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HOMO EXTATICUS / Pablo Capanna

El 21 de setiembre del 2012 una adolescente holandesa invitoó a su fiesta de


cumpleanñ os a todos sus amigos de Facebook. La noticia se disparoó por la Red y al díóa
siguiente unos 16000 joó venes invadieron el barrio de Haren. La policíóa tuvo que
movilizar a quinientos agentes para contenerlos, pero sin poder evitar que causaran
danñ os millonarios. El cumpleanñ os de Merthe fue una de las primeras colisiones
frontales entre el mundo virtual y el fíósico. La habíóa provocado una red social que
diez anñ os antes ni siquiera existíóa.

Desde entonces, el poder catalizador de las redes no hizo maó s que crecer. No se
limitoó a crear nuevos víónculos entre la gente sino que les impuso la necesidad de
vivir vinculados. No tardoó mucho en invadir la vida políótica y produjo unas ineó ditas
movilizaciones callejeras, de un alcance que nadie hubiera imaginado.

La red era el medio ideal para propagar rumores. Maó s veloz que el rumor
tradicional, el mensaje llegaba casi simultaó neamente a mucha gente, pero cada uno
lo recibíóa de alguó n conocido y supuestamente confiable. Esto hacíóa que maó s que un
rumor pareciera informacioó n confidencial. Quien lo recibíóa se sentíóa un privilegiado,
con acceso a la informacioó n que a otros les ocultaban los medios masivos. En apenas
unas horas un rumor alarmante podíóa inundar de gente las calles y plazas. No seríóa
una multitud tan enardecida como esa que armaba las viejas barricadas, pero no
resultaba menos intimidatoria para la autoridad políótica.

Aquellos nuevos medios electroó nicos que parecíóan inclinarnos maó s bien al
aislamiento, habíóan resultado terriblemente movilizadores. No soó lo nos manteníóan
en contacto interrumpido con nuestro propio clan. Tambieó n sabíóan generar un
nuevo tipo de políómeros humanos; enormes agregados sociales sin estructura ni
organizacioó n que podíóan improvisar un liderazgo como licuarlo.

Uno de los primeros casos en que las redes dieron muestras de protagonismo
políótico fue en las protestas del 2009 contra el reó gimen iraníó. La convocatoria de las
redes movilizoó grandes masas, pero tuvo escasos efectos políóticos, y hasta pudo
facilitar la represioó n. Pero los entusiastas de siempre aprovecharon para proclamar
que las redes eran las nuevas “armas de construccioó n masiva” y propusieron a
Twitter para el Nobel de la Paz.1

Poco despueó s, el mundo islaó mico voloó en pedazos en una paradoó jica “primavera
aó rabe” (2010-2013), que los mismos optimistas quisieron ver como un triunfo de la
democracia. Pero al derrocamiento de las dictaduras que oprimíóan la regioó n le
sucedieron las guerras civiles y la intervencioó n extranjera. En ese marco tambieó n
crecioó el inesperado monstruo del ISIS, que supo usar las redes para convertir la
matanza en espectaó culo y armar a sus acoó litos como bombas humanas.

Los “indignados” espanñ oles (2011-2015) fueron otro brote de anti-políótica que se
incuboó en las redes, pero muy lejos de generar una nueva organizacioó n lograron
apenas incidir en el voto.

Los utoó picos solíóan decir que las redes aseguraríóan el triunfo de la informacioó n
verdadera sobre las mentiras del poder y que con ellas se construiríóa una nueva
democracia. Los magros resultados obtenidos y la magnitud de los efectos no
deseados los desmintieron.

Lo cierto es que, pesar de eso y en un plazo sorprendentemente corta, las redes


pasaron a ser el sistema nervioso de la sociedad. Millones de personas no podríóan
vivir sin Facebook, Twitter o Linkedin, que han resultado maó s adictivas que las
drogas. Nacidas apenas en 2003, acaban de emigrar a la telefoníóa moó vil, lo cual las
haraó auó n maó s presente en nuestras vidas. Presidentes, reyes, Papas, políóticos,
artistas e intelectuales: todos dependen de las redes para vincularse con sus
audiencias. El crimen y el odio tambieó n aprendieron a usarlas para el delito, la
perversioó n, el vandalismo y el acoso.

