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El Equilibrio de los Imperios:

de Utrecht a Trafalgar

Agustín Guimerá y Víctor Peralta (coords.)


EL EQUILIBRIO DE LOS IMPERIOS:
DE UTRECHT A TRAFALGAR

Actas de la VIII Reunión Científica de la


Fundación Española de Historia Moderna
(Madrid, 2-4 de Junio de 2004)
Volumen II

Agustín Guimerá Ravina


Víctor Peralta Ruiz
(Coordinadores)

Con la colaboración de
Francisco Fernández Izquierdo

Fundación Española de Historia Moderna


Madrid, 2005
VIII Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna
(Madrid, 2-4 de Junio de 2004)

COMITÉ DE HONOR
Presidencia:
S.M. La Reina de España
Vocales:
Sra. Dª María Jesús San Segundo Gómez de Cadiñanos, Ministra de Educación y Ciencia.
Sr. D. Emilio Lora-Tamayo D’Ocón, Presidente del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas.
Sr. D. Carlos Berzosa, Rector Magnífico de la Universidad Complutense.
Sr. D. Luis Miguel Enciso Recio, Presidente de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones
Culturales.
Sra. Dª Mercedes Molina Ibáñez, Decana de la Facultad de Geografía e Historia de la Uni-
versidad Complutense.
Sr. D. José Ramón Urquijo Goitia, Director del Instituto de Historia, CSIC.
Sr. D. Antonio García-Baquero, Presidente de la Fundación Española de Historia Moderna.

COMITÉ CIENTÍFICO Y ORGANIZADOR


Coordinadores:
Dra. María Victoria López-Cordón Cortezo, Catedrática, Jefe del Dpto. de Historia Mo-
derna, Universidad Complutense.
Dr. Agustín Guimerá Ravina, Investigador Científico, Dpto. de Historia Moderna, Institu-
to de Historia. CSIC.
Vocales:
Dr. Francisco Fernández Izquierdo, Jefe del Dpto. de Historia Moderna, Instituto de His-
toria, CSIC.
Dra. Gloria Franco Rubio, Dpto. de Historia Moderna, Universidad Complutense.
Dr. Víctor Peralta Ruiz, Dpto. de Historia Moderna, Instituto de Historia. CSIC.
Secretaría Técnica:
Dr. José Manuel Prieto Bernabé, Dpto. de Historia Moderna, Instituto de Historia. CSIC.

La Fundación Española de Historia Moderna convocó la Reunión en junio de 2004 gracias a


la organización y apoyo de las siguientes entidades:
Universidad Complutense, Facultad de Geografía e Historia, Dpto. de Historia Moderna.
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Historia, Dpto. de Historia Moderna.
Sociedad Española de Conmemoraciones Culturales.

Esta edición ha sido posible gracias a la colaboración del Ministerio de Educación y Ciencia
y de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, adscrita al Ministerio de Cultura, y
se edita en 2005 siendo su Presidente D. José García de Velasco.

Diseño de cubierta: Francisco Tosete y Julia Sánchez (Centro de Humanidades, CSIC), a partir
de una idea de Agustín Guimerá.
© De los textos, sus autores.
© Fundación Española de Historia Moderna, de la presente edición.
Depósito Legal: M-52127-2005
ISBN Obra completa: 84-931692-1-8
ISBN Volumen II: 84-931692-3-4
Imprime: Gráficas Loureiro, S.L. • San Pedro, 23 - 28917 Bº de La Fortuna (Madrid)
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y
VALORES CIENTÍFICOS:
TECNOLOGÍA, GOBIERNO E ILUSTRACIÓN

ANTONIO LAFUENTE y NURIA VALVERDE


Instituto de Historia, CSIC

RESUMEN:
Realidad y naturaleza no son la misma cosa. El propósito de este artículo es mostrar cómo
emergió la primera durante el siglo XVIII. Utilizando los conocidos casos de la figura de nues-
tro planeta, las polémicas sobre las cinchonas del Perú y el catastro de Ensenada se explica
cómo la Tierra, la quina y España se convierten en objetos experimentales y técnicamente
determinados. El conjunto de tales objetos conforman la realidad, un entorno artificial cons-
truido mediante una panoplia de dispositivos técnicos (instrumentos, tablas, protocolos y no-
menclaturas) de carácter público y, por tanto, consensuado. Se aboga por la tesis que entiende
los instrumentos como extensiones de nuestra sensibilidad y se subraya la necesidad de cuestio-
nar la habitual, infundada y extrema separación que nuestra cultura hace entre lo natural y lo
artificial. El texto subraya las ventajas de esta perspectiva para el abordaje de los conflictos
contemporáneos en torno a la gestión del patrimonio natural/cultural.
PALABRAS CLAVE: historia de la ciencia; instrumentos científicos; marqués de la Ensenada;
catastro; Felipe V; Fernando VI; siglo XVIII; España.

ABSTRACT:
Reality and Nature are not the same. The aim of this article is to show how the former was
constructed in the 18th century. Starting from the well-known cases of the controversies about the
shape of the Earth, those about the Peruvian cinchonas and the Ensenada's Catastro (cadastral
surveys), it is explained how the Earth, quinine and Spain become experimentally born and techni-
cally determined objects. The set of such objects make up reality, an artificial milieu constructed
through the use of different public technical devices (instruments, tables, protocols and nomencla-
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tures), and therefore, a generally agreed result. The thesis defends that instruments are extensions
of our sensitivity, emphasizing the need to question the usual, groundless and extreme separation
our culture makes between natural and artificial things. The text highlights the advantages of this
approach to tackle current conflicts of natural/cultural heritage management.
KEY WORDS: history of science; scientific instruments; marquis of Ensenada; Philip V; Fer-
dinand VI; XVIIIth century; Ensenada’s cadastre; Spain.

Gobernar no es lo mismo que mandar. No basta con ordenar desde arriba,


pues el éxito de una norma está conectado al grado de implicación de quienes
tienen que ejecutarla. De ahí que otorgar legitimidad a una medida sea impor-
tante. Pero, lo sabemos, no es suficiente. O, mejor dicho, la legitimidad ad-
quiere fuerza cuando se construye a partir de acciones contrastables y de da-
tos objetivos. Una frase sencilla de escribir, pero cada día más difícil de
entender. Para los modernos, sin embargo, estuvo (y tal vez lo siga estando)
clara. Bastaba, decían ellos, con asegurar que nuestros datos cumplieran varias
condiciones y, entre ellas, era decisivo obtenerlos mediante máquinas especia-
lizadas que evitaran en lo posible la subjetividad y el fiasco de nuestros senti-
dos. Era preciso convertir la mayor o menor intensidad con la que percibimos
los fenómenos en cifras y cómputos.
Los instrumentos entonces tenían una función decisiva, pues introducidos
como agentes mediadores entre nuestro cuerpo y el mundo, no sólo convertí-
an la gramática de las palabras en un álgebra de números, sino que modelaban
nuestro entorno según lo que de cuantificable tuviera. El cielo dejaba de ser el
ámbito de las deidades y otros misterios, para convertirse en el espacio de los
astros y los meteoros, donde la atmósfera pasaba a ser el aire, es decir, un
compuesto química, óptica y climatológicamente determinado y que, en con-
secuencia, podía ser tratado como un objeto experimental, ya sea para estu-
diar la combustión, ya sea para corregir las observaciones de la refracción. El
territorio ingresaba igualmente a este nuevo archivo en donde se guardaban
un tipo especial de objetos: los mapas de precisión geodésica, las tablas de
demografía estadística o los cuadros biogeográficos de distribución de recur-
sos florísticos. En su conjunto, los objetos de los que estamos hablando recon-
figuran el mundo en un doble sentido: de una parte, lo seccionan en objetos
cuantificables y experimentales y, de la otra, lo convierten en un asunto re-
presentable y administrable. Los hechos (nuevos entes nacidos de la interac-
ción entre nosotros y nuestra máquinas) se confunden con la naturaleza, lo
que les convierte en un asunto profundamente político, porque desde su
irrupción en la vida pública, importará mucho quién ostenta los instrumentos
y quiénes tienen capacidad para movilizarlos de uno a otro lenguaje, desde la
academia a la calle, entre las viejas y hasta las nuevas representaciones1.
————
1 Este fue el argumento principal del conocido Nunca hemos sido modernos (Madrid: Deba-

te, 1993) de Bruno Latour, un texto que califica de milagrosa (e injustificada) la repentina irrup-
ción en nuestra cultura de los hechos, unos entes de nuevo cuño utilizados como banco de prueba
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 335

La naturaleza, sin embargo, se está convirtiendo en un concepto cada vez


más elusivo. El conocimiento, conservación y coproducción de la biodiversidad
necesita de comunidades locales cuyas prácticas agrícolas, alimentarias y médi-
cas pueden ser definidas, escribe B. Shiva, como «cooperación con la fecunda
creatividad de la naturaleza». La biodiversidad así comprendida es ajena a la
división introducida (característica o definitoria de la modernidad) entre socie-
dad y naturaleza. Para dichas comunidades (calificadas de no modernas), la
naturaleza no existe, pues su sistema de valores no se construyó escindiendo
sujeto y objeto. Y, si no vamos a destruirlas o a «civilizarlas», no hay más reme-
dio que hablar de multiculturalismo y multinaturalismo, pues como escribe
Shiva «....la diversidad de la naturaleza converge con la diversidad cultural»2.
La biodiversidad entonces describiría un mundo que intenta reunir naturaleza
y sociedad3.
Hasta no hace mucho, cualquier duda sobre la identidad, la sexualidad o la
nacionalidad, podía ser delito grave. En la práctica lo eran, pues nadie tenía
derecho a contravenir la naturaleza y cambiar de sexo, sostener varias identi-
dades o traficar sin distinción de fronteras. Si en el espacio presencial se cam-
bian la geografía, el clima o la herencia, y las fábricas de órganos o material
genético funcionan a pleno rendimiento, en el espacio virtual tenemos tantas
identidades como cuentas de correo y mediante simulación podemos recrear
————
en las discrepancias y fundamento de la convivencia política. En efecto, otorgar a algo la condi-
ción de hecho no es (no fue) asunto banal y podía tener muy graves repercusiones públicas. De
ahí que algunos historiadores pusieran el mayor mimo en analizar la vida de quienes mejor encar-
nan nuestros ideales de sabiduría y rigor para averiguar cómo pudieron otorgar tanta autoridad a
sus propuestas. Y, desde luego, los estudios que Mario Biagoli, Steven Shapin, Simon Schaffer o
Peter Galison han realizado de los mitos historiográficos encarnados por Galileo, Boyle, Newton
y Einstein, no han dejado espacio para la duda y, a nuestro juicio, han probado que es inútil dis-
criminar entre los usos experimentales, las retóricas institucionales y las prácticas culturales. To-
dos ellos han documentado muy convincentemente la necesidad de revisar la supuesta autonomía
atribuida a los hechos experimentales. Ver, BIAGIOLI, Mario: Galileo Courtier. The Practice of
Science in the Culture of Absolutism, Chicago, University of Chicago Press, 1994. SHAPIN, Steven
& SCHAFFER, Simon: Leviathan and the Air-Pump. Hobbes, Boyle and the Experimental life, New
Jersey, Princeton University Press, 1985. Simon Schaffer, «Glass Works: Newton's Prisms and the
Uses of Experiment», en GOODING, David; PINCH, Trevor y SCHAFFER, Simon (eds.): The uses of
experiment. Studies in the Natural Sciences, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, pp.
67-105. GALISON, Peter: Einstein’s Clocks, Pointcaré’s Maps: Empires of Times, New York:
Norton, 2003.
2 SHIVA, Vandana: Biopiratería. El saqueo de la naturaleza y el conocimiento, Barcelona:

