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Entre los filósofos griegos ya hemos visto que surgieron soluciones más verdaderas e
imaginativas que la adoptada por el astrónomo alejandrino Claudio Ptolomeo de una
concepción geocéntrica del cosmos y sistematizada en la cosmología aristotélica, con
respecto a la estructura y ordenamiento del universo. Bastaría sólo recordar lo que
hemos descrito sobre los trabajos de Aristarco de Samos
El modelo geocéntrico, identificado, sin gran justificación, con quien le dio su nombre
y prestigiado por Aristóteles, plegó por muchos siglos las alas del conocimiento. Esta
circunstancia mueve a reflexión: ¿Por qué las teorías propugnadas por muchos
hombres ilustres, fundamentalmente griegos, más lógicas, más simples, más de
acuerdo con la tradición filosófica y científica del pasado, fueron dejadas de lado para
dar paso a un modelo complejo, absurdo, lleno de dificultades e inconsistencias, que
exigía complicadísimas argucias para explicar el aparente desorden de estos
vagabundos del espacio, desorden que era más fácil hacer desaparecer si, en lugar
de ser la Tierra el centro de las trayectorias, éste se trasladaba al Sol? Era el
inapropiado punto de observación del hombre y las diferentes velocidades de los
planetas lo que producía el desorden que, a pesar de sus complicadísimas teorías de
los epiciclos, Ptolomeo y Aristóteles nunca pudieron explicar.
EL COSMOS ARISTOTÉLICO
Representación gráfica del movimiento planetario ideado por Eudoxo y retomado por
Aristóteles. Cada una de las circunferencias representa a una esfera cristalina,
transparente y lo suficientemente resistente como base de soporte para un planeta.
La esfera interior es la portadora del planeta B, la cual gira en una dirección que se
predetermina por el eje que la une a la segunda esfera. Y ésta, a su vez, se mueve en
función según el sentido que le impone el eje que la une a la esfera exterior. La
combinación de los movimientos de ambas esferas interiores es lo que produce el
aparente movimiento irregular del planeta. Un observador en la Tierra (T) lo percibe
así, pero en realidad el planeta comporta un movimiento uniformemente circular,
como se formula en la persistente creencia que los griegos legaron a la astronomía.
Sólo con las interpretaciones que lograron realizar Copérnico y Kepler se pudo
establecer la idea correcta de porqué los planetas presentan desigualdades,
observadas desde muy antiguo, en sus movimientos.
En la Teoría que elaboró Ptolomeo sobre la base de sus tres construcciones, los
epiciclos dan cuenta de las posiciones estacionarias y retrogradaciones de los
planetas: éstos se mueven en general de Oeste a Este sobre el firmamento; sin
embargo, para poder calzar con las predicciones, de tiempo en tiempo, se detienen
para recorrer una breve distancia en sentido inverso antes de volver a tomar su
dirección normal. Sin bien con ello Ptolomeo era capaz explicar el movimiento de los
cuerpos celestes, por lo menos, en función de lo que se podía captar en las
observaciones que se podían realizar en la época, sí se salía de la compleja
concepción de los movimientos perfectamente circulares de los planetas. Ptolomeo
infringió los conceptos cosmológicos y las reglas físicas legados por Aristóteles. La
excentricidad y los epiciclos significaban que los movimientos planetarios no se
generaban exactamente centrados sobre la Tierra, el centro del cosmos. Pero ello,
entonces, tan sólo fue considerado como un suave ajuste que pocos objetaron. No
ocurrió lo mismo con la estructura ecuatorial, la cual se desagregaba del movimiento
circular perfecto, y esta violación fue considerada por los griegos como un irritante
enigma transgresor. No fue gustosamente asimilado el desplazamiento orbital de la
Tierra en torno del Sol, desplazamiento que se suponía implícito al movimiento real
de cada planeta y que engendra en la órbita aparente de éste, la apariencia de las
estaciones y retrogradaciones. Ahora bien, en tanto que el planeta se desplazaba
sobre una parte de su epiciclo, su velocidad se agregaba a la de su centro, en tanto
que ésta se restaba cuando el planeta recorría otra parte de su trayectoria. Bastaba,
pues, asignar velocidades convenientes al astro sobre su epiciclo, para reproducir las
anomalías que se evidenciaban en las observaciones .
Ahora bien, seguido de la órbita de Saturno, se ubicaba la esfera de las estrellas fijas.
A la Tierra, como ya se ha señalado, no se le ubicaba exactamente al centro, ya que a
los planetas se les describían órbitas relativamente excéntricas. Sólo el Sol y la Luna
giraban alrededor de la Tierra sobre un trazado circular. Así, estimando los valores de
la traslación por el epiciclo y del deferente, era factible explicar el comportamiento de
los planetas, en especial sus movimientos en bucle.
MODELO DE PTOLOMEO