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Gustavo A. Beade - Inculpación y Castigo - Editorial UP PDF
Gustavo A. Beade - Inculpación y Castigo - Editorial UP PDF
Comencé estas líneas a las pocas horas de enterarme de que un vecino se había
colgado de una de las barras metálicas de las escaleras del edificio. Terminó despa-
rramado por las gradas cuando la cuerda cedió a un peso considerable. Lo conocí
a través de los encuentros esporádicos y cordiales que mantuvimos unos cuantos
años; también –por casualidad- conocía a algunos de sus parientes cercanos. Por
eso, la noticia del hallazgo del cuerpo por una prima o una tía suya no sólo fue
sorpresiva; también me entristeció. No fui el único. El lúgubre episodio produjo una
sensible conmoción entre sus conocidos. Aparentaba ser un hombre solitario pero
no parecía costarle sonreír ni entablar conversaciones por triviales que fuesen. Era
robusto y practicaba gimnasia regularmente. Lo vi hacerlo unos pocos días antes
de su muerte. Parecía saludable. Según la opinión de sus allegados, carecía de las
necesidades que comúnmente angustian a la gente y lo entusiasmaba el estudio de la
política y la economía, temas sobre lo que publicó algunos libros. Al conversar con
la gente que lamentaba su muerte, escuché repetidamente opinar que su final sólo
era explicable a través de una aguda depresión aunque probablemente no hubiese
sido –pensaron- más que una condición pasajera.
Es sabido que estos estados se apoderan de nosotros por períodos que pueden ser
permanentes. Es muy común, sin embargo, que sólo se trate de experiencias breves.
A veces, alcanzan la forma de una desesperante desorientación que una charla, una
risa compartida o, finalmente, un medicamento, disipan sustancialmente. Es dable
presumir que, en el caso de mi vecino, sólo se tratase de una breve visita aunque nos
cause un agudo temor a no lograr liberarnos nunca de su poder y la ansiedad nos
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
tienta, no sin miedo, a terminar. El novelista Ian McEwan describe esos “estados
brutos…en que todas las cosas buenas de la vida se desvanecen ante nuestra vista…”1
Esa muerte desgraciada me forzó a recordar historias de suicidas y no pude
evitar entonces sino recordar vívidamente a Ken Feinberg o Feinstein, un ex policía
de Los Angeles dedicado durante años a evitar suicidios. Hace ya más de un década,
Ken tuvo la paciencia de escucharme un par de charlas que pronuncié en Boulder,
Colorado, donde él residía. En su cara prevalecía un sustancial bigote rubio ya
encanecido. Era un hombre de unos sesenta y algo, llamativamente macizo y medía
más de seis pies. Con una amplia sonrisa, me hizo unas señas con la mano para
que lo esperase a la salida del edificio de la universidad. Cuando caminamos lado
a lado, declaró sin ninguna vuelta que algunas de las ideas que yo había expuesto
le interesaron. No que lo hubiesen convencido. Aclaró: eso no. Quería sí debatirlas
porque despertaron en él suficiente curiosidad. Aunque con un tono jovial y amistoso
discutió con argumentos inteligentes y claros de modo que la charla me pareció más
que entretenida, lúdica. Me sorprendió que me confiara su intención de saber más
acerca de mí. Le interesaba saber qué temas me ocupaban y si proyectaba escribir
algo. Tras charlar unos minutos, no vacilé en aceptar su invitación a almorzar en
su casa, algo alejada de la ciudad. Allí conocí a su mujer, una psicóloga de Chica-
go y me rencontré con Kellie Masterson, amiga de ambos y correctora principal
en Westview Press, una conocida editorial de Boulder. Comimos los cuatro en la
terraza de su casa frente a montañas rojizas.
Casi al final del almuerzo, y a pedido de Kellie Masterson, Ken propuso relatarnos
algunos episodios de lo que lo fue la actividad que logró fascinarlo más que cualquier
otra en su historia. Antes de su retiro y después de mudarse a Boulder, Ken había sido
durante unos treinta años oficial en el Departamento de Policía de Los Angeles. De
estos años, dedicó la mayor parte de su actividad a la función de impedir suicidios.
Esta especialidad, comentó, era simplemente un castigo para cualquiera de sus com-
pañeros. Para él, fue la misión que le dio pleno sentido a su vida. El trabajo era muy
riesgoso y escasamente afín a las tareas habituales de sus colegas que patrullaban las
calles, perseguían sospechosos o tomaban declaraciones en cualquier precinto de la
ciudad. Ken era de origen judío y atribuyó su elección para realizar los salvatajes a la
sospecha de que los oficiales con mayor jerarquía en el Departamento de Policía de
Los Angeles eran casi todos corruptos. Compartían todos el prejuicio y la propensión
a la discriminación racial y cultural. En el Departamento abundaba la homofobia, el
desprecio por sus camaradas hispanoparlantes y negros.
1
Ian McEwan, Nutshell, Doubleday, 2016 p. 140. Traducción propia.
6
Prólogo
7
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
8
Prólogo
9
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
cente, al menos para el grupo de casos que la primera teoría no nos permitió su
aplicación. Pero esto último deja ya de ser un dogma para transformarse en meras
creencias inestables como lo son las interpretaciones en general.
Es por las razones que acabo de exponer que aplaudo el esfuerzo de Gustavo
Beade por haberse lanzado al mundo inagotable de la filosofía del Derecho Penal.
Esta nos conminaría a tomar el caso de Ken para examinar el universo de cuestiones
que giran alrededor del derecho moral a suicidarse, de salvar a un suicida, reflexivo
o irreflexivo. La necesidad y límites de acciones paternalistas como las que realizaba
Ken y también bañeros y policías que sancionan a los motociclistas sin casco protector.
No hay tema importante del Derecho Penal que no exija salir de las murallas guar-
dianas de la dogmática para pensar con mayor libertad y esto es lo que se propone el
autor del libro que ahora prólogo de un modo inexcusablemente extenso. La noción
del justo castigo que no puede eludir un filósofo del Derecho Penal, por ejemplo,
abre un campo e inagotable de reflexión y debate. Es por esa razón que los grandes
filósofos como Kant, Bentham, Schopenhauer y Nietzsche se ocupan de algunos de
los temas centrales. George Clemenceau una vez dijo que la guerra es demasiado
importante para dejársela a los generales. De la misma manera, el castigo y los temas
circundantes, son demasiado centrales a nuestro mundo comunitario para confiársela
a los dogmáticos penales. Me entusiasma el esfuerzo de mi amigo, el autor de este
libro, y cuya lectura recomiendo a quienes se interesen por las cuestiones vinculadas
a la cultura y al lugar que ocupa el castigo en su propia entraña.
10
Capítulo 1
La reapertura de los juicios contra los militares luego de que la CSJN declarara
inconstitucional a las leyes de obediencia debida y punto final (en el fallo “Simón”)
ha generado debates sobre la conveniencia de retomar el camino interrumpido por
estas normas dictadas en 1987. Las opiniones en torno a esta posibilidad son varia-
das. Mientras que algunos de los críticos señalan las dificultades intrínsecas de los
juicios penales para averiguar la verdad, otros afirman que los procesos penales y el
derecho penal no sirven para reconstruir las bases de una comunidad democrática
luego de las violaciones a derechos humanos y el horror atravesado. Sin embargo,
estos argumentos, en contra de los juicios, no me parecen persuasivos. Creo que
hay razones para defender y justificar los juicios penales y los eventuales castigos
para quienes cometieron estos delitos. Mi propósito en este ensayo está dirigido a
discutir alguna de esas críticas y defender, modestamente, algunos aspectos de los
juicios penales y de un tipo de castigo retributivo.
En la primera parte de este trabajo me ocupo de criticar estas propuestas alternati-
vas y ofrecer una justificación para la continuidad de los juicios penales en Argentina.
Creo que, en nuestro contexto, los juicios penales tienen una importancia que no es
valorada por estos comentaristas. Mi objetivo es, en primer lugar, destacar el valor
de los juicios penales. En segundo lugar, intento argumentar que, de acuerdo a las
circunstancias que nos tocaron vivir, no es posible pensar en una alternativa al castigo
criminal. Desde la reapertura de los juicios de lesa humanidad, los juicios penales
han sido criticados porque, según una opinión corriente, sólo pretenden satisfacer los
deseos de venganza de las víctimas y sus familiares. Este cuestionamiento se basa en
la idea de que estos procesos son puramente retributivos, i.e., que sólo tienen como
19
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
finalidad imponer un mal contra todos aquellos que causaron males previamente. Esta
afirmación se refuerza con la idea de que, si seguimos este criterio, los juicios penales
contra los militares y sus partícipes no van a concluir en mucho tiempo. La extensión
de estos procesos de inculpación y condena, dicen estos críticos, sólo contribuirá a la
profundización de la brecha que divide, desde hace tiempo, a nuestra comunidad.
Creo que esta caracterización de la finalidad de los juicios de lesa humanidad y, en
particular, del retribucionismo es equivocada. En la segunda parte de este trabajo
me encargo de cuestionar algunas de estas afirmaciones sobre el castigo retributivo
e intento mostrar que esta tesis tiene más funciones que las de devolver un mal.
20
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
grado mayor de verdad por sobre la justicia que obtenemos de los juicios y castigos
penales. Mientras los juicios penales son ineficaces para conseguir la información,
que nos permitiría acercarnos a la verdad de lo ocurrido durante la dictadura, las
comisiones de la verdad se acercan bastante más a este ideal.4 Según este argumento,
la información que pudiera obtenerse mediante la participación de los perpetradores
en las comisiones de la verdad sería importante para conducirnos a encontrar a los
desaparecidos y entender las razones de las acciones militares. La escasa información
obtenida durante los juicios penales y la aparente distancia que existe entre las con-
denas y la verdad, a la que aspiran estas críticas, debilitan la opción del castigo. Sin
embargo, algunas decisiones de tribunales internacionales5 han intentado desterrar la
posibilidad de recurrir a comisiones de la verdad asegurando que es necesario evitar
la impunidad de violaciones a derechos humanos como las ocurridas, por ejemplo,
en Uruguay. Según estas sentencias, la impunidad sólo se evita mediante el juicio y
el castigo de quienes fueron responsables de esas perpetraciones.6
Creo que la reconstrucción de la memoria de la comunidad puede alcanzarse
de distintos modos. Sudáfrica ha sido una muestra de que esto puede ocurrir, satis-
factoriamente, mediante las creación de comisiones de la verdad. Uruguay también
es un buen ejemplo para considerar que los juicios penales no son la mejor solución
para rever su pasado.7 Sin embargo, pienso que las experiencias comparadas, e.g.
las comisiones de la verdad, nos sirven sólo para pensar aquello que podría imple-
mentarse complementariamente en nuestro país, o en otras ocasiones. No creo que
los juicios penales y los castigos sean la única opción para resolver cuestiones de
pasados turbulentos. Entiendo que los juicios penales en Argentina no deberían
4
Hilb (2013: 93-94).
5
Por ejemplo el caso “Gelman” decidido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
6
Una gran cantidad de trabajos críticos sobre esta jurisprudencia internacional puede encontrarse
en Pastor (2013).
7
Allí, la Ley Nº 15.848, de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (“Ley de Caducidad”)
que fue promulgada el 22 de diciembre de 1986 impedía que fueran llevados a juicio quienes habían
cometido graves violaciones de derechos humanos durante la dictadura militar. El 2 de mayo de 1988, la
Suprema Corte de Justicia (SCJ) uruguaya se pronunció respecto de la Ley de Caducidad y sostuvo su
constitucionalidad. Con posterioridad a esta ratificación judicial, la ley resultó puesta bajo escrutinio popular
en dos oportunidades: la primera, a través de un referéndum, organizado por una Comisión Nacional Pro
Referéndum creada en 1987. El escrutinio se realizó en abril de 1989 y con él se propuso derogar los
primeros 4 artículos de la Ley de Caducidad. La ley, sin embargo, fue sostenida por el 56,65% de los
votos. Años después y ya con el Frente Amplio en el poder, la ciudadanía llegó a juntar 340.000 firmas
(más de las 260.000 necesarias) para hacer un plebiscito sobre la norma objetada. El plebiscito se terminó
realizando el 25 de octubre del 2009 y en él se propuso anular y declarar inexistentes a los primeros 4
artículos de la Ley 15.848. Los votos a favor de la invalidación de la Ley llegaron aproximadamente al
48%, con lo cual mantuvo su vigencia.
21
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
ser reemplazados por otras alternativas. Nuevamente, creo que cada lugar debe
poder decidir cuál es la alternativa más plausible, y adecuada, para sus propias
circunstancias.8 Me parece que los juicios son la opción elegida por Argentina y es
necesario defenderlos y mejorarlos. Este es el argumento que voy a sostener durante
el trabajo. Sin embargo, antes me ocupo de criticar las versiones que, enfáticamente,
cuestionan los juicios penales y defienden opciones como las de Sudáfrica.
Uno de los argumentos más sólidos sobre la conveniencia de continuar con los
juicios penales está en el trabajo de Claudia Hilb. Desde una visión retrospec-
tiva, Hilb afirma que haber optado por los juicios penales implicó sacrificar la
posibilidad de acercarnos a la verdad.9 Esta afirmación tiene muchas derivaciones
posibles. Particularmente, el argumento que me interesa reconstruir es el siguiente:
según dice Hilb, el establecimiento de juicios penales es el antecedente más claro
del silencio de los perpetradores. Es la amenaza del castigo, implícita en los juicios,
lo que condicionó y obligó a los militares a guardar un silencio absoluto desde el
regreso de la democracia. Además, la posibilidad de que los militares pudieran
autoinculparse durante el proceso era un precio demasiado elevado que nadie qui-
so pagar. Hilb intenta reforzar su argumento citando el caso de Adolfo Scilingo.
Luego de las leyes de obediencia debida y punto final y del indulto decretado en
1990, Adolfo Scilingo, en una entrevista con el periodista Horacio Verbitsky, relató,
de un modo detallado, su intervención en los llamados vuelos de la muerte, en la
que desde aviones de la Armada, prisioneros con vida, fueron arrojados al mar. La
imposibilidad de ser juzgado en Argentina, no impidió que el juez español Baltazar
Garzón lo citara a declarar en España donde luego fue condenado a seiscientos
cuarenta años de prisión por la comisión de crímenes de lesa humanidad.
La condena de Scilingo en España, sirvió para disuadir a cualquiera que pudiera
intentar un camino similar. Pese a que en nuestro país la condena fue celebrada,
según Hilb, esto impidió que otros involucrados pudieran continuar aportando
8
Esto implica que defiendo decisiones como las de Uruguay, ver Malamud Goti & Beade (2016). Admito
que estoy simplificando, quizá demasiado, procesos políticos muy complejos que, difícilmente pudiera
explicar en detalle. Sin embargo, mi argumento pretende mostrar que, debido a lo dificultoso y complejo
que resultan los procesos transicionales, no existe una única solución correcta para todos los casos.
9
Hilb (2013:94). Si bien, también reconoce que en Sudáfrica la opción por las comisiones por la
verdad supuso la pérdida de cierto grado de justicia,
22
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
10
Este argumento es diferente al que plantea, en un trabajo reciente, Claudio Tamburrini. Según
Tamburrini, la avanzada edad de los perpetradores y la nula información obtenida en los juicios sobre
el destino de los desaparecidos nos obligaría a iniciar negociaciones con los militares enjuiciados. Con
más detalles ver Tamburrini (2010).
11
Es posible recordar las intervenciones de Massera y Etchecolatz en televisión defendiendo su
participación en lo que llamaban “una guerra”. También los comentarios de Julio Simón en algunos
programas sobre distintos asuntos del país.
23
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
tenemos razones para resignar esta ideal a cambio de la incertidumbre que se percibe
en su planteo. Incluso, aún si compartimos el ideal de verdad que defiende Hilb, su
implausibilidad nos debería llevar a pensar en el ideal de justicia, al menos como un
segundo mejor ¿Por qué descartar los juicios penales y el ideal de justicia tan rápido?