Hace maó s de treinta anñ os, cuando todavíóa no existíóan las redes sociales, Baudrillard
calificoó de obsceno a ese “eó xtasis de la comunicacioó n” que entonces era apenas
incipiente. Trataó ndose de un posmodernista, es difíócil saber si eso era un anatema o
un elogio, pero lo cierto es que anunciaba la llegada del homo extaticus, ese que no
puede estar desconectado, y hace varias tareas al mismo tiempo. El proceso parece
estar culminando hoy, cuando algunos han llegado a recomendar el uso de Twitter
en conciertos y celebraciones religiosas, para que nadie deje de compartir datos,
opiniones y sentimientos. Pareciera que hasta actividades tan íóntimas como orar o
gozar de la muó sica necesitaran del contacto permanente.

La primera red que ofrecioó los servicios que hoy son habituales (perfil personal,
grupos y foros) fue SixDegrees, creada en 1997. El nombre se lo habíóan puesto los
socioó logos, cuando descubrieron que nuestros víónculos personales se entretejíóan
con los de otros hasta alcanzar a todo el geó nero humano, con soó lo seis grados de
“parentesco.”
La amplíósima oferta de tecnologíóa comunicacional de que hoy disponemos ha
modificado nuestra forma de relacionarnos, pero estaó lejos de ser la raíóz del cambio.
No debemos olvidar que el desarrollo tecnoloó gico siempre responde a una demanda
que ya habita en el imaginario social. Internet nacioó en el seno de ARPA porque los
investigadores necesitaban intercambiar informacioó n y Facebook surgioó para que
los estudiantes de Harvard se relacionaran entre síó.

La necesidad de organizar las redes ya estaba en el imaginario políótico mucho antes


de que los ingenieros pensaran coó mo llevarla a la praó ctica. La idea habíóa nacido en el
seno de la New Left de los anñ os sesenta, esa izquierda contestataria que impugnaba
el verticalismo y la burocracia partidaria. Paradoó jicamente fue la New Age, que
asociamos maó s con el esoterismo que con la políótica, la que se hizo eco de esa idea y
la popularizoó . Una de las primeras personas que pensaron en organizar redes para
cambiar la sociedad y la cultura fue Marilyn Ferguson (1938-2008), la maó s notoria
ideoó loga de la New Age.

En 1980 Marilyn Ferguson lanzoó su manifiesto La conspiracioó n de Acuario2 que


convocaba a crear un gran movimiento espiritual y políótico capaz de recoger la
herencia hippie. Su atractiva foó rmula combinaba ideas de la Teosofíóa con algunas
audacias cientíóficas y sedujo en su momento a gente como Ted Turner, Al Gore,
Buckminster Fuller e Ilya Prigogine.

Como ya habíóa hecho Mme. Blavatsky, un siglo antes, Ferguson proponíóa una síóntesis
de Oriente y Occidente que conjugara espiritualidad y ciencia. Pero a diferencia de
otros profetas de la Nueva Era insistíóa maó s en el componente cientíófico que en el
míóstico. Para Marilyn no todo seríóa meditacioó n, mandalas, estados alterados y
encuentros cercanos. Habíóa que hacer una revolucioó n cultural y para eso era preciso
crear redes sociales.

Por supuesto, las redes que imaginaba Marilyn no eran las que hoy frecuentamos. Lo
maó s parecido a Facebook que habíóa entonces eran BBS, AOL o Compuserve, que
recieó n estaban saliendo del mundo de los negocios.

Marilyn pensaba que las redes permitiríóan construir una nueva organizacioó n social,
que seríóa no-lineal y simultaó nea. Se atrevíóa a afirmar que la red seríóa nada menos
que el instrumento que nos permitiraó dar el paso siguiente en la evolucioó n humana.

