Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Mattoni Silvio - Poemas 1992 2000
Mattoni Silvio - Poemas 1992 2000
Silvio Mattoni
Prólogo
Como cualquiera que se haya propuesto escribir, antes de pensar en un libro me dediqué a
imitar la intensidad de lo que leía. Pero en un momento del año 1989, entre las diversas
posibilidad de escribir sobre temas que me atraían, pero que a la vez se alejaban de cualquier
podía registrar aquellos datos del deseo, reconocibles en el erotismo y en el amor a los libros,
en las imágenes más nítidas de lo perdido, sin tener que decir “yo” en un sentido romántico,
libro de poemas sobre fotos, uno de cartas o novela epistolar en verso, una idea de poemas
árabes quedaron en el camino. Pero la vida seguía, y la expresión de su avance debía darse
más allá de esas posibles series, esos libros demasiado predeterminados. Así los otros, las
personas con que me relacionaba iban a resultar parcialmente la materia de nuevos escritos,
donde el “yo” se ocultaba tras la figura de un director teatral, o un espectador que escucha los
parlamentos en escena sin ser visto. Curiosamente, la idea de Trabajos de amor perdidos,
publicado por azar antes que El bizantino, me vino de esos libros inocentes que se leen al
ver que “ellas” podían darle a un innombrable escribiente la identidad o apenas la consistencia
que hasta entonces había evitado asumir. Surge pues, quizás en 1991, lo que después llamé,
copiando un viejo género intersticial, el poema dramático. Cada poema sería un parlamento y
los personajes están en algún lugar, lo cual requiere mínimas didascalias. Pero este hallazgo
formal, con el que podía contar, relatar acontecimientos, desde un asado con amigos hasta la
suerte imprevisible de algún encuentro amoroso, se volvería una solución, una salida para las
más íntimas catástrofes. Convocaría entonces un coro para no llorar solo en la página
incompleta. Y esos otros son un mundo, hay autos, hay historia, hay un pasado para cada cual.
En 1995, aparecieron los Tres poemas dramáticos. Luego, casi voluntariamente, quise unir el
polo antiguo, mi necesidad infantil de pensar en los mitos perdidos para colorear el mundo,
con el polo expresivo que también podría llamar ahora nihilista, signos que nada significan
salvo la mortalidad de quien los lanza. De allí nace Sagitario, que explica por una vía
imaginaria la fatalidad de una generación que debe decidir cuándo engendra. Los personajes
del libro siguen hablando, son poemas como parlamentos, pero falta el lugar, no hay casas ni
autos, nada más que un campito o un limbo quizás. El reverso necesario de ese libro, que debí
escribir porque la felicidad se me venía a pasos agigantados, fue Canéforas. Al libro de los
nacimientos frustrados siguió el libro de las embarazadas. Y terminó el siglo, había que
Por supuesto, no puedo juzgar sobre la eficacia de estos libros que ahora se reúnen. Creo
que incluso el hecho de que sean pensados, libros que acatan alguna clase de serie, me impide
leerlos de otra manera, pero si algo debiera salvarlos tendría que ser su materia verbal, más
que su arquitectura.
No, lectora, lector, no es casual que yo haya escrito estos poemas, aunque tampoco me toca
decir si fue necesario. Tendrás, lectora, lector, que disculparme lo inentendible y atribuirte lo
transmisible, pero no me dejés solo en este librito como un soldado en el frente que espera
S. M.
manera decisiva: Gustavo Pablos, Arturo Carrera, Quique Fogwill, Cecilia Pacella; y ahora,
Francisco Garamona, quien pensó y me propuso esta compilación. A todos, la única palabra
mágica: gracias.
El bizantino
“El presente, en efecto, es igual para todos,
lo que se pierde es también igual, y lo que se separa es,
evidentemente, un simple instante.”
Marco Aurelio, Meditaciones
Ligurino
In memoriam C. P. Cavafis
La vieja casa tenía cinco habitaciones; cinco habitaciones amplias de techos altos que
entregaban la abertura de sus puertas a la luz del atardecer sobre el patio interior. En esas
sombras luminosas y rojizas, todos los días, todas las tardes, cinco mujeres, sentadas en
grandes sillones blancos con almohadones verdes y floreados, hablaban hasta que la oscuridad
les impedía verse unas a otras. Cada tarde, el crepúsculo elegía sólo a una, una sola mujer
hablando hacia las cuatro restantes, sin otro orden que algo más que el azar, se turnaban y
todas parecían saber de quién era el lugar de las palabras cada tarde.
