las institu-
ciones deben volver a ser anclajes sociales que den confianza a la gente.187
En resumen, el principal desafío que tiene la cohesión social no es
el individualismo en sí mismo, sino la cultura individualista que se ha
promovido en la segunda modernidad.188 Impulsar la cohesión social es
trabajar en la reconstrucción de los vínculos que, en palabras de Bauman,
mantengan la esperanza de que “volveremos a vernos mañana”, porque
si bien nuestras sociedades atraviesan por una crisis, no es cierto que la
comunidad se haya desintegrado en una masa atomizada de individuos
alienados que están solos, pues el individuo aún “[…] precisa en la vida
diaria de sus amigos, de sus compañeros, de sus vecinos y de su familia. En
una palabra: tiene necesidad de relaciones”.189
La cohesión social requiere de una nueva comprensión del individua-
lismo, uno en el que el individuo se comprenda como sujeto del desarrollo
humano; en el que a la vez que defienda y construya su singularidad, tenga
consciencia de que está enmarcado en una sociedad con la que debe cum-
plir compromisos. Al final, se requieren de medios para crear nuevamente
un sentimiento de destino compartido:
Ahora la globalización ha alcanzado un punto sin retor-
no. Cada uno de nosotros depende del otro y sólo podemos

186 Zygmunt Bauman, Comunidad, en busca de seguridad en un mundo hostil, op.


cit., p. 174.
187 Peter Berger y Thomas Luckmann, Modernidad, pluralismo y crisis de sentido,
op. cit., pp. 40 y 41.
188 Ernesto Ottone, Cohesión social. Inclusión y sentido de pertenencia en América
Latina y el Caribe, op. cit.
189 Félix Requena Santos, Amigos y redes sociales. Elementos para una sociología de
la amistad, Siglo XXI, Madrid, 2001, p. 1.

89
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

elegir entre garantizarnos mutuamente nuestra vulnerabili-


dad o garantizarnos mutuamente nuestra seguridad compar-
tida. Dicho abruptamente: entre nadar juntos o hundirnos
juntos. Creo que, por primera vez en la historia humana,
el interés en uno mismo y los principios éticos de cuidado
y respeto mutuo que todos tenemos, apuntan en la misma
dirección y exigen la misma estrategia.190
Los contextos que caracterizan a la segunda modernidad obligan a elaborar
nuevas posiciones que atiendan a la recomposición de los lazos sociales
a partir de otros principios. Si bien las posturas que se abordaron en el
primer capítulo nos permiten distinguir una noción moderna sobre la co-
hesión, las transformaciones que ha sufrido el orden social que las motivó
suponen que ahora se observan desde un enfoque más amplio. El hecho de
que se piense la cohesión social más allá de los autores clásicos no significa
que sea diferente la intención que nos lleva a hacerlo, pues tanto en su
tiempo como en el nuestro la necesidad de explicar por qué nos unimos y,
sobre todo, cómo mantenernos unidos sigue siendo la misma.

190 Zygmunt Bauman, Identidad, op. cit., p. 186.

90
III. La operativización de la
cohesión social.
Estudio exploratorio

Con el fin de mostrar algunas coordenadas que guíen el análisis de una


noción moderna sobre este concepto, en los capítulos anteriores se abor-
daron las diversas perspectivas que han alimentado la discusión teórica en
torno a la cohesión social, de la misma forma, se plantearon los principales
desafíos a los que ésta se enfrenta en la actualidad, a partir de su relación
con el individualismo. Fue precisamente la confluencia, cada vez más pro-
blemática, entre ambos fenómenos y su relación con otros tantos como la
globalización y la desintegración social, las que provocaron que la cohesión
social volviera a ocupar un lugar significativo en la escena académica; en
otras palabras, este reposicionamiento se debió en gran medida a la necesi-
dad de plantear nuevas perspectivas sobre el orden social contemporáneo.
Recientemente existe un mayor consenso por explicar la descomposi-
ción de los lazos sociales como un fenómeno multicausal y, por lo tanto,
como un problema que requiere de soluciones integrales. Sin embargo, el
interés académico por la cohesión social no ha sido suficiente para que ésta
sea considerada en el ámbito de las políticas públicas; es preciso observar
que hasta el momento es relativamente poca la atención que se ha puesto
sobre este tema y que los esfuerzos por proponer estrategias en la elabora-
ción de políticas han tenido repercusiones limitadas.
Por otro lado, el reconocimiento teórico de la tensión entre los meca-
nismos de cohesión y las tendencias a la desintegración social no significa
que sean abundantes las posturas que hagan un hincapié en la relevancia
política de emprender acciones para enfrentar los desafíos antes descritos.
En este sentido, son escasas las aproximaciones que analizan el impacto
de la cohesión social en la gobernabilidad, y aún menos las que buscan

91
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

explicar cómo la globalización –y el eventual descentramiento del Estado


en la esfera política, económica, social y cultural–191 desestabiliza los me-
canismos de control de vida dotados por la modernidad, es decir, aquellos
que se caracterizan por dar seguridad y previsibilidad a la acción individual
tanto en el ámbito institucional-objetivo como en el institucional-subje-
tivo.192
Como ya se dijo, cuando la sociedad no proporciona las garantías mí-
nimas de convivencia y de una plena satisfacción del interés público, se
gesta un proceso de desafección social que desvincula lo colectivo de lo
individual, pero que también debilita la confianza que los individuos de-
positan en las instituciones y sus autoridades, no importando su naturaleza
u orientación ideológica. En este contexto, lo público pasa a ser marginal,
secundario, motivo de constantes decepciones; y los lazos de comunión,
así como la legitimidad del gobierno en turno, son cuestionados constan-
temente.
En este capítulo se retoman las perspectivas que exploran la operati-
vización de la cohesión social a través de su incorporación en las políticas
públicas, y mediante el desarrollo de herramientas de análisis (indicadores,
índices) que permiten establecer parámetros de acción y evaluación social
e institucional. Actualmente, la importancia que ha cobrado la cohesión
social responde no sólo a la urgencia de explicar la dinámica social con-
temporánea, sino también a la posibilidad de incidir en ella, a través de
la acción institucional, para generar las condiciones que potencialicen la
integración y la recomposición del tejido social.
Para ello se revisará la perspectiva europea, principalmente la impul-
sada por el Consejo Europeo (ue); los enfoques de la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económico (ocde) y de los gobiernos de
Canadá y Nueva Zelanda, así como los estudios de la Comisión Económica
para América Latina (cepal). En un esfuerzo por ir más allá de la simple
191 Cfr. Pablo González Ulloa Aguirre, “Los referentes sociales ante un mundo
complejo”, en Hugo José Suárez, Guy Bajot y Verónica Zubillaga (coords.), La
sociedad de la incertidumbre, CEIICH/IIS/UNAM, México, 2013, pp. 89-107.
192 Por medios de vida objetivos y subjetivos se entienden, en el primer caso, los
elementos perceptibles que garantizan el desenvolvimiento individual (seguridad
pública, seguridad social, salario, empleo, etc.), y en el segundo, los factores que
garantizan el desenvolvimiento social (trabajo, familia, redes sociales, capital so-
cial, etc.). Cfr. Germán Pérez Fernández del Castillo, Modernización y desencanto.
Los efectos de la modernización mexicana en la subjetividad y la gobernabilidad, op.
cit.

92
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

exposición de estas posturas, se propone pensar sus comunes denomina-


dores como la base sobre la que se sostiene el concepto contemporáneo de
cohesión social.

III.I La importancia de la cohesión social


en las políticas públicas
Como se mencionó en el capítulo anterior, el desajuste social que produce
la generalización de la dinámica del mercado y el progreso de un marcado
individualismo en las distintas esferas de la vida, disminuye la capacidad de
las instituciones para hacer frente a las diferentes problemáticas emanadas
del proceso globalizador –por ejemplo, a través del diseño e implementa-
ción de políticas públicas que busquen reducir la exclusión, incrementar
la confianza en las instituciones y hacer que los ciudadanos se sientan
partícipes de la vida en sociedad.
El debilitamiento del tejido social ha propiciado una complejidad
inherente en la interpretación de la realidad, e incluso de los procesos
anómicos, sea desde el campo de la teoría o de la simple experiencia.193
Este contexto de creciente complejidad se convierte en un principio que
determina la cotidianidad de los ciudadanos, es decir, que atraviesa sus
objetivos, expectativas, normas e inquietudes, transformando gradual y si-
multáneamente el sistema de valores y los estándares de su cultura; todo lo
anterior, sin ofrecer procesos alternativos de asimilación al cambio y a las
nuevas realidades.194 Finalmente, en un ambiente donde la cohesión social
se debilita, las deficiencias en las relaciones sociales limitan y obstaculizan
los flujos en el sistema político.195
Al contrario de lo que se creía, los procesos de individualización que se
ligan a este debilitamiento no fomentan ni fortalecen una idea sobre la ciu-
dadanía,196 sino que corroen los vínculos sociales desde la base –es decir, el

193 Pablo Armando González Ulloa Aguirre y Pedro Jiménez Vivas, “Las prácti-
cas afectivas en una sociedad global. Delimitaciones teóricas y metodológicas para
comprender el fenómeno en México”, en Revista Mexicana de Opinión Pública,
núm. 17, julio-diciembre 2014, pp. 89-109.
194 Cfr. Zygmunt Bauman, La globalización. Consecuencias humanas, op.cit.; Co-
munidad, en busca de seguridad en un mundo hostil, op. cit.; Identidad, op. cit.
195 Cfr. Niklas Luhman, Confianza, op. cit.
196 Nuria Cunill Grau, Repensando lo público a través de la sociedad. Nuevas formas
de gestión pública y representación social, op. cit., p. 162.

93
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

sentido comunitario– y fomentan el desinterés por los asuntos públicos en


la medida que acentúan la desconfianza en los otros; de la misma forma,
se observa también una laceración del vínculo gobierno-ciudadanía, por
cuanto disminuyen las percepciones favorables en torno al desempeño ins-
titucional y hay un cuestionamiento de la legitimidad de las autoridades.197
Aunado a lo anterior, la falta de políticas públicas eficientes en el forta-
lecimiento del tejido social hace difícil que éste detenga su fragmentación
progresiva y, sobre todo, que se desarrolle un escenario de deslegitimación
para el Estado y el pacto social mismo en su conjunto.198 Estas situaciones
propician el tránsito de “[…] la idea de cohesión a la de corrosión de la le-
gitimidad y gobernabilidad de los Estados nacionales, la acentuación de las
brechas sociales, el surgimiento de identidades autorreferidas, la excesiva
racionalización económica y la tendencia, también excesiva, a la individua-
lización y el debilitamiento de lo público”.199
En la fragmentación social y la consecuente pérdida de estabilidad de
los lazos se encuentra entonces un aspecto básico del actual concepto de co-
hesión social. El pacto social que caracterizó a la modernidad ha perdido vi-
gencia, debido a que los ciudadanos no se sienten incluidos en un proyecto
común que pueda dotarlos de una identidad igualmente compartida por
la que valga la pena respetar las normas y participar activamente con las
instituciones estatales, las cuales comienzan a deteriorarse.
Como medio para revertir estas tendencias, el Estado tiene la facultad
de emprender distintas acciones por las que dé respuesta a las necesida-
des y exigencias sociales. En este sentido, mediante las políticas públicas
plantea “[…] soluciones específicas de cómo manejar los asuntos públi-
cos”,200 de modo que, si bien su implementación es un rol asignado casi
en su totalidad al accionar gubernamental, su definición debe realizarse en
forma democrática, con la participación de los agentes sociales y de otros
tantos actores no gubernamentales (organizaciones de la sociedad civil,

197 Cfr. Pablo González Ulloa Aguirre, “Del individualismo a la individualiza-


ción”, en Germán Pérez Fernández del Castillo, El léxico de la política en la globa-
lización. Nuevas realidades, viejos referentes, Porrúa, México, 2008.
198 Cfr. Germán Pérez Fernández del Castillo, Modernización y desencanto. Los
efectos de la modernización mexicana en la subjetividad y la gobernabilidad, op. cit.
199 Ernesto Ottone, Cohesión social y sentido de pertenencia en América Latina y
el Caribe, op.cit., 2007, p. 13.
200 Eugenio Lahera, Política y políticas públicas, cepal, Santiago de Chile, 2004,
p. 7.