Ferguson admitíóa haber descubierto todo eso en los trabajos de Luther Gerlach y
Virginia Hine, dos antropoó logos que veníóan de estudiar los movimientos
ambientalistas de la deó cada anterior. Para Gerlach y Cine las redes eran estructuras
segmentadas, policeó ntricas e integradas (Segmented, Polycentric, Integrated
Networks o SPINs). En ellas predominaba la horizontalidad, los liderazgos eran
circunstanciales y las estrategias, flexibles.

Las redes permitiríóan organizar y movilizar a los joó venes progresistas que
estuvieran dispuestos a luchar por la paz y una mejor calidad de vida. Ferguson creíóa
que no soó lo se estaban construyendo con los medios de comunicacioó n tradicionales
sino “tambieó n usando guíóas y computadoras.” Cuando murioó , recieó n se comenzaba a
hablar de Facebook y Twitter, pero ya habíóan aparecido unas redes terroristas o
criminales que nunca habíóa imaginado.

Cuando un nuevo medio teó cnico comienza a instalarse en las costumbres suele
despertar un optimismo ingenuo, que no tardaraó en diluirse cuando surjan las
primeras decepciones. Es lo que no podíóa dejar de ocurrir cuando Internet dio sus
primeros pasos.

Apenas a seis anñ os de que William Gibson acunñ ara la palabra cyberspace, Tim
Berners-Lee creoó la WorldWideWeb, que desde ese momento comenzoó a absorber a
todos los medios conocidos. La Red nos dio maó s de lo que esperaó bamos y cambioó
nuestra forma de informarnos, pero tambieó n generoó expectativas difíóciles de
satisfacer.

Muchos la imaginaron como una ineó dita utopíóa libertaria y otros tantos sonñ aran con
ser sus legisladores. El primero y maó s famoso de los manifiestos de Internet tuvo un
caraó cter marcadamente utoó pico.3 Ante el primer intento estatal de controlar los
contenidos de la Red, John Barlow proclamoó “la independencia del Ciberespacio, la
nueva patria de la Mente”. El Ciberespacio seríóa un mundo virtual en el cual no
habríóa autoridades, privilegios ni prejuicios; allíó no habíóa materia sino informacioó n,
y no podíóa existir otra norma que la Regla de Oro, el respeto al proó jimo.

Los manifiestos posteriores se fueron haciendo cada vez maó s realistas, porque
tuvieron que hacer frente a cosas como la pedofilia, el robo de identidad, las cadenas
del odio, el spyware y el ransomware. La expectativa utoó pica puesta en la Red
resultoó tan ingenua como la espiritualidad psicodeó lica que habíóa propuesto la New
Age. Si el suenñ o de eó sta acaboó en la pesadilla del narcotraó fico, el de la otra se llenoó de
cosas tan inesperadas como indeseables. Hoy los big data son una mercancíóa
políótica, las monedas virtuales mueven fortunas y los militares alistan armadas de
hackers.

Para no ser menos utoó picos que el resto, los teoó ricos de la educacioó n no dudaron en
proclamar que ahora la gente leíóa y escribíóa cada vez maó s, y que el hipertexto
democratizaríóa el acceso a la informacioó n. Recieó n cuando la multitarea se hizo
habitual pudimos ver que sus efectos no eran tan positivos. Se dijo que a los hijos de
los guruó es de Silicon Valley los educaban en escuelas Waldorf, para desarrollarles la
atencioó n y la creatividad antes de que accedieran a la Red.

Como suele ocurrir en las grandes transiciones tecnoloó gicas, tardamos bastante en
entender coó mo eó sta afectaríóa a nuestras vidas, mientras que la Red seguíóa sumando
gente y la computadora fundíóa a la maó quina de escribir con el correo y el teleó fono.

En estos casos, el pasado se resiste a desaparecer: los primeros autos auó n teníóan
cortinas como las carrozas, y el choó fer ocupaba el asiento del cochero. Era inevitable
que los relojes digitales tuvieran agujas y que nuestros procesadores de textos sigan
teniendo carpetas, archivos, papeleros, tijeras y pinceles.