Icaria, 2001, p. 144. «La biodiversidad —añade Shiva— está pasando rápidamente a convertir-
se en el eje de la discordia entre visiones del mundo basadas en la diversidad y en la no violen-
cia, y otras basadas en el cultivo de la uniformidad en la naturaleza y en la sociedad».
3 Debemos la noción de multiculturalismo a Eduardo Viveiros de Castro, ‘Les pronoms

cosmologiques et le perspectivisme amérindien’, en ALLIEZ, E.: Gilles Deleuze, une vie philosop-
hique, Paris: Les Empêcheurs de penser en rond, Synthélabo, 1998. Ver, LATOUR, Bruno: «Le rappel
de la modernité–approches anthropologiques (2003), http://www.ensmp.fr/~latour/articles/article/
91-DESCOLA%20COLLEGE.html. También, LAFUENTE, Antonio: «Ciencia y ciudadanía en el
laboratorio global», eidon. Revista de la fundación de ciencias de la salud, 12: 38-41, 2003.
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mundos con los que experimentar, sin tener que exterminar animales de labo-
ratorio, explosionar artefactos nucleares o contaminar los océanos. Ahora
vemos imposible el mantenimiento de ese ideal inamovible que llamábamos
naturaleza, porque ya no sabemos que clase de catástrofe es la del cambio
climático, la de la gripe asiática aviar o la que se traduce en que media Europa
esté deprimida. Las llamadas catástrofes naturales ya no son un destino si,
como sucede cada día, las secuelas de un terremoto o del cáncer son tan radi-
calmente distintas según donde sobrevengan. Hoy las catástrofes ya no son
naturales, son reales: lo que cuestionan es el mundo que hemos construido y
los expertos que lo sostienen4. Los errores de cálculo, la escasez de datos, los
itinerarios excluyentes, las canalizaciones injustas o la reducción de la dieta a
un paquete calórico, todo eso y más subyace a las catástrofes. Y bajo la calma,
cuando aparentan ausentarse las hecatombes, se esconde una impresionante
logística del conocimiento.
¿Y qué tiene todo esto que ver con la Ilustración? ¿Para qué nos sirve aho-
ra lo que hemos aprendido de Feijoo, Jorge Juan, Ensenada y Mutis? ¿Qué
valor darle a los estudios dieciochistas? Lo vamos a decir con pocas palabras:
la obsesión por los datos y el pánico a que puedan ser desestabilizados con
facilidad inaugura, durante el siglo XVIII, un tipo de prácticas que nos re-
cuerdan el momento actual5. La verdad dejó de ser en la Ilustración un ente
metafísico para convertirse, dice L. Daston, en una práctica social y corporal
que aspiraba a lo que Rorty describió como algo cuya única obligación era
ofrecer «...la más útil descripción para nuestros propósitos»6. Si Rorty y Das-
ton tuvieran razón, la idea de que la ciencia es un asunto para expertos, inclu-
so separados de su entorno, es una simplificación insensible a la pujanza que
adquirieron durante el siglo XVIII los públicos y los salones, pues no se olvide
que ya son legión los historiadores que ven la cultura ilustrada como el des-
pliegue de una gran conversación pública. Por otra parte, los instrumentos no
operan como redes de pescar, sino que, como en el tiro con arco, demandan
del practicante mucha disciplina corporal, y de las instituciones no pocas con-
venciones sobre donde situar el blanco y cómo puntuar la distancia desde el
dardo al centro de la diana.
No sólo el mundo del saber se expandió desde el claustro a la urbe, sino
que tuvo que alcanzar una escala casi planetaria. La edición de 1791 del Dic-
cionario de Autoridades incluye una acepción para la palabra estado que la
define como el «resumen por partidas generales que resulta de las relaciones
————
4 Véase sobre este asunto, por ejemplo, el precioso trabajo de Mike Davis, Late Victorian

Holocausts. El Niño Famines and the Making of the Third World (London/New York: Verso,
2001) donde se analiza la falsedad de atribuir las hambrunas que se padecen en la India a las
sequías y monzones, en vez de a una estructura mercantil, política y tecnológica ajena a los
desequilibrios locales y globales.
5 Vid. Norton Wise, The values of Precision. Princeton: Princeton University Press, 1995.
6 BAKER, Keith Michael & REILL, Peter Hanns (eds.): What's Left of Enlightenment? A

Postmodern Question, Stanford University Press, 2001, p. 27.


LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 337

hechas por menor, que ordinariamente se figuran en una hoja de papel». Y


aunque las ediciones anteriores conectaban el término con la idea de medida,
ninguna alcanza a mostrar con tanta claridad el vínculo entre papeles, tablas,
rigor y burocracia. Parece claro desde entonces que la emergencia del estado
implica la cuantificación pormenorizada y, en consecuencia, avalanchas de
literatura gris, multitud de plumíferos y algebristas, además de una estructura
jerárquica que demande niveles de abstracción (o resumen) crecientes con-
forme las descripciones ascienden por la pirámide de mando7. Porque, en
definitiva, el estado de una cosa siempre fue lo mismo que la situación en la
que se encuentra. Y, desde Galileo, el estado de un móvil, de un ente cam-
biante, se define por el valor que asignemos a los parámetros que miden su
evolución en el tiempo. De ahí que, y esta es la novedad que trajo la Ilustra-
ción, el estado cada vez se parece menos a un cuadro y más a una tabla.
Todos los economistas del siglo XVIII lo sabían, porque todos fueron en-
señados a pensar la riqueza de un reino en términos de balanza comercial.
Gobernar es cuantificar, pero también normalizar. Y pocas veces se expresó
esta idea en forma tan contundente como la utilizada por Miguel Antonio de
la Gándara, autor de los influyentes Apuntes sobre el bien y el mal de España
(1759), quien recomendó una solución final para los males de la patria o, me-
jor dicho, de la Corona española, que debía basarse en «una moneda, una ley,
un peso, una medida, una lengua, y una religión». Es decir, necesitaba tener
una megaoficina del canon (o, como se dice ahora, del plan). Necesitaba en-
tonces acabar con los particularismos, fundar una instancia de homologación,
elaborar patrones y un sistema educativo para imponerlos. En fin, lo que
Gándara tiene en la cabeza es la utopía burocrática del estado.
Lo que vamos a hacer es explorar cómo la ciencia se convierte en una caja
de herramientas para la racionalización de la monarquía, es decir, del gobier-
no de la población y del de sus territorios8. Porque si alguien sabía de núme-
ros y de tablas eran esos actores que metieron el cielo en unas efemérides, el
imperio en un mapa, las plantas en un sistema y la riqueza en un cuadro. Na-
die como los científicos había ensoñado tanto con disciplinas, instrumentos y
fórmulas. Nadie tampoco había manifestado una pasión tan incontenible por
traducir todos los problemas a síntomas, signos y cifras. Así fue como el esta-

————
7 Como señala Theodore Porter, el problema de la objetividad cuantitativa es el de gene-

rar conocimiento público y fiable, en marcada oposición a la privacidad del experimento. Su


demanda no reponde tanto a una necesidad científica como a una política. PORTER, Th.: Trust
in Numbers. The Pursuit of Objectivity in Science and Public Life. Princeton: Princeton Univer-
sity Press, 1995, p. 229-230.
8 Una primera aproximación al proceso de racionalización territorial y sus vínculos con la

botánica la hemos realizado en LAFUENTE, Antonio y VALVERDE, Nuria, «Linnaean Botany and
Spanish Imperial Biopolitics», en SCHIEBINGER, Londa & SWAN, Claudia (eds.): Colonial Bota-
ny. Science, Commerce, and Politics in the Early Modern World, Philadelphia: University of
Pennsylvania Press, 2004, pp. 134-147.
338 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

do pasó a ser una cuestión científica y la ciencia un asunto de estado. Veamos


ya algunos detalles.

LA FABRICACIÓN DE VALORES

Detengámonos en el análisis del cambio de valores que supuso la introduc-


ción de los artefactos científicos. Durante el siglo XVIII su protagonismo no
dejó de crecer, pasando de no ser más que una ocasional referencia literaria,
hasta sostener la convicción de que nada definía mejor la actividad científica
que el conocimiento minucioso del instrumental y sus efectos9. Y es que, en
efecto, las prácticas experimentales —es decir, la observación mediante ins-
trumentos— fueron el principal medio para establecer conexiones entre valo-
res sociales y valores cognitivos. Cada vez que alguien tomaba un anteojo, un
reloj o un termómetro no sólo experimentaba con la naturaleza, sino también
con la cultura, pues fue durante la Ilustración cuando se hizo el tránsito desde
el conocimiento justo al, hoy considerado moderno, conocimiento preciso.
España, como otros países, participó en los procesos de intercambio de
conocimiento a escala europea. Ello le obligaría a disponer de los instrumen-
tos necesarios para participar en cualquier campaña internacional de observa-
ciones correspondientes. Porque ya sabemos lo que sucede en ciencia, que las
leyes de Newton, por ejemplo, valen en todas partes (son universales) siempre
y cuando dispongamos del utillaje científico necesario allí donde se quieran
verificar. En fin, que cualquier país que quiera involucrarse en la empresa del
conocimiento tiene que empezar por adquirir instrumentos para recabar da-
tos. A continuación tendrá que reforzar la instrucción científica o, en otros
términos, la enseñanza experimental, pues no se olvide que la ciencia trata
con hechos artificiales producidos en laboratorios; por último, nuestro hipo-
tético país tendrá que renovar la lengua10, es decir favorecer una cultura fami-
liarizada con los nuevos objetos científicos y las palabras que los identifican o
movilizan, una tarea en la que además de la escuela, también habrán de invo-
lucrarse otros agentes de cambio social como la prensa, las sociedades priva-
das o los museos11.

————
9 VALVERDE, Nuria: Instrumentos científicos, opinión pública y economía moral. Tesis

doctoral inédita (UAM, enero 2004).


10 Sobre el esfuerzo de traducción al castellano, así como sobre la introducción de los para-

digmas y autores característicos de la ciencia moderna en España, ver LAFUENTE, Antonio; PUIG-
SAMPER, Miguel A. et al.: «Literatura científica moderna», en Historia literaria de España en el
siglo XVIII, Francisco Aguilar Piñal (ed.), Madrid: Ed. Trotta/CSIC, 1996, pp. 965-1028.
11 Sobre estos asuntos, las dos monografías más completas quizás sean STEWART, L.: The

Rise of Public Science. Rhetoric, Technology, and Natural Philosophy in Newtonian Britain,
1660-1750, Cambridge: Cambridge University Press, 1992; y GOLINSKI, J.: Science as Public
Culture. Chemistry and Enlightenment in Britain, Cambridge: Cambridge University Press,
1992. Para España, Antonio Lafuente y Juan Pimentel, «La construcción de un espacio público
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 339

En España tales cambios se iniciaron con ímpetu suficiente a partir del se-
gundo reinado de Felipe V. Y los datos que tenemos confirman que el proceso
se consolida muy pronto durante el reinado de Fernando VI12. Es por enton-
ces cuando los instrumentos científicos van colonizando muchos espacios en
donde hasta entonces eran desconocidos y, entre ellos, destacan los periódicos,
las academias, los talleres de artesanos y, desde luego, los salones y gabinetes
particulares13. En términos generales, puede decirse que el instrumental que se
compró por entonces era para uso geográfico y astronómico y, por tanto, se
trataba de máquinas de carácter aparentemente pasivo en el sentido de que se
limitan a registrar posiciones y propiedades (distancias, variaciones e intensida-
des) sin interactuar con la naturaleza. Gozaban, en consecuencia, de mucha
confianza porque creaban un vínculo transparente, incuestionable, entre el ob-
jeto al que apuntaban (o medían) y la cifra obtenida. Buena parte de su fiabili-
————
para la ciencia: escrituras y escenarios en la Ilustración española», en PESET REIG, José L. (ed.):
Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona de Castilla, vol. IV, Salamanca: Junta de
Castilla y León, 2002, pp. 111-155. Ver también, Georges Rousseau, «Los libros científicos y
sus lectores en el siglo XVIII», en ORDOÑEZ, Javier y ELENA, Alberto (eds.): La ciencia y su
público: perspectivas históricas, Madrid: CSIC, 1990, pp. 147-224. BENSAUDE-VINCENT, Ber-
nardette: L'opinion publique et la science. A Chacun son ignorance, Paris: Sanofi-Synthélabo,
2000; SECORD, Anne «Botany on a Plate. Pleasures and the Power of Pictures in Promoting
Early Nineteenth-Century Scientific Knowledge», en Isis, 2002, 93, p. 28-57; COOTER, Roger y
PUMFREY, Stephen «Separate Spheres and Public Places: Reflections on the History of Science
Popularization and Science in Popular Culture», History of Science, 32, 1994: 237-267. Y, en
lo que respecta al mundo americano, SHEET-PYENSON, Susan: Cathedrals of science: the deve-
lopment of colonial natural history museums during the late nineteenth century. KingstonMon-
treal : McGill-Queen's University, 1988.
12 LAFUENTE, A. y PESET, J. L.: «Las Academias militares y la inversión en ciencia en la Es-

paña Ilustrada (1750--1760), Dynamis», 1982 pp. 193-209. LAFUENTE, A. y PESET, J.L.: «Políti-
ca científica y espionaje industrial en los viajes de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1748-1751)»,
Melanges de la Casa de Velázquez, 1981, pp. 233-262. LAFUENTE, A. «Las políticas y los métodos
de internacionalización de la ciencia española durante el siglo XVIII», Spanien und Europa in Zei-
chen der Aufklärung, S. Juttner, ed., Frankfurt: Peter Lang, 1991, pp. 157-167. LAFUENTE, A. «Ins-
titucionalización metropolitana de la ciencia española en el siglo XVIII», Ciencia colonial en Amé-
rica, LAFUENTE, A.y SALA CATALÁ, José, eds., Madrid: Alianza Ed., 1992, pp. 91-118.
13 Nuestra historiografía, a diferencia de la británica o francesa, no nada en la abundancia de

datos que confirmen el tránsito aludido, pero tampoco nos faltan las trazas de que también en
España, Portugal o Nápoles la cultura experimental contó con el respaldo de la opinión pública. Y
es que la fundación de nuevas instituciones, como los observatorios, los jardines y las expedicio-
nes, está envuelta en una retórica que confía el éxito de la empresa al costoso equipamiento ad-
quirido. Eso explica por qué llegaron a invertirse más de 600.000 reales en los instrumentos
destinados al Observatorio del Colegio Imperial (1750) y los que fueron a parar a la Casa de la
Geografía (1752). En cualquier caso, además de las memorias institucionales de la época, la litera-
tura y la prensa periódica, pueden consultarse obras como la de MORAL RONCAL, Antonio Ma-
nuel: Gremios e Ilustración en Madrid (1775-1836). Madrid: Actas ed., 1998; o LESEN Y MORE-
NO, José: Historia de la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid. Escrita con
autorización de la misma y en vista de los datos que existen en su archivo y biblioteca. Madrid:
Imprenta del Colegio de Sordo-mudos y de Ciegos, 1863, que ofrecen interesantes datos sobre el
trasiego de objetos e información en el entorno de la Sociedad Económica Matritense.
340 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

