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de Utrecht a Trafalgar
Con la colaboración de
Francisco Fernández Izquierdo
COMITÉ DE HONOR
Presidencia:
S.M. La Reina de España
Vocales:
Sra. Dª María Jesús San Segundo Gómez de Cadiñanos, Ministra de Educación y Ciencia.
Sr. D. Emilio Lora-Tamayo D’Ocón, Presidente del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas.
Sr. D. Carlos Berzosa, Rector Magnífico de la Universidad Complutense.
Sr. D. Luis Miguel Enciso Recio, Presidente de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones
Culturales.
Sra. Dª Mercedes Molina Ibáñez, Decana de la Facultad de Geografía e Historia de la Uni-
versidad Complutense.
Sr. D. José Ramón Urquijo Goitia, Director del Instituto de Historia, CSIC.
Sr. D. Antonio García-Baquero, Presidente de la Fundación Española de Historia Moderna.
Esta edición ha sido posible gracias a la colaboración del Ministerio de Educación y Ciencia
y de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, adscrita al Ministerio de Cultura, y
se edita en 2005 siendo su Presidente D. José García de Velasco.
Diseño de cubierta: Francisco Tosete y Julia Sánchez (Centro de Humanidades, CSIC), a partir
de una idea de Agustín Guimerá.
© De los textos, sus autores.
© Fundación Española de Historia Moderna, de la presente edición.
Depósito Legal: M-52127-2005
ISBN Obra completa: 84-931692-1-8
ISBN Volumen II: 84-931692-3-4
Imprime: Gráficas Loureiro, S.L. • San Pedro, 23 - 28917 Bº de La Fortuna (Madrid)
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y
VALORES CIENTÍFICOS:
TECNOLOGÍA, GOBIERNO E ILUSTRACIÓN
RESUMEN:
Realidad y naturaleza no son la misma cosa. El propósito de este artículo es mostrar cómo
emergió la primera durante el siglo XVIII. Utilizando los conocidos casos de la figura de nues-
tro planeta, las polémicas sobre las cinchonas del Perú y el catastro de Ensenada se explica
cómo la Tierra, la quina y España se convierten en objetos experimentales y técnicamente
determinados. El conjunto de tales objetos conforman la realidad, un entorno artificial cons-
truido mediante una panoplia de dispositivos técnicos (instrumentos, tablas, protocolos y no-
menclaturas) de carácter público y, por tanto, consensuado. Se aboga por la tesis que entiende
los instrumentos como extensiones de nuestra sensibilidad y se subraya la necesidad de cuestio-
nar la habitual, infundada y extrema separación que nuestra cultura hace entre lo natural y lo
artificial. El texto subraya las ventajas de esta perspectiva para el abordaje de los conflictos
contemporáneos en torno a la gestión del patrimonio natural/cultural.
PALABRAS CLAVE: historia de la ciencia; instrumentos científicos; marqués de la Ensenada;
catastro; Felipe V; Fernando VI; siglo XVIII; España.
ABSTRACT:
Reality and Nature are not the same. The aim of this article is to show how the former was
constructed in the 18th century. Starting from the well-known cases of the controversies about the
shape of the Earth, those about the Peruvian cinchonas and the Ensenada's Catastro (cadastral
surveys), it is explained how the Earth, quinine and Spain become experimentally born and techni-
cally determined objects. The set of such objects make up reality, an artificial milieu constructed
through the use of different public technical devices (instruments, tables, protocols and nomencla-
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tures), and therefore, a generally agreed result. The thesis defends that instruments are extensions
of our sensitivity, emphasizing the need to question the usual, groundless and extreme separation
our culture makes between natural and artificial things. The text highlights the advantages of this
approach to tackle current conflicts of natural/cultural heritage management.
KEY WORDS: history of science; scientific instruments; marquis of Ensenada; Philip V; Fer-
dinand VI; XVIIIth century; Ensenada’s cadastre; Spain.
te, 1993) de Bruno Latour, un texto que califica de milagrosa (e injustificada) la repentina irrup-
ción en nuestra cultura de los hechos, unos entes de nuevo cuño utilizados como banco de prueba
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 335
Icaria, 2001, p. 144. «La biodiversidad —añade Shiva— está pasando rápidamente a convertir-
se en el eje de la discordia entre visiones del mundo basadas en la diversidad y en la no violen-
cia, y otras basadas en el cultivo de la uniformidad en la naturaleza y en la sociedad».
3 Debemos la noción de multiculturalismo a Eduardo Viveiros de Castro, ‘Les pronoms
cosmologiques et le perspectivisme amérindien’, en ALLIEZ, E.: Gilles Deleuze, une vie philosop-
hique, Paris: Les Empêcheurs de penser en rond, Synthélabo, 1998. Ver, LATOUR, Bruno: «Le rappel
de la modernité–approches anthropologiques (2003), http://www.ensmp.fr/~latour/articles/article/
91-DESCOLA%20COLLEGE.html. También, LAFUENTE, Antonio: «Ciencia y ciudadanía en el
laboratorio global», eidon. Revista de la fundación de ciencias de la salud, 12: 38-41, 2003.
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mundos con los que experimentar, sin tener que exterminar animales de labo-
ratorio, explosionar artefactos nucleares o contaminar los océanos. Ahora
vemos imposible el mantenimiento de ese ideal inamovible que llamábamos
naturaleza, porque ya no sabemos que clase de catástrofe es la del cambio
climático, la de la gripe asiática aviar o la que se traduce en que media Europa
esté deprimida. Las llamadas catástrofes naturales ya no son un destino si,
como sucede cada día, las secuelas de un terremoto o del cáncer son tan radi-
calmente distintas según donde sobrevengan. Hoy las catástrofes ya no son
naturales, son reales: lo que cuestionan es el mundo que hemos construido y
los expertos que lo sostienen4. Los errores de cálculo, la escasez de datos, los
itinerarios excluyentes, las canalizaciones injustas o la reducción de la dieta a
un paquete calórico, todo eso y más subyace a las catástrofes. Y bajo la calma,
cuando aparentan ausentarse las hecatombes, se esconde una impresionante
logística del conocimiento.