La transicioó n se completoó , tras atravesar varias etapas y tardoó en desprenderse del


pasado. Al comienzo, aun sin creer en la utopíóa anarquista, seguíóamos pensando a la
Internet como un mundo de contenidos, pero no reparaó bamos en la importancia de
su continente. McLuhan nos habíóa advertido que el verdadero mensaje era el medio,
pero seguíóamos viendo a la Red como una enorme biblioteca borgeana.
Imaginaó bamos que por haber nacido en las universidades, seríóa un oceó ano de
conocimientos donde nosotros iríóamos de pesca. Tardamos mucho en descubrir que
eó ramos maó s pescados que pescadores. A eso que llamaó bamos navegar, sus creadores
le decíóan surfear, como reconociendo su superficialidad. De hecho, se parecíóa maó s al
zapping de la televisioó n que a una buó squeda de biblioteca.

La Red parecíóa ser el medio ideal para transmitir conocimiento, porque combinaba
el hipertexto con el multimedio. En defensa del hipertexto se decíóa que habíóa
logrado que la gente pasara maó s tiempo leyendo. Pero la lectura era cada vez maó s
lineal y superficial y las nuevas generaciones tuvieron cada vez maó s dificultades para
comprender un texto.4

Con el tiempo descubrimos que lo que deseaba la mayoríóa de los usuarios no era el
conocimiento, sino el contacto y el reconocimiento personal. La selfie iba a ser el
íócono de la nueva era.

En un momento todos nos habíóamos enorgullecido de hablar del tiempo con alguien
que vivíóa en Japoó n: pero eso no era maó s que un teleó fono ubicuo e instantaó neo. Luego,
la llegada del chat abrioó un espacio para esa frivolidad que antes no salíóa de los
corrillos barriales.

Pero todavíóa entonces nos seguíóamos orgullosos de difundir el saber y hacíóamos


circular innuó meros power points con mensajes de paz, espiritualidad y belleza.
Claro estaó que la promiscuidad informaó tica tambieó n permitíóa que renacieran la
“cadena del doó lar”, la estafa Ponzi, las estampitas milagreras y la informacioó n falsa.

Las mentiras que circulaban por aquella Internet eran los hoaxes, unas bromas en
general bastante inocentes: Nokia regala celulares, Bill Gates quiere compartir su
fortuna contigo, la NASA jamaó s estuvo en la Luna, Stonehenge es un fraude… El
socioó logo Shibutani los definioó como “noticias improvisadas”; una definicioó n
inquietante, que echaba sombras sobre cualquier clase de noticia.

Con la evolucioó n del smartphone se dio otro paso. El celular dejoó de ser un teleó fono
para servir de puerta al mundo hiper-mediaó tico. Fue el que permitioó pasar de los
inocuos hoaxes a las perversas fake news, que no soó lo enganñ an sino erosionan la
credibilidad general.

Las fake news no son bromas; son deliberados enganñ os manipulados por operadores
profesionales, que usan la estrategia de la guerra psicoloó gica y hacen propaganda
blanca, gris o negra. Maó s efectivos que la publicidad comercial, influyen
exitosamente en la opinioó n puó blica y se han naturalizado al punto de que algunos
las llamen “verdades alternativas.” Hasta nos hemos acostumbrado a hablar de
posverdad, como si ya no pudieó ramos conocer la verdad.

El concepto de posverdad no hace maó s que coronar esa necrofilia posmoderna que
vino anunciando el fin de casi todo, desde la muerte de Dios y del Hombre hasta la
del cine y la novela. Crece de la mano del autoritarismo que regresa, y con eó l parece
imponerse el famoso “lo que digo tres veces es verdad.”

Las fake news y la idea de posverdad no son fatalidades tecnoloó gicas. La tecnologíóa
soó lo amplifica o refuerza lo que sentimos y pensamos. Como se dijo de las cadenas
de odio y acoso: “nosotros ponemos las semillas, y la Internet es soó lo el viento que
las esparce.”

