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Atlas Michel Serres 1995
Atlas Michel Serres 1995
Michel Serres
Atlas
CÁTEDRA
TEOREMA
Título original de la obra:
Atlas
R eservados linios ios d erech os. D e conform idad con lo d ispu esto
en el art. 53-í-bi.s del C ó d igo Penal vírenle, podrán ser castigad os
to n p en as d e multa y privación d e libertad qu ien es reprodujeren
o plagiaren, en tod o o en parte, una obra literaria, artística
o científica fijada en cualquier tipo d e so p o rte
sin la p recep tiva autorización.
7
Para Abdelwaked Ibrabimi
en recuerdo de Itzer, en el Adas
Leyenda para leer fácilmente
este adas
E l nuevo mundo
¿Por qué las páginas y láminas del atlas que viene a con
tinuación?
Ahora todo cambia: las ciencias, sus métodos y sus in
ventos, la forma de transformar las cosas; las técnicas, es de
cir, el trabajo, su organización y el vínculo social que presu
pone o destruye; la familia y las escuelas, las oficinas y las
fábricas, el campo y la ciudad, las naciones y la política, el
hábitat y los viajes, las fronteras, la riqueza y la miseria, la
forma de hacer niños y de educarlos, la de hacer la guerra y
la de exterminarse, la violencia, el derecho, la muerte, los es
pectáculos... ¿Dónde vamos a vivir? ¿Con quién? ¿Cómo
ganamos la vida? ¿A dónde emigrar? ¿Qué saber, qué
aprender, qué enseñar, qué hacer? ¿Cómo comportarse?
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En suma, ¿cómo encontrar puntos de referencia en el
mundo, global, que se está alzando y parece sustituir al an
tiguo, bien clasificado en espacios diversos? El propio espa
cio cambia y exige otros mapamundis.
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Pensándolo bien, ¿acaso no instalamos en ellas nuestra
morada, en nuestra cabeza y en nuestros sueños, desde el
alba de la humanidad? Por una lenta recuperación del equi
librio, las novedades más extrañas se anclan en costumbres
milenarias que no habíamos percibido. Este libro describe
unas y otras, porque nos adaptamos maravillosamente a
técnicas extrañas si se remiten a un mundo conocido.
Este atlas proyecta, uno sobre otro, el viejo mundo y el
nuevo.
Sabery aprender
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Cuando cambia la ciencia, el aprendizaje se transforma:
cuando los canales de enseñanza cambian, el saber se trans
forma; y las instituciones le van a la zaga. ¿Cómo se mez
clan las nuevas, virtuales, con las antiguas? ¿Qué plano úni
co podemos trazar?
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tura, como un imán atrae a las virutas de hierro para asociar
las en un dibujo, tan radiante como una aurora boreal: via
jaremos en lo sucesivo sobre los planos y mapas del espacio
visitado por estos predecesores.
¿Dónele leer esta visión global? Sobre lo que forma la
matriz, el continente o el soporte de todo saber: sí, el mun
do, cuya geografía expresa un conocimiento de fondo.
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mitirá vivir a todos a su alrededor. Es lo que yo entiendo
por hechizo .
Y las redes nos hechizan, pero como drogas. Desde que
Esopo, viejo fabulista, dijo que la lengua es de todas las co
sas la peor y la mejor, es una evidencia palmaria observar,
tras él, que todo medio de comunicación, palabra o escri
tura hace poco o mucho tiempo, y canales, se transforma
ahora en veneno o antídoto, es indiferente. Y así tenemos
dos hechizos. Curémonos de lo que mata. No, nada ha cam
biado.
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Otra sólida costura: razóny existencia
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puede llamarse cartográfica. Al proceder paso a paso, pero a
la velocidad de la luz, la simulación recupera lo que noso
tros llamábamos razón.
Lección del nuevo atlas: esta geografía nueva puede com
pararse con las más duras de las ciencias antiguas; iy como
la filosofía imitaba a estas últimas, ahí la tenemos, repenti
namente envejecida!
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sofia como el lenguaje popular le dan el nombre de fenó
meno; la ciencia que lleva el nombre pomposo de fenome
nología demuestra pues que todo pasa por el trabajo en ne
gativo: y esto quiere decir, simplemente, que la sangre y las
lágrimas garantizan el espectáculo. Al exhibir habitualmen-
te su poder y su gloria mundial mediante las imágenes de la
destrucción, el nuevo teatro virtual de las comunicaciones,
trágico para infundir terror o para despertar piedad, crítico
al poner en escena tantos tribunales y procesos, rezuma
profusamente crímenes y asesinatos, perpetrados o repara
dos, acciones humanitarias y crímenes contra la humani
dad: nos convence de este modo del trabajo en negativo
cuando nos ocupamos de su espectáculo.
Fuera de lo fenoménico, la construcción real de un nue
vo universo, aunque sea virtual, exige el pudor tácito de los
trabajos preventivos. Consagremos nuestra atención a las
crisis y a los vendajes de lo patológico, pero sobre todo pre
paremos el futuro con la enseñanza preventiva y la paz con
la sabiduría. Para no resignamos alegremente a convertir a
nuestros hijos en asesinos, levantamos casas y trazamos ca
minos.
En primer lugar, ¿cómo orientarse en este viaje que em
pieza?
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Prolongaciones
¿Dónde?
1
Espacio global
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blancos, las azaleas multicolores... conjunto en levitación,
por las islas del Japón.
Nacidos en los dos extremos respectivos de la Tierra
boreal, nos acercan no obstante las flores, entre los vasta
gos de abril que, de forma natural, enseñaron a los dos
pueblos que la belleza se eleva, entrelazada con el ramaje,
entre las nubes y las labores, en pleno viento, y que nues
tra alma común: ínfima, sutil, menuda, imponderable, aé
rea, flotante, la acompaña en su vuelo. Siendo ajenos, una
misma estación, nebulosa, nos acerca y quizá nos identi
fica.
Estos son, para empezar, dos ramilletes de estilo libre,
como sólo los japoneses los saben componer.
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preposición entre, se extiende a lo largo de un eje o se sumer
ge en una extraña esclusa alrededor de los cuales deben gi
rar las diferencias del mundo. Y como cada una de ellas
vierte su color en este centro, indiferenciado, por el que to
dos pasamos para acceder a todos, los adiciona todos en
una transparencia pálida, ya que el blanco contiene, en
suma y en realidad, todos los colores del arco iris: esta in
candescencia lo hace invisible.
En este pasillo neutro y mixto, el barquero o el que pasa
mezcle quizá en él, repentinamente mudado en mestizo o
neutro, aos naturalezas, dos idiomas, dos gestualidades has
ta disolverse y perderse. Si su vida lo hizo errar en muchos
brazos de mar, ¿su cuerpo y su espíritu han aprendido y
mezclado tantas culturas diversas que consiguió, en él y so
bre él, la blancura inmaculada de este lugar mismo?
Este espacio neutro o translúcido, esta blancura entre dos
ramilletes multicolores, que todos experimentamos a ciegas
en nuestra labor cuando consagramos nuestras vidas y nues
tras voluntades positivas a los intercambios, a los mensajes
y a las relaciones ¿cómo es posible que ni los antropólogos,
ni los geógrafos, ni mucho menos los teóricos de la comu-
nicadónJiayan confesado jamás en sus libros o mapas ha
berlo reconocido, ni atravesado, ni siquiera como propileos
de su iniciación?
Este espacio de los tránsitos, transparente y virtual, tan
arcaicamente conocido por los errantes, inmemorial como
el desierto que se atraviesa antes de todo descubrimiento,
¿no es precisamente el que poblamos con nuestras redes y
el que habitamos cuando hablamos de un extremo a otro
del mundo?
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el intercambio deben descubrir entonces caminos tortuosos
o paradójicos, pasillos cuyo trayecto oblicuo no siempre si
gue ta identidad exacta de las cosas. A falta de poder com
parar un paralelo, que no existe, intentamos un cruce in
comparable. Entonces, lo diferente ilumina a lo semejante,
o lo lejano a lo cercano.
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—¡Qué tontería bárbara es la tuya, me decía entonces un
doble, a mi derecha, de haber esperado tanto tiempo y ha
berte expatriado tan lejos para descubrir, con los ojos abier
tos, cien maravillas que no comprendías de cerca o critica
bas ferozmente al encontrarlas ridiculas!
—Estúpido, pretencioso, replicaba muy cerca de mí un
gemelo imaginario, a mi izquierda, crítico e inteligente, ¿sin
tu infancia de monaguillo, entre órganos y vapores de in
cienso, hubieras percibido nunca el deslumbramiento mís
tico que emanan los quimonos?
No, ¡lo semejante ilumina a lo diferente, y lo cercano a
lo lejano!
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Herramientas del intercambio o del tránsito
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cruzado o disuelto encadena los extremos opuestos de las
diferencias o las transiciones similares de las identidades.
M qor que describirlo o definirlo, quiero llegar a serlo, via
jero que explora y reconoce, entre dos espacios alejados,
este lugar tercero.
Admiro la policromía de las primaveras japonesas por ha
ber vivido sumergido en aquellas, menos fastuosas, de mi
infancia, comprendo la dulzura del valle que me vio nacer
por haber amado las primaveras japonesas; en mi cuerpo,
ahora se mezclan dos estaciones, cuyos tonos de rosa y cre
ma presentan una cara hacia el Este y una cruz hacia el Oes
te, como una misma moneda de oro: mi carne y mi espíri
tu habitan el metal transmutado de esta pieza doblemente
acuñada. Al dar vueltas al quimono o a la casulla, de delan
te hacia atrás o de abajo a arriba, ya no sé cuál es el paño
que muestro y el que oculto, ya que, por este pudor o ver
güenza que, a la inversa de muchos pueblos, compartimos,
el dobladillo oculto esconde a veces más lujo y belleza que
la cara evidente.
Hacia d universo
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mí desde hace tiempo, y ahora sus labios abiertos y su boca
inquieta jadeen quizá hacia ese soplo cuyo aliento nos dic
ta un idioma universal. Hasta ahora relegado al silencio o a
los gritos raros de músicas desgarradoras, ¿describe el itine
rario que precede al encuentro entre dos idiomas? ¿Qué
cultura ausente y blanca construye la separación y después
el contacto entre dos culturas cromáticas?
¿Dónde reina la primavera esencial y única, dos de cuyas
versiones pinta la doble estación, aquitana y japonesa?
¿Qué modisto inimaginable trabaja y corta, en qué taller,
qué ropaje translúcido y maravilloso, cuyo corte y caída ha
cen pender o flotar las casullas y los quimonos? En ese lu
gar utópico, ¿qué artista inencontrable habla el idioma ig
norado con el que se puede escribir este atlas?
Lo universal en elplano
delparque de Katsura
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interior, nada se recorta ni se escinde, ni el arte en partes ni
en elementos las cosas. Mansart y Le Nótre, paisajista y
constructor, no rivalizan cara a cara, alejados como espe
cies, físicas, animales o escolásticas. La casa se disuelve en el
jardín y el parque en el hábitat, dos lugares en los que des
cansar. En suma, la arquitectura se disuelve en el flujo de las
artes mezcladas. Al entrar en la casa por la puerta del jardín,
sigo habitando en ella después de haber salido cruzando el
umbral de la morada: el paisajista, allá, me enseña el senti
do de la palabra puerta, en mi casa.
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Modelo reducido: el columpio
Inmenso modelo:planisferio
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cuando en otra de sus caras el sol se alza sobre su propio im
perio, gira y rueda, tan estable como un columpio bambo
leante atado a un eje. Desde que jugamos al teatro de la his
toria, vuela de Este a Oeste, cambiante e inalterable, tierra
blanca sobre la que se inscribe, en el polvo volante, el con
junto mismo de los planisferios de todos nuestros tránsitos
o intercambios, delimitados por la muerte y por el equili
brio de todos los reintegros: balance universal de la justicia
natural.
Arrastrados por la edad, sustituibles a placer, aquí esta
mos, de pie, móviles y fijos, sobre este balancín perpetuo
con el abigarramiento del detalle de nuestras diferencias
cuya suma es la Tierra transparente que late al compás de
los minutos como nuestro corazón. Al inmenso modelo de
la esfera global responde este pequeño electrocardiograma.
Ella se detendrá un día, como el órgano del valor en el tó
rax, ambos reducidos al equilibrio de la justicia.
Con la misma disparidad con que discurren los idiomas,
el mismo columpio cordial cronometra la vida de los hom
bres y la misma tierra acompasa su pasar.
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la competencia, la victoria y el dominio del más fuerte, sue
len imponerse sobre el diálogo, el robo sobre el intercam
bio, el perjuicio sobre el don.
¿Quién ganará? Las respuestas a esta pregunta, que apa
sionan intensamente al público, a los periodistas, a los his
toriadores y cronistas de los Juegos Olímpicos, componen
las noticias espectaculares cotidianas, tan repetitivamente
anticuadas, así como la sombría historia de nuestro destino.
Entendemos por qué este jardín blanco o estas paletas
tornasoladas de tejidos o de flores primaverales se desvane
cen con rapidez, como se perdió antaño el jardín del paraí
so, porque la violencia reduce la sabiduría al silencio. Qui
zá el terreno neutro y benéfico del intercambio y del en
tendimiento sea invisible en los atlas de geografía, porque
sólo queremos matar para ganar, para que continúe la his
toria. —- © jo - i. 4
¿Quién ganará entonces? La sabiduría responde que
unos y otros, en su momento, prevalecieron, dominan o
reinarán, del Este, del Oeste, del Sur o del Norte. El domi
nio es la cosa del mundo más repartida, tan móvil y esta
ble como nuestro columpio, tan unitaria como el espacio
de la Tierra. ¿Conocen un solo grupo que, en su momen
to, no haya sido amo del mundo o lo es o lo será? Nada
más vulgar, en realidad. Perennes y monótonas, las luchas
por este dominio, individualmente estable y pasajero, mul
tiplican sin cesar la desgracia humana. Desde hace mile
nios, la cultura humana se entrega, universabnente, a llorar
esta matanza absurda, sangrienta y patética, como se la
menta una madre sobre el cuerpo herido de un hijo muer
to en la guerra.
¿Quién ganará? A fin de cuentas, uno y otro, es decir, ni
el uno ni el otro. Mediante la adición de lo mismo y de su
semejante, el balance terminal de la competencia violenta
vuelve a la balanza igual del intercambio, más exactamente
a su punto muerto, y define, de nuevo, lo neutro, lo blan
co, el terreno del entendimiento, el jardín primaveral de los
ramilletes o de las vestimentas, sí, este universal que hemos
sepultado, en secreto, en los cimientos del mundo, junto a
un cadáver: el de la equidad.
36
La obraformadora
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bil todavía y más bajo, canta dulcemente, él también, su pe
queño lamento, tenue pero sostenido, él también, desde
que late el mundo. Si compusiera música, idioma universal,
no necesitaría viaje ni traductor; habría dibujado, en eí pen
tagrama, eí tercer paisaje, intermedio utópico y floral levi
tante, vernal, entre las dos primaveras, aquitana y japonesa.
38
2
Espacio local
ESTAR AHÍ
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menos agradable! Contemos, además, el tejado, las paredes,
los setos, recintos cerrados protectores, pero lo bastante
abiertos como para templar el clima, calentar o refrescar, ha
cer entrar la comida y cocerla, y a la inversa, expulsar las ba
suras inevitables o las aguas servidas. ¿Casa? El hogar en sus
dos acepciones.
Tenemos aquí un sistema termodinámico e informativo,
energéticamente abierto, cuya topología interna, trazada
con rigor, describe las contigüidades y las distancias ante
riormente mencionadas; éste es el plano de una casa, para
vivir, y ¿quién no sabe que el término ecología quiere decir,
en sentido literal: teoría o discurso de la casa de los seres vi
vos? Del lugar, de la morada, del hábitat... en suma, lugares
propicios y propios de los seres dotados de vida.
¿Inventan el lugar, en un mundo inerte que sólo conoce
el espacio?
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invernaderos, nuevos espacios fantásticos en los que se re
coge la fauna y la flora indígenas o ekógenas, muertas o vi
vas, reproductibles o no reproductibles que no entre na
die si no está vivo— de acuerdo con distribuciones más or
denadas, otras distancias o diferentes proximidades. Todo
un océano, a veces, separa en realidad a dos plantas cerca
nas, allá donde las más lejanas se vuelven próximas.
Concretos y abstractos al mismo tiempo, reales y racio
nales, interesantes para compararlos con los terrenos y los
climas originales, estos lugares de aclimatación preparan el
dibujo, formal y racional de una tabla, de una escala o de
un árbol de clasificación, en el que cada especie pueda loca
lizar en las láminas, su entrada, su nivel, su casilla o su pági
na, es decir, su lugar, natural o artificial, que pronto será ge
nealógico. Parece que estamos ojeando el adas de los seres
vivos.
Antes se aconsejaba clasificar por género cercano y por
diferencia específica, términos técnicos antiguos que po
dríamos traducir por: distribución de las especies de acuer
do con determinadas distancias y cercanías. Las variaciones
basadas en estas dos distancias, largas y cortas, diferencian
los lugares de origen, los de acogida y, finalmente, los de
clasificación.
Localy ghbd
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con sus semejanzas, que la historia llamó naturalistas, desde
que nace la ecología científica, hace ahora más de cien
años, y aunque se estructure en función de conjuntos inte
respecíficos y de acuerdo con los arabescos de la diversidad,
cae no obstante en gestos y pensamientos análogos. Se
transforman, es verdaa, las categorías, pero sin dejar, como
antes, una misma meditación terca sobre el mismo tema es
table: esta ciencia habla, efectivamente, de sistema, o bioce-
nosis, ecosistema, biosfera, geosistema, o incluso, a veces,
paisaje, apelaciones sinópticas o globales, pluralistas, rela
ciónales, de la antigua noción de lugar, variables por el ta
maño, la integración o la unidad.
De repente, los contenidos propios de esta ecología cien
tífica, retomando la misma meditación sobre la misma no
ción, presentan sucesivamente la montaña, el lago, la isla,
nuevos lugares, otras células diversamente unitarias, casillas
nuevas, que siguen siendo variaciones sobre el tema estable
de las localidades, que la misma ciencia denomina, según
las necesidades, recinto, nicho o hábitat, o incluso nido,
aguilera o guarida, cubil, madriguera o lobera; depende de
los ensamblajes locales o de su distribución circunstancial y
del ritmo de la vida de las especies o de los individuos.
Continúa, irresistible, la misma declinación, como si apare
ciera constantemente alguna singularidad tópica, como un
invariante o un universal de la ciencia de lo vivo.
La vida reside, habita, mora, se aloja, no puede prescindir
del lugar. Se diría que dibuja y codifica su definición; en
tiendo por esta última palabra lo que dice su etimología: la
asignación de límites o de fronteras, abiertas o cerradas. Vol
veremos sobre este tema. Dime dónde vives y te diré quién
eres: ¡me contradigo con mi propia introducción!
«Chez»
En la pregunta: ¿dónde vives? el verbo vivir quiere decir
residir. El ser vivo se ubica aquí o allá, no en un punto, geo
métrico o abstracto, perdido o trivial en un espacio liso,
sino en la topología de un adoquín o de una bola, de una
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caja o de una casa, de un saco, cuyos límites le procuran al
guna dosis de aislamiento privativo, distancias optimizadas,
todas las circunstancias de una vecindad. Rodeada de una
membrana, la célula vive menos en sí y para sí que en su
casa. Sin membrana, no hay vida, teorema universal en bio
logía.
Mejor que la casa, sustantivada, la preposición francesa
chez expresa admirablemente este estado ae cosas; nunca se
refiere a cosas inertes, sino a un nombre propio: chez
Swann, en casa de Swann, y no en la de una piedra- Mien
tras que la materia se extiende por el espacio, que los anima
les exploran los alrededores, el árbol o la planta, inmóviles,
a veces verticales, definen mejor el lugar. Las leyes de la ma
teria se prolongan hacia lo universal, a veces, mientras que
la vida codifica, localmente, un pliegue o un lugar.
Flora y Pomona lo ocupan; los Faunos lo recorren; ya no
hay extensión. Ellas brotan, se prolongan, avanzan sin cejar
jamás. Ellos corren, pasan, saltan, se van, vuelven. Hestia, la
mujer, sigue siendo floral, mientras que Hermes, el macho,
se anima; metamorfosis de las jovencitas en flores y de los
muchachos en centauros. Planta: estar ahí, modelo sedenta
rio, ideal del hogareño. Animal: modelo de vida errante, a
veces migrador de tierras lejanas, viajero, pero que nunca
puede abandonar su saco de cuero, de plumas, de quitina o
de escamas... envuelto entre sus pliegues.
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las grandes, para mejorar su ubicación, su orden y su posi
ción: en el caso más sencillo, se trata de cubos o de muñe
cas rusas. Para un conjunto dado, puede haber dos o tres so
luciones al problema del ajuste o de la implicación, pero en
la mayor ¡parte de los casos, sólo hay una, exactamente la
más sencilla. Lógico y geométrico, este trabajo racional sólo
da un sentido a la preposición en. Así obra el piloto en su
barco o el Swann en su salón, en su casona, en Guérande,
Bretaña, Francia.
Ahora tenemos una colección de sacos y bolsas, de red,
de yute, caucho, tela o cualquier otro material flexible. Por
muy variables que sean su forma y su tamaño, cualquiera
de ellos, no importa cuál, contendrá, si hago las cosas bien,
el conjunto de las demás. Tendremos en este caso tantas so
luciones como queramos a la cuestión del ensacado, es de
cir, de la implicación.
Adivine lo que hay en la caja. Respuesta mínima: una o
más cajas más pequeñas, en serie decreciente. ¿Qué envuel
ve esta gruesa bofa azul hinchada o este volumen inflado,
sombrío o desplomado, pesado, ligero? No existe ninguna
réplica razonable... ¿Por qué decimos siempre caja negra y
nunca saco? Cuando decimos implicación, ¿nos referimos
a algo encajado o ensacado?
Tejidos
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Ahora bien, entre la dureza llamada rigurosa del cristal,
geométricamente ordenado, y la fluidez de las moléculas
blandas y deslizantes, existe un material intermedio que la
tradición dejaba para el gineceo, es decir,, que era poco esti
mado de los filósofos, salvo de Lucrecio quizá: velo, tela, te
jido, trapo, paño, piel de cabra o de cordero, llamada perga
mino, cuero despellejado de un becerro pelado o desollado,
llamado vitela, papel flexible y frágil, lanas o sedas, todas las
variedades planas o alabeadas en el espacio, envolturas del
cuerpo o soportes de la escritura, que pueden fluctuar
como una cortina, ni líquido ni sólido, claro, pero con algo
de ambos estados. Plegable, desgarrable, extensíble... topo-
lógico.
Inmóviles o efímeras, las protuberancias o los resquebra
jamientos sobre el mármol, o las ondulaciones en el agua
no se comportan ni en el espacio ni en el tiempo como los
pliegues de un tejido drapeado que flota, pero que perma
nece temporalmente erguido. Como si, dura y suave, resis
tente y blanda, la carne dudase entre fluido y sólido, los es
tudiosos de los seres vivos utilizan inteligentemente la pala
bra: tejido.
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ni el mundo, sus valles y sus montañas, ni las arrugas ni los
vientres de la piel.
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pintado forma bolsas y el falso cuero gris del viejo diván,
adosado a la pared, forma estrellas como patas de gallo,
arrugado, todo frunces de tejido, pero tampoco se mueve:
los libros de la estantería, cuyo formato depende del plega
do, la tubería repetida de la calefacción, el lino, el algodón,
la lana con la que friolero me envuelvo, aquí tenemos, por
muy sólido que parezca el material de su soporte, más plie
gues; no veo otra cosa y no toco otra cosa; mejor aún, sólo
habito en ellos.
Platón no dejaba de insistir en la idea de lecho. La he en
contrado, héla aquí: entre sábanas, mantas y somieres bien
remetidos, un conjunto de pliegues, en los que al deslizar-
me todas las noches, gozo. Me disuelvo y me acurruco en
la bolsa de estas hojas. (Sabemos que seno, donde nos com
place habitar, significa también pliegue?
¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Se trata de una misma pre
gunta que sólo exige una respuesta sobre el ahí? Sólo habi
to en pliegues, sólo soy pliegues. ¡Es extraño que la embrio
logía naya tomado tan poco de la topología, su ciencia ma
dre o hermana! Desde las fases precoces de mi formación
embrionaria, mórula, blástula, gastrula, gérmenes vagos y pre
cisos de hombrecillo, lo que se llama con razón tejido, se
pliega, efectivamente, una vez, cien veces, un millón de ve
ces, esas veces que en otros idiomas nuestros vecinos siguen
llamando pliegues, se conecta, se desgarra, se perfora, se in-
vagina, como manipulado por un topólogo, para acabar
formando el volumen y la masa, lleno y vacío, el intervalo
de carne entre la célula minúscula y el entorno mundial, al
que se le da mi nombre y cuya mano en este momento, re
plegada sobre sí, dibuja sobre la página volutas y bucles, nu
dos o pliegues que significan.
Si hacemos un balance, aquí tenemos algo inerte, o
dado, o fabricado: sólido, tejido; pero también tenemos
algo inerte: fluido, líquido, gaseoso, por donde pasan, se
borran, entre turbulencias, Tos vendavales y las ráfagas.
Aquí tenemos algo vivo: tejidos, jóvenes y envejecidos, en
corvados, soldados, arrugados, blanqueados por las cicatri
ces; pero tenemos algo estético y significante: molduras, fo
llajes, grecas, arabescos...
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Forma del lugar
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dición de que pague el precio infinito de un trabajo de Si
sifo.
Es lo que descubrieron en la edad clásica o barroca, y
Leibniz en su cálculo: el germen infinitesimal de la forma,
el átomo topologico del pliegue, junto al átomo algebraico
o de conjuntos del elemento; a partir de este momento, y a
partir de este filósofo, todo es pliegue y Gilles Deleuze, por
su parte, tiene razón para decirlo de él.
si-
49
r
50
la que descansa su esencia. Desplumar al pollo de su natu
ral ropaje de plumas, su única y lógica propiedad, fue el
error ae Platón.
La filosofía de la pobreza dice la verdad. La mística de la
pobreza, un milenio después, sigue repitiendo el mismo
mensaje. Consagrado a la mendicidad, San Francisco de
Asís se desviste y corre, descalzo, por la divina campiña de
Umbría donde, convertido en trovador canta al sol y a la
lluvia y habla a los pájaros o al lobo. Su vida, la lógica y la
experiencia mística, lastran, cercenan lo inesencial. Cuando
lo haya dejado todo, ¿qué le quedará al pobre de Asís? La
porciúncula. Un hábitat minúsculo, la porción más peque
ña, un atributo casi nulo, la atribución más irrisoria. Caseta
imposible de eliminar, residual y única propiedad.
¿Qué le pertenece al errante de los Evangelios? Como
Diógenes, hijo de Dios y miserable antes de Francisco, na
cido en un establo, abierto a los vientos y al frió, especie de
tonel o de porciúncula, Jesucristo recorre los caminos, sin
casa ni piedra en la que descansar la cabeza. Ningún texto
habla de su hábitat. Predica que hay que perderlo todo, si
queremos salvarlo todo. Nadie podría encontrarle una pro
piedad. Ahora bien, durante su agonía, al pie del madero de
la cruz, los «oldados que lo velan juegan a los dados para
apropiarse de su túnica sin costuras. Podemos adivinar que
durante las noches frescas, en las alturas de Galilea o tras
el Sermón de la Montaña, se envolvió en ella como en un
tonel.
51
con el género humano. Y es adecuada para la vida, que es
también un pliegue de tejido. ¿Quién es ella? ¿Quién eres
tú? Este elemento de hábitat.
La palabra propiedad deriva de la prioridad. Si pensamos
en el primer ocupante para determinar el origen de la pro
piedad, caeremos en un círculo de tautología y de violencia,
sin resolver nada. Más vale buscar el primer objeto, esta en
voltura privada lo más cerca posible del cuerpo, capa, vesti
do o manta, cuyos pliegues envuelven y definen. Si el dere
cho de propiedad, natural por esta vez, al menos universal,
pues no conocemos ningún hombre totalmente desnudo,
adjudica el hábitat a quien lo habita, tejido móvil y cerca
del cuerpo, no da lugar a la desigualdad, todo lo contrario,
pues pertenece a los que no tienen nada, a los más mise
rables.
52
queño de privacidad, resto o vestigio, residuo, la única dife
rencia.
Una vida pública total nos destruiría, nos mataría la pu
blicidad. Vagabundos consumados, Diógenes, San Francis
co, Jesucristo, experimentan en y por su existencia, sin dis
cursos, escritura ni teoría, el vínculo extraño entre la propie
dad en el sentido lógico y la que equivale a la posesión. De
esta forma, ponen de relieve ae forma admirable el mínimo
del haber en el ser, y del objeto en el sujeto. Por muy públi
cas, políticas, abiertas que se presenten estas vidas modelo,
en algunos momentos, tres cuerpos se envolvieron en una
túnica sin costuras o en un tonel redondo, la más pequeña
porción o diferencia específica, cuyo cierre plegado pueda
apagar los fuegos ácidos de lo colectivo, como un párpado
suave, y permitirles sobrevivir a la publicidad. Vagabundos
limítrofes, los tres miserables no pueden desprenderse de
una cosa determinada, el único objeto, que se parece mucho
al cuerpo sujeto, para salvaguardarlo cuando todas las cosas
le han sido sustraídas o abstraídas. Lugar primordial: de su
pervivencia, de derecho, de conocimiento, lógico y ontolò
gico.
Más político todavía que el más poderoso de los poten
tados, aquí"'está el miserable, siempre en público. Unico
hombre realmente universal, el vagabundo, menesteroso,
puede definirse, en última instancia, como el único animal
político: triunfo de la sociología. No, el hombre no puede
vivir sin refugio, es decir, públicamente, sin vida privada. El
hombre no es un animal político: si lo reducimos a esa con
dición, se convierte en un perro, éste es el grito rebelde de
Diógenes, cínico.
íí-
53
vuelva compleja o abstracta, lugar sensible o virtual, casa
sencilla o complicada, desglose detallado o conjunto entre
lazado, amplio y copioso, de especies diferentes, basta para
decir lo importante.
No: en primer lugar, entra en el tiempo, es decir, en el
movimiento, y luego se complica integrando las diferentes
dimensiones, es decir, la fuerza. Desde el momento en que
el árbol de clasificación, que dejamos hace un momento
para seguir el pliegue, se convierte en genealógico, o que los
espacios lógicamente recortados se sumergen en la dura
ción de la evolución, unos esquemas dinámicos imponen
inmediatamente una teoría del movimiento y, en primer lu
gar, una estática de los sistemas, de las fases en una evolu
ción o de los equilibrios de fuerzas. ¿Cómo describir unas
estabilidades entre los cambios, unos invariantes mediante
variaciones, unos polos de atracción, cúspides o ápex? Sí,
ha vuelto la noción de lugar, incluso en el tiempo: la inva-
rianza, el extremo, el óptimo y el climax constituyen estan
cias o paradas locales.
La ecología, haciendo honor a su nombre, nunca deja
de describir una topología de la casa, exactamente de los
lugares, estables y lábiles, por los que pasan y permanecen
los seres vivos inmersos en la duración. Los caminos que
los conectan son espaciales o temporales, estáticos o di
námicos.
54
conocemos fácilmente un espacio topológjco —como el
punto de acumulación hacia el que podrían tender todas es
tas respuestas a las preguntas de lugar, pacientemente enu
meradas por todo saber y toda técnica de lo vivo, específi
co o colectivo, desde los orígenes sepultados en la memoria
de nuestros idiomas, latín y griego, hasta las sofisticaciones
contemporáneas más elaboradas y, en definitiva, como uno
de los secretos de la vida, que podría afanarse sin tregua en
encontrar, plegar, definir, recortar, formar su lugar... ¿natu
ral? ¿Femenino, materno, matricial? Prima, la materia en sí
significa o apela a la madre.
Nuestro adas comienza, naturalmente, describiendo los
planos o los mapas de aquellos hábitats arcaicos, los ele
mentos de su forma y los primeros seres vivos que los habi
tan, ya que inventaron sus contornos.
55
culo prolifera. La vida tiende hacia lo pequeño, a la medida
del lugar. En física, el observador y el teórico pueden cam
biar de escala y trabajar con lo inmenso o con ía miera,
mientras que no se conoce, en el momento en que escribo,
macrobiología de un gran organismo, salvo en la teoría oní
rica. Nadie sabe de existencia viva larga, quiero decir de la
duración de un sol o de un mundo. La vida tiende hacia lo
muy corto.
Un tamaño local y singular, definido, podríamos decir, es
decir, rodeado de límites espaciotemporales, lo caracteriza;
no el espacio, sino la casilla.
Redes deprolongaciones
&
sin esta definición previa del área en la que puede nacer, de
las fronteras que protegen su fragilidad, de la energía dirigi
da o concentrada que necesita para aparecer, de las redes
para sus prolongaciones o sus propagaciones?
Estas son Jas primeras láminas del adas.
57
Mosaico de láminas
58
ESTAR FUERA D E AHÍ*
Espacioy lugares
59
por ella, tomando nota, con una precisión exquisita, de to
dos los accidentes espaciales debidos a los transportes y a
las prolongaciones.
ElHorla describe el ahí y lo que pasa fuera o viene de allí;
levanta el plano, el mapa, y eso es todo.
60
su país, aunque desembarcado hace mucho de otros luga
res. Errante y anclado, verazmente contradictorio... venido
de fuera y llegado aquí, fuera llegado, venido de aquí.