dad recaía en la fama del constructor. Si el artífice gozaba de buena reputación,


los instrumentos eran vistos como neutrales, lo que significaba que nadie ponía
en cuestión que pudieran fallar o provocar errores. Los instrumentos parecían
poseer, por sí mismos, un halo misterioso pues, como decía la propaganda ela-
borada por los artesanos, la precisión de calibrado mejoraba constantemente,
pasando desde los 15” en 1700 y los 8” en 1725 a los admirables 1” o 2” que
se atribuían a los cuadrantes con micrómetro de John Bird.
Sabemos, sin embargo, que muchos de estos alardes técnicos, no tuvieron un
inmediato correlato científico. De hecho, dado que siempre hay mucha diferen-
cia entre las posibilidades teóricas de un instrumento y la probabilidad real de
que sean alcanzadas por un observador, el uso de un instrumento de mucha
precisión garantizaba más su pertinencia retórica que su potencial experimen-
tal14. Como además eran piezas raras, su empleo no era realmente obligado
pues, como se decía entonces, el «grado necesario de verdad» no exigía tan altos
niveles de precisión. En estos casos, se manifestaba el desajuste entre la precisión
como mito y la precisión como hito o, en otros términos, entre las reglas de
producción de conocimiento y la posibilidad real de cumplirlas.
Muchas veces, la comprensión del propio instrumento se convirtió en el
principal motivo de su uso, pues nadie tenía del todo claro qué era lo que se
estaba midiendo o cuál era la fiabilidad que debía asignársele a las cifras obte-
nidas. Todos sabemos que un barómetro mide la relación entre altura y pre-
sión, siempre y cuando se fije correctamente el cero de la escala y luego se
marquen equidistantemente las divisiones del tubo. El asunto, además, es que
tampoco estaba entonces muy claro lo que era la presión o, en otros términos,
no se sabía con qué otras variables (como la temperatura, por ejemplo) se
relacionaba el ascenso del mercurio15. En fin, que el uso correcto de un ins-
trumento implicaba una teoría del fenómeno y una teoría del instrumento,
además de la puesta a punto de un puñado de técnicas artesanales de preci-
sión, cuyo dominio demandaba notable experiencia y herramientas específicas
que había que fabricar ad hoc. Y, por fin, a los instrumentos, le pasa lo que a
las cadenas, pues ambos tienen la fuerza (el valor) de su eslabón más débil. Y
ahora se entiende mejor por qué asignar tanta importancia a los instrumentos,
pues su irrupción no sólo desvela el desarrollo de sofisticadas herramientas y
de tecnologías de precisión, sino que es el mejor signo de que se están produ-
ciendo notables avances teóricos y fecundas conexiones interdisciplinares.
Las observaciones sistemáticas, las termobarométricas o las astronómicas por
ejemplo, tenían por objeto establecer regularidades. Quien arriesgara la hipóte-
sis de una correlación entre dos fenómenos tenía, primero, que inventar un
————
14 Vid. BENNETT, John «A viol of water or a wedge of glass», en GOODING, D., PINCH, T.

and SCHAFFER, S. (eds.), The uses of the experiment..., 105-114.


15 Todavía a mediados del siglo XVIII, se creía que la temperatura no afectaba al baróme-

tro. Vid. KNOWLES MIDDLETON, W. E.: The History of the Barometer. Baltimore: Johns Hop-
kins Press, 1964, pp. 176-177.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 341

máquina que cuantificara las variaciones relativas y, segundo, convencer a otros


para que adquirieran el mismo artefacto y, tras comparar los números de varios
observadores correspondientes, determinar si el fenómeno tenía un alcance
local (como el de la variación de la gravedad en presencia de grandes masas
montañosas), regional (como la existencia o no de microclimas que favorezcan
una determinada enfermedad o una particular composición de los taninos),
nacional (como el carácter más o menos colérico o flemático de los españoles
respecto de los ingleses) o planetario (como la relación entre las fases de la Lu-
na y las mareas). Y, claro, cuando uno se mete a discutir datos, no tiene más
remedio que preguntarse si son comparables o, en otros términos, si son homo-
logables entre sí los instrumentos con los que han sido colectados. No se trata
sólo de recoger el mismo tipo de datos, sino que los sitios han de ser equipara-
bles, los protocolos de adquisición consensuados, los códigos con los que ex-
presarlos normalizados y los instrumentos intercambiables. En fin, ya se ve por
donde vamos: el uso de instrumentos impone la homologación, demanda nor-
mas de obligado cumplimiento. Un instrumento, en definitiva, contiene mucha
ciencia y mucha técnica, pero también es el símbolo de una voluntad de orden
y rigor, es la expresión máxima de una nueva economía moral16.
De ahí la insistencia de las academias en dar instrucciones sobre cómo
hacer observaciones. Y, desde luego, pretensión de unificar los gestos y las
inscripciones presentaba algunos problemas. A principios del siglo, los filóso-
fos experimentales recuerdan el compromiso de la ciencia con la replicabili-
dad. Los científicos producen maravillas pero no son magos. Son gente de
respeto no sólo porque han renunciado al secretismo y abrazan lo público,
sino porque todo cuanto hacen es replicable, y puede ser repetido por cual-
quiera que tenga los mismos instrumentos. La clave entonces está en la disci-
plina y en la tecnología. Es decir, en la voluntad de homologación y en la
capacidad de aculturación. Al desmarcarse la práctica científica del culto a lo
excepcional, fue necesario pensar lo universal como constante y definir la
identidad de un objeto en función de las regularidades de su comportamiento
cuando era sometido a pruebas, con independencia del lugar donde se realiza-
sen. Y así, la noción de replicabilidad se acercó a la de legitimidad17.
Los instrumentos se compraban por su utilidad. Lo que estamos diciendo
es que no sólo se manifestaron eficaces en los procesos de reorganización te-
rritorial del imperio, sino que tuvieron una muy alta consideración política y
moral. Nosotros, como los ministros de la corte de Carlos III, tampoco nega-
remos su utilidad económica. La organización de la Expedición de Malaspina
————
16 DASTON, Lorraine: «The Moral Economy of Science», Osiris, 10: 3-24, 1995.
17 LICOPPE, Christian: La formation de la practique scientifique. Le discours de l’expérience
en France et en Angleterre (1630-1820). Paris: éds. La Découverte, 1996; pp. 117-124, PARK,
Katharine, «Una historia de la admiración y del prodigio», en LAFUENTE, A. y MOSCOSO, J.
(eds.): Monstruos y seres imaginarios en la Biblioteca Nacional. Madrid: Biblioteca Nacional,
2000, pp. 77-89; PARK, Katharine & DASTON, Lorraine: Wonders and the Order of Nature.
New York: Zone Books, 1998.
342 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

en 1788 impuso una reflexión política sobre la cuestión del rigor científico.
Los organizadores se comportaron de acuerdo a una ecuación simple: las
buenas políticas demandan los mejores datos y, por tanto, los instrumentos
más precisos18. O sea, que se creó una nueva autopista que comunicaba el
rigor con la utilidad. La ecuación se resolvió como debía: reuniendo un lote
excepcional de buenos instrumentos. Jacinto de Magallanes (1732-1790) fue
el agente encargado por la corona española de adquirirlos en Londres. El in-
ventario de lo que llevaron a América produce emoción. Quien quiera que
conozca la historia de los instrumentos científicos, aplaudirá que el péndulo
astronómico fuera de Graham, los dos anteojos acromáticos de Dollond o que
los dos cuartos de círculo vinieran del taller de Sisson y, el otro, del de Rams-
dem. Y como Berthoud no daba abasto, se incluyeron tres ademas de dos de
sus cronómetros de Arnold (61, 71 72 y 105)19.
El requisito de generar precisión era tan científico como político, pues co-
mo señalan L. Daston y Th. Porter, la forma en la que se usan los instrumen-
tos (es decir, las reglas, las tablas y los lenguajes especializados con los que
expresamos los resultados) tiene también un efecto sobre los observadores20.
En efecto, nadie puede considerarse miembro activo en una red de observa-
ciones sin aceptar que debe regularizar su experiencias, incluyendo normas
sobre cómo leer los escritos de los otros y cómo redactar sus propias memo-
rias. En ciencia, lo sabemos, las normas de estilo son de obligado cumplimien-
to. Todos los miembros de la red exigen transparencia en la descripción de
cualquier movimiento tenido en el laboratorio, pues sin claridad no hay repli-
cabilidad y, por tanto, la precisión deja de ser un derecho público. Sin estilo,
en consecuencia, no hay moral. Más aún, sin los instrumentos nuestra civili-
zación iría a la deriva.
Cierto. Una vez que se decide meter los instrumentos en nuestras contro-
versias, asignando a las cifras que nos devuelven la condición de rigurosas y,

————
18 La expedición Malaspina ha sido objeto de numerosos estudios, que hasta el día de hoy no

han dejado de crecer. Sin embargo, la aproximación más compleja a la articulación de nuevos
valores que supuso esta empresa sigue siendo el exhaustivo estudio de J. Pimentel, que advierte
precisamente cómo la dimensión científico-política de la precisión condujo a la incorporación del
nuevo instrumental y al mantenimiento de técnicas como los cuestionarios, que el autor denomi-
na «seculares», pero que, como veremos son herramientas que sufren un cambio importante al ser
sometidas a un proceso de depuración. Cfr. PIMENTEL, Juan, La física de la Monarquía, Ciencia y
política en el pensamiento colonial de Alejandro Malaspina (1740-1810). Madrid: Doce Calles,
1998, pp. 178-179.
19 Sobre los pormenores de la reunión de los instrumentos de la expedición, véase GLICK,

Thomas: «Imperio y dependencia científica en el XVIII español e inglés: la provisión de los ins-
trumentos científicos», PESET, José Luis (coord.): Ciencia, vida y espacio en Iberoamérica, 3 vol.
Madrid: CSIC, 1989, vol. 3, pp. 49-63.
20 DASTON, Lorraine «The Moralized Objectivities of Science», en CARL, W. y DASTON, Lo-

rraine (ed.): Sonderdruck aus Wahrheit und Geschichte. Göttingen: Vandenhoek & Ruprecht,
pp. 78-100, 1999; PORTER, op. cit.; KNORR-CETINA, Karin: Epistemic Cultures: How the Scien-
ces Make Knowledge. Cambridge (Mass.)/London: Harvard University Press, 1999.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 343

lo que aquí es más importante, de inamovibles salvo con más datos y otras
herramientas, ya nunca podremos renunciar a esta deriva civilizatoria. Y te-
nemos un caso excepcional para documentar lo que estamos diciendo: la ex-
pedición francohispana al virreinato de Perú.

LA ESPIRAL DE LA CIENCIA

La polémica sobre la figura de la Tierra fue una de las controversias científi-


cas más apasionantes del siglo XVIII21. Y es que, en efecto, involucrar a varios
grupos expedicionarios de distintos países obligó a acuerdos de mucha impor-
tancia sobre las unidades en las que debían expresarse las medidas, así como a
establecer normas precisas sobre cómo construir instrumentos de precisión. Los
debates, como se sabe, habían enfrentado a la Royal Society y a la Académie des
Sciences, lo que acabó provocando importantes desencuentros entre las comuni-
dades científicas inglesa y francesa. Y así fue como la disputa acabó adquiriendo
una gran visibilidad pública y su solución cierto carácter de urgencia.
Para concluir los debates bastaba con determinar el valor de un grado de
meridiano en dos latitudes diferentes y comparar sus medidas22. Si eran igua-
les, la Tierra sería esférica; si por el contrario eran diferentes se podría averi-
guar cuál era el eje achatado, así como su magnitud. Desde el gabinete parecía
muy simple: bastaba, se decía, con la organización de dos expediciones a lati-
tudes lo más alejadas posible, para así acentuar la previsible diferencia en las
dos medidas del grado. Y tal como se pensó, se hizo: una expedición iría a
Laponia dirigida por Maupetuis; la otra, viajó al actual Ecuador, entonces
parte del virreinato del Perú23.
La misión de los expedicionarios americanos constaba de dos fases bien dife-
renciadas: la geodésica, entonces denominada geométrica, consistía en triangu-
————
21 LAFUENTE, A. & MAZUECOS, A.: Los caballeros del punto fijo. Ciencia, política y aventu-

ra en la expedición geodésica hispanofrancesa al virreinato del Perú en el siglo XVIII. Barcelona:


Serbal/CSIC, 1989; LAFUENTE, A. & DELGADO, A.: La geometrización de la Tierra: observacio-
nes y resultados de la expedición geodésica hispanofrancesa al virreinato del Perú (1735-1744).
Madrid: CSIC/Instituto «Arnau de Vilanova», 1984.
22 Este apartado está basado en los trabajos siguientes: LAFUENTE, A. y PESET, J.L.: «La

question de la figure de la Terre: l'agonie d'un débat scientifique au XVIII siècle», Revue d'His-
toire des Sciences, 1984, pp. 235-254. LAFUENTE A. «Retórica y experimentación en la polémi-
ca sobre la figura de la Tierra», en LOSADA, M. & VARELA, C. (eds.): Actas del II Centenario de
Don Antonio de Ulloa. Madrid: Escuela de Estudios Hispanoamericanos (CSIC)/Archivo Gene-
ral de Indias, [s.a.: 1995], pp. 125-140.
23 Estuvo encabezada por el francés L. Godin y ayudado, entre otros, por Charles Mª de la

