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De La Responsabilidad Contractual y de Los Remedios Contractuales Definitivo, Tercera Edición PDF
De La Responsabilidad Contractual y de Los Remedios Contractuales Definitivo, Tercera Edición PDF
A. Manuales:
4. VIAL DEL RÍO, Víctor, Manual de las Obligaciones en el Código Civil Chileno,
Editorial Biblioteca Americana, Santiago, Segunda Edición, 2007.
B. Artículos de doctrina:
A. GENERALIDADES.
1. Problema terminológico.
Con todo, más allá del debate terminológico que existe respecto a qué se entiende
por responsabilidad contractual, si acaso es distinta a la extracontractual o si la
responsabilidad es un concepto unitario y tiene manifestaciones contractuales y
extracontractuales, se debe atender sobre todo al régimen de remedios que contempla el
derecho civil ante el incumplimiento de un contrato.
1. Perspectiva tradicional.
1.1. Fundamentación.
Como puede apreciarse, según esta perspectiva habría para el acreedor una suerte
de orden de prelación a la hora de hacer efectiva alguna de las primeras dos alternativas:
en primer lugar, debería exigir el cumplimiento forzado o en especie. Sólo en caso que
el cumplimiento forzado se haya tornado absolutamente imposible por hecho o culpa del
deudor, podría el acreedor exigir el cumplimiento por equivalencia, ya que éste sería un
derecho subsidiario al primero. El fundamento de este orden de prelación se encontraría,
según la doctrina tradicional chilena, en los supuestos principios en los que se sustentó el
Código Civil en materia de contratos; particularmente, en la fuerza obligatoria, que insta
a las partes a respetar y hacer efectivas las obligaciones que genera el contrato.
Como veremos, Víctor Vial del Río discrepa de esta interpretación, sosteniendo
que esta norma debe coordinarse con el artículo 1489, de manera que si el acreedor decide
demandar indemnización de perjuicios lo haga accesoriamente a la resolución.
2. Perspectiva contemporánea.
2.1. Fundamentación.
De ahí que no sea justo imponer al acreedor, quien es víctima del incumplimiento,
la necesidad de demandar en primer lugar el cumplimiento forzado. Si se considera la
ingente competencia que se desarrolla al interior de cada mercado y el nivel de producción
que exige una sociedad cuyo motor es el consumo, para el desarrollo del giro del acreedor
podría resultar fundamental el oportuno pago por parte del deudor, de manera que si éste
incumple, sea absurdo esperar la tramitación completa de un juicio ordinario (juicio que
se caracteriza por ser de lenta tramitación) para que se acoja el cumplimiento en especie
y pueda recién iniciarse un juicio ejecutivo.
El artículo 1545 requiere ser reinterpretado y entendido como una norma que
establece consecuencias jurídicas ante el incumplimiento. El contrato legalmente
celebrado, en tanto es una ley para las partes, debe ser cumplido; en caso que no se
cumpla, el deudor debe hacerse cargo de las consecuencias jurídicas que se generen. Las
consecuencias jurídicas son, justamente, los remedios que la ley confiere al acreedor para
satisfacer o compensar el interés que había perseguido en la celebración del contrato; en
síntesis, todo medio que pueda resarcir el quebrantamiento de la palabra dada. La elección
que a este respecto haga el acreedor le pertenece por completo, toda vez que él es la
víctima del incumplimiento y, por tanto, el único sujeto que puede distinguir cuál o cuáles
son los remedios que le satisfacen. De ahí también que el deudor no pueda contradecir al
acreedor intentando pagar la obligación incumplida en caso que éste último haya hecho
efectivo un remedio distinto al cumplimiento forzado.
2.2. Enfoque en la satisfacción o insatisfacción de intereses.
Patricia López entiende que el interés de indemnidad deriva del interés originario
una vez que se produce el incumplimiento.
1. Fundamentación.
Este derecho de opción, según la autora, deriva de la lesión del derecho de crédito;
en sus palabras, es un sucedáneo del derecho de crédito. Incluso, va más allá, y señala
que este derecho sólo se radica en el patrimonio del acreedor una vez que, además de la
lesión del derecho de crédito (provocada por el incumplimiento), se ha frustrado por
completo el interés originario perseguido en el contrato, esto es, el interés específico en
el cumplimiento de la obligación (que no es el mismo que el cumplimiento se torne
absolutamente imposible). Una vez frustrado este interés, el mismo cede lugar al interés
general de indemnidad, cuya pretensión de satisfacción permite fundar el derecho de
opción a favor del acreedor; el derecho de opción se explica en que el interés de
indemnidad se encuentra jurídicamente protegido y los remedios que sirven para
satisfacer este interés son diversos, por lo que toca sólo al acreedor determinar la manera
en que efectivamente será satisfecho.
De esta manera, los límites del derecho de opción dicen estricta relación con el
derecho de crédito y la extensión de los intereses del acreedor.
Existen tanto limitaciones intrínsecas, que dicen relación con las cargas que debe
cumplir el acreedor para el ejercicio de un remedio, como limitaciones extrínsecas, que
dicen relación con la doctrina de los actos propios y con el abuso del derecho.
Las cargas que debe cumplir el acreedor para el ejercicio de un remedio dicen
relación con su deber de impedir el agravamiento de los daños que le genere el
incumplimiento. Ramón Domínguez Águila señala que el acreedor no debe mantener un
estado de pasividad tal, ante el incumplimiento de un contrato, que los perjuicios que de
éste derivan puedan agravarse más de lo necesario. Pesa sobre él el deber de observar un
estándar de diligencia que le permita adoptar todas las medidas necesarias para paliar los
efectos negativos del incumplimiento. Por supuesto que el costo de dichas medidas debe
ser soportado en definitiva por el deudor incumplidor, pero pesa sobre el acreedor víctima
el deber de llevarlas a cabo.
Por su parte, la idea del abuso del derecho impide al acreedor escoger un remedio
por incumplimiento que lesione el interés contractual del deudor, causándole un daño, o
que persiga una finalidad o interés distintos a los reconocidos por nuestro ordenamiento
jurídico.
1. Concepto.
Con todo, se debe tener presente que el artículo 1546 del Código Civil, en tanto
establece que los contratos deben ejecutarse de buena fe, impone para el acreedor el deber
de observar un correcto y leal comportamiento a la hora de hacer efectivos los remedios
que establece la ley. En efecto, el acreedor debe tener presente cuál es el ámbito de
protección que le brinda cada remedio contractual, sin que pueda elegir aquellos que
requieran una particular intensidad en el incumplimiento si en los hechos el
incumplimiento no alcanza dicha intensidad. La doctrina y jurisprudencia están contestes
en el hecho de que frente a incumplimientos de poca monta existen ciertos remedios que
no podrían hacerse valer, pues si así fuera se estaría actuando de mala fe. De ahí que, más
allá del incumplimiento, la buena fe juegue un rol moderador a la hora de determinar
cuáles son los remedios contractuales procedentes.
a) Pretensión de cumplimiento.
b) Indemnización de perjuicios.
c) Resolución por inejecución.
d) Terminación unilateral de contrato.
e) Excepción de contrato no cumplido.
Las reglas para obtener el cumplimiento forzado varían según el tipo de obligación
de que se trate:
c) Obligaciones de dar una especie o cuerpo cierto que está en poder del deudor: se
dirige a obtener la entrega de esa especie, o al pago de la indemnización si eso no
es posible.
d) Obligaciones de hacer: tendrá por objeto que se realice el hecho personalmente
por el obligado, o por un tercero si es posible, o, en caso contrario que se convierta
en obligación de dinero (indemnización).
En los dos primeros casos nos encontramos ante formas de exigir el cumplimiento
en especie de la obligación. En el tercero, el acreedor optaría por un remedio contractual
distinto: la indemnización de perjuicios.
El artículo 1555 del Código Civil declara que “toda obligación de no hacer una
cosa se resuelve en la de indemnizar los perjuicios, si el deudor contraviene y no puede
deshacerse lo hecho.
Pudiendo destruirse la cosa hecha, y siendo su destrucción necesaria para el
objeto que se tuvo en mira al tiempo de celebrar el contrato, será el deudor obligado a
ella, o autorizado el acreedor para que la lleve a efecto a expensas del deudor.
Si dicho objeto puede obtenerse cumplidamente por otros medios, en este caso
será oído el deudor que se allane a prestarlo.
El acreedor quedará de todos modos indemne.”
1. Introducción
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Baraona entiende que el cumplimiento por equivalencia no es necesariamente en dinero. Lo
determinante para la calificación es que, pese a que la prestación sea distinta a la pactada, ésta
igualmente tiende a la satisfacción del interés originario del acreedor. Así ocurriría, por ejemplo, en los
casos planteados en los artículos 1553 N° 2 y 1555 inciso 2. La indemnización, en cambio, no satisface el
interés originario, sino el de indemnidad.
se corresponden en nada con el valor de la prestación.
En abono a esta postura se invocan los artículos 1672 y 1555, normas que
supuestamente demostrarían que la obligación es la misma pero con un nuevo objeto.
Por lo demás, entender que es la misma obligación resultaría útil, puesto que todas
las garantías de la obligación incumplida protegerían la indemnización, y a la vez todo
aquello que afectaba al vínculo de la obligación primitiva (por ejemplo, la nulidad)
afectaría igualmente a la obligación de indemnizar.
Los artículos 1672, 1678 y 1521 pueden dar cuenta de esta distinción.
En consecuencia, las cauciones que se hubiesen constituido para asegurar el
cumplimiento de la obligación, accederían al cumplimiento por equivalencia (pues se
trata de la misma obligación con un objeto nuevo), mas no a la indemnización (es una
obligación nueva). Lo mismo ocurriría con la solidaridad (artículo 1521).
Ahora bien, si se trata de contratos bilaterales, atendido el tenor literal del artículo
1489 inciso 2 del Código Civil, la doctrina tradicional estimaba que la indemnización de
perjuicios cumple una función complementaria a la resolución o al cumplimiento forzado.