61
Errantes sin raíces fijas, nos hemos convertido todos en
paseantes con alma arlequinada, asociando y mezclando
los espíritus de los lugares por los que pasamos, bien o maL
62
Existir
Habitar, partir
63
cape o se deslice hacia fuera? ¿Cómo escribir — o pensar—
sin sustantivo, estable, ni verbo? Todo acaba en la danza de
las llamas: la casa explota en una hoguera horrible y mag
nífica, un volcán de fuego que lleva su erupción hasta el
cielo.
64
ocurre entonces cuando desde un espacio puramente exter
no nos vamos acercando, poco a poco o bruscamente, a
este lugar retirado muy cerca de nosotros?
Cortos y precisos, los cuadros se suceden y describen las
relaciones que, precisamente, yuxtaponen lo familiar y lo
extraño, no tan extraño, en realidad, com o simplemente le
jano. Se trata de conectar, progresivamente, a los lugares ín
timos sus sucesores en el espacio, mediante una especie de
prolongación analítica. Aquí tenemos algunos ejemplos.
65
toda la mañana ahí, tumbado. ¿El narrador —o el sujeto—
acaba de firmar?
Una vez que se han fijado las primeras referencias con res
pecto a la inmovilidad, este sujeto, tumbado sobre el césped,
que pasa o pasa a duras penas, se expone a la cercanía más es
trecha; primera excursión, que no se aleja de su entorno.
Prolongación pequeñísima
66
Sigámoslo ^pues: el foranus latino, el extranjero, engen
dró en francés farouche [huraño, feroz] y a continuación
forêt [bosque], situado fuera del cercado y del forum , de la
casa, del jardín y de la ciudad; el que vive en el bosque
vive errante, fuera o en el exterior por excelencia: forain
[foráneo ],forclos [excluido], fourvoyé, [descarriado],
[extenuado], forban [forajido], es decir, un balance nada
tranquilizador. Es la angustia que se anuncia. El marino
que atraca llama radeforaine al golfo abierto a alta mar. En
el foro se reúne el tribunal civil y politico, mientras que en
la casa se deciden los asuntos familiares; este sentido jurí
dico lo encontramos en el fuero interno o interior, antiguo
juicio de la conciencia, por oposición al fuero extemo, re
servado a la jurisdicción pública. De la misma forma, el
bosque forêt] pertenece al tribunal de justicia del rey.
Maupassant habría podido escribir: el forla , fuero interno
y externo del alienado, entregado a los otros. Así es la psi
cología, disciplina variable, desgraciadamente ignorante
del espacio.
Paradójicamente, a fin de cuentas para la familia existe
un interior o cercado, y a continuación un exterior, el bos
que foráneo, más la puerta, umbral o paso que los conecta
y los sepafa, y el tribunal que resuelve; finalmente, el fuero
fantástico del loco.
Se dibuja ahora una topografía rigurosa y detallada de
las cercanías, la descripción de los acontecimientos locales
situados alrededor de la casa, de la puerta, del umbral, del
patio y del jardín, el encadenamiento de los espacios que
los rodean, como una corona, los caminos que los conec
tan y las personas que rondan por allí. Paralelamente, la
justicia imita estas prolongaciones, de modo que sus pro
nunciamientos diferencian dos personas, el forajido y
aquel que, en su fuero interno, puede disfrutar en paz de
su independencia. Al igual que el astil de la balanza, real o
de la justicia, duda y oscila, la preposición hors vacila en el
umbral y designa los acontecimientos que cruzan la puer
ta, lugar por el que se pasa, bien o mal del interior al exte
rior, o del fuera al ahí. Doble local y duda sobre la unidad
de la persona.
67
'tercer despltzam iento
Topología
68
Por ejem p lo, salir de la casa, a-través-ar el patio O el jardín
que la rodea, cruzar la puerta que da al exterior, exigen la
atención más concentrad a en lo que ocurre en esos lugares
saturados de pequ eños hech os refinados. Para describirlos,
hay que utilizar co n circu nsp ección entre, en, por... op era
dores de flexiones o de d eclinaciones que designan, n o los
lugares co m o tales, con ten id os y con tin en tes, definidos, de
lim itados, recortados, es decir, m étricos o m ensurables, sino
las relaciones de vecindad, de proxim idad , de alejam iento,
de adherencia o de a cu m u lació n , es decir, las posiciones. El
estar ahí y sus relaciones con el extenor.
.-v,La topología es la base de la topografía de los mapas y
planos.
De los fluidos
69
de acuerdo con una regla rígida o desde el mundo de las on
das, los ríos o los flujos.
Que yo sepa, desde que hablamos hebreo, griego o latín
nuestra alma, precisamente fluida, alienta y, por este viento,
calienta o refresca: ser líquido, bruma que se desliza ante la
pura limpidez de un espejo, aún a riesgo de empañarlo. ¿Es
un escalofrío, la forma de las nubes o el color del día, tan
variable, lo que, rozando mi piel o cruzando ante mis ojos
ha enturbiado mi pensamiento o ensombrecido mi alma?
Citada al comienzo del relato, esta observación prepara y
anuncia la escena del final, ante el espejo de la habitación.
Un «objeto» como éste —-aliento, nube o alma— no presen
ta obstáculo alguno entre el espejo y yo, como un bloque de
madera. Opaco y transparente, translúcido en suma, un ji
rón de niebla se abre y se cierra al mismo tiempo. íntima y
cercana, inquieta, lejos del descanso, el alma ignora también
la exclusión recíproca entre dentro y fuera, hors y Id.
Con brumas y adherencias, la topología de los fluidos di
suelve el verbo fantástico y resuelve así sus problemas.
70
Una casa da fe de la geometría métrica de los maestros
constructores, como sí conservase sus huellas o com o si los
hubiera inspirado, mientras que el lugar exterior, el ahí de
fuera, impone una percepción completamente diferente.
Seguro, aquí, sentado, dentro, de que el muro tras de mí, es
table, permanece a una distancia mensurable y fija de mi es
palda, cuando escribo, leo, hablo o como sentado en mi
mesa, absorto, salgo y pierdo mi seguridad de lo que a tergo
me obsesiona. El viento, apacible o turbulento, moviliza las
ramas com o las hojas, primero lejanas y después próximas,
mientras que los insectos me acompañan o me abandonan;
es decir, la fauna y la flora, el flujo y los intervalos, no ocu
pan la extensión como las rectas y los ángulos vacíos de los
albañiles en la casa.
Paso del estremecimiento de frío al estremecimiento de
angustia. La proximidad o la cercanía se pueden por lo tan
to transformar, lo lejano y lo cercano intercambian sus dis
tancias, se vuelven elásticos: inquieto (pérdida de reposo,
pérdida de equilibrio) por estar solo en este bosque, atemo
rizado, apresuré el paso... en una profunda soledad. De re
pente, me pareció que me seguían, que había alguien a mi
espalda, muy cerca, muy cerca, casi tocándome. La geome
tría métrica canoniza las distancias que identificamos con la
vista, mientras que el tacto, al que alegamos sin cesar, más
cerca de la topología, revela maravillosamente las cercanías.
En la geometría, habito; la topología me ronda. A lo largo
de todos los milenios que nos separan de su nacimiento, el
espacio puro y duro de la primera construye nuestra casa:
su metro nos sirve de tierra. Ahora bien, la casa, lo sabe
mos desde el tncipit, habita ella misma — ¿o ronda?— en un
árbol.
«Me volví bruscamente. Estaba solo. Tras de mí, sólo vi
la avenida recta y amplia, vacía, alta, pavorosamente vacía;
y al otro lado, se extendía también hasta perderse de vista,
semejante, espantosa.» Lo de fuera se asemeja a lo de den
tro, o a la inversa. Sin rectángulo ni vertical, la topología del
bosque no se parece en nada a la métrica de la casa: Íes algo
que sólo puede ocurrir en los castillos encantados [bantés] o
en una casa que habita en un árbol! Peor aún, las direccio
71
nes cambian, así como los puntos de orientación. Aquí,
muy cerca de mí y de mi hábitat habitual, sobre la hierba,
delante del Sena... estoy bien orientado, perfectamente lo
calizado. «Me puse a dar vueltas sobre mis talones, muy rá
pido, como una peonza. Estuve a punto de caerme; abrí los
ojos; los árboles danzaban, la tierra flotaba; me tuve que
sentar. Y entonces, ¡ah! ya no sabía por dónde había veni
do.. Me marché por el lado que se encontraba a mi derecha
y salí a la avenida que me había conducido al centro del
bosque.»
Así es como se va de hors a ¿i y a la inversa: saliendo del
cercado que está delante de la casa, bajo el plátano que la
protege y le da sombra, accedemos a los espacio extraños
mediante excursiones sucesivas cada vez más alejadas...
como si, al recorrer los sentidos descritos por la familia se
mántica de la palabra hors, hubiéramos pasado de la palabra
forum, el recinto privado, luego el lugar público, a un senti
do nuevo de la palabra forêt: relato o variaciones sobre la
preposición. Tenemos por lo tanto que calificar esta descrip
ción del espacio y de los lugares: normal, exacta, fiel, de ex
periencia común.
Mapa de excursión
12
del que no se ve la cabeza, cubierta con la capa, que condu
ce, caminando delante de ellos, a un chivo con cabeza de
hombre y a una cabra con cabeza de mujer, ambos dando
balidos, el uno con voz fuerte y la otra débil, peleando sin
cesar: ¿chivo o tragos, fundamento trágico de la construc
ción?
Guía teórico
73
maí El alma, la identidad, el yo, que adelantándose, se defi
ne por su relación con el doble, que se define por la rela
ción mimética con el yo: dan balidos y se pelean.
pércidos de cartografía
74
mensiones. Apenas paradójico, este volumen tiene la mis
ma edad que ElHorla.
Habrán visto que, casi siempre, los pregoneros de almas
suelen hacer llegar lo subjetivo hasta los confines de las in
vestigaciones realizadas por el saber objetivo: las ciencias
cognitivas desempeñan en la actualidad el mismo juego que
practicaba el doctor Freud con la termodinámica y otros
con la electricidad. Y sin embargo, la ciencia no nos suele
esperar allá donde la buscamos, sino todo lo contrario, se
descubre, repentinamente, donde nadie la espera. Obser
ven, por ejemplo, las manipulaciones del experimento, inú
tiles y no concluyentes: cerrar la habitación con llave, en
volver la jarra con lienzos blancos, frotar los labios, la bar
ba, las manos con mina de plomo... e incluso, durante el
viaje a París, la sesión de magnetismo, objetivamente relata
da, y por fin la documentación sacada de la biblioteca de
Rouen... todo aquello que exige el positivismo de la época
aparece en el relato, com o si Maupassant quisiera muy
conscientemente inyectar el racionalismo más pertinente. Y
además, pero del lado de la esperanza, consigue hacer racio
nal lo que parece no poder llegar a serlo, pero en absoluto
lo que creía racionalizar. Importada, repetida, identificada,
clasificaba, la ciencia no sirve para nada, mientras que la es
critura artista, precisa, rigurosa, le lleva toda la delantera, la
precede y además entra en la ciencia: lección implacable de
probidad intelectual.
75
pació descrito. Cuando decimos el mismo, o incluso yo
mismo, confesemos que entendemos el mimo o la imita
ción, es decir otra relación. E l Horla empieza describiendo
el conjunto de relaciones con y entre los lugares, luego con
el espíritu, único y profuso, de los lugares, a continuación
con el mero espíritu y finalmente, con el yo y su doble.
El espíritu se hace carne: vampiro o sanguijuela que, con
la boca sobre la mía, bebe la vida entre mis labios. Es la
vuelta del parásito, citado además expresamente, y su expul
sión, como al final del Tartufo o, mejor aún, de La conquista
de Plassans, en el incendio de la casa. Se bebe mi agua para
la noche, la leche de mi mesilla, corta mis rosas, se sienta en
mi sillón, lee mis libros, como aquel «huérfano vestido de
negro que se me asemeja como un hermano» que se queda
hasta la mañana en el dormitorio de Musset. Para, o al lado
de, designa la proximidad más cercana del abí, aunque ya
extraño, venido de otros lares o viviendo fuera, en otras pa
labras, el primer otro, que sigue y es contiguo al yo. ¿Pode
mos encontrar un nombre mejor que el de Horla para el Pa
rásito?
Sustitución
76
una palabra pomposa, como en las posiciones en el espacio
y en el tiempo, es decir, las preposiciones, más que los ver
bos y los sustantivos. El error ael comentario psicopatético
consiste en trabajar únicamente desde una posición en el
interior del sujeto — ¿Por qué el sujeto habita un interior?
¿Qué interior? ¿Dónde?— es decir, una sola posición. Toda
preposición describe la posibilidad de una relación, de una
flexión, de una declinación, más complicadas que ella pero
compuestas quizá a partir de ella.
La locura o la alienación ¿no podrían residir en la extra
ña decisión de encerrar todo el espacio y su acontecer en un
solo lugar que se prejuzga com o interior? El sujeto sería in
terno, o peor, interior— comparativo— , mejor aún, íntimo
— superlativo. Cuanto más voy hacia el interior, más voy
hacia el yo; cuanto más salgo de él, más corro hacia el otro.
La alienación se encuentra en el exterior, así que estoy fue
ra de mí, del lado del otro. En realidad, todo el relato de
Maupassant describe con precisión estos dos movimientos:
para el sujeto, salir, y para el doble, sobrevenir — o volver,
¡simple teatro del espacio!
Normal, %opatológico
77
ción y del éxtasis, de la geometría perfecta y de los amores
puros que me enseñaron los trovadores por la princesa leja
na, y además, en la verdadera utopía patética hacía la que
me arrebatan los Arcángeles — así que encomendarse al án
gel de la guarda me parece más razonable, y deja en mejor
estado de salud que matar al Horla— y, sin duda, sólo estoy
aquí, presente, con los dos pies sobre la Tierra irrecusable,
porque en este mismo instante viajo y planeo por aquellos
espacios. Estoy aquí por mis Horla, presente en el espacio
llamado real por mis ausencias en cien lugares llamados vir
tuales.
Tecnologíay lógica
78
principio de identidad: el agua está en la jaira o se desparra
ma por fuera, no puede haber otra opción, y si un cuerpo
extraño penetra en el continente, debe sustituir al conteni
do anterior. ¡Pero con los pliegues de un saco este principio
no funciona!
¿Cómo es posible que esté vestido, habitado, encantado,
con plenitud, dolor, éxtasis exquisito, por aquella que amo,
que desde hace mucho me ha expulsado de mi ahí, pero
con la que me mezclo en mí? El volumen euclidiano, en el
que creemos habitar, tiene que revelarse imposible de habi
tar y además absurdo.
Dos preposiciones dominan el razonamiento: dentro y
debajo. La primera gobierna la separación entre lo interior
y lo íntimo con lo exterior, y la segunda, los movimientos
del uno al otro. Por esta razón, la metafísica de la sustancia
y la del sujeto se remiten a un espacio predefinido, presu
puesto por estas posiciones, exactamente por la sustitución.
Hay que dudar del prejuicio fundamental de un espacio así:
este es, precisamente, el trabajo del Horla. Sentado en mi si
llón, en mi lugar, el doble lee mi libro. Ha sustituido mi
presencia por la suya. ¿Sujeto? ¡Sí, claro porque he queda
do debajo de él! ¿Sustancia? Sí, también: aplastado, estable
bajo su peso y su amenaza.
Hubiera querido que leyeran algo más fantástico, a decir
verdad, que las filosofías basadas en la sustancia o el sujeto.
Maupassant ayuda a encontrarlas simples y estúpidas.
79
más bien, el que no soy y no soy quien soy: este antiguo
teorema no lo he inventado yo. No es sólo cuestión de
mala fé.
Todo lo contrario, un milagro muy corriente: el genio sale
de la botella y se desparrama por el universo, mientras per
manece dentro del cristal opaco y translúcido. El yo, poro
so, mezclado, acumula presencia y ausencia, conecta y
cose lo cercano y lo lejano, lo real y lo virtual, separa y
hace avecindarse el hors y el la. En lugar de parecerse a la
ue Guyon coloca en su mesilla de noche, la botella Ilama-
3 a fantástica se acerca más bien a la del genio, es decir, a la
topología kleiniana: la más racional de las dos no es la que
parece.
¿La filosofía sólo ha explorado pobremente, el sobre, para
la trascendencia, el bajo, para la sustancia y el sujeto, el den
tro para el mundo y el yo inmanentes? ¿Hay que generalizar
más? Continuará, con el con de las comunicaciones y del
contrato, con el a través de de la traducción, el entre de las in
terferencias, el por de los pasos por los que pasa Hermes y
pasa un Angel, el cabe del parásito, el juera de del desapego...
todas las variedades espaciotemporales que nos ofrecen to
das las preposiciones, declinaciones o flexiones.
La danza de las llamas que lamen la casa nos lo mostrará.
Animación en el espacio-tiempo
80
ción vivida en medio del despertar ardiente de las llamas
que devoran?
81
3
El imperio de ¡a razón
83
En am bos casos, la razón, p o r religión, por d erecho y por
ciencia, m anifiesta su desprecio p o r el tiem po que hace.
84
Todos losfilósofos escribieron
sobre los Meteoros
85
imperial? ¿Por qué este rechazo de la historia de las ciencias,
que olvida la mitad de las obras de Lamarck y de Le Ve
rrier... como simula ignorar que la alquimia constituye la
parte más importante en volumen de las de Newton?
¿Cuándo renegó la razón del tiempo que hace? ¿Por qué los
filósofos ya no escriben sobre los meteoros?
86
cía, su estrechez de miras. ¿Cómo resumir mejor las relacio
nes entre la razón y la existencia, la deducción y el mapa?
Toda la cuestión se refiere al conocimiento integral o sim
plemente fragmentado del futuro, pues la limitación de la
criatura sólo le deja adivinar una parte. Sólo el presente per
tenece al hombre, el futuro total sólo a Dios. Voltaire le da
la razón a Napoleón. Y esta razón, teológica, científica, lin
güística y experimental, a un tiempo racional y razonable,
inspira a los sabios y a ios prudentes. Así pues, mienten los
adivinos y Lamarck, como los hacedores de lluvia y los pro
fetas del tiempo. ¿Hay que entenderlo de acuerdo con el
conocimiento integral de una órbita o de una trayectoria o
de acuerdo con el conocimiento fragmentado y azaroso del
clima y de los meteoros? ¿Dios preve también el tiempo?
¿Cuál de los dos?
Retrospectivamente, nos asombramos del retraso de Vol
taire con respecto al científico, a pesar de que se le alaba por
haber introducido a Newton, es decir, la mecánica del siste
ma del mundo, en la Europa continental. Nos asombramos
sobre todo de su elevación teísta, con respecto al mecánico-
astrónomo, que nunca se metió en el consejo ni en el len
guaje divinos.
Sabery no sabir
87
lo que se da por sabido. Aquel o aquello que se expulsa nos
enseñan más cosas sobre los que excluyen que todos los dis
cursos de estos últimos sobre ellos mismos. El elogio y la
publicidad de la ciencia canónica se llama, en términos no
bles, epistemología. Durante tres siglos, los meteoros de
sempeñaron el papel de excluidos de la epistemología, de lo
que no hay que considerar ni concebir como una ciencia.
El tiempo que es había excluido al tiempo que hace.
¿Cuánto tiempo? Hasta esta mañana: nuestra generación
aprendió en la escuela de Gastón Bachelard que teníamos
que atrincherar los elementos, aire o fuego, tierra y agua, los
componentes del clima, en los sueños o ensoñaciones de
una poesía vana y perezosa: por un lado, el saber canoniza
do, la epistemología, la razón atenta al trabajo; por el otro
la imaginación, tolerada, con la condición que se quede en
el exterior, donde están el sueño y las humanidades, consi
deradas oníricas. Colmo de la paradoja, había que repatriar
el mundo exterior, poderoso, de los ríos y los vientos, de las
llanuras y los volcanes, hasta la intimidad callada y sudoro
sa del sujeto dormido- En regresión sobre la propia ingenui
dad positivista, esta división reproducía la de Midielet,
cuya obra, por un lado, construye el monumento de la His
toria, el trabajo de la razón en el tiempo y, por otro, se en
trega al aquelarre y a la historia natural, mar o agua, monta
ña y tierra, pájaro en los aires, o también meteoros. Pero el
anciano charlatán y lacrimoso por lo menos preveía que del
aquelarre siempre nace el saber futuro.
En ambos casos, ¿podemos describir mejor la ignorancia
de la Razón? De este no saber del tiempo que hace, de los
elementos, de la tierra mullida y de los fluidos calientes,
nace el sistema venidero, como Afrodita del fragor de los
mares.
De nuevo, sólidosyfluidos
88
opone el rigor y la consistencia a los flatus voris, imprecisos,
difusos, confusos, nublosos, que sólo son la expresión del
viento. Al suscribir los razonamientos consistentes, las ba
ses, sólidas y coherentes, resisten a lo impreciso, a lo nebu
loso, o incluso a la horrible mezcla, no analizada: raras son
las citas notables en las que este último término no se
acompaña de un epíteto peyorativo. En las metáforas habi
tuales en teoría del conocimiento o en ciencias cognitivas,
las distinciones sólido-fluido, separado-mezclado funcio
nan, más o menos, como siempre ha funcionado la de la
luz y la sombra, lo puro y lo impuro, pero, si puedo decir
lo así, con menos brillantez, de forma oculta y, por lo tan
to, más eficaz. El epistemólogo se resiste a un sistema fláci-
do, o peor aún, viscoso.
El tiempo de la mecánica racional triunfa en el terreno
de la previsión, con la condición que no salgamos del régi
men de los sólidos. Más difícil, más sutil, más antigua sin
embargo, como vemos en Lucrecio, la mecánica de los flui
dos no puede demostrar todavía, en el siglo de las Luces y
del sistema del mundo triunfante, que los pájaros vuelan:
en una memoria olvidada, presentada en la academia de D i
jon, D ’Alembert demostraba, con razones consistentes, que
no podían ni volar ni planear. El premio quedó desierto
aquel año, ya que los que demostraban que los volátiles po
dían despegar del suelo se equivocaban en sus razones y los
que no se equivocaban demostraban que no volaban. Así
pues, en aquellos tiempos, si atendemos a la razón, queda
ban en tierra o caían la paloma ligera de Kant y el volátil de
Minerva, en Hegel, en razón de la ignorancia (o del despre
cio) de las turbulencias aleatorias del aire, que no obstante,
son las únicas que sostienen sus alas y hacen posible su vue
lo. ¿Dependerá el Espíritu de lo que desdeña?
Felizmente, la ciencia va más deprisa que la idea que los
filósofos y los propios científicos se hacen de ella: he aquí
que, bajo las remeras .de los volátiles vuelven subrepticia
mente las turbulencias, refutadas a Descartes y olvidadas en
Lucrecio, mientras que el epistemólogo no es capaz de se
guir las audacias de la ciencia de la que habla. No bajan la
guardia los viejos tópicos que siguen discurriendo sobre
89
ciencias o conocimientos duros o menos duros, tras la ter
modinámica de los gases y la teoría de las turbulencias más
o menos viscosas.
90
(X, 668-669) a Thomas Burnet y al abate Pluche, del ensayo
de Rousseau Sobre el omen de las lenguas a Sons dessus dessous,
novela de Julio Veme, bastante reciente, por un efecto ma
léfico del pecado original, huella o síntoma del pecado en
el mundo, que hay que reparar, enderezando su eje; el in
vento del punto vernal cambió hasta la forma tradicional
de la cruz, que antes se dibujaba en forma de tau. Ahora
bien, sin este quiasmo, no hay clima. Sí, esta inclinación
marca, en las trayectorias y las órbitas, que miden el tiempo-
time, el lugar en el que se decide el tiempo-weaéer. ¿La sinra
zón climática se inclina, escorada, jamás derecha, como
marcada por la culpabilidad? Esta inclinación tuerce el sis
tema. Esta sea quizá, en el orden universal del tiempo racio
nal de la mecánica celeste, la razón profunda, astronómica
y ligada al destino, maléfica, de la legislación inglesa, de las
cóleras del Emperador, del asesinato cometido por Voltaire,
de los olvidos de la historia de las ciencias, de la ignorancia
de las lenguas y de las disciplinas: en esta cruz, un tiempo
se cruza con el otro. ¡Qué soberbia localización del espacio
por los tiempos!
El echarpe vaporoso de la atmósfera y el ropaje oceánico
de las aguas, es decir, el conjunto de la capa fluida y turbu
lenta que fodea, como una circunstancia muy tenue, el sue
lo movedizo y deformable de una tierra cuya movilidad
mullida aprendimos hace poco, rodando sobre un fuego ca
tastrófico, incluidos los desiertos secos y los grandes bancos
de hielo, forman un sistema lo bastante estable, aunque bo
rroso, para que la biosfera encuentre en él su acomodo y su
perpetuación, para que hayamos construido sobre él nues
tras casas y para que nuestras especulaciones definan en él
unos climas relativamente regulares, para que nos entregue
mos sobre él, desde el neolítico, a prácticas agrícolas, antes
de a algunos placeres arcádicos. ¿Seguimos pensando que
de la irregularidad viene el mal, si le debemos, además del
primer punto de referencia espaciotemporal, el mundo y
nuestra existencia?
Más que el científico, el campesino confia en los flujos,
con los pies plantados sobre la regularidad de la gleba visco
sa, infértil si permanece invenciblemente sólida; nacido de
91
los torrentes de tierra, de las emanaciones del aire, de las
aguas y del calor comentes, el arte del cultivo juega con el
clima que mezcla los elementos y reina sobre los campos,
en los que las hambrunas y las vacas flacas aparecen más a
menudo que las cosechas abundantes: aquí el idioma nos
trae una triste queja, pues la palabra tempestad se construye
sobre la palabra tiempo. A la inversa, este sistema, aunque
estable, parece formidablemente variable, irregular, a menu
do atravesado por catástrofes sin ritmo ni retomo previsi
bles. A causa de los meteoros, plagas del cielo, temblaremos
de frío y vagaremos sin hogar, muriéndonos de hambre:
volvemos así a las angustias y los males de antes.
92
Este es el no sistema por excelencia, lo inverso de la eco
nomía, en el orden del mundo, como en el ahorro y la pro
ductividad, Si el astrónomo griego se cae al pozo ante las
amables burlas de las jóvenes campesinas tracias, cae la nie
ve sobre el meteorólogo que, la víspera, prometió el sol,
con gran cólera de los agricultores y de los veraneantes. To
das las mañanas, el tiempo se estropea y los meteoros acu
mulan errores, que parecen, aquí, menos irrisorios que las
relaciones disfrute-precio o inversión-beneficio. Tras la pre
visión se oculta la economía, en el sentido más clásico de la
palabra: equilibrio entre el gasto y la adquisición. En este
sentido, ¿cuesta demasiado cara la Meteorología? ¿Es malig
na porque despilfarra?
Previsiones
93
neal y circular; acumula por lo tanto los de Newton, Boltz
mann, Bergson — determinista, entròpico y estadístico o
portador de novedades improbables— . Más, quizá, el del
caos. ¿El tiempo que hace es la suma de todo tipo de tiem
pos mensurables? ¿Podemos comprender las estaciones, va
riables pero constantes, integrando al menos tres tiempos o
tres medidas? Sin embargo, los sistemas mejor conocidos
suponen únicamente el primero.
Vuelta a ìa circunstancia
94
tiempo, o más bien la larga línea que Bergson, con razón,
reducía al espacio.
Nuestros organismos vivos conocen también la sincro
nía de varios tiempos: newtonianos, se levantan y se acues
tan con el sol, llevan en ellos unos relojes que se descompo
nen en rápidos recorridos que cruzan los meridianos, mue
ren, agotados, usados, cubiertos de amigas, de acuerdo con
el segundo principio de la termodinámica, pero, imprevisi
bles, bergsonianos o darwinianos, a veces se reproducen en
pequeños hijos mejorados. Con la misma sincronía de va
rios tiempos, el de nuestros cuerpos se parece al curso de los
meteoros.
De esta sincronía, difícil de captar, que traté ya de descri
bir en Origines de ¡a Géométrie, utilizando la teoría de la per
colación, sólo podemos decir una cosa: que existe y que de
bería llamarse tiempo que, en sus expresiones originales,
significa, precisamente, esta alianza o esta suma, este estado
mezclado: podemos leerlas, efectivamente en los.verbos y
los nombres templar, templanza, temperamento, tempera
tura, tempestad, intemperie, todas ellas palabras de la mis
ma familia que el tiempo, elemental, que las compone y
que designan, efectivamente, una mezcla cuyo funciona
miento o cuya imagen preceden, asocian y suman los dos
sentidos, cronológico y meteorológico del término tiempo,
único en los idiomas latinos y desdoblado en dos vocablos
separados en los idiomas germánicos: time o Z eity weather o
Wetter, idiomas qufe han olvidado o abandonado voluntaria
mente esta unidad fuerte, de origen agrario.
95
I
96
minaríamos, efectivamente, previendo sus resultados, si
existieran. Pero ¿quién, a la inversa, no ve que nuestros me
dios tecnológicos de almacenamiento de datos, de simula
ciones, de puesta en escena de mundos posibles... no hacen
imposibles estas animaciones? ¿Quién no ve cómo la razón
algorítmica se adelanta a la razón mecánica, y cubre, más
allá que esta última, las grandes multiplicidades que han
obligado ahora y siempre a expresar la existencia, a repre
sentar al individuo y a trazar mapas?
Local, global
97
pone, maravilla de las maravillas, la razón y la sabiduría del
mundo. Sí, define realmente, aquí y ahora, lo local, dibu
jando, con su vuelo, sus fronteras, teje un islote singular, pa
rece quedarse en este nicho escogido, pero de repente, se
lleva sus noticias de este lugar particular hacia horizontes
inesperados y lejanos, donde se pone de nuevo a tejer, ani
dar, hilar un lugar original... hasta que se vuelve a marchar.
Se localiza, y se deslocaliza también. ¿Qué tela invisible
teje, qué red, qué mapa está trazando?
El adas mismo. Zumba ampliamente alrededor del Sena,
corre hasta Aquitania, entre los frutales en flor, a Kioto,
para construir un modesto columpio, irritante o tranquilo,
dependiendo del clima, da la vuelta al mundo siguiendo los
alisios, traza pacientemente los planos de los pliegues de la
vida, de la habitación y de la casa, se vuelve a marchar en
busca del yeti alrededor del Everest y del Madablam... escri
be el libro que está leyendo usted, lector activo y trabajador,
que haría mejor en entregarse a la pereza, tumbado en el di
ván y siguiendo con los ojos el caprichoso trayecto. La mos
ca y este libro tejen conjuntamente lo local y lo global, re
buscando intensamente las localidades singulares, las cerca-
mas finas y las proximidades delicadas, lugares particulares
cuyo alejamiento garantiza el alcance global del viaje. Me
diante prolongaciones breves o más largas, discretas o con
tinuas, la mosca, el grano de arena o el elemento acuático
en la comente construyen el universo lugar a lugar, como
las palabras de este libro.
98
arabescos de nudos y de bifurcaciones que de repente se
empiezan a asemejarse a un tapiz visto por detrás: lugares
singulares exquisitos y muy diferenciados que se mantienen
unidos por un trabajo global, porque es local, extenso por-
ue está anudado. El método anuda lugares cercanos y los
3 istribuye en la lejanía.
El trayecto de este elemento de flujo en el río, de la mos
ca viva, de un acontecimiento histórico, se parece al de Her-
mes o al de los Ángeles que pasan. Estos últimos vuelan así
para llevar a todas partes la buena nueva, local y materiali
zada, del amor al prójimo, cercano, vecino, y no obstante
cruzan todo el espacio a la velocidad del pensamiento.
i Cóm o, cruzando en línea recta el bosque, podría Descar
tes trazar su mapa?
Curiosamente, estos caminos caóticos son más sencillos
de practicar que de definir. Un trabajo, unos actos, algunas
operaciones concretas, producen estos arabescos de forma
sencilla y fácil.
99
ximidades, por mucho tiempo, ahora se ven lanzados, de
repente, de un extremo a otro del volumen viscoso: ocupan
lo local, invaden lo global, ahora están en otros lugares ines
perados, que tejen a su vez, ahora se han marchado a otra
parte. ¡Qué magnífica representación animada de historia,
de geografía, de meteorología!
Porque lo global, el globo, la bola de masa, se amasan
mejor, son más homogéneos cuando los diferentes puntos
de la masa han consumado sus diferentes deambulares caó
ticos, fuertemente diferenciados: esta experiencia común,
¿no trastoca las uniformidades que nos enseñó la razón clá-
sica?
Sí, la inmensa e inesperada, razonable y racional, eviden
te pero oculta, sabia e ingenua lección de la mosca, del
Ángel, del punto o del átomo de harina nos enseña que
para unificar una globalidad homogénea, tienen que m o
verse caóticamente múltiples pequeños lugares diversos. Al
desplazarse, ¿lo diferente fabrica materia universal?
Sentado ante el hom o, Heráclito olvidó poner las manos
en la masa del pan; tumbado ante la mesa del Banquete,
Sócrates nunca mezcló las salsas, ni Montaigne ni Apolli-
naire navegaron jamás sobre los ríos que no veían fluir.
Ocupados en pequeños dioses o en amores privativos, los
unos y los otros desplazan el mundo concreto de las singu
laridades al fondo del decorado. Una de dos: o se llega a un
concepto universal como en el teatro, en palabras y sin he
chos, o se encuentra luchando a brazo partido contra la co
rriente; aquí, un trabajo local, humilde o manual, mezcla la
masa, para que este amasado dé a cada grano tantas posibi
lidades de quedarse en su entorno durante mucho tiempo
como de pasar lentamente a las zonas contiguas, o de visi
tar rápidamente todos los confines.