¿Y qué tiene todo esto que ver con la Ilustración? ¿Para qué nos sirve aho-
ra lo que hemos aprendido de Feijoo, Jorge Juan, Ensenada y Mutis? ¿Qué
valor darle a los estudios dieciochistas? Lo vamos a decir con pocas palabras:
la obsesión por los datos y el pánico a que puedan ser desestabilizados con
facilidad inaugura, durante el siglo XVIII, un tipo de prácticas que nos re-
cuerdan el momento actual5. La verdad dejó de ser en la Ilustración un ente
metafísico para convertirse, dice L. Daston, en una práctica social y corporal
que aspiraba a lo que Rorty describió como algo cuya única obligación era
ofrecer «...la más útil descripción para nuestros propósitos»6. Si Rorty y Das-
ton tuvieran razón, la idea de que la ciencia es un asunto para expertos, inclu-
so separados de su entorno, es una simplificación insensible a la pujanza que
adquirieron durante el siglo XVIII los públicos y los salones, pues no se olvide
que ya son legión los historiadores que ven la cultura ilustrada como el des-
pliegue de una gran conversación pública. Por otra parte, los instrumentos no
operan como redes de pescar, sino que, como en el tiro con arco, demandan
del practicante mucha disciplina corporal, y de las instituciones no pocas con-
venciones sobre donde situar el blanco y cómo puntuar la distancia desde el
dardo al centro de la diana.
No sólo el mundo del saber se expandió desde el claustro a la urbe, sino
que tuvo que alcanzar una escala casi planetaria. La edición de 1791 del Dic-
cionario de Autoridades incluye una acepción para la palabra estado que la
define como el «resumen por partidas generales que resulta de las relaciones
————
4 Véase sobre este asunto, por ejemplo, el precioso trabajo de Mike Davis, Late Victorian
Holocausts. El Niño Famines and the Making of the Third World (London/New York: Verso,
2001) donde se analiza la falsedad de atribuir las hambrunas que se padecen en la India a las
sequías y monzones, en vez de a una estructura mercantil, política y tecnológica ajena a los
desequilibrios locales y globales.
5 Vid. Norton Wise, The values of Precision. Princeton: Princeton University Press, 1995.
6 BAKER, Keith Michael & REILL, Peter Hanns (eds.): What's Left of Enlightenment? A
————
7 Como señala Theodore Porter, el problema de la objetividad cuantitativa es el de gene-
botánica la hemos realizado en LAFUENTE, Antonio y VALVERDE, Nuria, «Linnaean Botany and
Spanish Imperial Biopolitics», en SCHIEBINGER, Londa & SWAN, Claudia (eds.): Colonial Bota-
ny. Science, Commerce, and Politics in the Early Modern World, Philadelphia: University of
Pennsylvania Press, 2004, pp. 134-147.
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LA FABRICACIÓN DE VALORES
————
9 VALVERDE, Nuria: Instrumentos científicos, opinión pública y economía moral. Tesis
digmas y autores característicos de la ciencia moderna en España, ver LAFUENTE, Antonio; PUIG-
SAMPER, Miguel A. et al.: «Literatura científica moderna», en Historia literaria de España en el
siglo XVIII, Francisco Aguilar Piñal (ed.), Madrid: Ed. Trotta/CSIC, 1996, pp. 965-1028.
11 Sobre estos asuntos, las dos monografías más completas quizás sean STEWART, L.: The
Rise of Public Science. Rhetoric, Technology, and Natural Philosophy in Newtonian Britain,
1660-1750, Cambridge: Cambridge University Press, 1992; y GOLINSKI, J.: Science as Public
Culture. Chemistry and Enlightenment in Britain, Cambridge: Cambridge University Press,
1992. Para España, Antonio Lafuente y Juan Pimentel, «La construcción de un espacio público
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 339
En España tales cambios se iniciaron con ímpetu suficiente a partir del se-
gundo reinado de Felipe V. Y los datos que tenemos confirman que el proceso
se consolida muy pronto durante el reinado de Fernando VI12. Es por enton-
ces cuando los instrumentos científicos van colonizando muchos espacios en
donde hasta entonces eran desconocidos y, entre ellos, destacan los periódicos,
las academias, los talleres de artesanos y, desde luego, los salones y gabinetes
particulares13. En términos generales, puede decirse que el instrumental que se
compró por entonces era para uso geográfico y astronómico y, por tanto, se
trataba de máquinas de carácter aparentemente pasivo en el sentido de que se
limitan a registrar posiciones y propiedades (distancias, variaciones e intensida-
des) sin interactuar con la naturaleza. Gozaban, en consecuencia, de mucha
confianza porque creaban un vínculo transparente, incuestionable, entre el ob-
jeto al que apuntaban (o medían) y la cifra obtenida. Buena parte de su fiabili-
————
para la ciencia: escrituras y escenarios en la Ilustración española», en PESET REIG, José L. (ed.):
Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona de Castilla, vol. IV, Salamanca: Junta de
Castilla y León, 2002, pp. 111-155. Ver también, Georges Rousseau, «Los libros científicos y
sus lectores en el siglo XVIII», en ORDOÑEZ, Javier y ELENA, Alberto (eds.): La ciencia y su
público: perspectivas históricas, Madrid: CSIC, 1990, pp. 147-224. BENSAUDE-VINCENT, Ber-
nardette: L'opinion publique et la science. A Chacun son ignorance, Paris: Sanofi-Synthélabo,
2000; SECORD, Anne «Botany on a Plate. Pleasures and the Power of Pictures in Promoting
Early Nineteenth-Century Scientific Knowledge», en Isis, 2002, 93, p. 28-57; COOTER, Roger y
PUMFREY, Stephen «Separate Spheres and Public Places: Reflections on the History of Science
Popularization and Science in Popular Culture», History of Science, 32, 1994: 237-267. Y, en
lo que respecta al mundo americano, SHEET-PYENSON, Susan: Cathedrals of science: the deve-
lopment of colonial natural history museums during the late nineteenth century. KingstonMon-
treal : McGill-Queen's University, 1988.
12 LAFUENTE, A. y PESET, J. L.: «Las Academias militares y la inversión en ciencia en la Es-
paña Ilustrada (1750--1760), Dynamis», 1982 pp. 193-209. LAFUENTE, A. y PESET, J.L.: «Políti-
ca científica y espionaje industrial en los viajes de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1748-1751)»,
Melanges de la Casa de Velázquez, 1981, pp. 233-262. LAFUENTE, A. «Las políticas y los métodos
de internacionalización de la ciencia española durante el siglo XVIII», Spanien und Europa in Zei-
chen der Aufklärung, S. Juttner, ed., Frankfurt: Peter Lang, 1991, pp. 157-167. LAFUENTE, A. «Ins-
titucionalización metropolitana de la ciencia española en el siglo XVIII», Ciencia colonial en Amé-
rica, LAFUENTE, A.y SALA CATALÁ, José, eds., Madrid: Alianza Ed., 1992, pp. 91-118.
