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1

Amen

Carlos Parrilla
Escritor argentine

¿Hacia dónde vuela el alma de las monedas cuando mueren?, ¿Quién abrirá las puertas de
su paraíso? Ella, triunfadora revolucionaria de viejos envidiosos, escudos, reales, ochavos y
cuartos, ayer rubia y brillante, llegará esta noche con su pelo cano de níquel y su medio Juan
Carlos, envejecida tras su siglo largo de vida. El euro la sustituye, como Cristo con los dioses
paganos, como el Código con los antiguos fueros. ¿Será bien recibida en su Hades por los
antiguos rivales? La idea de inmortalidad romana consistía en seguir vivo mientras se
conservase su recuerdo en la memoria. Durante muchos años seguirá con nosotros, como
los hermosos duros de Amadeo en el recuerdo de los viejos. Sirva como responso. Amén.

2
De sueño

Giovanni Papini
Escritor italiano

No soy un hombre real. No soy un hombre como los otros, un hombre con huesos y
músculos, un hombre generado por hombres. Yo soy —y quiero decirlo a pesar de que tal
vez no quiera creerme— yo no soy más que la figura de un sueño. Una imagen de
Shakespeare es, con respecto a mí, literal y trágicamente exacta: ¡Yo soy de la misma
sustancia de que están hechos los sueños! Existo porque hay uno que me sueña, hay uno
que duerme y sueña y me ve obrar y vivir y moverme y en este momento sueña que yo digo
todo esto. Cuando ese uno empezó a soñarme, yo empecé a existir; cuando se despierte
cesaré de existir. Y soy una imaginación, una creación, un huésped de sus largas fantasías
nocturnas. El sueño de este uno es tan intenso que me ha hecho visible incluso a los
hombres que están despiertos. Pero el mundo de la vigilia no es el mío. Mi verdadera vida es
la que discurre lentamente en el alma de mi durmiente creador.

3
El perdón

Adolfo Cáceres Romero


Escritor boliviano

Entre brumas, totalmente vestido de negro –terno, camisa, calzados, medias y corbata--,
aparece el anciano a la luz del farol de la plazuela, frente al cementerio. Aguardaba que
abrieran el amplio portón. Ese día madrugó más que el anterior. Le era imposible dormir,
desde la noche en que su esposa cerró los ojos para siempre, sin despedirse ni perdonarlo. A
diario visitaba su tumba, esperando oír su perdón. Tan pronto llegaban las floristas, se reían
y le alcanzaban el consabido ramo de rosas, que él pagaba sin esperar el vuelto. Siempre era
el primero en cruzar el amplio portón. Arrastraba los pies hasta la tumba de su amada
esposa, cambiaba el agua y las flores y le pedía perdón. Perdón por haberle sido infiel toda la
vida, desde cuando eran novios, con su hermana, sus amigas y con cuanta mujer pudo
seducir. Perdón, perdón, repetía, junto a la plegaria que colgaba de sus labios. Perdón y nada
más, para dejarla descansar en paz.

4
El dragón

Ana María Shua


Escritora argentina

El problema es que el dragón no sabe hacer nada. Está demasiado viejo para volar y logra
apenas un patético revoloteo de gallina. Aunque un par de columnas de humo se elevan
débilmente de sus narinas escamosas, ya no es capaz de expeler su fuego vengador. Es
interesante, le dice el director, muy interesante, pero más apropiado para un zoológico que
para un circo. Embalsamado, en su momento, podrá vendérselo por una buena suma a
cualquier museo.

Y el dueño, o tal vez el representante del dragón, se va del circo desalentado, arrastrando
su cansina, una familia de vampiros vegetarianos, un ex-ángel que exhibe torpemente los
muñones de sus alas mutiladas.