¡Noticia maravillosa y asombrosa! La mezcla, el amasa
do, ejercido por el panadero crea materia sencilla global
con materia compleja local, y a la inversa; unidad, en bola,
con diversidad, en granos; regularidad, con irregularidad;
un orden bastante liso con movimientos desordenados, ge
neralidad con caos, hechos previsibles con inesperados, lo
universal con singularidades.
100
Así la mano de Spinoza pulía los cristales de las gafas,
más finamente pulimentado cuando el movimiento abrasi
vo de la palma de su mano bailaba sin regularidad, para des
gastar los defectos estocásticamente repartidos por la super
ficie del cristal; así la cuchara de Bergson, para disolver el
azúcar y dar una idea de la duración, al hacer bailar caótica
mente los átomos, garantizaba la homogeneidad del agua
azucarada. Filósofos: ¿vuestra mano sabía hacer lo que ig
noraba vuestra razón? Ahora el caduceo, brazo mezclador
rodeado de remolinos enlazados, el ángel de edades anti
guas, Hermes, que hay que imaginar turbulento, pasa des
cribiendo, sin duda, una trayectoria tan errática y capricho
sa como los puntos de esta mezcla. Y los Ángeles, alborota
dores, pasan o vuelan como moscas y átomos, tejen así el
Universo de la ubicuidad divina. ¿Por qué caminos llevan
los mensajes a todas partes? Por las rutas del caos. Así, para
la mezcla, el conjunto de los granos teje los lugares y el Uni
verso: mediante cambios caprichosos del ahí, los seres de
ahí y de fuera de ahí conforman lo global.
La plancha de billetes
101
Para acceder, dibujando determinados movimientos, al
globo del Mundo o al global, en general, utilicemos esta pa
labra del hablar sencillo. Además, la palabra billete, común
en la banca y en las finanzas, tiene su origen en la misma fa
milia y remite a la misma descripción: ¿cómo fabricar un
universo homogéneo a través de la economía y de los inter
cambios de dinero, sí no es con los movimientos, idénticos,
de los billetes de banco? ¿Cuántas veces da cada uno, de
mano en mano, la vuelta al mundo, después de haber per
manecido encerrado en una cuenta oculta o en un discreto
calcetín enterrado, moviéndose también como un átomo,
una mosca, un grano de harina en la masa, un Ángel, Her-
mes... una burbuja en ebullición? ¡Es volátil, así pues, el di
nero, desde la primera invención de la moneda.
Con sus manos, el panadero traza los caminos de un mé
todo sencillo, concreto, y muy poderosamente abstracto,
científico o racional, pero previsto y descrito por el habla
común.
Dibujos de h concreto
103
o de la fuerza del Sol: nada nuevo bajo su yugo. Se aseme
jaba a un imperialismo. A la inversa, tomemos como
bandera de la mía el amor, cuyas delicias hacen crecer jun
tos a dos seres.
De losplanos al mapamundi
104
délos del tiempo -time, que antiguamente entendíamos y
medíamos únicamente con ayuda del sistema del mundo y
del planetario de bolsillo que llamábamos cronómetro;
pero también el más seguro ae los modelos del universo. El
planeta se asemeja a una bola de masa que amasa el pana
dero. De esta arcilla, blanda y variable, fluida y volátil, im-
predecible y bastante estable, sí, de esta pasta de modelar
surge el más hermoso y el más verdadero de los modelos.
Una vez más, la lengua ofrece, en un momento inespera
do e interesante, varias sorpresas sutiles. Pariente de la ar
quitectura, el término sistema se adapta tan mal como la pa
labra construcción a los pensamientos que hoy nos ocupan.
Al contrario de la palabra concreto, tomada en su origen, o
del modelo viscosamente modelado, supone en efecto que
algunas cosas permanezcan juntas, de forma constante y es
table, sólida. Más valdría pues abandonarlo, en razón de su
estrechez; confluencia concreta le saca muchísima ventaja.
Así el Universo modela su unidad mediante innumerables
vertientes, diferente de los sistemas anteriormente conoci
dos o construidos.
¿Qué hay de nuevo bajo el sol? No sólo el tiempo, sino
también una distribución global, un universo único y repe
tido sin ¿esar, en sus variaciones. Los caminos de lo local a
lo global no se parecen en modo alguno a la extensión ho-
motética en un espacio-tiempo vacío, en el que lo minúscu
lo imite a lo inmenso y lo grande se reduzca a lo pequeño
hinchado, ni a una cadena lineal de causas y efectos. Efecti
vamente, cambiamos de escala cuando pasamos de aquí a
allá y, sobre todo, de estos lugares diversos al universo, pero
empezamos a conocer y a poder describir estos cambios y
tránsitos. Por esta razón he querido precisar con qué líneas
la filosofía de nuestros días redacta sus atlas y en qué dibu
jos universales desemboca.
105
que transportan esos flujos cruzados, en los que las sustan
cias funcionan como soportes de información: esta última
se desliza, a su vez, corre, pasa, percola, unifica. Las ciencias
naturales o experimentales aprenden a leer, en estos sopor
tes sustanciales, fluentes y mezclados, parte de la informa
ción que en ellos se encuentra mezclada, codificada, impre
sa o escrita. ¿Como nuestras técnicas pesadas y ardientes,
como Prometeo, nuestras tecnologías del espíritu, a la ma
nera de Hermes — codificaciones y descodificaciones, escri
tura, imprenta, transmisiones...— , imitan también la natu
raleza? Las inteligencias individuales, colectivas o artificia
les, ¿imitan a un Universo inteligente?
Así pues, que cambie la canícula en el desierto central de
Australia; trepidarán los vientos, normalmente regulares, a
lo largo del Ecuador; y así, puede aparecer la comente del
Niño, cuyo curso deshace el clima del Perú y cuyas varia
ciones contribuyen a la formación de los ciclones, en el
Caribe, en el golfo de México, afectando a la corriente del
Golfo: de este modo, el tiempo de Bretaña cambia, es de
cir, el de Copenhague y el de San Petersburgo. Pero ¿dón
de van los vientos del Ural? ¿Por qué redes todavía desco
nocidas llegan a los calores australianos? De fuego, de aire
o de agua, estas corrientes, cuya circulación se asemeja a
aquellas que describieron los antiguos estoicos, llevan nue
vas de Alice Spring ante las islas del Poniente: el mensaje
codificado no se deja descifrar con facilidad, pero empeza
mos a leerlo. ¡Frente al cabo Saint-Mathieu, debería infor
mar a los primeros franceses de paso de lo que ocurre en
las Bahamas.1
Los elementos volátiles, mezclados, forman los soportes
materiales para una información, más volátil todavía y cuya
mezcla o modelado coadyuva, más todavía, a la formación
del Universo, que todo este concreto hace crecer. El mensa
je lógico forma parte del río material y nace de él: levantáos,
tormentas deseadas... Afrodita, belía y desnuda, emerge de
las ondas, el Verbo nace de la carne del mundo y, como
contrapartida, lo crea como Mundo. Y como la informa
ción es proporcional a la rareza, el azar milagroso colabora
en la inteligencia.
106
Curiosamente, el mapamundi de la meteorología prepa
ra para construir nuestras redes de comunicación, para uti
lizarlas, para concebirlas; aquí y allá, los mensajes que tran
sitan parpadean de la misma forma.
107
lenios, nuestras moradas, cavernas, chozas, casas de piedra,
madera dura, tiendas volantes, pabellones... cuyos pliegues
se estremecen en los imprevistos de los huracanes y las cir
cunstancias caóticas de la historia, y desde donde escucha
mos, fuera, algún germen de palabra y de conocimiento del
mundo.
Si bien la vida no se puede concebir sin el tiempo, el
modelo general del deslizarse, continuo y discontinuo,
que muestran los meteoros, proliferando, bifurcando, per-
colando sin cesar, mezcla de aleatorio y de necesidad, mu
cho más flexible y pertinente, en sus multiplicidades, que
el modelo lineal, continuo o discontinuo, de una tradi
ción más consagrada a medirlo que a describirlo o expli
carlo, es adecuado para la evolución de lo vivo. Las espe
cies, efectivamente, percolan: dependiendo de que algu
nas variables permanezcan bajo el umbral de transición
de percolación o lo superen bruscamente, aparecen o no.
Esta solución, en la que el tiempo de la vida, se adapta al
del mundo, ¿es la suma del darwinismo, que opta por los
saltos discontinuos, propios del organismo, y de la de La
marck, amonestada sin razón por el Pequeño Cabo, ya
que la meteorología interesaba en primer lugar al biólogo,
que describe las transformaciones continuas de acuerdo
con las circunstancias naturales, exteriores a dicho orga
nismo?
Sí así fuera, se abriría un tiempo realmente universal, ya
que las cosas inertes lo modelizan, los seres vivos en él vi
ven y pasan, ya que la historia podría entenderse por él,
pero también porque encierra la duración física y la inven
tiva en el pensamiento, imprevisibles y chispeantes de nove
dades.
Antiguamente condenado por los guardianes del orden y
los contadores del tiempo, el sistema — ¿podemos seguir
llamándolo así?—■, el sistema peor en apariencia — e inclu
so portador de la huella del mal— , porque es blando, fluen-
te, azaroso y caótico, se revela, en realidad, como el mejor
y el más adaptado a la vida, y el más impensable nos ofrece
el modelo más poderoso del pensamiento o de una inteli
gencia ligera, flexible, trágica y formidable.
108
Dejadme al menos soñar, ahora, con un entendimiento
del Mundo: en el mapamundi del tiempo, en los mapas de
los caminos metódicos que a veces se dibujan, en los ara
bescos que surgen de los seres vivos, en los cuadros anima
dos de la historia, incluso... tiembla su electroencefalogra
ma, como hace el nuestro, caótico, imprevisible y regulado.
Por esta razón, objetivamente trascendentales, todas las co
sas son comprensibles.
¿Podemos visitar en detalle este entendimiento? Más fá
cilmente que el nuestro, en realidad. El universo muestra al
descubierto inmensos yacimientos que se asemejan, curio
samente, a lo que se decía antiguamente de las facultades
del sujeto: los casquetes glaciares, desiertos y océanos, gi
gantescas masas de hielo, de sequía o de agua, funcionan
como memorias, bancos, retención y regulación de esta in
formación que los ríos generalizados reciben, intercambian,
emiten y clasifican, como por la inteligencia actual. Y como
todo flujo reacciona ante cada cosa ¿podemos seguir ha
blando de sensibilidad? Comparemos ahora estos yaci
mientos y estos ríos con nuestras técnicas, duras, y tecnolo
gías, blandas: con nuestros códigos, esculturas, escarifica
ciones o escrituras sobre soportes; con las representaciones
y con las-,imágenes en las pantallas... con la inteligencia, con
la memoria, con la imaginación... artificiales. ¿No le parece
que hacemos las cosas menos bien que el mundo? ¿Qué le
parece que somos en comparación con él? En fragmentos
dispersos en el universo de las propias cosas, pero también
en nuestra fabricación de herramientas groseras o refinadas,
yace fuera de nosotros el antiguo sujeto, o al menos su inte
ligencia. Del mundo a las redes, prolongamos el mismo di
bujo.
Pero ¿qué se movía hace un momento? ¿Un átomo de
harina, un elemento de flujo, la mosca... o Guyon, el narra
dor del Moría, explorando detalladamente el espacio de su
morada inmemorial, antes de lanzarse a los caminos forá
neos, o el que pasaba de pronto de los vergeles de su tierra
natal, a las primaveras lujosas del otro lado del planeta?
a-
109
é Volver a escribir sobre los meteoros ?
110
Propagaciones
¿Qué hacer?
1
Espacios virtuales
TR A BA JO S
D r a m a un i r ü s a c t o s
115
res o de las clases que convirtieron en libres o serviles. Un
interés de la historia reside en el estado actual de la cues
tión: nos volvemos hacia los capítulos anteriores, cuando la
evolución actual, violentamente, se bifurca e inquieta. En
tonces nos acordamos de plantear la pregunta: ¿cómo y por
qué hemos llegado hasta aquí? Y ahora, los trabajos y las
obras se transforman con rapidez, así como sus condiciones
generales, y los problemas que plantean estos cambios glo
bales no nos dejan tranquilos, ya que suponen una revolu
ción considerable de las costumbres y de las sociedades, de
nuestro planeta mismo y de la humanidad.
Desde la óptica del drama presente, ¿nos preguntamos si
seguimos trabajando, por comparación con nuestra propia
infancia, campesina o fabril, fuera, con el pico y la pala?
Sentados dentro y a la sombra, nos reunimos, charlamos,
llamamos por teléfono, viajamos mirando desfilar el paisa
je... ¿Quién de nosotros acarrea materiales pesados o bate
duramente el metal al fuego de la fragua? Cifras precisas
anuncian que obreros o trabajadores, en función de que se
apliquen a la obra o al trabajo, los cuellos azules, como di
cen nuestros amigos ingleses, han cedido casi todo el terre
no a los cuellos blancos. ¿Qué es lo que hacen estos últi
mos? ¿Trabajan realmente, en el sentido que la historia
daba a esta palabra?
116
siste al tiempo y a su erosión; en suma, trabajo de origen
para obra perenne.
Segunda imagen: a través de los países del Mediterráneo,
con su maza al hombro, golpeando con ella a diez mons
truos o utilizándola de palanca, Hércules, semidiós de los
grandes trabajos, pidió ayuda a Atlas que sostenía el cielo
para que le ayudara con los remos del barco que salía hacia
el jardín de las Hespérides. Al movilizarlo, lo pone a traba
jar: la historia se bifurca, pasando de la obra puramente es
tática al trabajo cinemático, en movimiento, o a la dinámi
ca de una transformación: nadar para que avance el barco,
limpiar los establos de Auejas... Ya se van de viaje, a sudar
para que el paisaje vaya desfilando: remando duramente,
entre Atlas y Telamón, Hércules labra las olas del mar.
En lugar de describir el cortejo de las ciencias mecánicas:
equilibrio, desplazamiento, fuerza, tiempo, potencia, ener
gía, en las que volvemos a encontrar los ergs del principio,
¿por qué estas imágenes y símbolos de héroes o de antiguos
dioses? Porque las imágenes de la leyenda son más verdade
ras que la historia, incluso que la de las técnicas.
Atlas sostiene, Hércules transforma las cosas. Decimos
que sus trabajos son duros y fríos: el labrador, el tejedor, el
tallador,‘¡el arquitecto, el albañil, el marinero a la vela o al
remo no suelen utilizar el fuego. Desde la revolución indus
trial, la fragua pasó a primer plano. Nueva bifurcación: la
transformación ardiente de las cosas se convirtió en la base
del trabajo, que funde el mineral en lingotes y los convier
te, sobre diseños industriales, en mil máquinas motrices
que cruzan el espacio ruidosamente y con rapidez, dejando
tras de sí una estela tóxica. A los dioses anteriores, verdade
ros o falsos, añadamos a Prometeo, que robó el fuego del
Olimpo para dárselo a los hombres, o a Hefaistos, cuyo ta
ller estaba, dicen, bajo un volcán, y un moderno demonio,
gran separador de moléculas, que Maxwell inventó el siglo
pasado para explicar que el calor y el frío no se separan ellos
solos. Nuestro mundo, estruendoso y termodinámico, se
está perfilando ya. Y sin embargo, siempre volvemos a la
misma pregunta: ¿cuántos herreros quedan? Y, según estas
definiciones, ¿estamos trabajando todavía?
117
Las redesy los microprocesadores de las mensajerías
De ¡o sólido a lo volátil
118
calor, de donde viene, difusa, la contaminación, mientras
que nuestro mundo fluido, fluente, fluctúa, volátil: ley evo
lutiva del trabajo en tres estados o cambios de fase: sólido,
líquido, gaseoso. Se dice volátil de una sustancia que cam
bia, rápidamente, de fase, hada un estado sutil, y también
de una aparición que rápidamente desaparece. ¿Por qué en
contrar más curiosos estos atributos angélicos, en la era de
la información o de las monedas volátiles, con cotizaciones
de Bolsa que dan la vuelta al globo en un abrir y cerrar de
ojos y que desestabilizan los equilibrios antiguos, que el de
monio de Maxwell, en la época de la fragua, o que Atlas y
Hércules en otros tiempos?
Por supuesto, ahora y siempre, con encabalgamientos y
remanencias, perduran los antiguos trabajos: nunca podre
mos prescindir de campesinos ni de tallistas, de albañiles ni
de caldereros; pero aunque sigamos siendo arcaicos en las
dos terceras partes de nuestras conductas, algunas obras,
más que otras, dan a una era su coherencia y su color singu
lares: mientras que en otros tiempos fuimos más bien agri
cultores, y no hace tanto especialmente herreros, ahora so
mos sobre todo mensajeros, aunque todavía dependamos
de los campos y de la fábrica.
Y así Wegamos al punto en que la pregunta: ¿qué hace
mos? se encuentra con la primera: ¿dónde estamos? ¿Ahí,
en la obra, en la fábrica... por los espados de la comunica
ción? ¿No vemos que esta localización también se evapora?
¿Que si bien los planos y dibujos regulaban nuestros luga
res habituales, nuestras redes los prolongan sin límite algu
no? ¿Que trabajamos en espacios virtuales difíciles de repre
sentar?
119
las que encontram os a P rom eteo y, finalm ente, el universo
inform ativo, co m p lejo y volátil, tejido p o r las mensajerías,
que antaño previo H erm es, el m ensajero, d em asiado solita
rio, de los antiguos dioses, ahora c o ro n a d o por las cohortes
angélicas. Representaría bastante bien el m u n d o inerte que
estibam os visitando.
Pero está tam bién el organism o vivo: invariancia, a veces
con el esqueleto d uro y estático, form a sólida y porte ergui
do; m etab olism o qu e transform a los alim entos y expulsa
los residuos, transform aciones cálidas y fluidas; sistem a ner
vioso sutil, cuya red adm irable procesa la inform ación.
E quilibrio de portancia y de sustentación; trabajos de p ro
cesam iento y de elaboración; transportes im perceptibles de
.signos; ¿serían con ceb ib les nuestras vidas sin tod os nuestros
trabajos y sin Á n geles te núes i1
Para escribir la historia, q u izá haya q u e asociar al m en os
Ires tiem pos: al tiem p o, reversible, de los relojes o de la es
tática, n acid o cerca cíe los pilares o de las palancas, el tiem
po irreversible del fuego que se apaga y cl del d e m o n io de
M axw ell que, al reanim arlo, po r el contrario, hace nacer las
singularidades. A ! anudar el tiem p o de las in v a r ia n ts cícli
cas al de la m uerte o el desgaste y al que se inventa o que
brota, la historia deja de correr c o m o siem pre creim os.
120
p R O l.O N C A C IO N li.S HACIA l-,L U N IV E R SO
121
Atltis mundial y humano tk !u conspiración
122
tan los gestos y la vista a los lím ites de los ob jetos labrados,
a veces hasta detalles exquisitos, vo lvién d ose pacientes y
lentos c o m o el tiem p o de sus bestias de carga, recortados o
forjados co m o piezas de fragua. ¿Se cultivan labrando, se
form an forjando? ¿La calidad del escritor d ep en de de su es
critura? Sí, la atención soberana a la cosa le suelda el cuer
p o y hace fusionar dos singulandades, m utuam ente escu lp i
das, de m o d o que al m ezclarse la carne co n la m ateria, el
trabajo labra al sujeto, de la m ism a form a que la obra traba
ja el ob jeto. M ás justa piensa, m ás herm osa su alma.
En el tajo o en la fabrica, el eq u ip o , la cadena, vieron cre
cer el n ú m ero de los hom bres, desde que la prod u cció n de
cosas com plejas y m ultiplicadas exigió, m u ltip licó y co m b i
n ó una colectividad, asociada o en luch a p o r la superviven
cia de los explotados, m ientras qu e se dice que se perdió
hasta el recuerdo de la relación de los factores y de su per
fecció n recíproca; n o obstante, jam ás se vio un grupo que
no asim ilase un ob jeto creado por él. Y las redes de c o m u
n icación ahora reclutan, para su co n ex ió n pú blica, a la hu
m anidad casi entera, que se convierte así en el sujeto de la
obra al m ism o tiem p o qu e en su objeto.
N uestro trabajo se dirige al universo, nuestra obra tiene
co m o d im en sión y co m o cosa el m u n d o , pero al m ism o
tiem p o recluta, enrola, contrata, despide... im plica a to d o el
m un do: la antigua resonancia del trabajo sobre el trabaja
d o r apunta ahora al universo de las cosas y a la totalidad de
los hom bres. ¿A quién se o p o n e ahora esta integración?
E stam os lejos del cam p o solitario del agricultor o del ta
ller cad en cioso de nuestros padres, y nuestras mensajerías
llegan ahora a las grandes p o b la cio n es de un m u n d o lleno.
Este trabajo, esta obra ¿tienen c o m o fin la solidaridad u tó
pica de la h um anid ad entera? ¿Estam os vie n d o acabar la lu
cha de los hom bres y de las clases o abrirse una guerra total?
C on struim os un m u n do , el universo m ism o, y la hum ani
dad, de paso. Pero, co n estas conexiones múltiples, ¿que ha
cem os? ¿U n trabajo? N o se le parece. ¿U na obra? ¿D om in a
m os sus efectos y sus cam inos? ¿Tecno-logias? En cualquier
caso, pasam os, por estos cam inos, de lo local a lo global: la
hum anidad construye el universo construyéndose por él.
123
Pantopíay utopía
124
mentes marinas, los soplos de viento y los fluidos, la tierra
en placas y los fuegos que las transportan, cuya volatilidad
más o menos viscosa transmite la información a lo lejos.
Como los seres vivos, las cosas inertes resuenan juntas sin
cesar, de modo que no existiría mundo sin este tejido engar
zado de relaciones y continuamente trenzado. No cuestio
namos que todas las cosas conspiren y consientan: ellas
también prolongan los lugares hacia el universo. Nuestra
obra nueva se comporta com o un mundo. ¿Accede al uni
verso en el sentido de que resuena com o él? ¿Una segunda
utopía cantaría la armonía entre la cultura emergente y la
naturaleza evolutiva?
¿Podemos decir que esta armonía es tan nueva bajo el
Sol? Cuando indicaba la hora del equinoccio y la posición,
en latitud, del lugar, el eje del cuadrante solar escribía, en
otros tiempos, sobre la tierra, él solo, unos resultados que
nos adjudicábamos nosotros: esta inteligencia sutil, ¿tene
mos que llamarla propia, interior a nuestras neuronas y vin
culante de una sociedad de cerebros, o remitirla a las herra
mientas, artificial, pues; o referirla al mundo, que traza, au
tomáticamente, sobre sí, la longitud sombreada de su
propia luz? ¿Cuál de las tres, cultura, técnica o naturaleza,
goza de e?ta función? ¡Elija si se atreve!
De la misma forma, la memoria, otra facultad, duerme
en la biblioteca, en el museo, en el lenguaje, escrito o habla
do, como bajo la pantalla de un ordenador, pero también
en los desiertos y en los casquetes polares, bancos inmensos
de calor y de frío; el recuerdo se despierta y alumbra, a la
luz de la vela como al paso de la corriente, cuyo vigor rea
nima el olvido, pero también al soplo de los vientos cálidos
que hacen volver a la existencia a una corriente como el
Niño, desaparecida desde hace lustros; la imaginación lla
mea, se apaga, se agota, en las páginas o las pantallas... grita
la estridente flauta de Pan, canta el clarinete, llora la canta
rela y solloza el fagot, sensibilidad de metal, de cuerda y de
madera, alzaos tormentas que hacéis gemir a los árboles...
noy no somos tan excepcionales.
Lo que alpinos libros, recientes después de todo, llama
ban facultades del alma,'ahora las vemos por el mundo,
125
inerte o fabricado. Creemos buenamente que la inteligencia
artificial es cosa de ayer, cuando fuimos siempre artificiosos
para una gran parte de nuestra inteligencia; y el mundo se
encarga del resto. Emisoras, receptoras, algunas cosas escri
ben y miden, reciben y repercuten, conservan en una me
moria larga datos múltiples, de modo que construimos co
sas semejantes para que piensen con nosotros, entre noso
tros, para nosotros, y por las cuales o en las cuales llegamos
a pensar. Sabemos desde hace tiempo construir lo que ha
bíamos llamado nuestras facultades.
No proclamo el doble absurdo de que el mundo inerte
vive, en primer lugar, ni que los seres vivos y los materiales,
conjuntamente, gozan de conciencia. Cuando los primeros
fundadores de la física moderna dijeron que el mundo es
cribe o habla el lenguaje matemático, no lo suponían cons
ciente por ello. ¡Y sin embargo, expresa sus leyes! Y sin em
bargo, con la sombra de sus árboles, traza, en el lugar indica
do, hora, solsticio y latitud. ¿Quién no ve, no experimenta
la inteligencia sutil y la memoria enorme del mundo de las
cosas? Una evidencia como esta puede prescindir sin pro
blemas de consciencia.
126
carga objetiva que levantan entre los dos, la inteligencia ar
tificial remite, doblemente y globalmente, a la inteligencia
natural, de las cosas y del mundo, y a la inteligencia colec
tiva de los hombres, en guena perpetua.
El contrato natural los unió.
127
conecta, de modo que alcanza los límites del mundo, como
he dicho; sin embargo, consecutivamente, el sujeto se pre
gunta si ahora tiene un objeto delante de él. ¿Qué podría
querer decir «delante de» en este caso, y cómo comprender
un objeto que goza de las mismas facultades que el sujeto
mismo, conectado, conspirador como él, dotado de memo
ria y saturado de imágenes? Al acceder al universo, ¿el anti
guo objeto se convierte en sujeto?
Y entonces, ¿cómo redefinir el pensamiento, cómo recu
perar eí trabajo, del que vivimos desde hace milenios, y
cuya noción supone el dominio de un segmento pasivo de
espacio y de materia por un proyecto activo, mientras que
la prolongación hacia el universo de las dos instancias que
unían los cambió tan radicalmente a ambos?
Si las ciencias, en la actualidad, resuelven todos los días
sus problemas en el seno de esta nueva inmersión o de
esta nueva confrontación del sujeto-humanidad-objeto
con el objeto-mundo-sujeto, si un nuevo derecho ha podi
do concebir un nuevo contrato, la filosofía, con una era
entera de retraso, sigue sin inventar los conceptos que po
drían reformular el trabajo, para librarnos de lastres políti
cos y sociales, despilfarradores de vidas humanas. O traba
jamos para completar el nuevo tejido inteligente o trabaja
mos por él, para conectarlo con el mundo. En ambos
casos, hay que aprender a hacerlo e inventar lo que no se
puede enseñar.
En los márgenes, el resto de nuestra obra se consagra a
limpiar nuestros establos del antiguo trabajo-rey.
128
dice y qué le dice? ¿Con qué fin? ¿Podemos describir el
nudo y adivinar el desenlace de la tragedia global?
¿U n a n u e v a t r a g e d ia ?
é Trabajo antiproductivof
129
De nuevo ¡a utopía
130
y otros, posibles? Com o el conocimiento, el trabajo cam
bia, a partir del momento en que se desvanece la distancia
entre el objeto, pasivo y el sujeto, activo, y que su diferen
cia de naturaleza se anula también. Activamente, dos suje
tos conspiran. Esta conveniencia contiene el programa de
nuestras obras nuevas.
De la injormarión a la pedagogía
¿Quién le teme a un mundo nuevo? Ni mejor ni por que
el antiguo, lleno de placeres y de peligros, como de costum
bre, será: ya ha empezado. Pasadas las eras agraria e indus
trial, avanzó el momento, hermético o angélico, de la trans
misión: comeremos relaciones y sabiduría, más y mejor de
lo que vivimos de la transformación del suelo y de las cosas,
que continuará de forma automática.
¿Cómo colaborar con un mundo inteligente? He aquí el
trabajo y las obras venideras: el mundo de las comunicacio
nes, el nuestro, ya envejecido, da a luz, en este momento,
ante nuestros ojos ciegos, una sociedad pedagógica en la
que la formación continua y d aprendizaje a distancia, por
todas partes y siempre presentes en las redes universales, se
sumarán á las bibliotecas, escuelas y campus, ghettos cerra
dos para adolescentes empingorotados, concentración de la
cultura y de las ciencias, para acompañar, toda la vida, un
trabajo cada vez más raro, evolutivo y precioso. Responsa
ble y productor de la movilidad universal de las cosas y de
los hombres, ¿por qué no va a venir el saber por fin hacia
nosotros, en lugar de que, con toda una cohorte de desi
gualdades, sólo algunos de nosotros puedan ir hacia él?
Pronto dibujaremos un nuevo mapamundi para este nuevo
reparto y esta enseñanza virtual.
131
vanezcan, durante largos años sabáticos en los que se armo
nicen con un universo que se nos asemeja islas humanas de
poder ahora compartido, mientras que se anuncia clara
mente un temible Infierno?
La acumulación, el monopolio y la distribución univer
sales de todos los datos blandos, signos y valores, por parte
de un pequeño grupo al que, además, pertenecen las redes
duras de la circulación, y que hay que llamar, en bloque, el
nuevo capitalismo, acrecienta vertiginosamente su poder,
equipotente con el universo, no sólo en extensión espacial,
sino también por la totalización, en tiempo real, de los re
cursos disponibles; ya nada puede escapar de su control, ya
que, por definición lógica, el universo no tiene excepción:
ya se ha hecho realidad la división inicua: todo y nada.
Al igual que, desde siempre, los ricos y los hombres lla
mados libres, lúcidos sobre el mundo global, pero local
mente ciegos a los pobres o a los esclavos, celebraban su
propia constitución igualitaria, de la misma forma, los que
participan en este poder omnímodo, recientemente adqui
rido por el saber, la tecnología y la información, ven toda
vía menos a los excluidos, precisamente los de la excepción,
los que no participan en nada porque los primeros, escasos,
lo poseen todo, incluido el conocimiento del mundo y la
definición constructora de la realidad, así como las faculta
des para conocerla y rehacerla, a placer, y los demás, en tan
gran número que su número se prolonga hacia lo universal,
nada. Cuando los que tenían casa no podían comprender el
sufrimiento esencial de los que no la tenían, ¿cómo aque
llos que construyen el universo podrían tener la más míni
ma percepción de los que se excluyen del mundo, si su
mundo mismo condiciona toda visión y todo hábitat?
Se levanta en este momento, sin duda por primera vez en
la historia, el pueblo, multiplicado por miríadas y por miles
de millones, ae los miserables absolutos y sin esperanza, no
sólo privados del pan y la sal, de remedios para todos los
males, de libertad, de tiempo y de futuro, de sabiduría y de
trabajo, sino de esta representación elemental de sí mismo
en el universo, que a decir de los filósofos constituye la ho-
minidad.
132
Ahora y siempre, más privada de recursos que la pobreza
o la indigencia de alimentos, la miseria añade la privación del
hábitat; la expulsión de la casa-mundo y la exclusión de la
apropiación total producen, frente al universo en formación,
la miseria universal, en dos sentidos: se extiende por todas
partes y no tiene recurso. En la historia futura, ¿nuestro tiem
po pasará por haber inventado la miseria total, por esta extra
ña novedad lógica de la excepción de lo universal: la feroz ex
clusión del mundo? Dos respuestas inversas a las dos pregun
tas: ¿dónde estar? en ninguna parte; ¿qué hacer? nada bueno.
Lo concreto de las cosas locales se escapa incluso, efectiva
mente, a los que hace poco todavía lo poseían, con sus ma
nos y su penar; los trabajadores intelectuales se ocupaban an
tes de lo formal y de lo abstracto, mientras que los trabajado
res manuales trabajaban en lo dado, llamado bruto, local,
empírico y singular, despreciado por los maestros, cuya cabe
za altiva planeaba sobre las alturas teóricas y concebía global
mente el mundo. Sin embargo, estos últimos han puesto la
mano, al menos la yema de los dedos que pulsan los botones,
sobre el conjunto mundial de las herramientas universales, de
las prácticas ligadas a las teorías, materiales y lógicas. Los ex
pulsados de esta creación de universo por los nuevos dioses se
ven totalmente expoliados de esta repleción total y densa de
sentido y de hechos. Abandonad toda esperanza; vosotros
que no hayáis cruzado el umbral de este nuevo mundo; aban
donad toda libertad, vosotros que lo acabáis de cruzar.
La cuestión de la filosofía que agrupa, de golpe, los pro
blemas de sentido y de angustia, de trabajo y de obra, de
uno, de múltiple y de universo, de existencia, de reaÜdad y
de verdad, de vida y de muerte, de servidumbre y libertad,
de sabiduría y de religión, se reduce ahora a la de la miseria,
excluida de las redes.
133
Las guerras entre naciones se remitían en otros tiempos a
delimitar enclaves mediante fronteras cuyos límites y gru
pos de hábitat habían sido dibujadas por la historia, las cul
turas y las lenguas. Más allá de los enfrentamientos tradicio
nales entre tribus minúsculas, la historia pasada, la primera
guerra auténticamente mundial, que no se puede expiar
porque es realmente global, ya que las precedentes se redu
cían a conflictos meramente nacionales entre potencias im
perialistas, es decir, falsamente universales, enfrentará de
aquí en más a dos grupos de hombres: los universalistas, pe
queño grupo, escasísimo incluso, de recursos integrales,
contra los miserables totalmente desposeídos, pero que re
presentan, realmente, la solidaridad de la humanidad. Se
desencadenará mañana, empieza ya, si los primeros cons
truyen el universo con la destrucción de los lugares, deján
dolos indiferentes o indefinidos, en lugar de suscitar la sin
gularidad. Estos dos tipos de habitantes, ¿se arriesgarán a
esta nueva guerra, globalmente mortal, pues se implicará en
ella el planeta entero, o decidirán milagrosamente vivir to
dos juntos y en paz?