94
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

sector privado, etc.).201 Actualmente, la noción que existe alrededor de la


gobernabilidad está ligada justamente a estos mecanismos de participación
social y política que suponen una relación equilibrada entre la sociedad y
las instituciones.202
De lo anterior se desprende que una política pública tiene una serie de
características que favorecen el diálogo entre los actores políticos y socia-
les, de las que se distinguen:
1. Fundamentación amplia y no sólo específica.
2. Estimación de costos y de alternativas de financiamiento.
3. Factores para una evaluación de costo-beneficio social.
4. Beneficio social marginal comparado con el de otras políticas.
5. Consistencia interna y agregada.
6. Apoyos y críticas probables (políticas, corporativas, académicas).
7. Oportunidad política.
8. Lugar en la secuencia de medidas pertinentes.
9. Claridad de objetivos.
10. Funcionalidad de los instrumentos.
11. Indicadores (costo unitario, economía, eficacia, eficiencia).203
Aunque no garantice una total eficacia respecto a lo que busca modifi-
car o solucionar, cuando una política pública conjuga dichas características
tiene el potencial de incrementar la confianza en los mecanismos institu-
cionales, al tiempo que fortalece la gobernabilidad por cuanto impulsa
la intervención de una multiplicidad de actores en el establecimiento de
objetivos, líneas de acción y evaluación.

201 Cfr. Idem.


202 “La gobernabilidad se entiende en este punto como un estado de equilibrio
dinámico entre demandas sociales y capacidad de respuesta gubernamental. Esta
definición, aun en su brevedad, nos permite articular los principios de eficacia,
legitimidad y estabilidad presentes en los distintos análisis del tema de la gober-
nabilidad. Asimismo, permite ubicarla en el plano de la relación entre el sistema
­político y la sociedad, evitando cargar a uno solo de los términos de la relación
de gobierno la responsabilidad de mantener adecuadas condiciones de gobernabi-
lidad”. Antonio Camou, “Estudio preliminar”, en Antonio Camou (Estudio pre-
liminar y compilación), Los desafíos de la gobernabilidad, Plaza y Valdés, México,
2001, p. 33.
203 Cfr. CIPE, Directory of Public Policy Institutes in Emerging Markets, Washin-
gton, 1996, citado por Eugenio Lahera, op. cit., p. 9.

95
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Lo anterior adquiere una relevancia notable si se asume la relación


que guarda la gobernabilidad democrática con la cohesión social, pues la
interconexión entre los principios que suponen la primera –eficacia, legiti-
midad y estabilidad– depende de la habilidad de los gobiernos de encontrar
soluciones efectivas para las demandas sociales. Sin embargo, de los tres
principios la eficacia es imprescindible a las visiones sobre la confianza
institucional, pues
[...] se refiere a la capacidad de un régimen para en-
contrar soluciones a problemas básicos con los que se en-
frenta todo sistema político (y los que cobran importancia
en un momento histórico), que son percibidos más como
satisfactorias que como insatisfactorias por los ciudadanos
conscientes.204
Tomando en cuenta esta perspectiva, un gobierno es legítimo en la medida
en que atiende con soluciones satisfactorias las demandas sociales, gene-
rando estabilidad e inclusión de los diversos grupos sociales.
Dentro de esta lógica, es fundamental comprender la reconfiguración
estatal y el nuevo papel que adquiere la sociedad civil. La creciente par-
ticipación dentro de los asuntos públicos por parte de actores distintos
al Estado, da muestra de una nueva forma de organización en la cual las
personas ya no se encuentran en un orden jerárquico debajo de éste, sino
en el que caminan de forma paralela; es decir, que en sus interacciones se
desenvuelve un principio de horizontalidad que impulsa la gobernabilidad
democrática. Esto reformula el sentido de la participación social como
parte fundamental de las políticas públicas y de la exigencia de la eficiencia
institucional que posibilite la equidad y gobernabilidad.
Desde la perspectiva de la cohesión social, esta nueva dinámica se tra-
duce en “(…) una mayor exigencia para el Estado: reconocer derechos a un
nivel digno de vida, incluyendo el acceso a servicios de salud, educación,
alimentación y facilitar el acceso a formas de ingreso, trabajo o vivienda
y la correlativa organización de estos servicios, diseñados para priorizar el
interés de los grupos excluidos”,205 y, aún más importante, en la mejora de
los mecanismos institucionales que regulan el quehacer gubernamental.

204 José Juan Linz, La quiebra de las democracias, Alianza/Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes, México, 1990, p. 46.
205 Christian Courtis y Nicolás Espejo, Por un “contrato de cohesión social”: apun-
tes exploratorios, CEPAL, Santiago de Chile, 2007, p. 21.

96
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

En otras palabras, la cohesión social juega un doble papel en las políticas


públicas:
• Como fin, porque provee contenido y sustancia a las políticas so-
ciales, por cuanto éstas apuntan, en sus resultados y en su proceso
de gestión y aplicación, a reforzar tanto la mayor inclusión de los
excluidos como su continua presencia en la política pública.
• Como medio, debido a que sociedades más cohesionadas proveen
un marco institucional sólido para impulsar el crecimiento eco-
nómico, fortalecen la gobernabilidad democrática y operan como
factor de atracción de inversiones al presentar un ambiente de con-
fianza y reglas claras.206
Así, una política pública enfocada al fomento de la cohesión social y la
gobernabilidad, debe contener los siguientes elementos:
1. Universalidad: implica garantizar a todos los ciudadanos la protec-
ción y los beneficios fundamentales y necesarios para lograr su par-
ticipación plena en la sociedad que los congrega, mediante el acceso
a la igualdad de oportunidades para desarrollarse y a un bienestar
básico que concuerde con el nivel de desarrollo en un momento
dado. De forma paralela, la universalidad brinda el elemento de
gobernabilidad para la construcción de un consenso social en torno
al desarrollo de una sociedad equitativa e incluyente.207
2. Participación de la ciudadanía: la cohesión social debe ser afron-
tada como un desafío colectivo entre todos los sectores sociales y
aprovechar su proximidad con el objetivo de generar vínculos. La
noción de ciudadanía toma un papel protagónico dado que en ella
se depositan los riesgos sociales ante las demandas y oportunidades

206 Cfr. Martín Hopenhayn, “Cohesión social: una perspectiva en proceso de


elaboración”, en Ana Sojo y Andreas Uthoff, Cohesión social en América Latina y
el Caribe: una revisión perentoria de algunas de sus dimensiones, cepal, Santiago de
Chile, 2007, p. 40.
207 Cfr. José Luis Machinea y Guillermo Cruces, “Instituciones de la política
social: objetivos, principios y atributos”, en Rolando Franco y Miguel Székely Par-
do, Institucionalidad social en América Latina, Cepal-Unfpa, Santiago de Chile,
2010, pp. 43-44.

97
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

producidas por la globalización, y también porque es la única vía


que tienen las personas para exigir y afirmar sus derechos.208
3. Confianza institucional: el Estado cuenta con una capacidad re-
gulatoria que ningún otro actor puede replicar y que se encuentra
sustentada en sus diversas instituciones. Dichas instituciones son
los mecanismos que integran a los grupos y los individuos dentro
de la dinámica social, lo que vuelve indispensable el desarrollo de
confianza en ellas, convirtiéndose en un factor determinante para
el sentido de pertenencia y adhesión a la comunidad de los ciuda-
danos.209 Entre dichas instituciones se encuentran el poder judicial,
el poder legislativo, la policía, los partidos políticos, el Ejército,
los medios de comunicación, los sindicatos y los gobiernos a nivel
municipal, estatal y federal.
4. Valores: la cohesión social parte del reconocimiento de las dife-
rencias entre grupos y personas como elemento natural y positivo
de las sociedades, las cuales deben ser gestionadas en un marco de
valores y reglas compartidas para el logro de un equilibrio armó-
nico entre los diversos agentes sociales.210 Entre dichos valores se
encuentran la pertenencia a la sociedad, el disfrute legítimo de los
beneficios del progreso, la presencia en la deliberación pública y el
acceso oportuno a mecanismos de inclusión social.211
Así, mediante la mejora del marco institucional, las políticas públicas
de fomento a la cohesión social tendrían la capacidad de incrementar la
confianza en las instituciones estatales y de estimular el crecimiento eco-
nómico, condición necesaria para la implementación de programas sociales
sostenibles y de amplio alcance.
Para que una política pueda considerarse como de fomento a la cohe-
sión social, debe desarrollar una identidad común, construir solidaridad,

208 Cfr. Manuel Zafra, “Prólogo”, en Josep Pascual Esteve y Júlia Pascual Guiteras
(coords.), Cohesión social y gobernanza democrática: Para unas regiones y ciudades
más inclusivas, Junta de Andalucía/Consejería de Gobernación, Andalucía, p. 12.
209 Cfr. Ernesto Ottone, Cohesión social. Inclusión y sentido de pertenencia en
América Latina y el Caribe, op. cit., p. 40.
210 Cfr. Marc Rimez, “Algunas reflexiones sobre las políticas públicas locales de
cohesión social y Cooperación descentralizada”, en Josep Pascual Esteve y Júlia
Pascual Guiteras, op. cit., p. 197.
211 Cfr. Martín Hopenhayn (coord.), Juventud y cohesión social en Iberoamérica.
Un modelo para armar, Cepal-Aecid-Segib-Oij, Santiago de Chile, 2008, p. 25.

98
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

establecer horizontes de confianza entre ciudadanos e instituciones, si-


tuaciones de igualdad de oportunidades y relaciones basadas en la reci-
procidad.212 En particular, el debate se enfoca en las diversas fuentes de
cohesión social en las que se deberían centrar las políticas públicas, tales
como la familia, el capital social, formas de interacción más instituciona-
lizada (clubes sociales, asociaciones vecinales, civiles), redes sociales, y las
relaciones que mantienen los individuos con las instituciones públicas a
partir de estas escalas sociales.
En suma, el diseño de políticas públicas con enfoque de cohesión so-
cial debe estar necesariamente sustentado en una sólida relación entre el
gobierno y la ciudadanía, pues únicamente a través de acciones útiles y
eficientes será posible fortalecer las relaciones de confianza entre los indi-
viduos y sus instituciones (confianza institucional) y entre los individuos
consigo mismos (confianza social).