Condamine, Pierre Bouguer, Joseph Jussieu, además de los guardiamarinas españoles Jorge Juan y
Antonio de Ulloa, y el ilustrado quiteño Pedro Vicente Maldonado. Ver, LAFUENTE, A. y ESTRELLA,
E.: Scientific enterprise, academic adventure and drawing-room culture in the geodesic mission to
Quito (1735-1755), (XVII International Congress of History of Science, Berkeley, 1985), Cuader-
nos Quipu, 2, México, 1987, pp. 13-31. ZÚÑIGA, N.: La expedición científica de Francia del siglo
XVIII en la Presidencia de Quito, Quito, 1977.
344 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

lar una distancia de unos 400 Kms. a lo largo del corredor interandino, aprove-
chando las cimas de las cordilleras occidental y oriental para la instalación de
los puestos de observación24. Durante esta etapa, prolongada entre 1736 y
1739, tuvieron que hacer frente a dos tipos de problemas para asegurarse de la
bondad del resultado final; de una parte, los que vinieron del utillaje científico
empleado, especialmente del cuarto de círculo y del barómetro; de la otra, los
asociados con la multitud de verificaciones accesorias y observaciones comple-
mentarias cuyo objetivo era depurar los datos de los errores previsibles y redu-
cir al plano del nivel del mar los lados de la triangulación.
La segunda fase aludida se refiere a las observaciones astronómicas para de-
terminar la amplitud angular del arco triangulado. Los cerca de cuatro años que
emplearon en esta operación se debieron a que el instrumento astronómico
llegó roto a Quito, tras la ardua ascensión a lomos de mula desde Guayaquil.
Así las cosas, los académicos tuvieron que emplearse en la construcción, cali-
brado e instalación de un gran sector astronómico de 18 pies de radio que susti-
tuyese al que transportaron desde París. En conjunto, suponiendo resueltas las
mencionadas operaciones, se trataba de un programa de observaciones que
teóricamente era fácil de realizar. Incluso su ejecución práctica había sido des-
arrollada con rapidez y de modo convincente por los expedicionarios del Nor-
te, los que trabajaron en Laponia. ¿Por qué entonces el retraso, qué sucedió en
Perú? Sin duda, el conocimiento por parte de los expedicionarios de que la
misión de Laponia había finalizado en 1738, en tan sólo un año y aportando
resultados concluyentes y favorables al achatamiento polar, fue un revulsivo
que estimuló el diseño de un experimento que aspiraba a cotas de precisión
hasta entonces desconocidas; los expedicionarios americanos pensaron que si la
historia no iba a recordarlos por dar la razón a Newton en la polémica, tendría
en cambio que reservar un espacio para rememorar un tan vasto y riguroso
programa de observaciones como el que estaban ahora dispuestos a realizar.
En principio, merece ser elogiada su inquietud por la precisión de las medi-
das, actitud que les condujo a efectuar programas sistemáticos de investigación
de fenómenos naturales sobre los que no existía ninguna teoría mínimamente
consensuada, ni la suficiente experiencia acumulada. Eran cuestiones, si se quie-
re marginales, pero situadas en la frontera del saber científico y en especial de la
física o la mecánica. Entre ellas se encontrarían temas como la refracción atmos-
férica y astronómica, la variación local de la gravedad y, por tanto, de la vertica-
lidad de la plomada en presencia de grandes masas montañosas, la determina-
ción barométrica de las alturas, la dilatación de materiales, la construcción de
instrumentos y el grabado del limbo, etc.
Y es que los expedicionarios, ansiosos de gloria, no estaban dispuestos a esca-
timar esfuerzo alguno; las circunstancias que tantas veces estuvieron a punto de
————
24 La distancia, equivalente a más de 3º de latitud, era suficiente para el fin que se proponían y

las medidas de la base de comprobación, obtenidas según era preceptivo por dos métodos
independientes, confirmaron la existencia de un error casi despreciable.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 345

arruinar la misión, les obligarían a enfrentar dificultades inéditas para la ciencia


del momento. La simple mención de algunas, lo mostrará con claridad; por
ejemplo, nunca se habían efectuado observaciones astronómicas sistemáticas por
encima de los 3.000 metros, como rara vez los lados de los triángulos, los desni-
veles entre las señales o las oscilaciones termométricas habían sido tan grandes.
Igualmente, no era habitual el traslado de instrumentos de precisión y casi de
gabinete, a través de elevadas cimas montañosas y tras largas y penosas camina-
tas, lo que provocaría graves desajustes en el sector de pasos o en el barómetro25.
El conjunto de todos estos factores dejaba siempre un poso de duda sobre la
calidad de las medidas, siendo, por otra parte, muy difícil decidir si los errores
eran atribuibles a deficiencias del observador, a la mala construcción del instru-
mento o eran efecto de uno de los fenómenos físicos mencionados y entonces
muy poco conocidos. Por lo demás, no existían, entre la proliferación de expe-
rimentos parciales y cifras discordantes entre sí, criterios claros que delimitasen
la relación entre las previsiones teóricas, las prácticas observacionales y las ex-
pectativas reales de precisión que cabía esperar del conjunto de sus operaciones.
En definitiva, se enfrentaban a problemas que desbordaban el objetivo de su
misión, sin los suficientes instrumentos conceptuales, ni el utillaje científico ne-
cesario. La empresa académica, pues, se transformó paulatinamente en una
aventura cuyas implicaciones científicas, políticas, sociales o biográficas, irán
entremezclándose sin que ninguna de ellas haga sombra a las restantes26. No nos
————
25 La fabricación de instrumentos científicos era en esta época una tarea de artesanal en la

que cada constructor tenía sus propios métodos para el tarzado del limbo, la fijación del cero o
el logro de la verticalidad. Estaba pues alejada del standar ideal que asegurara, por ejemplo, la
comparación de las medidas. Sobre este problema, ver, DAUMAS, M.: Les instruments scientifi-
ques aux XVIIe et XVIIIe siècles, París, 1953. TURNER, A.: Early Scientific Instruments. Europe
1400-1800, Londres, Sotheby's Pb., 1987. TURNER, G.L'E.: Scientific Instruments and Experi-
mental Philosophy 1550-1850, Hampshire: Variorum, 1990; y, del mismo autor, The London
Trade in Scientific Instruments-Making in the Eighteenth Century, Vistas in Astronomy, 20,
173-182, 1976.
26 El carácter arriesgado de esta aventura ya se sospechaba antes de que en la última sesión

académica correspondiente a 1733, Godin propusiera la medida de un grado de meridiano en


las proximidades del ecuador terrestre. Las propuestas previas de La Condamine para desarro-
llar los trabajos en las colonias portuguesas, africanas o brasileñas, habían sido rechazadas por
el temor a peligros desconocidos; antes de salir de París, Fouchy, Pimodan y de la Grive, menos
necesitados de los laureles de la gloria, renunciaron a emprender un viaje cuyas penurias todo
el mundo adivinaba. Cuando llegaron a Quito en mayo de 1736 sus recursos financieros eran
tan escasos que tendrán que endeudarse, antes de verse obligados a tener que autofinanciar sus
trabajos. Más aún, todavía navegaban por los mares del Sur rumbo a Guayaquil cuando La
Condamine y Bouguer, tras agrias disputas con Godin, decidirán separarse del grupo expedi-
cionario y continuar su viaje por otro camino hasta Quito. La tensión entre los miembros de la
expedición, aunque a veces latente, nunca desaparecerá como tampoco los motivos para ali-
mentar el enfrentamiento. Y si graves fueron las luchas internas, no menos serios serían los
conflictos con la Administración colonial. El Reino de Quito se encontraba inmerso en un
profundo proceso de crisis, que coyunturalmente se agravó por el avivamiento de la vieja pug-
na entre las dos castas étnicas dominantes de los chapetones y los criollos. El bajo rendimiento
en mercurio de Huencavélica había asfixiado la minería de la plata y reducido notablemente la
346 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

detendremos en la consideración de las difíciles condiciones de vida en los


páramos andinos, ni en los continuos padecimientos o incomprensiones de
que fueron objeto los expedicionarios. El relato de la peripecia humana nos
obligaría a dar a esta sección una extensión exagerada27. Quede, pues, cons-
tancia de ello y vengamos sobre el tratamiento de alguno de los aspectos cien-
tíficos de la misión. A este respecto, y por razones de brevedad, nos deten-
dremos solamente en el problema de la nivelación barométrica y en el de la
construcción y puesta a punto del gran sector astronómico.
————
demanda interna americana de productos manufacturados, iniciándose así un proceso de
regionalización económica colonial, muy potenciado por la sistemática introducción de
mercaderías extranjeras y particularmente grave en el sector textil. Españoles y criollos vivían
con gran inquietud la situación y estaban tan sensibilizados hacia el problema, como recelosos
de su respectivo compromiso con el orden jurídico. Todo ello, como se sabe, afectó a la vida de
los académicos, quienes, si de una parte, encontraban a río revuelto posibilidades de conseguir
fáciles recursos financieros, de la otra estaban en el punto de mira, y como víctimas propiciato-
rias, de las autoridades locales. Realmente, no hay pruebas concluyentes sobre las supuestas
prácticas comerciales de La Condamine, aunque es cierto que fue sometido a dos procesos
judiciales, a los que se añadirían los provocados por el asesinato del cirujano de la expedición
Senièrgues durante el motín que contra los chapetones estalló en la ciudad de Cuenca a los
gritos de «Viva el Rey y mueran los gavachos y el mal gobierno. Sobre estas cuestiones puede
consultarse RAMOS PÉREZ, L. J.: Las Noticias secretas de América de Jorge Juan y Antonio de
Ulloa (1735-1745), Madrid, CSIC, 1985; y MOLINA MARTÍNEZ, M.: Estudio preliminar a la
edición facsímil de A. de Ulloa, Noticias americanas, Granada, Universidad de Granada, 1992;
GUILLÉN TATO, J.: Los tenientes de navio Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa de la Torre-
Guiral y la medición del meridiano, Madrid, 1973; MERINO NAVARRO, José P. y RODRÍGUEZ
SAN VICENTE, Miguel M. han editado facsimilarmente las Observaciones astronómicas... y la
Relación histórica del viage a la América meridional..., las dos obras que escribieron Juan y
Ulloa sobre sus trabajos de carácter científico. También, LAFUENTE, A.: Una ciencia para el
estado: la expedición geodésica hispano-francesa al virreinato del Perú (1734-1743), Revista de
Indias, 43, pp. 549-629, 1983. Disponemos de una novela que ha prestado particular atención
a estos aspectos, TRYSTRAM, F.: Le procés des étoiles, Paris, Seghers, 1979.
27 Las fatigas a las que tuvieron que hacer frente fueron considerables. Tanto que sus acti-

vidades fueron objeto de controvertidos comentarios por parte de los naturales del país. El
siguiente testimonio de Ulloa no puede ser ni más elocuente, ni más simpático: «Ahora es justo
que se considere, cuanta diversidad de juicios formarían en aquellos Pueblos sus Habitantes: por
una parte los admiraba nuestra resolución; por otra, los sorprendía nuestra constancia; y final-
mente todo era confusión aún en las personas más cultas; preguntábanles a los Indios, cuál era
la vida, que teníamos en aquellos sitios, y quedaban espantados del informe, que les hacían:
Veían, que se negaban todos a asistirnos, aún siendo de naturaleza robustos, sufridos y acostum-
brados a las fatigas; experimentaban la tranquilidad de ánimo, con que sin tiempo determinado
vivíamos en aquellos sitios; y la conformidad con que después de haber concluido en uno la
cuarentena de trabajos y soledad, pasábamos a los otros: y en tanta admiración, y novedad no
sabían, a qué atribuirlo. Unos tenían a locura nuestras resoluciones; otros lo encaminaban a
codícia persuadiéndose, que andábamos buscando minerales preciosos por medio de algún méto-
do particular, que habíamos inventado; otros nos discurrían Mágicos, y todos quedaban embebi-
dos por una confusión interminable; porque en ninguno de los casos, que sus pensamientos les
dictaban, hallaban que tuviese correspondencia en su logro a la fatiga y penalidades de tal vida:
asunto que aún todavía mantiene la duda en mucha parte de aquellas Gentes, sin poder persua-
dirse a cuál fuese el cierto fín de nuestro viaje, como ignorantes de su importancia». JUAN y
ULLOA, Relación histórica del Viage a la América Meridional, Madrid, 1748.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 347