Hilb le atribuye al castigo penal la responsabilidad por el silencio de los perpe-
tradores. Quizá esto se deba a una interpretación del castigo retributivo demasiado
cercano a la venganza. Así, este razonamiento sólo tiene en cuenta el mal que de-
volvemos a los perpetradores por el mal causado.12 De esta tesis de la retribución
no se desprende ningún beneficio para el resto de la comunidad. Creo que esta
interpretación es limitada y me encargo más adelante de cuestionarla. Por otra parte,
en el argumento de Hilb está escondida la verdadera razón del silencio. Antes de
referirse a la situación de Scilingo, Hilb dice: “¿Quién, de entre los militares o sus
cómplices, estaría dispuesto a pagar el precio no sólo del ostracismo entre sus pares,
sino de su propia inculpación”?13 Creo que la primera parte de la pregunta es la que
responde, correctamente, al interrogante sobre el silencio de los perpetradores. Es el
miedo al ostracismo, al cuestionamiento entre sus pares, lo que obliga a los militares
a permanecer en silencio. Quizá, sólo es posible entender este tipo de comportamiento
dentro del contexto de instituciones verticales y jerárquicas como las fuerzas arma-
das. Sin embargo, creo que es posible pensar en la importancia que tiene el honor
en comunidades como las nuestras.14 Cuando apreciamos el compromiso “contra
la lucha subversiva” que tuvieron las fuerzas de seguridad durante la dictadura es
posible entender un poco más las razones de su conducta: por un lado, nadie quiere
ser deshonrado por sus camaradas. Nadie esta dispuesto, en ningún contexto, a ser
acusado de traidor.15 Por otra parte, es probable que muchos de los miembros de las
fuerzas de seguridad que intervinieron en la dictadura, aún crean que hicieron lo
correcto. Vuelvo sobre este último punto en la sección siguiente.
La incertidumbre que se vislumbra en los buenos deseos de Hilb, y de muchos
otros, debilitan severamente su argumento. Las probabilidad de que acusados o
condenados brinden información o revelen su participación parece remota. Tam-
poco es convincente la idea de que hubo un momento en el que estaban dispuestos
a decir algo. Sin embargo, el planteo de Hilb es bastante más complejo que lo que
acabo de presentar. Me ocupo de otra parte importante de sus ideas en lo que sigue.
12
Asi, por ejemplo, esta caracterización en Böhmer (2014:122-123).
13
Hilb (2013: 98).
14
Un argumento similar es desarrollado en Malamud Goti (2008).
15
Ver por ejemplo la discusión en torno al “traidor a la patria” que establece la Constitución Nacional.
Malamud Goti (2016); Sancinetti (2004).
24
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
Otro argumento que emplea Hilb para cuestionar la relevancia de los juicios
penales, es que el castigo obtura la eventualidad del perdón, del arrepentimiento y
de la reconciliación porque no excluye la posibilidad de asumir la responsabilidad.
Según Hilb, en los juicios penales, la intervención del acusado perjudica sus propios
intereses. Cualquier relato o descripción de hechos que ofrezca el acusado sólo logran
aumentar su culpabilidad y su posterior castigo. Hilb tiene razón en destacar las
limitadas posibilidades que tienen los juicios penales actuales para favorecer la inter-
vención en el proceso de los acusados. El modo en que pensamos los juicios penales
tiene la acotada finalidad de determinar si alguien es culpable o inocente. No entran
en juego otras consideraciones al momento de enjuiciar a alguien penalmente. Tengo
la impresión de que para pensar cuál debería ser la finalidad de los juicios penales
hay que tener alguna mínima idea de las razones por las cuales vamos a castigar a
alguien.16 Creo que, dentro de un contexto democrático, castigar a otro tiene como
una de sus finalidades reincorporar al ciudadano a la comunidad a la que pertenece.
Debemos intentar recuperar lo más rápido posible a un individuo que cometió un
error. Para eso, es necesario, inter alia que quien recibe el castigo efectúe un aporte
para lograr reconciliarse con el resto de la comunidad arrepintiéndose de lo que hizo.
El juicio penal debería ser el momento indicado para que el acusado explique el
hecho por el que se lo acusa, brinde razones que justifiquen su comportamiento y
también información útil para aclarar lo que ocurrió. El juicio también debería ser el
momento en el que, luego de reflexionar acerca de lo que hizo, el acusado se arrepienta
de su conducta. No intento con esto sugerir que debemos construir obligaciones legales
que exijan el arrepentimiento ni la confesión; tampoco creo que debamos obligar al
acusado a colaborar con la investigación. En cambio, pienso que debemos establecer
normas morales que construyan en nuestras comunidades democráticas la obligación de
arrepentirse por las lesiones que causamos contra intereses de nuestros conciudadanos.
La censura y el reproche de las conductas prohibidas son dos actos que se concretan
cuando llamamos a alguien a rendir cuentas en un juicio. Cuando un acusado acude a
rendir cuentas ante sus pares, tiene la oportunidad para reconocer sus errores y aclarar
lo que desea aclarar. También es el momento en el que un acusado pueda enfrentar
a testigos y víctimas del hecho que cometió. Esta circunstancia también le permitiría
16
Esto, nos advierte Victor Tadros, es una de los problemas más antiguos y complejos de la filosofía
del castigo. Ver Tadros (2011).
25
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
reflexionar sobre lo que hizo. De nuevo, creo que los juicios podrían tener esa misión.17
Pero volvamos por un momento al argumento de Hilb. La pregunta que habría
que responder se vincula con las obligaciones que tenemos en una comunidad para
poder lograr la reconciliación luego del horror. Hilb cree que los juicios penales son
un obstáculo para la reconstrucción de la comunidad. Su argumento es que no es
posible reconciliarnos con la amenaza del castigo de por medio. Tengo la intuición
contraria: creo que sería difícil reconciliarnos si, al menos, no hubiera un reproche de
por medio. Sería extraño pensar que alguien pudiera venir a mi casa, romper todo lo
que encuentra a su alcance, y yo sólo atinara a decir “destrozaste mi casa, pero no te
culpo por ello”. La inculpación es la base que constituye a nuestras comunidades.18
Las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura militar hacen
aún más complejo entender correctamente el argumento de Hilb. Si bien, ella podría
decir que hubo juicios y castigos en los juicios a los comandantes de 1985 y que estos
nuevos juicios no son conducentes para los objetivos que tendríamos que tener ahora, i.e.
averiguar la verdad, creo que hay razones para pensar lo contrario. Vuelvo sobre algo
que mencioné en el apartado anterior. Si durante el período en el que los perpetradores
no estuvieron amenazados por el castigo penal sólo intentaron reivindicar aquello que
hicieron, y desconocieron los juicios y los testimonios de las víctimas, creo que tenemos
una razón para pensar que abandonar estos juicios es muy similar a garantizarles un
grado elevado de impunidad. Por otra parte, me interesa preguntarme: ¿qué razones
tenemos para reconciliarnos con aquellos que creen que hicieron lo correcto?
La reconciliación requiere que quienes están enfrentados dejen de lado sus po-
siciones y logren un acercamiento. Esto no siempre es sencillo. De nuevo, creo que
los crímenes de los que estamos hablando requieren de algo más que “poner la otra
mejilla”. En un trabajo reciente, Martín Böhmer afirma que la reconciliación es un
intento de que los ciudadanos se encuentren en un espacio que existe entre la culpa
y la vergüenza.19 La culpa es de quien causó daños severos y la vergüenza es de las
víctimas que sufrieron esos ataques. Según Böhmer, para que esto pudiera funcionar,
las víctimas deben estar convencidas de que las disculpas del perpetrador son sinceras
y que la descripción de los hechos ilegales es verdadera. El perpetrador debe tener
la certeza de que la víctima no busca vengarse y que, al menos, va a considerar su
arrepentimiento como un acto sincero o cercano. La explicación de Böhmer tiene el
17
Desarrollo un poco más este argumento en el capítulo 3.
18
Contrariamente a lo que defienden autores como Carlos S. Nino creo que la importancia del
reproche en comunidades como las nuestras es central para pensar la justificación del castigo. Presento
este argumento con más detalles en el capítulo siguiente.
19
Böhmer (2014:125).
26
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
27
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
vincula con el hecho de que luego de que una persona es condenada criminalmente,
su reincorporación a la comunidad debe ser total y su situación debe retrotraerse al
momento anterior al castigo. No hay deudas pendientes entre nosotros (comunidad
y ofensor) que posibiliten algún tipo de trato diferente. En ese sentido, el arrepenti-
miento y la reconciliación deberían ser obligaciones morales de todos los miembros
de una comunidad. En otras palabras, así como el ofensor debería arrepentirse, si
esto ocurre, la comunidad debe reconciliarse con él. Sin embargo, y como ocurre en
este caso, sin arrepentimiento de los perpetradores no hay reconciliación posible.22
22
Para más precisiones ver el capítulo 3.
23
En este apartado intento responder a las preguntas que se hace Böhmer (2014: 135) en su trabajo.
24
Este argumento está Nino (1996).
28
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
25
Dejo de lado aquí las leyes de obediencia debida y punto final porque creo que respondieron, en
algún modo al plan original ideado por Nino y Malamud Goti: limitar la responsabilidad sólo a los altos
mandos de las fuerzas armadas. En este sentido, ver Malamud Goti y Entelman (1987).
29
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
grandes problemas que no puedo enfrentar aquí. Sin embargo, por el momento, esto
es sólo una posibilidad. No hay una cantidad importante de civiles involucrados
en los juicios en curso. Por otra parte, aún si hubiera una cantidad incalculable de
civiles esa no es, a priori, una razón para no avanzar con nuevas investigaciones. Si
ese hubiera sido el criterio en 1983 no hubiera habido ningún juicio penal. Lo que
si creo que es que hay que determinar concretamente quien participó en la comisión
de un delito y quien no. Empero, esto no deja de ser algo complejo.
La venganza no ha sido el motivo que origina estos nuevos juicios. Creo que,
como señalé anteriormente, la interrupción del cumplimiento de las condenas a través
del indulto y las conductas de los condenados al ser liberados contribuyeron con la
necesidad de refirmar que aquellos eran delitos que no podemos olvidar. Vengarse
hubiera implicado tomar medidas de otra índole. Es cierto que el castigo conlleva
sentimientos de venganza que no podemos explicar.26 Sin embargo, defender un tipo
de castigo retributivo, no necesariamente implica basarse con exclusividad en estos
sentimientos. Creo que es posible pensar el castigo retributivo en otros términos.
Me encargo de presentar esta tesis en lo que sigue.
5. Castigo y retribución
Existen muchas razones para pensar que la imposición de un castigo penal a otro,
sólo es un acto de venganza en el que el Estado interviene para garantizar cierto
grado de proporcionalidad, i.e. asegurar que no ocurran castigos desmedidos. En su
forma más cruda, la máxima “ojo por ojo diente por diente” expresa nuestra intuición
de que quienes sufren un daño causado por otro tienen el derecho de reconducir el
sufrimiento que padecen adonde éste se originó.27 La teoría del castigo que mejor
representa ese ideal es el retribucionismo. Según los manuales y los textos con los que
estudiamos la retribución, en su versión más conocida (la versión kantiana), implica
la devolución de un mal a ese mal causado previamente.28 Esta modalidad faculta
al Estado a castigar al delincuente y le impone el deber de hacerlo de acuerdo con
(y en la medida de) su culpabilidad. Esta versión kantiana se basa en el principio
de igualdad entre las personas que obliga al Estado a tratarlos según se lo merecen
26
Mackie (1982).
27
Malamud Goti (2000: 496).
28
Así, e.g. en Kindhäuser (2011:2/9).
30
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
29
Malamud Goti (2000: 494-6).
30
Malamud Goti (2000: 496). Por otra parte, Marcelo Sancinetti, critica el argumento de Malamud
Goti y piensa que la visión kantiana puede ser compatible con el derecho de la víctima de coadyuvar
en lograr la punición del ofensor. Afirma que la pena estatal es un acto público y señala que “se trata
de la refirmación de la norma como modelo de orientación del contacto social y, por ello, el eventual
deseo de la víctima de poner la otra mejilla no puede cancelar el derecho de todos a que hechos de esa
naturaleza sean retribuidos. Agrega que la norma quebrantada por el delito está fijada de modo general
y la reacción contra su quebrantamiento, también; por lo tanto, los modos diferentes en los que pudiera
reaccionar la víctima son indiferentes, ver Sancinetti (2004: 814).
31
Malamud Goti identifica esta confusión en los fundamentos del fallo “Simón” de primera instancia
que declaró la inconstitucionalidad de las leyes conocidas como Obediencia Debida y Punto final, en
Malamud Goti (2000: 494-9).
32
Esta idea está en Husak (2013).
33
Husak (2013: 4).
34
Así, por ejemplo Alexander & Ferzan (2009) y Moore (1997). Críticamente Husak (2016).
31
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
35
Tadros (2011).
36
Feinberg (1970:58). Una explicación adicional puede verse en: Kleinig (2011:50-51).
37
Intento señalar algunos de los problemas del merecimiento en Beade (2016). Algunas críticas en
otra dirección pueden verse en Tadros (forthcoming). Una crítica más general en Tadros (2011).
32
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
33
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
40
Un análisis sobre algunas de estas emociones reactivas en Wallace (2014).
41
Strawson (2008).
42
Mackie (1982). Sin embargo creo que la venganza no ha sido el motivo que originó estos nuevos
juicios. Como señalé anteriormente, la interrupción del cumplimiento de las condenas a través del indulto
y las conductas de los condenados al ser liberados contribuyeron con la necesidad de refirmar que
aquellos eran delitos que no podemos olvidar. Vengarse hubiera implicado tomar medidas de otra índole.
34
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
Primero creo que es necesario efectuar una aclaración previa. Creo que para
definir los contornos de la responsabilidad penal debemos tomar como punto de
43
De hecho, existen filósofos como R. Jay Wallace que entienden que incluso determinados vínculos
como la amistad están constituidos, en parte, por patrones de interdependencia emocional y vulnerabilidad.
Con más detalles en Wallace (2011). Intenté defender un argumento similar en Beade (2015).
44
Tadros (2011: 25).
45
Tadros (2011: 26).
46
Husak (2013).
35
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47
Bennett (2013: 78).
48
Bennett (2013:76-77).
49
Esta distinción en Malamud Goti & Beade (2016).
50
Una inculpación amplia constituyó el objetivo original en la Argentina de la Comisión Nacional por
la Desaparición de Personas (CONADEP), cuyo mandato formal estuvo restringido a la averiguación del
destino de las personas desaparecidas. En realidad, el decreto del Poder Ejecutivo que creó la CONADEP
especificó que determinar la responsabilidad estaba más allá de los deberes de la Comisión.
36
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
37
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
la inculpación es preciso explicar por qué debemos legitimar el uso de la coerción del
Estado que está detrás de la imposición de un castigo. Las emociones reactivas, como
el resentimiento y la ira, que surgen cuando alguien es afectado físicamente o sufre
una agresión por ejemplo, deben ser consideradas con un poco más de precisión si se
trata de imponer un castigo.52 Así es necesario presentar una justificación del castigo
que sea compatible con los modos en los que entiendo la inculpación.53
8. El castigo comunicativo
38
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
57
Feinberg (1970: 98).
58
Morris (1981: 268).
59
Morris (1981:264).
60
Feinberg (1970: 98).
61
Feinberg (1970: 98).
62
Puede verse esta idea con algo más de detalle en el capítulo 3.
63
Ver Morris (1981) y también Duff (2001).
39
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
9. Conclusión
Durante el transcurso de la última parte del trabajo intenté mostrar dos cosas:
por un lado, me propuse señalar que existen más de un modo de caracterizar al
retribucionismo como teoría del castigo. A menudo, sus críticos presentan esta tesis
como si sólo pudiera ser entendida de una sola forma. Esta construcción, a veces,
no está exenta de fisuras o inconsistencias y eso contribuye a que sus debilidades
se presenten de una forma exagerada.