13 Nuestra historiografía, a diferencia de la británica o francesa, no nada en la abundancia de
datos que confirmen el tránsito aludido, pero tampoco nos faltan las trazas de que también en
España, Portugal o Nápoles la cultura experimental contó con el respaldo de la opinión pública. Y
es que la fundación de nuevas instituciones, como los observatorios, los jardines y las expedicio-
nes, está envuelta en una retórica que confía el éxito de la empresa al costoso equipamiento ad-
quirido. Eso explica por qué llegaron a invertirse más de 600.000 reales en los instrumentos
destinados al Observatorio del Colegio Imperial (1750) y los que fueron a parar a la Casa de la
Geografía (1752). En cualquier caso, además de las memorias institucionales de la época, la litera-
tura y la prensa periódica, pueden consultarse obras como la de MORAL RONCAL, Antonio Ma-
nuel: Gremios e Ilustración en Madrid (1775-1836). Madrid: Actas ed., 1998; o LESEN Y MORE-
NO, José: Historia de la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid. Escrita con
autorización de la misma y en vista de los datos que existen en su archivo y biblioteca. Madrid:
Imprenta del Colegio de Sordo-mudos y de Ciegos, 1863, que ofrecen interesantes datos sobre el
trasiego de objetos e información en el entorno de la Sociedad Económica Matritense.
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tro. Vid. KNOWLES MIDDLETON, W. E.: The History of the Barometer. Baltimore: Johns Hop-
kins Press, 1964, pp. 176-177.
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en 1788 impuso una reflexión política sobre la cuestión del rigor científico.
Los organizadores se comportaron de acuerdo a una ecuación simple: las
buenas políticas demandan los mejores datos y, por tanto, los instrumentos
más precisos18. O sea, que se creó una nueva autopista que comunicaba el
rigor con la utilidad. La ecuación se resolvió como debía: reuniendo un lote
excepcional de buenos instrumentos. Jacinto de Magallanes (1732-1790) fue
el agente encargado por la corona española de adquirirlos en Londres. El in-
ventario de lo que llevaron a América produce emoción. Quien quiera que
conozca la historia de los instrumentos científicos, aplaudirá que el péndulo
astronómico fuera de Graham, los dos anteojos acromáticos de Dollond o que
los dos cuartos de círculo vinieran del taller de Sisson y, el otro, del de Rams-
dem. Y como Berthoud no daba abasto, se incluyeron tres ademas de dos de
sus cronómetros de Arnold (61, 71 72 y 105)19.
El requisito de generar precisión era tan científico como político, pues co-
mo señalan L. Daston y Th. Porter, la forma en la que se usan los instrumen-
tos (es decir, las reglas, las tablas y los lenguajes especializados con los que
expresamos los resultados) tiene también un efecto sobre los observadores20.
En efecto, nadie puede considerarse miembro activo en una red de observa-
ciones sin aceptar que debe regularizar su experiencias, incluyendo normas
sobre cómo leer los escritos de los otros y cómo redactar sus propias memo-
rias. En ciencia, lo sabemos, las normas de estilo son de obligado cumplimien-
to. Todos los miembros de la red exigen transparencia en la descripción de
cualquier movimiento tenido en el laboratorio, pues sin claridad no hay repli-
cabilidad y, por tanto, la precisión deja de ser un derecho público. Sin estilo,
en consecuencia, no hay moral. Más aún, sin los instrumentos nuestra civili-
zación iría a la deriva.
Cierto. Una vez que se decide meter los instrumentos en nuestras contro-
versias, asignando a las cifras que nos devuelven la condición de rigurosas y,
————
18 La expedición Malaspina ha sido objeto de numerosos estudios, que hasta el día de hoy no
han dejado de crecer. Sin embargo, la aproximación más compleja a la articulación de nuevos
valores que supuso esta empresa sigue siendo el exhaustivo estudio de J. Pimentel, que advierte
precisamente cómo la dimensión científico-política de la precisión condujo a la incorporación del
nuevo instrumental y al mantenimiento de técnicas como los cuestionarios, que el autor denomi-
na «seculares», pero que, como veremos son herramientas que sufren un cambio importante al ser
sometidas a un proceso de depuración. Cfr. PIMENTEL, Juan, La física de la Monarquía, Ciencia y
política en el pensamiento colonial de Alejandro Malaspina (1740-1810). Madrid: Doce Calles,
1998, pp. 178-179.
19 Sobre los pormenores de la reunión de los instrumentos de la expedición, véase GLICK,
Thomas: «Imperio y dependencia científica en el XVIII español e inglés: la provisión de los ins-
trumentos científicos», PESET, José Luis (coord.): Ciencia, vida y espacio en Iberoamérica, 3 vol.
Madrid: CSIC, 1989, vol. 3, pp. 49-63.
20 DASTON, Lorraine «The Moralized Objectivities of Science», en CARL, W. y DASTON, Lo-
rraine (ed.): Sonderdruck aus Wahrheit und Geschichte. Göttingen: Vandenhoek & Ruprecht,
pp. 78-100, 1999; PORTER, op. cit.; KNORR-CETINA, Karin: Epistemic Cultures: How the Scien-
ces Make Knowledge. Cambridge (Mass.)/London: Harvard University Press, 1999.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 343
lo que aquí es más importante, de inamovibles salvo con más datos y otras
herramientas, ya nunca podremos renunciar a esta deriva civilizatoria. Y te-
nemos un caso excepcional para documentar lo que estamos diciendo: la ex-
pedición francohispana al virreinato de Perú.
LA ESPIRAL DE LA CIENCIA
question de la figure de la Terre: l'agonie d'un débat scientifique au XVIII siècle», Revue d'His-
toire des Sciences, 1984, pp. 235-254. LAFUENTE A. «Retórica y experimentación en la polémi-
ca sobre la figura de la Tierra», en LOSADA, M. & VARELA, C. (eds.): Actas del II Centenario de
Don Antonio de Ulloa. Madrid: Escuela de Estudios Hispanoamericanos (CSIC)/Archivo Gene-
ral de Indias, [s.a.: 1995], pp. 125-140.
23 Estuvo encabezada por el francés L. Godin y ayudado, entre otros, por Charles Mª de la
Condamine, Pierre Bouguer, Joseph Jussieu, además de los guardiamarinas españoles Jorge Juan y
Antonio de Ulloa, y el ilustrado quiteño Pedro Vicente Maldonado. Ver, LAFUENTE, A. y ESTRELLA,
E.: Scientific enterprise, academic adventure and drawing-room culture in the geodesic mission to
Quito (1735-1755), (XVII International Congress of History of Science, Berkeley, 1985), Cuader-
nos Quipu, 2, México, 1987, pp. 13-31. ZÚÑIGA, N.: La expedición científica de Francia del siglo
XVIII en la Presidencia de Quito, Quito, 1977.