Como en todos los temas estudiados, los expedicionarios no llegaron a


Quito completamente inermes. La teoría de Mariotte proporcionaba un mo-
delo teórico desde el que interpretar correctamente las variaciones de la co-
lumna de mercurio28. Sin embargo, sus primeras medidas no sólo presentaban
una notable dispersión de resultados, sino una inquietante irregularidad, que
cuestionaba la bondad del modelo y la viabilidad de la ley matemática usual-
mente empleada. Y, tras muchas dudas, concluyeron que la dispersión tenía
que venir de una o varias de las tres causas siguientes: desajuste o defecto de
fabricación del instrumento; errores en el grabado del tubo que, según la ex-
periencia, parecían ser más significativas cuando los desniveles a comparar no
eran muy grandes; y, finalmente, aplicación de una teoría incierta. Sorprenden-
temente, los expedicionarios coincidieron en que lo que sobraba eran las hipóte-
sis de Mariotte, una teoría que según sus datos sólo funcionaba cuando los des-
niveles eran muy grandes. Tal deriva, obviamente, implicaba una reafirmación
de su fe en el instrumento y en los protocolos de medida29, una novedad que
merece ser subrayada pues nadie conocía mejor que los expedicionarios la
dificultad de que, primero, un instrumento estuvieras bien confeccionado y,
segundo, fuera utilizado correctamente.
Los resultados eran decepcionantes; la oscilación en términos absolutos
podía llegar hasta las 700 toesas, lo que suponía un error del 35% en el valor
medio asignado a la altura de un lugar30. Y aunque parece una cifra elevada,
sólo lo era en términos relativos; sabemos, igual que lo sabían ellos, que su
influencia sobre el resultado final sería despreciable. Y si ya conocían la escasa
————
28 Nos hemos ocupado con gran detalle de estos asuntos en el citado LAFUENTE y DELGA-

DO, La geometrización... Sobre la puesta a punto del barómetro como instrumento científico,
ver MIDDLETON, W.E.K.: The history of barometer, Baltimore, 1964. La memoria de DE LUC, J.
A., (Recherches sur les Modifications de l'Atmosphere, Ginebra, 1749) contiene interesantes
referencias históricas.
29 Juan y Ulloa explicaban el abandono de la teoría de Mariotte, pues «...a distancias cercanas

a la superficie de la Tierra se haya dicha dilatación [del aire] en otra razón distinta [a la geométri-
ca]; y [las observaciones] suponen, que las capas, o estratos de igual peso, en que se consideró
dividida la Atmósfera, se dilatan en progresión aritmética, correspondiendo, a cada una de ellas
igual aumento, o diminución de altura de Mercurio en el Barómetro», Cf. Observaciones..., p.126.
Bouguer lo atribuía a «...las fuerzas elásticas del aire no siguen la razón inversa de las dilataciones
[...] la segunda ley de M. Mariotte que supone la misma elasticidad en todas las partes de la atmós-
fera yerra por defecto en lo alto de las montañas», El texto procede de una carta de Bouguer a Du
Fay (Petit Gôave, 25.X.1735), Archives de l'Observatoire de Paris, ms. C-2-7.
30 Esto explica el interés de Bouguer por emprender la nivelación geodésica, método del que

dudamos que hubiese asegurado resultados mucho más precisos, ya que su ejecución requería de
una triangulación accesoria que atravesase la cordillera andina occidental y las selvas inexploradas
de la región de Esmeraldas, única forma de conectar geodésicamente la planicie costera con el
altiplano interior. También se entiende la radical oposición de Godin a una nueva empresa que
retrasaría la marcha de los trabajos sin que cupiese esperar beneficios considerables, pues una
variación de 200 toesas en la determinación de la altura de una señal repercutiría en sólo 2 toesas
de error en la medida final del grado, y ello suponiendo que no operase el gran aliado de los
geodestas: es decir, la siempre posible feliz compensación de errores.
348 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

incidencia de los errores en la nivelación, ¿por qué comprometieron tanto


tiempo en las observaciones y llevaron la polémica interna hasta la más cruda
incomunicación entre los dos grupos? Había un compromiso radical de los
académicos con las prácticas y recursos de la investigación empírica, como tam-
bién una tendencia a cuestionarse problemas que, sin pretender nosotros quitar-
les importancia, no eran significativos para el objetivo prioritario de la misión.
Por entonces, sin embargo, las cosas no estaban tan claras como hoy las vemos
y es perfectamente plausible la hipótesis de que también consideraran ciencia
este ir y venir con los instrumentos, anotando datos y extremando precauciones
en la observación de fenómenos que debían haber considerado despreciables.
Hoy sabemos que tales conductas sólo pueden abocar a la pérdida de tiempo y
a la multiplicación de los fallos. En fin, el caso tratado nos ilustra sobre la siem-
pre compleja relación existente entre una colección de observaciones más o
menos exactas y un experimento conclusivo. La lectura atenta de los manuscri-
tos —en especial de las cartas que intercambiaron y de los cuadernos de no-
tas—, nos permite avanzar algo más en nuestros comentarios.
Los académicos, además de científicos involucrados en una misión, eran per-
sonas cargadas de dudas y deseosas de convencer. Uno de los recursos más utili-
zados fue el de presentarse como esforzados trabajadores, insensibles al desalien-
to y abrumados por masas ingentes de datos y cálculos: matemáticas y
observación, lejos de apuntalar una tesis, eran diestramente presentadas para
simular una exuberancia experimentalista que embotara la capacidad crítica del
lector, dejándolo indefenso ante el tumulto de ecuaciones, correcciones, preci-
siones instrumentales y quejas sobre la hostilidad del territorio y sus pobladores.
Muchos son las testimonios que avalarían dicha afirmación; baste aquí con re-
producir el amargo reproche que La Condamine dirigía a Bouguer en 1746,
reconociendo su doloroso descubrimiento de que la precisión no era sino un
compromiso entre los medios disponibles y el público receptor, entre los objeti-
vos teóricos y las prácticas sancionadas: «He concluido [escribía La Condamine]
que todo el cálculo no se puede hacer rigurosamente, sino por aproximación [...]
Usted se explica de forma enigmática y, sin duda, intencionadamente. Estoy
seguro de que hay maldad en hacer calcular y recalcular a quien el cálculo pro-
duce fiebre, sin piedad y sin fin, sin nunca poder regresar sobre sus pasos y re-
montar hasta la causa de los errores del cálculo, sin cometer otra nueva equivo-
cación y entrar en verificaciones que, con frecuencia, son nueva fuente de error
y que me hacen perder diez veces más tiempo que si, siendo menos puntilloso,
renunciara a las verificaciones incidentales y accesorias»31. La queja expresa una
accésit que es descrita como doloroso vía crucis del científico hacia la verdad
lo que, sin duda, le inviste de la autoridad de los antiguos profetas y de los
nuevos descubridores.

————
31 Carta de La Condamine a Bouguer (Deniecourt, 17.X.1746), Archives de l'Observatoire

de Paris, ms. C-2-7, pp. 10-11. Ver, Los caballeros..., pp. 176s.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 349

Terminada la fase geodésica de la misión, se iniciaba la segunda etapa, es


decir la determinación de la amplitud del arco mediante observaciones de la
latitud. A finales de 1739, sin embargo, el desajuste de los instrumentos les
colocaba en una situación desesperada. Distintos observadores, en lugares
diferentes y tras varias series de observaciones, encontraban resultados cuyo
error medio, de unos 30”, era tan grande que toda la misión estaba amenaza-
da de fracasar estrepitosamente32. Se impuso la convicción de que era impres-
cindible reconstruir el instrumento33. La decisión fue sin duda una de las más
comprometidas que tomaron los expedicionarios. El motivo es obvio: aún
cuando su experiencia como observadores fuera importante, ahora tendrían
que enfrentarse a un conjunto de problemas que ni los mejores artesanos es-
pecializados europeos resolvían satisfactoriamente. No sólo los problemas
técnicos a resolver eran de una complejidad extraordinaria, sino que habría
un retraso muy importante en sus operaciones.
La idea de regresar precipitadamente a París era impensable. Se imponía,
pues, reconstruir el instrumento. Pero el enorme esfuerzo no se vio compen-
sado con los resultados esperados. Las reiteradas observaciones de comproba-
ción manifestaban una dispersión que oscilaba entre los 20 y 30 segundos: un
margen de error excesivo que obligaba a nuevas verificaciones y otras rectifi-
caciones del instrumento. Llegaron a efectuar tan exquisitos arreglos y a re-
considerar tantos pequeños detalles, que la terquedad con que reaparecían
nuevas dispersiones, fue atribuida a la existencia de un movimiento propio de

————
32 Terminada la fase geodésica de la misión, los académicos se dividieron en dos grupos pa-

ra determinar la latitud de los dos extremos del meridiano triangulado: Godin, Juan y Ulloa
hicieron sus observaciones en Mira y Cuenca (3o 27'), mientras que Bouguer y La Condamine
eligieron Tarqui y Cochesqui (3o 7'). Cada grupo realizó sus trabajos entre finales de 1739 y los
primeros meses de 1740. Todo el programa de observaciones parecía terminado, cuando Go-
din, en abril de 1740, apreció graves divergencias en sus medidas y se decide a recomenzarlas.
A partir de entonces, entre muchas dudas y nuevas disputas internas, se iniciarán observaciones
de verificación que se prolongarán hasta los meses centrales de 1742, fecha a partir de la cual
se procederá a la definitiva determinación de la amplitud del arco de meridiano. En fin, cuatro
años para determinar la latitud de dos puntos es una cantidad de tiempo excesiva que sólo se
puede justificarse tomando en consideración la enorme cantidad de dificultades a las que tuvie-
ron que hacer frente los expedicionarios. Los detalles son analizados en LAFUENTE y DELGADO,
La geometrización..., pp. 209ss.
33 En efecto, el sector de 12 pies de radio, debido a los constantes y difíciles desplazamien-

tos había sufrido graves deterioros. Así lo reconoció Bouguer en una memoria que quedaría
manuscrita: «Desde que he reflexionado, he juzgado que el anteojo del sector que nos sirvió para
las observaciones de la oblicuidad de la eclíptica estaba desviado del plano del instrumento en
más de 10 o 12 minutos... Estábamos por tanto equivocados en casi un minuto en la distancia
de ?-Orion al cenit... Por otra parte, no podía cerrar los ojos y disimular la desviación del limbo
respecto al plano del meridiano que por las observaciones precedentes sobre el Sol conocía
aproximadamente». Cf. BOUGUER, P.: Remarques historiques et critiques sur les observations
faites au Pérou de la distance de l'étoile d'Orion au zenith, Archives de l'Observatoire de Paris,
ms. C-2-7, Fo. 4v.
350 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

las estrellas34. Hipótesis que, de haberse confirmado, suponía un descubri-


miento de grandes repercusiones teóricas y prácticas y, más aún, de muy am-
plias resonancias cosmológicas y filosóficas35.
Las observaciones que efectuaron, aunque aproximaban entre sí los resulta-
dos, no lograron vencer una dispersión irreductible. A pesar del gran esfuerzo
desplegado, La Condamine tenía en 1741 que reconocer ante Bouguer que, al
menos en su caso, todo había sido un espejismo causado por la incidencia de
permanentes errores personales de observación36. Las estrellas estaban fijas y el
sueño de gloria se desvanecía. La conclusión era inquietante, pues si todo eran
errores personales ¿qué garantía tenían ahora los expedicionarios de poder con-
cluir el valor de un grado? Con esta inquietud volvieron a comenzar unas obser-
vaciones que finalmente les condujeron a un valor cuyo error medio hoy pode-
mos evaluar en torno al 0,04% y que en términos absolutos suponía una
oscilación de 22 toesas aproximadamente. Una cifra importante que no cerraba
definitivamente el tema. Persistía una incertidumbre sobre el achatamiento polar
de nuestro planeta que exigía alguna justificación por parte de los expediciona-
rios. Quedaba claro entonces que Newton tenía razón, como también se probó
que era imposible una conclusión numérica inequívoca37.
Los resultados entonces no fueron concluyentes en lo que se refiere a las
medidas del planeta. La diferencia entre los ejes era demasiado pequeña para
las cotas de precisión que se podían alcanzar mediante procedimientos empí-
ricos. Sin embargo, nadie habló nunca de fracaso. Su aportación a la ciencia
nunca fue desdeñada, pues la expedición al Perú realizó el conjunto de obser-
vaciones sistemáticas más ambicioso nunca antes emprendido. La reflexión
sobre los errores había introducido mucho debate, lo que fue crucial para
comprender lo que supuso que la ciencia transitara desde los estudios de ga-
————
34 Juan y Ulloa se hicieron eco de tales espectativas en sus escritos (Observaciones..., pp.