5
El circo de los recuerdos

Xavier Blanco
Escritor español

El circo emergía cuando el verano angostaba. Aparecía sin música ni elefantes. No había
magia, tampoco equilibristas. El público acarreaba sus propias sillas hasta la plaza y, como
no tenía carpa ni pista que montar, la función se representaba en la calle. Los vecinos
participaban facilitando los animales: una cabra, un conejo y un par de gallinas. Tío Anselmo,
el gaitero, se soltaba con alguna salmodia, y Marcial, el alguacilillo, relataba historias tristes
de otros tiempos. Nadie oficiaba de maestro de ceremonias y nunca se escucharon risas ni
ovaciones. Decían que el mejor número era uno protagonizado por fantasmas, pero ningún
ser humano pudo verlo. Las campanas tañían a muerto y, finalizada la función, la compañía
se evaporaba. Sin música, sin aplausos, sin nada, y marchaban por el mismo camino por el
que nunca vinieron.

6
La fruta

José Guerrero Ruiz


Escritor español

Aquella tarde andaba perdido en el oleaje de la escritura, no cogía el tono de la melodía, y se


iba por los cerros de Uganda, ubicándose en playas inhóspitas, en un jardín o recinto
plantado de frutales de todas clases, creyendo que era el paraíso bíblico de toda la vida, y
pernoctando en tan ameno lugar, quiso evadirse evocando la voz de Eva y sus artes para
que despertase a Adán de aquella especie de letargo, de larga siesta, insistiéndole que ya
está bien, que se estaba pasando, haciéndole ver que allí no iban a estar de por vida, que
durarían menos que una bolsa de caramelos en la puerta de un colegio. Pero Adán, con un
morro que se lo pisa y adormilado como estaba, no movía un dedo ni daba un palo al agua
del lago que había a la vera de la hamaca donde reposaba. Entonces ella, actuando como
niña traviesa, se tiró de cabeza a las tiernas aguas del lago, rompiendo el hielo de las hojas
que la cubrían.

7
Ajuste de cuentas

Milagro Haack
Escritora venezolana

Arruina y tuerce la piedra de su ignorancia. La vida pasa oculta en el brillo perdido de un


sueño. El frío le alerta sobre la herida, y continúa sentado en la acera, creyendo que la
sangre se había detenido al llegar a la esquina de su casa. Pobre, su sangre continuaba
saltando a chorros como esas cañerías que se rompen y nadie viene a socorrerlas porque
están cerca de su misma gente apestando por muerta. Recordé a Quiroga, será qué piensa
que no le dispararon treinta y tres veces, que parece un colador en medio del callejón, no ve
un sólo agujero en su cuerpo; piensa acaso, regresar junto a su mujer con la caja larga
envuelta en papel de regalo donde está el paraguas nuevo que le había comprado.

8
La máquina voladora

Ambrose Bierce
Escritor estadounidense

Un Hombre Ingenioso que había construido una máquina voladora invitó a un grupo
numeroso de personas a verla subir. A la hora señalada, con todo preparado, el hombre
entró en la máquina y la puso en marcha. El aparato atravesó enseguida el suelo firme sobre
el cual había sido construido y se hundió en la tierra perdiéndose de vista; el aeronauta
apenas logró saltar fuera y ponerse a salvo.

—Bueno —dijo—, he hecho todo lo necesario para demostrar la corrección de mis cálculos.
Los defectos —agregó, echando una mirada al suelo roto— son apenas básicos y
fundamentales.

Tras esa declaración, los espectadores se le acercaron con donativos para construir una
nueva máquina.

9
Traición

Marivell Contreras
Escritora de República Dominicana

La mujer se pasó todo el día ensayando cada frase que le diría y cada palabra con la que
reclamaría el dolor, por los años, el amor, sus ausencias, la traición. En el proceso se sintió
ridícula y se rio de sí misma. También lloró por cada desprecio y humillación que había
soportado. Intentó recordar el último beso que se habían dado. Buscó en las carpetas de las
fotos y no encontró abrazos, sonrisas, complicidades. Se paró en el espejo y solo un alma
desolada, recibió al otro lado. Cuando él entró, ella simplemente salió. No tenían nada que
explicarse.