III.II La perspectiva europea


A principios de la década pasada, cobraron notoriedad los estudios impul-
sados por la Unión Europea (ue), a través del Consejo de Europa, acerca
de la inclusión y cohesión social. En éstos se ha hecho énfasis en que la
exclusión social es uno de los principales obstáculos en la consolidación
de una nación con lenguajes, culturas, religiones y tradiciones diversas
e, incluso, divergentes. De ahí que el mantenimiento de redes sociales
densas, a partir de mecanismos políticos y económicos, se haya convertido
en el factor primordial para el fortalecimiento de valores de solidaridad e
inclusión.213
La perspectiva europea con respecto a la cohesión social se relaciona
con políticas públicas en materia de inclusión de las minorías dentro de
los Estados miembros de la Unión. Desde esta visión, la gobernabilidad
actúa como un puente entre la sociedad y el gobierno en la planeación e
implementación de políticas públicas; a su vez, éstas están encaminadas
a asegurar beneficios y protección a todos los miembros de la sociedad,

212 Cfr. Andrés Palma Irarrázaval, Las políticas públicas que no contribuyen a la
cohesión social, FIIAPP, Madrid, 2008, pp. 12-13.
213 Cfr. Germán Pérez Fernández del Castillo, “Cohesión social. Los retos de la
moderna sociedad globalizada”, en Germán Pérez Fernández del Castillo y Pablo
González Ulloa (coords.), Tendencias actuales de las Ciencia Política, Unam, Mé-
xico, 2013, p. 93.

99
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

en armonía con las fuerzas del mercado y las libertades de oportunidad y


emprendimiento.214
En términos operacionales, la experiencia de la ue es fundamental al
momento de analizar cualquier iniciativa orientada a la institucionalización
de la cohesión social, pues en sus acciones se pueden observar los esfuerzos
para que las categorías y conceptos incidan directamente en la realidad
social. En primer lugar, el vínculo entre las consideraciones teóricas y las
operacionales queda asentado en lo indisociable que es para esta perspec-
tiva pensar la cohesión social a partir de políticas de inclusión. Para el
Consejo Europeo, estas políticas tienen como fin promover “la solidaridad
y las reducciones en las disparidades de bienestar, donde se busca obtener
un avance integrado de todos los países hacia estándares económicos y so-
ciales consensuados políticamente”.215 En otras palabras, el objetivo de las
políticas de cohesión/inclusión en la ue, es la disminución de las brechas
sociales tanto al interior como entre los países miembros.
Debido a su naturaleza integradora y a los objetivos que persigue en ma-
teria de gobernanza para sus Estados miembros, el enfoque de la ue no se
circunscribe únicamente a la reducción de las disparidades al interior de éstos,
sino que ha trascendido a la elaboración de “[…] dispositivos legales supra
nacionales, que implican la exigibilidad de los compromisos en la materia a
los Estados nacionales y con sistemas de monitoreo, que incluyen indicadores
aplicables a los distintos Estados que integran la comunidad”.216
De esta forma, en el 2001, el Consejo de Laeken seleccionó 18 indica-
dores que cubrían las áreas de ingresos, empleo, educación y salud, y que
permitían el seguimiento de los objetivos de la agenda social europea, los
cuales se describen en el cuadro 3.1. Dicho sistema, conocido desde en-
tonces como Portafolio de Laeken, se concibió para la medición de resulta-
dos en materia de inclusión social, aunque dejaba de lado aquellos medios
que permiten alcanzarlos.217 Asimismo, mediante la declaración del 14 y
15 de diciembre de ese mismo año, el Consejo señaló una interpretación
normativa dentro de la estrategia para convertir a la ue en la economía más
dinámica del mundo, con pleno empleo y un nivel más alto de cohesión
social.

214 Cfr. Carlos Peña, El concepto de cohesión social, op.cit., p. 26.


215 Pablo Villatoro y Elizabeth Rivera, La cohesión social en los países desarrollados:
conceptos e indicadores, cepal-EUROsociAL, Santiago de Chile, 2007, p. 9.
216 Idem.
217 Cfr. Ibidem, p. 15.

100
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

Cuadro 3.1 Indicadores de cohesión social de Laeken, versión 2006

Dimensión Indicadores primarios Indicadores secundarios


Tasa de renta baja después de Dispersión en torno al umbral
las transferencias. de renta baja.
Valores ilustrativos de la tasa Tasa de renta baja en un mo-
de renta baja. mento determinado.
Distribución de la renta. Coeficiente de Gini.
Ingresos Persistencia de la renta baja Persistencia de la renta baja
(60% de la mediana de la ren- (50% de la mediana de la renta).
ta).
Brecha de la renta baja me- Tasa de renta baja antes de las
diana. transferencias.
Trabajadores en riesgo de po-
breza.
Tasa de desempleo de larga Proporción del desempleo de larga
duración. duración. Se calcula para las perso-
nas de 15 años de edad y más.
Cohesión regional. Tasa de desempleo de muy larga
duración.
Empleo
Niños o adultos que viven en
hogares en los que ninguno de
los miembros trabaja.
Brecha de empleo de los in-
migrantes.
Personas que abandonan pre- Personas con bajos niveles edu-
maturamente la enseñanza y cativos.
que no asisten a algún tipo de
programa de educación, capa-
Educación citación o ambos.
Estudiantes de 15 años de
edad con bajo rendimiento en
las pruebas de lectura.
Salud Esperanza de vida al nacer.
Fuente: Juan Carlos Feres y Pablo Villatoro. Un sistema de indicadores para el seguimien-
to de la cohesión social en América Latina, Chile, cepal-EUROsociAL, 2007.

101
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

La principal crítica hecha al Portafolio de Laeken radica en su rigidez y


las limitaciones que de ella se derivan: al concentrarse en las manifestacio-
nes más visibles de la exclusión, este sistema no toma en cuenta los facto-
res causales que conducen a ella, concibiendo a dicha problemática como
una privación de medios y no como una acumulación de desventajas que
pueden ser revertidas mediante la acción gubernamental y social dentro de
un marco institucional sólido.218
A partir de estas reflexiones, el Consejo de Europa revisó la estrategia
consensuada en Laeken y, en 2004, preparó una nueva definición del con-
cepto de cohesión social que sirviera como referencia en la integración de
un nuevo sistema de indicadores para medir el grado de exclusión en las
sociedades europeas:
la cohesión social […] consiste en la capacidad de la so-
ciedad de asegurar el bienestar de todos sus miembros, in-
cluyendo el acceso equitativo a los recursos disponibles, el
respeto por la dignidad humana, la diversidad, la autonomía
personal y colectiva, la participación responsable y la reduc-
ción al mínimo de las disparidades sociales y económicas
con el objetivo de evitar la polarización. La cohesión remite
a las relaciones que consolidan las capacidades de las socie-
dades para garantizar el bienestar de todos, lo cual incluye
la equidad en las oportunidades, el reconocimiento de la
dignidad humana, el respeto de la diversidad y la promoción
de la autonomía. Una sociedad cohesionada es una comuni-
dad de apoyo mutuo integrada por individuos que persiguen
metas comunes por medios democráticos.219
Bajo este enfoque, se entiende a la cohesión social como un marco de
referencia para concebir el grado de consistencia y calidad de los enlaces
sociales e institucionales que aseguran el bienestar de la sociedad en su
conjunto, sin olvidar que los Estados miembros de la ue aceptaban la res-
ponsabilidad de alcanzar un balance entre el crecimiento económico y la
justicia social, característica del modelo social europeo.220 De lo anterior

218 Cfr. Ibidem, p. 28.


219 Comité Europeo para la Cohesión Social, Revised Strategy for Social Cohesion,
2004, disponible en URL= http://www.coe.int/T/E/social_cohesion/social_poli-
cies/Revised_Strategy.pdf, consultado el 12 de julio de 2014.
220 Pablo Villatoro y Elizabeth Rivera, op. cit., p. 28.

102
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

se desprende que la cohesión social en la ue es concebida desde una pers-


pectiva descriptiva y prescriptiva (véase cuadro 3.2), es decir, considerando
sus características y el estado en el que se encuentra en una sociedad
determinada, y como un estado ideal que implica la construcción de socie-
dades democráticas estables, en las que se promuevan los diversos aspectos
relacionados al bienestar humano:221

Cuadro 3.2 Comparativo entre cohesión social descriptiva y prescriptiva

Cohesión social descriptiva Cohesión social prescriptiva


Aspectos relacionados al bienestar hu- Componentes de la cohesión social:
mano:
(i) Calidad de vida de los individuos y
• Dignidad y reconocimiento grupos sociales;
• Participación y compromiso (i) Diferentes áreas de vida (actores im-
• Autonomía y desarrollo personal plicados, los mercados y las esferas
• Equidad y no discriminación privada y ciudadana) e,
(i) Ingredientes básicos de la vida o
componentes invisibles (mundo de
vida, relaciones de confianza, valores,
emociones, conocimientos compar-
tidos, etc.)
Fuente: Elaboración propia con base en Pablo Villatoro y Elizabeth Rivera. La cohesión
social en los países desarrollados: conceptos e indicadores, Chile, cepal- EUROsociAL,
2007.

En suma, bajo esta perspectiva ninguna sociedad puede considerarse o


catalogarse como cohesionada en su totalidad y por ello, la cohesión social
debe ser vista más como un ideal en constante construcción y mejora-
miento que como una meta definitiva por alcanzar. En dicha labor, las
estrategias que busquen fomentarla necesariamente deben adaptarse a los
vaivenes económicos, sociales y tecnológicos agudizados en la era de la
globalización, tanto a nivel local como global, para evitar en la medida de
lo posible la polarización de las asimetrías.222
En el cuadro 3.3 se desarrolla la perspectiva de la cohesión social desde
las políticas que luchan en contra de las asimetrías partiendo del desarrollo
y la inclusión.