64
Esto difiere de lo que expresa Antony Duff, para quien expresión y comunicación no pueden
entenderse conjuntamente. Según Duff, la expresión sólo se enfoca en en el agresor y no en el resto
de la comunidad. Entiende que en la expresión no hay diálogo, sólo reprobación. Ver Duff (1986: 235).
Decididamente en Duff (2001: 79).
65
Duff (2001: 79-80).
40
Las razones del castigo retributivo. Retribución y comunicación
Presenté algunos lineamientos de lo que entiendo puede ser entendida como una
teoría retributiva-comunicativa que puede presentar a la retribución en otros términos
y evitar la crítica habitual a la retribución tradicional. Esta tesis que defiendo no está
vinculada a aquellos principios clásicos como el merecimiento o la proporcionalidad
sino que tiende a expresar mediante el castigo, entre otras cosas, las emociones reactivas
de los ciudadanos mediante un juicio de reprobación pero también, en un momento
posterior, busca la reconciliación entre el ofensor, la comunidad y la víctima.
Me queda un último comentario acerca de la venganza. En cualquier de las
dos formas que presenté de la retribución, intentar descartar los sentimientos de
venganza que nos invaden cuando somos víctimas de un delito o un abuso es una
tarea inútil. Si estamos de acuerdo en que las emociones reactivas como la indig-
nación y el resentimiento es lo que moviliza nuestras prácticas de culpa y castigo,
no es posible negar la posibilidad de que la venganza sea parte de ellas.
Para intentar vincular esta última parte con el comienzo del trabajo, creo que
los juicios penales pueden cumplir, si bien en forma acotada, las funciones que le
atribuyo al castigo penal. En particular, en los juicios de lesa humanidad, la co-
munidad, mediante sus representantes, expresan su rechazo a la conducta de los
perpetradores. Los límites de este rechazo es un punto para seguir discutiendo.
Habría muchas circunstancias particulares sobre los modos en los que se hacen
efectivas esas condenas y sobre el trato que debemos darle a los condenados. Sin
embargo, nada de los que ocurre en esos juicios es un acto de venganza. Creo que
es necesario pensar cuáles son aquellos consecuencias que son importantes para el
resto de la comunidad y cuáles son los intereses de las víctimas que son atendidos
en los juicios. Defender estos procesos implica también hacer esfuerzos por intentar
mejorarlos. Para eso es necesario seguir pensando sobre las razones para castigar a
otro. Como sabemos esto es uno de los grandes temas del derecho penal y la filosofía
del castigo que, por supuesto, debemos seguir discutiendo.
41
Capítulo 2
Retribución, inculpación
y ¿perfeccionismo moral?
Nino asume en sus textos que existe una relación entre distintos tipos de Estado
con una particular teoría del castigo. Siguiendo esta asunción, argumenta que sólo
una teoría preventiva del castigo representa los ideales del liberalismo político mientras
que la retribución, según su posición, en cualquier circunstancia supone un tipo de
perfeccionismo que es inconsistente con una filosofía política liberal o kantiana (Nino
1996: 143). Nino afirma que, en principio, sería posible señalar que el retribucionismo
respeta la autonomía individual debido a que permite que los planes de vida indivi-
duales puedan desarrollarse libres de interferencias. También respeta la inviolabilidad
de las personas dado que no usa a los agentes como medios para fines sociales. Del
mismo modo tiene un alto respeto por el valor de la dignidad humana, puesto que
el castigo se deriva enteramente de las acciones de los agentes. Sin embargo, Nino
piensa que el retribucionismo encarna serios problemas filosóficos.
En su visión, la clave para entender la retribución es el concepto de inculpación
moral, a menudo usado por los retibucionistas para evitar las implicancias indeseadas
de las teorías preventivas del castigo, esto es, el castigo de un inocente. Sin embargo,
Nino dice que la retribución es predicada sobre la inculpación y es en este proceso
donde las actitudes subjetivas del perpetrador serán esenciales para precisar el valor
negativo de sus acciones para luego determinar su reprochabilidad (Nino 1996:
137). De esta manera, Nino piensa que la inculpación es básicamente una reacción
contra ciertas intenciones. Veamos esta afirmación con un poco más de precisión.
44
Retribución, Inculpación y ¿Perfeccionismo moral?
45
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
46
Retribución, Inculpación y ¿Perfeccionismo moral?
Esta teoría, advierte Nino, a veces es tomada para señalar que alguien debería
ser castigado por su carácter independientemente de los actos que lleva a cabo.
También es considerada a la inversa, dado que alguien no debería ser castigado por
actos elegidos que están fuera de su carácter. Más aún, la evaluación del carácter
moral del agente es una evaluación de disposiciones, inclinaciones y capacidades
que se manifiestan a través de deseos, creencias y emociones que eventualmente
se materializan en intenciones, decisiones y acciones. En este sentido, la teoría del
carácter, explica por qué las actitudes subjetivas del individuo son tan importantes
para inculparlo. Según Nino, estas actitudes son las que conectan sus acciones con
su carácter, de un modo tal que son la expresión de un mal acto del agente. Inculpar
a alguien por una acción implica cuestionar qué tipo de persona es (Nino 1992: 15).
Si el objetivo del castigo retributivo es el carácter, deberíamos decir que lo que sigue
de la elección, la intención o la decisión de un individuo, i.e., sus movimientos corporales
y su ausencia de movimientos, no es relevante para la inculpación (excepto como una
evidencia de la intención del agente). Si estos movimientos corporales ocurren o no,
una vez que tenemos la firme intención de actuar es un asunto de pura suerte y esto
es extraño al carácter del agente. Como una variante del retribucionismo, la teoría del
carácter inevitablemente, equipara los delitos concretados con los delitos intentados ya
sean posibles o imposibles de concretar y rechaza cualquier justificación que no consi-
dere la buena voluntad del agente. Por ende, castiga expresiones de la mala voluntad
que no nos llevan a un daño externo. Nino argumenta que, rehabilitado por la llamada
teoría del carácter, el retribucionismo convierte al Estado en perfeccionista y de este
modo, contrariamente con la asunción inicial, viola el principio de autonomía personal.
Básicamente, según Nino, si inculpar a alguien implica la evaluación del ca-
rácter moral del agente, la inculpación, necesariamente, tiene como consecuencia
la imposición de ideales de virtud personal o excelencia (Nino 1991: 293; Nino
1996: 141). La acción que es objeto de la inculpación puede degradar el carácter
del agente y la calidad de su vida. Un Estado liberal, i.e. uno comprometido con el
principio de autonomía personal, no debería actuar sobre la base del reconocimiento
o el castigo. En la inculpación según, ahora sí, la posición que defiende el propio
Nino, el Estado no discute solamente ideales morales con las personas. Directa
o indirectamente, el Estado cuando inculpa impone coerción y también ciertos
ideales de excelencia sobre otros. Al hacer esto afecta la autonomía personal de los
ciudadanos. Para resumir, según Nino es inevitable que el retribucionismo adopte
una visión subjetiva de la responsabilidad criminal, la cual implica que el objeto del
castigo es el carácter de los individuos y su manifestación subjetiva.
47
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
48
Retribución, Inculpación y ¿Perfeccionismo moral?
de lavar deficientemente los platos no, exclusivamente, su carácter. Por esta razón,
contrariamente a la dimensión descriptiva de la inculpación que describe Nino creo
que reprochar acciones no necesariamente implica reprochar el carácter del agente.
Como intenté graficar con el ejemplo anterior, la inculpación tiene que ver con las
acciones de los agentes y también, en parte, con su carácter. Tendemos a inculpar a
alguien por algo (Scanlon 2008: 126). Puede ser por una acción concreta o por la
omisión de hacer algo debido, en mi ejemplo, haber lavados los platos en forma deficiente.
Se podría decir que inculpar a alguien es tomar esa acción como una muestra negativa
del carácter de esa persona. Inculpar también puede incluir formar un juicio privado
sobre la conducta de alguien o tener una cierta actitud de resentimiento, indignación,
ira, menosprecio hacia una mala acción. Incluso puede implicar una crítica a la persona
objeto del reproche, frente a otros, en su ausencia. La inculpación puede ser dirigida hacia
actos u omisiones presentes, como también hacia actos pasados (Duff 1986: 40-43).
Cuando inculpamos nos vinculamos en una relación más intima y completa con
el agresor de un grado mayor a la conexión que surge de una simple critica moral.
También nos trae claramente hacia nuestro campo de atención cuáles fueron las acti-
tudes del ofensor lo que nos lleva a preocuparnos por lo que pudiera –posiblemente-
haber estado pensando al momento de iniciar la acción (Bennett 2013: 66). En el
caso de mi compañero de cuarto, mi actitud hacia él se modificó desde que no lava
bien los platos. Además, sentimientos de indignación y resentimiento me invaden a
medida que pasan los días sin que él rectifique su conducta. Es evidente que debería
considerar la manera en la que debo expresarle mis emociones. Sin embargo, si mi
intención es manifestarle mi disconformidad con su actitud, debería reprocharle su
conducta pasada. Pero, por otra parte, también querría que su conducta se modificara
para el futuro. En definitiva, ¿por qué debería reprocharle su “lavado deficiente”?
Una forma sencilla de responder esta pregunta sería ubicarnos en lo que ocurre
en nuestra propia comunidad. Cuando nos suceden cosas que nos afectan nuestras
actitudes reactivas, esenciales en nuestra naturaleza humana, se manifiestan en ira,
indignación y resentimiento.3 Esas emociones reactivas se manifiestan en el reproche
hacia quien nos causa un daño. Es por eso que nuestras comunidades funcionan a
partir de la culpa. En general, las comunidades que conocemos se basan en la idea
de censurar y reprochar actos que allí no son admitidos. Sería extraño que dijéramos:
“actuaste mal (o injustamente o deshonestamente) y no te culpo por ello”. Es posible
que dijera: “actuaste mal pero no te culpo por ello”, donde el pero indica que hay algo
que ofreció quien es inculpado (una excusa o una justificación) que logra que deje mi
3
En este sentido, Strawson (2008: 4).
49
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
reproche de lado. También podría ocurrir que respete, pese a no entender, las creencias
morales que lo llevaron al otro a realizar esa acción (Duff 1986: 40). En el mejor
de los casos si no hay una justificación o una excusa que explique el acto espero una
disculpa que, al menos, pudiera recomponer la situación. Por ejemplo, puedo pregun-
tarte si sabes algo de la rotura de un jarrón valioso que descubrí luego de tu última
visita a mi casa. Espero que al contarte este hecho tuvieras una disculpa, si rompiste
el jarrón, o una explicación para el caso de que lo hayas hecho involuntariamente o
no lo hayas advertido aquél día. En cambio, si lo hubieras roto, al menos, espero una
disculpa si el hecho ocurrió y por alguna razón decidiste no contármelo. Si nada de
eso ocurre, voy a acusarte por romper mi jarrón, esperando que reconozcas lo que
hiciste y lleves a cabo una reparación como símbolo de la disculpa (Duff 2010c: 123).
La inculpación también es importante básicamente porque estigmatiza pero
también absuelve. Cuando inculpamos a alguien, lo estigmatizamos, lo identificamos
de una forma tal que expresamos un rechazo hacia esa conducta a través de nuestras
emociones reactivas que incluyen resentimiento, indignación, ira e incluso desprecio.
Esta es la función expresiva de la inculpación. Inculpar a otro significa que ese agente
llevó a cabo una conducta incorrecta, una infracción o quizá un delito. La inculpación
debe estar asociada conceptualmente con la comisión de un mal (Duff 1986: 41).
Por otra parte, inculpar a otro tiene como consecuencia que dejamos sin inculpar
a muchos otros. De este modo y a través de la inculpación podemos distinguir clara-
mente quienes son objeto de inculpación -y quizá castigo- y quienes por su parte, no lo
serán. En este sentido, la inculpación también absuelve (Malamud Goti 2008: 208;
Bennett 2013:75). Esta distinción es importante porque nos obliga a determinar, en
las comunidades en las que vivimos, entre aquellos que deben responder por lo que
hicieron y aquellos que no hicieron nada por lo cual deban responder.
50
Retribución, Inculpación y ¿Perfeccionismo moral?
persona con quien tenemos tal relación. Esta suspensión debemos hacerla en una
forma proporcionada a la seriedad del mal causado.
Debemos reconocer también que inculpar o reprochar es un modo de tratar al
ofensor como un agente moral. Esta es la manera en la que debemos tratarlo porque el
ofensor es un miembro competente de nuestra comunidad moral. Esta idea de comu-
nidad se define por entender qué es lo que le debemos al otro, teniendo en cuenta para
ello, la relación en la que estamos vinculados. Básicamente, nos debemos un trato con
igual consideración y respeto. Sin embargo, el ofensor violó los términos básicos de ese
entendimiento y por eso se lo recordamos a través de la inculpación (Bennett 2013:
76-77). Inculpar también es juzgar al agente como culpable y como consecuencia de
ello, modificamos el entendimiento que uno tiene de la relación con el otro en modos
particulares. Estos modos son reconocidos en el acto de inculpar y dependen del
tipo de relación y la conducta que el agente haya llevado a cabo (Scanlon 2013: 89).
En las comunidades a las que pertenecemos construimos las reglas que determinan
cómo debemos comportarnos en distintas situaciones. En general, las pequeñas co-
munidades en las que intervenimos se construyen a partir del consenso y los acuerdos
a los que llegan sus integrantes. Estos consensos y acuerdos no necesariamente son
explícitos u organizados de una forma particular sino que, por el contrario, varían
de comunidad en comunidad. Pero volvamos al ejemplo del compañero de cuarto. Si
decido vivir con alguien y elijo a mi compañero de cuarto, debemos luego establecer
ciertas reglas para que la convivencia sea confortable. Espero -y seguramente él espera
lo mismo- que cumplamos con aquello que nos comprometemos a llevar adelante. Si
establecemos que cada uno debe lavar los platos o los elementos de la vajilla que utilice,
espero poder contar con lo necesario para cenar en el momento en que, precisamente,
me dispongo a preparar la cena. Si lo que necesito para cocinar no está limpio, eso
significa que debo lavarlo yo mismo. Ahora, si además estoy preparando un encuentro
romántico y debo hacer tareas adicionales para esperar a mi visita, el hecho de que
tenga que hacer algo que creí que estaba listo me genera una serie de sentimientos
que tengo que expresar mediante el reproche. Quisiera que mi compañero de cuarto
cumpla con lo que acordamos, esto es, que no vuelva a dejar la vajilla sin lavar. Sin
embargo, también debo reprocharle el hecho de que tuve que lavar dejando de lado
otras actividades que requerían mi atención.
Si le reprochara a mi compañero de cuarto su lavado deficiente y las consecuencias
indeseables que tuve que soportar debido a su acción, quizá él podría decidir evitar
llevar a cabo la misma acción otra vez. Él podría no volver a hacer lo mismo pero sólo
por el temor de que vuelva a tratarlo de ese modo. Sin embargo, no son esas las razones
51
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
que deseo que surjan luego de mi reproche. Esa manera de concebir la inculpación
podría estar relacionado con la dimensión manipulativa a la que se refiere Nino.4 Si
mi reproche intentara, mediante el temor o la amenza, imponer determinados ideales
morales (tendiendo a lograr, en este caso, lo que sería un buen compañero de cuarto)
puede ser manipulativo. Pero además, si me valiera exclusivamente de la amenza o el
temor es posible que el reproche estuviera dirigido a cuestionar un tipo de carácter
no deseado. De este modo, si manipular a un agente tiene como finalidad modificar
su carácter esto traería como consecuencia una intervención en su autonomía moral.
Siguiendo este argumento, la inculpación implicaría manipulación y, en este aspecto,
también sería perfeccionista. No estoy persuadido por este tipo de construcción. Creo
que no es necesaria la relación entre inculpación y manipulación. Mi relación con mi
compañero de cuarto implica, por un lado que tenemos un vínculo estrecho y que
en cierto modo, formamos parte de una comunidad que habita un espacio común.