1
Las calamidades
didascalia
didascalia
didascalia
didascalia
Epílogo
cuarta voz
***
segunda voz
***
cuarta voz
***
tercera voz
***
cuarta voz
***
primera voz
***
cuarta voz
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
***
Ausentes, confusas memorias para nosotros,
pero en ellas infinita claridad de confines
que no tienen fronteras; al despertar las vi
a las tres bailando en las tinieblas,
como un regalo inmerecido del búho
siniestro del saber, y agregaban lágrimas
a las lágrimas del río, imágenes
a las figuras del sueño, letras tachadas
al libro de sus vidas que nunca, y en esa
eternidad escondida su reunión de gracias,
nunca se borraría, como el gasto
que no arroja sus dones donde implora
la indigencia: "¡Algo, que me dé!", sino
donde el exceso mendiga todo. Hoy
el temor me impide levantarme en la noche,
y ni las plumas ni una colcha bordada
ni el sonido del agua serena podrían
conciliar mi sueño. ¿Es esto lo que oí
en mi desmayo: la risa de los faunos
y el paso presuroso de las musas?
No; sólo unos labios de mármol pintado
que recordaban: es corto, muy corto
el plazo de la belleza. Ahora sé que respondí
con mi pregunta. ¿Quiénes son
estos cuerpos sin nombre, estas posibles
voces que me das? ¿Qué olvidé
para desmentir con ellos mi próximo fin?
¿Por qué, oh inexorable, quemas tus dones?
***
***
***
***
De pronto, vimos ante nuestros pies
una esbelta flor rosada,
con tenues puntos purpúreos. Máculas
de la suerte, pensé, en lo natural.
Cuánto podía durar la puntillista
inscripción ahí. "Te diera el cielo,
dijiste, si el tiempo no
se hubiese ido cuando a la primavera
siguió el verano: tantas veces
naces en el verde césped
y floreces, pero no son mis flechas
honradas, se agitan y desvían
en el olvido. Tampoco me negué
a acompañarte, incitando un deseo
de seis días, de ansiosa prisión
ya en tus ojos y en tu pelo de sombra,
cuando el golpe cayó sobre tu frente
y mi tristeza." Las nubes se van
con el peso del día. Apresurado
a lanzarse, el deseo rebota
contra el aire y vuelve
hacia el pálido rostro. Ya el arquero
recibe la caída de su cuerpo
y en vano lo reanima, seca
las heridas e intenta detener
la fuga de su belleza
con las permeables manos. De nada
sirve, como esta flor
quebrada por el sol doblaría
de súbito su débil cabeza, inerme
mirando la tierra con su corola,
así yacía el rostro moribundo, despojado
de fuerza y recostándose
en el hombro brillante.
"Defraudado, dijiste, de tu niñez
te mueres; pero veo en tu herida
delitos míos, mi dolor; en tu fin
mi mano debe inscribirse, soy
el autor de tu huida. ¿Cuál
es mi culpa, sin embargo, si no
haberte amado? Ay, si pudiera
devolverte la vida ante esta ley
fatal. ¿Te unirás a la memoria
de mis labios? Falso consuelo
de versos: cada año imitarás
con un escrito mis lágrimas, leídas
en los pétalos suaves de esta flor."
Vi entonces correr sangre por el suelo
marcando el pasto, deshaciéndose
y con brillo escarlata subiendo
hacia los pétalos como de lirios
insólitos, y en ellos vi
unirse los puntos más oscuros
formando siempre la misma
sílaba, AI AI, y se trazaron
las letras siempre funestas. "Seis días,
escuché, en la sombra de una luz."
***
***
***
***
***
***
***
CANÉFORAS
I. CANÉFORAS
"Una mañana, en el centro del pantano, pude distinguir, apenas visible a causa
de la niebla, el perfil de una nave con el cuello y la cabeza de un cisne
adornando su proa. También es posible, lo reconozco, que en medio de la
niebla las raíces de algunos árboles me hayan hecho ver la nave que le acabo
de describir, pero aun así era tal la intimidad de esa imagen, como dibujada con
finísimas hebras, que me niego a creer en un encantamiento."
Antonio Oviedo, El sueño del pantano.
Contentos hace un año
"Y en la quietud casi recuperada, el chorro empieza a contarle una historia que,
a fuerza de atención, termina por reconocer como suya, historia del manantial
por todos admirado al que nadie se ocupó de calzar y fue a perderse en las
oquedades de la tierra."
Arnaldo Calveyra, El hombre del Luxemburgo.
La campana de vidrio
Los libros están en el orden en que fueron escritos, sus primeras ediciones son las siguientes:
Trabajos de amor perdidos, en Poesía. Ganadores del Concurso “Enrique Pezzoni”, Último