221 Ibidem, p. 31.


222 Cfr. Ibidem, p. 28.

103
La cohesión social en la Unión Europea

104
Elementos Perspectivas / Propuestas
Políticas basadas en un modelo de solidaridad y reducción en las disparidades de bienestar
y desarrollo en las diversas regiones, y de las que se busca obtener un avance integrado

ROsociAL, 2000.
hacia estándares económicos y sociales consensuados políticamente.
El despliegue de las políticas comunitarias se realiza a través de intervenciones financieras,
Desarrollo en particular de los Fondos Estructurales y el Fondo de Cohesión, en los países que se
han integrado recientemente a la Unión, o que cuentan con bajos índices de desarrollo.
En el período 2007-2013 se propuso la atención a los principales problemas de desarrollo
en materia de crecimiento económico y empleo, sin dejar de respaldar a las regiones que
no hayan completado aún su proceso de convergencia real a la Unión.
La inclusión supone el acceso abierto a condiciones equitativas de ingreso, empleo y salud,
así como el reconocimiento de la dignidad, diversidad y autonomía personal. Todo ello
teniendo como principio la preservación de las identidades nacionales y regionales.
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Se concibe a las políticas de cohesión social como políticas de reequilibrio, pues no se


limitan sólo a la lucha contra la exclusión y la pobreza, sino que tratan de generar los
niveles de solidaridad que permitan que la exclusión sea minimizada.
Estas políticas son decididas por cada Estado miembro, pero la evaluación de sus resul-
Inclusión tados se realiza a partir de una matriz de indicadores. La primera matriz (Laeken) data
Cuadro 3.3 Cohesión social en Europa

de 2001, está compuesta de 21 indicadores distribuidos en cuatro categorías: ingreso,


empleo, educación y salud. Una aproximación complementaria fue la elaborada por el
Consejo Europeo con su Guía Metodológica (2005), en ella se incluyen aspectos subjeti-
vos e institucionales de la cohesión.
En atención al desafío común que representa la cohesión social, la Unión Europea cola-
bora actualmente con la cepal en el Programa EUROsociAL, así como con México en el

social en los países desarrollados: conceptos e indicadores, Santiago de Chile, cepal-EU-


Fuente: Elaboración propia con base en Pablo Villatoro y Elizabeth Rivera, La cohesión
Laboratorio de Cohesión Social México-Unión Europea.
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

III.III Algunas aproximaciones a la cohesión social


en los países desarrollados: la ocde, Canadá y
Nueva Zelanda
De forma análoga a la perspectiva europea, en el resto de los Estados
desarrollados, particularmente en los de habla inglesa, se ha desarrollado
un enfoque propio sobre la cohesión social. Esto no resulta extraño al
considerar que, si bien existen ciertos lazos culturales, políticos y econó-
micos que vinculan a países como Estados Unidos, Canadá, Australia o
Nueva Zelanda con los pertenecientes a la Unión Europea, también hay
diferencias que van desde la composición étnica de sus sociedades hasta la
pertenencia a proyectos de cooperación con enfoques preponderantemente
económicos (Tratado de Libre Comercio de América del Norte, Foro de
Cooperación Asia-Pacífico, etc.) que no generan el mismo grado de com-
promiso que la integración europea.
Una de las características que comparten los países mencionados es
que cuentan con sociedades multiétnicas y multiculturales, resultado de
la presencia de poblaciones nativas que habitaban el territorio antes de los
procesos de colonización y que aún mantienen ciertos usos y costumbres
tradicionales. No obstante, pero debido principalmente a la gran cantidad
de población inmigrante que reciben, se han generado diversos fenómenos
que van desde los intentos de asimilación a la cultura predominante, la
reclusión de los inmigrantes dentro de barrios marginales donde pueden
continuar viviendo de forma similar a la que lo hacían en sus países de
origen, hasta manifestaciones violentas ligadas al racismo y a la discrimi-
nación en contra de los recién llegados.
Por ello, dentro de los países anglosajones, el concepto de cohesión so-
cial “[…] está asociado a la capacidad de convivencia, al punto de producir
un común sentido de pertenencia entre diferentes comunidades basadas
cada una en su propia cultura y en su particular estilo de vida”,223 es decir,
una gestión de la diferencia en contraposición a la concepción europea en
la que se gestionan bienes o prestaciones con el objetivo de reducir las
disparidades.224

223 Eugenio Tironi y Sebastián Pérez Bannen, “La cohesión social Latinoameri-
cana. A modo de conclusión”, en Eugenio Tironi (ed.), Redes, Estado y mercados,
op. cit., p. 379.
224 Cfr. Idem.

105
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Es de particular interés la definición canadiense de cohesión social si se


considera que en dicho país existe un fuerte debate en torno al multicultu-
ralismo y el interculturalismo –relacionados al movimiento de autonomía
en Quebec y a la presencia de grupos indígenas que reclaman sus derechos
dentro de la Federación Canadiense.225 Bajo la perspectiva canadiense, la
cohesión social es definida como un “[…] proceso de construcción de con-
sensos basado en la confianza y en la esperanza en un futuro mejor y que
apunta a la justicia social”.226
En esta definición se destaca la perspectiva de la gestión de la diferen-
cia (construcción de consensos) junto a un sentido de equidad ( justicia
social), lo que la acerca a la posición de la ue. Sin embargo, en un estudio
a fondo de la postura canadiense, Jane Jenson añade el sentido de perte-
nencia como fundamental para comprender la cohesión social en este país,
misma que se entiende como “[…] el actual proceso de desarrollo de una
comunidad de valores compartidos, desafíos compartidos y la igualdad de
oportunidades dentro de Canadá, basado en un sentido de esperanza y
reciprocidad entre todos los canadienses”.227
Con un enfoque de corte más pragmático, en Nueva Zelanda la co-
hesión social se ha buscado mediante una estrategia de integración de los
inmigrantes al país austral, bajo el reconocimiento de que “[…] una socie-
dad inclusiva y cohesionada requiere del aporte de las personas y familias
que llegan al país, y de la generación de relaciones de confianza entre las
comunidades de inmigrantes y los nativos, de manera de hacer de Nueva
Zelanda una comunidad, tolerante y respetuosa de la diversidad”.228 Den-
tro de dicha estrategia, el gobierno de Nueva Zelanda destaca cinco puntos
fundamentales:
1. Consolidar la identidad nacional;
2. Desarrollar una economía innovadora e incluyente, en la cual todos
compartan sus beneficios;
3. Fomentar la confianza en el gobierno, para permitir una amplia
provisión de servicios sociales;

225 Pablo Armando González Ulloa Aguirre, “El multiculturalismo en Canadá:


la redefinición de las políticas de la inclusión y sus teóricos”, en Norteamérica, año
9, núm. 1, enero-junio de 2014, pp. 171-206.
226 Pablo Villatoro y Elizabeth Rivera, op. cit., p. 32.
227 Jane Jenson, “Mapping Social Cohesion: the State of Canadian Research”,
Canadian Policy Research Networks, No. F/03, Canadá, 1998, p. 4.
228 Pablo Villatoro y Elizabeth Rivera, op. cit., p. 37.

106
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

4. Mejorar las destrezas y competencias de los inmigrantes, y


5. Reducir las desigualdades en salud, educación y empleo.229
Es decir, aunque el enfoque neozelandés se orienta hacia la gestión de
la diferencia (1 y 4), también se encuentran dentro de la agenda algunas
metas de equidad y justicia social (3 y 5), las cuales están inmersas en una
lógica de crecimiento y desarrollo económico como base de la provisión
de bienes y servicios, tanto para la población originaria de Nueva Zelanda
como para los inmigrantes.
En este último punto, la perspectiva del gobierno de Nueva Zelanda
sigue los principios enarbolados por la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económico (ocde), que otorga un mayor peso al fortale-
cimiento de las economías de sus países miembros y al cambio estructural
que debe concretarse hacia una economía de mercado que fomente la libre
competencia, bajo el entendido de que “[…] estas condiciones son el mo-
tor del crecimiento económico, contexto en el cual la cohesión social se
puede fortalecer”.230
Asimismo, la ocde enfatiza el papel de las políticas públicas como el
punto clave por el que se evita la fragmentación social resultante de los
cambios estructurales en las economías nacionales. Para ello, pone énfasis
en la necesidad de una visión y compromiso a largo plazo pues, si bien
algunas intervenciones políticas o reformas pueden generar resultados de
forma relativamente rápida, otras no dan resultados durante algún tiempo,
por lo que se hace inevitable un horizonte a largo plazo y el compromiso
con las políticas dentro de un entorno macroeconómico estable.231

III.IV Cohesión social en América Latina: el


enfoque de la cepal
A diferencia de la perspectiva europea, en la que la idea sobre la co-
hesión social está enmarcada en procesos de integración supranacional
que pretenden evitar la profundización de las desigualdades sociales tanto
al interior como entre los Estados miembros, y de otros enfoques en los
229 Robin Peace et al., Immigration and Social Cohesion: Developing an Indicator
Framework for Measuring the Impact of Settlement Policies in New Zealand, citado
por Pablo Villatoro y Elizabeth Rivera, op. cit., p. 37.
230 Pablo Villatoro y Elizabeth Rivera, op. cit., p. 40.
231 Cfr. OCDE, Perspectives on Global Development 2012: Social Cohesion in a
Shifting World, París, 2012, p. 4.

107
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

países desarrollados que priorizan la gestión de las diferencias a partir del


multiculturalismo en sus sociedades; en América Latina existe un especial
interés en el elemento subjetivo de la cohesión, esto es, en las percepcio-
nes y opiniones de las personas con relación a la capacidad/confianza en
las instituciones, su nivel de satisfacción con el sistema político, el nivel
de marginación y/o discriminación apreciado por la sociedad. Todo lo
anterior, por el hecho de que en la región se han producido realidades dis-
tantes que se mantienen al margen de lo predecible por varias perspectivas
de la cohesión social.
En América Latina, la exclusión social, que aún se manifiesta en sus
formas más simples (discriminación) junto a los altos índices de pobre-
za y marginación, produce sociedades atomizadas, con poco sentido de
pertenencia y de solidaridad y con Estados incapaces tanto de nivelar
­oportunidades como de procurar e impartir justicia.232 En este sentido,
el debilitamiento de la cohesión social en esta región ha estado deter-
minado por tres fuentes “[…] que comenzaron a desarrollarse durante la
década de los ochenta: el proceso de crisis, ajuste y reestructuración econó-
micas; el agotamiento del modelo del Estado interventor y su consiguiente
redefinición en términos de la Reforma del Estado; y el cambiante rumbo
de las transiciones y consolidaciones democráticas”.233 A partir de entonces,
la discusión sobre el concepto de cohesión social ha cobrado nuevos bríos,
particularmente por los esfuerzos que, en conjunto con algunas instancias
de la Unión Europea, ha impulsado la Comisión Económica para América
Latina (cepal).
Bajo la óptica del organismo de Naciones Unidas, la cohesión social se
considera “[...] como el grado de consenso de los miembros de un grupo
social sobre la percepción de pertenencia a un proyecto o situación co-
mún”,234 donde se incorpora “[...] tanto la dimensión estructural como la
subjetiva, y puede entenderse como la dialéctica entre mecanismos institui-
dos de inclusión/exclusión sociales y las respuestas, percepciones y disposiciones
de la ciudadanía frente al modo en que ellos operan”.235

232 Cfr. Germán Pérez Fernández del Castillo, “Cohesión social. Los retos de la
moderna sociedad globalizada”, op. cit., p. 94.
233 Antonio Camou, op. cit., p. 9.
234 Ernesto Ottone, Cohesión social. Inclusión y sentido de pertenencia en América
Latina y el Caribe, op. cit., p. 14.
235 Martín Hopenhayn, “Cohesión social: una perspectiva en proceso de elabo-
ración”, op. cit., p. 39.