El trato que nos debemos, como partes de esa comunidad, debe ser igualitario y
si considero que además tenemos razones comunes y acuerdos previos para hacer
determinadas actividades, debo apelar a ellas. También debo apelar a la persuasión
moral para convencerlo de que hizo algo incorrecto, por ejemplo, recordándole esas
reglas comunes. En el caso del “lavado deficiente” acuso a mi compañero de cuarto
por su actuar incorrecto y le muestro que existen razones morales para actuar de otra
manera y lavar los platos correctamente. También podría recordarle que nuestra regla
preexistente que él violó fue acordada por ambos antes del hecho sobre el que estamos
discutiendo. Estas reglas incluyen respeto y consideración por los otros. En el caso
del “lavado deficiente” el hecho de que yo ahora deba lavar los platos nuevamente,
debido a que voy a recibir invitados esta noche, me hace dar cuenta de que debo perder
4
Según Nino la dimensión manipulativa de la inculpación no es de interés para aquellos que defienden
un tipo de castigo retributivo. Según su propia construcción, en la retribución la inculpación sólo tiene como
finalidad cuestionar una acción incorrecta sin perjuicio de las consecuencias que se deriven del reproche.
Creo que esto sería un tipo de retribucionismo que podríamos llamar tradicional. Sin embargo, el modo en
el que entiendo a la inculpación difiere de la forma en la que Nino la presenta. Como señalo en el texto,
identifico dos funciones que tiene la inculpación. Por un lado, pretende cuestionar el hecho concreto (no
lavar los platos). Por el otro, intenta persuadir al agente para que modifique su conducta en el futuro (y es aquí
donde es posible introducir el problema de la manipulación). Mientras Nino le atribuye a la inculpación sólo la
primera de las funciones, creo que las dos pueden ser consideradas si entendemos que el retribucionismo
es una tradición o un grupo de teorias que comparten algunas similitudes (ver Husak 2013). Estas funciones
de la inculpación, por otra parte, se vinculan con la construcción de reglas comunes que los agentes pueden
acordar. En este caso, la regla mediante la cual se obligaban a lavar los platos. Sin embargo, inculpar a otro no
presupone, necesariamente, que el agente deba cambiar aspectos de su carácter. Creo que alguien podría
ser un holgazán, pero a su vez, comprometerse con una actividad que contribuya con el bien comunitario.
Imagino, en este caso, que no todos los agentes tendrán entre sus prioridades mantener la limpieza y el
orden. Empero, la vida en comunidad nos obligaría a realizar estos pequeños “sacrificios”.
52
Retribución, Inculpación y ¿Perfeccionismo moral?
tiempo en esta acción que no había planeado bajo ninguna circunstancia. Espero,
obviamente, recibir una explicación acerca de lo que ocurrió. Quizá, él tuvo buenas
razones para dejar los platos sucios o incluso para lavarlos descuidada y parcialmente.
Debo estar preparado para ser persuadido por él y modificar mi juicio original acerca
de su conducta: debo mostrar que malinterpreté sus acciones o que eran consistentes
con los valores que compartimos. También deberé reconsiderar mis propias creen-
cias morales a la luz de los valores a los que él apela para justificar su conducta. El
podría también reconocer sus faltas o advertir mi resentimiento acerca de este asunto.
También, él debería aceptar que tendrá que actuar diferente en el futuro, si la ocasión
se presenta. De este modo, si logro persuadirlo para que acepte mi crítica sobre su
conducta pasada también lo puedo persuadir de modificar su conducta en el futuro.
En definitiva mi reproche le da razones para modificar su conducta. Lo persuado
para juzgar sus propias acciones pasadas y también para guiar sus conductas futuras.
Apelo para ello a estos valores morales que decidimos acordar para comunicar mi
descontento y para justificar la inculpación (Duff 1986: 46).
La idea de la persuasión moral tiende a reemplazar aquello que para el utilitarismo
y los críticos de la inculpación se presenta como un acto de manipulación. Encuentro
entre ambos conceptos importantes diferencias. En primer lugar, contrariamente a la
manipulación, en la persuasión moral trato al otro como un igual por varias razones. Una
de ellas es que de acuerdo a las reglas que decidimos auto imponernos, las obligaciones
para lavar los platos había sido acordada por ambos. Eran nuestras reglas de lavado.
Apelar a la razón que indica que tenía que lavar los platos mi compañero y no yo, implica
tomar las razones externas correctas, i.e. las razones de nuestras comunidad moral. En
definitiva, mi compañero tenía una razón a la que podía acceder porque era su razón.
Por otra parte, supongamos que esa no sea la mejor forma de lograr convencerlo
de que era su razón. Supongamos que hubo algún malentendido y debo persuadirlo
de que hizo algo incorrecto. Es necesario entablar un diálogo con él, uno entre dos
iguales, que debe resultar en lograr que entienda que hubo un error de su parte y que
deberá modificar su conducta en el futuro. Debo intentar lograr convencerlo de su
falta para luego lograr que enmiende su conducta en el futuro. En definitiva, si estoy
tratando con un miembro de mi comunidad moral, con un igual, debo estar dispuesto a
intercambiar razones con él. Esto es, tratarlo con consideración y respeto. Manipularía
a mi compañero si utilizara cualquier otra herramienta para hacerle creer algo diferente
de lo que mis razones expresan. Si utilizo mentiras para hacerle cambiar su modo de
actuar, por ejemplo, si lo presiono o lo amenazo de alguna manera. Tratar a mi compa-
ñero con igual consideración y respeto implica intentar persuadirlo y estar abierto ante
53
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
la posibilidad de que él me convenza de que tuvo razones para actuar de ese modo.5
Sin embargo alguien podría preguntarnos qué deberíamos hacer si ninguno de
estos argumentos es suficiente para convencer a mi compañero de cuarto. ¿Por qué
insistir con la inculpación? Según el filósofo Antony Duff y contrariamente a lo que
señalaba Nino, deberíamos insistir en la persuasión no debido a su eficiencia conse-
cuencialista en la modificación de conductas sino en la demanda moral de que nosotros
debemos respetar a otros como agentes racionales. Es esta circunstancia lo que nos
prohíbe manipular a aquellos con quienes tratamos (Duff 1986: 47). Es decir que
la modificación de la conducta futura de la persona inculpada y la expectativa que se
genera sobre su buen comportamiento en el futuro nos lleva a entender la inculpación
como un tipo de argumento moral con otra persona, un dialogo. A diferencia de lo que
cree Nino y su idea de la dimensión manipulativa del reproche, la inculpación como
persuasión moral está focalizada y justificada por las malas conductas de otros y tiende
normalmente a modificar sus conductas y actitudes sin apelar a la manipulación.6
5. Conclusión
5
Una argumentación similar en DUFF (1986: 50-52).
6
Ver Duff (1986: 47).
54
Capítulo 3
1
Este punto de vista en Sancinetti (2008).
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
2
Véase una defensa moderna de estos principios en Feinberg (1984).
3
La idea básica del liberalismo a la que me refiero está presente en Nino (1989).
56
¿Es aceptable moralmente suicidarse para evitar ser castigado?
evitar que alguien se suicide o intente hacerlo.4 Esta respuesta liberal respeta la
autonomía de los ciudadanos; los trata como personas responsables por sus acciones
y considera, de este modo, sus decisiones individuales. Estas determinaciones
incluyen la posibilidad de quitarse la vida ante el riesgo de enfrentar una condena
criminal prolongada.
Pese a la importancia que implica respetar la autonomía y las decisiones
voluntarias de los individuos, el caso particular que aquí planteo requiere una
solución diferente a las que presenta este tipo de liberalismo. La respuesta liberal,
para este caso particular, no me parece persuasiva. Habría varios argumentos
que permitirían negar que la autonomía pueda extenderse a casos en donde
existen individuos a la espera de ser condenados penalmente o que, incluso, ya se
encuentren en prisión. Mi objetivo en este trabajo es presentar otra forma de ver
el mismo problema. Antes, me veo en la necesidad de hacer ciertas aclaraciones
previas y es por eso que me enfocaré en lo que sigue en presentar algunas intuiciones
sobre la idea de comunidad.
4
En este sentido, un Estado liberal no podría encerrar preventivamente a un acusado para evitar que
se suicide con la finalidad de evitar que declare en un juicio. La preocupación ante la posibilidad de que el
Estado actúe encarcelando preventivamente posibles suicidas está presente en Sancinetti (2008).
57
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
58
¿Es aceptable moralmente suicidarse para evitar ser castigado?
Si es posible seguir estos breves lineamientos que presenté, creo que es posible
pensar la idea de comunidad como una idea vinculada a la participación, a la empatía
y al interés por el bienestar comunitario. También tiene que ver con la posibilidad
de discutir acerca de los diferentes ideales morales que dentro de una comunidad
pueden convivir. Dentro de estos conflictivos ideales se incluye la discusión acerca
de lo que debe y no debe ser un delito. En la sección siguiente retomo el planteo de
la primera parte del texto para explicar cuáles serían los presupuestos del castigo
en una comunidad democrática. Quisiera, además, determinar las diferentes
situaciones en las que el Estado debería omitir los preceptos clásicos del liberalismo
para mantenerme con vida hasta cumplir el castigo impuesto.
3. Castigo y arrepentimiento
y que es privado es un problema que tiene cierta antigüedad. No puedo desarrollar aquí esta distinción
de una forma exhaustiva. Sin embargo, diría que los acciones serán públicas y por ende, criminalizables,
siempre que existan razones para ello. Es decir, si una conducta quisiera ser transformada en un asunto
público, por ejemplo, en un delito debe tener un tratamiento particular. Esto implica que es necesario
dar razones de peso y esas razones deben ser discutidas dentro de un contexto democrático.
9
Véase entre otros, Duff et. al. (2007).
10
Fletcher (1999); en un sentido similar Malamud Goti (2002).
11
Moore (1997).
12
Una variante muy interesante de las teorías disuasorias puede verse en Tadros (2011).
59
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
que establecimos que eso no era lo que íbamos a hacer. Llegamos a ese acuerdo
comunitario en el que todos participamos y por eso, esa regla no debía ser violada.
Castigar es un modo de expresar sentimientos de resentimiento, indignación,
además de ser un juicio de reprobación y desaprobación de una conducta.13
La expresión de la desaprobación y la censura que implica castigar a alguien tiene
como finalidad que la comunidad le comunique al ofensor que ese acto está prohibido
como una forma de recordarle el mal que infringió a otros y también recordarle a él
mismo qué es lo que es incorrecto.14 Este componente comunicativo es una característica
definitiva del castigo y, en parte, lo distingue de meros actos de venganza en donde la
finalidad de causar un mal como respuesta a otro es todo lo que uno desea.15 Además
el castigo tiene un significado simbólico que lo diferencia ampliamente de otro tipo de
penalidades.16 Como algunos autores han señalado, es difícil establecer concretamente
qué es lo que un castigo expresa. En comunidades democráticas diría que la comunidad
expresa una fuerte desaprobación por un acto llevado a cabo por uno de sus miembros.
En verdad, creo que el castigo es el juicio de la comunidad (como algo diferente a una
reacción emotiva) señalando que lo que hizo el agresor es incorrecto.17
No es mi objetivo aquí justificar mi propia visión del castigo. Tampoco tengo
una tesis definida que pudiera defender, sólo algunos pensamientos sueltos que
creo que tienen una cierta articulación.18 Mi interés aquí es mucho más modesto.
Es indiscutible que cada una de estas posiciones teóricas que mencioné se sostiene
a partir de diferentes criterios políticos, morales y conceptuales respecto al hecho
de castigar a otro. Sin embargo, creo que dentro de un contexto democrático, todas
estas teorizaciones deben tener como fin último la reincorporación del ciudadano
a la comunidad. Debemos intentar recuperar lo más rápido posible a un individuo
que cometió un error. Para eso, es necesario, inter alia, que quien recibe el castigo
efectúe un aporte arrepintiéndose de lo que hizo.
El reconocimiento de su acto, ya sea en contra de un conciudadano o de una
norma en concreto, debería llevar a la reflexión del agresor. En estas situaciones,
es importante que el acusado explique el hecho que pesa sobre él. Para eso será
importante que brinde razones que justifiquen su comportamiento y también
13
Feinberg (1970: 98).
14
Morris (1981: 268). Esto también es parte de la función expresiva del castigo según Feinberg (1970:
98). Sin embargo, no creo que el castigo tenga una función educativa como se presenta en Hampton
(1984: 212 y 216).
15
Morris (1981: 264).
16
Feinberg (1970: 98).
17
Feinberg (1970: 98).
18
Algunas de estas ideas están en los capítulos 1 y 2 de este libro.
60
¿Es aceptable moralmente suicidarse para evitar ser castigado?
información útil para aclarar lo que ocurrió. Es posible que algunos de nosotros,
en ocasiones, enjuiciemos moralmente a un acusado en forma negativa cuando se
abstiene de intervenir en el marco de un juicio penal. Tenemos la necesidad de que
ellos intervengan en el debate, discutiendo, argumentando y dando su versión de lo
ocurrido. Pienso en aquellos casos en los que la verdad de los hechos difícilmente
sea aclarada sin su testimonio. No intento con esto sugerir que debemos construir
obligaciones legales que exijan el arrepentimiento ni la confesión; tampoco creo
que debamos obligar al acusado a colaborar con la investigación. En cambio, creo
que debemos establecer normas morales que construyan en nuestras comunidades
democráticas la obligación de arrepentirse por las lesiones que causamos contra
intereses de nuestros conciudadanos. Censurar y reprochar conductas son dos actos
que se concretan cuando llamamos a alguien a rendir cuentas en un juicio. Rendir
cuentas ante mis pares es el momento en el que puedo reconocer mis errores y
aclarar lo que deseo aclarar. También es el momento en el que un acusado enfrenta a
testigos y víctimas del hecho que cometió. Esta circunstancia también le permitiría
reflexionar sobre lo que hizo. Los juicios podrían tener esa misión.
Sin embargo, no parece que ese fuera a ser un objetivo central de juzgar a alguien.
Según una interpretación tradicional, los juicios tienen la finalidad de demostrar la
culpabilidad o no del acusado. Esta función del juicio quizá sea la más evidente. Pero
además, el juicio también pretende verificar la existencia de determinados hechos
ocurridos. Su función es más amplia que la mera declaración de culpabilidad de
un acusado. Establece la veracidad histórica de ciertos hechos. En este punto, por
ejemplo, no habría una investigación empírica que pudiera negar la culpabilidad de
los jerarcas nazis. Si asumimos el punto anterior, no sería posible negar lo ocurrido
en los campos de exterminio o cuestionar los relatos de sobrevivientes y víctimas. El
juicio penal, en este y en muchos otros casos, logró construir un cierto relato acerca
de la historia de la humanidad que es difícil cuestionar.
El problema surge cuando la reconstrucción histórica del juicio deja bastantes
espacios en blanco acerca de determinados sucesos. Me refiero a circunstancias en
las que es posible condenar a una persona por la comisión de un delito, pese a que,
las circunstancias del hecho que justifica la condena no están del todo claras. Esta
es la cuestión que me parece problemática y discutible del objeto acotado que le
imponemos a los juicios penales. ¿Cuál es la relación de los juicios con la posibilidad
de arrepentirse? Pienso en casos en los que la reincorporación a la comunidad del
agresor puede tener dificultades si los juicios se llevan a cabo de este modo. Si, pese
a que un tribunal me condena, no están claras las circunstancias fácticas del hecho
61
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
por el que fui encarcelado, mi situación como acusado será bastante incómoda al
salir en libertad. Pienso en casos en los que no está claro cómo y por qué alguien
hizo lo que hizo. Esa brecha entre los hechos y la imposición del castigo hacen que
el acusado nunca pueda sentir que cumplió con su castigo. Me parece que pese a
cumplir con la condena legal que le fue impuesta, el resto de sus conciudadanos
sigue sin entender qué fue lo que hizo y qué es lo que debe perdonar. Esa sospecha
es la que dificulta la reincorporación del ciudadano condenado. El arrepentimiento
no tiene por qué incidir en el desarrollo del juicio. Debería constituir una misión
del propio debate, independientemente de si condenamos o absolvemos al acusado.