Este conflicto nuevo, al ser universal, ¿cómo llamarlo, si
no es guerra de los falsos dioses contra los mortales, contra
los hombres, iba a decir? ¿Y qué nombre darle a esta paz?
Tragedia o utopía, nos vemos condenados a elegir.
134
RED ES
135
de cine o de televisión, estatuas, ídolos, joyas y objetos pre
ciosos... ¿Cómo llamar los lugares en los que se concentran,
preciosas y conservadas, estas huellas planas, alabeadas o
voluminosas? ¿Museos o videotecas? De las letras o los li
bros a las imágenes o iconos, pasamos de la Biblioteca Na
cional al museo del Louvre, segunda parada, bajando hacia
el Sena por esta misma calle de Richelieu.
Existen otras imágenes o representaciones: algunas repro
ducciones de cuadros multiplican el retrato de Blaise Pascal
o de George Washington y valen supuestamente quinientos
francos o un dólar, valores o divisas, cuya acumulación en
las cajas fuertes y en las cuentas bancadas, como las de las
finas botellas en las bodegas selladas, precede a su moviliza
ción, volátil, o a su cotización diaria en Bolsa. De espaldas
al río, remontamos, de establecimientos bancarios a compa
ñías de seguros y agencias de viajes, la misma calle de Riche
lieu, la bien llamada, hacia el palacio Brongniart.
Divisas, libros, objetos preciosos... ¿cosas diferentes o si
milares? Esta calle con tres lugares ricos de concentración,
¿debería reducirse a una plaza o a un punto? Sí, claro, ya
De nuevo la animación
Antes de terminar nuestro corto paseo a la antigua para
trazar el plano de la calle, observemos que una biblioteca,
un museo, una videoteca... no sólo desempeñan el papel de
depósito inmóvil, sino también y, sin duda, sobre todo de
lugar de consulta, es decir, de movimiento. El recordatorio
despierta lo que duerme en la memoria, inútil y volumino
sa sin el recuerdo vivaz. Y la memoria almacena, protege
del desgaste o del olvido lo que conserva, para que el re
cuerdo rejuvenezca o resucite, algún día, lo que designa,
ciegamente, como los miembros dispersos de un cadáver
despedazado. ¿Para qué serviría almacenar unas existencias
cuyos elementos no rotasen jamás? El recuerdo, vivido, rea
nima la inconsciencia adormecida; el soporte sólo tiene in
terés por el transporte que hace posible.
136
Gracias a la clasificación informática, lo que se busca se
encuentra más fácilmente que con fichas ordenadas, el libro
se lee mejor que el rollo, la película que un conjunto de
imágenes, un mapa animado que un bloque de mapas me
teorológicos, un guión que una serie de experiencias... lige
ro y móvil, el microchip va ganando la partida a la tarjeta de
crédito, esta última al cheque, este al papel moneda, que va
más deprisa que el lingote de oro, cuya rapidez se impuso
al trueque entre los bueyes lentos y las semillas pesadas.
¿Quién recuerda que el adjetivo pecuniario evoca todavía
aquellos rebaños?
¿Por qué una calle larga, cuando bastaría una plaza úni
ca? En realidad sólo existe un lugar rico, riche tieu, puntual,
es verdad, provisto de las mismas herramientas universales
137
tapates de procesar la I n f o r m a t i o n en general, in d e p en
dientem ente de sus soportes.
Por otra parte, este pu n to, hin ch ad o, pasa a ser equipo-
tente con el planeta, o con la red de todas las redes, a lo lar
go de la cual se acum u lan, se concen tran , se conservan y
por la que circulan, se consu ltan , se intercam bian tod os los
valores y iodos los datos, en un ú n ico y m ism o m o v im ie n
to puntual y propagado. La talle bien vale una plaza, y los
tres lugares valen c o m o u n o , pero ni siquiera necesitam os
un.i rotonda local, ya que se extiende al m u n d o global.
E fectivam ente, con cen tración y reunión se hacen inú ti
les, e inclusa perjudiciales, desde el m o m en to en que la red,
conectada a todas partes, realiza ella sola las dos fun cion es
de Iransporte y de soporte, de plano y de anim ación : con
tina m ism a práctica, hacem os circular la in fo rm ació n y la
consultam os allá d on d e se encuentra, n o im porta d ón d e
esté 111 la cantidad que se concentre, au n q u e sea pequ eña o
única. Las antiguas acum ulacion es parecen converger en un
p un to, pero este p u n to diverge a con tin u ació n hacia el u n i
verso, c o m o si la atracción de lo global igualase siem pre a la
de lo local. Este equilibrio exacto, este «fuera de ahí», este
fuera de nosotros reco n o cid o en nosotros, caracteriza n u es
tro lienipo.
(jHliíYíl
Subconjuntns virtuales
139
cío virtual completamente nuevo, aunque tan antiguo
como esta experiencia humana. Com o paréntesis, las tecno
logías informáticas y de comunicación se componen de he
rramientas universales, máquinas bien localizadas, como
todos los objetos técnicos, pero capaces de procesar todas
las cosas y de alcance global; la ubicuidad de hace un m o
mento llega hasta las manos.
Mapamundi de losposibles
Elpensamiento algorítmico
140
les de las que no puede prescindir ningún sabio de ninguna
disciplina, científica o no, haciendo así risible, o simplemen
te política, cualquier clasificación, y que los bibliotecarios,
museógrafos, agentes de viajes, banqueros, agentes de segu
ros, corredores de bolsa, administradores, comerciantes o
secretarias utilizan todos los días. Su construcción se basa
en la ciencia de los algoritmos, pensamiento tan global y re
gulador com o lo íúe la geometría de inspiración griega, du
rante el intervalo extinguido de los dos milenios transcu
rridos.
Leibniz y Pascal atestiguan, en la época clásica, el punto
de equilibrio alcanzado por la influencia de estos dos pen
samientos formalmente dominantes y universales porque
son los únicos que permiten retener o memorizar la infor
mación en las fórmulas más pequeñas posibles y hacerla
circular minimizando el ruido: la geometría, declarativa, y
los algoritmos, procedimentales. Desde Platón, la filosofía
sigue la declaración de abstracción de la primera, pero em
pezamos a entender el itinerario, fulminante, aunque paso
a paso, de los segundos. En el paso del aquella hacia estos
yace el secreto más profundo de nuestros pensamientos so
bre la tensión entre lo local y lo global y sobre el nuevo uni
versal.
Maquetas botnote'ticas
141
y de actualización, es decir, el conjunto de las prolonga
ciones.
Si este lugar único se dispersa hacia todos los lugares, lo
hace además en unidades tan pequeñas como se desee, ya
que las redes los reúnen. En este caso, sí, lo local, minúscu
lo si quiere, puede acercarse a lo global, tan planetario
como se desee concebir. ¿Se puede concebir un lugar así?
¡De maravilla! Este punto, local, yace aquí, como si estuvie
ra allá, pero su conexión universal lo disuelve en las dimen
siones del universo. De este modo, cualquier lugar se con
vierte en una parte total de la red.
La ampliación homotética — la de la rana que revienta al
querer ser tan grande como un buey— data de la época de
los imperios, cuando el universal imperialista consistía en
una hinchazón de lo local mediante la cual el Uno, inflado,
expulsaba al Otro. Pagándolo caro, corremos el riesgo de le
vantar, con nuevos gastos, antiguas pirámides egipcias, m o
delos históricos, precisamente, de la homotecia, de los tem
plos de Angkor o Patan, que la jungla invadirá, o de estos
relojes de sol inmensos que los príncipes hindúes constru
yeron en la época clásica, ignorando los descubrimientos de
Kepler y de Newton, que los dejaban obsoletos.
La solución contemporánea de lo local pasa, por el con
trario, por la conexión, la acogida y la inclusión de todos
los otros, por muy pequeños que sean: la red escucha tanto
como habla. Vamos hacia lo universal por caminos inversos
de los que imponían los imperios. Los inmensos edificios,
cuya congelación mata el centro de las ciudades, estas am
pliaciones, a la moda mimética y homotética de la rana, es
tas inflaciones de planos dibujados por antiguos arquitec
tos, ¿qué uso encontrarles, salvo, precisamente, el de mau
soleo? ¿Por qué abrimos tantos muscos y trabajamos tan
poco en obras adaptadas a la hora de nuestra era? ¿Por qué
gobiernan los ancianos?
Porque las élites no comprenden el presente. En este sig
no, que nunca engaña, podemos reconocer las grandes cri
sis, entusiasmantes, de la historia: que los mejores expertos,
formados desde la infancia para ganar la última guerra, no
ven nada de la nueva.
142
Los mapamundis de los arquitectos de universos
Vuelta al ahí
143
pre. Qué importan los lugares de almacenamiento, ya que
nuestras redes los conectan juntos, por lo que pueden, si lo
deseamos, dispersarse tanto como las estaciones que inter
cambian información entre ellas. Un banco de datos, míni
mo, miniaturizado, podría contentarse con conservar un ele
mento singular, en su propia morada: un libro, una palabra,
un cuadro, una divisa, una moneda... un individuo monádi-
co, César, Alejandro, Diógenes o un recién llegado, tú, mi
hijo o mi hermana, este ser ahí, glorificado u olvidado, rey o
miserable. Tú eres el Louvre, tú el más humilde, solo.
Cuando el stock se identifica con el flujo, las grandes
concentraciones se dispersan en singularidades. Por el uni
verso o el planeta entero, las redes conectan a los indivi
duos, tan diferentes como se quiera, siempre listos, si ven
que se equivocan, para coordinarse, de forma diferente y a
placer. Así como la filosofía de la sustancia aislada se en
cuentra, sin paradojas, con la de la relación, así el universal
cuenta con el individuo. La mónada solitaria va hacia la
monadología que, a cambio, permite o construye la singu
laridad de la mónada.
¿Quién piensa? La conexión universal. ¿Quién piensa
nuevamente? La insular singularidad. ¿Quién piensa por
fin? Una soledad ligada a lo universal de las islas.
144
El optimista dice que el universo se forma con islas. Te
merosa de su destrucción, la tragedia se lamenta: ¿quién im
pedirá a los que poseen ei poder y la gloria que impongan,
siempre y en todas partes, su verdad, pues se aseguran el
control de todas las operaciones de prolongación? ¿Su pu
blicidad no propaga, no difunde su fuerza privada hacia to
dos los públicos?
Para responder a estas preguntas, abandonemos los cana
les para volvemos hacia los mensajes.
145
2
Encantamiento
147
esto que viene a continuación es un relato o una fábula, his
toria, pura poesía, simple jactancia, el auditor o el lector,
por sí mismo e inmediatamente, rectifica su posición o su
escucha y adapta su crédito. Si miente después de haber ad
vertido que lo que dice es historia, no le escuchará, igual
que si le engañase después de haber declarado que sólo se
trataría de fábulas.
Los lingüistas y los lógicos llaman metalenguaje a este
edicto previo, que no forma parte del enunciado de la fábu
la o de la historia, como si un contenido se diferenciase del
sello aplicado sobre su continente; y así se llama porque
una etiqueta designa y califica, como en una caja, el lengua
je que contiene esta última. Dibujar el plano de un marco o
no, he ahí el dilema.
Hablar de genialidad durante un anuncio chillón o du
rante el telediario son dos frases totalmente diferentes: en
un caso, el auditor — o el lector— prepara su defensa instin
tiva, porque el metalenguaje le ha advertido; en el segundo,
inocente e ingenuo, se entrega a la creencia inmediata indu
cida por el lenguaje directo. Mienta: no tiene importancia
alguna en el primer caso; se trata de una decisión grave en
el segundo.
Hay que amar la publicidad, no por lo que dice, aunque
mienta siempre, o casi, como acabo de reconocer, sino por
que confiesa la calidad de su canal mostrando la caja que
contiene el anuncio. Avisa de entrada de lo que va a decir,
previene que anunciará. Así sabemos inmediatamente qué
verdad estamos oyendo o la condición de las imágenes que
vemos. Incluso el más crédulo no se cree nada de verdad.
Es honesta, porque dice lo que es. Exactamente com o las
148
Hay mentiras que engañan más que otras, o mejor, fun
cionan, mientras que otras suprimen su guiño: mentira de
poca monta, cuando nos protege la advertencia, pero im
portante en caso contrario. El mensaje mentiroso no tiene
ningún alcance, ya que todo es falso, ¿Qué puede haber
más práctico? Pocos discursos, pocas imágenes se pueden
juzgar tan fácilmente y a primera vista: basta con no com
prar nunca lo que haga publicidad; este criterio de la cali
dad no suele fallar, aférrese a él porque se basta a sí mismo.
Los mejores vinos del mundo, de Burdeos o de Borgoña,
prescinden de públicas jactancias. Hay que preferir con mu
cho la publicidad que se reconoce como tal a la informa
ción que sólo es publicidad y pretende ser información. La
mentira, pecado capital, no se encuentra en el mensaje, sino
en el canal.
Pían de batalla
149
Límites de la caja: defensa inmunitaria
150
se detiene, ¡atención! pasamos a la información. Nadie es
cucha ya el tambor, ni ve el sombrero y la pluma del tam
borilero ni sabe qué grande paga para hacerse el importan
te; todo el mundo se entrega, sin más defensas, a la creen
cia en el hecho anunciado, y las putas se convierten en
damas de beneficencia, los criminales en angélicos y los la
drones en regeneradores del género humano. Inocentes, no
nos enteramos de nada. La metamentira invade el espacio
de los signos, es decir, en este momento, el mundo.
151
que se hace de sí mismo. Los medios de comunicación tie
nen ahora el monopolio de los caminos que permiten pasar
del conjunto de las personas privadas a lo público, en su
sentido más amplio. ¿Qué han dicho, por ejemplo, hoy al
medio día las diferentes cadenas de un país, sobre una per
sonalidad, un grupo? Qué importa, han voceado su publi
cidad, en su sentido ordinario, pero también en este último
sentido, más profundo, ya que una nación particular, un in
dividuo singular, sí, un grupo de presión se procura una en
trada en lo colectivo, en nuestra conciencia de lo que es o
de lo que hace lo público, por esta propagación, por esta di
fusión, por estos canales dibujados en forma de haz o de es
trella. Adivine ahora la ventaja de pasar, con este objetivo,
de los canales publicitarios a los de la información: ¡meta-
miente, que algo queda!
En otras palabras, mejores y más precisas, una localidad
se impone en el mundo; hinchándose de lo local a lo glo
bal, invade, gracias al aviso, el universo: ¡obsérvese el origen
idéntico de estas dos últimas palabras! En las mencionadas
redes, vías conectadas por todas partes, estas voces constru
yen lo universal. ¿La publicidad construye la verdad, pues
es la única que (dicen) puede pasar por universal? Un gru
po, local y privado, entra en un amplio colectivo; como
ocupa su espacio, todos los demás desaparecen, excluidos.
¿Qué ocurre con esta exclusión?
La aparente comedia de la gloria ¿utiliza los mismos ca
nales que la tragedia del poder?
152
es decir, una cantidad, un número, puro y simple, que cre
ce con la improbabilidad, que decrece al mismo tiempo
que ella. ¿Podemos encontrar alguna relación entre estos
dos sentidos?
Si hablamos de noticias, efectivamente, para que pasen
por los canales, tienen que manifestar alguna rareza: a nadie
se le ocurriría informamos de que sale el sol o de que el pre
sidente come pan. Los dos sentidos se asemejan pues y la in
formación usual está saturada de rareza, al igual que la de la
teoría. A la inversa, la publicidad repite, reitera, machaca, tar
tamudea sin cesar las mismas viandas y las mismas nalgas.
Rareza de la rareza
Y sin embargo, esta evidencia, falsa, tiene que funcionar:
porque el contenido de información de dichas noticias cre
ce hacia la nulidad, hacia la ausencia total de rareza; sí, tien
de rápidamente hacia la publicidad. ¿Por qué? Porque reite
ra, tartamudea, machaca. Pero ¿qué repite? Respuesta: la
ley. ¿Qué ley? (Hombre, la de la historia!
Tranquilamente, vive aquí, ocupado en leer, cavar el jar
dín, podar ía viña, escribir, coser, nacer el amor, cortar len
tamente «1 cuero y poner medias suelas a sus zapatos, aten
to a lo que hace y, de repente, al otro lado de la pared, oye
gritos y clamores; despotrica contra el cernícalo, pero no se
altera por tan poco. Sin embargo, si el brusco estruendo
procede de una riña violenta, se levanta, corre a ver el espec
táculo, abandonándolo todo. No todo el mundo es un mi
rón de culos, pero todos los hombres acuden presuroso a la
vista de la lucha. Esta es la esencia del espectáculo, del tea
tro, el resorte de toda llamada, de toda literatura también,
por supuesto, tan sencilla y fácil, 1a única ley de la historia:
ique corra la sangre, que mueran los hombres!
153
tán las noticias del día: violencias, duelos, catástrofes, bata
llas, guerras, asesinatos, muertes y cadáveres; sobre todo, mu
chos cuerpos tendidos, preferiblemente descuartizados. Des
de que el mundo es mundo, la historia se entrega a U misma
publicidad, anuncia las mismas noticias, que datan de las dé-
cadas más arcaicas, diciendo y mostrando el crimen. ¿Hay
que suponer que la bestia humana se alimenta con sangre y
muestra a sus hijos su bebida o droga preferida?
¿Quieren leer las cuentas de la tragedia?: Aquí están: un
adolescente de catorce años ha visto ya, en las pantallas,
más de veinte mil crímenes: haga zapping con su televisor:
no pasarán más de unos minutos antes de asistir a un asesi
nato; el anuncio de la próxima película elige preferiblemen
te, para asegurar ía publicidad, las secuencias de crimen más
elaboradas y pedagógicas; como las tragedias, clásicas o ar
caicas, dignas de suscitar el terror y la piedad, todo espectá
culo, toda representación de hechos probados implica,
como mínimo, un asesinato, de las agencias al telediario de
la mañana, del mediodía o de la noche, las noticias pasan
en función del número de muertos y de la posible presenta
ción de múltiples cadáveres, víctimas de asesinato. Con se
mejante presión, ¿cómo no admirar en una población, so
bre todo de jóvenes, sometidos a esta educación o forma
ción permanente, que se entregue tan poco al asesinato,
desobedeciendo a sus padres, entregándose tan poco a las
delicias, tan alabadas del crimen? ¿Queremos convertir a
nuestros hijos en asesinos, incitándolos así al crimen?
Repetición
154
que no deja de repetirse, de machacarse, de hacer su publi
cidad: grado cero de información gracias al asesinato. No se
preocupe, el nuevo mundo se adosa sin dificultades al anti
guo, incluso a los más arcaicos. Aquiles, Ulises y tantos
otros que nuestros maestros nos obligaron a citar, son fa
mosísimos asesinos.
Y durante las noticias, los nombres propios que sustitu
yen a este o a aquel hacen tranquilamente su publicidad,
tanto más eficaz cuanto está bañada en sangre. Sólo la
enunciación siguiente pasa a ser una novedad o una rareza:
la historia corriente y las noticias del día dan publicidad a
lo que mata. Com o queríamos demostrar.
155
Todo lo que se dijo, en filosofía, sobre la fuerza y el dere
cho, sobre el derecho del más fuerte y la creación de la so
ciedad civil mediante contrato, lo reproduce palabra por pa
labra, en este momento, la lucha competitiva a muerte en el
mercado de los signos. Lo que hoy se dice en él resulta de
esta batalla: el más fuerte hace hablar de él, se mide el po
der por el ruido. La presión sobre el centímetro cuadrado
de papel impreso o el tiempo de escucha reproduce, lógica
mente, en una transparencia aparente, la que se ejerció en
otros tiempo, físicamente, sobre un terreno, una ciudad,
un país, un hombre, un grupo, una nación, o sobre un pro
ducto.
Plano de la propiedad
156
podemos hacer el silencio si lo queremos o, si lo deseamos,
tocar el piano, cantar Manon o tocar la cometa. Una vez
traspasados los límites de la propiedad, el sonido llega al
otro y, como se suele decir, le molesta, trastorna su frágil in
timidad o su quieta privacidad. Quien controla la emisión
de los ruidos que cruzan los muros será el amo del espacio.
Ya no se trata del mensaje, ni del canal, ni de las frecuen
cias, sino del fenómeno físico, sonoro o luminoso, que ocu
pa a placer los lugares de forma expandida o expansible,
que al invadirlo todo, designa las nuevas apropiaciones. El
amo del ruido lo ensucia todo y lo llama sonido limpio.
El que quiera conocer a su tirano, que preste oído a los rui
dos más fuertes; escuchará, como un perro sentado, la voz
de su amo.
Este origen estercóreo del derecho de propiedad, excre
mentos hediondos de clamores y de imágenes, viene del Pa
rásito, nombre propio del que grita más fuerte, zumbando y
atronando, como canta el ruiseñor, por la noche, para cu
brir su territorio, como mea el perro para marcar el suyo.
Los espacios virtuales se llenan de las basuras blandas de los
nuevos propietarios.
Un mapamundipara la verdad
157
Cuando hace estragos la guerra de la expresión o de la apro
piación de los canales y de los materiales soporte de los
mensajes lógicos, lo verdadero pasa de estos últimos, evi
dencia o certidumbre relativa a los contenidos, a los prime
ros, mapas y planos de las redes, para convertirse en lo que
se extiende por todas partes, lo universal sin excepción.
Ahora bien, lo que se dice, sólo se dice en favor y para la
gloria de los poderosos, propietarios de los medios de co
municación. Esta es la verdad simplemente dibujada sobre
el adas de estas redes, incluso antes de cualquier mensaje.
Se reduce al poder y a la gloria, y estas a la publicidad, y
esta al crimen. Hay que concebir pues la relación de lo ver
dadero con la muerte.
158
En verdad, la verdad se reducía entonces a la notoriedad.
Bajo el nombre de ateté, los dueños de la verdad, en el hele
nismo filosófico antiguo, sólo enseñaban la gloria, la publi
cidad del poder, el poder de matar, pero de regresar de la au
sencia después de la muerte. ¿Qué hay de nuevo? En Gre
cia como aquí y ahora, verdadero quiere decir ilustre y
verdad la iluminación, es decir, la publicidad. Homero y al
gunos reyes poseían los medios de comunicación, que glo
rificaban a Aquiles y Ulises, tanto más célebres cuanto ma
taron masivamente.
Mirad con toda vuestra atención la extraña transforma
ción que sufren Aquiles y Ulises: cuando están muertos
para siempre, cuando los golpes de su espada no cercenan
las montañas y la roda de su barco ya no está entre Escila y
Caribdis, sobreviven en nuestras memorias, como los in
mortales: sí, Homero los transformó en héroes y triunfó en
su empresa. En su sentido griego antiguo, la esencia de la
verdad consiste en esta apoteosis: convertir en dioses a estos
resucitados.
El fundamento de la verdad se confunde, en aquellos pri
meros tiempos, con el politeísmo, cuyo mecanismo, ordi
nario y fuerte, transforma a algunos hombres en dioses. La
tragedia'* mortífera, bañada en tenor y piedad, solía ser la
responsable de la metamorfosis, sacaba a un rey, un guerre
ro o una mujer del sepulcro y, con sus ritmos mágicos trans
formados en música, encandilaba divinamente a su espec
tro translúcido. Así la historia se confunde con el mito.
Este es el camino del transporte de la muerte, ella de nue
vo, hacia la inmortalidad, o de la sombra negra a la verdad
resplandeciente, de la tumba al escenario o de las tablas al
templo. Director de pompas fúnebres, Hermes recorre este
camino, o un médium cualquiera, palabra mágica, encanta
miento rítmico o musical, prestigio de las imágenes y de las
máscaras, estatuas que se alzan de entre los muertos.
Las teorías de la luz com o signo de la verdad o de la vi
sión com o sentido intuitivo de lo verdadero derivan de
esta injusticia negra, venida de la guerra por la gloria, siem
pre ganada por los más fuertes, los únicos que pueden
buscar los focos, incluso después de la muerte. Dice la ver
159
dad quien posee la claridad... ¡o ahora la ve lo cid a d de esta
luz!
Geometría, profecía
El mapamundi encantado
160
sabiduría, en nuestra formación, podrían considerar falsos
y mentirosos.
Enterrados vivos en el encantamiento mágico de un nue
vo politeísmo, nuestras creencias se someten a él sobre todo
porque no lo vemos. ¿Por qué? Evidentemente, porque
abarca el universo, sin excepción, pero también porque
nuestros padres y nuestros maestros nos enseñaron a no
desconfiar de él, obligando a nuestra juventud a pronunciar
su elogio, en el arte, las ciencias humanas y la filosofía. For
mados entre mitos, desde nuestra infancia, vivimos en ellos
y los creemos verídicos.
¿Puede emerger lo verdadero, bajo ía mirada del poder, y
cómo diferenciarlo de este encantamiento? ¿De dónde vie
nen las verdaderas noticias? Planteado en otros tiempos ge
nialmente por Cervantes, en una época en la que todavía
las armas superaban a las letras, vuelve el mismo interrogan
te de la verdad: ¿quién encanta las cosas del mundo y
cómo? Ingenuo Sancho, dice el Caballero de la Triste Figu
ra, ¿no ves que la varita mágica transformó a la divina Dul
cinea en esta campesina tea y mugrienta, que corre tras su
asno? ¿Qué Hermes, qué Merlín convirtieron, a la inversa,
a esta hedionda maritornes en una hermosa princesa de en
sueño? ÍE1 universo entero, ríos, barcos, castillos, pueblos,
barberos, duques, campesinos y curas... se quedan congela
dos en el encantamiento y se inmovilizan en su prisión!
¿Quién puede falsificar su lógica, o la del mito? Nadie.
¡Cóm o vuelve ahora el desencantamiento! La razón de
bió criticar durante mucho tiempo a lo religioso por haber
encantado mágicamente el mundo y a los supersticiosos;
¿tendremos que pedir ahora a la historia de las religiones,
como a la de las ciencias, técnicas de exorcismo?
161
nantes para el poder y la supervivencia de las empresas, tan
decisivas en el acceso al más alto rango social, tan trágicas
sobre todo desde Hiroshima — ¿cuántos millares de muer
tos?— tienen ahora que hundir sus raíces en la publicidad,
tal y como se la consideraba antes: construyen, decidida
mente, ellas también, la esencia misma de lo público.
Además, ¿quién sabe si un hallazgo se extiende porque es
verdadero o porque la persona, el grupo, la nación que lo
han descubierto controlan los canales y de ellos obtienen
gloria? La producción de la verdad dura yace, todavía, en
manos de los más fuertes. Así se da a conocer. Y más se da
a conocer como verdadera, más debemos presumir que al
que la extiende pertenece el canal por el que pasa, así como
su mensaje, emitido por su poder y para su gloria. Lo que
genera una duda radical.
¡Y la historia! La palabra estruendosa utilizada por los
griegos para designar el ruido esparcido por un nombre que
las bocas repiten, del que se derivan ilustres patronímicos,
Peri-cles para los hombres, Hera cles para los dioses, lo se
guimos utilizando para Clío, la musa encargada de repartir
la fama: pone al descubierto la verdad, mítica, de la histo
ria, mera gloria. ¡Conocíamos desde hace tiempo su relato
sorprendido por el encantamiento, incluso cuando relata la
historia de las ciencias! Clío, musa de la gloria, llena con su
ruido, también y sobre todo, la que estamos viviendo aho
ra mismo.
162
altísimo, o, mejor aún, se la otorgan a la debilidad y a la po
breza, a un recién nacido débil y miserable, al niño que to
davía no puede hablar; esta nueva luz alumbra a media no
che. La gloria a nadie más que al Ausente Inaccesible, invi
sible y débil detrás de toda la miseria, y así alcanzamos la
paz, condición de la verdad.
Pero si nos falta la gloria, ¿cómo inventar un nuevo vín
culo social? La tendremos que educar.
Meditaríany medicación
163
Dedicado a engañarme, el demonio maligno, que me en
candila, ío puedo comprar ahora, para instalarlo permanen
temente en mi casa, frente a mí, en mi estufa o mi chime
nea, mago todopoderoso, que resuena en los multimedias.
Peor aún: en lugar de instalarlo en mi casa, ahora habito en
su puesto, cableado, encadenado.
¿Quién me librará de estas cadenas encantadoras? La en
señanza, profética y geómetra.
164
I
3
Enseñanza
165
problemas más graves que conocemos y vivimos, tenemos
una solución, sencilla, que no utilizamos jamás.
La formación a distancia, con las tecnologías actuales,
cuesta menos que la enseñanza clásica, cuyo precio, demo
ledor, no encuentra más que recursos que se van con
sumiendo; se encuentra por todas partes a disposición de
todos.
¿Qué hacer? Decidirla.
Distancias vanas
166
Mapa para el viaje, en diferentes redes
167
camente infra utilizados; ¡tantos circuitos y agencias de via
jes en este espacio, a un tiempo técnico y utópico, pronto
reunidos en una misma red... y tan pocas personas toman
do ia salida!
Y como los mensajes dependen, más de lo que se piensa,
de los canales que los transmiten, pronto aparecerán sabe
res y culturas independientes de los monopolios, del poder
y de la gloria de las personas y las naciones, y cuya difu
sión extenderá, al contrario de los anteriores, la tolerancia y
ia paz.
Obstáculos
168
hombres, así como a la escucha atenta de las culturas debi
litadas.
Al igual que la ciencia y la cultura, o la información en
ambos sentidos, ya constituyen nuestra infraestructura o
nuestra condición general de vida, igualmente esta organi
zación mundial para las ciencias, la educación y la cultura
realiza un proyecto fundamental, utópico y positivo, dejan
do a otras instituciones paralelas la liquidación sangrienta
de la vieja historia.
La divisióny la desigualdad
169
sa, para el enseñante y para el enseñado, aprender/enseñar
debería describir una relación simétrica. Ninguno sabe más
que el otro, al menos siempre y para todas las cosas; sólo es
así a veces y en algunos puntos. Tiene entonces el deber de
compartir su ciencia y de intercambiarla con el que la igno
ra, a cambio de lo que ignora. Dime cómo amasar la masa
del pan y te enseñaré física nuclear: así nos convertimos al
mismo tiempo en enseñantes y en enseñados; aprendemos
uno del otro, iguales en derecho. Equivalente, el intercam
bio supone que al igual que los hombres, todos los saberes,
prácticos o teóricos, vienen a ser lo mismo, incluso aquellos
3ue la arrogancia no quiere reconocer, en razón de su con-
ición humilde y baja.
Todos los saberes son libres e iguales en derecho.
170
labras de la asistencia; su discurso, secundario, responde: así
se gana una benevolencia que escucha sin obedecer. Previa
mente al intercambio equilibrado reinan los parásitos.
Nombre sin gracia del contrato, la interactividad construye
el diálogo y la comunidad.
Sin compartir no hay formación, pues la sabiduría es una
continuación del poder, y la ciencia de la violencia, prolon
gando la escala bestial de la jerarquía, por medios muy pa
recidos a la fuerza. A la inversa, resulta de toda formación
el mestizaje de las buenas voluntades presentes. El maestro
puede así ejercer su maestría sobre los objetos de su arte o
de su experiencia, jamás sobre otros hombres, alumnos o
no: de no ser así, no se le podría diferenciar de un gángster.
Si además recluta a su alrededor, en alguna escuela o banda,
sus discípulos con los que gozar del poder que emana esta
sabiduría, ¿por qué no lo persigue la justicia por asociación
de malhechores? Que comparta, con sus alumnos, pero
también con los que pasan por ahí. Son ilícitos pues la con
centración, apropiación o monopolio de la sabiduría y de la
información. ¡Que circulen, como el aire para respirar! Esta
exigencia de fluidez exige asimismo servidores, canales y re
des. Allá donde se encuentren, acopladas, formación e in
formación, no se separarán nunca más.
Basadas en la participación sin exclusivas, pertenecen a
todos: patrimonio común de la humanidad.
171
yace ahí y, al mismo tiempo, no está. ¡Allí estamos! ¿No in
cumplimos sin cesar esta ley, nosotros, habitantes de lo lo
cal que rondamos por lo global, nosotros, con nuestras tec
nologías conspiradoras, vivimos aquí pero allá, es decir, so
bre una isla sin paradero? ¿Conocemos el instante propicio
de estos mapas sentimentales? Toda red se deriva de los an
tiguos mapamundis para representar este atlas de utopía.
¡Pero no se trata únicamente de planos y de papel! No
del todo: como intención o proyecto, humano y político, a
continuación la utopía contraviene una vez más el princi
pio de contradicción, físico y humano esta vez, que regula
el intercambio: en este país de jauja, se atan los perros con
longaniza y todo el mundo puede disfrutar de la mantequi
lla y del dinero de la mantequilla. ¡Aquí estamos! Contrave
nimos sin cesar la ley de los bienes y valores móviles, para
los cuales entregar y conservar, al mismo tiempo, ni es po
sible ni es válido, en el campo del saber y de la informa
ción, que podemos conservar para nosotros y acrecentar sin
duda cada vez que los entregamos. Compartir, extender
nuestra ciencia no impide que nos la quedemos, pródigos y
avaros al mismo tiempo: ¡tirémosla pues por la ventana (in
cluso por la de la televisión)! Esta superabundancia nos
hace entrar en el país de Jauja, desbordante de abundancia
y de profusión.
¡Y así es desde que el mundo es mundo y la ciencia es cien
cia! ¿Cómo nadie lo ha visto hasta ahora? Porque la sabidu
ría nunca le dio su color a ninguna época. Y ha llegado su
hora. Dibujemos pues los planos de estos mágicos lugares.
172
el amado; por este canal erótico pasan los saberes y las prác
ticas, los juegos de manos, de lengua y de mente. Sí, la fiía
razón sólo se transmite con la carne y el fuego.