108
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

Lo anterior permite vislumbrar que en la región latinoamericana, el


concepto de cohesión social “[...] surge ante la necesidad de encarar per-
tinaces problemas que, pese a algunos avances logrados en los últimos
años, aún perduran: altos índices de pobreza e indigencia; la extrema des-
igualdad que caracteriza a la región; diversas formas de discriminación
y de exclusión social que se remontan a un lejano pasado”.236 Se acude a
la cohesión social, entonces, como una herramienta de combate ante los
problemas específicos de la región que socavan el tejido social.
Para ello, desde 2007, la cepal ha realizado estudios sobre los marcos
de referencia e indicadores que muestran el estado en el que se encuentra
la cohesión social en los países latinoamericanos. La arquitectura del sis-
tema de indicadores propuestos se integra por tres componentes básicos
del concepto que el propio organismo ha delimitado: brechas o distancias,
instituciones y pertenencia; y un conjunto de factores que caracterizan la
cohesión en cada una de las dimensiones (véase cuadro 3.4). Este siste-
ma intenta ofrecer herramientas operativas para que los encargados de la
toma de decisiones puedan monitorear la situación y las tendencias en los
diferentes ámbitos que componen la cohesión social, pero también busca
contribuir al debate académico sobre el tema, con el objeto de otorgarle
un lugar primordial en las consideraciones sobre la elaboración de políticas
públicas.237

236 Ernesto Ottone, Cohesión social. Inclusión y sentido de pertenencia en América


Latina y el Caribe, op. cit., p. 9.
237 Cfr. Ibidem, p. 7.

109
Componente Indicador (CEPAL) Algunos indicadores nacionales

110
-Pobreza relativa
-Recuento de pobreza e indigencia
Pobreza e ingresos -Tasa de renta baja
-Razón entre quintiles de ingreso
-Coeficiente de Gini
-Tasa de empleo abierto
-Empleos en sector informal
-Empleos de baja productividad
Empleo -Subempleo
-Tasa de desocupación de larga duración

-Cobertura de la protección social


Distancias Protección social -Porcentaje de la población ocupada que realiza aportes previsionales
-Pensiones
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

-Porcentaje de egresados (nivel básico)


-Años de educación
Educación -Tasa de alfabetización
-Participación en programas internacionales de evaluación
Brecha digital -Hogares con computadora y acceso a internet
-Tasa de mortalidad infantil
-Esperanza de vida
-Partos atendidos por especialistas
Salud -Porcentaje de niños vacunados
Cuadro 3.4 Indicadores de cohesión social propuestos por la cepal (2007)

-Morbilidad
-Población con vih/sida
Componente Indicador (CEPAL) Algunos indicadores nacionales
-Alimentos que cubran requerimientos nutricionales
-Vivienda
Consumo y acceso a -Agua
Distancias -Servicios sanitarios
servicios
-Energía
-Medios de comunicación y transportes
-Índice de democracia (desarrollo democrático)
-Percepción ciudadana sobre el nivel de democracia en el país
Sistema democrático -Porcentaje de ciudadanos satisfechos con la democracia
-Porcentaje de ciudadanos con actitudes positivas hacia la democracia
-Porcentaje de personas que sufrieron un delito (y porcentaje de
Estado de Derecho personas que lo denunció)
Reducción de la -Índice de percepción de la corrupción
corrupción
Instituciones
Justicia y seguridad -Evaluación ciudadana sobre el desempeño del poder judicial
humana
-Carga tributaria como porcentaje del pib
-Composición de la carga tributaria
-Proporción de personas que cree que los impuestos serán
Políticas públicas bien gastados por el Estado
-Gasto público en educación como porcentaje del pib
-Gasto público en salud como porcentaje del pib
-Gasto público social como porcentaje del pib

111
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización
112
Componente Indicador (CEPAL) Algunos indicadores nacionales
-Índice de productividad del trabajo
-Remuneraciones medias reales
Instituciones del -Percepción ciudadana del cumplimiento de la ley laboral
Instituciones -Porcentaje de ocupados preocupados de perder el empleo
mercado
-Gasto privado en educacióncomo porcentaje del pib
-Gasto de los hogares en salud como porcentaje del gasto total en salud
-Porcentaje de población adscrito a una etnia
-Lenguas habladas por la población originaria
Multiculturalismo -Población que se siente maltratada por el color de la piel o la raza
-Porcentaje de mujeres en el parlamento
-Confianza ciudadana en las instituciones del Estado y los partidos políticos
Capital social -Índice de activación política
-Porcentaje de votos válidos en las elecciones parlamentarias
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Pertenencia -Porcentaje de ciudadanos que cree que la estructura social es abierta e igua-
litaria
Expectativas de futuro -Porcentaje de ciudadanos con expectativas de movilidad intergeneracional
ascendente
Integración y afiliación -Tasa de mortalidad por suicidios y lesiones autoinfligidas
social -Tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes

Valores prosociales -Encuestas sobre solidaridad

Fuente: cepal, Un sistema de indicadores para el seguimiento de la cohesión social en América Latina, cepal/Co-
misión Europea, Santiago de Chile, 2010.
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

Esta primera concepción expuesta por la cepal, sin embargo, resultaba


insuficiente al no tomar en cuenta otros elementos básicos de la cohe-
sión social: una mayor eficiencia institucional (elementos de control de
vida objetivos), o bien, un importante cúmulo de capitales, que se corres-
ponden con un fortalecimiento del tejido social. Es claro que al omitir
estos elementos se deja de lado uno de los factores que determinan el
debilitamiento de la cohesión –la falta de medios de control de vida– y
que se asocia a un sentimiento de inseguridad y de anomia generalizados;
del mismo modo, a lo anterior debe añadirse que las particularidades del
contexto latinoamericano hacen que la heterogeneidad de realidades y de
capacidades institucionales complejicen aún más las valoraciones sobre los
medios de vida objetivos y cómo influyen en el fortalecimiento o mengua
de la cohesión.238
Considerando esto, la cepal reformuló en 2010 su concepto de co-
hesión social para incluir la dimensión institucional en la articulación de
las demandas ciudadanas (véase cuadro 3.5), afirmando que aquélla “[…]
es la capacidad de las instituciones para reducir de modo sustentable las
brechas sociales con apoyo ciudadano (pertenencia)”.239 Esta revisión del
enfoque permite plantear una serie de propuestas con respecto al concepto
de cohesión, entre las que destacan explicitar el aspecto normativo, el
mantenimiento de los componentes de brechas y de instituciones, y el
acotamiento de las fuentes de pertenencia.240
La resignificación del concepto en clave de políticas públicas “[…] faci-
lita las tareas de medición, interpretación y difusión, ya que es más sencillo
atribuir valores numéricos a los diferentes pilares de la cohesión […] así,
más apoyo ciudadano, más capacidad institucional y menos brechas indi-
carán, en conjunto, más cohesión social”.241 Asimismo, la nueva selección
de indicadores permite la difusión de los resultados sobre el estado en el
que se encuentra la cohesión social en la región latinoamericana.

238 Cfr. Juan Carlos Feres y Pablo Villatoro, “Hacia un núcleo de indicadores
clave de cohesión social: un paso atrás, dos adelante”, en Juan Carlos Feres y Pablo
Villatoro (coords.). Cohesión social en América Latina, op. cit., p. 185.
239 Ibidem, p. 190.
240 Cfr. Ídem.
241 Ibidem, pp. 190-191.

113
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Cuadro 3.5 Indicadores de cohesión social propuestos por la cepal (2010)

Indicadores clave de brechas sociales


Ámbito para observar Indicadores
Pobreza e ingresos 1. Porcentaje de personas bajo la línea de pobreza.
2. Razón entre quintiles de ingreso.
Empleo 3. Tasa de desempleo abierto.
4. Ocupados urbanos en sectores de baja productividad.
5. Relación de salarios entre los sexos y por niveles edu-
cativos.
Acceso a protección 6. Ocupados que hacen aportes previsionales.
social
Educación 7. Porcentaje de conclusión de la educación secundaria.
8. Tasa neta de matrícula en la educación preescolar.
Salud 9. Tasa de mortalidad infantil.
10. Esperanza de vida.
Consumo y acceso a 11. Población en estado de subnutrición.
servicios básicos 12. Población con acceso al suministro mejorado de agua
potable saludable.
Indicadores clave de capacidad institucional
Ámbito para observar Indicadores
Funcionamiento de la 1. Porcentaje de mujeres en el Parlamento.
democracia
Funcionamiento del 2. Índice de corrupción.
Estado de Derecho
Políticas públicas 3. Gasto público social por habitante
4. Porcentaje que representa la carga tributaria en el pib.
Economía y mercado 5. pib per cápita.
6. Tasa de inflación (variación anual).

114
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

Familia 7. Porcentaje de mujeres de 15 años y más con dedicación


exclusiva a las labores del hogar.
Indicadores clave de apoyo ciudadano
Ámbito para observar Indicadores
Apoyo al sistema 1. Porcentaje de apoyo a la democracia.
democrático
Confianza en las insti- 2. Confianza en las instituciones del Estado y los partidos
tuciones políticos.
Expectativas econó- 3. Porcentaje de población que cree que sus hijos vivirán
micas mejor.
Percepciones de des- 4. Porcentaje de la población que cree que la distribución
igualdad del ingreso es muy injusta.
Apoyo a iniciativas de 5. Percepción de carga tributaria
reducción de brechas 6. Confianza en la calidad del gasto de los impuestos.
Fuente: cepal, Cohesión social en América Latina. Una revisión de conceptos, marcos de
referencia e indicadores, cepal/Comisión Europea, Santiago de Chile, 2010.

III.V Hacia un índice de cohesión social


Recuperar diversas perspectivas teóricas sobre la cohesión social, y las ini-
ciativas de vanguardia de organismos internacionales enfocados en garan-
tizar los derechos de los ciudadanos a partir de la acción institucional, es
de especial relevancia para ubicar los desafíos que, en materia de políticas
públicas, representa el debilitamiento de los lazos sociales y la falta de
confianza hacia las instituciones. En esta tarea, la elaboración de índices e
indicadores permite vislumbrar el estado en el que se encuentra la cohe-
sión social en un país, así como identificar fortalezas, ventajas y debilidades
en los que se debe enfocar la acción gubernamental.
El sentido de retomar estas posturas no estriba solamente en hacer una
revisión enciclopédica de sus presupuestos, sino en la integración, a partir
de las diversas experiencias que ha traído su operativización, de un modelo
analítico y a la vez sistemático que traduzca la cohesión social en formula-
ciones para el diseño de las políticas públicas.242 En primer lugar, un punto
242 Cfr. Rodrigo Márquez “Revisión crítica del enfoque de cohesión social de la
cepal y desafíos para su operacionalización”, en Juan Carlos Feres y Pablo Villa-
toro, op. cit., p. 17.

115
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

de partida para el diseño de este modelo es la existencia de información


pertinente, actualizada y basada en rigurosos criterios metodológicos que
contribuya a la correcta toma de decisiones.243
Por otra parte, el diseño de un modelo de indicadores de cohesión
social debe ser inseparable de una visión integral sobre los mecanismos
institucionales que inciden sobre las condiciones de exclusión, pobreza y
desigualdad social; las percepciones subjetivas sobre el desempeño de las
autoridades e instituciones en estos rubros; y las estrategias asociativas
que hacen de la organización social y el sentido de pertenencia un capital
de utilidad transversal. De ahí que, por encima del enfoque europeo y de
los países desarrollados, la perspectiva latinoamericana sobre la cohesión
social nos ofrezca las coordenadas más ambiciosas para emprender la tarea
de elaborar este modelo.
Ahora bien, existen al menos tres consideraciones importantes sobre la
región que deben incluirse en el análisis modélico:
1. América Latina presenta niveles de desigualdad y polarización muy
elevados, tanto al interior de los países como al considerarlos en
conjunto.
2. El concepto de cohesión social tiene una naturaleza compleja y, si-
guiendo el enfoque de la cepal, existe una multiplicidad de factores
que la determinan.
3. La cepal tiene la responsabilidad, como organismo internacional,
de contribuir en la construcción y la publicación de un indicador
de estas características, aun cuando los Estados de la región no
cuenten con una organización supranacional que haga vinculante la
consecución de ciertas metas en el renglón social.244
Con estos planteamientos, como se expone en el cuadro 3.6, Roxana Mau-
rizio señala una serie de elementos o pasos que se deben seguir al momen-
to de construir un índice en un tema de naturaleza compleja, multifacto-
rial y multisectorial:

243 Cfr. Roxana Maurizio, “La viabilidad de la construcción de un índice sintético


de cohesión social para América Latina”, en Ibídem, p. 145.
244 Ibidem, pp. 170-171.