No creo que una obligación moral de reconocer ante los demás, en este caso,
conciudadanos y autoridades estatales, la gravedad de las faltas cometidas constituya
una violación a la dignidad del hombre. Esto debería ser entendido como parte de
la participación del ciudadano en su propia comunidad democrática.
Como señalé hace un momento, castigar a otro debe tener como fin último no
sólo que el ofensor considere lo que hizo, reflexione sobre ello, sino que también
existe una tarea que le incumbe a la comunidad. Los miembros de la comunidad
deben considerar concretamente las formas en las que va a reincorporar al ofensor,
i.e. de recuperar a un individuo que cometió un error. Por otra parte, es necesario
inter alia que quien recibe el castigo efectúe un aporte a través de arrepentirse del
hecho realizado. En estas situaciones, es importante que por medio de su testimonio,
el acusado explique el hecho sobre el que es acusado, brinde razones sobre su
comportamiento y también información que pudiera lograr la posibilidad de
entender lo que realmente ocurrió. Mi objetivo es que el agresor tenga la posibilidad
de explicar lo que ocurrió, brindar razones o incluso presentar justificaciones o
excusas a su comportamiento. Se trata de que quienes se encuentran acusados de
un hecho puedan intervenir en un juicio discutiendo, presentando argumentos y
dando su versión de lo ocurrido, en particular en aquellos casos en los que la verdad
de los acontecimientos aún no haya sido aclarada. Quizá sería posible pensar el
arrepentimiento como una norma moral que construya en nuestras comunidades
democráticas la obligación de arrepentirse de las conductas dañosas que afectaron
los intereses de sus conciudadanos.
La asociación que pretendo efectuar se guía más por los criterios que rigen,
incluso en comunidades morales pequeñas, como podrían ser un grupo de amigos
o un grupo de familiares. Me interesa que mis amigos sigan siendo mis amigos
pese a mis reiteradas ausencias en reuniones y cumpleaños. Esto exige de mi parte
un comportamiento que muestre mi arrepentimiento por aquellas ausencias. Debo,
62
¿Es aceptable moralmente suicidarse para evitar ser castigado?
63
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
64
¿Es aceptable moralmente suicidarse para evitar ser castigado?
5. Conclusiones
65
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
66
Capítulo 4
Introducción
68
El problema del antiperfeccionismo en el liberalismo de Carlos S. Nino
69
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
En las diversas posturas acerca del bien jurídico y del principio de daño, existen
ciertas posiciones doctrinarias e.g. en Alemania (Hassemer 1989) o en Argentina
(Zaffaroni 2002), por un lado, y en el ámbito anglosajón (Feinberg 1984), por
el otro, que vinculan directamente este principio como un estandarte de la filosofía
del liberalismo político. Joel Feinberg tomó como punto de partida a John Stuart
Mill, un pensador que cimentó las bases del liberalismo político con su obra clásica
On Liberty, mientras que, por ejemplo, Winfried Hassemer y E. Raúl Zaffaroni
toman posición a partir de los trabajos de Anselm von Feuerbach, un reconocido
penalista liberal alemán. Sin embargo, sus visiones del liberalismo son trivialmente
opuestas, y en algún sentido demasiado estrechas. Feinberg concibe al liberalismo
en un sentido amplio, que le permite entender al daño como un concepto sin moral
o pre-moral,2 que incluye los intereses más variados. En su visión, la función del
derecho penal se centra en la prevención de las conductas dañosas. Por otro lado,
Zaffaroni por ejemplo, sólo considera a los daños concretos sobre bienes tutelados
constitucionalmente (el llamado “principio de lesividad”) y por su parte, su teoría
agnóstica de la pena, cuya máxima se basa en la reducción del poder penal estatal,
lejos está de la idea de la prevención de daños. Sin embargo, pese a que surgen
de puntos diametralmente opuestos, una concepción pre-moral y una concepción
normativa, ambos coinciden en sostener que su posición es la posición liberal. Ambas
posturas, siendo las más representativas del derecho continental y del derecho
anglosajón, defienden una visión demasiada estrecha del liberalismo. Esto los lleva
a considerar que quienes no reconocen al resultado como elemento central para la
responsabilidad penal son tributarios de una moral perfeccionista.
En mi opinión Nino parte de un punto de vista similar al de estos autores,
siguiendo el camino marcado por el liberalismo clásico en donde los derechos
sólo eran pensados a partir de la idea de libertad negativa en el sentido de Isaiah
Berlin, la cual consiste en estar libre de la interferencia de otros para perseguir
aquellas actividades que, cualquier individuo es capaz de alcanzar sin la ayuda de
2
Esta crítica también alcanza a aquéllos defensores de las teorías del bien jurídico (véase Duff 2007: 128).
70
El problema del antiperfeccionismo en el liberalismo de Carlos S. Nino
otros (Berlin 1969).3 En esta medida, la estructura que se genera a partir de estos
derechos es garantizar que los individuos pueden rechazar los avances estatales
con estas armas que le brindan los derechos y poder de esta forma desarrollar de
la mejor manera su plan de vida.4
En su trabajo de tesis, Nino también realizó una interpretación de On Liberty,
quizá en algún sentido, similar a la de Feinberg para fundamentar su posición
resultatista y a partir de allí derivar ciertos principios que constituyen su teoría liberal
del delito. Nino se posiciona en aquél trabajo cercano al prevencionismo-utilitario
con una formulación de la pena que establece que su función es evitar la ejecución
del daño y disuadir a otros de formar intenciones análogas (Nino 1980: 294 y
335). Posteriormente, en sus últimos textos ratificó esta posición (Nino 1993b) y al
analizar la responsabilidad de los comandantes militares durante la última dictadura
militar argentina, se manifiestó nuevamente en favor de una teoría del castigo
preventiva, dado que entiende que esta forma de castigar se vincula perfectamente
con dos principios centrales para un sistema liberal: el principio de protección
prudencial de la sociedad y el principio de autonomía personal (Nino, 1993b). En
este sentido, asocia al liberalismo con tres puntos centrales: a) la utilización de un
criterio prevencionista del castigo, el que no será desarrollado aquí; b) su vinculación
con la obra de John Stuart Mill y; c) la exigencia de un daño concreto previo al
castigo, cuestiones sobre las que haré hincapié, más adelante. Veamos ahora como
interpreta Nino a Mill y si esto necesariamente debe vincularse con un resultado
concreto en el derecho penal.
3
Una explicación de la distinción realizada por Isaiah Berlin, pueden verse en algunos trabajos
recientes (Pettit 1997; Pettit 2004; Skinner 1986).
4
Esta postura basada en la relevancia de la autonomía personal es defendida fuertemente por
Robert Alexy (1985).
71
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
empleo de penas, para hacer que se cumpla esa obligación. También en un mismo
sentido milliano, la sociedad no tiene derecho a interferir con los individuos cuando
su conducta no perjudica a terceros (Nino 1980: 271-72).
Es posible señalar que de la interpretación del principio milliano de daño que
efectúa Nino, se derivan tres premisas sobre las cuales va a construir su teoría de la
responsabilidad penal: 1) La intervención estatal sólo debe estar dirigida contra los
actos que causen algún daño a terceros; 2) Con el fin de asegurar el cumplimiento
de la primera premisa (no dañar) el Estado está facultado para imponer penas;
3) Si los actos llevados a cabo no causan un daño a terceros no hay lugar para la
aplicación de pena alguna. Estas intervenciones sólo supondrían una invasión a la
esfera interna de los individuos (reproche moral).
Básicamente esta es la posición de Nino, la cual deja poco margen de acción en
relación a sus propias reglas. Así, si no hay daño, cualquier sanción que se quiera
intentar está emparentada con el perfeccionismo moral, esto es, una imposición de
ciertos comportamientos virtuosos lejanos a los propósitos del liberalismo clásico.
Nino pone un énfasis elevado en su consideración del daño como una forma de
proteger el aura de autonomía que debe rodear a un ser humano dentro de una
sociedad liberal. Para terminar de comprender esta posición es necesario entender
cómo presenta su idea del daño.
De este modo, la abstracción respecto de qué entiende Nino por daño, toma
contornos más definidos, a la luz de la interpretación que hace del liberalismo y de
su asociación con el derecho penal. Dentro de su formulación, implícitamente, el
concepto de daño, se materializa en el resultado concreto de las acciones, i.e. de lo que
finalmente ocurrió.5 En efecto, él sostiene, básicamente, que el derecho penal debería
aplicarse de una manera que implicara verificar que el daño o el peligro que la ley está
destinada a prevenir se hubieran producido en el caso concreto (Nino 1980: 311 y
324). Aquí claramente se encuentra la asociación que pretendo discutir en lo que
sigue: la responsabilidad por el daño es la posición del liberalismo y no puede ser otra.
La vinculación necesaria del resultado concreto, e.g. la lesión, con una concepción
filosófica determinada que realiza Nino y también la mayoría de los estudiosos del
derecho penal, es discutible. Es dudoso que pueda realizarse una asociación de este
5
Una crítica a esta posición fue formulada en su tesis doctoral por Marcelo Sancinetti (véase Sancinetti
1991: 87-89).
72
El problema del antiperfeccionismo en el liberalismo de Carlos S. Nino
tipo, y que una variante que no tome en consideración las consecuencias lesivas,
esto es, un hecho absolutamente contingente, sea menos liberal, perfeccionista o
autoritaria que otra. De hecho, la vinculación con el liberalismo político depende de
numerosos factores, los que no puedo desarrollar aquí. En este sentido, es posible
puntualizar que en la literatura anglosajona conviven posturas acerca de la pena que
son prevencionistas, retributivas, comunicativas, deliberativas, sin que pueda decirse
que alguna sea más o menos liberal que otra y que esto implique alguna derivación hacia
al autoritarismo o hacia el perfeccionismo moral.
Desde mi perspectiva puede decirse que el concepto de daño que emana de On
Liberty no está determinado por el propio Mill y tampoco está dirigido hacia el
derecho penal en particular. En este sentido tanto la interpretación de Nino como la
interpretación contraria, que establece la intención de ocasionar una afectación, más
no la afectación concreta (Sancinetti 1991: 88-89), podrían resultar plausibles. En
su texto, Mill no refina tanto este concepto para poder advertir si la lesión debe
ser efectiva o si alcanza solamente con una acción intentada. No surge del propio
texto que esta cuestión estuviera en las ideas de Mill al formular este principio,
por lo tanto las interpretaciones podrían ser diversas.
Por otra parte, lo que se plantea en On Liberty, es la necesidad de generar una
barrera, un límite contra el avance del Estado, destinada a acotar la discrecionalidad
que imperaba en aquél momento: la tendencia del gobierno a invadir la esfera de
libertad de los ciudadanos (Farrell, 1998: 136).6 La vinculación entre resultados
penales y liberalismo político, en la interpretación que hace Nino del texto de Mill,
lo lleva hacia consecuencias que, no sólo que no se derivan del texto de Mill, sino
que tampoco generan una interpretación unívoca acerca de la relación entre el
liberalismo político y el derecho penal, como él pretende mostrar.
Sin perjuicio de esto, según su interpretación del texto de Mill, Nino considera
que cualquier posible intromisión dentro del fuero interno de un individuo es un
intento perfeccionista e indebido por parte del Estado. Creo que es algo arriesgado este
razonamiento y que sólo podría tener efectos en algunos casos en los que la conducta
que se quiera sancionar no se haya realizado (el castigo por los meros pensamientos),
e.g., rezar todos los días para que acontezca la muerte de mi peor enemigo (aun cuando
esto luego ocurriera), o que se trate de una conducta que pese a haberse realizado,
quiera sancionarse sin que se encuentre normativamente prevista, e.g. una prohibición
de comer carne los días martes. Por lo demás, es posible señalar que en el derecho penal
6
Agrega Farrell que la otra cuestión que le preocupaba a Mill, quizá en mayor medida que la problemática
señalada, era la tendencia a la uniformidad en las conductas impuestas por la opinión pública.
73
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
siempre se efectúa una valoración del carácter (Gardner 2007) ya sea al sancionar
ciertos tipos de delitos, como al momento de imponer una sanción, i.e. quien mata a
un familiar o a su cónyuge es moralmente peor, en definitiva tiene un carácter que el
Estado quiere castigar más severamente que a cualquier otro homicida.
El resultado por sí solo, no puede efectivamente constituir esa muralla necesaria para
evitar que el Estado avance contra los individuos como parece insinuar la posición de
Nino y de los estudiosos del derecho penal. Es problemático aferrarse a una cuestión
fáctica como una daño concreto para fundar una teoría vinculada con el liberalismo.
Una sociedad liberal necesariamente debería sancionar delitos como la contaminación
ambiental, la evasión de impuestos, por ejemplo y estos no son delitos en los que el
daño juegue un rol central al momento de inculpar. No hay razones plausibles para
excluir estos delitos del catálogo de una sociedad democrática y liberal. Forman parte
de la evolución de la sociedad, como nuevas formas delictivas. A su vez, estos delitos
no consideran en algunos casos resultados concretos y por otro lado son perfectamente
defendibles desde una perspectiva liberal. Así, no hay invasión a esferas personales
cuando se le exige a un individuo que debe abonar una cierta cantidad de dinero para
sostener otras instituciones del Estado, a partir de los ingresos que ha obtenido durante
un año de trabajo, o pagar tasas arancelarias por productos comprados en el extranjero e
ingresados al país, o la obligación de abstenerse a arrojar residuos tóxicos a la cuenca de
un río que atraviesa la ciudad. Ninguna de estas conductas y de muchas otras, exigen
comportamientos virtuosos o contrarios a nuestros planes de vida.
Por otra parte, y dentro de esta concepción milliana, sí parece acertado el
razonamiento de Nino pretendiendo limitar la invasión de las esferas individuales
para revalorizar el concepto de autonomía personal, el que sí permitiría frenar
avances estatales ilegítimos. Esta esfera de autonomía que construye, se articula
perfectamente con otras garantías constitucionales que permiten a los ciudadanos
una amplia estructura de libertad. Es la autonomía personal y no los resultados
lesivos lo que puede llegar a establecer un límite con relación a cierta legislación
moralizante y en algún sentido perfeccionista. Así, la imposición de ciertos
comportamientos vinculados con la vida personal del individuo debe quedar fuera
de la legislación penal, lo cual sí puede encontrar su origen en Mill.
Cierro este apartado con la siguiente conclusión parcial. Es absolutamente relevante
al momento de pensar una teoría de la responsabilidad penal considerar qué criterios
tener en cuenta para poder estructurarla en el marco de una sociedad liberal. Creo,
que es posible hacerlo sin depender de circunstancias fácticas contingentes como la
exigencia de un resultado o un daño a un bien jurídico; por el contrario esto debería
74
El problema del antiperfeccionismo en el liberalismo de Carlos S. Nino
75
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
76
El problema del antiperfeccionismo en el liberalismo de Carlos S. Nino
central en su teoría de la democracia. Así, Nino señala que la regla básica del
discurso moral, que constituye el acuerdo mínimo que suscribimos en forma
tácita cuando participamos sinceramente en él, podría expresarse de este modo:
“Es deseable que la gente determine su conducta sólo por la libre adopción de
los principios morales que, luego de suficiente reflexión y deliberación, juzgue
válidos” (Nino 1989a: 230). Nino afirma que si nuestros interlocutores comparten
con nosotros la adhesión a la regla básica señalada, esto da sentido a nuestra
preocupación por convencerlos de la validez de ciertos principios morales. Asimismo,
si ellos no estuvieran dispuestos a guiar su conducta y actitudes por los principios
que consideren válidos sino por otros factores, o si no estuvieran dispuestos a
reflexionar sobre qué principios fueran plenamente racionales, tuvieran en cuenta
por igual y en forma separada los intereses de todos los individuos afectados, etc.,
el diálogo con ellos sería superfluo y por otro lado, también ineficaz como técnica
dirigida a coordinar acciones y actitudes (Nino 1989a: 230-1).
