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¿Influyen los medios de comunicación en nuestros instintos agresivos?

Aguirre, S. (agosto 2002) ¿Influyen los medios de comunicación en nuestros instintos


agresivos? En Conozca Más. Extraído en 18 abril de 2005 de:
http://www.esmas.com/conozcamas/boveda/387810.html

• Sí, somos seres violentos. Según los psicólogos, todos los humanos nacemos con
instintos agresivos, reprimidos para lograr, mal que bien, vivir en sociedad. Hay quien
dice que los medios masivos de comunicación nos impulsan a sacarlos, a darle rienda
suelta al animal salvaje que llevamos dentro. Pero ¿la televisión, la radio, la prensa y el
cine nos hacen más violentos o sólo son un reflejo de nuestras acciones y corajes más
profundos?

Todos sabemos que los medios de comunicación masivos constituyen un


elemento fundamental de la sociedad moderna, pero todavía no se ha resuelto
el debate sobre qué tanto influyen éstos en nuestro comportamiento. Luciana
Ramos Lira y Sarah García Silberman, autoras del libro Medios de
comunicación y violencia, comentan que “la preocupación en torno a la
violencia en los medios apareció antes de que se convirtieran en masivos; más
allá de la prensa como tal, la literatura utilizó la violencia: sea épica, histórica,
infantil, romántica o ciencia ficción, reflejó agresividad.” La Biblia, Don Quijote
de la Mancha, Las mil y una noches e incluso las crónicas de la Conquista de
México son algunas de las obras que llamaron la atención por describir actos
violentos. Más tarde, esto fue reforzado por el primer medio de masas: la
prensa. A lo largo del siglo XIX, sectores sociales culparon a los periódicos de
promover e incluso provocar la delincuencia juvenil, con el argumento de que
las descripciones detalladas de comportamientos inmorales y violentos en las
notas relativas a crímenes y delitos podrían inducir a la gente a imitar tales
conductas.

Para agudizar la polémica, “después de la Segunda Guerra Mundial, la


agresión y la brutalidad humanas se incluyeron en algunas revistas de
historietas, lo que generó reacciones de preocupación ante sus efectos y su
contribución a la delincuencia juvenil. Por ello, la Asociación de Editores de
Revistas de Historietas (Association of Comic Magazine Publishers) de Estados
Unidos estableció en los años cincuenta una reglamentación que prohibía,
entre otras cosas, la descripción de actos criminales, tortura y sadismo en
publicaciones”, señalan García y Ramos en su estudio.

Desde cuándo ha existido la violencia? ¿Ésta se aprende o es un instinto


humano? Todos los días somos testigos, víctimas o productores de violencia.
Consciente o inconscientemente, integramos ésta de una u otra forma en
nuestra vida. Santiago Genovés dice en Expedición a la violencia que “cuando
el pájaro vuela, le hace violencia el aire, igual que cuando las raíces del árbol
penetran en la tierra, o la aguja hipodérmica o el bisturí en el cuerpo del
hombre. El mar es violento, pero por él vamos. Le hago violencia al papel
blanco cuando escribo y cuando no escribo; violencia al sentido para el que la
pluma fue inventada. La ciencia, al construir, encajonar, dividir, separar, hace
violencia a la armonía, siempre en interrelación holística de las infinitas y
recónditas razones de la naturaleza”.
Si vivimos rodeados de agresión, entonces ¿por qué nos preocupamos cuando
vemos imágenes de gente tirándose al vacío desde la ventana de un edificio o
por noticias de violaciones infantiles o cuando se incrementan las cifras de
animales en peligro de extinción? Las doctoras García y Ramos afirman que,
para ellas, ''la violencia es, ante todo, un producto social –sin negar por eso
otros factores–, pero no contamos con una teoría o un elemento único que
sirvan para explicarla en su totalidad. Esto debido a que, entre otras cosas, la
violencia se manifiesta en formas muy diversas''.

Ramiro Mac Donald Blanco, autor del artículo “La violencia y los medios de
comunicación”, coincide con ellas al señalar que las condiciones de
acumulación, desnutrición, desempleo y deterioro de la familia que imponen la
desigualdad y la pobreza propician, en gran medida, el desarrollo de patrones
de conducta agresivos para la resolución de conflictos familiares y
comunitarios. Las frustraciones derivadas de la lucha por la supervivencia en
situaciones de injusticia y marginalidad constituyen factores facilitadores de
comportamientos agresivos''.

Además, ''no todos lo seres humanos somos violentos por naturaleza'',


continúa Lira. ''Si así fuera, ya no existiría la raza humana. La violencia es un
problema multicausal: existe un nivel biológico (la genética, la fisiológica); uno
personal, donde la dinámica familiar es importantísima, y uno social, en el cual
el concepto de obediencia y poder tienen un papel fundamental''. Por ejemplo,
la experta explica que cuando hacemos referencia a un asesino en serie, no
podemos situarlo en el mismo nivel en el que se encuentra un ser involucrado
en la violencia que se vive en el conflicto entre Israel y Palestina, ya que este
último es consecuencia de intereses políticos, económicos y culturales,
mientras que el primero incluye aspectos psicopatológicos.