Nada se puede objetar. Sin embargo, la encamación de la
enseñanza en el cuerpo docente data de épocas en las que
sólo era portador del saber una persona excepcional: ancia
no experimentado, sacerdote, maestro, autor... respetado,
consultado, venerado; se solía decir que a su muerte desapa
recía una biblioteca entera. Esta añoranza significaba, a la in
versa, que desde la invención de los nuevos soportes: escri
tura, imprenta, libros y librerías... murió para siempre el
cuerpo vivo y presente, receptáculo o tabernáculo del saber.
Este es mi cuerpo: el libro que escribo es más la carne de mi
carne que mi propia carne. Y además, como el de un ángel,
este cuerpo sutil puede, virtualmente, partir, volar, hablar en
otros lugares sin el cuerpo presente. La enseñanza a distan
cia nació con la escritura, para desarrollarse con la imprenta.
¿Presencial, dicen? ¿Qué anuncia el cuerpo docente, en
voz y hueso? ¡Simplemente lo virtual, que yo sepa! Sólo in
dica, o significa, o muestra sombras: ausentes si se trata de
historia, formas y números en matemáticas, países descono
cidos en geografía, sentidos y sintaxis arbitrarios en idio
mas... Incluso el experimento de física, la reacción colorea
da de la química, la rana que padece bajo el bisturí sólo es
tán ahí por la ley, la fórmula o el dibujo de anatomía,
escritos en la pizarra, sobre el plano negro de su ausencia,
portadora de conocimiento virtual en su totalidad o en par
te, modosita e ideal como una fotografía.
Sí, está sin estar, ella también y sobre todo. Y fuera está
el universo al que nos arrastra. ¿Qué contenidos se podrían
adaptar m ejor a las imágenes, a las asambleas, a las institu
ciones... virtuales que los del saber y la formación? Tras los
muros, los patios y los tejados, de la escuela o del campus,
cuya presencia densa confunde a tus ojos deslumbrados, se
oculta la verdadera vida, la única institución educativa; la
173
universidad virtual; entre paréntesis añado que utilizo por
supuesto el término de universidad en su sentido latín ori
ginario de conjunto universal de todas las formaciones para
todo tipo de capacidades. ¿No ha existido desde siempre,
desde la Academia griega y las Ideas virtuales que mostraba
allí el filósofo geómetra?
No hay nada más precioso, en realidad, que la encama
ción de los contenidos virtuales, pero nada más peligroso
también a veces: la fijación del afecto en una persona la
transforma en maestro, en gurú, en semidiós que hemos vis
tos tratar a sus súbditos com o esclavos, subyugándolos; he
mos visto también mil inteligencias sometidas de por vida
a locas ideas, pero aunque se trate de verdades, la rígida ad
hesión no resulta ser mejor para la evolución de la investi
gación y de la vivacidad venidera. Si los sabios se suelen
considerar como los propietarios de su especialidad, los do
centes se apropian frecuentemente de sus alumnos, obliga
dos a saber como ellos. Se escapa para siempre la libertad
de pensamiento. Si este último nunca arrebató su libertad a
nadie, el pensador lo hizo a veces.
No hay nada mejor, nada peor que lo presencial; sólo re
cordamos lo mejor, y los grupos de presión y los corporati-
vismos nacen de estas influencias abusivas. ¿Cuántas veces
el maestro presente, odiado, impidió que tal o cual se inicia
ra en tal o cual ciencia, odiada como él? Reconocedlo, que
ridos colegas: no más estúpidos escándalos, ¡solamente vo
luntarios! No hay nada peor, efectivamente, pero tampoco
nada mejor que lo virtual.
Desde que el viejo Esopo lo dijo de la lengua, todo me
dio de comunicación es la mejor, paro también la peor de
las cosas. Encandila y también droga. Remedio para todo
veneno, veneno contra todo remedio, todos los canales son
iguales al principio.
174
de la distancia y del tiempo abolidos en parte, están ocupa
dos desde hace tiempo por todas las disciplinas del saber y
de las culturas. ¿Qué historiador, entrenado para entender
los mensajes grabados en los pergaminos contestadores por
generaciones de muertos, no los habita? Y las nociones abs
tractas de las matemáticas, sin las que nuestra eficacia sobre
Jas cosas llamadas reales del mundo se desvanecería, ¿dón
de están? ¿Con las sombras de la historia y de la literatura?
¿Y los conceptos de la filosofía? ¿Y las obras musicales? Pre
sente en el centro de la clase, el maestro sólo está ahí en fun
ción de otros espacios. Tal es el tejido y los arabescos de las
dos escuelas, la más nueva de las cuales es más antigua de lo
que se piensa.
¿Quién se podría extrañar, realmente, de enterarse, por te
léfono, de un barrio a otro o a través de los continentes, de
las noticias del momento? ¿Quién no escucha cada noche las
llamadas del día? Mantenemos desde hace tiempo, por hilo,
sin hilo, por cable o satélite, conversaciones continuas entre
interlocutores dispersados por el espacio-tiempo del planeta,
labrado por el huso que escamotea un día. Cuando habla
mos así, decía, ¿reflexionamos siempre sobre el lugar de la
conversación? ¿Tiene lugar aquí, donde hablo y escucho a
mi interlocutor, o allá lejos, donde mi amigo me pregunta y
me escucha, o en ambos lugares a la vez,futra y ahí, entre no
sotros, al contrario del principio del tercero excluido, que
impide que un acontecimiento se produzca y no se produz
ca en el mismo lugar y al mismo tiempo? Asimismo, cuando
organizamos una videoconferencia entre tres o cuatro, dis
persos por Nueva Zelanda, Sudáfrica, Escandinavia y Fran
cia, ¿dónde situar el punto de intersección de estas zonas?
Planteemos la cuestión del lugar a las diferentes redes de to
das las técnicas de información, de comunicación y medio
de intercambio a distancia: estamos explotando, por medios
nuevos, nuestros antiguos hábitats virtuales, engendrados en
otros tiempos por la tecnología de la escritura y en ellos tra
zamos caminos sobre mapas paradójicos que prolongan
nuestra participación desde lo local hacia el universo.
Volviendo a algunas meditaciones sobre los Ángeles, po
blamos de dispositivos nuestro antiguo fuera de ahí [bors la].
175
El dispositivo desdefuera
176
formar igualmente un grupo a su alrededor: apuesta, feti
che, mercancía... ¿qué institución no se proyecta en él o a él
se remite? Todas las técnicas nos llegan de esta capacidad,
individual y social, de distanciamietito y de extracción de sí.
La crítica de las técnicas, emana, a contrapelo, de un contra
sentido sobre el lugar que asedia el estar ahí.
Lugares virtuales
177
al igual que Emma, nuestra hermana, prisionera en sus tie
rras, habita un alma vagamente errante. Así es el hombre,
tan contrario a los seres vivos de flora y de fauna que, salvo
el mosquito y la gallina, se morirían al descender tres grados
de latitud: esos son los verdaderos seres que están ahí.
A la inversa, nosotros siempre estamos fuera de ahí.
El espacio virtual
178
lo que se llamaba antes el fluir o la naturaleza misma del
tiempo, a todos aquellos que me han dirigido un mensaje a
lo largo de todo el día. Como el del planeta, el espacio vir
tual es un espacio-tiempo, con la salvedad de que puedo es
tablecer algunas contracorrientes en la irreversibilidad del
transcurrir.
La ecuación del tiempo y del dinero utiliza sobre todo es
tos espacios virtuales con vistas a perfiles monetarios rápi
dos; sin embargo, las operaciones de comercio y de banca
precedieron también a las investigaciones sobre los algorit
mos, lejanos antepasados de estas maquinarias. Hoy como
ayer, el control del espacio ayuda a ganar tiempo, pero tam
bién sabiduría, todavía más preciosa.
179
tras tecnologías, convierte este espacio virtual en el mejor
de los lugares de formación o en la más flexible de las escue
las. Antes de que abarque al mundo, ¿entablaremos un pro
ceso contra él nosotros también porque, como todos los ti
pos de canales, se puede convertir en el peor de los lugares?
El propio Homais nos diría que fábrica medicamentos con
venenos.
Técnicasy tecnologías
180
Colmamos una distancia y allanamos los obstáculos.
¿Podemos soñar, repito, con mejor armonía entre la técnica
y la instrucción, pues ambas atraviesan espacios difíciles?
Incluso los sociales: ¿no queremos que los nombres confra
ternicen?
181
arcaica psicología de las facultades, convertida en tic del
lenguaje, a capacidades prácticas que, fieros defensores de
lo contemporáneo, habíamos olvidado que nunca dejaron
de existir, mientras que dichas facultades, por el contrario,
jamás existieron en ese sujeto soporte que algunos vanido
sos inventaron para ellas. ¿Dónde observar la memoria, repi
to, si no es en los libros y en las huellas dejadas precisamen
te para perdurar, surcos labrados sobre las tablillas mesopo-
támicas o los discos magnéticos? ¿Dónde, la imaginación, si
no es en la pintura, los dibujos, los espejos, el cine, la foto
grafía, las pantallas de todo tipo, de las grutas de Lascaux a
mi ordenador? ¿Dónde, la inteligencia, si no es en el gno
mon babilonio y griego o en alguna aplicación informática?
¿Los contemporáneos me perdonarán que remiende un
desgarrón tan amplio?
Admitan que existen tecnologías del espíritu, y compro
barán en primer lugar la poderosa continuidad de su histo
ria desde la antigüedad más remota y verán a continuación
cómo ese espíritu desciende, en su lugar, a las cosas mismas
y al mundo del que somos una parte total. ¡La enseñanza a
distancia nos sumerge en las facultades!
182
escuela, palacio de justicia, laboratorio o leonera... cuartel,
nave, banco, fábrica, bolsa, campus, gimnasio... espacios
construidos de acuerdo con un plano arquitectónico, cerra
do casi siempre, en el que el grupo tiene potestad para reu
nirse y dividirse, para contemplarse, como espectáculo y
como espectador. Ejemplo elemental: en una institución
primaria, fundamental, enseña el maestro.
Pero la sociedad se puede reconocer sin reunirse siempre
localmente o físicamente, y lo hará como siempre lo hizo,
ahora y siempre. La pasión que ata a la radio o a la televi
sión a tantísimos contemporáneos no nace, faltaría más, del
hechizo del sonido ni del prestigio de las imágenes, exagera
dos, sino de las nuevas formas die reunirse. Cada uno se pro-
yecta en el espacio virtual que aparece en la caja y habita, se
gún los casos, en el Elíseo o la Casa Blanca, en el estadio o
en el plato, con tal naturalidad que habita estos múltiples
hábitats virtuales más y mejor que su propia casa y frecuen
ta, a distancia y virtualmente, cien personas que colman su
soledad, aunque nunca se encontrará en su presencia.
¿Quién no ha experimentado, cuando conoce a una de
ellas, una familiaridad a veces más fuerte que la que le une
a un allegado?
Los espacios virtuales nos reúnen virtualmente; eso no
quiere decir vana y falsamente. ¿Eran más reales las antiguas
asambleas? Tendremos que decir quién es el prójimo.
Instituciones virtuales
183
pronto caerá en desuso y nuestros idiomas designarán ma
ñana, con las antiguas palabras de colegio o campus, de ofi
cina o fábrica, de iglesia, de bolsa, de instancia o de admi
nistración... lo que ahora nos parece, si puedo decirlo así,
ex-tituciones, colectividades que ya sólo necesitarán como
arquitecto al diseñador de circuitos, de pequeñas y grandes
reaes de comunicación, por las que estas asociaciones se ha
cen y se deshacen. En las escuelas virtuales, invisibles en el
espacio del mundo, ¿qué puede haber más normal que
compartir números, historias, idiomas, recetas, direcciones
o trucos... cuasi objetos ausentes?
Al igual que los espacios del mundo, percibidos o vivi
dos, los espacios sociales se deslizan hacia lo virtual, para
que podamos levantarle mapas, flotantes.
184
de sus desgarrones. Que la suerte de la ciudad vaya unida a
un barco... ¿qué puede haber m is normal para una ciudad
comercial y marítima? Evidentemente, pero bajo la imagen
convencional, la existencia misma del vínculo o del contra
to colectivos se proyecta en este cuasi objeto, interminable
mente reparado, zarpando hacia alta mar.
Como Roma ya no estaba en Roma, Atenas salió: vivió
en el barco de Teseo, por los parajes de Creta y de las Cicla
das, donde los representantes, víctimas, se transformaron
en peregrinos. Fuera de sí, Atenas se representa ya, virtual
mente, com o una tele-polis, embarcada en esta nave. ¿No re
conoce, en estas doncellas y estos muchachos, a los alum
nos de la Paideia griega y de la nuestra, virtualmente aleja
dos de la tierra? ¿A qué redes de virtualidad anudadas
alrededor de qué lanzadera espacial confiamos ahora la re
paración indefinida de nuestros vínculos, tan colectivos
como objetivos?
185
la experiencia directa sigue siendo insustituible? ¿No tienden
las simulaciones por ordenador a sustituir a la experimenta
ción? ¿Desde cuándo esta última no tiene demasiado que ver
con la experiencia directa? ¿Desde la era nuclear y de los ge
nes bioquímicos o desde el siglo clásico, con sus experiencias
de pensamiento que pocas veces se hicieron realidad? ¿Qué
oficio se puede pasar ahora de estas tecnologías? ¿Cuántos ni
ños respirarían aliviados al no tener que soportar, por fin, las
relaciones violentas y brutales del patio de recreo y el ajetreo
de los viajes pendulares de ida y vuelta hacia y desde la escue
la en las grandes ciudades atestadas? Devolvamos pues, a
quien la solicite, la experiencia indispensable y dispensemos
ae la presencia si estas cosas vinieran a faltar.
Como el conjunto de la red ofrece la posibilidad de arre
glar o combinar a placer las estaciones y los canales, ayer es
tuvimos cuatro millones escuchando este curso, mañana se
remos sólo cien mil o todavía menos... Una clase clásica es
más o menos estable, porque reúne a un número dado de
personas en un lugar; construida con materia dura, como la
escuela, es una institución, mientras que si es virtual, su di
bujo espacial y el número de personas que reúne fluctúan,
de modo que su plano, siempre diferente, sigue siendo el
mismo a pesar de todo: es como la nave de Teseo, estable,
pero siempre nueva. ¿Quieren ver este mapa? Recorten una
parte cualquiera de la red y verán, de nuevo, con su anima
ción, un incendio, de una casa o de un bosque, que llamea,
la primavera que vuelve a un valle o a una isla floral...
Estas proyecciones, como se dice en cartografía, este per
fil móvil, volátil mejor, del mapamundi de las comunica
ciones es válido para cualquier institución virtual: escuela,
empresa, banca, bolsa, iglesia, cualquier representación o
espectáculo, como perfil variable de la red general o combi
naciones de cualquier parte de sus elementos. El mapamun
di de la enseñanza virtual se ciñe al mapamundi virtual uni
versal, como conjunto de las partes de la red. Tierra de for
mas fluctuantes en un océano abierto, tal es el archipiélago
de la utopía.
Al recuperar la flexibilidad y la fluidez, ¿nuestras relacio
nes conquistarán alguna libertad?
186
Duro y pesado, blandoy ligero
187
do o pagará más caro? De nuevo la bandera ondea al vien
to: ¿no habíamos dicho que la tela imita a la vida? Los ena
morados de los flujos y de las inteligencias rápidas, que a ve
ces deberán volver a la paciencia de las piedras, no echarán
demasiado de menos el peso lento de los morrillos y de los
muertos.
188
¡Otra utopía grandiosa y loca! Está claro, todos los pode
res pertenecen a los que controlan lo duro y lo blando, en
particular, lo volátil que, al transitar rápidamente por la red,
no tropieza con ningún contrapoder: a los propios medios
de comunicación que controlan, en los mensajes, el poder
[Persuasivo de la seducción; a la ciencia que controla su va-
or de verdad; finalmente, al derecho, a quien corresponde
lo performativo. Es imposible gustar sin gloria, decir false
dades, vivir fuera de la ley. Ninguna fuerza blanda equilibra
estas potencias. Podríamos decir incluso que la red como tal
piensa, sabe, domina, juzga, crea el espacio y el tiempo, los
poderes y la historia, los valores y lo sagrado, que es el
vínculo social mismo.
Respuesta tímida que llega a pasitos de paloma: el siste
ma abierto universal de formación y de enseñanza pone,
precisamente, a disposición de todos, como derechohabien-
tes, estos tres poderes conjugados.
¡Utopía por fin! Todas las instituciones, desde el alba de
la historia, se basan en la violencia y en la apropiación que
la precede o que la sigue. En caso de que el saber se vuelva
tan precioso que domine nuestro tiempo, será inevitable
mente objeto de conflictos feroces para que el vencedor se
lo apropk. Habrá que irse a la guerra y encontrar otros con
tratos.
189
nuestras redes, tecnológicas, tienden, poco a poco, a susti
tuir a las antiguas grandes instancias o instituciones respon
sables de lo global: Estados, Derechos, Iglesias, Bancos y
Bolsas, Escuelas y Universidades. Tras la revolución indus
trial, la nueva revolución tecnológica se refiere exactamente
a la construcción de un universo. La innovación afecta me
nos al trabajo, la producción, o incluso el comercio, que al
conjunto de los vínculos entre lo local y lo global. Lo que
permanecía cegado y oculto en las instituciones, siendo
fuente de representación, se materializa, se vuelve presente
y visible, en tiempo real. Esta realidad del tiempo duplica y
refuerza todo lo que es virtual en los espacios.
Para formar lo colectivo, la antigua técnica apelaba al
cuasi objeto, elemento encargado de trazar las relaciones en
el seno del grupo: estatua en procesión, dinero, pelota, fi
cha... la red invisible aparecía, por estallidos y ocultaciones,
en el momento del tránsito, rápido o lento, deslumbrante
de este testigo de nuestra existencia colectiva. Ahora, visi
ble, construida, útil, fascinante... la red se Ínstala entre no
sotros, más aún, habitamos en ella. ¿Cómo quieren que no
haya tendencia a apelar a las antiguas técnicas o institucio
nes sociales, cuanto estas tenían como objetivo hacer apare
cer la red misma de nuestros vínculos, damos la percep
ción, al menos instantánea, de que existía? Ya no tenemos
necesidad de probar que existe: ¡ahí está! La fascinación
S ue ejercen los medios de comunicación no depende tanto
el sonido o de las imágenes como del descubrimiento des
lumbrante de que existimos colectivamente de acuerdo con
las relaciones que hemos construido por fin. Com o el con
junto de los cuasi objetos circulan por estas redes, ¿qué ne
cesidad tenemos de los demás?
Así encontramos su capacidad de destruir o de sustituir,
para bien y para mal, a la política, la religión, el derecho, la
cultura y el saber; las relaciones de violencia y de fuerza; el
comercio y el dinero-, tres instancias encargadas, desde el
alba de la historia, de hacer aparecer y de forjar el vínculo
social. Porque estas instituciones y las personas que las fre
cuentaban recibían antiguamente sus funciones y sus pode
res de una circunstancia: no sabíamos trazar los caminos de
190
lo local a lo global e ignorábamos incluso lo que este últi
mo significaba. Y ahora los trazamos cada día y seguimos,
en tiempo real, su cableado. El que controla esta red, que va
de lo local a lo global, porque acapara todos los poderes,
sustituye a la política; porque tiene todos los derechos sus
tituye a lo judicial; porque lo sabe todo, sustituye a la sabi
duría; porque hace funcionar su máquina de fabricar dioses
posee lo sagrado; elige los lugares de la violencia; hace cre
cer o no el comercio y el intercambio.
La red misma puede, en eí sentido de la capacidad. Si,
por ella misma piensa, domina, sabe, convence, persuade,
juzga y consagra... ía enseñanza abierta, difundida por ella,
sería la primera victoria de los hombres, libres, sobre un po
der, universal, que puede someterlos, es cierto, pero tam
bién liberarlos.
Esta elección, decisiva, es posible ahora. Por primera vez
en la historia, aparece, visible en el atlas, nuestra voluntad
general.
191
¿Quién ser?
Principio de contradicción o de identidad
195
¿Quién, salvo la mentira confesa de las modernas democra
cias, puede dominar permaneciendo igual?
Y los planos y mapas de los atlas usuales se basan todos
en este principio, universal, de contradicción o de identi
dad, lógico, es cierto, pero también físico, financiero, co
mercial, político... cuya soberanía intangible afecta a un
tiempo a los lugares del espacio y de la geografía, los bienes
del comercio y del consumo, el poder y la gloria, la apropia
ción de los lugares y la localización de las rarezas... es decir,
los mapamundis geológicos, humanos, históricos, econó
micos... que no dibujan en realidad más que límites o bor
des, ya que todo límite se define de acuerdo con el mis
mo principio: nadie puede estar dentro y fuera simultánea
mente.
Dos atlas
196
dos por la desigualdad cuando se basaban en la posesión de
los lugares o los poderes de la fuerza, del dinero, de la glo
ria... imposibles de compartir: parecían obedecer entonces a
un principio universal. Mientras se trataba de definir estas
rarezas, fue lógico desgraciadamente trazar fronteras, lími
tes, definiciones de espacio, de exclusiones y de pertenen
cias, crestas de equilibrio entre diferentes haberes y poderes,
localizados con la precisión más exacta. Sin embargo, cuan
do la información y el saber constituyen las concentracio
nes difundidas más decisivas, entonces, es decir, en este m o
mento, el escándalo humano sería precisamente mantener
la desigualdad, injustificable bajo ningún concepto. Ya no
funcionan la misma lógica, ni la misma estática en el inter
cambio, ni los mismos equilibrios, ni la misma física, ni las
mismas leyes sociales y humanas,
El atlas ya no dibuja los mismos mapas.
197
a la pregunta: ¿quién soy?, a la identidad personal y colec
tiva, a la pasión, constructiva en apariencia y realmente de
letérea, de la adscripción;
a la pregunta moral: ¿cómo comportarse? a la violencia que
nace de la desigualdad, de la apropiación y, sin duda, sobre
todo, de las adscripciones... es decir, al principio mismo de
sus aplicaciones;
a la pregunta: idónde ir? a los caminos que van de lo lo
cal hacia lo universal global, a lo largo de los cuales volve
mos a encontrar los problemas del lugar y del mundo.
Mapa-documento de identidad
198
cas singulares, innumerables y variables con el tiempo, pero
son suficientes para una identificación policial.
199
nuestra madre. Esta pobreza lógica roza la miseria, pues en
realidad nuestra identidad auténtica se detalla, y sin duda se
pierde, en una descripción de la infinita virtualidad de estas
categorías, que cambian sin cesar con el tiempo real de la
existencia: ayer entró en un club ciclista por sus talentos de
escalador, mañana se sumará a tal partido político por sus
opiniones y esta mañana, vencedor de tal prueba, pasa a
formar parte, por concurso, de un grupo de expertos.
¿Quiénes somos? La intersección, nuctuante en función
de la duración, de esta variedad, numerosa y muy singular,
de géneros diferentes. No dejamos de coser y tejer nuestra
propia capa de Arlequín, tan matizada o abigarrada como
nuestro mapa genético. No procede pues defender con
uñas y dientes una de nuestras pertenencias, sino multipli
carlas, por el contrario, para enriquecer la flexibilidad. Ha
gamos restallar al viento o danzar como una llama la orifla
ma del mapa-documento de identidad.
200
tud singular — para los idiomas, la cocina o las matemáticas—
a la entrada en una categoría, una escuela, un escalafón, la po
blación estrecha y definida por este nivel de cualificación y, a
fin de cuentas, el poder que posee un grupo de presión. En
tonces, el saber corre el riesgo de desviarse hacia el poder.
Inclusióny exclusión
A las cosas más elementales de la lógica responden a ve
ces cosas igualmente elementales en moral. La pasión de la
pertenencia implica, efectivamente, una norma de conduc
ta: amaos los unos a los otros.
Fuera del límite, los otros no pueden disfrutar de este be
neficio, pues la pertenencia implica, lógica y apasionada
mente, la exclusión: si alguien pertenece a tal o cual sub-
201
conjunto, ello supone que existe al menos alguien que no
pertenece al mismo; este último, exterior, queda excluido
por fuerza o de hecho: pasa a ser víctima de violencia... ex
traña relación entre la pertenencia y el pertenecer, entre
nuestras conductas con los demás y las que tenemos con
los objetos, entre el amor y el odio, entre el principio de
contradicción y el de identidad.
¿Todo el mal del mundo viene de ía pertenencia? Sí.
Todo el mal del mundo viene de la comparación. Y de la
gloria innoble que da la entrada en un colectivo noble por
encima del común de los mortales.
A través de los niveles jerárquicos, por la fuerza o por
suerte, por conocimientos o por pericia, los superiores, efec
tivamente, examinan, por debajo de ellos, a algunos reba
ños imprecisos en los que el hombre es un lobo para el
hombre, animal dañino, mientras que estos últimos supli
can, hacia arriba, al hombre dios para el hombre, fetiche de
su supervivencia: en ambos casos, nadie piensa que los
hombres son hombres para los hombres. Y estos animales
desgraciados se comen entre ellos y los dioses, crueles, con
denan a los mortales a muerte.
El género humano aparece desde el momento en que, al
contrario de los animales, rompe con la regla darwinista de
la selección del más fuerte. ¿Quién no ve que están desapa
reciendo especies, erradicadas precisamente por este decreto
de poder? De este modo, las leyes de nuestra propia historia
se oponen, en momentos raros y decisivos, a las de la evolu
ción. Milagro, un pobre se alza de entre los frágiles, un débil
entre los simples. Por esta razón, secretamente, no somos ni
animales ni dioses, es decir, inteligentes. La jerarquía preser
va lo que queda en nosotros de animales, tontos. ¿Podemos
soñar con borrar esta bestialidad, en el sentido etimológico
de la palabra, en toda formación para una ingeniosidad?
202
pasar por la pasión de la envidia o de la competencia hirien
tes, sin exclusión ni condena al hambre de los perdedores,
sin escaleras hacia el Parnaso, sin establecer jerarquías.
Una cartografía instantánea, compleja, variada, una pelí
cula continua de nuestras aptitudes, variables, no se parece
rían con seguridad a ninguna otra, ya que seguirían o descri
birían un perfil evolutivo de nuestra identidad singular o in
dividual, desde el punto de vista pedagógico únicamente y
sin pretender agotarlo, pero, sobre todo, establecerían una
diferencia clara con los colectivos correspondientes a cada
nivel de habilidad, cuyo poder contribuirían a borrar. Un
microchip de este tipo, fácil de realizar, repararía el error ló
gico y la injusticia de que hablamos y además muchas des
gracias humanas. ¿Quién nos impide crearlo, no sólo para
las personas, sino también para cualquier grupo asociado?*.
203
Próximo
¿Cómo hacer?
1
Violencia
209
vestal Tarpeya, por ejemplo, corresponde a la tercera, ya
que su cuerpo muerto se cubre con oro y joyas, pero el li
bro que el autor le consagra pasa por alto su lapidación,
omisión extraña para un destino de drama final inolvidable.
Como este linchamiento es el colmo de la violencia, ¿no
habrá que plantearse las relaciones entre Quirino y Marte?
¿Aquel se reduce a este? O , por traducción de estas imáge
nes, ¿debemos considerar la economía como un conflicto
continuado por otros medios? Tenemos que volver a mar
chamos a la guerra, decía hace un momento: ahora estamos
inmersos en su furor.
En historia comparada de las religiones, Georges Dumé-
zil propone un análisis interior al politeísmo, figurativo,
descriptivo, sin enigma ni misterio, estático o relativamente
invariable a muy largo plazo, mientras que, siguiendo la gé
nesis de lo sagrado a través de la violencia, Rene Girard des
vela el advenimiento, misterioso y progresivo, de un solo
Dios, a lo largo de un tiempo cuya unidad vincula los anti
guos mitos con los dogmas nuevos, los politeísmos y los
monoteísmos, en el que la ignorancia y la mentira van de
jando paso poco a poco al conocimiento y a la verdad ra
cionales, y en el que la violencia sacrificial va cediendo
poco a poco ante el amor. Conservar el pluralismo trinita
rio o, uniendo las tres figuras funcionales entre ellas, encon
trar una explicación única y descubrir el monoteísmo, este
es el dilema.
210
so, es verdad, pero particular, la de Rene Giraid se prolon
ga hacia el universo, siguiendo la propagación de la violen
cia misma.
Esta búsqueda de una ley universal, en los tiempos actua
les, consagrados a lo local porque cualquier pretensión ha
cia lo global es sospechosa de imperialismo, ¿constituye
una fuerza o una debilidad? Comparar estas dos historias
de las religiones comparadas acaba relacionando dos pro
blemas básicos: ¿reducir o no las tres funciones a la unidad:
Dios único o Trinidad? ¿Describir culturas singulares o de
finir de nuevo la universalidad? Si la primera nos lleva a ele
gir entre el politeísmo y el monoteísmo, la segunda turba el
tiempo presente: ¿vivimos, pensamos en la actualidad en
lugares separados o construimos un Universo? ¿Se trata en
realidad de la misma pregunta? Llegados a este punto, ¿no
preferiremos habitar la diferencia y concebir sus fragmentos
dispersados únicamente en razón de nuestras prácticas y de
nuestra fe ciegas en los mitos del politeísmo?
¿Construimos de nuevo un universo? La fabricación de
un atlas plantea la misma pregunta.
La v i o l e n c i a u n i v e r s a l
211
Volvemos así a la primera pregunta sobre esta energía: ¿la
violencia entre los hombres se desencadena por ella misma
o, por el contrario, aparece como el efecto de una causa,
otra y diferente? En este último caso, esta razón sería esen
cial y su consecuencia violenta únicamente derivada. La ex
periencia, sin embargo, muestra que, sin padre ni madre ni
predecesor alguno, la violencia, por ella misma, se reprodu
ce indefinidamente y la lógica lo demuestra también por
que guerrear contra la guerra conduce a la guerra: su antíte
sis o su negación vienen a ser la misma cosa. Que lo otro,
en estas circunstancias primeras, remita una y otra vez a lo
uno indica, para René Girard, un origen mimètico; sin pa
dre ni madre, efectivamente, la violencia nunca carece de
hermano gemelo. Solamente goza de su propia imagen. Ci
temos otras causas para su aparición y se reducirán a excu
sas que, por el contrario, se derivan de ella. Así pues, es cau
sa de sí.
212
Júpiter, a medias, yugula, como sacerdote, las violencias
de Marte, el guerrero. Es el primer resultado de René Gi
rard, formulado en los términos de Georges Dumézil.
213
Vioknáay cognición
214
crifkiales en las que también se pueden detectar la huella
religiosa y el recuerdo jurídico de sus inicios sin cesar reco
menzados: procesos de Zenón de Elea, de Anaxágoras de
Clazomene, condena a muerte de Sócrates, suplicio de
Abelardo, hoguera de Giordano Bruno, juicio de Galileo,
decapitación de Lavoisier, suicidios trágicos de Boltzmann
y de Turing... Ubri calamitatum... ¿qué pasa en las escuelas
cuando se inventa una ciencia?
Sacerdote, y juez, y sabio, Júpiter en suma, se afena en la
obra de Marte: aquí termina la primera demostración.
215
tenciosos, es decir, los conflictos engendrados dentro del
marco de un derecho previo, o, en caso contrario, y al con
trario de lo que parece, nunca se declara para que un grupo
se vengue de las violencias que otro le ha hecho sufrir ante
riormente, como en vendetta, sino para sustituir, con toda la
rapidez posible, por el conflicto organizado, ordenado, la
verdadera violencia, desorganizada, cuyo desorden resulta
ser rápidamente demasiado peligroso para ambos beligeran
tes al mismo tiempo; esta última circunstancia revela que
los dos grupos realizan su guerra. En consecuencia, su ges
tión, común, necesita un acuerdo.
Así tenemos que entender, por ejemplo, que en los tiem
pos míticos de los orígenes de Roma, los dos reyes, de Alba
y de la Ciudad, eligieran, para combatir, entre la población,
que quedó así liberada, un ejército de soldados, y luego de
esta división, que queda en reserva, tres campeones en cada
campo. Se preparan baluartes sucesivos cuyos restos expo
nen a un mínimo de hombres, economizando en el sentido
literal de la palabra: leva de una legión, en primer lugar,
para preservar la vida del pueblo, elección a continuación
del equipo triple para preservar la vida de la mayor parte de
los reclutas; doble elección cuya superposición funciona
como dos cortafuegos. A las violencias de hecho, fatales
para grupos enteros, porque se prolongan sin obstáculos y
universalmente, las guerras oponen un orden que salva a
gran número de hombres. ¿Habrán inventado ellas los pri
meros contratos?
Marte se vuelve hacia Júpiter el soberano.
Como este último, el guerrero tiene también el objetivo
de regular la violencia y, como pretende frente a todas las
críticas, preparando la guerra hace perdurar la paz. Hace fal
ta mucho tiempo, muchos conocimientos y experiencia, sa
biduría e incluso resignación para acabar pretendiendo que
las guerras, los ejércitos, las estrategias establecidas, gendar
merías y policías, como marcos colectivos y jurídicos de la
violencia, protegen en realidad contra ella, que resulta mor
tal, para los individuos y para los grupos, si se desencadena
sin ley. La guerra se opone pues a la violencia al menos tan
to como a la paz.
216
Y es no obstante una solución sacrificial. Los polemólo-
gos, como los reyes de Alba y de Roma, ¿no se suelen apo
yar en el argumento sacrificial típico: más vale matar a unos
pocos que ver morir a muchos, o incluso llegar a la extin
ción?
¿Marte se confunde con el Júpiter sagrado?