10
La Cruzada de los Niños I
Gabriela Aguilera
Escritora chilena

El niño aseguró que era un enviado de Dios que le había encomendado recuperar Jerusalén.
Contaba con los dones de la retórica y la elocuencia. Así fue que organizó una cruzada
imbatible destinada a atravesar el continente y caminar entre las aguas para cumplir la
misión divina. Las huellas de los pequeños cruzados iban formando un camino de estrellas
que iluminaba la espesura de los bosques y atemorizaba a las fieras. Luego de que se
embarcaran en el puerto de Marsella, nadie oyó hablar de ellos nunca más. Las malas
lenguas dijeron que el niño profeta era el mismo demonio que no descansa en su empeño de
perder a los crédulos y conducirlos a ahogarse en el mar. Así, su historia se enmascaró en el
cuento de un flautista mágico.

11
La Cruzada de los niños II

Gabriela Aguilera
Escritora chilena

Aunque consiguieron atravesar el mar esquivando a los monstruos que vivían en sus
profundidades y llegaron a la tierra dorada del norte de África, los niños cruzados no
pudieron con los apetitos pederastas de los soldados y los gobernantes. Luego de usarlos,
los hombres los vendieron a reyes africanos que terminaron de desarmar esos cuerpos
estragados para comérselos hervidos en ollones con olivas y especias.

Con los húmeros fabricaron flautas y cada vez que el aire de una boca circulaba por ellas, el
sonido simulaba el llanto lastimero de un niño perdido que deseaba regresar a su hogar.

12
El milagro

Dennis Ávila
Escritora hondureña

Década de los cincuenta: el pueblo está de fiesta y un cable se desprende, dejando sin luz a
todo el parque. Mi padre es un niño de ocho años, y cae al suelo, fulminado por mil voltios. Su
mamá llora hasta perder la memoria. Por aquel tiempo, mi abuelo era un minero: si hubiese
vuelto del fondo de la tierra habría descubierto que uno de sus hijos murió. Mis tíos no pueden
levantar a su hermanito de la muerte; más que llorar, sus lágrimas lastiman. Dos horas
después, cubierto por la resignación, papá despierta. La gente hace un murmullo tan grande
que comienza a llover. El sacerdote promete anunciar el milagro en la misa de las cinco. Los
vecinos guardan el ataúd y regresan a sus guitarras. Mi abuela besa a su hijo como a un río
que vuelve. La fiesta puede continuar.

13
Cuento de la mujer del viejo

Calila e Dimna
Persia, siglo VI

Dicen que un mercader muy rico, pero muy viejo, estaba casado con una mujer muy joven y
hermosísima, a la que él mucho amaba. Una noche entró un ladrón en el palacio del
comerciante, estando éste dormido y su mujer despierta. La mujer tuvo un miedo horroroso
del ladrón, y huyó hasta refugiarse en el lecho de su esposo, al que despertó, abrazándosele
con gran fuerza. El viejo quedó sorprendido, y se dijo: «¿Por cuál feliz motivo tengo a mi
esposa en mi cama y entre mis brazos?». Y entonces vio al ladrón y se dio cuenta por qué su
mujer le había buscado. Y dijo al ladrón:

-Toma cuanto te puedas llevar, y tómalo tranquilamente, porque te debo la dicha infinita de
que mi mujer me haya abrazado...

14
Gentil, pero literal

Eduardo Llanos Melussa


Escritor chileno

Después de declinar varias invitaciones al cine, ella aceptó.


–Espérame un rato en el living mientras me ducho
–dijo cuando pasé a buscarla.
Yo me instalé en el sofá a hojear unas revistas. Allí apareció en bata:
–Quiero echarme un polvo –me dijo, como apelando a mi gentileza.
Partí corriendo a la farmacia y compré unos polvos muy finos, que me sugirió la
farmacéutica. Regresé en cosa de minutos y se los pasé, confiando en que se pondría
contenta.
–Eres gentil –dijo–, aunque demasiado literal.
Yo fui al living a buscar en el diccionario la palabra “literal”…

15
La Biblia por Moisés and Co.

Atribuido a Raymon Queneau


Escritor francés

Utilizando como materia prima el misterioso caos, el supermán Elohim crea en seis horas el
cielo, la tierra y todo lo demás. Inventa, a continuación, un robot, que complementa con una
robot. «Comámosle las manzanas», le dice la robot al robot.