344 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE
lar una distancia de unos 400 Kms. a lo largo del corredor interandino, aprove-
chando las cimas de las cordilleras occidental y oriental para la instalación de
los puestos de observación24. Durante esta etapa, prolongada entre 1736 y
1739, tuvieron que hacer frente a dos tipos de problemas para asegurarse de la
bondad del resultado final; de una parte, los que vinieron del utillaje científico
empleado, especialmente del cuarto de círculo y del barómetro; de la otra, los
asociados con la multitud de verificaciones accesorias y observaciones comple-
mentarias cuyo objetivo era depurar los datos de los errores previsibles y redu-
cir al plano del nivel del mar los lados de la triangulación.
La segunda fase aludida se refiere a las observaciones astronómicas para de-
terminar la amplitud angular del arco triangulado. Los cerca de cuatro años que
emplearon en esta operación se debieron a que el instrumento astronómico
llegó roto a Quito, tras la ardua ascensión a lomos de mula desde Guayaquil.
Así las cosas, los académicos tuvieron que emplearse en la construcción, cali-
brado e instalación de un gran sector astronómico de 18 pies de radio que susti-
tuyese al que transportaron desde París. En conjunto, suponiendo resueltas las
mencionadas operaciones, se trataba de un programa de observaciones que
teóricamente era fácil de realizar. Incluso su ejecución práctica había sido des-
arrollada con rapidez y de modo convincente por los expedicionarios del Nor-
te, los que trabajaron en Laponia. ¿Por qué entonces el retraso, qué sucedió en
Perú? Sin duda, el conocimiento por parte de los expedicionarios de que la
misión de Laponia había finalizado en 1738, en tan sólo un año y aportando
resultados concluyentes y favorables al achatamiento polar, fue un revulsivo
que estimuló el diseño de un experimento que aspiraba a cotas de precisión
hasta entonces desconocidas; los expedicionarios americanos pensaron que si la
historia no iba a recordarlos por dar la razón a Newton en la polémica, tendría
en cambio que reservar un espacio para rememorar un tan vasto y riguroso
programa de observaciones como el que estaban ahora dispuestos a realizar.
En principio, merece ser elogiada su inquietud por la precisión de las medi-
das, actitud que les condujo a efectuar programas sistemáticos de investigación
de fenómenos naturales sobre los que no existía ninguna teoría mínimamente
consensuada, ni la suficiente experiencia acumulada. Eran cuestiones, si se quie-
re marginales, pero situadas en la frontera del saber científico y en especial de la
física o la mecánica. Entre ellas se encontrarían temas como la refracción atmos-
férica y astronómica, la variación local de la gravedad y, por tanto, de la vertica-
lidad de la plomada en presencia de grandes masas montañosas, la determina-
ción barométrica de las alturas, la dilatación de materiales, la construcción de
instrumentos y el grabado del limbo, etc.
Y es que los expedicionarios, ansiosos de gloria, no estaban dispuestos a esca-
timar esfuerzo alguno; las circunstancias que tantas veces estuvieron a punto de
————
24 La distancia, equivalente a más de 3º de latitud, era suficiente para el fin que se proponían y
las medidas de la base de comprobación, obtenidas según era preceptivo por dos métodos
independientes, confirmaron la existencia de un error casi despreciable.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 345
que cada constructor tenía sus propios métodos para el tarzado del limbo, la fijación del cero o
el logro de la verticalidad. Estaba pues alejada del standar ideal que asegurara, por ejemplo, la
comparación de las medidas. Sobre este problema, ver, DAUMAS, M.: Les instruments scientifi-
ques aux XVIIe et XVIIIe siècles, París, 1953. TURNER, A.: Early Scientific Instruments. Europe
1400-1800, Londres, Sotheby's Pb., 1987. TURNER, G.L'E.: Scientific Instruments and Experi-
mental Philosophy 1550-1850, Hampshire: Variorum, 1990; y, del mismo autor, The London
Trade in Scientific Instruments-Making in the Eighteenth Century, Vistas in Astronomy, 20,
173-182, 1976.
26 El carácter arriesgado de esta aventura ya se sospechaba antes de que en la última sesión
vidades fueron objeto de controvertidos comentarios por parte de los naturales del país. El
siguiente testimonio de Ulloa no puede ser ni más elocuente, ni más simpático: «Ahora es justo
que se considere, cuanta diversidad de juicios formarían en aquellos Pueblos sus Habitantes: por
una parte los admiraba nuestra resolución; por otra, los sorprendía nuestra constancia; y final-
mente todo era confusión aún en las personas más cultas; preguntábanles a los Indios, cuál era
la vida, que teníamos en aquellos sitios, y quedaban espantados del informe, que les hacían:
Veían, que se negaban todos a asistirnos, aún siendo de naturaleza robustos, sufridos y acostum-
brados a las fatigas; experimentaban la tranquilidad de ánimo, con que sin tiempo determinado
vivíamos en aquellos sitios; y la conformidad con que después de haber concluido en uno la
cuarentena de trabajos y soledad, pasábamos a los otros: y en tanta admiración, y novedad no
sabían, a qué atribuirlo. Unos tenían a locura nuestras resoluciones; otros lo encaminaban a
codícia persuadiéndose, que andábamos buscando minerales preciosos por medio de algún méto-
do particular, que habíamos inventado; otros nos discurrían Mágicos, y todos quedaban embebi-
dos por una confusión interminable; porque en ninguno de los casos, que sus pensamientos les
dictaban, hallaban que tuviese correspondencia en su logro a la fatiga y penalidades de tal vida:
asunto que aún todavía mantiene la duda en mucha parte de aquellas Gentes, sin poder persua-
dirse a cuál fuese el cierto fín de nuestro viaje, como ignorantes de su importancia». JUAN y
ULLOA, Relación histórica del Viage a la América Meridional, Madrid, 1748.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 347
DO, La geometrización... Sobre la puesta a punto del barómetro como instrumento científico,
ver MIDDLETON, W.E.K.: The history of barometer, Baltimore, 1964. La memoria de DE LUC, J.
A., (Recherches sur les Modifications de l'Atmosphere, Ginebra, 1749) contiene interesantes
referencias históricas.
29 Juan y Ulloa explicaban el abandono de la teoría de Mariotte, pues «...a distancias cercanas
a la superficie de la Tierra se haya dicha dilatación [del aire] en otra razón distinta [a la geométri-
ca]; y [las observaciones] suponen, que las capas, o estratos de igual peso, en que se consideró
dividida la Atmósfera, se dilatan en progresión aritmética, correspondiendo, a cada una de ellas
igual aumento, o diminución de altura de Mercurio en el Barómetro», Cf. Observaciones..., p.126.
Bouguer lo atribuía a «...las fuerzas elásticas del aire no siguen la razón inversa de las dilataciones
[...] la segunda ley de M. Mariotte que supone la misma elasticidad en todas las partes de la atmós-
fera yerra por defecto en lo alto de las montañas», El texto procede de una carta de Bouguer a Du
Fay (Petit Gôave, 25.X.1735), Archives de l'Observatoire de Paris, ms. C-2-7.