Tal vez a cualquiera de los soldados se les podría hacer una medición
mediante un test y no necesariamente presentarían algún problema. Pueden
ser gente totalmente 'normal', pero que está inmersa en alguna situación de
guerra y de conflicto, donde están en juego desde una situación de obediencia
a las instituciones, hasta cuestiones que tienen que ver con la intolerancia y los
fundamentalismos. En su estudio, Santiago Genovés afirma que ''la agresión, la
violencia en sí, no se origina en el cerebro. No existe un centro de violencia.
Jamás se ha encontrado. Nunca se encontrará. ¿Por qué? Porque no se trata
de una función cerebral particular. Concreta. Se trata de una serie compleja de
funciones que, para echarse a andar, se retroalimentan unas a otras
internamente y a través del medio que nos rodea. Como un violín cuyas
cuerdas nada serían aisladas y, para que una sonata se oiga, necesita la caja
de resonancia, el cuerpo de madera que es el violín: arco, cuerdas, madera.

Además de música acorde, proveniente de la inspiración y técnica del


compositor, todo unido constituye la bella música que escuchamos.

La violencia no es como una batería que, a fuerza, tiene de alguna manera que
descargarse, ni es algo así como un fluido que puede, de alguna forma,
penetrar entre las uniones craneales. La experimentación manipulada puede
producir comportamiento violento o antisocial tanto en los animales como en el
hombre. Pero dicho comportamiento no es el producto de 'impulsos innatos' al
igual que la música de una sonata de piano no se encuentra 'innata' en el
piano''.

Sin embargo, de acuerdo con la doctora Elvira Fernández, según se ha


demostrado en investigaciones con monos, los niveles de serotonina en el
organismo tienen una influencia directa sobre los estados de ánimo.

Agotando las cantidades de este neurotransmisor aumentaba su


comportamiento violento, mientras que al incrementarlas se reducía la agresión
favoreciendo las interacciones pacíficas con otros individuos. En humanos con
conductas de agresión impulsiva, se ha comprobado lo mismo e incluso se han
detectado niveles bajos de serotonina en el líquido espinal cerebral de
individuos que se suicidaron de una manera violenta. Aunque estos resultados
presentan una correlación bastante interesante, aún no se comprende bien el
vínculo causa efecto, pues cabe también la posibilidad de que el propio
comportamiento agresivo induzca niveles bajos de serotonina y no a la inversa.

J. W. Renfrew, autor de Aggression and Its Causes. A biopsychosocial


Approach, cree que situaciones, como el hecho de que varios miembros de una
misma familia sean agresivos, permiten sospechar la existencia de influencias
genéticas en esta conducta. “Aunque estudios realizados desde hace muchos
años parecieron confirmar el peso de tales influencias, como los de Dugdale,
Goddard y el mismo Renfrew, éstos fueron blanco de muchas críticas por su
dificultad para controlar otras variables. Es decir, ¿en qué medida es posible
asignar responsabilidad a los genes en una familia en que varios de sus
miembros son agresivos, si estos integrantes han estado expuestos –al mismo
tiempo– a prácticas de socialización similares y comparten en general un
mismo ambiente? Las investigaciones de R. A. Baron y D. R. Richardson,
publicadas en Human Agression, hablan de dos hipótesis: la del cromosoma Y
y la del cromosoma X extra. La primera de ellas sugiere que la presencia de un
cromosoma Y puede conducir a niveles relativamente altos de conducta
agresiva. La segunda plantea que el cromosoma X extra en las mujeres puede
llevar a niveles relativamente bajos de agresión. La doctora Ramos Lira opina
que el factor genético tal vez representaría un 50% de la conducta violenta,
aunque acepta que “se podría investigar mucho más acerca de este aspecto''.
Según ella, ''no seríamos seres humanos si le diéramos mayor peso a lo
genético'', ya que estamos rodeados de estímulos de todo tipo que influyen en
nuestro comportamiento.

A su vez, comenta en su estudio que el hecho de que se hayan encontrado


diferencias consistentes entre los sexos respecto de la conducta agresiva ha
llevado a que se considere también a las hormonas como una posible
explicación. Baron y Richardson indican que se ha tratado de estudiar,
principalmente, el efecto que surte la testosterona –hormona diez veces más
alta en hombres que en mujeres– en la agresión. Sin embargo, los resultados
no son suficientes.
En general, lo revelado por estos estudios no apoya el supuesto de un efecto
de las hormonas en la conducta agresiva. En primer término, la testosterona
parece influir más en otras variables (como las características de personalidad),
que a su vez pueden llevar a que se tengan conductas agresivas, pero es difícil
afirmarlo porque ''participar en actos agresivos puede aumentar los niveles de
testosterona y los niveles altos de testosterona pueden incrementar la
respuesta agresiva'', según Baron y Richardson. Además, la influencia de las
hormonas en la conducta agresiva es muy baja en comparación, si se
considera que los factores sociales tienen un efecto más inmediato y
determinante. Así es que, como sugiere Renfrew, si bien existen evidencias de
la relación entre hormonas y agresión, ésta es mucho menos fuerte en los
seres humanos que en otras especies. El estudio más reciente al respecto,
llevado a cabo por Eagly en 1987, indica que si bien los hombres son más
agresivos que las mujeres, lo son de manera más pronunciada cuando se trata
de agresión física, comparada con la psicológica.

Genética, hormonal, neurobiológica o social, no podemos negar que la


violencia nos afecta a todos; sin embargo, todavía queda una esperanza: ahora
más que nunca, el número de gente que se preocupa por rechazar la violencia
dentro de su círculo es cada vez mayor. Los organismos a favor de la paz y las
asociaciones pacifistas de todo tipo proliferan en todos los países, creando con
esto una conciencia importantísima que nos ayuda de alguna manera a
equilibrar toda la violencia generada en el mundo.

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