«O.K.», responde el robot. El supermán los destierra, pero ellos se dedican a multiplicarse. El
supermán intenta ahogarlos, pero no lo consigue. Entonces les envía a su hijo que trata de
hacerse pasar por un pequeño robot, pero los demás no tardan en identificarlo gracias a su
agente secreto, el coronel J. Iscariot. Ejecutan al hijo de supermán y lo entierran. Pero el hijo
de supermán con su poderoso hombro levanta la losa de su tumba y vuela. No estaba
verdaderamente muerto.

Nuevos episodios aparecerán muy próximamente.

16
Misántropa
Manuel Llibre Otero
Escritor de República Dominica

Durante años envió cartas con sus románticas preguntas a la columnista del "Consultorio
Sentimental", de la sección Vida Social, del diario local. Tenía casa y profesión, tenía padres,
tenía objetos que otros apenas sueñan tener, pero aun maldiciendo su soledad siempre
dormía sin compañía. El trato directo con los seres humanos le asustaba y le ponía de mal
humor porque creía que era una forma de ser herida en sus sentimientos y de perder el
tiempo. Muchas veces leyó las cartas de esa misma persona pidiendo desesperadamente un
encuentro con algún enamorado, algo que le hiciera compañía y, fiel a sus temores, siempre
se aconsejó lo mismo.

17
Zurda

Alejandra Basualto
Escritora chilena

En el comedor los ojos de la inspectora son cuchillos sobre mi mano izquierda. Viene
amenazante pero la cuchara sigue firme en mi mejor mano.

-Niña, ¡Te he dicho que es mala educación comer con la izquierda! Y los puntitos bajo sus
cejas gotean piedras sobre el plato que se enfría.

-¡Toma la cuchara con la derecha y come!

Obedezco, pero la cuchara se vuelve difícil y los garbanzos manchan mi pechera antes de
llegar a la boca. Además, se me cerró la garganta, no puedo tragar y, por último, esta comida
es mala y no la quiero.

18
La humildad premiada

Julio Torri
Escritor mexicano

En una universidad poco renombrada había un profesor pequeño de cuerpo, rubicundo,


tartamudo, que como carecía por completo de ideas propias era muy estimado en sociedad y
tenía ante sí brillante provenir en la crítica literaria.

Lo que leía en los libros lo ofrecía trasnochado a sus discípulos a la mañana siguiente. Tan
inaudita facultad de repetir con exactitud constituía la desesperación de los más consumados
constructores de máquinas parlantes.

Y así transcurrieron largos años hasta que un día, en fuerza de repetir ideas ajenas, nuestro
profesor tuvo una propia, una pequeña idea propia luciente y bella como un pececito rojo tras
el irisado cristal de una pecera.

19
Lo timó

Anton Chejov
Escritor ruso

En tiempos de antaño, en Inglaterra, los delincuentes condenados a la pena de muerte


gozaban del derecho a vender en vida sus cadáveres a los anatomistas y los fisiólogos. El
dinero obtenido de esta forma, aquellos se lo daban a sus familias o se lo bebían. Uno de
ellos, pescado en un crimen horrible, llamó a su lugar a un científico médico y, tras negociar
con él hasta el hartazgo, le vendió su propia persona por dos guineas. Pero al recibir el
dinero él, de pronto, se empezó a carcajear...

—¿De qué se ríe? —se asombró el médico.

—¡Usted me compró a mí, como un hombre que debe ser colgado —dijo el delincuente
carcajeándose—, pero yo lo timé a usted! ¡Yo voy a ser quemado! ¡Ja-já!