116
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

Cuadro 3.6 Etapas para la elaboración de un índice de cohesión social

Etapa Descripción
Definición y especificación del objeto de
estudio. Reconocer el valor de reducir a
Definición del marco teórico
una dimensión única los múltiples facto-
res que la determinan.
La selección deberá basarse en la vincu-
lación con la dimensión sometida a es-
Selección de indicadores y disponibili- tudio, la disponibilidad de información,
dad de información la calidad de la misma, la facilidad de su
interpretación y la interrelación con el
resto de los indicadores.
Análisis de correlaciones, de funciones
de densidad bivariadas, y análisis multi-
Análisis descriptivo y multivariado variado de “reducción de dimensiones”,
exploratorio ejercicios que permiten conocer mejor el
comportamiento de las dimensiones con-
sideradas y sus interrelaciones.
Normalización de los indicadores, Los indicadores se utilizan de manera co-
estructura de ponderación y parámetro tidiana, así como los valores que cada uno
de sustitución representan.
Ejercicios de sensibilidad para evaluar el
Análisis de sensibilidad y fortaleza de
rango de variabilidad de los resultados
los resultados
obtenidos.
Transparencia en los procedimientos de
elaboración del índice. Fácil comuni-
cación y entendimiento, no sólo en el
Difusión, transparencia y consenso
mundo académico, sino también entre
los responsables de la toma de decisiones
políticas.
Fuente: Elaboración propia con base en Roxana Maurizio, “La viabilidad de la cons-
trucción de un índice sintético de cohesión social para América Latina”, en Juan Car-
los Feres y Pablo Villatoro (coords.), Cohesión social en América Latina. Una revisión
de conceptos, marcos de referencia e indicadores, cepal/Comisión Europea, Santiago de
Chile, 2010.

Para la construcción de un índice de cohesión social se debe considerar una


diversidad de contribuciones desde disciplinas como la estadística, ciencia
política, economía, sociología; así como varios elementos, desde teóricos

117
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

hasta empíricos, que intervienen en la selección de las variables y los in-


dicadores que servirán para operar el modelo. Esto conlleva una serie de
ventajas y desventajas que deben ser presupuestadas al desarrollar estudios
sobre el estado de la cohesión a nivel nacional.
Entre las ventajas destaca la reducción considerable de información
que facilita interpretar cada dimensión, toda vez que al construir un ín-
dice compuesto o unificado a partir de un grupo de indicadores dispersos
se elimina la información redundante o duplicada. Del mismo modo, la
virtud del uso de indicadores unificados es que existen opciones para com-
parar los avances, retrocesos y correcciones en materia de políticas, tanto
en ámbitos locales como globales, sin la necesidad de enfrentarse directa-
mente a la complejidad de los contextos de cada región; eventualmente, se
posibilita la construcción de tendencias en el tiempo alrededor de cada di-
mensión y, por consecuencia, la incidencia directa sobre cada contexto.245
Por otro lado, las desventajas radican en la posible pérdida de informa-
ción valiosa y en la arbitrariedad en la elección de los indicadores, pará-
metros y variables que integren cada índice. Esto condiciona los resultados
obtenidos y la interpretación general del modelo de indicadores, dado que
no existen marcos normativos que permitan avalar o justificar la selección
o exclusión de ciertos elementos valorativos. En términos estadísticos, un
índice de cohesión social puede presentar un dilema de promedios.246
Todo lo anterior pone de manifiesto la urgencia de evaluar la pertinen-
cia y utilidad de construir un índice de cohesión social para la región, que
permita vislumbrar su estado actual y las tendencias que tendrá a largo
plazo. La necesidad de desarrollar un marco teórico sólido y criterios de
operación rigurosos que reflejen la naturaleza del fenómeno con la mayor
exactitud posible, responde precisamente a la necesidad de brindar resul-
tados consistentes y sistemáticos a contextos que, aunque variados, son
atravesados por más de un problema común.247

245 Ibidem, p. 172.


246 El dilema de los promedios es un aspecto relacionado con cualquier índice
sintético, y se refiere a que cuando los elementos que lo componen registran
similares comportamientos, el aporte del indicador agregado parece ser bajo (aun-
que, obviamente, facilita su comprensión); sin embargo, cuando dichos elementos
experimentan evoluciones divergentes la utilidad del promedio parece ser aún me-
nor. Cfr. Ibidem, pp. 172-173.
247 Ibidem, p. 174.

118
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

En el siguiente cuadro se observan puntos fundamentales a tomar en


cuenta para lograr la mejor construcción y seguimiento de indicadores de
la cohesión social.

Cuadro 3.7 Criterios y características de los indicadores de cohesión social

Criterios Características
Balance entre los distintos ámbitos de Identificación de la esencia del problema:
observación incluidos en el sistema: Interpretación normativa clara y aceptada.
Mantener el equilibrio entre los diferentes Su metodología debe ser comprensible por
ámbitos de observación; seleccionar al me- la sociedad en general.
nos un indicador por dimensión dentro de
los pilares y no más de tres por dimensión.
Pertinencia/Validez de contenido: Robustez y validez:
Refiere el grado en que los indicadores Variaciones marginales en su forma de cál-
dan cuenta del ámbito de observación y culo que no modifiquen sustancialmente
del componente o el pilar respectivo. Esto la evolución del indicador. Utilización de
es, la capacidad de una medida de reflejar información estadísticamente confiable.
conceptualmente lo que se quiere medir.
Poder discriminatorio: Sensibilidad a las intervenciones de po-
Alude a la capacidad explicativa o a la lítica:
sensibilidad del indicador en el contexto Los indicadores deben captar el impacto
regional. de las políticas públicas, pero a la vez no
pueden ser manipulables fácilmente.
Información desagregada: Comparabilidad:
La medida en que está publicada infor- El indicador debe poder medirse en forma
mación relevante para la detección de comparable entre los países integrantes del
brechas relativas. sistema de información y, en la medida de
lo posible, debe ser comparable con están-
dares internacionales. Recolectar informa-
ción estadística construida sobre la base de
marcos conceptuales comunes.
Disponibilidad: Revisión periódica:
Cobertura geográfica y temporal de la in- Se requieren procesos de revisión periódi-
formación publicada sobre el indicador. ca que adecuen los indicadores a los obje-
tivos centrales en cada dimensión.
Fuente: Elaboración propia con base en: Roxana Maurizio, “La viabilidad de la cons-
trucción de un índice sintético de cohesión social para América Latina”, y en Rodrigo
Arim y Andrea Vigorito, “Instituciones, bienestar y cohesión social: indicadores para
caracterizar su funcionalidad”, en Juan Carlos Feres y Pablo Villatoro (coords.), op.cit.

119
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

La revisión realizada por la cepal para hacer de la cohesión social un


concepto operativo en términos de políticas públicas, y para indicar el es-
tado en el que se encuentran los países latinoamericanos en esta materia,
pone de manifiesto la importancia de redimensionar los resultados que se
esperan obtener al realizar estudios sobre el grado de cohesión. Para ello se
debe partir de los pilares que componen su perspectiva conceptual.
En primer lugar, los indicadores de brechas refieren los resultados de
la acción institucional en las condiciones de vida materiales de la pobla-
ción. Retomando la discusión del concepto en la ue, se recuerda que las
brechas pueden ser absolutas (insatisfacción de necesidades básicas) y rela-
tivas (distancias de bienestar material entre los distintos grupos sociales).
En este punto, el enfoque de la cepal no dista mucho de la perspectiva
europea en la medida que las brechas siguen representando el acceso a
determinados bienes y servicios, pero también a logros como la conclusión
de niveles educativos.248
En materia de mecanismos institucionales, los principales resultados
esperados obedecen a la capacidad de las instituciones para reducir las
brechas sociales. Esto es, la selección de indicadores que informen so-
bre las acciones y mecanismos institucionales que tienen el potencial de
repercutir, directa o indirectamente, en la estructura de oportunidades y
en la dinámica de inclusión-exclusión. Así, aunque formalmente deberían
existir indicadores de impacto que midan directamente la capacidad insti-
tucional para disminuir las brechas,249 la disponibilidad de información y
la escasez de políticas sociales directas en la región hacen preferible el uso
de indicadores de compromiso institucional con la reducción de brechas, así
como de la suficiencia y calidad del funcionamiento institucional.250
Finalmente, el pilar subjetivo de la cohesión social, el apoyo ciudada-
no, se sustenta en ciertas variables que proporcionaran aproximaciones al
grado de confianza y adhesión ciudadana al sistema político, así como al orde-
248 Juan Carlos Feres y Pablo Villatoro, “Hacia un núcleo de indicadores clave de
cohesión social: un paso atrás, dos adelante”, en Ibidem, p. 197.
249 Por ejemplo, el nivel de pobreza anterior y posterior a la transferencia de
recursos públicos o a la implementación de algún programa que busque atacarla.
Ver Roxana Maurizio, “La viabilidad de la construcción de un índice sintético de
cohesión social para América Latina”, y Rodrigo Arim y Andrea Vigorito, “Insti-
tuciones, bienestar y cohesión social: indicadores para caracterizar su funcionali-
dad”, en Juan Carlos Feres y Pablo Villatoro (coords.), op. cit.
250 Cfr. Juan Carlos Feres y Pablo Villatoro, “Hacia un núcleo de indicadores
clave de cohesión social: un paso atrás, dos adelante”, op. cit., p. 203.

120
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

namiento socioeconómico y a la predisposición de los actores sociales frente a


iniciativas institucionales orientadas a reducir las brechas sociales. En función
de esto, se excluyen otros indicadores que, en el primer diseño de la cepal,
estaban concebidos como aproximaciones a la pertenencia.251
A manera de conclusión debe resaltarse que la revisión realizada por
la cepal de los pilares que componen la cohesión social ha contribuido a
que el concepto se encuentre más próximo de ser operativo. Si bien aún
faltan tareas relacionadas con la selección de los indicadores, el perfeccio-
namiento de sus criterios y características, y la integración de múltiples
variables, en los estudios señalados se plantea una nueva forma de abordar
la cohesión social en la que los pilares que la componen no sean elementos
aislados uno del otro, sino diferentes formas de aproximarse (perspectivas
si se quiere) a determinados objetos. Para ello, cada aspecto observable de
la cohesión social debe tener un aspecto medible en cada uno de los pilares
mencionados.252

251 Ibidem, p. 209.


252 Cfr. Rodrigo Márquez, “Revisión crítica del enfoque de cohesión social de la
cepal y desafíos para su operacionalización”, en Ibidem, pp. 27-28.