30 Esto explica el interés de Bouguer por emprender la nivelación geodésica, método del que
dudamos que hubiese asegurado resultados mucho más precisos, ya que su ejecución requería de
una triangulación accesoria que atravesase la cordillera andina occidental y las selvas inexploradas
de la región de Esmeraldas, única forma de conectar geodésicamente la planicie costera con el
altiplano interior. También se entiende la radical oposición de Godin a una nueva empresa que
retrasaría la marcha de los trabajos sin que cupiese esperar beneficios considerables, pues una
variación de 200 toesas en la determinación de la altura de una señal repercutiría en sólo 2 toesas
de error en la medida final del grado, y ello suponiendo que no operase el gran aliado de los
geodestas: es decir, la siempre posible feliz compensación de errores.
348 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE
————
31 Carta de La Condamine a Bouguer (Deniecourt, 17.X.1746), Archives de l'Observatoire
de Paris, ms. C-2-7, pp. 10-11. Ver, Los caballeros..., pp. 176s.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 349
————
32 Terminada la fase geodésica de la misión, los académicos se dividieron en dos grupos pa-
ra determinar la latitud de los dos extremos del meridiano triangulado: Godin, Juan y Ulloa
hicieron sus observaciones en Mira y Cuenca (3o 27'), mientras que Bouguer y La Condamine
eligieron Tarqui y Cochesqui (3o 7'). Cada grupo realizó sus trabajos entre finales de 1739 y los
primeros meses de 1740. Todo el programa de observaciones parecía terminado, cuando Go-
din, en abril de 1740, apreció graves divergencias en sus medidas y se decide a recomenzarlas.
A partir de entonces, entre muchas dudas y nuevas disputas internas, se iniciarán observaciones
de verificación que se prolongarán hasta los meses centrales de 1742, fecha a partir de la cual
se procederá a la definitiva determinación de la amplitud del arco de meridiano. En fin, cuatro
años para determinar la latitud de dos puntos es una cantidad de tiempo excesiva que sólo se
puede justificarse tomando en consideración la enorme cantidad de dificultades a las que tuvie-
ron que hacer frente los expedicionarios. Los detalles son analizados en LAFUENTE y DELGADO,
La geometrización..., pp. 209ss.
33 En efecto, el sector de 12 pies de radio, debido a los constantes y difíciles desplazamien-
tos había sufrido graves deterioros. Así lo reconoció Bouguer en una memoria que quedaría
manuscrita: «Desde que he reflexionado, he juzgado que el anteojo del sector que nos sirvió para
las observaciones de la oblicuidad de la eclíptica estaba desviado del plano del instrumento en
más de 10 o 12 minutos... Estábamos por tanto equivocados en casi un minuto en la distancia
de ?-Orion al cenit... Por otra parte, no podía cerrar los ojos y disimular la desviación del limbo
respecto al plano del meridiano que por las observaciones precedentes sobre el Sol conocía
aproximadamente». Cf. BOUGUER, P.: Remarques historiques et critiques sur les observations
faites au Pérou de la distance de l'étoile d'Orion au zenith, Archives de l'Observatoire de Paris,
ms. C-2-7, Fo. 4v.
350 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE
271-2): «...salió tan adecuado, exacto, firme y tan fácil su manejo, que nos hizo notar movi-
miento extraño en las Estrellas... Dimos aviso de este decubrimiento a MM. Bouguer, y La Con-
damine, quienes dudaron de ello, queriendo atribuir algún defecto a nuestro Instrumento, que-
daron satisfechos por varias observaciones, que repitieron con anteojos fijados en la Pared,
donde se notó sensiblemente el movimiento de e-Orion».
35 Parecía que por fin se encontraban en los umbrales de su paso a la historia; el diseño de
un programa sistemático de observación tendente a encontrar una ley estable de variación, era
una cuestión tan excitante, como necesaria para poder concluir las observaciones. Las cifras
que inicialmente barajaban, hacían plausible hasta una variación próxima al minuto; de confir-
marse sus sospechas, el hallazgo los catapultaría hacia la gloria.
36 Con toda humildad se lo reconocía La Condamine a Bouguer en carta (Quito, 3.VIII.1741):
«Estoy tentado de atribuir a mis errores la mayor parte de los errores», Bibliothèque National
(París), Nouvelles acquisitions françaises, ms. 6197, Fo. 17r.
37 Con toda claridad y modestia lo reconocía La Condamine: «¿Pero cuál es la medida del
aplanamiento y en qué relación crecen los grados de latitud al aproximarse a los Polos? Esto es
lo que aún ignoramos y lo que, tal vez, no es posible conocer; al menos sin disponer de un nú-
mero mucho mayor de grados medidos». Cf., La Condamine, Extrait des operations Trigonome-
triques, e des observations Astromiques, faites pour la mesure des degrés du Meridien aux envi-
rons de l'Equateur, Memoires de l'Académie royale des Sciences (1746), p. 637.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 351
binete a las observaciones de campo. No sólo nadie habló fracaso, sino que la
conciencia de las dificultades, por el contrario, condujo a quienes se involu-
craron en el experimento a solicitar más instrumentos, más fórmulas y más
observaciones, si es que, en efecto, se aspiraba a transformar la Tierra en un
objeto científico que pudiera ser movilizado mediante libros o mapas. La
Condamine, siempre el más sagaz de los expedicionarios, pareció intuirlo
cuando escribe con contundencia que «lo real y lo inteligible están igualmente
sometidos a las demostraciones matemáticas». En su contacto con el instru-
mental, en el proceso de identificación de errores, la Tierra se había trans-
formado en un objeto que, además de gravitar alrededor del sol, estaba agi-
tándose entre dos continentes, por muchas disciplinas y para múltiples
finalidades. Desde la disposición de la capas atmosféricas a la densidad de los
estratos de materia, desde la influencia de la atmósfera sobre la luz o de las
montañas sobre la gravedad, todas las preguntas estaban por hacer y todos los
síntomas por interpretar. Medio siglo después, instrumentos científicos como
el barómetro seguirán siendo eficientes para despejar la nueva complejidad
del territorio y su diversidad florística o natural. La pregunta por la medida
del meridiano había convertido la Tierra en un objeto computable.
LA CREACIÓN DE UN FÁRMACO
años antes, se produjo en 1751 con la llegada a Madrid de uno de los discípulos predilectos de
Linneo, Pehr Löfling, con la misión de estudiar la flora y la fauna ibérica, aunque también se ha
destacado otra posible vía de entrada a través del Colegio de Cirugía de Cádiz, dirigido por Virgili.