20
El sueño de Gulliver

Alexis Figueroa Aracena


Escritor chileno

Cuando se durmió, el libro cayó de sus manos al piso. Quedo ahí, abierto, reflejadas sus
páginas en el gran espejo del vestidor. El golpe despertó a las dormidas figuras – trazo negro
sobre una tumba de tiza- de la ilustración. Miraron la luz, su reflejo, en la luna de vidrio de la
novela. Luego, en silencio, salieron una a una desde la página insomne. Treparon la cama.
Desde la almohada contemplaron al hombre dormido. Respiraba.

Pausado. Entonces volvieron al libro, por cuerdas. Muchas. Había un hombre montaña en la
cama. Y una labor que cumplir.

21
Baile veraniego sin música

Tomás Camacho Molina


Escritor español

Se conocieron aquella noche de verano en un pueblo que, en verano, era encantador. Hubo
entre los dos una inexplicable atracción. Un entendimiento más allá de las palabras. Bailaron
sin música.

Después del baile las palabras se tejieron bonitas y seductoras, los labios apenas se rozaron
con una fuerza de amor eterno. Fue entonces cuando ella le dijo que, al día siguiente,
marchaba para Finlandia.

Ha seguido siendo uno de los más gratos recuerdos de su vida: unos pocos instantes de
promesa cumplida.

22
Decisiones

Ricardo Sumalavia
Escritor peruano

Si decides bajar por las escaleras, debes estar prevenida de que él estará allí. Son
únicamente tres pisos. No es demasiado, pero sí lo suficiente para el encuentro. Es cierto
que podrías avistarlo desde arriba. El uniforme que suele llevar es espantoso y no hay duda
de que lo reconocerías apenas verlo. Y está, además, esa arma que lleva al cinto. Podría
haberla colocado dentro de su funda de cuero negro, que para eso se la han dado en su
destacamento, pero sabes que él prefiere que todos la vean. Incluso puedes afirmar que él
cree que su arma hace juego con ese bigotillo que lleva desde hace unas semanas.

Bueno, si tomas esa decisión, baja, pasa delante de él. Seguro no dirá nada, quizás no esta
vez. Poco sabemos de su oficio, o de su naturaleza.

23
El grafógrafo

Salvador Elizondo
Escritor mexicano

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo
verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me
veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo
viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que me veía
escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que
escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría
escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que
escribo.

24
Extremas

Sandra Bianchi
Escritora argentina

Es sutil y misteriosa. La veo sentada en una gran roca, tan abstracta y femenina, con su
larga cabellera rubia. La veo mirando la inmensidad del mar, que es su casa. Conoce cada
lecho de aguas, cada pozo, cada ola. Me pregunto si tiene nostalgia de ser humano o es feliz
con su cola de escamas brillando al sol.

Me mira, cree que soy misteriosa. Me ve parada en la costa, tan concreta y femenina, con mi
larga cabellera negra. Me ve mirando la inmensidad del mar que también es mi casa.
Conozco cada acto fallido, cada negación, cada lapsus. Se pregunta si tengo nostalgia de ser
sirena o si soy feliz con mis piernas torneadas dorándose al sol.

25
Parto

Ryunosuke Akutagawa
Escritor japonés

Se detuvo en la puerta corredera y miró desde arriba cómo la comadrona, que todavía
llevaba la bata blanca de operaciones, limpiaba al recién nacido. El bebé, cada vez que le
entraba jabón en los ojos, arrugaba la cara tiernamente. Además, lloraba con una voz muy
aguda. Mientras notaba un olor que le recordaba al de una cría de ratón, no pudo evitar que
royeran su mente ciertas ideas filosas y profundas… ¿Para qué habrá venido este crío al
mundo? ¿A este mundo lleno de dolor?… ¿Por qué le habrá tocado la carga de tener a un
padre como yo?

Se trataba del primer niño al que daba a luz su esposa.

26
Amsterdam 2…

Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Escritor boliviano

Flora me llamo, y recojo con cucharilla los restos de mi amado. Ha desaparecido, como el
unicornio, y creo que la pañoleta que cubría su frente ocultaba el marfil del cuerno que brilla.
La policía me expulsa; estoy contaminando las pruebas… Guardo un pingajo apresurado en
el bolsillo del jean. Apenas entra. Cuando retorno a casa una mancha señala lo poco que
quedó de él. Lo nada que quedó de ti.