De acuerdo a esta postura, la indemnización sólo puede demandarse de manera
concurrente a la resolución o al cumplimiento forzado, jamás de manera principal y
autónoma. Los artículos 1861 y 1672 también darían cuenta del carácter complementario
o concurrente de la indemnización de perjuicios. Un análisis semántico del artículo 1489
inciso segundo, particularmente de la frase “con indemnización de perjuicios”, también
permiten arribar a esta conclusión. De ahí que habría una supuesta relación de
dependencia o accesoriedad entre la indemnización de perjuicios y la resolución o el
cumplimiento forzado. Los derechos principales serían justamente la resolución o el
cumplimiento forzado, alzándose incluso como fundamentos o causas que habilitan para
exigir la indemnización de perjuicios.
Según esta nueva doctrina, estas normas no pueden seguir interpretándose como
excepcionales y de interpretación restrictiva. Por el contrario, estas normas dan cuenta de
un principio de carácter general: el principio de reparación integral. Si el cumplimiento
forzado o la resolución no constituyen alternativas que permitan resarcir efectivamente al
acreedor (pues no satisfacen sus intereses), entonces no se puede excluir el derecho a
demandar indemnización de perjuicios de manera autónoma.
En este contexto, la interpretación por analogía se alza como una herramienta útil
para facilitar la procedencia de la indemnización de perjuicios; siempre que se esté en
presencia de circunstancias análogas o similares a las descritas por las normas precitadas,
se presumirá que la indemnización es una alternativa legítima para alcanzar un efectivo
resarcimiento del acreedor.
También podemos citar los artículos 45.1 y 61.1 de la Convención de Viena sobre
Compraventa Internacional de Mercaderías, tratado internacional que es ley de la
república desde el 3 de octubre de 1990. El 45.1 establece que, en caso que el vendedor
no cumpla cualquiera de las obligaciones que le impone el contrato o la misma
Convención de Viena sobre Compraventa Internacional de Mercaderías, el comprador
puede, entre otras alternativas, demandar la indemnización de perjuicios de conformidad
a los artículos 74 a 77. El 61.1se refiere en los mismos términos a la situación inversa,
contemplado el mismo derecho para el vendedor en caso que el comprador incumpla.
En una primera etapa, desarrollada desde el año 2007 hasta finales del 2012, la
Corte fue preparando las bases dogmáticas para sentar la procedencia de la indemnización
de perjuicios como un derecho autónomo y principal. Los fallos que se pueden citar como
representantes de esta etapa son, entre otros: Transportes Aeropuerto Express Ltda. y
Ladeco S.A., de 16 de agosto de 2007; Opazo Lamana con Inmuno Médica Laboratorio
Ltda., de 7 de diciembre de 2010; Asociación de Productores de Huevos de Chile con
Banco de Chile, de 31 de octubre de 2011; Toro Fuentealba con Concha Sandoval, de 13
de junio de 2012; Reyes Valdivia con Escuela de Tripulantes y Portuaria, de 10 de julio
de 2012. Estos primeros fallos tendieron, por una parte, a corroborar la procedencia
independiente de la indemnización de perjuicios respecto al incumplimiento de
obligaciones de hacer, atendido el tenor del artículo 1553 Nº3 del Código Civil; y, por la
otra, a fundamentar la libre opción del acreedor, la reparación integral y el carácter
principal de la indemnización. No obstante, en la mayoría de los casos, la Corte terminó
por desestimar las acciones por no cumplirse los requisitos propios de la indemnización
de perjuicios.
Con fecha 12 de octubre de 2012, en causa Rol N° 3325-12, caratulada “Zorín con
Huachipato”, la Corte estimó que, atendido el tenor del artículo 1591 inciso 2 del Código
Civil, norma que señala que el pago total de la deuda comprende el de los intereses e
indemnizaciones que se deban, la indemnización de perjuicios debe entenderse
comprendida en el pago. De esta manera, se sostuvo que demandar la indemnización de
perjuicios directamente no contradice a los artículos 1489 y 1826, en tanto justamente lo
que se pide es el cumplimiento forzado, en el sentido de exigir que el pago sea completo.
Este punto de vista es bastante operativo respecto a cumplimientos imperfectos; empero,
si bien constituyó un avance, no considera realmente a la indemnización de perjuicios
como un remedio autónomo, distinto al cumplimiento forzado. En efecto, si bien permite
demandar directamente indemnización de perjuicios, entendiendo a este remedio como
un derecho principal, lo circunscribe al cumplimiento forzado, no dándole la autonomía
que realmente merece. Distinto sería el caso si, en vez de indemnización de perjuicios, la
Corte se estuviese refiriendo al cumplimiento por equivalencia, el cual, según vimos,
efectivamente constituye una hipótesis de cumplimiento.
Por supuesto, lo que se incumple es una de las obligaciones que genera el contrato.
Si no existe un contrato previo y válido entre las partes, no puede existir responsabilidad
contractual.
b) El deudor puede dejar de cumplir por un acuerdo con el acreedor, esto es,
aceptando éste el incumplimiento, por lo cual no hay responsabilidad ulterior para el
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Según buena parte de la doctrina, el caso fortuito o fuerza mayor no sólo implica que el incumplimiento
sea inimputable, sino que además destruye la relación causal, pues es un hecho externo a la voluntad del
deudor el que genera perjuicios. Incluso, hay quienes extreman este argumento y entienden que
únicamente excluye la relación causal; en efecto, según esta última doctrina, para que el incumplimiento
sea inimputable basta que concurra “ausencia de culpa”.
deudor; así ocurrirá si opera una remisión, una transacción o una novación. En este último
caso, el deudor no cumple la obligación que tenía, pero ello es porque pasa a ser
reemplazada por una nueva.
2.2.1. Generalidades.
Por perjuicio o daño puede entenderse todo detrimento, menoscabo o lesión que
sufre alguien tanto en su persona como en sus bienes.
Atendiendo a la naturaleza del bien lesionado, los daños reparables han sido
clasificados tradicionalmente en dos grandes categorías: daños materiales o patrimoniales
y daños morales o extrapatrimoniales.
Por su parte, son morales aquellos que, sin afectar el patrimonio del acreedor,
lesionan intereses extrapatrimoniales.
Antiguamente, se decía que daño moral es aquel que afecta los atributos o
facultades morales o espirituales de la persona; el sufrimiento que experimenta una
persona por una herida, la muerte de una persona querida, una ofensa a su dignidad u
honor, la destrucción de una cosa de afección; un dolor, pesar, angustia y molestias
psíquicas que sufre una persona en sus sentimientos a consecuencia del hecho ilícito; un
hecho externo que afecta la integridad física o moral del individuo.
Durante muchos años se aceptó como dogma que el daño moral no se indemnizaba
en materia contractual. Sin embargo, se aceptaba su indemnización en la responsabilidad
extracontractual, en virtud del artículo 2329, según el cual “Por regla general todo daño
que pueda imputarse a malicia o negligencia de otra persona, debe ser reparado por ésta”.
Faltaba, se decía, para la responsabilidad contractual una norma como la precitada.
Desde hace varios años, la doctrina viene señalando que hay en este trato
discriminatorio, una grave inconsecuencia. Así, entre otros, Fernando Fueyo, Leslie
Tomasello Hart. Pero la jurisprudencia, se había mantenido invariable y sólo recién a
partir de la década de los 90 empieza a cambiar.
a) En primer lugar, la ya explicada, que faltaba una norma como la del 2329
aplicable a la responsabilidad extracontractual.
b) En seguida, que el artículo 1556 establece que la indemnización de perjuicios
comprende el daño emergente y lucro cesante, conceptos éstos de claro contenido
patrimonial.
c) Que es difícil su prueba y avaluación.
d) Además, se señalaba que el interés perseguido por el acreedor en un contrato
es necesariamente patrimonial, por lo que no podría alegar luego, ante el incumplimiento,
la lesión a intereses extrapatrimoniales.
Finalmente, no es serio sostener que no debe indemnizarse por ser difícil de probar
y de avaluar, desde que en materia extracontractual el problema es el mismo y sí procede.
En todo caso cabe señalar que el artículo 1556 no es un buen argumento para
acoger el daño moral, pues esa disposición se tomó del Código de Napoléon y en especial
de Pothier que sólo autorizaban la indemnización por daños patrimoniales. La reparación
del daño moral, no fue siquiera planteada por Pothier, quien, por lo demás, entendía “por
daños y perjuicios la pérdida que uno ha sufrido y las ganancias que ha dejado de hacer”.
Sin embargo, en base al artículo 1149 del Código Civil francés, una disposición semejante
a nuestro artículo 1556, se viene aceptando desde hace mucho tiempo la indemnización
del daño moral en materia contractual, entendiéndose agotado el debate.
Si bien hoy en día se acepta la reparación del daño moral en materia contractual,
de todas formas debe tenerse presente que éste sólo será reparado en la medida que
constituya un daño previsible al momento de la celebración del contrato. En efecto,
conforme al artículo 1558, a falta de dolo, sólo deben repararse los perjuicios que hayan
debido preverse.
No es fácil la prueba del lucro cesante. Por la misma razón, se debe apreciar la
prueba con mayor liberalidad. Sergio Gatica, en este sentido, ha sostenido que: “el lucro
cesante, a diferencia del daño emergente, es difícil de establecer, por su carácter
esencialmente eventual, que lo transforma en un principio jurídico lleno de vaguedades e
incertidumbres”. Y agrega que “por la misma razón el legislador ha prescindido de dictar
normas al respecto, dejando entregada a la prudencia del tribunal la sana aplicación de
los hechos de la causa”. Barros, en cambio, entiende que para reparar el lucro cesante se
requiere un grado razonable de certeza, debiendo atender a si la ganancia que se estima
frustrada se hubiese producido o no como consecuencia del curso de ordinario de
acontecimientos: si en base a ese curso, no se hubiese producido, entonces la expectativa
frustrada de ganancia no constituye lucro cesante; al contrario, si en base a tal curso la
ganancia se hubiese producido, entonces hay propiamente lucro cesante y éste debe ser
reparado.
Los perjuicios directos pueden clasificarse en previstos, que son aquellos que las
partes previeron o pudieron razonablemente prever al tiempo de contratar; y por otra parte
son imprevistos los que no se previeron ni se encontraban en situación de prever a la fecha
de celebración del contrato.
Los perjuicios que se indemnizan son los que provienen del incumplimiento.