271-2): «...salió tan adecuado, exacto, firme y tan fácil su manejo, que nos hizo notar movi-
miento extraño en las Estrellas... Dimos aviso de este decubrimiento a MM. Bouguer, y La Con-
damine, quienes dudaron de ello, queriendo atribuir algún defecto a nuestro Instrumento, que-
daron satisfechos por varias observaciones, que repitieron con anteojos fijados en la Pared,
donde se notó sensiblemente el movimiento de e-Orion».
35 Parecía que por fin se encontraban en los umbrales de su paso a la historia; el diseño de

un programa sistemático de observación tendente a encontrar una ley estable de variación, era
una cuestión tan excitante, como necesaria para poder concluir las observaciones. Las cifras
que inicialmente barajaban, hacían plausible hasta una variación próxima al minuto; de confir-
marse sus sospechas, el hallazgo los catapultaría hacia la gloria.
36 Con toda humildad se lo reconocía La Condamine a Bouguer en carta (Quito, 3.VIII.1741):

«Estoy tentado de atribuir a mis errores la mayor parte de los errores», Bibliothèque National
(París), Nouvelles acquisitions françaises, ms. 6197, Fo. 17r.
37 Con toda claridad y modestia lo reconocía La Condamine: «¿Pero cuál es la medida del

aplanamiento y en qué relación crecen los grados de latitud al aproximarse a los Polos? Esto es
lo que aún ignoramos y lo que, tal vez, no es posible conocer; al menos sin disponer de un nú-
mero mucho mayor de grados medidos». Cf., La Condamine, Extrait des operations Trigonome-
triques, e des observations Astromiques, faites pour la mesure des degrés du Meridien aux envi-
rons de l'Equateur, Memoires de l'Académie royale des Sciences (1746), p. 637.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 351

binete a las observaciones de campo. No sólo nadie habló fracaso, sino que la
conciencia de las dificultades, por el contrario, condujo a quienes se involu-
craron en el experimento a solicitar más instrumentos, más fórmulas y más
observaciones, si es que, en efecto, se aspiraba a transformar la Tierra en un
objeto científico que pudiera ser movilizado mediante libros o mapas. La
Condamine, siempre el más sagaz de los expedicionarios, pareció intuirlo
cuando escribe con contundencia que «lo real y lo inteligible están igualmente
sometidos a las demostraciones matemáticas». En su contacto con el instru-
mental, en el proceso de identificación de errores, la Tierra se había trans-
formado en un objeto que, además de gravitar alrededor del sol, estaba agi-
tándose entre dos continentes, por muchas disciplinas y para múltiples
finalidades. Desde la disposición de la capas atmosféricas a la densidad de los
estratos de materia, desde la influencia de la atmósfera sobre la luz o de las
montañas sobre la gravedad, todas las preguntas estaban por hacer y todos los
síntomas por interpretar. Medio siglo después, instrumentos científicos como
el barómetro seguirán siendo eficientes para despejar la nueva complejidad
del territorio y su diversidad florística o natural. La pregunta por la medida
del meridiano había convertido la Tierra en un objeto computable.

LA CREACIÓN DE UN FÁRMACO

Cuando hablamos de la salud los problemas se dramatizan. Los relojes de


longitud prometieron muchas mejoras a la navegación Atlántica y así se expli-
ca su transformación en objetivo estratégico. Sus propagandistas no desmaya-
ban en la tarea de dedicarles alabanzas, pero en la práctica su utilización nun-
ca estuvo exenta de muy graves complicaciones. En todo caso, estamos
hablando de errores potenciales que podían compensarse de muchas maneras
y cuyo análisis demandaba una formación exquisita. En medicina los experi-
mentos tiene un coste mayor y las novedades deben aquilatarse con menos
fisuras. Un estado no puede construirse sin asegurar la pertinencia de los reme-
dios que recomienda. Aquí vamos a detenernos en una sustancia que funcionó
durante algún tiempo como una especie de panacea, todo un símbolo del poder
benefactor de la naturaleza americana: la quina, un febrífugo que alimentó el
anhelo de un El Dorado vegetal. Pero atribuir propiedades a una sustancia es
un trabajo que involucra aspectos médicos, botánicos, químicos, jurídicos y,
incluso, policiales, si se quiere sacar de las escena a los yerberos, los charlatanes,
los curanderos y embaucadores. Y, la verdad, promover un medicamento impli-
caba movilizar (o crear) muy amplios recursos del estado. Hoy reconocemos el
principio activo de un medicamento por su composición química. Nos parece
normal este proceso de desnaturalización del saber que escinde radicalmente las
plantas de sus propiedades industriales o médicas. Siempre hubo una cultura de
los remedios terapéuticos, pero durante el siglo XVIII serán muchos los esfuer-
zos para elevar el estatuto de unas prácticas cuya eficacia nadie garantiza y de
352 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

unas sustancias cuya composición se oculta, por no hablar también de unas


formas de producción y distribución que nadie vigila. Y, ya lo dijimos, desde el
siglo XVIII gobernar será habilitar instrumentos capaces de ensamblar las expe-
riencias inconexas del recolector, el boticario y el médico. Estamos entonces
relatando la emergencia de un nuevo objeto, el fármaco, una producción que
quintaesencia el mundo vegetal, en una operación que consiste en prescindir de
la vida para experimentar con la materia.
La quina comienza a circular como un poderoso febrífugo a partir de
1639. Sin embargo, su aceptación internacional no será inmediata, pues los
médicos franceses sólo comienzan a prescribirla en 1655, mientras los ingleses
no la incluyen en su Pharmacopoeia londinensis hasta 1677. Hacia 1711 en
consenso sobre su efectividad parece generalizado, aun cuando las muchas
adulteraciones suscitan las más variadas sospechas38. Sabemos que en Europa
era distribuida en polvos o en trozos de corteza que podían mezclar distintas
especies lo que, desde luego, originaba poderosas incertidumbres relacionadas
con la posibilidad de que la propiedad tuviera grados y que cada especie ac-
tuara peculiarmente. Así las cosas, los médicos no sabían lo que recetaban y
nadie estaba en condiciones de establecer vínculos fuertes (es decir, de causa-
lidad) entre cada variedad de la planta y el principio activo. La experiencia
médica no bastaba pues se basaba en la administración de un producto que le
llegaba empaquetado. Era preciso entonces desplazar el problema de ámbito y
abordarlo al estilo de los botánicos, lo que equivalía a descubrir nexos entre la
estructura de la planta y su principio curativo.
No iba a ser fácil. Primero porque desde finales del siglo XVII la cultura eu-
ropea vivía una especie de angustia por un exceso de información que parecía
inmanejable39. En botánica, por ejemplo, el número de especies conocidas se
cuadruplicó entre 1550 y 1700, lo que centuplicó los problemas de comunica-
ción debido a la amalgama circulante entre los nombres clásicos y los moder-
nos40. La creación de nomenclaturas que unificasen esta Babel vegetal era impe-
riosa y, desde luego, lo más urgente era depurar el lenguaje de cualquier aroma
————
38 JARAMILLO ARANGO, Jaime: Estudio crítico acerca de los hechos básicos en la historia de

la quina. Madrid: C. Bermejo, 1949 (separata de Revista de la Real Academia de Ciencias de


Madrid); Francisco Guerra, «El descubrimiento de la quina» en Medicina e Historia, 69: 7-26,
1977; LAFUENTE, A. y ESTRELLA, E.: «La Condamine en la América meridional», en La Condami-
ne. Viaje a la América meridional por el río de las Amazonas. Estudio sobre la quina, Barcelona,
Alta Fulla/Mundo Científico, 1986. PUIG-SAMPER, M. A.: «El oro amargo. La protección de los
quinares americanos y los proyectos de estanco de la quina en Nueva Granada», en LUCENA GI-
RARDO, M.: El Bosque ilustrado, Madrid, Icona, 1991, pp. 219-240; ESTRELLA, E.: «Contribución
al estudio de la obra quinológica de José Pavón», Asclepio, 39 (1): 27-52, 1987.
39 Una angustia que afectó a todas la áreas del saber y espoleó la creación de cuadernos de

lecturas selectas, enciclopedias y diccionarios, como muestra YEO, Richard: Encyclopaedic


visions: Scientific Dictionaries and Enlightenment Culture. Cambridge: University Press, 2001.
40 STROUP, Alice: A Company of Scientists. Botany, Patronage, and Community at the Sev-

enteenth-Century Parisian Royal Academy of Sciences, Berkeley/Los Angeles/Oxford: University


of California Press, 1990, pp. 70-71.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 353

tradicional: desanclar el conocimiento de todo arraigo local. En este punto el


papel de Linneo fue crucial41. No es sólo que impusiera una nomenclatura efi-
ciente y una taxonomía menos abrumadora, reduciendo drásticamente los 698
géneros reconocidos por Tournefort. Su empeño en crear pautas de memori-
zación estaba ligada a la producción de discípulos que garantizasen prácticas
más normalizadas que las habituales entre los recolectores. Estos apóstoles,
término con el que los reconocía Linneo, sabían que su trabajo era de campo
y que siempre implicaba la descripción y el dibujo in situ el objeto de estu-
dio42. Así, la imagen botánica operaba como una herramienta que solucionaba
————
41 La introducción del sistema linneano en España, conocido superficialmente desde unos

años antes, se produjo en 1751 con la llegada a Madrid de uno de los discípulos predilectos de
Linneo, Pehr Löfling, con la misión de estudiar la flora y la fauna ibérica, aunque también se ha
destacado otra posible vía de entrada a través del Colegio de Cirugía de Cádiz, dirigido por Virgili.
Cf. GONZÁLEZ BUENO, A. «Penetración y difusión de las teorías botánicas en la España Ilustrada»,
en FERNÁNDEZ, J. y GONZÁLEZ TASCÓN, Ignacio (eds.) Ciencia, Técnica y Estado en la España
Ilustrada, Zaragoza: Ministerio de Educación y Ciencia, 1990, pp. 381-95. RYDEN, S. Pedro Löfling
en Venezuela (1754-1756), Madrid: Insula, 1957. PUIG-SAMPER, M.A.; MALDONADO, L. y LUCENA,
M.: «Loefling y la Botánica española. La expedición al Orinoco (1754- 1761)», Asclepio, 39: 69-
83, 1987; PELAYO, F. (ed.): Pher Löfling y la expedición al Orinoco, 1754-1761, Madrid: Quinto
Centenario, 1990. La institución que jugó el papel más decisivo para el desarrollo de la botánica
española y la introducción del sistema linneano fue el Real Jardín Botánico de Madrid. Aunque al
iniciarse la enseñanza de la Botánica, en 1757, en el Jardín Botánico de Madrid —conocido como
jardín de Migas Calientes— , no se llegó a imprimir ningún texto, los comentarios de Quer en
su Flora Española (1762) dan una idea sobre el método utilizado. En esta obra, en la que se insiste
en el utilitarismo y el observacionismo práctico, Quer dice exponer los principios que él mismo
estudió siguiendo el sistema de Tournefort, «que es el más fácil, claro y comprehensible de to-
dos». PUIG-SAMPER, M.A. «La enseñanza de la botánica en la España Ilustrada: El Jardín Botánico
de Madrid», en SÁNCHEZ, B.; PUIG-SAMPER, M. A. y DE LA SOTA, J. (eds.): La Real Expedición
Botánica a Nueva España, Madrid: Quinto Centenario, 1987, pp. 59-78. Un paso interesante
para el conocimiento de la botánica linneana en España fue el dado por Miguel Barnades, nom-
brado profesor a la muerte de Quer en 1764, al introducir el sistema del sabio sueco junto a otros
más modernos en su libro Principios de Botánica (1767). Barnades reconoce en Linneo al refor-
mador de la nomenclatura botánica y al Maestro por excelencia de la ciencia de las plantas, por
lo que recomienda su Philosophia Botanica para el estudio teórico de la disciplina y el Genera
plantarum para el conocimiento práctico. Además del sistema estrictamente linneano, Barnades
introduce en su obra comentarios sobre el trabajo de Georg Christian Oeder, profesor de Botá-
nica en el Real Jardín de Copenhague, Elementa botanicae (Copenhagen, 1764-66), así como
sobre Michel Adanson, continuador según Barnades de los Fragmentos del método natural de
Linneo y gran reformador de la disciplina por sus Familles des plantes (Paris, 1763-64), en las
que intentó separarse de los métodos artificiales de clasificación. A pesar de la introducción del
sistema de Linneo en la obra de Barnades, la generalización definitiva del sistema linneano en
España no se produjo hasta unos años después. La muerte de Minuart, en 1768, y de Miguel
Barnades, en 1771, dejó vacantes las plazas de profesores en el Real Jardín Botánico hasta que
fueron ocupadas por Casimiro Gómez Ortega (1772) y Antonio Palau Verdera (1773), ambos
miembros de la Real Academia Médica Matritense. COLMEIRO, M. Bosquejo histórico y estadísti-
co del Jardín Botánico de Madrid, Madrid, 1875.
42 KOERNER, Lisbet «Carl Linnaeus in his time and place» en JARDINE, Nicholas; SECORD,