Prolongación en el mapamundi
217
originario de estas guerras, entendidas com o acciones con
flictivas en las que el ordenamiento y el derecho permiten a
los beligerantes no destruirse hasta el último.
Así hay que entender las gigantomaquias míticas o las
guerras bíblicas, o que descifrar la imagen misma del Dilu
vio o, ante todo, la de las primeras aguas mezcladas sobre
las que se cierne el espíritu ordenador de Dios, desde nues
tras religiones semíticas o indoeuropeas, o que recordar las
guerras de Troya, o de Alba, o de los etruscos, para la zona
grecolatína..,. Con este paso de un estado defacto a un esta
do de iure, realizan todas ellas tal progreso cultural, o firman
un contrato tan decisivo, desde el punto de vista antropoló
gico, que los hombres actualmente vivos descienden, sin
duda, todos ellos de antepasados que sólo sobrevivieron
gracias a pactos de este tipo. Por eso ocupan un lugar origi
nario en los mitos y las leyendas.
La filosofía del derecho moderno traduce, en una tesis
abstracta, esta historia de origen o de antropología funda
mental; el estado natural consiste, no en una guerra — Tilo
mas Hobbes parece cometer un contrasentido cuando escri
be btüum omnium contra omnes— sino en la violencia libre
que, desatada, enfrenta a todos contra todos y a cada uno
con cada uno, amenazando al grupo con la extinción total.
Así pues, el contrato social que se deriva, pacto de dere
cho, designa la guerra como institución posterior al estado
de naturaleza y productora de la historia. Esta última co
mienza y se comprende por las guerras y gracias a ellas; al
menos no habría existido la historia sin ellas, tan funda
mentales en este sentido como la economía, pero sin duda
más arcaicas, primitivas y fundadoras que ella.
Sacrificio a Marte
218
bres entre los débiles, confrontación de un desequilibrio tal
que equivale a un linchamiento colectivo organizado de
hombres que no se pueden contar porque no cuentan.
No obstante, entre la violencia sin leyes que invade lo co
lectivo, como una epidemia de peste, entre este estado de na
turaleza, con prolongaciones incontrolables, invocado como
original por algunos filósofos del derecho, y el ejercicio orga
nizado de la guerra, el derecho y sólo el derecho es la diferen
cia, cuya marca se ve en las barreras que se alzan ante la pro
pagación, que se mide con el ahorro de la pandemia.
Efectivamente, el derecho suele ser el del más fuerte, Y el
único progreso notable en la historia de la humanidad pasa
siempre por la defensa, sin condiciones, del más débil. Que
da el trabajo de corregir indefinidamente las leyes y el dere
cho, que siempre se apartan de la justicia. Y enmendar las
reglas es siempre mejor que matar. La guerra produce me
nos muerte que la violencia: sacrificio colectivo a Marte, si
gue funcionando el proceso economizador del sacrificio.
Mientras que la paz inocente sueña con no provocar nin
gún muerto.
219
dos, quien juega arriesga su cuerpo desnudo, de acuerdo
con un rito y con referencia a un árbitro, considera protegi
das sus partes vitales y leales sus propias acciones de fuerza,
como las reacciones violentas, incluso desviadas de sus ad
versarios. Al reconocer el arbitraje, al que se somete la vio
lencia, la riña entra, a través del deporte, en el derecho,
como lo hacía la guerra. Inocentemente, como la ciencia,
espero, mañana.
¿Y qué es el libre albedrío? La instancia de derecho que
invento, en mí, para aculturar a la fiera que mata.
Vuelta a la cognición
E c o n o m ía y s a c r if ic io
220
plicados en la crisis, lo inmolan en su lugar para reconciliar
se tras el linchamiento. Emerge entonces una evaluación
propiamente económica, cuyo principio justifica siempre el
sacrificio por un ahorro máximo de víctimas: «uno por to
dos», el propio chivo expiatorio, en caso de lo sagrado o de
Júpiter, y «unos pocos por todos», en el de la guerra o de
Marte, caso en el que tres campeones se entregan en lugar
de los ejércitos de Roma y de Alba, entregados a su vez en
lugar de los adultos de ambas ciudades. Estas sacas electivas
responden, acabamos de verlo, a la pregunta ¿cuántos
muertos cuesta la conservación del grupo? Uno a Júpiter,
los portadores de armas a Marte, ¿cuántos más a Quirino?
El principio de la economía se dirige hacia la economía
misma.
La cuestión práctica de los trabajos y prestaciones que
pueden cambiar la faz de la tierra, por medio de herramien
tas o de máquinas, se plantea en los mismos términos:
¿cuánto cuestan esas realizaciones, en dinero y en capitales,
pero también y sobre todo en sufrimiento y en muertos?
No se puede hacer una tortilla sin romper los huevos, dice
la sabiduría popular. De ahí viene que toda praxis sea sacri
ficial, cuando calcula, con rigor, el mejor resultado con el
mínimo gasto, ya que esta optimización dirige el gesto del
sacrificio, religioso, claro, guerrero también, pero ahora téc
nico y productivo.
221
te de nuestras prácticas, obedecen pues al mismo principio
del mejor resultado con el mínimo gasto. ¿Qué entende
mos por esta minimización? ¿El gasto del que hablamos su
pone muertos? ¿Cuántos?
Aquí tenemos, bien planteada, la cuestión práctica: con
creta y moral, dirigida ahora a nuestros conocimientos teó
ricos, entendidos como los mejores o los más eficaces, o
como nuestros únicos programas a largo plazo hacia el fu
turo; teóricos y prácticos, es verdad, pero al mismo tiempo
económicos en este sentido. Una inquietud: ¿las ciencias se
guirán siendo también sacrificiales?
Por primera vez, que yo sepa, en la historia de la sabidu
ría, el principio del ahorro no hace diferencia entre las cien
cias sociales y las ciencias duras: para la supervivencia y la
estabilidad de los grupos humanos, así como para la realiza
ción de objetos que nay que descubrir o transformar, acep
tamos un coste, que nuestros ideales de seguridad mini
mizan.
Es el precio del sacrificio. Donde dice: todo se paga,
todo tiene un precio... debe leerse: hay que matar. Todo cál
culo de optimización — ¿cómo actuar o pensar sin él?— es
conde y revela en realidad el problema del mal. Aquí está,
trágico, yaciendo, en la base y en la regulación del saber y
de los hechos, en el mínimo aceptado para un máximo es
perado.
Leibniz
222
Superficial hasta la tontería, Voltaire hubiera debido
aprender mejor de su marquesa la mecánica matemática,
para evitar la metedura de pata de hacer pasar por optimis
ta beatífico a aquel cuyos sistemas de ecuaciones tienen en
cuenta, por supuesto, que la tierra tiembla aquí y en Lisboa,
lo que nadie ignora, pero sobre todo el hecho de que los
seísmos y las víctimas que implican entran dentro de los mí
nimos aceptados para un mundo de armonías maximiza-
das: el mal yace en el mínimo. De este modo, en la conclu
sión del proceso de la Teodicea, hacia la cúspide de la pirámi
de, imagen de este universo, se consuma un sacrificio
humano, gasto más ligero o número de muertos más pe
queño.
Raro y maravilloso descubrimiento de un paso del No
roeste, entre una de las ciencias más claras y duras, el
cálculo infinitesimal, y dos ciencias sociales, una, entre las
más útiles, dicen, la econometría, y otra entre las más som
brías, la antropología: el cálculo de las variaciones y de la
asignación de extremos en las curvas corresponden, efecti
vamente, al número tolerado de sacrificios, como principio
de economía, entendida en el triple sentido numérico, pro
ductivo o práctico y religioso. Lo que pasa es que estos co
nocimientos, calificados con conocimiento de causa como
rigurosos, suponen muertos. El cadáver, como objeto, es
fundador del grupo, desde el punto de vista sociológico, y
el mismo hombre muerto es fundador, cognitivamente, del
objeto como tal que, efectivamente, se puede convertir en
moneda de cambio, como Índica el sacrificio de Taroeya, la
pidada con joyas de oro. Así este muerto es el fundamento
del objeto, que es el fundamento de la ciencia y el grupo,
que es el fundamento del objeto, que... Statues relataba esta
fundación en espiral hasta la intuición de que la muerte es
fundamento de la sabiduría.
¿Cóm o liberamos de este maelstrom? Al margen de estas
tragedias repetitivas, de formas monótonas, ¿qué ética nos
guiará, pasada la época de Leibniz, cuando la filosofía y las
ciencias más racionales continúan con siniestras prácticas
arcaicas, para reducirlas hasta que cesen pura y simplemen
te? ¿Qué buena nueva nos librará de estos sacrificios?
223
Vuelta a ía verdad
224
¿Un solo diosen trespersonas?
225
Los Miserables
La m is e r ia u n iv e r s a l
Miseriay violencia
226
no conoce reglas ni leyes, ninguna barrera para su propaga
ción universal. Esta exclusión fuera de la ley se acerca al
riesgo máximo de eliminación o de erradicación: supera al
homicidio, ya que este último se define de acuerdo con le
yes penales... y roza el genocidio, ya que está en juego la
práctica totalidad del género humano.
El universal que buscamos se descubre, no en la organi
zación social, las instituciones o la política, sino, a la inver
sa, en la desorganización, que deja al desnudo todas las es
tructuras, y en el límite, en este estado de miseria, quizá tan
antiguo como el origen del hombre, que los filósofos des
cribieron, desde hace cuatro siglos, sin saberlo demasiado,
cuando abordaron el problema del Mai. El miserable, efec
tivamente, sufre males físicos: hambre y frío, enfermedades
y muerte precoz... pero también mal moral, ya que un
acuerdo social se suele realizar en función de la responsabi
lidad que asume de encontrase en tal estado... la palabra mi
serable, al menos en francés, designa no sólo al más que po
bre e indigente, desgraciado y patético, sino también al des
honesto, malvado, vergonzoso y despreciable; la historia
occidental dudó durante mucho tiempo entre la horca y la
piedad. 4
Si formulamos, de nuevo, el principio de economía, ¿no
debemos resignamos a producir esta miseria como un pre
cio que hay que pagar por el crecimiento y el progreso de
algunos hacia el bienestar y la sabiduría? ¿No se trata de un
escándalo inmenso? ¿No intercambian su lugar el máximo
y el mínimo, ya que un grupo escaso sacrifica a sus valores
óptimos una multitud colosal de miserables?
Holocausto a Quirino
227
ficio que nuestra historia, bastante repugnante sin embargo,
haya conocido y perpetrado. Si la guerra es un sacrificio co
lectivo a Marte o preparado por él según el principio de la
economía, la miseria parece más sacrificial todavía, ya que
afecta a una población tan importante que iguala práctica
mente al total de los hombres: aceptamos un holocausto gi
gantesco a Quirino.
Este otro falso dios, ¿no mata también en gran número,
a través de ciencias y prácticas de cuya verdad deberíamos
dudar? ¿Mata más que los rituales antiguos y los combates
marciales, en un crecimiento histórico escandaloso que ta
pan las supuestas necesidades de la economía? ¿No será que
este aumento innoble marca un desgaste progresivo de los
obstáculos para la violencia, a medida que vamos de Júpiter
a Marte, y de este a Quirino, ya que el primero acepta sacri
ficar a un solo hombre, chivo expiatorio en la cúspide de la
pirámide, el segundo a tres campeones o a un ejército,
mientras que el tercero, más contemporáneo, asesina a la
humanidad prácticamente entera? Como la economía espe
cula con el conjunto de recursos y su escasez, ¿habrá que es
perar que las pocas pandillas de gángsters que gozan de
ellos logren, por meaío de esta violencia pura y sin ley, la
erradicación de los grupos de Miserables, numerosos y ma-
yontanos, para quedarse, sobre el Arca rica, como únicos
supervivientes de un nuevo Diluvio? ¿No están patentan
do, para convertirse en sus propietarios, a la totalidad de las
especies animales y vegetales?
Terrorífico mapa del atlas contemporáneo: una pequeña
isla o la cima de una montaña emergen de un océano o de
una tierra infausta.
Miseriafundamental
228
que expresa nuestra condición mortal o nuestro ser para la
muerte. Eccehomo.
Sí, tal es la universalidad del hombre. Venimos del sufri
miento, de la miseria, de las aguas fluctuantes sin límite, de
la tierra y de la muerte. En ella vivimos en parte. A ella es
tamos siempre condenados, desde el momento en que con
fesamos que sólo somos hombres, frágilmente protegidos
por débiles instituciones. Nos reconocemos todos, en el
fondo de nosotros mismos, como miserables o siempre ex
puestos, vertiginosamente, al riesgo de volver a serlo.
¿Qué estatuto pretenden los demás? ¿La divinidad? ¿Nos
convertimos en falsos dioses? ¿A qué extraño y bárbaro po
liteísmo de nosotros mismos nos sometemos?
229
Desmoronamiento de las clasificaáones culturales
230
único y a mostrar la universalidad del sacrificio y de la eco
nomía. Abominable y presente, este universal sigue exigien
do en todas partes la muerte de los hombres, en gran núme
ro, en los combates, el saber, la producción y la circulación
de los bienes. Cuando mi lejana juventud abandonó la epis
temología, le di a eso el nombre de Tanatocracia.
No hemos salido todavía de las edades arcaicas, ciegas a
estos holocaustos, nada ciegas a la Ilustración de nuestro sa
ber. Un día cambiamos de religión, dejando los sacrificios.
Ahora hemos cambiado de universo. El pueblo preferiría
que los sabios fueran los primeros en resolver el nuevo ca
mino. ¡Inventarían!
¿Cómo? Aquí lo tenemos, primero la escritura, y después
nuestra decisión.
231
lo que por la costumbre y la razón habíamos aceptado per
der. No digamos más: el progreso a cualquier precio, pero
paguemos todo el precio que cuesta el progreso.
Perder... alma perdida, mujer de costumbres perdidas...
este verbo vale tanto para la moral como para la economía
de los balances, llamados de pérdidas y ganancias. Y no se
hace pasivo hasta que se cumple su acepción activa. Este
hombre, esta mujer, esta oveja... descamados, ¿quién los
quiso perder?
Este animal que expulsas, ¿quién lo echó de casa para
que vagase errante por los desiertos, las montañas y los
hielos?
232
2
Contrato
233
Verdad
234
Hay que escribir de nuevo un juramento generalizado al
conjunto de las ciencias, ya que todos los sabios se encuen
tran ante responsabilidades creadoras. Lo prestarán o no, de
acuerdo con su libre decisión.
Quien lo escriba abrirá el nuevo milenio.
235
3
Distancia y proximidad
Invitación al viaje
237
ción, durante la infancia? En uno de aquellos monasterios,
¿cómo no sucumbir a la tentación irresistible de soplar a es
condidas por la larga trompa, a riesgo de profanar un silen
cio sagrado difícil de escuchar?
Si adivinan por qué me fui, tendrán ganas de emprender,
como yo, la ascensión conmovedora de sus recuerdos, la
otra, cautivadora, del macizo del Everest, o la mejor, des
lumbrante, del genio de Hergé: admirarán la precisión de
este documental; no se perderán ni siquiera el cráneo del
yeti, sí.
Pero esto no basta.
238
La caza de la singularidad más singular
239
Me desperté gritando: iah!¡a ckáMsse, com o sí estornuda
se. Este sueño o pesadilla me reveló que cazábamos a estos
animales, fusil en mano, porque los habíamos expulsado de
nuestra casa. No, soñé: algunas especies no se domesticaron
a partir de un primer estado salvaje, sino a la inversa, se hi
cieron salvajes a partir de un primer estado doméstico; no
sotros mismos los devolvimos antiguamente a la selva, ex
pulsándolos de nuestra vecindad. En un principio, reinaba
el paraíso de los seres vivos concillados; vivimos desde en
tonces en el tiempo y en la historia de la exclusión. Sólo se
trataba de un sueño, pero me marché inmediatamente de
viaje, siguiendo y persiguiendo esta intuición.
240
malaya, pero también otro viaje, más extraordinario toda
vía, durante el cual haremos juntos el hallazgo de la singu
laridad inestimable. Pueden preparar todas las mochilas del
mundo, ropa polar y colchonetas, alquilar los servicios de
veinte sherpas y de otros tantos yaks, escalar diez paredes,
plantar el campamento base sobre el hielo, orar en los cua
tro monasterios que se encuentren, buscar por todas partes
las especies desaparecidas; se pueden quedar en casa, no ser
virá de nada mientras no accedan a esta verdad que acabó
por descubrir el genio de Hergé. Aquí está, les digo.
241
añadir su pólvora ligera a las técnicas pesadas... cuando sólo
hay una moral, muy sencilla pero terrible. Tintín en el Tíbet
relata con toda la limpidez del mundo la verdad más fuerte
y más profunda que se haya dicho nunca bajo el cielo y
para los hombres: que lo abominable es bueno y que actúa
como ningún ser civilizado lo haría, con dulzura y caridad.
Ocurre en este relato la misma desgracia que ocurrió en
otros tiempos al buen samaritano, que todo el mundo co
noce sin comprenderla, desde hace dos milenios: su clari
dad blanca nos impide, al deslumbramos, entenderla.
Acompañado por su Capitán, gran bebedor y vocinglero
sin par, nuestro héroe, com o el samaritano, nos da, inagota
blemente, tantas pruebas de bondad que, conmovidos, nos
quedamos en esta lección. Com o los monjes del Tíbet le
llaman Corazón Puro, tratamos más bien, inspirados por li
bros de psicoanálisis acusativo, de ennegrecer la blancura
de la nieve, del perro y del alma infantil, desde que dejamos
de amar el amor. Y todo lo contrario, bajo su luz incandes
cente, estas bondades ocultan la verdadera lección: sólo es
tán para cubrirla. Las singularidades visibles, por las que nos
decidimos a marchar, ocultan la verdadera singularidad. El
buen samaritano asimismo desgrana tales buenas acciones
que creemos ingenuamente que el relato tiene como objeti
vo enseñamos a recoger a los heridos en la cuneta, cuidar
los, llevarlos al hospital, pagar a las enfermeras... ¿No sabía
mos ya eso, y en demasía? ¡Piedad plana, elemental! No, en
tiempos de Cristo, los vecinos de los samaritanos, separa
dos de ellos, los odian, los evitan, ellos y su país, como los
más detestados de los enemigos, de modo que los llaman,
o casi, los abominables hombres de las montañas. Así, la
parábola evangélica del buen samaritano — en la que el ad
jetivo contradice el nombre— dice muy poco sobre la bon
dad, como se suele creer, sino que propone el descubri
miento inmenso de la única maravilla que tiene valor: que
el peor de los hombres, bandido desterrado, ignominioso,
criminal ante el género humano, se conduce con huma
nidad.
Ahora conocemos tantos equivalentes de estas dos histo
rias, similarmente conocidas e idénticamente incomprendi-
242
das, tantos hombres monstruo, imposibles de nombrar
que, si decimos, ahora, expresamente, en este texto mismo,
que son buenos, nos veríamos condenados también por los
tribunales. Aquí tenemos una prueba, terrorífica, de la ex
cepcional singularidad de la moral.
243
mos al yeti. A la inversa, ¡si hubiéramos salido en busca del
yeti, a nadie se le ocurriría buscar a un hombre! Una vez
descubierto el yeti, ya que tenemos la suerte de haberlo al
canzado, ahora tenemos que encontrar al hombre. ¡Aten
ción, es él!
¡Lo peor se convierte en lo m ejor y el animal es bello y
bueno! ¿Qué visión hace levitar a Rayo Bendito y sólo le
hace volar a él, porque, visiblemente es el único que com
prende, y te hará volar mañana a ti, a tres palmos del sue
lo, si cambia tu alma? Este inmenso descubrimiento de
que el peor de los animales, el más cruel de los brutos, el
que se ilustró con los peores asesinatos, el que ponemos
todos, de común acuerdo, en la picota, sí, bestia feroz in
munda, espantosa, negra, velluda, provista de un cuerpo
repugnante y de una faz innoble, cargada con todos los
crímenes del mundo, sí, ella misma, es un hombre, aun
que parezca imposible. No es que el blanco, nieve, hielo
y pelaje, se vuelva negro, sino que la propia excepción ne
gra, greñas y caverna, accede a la luz transparente y cán
dida. Todas las psicologías del mundo le convencerán
siempre de las impurezas de la pureza o de que el infier
no está empedrado con buenas intenciones, que no hay
nada más fácil que enturbiar un manantial... pero la revo
lución más inusitada consiste en ver que lo más impuro
es puro.
Exactamente por esta razón, sin esperar, hay que empren
der ese viaje. En el país de todas las singularidades, por las
circunstancias más improbables, hacia las cimas más altas
del mundo, saldrá al encuentro de una especie en peligro,
que mañana podría desaparecer, sobre la que cambiará de
opinión: la especie humana.
La mejor de las bondades va a veces cubierta de un ropa
je negro. Vale la pena arriesgar la vida para aprenderlo y ver
lo, el paraíso perdido recobrado, la vuelta a casa del expul
sado. Entonces, toda nuestra imagen del mundo se invierte,
de izquierda a derecha y de atrás hacia delante. Todo gira a
nuestro alrededor al mismo tiempo que nosotros. Como
todo se invierte también de arriba a abajo, ¿qué tiene de ex
traño que levitemos?
244
Inversión del espacio
245
del abominable caer, ya que, como muchos otros, no miran
a los miserables de frente? ¿Para qué viajar tan lejos y negar
se a verlo?
El francés designa con la palabra misérable al que vive en
la miseria, en el frío, sin comida ni cobijo, al que sólo tiene
una cueva para vivir y huesos de pajaritos para roer; pero
también al que los otros consideran no humano. ¿La mise
ria destruye la humanidad en el hombre? O, todo lo contra
rio, ¿no será que sólo habita en lo que fue destruido por la
miseria, hasta la humildad más abyecta? En francés, el hu
milde y el hombre vienen de la misma palabra. Ecce homo.
En las calles y en la plaza de Atenas, Diógenes el cínico se
pasea, enarbola un farol encendido, en pleno día: busco un
hombre, grita. Rumbo a un viaje sin retomo por eí cuerpo
social, hacia el estado de miserable sin cobijo, consagrado a
la filosofía sin idioma, cuyos gestos ejemplares son los úni
cos conceptos, Diógenes el centinela va en busca de lo raro
y lo precioso, él también, marcado por la aversión de los
hombres; este brillo añadido de su lamparilla significa que
la luz blanca del sol oculta la verdadera singularidad.
Mientras que Platón enseñaba que el hombre se define
como un animal bípedo, sin plumas, Diógenes lanzó, di
cen, en medio de los académicos en pleno debate, un pollo
desplumado, declarando: ¡Aquí está el hombre de Platón!
Diógenes mostraba, ya lo hemos visto, que el animal era el
hombre mismo. ¿Qué ilumina pues su farol? Sólo ilumina
al que lo lleva y se mantiene muy cerca de su luz paradóji
ca: el propio Diógenes el cínico, el perro inmundo, el abo
minable hombre del tonel. ¿Buscáis un hombre? Encontra
réis un animal. Atención, el hombre es ese animal mismo,
tan miserable que sobrevive como un perro, sin hablar, y
que duerme en las calles, desnudo, sin recursos.
246
de las garras de los hombres, caravana y capitán que se lo
llevan lejos de él? ¿Le trataríamos, como se suele decir aho
ra, de forma humanitaria? ¿O lo colocaríamos, después de
haberlo estudiado, en un zoo o en un campo? ¿Qué bondad
sobrenatural nos falta, en esta hora vespertina y matutina?
La exacta simetría de la historia, en la que el protagonis
ta simplemente bueno sueña con Tchang, al principio, so
bre una cima, donde el otro, sobrenaturalmente bueno, so
bre las nieves eternas del fin, llora al mismo Tchang, debe
ría conducimos a leerla al revés: a emprender los mismos
viajes desandando lo andado; a volver a mi sueño de caza,
en el mejor sentido de la palabra. Decid: ¿qué vamos a en
contrar, en Occidente, a la vuelta del Himalaya? Bestias
abominables que dan caza a los miserables.
Si entendiéramos esto, que lo abominable es bueno, que
la bestia inmunda es el hombre mismo, y si hiciéramos en
trar a todos los excluidos en la casa, nuestro mundo, en el
que la denuncia es el pan nuestro de cada día, se convertiría
en un paraíso en el que levítaríamos, com o Rayo Bendito.
Al inventar, medio siglo antes que nosotros, lo que llama
mos viaje humanitario, Tintín llega al Tíbet, como viajó a
los Andes, China o las islas, para encontrar o para dar el te
soro de. la bondad, para hacer lo que los Médicos sin Fron
teras, o los Voluntarios de la Ayuda a los Desamparados del
Cuarto Mundo hacen, todos los días, en este momento, en
todas las latitudes, en la acera, enfrente de tu casa.
Decididamente no, no es necesario irse tan lejos para ac
ceder a la gran singularidad: el planisferio del mundo glo
bal, ojeado para encontrar el itinerario hacía países lejanos,
equivale al mapa o al plano de los países cercanos. Abrid la
puerta o mirad por la ventana: el abominable y bueno yace
muy cerca de aquí.
247
vimos, viajamos, soñamos, dormimos en su pantalla. H o
rror profetizado por Hergé en Tintín en el Tíbet, en el m o
mento del terrible encuentro, imprevisto y formidable, con
el hombre mono: ¿y si, con el flash de las fotografías de
prensa, el circo idiota de los ricos, mirón sediento de mise
ria y de muerte, expulsara y cazara por el mundo entero,
para hacerle huir a pasos agigantados, el pudor de la
bondad?
248
En suma, la única regía de moral podría asociar estos dos
inventos, lógico y analítico, ambos eminentemente raciona
les, precisando que el prójimo es precisamente el otro más
otro, que se puede buscar durante un largo viaje, paso a
paso, en un país muy lejano. ¿Qué puede haber más racio
nal que esta regla, en la que la suma de las dos primeras, casi
científicas ambas, retoma la noción matemática, admirable,
de holomorfismo: palabra rara, derivada del griego, que sig
nifica sencillamente que un minúsculo fragmento de espa
cio tiene la misma forma que su todo? La moral más formal
sólo puede llegar a lo universal a través de su contenido:
mediante la prolongación o el viaje poco a poco y como
paso a paso; así solamente se puede construir un universal
no abusivo. La moral que dice que lo abarca por otros me
dios grita por las redes... virtuaJmente.
Prójimoporpropagacióny porprolongación
249
tros unos de otros, construyen un espacio refinado en el
que estas proximidades no simulan en modo alguno la rea
lidad del terreno, pero cuyas aproximaciones, aunque artifi
ciales, permiten al menos la clasificación y, como mucho,
que se reproduzcan entre ellos. Los lugares, reales, de la Tie
rra, perpetúan su esporádica dispersión, el espacio virtual
del jardín garantiza su reunión: despegado de aquéllos, este
los prolonga sin embargo. Para lo peor y para lo mejor, las
redes de comunicación nos transportan a este tipo de jar
dín, que los antiguos persas llamaban Paraíso, y que nos
hace vivir en una cercanía, más virtual que real, lógica, no
material, los unos de los otros, en un mundo que ya es glo
bal, cuya coherencia nos solidariza, en el sentido físico y
moral del término. La humanidad entera es, virtualmente,
mi prójimo. Sí, todo se invierte: ¿quién carece ahora de vi
sión global? Antes olvidaríamos nuestra localidad. Enton
ces este hermoso Paraíso se va convirtiendo en Infierno: el
más humanitario de los hombres corre el riesgo de perder
de vista a su vecino y su hermano, reales. Siempre recono
ceréis la bondad de la moral en el tratamiento del prójimo.
Al despertar de la pesadilla de su siesta, Tintín grita, pre
cisamente: ¡Tchang! Que una llamada como esta parezca
querer alcanzar la mayor distancia posible, y podremos
considerarla global. Y funcionará. No hay ninguna esperan
za, sin embargo, de que, desde los Alpes hasta China o In
dia su amigo le oiga, por propagación física de las ondas vo
cales; el amigo llama al amigo y ya que lo más cercano evo
ca a su prójimo, diremos que este grito es local. Global,
local, ¿cómo describir este milagro? ¿Holomorfismo, en el
sentido que le dábamos más arriba?
El amigo asiático de Tintín, europeo, no habla el mismo
idioma, no vive la misma cultura, es decir, no pertenece al
mismo subconjunto. Cuando la lejanía y la pasión de la
pertenencia hubieran debido separarlos, están reunidos
para lo bueno y para lo malo. El uno ha encontrado al otro,
se aman el uno al otro; el cercano ha elegido al lejano, que
se convierte en su prójimo, en una perfecta simetría de lo
asimétrico. Las dos reglas precedentes, reunidas en una sola,
se han cumplido.
250
Entonces, hay que volver a empezar, pacientemente, por
los caminos de la montaña, a buscar al otro, todavía más
otro, el yeti, que prolonga la búsqueda anterior hasta lími
tes inhumanos esenciales, del hombre al animal y de lo
peor hacia lo mejor... para que estas contradicciones y estas
imposibilidades se calmen, una vez más, por prolongación
de cercano en cercano: esta es la continuación de la moral,
practicada aí inventarla. Sí, de cercanía en cercanía, hacia lo
más lejano, lo que nos arrastra hacia Tchang nos arrastra ha
cia el migou. Entonces la prolongación continua lleva lo lo
cal a lo global y modela el espacio holomorfo.
Allí, el animal no es solamente un hombre, sino todos
los hombres, o el Hombre mismo.
251
forma inesperada hasta el milagro, nacen y se apagan, tien
den brazos cortos o largos, durante intervalos breves o pa
cientes, en direcciones caprichosas, como constelaciones vi
sibles bajo un banco de niebla o un cielo negro.
252
¿Pasar por dónde
para ir a dónde?
Espacio real: este camino conduce del pueblo a la granja,
el otro de la iglesia al pozo, una carretera va de la ciudad al
centro, en estrella, de la capital, del puerto a la isla o de un
aeropuerto al de otro continente... ¿Existe un camino, por
tierra mar o aire, del que no se pueda decir con precisión el
punto de partida y el fugar de destino, para seguir al menos,
su dirección y su longitud en un mapa?
Espacios virtuales: si Mermes sin embargo sólo llevara su
mensaje de un emisor único al lugar puntual en el que es
pera el receptor, es decir, de un sitio a otro, en lugar de con
ducirse como un dios, iría como tú y yo, portador de agua
o de harina, del fregadero al lavadero, o del molino al hor
no, sin que sea una hazaña notable, y quién pensaría en
mencionarlo, cuando Leibniz, com o los Angeles, describe
los tránsitos, antaño raros o paradójicos, ordinarios ahora,
gracias a las redes, de un lugar cualquiera hacia el universo,
o de lo global a una estancia, mediante intermediarios vir
tuales: así vino la idea de dibujar estos haces, como mapa
mundis en un Atlas.
En la emisión:Juegos
255
de perderse o con la esperanza de construir un nuevo hábi
tat; el canto del ruiseñor, el grito de Estentor, en la guerra
de Troya, o el de los galos cuando se transmitían las noti
cias, de colina a montículo, despliegan las llamadas de sus
voces hacia la extensión en la que se sumerge su nicho de
emisión y salen a la aventura por el amplio mundo, de
modo que, si nadie los escucha o si la bruma los intercepta,
en vano habrán gritado en el desierto o habrán tratado de
construir su nido, su brigada, su alianza nacional. ¿A qué
ausencia desgarradora se dirigen los gemidos de la madre o
del amante ante la amante o el hijo muerto, quejas largas y
roncas, de las que proceden la música primitiva y nuestras
primeras palabras? ¿A qué universal van los gritos en el de
sierto del Bautista? Una piedra lanzada al agua de un estan-
3 ue concentra, circularmente, ondas alrededor del punto
e impacto o de conmoción, hasta las orillas caprichosas;
de la misma forma el brillo o las desapariciones de los faros
avisan, en la noche, a los barcos que pasan lejos de la costa:
señales sonoras o luminosas cuyo deslumbramiento se pro
paga de un punto a los alrededores abiertos, todos ellos ca
sos concretos de emisiones puntuales en los que la inva
sión, más o menos bien controlada, del volumen circun
dante llevaron sin duda a Leibniz a utilizar la palabra
armonía para describir el sistema que teje al difundirse.
Una especie de red, como en un mapa trazado, permite
seguir las invasoras propagaciones, pero ¿basta para captar
la sinfonía coral cuyos acordes e Interferencias combinadas se
extienden por el universo para construirlo o para dar testi
monio de su arquitectura? <Sobre qué mapa dibujar estos
ramos flotantes?
No crean que los caminos de un lugar cualquiera al uni
verso datan únicamente de las difusiones por las redes de
medios de comunicación mundiales o de un filósofo de
genio barroco; observen más bien este fuego de ramas y
adivinen dónde va el humo, cuyas volutas se retuercen, el
calor, tan extrañamente disperso que no sabe dónde po
nerse para que le reconforte, las teas y las ramillas inflama
das, arrastradas, como haces que crepitan, en los diferen
tes lechos del viento hacia los posibles incendios, a lo le
256
jos, así com o los relámpagos imprevistos que la espera o la
desatención pueden captar, aquí y allá, en función de la
niebla, de sus explosiones repentinas y de sus extinciones
momentáneas. Una de tres: apagado, el foco desaparece,
nulo, por fin, en el mundo; o, multiplicado exponenrial-
mente, provoca inmensa devastación en cadena, cuyos
brazos virtuales se propagan a lo lejos; o finalmente, obe
diente, sólo dura el tiempo previsto para su uso: hacer her
vir el puchero. Observen incluso la triple horquilla en el
caso de otras propagaciones, de microbios o virus en una
epidemia contagiosa, de la publicidad orquestada o boca
a boca y de los rumores recalcitrantes: parásitos, peste, glo
ria o execración, ¿invaden el tiempo como el espacio, im
previsiblemente?