En el Código Civil, esta exigencia se desprende del artículo 1556 en cuanto señala
que “la indemnización de perjuicios comprende el daño emergente y lucro cesante, ya
provengan de no haberse cumplido la obligación, o de haberse cumplido
imperfectamente, o de haberse retardado el cumplimiento...”.
Con más claridad todavía, la necesidad de relación causal se deriva del artículo
1558 en cuanto establece que en caso de incumplimiento con dolo el deudor “es
responsable de todos los perjuicios que fueron una consecuencia inmediata o directa de
no haberse cumplido la obligación de haberse demorado su cumplimiento”.
2.4.1.1. Concepto
El dolo está definido en el artículo 44 del Código Civil, como “la intención
positiva de inferir injuria a la persona o propiedad de otro”. Este concepto es
precisamente el aplicable a la indemnización de perjuicios.
Tal concepto ha sido criticado por la doctrina. En este sentido, Pablo Rodríguez y
Fernando Fueyo estiman que de entender que sólo hay dolo cuando existe una intención
maliciosa, hace casi imposible su prueba, agregando que en la vida real, salvo que se trate
de una personalidad perversa, el deudor no deja de cumplir sólo por perjudicar al
acreedor, sino para conseguir un provecho o ganancia, aún a costa del perjuicio del
acreedor, a quien no desea exclusivamente perjudicar, pero acepta hacerlo en función de
sus intereses. En razón de lo anterior, la doctrina moderna, trasladando conceptos propios
del derecho penal, distingue entre el “dolo directo”, consistente en la intención de dañar
definida en el art. 44, del “dolo eventual”, consistente en la conducta de quien si bien no
tuvo intención de causar daño, pudo representarse que su actuar sí podía producirlo.
El dolo se puede probar por cualquier medio probatorio, sin que rijan las
limitaciones que para la prueba de testigos establecen los artículos 1708 y siguientes.
2. Se ha entendido también que si son varios los deudores que incumplen con dolo, su
responsabilidad sería solidaria, de acuerdo a lo previsto en el artículo 2317 inciso 2º.
Si bien esta norma está ubicada en la responsabilidad extracontractual, se piensa por
algunos, que el inciso 2º sólo se justifica, si su alcance es general. En caso contrario
sería inútil pues no haría más que repetir lo dicho en el inciso 1º.
3. Por otro lado, si la especie debida se destruye en poder del deudor después que ha sido
ofrecida al acreedor, y durante el retardo de éste en recibirla, no hace responsable al
deudor sino por culpa grave o dolo, en conformidad al artículo 1680.
2.4.2.1. Concepto.
Sea que se estime que existe una sola culpa o que la culpa contractual y
extracontractual son diferentes, lo cierto es que se pueden apreciar en ellas algunas
diferencias importantes:
Dice esta norma: “La ley distingue tres especies de culpa o descuido. Culpa grave,
negligencia grave, culpa lata, es la que consiste en no manejar los negocios ajenos con
aquel cuidado que aun las personas negligentes y de poca prudencia suelen emplear en
sus negocios propios. Esta culpa en materias civiles equivale al dolo”.
“Culpa leve, descuido leve, descuido ligero, es la falta de aquella diligencia y cuidado
que los hombres emplean ordinariamente en sus negocios propios. Culpa o descuido, sin
otra calificación, significa culpa o descuido leve. Esta especie de culpa se opone a la
diligencia o cuidado ordinario o mediano”.
“El que debe administrar un negocio como un buen padre de familia es responsable de
esta especie de culpa”.
“Culpa o descuido levísimo es la falta de aquella esmerada diligencia que un hombre
juicioso emplea en la administración de sus negocios importantes. Esta especie de culpa
se opone a la suma diligencia o cuidado”.
Como puede observarse, la culpa contractual se aprecia en abstracto, pues la ley
compara la conducta del sujeto con un modelo ideal (“padre de familia”, “personas
negligentes y de poca prudencia”, “esmerada diligencia que un hombre juicioso emplea
en la administración de sus negocios importantes”).
Se ha fallado que “la circunstancia de que el artículo 44 del Código Civil, equipare
el dolo a la culpa grave no significa que ésta deba probarse al igual que aquél”.
Somarriva critica esta doctrina por tres razones: a) porque el art. 44 no hace
distinciones, sino que equipara en una forma absoluta ambos conceptos; b) porque la
norma viene de Pothier, que le daba al principio un alcance amplio; y c) porque no le
parece lógico presumir la culpa grave contractual en circunstancia que ni el dolo ni la
mala fe se presumen por expresa disposición del legislador”. En el mismo sentido Tomás
Chadwick y Pablo Rodríguez.
Este último autor estima que si la culpa grave en materia civil se asimila (la ley
dice “equivale”) al dolo, ello implica que la culpa grave debe también probarse, al igual
que el dolo. Y da sus razones: si la culpa grave se presumiera (como consecuencia de que
deba probarse la diligencia debida por quien está obligado a prestarla) y los efectos de la
misma fueran los que corresponden al dolo, ello implicaría que sería más grave y
perjudicial incumplir una obligación con culpa grave que incumplirla con dolo.
La primera regla que debe aplicarse es que el deudor responde de la culpa a que
se haya obligado. Ello porque, esta es una materia, en que las partes, en virtud del
principio de la autonomía de la voluntad, pueden alterar las reglas de responsabilidad
establecidas en la ley, con algunas limitaciones. Así lo señala el inciso final del artículo
1547: “Todo lo cual, sin embargo, se entiende sin perjuicio de las disposiciones especiales
de las leyes, y de las estipulaciones expresas de las partes”.
Si las partes nada han acordado entra a operar lo dispuesto en el artículo 1547,
según el cual, para saber de qué culpa responde el deudor debe distinguirse según el
contrato de que se trate, siendo la responsabilidad del deudor mayor en aquellos casos en
que él es el único beneficiado y menor, cuando el principal beneficiado es el acreedor.
Señala esta disposición: “El deudor no es responsable sino de la culpa lata en aquellos
contratos que por su naturaleza sólo son útiles al acreedor; es responsable de la leve en
los contratos que se hacen para beneficio recíproco de las partes; y de la levísima, en los
contratos en que el deudor es el único que reporta beneficio” (inciso 1º).
Nótese que el que sólo responde hasta de culpa grave, es el que tiene menos
responsabilidad, pues está obligado a emplear únicamente aquel cuidado que aun las
personas negligentes y de poca prudencia suelen emplear en sus negocios propios. El que
no emplea este cuidado mínimo tiene una conducta tan descuidada que la ley la asimila
al dolo (“Esta culpa en materia civiles equivale al dolo”, artículo 44 inciso primero, parte
final).
Lo normal es que se responda hasta de la culpa leve. Así ocurre con el que
administra bienes ajenos, ej. el padre de familia (artículo 250), el tutor o curador (artículo
391); el mandatario (artículo 2129); el agente oficioso (artículo 2288); el albacea (artículo
1299); el partidor (artículo 1329). También responde de esta culpa el que tiene una cosa
sujeta a plazo o a condición (artículos 758 inciso segundo, propietario fiduciario; 787,
usufructuario; 818 usuario y habitador).
2.4.2.6. Cláusulas para alterar la responsabilidad de las partes.
2.4.2.6.1. Generalidades.
Si bien los incisos finales de los artículos 1547 y 1558 permiten establecer
cláusulas que modifican la responsabilidad de las partes, lo cierto es que en doctrina se
discute bastante acerca de sus límites.
La doctrina se encuentra dividida en lo que respecta a las últimas dos, es decir, las
que limitan los plazos de prescripción y las que alteran las reglas del onus probandi.
Respecto a las que limitan los plazos de prescripción, la doctrina generalmente les
reconoce eficacia: a diferencia de las cláusulas que los amplían, no implican una renuncia;
solamente se encuentra involucrado el interés de las partes; existen disposiciones en el
Código Civil que las permiten a propósito de la compraventa (artículos 1880 y 1886).
La doctrina contemporánea, de manera cada vez más clara, entiende que los plazos
de prescripción representan equilibrios de orden público, por lo que las cláusulas que los
modifican son nulas absolutamente por objeto ilícito.
En cuanto a las cláusulas que alteran las reglas del onus probandi, particularmente
en lo que dicen relación con la prueba de la diligencia, también hay opiniones divididas.
Hay quienes consideran que dichas reglas son de orden público, por lo que habría objeto
ilícito en su modificación. La mayoría de los autores, no obstante, les reconocen validez
amparados en el inciso final del artículo 1547, toda vez que las partes podrían pretender
modificar justamente la regla contenida en el inciso tercero. En segundo lugar, el
argumento del orden público lo consideran débil, porque en la práctica estará
comprometido el mero interés particular del acreedor; si éste puede eximir al deudor de
la culpa leve o levísima, con mayor razón podrá tomar sobre sí el peso de la prueba, lo
que es menos grave que lo anterior.
Joel González propone que los límites de estas cláusulas los constituyen el dolo,
el daño a las personas, la ley y las obligaciones esenciales.
Porque la persona está fuera del comercio humano no se puede disponer de ella,
ni aun con su consentimiento. La conveniencia pública, exige que así sea. La sociedad
tiene un interés manifiesto en proteger la integridad física y la vida de sus miembros. Este
tipo de cláusulas serían contrarias al orden público y a la moral. Son, así, inválidas las
cláusulas de limitación o exoneración de responsabilidad por daños ocasionados a las
personas (muerte o lesiones).
c) La ley:
d) Obligaciones esenciales
Como otro límite, aunque arduamente discutido en Francia, se señala que una
cláusula que limita la responsabilidad del deudor en razón de un incumplimiento a su
"obligación esencial" no podría aplicarse, por privar de causa a la parte contra la cual se
hace valer. En otras palabras, una cláusula de irresponsabilidad debiera ser repudiada
cuando apunta a una obligación esencial. Larroumet en este sentido. Así también lo ha
entendido la Corte Suprema, rechazando la validez de estas cláusulas en base al artículo
1444; las partes solamente podrían disponer de las cosas que son de la naturaleza y
accidentales, no de la esencia, puesto que en tal caso se desnaturalizaría el contrato en
cuestión. Si el deudor es irresponsable respecto a una obligación de la esencia, no puede
afirmarse que ésta exista, ni tampoco en rigor el contrato que pretendió celebrarse.