Cf. GONZÁLEZ BUENO, A. «Penetración y difusión de las teorías botánicas en la España Ilustrada»,
en FERNÁNDEZ, J. y GONZÁLEZ TASCÓN, Ignacio (eds.) Ciencia, Técnica y Estado en la España
Ilustrada, Zaragoza: Ministerio de Educación y Ciencia, 1990, pp. 381-95. RYDEN, S. Pedro Löfling
en Venezuela (1754-1756), Madrid: Insula, 1957. PUIG-SAMPER, M.A.; MALDONADO, L. y LUCENA,
M.: «Loefling y la Botánica española. La expedición al Orinoco (1754- 1761)», Asclepio, 39: 69-
83, 1987; PELAYO, F. (ed.): Pher Löfling y la expedición al Orinoco, 1754-1761, Madrid: Quinto
Centenario, 1990. La institución que jugó el papel más decisivo para el desarrollo de la botánica
española y la introducción del sistema linneano fue el Real Jardín Botánico de Madrid. Aunque al
iniciarse la enseñanza de la Botánica, en 1757, en el Jardín Botánico de Madrid —conocido como
jardín de Migas Calientes— , no se llegó a imprimir ningún texto, los comentarios de Quer en
su Flora Española (1762) dan una idea sobre el método utilizado. En esta obra, en la que se insiste
en el utilitarismo y el observacionismo práctico, Quer dice exponer los principios que él mismo
estudió siguiendo el sistema de Tournefort, «que es el más fácil, claro y comprehensible de to-
dos». PUIG-SAMPER, M.A. «La enseñanza de la botánica en la España Ilustrada: El Jardín Botánico
de Madrid», en SÁNCHEZ, B.; PUIG-SAMPER, M. A. y DE LA SOTA, J. (eds.): La Real Expedición
Botánica a Nueva España, Madrid: Quinto Centenario, 1987, pp. 59-78. Un paso interesante
para el conocimiento de la botánica linneana en España fue el dado por Miguel Barnades, nom-
brado profesor a la muerte de Quer en 1764, al introducir el sistema del sabio sueco junto a otros
más modernos en su libro Principios de Botánica (1767). Barnades reconoce en Linneo al refor-
mador de la nomenclatura botánica y al Maestro por excelencia de la ciencia de las plantas, por
lo que recomienda su Philosophia Botanica para el estudio teórico de la disciplina y el Genera
plantarum para el conocimiento práctico. Además del sistema estrictamente linneano, Barnades
introduce en su obra comentarios sobre el trabajo de Georg Christian Oeder, profesor de Botá-
nica en el Real Jardín de Copenhague, Elementa botanicae (Copenhagen, 1764-66), así como
sobre Michel Adanson, continuador según Barnades de los Fragmentos del método natural de
Linneo y gran reformador de la disciplina por sus Familles des plantes (Paris, 1763-64), en las
que intentó separarse de los métodos artificiales de clasificación. A pesar de la introducción del
sistema de Linneo en la obra de Barnades, la generalización definitiva del sistema linneano en
España no se produjo hasta unos años después. La muerte de Minuart, en 1768, y de Miguel
Barnades, en 1771, dejó vacantes las plazas de profesores en el Real Jardín Botánico hasta que
fueron ocupadas por Casimiro Gómez Ortega (1772) y Antonio Palau Verdera (1773), ambos
miembros de la Real Academia Médica Matritense. COLMEIRO, M. Bosquejo histórico y estadísti-
co del Jardín Botánico de Madrid, Madrid, 1875.
42 KOERNER, Lisbet «Carl Linnaeus in his time and place» en JARDINE, Nicholas; SECORD,
James A. y SPARY, Emma (eds), Cultures of Natural History. Cambridge: Cambridge University
Press, pp. 145-162, pp. 150-155.
354 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE
cas a América y llegaron a publicarse, ya que la mayoría quedaron inéditas, hay que destacar las de
RUIZ, Hipólito y PAVÓN, José Florae Peruvianae, et Chilensis Prodomus;.. (Madrid, Sancha, 1794),
el Systema vegetabilium... (Madrid, G. Sancha, 1798) y Flora Peruviana, et chilensis, sive descrip-
tiones et icones plantarum... (Madrid, G. Sancha, 1798-1802), en las que se describieron multitud
de especies botánicas nuevas para la ciencia.
44 La quina se convirtió en el siglo XVII en un remedio infalible contra las temidas fiebres, y
por lo tanto en objeto de un comercio importante para la corona española. No es de extrañar que
se publicaran muchos escritos, tanto desde el punto de vista botánico como desde el médico, que
procuraban descubrir nuevas especies y las características y propiedades de las conocidas, o que
introdujesen mejoras en su posología y sus posibilidades. Dos defensas importantes de este produc-
to ya en el XVIII fueron los libros de ALSINET DE CORTADA, José Nuevas utilidades de la Quina
(Madrid: Antonio Muñoz del Valle, 1763), y el de José de Masdevall sobre la epidemia de Catalu-
ña, en el que defiende su uso casi único contra las fiebres tercianas. Desde un punto de vista botá-
nico, hay que señalar el trabajo de RUIZ LÓPEZ Hipólito, (1752-1816) Quinología, o Tratado del
Arbol de la Quina o Cascarilla (Madrid: Vda. e Hijo de Marín, 1792), al que nos referiremos. Esta
obra, en la que estudia siete especies de quina, obtuvo un gran éxito, siendo muy traducida, y con
ella se inicia una violenta polémica con la escuela de José Celestino Mutis y Bosio (1731-1808),
quien tenía diversa opinión sobre las especies y el mérito de su descubrimiento. El punto de vista
de Mutis salió publicado póstumamente en El arcano de la quina (Madrid: Ibarra, 1828). Véase,
entre las numerosas publicaciones relativas a este tema, SAN PÍO ALADREN, María Pilar de (ed.),
Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada, 2 vols., Barcelona: Lun-
werg/Villegas, 1992; FRÍAS, Marcelo: José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nue-
vo Reino de Granada (1783-1808), Tesis doctoral Universidad Complutense de Madrid, 1992;
RESTREPO, Olga «Naturalistas, Saber y Sociedad en Colombia», en QUEVEDO, E. (ed.), Historia
social de la ciencia en Colombia, 9 vols., Bogotá: Colciencias, 1993, Vol. III, pp. 17-327.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 355
tenía que decir algo que permitiese discriminar entre la buena (es decir, la
medicinal) y la inútil (es decir, la placebo o fraudulenta). Muchos creían que
la eficacia dependía del mimo con el que los cascarilleros manejasen la mer-
cancía45. Pero los botánicos vinieron para desengañar ésta y otras creencias
infundadas. Quien está convencido de la correspondencia biunívoca entre
especies y propiedades, no dejará de producir argumentos contra las gentes
prácticas y, por más que juren que sus conocimientos se basan la experiencia,
sólo creerán a quienes hablen de experimentos, muestren dibujos y designen en
latín. Esta fue la política que aplicaron los botánicos Hipólito Ruiz y José Pavón
(miembros de la expedición al Perú) en sus polémicas sobre las cinchonas de
Santa Fe. Ruiz y Pavón sólo consideraban como botánicos los datos obtenidos
mediante la estricta aplicación de una metodología que no dejara nada expues-
to a la improvisación del dibujante y menos aún a la memoria del colector. El
trabajo de gabinete era tan sospechoso como el realizado por los recolectores,
pues sólo la doble condición de testigo y de especialista garantizaban el correcto
encauzamiento de las prácticas terapéuticas locales hacia los dominios de la
farmacología46. Así pues, la función de un botánico era traducir formas a pala-
bras, pero también trasladar los saberes locales a lenguaje técnico.