Lo virtual y las posibilidades se multiplican.
Los filósofos de profesión se burlaron en otros tiempos
de los físicos estoicos, cuando trataron de descubrir la extra
ña aventura de una gota de vino vertida en un punto del
mar Mediterráneo, perla en la que adivinamos que, mezcla
da con sus aguas amargas, la solución o diseminación po
dría llegar, cómo, y esa es la cuestión, y un tanto decolora
da a Beirut, Tánger, Caribdis, qué sé yo, Chio y Aigues
Mortes, "aquí y allá, por todas partes al mismo tiempo y en
la misma relación, burlándose, visible e invisiblemente, del
principio de identidad, que estipula, precisamente, que el
mismo ser no puede estar en varios lugares al mismo tiem
po o del axioma aceptado por el sentido común, por ejem
plo, de que el todo es mayor que la parte, ya que la gota, pe-
3 ueña, se amplía hasta las dimensiones del mundo habita-
o, de modo que todas las flotas de Atenas y de Persia
puedan navegar en su volumen para combatir en su super
ficie. Impensable, dictaron los doctos, que una lágrima col
me el océano enorme. Los caminos inesperados seguidos
por este dadito de vino, del lugar puntual en el que el anti
guo físico lo vertió, hacia los puertos, las islas, los cabos y
alta mar, ¿no parecen formar un arabesco voluminoso de
cabellera más interesante, porque fortuitamente anudada,
compleja y enmarañada, que el camino, usual y recto, por
el que sin riesgo se lanzó Descartes, seguro de llegar a su
257
destino? (Dominamos este enmarañamiento? ¿Podemos di
bujarlo sobre el mapa de rutas deí Mediterráneo?
Aquí está el meollo de nuestro adas y los principios sen
cillos que reúnen sus mapas.
Breve revista
258
siempre y casi por todas partes, cuando comienza una vida
casi infinitamente breve, que muere casi en el momento
mismo de nacer: llamadas, pequeñas señales, fuegos, que
luego desaparecen en la bruma... una forma larga aparece
entonces, vivida hasta la adolescencia para desvanecerse
casi al mismo tiempo que sus semejantes: cadena blanda y
frágil, fácil de cortar en fragmentos que se pueden sustituir,
rota por casi todas partes, casi siempre decreciente, aquí y
allá algo creciente... o creciente aquí bruscamente, locamen
te, para invadir la plaza, el espacio temporalmente... cadena
del tiempo y de la vida...» ¿No le parece estar viendo el in
cendio de una casa, incendios forestales en el Mediterráneo,
la floración primaveral de una isla o de un valle, o animar
se uno de los cuadros históricos cuyos movimientos impre-
decibles dibujaba este atlas? Centellea caprichosamente el
punto local en estrella alrededor de la fundación recomen
zada de Roma, en el que la irregularidad de los rayos, aun
que desconcertante, modelará sin embargo su historia.
Así las nociones globales en las que desembocaron, por
fin, el Contrato naturaly el Tercero instruido, así como losAnge
les, obreros de universo, se descubren poco a poco, en el ho
rizonte de largos caminos, complejos, caóticos y aventura
dos, en^pulsaciones arrítmicas, a partir de localidades dis
persas, intermitentes, centelleantes, hacia varios ensayos,
logrados o fallidos, de prolongación o de propagación.
En la recepción
259
piel toda, el tacto nos sumerge en el frío húmedo y tranqui
lo o la electricidad cálida y seca de la atmósfera, mientras
nos arrastra por las olas del mundo; al igual que las gradas
del teatro descienden gradualmente hacia el foso de la or
questa, igualmente, abierto a todos los vientos, el pabellón
de la oreja se arremolina, festoneado, hacia el orificio de la
escucha. En total, los Cinco Sentidos nos mezclan, globales
en lo global, con las cosas mismas, mezcladas a su vez, para
llevar, como en un pozo de potencial, hasta el lugar que
ocupamos, las diferentes señales dispersas por los universos
virtuales que nos circundan.
Emisión: explosión, diseminación; concentración y reco
gimiento en la recepción: escuchar, sentir, vigilar... estos ver
bos expresan los picoteos de una atención tan dispersa
como concentrada, fluctuante, cuyo despertar recorre el vo
lumen global, como una mosca traza su vuelo en el espacio
de la sala, para captar, repentinamente orientada o focaliza
da, la señal que pasa y remitirla, si es posible, a su lugar úni
co de recepción y de emisión. Si dibujáramos los zigzaguees
de nuestros órganos de captura, ¿obtendríamos el trazado
caprichoso de un electroencefalograma? Vías, inversas, de lo
global hacia lo local. Los sentidos construyen el lugar singu
lar de la vida, el aquí o el allá, replegando en el mismo pun
to estas búsquedas inquietas a través de lo global, al igual
que los gritos, los deseos y las señales construyen un mundo
a partir de su lugar de emisión de mensajes, como si el senso-
rium ocupase la punta de un doble ramillete, que brota en
forma de abanico como fuegos artificiales o la cúspide de un
cono con dos cascos. Construir lo local importa tanto como
abrir lo global a partir de él. Mediante pulsaciones similares,
el lugar construye el mundo mientras que este último se re
pliega en él. En todo intervalo pululan los posibles.
Espado-tiempoy posibles
260
la formación de nuestra infancia, sin saber demasiado anti
cipadamente hada dónde nos dirigimos precisamente, por
dónde pasaremos y dónde nos encontraremos en un momen
to dado, pues, para conocer estas posiciones y trazarlas so
bre el mapa del proyecto, tendríamos que haber encontra
do lo que buscamos incluso antes de descubrirlo. En estos
espacios virtuales nos aniegan multiplicidades de posibles.
Podemos efectivamente suponer problemas bien defini
dos ya resueltos, pero ¿cómo presumir construido un mun
do cuyo espacio nos supera, nos atraviesa y no existe toda
vía? El filósofo espera, cíe forma permanente, que a pesar de
todos los obstáculos, sus aventuras errantes servirán para
abrir un universo próximo, hacia el cual, ciegamente, se diri
ge. Las ciencias inventan, pero localmente, mientras que la
filosofía modela el universo global y como el terreno o el
entorno de los inventos venideros. ¿Qué significa entonces
realmente el verbo: ir hacia un universo? ¿Cómo construir,
lugar a lugar, el mapa de mundos todavía desconocidos?
¿Volando como una mosca, o más bien como los Ángeles,
cuyos pasos y mensajes tejen permanentemente la ubicui
dad divina, yendo hacia lo universal a través de lugares vir
tuales?
Además, estas imágenes, todavía espaciales, perdieron rá
pidamente su interés a partir del momento en que, en un
mundo acabado y totalmente explorado, las carreteras
' abiertas se recorrieron en su totalidad: con la garantía de no
omitir nada, ía odisea del método cartesiano se termina
cuando desaparecen los espacios desconocidos, recubiertos
por cien redes. La novedad viene del tiempo, con la condi
ción de concebirlo de nuevo. Comparemos el que se desa
rrolla sobre una línea, para imitar la trayectoria sensata y
previsible de los planetas o geodésica del espacio y del
mapa, con el que hemos descrito hasta aquí, que se bifurcó
tres veces: el fuego o la señal se desvanecen en la nada de la
inexistencia, explotan en la multiplicidad alocada de una
fertilidad imprevisible o se canalizan por la línea previsible
y razonable de los proyectos repetitivos; así el Parásito mata
a su huésped, a fuerza de alimentarse de él, y prolifera loca
mente durante un momento, para morir, a corto o a largo
261
plazo, después de él, o firma con él un contrato explícito o
tácito de simbiosis y de mantenimiento, para acompañarle,
con constancia, en la vida cotidiana.
No en su medida, sino por su naturaleza, el tiempo bro
ta de una red muy diseminada, sobre las cúspides, múlti
ples, cuyas bifurcaciones se marcan y cuya desconexión o
congelación, contenidos, pasan a la helada o al deshielo por
debajo del umbral de la percolación; solamente entonces
entendemos lo que queremos decir cuando nos repetimos
que el tiempo pasa: percola, en realidad. Así podemos com
prender, localmente, algunos Elementos de historia de las
ciencias y, en particular, los Orígenes de la Geometría y el gran
relato de esta última; así, globalmente, podemos comenzar
a soñar con una ciencia de la historia.
Por esta red fluctúan los nudos o centros temporales y los
ramilletes flotantes de caminos en haz, de modo que unos
y otros aparecen y desaparecen, parpadean como estrellas
vivas o volcanes despiertos, pseudópodos o ramas vivaces,
los primeros muriendo para reaparecer en otro lugar y con
una forma diferente, mientras que los otros, com o frondo
sidades complejas agitadas por el viento, brotan y se agos
tan, crecen o se anulan... Permanentemente transformada,
la red se disuelve o se agarra, líquida o cristalina, cambia sin
cesar de fase, de apariencia o de función, de modo que el
mapa de la región y de las vías se graba o se escribe, visible,
sobre arcilla o mármol que se desgasta o se borra, en la su
perficie de un fluido de viscosidad variable en el que se des
vanece o, invisible, sobre el aliento del viento volátil.
¿Cómo captar, en las páginas de este atlas, demasiado sóli
das, estos hermosos mapas ágiles?
Por esta razón, los mapas meteorológicos, rápidos y lábi
les, o los lentos y pacientes que nos muestran las nuevas
ciencias de la Tierra profunda, sus placas movedizas, líneas
de fractura y puntos calientes, interesan más al filósofo que
los antiguos mapas de carreteras que servían para orientarse.
Cuando seguíamos, gracias a ellos y por mar, un camino
cartesiano trivial, el método consistía en optimizarlo: en
tonces, trazábamos un gran arco de círculo, para navegar
más deprisa, o la loxodromia, para procurarse la tranquili
262
dad de un rumbo constante; en cada caso, una línea estable
comunicaba un puerto con un remanso. Sin embargo, no
E>odemos trazar una línea de este tipo en el mapa meteoro-
ógico, cuyos puntos se enrollan y cuyos brazos se lanzan
hacia un mundo posible, de tifón o de bonanza, vernal o
invernal. El tiempo, del cronómetro o-del barómetro, nues
tra historia, singular y colectiva, nuestros descubrimientos y
nuestros amores emocionados, se parecen más a las apues
tas azarosas del clima o de los seísmos que a un viaje orga
nizado provisto de un contrato de seguros: pululan los po
sibles y las virtualidades.
Ahora bien, de acuerdo con una armonía cuya extrañeza
sorprende solamente a los que creen que llega un nuevo
mundo, de repente, sin costura paciente con una antigüe
dad a veces imperceptible, estos arabescos múltiples, de re
laciones parpadeantes, se parecen a las redes de tecnologías,
que sabemos grabar y después construir, para reducirlos a
una sola, y donde los numerosos posibles esperan nuestras
señales y nuestros actos. Sus virtualidades tienen que ver
con el saber y con el poder, en su definición, su naturaleza
y su difusión, con las instituciones y su arquitectura, con el
conocimiento y con sus facultades, con el individuo pues,
y sus colectivos, con la naturaleza y la humanidad. Ya no
nos dirigimos hacia un universo, sino hacia multiplicidades
de mundos posibles. Dibujémoslos pues.
263
meteorológicos que tratan de prever el tiempo, o a la red
admirable, de una finura arácnea y movediza, formada por
una gota de vino disuelta en el mar, con la que los estoicos
mostraban la conspiración del mundo; ¡diríase el mapa de
nuestras neuronas! Sí, todos estos mapas centellean de ra
yos parpadeantes, actuales o virtuales, en un espacio-tiem-
po. De la misma forma, en tiempo real transformada por si
milares pulsaciones irregulares, aquí tenemos la animación
de los cuadros de los historiadores, de causalidades posi
bles, múltiples, cruzadas, archipiélagos diseminados de flu
jos inesperados o largas coagulaciones, en función de que se
cruce o no el umbral de transición de la percolación; aquí
tenemos, ahora y siempre, en las redes de comunicación la
fluctuación de nuestras reuniones o intercambios, de las te
leinstituciones, de los planes de enseñanza y de los diplo
mas microchip; así, por ejemplo, cuando un texto sabia
mente escrito sobre una página, así llamada porque los lati
nos llamaban pagus al campo labrado, la parcela de alfalfa o
de vid, fácilmente reproductibles, por yuxtaposición de pla
nos, en el catastro, cuando un texto, decíamos, pasa a ser hi-
pertexto, su mapa entonces se parece a este tejido provisto
de cien mil pseudópodos posibles movedizos, recortados,
en tiempo real, sobre un patrón más amplio, y lanzado en
el tiempo de los posibles. Este libro atrapa este devenir y lo
dibuja.
Mi presencia, la tuya, la nuestra, la de tal o cual sentido
o ensamblaje de palabras o de signos, tiemblan, parpadean
y centellean, sobre estas redes, en función de nuestras lla
madas, recíprocas o no, aquí, allá y más lejos, ayer, esta ma
ñana y mañana, de modo que mi prójimo se encuentra en
mi vecindario, pero también en Florencia, Kioto, Rabat,
San Francisco, Beirut o Valparaíso... no, nunca tendremos
ninguna seguridad de que la buena prolongación continúe,
de prójimo en prójimo, con la mejor voluntad: parpadea,
ella también, y centellea, aquí y allá, lanza los brazos cortos
o inmensos, durante tiempos breves o largos, en direccio
nes caprichosas, como la floración vernal o la danza move
diza de una cortina de llamas.
Este Atlas sólo dibujó un mapa, sólo habéis leído una pá
264
gina de fuego en el libro que se va a terminar, sólo un ma-
E amundi y una animación, en todas partes, en la vida y el
ábitat, la muerte y ía miseria, la presencia y la ausencia, los
viajes soñados o muy verdaderos, por los espacios reales o
virtuales, los canales de comunicación y los hipertextos, el
poder y la apropiación, la mentira y la formación para la
verdad, en los límites de las instituciones, en la vida públi
ca y moral, como en eí electroencefalograma danzarín del
entendimiento, entregado a la memoria, la imaginación, la
intuición y el pensamiento, del mundo, de las cosas y de
los hombres.
De este incendio, ¿moriremos? ¿naceremos?
¿Un solopaisaje?
265
bulle; ¿asisto al incendio del planeta o al de mi propio cuer
po, aspirado?
¿Dónde estoy? En el valle de mi ciudad natal, en Aquita-
nia? En las bienamadas orillas del San Lorenzo, alrededor
de la Cheasepeake Bay, durante un verano tardío? ¿En una
isla conmovedora del mar interior japonés? Sí, a cada pre
gunta, sí, aquí y allá, sí; en otro lugar, sí también. Las hojas
centellean y se mueven por todas partes con el mismo
ardor.
266
Colección Teorema. Serie m enor
Jacques Heers
L a INVENCIÓN
DE LA
E d a d M e d ia
Universidad Alberto Hurtado
Biblioteca
JACQUES HEERS
*
LA INVENCIÓN
DE LA EDAD MEDIA
Traducción castellana de
MARIONA VILALTA
U n iv e r s id a d
ALBERTO
HURTADO
B IB L IO T E C A
[ J j (L ie -2. t / <1006.0 i% ZZ ^Ò
CRÍTICA
BARCELON A
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo
las sanciones establecidas en las leyes, ia reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
m edio o procedimiento la reprognift'a y el tratam iento inform ático, y la distribución de ejem
plares de ella mediante.alquiler o préstam o públicos.
T ítulo original:
L E M O Y E N Â G E, UN E IM P O S T U R E
A. de G o b in e a u
R ém y de G ourm ont
S o b r e l a n e c e s id a d d e l c h iv o e x p ia t o r io e n l a h is t o r ia
2. Vemos buenos ejemplos de ello, en estos últimos tiempos, con motivo de las con
memoraciones del descubrimiento de América. Algunos autores, o comentadores, o pe
riodistas, se preguntan seriamente dónde situar a Cristóbal Colón: ¿era acaso un hombre
«todavía de la Edad Media» que sin embargo anunciaba ya una era nueva, o bien era un
hombre «moderno», inadaptado en su tiempo, que habría tenido la desgracia de nacer de
masiado pronto? Eso no son más que falsos problemas y juegos pueriles...
14 LA INVENCIÓN DE LA EDAD MEDIA
Admitida esa idea de una vez por todas, la reputación de esos tiem
pos sumergidos en la noche se degrada hasta lo detestable. ¿Cómo fio
ceder a las facilidades? «Medieval» ya no sirve solamente para desig
nar una época, para definir tanto bien como mal un contexto cronoló
gico, sino que, tomado decididamente como un calificativo que sitúa en
una escala de valores, sirve también para juzgar y, consiguientemente,
para condenar: es un signo de arcaísmo, de oscurantismo, dé algo real
mente superado, objeto de desprecio o de indignación virtuosa. «Me
dieval» puede ser y se ha convertido en una especie de injuria.
Cada sociedad se inventa sus chivos expiatorios como un acto re
flejo para justificar los fracasos o las equivocaciones, y sobre todo
para alimentar las animosidades. La historia del lenguaje político, de
las consignas y de los gritos de adhesión para atraer a las masas en la
calle y lanzarlas al asalto, o simplemente para movilizar las concien
cias, se halla consiguientemente jalonada de esos asombrosos tesoros
de vocablos; la palabra, privada o vaciada de significado, se impone,
virulenta como un automatismo, para fustigar al enemigo y señalarlo
para la venganza pública: es una vía apasionada, vulgar a fuerza de
ser ordinaria, con acusaciones a menudo ridiculas en su formulación,
pero que hacen su camino. De los «lobos rapaces» de los italianos del
siglo xill a las «víboras lúbricas» de los soviets de ayer, en todos los ni
veles la gama es infinita.
En las comunas de Italia, centros de civilizaciones brillantes, en
salzados como abras anunciadoras del Renacimiento, los hombres del
partido vencedor, verdaderos tiranos, acusaban a sus adversarios redu
cidos al exilio y desposeídos de sus bienes, de todo tipo de crímenes, los
colmaban de palabras indecentes y, como último asalto verbal, y el más
peligroso de todos, los denunciaban como «enemigos del pueblo». Así
pues, pertenecer al partido derrotado era suficiente para verse cargado
con todos los vicios. En Florencia, por ejemplo, ciudad reconquistada
por los güelfos en 1267 y sometida a duras medidas de excepción y a
constantes sospechas, no existía insulto mayor que el de «gibelino». Esa
costumbre se mantuvo durante generaciones y se seguía llamando gibe-
linos a los hombres hostiles a los dirigentes del momento, aun cuando
ese partido había sido reducido a la nada desde hacía mucho tiempo y
la búsqueda de un solo gibelino capaz de reaccionar en toda la ciudad
habría sido en vano. Esa era y es todavía la ley del género humano...
Las costumbres políticas y los procedimientos de tribuna y de plu
ma han seguido siendo los mismos en el transcurso de los siglos, igual
PRÓLOGO 15
ña: un periódico francés, que se tiene^ por una publicación seria, ha
blaba de la «Edad Media de los ferrocarriles», y otro, que se precia de
estar bien informado, calificaba a Gengis Jan de «asesino medieval»...
Dentro del género dramático también tenemos ejemplos: un co
rresponsal de prensa que informaba sobre las horribles matanzas en
Líbano y que descubría a cada paso nuevas señales de horror, jalona
ba su crónica con las mismas referencias: «...y nos hundimos todavía
' más en la Edad Media ...».
Los autores más discretos, más sagaces, no caen evidentemente en
tales niveles de infantilismo, sino que'se mantienen decididamente crí
ticos; algunos caen en un género que pretenden científico alineando
las mismas imágenes.
¿H a y q u e r e h a b il it a r l a E d ad M e d ia ?
L a h is t o r ia y l a s m o d a s
P o l í g r a f o s o. e s p e c i a l i s t a s
A r t if ic io s y c o n v e n c io n e s : l a e l e c c ió n d e l o s p e r ío d o s
¿D ó nde co m en za r? ¿D ó n d e a c a b a r ?
3. El artesano de una cronología que se adjunta a una versión francesa de una de las
novelas de Stevenson recuerda de ese modo, para el año 1453, diversos hechos esencia
les entre los cuales se encuentran la victoria de los franceses en Castillon y la reconquis
ta de Burdeos; pero precisa inmediatamente, dentro de la más pura tradición; «Fin de la
guerra de los Cien Años y fin de la Edad Media», y ello en una publicación de 1983. Cf.
R. L. Stevenson, La flecha negra (ed. fr.; 10/18, París, 1983, p. 316; trad. cast.: Planeta,
Barcelona, 19882).
34 EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO
fin de una época, la de la Edad Media, entonces debemos situar ese hito
a finales del siglo xm y no doscientos años más tarde: el intervalo es de
cuatro a cinco generaciones. D e‘ese modo podemos medir hasta qué
punto cierta escuela de pensamiento se empeñaba en datar esas «nove
dades» de Italia, adornadas con tantos méritos, en la época moderna;
hacerlas remontar a la Edad Media habría chocado con demasiadas
ideas recibidas, con demasiados apriorismos.
En ese mismo campo del estudio de los intercambios de civiliza^
ciones y de los descubrimientos de mundos nuevos, el año 1492 mere
cería evidentemente hacer mella y marcar un «giro»: en octubre de ese
año, Cristóbal Colón atracaba en las primeras islas de América.
Por otro lado, para quienes quisieran a cualquier precio justificar un
corte entre la Edad Media y la Edad Moderna, no sería ridículo referir
se a las manifestaciones culturales, a las creaciones literarias y artísti
cas que son reflejo de la civilización. Pero ¿cuáles?, y, ¿para qué paí
ses?, y, ¿cómo datar el surgimiento de un arte distinto? Las distorsiones
cronológicas entre la realidad y la idea que generalmente nos hacemos
de ella son evidentes, y la simple cronología de las vidas de artistas o de
escritores lo vuelve a poner todo en tela de juicio. Para Italia, hacia la
que se dirigen todas las miradas desde que se perciben los primeros sig
nos, los estremecimientos anunciadores de concepciones y formas de
expresión nuevas, se cita generalmente a Dante, a Petrarca o a Boccac
cio, y a los Pisani y a Giotto. Pero, ¿seguimos teniendo presente que l a '
Divina comedia fue escrita entre 1307 y 1321, las Rimas de Petrarca en
1327, y el Decamerón entre 1350 y 1355? ¿Que Niccolo Pisani termi
nó el púlpito del baptisterio de Pisa en 1260 y que Giotto finalizó las es
cenas de la iglesia superior de Asís antes de 1300? Nos hallamos, pues,
mucho antes de 1453 y de otras fechas bisagra que se han propuesto
generalmente: nos hallamos ante una playa cronológica de más de un
siglo...
Quienes ven en las letras y las artes de Italia los frutos de una bús
queda nueva y quieren de ese modo demostrar que esa civilización per
tenece a otra época, se hallan igualmente ante problemas insolubles.
Algunos no temen conformarse totalmente con esa visión abstracta y
han acabado por imponer algunas prácticas perfectamente artificiales,
pero cuyas ridiculeces nadie parece notar. En la mayor parte de las uni
versidades francesas y en algunas universidades de nuestros países ve
cinos, es una norma que el arte francés del siglo xv se estudie y enseñe
en el marco del arte medieval, mientras que los artistas italianos de la
LA EDAD MEDIA, UN FANTASMA VIVO 35
m;sma época, e incluso los del siglo xiv, son materia de los especialis
tas en el arte moderno. No evocar al mismo tiempo dentro del mismo
curso', dentro de los mismos manuales o libros, las culturas italianas y
francesas exactamente contemporáneas obedece, y en ello debemos estar
de acuerdb, a métodos detestables. Significa privar al lector o al audi
torio de establecer comparaciones;, es acantonarse en discursos especí
ficos sin investigar ni analizar las influencias recíprocas y, en definiti
va, significa impedir un verdadero examen de los intercambios, de los
préstamos y de las elecciones.
* Tales anomalías no son más que una sumisión a las ideas recibidas,
desprovistas de toda justificación. Volvamos, por un momento, a las
bellas figuras esculpidas del púlpito de Pisa, en el baptisterio y la cate
dral, de buen grado estudiadas y presentadas como manifestaciones de
un arte nuevo perfectamente original o, mejor dicho, que se inspira di
rectamente en ciertos cánones y temas de la Antigüedad. Precisamente
esas figuras, se nos dice, sirvieron a menudo de referencia y fueron co
piadas a cual mejor por numerosos artistas preocupados por iniciarse en
esas formas tan particulares. No todo es inexacto en esos discursos
constantemente renovados. Pero ¿por qué acallar la evidencia, bien de
mostrada en la actualidad, de que hacia 1260 el primero de los Pisani se
había inspirado amplia y profundamente en la escultura gótica france
sa, la de las grandes catedrales del patrimonio real tan conocidas y ad
miradas en Italia? ¿Dónde se sitúan entonces lo medieval y lo moder
no, la invención y la novedad?
¿Qué hacer con esa Edad Media tan molesta cuyo inicio y cuyo fi
nal nadie se atreve a fijar de forma razonable? ¿Qué debemos hacer
con esa imagen abstracta, imprecisa, nacida de un consenso cómplice,
fortificado por las rutinas? He aquí, y eso lo olvidamos demasiado a'
menudo, un período que, incluso reducido por arriba y por abajo, se
extiende a lo largo de varios siglos, a lo largo de casi o de más de un
milenio. ¿Cómo podemos entonces justificar esa costumbre detesta
ble, sostenida sin duda por el gusto por lo fácil y por asombrosas pe
rezas de espíritu, que consiste en incluirlo todo en un solo bloque y en
caracterizar constantemente como medieval cualquier cosa, sin mati
ces, sin esbozos de distinciones, sin tener cuidado en situar los hechos
un poco mejor en el tiempo? Las alusiones o referencias a la Edad Me
dia, lanzadas sin precisar nada, salpican no obstante numerosos dis
cursos y escritos. Día tras día, libro tras libro, leemos, de la pluma de
autores llegados de horizontes diversos, fórmulas del tipo de «en la
Edad Media» o «en la época medieval»; ¡y no hablemos de las civili
zaciones, de las mentalidades o de las espiritualidades medievales!
Todas ellas son fórmulas vagas, desprovistas de todo significado. ¿De
quién o de qué queremos hablar? ¿De ios tiempos de Meroveo, de
Hugo Capeto, de Juana de Arco o de los primeros Médicis? ¿Qué imá
genes se les pasan por la cabeza a los autores y lectores familiarizados
con esas negligencias, signos del rechazo por conocer y profundizar?
¿Las de los reyezuelos holgazanes sobre sus carros tirados por bueyes
o las de las cortes principescas de los Valois? ¿Las de los campos la
brados con la azada, desbrozados a duras penas en desiertos hostiles o,
seiscientos o setecientos años más tarde, las de las grandes propieda
des inglesas, modelos de una gestión programada para producir un alto
rendimiento?
¿Y qué decir de ese hombre medieval tan bien caracterizado, que
responde, me imagino, a ciertos trazos precisos, como si fuera de otra
38 EDAD MEDIA y RENACIMIENTO
L os A B U S O S D E L A L E N G U A , L A S P A L A B R A S C Ó M P L IC E
6. Testimonio de las teorías de una escuela histórica que en Francia se dedicaba, si
guiendo a Emest Labrousse, a explicarlo todo en función de la coyuntura. En los años
1950, los cursos multicopiados de la Sorbona ofrecían una perfecta ilustración de esas ac
titudes y de las complacencias hacia las «fases» y los «ciclos».
44 EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO
7. A. O. Lovejoy, «The first gothic revival and the retum to nature», trad. fr. en M.
Baridon, Le gothique des Lumières, Gérard Montfort, éd., Saint-Pierre-de-Saleme, 1991,
pp. 14-16.
LA EDAD MEDIA, UN FANTASMA VIVO 45
10. Sobre los compromisos y los escritos de Petrarca en ese tema, cf. los análisis
muy pertinentes de W. K. Ferguson, La Renai,ssance pp. 16-18.
11. P. L. De Castris, L' arte di Corte nella Napoli angioina, Florencia, 1986;
LOS INVENTORES DEL RENACIMIENTO 51
había otorgado a un artista del entorno del rey. Giotto trabajó durante
cuatro años, entre 1329 y 1333, en encargos del rey, y gracias a ello ob
tuvo un gran éxito, por lo que también él fue distinguido y recompen
sado: prothopictor y protomagister operis y luego incluso familiaris et
fidelis, sin contar el buen sueldo y la casa y mesa en palacio. Simone
Martini y Giotto, los únicos pintores de quienes Petrarca habla bien,
eran entonces artistas de corte que debían fidelidad al soberano, le pres
taban juramento, y recibían de él protección y seguridad, además de ob
tener en ese servicio una gran fama.
Ahora bien, Petrarca, el hombre que inaugura la serie de elogios de la
que emana sin duda esa idea de Renacimiento, también fue un hombre de
corte y un miembro de lafamilia del rey Roberto. Antes de ser coronado
en Roma, el principé de los poetas se había sometido durante tres días, en
marzo de 1341 en Nápoles, a una especie de examen ante los doctores y
los estudiantes de la universidad. El rey mismo le interrogó sobre meta
física, sobre Aristóteles y sobre los grandes hombres de la Antigüedad, y
también sobre los historiadores griegos y latinos. Ambos hombres esta
ban unidos por una misma cultura, por grandes simpatías, por el gusto
por las bellas letras, por las ciencias y por la historia antigua, y Petrarca
no escondía su admiración por esa dinastía de los angevinos, protectora
de las artes. No es por lo tanto de extrañar que coloque por encima de to
dos los demás a esos dos artistas tan próximos a su señor, que también es
taban al servicio de la mayor gloria del rey. Los tres formaban parte del
mismo círculo y, en el plano social, de la misma familia señorial. Esa so
lidaridad de equipo era lo más natural; la encontramos constantemente a
lo largo de los siglos y todavía hoy en gran cantidad de ocasiones: com
placencias e intercambios de buenas formas entre escritores y artistas que
pertenecen al mismo medio cultural o incluso a la misma familia de pen
samiento, o a una escuela, o incluso a una casa editorial (lo vemos en las
reseñas llenas de elogios y a veces entusiastas en los periódicos y revis
tas; en los premios literarios; en las distinciones de distintos tipos).
Ese vínculo, inspirador de esos cantos de alabanza, iba más allá del
marco estricto de la corte de Nápoles y respondía, en el plano de la po
lítica y de las relaciones entre estados, a intenciones muy precisas. Para
todo florentino, y por lo tanto para Petrarca, los angevinos eran socios
privilegiados, campeones de su independencia, núcleo fuerte de la liga
güelfa que reunía Roma, Nápoles y Florencia en un mismo destino,
gracias a una entente sólida demostrada en múltiples ocasiones. Carlos
52 EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO >
12. Sobre todo lo que precede, cf. la obra muy documentada y los análisis origina
les de M. Wamke, L ’Artiste et la Cour. Aux origines de l’artiste moderne, Paris, 1989
(ed. alemana, Colonia, 1985), pp. 13-211. E igualmente E. Muentz, Pétrarque: ses étu
des d'art, son influence sur les artistes, ses portraits et ceux de Laure; l'illustration de
ses écrits, Paris, 1902; P. Mürray, «On the date of Giotto's birth», en Giotto e il suo tem
po, Roma, 1971, pp. 25-34; A. Smart, «Quasi tutta la parte di sotto del Ghiberti e le attri-
buzioni del Vasari a Giotto degli affreschi d’Assisi», en ibid., pp. 79-103; D. Russo,
«Imaginaire et réalité: peindre en Italie aux derniers siècles du Moyen Âge», en Artistes,
artisans et production artistique, vol. I, Pans, 1986, pp. 354-380.
LOS INVENTORES DEL RENACIMIENTO 53
’ E l p r í n c i p e y e l a r t i s t a , s e r v i c i o s y COMPLACENCIAS
24. Vasari y Filarete citados por M. Wamke (L’Artiste et la Cour ..., pp. 138-139).
25. J. Guiraud, L'Eglise et les origines ..., p. 71.
EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO
todo lo que se escribía sobre el arte y los artistas. Ese fue el caso de
Benvenuto Rambaldi, nacido entre 1336 y 1340,' erj la época de la
muerte de Giotto, que, al igual que Boccaccio, se autodenomina exege-
ta de Dante ( Commentum súper D antis^escrito en 1380); o el caso del
cronista Filippo Villani, autor de un Líber de origine Florentie (hacia
1400), obra escrita a la gloria de la ciudad, libro de propaganda políti
ca en el que la evocación de Giotto, un pintor tan célebre, no es evi
dentemente inocente; y es sobre todo el caso de tres artistas, autores a
su vez de tratados didáctico-históricos que son de hecho obras que, al
tiempo que analizan los problemas que plantea la,representación de la
naturaleza (y en particular la del cuerpo humano), magnifican algunos
destinos excepcionales: nos referimos a las obras de Cennino Cennini
(II libro delVarte, hacia 1370), Lorenzo Ghiberti (/ commentari, 1378-
1455), y Alberti (Della pittura, 1436). Toda esta serie de obras cada
vez más eruditas debían hallar su mejor expresión, un siglo más tarde o
casi, en los trabajos de Alberto Durero (1471-1528) que, enriquecido
con aprendizajes diversos, tanto en Alemania como en Flandes y en Ita
lia (sobre todo en Venecia en 1495 y luego en 1505-1507), escribió su
cesivamente una Introducción sobre la forma de medir (1525), un Tra
tado sobre las fortificaciones (1527), y los Cuatro libros sobre las
proporciones del cuerpo humano, publicados tras su muerte en 1538.