El problema que presentan las obligaciones esenciales como límite a las cláusulas en
estudio es determinar cuál o cuáles obligaciones revisten este carácter en un contrato en
particular. En algunos casos esa será una tarea sencilla, pero en otros claramente será un
asunto de suyo complejo. Además, esta posición no distingue correctamente entre el
derecho al cumplimiento forzado y la responsabilidad.
Dado que la generalidad de los contratos escriturados que se celebran a diario son
de adhesión, la ley 19.496, sobre protección de los derechos de los consumidores, en el
artículo 16, letra e, dispone: "No producirán efecto alguno en los contratos de adhesión
las cláusulas o estipulaciones que: e) Contengan limitaciones absolutas de
responsabilidad frente al consumidor que puedan privar a este de su derecho a
resarcimiento frente a deficiencias que afecten la utilidad o finalidad esencial del producto
o servicio".
Tratándose de las cláusulas que no respetan los límites antes expuestos, la doctrina
ha tendido a entender que son nulas absolutamente, por ser contrarias al orden público y
las buenas costumbres.
En el artículo 2158 se encuentra una excepción a esta regla, en cuanto permite que
el mandante se pueda liberar de sus obligaciones “alegando que el negocio encomendado
al mandatario no ha tenido buen éxito, o que pudo desempeñarse a menos costo, salvo
que le pruebe culpa”. Sin embargo, la doctrina no está conteste en que este caso constituya
efectivamente una excepción, pues la norma prevé la hipótesis en que el mandante
pretende acogerse a la excepción de contrato no cumplido, situación que dista mucho de
aquella en que el mandante demanda indemnización de perjuicios por incumplimiento de
las obligaciones asumidas por el mandatario.
2.4.2.8. Culpa del deudor por el hecho de personas que dependen de él.
Los artículos 1679 y 1590, incisos primero y tercero, hacen responsable al deudor
por el hecho de terceros que dependen de él. La primera de estas normas expresa que “en
el hecho o culpa del deudor se comprende el hecho o culpa de las personas por quienes
fuere responsable”; y la segunda, reitera la misma idea.
Este último caso ha sido objeto de un estudio acucioso por parte de la doctrina
(particularmente por Alcalde). El derecho que tiene el acreedor a exigir la cesión de la
acción que el deudor tenga en contra del tercero se conoce como “commodum
representationis”. La doctrina ha entendido que esta institución constituye una hipótesis
de pago. En efecto, la acción contra el tercero cedida es un accesorio de la cosa, pues
tiene por objeto justamente el restablecimiento de su valor; la finalidad es que el acreedor
tenga derecho a todo el valor del activo que representa su crédito.
2.5. Causales de exención de responsabilidad.
2.5.1.2 Concepto.
El artículo 45 lo define diciendo que “se llama fuerza mayor o caso fortuito el
imprevisto a que no es posible resistir, como un naufragio, un terremoto, el apresamiento
de enemigos, los actos de autoridad ejercidos por un funcionario público, etc”.
Quiere decir que debe ser ajeno al deudor; no debe provenir de su hecho o culpa
o del hecho o culpa de las personas por quien él responde. Así resulta de varias
disposiciones: artículos. 934, 1547 inciso segundo, 1590, 1672 inciso primero, 1679,
1925 inciso primero, 1926 inciso primero, 2015 inciso tercero, 2016 inciso segundo, 2178
Nº 2, 2242, etc.
Así lo dice la definición. Es el elemento típico del caso fortuito. Que sea
imprevisto significa que dentro de los cálculos ordinarios de una persona normal, no era
dable esperar su ocurrencia. Lorenzo de la Maza define los acontecimientos imprevistos
como aquellos poco frecuentes, que por excepción suelen sobrevenir, y que no han sido
tomados en cuenta por las partes al momento de contratar. La Corte Suprema ha entendido
que “el caso fortuito es imprevisto cuando no hay ninguna razón especial para creer en su
realización “.
Significa que impide al deudor, bajo todo respecto o circunstancia, poder cumplir.
Si puede hacerlo en forma más difícil o más onerosa, no estamos frente a un caso fortuito.
También este elemento está comprendido en la definición del artículo 45.
Es importante tener en cuenta que los elementos de todo caso fortuito siempre
estarán ligados al grado de diligencia asumido por el deudor.
En opinión de Vial, es necesario hacer presente que el caso fortuito presenta una
doble naturaleza jurídica:
a) Por una parte, como circunstancia que impide considerar que la infracción de
obligación es imputable al deudor; circunstancia que se traduce en la imposibilidad en
que se encuentra el acreedor de exigir indemnización de perjuicios. En este evento, si bien
el caso fortuito hace imposible cumplir la obligación, no la extingue, porque se supone
que el obstáculo es temporal o transitorio y que una vez que desaparece la obligación
puede cumplirse, sin que el deudor contraiga responsabilidad por el cumplimiento tardío.
b) Por otra parte, el caso fortuito puede considerarse como un elemento esencial
de un modo de extinción de las obligaciones denominado pérdida de la cosa debida o
imposibilidad absoluta de ejecución. En este caso, y a diferencia del punto anterior, se
trata de un caso fortuito de efectos permanentes y no transitorios, por lo que no sólo exime
de responsabilidad, sino que además extingue la obligación.
1. Cuando el caso fortuito sobreviene por culpa del deudor. Así lo señala el
artículo 1547 inciso segundo, y aplican este principio los artículos 1590 inciso primero y
1672 inciso segundo. En verdad, si el hecho proviene por culpa del deudor, resulta
impropio hablar de caso fortuito, pues el hecho le sería imputable.
2. Cuando sobreviene durante la mora del deudor. Así lo dice el artículo 1547
inciso segundo, y lo reiteran los artículos 1672 y 1590 inciso primero.
3. Cuando se ha convenido que el deudor responda del caso fortuito. Ello puede
establecerse en virtud del principio de la autonomía de la voluntad y de lo dicho en los
artículos 1547 inciso final, 1558 inciso final y 1673.
4. Cuando la ley, de acuerdo al artículo 1547 inciso final, pone el caso fortuito de
cargo del deudor. Así ocurre, por ejemplo, respecto del que ha hurtado o robado una cosa;
artículo 1676. Otro caso es el contemplado para el colono (arrendatario de predio rústico)
en el artículo 1983 inciso primero, en cuanto “no tendrá derecho para pedir rebaja del
precio o renta, alegando casos fortuitos extraordinarios, que han deteriorado o destruído
la cosecha”.
Los artículos 1547 inciso tercero y 1674 establecen que incumbe la prueba del
caso fortuito al que lo alega. Estas disposiciones constituyen una aplicación de la regla
general de onus probandi contemplada en el artículo 1698, según la cual corresponde la
prueba de la extinción de una obligación al que alega esta circunstancia.
Antes de que la ley 20.667 reformara al título VIII, libro II, del Código de
Comercio, denominado “del contrato de seguro”, constituía una excepción a la regla de
que el caso fortuito debe probarse, el anterior artículo 539 del Código de Comercio: “el
siniestro se presume ocurrido por caso fortuito, pero el asegurador puede acreditar que
ha sido causado por un accidente que no le constituye responsable de sus consecuencias,
según la convención o la ley”.
La ausencia de culpa dice relación directa con el estándar de diligencia que debe
observar el deudor; si éste prueba que ha observado dicho estándar, entonces hay ausencia
de culpa. De esta manera, al deudor no le sería necesario probar el caso fortuito para
exonerarse de responsabilidad, sino simplemente que no ha faltado al estándar de
diligencia comprometido.
En esta línea, la ausencia de culpa se alza como una zona intermedia entre la culpa
y el caso fortuito. Así, por ejemplo, si el deudor se comprometió solamente a responder
por culpa grave, en tanto pruebe que ha observado el estándar de diligencia que incluso
las personas negligentes suelen observar, se configuraría la causal ausencia de culpa. Esto
tendría particular relevancia cuando el acreedor estuviese alegando la no observancia de
ciertos deberes de cuidado que superan el estándar de diligencia al que se comprometió
el deudor; a éste le bastaría probar que ha cumplido con su propio estándar, y alegar que
los demás deberes exceden el nivel de cuidado que le es exigible.
De ahí que la ausencia de culpa sea tan discutida; si la aceptamos, el caso fortuito
perdería bastante utilidad como causal de exoneración.
a) La redacción del artículo 1547 inciso tercero pareciera contraponer las dos
situaciones: prueba de la diligencia o cuidado y prueba del caso fortuito. Explica que “si
el deudor no se libera sino ante este último, carecería de objeto que probara su diligencia
o cuidado.
b) El artículo 1670 establece, sin hacer distinción alguna, que si la cosa perece se
extingue la obligación del deudor. Más adelante, en el artículo 1672, está la excepción al
señalar que si ello ha ocurrido por culpa o durante la mora del deudor, la obligación
subsiste, pero varía de objeto: la indemnización de perjuicios. Luego, si no ha habido
culpa o mora, no hay excepción y se aplica la regla del artículo 1670, quedando la
obligación extinguida;
Con todo, los argumentos que se esgrimen para rechazar la ausencia de culpa
como causal de exoneración son fuertes:
b) Para aquellos que creen que en las obligaciones de resultado la única excusa
que vale es el caso fortuito, si se admitiese la procedencia de la ausencia de culpa como
causal general de exoneración, todas las obligaciones se convertirían en obligaciones de
medio, generando esto un fuerte desincentivo a la contratación, pues el acreedor no estaría
en buen pie para exigir la satisfacción de su interés primario (que se transfiera el dominio
de la cosa; que se ejecute la obra bajo las especificaciones convenidas; que se pague el
precio; etc.).
Por ejemplo, si el del capitán del barco que, en peligro de naufragar, lanza al mar
las mercaderías que transporta: ¿debe responder?
Sin embargo, el caso planteado por la norma precitada podría explicarse en tanto
el comodatario responde hasta de culpa levísima, por lo que no es posible desprender
conclusiones generales. Por lo demás, el riesgo de destrucción de una cosa propia no
necesariamente implica un mal mayor que la destrucción de la cosa que se tiene a título
de comodato. Para que el estado de necesidad opere como causal de exoneración el mal
mayor que se pretende evitar debiese referirse a intereses más caros que el mero deseo de
conservar una cosa propia.