121
IV. Conclusión

El uso de conceptos en ciencias sociales refleja un esfuerzo por compren-


der la realidad de forma sistemática, con el fin de crear horizontes para la
acción en el futuro. Aunque en apariencia ésta sea una tarea fácil, no lo
es: Popper afirmó que la construcción de modelos basados en el análisis
de situaciones sociales típicas está sujeta a la refutación de sus hipótesis,
sobre todo cuando en su aplicación no hay una correspondencia entre
éstas y sus consecuencias empíricas observables; al final, en la búsqueda
de soluciones efectivas a problemas cada vez más profundos, la dinámica
trial and error supone la perfectibilidad de nuestros métodos para conocer
dichas situaciones.253
Que actualmente sea mayor el interés por usar la cohesión social como
referente conceptual para la formación de modelos de acción institucio-
nal, responde precisamente a la urgencia de plantear soluciones efectivas
a problemas que socavan desde la base el sentido comunitario. De esta
forma, los fenómenos ligados al debilitamiento de los lazos sociales –desde
la individualización hasta la desigualdad y la exclusión– no sólo son sus
consecuencias más inmediatas, sino que también son factores que contri-
buyen a la reproducción de esta condición anómica. La relevancia que se le
atribuye a este concepto como catalizador de la acción social e institucional
muestra entonces una clara convicción por dar respuestas a la problemática
del orden social.
En cierto modo nada distingue a la preocupación reciente por la co-
hesión social de aquella que motivó su nacimiento como tema recurrente
de los discursos filosófico y sociológico, pues ambas han sido marcadas
por la necesidad de describir al mundo tal como es, pero, sobre todo, de

253 Karl Popper, El mito del marco común. En defensa de la ciencia y la racionali-
dad, Paidós, Barcelona, 1997, p. 153.

123
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

proponer alternativas de cómo puede ser mejor. Más allá de los contextos
que desencadenaron y siguen matizando los debates teóricos sobre el fenó-
meno de la cohesión, el apremio de vivir juntos –y mantenernos así pese a
lo problemática que pueda ser la convivencia– se presenta como el motor
de las posturas que en este libro fueron expuestas.
Se tuvo oportunidad de advertir que el propósito de mostrar una parte
del extenso mosaico de posiciones en el debate sobre este concepto no fue
el de realizar un ejercicio enciclopédico, en el que éstas aparecieran como
estratos separados cronológicamente o por las divergencias de los discursos
de donde provienen, sino el de sustraer, en primera instancia, los elemen-
tos que en la actualidad son útiles para responder la pregunta inicial ¿qué
nos mantiene unidos?, y desentrañar las claves que contribuyan al diseño
de modelos de acción para incidir en contextos específicos, atendiendo al
¿cómo lograrlo?
Como consecuencia de lo anterior, la relevancia de este estudio tam-
bién descansa en el reconocimiento de que cualquier respuesta ofrecida a
estos cuestionamientos estará determinada por los desafíos que atraviese
cada contexto. Así, del mismo modo en que las primeras posturas tenían
como objeto explicar el orden social moderno –gracias al nacimiento y
desarrollo del industrialismo–, las más recientes tienen el fin de encontrar
los medios para contrarrestar su descomposición –ante fenómenos que
radicalizaron los principios de la modernidad.
Con las visiones expuestas en la primera parte del libro, se pudo ob-
servar la influencia que ejerció la instauración del orden industrial en la
valoración sobre las fuentes en las que las sociedades modernas basarían
su cohesión. Si, para los autores que se revisaron, los hombres tienen la
capacidad de darse a sí mismos una organización, sin la necesidad de
que les sea impuesta, es inevitable que ésta se adapte a las transfor-
maciones que provengan de distintas esferas; al aludir principalmente
a la decadencia del orden tradicional, estos autores señalaron que las
sociedades habrían de asimilar las consecuencias de este hecho a fuerza
de crear nuevas formas de interacción.
Mientras que para algunos, del valor atribuido a la persona humana y
sus bienes se desprende una noción seminal sobre la justicia, y del segui-
miento de las normas que protejan el interés público o fomenten las vir-
tudes sociales un sentido moral que mantiene la unidad social, para otros
serían los vínculos cooperativos y conflictivos –producto de la división del
trabajo y de la consecuente diferenciación individual– los que alimenta-

124
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

rían una idea sobre lo colectivo. En general, el común denominador de


estas posturas se encuentra en el reconocimiento de la autonomía de la
esfera social frente al poder político, y en el papel que juegan los vínculos
interindividuales (a partir del interés, la simpatía, la mutua dependencia,
el contrato o el conflicto) en la construcción y mantenimiento del orden
social.
El interés puesto sobre los vínculos interindividuales derivó del interés
aún mayor por el papel que jugó el individuo en el orden social moder-
no. Que la cohesión de las sociedades industrializadas dependiera, según
los autores revisados en la primera parte, de los lazos mantenidos en lo
particular –puesto que de éstos proviene el sentido moral que sostiene la
unidad del colectivo– ya planteaba el valor del individuo como principio
de ese orden, y además de que las instituciones y prácticas sociales se fun-
damentaran en la defensa de su libertad –de ahí las posiciones en las que
individuo y cohesión social aparecían convergentes, y que fueron esbozadas
en el segundo capítulo.
Ahora bien, si la compatibilidad de los dos conceptos en el terreno
teórico era tan sólo una propuesta para resolver el problema de la concu-
rrencia de dos fenómenos disímiles –la cohesión y el individualismo– en
las sociedades industriales, la tensión de la noción moderna de la cohesión
social sí representó el reflejo de una realidad en la que los anclajes sociales
que servían de contrapeso a la libertad individual perdieron su efectividad.
En la primera modernidad tal compatibilidad fue verosímil porque las vi-
siones alrededor del individuo lo ubicaron como portador de derechos que
afirmaban su autonomía, pero también de deberes que lo vinculaban a los
grupos sociales; sin embargo, posteriormente el desarrollo ilimitado de la
industria y la preponderancia del mercado en las prácticas sociales debili-
taron la noción del deber, y la autoridad de las manifestaciones colectivas,
en pos de una apología del interés individual.
Es preciso insistir en el hecho de que el individualismo representa
un desafío para la cohesión social sólo cuando la estabilidad colectiva se
ve amenazada por una diferenciación excesiva, así como por la cultura
individualista que de ésta resulta. Las prácticas mercantiles detonan la
desintegración social al desenvolverse más allá del ámbito económico, de-
terminando con ello las relaciones que se establecen en otras esferas; de
este modo, todo lo que antes era un medio para defender la autonomía
individual y la unidad social en su conjunto, ahora sólo se concibe como

125
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

un pretexto para exaltar los deseos personales, a favor de la continuidad de


la lógica de mercado.
No obstante, la decadencia de los vínculos e instituciones sociales no
sólo es el semillero de un individualismo egoísta o negativo, sino que
también es la causa de la pérdida sistemática de referentes que dotan a la
acción de sentido. Cuando el individuo ya no encuentra en su familia, su
trabajo, o en sus lazos más inmediatos las razones para sentir que sirve
para algo, no tiene forma de “echar raíces” en el presente, y menos de
enfrentarse al futuro con confianza. Al final, la aparente liberación del in-
dividuo de sus ataduras sociales no le representa una situación confortante,
por el contrario, lo pone frente a una constante incertidumbre.
Ante la falta de anclajes sociales para la acción, diversos autores señalan
que nuestro tiempo está caracterizado por una búsqueda personalizada de
pautas de conducta, que a la postre constituyen una moral individualista;
de la misma forma, está definido por la insistencia de atribuir a nuevas
manifestaciones de lo público las mismas virtudes que tenían otras en
el pasado, aun con la consciencia de que sólo se trata de virtualidades o
ilusiones. En cierto sentido, si las instituciones no proveen de las garantías
suficientes para vivir en un entorno justo e inclusivo, pocos motivos hay
para no sentirnos en un estado de indefensión, y aún menos para encontrar
soluciones colectivas para revertir esta situación.
La permanencia de condiciones de individualización, exclusión y des-
igualdad en varias regiones del mundo, que afectan casi siempre a un mis-
mo grupo de personas, difunde y reproduce en la población –incluso entre
aquellos que no padecen estas situaciones– un imaginario o representación
negativa respecto del funcionamiento de la sociedad, las instituciones y
quienes detentan el poder. En este sentido, el debilitamiento de la cohe-
sión social se caracteriza por un estado en el que las garantías de una dinámica
social justa y equitativa quedan diluidas, pero además por una disolución de
las actitudes de interés por los otros y de respeto por las normas y las institu-
ciones. En general, el estado contrapuesto a la cohesión social es la pérdida
paulatina de sentido compartido.
Las implicaciones de la desintegración van más allá del ámbito social,
pues cuando los individuos no tienen razones para confiar entre sí, ni en
las instituciones, se ponen en duda las bases mismas del pacto social y
político. La revaloración conceptual de la cohesión social supone entonces
su utilidad como referente para la acción institucional, porque de su efec-
tividad depende que las sociedades sigan siendo gobernables.

126
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

Si se vuelve a la pregunta inicial, ¿cómo mantenernos unidos?, se verá


que las dos primeras partes de este estudio ofrecen no sólo las explicacio-
nes que históricamente se han vislumbrado para entender por qué las so-
ciedades modernas logran preservarse, sino también las coordenadas teó-
ricas necesarias para estudiar el fenómeno de la cohesión social en general.
En este sentido, la concurrencia en una idea colectiva sobre la justicia y
la importancia del conflicto para generar unidad; la mutua dependencia,
el respeto por la norma y la simpatía por el otro; la defensa de la liber-
tad individual y el establecimiento de deberes para con la sociedad son
elementos imprescindibles para entender la cohesión; elementos que se
pensaron como explicaciones de realidades concretas, pero que por formar
parte de la elaboración teórica de un concepto trascienden la especificidad
de esas realidades.
La problemática planteada en el segundo capítulo sugiere, además,
que los factores a los que se ha atribuido dicho fenómeno no quedan des-
cartados si existen condiciones de desintegración social; por el contrario,
es precisamente en esos escenarios donde se hace imperativo volver sobre
las perspectivas clásicas para proponer nuevas soluciones. De modo que,
como todo concepto, el de cohesión social se alimenta de realidades, pero
contribuye también a analizarlas y transformarlas.
Actualmente, se ha aproximado la cohesión social al terreno de las
políticas públicas en un afán por volver operativo un concepto que tiene el
potencial de proporcionar soluciones integrales al problema de la descom-
posición social. Mediante un modelo de acción que no compete sólo a los
Estados y sus instituciones, sino también a los actores no gubernamentales
y a los ciudadanos en general, se piensa en la interpretación de nuestros
contextos a partir de indicadores unificados y sujetos a comparación geo-
gráfica y temporal, y además en la adopción de medidas para crear, corregir
y robustecer políticas públicas en las dimensiones que comprende dicho
modelo.
Así, una de las conclusiones arrojadas por este libro es que la cohe-
sión social no resiste una definición unívoca, sino que debe observarse, en
términos teóricos y empíricos, desde un punto de vista multidimensional.
En primer lugar, ésta comprende los lazos que reflejan un sentido comu-
nitario, colectivo y moral, por el que el individuo reconoce la dependencia
que lo une a los otros y a la sociedad a la que pertenece, y que produce
acciones asociativas tendientes al cumplimiento de ciertos fines. En segun-
do, advierte los mecanismos institucionales que garantizan condiciones de