James A. y SPARY, Emma (eds), Cultures of Natural History. Cambridge: Cambridge University
Press, pp. 145-162, pp. 150-155.
354 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

el problema de la identidad. Pero producirlas era muy costoso, especialmente


cuando se trataba de plantas exóticas cuyo conocimiento debía atravesar
océanos, es decir, cuando se quería conocer a distancia, ya fuera Upsala o
Madrid el lugar donde iba a computarse la relación entre los nombres, las
cualidades y las plantas.
No entraremos en la supuesta utilidad de esta gigantesca empresa clasifica-
toria en la se involucraron todos los imperios. Aquí nos interesa considerar el
método, que como sabemos consistió en fomentar en los expedicionarios la
capacidad para detectar los rasgos distintivos en los que se basaba el sistema
de clasificación y adiestrarlos en la práctica de un tipo de dibujo altamente
codificado. Pocas cosas se dejaban a la improvisación, pues el dibujante debía
adaptarse a un plan que, por ejemplo, le obligaba a mostrar el haz, el envés y
la disposición de las hojas en el tallo. De la flores, decisivas en la sistemática
linneana, había que presentar secciones y, en el caso de las semillas, distintos
grados de maduración. Y así fue como los botánicos resolvieron el problema
de la comunicación, pues el nexo entre el nombre latino y la imagen técnica
eran expresión de un consenso que permitía desanclar la planta del terruño y
movilizarla por todas las esquinas del planeta43.
Los problemas aumentaban su envergadura si lo que se quería era trans-
formar una especie vegetal en un fármaco. El caso de la quina es particular-
mente interesante44. No toda la quina era igualmente febrífuga, luego alguien
————
43 Respecto a las obras de botánica linneana que fueron producto de las expediciones científi-

cas a América y llegaron a publicarse, ya que la mayoría quedaron inéditas, hay que destacar las de
RUIZ, Hipólito y PAVÓN, José Florae Peruvianae, et Chilensis Prodomus;.. (Madrid, Sancha, 1794),
el Systema vegetabilium... (Madrid, G. Sancha, 1798) y Flora Peruviana, et chilensis, sive descrip-
tiones et icones plantarum... (Madrid, G. Sancha, 1798-1802), en las que se describieron multitud
de especies botánicas nuevas para la ciencia.
44 La quina se convirtió en el siglo XVII en un remedio infalible contra las temidas fiebres, y

por lo tanto en objeto de un comercio importante para la corona española. No es de extrañar que
se publicaran muchos escritos, tanto desde el punto de vista botánico como desde el médico, que
procuraban descubrir nuevas especies y las características y propiedades de las conocidas, o que
introdujesen mejoras en su posología y sus posibilidades. Dos defensas importantes de este produc-
to ya en el XVIII fueron los libros de ALSINET DE CORTADA, José Nuevas utilidades de la Quina
(Madrid: Antonio Muñoz del Valle, 1763), y el de José de Masdevall sobre la epidemia de Catalu-
ña, en el que defiende su uso casi único contra las fiebres tercianas. Desde un punto de vista botá-
nico, hay que señalar el trabajo de RUIZ LÓPEZ Hipólito, (1752-1816) Quinología, o Tratado del
Arbol de la Quina o Cascarilla (Madrid: Vda. e Hijo de Marín, 1792), al que nos referiremos. Esta
obra, en la que estudia siete especies de quina, obtuvo un gran éxito, siendo muy traducida, y con
ella se inicia una violenta polémica con la escuela de José Celestino Mutis y Bosio (1731-1808),
quien tenía diversa opinión sobre las especies y el mérito de su descubrimiento. El punto de vista
de Mutis salió publicado póstumamente en El arcano de la quina (Madrid: Ibarra, 1828). Véase,
entre las numerosas publicaciones relativas a este tema, SAN PÍO ALADREN, María Pilar de (ed.),
Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada, 2 vols., Barcelona: Lun-
werg/Villegas, 1992; FRÍAS, Marcelo: José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nue-
vo Reino de Granada (1783-1808), Tesis doctoral Universidad Complutense de Madrid, 1992;
RESTREPO, Olga «Naturalistas, Saber y Sociedad en Colombia», en QUEVEDO, E. (ed.), Historia
social de la ciencia en Colombia, 9 vols., Bogotá: Colciencias, 1993, Vol. III, pp. 17-327.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 355

tenía que decir algo que permitiese discriminar entre la buena (es decir, la
medicinal) y la inútil (es decir, la placebo o fraudulenta). Muchos creían que
la eficacia dependía del mimo con el que los cascarilleros manejasen la mer-
cancía45. Pero los botánicos vinieron para desengañar ésta y otras creencias
infundadas. Quien está convencido de la correspondencia biunívoca entre
especies y propiedades, no dejará de producir argumentos contra las gentes
prácticas y, por más que juren que sus conocimientos se basan la experiencia,
sólo creerán a quienes hablen de experimentos, muestren dibujos y designen en
latín. Esta fue la política que aplicaron los botánicos Hipólito Ruiz y José Pavón
(miembros de la expedición al Perú) en sus polémicas sobre las cinchonas de
Santa Fe. Ruiz y Pavón sólo consideraban como botánicos los datos obtenidos
mediante la estricta aplicación de una metodología que no dejara nada expues-
to a la improvisación del dibujante y menos aún a la memoria del colector. El
trabajo de gabinete era tan sospechoso como el realizado por los recolectores,
pues sólo la doble condición de testigo y de especialista garantizaban el correcto
encauzamiento de las prácticas terapéuticas locales hacia los dominios de la
farmacología46. Así pues, la función de un botánico era traducir formas a pala-
bras, pero también trasladar los saberes locales a lenguaje técnico.
No es poco, especialmente si detrás del proyecto hay una metrópolis que-
riendo administrar la flora como parte de un nuevo patrimonio47. Fijar sin
ambigüedad la nomenclatura permitía correlacionar el nombre y las propie-
dades, es decir organizar la botánica como una institución gestora de recursos
florísticos, lo que convertía a la farmacología en una interface orientada hacia
los remedios terapéuticos. El problema que nos ocupa, el mismo que querían
resolver los botánicos enviados a las colonias, es cómo establecer un vínculo
estable y reconocible entre la cascarilla de alguna especie concreta de quino y su
condición de febrífugo. No todas eran igualmente eficientes y, desde luego, no
se podía administrar un imperio si las cualidades dependían unas veces del sa-
bor, otras del tacto o quizás de la tonalidad. Por eso hubo que echar mano de las
prácticas químicas y tratar de ver en la composición de los residuos que se depo-
sitaban tras el hervido, la destilación y/o la combinación con otras substancias,
algún signo distintivo que acabara para siempre con la ambigüedad48.
Las prácticas químicas, todavía en fase incipiente, no eran determinantes,
porque padecían de problemas parecidos de homologación de nombres e ins-
————
45 RUIZ, Hipólito: Quinología o tratado del árbol de la quina o cascarilla. [s.l.]: Fundación

de Ciencias de la Salud, 1994 [ed. facsímil de Madrid: Vda. e hijo de Marín, 1792], p. 18.
46 RUIZ, op. cit., prólogo, s/n.
47 A lo largo de este período los europeos dieron con algunas de las plantas medicinales más

importantes para el desarrollo de su farmacopea, como la Cascarilla o Quinaquina (Sudamérica,


1670), el Simarube (Cayena, 1713), la Quasia (Guayana, 1714), la Angostura (Venezuela, 1759),
la Ratania (Peru, 1779). Será importante el descubrimiento de la Ipecauana, que será utilizada
contra la disentería, y los avances en las propiedades medicinales y económicas de la Quina.
48 Véanse los análisis que Ruiz solicitó al químico Pedro Gutiérrez Bueno, entonces cate-

drático de química del Real Laboratorio del Jardín Botánico, en Ruiz, op. cit., p. 96-96.
356 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

trumentos. Hubo finalmente que producir protocolos de reconocimiento de


la corteza que ampararan la creciente demanda de quina y su mercado. Así,
optaron por unir la descripción de las cascarillas de cada especie a la de la
planta, tratando de evitar el uso de ciertas características hasta entonces fre-
cuentes (como el color interior de la corteza o el sabor) o aquellos rasgos tan
generales que pudiesen atribuirse a muchos vegetales49. Así la Quinología de
Hipólito Ruiz siempre fue vista como un tratado de botánica americana, pero
también admite ser leída como un manual de política (policía) colonial que
enseñaba a diferenciar en la corteza 12 signos distintivos (superficie, color
exterior, color interior, enrollamiento, grosor, carnosidad, peso, consistencia,
quiebro, resina, olor y sabor) para evitar fraudes.
A veces la botánica no resolvía todas las dudas sobre las virtudes de una es-
pecie y hubo que recurrir a los médicos para asegurar el desanclaje de una plan-
ta y, en consecuencia, convertir una pócima en un medicamento. Veamos el
ejemplo de lo sucedió en 1782 cuando Sebastián López Ruiz envió las primeras
quinas novogranadinas a la corte madrileña. La Real Botica, organismo encar-
gado de disciplinar el mercado de especias y remedios medicinales encargó en
1784 un estudio a 22 especialistas. Cuatro años más tarde se realizaron a peti-
ción de Mutis unas segundas pruebas que debían confirmar la adulteración sis-
temática de los envíos, una práctica que, además de esquilmar los bosques de
Loja, arrasando con las especies febrífugas y las que no lo eran en absoluto, sólo
podría ser corregida si el estanco de la quina se instalaba en Santa Fe50.
Pasamos como por ascuas sobre el problema político y hacendístico, para
mencionar que los dictámenes fueron tan contradictorios como los intereses
que motivaron su realización, de forma que la botánicos de dos regiones dis-
tintas no supieron ponerse de acuerdo y disolver aquel conflicto colonial. Está
claro, sin embargo, que no queríamos hablar de botánica, sino de la quina y
de los procedimientos para estabilizar su tráfico por las redes farmacológicas,
es decir las redes científicas y metropolitanas. Porque lo que ha sucedido es
que el imperio ya sabe como gestionar este nuevo tipo de patrimonios y de
conflictos: apelando a las leyes, las de la botánica y las del mercado, las de la
academia y las de la fiscalidad. Y, en el extremo, si el conflicto entre médicos
y botánicos persistía, o si quizás eran los científicos bogotanos los que rompí-
an el consenso con los quiteños, entonces la Real Botica tendría que reforzar
su autoridad practicando la transparencia, es decir publicitando los resultados
obtenidos con los nuevos experimentos. Pero ningún ejemplo mejor que el
————
49 Véase la sistemática recusación de los rasgos atribuidos por Zea a la corteza de la quina

naranja por considerarlos ambiguos en RUIZ, Hipólito y PAVÓN, José, Suplemento a la Quino-
logía. [s.l.]: Fundación de Ciencias de la Salud, 1994 [Ed. facsimilar de Madrid: Vda. e Hijo de
Marín, 1801], pp. 48-51.
50 Sobre las polémicas de las quinas de Santa Fé, véase, Miguel Angel Puiz-Samper «El oro

amargo. La protección de los quinares americanos y los proyectos de estanco de la quina en


Nueva Granada» en LUCENA GIRALDO, M. (ed.) El bosque ilustrado. Estudios sobre la política
forestal española en América (Madrid: ICONA, 1991), pp. 219-239.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 357

catastro de Ensenada51 para mostrar la importancia de los nuevos vínculos


que van emergiendo entre economía moral, transparencia procedimental y
nuevas tecnologías.

EL ÁLGEBRA DE LA EQUIDAD

Por extraño que parezca hasta el siglo XVIII no prospera la idea de que la pa-
tria podía tener dimensiones; más aún, que ninguna imagen sería verosímil sin
no incluía el recuento de todos los que la habitaban, incluyendo a los delincuen-
tes o a los pobres de solemnidad52. Incluir a todos no era otra cosa que contar
cabezas, una idea verdaderamente curiosa porque los numerales, a diferencia de
los ordinales, no vinculan las cosas al tiempo, no entienden de orígenes. Sin em-
bargo, para movilizar la riqueza lo primero es saber nombrarla y, enseguida,
poder contarla. Basta una línea para entender la importancia de lo que estaba en
juego, pues muchas injusticias se fundaban sobre una fiscalidad muy sensible a
los privilegios heredados y ciega ante las desigualdades más sangrantes.
Para la reforma del sistema, Ensenada contaba con dos metodologías here-
dadas: los amillaramientos (basados en las declaraciones del justicia local) y el
catastro (derivado de las declaraciones del cabeza de familia). El ministro,
pese al indudable mayor coste, eligió el segundo procedimiento. La Instruc-
ción que se elaboró describía todos los protocolos diseñados para recabar,
computar o registrar los datos, y las diferentes relaciones tabulares que pudie-
ran crearse entre los números. El objetivo final era medir el valor del reino,
una empresa que para entonces tenía que ver con entes contables, es decir con
————
51 En general, la exposición de los datos se basa en el excelente trabajo de Carmen Cama-

rero Bullón «Vasallos y pueblos castellanos ante una averiguación más allá de lo fiscal: el Catas-
tro de Ensenada, 1749-1756» en El Catastro de Ensenada: magna averiguación fiscal para
alivio de los Vasallos y mejor conocimiento de los Reinos, 1749-1756. Madrid: Ministerio de
Hacienda-Dirección General del Catastro, 2002, pp. 113-387
52 No olvidamos el proyecto de Pedro de Esquivel de crear un Atlas de España, ni el inter-

rogatorio ideado por Páez de Castro en 1559, o el cuestionario de Idias de 1573 y las posterio-
res Relaciones topográficas. Como ya señaló Abellán en su día, el cuestionario de Indias de
1573 contenía las características (oficialidad, inscripción nominal, cobertura, responsabilidad,
regularidad, fecha y método) de lo que sería más tarde la estadística moderna. Sin embargo,
cabe señalar que la información demandada tiene un carácter cualitativo más que cuantitativo,
que el interés dominante se centra, además de en aspectos geográficos, en las costumbres e
historia. Raquel Álvarez ha señalado que la reducción del cuestionario inicial de 200 preguntas
a otro más funcional de sólo 50 (1577), supuso por un lado, un distanciamiento del inicial
planteamiento humanista que habría caracterizado a los primeros cuestionarios, y, por otro, la
decantación de los cuestionarios hacia la búsqueda de «un conocmiento básico extensivo, y no
un conocimiento en profundidad de algún aspecto de la realidad» (ALVAREZ PELÁEZ, Raquel, La
conquista de la naturaleza americana, Madrid: CSIC, 1993, pp. 187ss, 228), ABELLÁN GARCÍA,
Antonio, «Antecedentes españoles de las estadísticas demográficas modernas, ordenanzas reales
para Indias de 1573», Revista de Indias, 1986, 46, pp. 313-317.
358 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