2.5.5.1. Concepto.
3. Que los hechos que producen la alteración, sean tan extraordinarios y graves,
que si las partes los hubieran tenido a la vista al momento de contratar no habrían
contratado o lo habrían hecho en condiciones diferentes.
No obstante, existen poderosas razones para aplicar también esta institución a los
contratos unilaterales onerosos, particularmente tratándose de mutuos con intereses.
Piénsese en la situación en que se contrae un crédito de consumo con un Banco o
institución financiera, comprometiéndose el deudor a pagar fuertes intereses y restituir la
suma reajustada conforme a la variación que experimente una unidad de medida –la U.F.,
por ejemplo-. Si al poco tiempo al país le asiste una crisis económica profunda, imprevista
al momento de la celebración del contrato, y, en consecuencia, se genera un proceso
inflacionario ingente, aumentando el valor de la unidad de medida pactada, la obligación
de restituir la suma de dinero reajustada conforme a esa unidad podría devenir en
excesivamente onerosa.
Para una primera, todo contrato es ley para las partes, que ninguna de ellas puede
desconocer aunque hayan variado las condiciones bajo las cuales lo celebraron. Lo
acordado tiene que cumplirse en la forma convenida (“pacta sunservanda”). La seguridad
jurídica así lo exige. Ello implica no aceptar la revisión de los contratos y, por ende, el
rechazo de la teoría de la imprevisión.
Para una segunda, que tuvo su origen en el Derecho Canónico, y que cobró mucha
fuerza después de la Primera Guerra Mundial como consecuencia de los fenómenos
económicos que de ella derivaron, debe admitirse, por razones de equidad, de moralidad,
la revisión de los contratos, cuando varían gravemente, y por causas imprevistas, las
condiciones bajo las cuales el contrato fue acordado. Contraponen al “pacta sunservanda”
el principio “rebus sic stantibus”. Dicen los sostenedores de esa posición que en cada
contrato, se puede considerar como subentendida una cláusula tácita “rebus sic stantitus”,
según la cual las partes no quedarán obligadas a sus prestaciones recíprocas sino en el
caso de que las circunstancias generales existentes al tiempo de obligarse subsistan en el
mismo estado hasta la ejecución completa de la obligación. Lo anterior, porque cada
parte, al establecer las cláusulas del acto, sólo pensó y sólo pudo pensar en los riesgos
normales que podrían ocurrir y de acuerdo con esto formuló sus condiciones. Los
acontecimientos anormales, imprevisibles, no han podido entrar en sus puntos de vista.
Su voluntad se manifestó en relación con el medio existente y los riesgos normales.
Con todo, hay casos en que la propia ley la acepta, y otros, por el contrario en que
en forma expresa la rechaza. La acepta, por ejemplo, en el artículo 2003, regla 2º, en el
contrato para la construcción de edificios, por un precio único prefijado, señalando que:
“2º: si circunstancias desconocidas, como un vicio oculto del suelo, ocasionare costos
que no pudieron preverse, deberá el empresario hacerse autorizar para ellos por el
dueño; y si éste rehusa, podrá ocurrir al juez para que decida si ha debido o no preveerse
el recargo de la obra, y fije el aumento de precio que por esta razón corresponda”.
Entre los diversos argumentos que se han ofrecido, podemos citar los siguientes:
Se critica esta postura en el sentido de que si la cláusula rebus sic stantibus pudiese
presumirse en todo contrato, ésta sería un elemento de la naturaleza, lo que no sería
efectivo ya que los elementos de la naturaleza deben estar establecido por ley.
Además, se agrega que el razonamiento esgrimido por quienes defienden esta tesis
es artificioso, toda vez que la mayoría de las personas no lo tiene en cuenta al momento
de contratar.
Se replica esta tesis en el sentido de que el efecto propio del abuso del derecho es
la obligación de indemnizar perjuicios, lo que según cierto sector de la doctrina importa
una hipótesis de responsabilidad extracontractual.
Si bien podría discutirse que el abuso del derecho necesariamente genere una
hipótesis de responsabilidad extracontractual (excluyéndose hipótesis de responsabilidad
contractual), lo cierto es que no justifica por sí sola la revisión de un contrato por la
excesiva onerosidad sobreviniente.
c) Algunos han planteado que si se cumple una obligación cuya excesiva utilidad
para el acreedor se debe a circunstancias imprevistas a la época de contratación, se estaría
incurriendo en una hipótesis de enriquecimiento injusto. No obstante, se replica esta tesis
puesto que la generalidad de la doctrina exige como uno de los requisitos del
enriquecimiento injusto que éste carezca de causa; en el marco de un contrato no podría
esgrimirse lógicamente que no existe causa, pues el contrato mismo lo sería.
Con todo, la crítica tampoco parece tan fuerte en el entendido que el contrato es
un medio de satisfacción de necesidades y distribución de riesgos que tiene como base
una realidad material; si concurren circunstancias imprevistas a la época del contrato, es
dudoso oponer éste como fundamento de un enriquecimiento injusto.
d) El artículo 1546 obliga a las partes a cumplir el contrato de buena fe. Sería
contrario a esta buena fe que una de ellas pretenda que la otra deba cumplir en condiciones
excesivamente onerosas, que rompen el equilibrio patrimonial y que fatalmente lo
llevarán a la ruina.
Al efecto, dicha Corte resolvió que, si bien de la simple lectura del art. 1545,
pareciere emanar en forma definitiva la inmutabilidad absoluta del contrato, estima que
el análisis del tema discutido en el caso no puede abortarse de inmediato, pues la teoría
de la imprevisión no es, en ningún caso, un peligro para tal principio. Tratándose en la
especie de un contrato bilateral que reporta beneficio para ambas partes, era el cuidado
de un buen padre de familia el que debían emplear éstas y ese comportamiento es el único
que se les puede exigir. No pudiendo calificarse jurídicamente el contrato celebrado entre
las partes sino como oneroso y conmutativo, la equivalencia en las prestaciones resulta
fundamental por cuanto dicha característica es un elemento de la naturaleza de ese tipo
de contrato, de manera que, al alterarse la equivalencia en las prestaciones, se lesiona el
contrato mismo, situación que permite consecuentemente su revisión. Así debe
entenderse atendido el tenor de los artículos 1444 y 1441.
A ello debe agregarse que actualmente existe un proyecto de ley acerca de la teoría
de la imprevisión. El proyecto de ley, que consta de 5 artículos, señalaría en su artículo
1 inciso primero: “Los contratos civiles y mercantiles, bilaterales conmutativos y
unilaterales onerosos, de tracto sucesivo o de ejecución diferida, podrán ser revisados
judicialmente si la prestación se hubiere convertido, por acontecimientos
extraordinarios, imprevisibles y ajenos a la voluntad de las partes, en excesivamente
gravosa de ser cumplida. En tal evento, el tribunal estará facultado para modificar las
cláusulas respectivas, restableciendo la equivalencia de las prestaciones existente al
momento de contratar”.
Por regla general la intervención del tercero es para el deudor un caso fortuito si
reúne los requisitos de imprevisibilidad e irresistibilidad. Por ello el artículo 1677, que se
cita como un caso de acción oblicua, establece que el acreedor puede exigir que el deudor
le ceda los derechos y acciones que tenga contra el hechor. Lo mismo dispone el inciso
final del art. 1590 para el caso de deterioros. (La doctrina más actual no cree que éste sea
un caso de acción oblicua, pues el acreedor, una vez que se le cedan los derechos y
acciones, los ejercería no sólo en interés propio, sino también a su propio nombre).
2.6. La mora.
2.6.1. Generalidades.
Hay consenso en la doctrina en cuanto a que esta exigencia rige tanto para la
indemnización compensatoria como para la moratoria.
2.6.2. Concepto.
2.6.3. Requisitos.
El artículo 1537, en materia de cláusula penal, distingue con mucha claridad entre mora
y simple retardo.
Para que se configure la mora es necesario que el atraso en cumplir sea debido al
dolo o culpa del deudor.
Actualmente, hay quienes creen que la mora no supone culpa, pues el artículo
1551 no lo exige, estableciendo hipótesis que prescinden de la imputabilidad. Así
Lecaros, quien estima que nuestro Código ha establecido un sistema de responsabilidad
contractual estricta.
Se define como el acto por el cual el acreedor hace saber al deudor que su retardo
le causa perjuicios.
Hay tres formas de interpelación, que están contenidas en el artículo 1551, cuya
letra señala: “El deudor está en mora, 1º Cuando no ha cumplido la obligación dentro
del término estipulado, salvo que la ley en casos especiales exija que se requiera al
deudor para constituirlo en mora; 2º Cuando la cosa no ha podido ser dada o ejecutada
sino dentro de cierto espacio de tiempo, y el deudor lo ha dejado pasar sin darla o
ejecutarla; 3º En los demás casos, cuando el deudor ha sido judicialmente reconvenido
por el acreedor”.
Opera cuando las partes han establecido un plazo en el contrato, para que el deudor
cumpla su obligación. Cumplido el plazo se van a producir coetáneamente tres situaciones
jurídicas: exigibilidad, retardo y mora. Por el solo hecho de cumplirse el plazo, el deudor
queda constituido en mora, salvo que la ley exija que se le requiera para constituirlo en
mora. Así ocurre, por ejemplo, en el contrato de arriendo: el artículo 1949 señala que
“para que el arrendatario sea constituido en mora de restituir la cosa arrendada, será
necesario requerimiento del arrendador, aun cuando haya precedido desahucio...”; en
el artículo 1977, cuando el arrendatario se encuentra en mora de pagar la renta, es
necesario dos reconvenciones, entre las cuales debe mediar a lo menos 4 días.
Para que nos encontremos en el caso del Nº 1 del artículo 1551, es preciso que se
trate de un plazo convenido por las partes, pues la norma habla de no haberse cumplido
la obligación dentro del término estipulado. Por ello, no rige, por ejemplo en el caso en
que haya sido establecido por el testador (para pagar un legado), caso éste en que será
necesario para constituir en mora al deudor requerirlo judicialmente.
c) Interpelación judicial.
La regla es entonces que para que el deudor quede constituido en mora se le debe
demandar.
Abeliuk, discrepa de este fallo, pues una diligencia de este tipo supone el cese de
la inactividad del acreedor y el conocimiento del deudor de que su incumplimiento está
causando perjuicios.