127
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

inclusión, igualdad y justicia entre todos los individuos, con el objeto de


mantener la estabilidad política, económica y social. Finalmente, la cohe-
sión social abarca las percepciones y comportamientos subjetivos frente a
la efectividad de los mecanismos institucionales, mismos que están carac-
terizados por la confianza que los ciudadanos depositan en sus autoridades
e instituciones, así como por las actitudes de respeto por la norma.
Ante el reto de recobrar la confianza social e institucional, este con-
cepto debe pensarse como medio para impulsar la acción institucional y
la participación colectiva, necesarias para fortalecer la gobernabilidad de-
mocrática (mayor eficiencia institucional/mayor inclusión en la solución
de los asuntos públicos); pero también como fin al que tienda cualquier
acción emprendida. En un parangón con el tratamiento de la cohesión
como fenómeno y concepto, es indudable que todo estudio alrededor de
ella estará determinado por esta dialéctica.
Las propuestas que se expusieron en la última parte del libro represen-
tan el resultado de años de investigación por parte de instancias y orga-
nismos internacionales para crear un medio de aplicación de este concepto
a través de una visión integral. En este sentido, las exigencias a las que
responden estas investigaciones no nos pueden ser del todo indiferentes,
dado que los contextos que las motivaron, guardadas las proporciones, no
son distantes a los que actualmente nos aquejan.
Aunque en algunas regiones del mundo se ha recurrido a la cohesión
social como herramienta para elaborar políticas de integración ante la di-
versidad cultural (Nueva Zelanda, Canadá), de inclusión económica y re-
equilibrio de niveles de bienestar entre sectores sociales (Unión Europea),
de combate a la desigualdad y la exclusión (América Latina), o para pro-
mover reformas estructurales que tengan como fin la plena introducción
de los países a la dinámica de mercado (ocde), aparece como una constante
la búsqueda de medios para producir condiciones de igualdad, inclusión,
justicia y respeto al Estado de derecho, mismas que incrementarían de
forma considerable la confianza en las instituciones y las autoridades.
El análisis de las acciones del Estado sobre cada una de las dimensiones
retomadas en el tercer capítulo será de especial importancia, pues la valo-
ración de políticas públicas para la consecución de metas o fines deseables,
en términos de reconstrucción del tejido social –tales como la reducción
de la pobreza, la apertura de más y mejores canales democráticos, una
distribución de la riqueza más equitativa, etc.–, permite definir la forma
en la que éste interactúa en cada ámbito, las fortalezas de su intervención

128
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

y las áreas que necesitan una atención focalizada y/o prioritaria. Esto es
fundamental en un país como el nuestro, que se ha enfrentado en la última
década a una serie de problemáticas que desafían en diversos aspectos la
cohesión social.
Considerando algunos de los indicadores de la nueva lista resumida
que la cepal delimitó en 2010, se ofrece un Anexo con el panorama ge-
neral de México respecto a las dimensiones de la cohesión social. El pro-
pósito de concluir el libro con este ejercicio es destacar la pertinencia de
construir un sistema adecuado de indicadores que permita vislumbrar la
dinámica de cohesión social en nuestro país. Dicha construcción debe
tomar como base a los pilares del modelo de la cepal, “[…] pues estos
generan, efectivamente, un sistema de indicadores: Son una manera me-
tódica de mirar cualquier dimensión de cohesión social. La propuesta de la
cepal tiene un grado importante de sistematicidad que debe ser asumida
y profundizada”.254
Posteriores estudios y análisis, sin duda, enriquecerán los debates y la asi-
milación plena de este tema en las agendas públicas de los países de la región,
principalmente en México, donde, de acuerdo a las cifras presentadas, se hace
más urgente la necesidad de que las políticas públicas se elaboren con un
enfoque claro de cohesión social, con el que se busque revertir la fragmen-
tación del tejido social ante un contexto de violencia, pérdida de confianza
en las instituciones, polarización de las disparidades y un apoyo ciudadano
que se diluye lenta, pero progresivamente.

254 Juan Carlos Feres y Pablo Villatoro, “Hacia un núcleo de indicadores clave de
cohesión social: un paso atrás, dos adelante”, op. cit., p. 28.

129
Algunos indicadores clave de brechas socias
Ámbito para
Pilar Indicadores México
observar
Pobreza e ingresos Porcentaje de personas bajo 45.7% de la población mexicana vive en situación de pobreza.
la línea de pobreza 9.82% de la población mexicana vive en situación de pobreza
extrema.255
Empleo Tasa de desempleo abierto 27.2% de la población mexicana se encuentra ocupada en el
sector informal. 4.9% de la Población Económicamente Activa
se encuentra desocupada.256

Brechas
Ocupados urbanos en sec- 4.2 millones de mexicanos se encuentran subempleados.257
tores de baja productividad
Acceso a protección Ocupados que hacen apor- 35.4% de los mexicanos no es derechohabiente de ningún sis-
social tes previsionales tema de seguridad social.258

255 CONEVAL, Anexo estadístico de la pobreza en México 2012, disponible en URL: http://www.coneval.gob.mx/Me-
dicion/Paginas/Medici%C3%B3n/Pobreza%202012/Anexo-estad%C3%ADstico-pobreza-2012.aspx, consultado el 12 de
agosto de 2014.
256 INEGI, Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2012, disponible en URL: http://www3.inegi.org.mx/sistemas/
infoenoe/default.aspx?s=est&c=26227&p, consultado el 12 de agosto de 2014.
Anexo. Estado de la cohesión social en México

257 Ídem.
258 INEGI, Servicios de salud, 2010, disponible en URL: http://www.inegi.gob.mx/prod_serv/contenidos/espanol/bvi-
negi/productos/censos/poblacion/2010/princi_result/cpv2010_principales_resultadosVI.pdf, consultado el 12 de agosto de
2014.

131
132
Algunos indicadores clave de capacidad institucional
Ámbito para
Pilar Indicadores México
observar
Funcionamiento de la Porcentaje de muje- Hay 189 mujeres en la Cámara de Diputados (37.8%) y 44 en la de
democracia res en el Parlamento Senadores (34.38%).259
Funcionamiento del Índice de corrupción De acuerdo al Índice de Percepción de Corrupción, México se colocó
Estado de Derecho en el puesto 106 entre 177 países.260

Instituciones
Políticas Públicas Porcentaje que repre- 29% del gasto programable se destina a educación, ciencia y tecnología,
senta la carga tributa- 12% a salud y 9% a desarrollo social.261
ria en el pib
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

259 Cámara de Diputados, Integración por género y Grupo Parlamentario 2014, disponible en URL= http://sitl.diputados.
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Algunos indicadores clave de apoyo ciudadano
Ámbito para
Pilar Indicadores México
observar
Apoyo al sistema de- Porcentaje de apoyo a la 50.28% de los mexicanos señala estar muy de acuerdo o de acuerdo
mocrático democracia con la afirmación “El gobierno es más autoritario que democrático”.
51.07% de los mexicanos está poco o nada satisfecho con la demo-
cracia. 30.89% de los mexicanos considera que no hay democracia en
México.262
Confianza en las insti- Confianza en las insti- En escala del 0 al 10 (0 es nada de confianza y 10 es total confianza),
tuciones tuciones del Estado y los mexicanos confían en Ejército (6.8), Iglesia (6.7), Gobernador-Jefe
los partidos políticos de Gobierno (6.3), la scjn (6), Jueces y magistrados (5.9), Ministerio
Público (5.7), Diputados federales (5.6), Partidos Políticos (5.5) y la

Apoyo ciudadano
Policía (5.4).263
Expectativas econó- Porcentaje de población 39.3% de los mexicanos cree que la situación del país va a empeorar.264
micas que cree que sus hijos
vivirán mejor

262 Encuesta Nacional de Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (ENCUP) 2010, disponible en URL= http://www.encup.
gob.mx/en/Encup/Quinta_ENCUP_2012, consultado el 12 de agosto de 2014.
263 Encuesta Nacional de Cultura Constitucional (ENCC), 2011, disponible en URL= http://www.juridicas.unam.mx/
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133
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

264 Ídem.
Pablo Armando González Ulloa Aguirre

Cifras sobre seguridad pública


A las consideraciones anteriores se deben añadir los altos niveles de delin-
cuencia que ha alcanzado el país desde que el Gobierno Federal emprendió
en 2006 el combate a los cárteles del narcotráfico. De la misma forma
se encuentra el enorme costo social y humano reflejado en el número de
víctimas mortales (103,247 de acuerdo al Secretariado Ejecutivo del Sis-
tema Nacional de Seguridad Pública),265 desaparecidos (20,851 según el
Centro de Investigación y Capacitación Propuesta Cívica A. C, 2013)266 y
desplazados (160,000 de acuerdo al Norwegian Refugee Council, 2013)267
directamente relacionadas con la lucha entre las fuerzas armadas, las ban-
das criminales y entre éstas mismas durante el sexenio de Felipe Calderón
Hinojosa.
Asimismo, se debe considerar el descrédito de las instituciones del
Estado268 al serles imputados sus vínculos con el crimen organizado y la
comisión de abusos en contra de la población civil. Como muestra de lo
anterior se menciona el caso de la Secretaría de la Defensa Nacional, la

265 Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SES-


NPS), Incidencia delictiva del fuero común 2013, disponible en URL= http://www.
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agosto de 2014.
268 La poca confianza que se ve reflejada en las instituciones básicas de la demo-
cracia como los congresos, los partidos políticos, puede revisarse en: Encuesta
Nacional de Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (ENCUP) 2010, disponible
en URL= http://www.encup.gob.mx/en/Encup/Quinta_ENCUP_2012, consul-
tado el 12 de agosto de 2014.

134
¿Qué mantiene unida a la sociedad? De la teoría a la operativización

cual fue acusada más de 8,000 veces durante dicho periodo por violaciones
a los derechos humanos.269
Además, la presencia y fortaleza de los principales grupos criminales en
México ha provocado un fenómeno económico, social y cultural de gran-
des alcances. Entre los principales costos económicos del narcotráfico, se
calculan las ganancias anuales que perciben los principales cárteles del nar-
cotráfico (alrededor de 2,030 millones de dólares al año),270 el número de
personas que emplean (468,000271), y la proporción del pib que represen-
tan las ganancias: 5%, es decir, alrededor de 59 mil millones de dólares.272

269 México Unido Contra la Delincuencia (MUCD), Violaciones a los derechos


humanos, en La Seguridad Pública en México de 2006 a 2012, disponible en URL=
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¿Qué mantiene unida a la sociedad?
De la teoría a la operativización
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Universidad Nacional Autónoma de México

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ubicado en Calle Camelia 5, Colina El Manto, México, D.F.
el 3 de julio de 2015.

Diseño y formación:
Fernando Bouzas Suarez

Cuidado editorial:
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Su edición consta de 1000 ejemplares

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