Existe por otra parte, un atisbo del liberalismo igualitario que sostendría en
otros trabajos posteriores, construyendo una crítica a prominentes defensores del
liberalismo clásico como Ronald Dworkin, John R awls o Bruce Ackerman,
señalando que la capacidad de satisfacer los planes de vida elegidos posee un valor
endosado por el principio de autonomía, siendo esto más valioso, dada la capacidad
de optar entre diversos planes de vida. En este sentido, agrega que si bien es justo
que los recursos no utilizados por los individuos con preferencias más económicas
sean, no desperdiciados sino usados para satisfacer las preferencias más caras de
otros individuos, esta asignación debe ser provisional y revertirse tan pronto se
da un cambio en las preferencias de los primeros (Nino 1989a: 222). Pese a esta
afirmación, Nino decide no avanzar más allá. Cierra la cuestión sosteniendo que
esta formulación del principio de autonomía es todavía considerablemente vaga,
aunque permite identificar, aquellos bienes sobre los que versan los derechos, cuya
función es “protegerlos” contra medidas que persigan el beneficio de otros o del
conjunto social o de entidades supraindividuales (Nino 1989a: 223).
Estamos ante la obra final de Nino, y ante un texto vanguardista desde el punto
de vista de la democracia deliberativa y su justificación epistémica. Encontramos
aquí, posiblemente, al Nino más alejado de los principios liberales tradicionales
que rigieron sus comienzos, como hemos visto, desde el derecho penal. Sus ideas
77
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
8
Un camino diferente es el que recorre Roberto Gargarella, quien ve una vinculación entre las ideas
penales y las democráticas en Nino. (Nino 1989b). Veo esto algo diferente, la vinculación es parcial, y Nino
en el texto no pretende armonizar ambas concepciones. Por lo demás, los últimos trabajos de Nino sobre
el derecho penal, refirman el punto de vista que aquí expongo (véase también Gargarella 2008 y 2016).
9
En este sentido, Nino distingue entre dos formas claras y opuestas de pensar el liberalismo (véase
Nino, 1990a).
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El problema del antiperfeccionismo en el liberalismo de Carlos S. Nino
en la provisión de los recursos para que el individuo alcance el mismo grado éxito o
de goce que el resto (Nino 1990b: 31).10 Nino expresamente decide no involucrar a
la autonomía dentro de su propuesta vinculada con las necesidades básicas. Afirma
que si se adoptara el principio de igualdad en el ejercicio de la autonomía, o sea, en
el grado de satisfacción de preferencias personales, cada individuo sufriría en su
propia vida el impacto de las preferencias personales de otros individuos.
Pero dejemos de lado estos textos posteriores a “Ética y Derechos Humanos”
que marcaban claramente un cambio y volvamos ahora a “La Constitución de la
Democracia Deliberativa” en donde Nino señala el presupuesto general del valor
de la autonomía moral del que podemos derivar el principio liberal específico de
la autonomía personal, el cual proscribe la interferencia con la libre elección de ideales
de excelencia personal. Agrega que el intento de imponer ideales personales es
autofrustrante y, por ende, irracional. La discusión y la decisión democrática que
legitiman una imposición coercitiva, no tienen ningún valor epistémico cuando se
refieren a ideales personales, porque el requerimiento de imparcialidad sobre el cual
ese valor epistémico está basado, no es relevante para su validez (Nino 1993a: 48-9).
Pese a darle un enfoque algo diferente, incorporando también sus propias ideas
sobre democracia, Nino refirma su ideal de autonomía personal en un sentido similar
al de su obra inicial. Explica que el reconocimiento de este principio de autonomía
personal, es una característica distintiva de la concepción liberal de la sociedad, que
excluye el perfeccionismo, posición de acuerdo con la cual es legítima la acción del
Estado que impone ideales de virtud personal (Nino 1993a: 49). Aquí es posible ver
claramente, cómo pese a efectuar un desplazamiento en su pensamiento hacia una
teoría liberal igualitaria, no hay ninguna modificación en la autonomía personal.
Veamos ahora que otras alteraciones se producen al ingresar en este nuevo universo
marcado por la democracia deliberativa.
Nino efectúa, según mi visión, una reducción en relación con la amplitud de
la autonomía señalando que determina el contenido de los derechos individuales
básicos, ya que de allí podemos inferir los bienes que esos derechos protegen.
Esos bienes son las condiciones necesarias para la elección y realización de ideales
personales y planes de vida basados en esos ideales. Estos incluyen: una vida
psicobiológica, integridad corporal y psicológica, y libertad de movimientos, libertad
10
Previamente, sin ahondar demasiado en la cuestión expresó limitándose en su afirmación que
“…aquí sólo quiero decir que el principio de autonomía no permite asignar el mismo valor a la sola vida
vegetativa. Alguien que se encuentra, en un estado de coma irreversible, ha perdido su capacidad
potencial para elegir y satisfacer sus planes de vida, aún cuando su supervivencia sea relevante para
los planes de vida de otros individuos”. (Nino 1989c: 171).
79
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80
El problema del antiperfeccionismo en el liberalismo de Carlos S. Nino
81
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
plan de vida. En este punto, la autonomía debería ser más extensa si mi participación
es indispensable como parte de un modelo democrático como el propuesto por Nino.
Sin embargo, es aquí en donde la tensión entre las dos teorías que he mostrado
se hace más evidente. A esta exigencia de mayor igualdad que expone Nino,
necesaria para fundar su teoría de la democracia deliberativa habría que agregarle
mayor igualdad también a su tesis de la responsabilidad penal. Quizá esta pudiera
ser la cuenta pendiente de aquéllos quienes se encuentran comprometidos con
ciertos ideales igualitarios y su vínculo con el castigo penal. Trato de dar algunos
argumentos más en la siguiente sección.
Creo que la cuestión central está en plantear que no es posible afirmar que la
autonomía, pensada sólo como una herramienta antiperfeccionista, puede fundar
tanto una teoría de la democracia deliberativa como una teoría de la responsabilidad
penal o al menos, no en la dirección en que lo hace Nino. El problema con esta
formulación es que en un comienzo, su definición de autonomía aparece como
un derivado del principio de daño. Sin embargo, según hemos visto, Nino se ve
obligado a cambiar porque el principio de daño primero tiene que tener una previa
delimitación de derechos de la persona. Es decir, no es que el principio de daño
es el reflejo de la autonomía, sino que la autonomía es un presupuesto del daño.14
Entiendo que fue esta preocupación de evitar el perfeccionismo moral que hizo
que Nino se viera decidido a construir su pensamiento a partir de esta premisa a la
que pretendió enfrentar. En este sentido, tal como lo señalé previamente, quizá debería
haber una ampliación de la autonomía para lograr una revitalización de la igualdad
y así fundar de forma plausible su teoría de la democracia deliberativa. Esto es, debe
haber una igualdad determinada como prerrequisito de una autonomía personal. Se
trata de intentar balancear la suerte constitutiva (Nagel, 1976) o los resultados de la
lotería natural (R awls, 1971) de algunos individuos como para poder asegurarles la
posibilidad de elegir su plan de vida de acuerdo a sus verdaderos sentimientos, con un
criterio intersubjetivo. Sin embargo este ajuste también requeriría una modificación
en la concepción de autonomía que presentó en su teoría de la responsabilidad penal.
Allí, las bases igualitarias, que propone Nino en su teoría democrática, tendrían que
jugar un rol relevante que en el derecho penal actual no tienen. En general, y hasta
14
Debo esta aclaración a Santiago Roldán.
82
El problema del antiperfeccionismo en el liberalismo de Carlos S. Nino
83
Capítulo 5
1. Reclamos y usurpación
Quisiera aquí presentar un caso ficticio, pero que se parece mucho a casos que
todos conocemos: un grupo de personas, cansadas de esperar durante años las
respuestas del gobierno ante sus reclamos para la obtención de una vivienda digna,
decide usurpar un parque público abandonado hace años por el propio gobierno y
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
utilizado, solo ocasionalmente, por los vecinos de la zona.1 Este grupo de personas
actúa ante una situación de desesperación acuciante en la pretensión de lograr para su
familia al menos un lugar decente para vivir, lo que supone dejar de vivir en las casillas
y bajo los puentes que habitan al momento de la usurpación. Su objetivo es construir,
de a poco y de la forma que se pueda, una vivienda en ese parque. Este grupo de
personas no recibe ningún tipo de ayuda y su situación de pobreza extrema ha sido
provocada por decisiones en las que ellos no han participado. Esto quiere decir que
su situación no es por su culpa. Ante la necesidad de obtener una vivienda digna para
vivir junto a su familia su desesperación los lleva a instalarse directamente en el parque
con todas sus pertenencias y con sus hijos. Debido a la falta de una respuesta estatal,
concretar su objetivo es visto por ellos como algo legítimo y justificado moralmente.
Luego de los primeros movimientos que evidencian la usurpación por parte de
los que llamaré en adelante “los usurpantes”, un grupo de vecinos decide llamar a
las autoridades policiales. La policía acude y con una autorización judicial desaloja
violentamente el predio. Esta autorización judicial tomó en consideración que la
usurpación es un delito establecido en el Código Penal y procedió a la utilización
de la fuerza para desalojar y detener preventivamente a “los usurpantes” quienes
ahora, además de haber perdido el lugar que creyeron que tenían para construir
su vivienda, deberán afrontar un proceso penal en su contra. En lo que sigue me
interesaría pensar argumentos para mostrar por un lado, las dificultades a las que
podrían estar sometidos algunos jueces para poder diferenciar entre la comisión de
un delito y brindar una respuesta a un reclamo de un derecho social constitucional;
luego me voy a concentrar en analizar los argumentos que podrían dar “los
usurpantes” y las respuestas (si pueden dar alguna) que implica la aplicación del
derecho penal (lo que denomino solución del castigo).
86
Usurpación, reclamos sociales y soluciones penales
2
No estoy particularmente interesado en ninguna legislación penal concreta. La referencia al delito
de usurpación puede ubicarse en cualquier legislación penal más o menos moderna.
87
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
3. Sobrecriminalización de la desigualdad
Asumo aquí que “los usurpantes” son grupos heterogéneos, conformados por
personas desaventajadas que incluyen ciudadanos que viven en graves condiciones de
pobreza, que quieren dejar atrás su propia precariedad y mejorar sus perspectivas de
futuro. Es evidente que casi la única posibilidad de cambiar esa situación podría darse
con la intervención estatal, lo que incluye la ayuda del gobierno para poder construir
o adquirir su propia vivienda. Como hemos visto, el favorecimiento de la “solución
penal” es impulsada, en primer lugar, por miembros de la misma comunidad a la que
pertenecen “los usurpantes” bajo el argumento de que debemos respetar y aplicar la
ley.3 Esto muestra que para una parte de la comunidad no hay otra alternativa para
resolver un conflicto que no sea a través de la fuerza del derecho y en imponer la
coerción que inflige el derecho penal. Así, una consecuencia necesaria que se deriva
de este razonamiento es la aplicación del proceso de desalojo lo cual incluye una
violencia extrema, daños y lesiones físicas. Luego, la consecuencia necesaria del uso
de la fuerza (y ante su resistencia) parece ser la persecución penal y, en ciertos casos,
el encarcelamiento preventivo de alguno de “los usurpantes”.
Esta circunstancia se acrecienta a partir de la idea de que estos grupos de personas
pueden transformarse en enemigos, para lo cual necesitan un trato específico que
difiere del que se brinda a quienes son considerados y tratados como ciudadanos.
Sobre esto, habría mucho que decir, pero por el momento solo quisiera señalar
que estos grupos desaventajados tienen cierta vulnerabilidad para ser sancionados
penalmente que otros ciudadanos no tienen y su imposibilidad de ajustarse a las
normas los haría pasibles de ser tratados de una forma diferente.4 De este modo, la
ausencia de respeto por el derecho, los miedos del anarquismo y el peligro de ser el
próximo dañado constituyen las bases de apelar a las “soluciones” del derecho penal.5
La sobrecriminalización y la expansión del derecho penal son dos conceptos que
han sido desarrollados en discusiones durante los últimos años. Este debate que ha
tenido un amplio desarrollo tanto en Europa como en los Estados Unidos, se origina
a partir de la proliferación de leyes que se crearon luego de los atentados ocurridos
el 11 de septiembre de 2001. Los problemas son similares y los argumentos, en
parte, también. Básicamente los autores que cuestionan la sobrecriminalización y la
expansión del derecho penal se refieren críticamente a la creación de leyes penales
3
Para una explicación sobre los usos de este tipo de argumentación, véase Waldron (2000).
4
Jakobs (2005); también Pawlik (2010).
5
Acerca de esta asunción vinculada específicamente con la ausencia de una vivienda ver Failer (2000).
88
Usurpación, reclamos sociales y soluciones penales
89
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
8
En contra de esto Malamud Goti (2005).
90
Usurpación, reclamos sociales y soluciones penales
9
Sobre los problemas de responsabilidad criminal ver Tadros (2009). Para un acercamiento a la
obligación de obedecer el derecho basado en el contrato social clásico ver Reiman (2007).
10
Una fundamentación acabada de este argumento puede verse en Duff (2001); en particular
relacionado con grupos desaventajados Hudson (1996); Tadros (2009:409); Gargarella (2011).
11
Una idea similar puede verse en Alegre (2010).
12
Trabajo este punto en libro cuyo título provisorio es ¿Quién puede culpar a quién?
91
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
92
Usurpación, reclamos sociales y soluciones penales
uso del derecho penal que no toma en cuenta ningún tipo de sufrimiento y que
es utilizado, en parte, para satisfacer reclamos de alguna parte de la comunidad
y, en otra, para ahorrarse el dinero que supondría la satisfacción del derecho a la
vivienda de “los usurpantes” y de muchos otros. Entonces, deberíamos detenernos
para evitar la situación crítica y afrontar el problema de igualdad.
Adicionalmente mi segundo argumento es que, según entiendo, los casos de
usurpación de lugares públicos no traen aparejados ningún daño y, además, no hay
ninguna víctima identificable. Asimismo, los derechos que pueden ser presentados
como violados por la ocupación son débiles en contra de la extrema necesidad de
los ocupantes. Alguien podría argumentar que “me sería imposible correr por el
parque todas las mañanas, una actividad que realizo hace varios años”, o “no puedo
salir a pasear con mi perro por el parque”, o “no quiero ver a esas personas enfrente
de mi casa”, o cualquier argumento por el estilo. Se podría decir también que estas
personas están tomando el parque para su propio interés y que, en definitiva, es
un espacio que pertenece a toda la comunidad. Sin embargo, la respuesta simple
contra ese argumento es que también el resto de la comunidad es responsable
por el tratamiento sin el debido respeto y consideración que les debemos como
conciudadanos.15 Cuando tenemos un grupo de personas que se encuentra en
una situación crítica, como la de aquellos que no tienen un lugar donde vivir, hay
argumentos que no pueden jugar ningún rol. Es nuestro interés por el otro lo que
debería movernos para intentar resolver, exigir o al menos no censurar determinados
tipos de conductas, entre ellas, claro, las usurpaciones como las que he planteado.
Por lo tanto, esta carencia no nos deja en la mejor posición para juzgar moralmente
o inculpar a los ocupantes por sus actos. En resumen, no hay un daño moral en
tratar de sobrevivir en situaciones tan difíciles como las que tienen que afrontar
los ocupantes y, por otra parte, el resto de la comunidad no tiene un reclamo moral
que tienda a preservar la desigualdad. De otro modo: ¿deberíamos dejarlos morir,
porque son desafortunados? ¿Deberían morir para ser reconocidos como mártires
o como testimonio de nuestra desigualdad?
El tercer argumento se vincula con la respuesta legal que ensayan jueces y fiscales
para proceder a impulsar el uso y la aplicación del derecho penal. El problema
evidente es que ellos solo creen que las normas jurídicas que pueden aplicar en casos
de usurpación son las normas penales. La falta de reconocimiento de un derecho
constitucional a obtener una vivienda digna se hace presente en esta decisión
interpretativa. Interpretar que únicamente es aplicable una respuesta penal a un
15
Dworkin (1984).