Sin perjuicio de todo lo anterior, debe tenerse presente que se discute si la mora
se exige como requisito únicamente de la indemnización de perjuicios o también respecto
de la resolución y del cumplimiento forzado.
Cabe agregar que la mayoría de la doctrina nacional estima que este artículo
contiene la llamada “excepción de contrato no cumplido”, que es aquella que tiene la
parte de un contrato bilateral que es demandada por la otra parte para que cumpla el
contrato, a fin de que se rechace la demanda si esta última no ha cumplido o no se
encuentra llana a cumplir las obligaciones que ella ha contraído.
Fueyo afirma que constituido el deudor en mora, debe éste pagar los perjuicios
producidos desde el retardo, pues no hay ninguna norma que descarte la zona intermedia
entre el simple retardo y la interpelación judicial. Se trata, de sancionar un acto ilícito e
injusto, agrega.
Así lo dice el artículo 1547 inciso segundo. Esta regla tiene una excepción, en que
a pesar de la mora el deudor, éste no responde del caso fortuito. Ello se produce si el caso
fortuito hubiese sobrevenido a pesar de haberse cumplido oportunamente la obligación
(artículos 1547 inciso segundo, 1672 inciso segundo, 1590). Este último hecho, de
acuerdo a lo que establece el artículo 1674 inciso segundo, deberá probarlo el deudor. En
efecto, dicha norma señala: “Si estando en mora pretende que el cuerpo cierto habría
perecido igualmente en poder del acreedor, será también obligado a probarlo”.
Por regla general, de acuerdo el artículo 1550, en nuestra legislación el riesgo del
cuerpo cierto cuya entrega se debe es del acreedor, salvo algunas excepciones, entre las
que figura que el deudor esté colocado en mora, en cuyo caso “será a cargo del deudor el
riesgo de la cosa, hasta su entrega”.
2.6.5.1 Concepto.
Abeliuk no está de acuerdo con lo anterior, ya que esta posición confunde dos
cosas: la consignación es un pago, extingue la obligación del deudor, mientras la mora
del acreedor no libera al deudor sino que disminuye su responsabilidad.
Según otros, debe aplicarse por analogía el art. 1551 Nº 3 y concluir que estará en
mora desde que sea judicialmente reconvenido.
Los efectos que se producen con la mora del acreedor son los siguientes:
2. El acreedor debe indemnizar los perjuicios que se sigan de no recibir la cosa, como lo
prueba el artículo 1827 ubicado en la compraventa pero que la doctrina estima de alcance
general: “Si el comprador se constituyere en mora de recibir abonará al vendedor el
alquiler de los almacenes, graneros o vasijas en que se contenga lo vendido”.
3. Si el deudor tuvo que pagar por consignación, debe pagar las expensas de la oferta o
consignación válidas, en conformidad al artículo 1604.
3. Avaluación de perjuicios.
Lo normal viene a ser la avaluación judicial, pues la legal, sólo procede respecto
de las obligaciones de dinero; y la convencional, supone un acuerdo de las partes que no
siempre se da.
3.1.1 Introducción.
Es la que hace el juez. Para ello, éste debe pronunciarse sobre tres cuestiones:
c) En conformidad al art. 1558, si el deudor obró con dolo debe indemnizar tanto
los daños previstos e imprevistos; en caso contrario, sólo debe indemnizar los previstos.
Sin perjuicio de las reglas legales indicadas, cabe indicar que las partes pueden
alterar las reglas sobre los perjuicios a indemnizar. Téngase en cuenta lo ya expuesto
respecto a las cláusulas modificatorias de responsabilidad.
Cabe señalar que aun cuando el punto se ha discutido, no se ve una buena razón
para estimar que respecto de esta indemnización no se requiera constituir en mora al
deudor. René Ramos piensa que sí es necesario constituirlo, por aplicación de las reglas
generales. En el mismo sentido Abeliuk.
4. El acreedor, aparte de los intereses, puede cobrar otros perjuicios, pero para
ello deberá probarlos, de acuerdo a las reglas generales.
1. Regla primera del artículo 1559. “Se siguen debiendo los intereses
convencionales, si se ha pactado un interés superior al legal, o empiezan a deberse los
intereses legales, en caso contrario; quedando, sin embargo, en su fuerza las
disposiciones especiales que autoricen el cobro de los intereses corrientes en ciertos
casos”.
Para entender esta regla es indispensable recordar los distintos tipos de interés:
legal, corriente, convencional. Hoy, en virtud del artículo 19 de la Ley Nº 18010 debe
entenderse por interés legal el corriente.
2. Regla segunda del artículo 1559. “El acreedor no tiene necesidad de justificar
intereses cuando sólo cobra intereses; basta el hecho del retardo”.
3. Regla tercera del artículo 1559. “Los intereses atrasados no producen interés”.
Lo que la norma está señalando es que no acepta el anatocismo, esto es, la capitalización
de intereses. No obstante, el artículo 9 de la ley 18010 permite pactarlo en las operaciones
de crédito de dinero.
4. Regla cuarta del artículo 1559. “La regla anterior se aplica a toda especie de
rentas, cánones y pensiones periódicas”.
Por esta razón si las partes no han convenido otra cosa, las rentas de arrendamiento
atrasadas no devengan interés. Lo que no significa que se deban pagar en valor nominal,
pues la ley18101, en su artículo 21, establece la reajustabilidad.
3.3.1. Concepto.
Está definida en el artículo 1535: “La cláusula penal es aquella en que una
persona para asegurar el cumplimiento de una obligación se sujeta a una pena, que
consiste en dar o hacer algo en caso de no ejecutar o de retardar la obligación
principal”.
No hay disposiciones especiales que le confieran este carácter, pero ello fluye con
claridad de diversos artículos. Así, por ejemplo, de los artículos 1537 y 1538, que exigen
la constitución en mora del deudor; del artículo 1539, que establece la rebaja de la pena
estipulada en el caso de cumplimiento parcial, evitando con ello acumular cumplimiento
con indemnización; del artículo 1540, que permite dividir la pena entre los distintos
herederos del deudor a prorrata de sus cuotas hereditarias.
a) es convencional
b) anticipada.
a) Convencional:
Porque proviene del acuerdo de las partes. Ello significa que si la pena se establece
unilateralmente, por ejemplo, si la fija el testador para el heredero que no pague un legado,
no estamos frente a una cláusula penal, a menos que fallecido el causante, este heredero
acepte la situación, con lo que según cierta doctrina pasa a ser convencional. Por la misma
razón tampoco puede establecerla la ley o el juez.
b) Anticipada:
Como la cláusula penal, según el artículo 1535, tiene por objeto asegurar el
cumplimiento de una obligación principal, no puede discutirse su condición de caución,
atendido que el Código define en el artículo 46 la voz caución como “cualquiera
obligación que se contrae para la seguridad de una obligación propia o ajena”. Por lo
demás, es mencionada como tal por el artículo 1472, al lado de la fianza, hipoteca y
prenda.
Pero puede irse más lejos aún, y por estipulación expresa de las partes, de acuerdo
a lo establecido en el artículo 1537, al acreedor le es posible cobrar tanto la obligación
principal como la pena, y, por otro convenio también expreso, en base al artículo 1543,
la pena y la indemnización ordinaria de perjuicios; todo ello sería inexplicable si se trata
de una mera avaluación convencional de los daños.
Sin embargo, debe considerarse que la cláusula penal por sí sola no asegura el
cumplimiento de la obligación principal. Sólo sirve de estímulo para que el deudor
cumpla. La eficacia de la cláusula penal como caución reside fundamentalmente en la
coacción psicológica que la pena ejerce sobre el ánimo del deudor, la cual naturalmente
está en relación directa con la cuantía de la misma.
Así está dicho en la propia definición legal. Puede agregarse que la cláusula penal
nació en el Derecho Romano con una finalidad estrictamente sancionadora, carácter que
aún conserva.
Como la cláusula penal es una forma de indemnizar perjuicios, puede ser tanto
compensatoria como moratoria. Así se desprende de la propia definición legal: “en caso
de no ejecutar” (compensatoria) o de “retardar la obligación principal” (moratoria). Así
lo ha dicho la jurisprudencia. Y otro fallo ha señalado que “la regla general es que la
cláusula penal sea compensatoria; así se deduce del texto del artículo 1537”.
Se asemeja también a las arras. En éstas se da una cosa con el fin de constituir una
seguridad de la celebración o ejecución de un contrato, o como parte del precio o señal
de quedar convenidos (artículos 1803 a 1805). No obstante, se pueden apreciar algunas
diferencias importantes: las arras garantizan la celebración de un contrato y no el
cumplimiento de una obligación. Además en las arras hay una entrega actual de dinero u
otra cosa, lo que no ocurre en la cláusula penal en que la entrega -suponiendo que la
cláusula penal establezca la entrega de algo- sólo se va a producir cuando se produzca el
incumplimiento.
3.3.6. Características.
1. Es consensual.
2. Es condicional.
3. Accesoria.
4. Puede garantizar una obligación civil o natural.
3.3.6.1. Consensual.
3.3.6.2. Condicional.
3.3.6.3. Accesoria.
Esta característica proviene del hecho de ser una caución. De ello surgen varias
consecuencias importantes:
La verdad es que no hay ninguna excepción a la regla del inciso primero, pues lo
que está garantizando la cláusula penal es la obligación que asumió el promitente de que
el tercero acepte la obligación que se contrajo para él, o, dicho de otra manera, que
ratifique lo obrado por el promitente. Y justamente, éste es un caso en que la cláusula
penal tiene clara utilidad.
El inciso final del artículo 1536 señala que “lo mismo sucederá -valdrá la pena-
cuando uno estipula con otro a favor de un tercero, y la persona con quien se estipula se
sujeta a una pena para el caso de no cumplir lo prometido”.
Tampoco constituye una excepción a la regla del inciso primero. Éste es un caso
en que la cláusula penal presenta evidente utilidad, porque como en conformidad al
artículo 1449, el estipulante no puede exigir al promitente el cumplimiento de lo acordado
(cumplimiento que sólo puede demandar el beneficiario), estipula esta cláusula para poder
compeler al promitente a que cumpla. Somarriva señala que tampoco hay aquí nulidad de
la obligación principal, sino que sencillamente el promitente contrae dos obligaciones:
con respecto al beneficiario, cumplir con lo estipulado, y, con respecto al estipulante,
pagar la pena en caso de incumplimiento”.