No es poco, especialmente si detrás del proyecto hay una metrópolis que-
riendo administrar la flora como parte de un nuevo patrimonio47. Fijar sin
ambigüedad la nomenclatura permitía correlacionar el nombre y las propie-
dades, es decir organizar la botánica como una institución gestora de recursos
florísticos, lo que convertía a la farmacología en una interface orientada hacia
los remedios terapéuticos. El problema que nos ocupa, el mismo que querían
resolver los botánicos enviados a las colonias, es cómo establecer un vínculo
estable y reconocible entre la cascarilla de alguna especie concreta de quino y su
condición de febrífugo. No todas eran igualmente eficientes y, desde luego, no
se podía administrar un imperio si las cualidades dependían unas veces del sa-
bor, otras del tacto o quizás de la tonalidad. Por eso hubo que echar mano de las
prácticas químicas y tratar de ver en la composición de los residuos que se depo-
sitaban tras el hervido, la destilación y/o la combinación con otras substancias,
algún signo distintivo que acabara para siempre con la ambigüedad48.
Las prácticas químicas, todavía en fase incipiente, no eran determinantes,
porque padecían de problemas parecidos de homologación de nombres e ins-
————
45 RUIZ, Hipólito: Quinología o tratado del árbol de la quina o cascarilla. [s.l.]: Fundación
de Ciencias de la Salud, 1994 [ed. facsímil de Madrid: Vda. e hijo de Marín, 1792], p. 18.
46 RUIZ, op. cit., prólogo, s/n.
47 A lo largo de este período los europeos dieron con algunas de las plantas medicinales más
drático de química del Real Laboratorio del Jardín Botánico, en Ruiz, op. cit., p. 96-96.
356 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE
naranja por considerarlos ambiguos en RUIZ, Hipólito y PAVÓN, José, Suplemento a la Quino-
logía. [s.l.]: Fundación de Ciencias de la Salud, 1994 [Ed. facsimilar de Madrid: Vda. e Hijo de
Marín, 1801], pp. 48-51.
50 Sobre las polémicas de las quinas de Santa Fé, véase, Miguel Angel Puiz-Samper «El oro
EL ÁLGEBRA DE LA EQUIDAD
Por extraño que parezca hasta el siglo XVIII no prospera la idea de que la pa-
tria podía tener dimensiones; más aún, que ninguna imagen sería verosímil sin
no incluía el recuento de todos los que la habitaban, incluyendo a los delincuen-
tes o a los pobres de solemnidad52. Incluir a todos no era otra cosa que contar
cabezas, una idea verdaderamente curiosa porque los numerales, a diferencia de
los ordinales, no vinculan las cosas al tiempo, no entienden de orígenes. Sin em-
bargo, para movilizar la riqueza lo primero es saber nombrarla y, enseguida,
poder contarla. Basta una línea para entender la importancia de lo que estaba en
juego, pues muchas injusticias se fundaban sobre una fiscalidad muy sensible a
los privilegios heredados y ciega ante las desigualdades más sangrantes.
Para la reforma del sistema, Ensenada contaba con dos metodologías here-
dadas: los amillaramientos (basados en las declaraciones del justicia local) y el
catastro (derivado de las declaraciones del cabeza de familia). El ministro,
pese al indudable mayor coste, eligió el segundo procedimiento. La Instruc-
ción que se elaboró describía todos los protocolos diseñados para recabar,
computar o registrar los datos, y las diferentes relaciones tabulares que pudie-
ran crearse entre los números. El objetivo final era medir el valor del reino,
una empresa que para entonces tenía que ver con entes contables, es decir con
————
51 En general, la exposición de los datos se basa en el excelente trabajo de Carmen Cama-
rero Bullón «Vasallos y pueblos castellanos ante una averiguación más allá de lo fiscal: el Catas-
tro de Ensenada, 1749-1756» en El Catastro de Ensenada: magna averiguación fiscal para
alivio de los Vasallos y mejor conocimiento de los Reinos, 1749-1756. Madrid: Ministerio de
Hacienda-Dirección General del Catastro, 2002, pp. 113-387
52 No olvidamos el proyecto de Pedro de Esquivel de crear un Atlas de España, ni el inter-
rogatorio ideado por Páez de Castro en 1559, o el cuestionario de Idias de 1573 y las posterio-
res Relaciones topográficas. Como ya señaló Abellán en su día, el cuestionario de Indias de
1573 contenía las características (oficialidad, inscripción nominal, cobertura, responsabilidad,
regularidad, fecha y método) de lo que sería más tarde la estadística moderna. Sin embargo,
cabe señalar que la información demandada tiene un carácter cualitativo más que cuantitativo,
que el interés dominante se centra, además de en aspectos geográficos, en las costumbres e
historia. Raquel Álvarez ha señalado que la reducción del cuestionario inicial de 200 preguntas
a otro más funcional de sólo 50 (1577), supuso por un lado, un distanciamiento del inicial
planteamiento humanista que habría caracterizado a los primeros cuestionarios, y, por otro, la
decantación de los cuestionarios hacia la búsqueda de «un conocmiento básico extensivo, y no
un conocimiento en profundidad de algún aspecto de la realidad» (ALVAREZ PELÁEZ, Raquel, La
conquista de la naturaleza americana, Madrid: CSIC, 1993, pp. 187ss, 228), ABELLÁN GARCÍA,
Antonio, «Antecedentes españoles de las estadísticas demográficas modernas, ordenanzas reales
para Indias de 1573», Revista de Indias, 1986, 46, pp. 313-317.
358 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE
lo que debía contarse y con quiénes harían las cuentas. De pronto, el reino iba
a convertirse en un objeto matemático, como ya lo eran las dimensiones de un
buque, la figura del planeta o la temperatura ambiente.