93
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
94
Usurpación, reclamos sociales y soluciones penales
6. Conclusión
95
Capítulo 6
El uso y la tenencia de drogas son problemas que han recibido una atención
más bien limitada desde la academia jurídica. Los comentaristas y teóricos sólo se
han interesado en la cuestión luego de alguna decisión de la Corte Suprema que,
eventualmente, pudiera declarar su constitucionalidad o su inconstitucionalidad.1
Por otra parte, la discusión está acotada a defender dos posiciones bien marcadas: la
primera de ellas sostiene que el consumo de estupefacientes no puede ser castigado
debido a que debe ser considerado como una de las conductas que se encuentran
protegidas por el artículo 19 de la Constitución Nacional (CN). La segunda posición
defiende el castigo de la tenencia y el consumo de drogas basándose en diversos
argumentos que se fundamentan, básicamente, en que las drogas son nocivas para
la salud. En este trabajo me dedico a defender una versión de la primera posición,
i.e. es que tener o consumir drogas no debe ser castigado penalmente, sencillamente
porque no hay razones para hacerlo. Por otra parte, voy a centrar mi argumentación
en que el uso de ciertas drogas es un asunto privado y no un asunto público que
pudiera autorizar la intromisión y el interés de la comunidad en la que vivimos.
En la primera parte del texto desarrollo los argumentos presentados por quienes
defienden la criminalización de la tenencia y el uso de drogas. En la segunda parte
presento los argumentos de la posición liberal y su interpretación del artículo 19
de la CN. En la última parte, me refiero a los inconvenientes que se presentan al
criminalizar estas conductas así como también mis diferencias con la posición liberal.
1
Véase recientemente entre otros: Gelli (2010); Bouvier (2010).
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
1. El argumento paternalista
98
¿Razones para prohibir el uso de drogas?
asegurar “su propio bien”. Esta obligación parte del presupuesto de que las drogas
son malas en sí mismas y que el bien está en no utilizarlas. Esta situación análoga
permite explicar las imposiciones del paternalismo duro. La norma elaborada por
miembros de la comunidad con las mejores buenas intenciones, las que incluyen
protegernos y mejorar nuestra salud, nos provee de todos lo que necesitamos para
aceptar la decisión de prohibir el uso de drogas. Por su parte, la protección de la
salud de los individuos tiene otra proyección según la visión del paternalismo blando.
El paternalismo blando, trata de armonizar las normas legales con el respeto a la
autonomía individual de los ciudadanos. Los individuos son respetados en su voluntad
de consumir o experimentar regularmente con drogas. El objetivo de las normas es
brindar la información necesaria para que el individuo que quiera usar drogas pueda
hacerlo, conociendo las consecuencias de sus acciones. Ningún individuo es obligado
a hacer lo que, voluntariamente, ha elegido no hacer. Sin embargo, esta posición
paternalista pretende acercarle al individuo la mayor cantidad de información posible
para que elabore una decisión racional y autónoma que le permita decidir, libremente,
el curso de la acción que desea llevar a cabo. No se trata de obligarlos a aceptar ciertos
ideales de excelencia humana sino de preservar la salud física y mental de los individuos,
desalentando decisiones de ellos mismos que la ponen en peligro. La defensa de
normas jurídicas como estas, armonizan perfectamente con una concepción liberal de
la sociedad, debido a que pretenden proteger los intereses de los propios individuos
afectados.3 El objetivo de las normas de este tipo de paternalismo es proteger los
intereses de los ciudadanos que valoran efectivamente su salud física y mental por
sobre cualquier otro interés que pudieran buscar satisfacer a través del consumo de
drogas. Sin embargo, estos individuos están expuestos a la tentación de experimentar
con estupefacientes e incurrir, subsecuentemente, en un hábito compulsivo.4
Podríamos establecer ciertas medidas concebidas dentro del paternalismo blando
que serían defendidas desde un tipo de liberalismo. En particular, el liberalismo
que considera a la información como algo central para evaluar las consecuencias de
lo que hacemos. En este sentido, existirían otras normas paternalistas orientadas
hacia esta misma finalidad como, por ejemplo, la información en los paquetes de
cigarrillos sobre enfermedades y complicaciones que produce el consumo de tabaco.
Por el contrario, este mismo tipo de liberalismo rechazaría medidas surgidas
desde el paternalismo duro debido al notable parecido que esta posición tiene con
el perfeccionismo moral.
3
Ver Nino (2000).
4
Nino (2000: 276).
99
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
2. El perfeccionismo moral
Algunos autores consideran que, más allá de estas dos posiciones basadas en
determinados principios morales, se encuentra una tercera categoría que propicia la
criminalización del uso de drogas con la finalidad de proteger a otros individuos que
no consumen drogas y al resto de la comunidad contra las consecuencias nocivas que
se generan por quienes sí usan drogas. Este punto de vista, se basa en las posibles
daños a terceros que pudieran resultar derivados del uso de drogas. Esta es la principal
5
Ver Nino (2000: 268 y ss.).
6
Malamud Goti (2000: 243).
100
¿Razones para prohibir el uso de drogas?
101
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
una interpretación del texto que tiene dos partes: por un lado, la norma exigiría
que quien lleva a cabo una acción que forma parte del desarrollo de su autonomía
personal (“Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al
orden y a la moral pública...”) no puede ser obligado por las preferencias externas
del resto de la comunidad y tampoco ser castigado por esta diferencia respecto de
ellos. Por otra parte, el argumento se completa con la necesidad de que haya un
daño exterior o una afectación al “bien jurídico protegido” (“...ni perjudiquen a
un tercero...”). Esta posición contendría dos principios centrales del liberalismo,
una defensa férrea de la autonomía personal y la exigencia del daño a terceros para
considerar a una conducta como candidata a ser criminalizada. Sin embargo, el
daño a terceros funciona como el límite a la autonomía personal. De este modo, por
ejemplo, estaríamos autorizados a desarrollar nuestra autonomía personal siempre
que no afectemos a terceros. Así, esta defensa de la autonomía personal junto con
la exigencia del principio de daño se combinan y funcionan muy bien para rechazar
los argumentos paternalistas, perfeccionistas y de defensa social.
Respecto del paternalismo y el perfeccionismo, el argumento liberal sostendría que
el desarrollo de la autonomía personal en una comunidad liberal, i.e. la elección de un
plan de vida personal es de una particular importancia. Por esta razón, su limitación
debe ser restringida a determinados casos. El liberalismo rechaza cualquier tipo de
imposición de comportamientos y promueve la libertad para desarrollar el plan de
vida que cada uno eligió llevar adelante sea o no sea virtuoso.8 Esta negativa también
los conduce, desde esta visión liberal, a cuestionar la versión dura del paternalismo en
la que reconocen un intento de alterar decisiones libres y voluntarias.
Por otra parte, el liberalismo favorece la posibilidad de que los ciudadanos
desarrollen su autonomía mediante la provisión de información acerca de las
conductas que pueden o no llevar a cabo y la posibilidad de conocer, anticipadamente,
sus consecuencias. El acceso a la información permitirá a los individuos, afirman
ciertos liberales, decidir de acuerdo a sus intereses favoreciendo y aumentando su
autonomía personal. Al respecto, si las normas se dirigen a proveer información
para aportar a este desarrollo de la autonomía, los defensores del liberalismo no
las cuestionarían. Esta variante es la que, según hemos visto, permitiría a algunos
liberales aceptar el paternalismo blando.9 Otras medidas, como la exigencia de la
8
El antiperfeccionismo ha sido, quizá, la característica más importante del liberalismo tradicional de
ciertos autores como por ejemplo Carlos Nino. Esta asunción del liberalismo, sin embargo, también es
problemática para el desarrollo, en particular en el caso de Nino, de una teoría de la democracia basada
en la igualdad y la deliberación pública. Acerca de esto ver el capítulo 4 de este libro.
9
Ver Nino (2000); Malamud Goti (2000).
102
¿Razones para prohibir el uso de drogas?
103
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
de criterios que surgen en las decisiones de los tribunales argentinos, hacen pensar
que no es lo suficientemente concluyente. Por otra parte, respecto de algunos casos
puntuales, me parece demasiado acotada. Me interesa abordar las limitaciones que
observo de esta interpretación y mostrar en qué casos es problemática y, en qué casos,
es insuficiente para defender ciertas variantes de la autonomía personal.
104
¿Razones para prohibir el uso de drogas?
ciertas drogas, sin embargo creo que faltan verdaderas razones para comenzar una
discusión. Vuelvo sobre este punto sobre el final del trabajo.
Existe una tensión entre la autonomía del individuo y el daño a terceros que
es difícil de resolver, al menos, en esa línea liberal que pretende armonizar ambos
principios. Como he señalado, la respuesta liberal a esta tensión se basó en lograr, al
menos, un ámbito limitado, pero posible, en donde el consumo de drogas sea permitido.
Utilizando la distinción entre actos privados y actos en privado para diferenciar que
no todo acto en privado (e.g. matar a otro dentro de mi habitación) está fuera del alcance
de los magistrados, mientras que sí lo están los actos privados, vinculados con acciones
realizadas en el marco de cierta intimidad y limitada al acceso de terceros (e.g. utilizar
drogas) se pudo lograr esta importante protección de la autonomía.
Sin embargo, esta solución no logra alcanzar a ciertos casos que no involucran un puro
acto en privado o a conductas previas o posteriores al momento de utilizar las drogas.
Los casos que me interesa trabajar aquí, y que son aquellos que la interpretación liberal
del artículo 19 no logran atrapar se vinculan con la tenencia y el uso de determinadas
drogas en general llamadas “blandas” (e.g. marihuana). Tengo dos razones para limitar
mi análisis a estos casos particulares: en primer lugar porque las situaciones de hecho de
los casos más importantes resueltos en la jurisprudencia reciente de la Corte Suprema
(e.g. Bazterrica, Montalvo, Arriola) tratan sobre personas que tenían drogas blandas
que, por sus cantidades, eran destinadas a ser utilizadas en forma individual. En
segundo lugar, entiendo que son este tipo de casos los que más deberían preocuparnos;
no sólo porque son las conductas que me resultan menos problemáticas y, pese a ello, al
parecer más criminalizadas, sino porque también me interesa la situación de personas
que utilizan drogas blandas en forma recreativa como parte de su modo de vida. En
definitiva, argumentar desde la presunción de que todo aquél que consume drogas tiene
un problema de dependencia o debe ser tratado como un enfermo limita el modo en que
debemos ver el problema. Probablemente, quien es adicto a ciertas drogas, requiera de
otro tipo de soluciones, las que no pretendo ensayar aquí.10
10
Presenté versiones de este trabajo en varias ocasiones y, más de una vez, recibí la misma crítica.
Hay personas que creen que mis argumentos están dirigidos a pensar la situación de jóvenes de clase
media que consumen marihuana. Esta concentración implicaría que dejo de lado casos más graves
de miembros de clases bajas y grupos desaventajados que utilizan otro tipo de drogas. Pienso que
la apreciación es equivocada. No creo que sea posible criticar mi posición como “elitista” o “clasista”
porque entiendo que los problemas de los jóvenes pobres que usan drogas, como la pasta base, no
son el blanco de las leyes penales. La criminalización del uso de drogas apunta a aquellos que son
considerados por el sistema penal, como parte de la comunidad. Tengo la impresión de que los jóvenes
pobres no son considerados como miembros de la comunidad, al menos, para ser criminalizados por
estas conductas (probablemente este trato sea diferente en delitos contra la propiedad).
105
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
106
¿Razones para prohibir el uso de drogas?
107
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
disfrutar de una buena bebida o una buena comida tiene como precondición la
elección de un lugar determinado y un momento adecuado; lo mismo ocurre con
apreciar una determinada música o una película especial. Está claro que siempre es
posible realizar todas estas acciones en condiciones más modestas, pero hablamos de
conductas que realmente nos dan placer y que el hacerlo nos brinda una satisfacción
difícil de explicar. Es difícil precisar estos placeres tan particulares, pero es necesario
asociar estas conductas determinadas en comunidades como las nuestras en las que
la exteriorización del placer es asociada con algo malo, quizá a partir de ciertas
reminiscencias religiosas con el pecado. Allí es donde encuentra lugar la prohibición
del uso de drogas y la dificultad de argumentar su utilización recreativa. Es posible
estar o no de acuerdo con su uso, por diversas razones; utilizar drogas o no hacerlo
y desaconsejar su uso, todo en base a las propias creencias, experiencias o intuiciones
al respecto. Lo que sí es difícil es afirmar que su uso implica un acto público y
censurable. El uso de drogas blandas con fines recreativos es un acto privado que no
puede ser vigilado o cuestionado por otros. En general, así como las otras acciones
que describí, un uso recreativo de estas drogas se realiza en determinados lugares
y en condiciones particulares. Disfrutar de una actividad como esa requiere de esa
situación específica que se vincula, paradójicamente, con la privacidad que brinda
la intimidad o la confianza, aún en un lugar público. Pero volvamos al comienzo
del texto. Retomemos la discusión acerca de la criminalización del uso de drogas
para pensar qué circunstancias habría que tener en cuenta para convertir a una
conducta cualquiera en un delito penal, para observar de esta manera, porque el
uso de drogas en general no puede ser considerado un delito.
Criminalizar una conducta, esto es, hacerla formar parte del derecho penal,
constituye uno de los problemas centrales de la discusión teórica en el derecho actual.12
Transformar una acción en una conducta criminal debería suponer un largo proceso en
el que deberíamos estar involucrados en discusiones y debates que nos deberían permitir
llegar a una solución satisfactoria para la comunidad en la que vivimos.13 Estos debates
nos brindarían una gran cantidad de información sobre el problema que queremos
solucionar y los variantes posibles para lograrlo. La discusión democrática debería ser
12
Husak (2008); Duff et.al. (2011).
13
En este sentido, véase Duff (2007).
108
¿Razones para prohibir el uso de drogas?
la mejor alternativa para llegar a la mejor solución posible acerca del problema que está
en discusión. Criminalizar una conducta implica, entre otras cosas, debatir abiertamente
dentro de la comunidad en la que vivimos sobre las implicancias de nuestras decisiones.
Se requiere, para llegar a una solución, que participemos en la discusión, puesto que
son nuestros problemas. Esto implica que no podemos delegar estas decisiones en
especialistas o expertos que deban decirnos qué hacer con nuestro problema. Esta claro
que la discusión democrática permitiría la intervención de expertos en las materias
involucradas para aportar su conocimiento y su experiencia pero debería incluir también
la participación de ciudadanos involucrados en los problemas, afectados desde diferentes
puntos de vista para que contribuyan con sus vivencias respecto a la situación tratada.
Acerca de la criminalización de la tenencia y el uso de drogas en particular, lo
primero que debe surgir en esta discusión es preguntarnos: ¿Por qué criminalizar
la tenencia y el uso de drogas? Existen una gran cantidad de respuestas a esta
pregunta que se relacionan con diferentes tipos de argumentos, según hemos visto
en la primera parte del texto. Estos argumentos se basan en creencias, en ideales
morales y en el interés de proteger la salud de los usuarios. Sin embargo, no hay una
razón para justificar la criminalización de esa conducta. No es posible advertir que
existe una relación entre aquello que se quiere evitar y la consecuencia que se deriva
de esa conducta ¿Por qué razón alguien debería ser castigado penalmente? ¿Cuáles
son las soluciones que va a traer el castigo penal o el encierro del acusado? Si se
trata de casos como los que he presentado, en donde quienes usan drogas lo hacen
en forma recreativa, castigar penalmente a un individuo se presenta como algo más
que irracional. Nuevamente, el perfeccionismo se hace presente y aporta una forma
coercitiva para asociar a los ciudadanos con conductas virtuosas. Tomar en serio a un
ciudadano implica considerar todas sus decisiones, ya sea que incluyan la lectura de
filosofía griega o el uso de drogas. Por otra parte, si estuviéramos ante circunstancias
en las que el individuo no pueda controlar su conducta, la imposición de un castigo
penal no colabora con la solución del problema. La repuesta a un problema de salud
no debería estar asociada con la coerción del sistema penal sino con otro tipo de
alternativas relacionadas, quizá, con la medicina. En cualquier caso, nuevamente
si existiera algún problema en la salud del consumidor, el respeto por la autonomía
personal de los individuos impondría un limitación razón por la cual tampoco sería un
problema público sino del propio individuo. Sólo considerar al otro en serio, como un
individuo autónomo permitiría habilitar la posibilidad de resolviera tratar su situación
como un problema de su salud. En esto, aquella conocida máxima del derecho penal
como la última instancia no juega ningún rol, sólo complejiza aún más las cosas.