El artículo 1472, reconoce en forma expresa que pueda caucionar una obligación
natural. Dice “Las fianzas, hipotecas, prendas y cláusulas penales constituídas por
terceros para seguridad de estas obligaciones (naturales) valdrán”.
Cuando la cláusula penal está destinada a garantizar una obligación ajena, y esta
obligación principal se transforma en natural, algunos entienden que la obligación del
tercero tiene este mismo carácter (Meza Barros, De las Obligaciones, Nº 77, p. 50). Esta
opinión no es compartida por Gatica “porque la caución accede no a la obligación civil,
sino a la que ya es natural, y porque de otro modo ella no tendría sentido, ni el artículo
1470 del Código Civil le habría reconocido validez” (Gatica, ob. cit., Nº 280, p. 366).
La cláusula penal puede extinguirse por vía principal y por vía accesoria. Por vía
principal cuando se extingue no obstante mantenerse vigente la obligación principal (por
ejemplo la cláusula penal es nula y la obligación principal, es válida, artículo 1536 inciso
primero); y por vía accesoria, cuando desaparece como consecuencia de haberse
extinguido la obligación principal, en razón de su carácter accesorio.
Para que el acreedor pueda cobrar la pena deben cumplirse las condiciones ya
estudiadas para la indemnización de perjuicios, con la salvedad que, en conformidad al
artículo 1542, no es necesario probar la existencia de los perjuicios. Luego se requiere
de:
a) Incumplimiento de la obligación principal;
b) Que este incumplimiento sea imputable al deudor; y
c) Mora del deudor.
Así lo señala la primera parte del artículo 1537: “antes de constituirse el deudor
en mora, no puede el acreedor demandar a su arbitrio la obligación principal o la pena,
sino sólo la obligación principal”.
La regla es que una vez constituido el deudor en mora, el acreedor tiene una triple
alternativa:
Son tres los casos en que el acreedor puede cobrar la pena y la obligación
principal:
a) Si la pena es moratoria.
Y por ello el artículo 1537, después de decir que el acreedor no puede acumular
la pena y la obligación principal, agrega: “a menos que aparezca haberse estipulado la
pena por el simple retardo”. Tiene gran interés, pues, distinguir si la indemnización es
compensatoria o moratoria, lo cual es cuestión de interpretación, ya que el precepto
habla de “aparecer”. Según cierta jurisprudencia, la pena debe entenderse normalmente
compensatoria.
c) En la transacción.
Dispone el artículo 2463: “si se ha estipulado una pena contra el que deja de
ejecutar la transacción, habría lugar a la pena, sin perjuicio de llevarse a efecto la
transacción en todas sus partes”.
En estos casos puede el acreedor cobrar al culpable el total de la pena o, cada uno
de los deudores incluidos los inocentes, su cuota en la pena, quedando a salvo el recurso
de éstos contra el infractor (1540 incisos segundo y tercero).
Según nos enseña Vial, la cláusula penal enorme es aquella que contempla una
pena desmesurada, lo que contribuye a que pierda su carácter indemnizatorio y constituya
una fuente de lucro o ganancia para el acreedor. La persona que se sujeta a la pena en la
cláusula penal enorme sufre una lesión, que consiste en el perjuicio que sufre a raíz de la
prestación excesivamente gravosa.
Esta materia está regulada en el artículo 1544, que distingue varias situaciones:
i. Una mayoritaria que estima que el alcance es que la pena no puede exceder del
doble de la obligación principal. Por ejemplo, si la obligación alcanza a 100; la pena no
puede ser de más de 200.
La doctrina nacional está por la primera tesis, ya que así fluye del sentido común
y de una interpretación armónica de las disposiciones que se refieren a la lesión enorme
en contratos conmutativos en el Código Civil. En este sentido Alessandri, Somarriva,
Gatica, Claro Solar, Fueyo y Abeliuk.
Dice el artículo 1544 inciso tercero que en el caso del mutuo “se podrá rebajar la
pena en lo que exceda del máximum del interés que es permitido estipular”.
Respecto de estas obligaciones, el artículo 1544 inciso final establece que el juez
la moderará prudencialmente, cuando atendidas las circunstancias pareciere enorme.
B. DE LA RESOLUCIÓN POR INEJECUCIÓN.
1. Generalidades.
Al contrario, la resolución debe ser entendida sobre todo como la extinción del
vínculo contractual fundada en el incumplimiento. En nuestro Código Civil, son diversas
las normas que permiten entenderla así, entre las cuales podemos citar, sin ánimo de
taxatividad, los artículos 1489, 1826 y 1873.
2. Facultad resolutoria.
4.1. Concepto.
Debe tenerse presente que Patricia López entiende la frase “con indemnización de
perjuicios” no un sentido netamente semántico (como “con indemnización de perjuicios
concurrente”), sino como “o indemnización de perjuicios, en los casos que sea
procedente”. Esto en virtud del análisis lógico y sistemático que hace al artículo 1489 y
de los demás argumentos que se ofrecen para afirmar que la indemnización de perjuicios
es un derecho principal.
a) Equidad: Es evidente la razón de equidad y justicia que hay en que si una de las
partes no cumple su obligación en un contrato bilateral, la otra pueda a su vez
desligarse del vínculo jurídico, dejando sin efecto el contrato.
Por otro lado, no es cierto que el incumplimiento, por sí solo, genere el efecto de
extinguir el vínculo contractual y, con ello, las obligaciones que de éste emanen. El
incumplimiento, según el artículo 1489 inciso 2, genera simplemente un derecho de
opción; el acreedor perfectamente podría querer perseverar en el contrato y, en
consecuencia, demandar el cumplimiento forzado. Incluso más, como ya hemos visto, el
acreedor podría pretender demandar autónomamente la indemnización de perjuicios. De
ahí que la facultad de demandar la resolución no sea justamente más que eso: una facultad
resolutoria.
Aquel sector de la doctrina que estima que la facultad resolutoria es realmente una
condición resolutoria tácita, señala que sus características como condición son las
siguientes:
Claro Solar es de la opinión de que opera aun en los contratos unilaterales, fundado
en las siguientes razones:
a) El artículo 1489 sólo dice que la condición resolutoria tácita va envuelta en los
contratos bilaterales, pero no excluye la posibilidad de que también pueda darse en los
unilaterales;
a) El propio tenor literal del artículo 1489, que habla de “contratos bilaterales”;
Sin perjuicio de lo anterior, resulta pertinente revisar los fundamentos por los
cuales el profesor Vial estima que esta condición también opera en los contratos
unilaterales.
Este autor indica que la falta de una norma específica debe ser suplida por los
principios generales del derecho, y es principio del derecho el que el contratante
incumplidor (sea de un contrato unilateral o bilateral) contrae una responsabilidad que se
hace efectiva mediante la indemnización de perjuicios. De este modo, todo contratante
tiene derecho a que solicitar la indemnización de perjuicios compensatoria, que reemplaza
la obligación incumplida; pero para que pueda solicitarse tal indemnización es
indispensable que se extinga la obligación infringida, y precisamente el modo de
extinción de tal obligación es la resolución del contrato.
Asimismo, Abeliuk sostiene que no habrá culpa o dolo cuando haya operado un
caso fortuito o fuerza mayor, y dado que en este caso la obligación se extinguirá por
imposibilidad absoluta en la ejecución de la obra convenida o por pérdida de la cosa, no
será procedente la resolución. Esto se debe coordinar con el artículo 1567 Nº 9, que
contempla a la resolución como modo de extinguir. En consecuencia, si ya ha operado la
pérdida de la cosa o la imposibilidad absoluta en la ejecución de la obra convenida, no
será procedente demandar la resolución.
Alejandra Aguad Deik, por su parte, sostiene que la mora se exige tanto para el
ejercicio de la acción de cumplimiento como para la de indemnización de perjuicios, mas
no para la resolutoria.
En tanto un incumplimiento parcial sea grave, no hay duda que opera la facultad
resolutoria. El artículo 1489 no distingue y además el artículo 1875 inciso segundo lo
permite expresamente.
Puede apreciarse que este supuesto requisito es una consecuencia lógica de exigir
que el incumplimiento que da lugar a la facultad resolutoria sea imputable a culpa o dolo;
la aplicación del artículo 1552 se sigue lógicamente de la aplicación del artículo 1557, ya
que si entendemos que para demandar la resolución se exige la mora, no podremos hacerlo
en el caso propuesto por el 1552.
Alejandra Aguad Deik, por su parte, siendo consecuente con su postura respecto
a la necesidad de mora, sostiene que la excepción de contrato no cumplido es procedente
tanto respecto del ejercicio de la acción de cumplimiento como de la de indemnización
de perjuicios, mas no de la resolutoria.
Sin embargo, la doctrina contemporánea está más o menos conteste en que tal
solución está errada. Vial, por ejemplo, señala que:
Sin perjuicio de lo anterior, tratándose del pacto comisorio, el artículo 1879 indica
que la resolución puede ser enervada mediante el pago. En consecuencia, hay quienes
entienden que si en el pacto comisorio calificado típico, en que las partes han expresado
que el contrato se resolverá ipso facto en caso que no se pague el precio, se puede enervar
la resolución pagando, con mayor razón se podría en el caso de la condición resolutoria
tácita.
Al efecto, Vial estima que la acción resolutoria con que una de las partes
manifiesta su opción de desistirse del contrato y acogerse a los efectos de la condición
resolutoria tácita no podría enervarse por el cumplimiento de la obligación infringida,
salvo que esta sea la de pagar el precio en el contrato de compraventa, por aplicación del
artículo 1879.
Para el caso que se demande la resolución, la vía tendrá que ser necesariamente la
ordinaria, ya que del sólo título no consta el incumplimiento del contrato. En ese sentido
Somarriva y la generalidad de la doctrina.
4.8. Acumulabilidad de acciones.
Por otro lado, nada obsta a que ejercida una se pueda ejercer posteriormente la
otra si no se obtuvo; si el contratante diligente demanda el cumplimiento y no lo obtiene,
mantiene su opción para demandar la resolución. Así lo entiende la doctrina.