lo que debía contarse y con quiénes harían las cuentas. De pronto, el reino iba
a convertirse en un objeto matemático, como ya lo eran las dimensiones de un
buque, la figura del planeta o la temperatura ambiente.
La Instrucción pautaba con claridad los tiempos y las actuaciones: primero
había que anunciar por bando el comienzo de la operación, dando un plazo a
los cabezas de familia para la redacción de su respuestas; después, tras la re-
cogida del documento, se constituía una audiencia formada por el intendente
(o subdelegado), un escribano, un oficial y un par de escribientes53. Esta parte
del proceso concluía cuando fueron recogidas las respuestas a las 40 pregun-
tas que respondieron las 15.000 poblaciones catastradas. A partir de entonces
comenzaba lo más duro, pues debía revisarse toda la información acopiada, lo
que implicaba que cada una de las tierras, bienes, casas, individuos y atribu-
ciones de propiedad debían verificarse. Lo que sorprende es el pormenor al
que se aspira, pues memorial en mano se recorren las tierras, se inserta la tra-
za perimetral y se anotan las discrepancias. También se incluyen las omisio-
nes, una variable que hizo emerger espacios que no figuraban en documento
alguno y riquezas inesperadas54. Al final del proceso, quedaban dos libros: el
de vecindario y el de lo raíz o, también llamado, de lo real. Y ambos docu-
mentos eran leídos íntegramente en público, por si era pertinente introducir
nuevas rectificaciones, antes de proceder a la elaboración de los 4 modelos
diferentes de estados (de la tierra, del ganado, de las rentas profesionales y de
los bienes restantes55). Cada quien tendrá sus preferencias sobre lo qué desta-
caría de esta empresa. Nosotros seguimos en este punto a Bartolomé de Va-
lencia, cerebro gris del proyecto, quien quería que lo viésemos como una má-
quina monstruosa: «Necesitamos —decía en torno a 1752— constancia para
resistir tantas contradicciones, tibiezas y aún desconfianzas, y no menos
haciendo ver cómo adelanta en muchas provincias este Monstruo, para que se
acredite milagroso el imposible vencido»56
La maquinaría recaudatoria (de los datos que precedieron a los pesos) tuvo
su fase de pruebas, como lo acreditan las 22 operaciones piloto que precedie-
ron la movilización general y que adelantaron los principales innovaciones.
Entre ellas, la necesidad de introducir el orden alfabético de archivado, la de
forzar la certificación pública del contenido de los estados o la conveniencia
de incluir la edad de los encuestados o el plano de sus viviendas. También se
————
53 En principio el decreto hablaba de que también debían de estar un asesor, un geómetra,

un agrimensor, y un alguacil.
54 En el caso de Gavia, examinados 425 casos, la coincidencia entre memoriales y recono-

cimientos es del 25% (Camarero Bullón, op. cit., p. 163). Estos resultados, como en el caso de
Jaén, donde se hizo recuento de 165.975 vides, 6.333 higueras, 27.133 frutales, 860 nogales,
3.622 moreras, 9.578 olivos, 3.363 olivas nuevas que «todavía no produzen», 135.769 encinas,
30.890 robles, 138.633 pinos y 15 tejos, dan la medida de la minuciosidad del proceso.
55 También, para los legos, se agregaba un quinto estadillo que especificaba los impuestos

que debían abonar.


56 Cit. en Camarero Bullón, op. cit., p. 385.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 359

comprobó la importancia de escribir los números totales en letra y cifra, o de


reclamar a los intendentes que se atuvieran al protocolo, sin improvisar capí-
tulos sobre los que no se solicitaba información ni reclamar grados de preci-
sión abusivos57. Pero la burocracia trae burocracia y nada lo prueba mejor que
esos 40.000 libros de los real, incluyendo original y copia compulsada que se
revió línea a línea, además de los 1.849 volúmenes que formaron las 15.000
respuestas generales y los 135.000 estados locales. Estamos hablando enton-
ces de unas 40 millones de páginas redactadas entre 1756-1759 y de cerca de
100 millones de cálculos matemáticos58. Hubo carestía de papel, pues había
que alimentar la voracidad burocrática de los muchos intendentes, delegados,
subdelegados o y corregidores, pues se redactó mucho material de apoyo
(ejemplos prácticos y modelos a imitar) con el que formar a los actores y
homogenizar los procesos.
Y claro, tuvieron que crear sistemas de control que garantizasen el buen
funcionamiento de los trabajos59. Todo era muy novedoso, pero la aparición
de las contadurías merecen un comentario. En efecto, el volumen del material
generado por los agentes catastrales que debía de ser revisado por contables
especialistas era ingente. Y hubiera sido muy arriesgado esperar hasta el fin de
los trabajos para iniciar esa fiscalización. Y así, los revisores de cuentas se
convirtieron en interventores de la operación catastral, lo que otorgó a la
aritmética un estatuto desconocido hasta entonces. Sobre este incipiente cuer-
po de algebristas poco podemos decir que no sea conocido60. Tal vez, quienes
estén más interesados en la historia política, militar o económica, si agradece-
rán que les recordemos que acercarse al catastro de Ensenada equivale a con-
templar el nacimiento de las herramientas con las que actúa el estado a través
de sus intendentes, ejércitos o empresas. La literatura sobre estas cuestiones
tiene prisa en llegar a las conclusiones y decir que sin fiscalidad, sin hacienda
no hay estado. Pero esa no es la cuestión, pues, como ha explicado Camarero

————
57 Véase el Caso de Tagarabuena (Toro), en cuya provincia el catastro tuvo un coste de

1.448.983,18 reales. Idem, pp. 177-178.


58 Idem, p. 371. Sólo en Burgos las páginas copiadas de libros de lo raíz fueron 3.598.736.
59 Idem, p. 234.
60 La lluvia de datos numéricos públicos que autores como Hacking atribuyen al siglo XIX,

se anticipan en el caso español a mediados del siglo XVIII. Contrariamente a lo sucedido en el


caso prusiano, es notable que las estadísticas del castastro, si no publicadas, sí fueron públicas.
No nos consta, sin embargo, que la producción privada de estadísiticas tuviese importancia en
España. En cualquier caso, el trabajo de Hacking es imprescindible para comprender los víncu-
los entre una concepción social del lenguaje, la emergencia de las biopolíticas y su dependencia
de disciplinas tan dispares como la astronomía, la ingeniería, la estadística y la medicina, cons-
tructoras del azar, el riesgo y la normalidad. HACKING, Ian (1990) La domesticación del azar.
La erosión del determinismo y el nacimiento de las ciencias del caos. Barcelona: Gedisa, 1995.
Ver también BRIAN, Eric, La mesure de l’État. Administrateurs et géomètres au XVIIIe siècle,
Paris: Éditions Albin Michel, 1994.
360 ANTONIO LAFUENTE Y NURIA VALVERDE

Bullón, la Hacienda pública no necesitaba una base de datos tan fiable ni ex-
haustiva para seguir funcionando61.
Ensenada sabía que el valor de tanto esfuerzo no estaba en la noción de
justicia distributiva, sino en la forma en la que se había hecho y en los consen-
sos que había propiciado62: «No ha sido nueva la idea —decía el ministro en
el informe al Rey de abril de 1756—, pero acaso será Vuestra Majestad el
único soberano que la establezca con tanta formalidad y conocimiento de las
partes más mínimas de sus dominios, y con la equidad de haber ocupado mu-
chos vasallos honrados en años calamitosos»63. En efecto, la sospecha de que el
mundo podía ser mejor tiene poco de novedosa. Otra cuestión es haber conver-
tido la justicia en una asunto de números, pues «no ignora la Junta —insistía
Ensenada— el lamento de todos aquellos vasallos cuya autoridad, maña o poder
les hace vivir sin pagar, o pagando menos de lo que deben, [...] pero como es
esta la enfermedad que debilita y arruina al común y al Estado, y la que sabia,
justa y precisamente debe VM remediar, es forzoso que lo conozcan y que se
rindan a la razón»64. El asunto estaba claro, no sólo había que traducir la riqueza
y la justicia a cifras que pudiesen balancearse, sino que el procedimiento debía
ser público y publicado. La felicidad pública estaba en manos de algebristas y
todos esos protocolos a los que nos hemos referido, así como los procedimientos
de recaudación o de revisión, incluidos la entronización del cabeza de familia, la
lectura pública de los datos y la elaboración de tablas o estados resumen, inau-
guraba nuevas formas de sociabilidad y distintos formas de gestión. Y aquí que-
ríamos llegar, pues los contables y sus operaciones de computación (las cuentas)
————
61 La exactitud del Catastro fue tan notable que los ingenieros que años más tarde planea-

ron la acequia del Jarama quedaron sorprendidos por la precisión de las medidas topográficas.
Resultó que la superficie representada en el mapa de este plan es de 78.176 fanegas, mientras
que la superficie dada por las averiguaciones catastrales es de 71.806 fanegas (un 9% menor) y
la diferencia estriba en que en el Catastro no se contaban, por tratarse de bienes mostrencos,
dos veredas para el paso de ganado trashumante, ni el suelo ocupado por los núcleos de pobla-
ción (Camarero Bullón, op. cit., p. 382-3).
62 Su propósito coincide con y excede el de obras finiseculares que florecieron durante el

reinado de Federico Guillermo II en manos de unos aficionados que, a principios del siglo
XIX, conseguirían que el rey aprobase la fundación de una «oficina para reunir e integrar tablas
estadísticas procedentes de diferentes departamentos y reparticiones». Su finalidad sería «la
recolección más completa posible de material relativo al Estado prusiano pues el poder del
Estado se funda en parte en su territorio y en parte en su gente...; uno suministra la materia
prima y otra, mediante el capital y el trabajo, la transforma... De ahí que la compilación de
datos naturalmente corresponda a dos esferas principales, una geográfica y otra antropológi-
ca... Pero el trabajo de recoger datos de estos dos funcionarios, por amplio que sea, sólo puede
usarse con dificultad a menos que nombremos un tercer funcionario [...] provisto de la necesa-
ria habilidad e instrumentos para tratar la aritmética política en el sentido más general de las
palabras. Este hombre transformará la materia de los dos primeros funcionarios de manara que
pueda ser utilizada inmediatamente por los supremos administradores del país» (cit. en Hac-
king, op. cit., 57-59).
63 Cit. en Camarero Bullón, op. cit., p. 370.
64 Ibídem.
LA PRODUCCIÓN DE OBJETOS Y VALORES CIENTÍFICOS 361

y de tabulación (los cuadros) convierten el reino en un objeto matemático, dis-


tinto al que manejaban los geógrafos, los astrónomos y los naturalistas que, en-
tre otras muchas, cumplía la condición de ser un objeto móvil, consensuado,
experimental y estable que podía correr por los despachos y que el nuevo cuer-
po de funcionarios debía aquilatar y patrimonializar.

NUEVOS VALORES, NUEVOS PATRIMONIOS

Nuestro objetivo ha sido mostrar el papel de la tecnología en la creación


de nuevos objetos que sustituyesen a la naturaleza o el entorno y que cumplie-
sen varias características. Una de ellas es la movilidad, pues la mayor eficacia
de estos objetos se produce cuando pueden ser convenientemente empaque-
tados, ya sea en la forma de un mapa o un cuadro, ya sea tras un algoritmo o
un producto. La movilidad es imposible sin el desanclaje, lo cual significa que
hay que pulir cualquier forma de conocimiento de toda adherencia local y,
como hemos visto, tal circunstancia sólo se puede lograr aplicando herra-
mientas o tecnologías que traduzcan lo contingente a parámetros medibles.
Así una observación no sería otra cosa que una traducción desde el lenguaje
ordinario con el que nombramos las cosas al especializado con el que las sa-
camos de la naturaleza y las incardinamos en la realidad. No queremos pro-
longar más una reflexión que a estas alturas ya debería estar clara.
Ahora queremos dedicar un párrafo más a la cuestión de los nuevos valores
y los nuevos patrimonios. Producir la realidad es un gesto enérgico de la mo-
dernidad y sostenerla una empresa titánica que nos obligó a vincular las tec-
nologías a los valores. Aquí hemos indicado varios procedimientos, pues
hemos visto como el diseño de un fármaco pone en circulación cuestiones que
afectan a lo que entendemos por una prueba y que involucran los modos de
producirla. Ya lo dijimos al principio, una discusión sobre el bien común o la
justicia distributiva puede acabar siendo un debate entre astrónomos, botáni-
cos y algebristas. Y esto es fascinante, porque lo que está en juego no es la
imagen del mundo, sino nuestra capacidad de medirlo, escalarlo y gestionarlo,
es decir de movilizarlo en todas las formas posibles y sin descanso: una veces
dentro de una ecuación y otras en un plano, pues el asunto es que quepa en
una lista, una probeta o un jardín.
Los valores acaban siendo también algo con lo que se comercia, pues
cuando se desplaza un microscopio, unas efemérides o un bote de quina, se
quedaron atrás las culturas tradicionales y sus formas de producir y reprodu-
cir autoridad. Los instrumentos entonces no sólo producen evidencias, sino
principios y patrimonios. No es extraño entonces que además de los gabinetes
de minerales, máquinas o mapas, también proliferen un sinfín de archivos,
diccionarios y enciclopedias que vienen a conformar más que la memoria del
mundo, un manual de instrucciones para entenderlo y después modificarlo.

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