109
Capítulo 7
Introducción
exhibe esta forma de discusión pública; 2) El rol que juegan en estas circunstancias
los expertos en derecho penal. Esta pregunta es relevante si se considera la posición
que toman -en general- en relación a los problemas que se someten a discusión.
En este texto trato de buscar algunas explicaciones en relación a los incon-
venientes que se generan a partir de cierto tipo de legislación que surge desde
oleadas de populismo penal (I), así como también los problemas democráticos que
a mi juicio tienen la sanción de estas legislaciones (II). En este sentido, analizo en
concreto, la postura de los expertos en el derecho penal de nuestro país y también
del extranjero (III). Por último trato de elaborar ciertas propuestas para encarar
una investigación más extensa.
112
El populismo penal y el derecho penal todoterreno en la argentina
5
Esta dificultad puedo observarla en autores que actualmente trabajan esta problemática. Por ejemplo
Roberto Gargarella da un definición algo escueta respecto del populismo penal, señalando que dentro
del populismo penal incluye a “las corrientes que pretenden que el derecho penal tome la forma que la
ciudadanía reclama, particularmente a través de sus voces más salientes o resonantes en el tema, que
suelen ser las de las víctimas del crimen y sus allegados”. Me parece que hay muchos matices más que
trataré de desarrollar en lo que sigue. Acerca de estos véase, Gargarella (2007b:127).
6
Garland (2005:46) señala que este nuevo imperativo político en la que las víctimas deben ser
protegidas termina asumiendo un juego de suma cero, en el que lo que el delincuente gana lo pierde la
víctima y estar “de parte” de las víctimas automáticamente significa ser duro con los delincuentes.
7
Zimring (2001:163).
8
Zimring (2001).
9
Caracterizo al populismo penal como un movimiento. No estoy seguro de que esta sea una definición
correcta para ello. Sin embargo, no encuentro ninguna otra -por el momento- que me satisfaga más.
10
En este sentido, Garland (2005:43) señala que “esto ha restablecido la legitimidad de un discurso
explícitamente retributivo que, a su vez, le ha hecho más fácil a los políticos y las legislaturas expresar
abiertamente sentimientos punitivos y aprobar leyes más draconianas”. Creo que es posible identificar
mas de un tipo de retribucionismo según mostré en el capítulo 1.
113
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
Esto también se advierte cuando estos individuos perciben que el delito del que
han sido víctimas, directa o indirectamente, no tiene una escala penal que logre
satisfacer esa voluntad retributiva. Sus reclamos tienden a cuestionar esta legislación
positiva, pero es aquí donde es posible poder advertir nuevamente la ausencia de
otros fines distintos de la venganza. Al proponer aumento de escalas penales en
ciertas sanciones (cuestión que veremos en detalle más adelante) no están pensando,
al menos eso creo, en fines preventivos, esto es, aumento de penas para desincentivar
ciertas conductas, sino todo lo contrario.11 Pretenden que quienes realicen dichas
conductas sean sancionados más fuertemente que antes.12
Esta cuestión puede ser vinculada con el segundo aspecto que podría caracteri-
zar estos movimientos, y es el resultado de suma cero en relación al castigo penal.
Señala Zimring que si el sistema de justicia penal es imaginado como un juego de
suma cero, nada que puede lastimar a los imputados por definición podría ayudar a
las víctimas. En esta medida, habría que preguntarse las razones de castigar de esta
forma, esto es, retributivamente.13 En este razonamiento, hasta una compensación
económica permitiría salir de esta juego sin resultado determinado entre víctima
y victimario.14 Es posible pensar que estos fenómenos ocurren en gran parte del
mundo y que son parte de la modernización de la sociedad.15
Trato ahora de precisar algunas cuestiones más respecto de los contenidos que
pueden precisarse en estos reclamos, la amplificación mediática que puedan tener
y la utilización política de estos movimientos populistas.
11
Otra posible definición la brinda Michael Tonry quien señala que estos cambios hacia el populismo penal
se deben a una gran cantidad de individuos comparten en una era las mismas percepciones y creencias
que justifican estos cambios, inconscientemente advierten que estos cambios pueden ser erróneos y que
ellos mismos en algunos años se den cuenta de esta equivocación. Ver Tonry (2001:167-169).
12
Hay algunos teóricos del derecho penal que ven como una preocupación estos movimientos
populistas, dado que, señalan, conllevan a un estado más autoritario. Así, este “nuevo punitivismo” acarrea
un menor protección procesal de los sospechosos, el rápido aumento de la cantidad de prisionizados,
y la implementación de leyes como la de los “Three strikes”. Véase Ashworth y Zedner (2008).
13
Asimismo se ha señalado que estas nuevas formas de castigo pueden incluir la negación de los
derechos de los penalizados a recibir educación y empleo, dado su efectividad económica. Ver Larkin
(2007:304).
14
Zimring (2001:164).
15
Pratt (2000:2).
114
El populismo penal y el derecho penal todoterreno en la argentina
llevadas a cabo por estos movimientos sólo se basan en los slogans que he señalado y
que impiden conocer verdaderamente cuáles son sus fines. Por ejemplo, muchos de
estas convocatorias se realizan invocando frases tales como “contra la inseguridad” o
“por la vida”, etc. Uno podría preguntarse, si por la vida no habría que hacer algunas
cosas más o por otra parte, qué tipo de inseguridad es la que habría que enfrentar,
y cómo podría solucionarse la cuestión de una forma tan radical como propone la
convocatoria. Todas estas preguntas no tienen una respuesta demasiado amplia. Lo
más imaginable es lo que aparece como primera respuesta: más penas, más control
policial. Esto es visto, por algunos teóricos, como un síntoma preocupante y como
la posibilidad de que el Estado se vuelva más autoritario.
Es posible reducir las propuestas de estos movimientos a estas dos que he
señalado. Es complejo poder pensar los motivos por los que siempre esta forma
de solución es la que prima. En principio, deben ser vinculados con los medios de
comunicación y los actores políticos. La ausencia de contenido de estas demandas
se ven compensadas con la amplificación que logran en los medios masivos de
comunicación. Como consecuencia, consiguen imponer una verdad absoluta que
identifica a cualquier objetor de estas ideas como un “enemigo” o un “garantista”
como una forma de identificar a los defensores de los delincuentes, o como los
propulsores de una especie de anarquismo penal.
115
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
los diversos medios. Así, transitoriamente hay “modas” de ciertos delitos. Pueden ser
los delitos contra la propiedad, las privaciones contra la libertad en forma de secues-
tros, y distintas variantes que surgen de acuerdo a las circunstancias. De esta forma
aparecen y desaparecen –según el enfoque mediático- diversos delitos.16
Se ha destacado que, concentrándonos en los grandes medios nacionales y la
televisión, las imágenes mediáticas en los últimos años se estructuran en torno a dos
ejes: uno cambiante, la repentina aparición, rápida difusión y posterior decrecimiento
de formas de delito novedosas tituladas como “olas”. Primero fueron los robos en
taxis, luego los “secuestros express”, más tarde hombres arañas entrando por la
noche en los edificios, el asalto teñido de sadismo contra ancianos desprotegidos
y más recientemente, “los motochorros”. El segundo eje se mantiene estable: se
consolida la imagen de la nueva delincuencia, esto es, ladrones muy jóvenes pro-
ducto de la crisis económica y social, de la desestructuración familiar, e incapaces
de dosificar la violencia al no adscribir a los códigos de comportamiento de los
ladrones profesionales de antaño.17
Esta circunstancia, por otra parte, también genera ciertas consecuencias. A
partir de ciertas políticas punitivas se construye “un sentimiento de inseguridad que
fractura el sentido de la comunidad y vecindad para ir vedando el uso de espacios
públicos. En barrios donde reina la inquietud, se genera un mayor aislamiento
entre las personas, que comienzan a desconfiar unas de otras”. Por otra parte “la
reputación del área peligrosa genera una espiral de degradación socio-económica:
los habitantes más prósperos desertan, disminuyendo la capacidad de recaudación
impositiva local, la vida asociativa se debilita”.18En estos casos, los medios logran
agrupar detrás del reclamo mayor cantidad de individuos, logrando de esta forma,
imponerse y resistir cualquier voz disidente. Es cierto que en estos casos, difícil-
mente alguien que vea esta situación como conflictiva trate de arrojar algo de luz
sobre estas cuestiones. Es prácticamente imposible que alguien pretenda frenar
este avance populista tratando de buscar razones plausibles para este movimiento
punitivo. Esto desde ya, genera una ilusión acerca de la legitimidad del reclamo,
que pretendo discutir más adelante. Cuando estos factores se producen, la oleada
punitiva se mantiene en el tiempo algo más.
16
Esta obsesión por la “seguridad” es un punto importante para pensar la expansión del derecho
penal. Ver Daems (2007).
17
Kessler (2007:83).
18
Kessler (2007:77). Garland (2005:45), destaca que la aparición del temor al delito como tema
cultural importante, ello en forma independiente de la evolución real de las tasas delictivas. Esto conlleva
una escasa confianza del público en la capacidad del sistema de justicia penal para hacer algo al respecto.
116
El populismo penal y el derecho penal todoterreno en la argentina
19
Gargarella (2007a:103). Es dudoso que el populismo penal se genere sólo en los sectores más
beneficiados de la sociedad; por otra parte, es más acertado señalar que en concreto sólo los individuos con
gran poder adquisitivo pueden mantener vivos ciertos reclamos en la prensa por un mayor espacio temporal.
20
Kessler (2007:99).
117
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
118
El populismo penal y el derecho penal todoterreno en la argentina
es de particular importancia advertir quienes diseñan, por ejemplo, los “mapas del
delito”.24 Señala Kessler que existe el riesgo de que una “comunidad moral” imponga
sus prejuicios para delinear otro peligroso –los jóvenes, las prostitutas o todo grupo
que se aleje de la definición local de “normalidad” que no necesariamente implica el
quiebre de la ley-, lo cual refuerza estigmas, genera fracturas internas y puede atentar
contra los derechos de los grupos e individuos señalados como peligrosos.25
Por otra parte, es interesante analizar esta cuestión y observar cómo esta cir-
cunstancia también se traslada hacia los otros poderes del Estado. En este sentido,
cómo influyen los reclamos en las resoluciones de los jueces. Sobre todo cuando sus
opiniones disidentes los hacen quedar como arrogantes. Como tratan de acercarse
a la población mediante soluciones populistas, presentándose como hombres co-
munes y no como enviados divinos. Así, pierden su discrecionalidad y su autonomía.
En general la opinión pública detesta ser ignorada.26 Asimismo, los ciudadanos
tienen el temor de que los jueces si identifiquen con los imputados y los traten con
una inapropiada lenidad. En ese razonamiento un mal juez es aquel que protege
delincuentes en contra de los intereses de los ciudadanos.27
119
Inculpación y castigo Gustavo A. Beade
120
El populismo penal y el derecho penal todoterreno en la argentina
34
Dzur & Mirchandani (2007:152).
35
Asi, para la visión de Duff, el castigo es una actividad esencialmente inclusiva. Vease, Duff (2003: 295).
36
Duff (2003:35).
37
Dzur & Mirchandani (2007:164).
38
Dzur & Mirchandani (2007:164).
39
Una compilación de sus trabajos recientes en la materia en: Gargarella (2008).
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dolor del castigo, dado que reconocer el mal del castigo y luego imponer un “poco”
de este mal no puede ser defendido. Agrega que en esta medida son los jueces
quienes pueden llevar adelante medidas integrativas para evitar estas circunstancias.
No es posible analizar en detalle los trabajos de Gargarella. Sin embargo es
posible reconocer a sus planteos un grado de profundidad muy superior a la media
de los especialistas en el derecho penal. Su visión es mucho más rica en argumentos y
matices que la gran mayoría de los penalistas locales. Es posible señalar, sin embargo,
que su acercamiento a la problemática es por demás ideal, y no deja lugar a pensar la
cuestión del castigo a partir de circunstancias más reales, sobre todo en relación a su
propuesta. Es posible coincidir en su diagnóstico, y la importancia que pueden tener aquí
los postulados de la democracia deliberativa. Creo que es correcto afirmar que existe un
gran porcentaje de ciudadanos en nuestro país que se encuentran excluidos socialmente
y por ende también de la discusión pública. Su cuestionamiento a la legitimidad del po-
pulismo penal es por demás acertada. Pero es discutible que estas carencias del Estado
le impidan siempre imponer sanciones penales. También es difícil poder determinar a
quiénes no habría de sancionar el Estado según el razonamiento de Gargarella, esto
es, quienes serian aquellos que se encuentran alienados.40 Por otra parte, también es
difícil proponer ciertas alternativas al castigo como la probation, las multas o el servicio
comunitario, sin datos concretos acerca del funcionamiento de estos institutos en parti-
cular en Argentina.41 En lo que aquí interesa, en relación al populismo penal, visiones
como las de Gargarella, Duff y Braithwaite & Pettit, resultan muy acertadas
en cuanto al problema democrático de estos movimientos. Su diagnóstico es correcto y
por eso, entiendo que su línea de pensamiento debe seguir siendo explorada.
Trato en este apartado el rol que desempeñan o pretenden desempeñar los ex-
pertos del derecho penal, cuando se les presentan estas demandas populistas. En
general es posible observar dos posturas bien claras de los expertos en derecho penal
cuando suceden circunstancias como las descriptas previamente. En primer lugar
el experto rehúye a introducirse en una discusión pública respecto de la cuestión
40
Gargarella (2007b:102). Es decir, es posible señalar que una multa puede ser lo suficientemente
alta para perjudicar en una gran medida a quien la reciba, esto no equivale a decir que es posible igualarlo
a un pena de prisión, pero tampoco es una alternativa tan favorable como pretende presentarlo Gargarella.
41
Esta crítica, sumada a la falta de estudios empíricos respecto de la cuestión analizada, es dirigida
por John Lea a los estudiosos del populismo penal reciente. Véase Lea (2007).
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El populismo penal y el derecho penal todoterreno en la argentina
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46
Ver Rosenkrantz (2005:94).
47
Un efecto de esta desconexión puede verse en Nueva Zelanda en donde se propuso que el
público luego del debate y antes de la sentencia tenga la posibilidad de hablar antes de la sentencia de
los jueces, ver Pratt y M. Clark (2005: 315).
48
En este sentido, pocas veces he podido observar a expertos aceptando con beneplácito proyectos
de reformas legislativas llevadas a cabo por otros colegas expertos. Con esto quiero señalar que, ni
los propios expertos están de acuerdo con sus soluciones. En este sentido, señala Garland (2005:44),
que “El lenguaje de la condena y el castigo ha retornado al discurso oficial y lo que se presenta como
la ‘expresión del sentimiento público’ a menudo se ha impuesto a los pareceres profesionales de los
expertos de la penología”.
49
Garland (2005:49).
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El populismo penal y el derecho penal todoterreno en la argentina
50
Sin embargo esta expectativa parece infundada. Waldron señala que el Poder Judicial no es inmune
del pánico popular y en los tiempos de emergencia también provee una mente más ejecutiva que la del
Ejecutivo. Ver Waldron (2003:210). Es correcto también afirmar que hay algunas chances más de que esto
sea realizado por un juez que por un político. Ver Zimring (2001:164). En nuestro medio es posible seguir la
afirmación de Waldron revisando lo resuelto por la Cámara Nacional de Casación Penal en el fallo “Chabán”.
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El capítulo 6 en Derecho penal y criminología, Nº 90, Vol. XXXI, Bogotá:
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El capítulo 1 no ha sido publicado. Una versión reducida apareció como “Las
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