Cuando MacLean propuso explicar nuestras contradicciones y dijo que en nuestro


cerebro auó n se escondíóan el reptil y el mamíóferos, no convencioó a los cientíóficos, pero
síó pareceríóa haberlo logrado con los promotores de las redes, que nos ven maó s
sensibles a la emocioó n que al razonamiento y a la imagen que al concepto. El usuario
tíópico reacciona emotivamente a una imagen, pero cuando tiene que argumentar
soó lo sabe recurrir al sarcasmo, el insulto o la amenaza, que son formas de violencia.
Siempre dimos por supuesto que la democracia dependíóa de la racionalidad del
ciudadano, pero las redes parecen estar maó s dispuestas a despertar emociones que a
dar razones.

La corrupcioó n cognitiva y la violencia verbal no las crean las redes sociales, las
teó cnicas de edicioó n, los algoritmos de buó squeda ni los big data. Son otro síóntoma del
nihilismo, que tras arrasar con la modernidad nos prepara para algo que ni siquiera
sus promotores imaginan.

Todos conocen el viejo cuento del contrabandista que todos los díóas cruza la frontera
con una carretilla llena de arena, pero debajo de ella los aduaneros nunca
encuentran nada. Un guardia jubilado se hace amigo del hombre y le pregunta queó
era lo que contrabandeaba. ”Carretillas, por supuesto” contesta el otro.

Cuando todos alabaó bamos a los medios por la informacioó n que nos brindaban,
MacLuhan nos advirtioó que si nos regalaban algo era para vendernos la adiccioó n al
medio. La informacioó n —escribioó — es ese trozo de carne que los ladrones le arrojan
al perro guardiaó n para que los deje saquear tranquilamente la casa.

Cuando Larry Page creoó Google se propuso llegar a un nuó mero casi infinito de
usuarios (Google viene de googol = 10100) y acelerar al maó ximo el flujo de datos
para que permanecieó ramos maó s tiempo en pantalla. La informacioó n debíóa ser
gratuita, para poder vender publicidad y cosechar informacioó n valiosa sobre los
propios usuarios.

El escaó ndalo de Facebook nos ha mostrado algo que no dejaba de ser evidente. Maó s
allaó de la diversioó n que prometen, las redes son buques factoríóas que cosechan y
procesan los datos políóticos, sociales y econoó micos que crecen como el plancton en
el ciber-oceó ano.

El hipertexto y la multitarea nos estaó n haciendo perder la capacidad de lectura


profunda y reflexiva, para convertirnos en meros decodificadores de informacioó n.
Hemos renunciado a cultivar el conocimiento para hacernos cazadores y
recolectores de datos.

Hace ya casi un siglo que Heidegger definíóa a la vida moderna por su “avidez de
novedades” y Eliot clamaba: “¿Doó nde estaó la sabiduríóa que perdimos con el
conocimiento? ¿Doó nde, el conocimiento que perdimos con la informacioó n?”

Para tranquilizarnos, los teoó ricos aseguran que no puede haber una regresioó n a la
oralidad, tras miles de anñ os de escritura. Pero podemos imaginar una sociedad cuya
clase dirigente tenga el monopolio de los síómbolos, y donde la masa se exprese soó lo
con ideogramas o emoticons.

Como es sabido, ese sentimiento que alguó n poeta romaó ntico hubiera expresado con
palabras como “En medio de la congoja, sigo entreviendo una luz de esperanza” el
progreso nos ha permitido resumirlo en una carita provista de una laó grima solitaria.
Pero, ¡cuidado! Dos laó grimas paralelas significan morirse de la risa, y disipar los
malentendidos puede ser enojoso.

·0 Cfr. Evgeny Morosov. The Net Delusion. New York, Public Affairs, 2011
·1 Marilyn Ferguson, La conspiracioó n de Acuario. Transformaciones personales y sociales en los
’80. Barcelona, Kairoó s 1985. Cap.VI
·2 John P.Barlow, A Declaration of Independence of Cyberspace, 1996
·3 Cfr. Nicholas Carr. The shallows.What the Internet is doing to Our Brains. New York, Norton,
2010

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