Lavo las manos. Beso tu sangre que se va disuelta. En un botellón de alcohol, demasiado
amplio para tu poca carne, te dejo, al lado de la lámpara, cerca de la ventana. Así por la
mañana te da el sol.

27
La pérdida

Saraybel Jiménez
Escritora venezolana

En la entrada de la funeraria y de la mano de su madre, la chica recibía cada saludo y abrazo


de condolencia que le era ofrecido con la mejor predisposición. Pero en realidad la mitad de
esas personas no le eran cercanas y la otra, un grupo de completos extraños. A juzgar por la
convocatoria, su padre era más querido fuera de casa que dentro.

Este pensamiento le produjo una risa nerviosa que, poco a poco, mientras la madre más la
retaba, se iba convirtiendo en una sonora carcajada.

Más tarde, sentada en una solitaria silla al fondo del salón, pensó que si bien este episodio
había sido involuntario al menos la había dejado fuera del protocolo de recibimiento. Ya
ningún desconocido la volvería a abrazar; aunque ciertamente su padre tampoco.

28
Eterno deseo

Pilar Alejos
Escritora española

Al apagar la vela, pide el mismo deseo todas las noches desde que su casa quedó tan fría y
vacía como sus bolsillos. Ahora, solo conversa con la soledad y el hambre que le grita desde
su estómago. Sueña que al despertar todo habrá sido una pesadilla, ella amanecerá a su
lado, se escuchará la risa de sus hijos y la vida se vestirá de esperanza tras la puerta. Al
abrir sus ojos, una vez más, se ahoga de realidad entre bocanadas de ausencia.
Se siente abatido, ya no le queda nada. Esta vez, decide que la dejará encendida, junto a la
ventana abierta. Cuando la brisa haga revolotear sobre la llama las cortinas, él será libre.
Entre volutas de humo jugará a la ruleta rusa con la oscuridad…

29
Camélidos

Juan José Arreola


Escritor mexicano

El pelo de la llama es de impalpable suavidad, pero sus tenues guedejas están cinceladas
por el duro viento de las montañas, donde ella se pasea con arrogancia, levantando el cuello
esbelto para que sus ojos se llenen de lejanía, para que su fina nariz absorba todavía más alto
la destilación suprema del aire enrarecido.
Al nivel del mar, apegado a una superficie ardorosa, el camello parece una pequeña góndola de
asbesto que rema lentamente y a cuatro patas el oleaje de la arena, mientras el viento
desértico golpea el macizo velamen de sus jorobas.
Para el que tiene sed, el camello guarda en sus entrañas rocosas la última veta de
humedad; para el solitario, la llama afelpada, redonda y femenina, finge los andares y la gracia
de una mujer ilusoria.

30
La vida entera

Paola Mireya Tena


Escritora mexicana

La bala abandonó el cañón del fusil, y mientras avanzaba lenta hacia el condenado, le dio
tiempo de huir ayudado por el pequeño grupo de rebeldes junto a los que se había levantado
en armas. Se escondió en una aldea cercana, raptó a la ahijada del cura y lo obligó a
casarlos, después de jurarle amor eterno. Escaparon montados en el caballo robado al
alguacil y pasaron por campesinos en un pueblo donde no les hicieron preguntas. Le
pusieron una azada en una mano, pero con la otra cogió un saco de monedas de oro que
encontró bajó el colchón de la viuda dueña de la finca, y se pagó el barco hacía el otro
continente, donde fue traficante de esclavos. Se enamoró de una mulata fuerte que lo llenó
de hijos a los que les contaba historias increíbles de guerra y sangre, y murió de viejo en los
brazos oscuros de su mujer, casi sin sentir la bala que le atravesaba limpiamente la frente,
mientras el pelotón de fusilamiento lo veía caer, con una sonrisa en los labios, viviendo lo
que no iba a ser.

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