La Instrucción pautaba con claridad los tiempos y las actuaciones: primero
había que anunciar por bando el comienzo de la operación, dando un plazo a
los cabezas de familia para la redacción de su respuestas; después, tras la re-
cogida del documento, se constituía una audiencia formada por el intendente
(o subdelegado), un escribano, un oficial y un par de escribientes53. Esta parte
del proceso concluía cuando fueron recogidas las respuestas a las 40 pregun-
tas que respondieron las 15.000 poblaciones catastradas. A partir de entonces
comenzaba lo más duro, pues debía revisarse toda la información acopiada, lo
que implicaba que cada una de las tierras, bienes, casas, individuos y atribu-
ciones de propiedad debían verificarse. Lo que sorprende es el pormenor al
que se aspira, pues memorial en mano se recorren las tierras, se inserta la tra-
za perimetral y se anotan las discrepancias. También se incluyen las omisio-
nes, una variable que hizo emerger espacios que no figuraban en documento
alguno y riquezas inesperadas54. Al final del proceso, quedaban dos libros: el
de vecindario y el de lo raíz o, también llamado, de lo real. Y ambos docu-
mentos eran leídos íntegramente en público, por si era pertinente introducir
nuevas rectificaciones, antes de proceder a la elaboración de los 4 modelos
diferentes de estados (de la tierra, del ganado, de las rentas profesionales y de
los bienes restantes55). Cada quien tendrá sus preferencias sobre lo qué desta-
caría de esta empresa. Nosotros seguimos en este punto a Bartolomé de Va-
lencia, cerebro gris del proyecto, quien quería que lo viésemos como una má-
quina monstruosa: «Necesitamos —decía en torno a 1752— constancia para
resistir tantas contradicciones, tibiezas y aún desconfianzas, y no menos
haciendo ver cómo adelanta en muchas provincias este Monstruo, para que se
acredite milagroso el imposible vencido»56
La maquinaría recaudatoria (de los datos que precedieron a los pesos) tuvo
su fase de pruebas, como lo acreditan las 22 operaciones piloto que precedie-
ron la movilización general y que adelantaron los principales innovaciones.
Entre ellas, la necesidad de introducir el orden alfabético de archivado, la de
forzar la certificación pública del contenido de los estados o la conveniencia
de incluir la edad de los encuestados o el plano de sus viviendas. También se
————
53 En principio el decreto hablaba de que también debían de estar un asesor, un geómetra,
un agrimensor, y un alguacil.
54 En el caso de Gavia, examinados 425 casos, la coincidencia entre memoriales y recono-
cimientos es del 25% (Camarero Bullón, op. cit., p. 163). Estos resultados, como en el caso de
Jaén, donde se hizo recuento de 165.975 vides, 6.333 higueras, 27.133 frutales, 860 nogales,
3.622 moreras, 9.578 olivos, 3.363 olivas nuevas que «todavía no produzen», 135.769 encinas,
30.890 robles, 138.633 pinos y 15 tejos, dan la medida de la minuciosidad del proceso.
55 También, para los legos, se agregaba un quinto estadillo que especificaba los impuestos
————
57 Véase el Caso de Tagarabuena (Toro), en cuya provincia el catastro tuvo un coste de
Bullón, la Hacienda pública no necesitaba una base de datos tan fiable ni ex-
haustiva para seguir funcionando61.
Ensenada sabía que el valor de tanto esfuerzo no estaba en la noción de
justicia distributiva, sino en la forma en la que se había hecho y en los consen-
sos que había propiciado62: «No ha sido nueva la idea —decía el ministro en
el informe al Rey de abril de 1756—, pero acaso será Vuestra Majestad el
único soberano que la establezca con tanta formalidad y conocimiento de las
partes más mínimas de sus dominios, y con la equidad de haber ocupado mu-
chos vasallos honrados en años calamitosos»63. En efecto, la sospecha de que el
mundo podía ser mejor tiene poco de novedosa. Otra cuestión es haber conver-
tido la justicia en una asunto de números, pues «no ignora la Junta —insistía
Ensenada— el lamento de todos aquellos vasallos cuya autoridad, maña o poder
les hace vivir sin pagar, o pagando menos de lo que deben, [...] pero como es
esta la enfermedad que debilita y arruina al común y al Estado, y la que sabia,
justa y precisamente debe VM remediar, es forzoso que lo conozcan y que se
rindan a la razón»64. El asunto estaba claro, no sólo había que traducir la riqueza
y la justicia a cifras que pudiesen balancearse, sino que el procedimiento debía
ser público y publicado. La felicidad pública estaba en manos de algebristas y
todos esos protocolos a los que nos hemos referido, así como los procedimientos
de recaudación o de revisión, incluidos la entronización del cabeza de familia, la
lectura pública de los datos y la elaboración de tablas o estados resumen, inau-
guraba nuevas formas de sociabilidad y distintos formas de gestión. Y aquí que-
ríamos llegar, pues los contables y sus operaciones de computación (las cuentas)
————
61 La exactitud del Catastro fue tan notable que los ingenieros que años más tarde planea-
ron la acequia del Jarama quedaron sorprendidos por la precisión de las medidas topográficas.
Resultó que la superficie representada en el mapa de este plan es de 78.176 fanegas, mientras
que la superficie dada por las averiguaciones catastrales es de 71.806 fanegas (un 9% menor) y
la diferencia estriba en que en el Catastro no se contaban, por tratarse de bienes mostrencos,
dos veredas para el paso de ganado trashumante, ni el suelo ocupado por los núcleos de pobla-
ción (Camarero Bullón, op. cit., p. 382-3).
62 Su propósito coincide con y excede el de obras finiseculares que florecieron durante el
reinado de Federico Guillermo II en manos de unos aficionados que, a principios del siglo
XIX, conseguirían que el rey aprobase la fundación de una «oficina para reunir e integrar tablas
estadísticas procedentes de diferentes departamentos y reparticiones». Su finalidad sería «la
recolección más completa posible de material relativo al Estado prusiano pues el poder del
Estado se funda en parte en su territorio y en parte en su gente...; uno suministra la materia
prima y otra, mediante el capital y el trabajo, la transforma... De ahí que la compilación de
datos naturalmente corresponda a dos esferas principales, una geográfica y otra antropológi-
ca... Pero el trabajo de recoger datos de estos dos funcionarios, por amplio que sea, sólo puede
usarse con dificultad a menos que nombremos un tercer funcionario [...] provisto de la necesa-
ria habilidad e instrumentos para tratar la aritmética política en el sentido más general de las
palabras. Este hombre transformará la materia de los dos primeros funcionarios de manara que
pueda ser utilizada inmediatamente por los supremos administradores del país» (cit. en Hac-
king, op. cit., 57-59).
63 Cit. en Camarero Bullón, op. cit., p. 370.
64 Ibídem.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 361