5.1. Concepto.
El pacto comisorio está tratado en el párrafo 10 del Titulo XXIII del Libro IV del
Código Civil, a propósito del contrato de compraventa por no cumplimiento de la
obligación de pagar el precio. Su concepto lo da el artículo 1877 en los siguientes
términos:“por el pacto comisorio se estipula expresamente que, no pagándose el precio
al tiempo convenido, se resolverá el contrato de compraventa. Entiéndese siempre esta
estipulación en el contrato de venta y cuando se expresa, toma el nombre de pacto
comisorio, y produce los efectos que van a indicarse”.
Hoy día la doctrina es conteste en que pese a estar el pacto comisorio tratado en
el contrato de compraventa, por el incumplimiento de la obligación de pagar el precio, su
alcance es general, pudiendo establecerse en cualquier contrato (incluso contratos
unilaterales con el efecto propio de anticipar el cumplimiento) y por el incumplimiento
de cualquier obligación. Esta opinión, se funda en los siguientes argumentos:
La doctrina ha establecido esta clasificación del pacto comisorio, que extrae del
artículo 1879: “Si se estipula que por no pagarse el precio al tiempo convenido, se
resuelva ipso facto el contrato de compraventa, el comprador podrá, sin embargo,
hacerlo subsistir, pagando el precio, lo más tarde en las veinticuatro hora subsiguientes
a la notificación judicial de la demanda”.
a) El pacto comisorio simple, que no viene a ser más que la condición resolutoria
tácita expresada.
b) El pacto comisorio calificado o con cláusula de ipso facto, que se define como
el acuerdo de las partes en orden a dejar sin efecto el contrato, de inmediato, de ipso facto,
si el deudor incumple sus obligaciones. No es necesario emplear palabras sacramentales
(por ejemplo: sin necesidad de juicio, de pleno derecho, inmediatamente, etc.). Estaremos
frente a un pacto comisorio calificado, cualesquiera que sean los términos empleados, si
aparece clara la intención de las contratantes de que se produzca la resolución de
inmediato, por el sólo hecho del incumplimiento, sin necesidad de resolución judicial.
Los efectos del pacto comisorio en este caso, están tratados en el artículo 1879:
“Si se estipula que por no pagarse el precio al tiempo convenido, se resuelva ipso facto
el contrato de compraventa, el comprador podrá, sin embargo, hacerlo subsistir,
pagando el precio, lo más tarde, en las veinticuatro horas subsiguientes a la notificación
judicial de la demanda”.
Como puede observarse, pese a que las partes convinieron que la compraventa se
resolviera de ipso facto, es decir, por el sólo hecho del incumplimiento, no ocurre de esta
forma, puesto que se otorga al comprador un plazo de 24 horas que se cuenta desde la
notificación de la demanda, para enervar la acción de resolución, pagando el precio
adeudado. En consecuencia, esta resolución no opera de pleno de derecho, sino que
requiere de una sentencia judicial que la declare.
Respecto al plazo para pagar, llamamos la atención que son 24 horas, que no es lo
mismo que un día, por cuanto por tratarse de un plazo de horas, se empieza a contar a
partir del momento mismo en que se notifica la demanda. Además es un plazo fatal, por
lo que, de acuerdo al artículo 49 del Código Civil, cumplido caduca el derecho del
comprador para pagar, sin necesidad de acusar rebeldía.
La doctrina mayoritaria, en conclusión, entiende que en el presente caso la
resolución requiere de sentencia judicial. Los argumentos que se esgrimen al respecto
son:
a) Argumento histórico. En los proyectos de Código Civil, aparece claro que don
Andrés Bello se quiso separar en esta materia del artículo 1656 del Código Civil francés,
que le sirvió de fuente inspiradora;
e) Finalmente, el plazo que la ley otorga al deudor para hacer subsistir el contrato
se cuenta desde la notificación judicial de la demanda, lo que prueba que es necesario un
juicio.
Aclarado que en el caso que se viene tratando, la resolución opera por sentencia
judicial, es necesario dilucidar en qué momento se produce la resolución. Hay dos
opiniones:
En relación con los efectos del pacto comisorio calificado en estos casos, existe
una fuerte división en la doctrina.
a) No hay duda respecto a que el pacto comisorio calificado atípico es una cláusula
que se establece en beneficio del acreedor. Sin embargo, si se postula que opera de pleno
derecho, una vez verificado el incumplimiento, entonces la resolución quedaría a merced
del deudor, ya que éste sería quien tendría la elección de cumplir con sus obligaciones y
hacer subsistir el contrato, o no cumplir y generar, por ese solo hecho, la resolución. De
esa manera, no podría sostenerse lógicamente que el pacto comisorio calificado cede en
beneficio del acreedor si en definitiva la decisión sobre mantener los efectos del contrato
o su extinción corresponde al deudor. Esto implicaría una desnaturalización del pacto.
Por lo tanto, el pacto comisorio calificado atípico debe entenderse como una
cláusula en virtud de la cual, ante el incumplimiento de una parte, la otra puede acogerse
ipso facto a los efectos de la resolución (notificando de ello al deudor), o perseverar en el
contrato, exigiendo el cumplimiento forzado.
Con todo, cabe hacer la salvedad en cuanto a que Abeliuk sostiene que la
resolución puede ser renunciada aun cuando opera de pleno derecho, pudiendo el acreedor
exigir igualmente el cumplimiento forzado.
El artículo 1880, establece que “el pacto comisorio calificado prescribe al plazo
prefijado por las partes, si no pasare de cuatro años, contados desde la fecha del
contrato. Transcurridos estos cuatro años, prescribe necesariamente, sea que se haya
estipulado un plazo más largo o ninguno”.
La prescripción en esos casos se regula por los artículos 2514 inciso segundo y
2515, vale decir, prescribe en 5 años contados desde que la obligación se hace exigible.
Naturalmente, esta opinión no es compartida por quienes son partidarios de aplicar por
analogía las reglas de la compraventa;
Con todo, surge la cuestión sobre si prescrita la acción resolutoria que emana del
pacto comisorio típico, podría el acreedor demandar la resolución fundado en el artículo
1489.
1. Generalidades
Asimismo, para que opere la resolución por inejecución, también se requerirá por
regla general una sentencia judicial, aplicándose el juicio ordinario. Posteriormente, se
podrán exigir las restituciones mutuas a que da derecho la resolución.
En el caso de la indemnización de perjuicios, los costos asociados al
incumplimiento pueden ser todavía mayores, si se considera que la determinación del
quantum de la indemnización puede tener lugar con posterioridad a la dictación de la
sentencia. Luego, sólo una vez determinado el quantum y ejecutoriada que esté esta
resolución, se podrá iniciar un juicio ejecutivo.
Por otro lado, los costos relacionados con la defensa y representación de los
intereses del acreedor ante los tribunales de justicia, así como los que digan relación con
notificaciones, pericias, embargos, etc, también podrían contribuir a tornar ilusoria -o al
menos latamente diferida- la operatividad de los remedios que la ley ha establecido a
favor del acreedor.
3. Procedencia.
Así tenemos que, por razones de necesidad imperiosa, el artículo 2180 N°2 del
Código Civil permite al comodante exigir la restitución anticipada de la cosa, poniendo
fin al contrato. En el mismo comodato, el artículo 2177 también permite exigir la
restitución inmediata de la cosa si ésta está siendo destinada a un fin distinto al convenido;
el fundamento, en este caso, obedece a que el comodante consintió en la celebración del
contrato con el ánimo de hacer una liberalidad, por lo que si la cosa no se destina al fin
convenido en el contrato, entonces éste pierde su razón de ser. A su vez, si el nuevo
destino de la cosa la hace peligrar, el fundamento para exigir la restitución inmediata es
doble.
Ahora bien, como ya señalamos, fuera de los casos en que la terminación unilateral
tiene consagración expresa, la procedencia generalizada de este remedio encuentra fuertes
obstáculos. Los artículos 1545 y 1489 parecieran determinar su proscripción a propósito
de los contratos bilaterales.
Para fundar esta propuesta, se compara el artículo 1489 de nuestro Código Civil
con el artículo 1184 del Código Civil francés.
3. Que se le conceda un plazo al deudor, pero no para que cumpla, sino para que las partes
puedan organizarse y precaver las consecuencias perniciosas que les pueda generar la
extinción del vínculo contractual.
Finalmente, conviene resaltar que el ejercicio de esta facultad va a ser siempre por
cuenta y riesgo del acreedor, por lo que, al igual que en la resolución judicial, se requerirá
un incumplimiento grave y la observancia de la buena fe objetiva. Si no se cumplen estas
exigencias, el control judicial a posteriori que haga el juez podría determinar que el
ejercicio de la facultad ha sido abusivo y dar lugar a la indemnización de perjuicios, la
resolución o el cumplimiento forzado a favor de la otra parte, según lo que ésta solicite.
E. DE LA EXCEPCIÓN DE CONTRATO NO CUMPLIDO O EXCEPTIO NON
ADIMPLETI CONTRACTUS.
1. Generalidades.
A diferencia del Código Civil francés, nuestro propio Código Civil establece la
exceptio non adimpleti como un principio general, propio de los contratos bilaterales. “En
los contratos bilaterales ninguno de los contratantes está en mora dejando de cumplir lo
pactado, mientras el otro no lo cumple por su parte, o no se allana a cumplirlo en la
forma y tiempo debidos”.(como ya se dijo, según Mejías únicamente estaría consagrada
de manera expresa la “compensación de moras”).
2. Fundamento.
3. Ámbito de aplicación.
4. Requisitos.
Respecto a este requisito, basta tener a la vista el tenor del artículo 1552, que
supone un contrato bilateral.
Por otra parte, si la parte requirente no está interesa en cumplir sus propias
obligaciones, podría solicitar judicialmente la resolución del contrato, toda vez que ésta
es procedente ante incumplimientos recíprocos.
Finalmente, si la parte requirente nada hace, contribuyendo a la suspensión de los
efectos de las obligaciones, se puede generar una especie de resciliación tácita. En efecto,
si las partes mantienen una conducta pasiva, desinteresándose por el cumplimiento de las
obligaciones correlativas, eventualmente tendrá lugar la prescripción extintiva de las
acciones, perdiendo eficacia el contrato.