Se trata de obras verdaderamente técnicas, pero en las que el autor de
cía claramente que, según él, esas artes y prácticas perfectamente do
minadas antaño por los griegos y romanos fueron «devueltas a la luz
tras haber estado perdidas durante mil años».16
Paralelamente a esos trabajos de profesionales, se afirmaba y gana
ba un gran renombre un género literario pseudohistórico directamente
inspirado en la Antigüedad y muy exactamente en las Vidas ilustres de
Plutarco; este género se puede ilustrar con De viris illustribus de Bar-
tolomeo Fazio (1456) y, de nuevo cien años más tarde, por las Vidas de
Vasari (1550),27
¿ U n a s im p l e p r o p a g a n d a ?
Por la comuna
rre del Palazzo del Bargello, una escena edificante en la que apareciera
Gautier de Brienne rodeado de «numerosos animales tan voraces como
él mismo».35 Esas imágenes de infamia, evidentemente más elocuentes
que las sentencias de condena y de destierro que simplemente se leían
en la plaza pública o que se grababan sobre la pietra del bando, eran
parte de una política, de la lucha por el poder. El artista hacía su apor
tación a esa lucha; no sólo obtenía beneficios materiales de un encargo,
sino también una posición ventajosa dentro de la ciudad, así como con
sideración y fama.
f
35. G. Villani, Crónica, F. G. Dragomán ni, ed., 3 vols., Florencia, 1847, lib. XH,
cap. 34.
62 EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO )
minaron Renacimiento. Todo lo que procedía del otro lado de los Al
pes, todo lo «aleipán» (los teóricos humanistas escribían más bien te-
deseo que goiicó), se podía rechazar como bárbaro y decadente.
¿ U n l a r g o s il e n c io ? ¿ U n l a r g o o l v id o ?
Los mismos autores nos decían también que los maestros albañiles
de esos tiempos de barbarie,
47. J. Evelyn, Account of Architects and Architecture, 1697. Citado por A. O. Lo-
vejoy, Le G o t h i q u e pp. 10-12.
48. Montesquieu, Esquisse sur le goüt ... Citado ibid., pp. 18-19.
49. Citado ibid. p. 25 y p. 54, nota 20.
EL RENACIMIENTO, GÉNESIS DE UN MITO 71 ’
ros decenios del siglo xix. De alguna forma, se han redescubierto tras
un largo olvido. ,
Los signos aparentes de una toma de conciencia se limitan de en
trada a palabras y a fórmulas. Los vemos surgir, al principio aislados,
luego más numerosos y, finalmente triunfantes, pero, como ocurre a
menudo en esos casos, seguimos siendo incapaces de datar su origen
exacto: ¿fueron acaso la iniciativa de un autor inspirado?, ¿la secreción
de un círculo de eruditos?, ¿o bien fueron fruto de una lenta madura
ción, o de un simple azar?
Según Huizinga,51 la primera cita de la palabra Renacimiento se ha
llaría en una novela de Balzac, Le Bal de Sceaux, escrita en 1830: la he
roína, Émilie de Fontaine, «espiritual y nutrida de todo tipo de literatu
ra ... discutía con soltura sobre la pintura italiana y flamenca, sobre la
Edad Media o sobre él Renacimiento». La intención parece clara: se
trataba de calificar un período histórico, un conjunto de obras. Que Bal
zac se expresara de ese modo sin ninguna precaución en una novela
destinada a un público amplio, implica que la idea o incluso el uso de
esa palabra ya se habían consolidado más allá de unos pocos cenáculos
de críticos.
¿Se trataba de una invención francesa y, en este caso, parisiense? El
novelista inglés Anthony Troilope (1815-1882), en una de sus primeras
obras, habla del «estilo del Renacimiento, tal como los franceses quie
ren denominarlo» (Summer in Britanny, 1840).52 En todo caso, esa pala
bra se impone a partir de entonces en todos los países y en todos los- re
gistros de la escritura. El pastorcillo, «bello como un san Juan Bautista
de los pintores del Renacimiento», de George Sand aparece como un cli
ché que todo el mundo reconoce y acepta. Luego fueron Ruskin (Stones
o f Venice, 1851), Michelet (La Renaissance, 1855), y finalmente las
obras decisivas de Jacob Burckhardt (1819-1897) que, en 1867, adoptó
la palabra francesa sin tan siquiera buscar una traducción: D ie Kultur
der Renaissance in Italien y Geschichte der Renaissance in Italien.
Esos son, para ceñimos a los más representativos, los hitos de un
proceso que acabó por crear un concepto. El detalle de las distintas co
rrientes de influencia, de las génesis y de los refuerzos, el papel de
las personalidades o de las escuelas filosóficas no se disciernen con fa
cilidad.53 Sin embargo, dos puntos merecen estudiarse con mayor dete
nimiento: por un lado, el hecho de que ese nuevo entusiasmo por ese
arte italiano, lejos de ser compartido por unanimidad, entraba en com
petencia con otras modas, otras simpatías y en particular con un nuevo
interés por el gótico medieval, interés que sostenía cierta nostalgia «ro
mántica» o un nacionalismo muy consolidado; y por otro lado, la pre
gunta de si los alegatos en favor de ese Renacimiento italiano estaban
verdaderamente generados por una admiración fuerte y exclusiva hacia
las obras, o más bien por una disposición de espíritu que les llevaba a
identificarse con los hombres de esa época, o en todo caso con la ima
gen que se hacían de ellos.
53. W. K. Ferguson, La Renaissance ..., en particular los últimos capítulos, pp. 128
y ss.
74 EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO
55. I. Hampsel Lipschutz, Spanish Painting and the French Romantics, Harvard
University Press, 1972.
56. T. Gautier, Voyage en Espagne, J.-C. Berchet, ed., Gamier-Flammarion, París, 1981
(hay trad. cast.: Viaje por España, J. Batlló, Barcelona, 1985).
76 EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO
E l « h o m b r e d e l R e n a c i m i e n t o »: u n a m o d a , u n m a n if ie s t o
E l R e n a c i m i e n t o h o y : u n m it o c o n s ie t e v i d a s
U n a c u r i o s a i n c l i n a c i ó n e n l o s j u ic io s d e v a l o r :
l a E d a d M e d i a , t ie m p o d e t o r p e z a s
¿ S u p o n e l a E d a d M e d i a e l o l v id o d e l a A n t i g ü e d a d ?
rasa de una herencia que no sólo no se olvidó sino que se cultivó con
una viva reverencia y a veces con pasión. Determinados ciclos* antiguos
seguían vivos, en el centro de las preocupaciones^ e inspiraron gran
cantidad de escritos, de reflexiones, de actitudes intelectuales y de fi
delidades espontáneas.
64. Cf. en particular los numerosos trabajos de E. Faral, Recherches sur les sources
latines des contes et romans courtois du Moyen Age (1913), y L' Orientation actuelle des
études relatives au latín médiéval (1923), que afirma, entre otras cosas: «Todo lo que el
siglo xvi poseía de la Antigüedad latina, exceptuando dos o tres textos, también lo había
poseído y lo había meditado el siglo xn». Citado por W. K. Ferguson, La Renaissance ...,
p. 302.
88 EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO
65. Desde 1913, la obra monumental de P. Duhem (.Études sur Léonard de Vinc
ceux qu’il a lu et ceux qui l’ont lu, 3 vols., París, 1913) paso las cosas en su lugar. Apa
recieron posteriormente, con algunos años de intervalo, los estudios muy documentados
de Haskins (Etudes sur l'histoire de la science médiévale , 1924), de Thomdike (A His-
tory ofm agic and experimental science , 6 vols., Nueva York, 1923-1ÍH1), y de Sarton
(Introduction of the History o f Science, 2 vols., Washington, 1927-1931), que unánime
mente se negaban a.admitir la mínima discontinuidad entre la ciencia de la Edad Media
y la de la Edad Moderna. Cf. W. K. Ferguson, La Renaissance ..., p. 304.
LAS IDEAS HEREDADAS SOBRE EL RENACIMIENTO 89
R e n a c im ie n t o y A n t i g ü e d a d
¿Respeto o desenvoltura?
Los caleros seguían encendiendo sus hornos de cal que quemaban no
che y día, seguían cargando el aire de humos acres en el campo de Marte
y en pleno corazón de cada foro. Los marmoleros arrancaban bloques
de mármol, columnas y arquitrabes, balaustradas y losas funerarias de
los monumentos ya maltrechos por el tiempo,6S>y tanto los utilizaban en
su ciudad para los palacios de los cardenales o de los banqueros floren
tinos, como los mandaban a distintas regiones de Italia: a Pisa, a Luc-
'ca, para el baptisterio de San Juan de Florencia, a Orvieto... Ello no era
de ningún modo un signo de curiosidad, de reverencia, o incluso de
preocupación de coleccionista o de erudito deseoso por estudiar, sino
simplemente el hábito de la reutilización y la preocupación por la eco
nomía. Esas canteras romanas de mármoles antiguos hacían la compe
tencia a las canteras naturales de Carrara; el mármol antiguo era menos
caro y el respeto por la Roma antigua, tan celebrada en los escritos, no
era lo bastante fuerte en el decenio de 1500 como para poner término a
tales prácticas devastadoras. En esa época, el distrito di Calcarario («de
los hornos de cal»), en el que se levantaban como mínimo cuatro igle
sias (situadas alle Calcarare, es decir, en medio de las canteras y hor
nos), todavía merecía ese nombre.70
A lo largo del siglo xv, tras tei retomo de los papas a Roma, en la
época en la que la ciudad se estaba convirtiendo indiscutiblemente en
un gran centro del humanismo, en la que los doctos se jactaban de co
nocer bien a los autores antiguos, los papas y cardenales, amigos y pro
tectores de esos sabios, hacían arrancar bellas columnas antiguas toda
vía intactas para los peristilos de los cortili de sus palacios o para lia
basílica de San Pedro y el Vaticano. Nicolás V (1447-1455) hizo traba
jar a canteros en Tivoli, pero más bien en la antigua villa de Adriano
que en las montañas; hizo llamar a Roma a un maestro constructor de
Bolonia, un especialista muy conocido, para que transportara enormes
fustes de mármol desde el templo de Minerva al Vaticano. Otros maes
tros de obras, mal vigilados o con el consentimiento tácito de los due
ños, hicieron otro tanto con la basílica de Constantino. Un poco más
tarde, Pablo II (1464-1471), veneciano, gran humanista, cogió asimis
mo gran cantidad de elementos de los monumentos antiguos que some-
69. C. Huelsen, Le chiese di Roma nel Medio Evo , Florencia, 1926; G. Lugli, Roma
antica; il centro monumentale, Roma, 1946.
70. G. Marchetti Longhi, «Le contrade medievali della zona», en «Circo Flaminio»; Il
«Calcarario», en Atti della Società Romana di Storia Patria , voi. XLII, 1919, pp. 401-435.
LAS IDEAS HEREDADAS SOBRE EL RENACIMIENTO 95
71. R. Weiss, Un umanista veneziano . Papa Paolo II, Venecia y Roma, 1956; P.
Partner, «Sisto IV, Giulio II e Roma rinascimentale: la politica sociale di ima grande ini
ziativa urbanistica», en Atti e Memorie della Società savonesa di Storia , voi. XXII, 1986.
96 EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO
72. Sobre esas críticas y esas lamentaciones, véanse los textos reunidos por S. Bor-
si, Giuliano di Sangallo. / disegni di archittetura e dell'Antico, Roma, 1985, pp. 32-33.
Sobre navio Biondo, véase B. Nogara, ed„ Scritti inediti e rari di Biondo Flavio, Roma
(col. Studi e Testi, n.c 48), 1927; en particular, pp. xcvh-xcix.
73. E. Muntz, Raphael, París, 1881, p. 603.
LAS IDEAS HEREDADAS SOBRE EL RENACIMIENTO 97
75. Ibid., p. 19; L. Brani, Historìarumfiorentinipopuli libri XII, ed. E. Santini (Mu
ratori, XIX, 3), Città di Castello, 1914. .
76. W. K. Ferguson, La Renaissance p. 25, nota 5.
LAS IDEAS HEREDADAS SOBRE EL RENACIMIENTO 99
prendió esa obra para defender mejor la posición del papa Eugenio IV
en la ciudad que, a su llegada, halló devastada y todavía desgarrada por
las luchas entre facciones. Pero para Biondo, Roma, cabeza de la cris
tiandad, seguía siendo la capital del mundo y todo el discurso tendía a
demostrarlo. Amonestó severamente a los pueblos cristianos de Euro
pa, de Asia y de Africa (habían llegado para una visita enviados del
Preste Juan), y les pidió que se sometieran al «imperio cristiano de
Roma». No dejó de recordar el carácter mediocre, o en todo caso el
poco espacio, de las ciudades en las que, en los tiempos de desgracia,
tuvo que instalarse la corte pontifical. Aviñón, Bolonia, Ferrara, Siena
o Florencia no podían según él rivalizar con Roma. ¿Cuál de esas ciu
dades podía llamarse heredera de un pasado cargado de tales glorias?77
Para él, como para todos los que se adhirieron a esa política tras la
«cautividad de Babilonia» en Aviñón, describir ese pasado, inventariar
los testimonios ilustres, nombrar las «maravillas» de la ciudad, exhibir
bellos fragmentos de columnas o de tímpanos, bellas estatuas mutiladas
e incluso monedas de oro o joyas, servía al mismo propósito: conven
cer para afianzar fidelidades.
í
glos del imperio. El culto del objeto y la locura por coleccionar empu
jaban a apasionarse por los accesorios ornamentales o anecdóticos cu
yos significados no siempre se comprendían. Preocupados por seguir
esas modas, los pintores cargaban sus composiciones abusivamente
con un gran número de elementos arcaizantes, con un verdadero bati
burrillo romano. Lo vemos, en particular, en los Trionfi: el de Julio Cé
sar creado por Mantegna (de 1484 a 1494), y el de Escipión el Africa
no creado por Jules Romain unos diez anos más tarde. En el tiempo del
papa León X, Rafael se inspiró, para las logias del Vaticano, en los fi
nos decorados de la Casa Dorada de Nerón: guirnaldas de follajes,
hombres y animales fantásticos o burlescos. Desde entonces, los escul
tores pusieron guirnaldas de ese tipo en todas partes y, como en esa
casa los albañiles habían puesto al día sobre todo las grutas del jardín,
esas fantasías tomaron el nombre de «grutescas», y causaron furor.
¿Estamos ante una reverencia consciente por lo antiguo? ¿Podemos
dudar de ello? ¿No es mejor invocar en muchos casos la magia de las
modas, una especie de esnobismo diríamos, y el deseo de recuperar
hasta la saciedad y servilmente el gusto de aquella época?
C o n c l u s ió n
Segunda parte
l
1. LAS IDEAS PRECONCEBIDAS
t
E l e s t a d o t e n t a c u l a r y s u s v ir t u d e s
H is t o r i a d e u n a l i t e r a t u r a d e c o m b a t e
1. Sobre todo lo que precede: P. Kessel, La Nuit du 4 Août 1789, París, 1969, pp.
46-47,340,360-361.
LAS IDEAS PRECONCEBIDAS, 115
te específica, que se limitaba por un lado a los derechos del señor feu
dal y a sus» abusos {Des banalités de Frémainville, D es droits de ju sti
ce de Baquet), y por otro lado a la vida política y a las relaciones >so-
ciales en el marco de un único gran feudo (Mémoires pour servir à
VHistoire du comté de Bourgogne de Dunod de Chamage, Mémoires
historiques sur la ville d ’Alençon et sur ses seigneurs de Odolant Des
nos). Estos libros se publicaron unos meses antes o en el mismo mo
mento de la redacción de los cahiers de doléances en los que sería di
fícil hallar el reflejo de cierta espontaneidad e incluso de una total
sinceridad, tal como varios estudios serios afirman hoy en día muy
claramente. Otros libros aparecieron en los últimos meses anteriores a
la Revolución; panfletos en forma de tratados eruditos que se vestían
con el título, muy de moda en la época, de «memorias»: M odestes ob
servations sur le «Mémoire des princes» faites au nom de 23 millions
de citoyens français (G.Brizard, 1788); Mémoire sur les moyens d'a
méliorer en France les conditions des laboureurs, des journaliers, des
hommes de peine vivant dans les campagnes et celles de leurs femm es
et de leurs enfants (S. Cliquot de Blerwache); luego llegó el Cri de la
raison ou Examen approfondi des lois et des coutumes qui tiennent
dans la servitude mainmortable quinze mille sujets du roi (abate Cler-
get, 1789).
Entre todos los libros que ya nadie o casi nadie lee, existe uno que
presenta un mérito doble para el historiador que analiza esas manipula
ciones y los métodos utilizados: por un lado, su naturaleza misma (es
tilo, guiños y alusiones) que lo destinaba a un gran público; por otro
lado, el hecho de que sus autores citan constantemente y con compla
cencia obras, panfletos, actas o discursos más antiguos. Se trata de un
volumen titulado Les Droits du seigneur sous la féodalité, con el subtí
tulo de Peuple et Noblesse. Grand román historique, cuyo autor es
Charles Fellens. En cuanto al editor, se menciona simplemente: «Bu-
reaux de la Publication. 78, boulevard Saint-Michel, Paris». No se men
ciona explícitamente ninguna fecha, pero el curso de la obra nos sitúa
en 1851. Es un libro en cuarto correctamente encuadernado e ilustrado,
con un texto rico y denso de setecientas sesenta páginas a dos colum
nas. Nos hallamos sin duda ante uno de esos libros que se entregaban a
los colegiales brillantes de las clases más avanzadas durante la distri
bución de premios, o que los padres de familia burgueses y de buen ni
vel cultural compraban y guardaban en sus bibliotecas para su propia
educación y la de sus hijos.
Como tantos antes que él, el autor no esconde para nada su inten
ción de servir a una causa justa; se emplea a esa tarea sin pudor ni mo
deración, utilizando todo tipo de artificios y procurando llegar a los co
razones y los espíritus. Ello resulta en un conjunto a la vez literario e
histórico, bastante complejo y de un género más bien bastardo: una
yuxtaposición de textos que se sitúan en distintos niveles y que des
conciertan en cierto modo. Este género ya no se utiliza y todo lleva a
creer que, en nuestros días, tales procedimientos gozarían de un éxito
de público muy reducido. Sin embargo, hacia 1850, los propagandistas
podían, al parecer, entregarse a ese género sin temor de fatigar o de pro-
ANATOMIA DE UNA PROPAGANDA REPUBLICANA 123
9. Henri III et sa cour (1829); La Tour de Nesle (1832); La Reine Margot (1845).
124 EL FEUDALISMO Y LOS DERECHOS SEÑORIALES ,
L as G R A N D E S F I G U R A S D E L P A S A D O : L E C C I O N E S D E C IV IS M O
t
10. Louis XI (1832); C. Delavigne, también autor de Marino Fallero (1829); Robert
le Diable (1831); Les Enfants d'Edouard. (1833); Les Vêpres siciliennes (1855).
126 EL FEUDALISMO Y LOS DERECHOS SEÑORIALES
La tercera parte del volumen trata sobre los Impôts singuliers et Re
devances bizarres, una serie de anécdotas pescadas aquí y allá sin nin
gún discernimiento que permiten al autor, siempre animado por un es
píritu vengativo y poruña gran frescura de ánimo, burlarse de las gestas
y símbolos vinculados al homenaje feudal: actos de reconocimiento,
ciertamente caídos a menudo en el olvido, que colocaban al vasallo o al
tenente en una situación de dependencia, que tenían como objetivo, se
nos dice, humillarle y quitarle toda parcela de dignidad. Es un florile
gio, un inventario, totalmente desordenado y lleno de errores y de apro
ximaciones.
Quedaban aún más de doscientas páginas para hablar de la noble
za, un tema vasto y temible abordado en dos apartados por otro autor
llamado J. A. Dulaure. Se trata de entrada de una exposición, cons
truida según una trama cronológica, que examina seriamente todos los
medios de represión y todas las fechorías de esos nobles bajo las «ra
zas» sucesivas de reyes de Francia. La intención está muy clara en el
título: Histoire de la noblesse depuis le commencement de la monar
chie jusqu’à nos jours, où Von expose ses préjugés, ses brigandages,
ses crimes; où l’on prouve qu’elle a été lejïéau de la liberté, de la raison,
des connaissances humaines, l’ennemi du peuple. Ni más ni menos...
Dulaure emprende ese programa con un celo intachable y menciona
uno tras otro a los bandidos de los tiempos bárbaros: los hunos, los
vándalos, los «burgundios», los visigodos, «pueblos brutos y vagabun
dos que solamente vivían del pillaje, y de quienes todos los nobles pue
den considerarse dignos herederos». Pillaje, usurpaciones y violencia
son la historia del pasado francés hasta la aurora republicana, y se ins
criben inevitablemente en ese clima de crímenes y de terrores, de lu
chas dramáticas, en las que los privilegios aplastaban con toda impuni
dad a quienes vivían a duras penas, con el único fin de saciar los
apetitos y los vicios de los nobles. Nada escapa en ese sentido a la mi
rada vigilante del enmendador de entuertos que juzga para la posteri
dad. Todo este relato se halla atiborrado de burdos errores y de ana
cronismos que nos dejan boquiabiertos. Esa inspiración y ese capital
de indignación se exasperan a la hora de evocar las cruzadas que, no lo
dudemos, fueron para los nobles una buena ocasión para dar rienda
suelta a sus malas inclinaciones; se habla de las «traiciones, perfidias,
robos, pillajes y crueldades de los nobles»; pero también se recuerda
(pp. 463-464) que durante la primera cruzada de Oriente, «esos caba
lleros que lo devastaban todo en su camino y se entregaban por devo
ANATOMÍA DE UNA PROPAGANDA REPUBLICANA 127
ción a los excesos más atroces, sin orden y sin instrucción, fueron ma
sacrados por Solimái?» (¡que vivió más de cuatrocientos años más tar
de [1494-1566]...!).
Sin embargo, el señor Dulaure se había informado y no dejaba de
recordarlo a sus lectores;,había leído a Joinville y había hallado en su
obra, según dice, informaciones curiosas que merecen ser recordadas
para la edificación de los ciudadanos cultivados: en Damiette, los no
bles («varios ilustres caballeros ...») se libraron al oficio indigno de
. acaparadores de víveres; confiscaron las vituallas y alquilaron a los
mercaderes «sus puestos y empleados para vender sus mercancías tan
caras como pudieran». El «colmo de la bajeza» aparece cuando el devo
to rey Luis descubrió, en su campo, a un tiro de piedra de su tienda, «va
rios burdeles que mantenían sus gentes», lugares públicos de libertinaje
«cuyos administradores y beneficiarios eran los oficiales nobles». Mu
jeres prostituidas explotadas por los nobles de la casa real...; todo se re
pite a lo largo de los siglos; el procedimiento «histórico» bien demos
trado puede servir para todas las ocasiones: las desgracias de cada
época, las miserias, los crímenes y los excesos no son culpa ni de las in
clemencias, ni de las gueiras, ni de la naturaleza humana y sus malos
instintos sinp, siempre y simplemente, de la supervivencia de los horri
bles privilegios que solamente corrompen. El hombre es bueno por na
turaleza, lo único que lo pervierte es el sistema.
Los salteadores de caminos, los bandidos, las grandes compañías y
los desolladores «que asolaron Francia entre los siglos X II y xvi», eran
todos nobles... En cuanto a los gendarmes («que eran todos nobles de
raza») del tiempo de Carlos VII, sus compañeros, sus sirvientes y sus
escuderos «eran también, por lo general, hidalgos»; incluso uno de esos
domésticos era denominado lepillard ( ‘saqueador’, ‘ladrón’), «nombre
que indica bastante bien la función que cumplía para con sus señores».
El discurso, siempre virtuoso,' siempre sostenido por el mismo tono de
indignación, se va construyendo pieza a pieza hasta llegar a una con
clusión muy larga, estructurada en dos grandes capítulos muy docu
mentados que proporcionan la demostración de que «el régimen feudal
destruyó en Francia la agricultura, el comercio, las letras y la indus
tria»; de que él fue el «único que causó los excesos de barbarie de los
siglos x, X I y xii»; y finalmente de que «los nobles han sido general
mente más ignorantes que los no nobles».
128 EL FEUDALISMO Y LOS DERECHOS SEÑORIALES
E l d ic c io n a r io in c r e íb l e
p
3. EXAGERACIÓN Y RIDÍCULO
Esa imagen que debía ser tan clara y definitiva, ha sido hoy en día
retocada en algunos aspectos. No conservamos de ella más que el ca
rácter general, como una silueta más o menos vaga. Pero seguimos es
tando convencidos de determinadas verdades que nos llevan a con
denar el feudalismo en bloque y a inscribimos en esa corriente de
pensamiento preparada desde hace mucho tiempo, en la época de las
primicias «revolucionarias». Cuando invocamos, a diestro y siniestro,
las virtudes de la imparcialidad y del rigor histórico, seguimos siendo
herederos y cómplices de hombres comprometidos en su tiempo en un
combate político que ocultó completamente las realidades,
Esa herencia merece ser examinada y no nos parece inútil tomar
conciencia de las «verdades» que nos querían imponer entonces como
prioritarias; algunas, demasiado exageradas, tuvieron poco éxito, pero
algunos de nuestros autores actuales siguen fieles a diversos clichés in
ventados y pulidos en aquella época.
11. Sobre ese carácter mal definido de la nobleza: M. T. Carón, La Noblesse dans
le duché de Bourgogne. 1315-1477, Lille, 1987, pp. 21-56; G. Sivéry, Structures agrai
res..., vol: H, pp.-596-609. («En el Hainaut ya no se conoce el término de noble en la vida
cotidiana y en loâ textos corrientes.»)
12. M.-C. Gerbet, «Les guerres et l’accès à la noblesse en Espagne de 1465 à
1492», en Mélanges de la Casa de Velâzquez, 1972, pp. 295-326, y la obra colectiva Ori
gines et renouvellement de la noblesse dans les pays du sud de VEurope au Moyen Age,
Fundación C. Gulbenkian, Paris, 1989.
13. Sobre la decadencia de los nobles: A. Bouton, Le Maine. Histoire économique
et sociale, vol. II, Le Mans, 1970, pp: 94 y ss„ y pp. 206 y ss. G. Sivéry, Structures
agraires ..., vol. II, pp. 45 4 -4 5 5 , 598-599. («En el norte de la Thiérache, el señor de
Avesnes, la abadía de Maroilles y las comunidades campesinas aplastaron a los peque
ños señores.»)
EXAGERACIÓN Y RIDÍCULO 133
L O S T IE M P O S D E B A R B A R I E
De esa forma se afirmaba con gran ingenuidad esa creencia tan curiosa
que pretende que la felicidad de los hombres, la igualdad y la generosi
dad, vienen aseguradas por el simple advenimiento de «mejores» insti
tuciones y de determinados sistemas políticos, mientras que otros siste
mas engendran todo tipo de vicios y de abusos. Se trata de una utopía
generalmente aprendida por los ciudadanos, del culto al ídolo... .
Esos horribles «señores bandoleros» se complacían, a la vez que
amasaban fortunas, en atracar a los viajeros y en despojarles de todo lo
que tuvieran... También se nos dice que los peajes señoriales destruye
ron el comercio... Esas mismas ideas, aunque ilustradas con distintas
consideraciones o adornos, se encuentran en gran cantidad de libelos e
incluso en los .escritos de Michelet: «Como en el reino ya no existía
una administración general, se dejaron de mantener los caminos». Es una
afirmación curiosa, una postura que atestigua ya, aproximadamente un
siglo antes del triunfo del estatismo, el deseo de verlo todo regulado
desde arriba por parte de un poder central responsable de todo y natu
ralmente dispensador de favores.
Desde los primeros tiempos de la Escuela republicana de Jules
Ferry, los libros para niños, los manuales escolares, y otras herramien-
, tas pedagógicas han seguido cultivando la imagen de la «guerra feu
dal»: «los barones feudales eran brutales y feroces; algunos eran tan fe
roces como los hunos que habían venido a la Galia antaño»; «el señor
vive únicamente del bandidaje, del pillaje de las chozas y de atracar a
los viajeros; ese hombre basto y brutal sólo sueña con la guerra, siem
pre la guerra ... sus placeres son bárbaros»; «el señor es un guerrero
brutal, cruel e ignorante; la guerra constituye su única ocupación ...
destroza las mieses doradas y siembra la ruina en todas partes; el sier
vo tiene para él menos valor que un animal»; y finalmente, «el siervo
vive como una liebre cobarde, siempre con las orejas tensas; a la pri-
1mera ocasión huye con su mujer ... vive en un estado de terror» .15 Los
maestros de escuela enseñaban tales estupideces sin pestañear y sin
ningún sentido del ridículo; debían ilustrar y adornar determinadas ideas
mediante gran cantidad de ejemplos edificantes; y se juzgaba a los ni
ños por esos conocimientos.
Es cierto que las formas han cambiado y, generalmente (aunque no
siempre...), los autores evitan esas exageraciones que quizá harían du
dar de su buena fe. Pero, dejando al margen algunos libros editados en
los últimos años, muy escasos por cierto, el fondo del discurso sigue
siendo el mismo. El señor feudal, brutal e inculto, ocupado sobre todo
en guerrear, se nos impone todavía como una imagen determinante de
nuestro pasado y, lejos de ver en ello uno de esos viejos tópicos pasa
dos de moda, nos adherimos a menudo a esa idea. Así nos lo muestran
numerosos libros, y determinados historiadores, al explicar la evolu
ción de las sociedades y de las economías, construyen sus hipótesis so
bre ese postulado.
Se nos dice que esos señores-bandoleros luchaban sin cesar, por
cualquier motivo; por una querella con un vecino, por un gesto tomado
por una afrenta, o por una parte de una herencia. La guerra era su oficio
y su gozo: lo demuestran la justas y los torneos, los juegos y las diver
siones de los caballeros, sus canciones y sus novelas, e incluso la cere
monia de armarse caballero y el prestigio de los hombres capaces de
15. Y también: «¡Cuántas cargas pesan sobre ese miserable siervol Construye gra
tuitamente las carreteras, cava fosos, ayuda a levantar las fortificaciones del castillo.
¡Dios sabe cómo abusa el tirano! ... Las chozas son quemadas a menudo y las cosechas
saqueadas cada año reducidos a nutrirse de hierbas y de animales inmundos, los mi
serables se rebelan». Cf. J. Guiraud, Histoire partielle .... introducción al cap. X X («La
féodalité, les seigneurs féodaux»), que presenta extractos de los manuales escolares.
136 EL FEUDALISMO Y LOS DERECHOS SEÑORIALES
16. Encyclopaedia Universalis, ed. 1984, vol. 8, p. 1.150, artículo «Guerre de Cent
Ans» a cargo de J. Le Goff.
EXAGERACIÓN Y RIDÍCULO 137
17. P. C. Timbal, La Guerre de Cent Ans vue à travers les registres du Parlement
(1337-1369), Paris, 1961, pp. 7 , 14-19; M. Jusselin, «Comment la France se préparait à
la guerre de Cent Ans», Bibliothèque de VÉcole des Chartes (1912); R. Cazelles, La So
ciété politique et la crise de la Royauté sous Philippe VI de Valois, París, 1958; «Lettres
closes, lettres de “par le roy” Philippe VI de Valois», Annuaire-Bulletin de la Société de
r Histoire de France (1958).
13 8 EL FEUDALISMO Y LOS DERECHOS SEÑORIALES
Desde otro punto de vista, se considera que ese señor feudal, ex
perto en el manejo de la lanzadera evidentemente incapaz de gestionar
adecuadamente sus tierras, de prever y de especular, de ganar dinero;
sólo sabía gastar, dilapidar antiguas fortunas e ir derecho a la bancarro
ta: un hombre de otro tiempo que, decididamente, no había «todavía
entrado en la Edad Moderna». Estando como estamos ocupados en en
salzar las virtudes del «modernismo», no podemos sentir más que des
precio o conmiseración por ese hombre fósil. Le negamos cualquier cu
riosidad cultural; lo consideramos inculto, poco propenso a leer otros
libros que los de caza y caballería. ¿Quién se esfuerza en estudiar esa
cultura feudal de los señores, de los nobles; por determinar sus lecturas;
por inventariar sus bibliotecas cuya existencia se quiere, por otro lado,
ignorar; por definir las formas de protección, de «mecenazgo» en defi
nitiva, que atraían a poetas, narradores y eruditos? 18
Son muy escasos los autores que se han dedicado a dar a conocer la
verdadera personalidad de esos hombres que siempre se nos muestran
espada en mano; también son muy poco numerosos, y muy mal cono
cidos, quienes han intentado demostrar la importancia de la literatura
de los humanistas directamente vinculada con la guerra y generada por
el oficio de las armas y el ritual de las batallas. La ceremonia de los tor
neos se nos presenta a menudo, efectivamente, en su extraña compleji
dad,19pero no se ha dicho nada o casi nada respecto a los combates; ni
acerca de los poemas y de los cantos de guerra; ni sobre todo, aunque
es más significativo, acerca de esas cartas de desafío llevadas al adver
sario por parte del héroe de armas la víspera del compromiso: eran car
tas de un estilo florido, ampuloso, cargado de fuertes reminiscencias
18. P. Strinemann, «Les bibliothèques princières et privées aux x iic et XHle siècles»,
en Histoire des bibliothèques françaises. Les bibliothèques médiévales du VIe siècle à
1530, obra colectiva, París, 1989, pp. 173-192;. por el mismo autor: «Quelques bibliothè
ques princières et la production hors scriptorium au xn e siècle», Bulletin Archéologique,
(1984), pp. 7-38; J. Bento, «The court of Champagne as a Litterary Center», Speculum,
(1961) pp. 551-591.
19. L. de Beauveau, Le Pas d’armes de la Pastourelle, Chapelet, París, 1928; F. R o
bin, La Cour d’Anjou-Provence. La vie artistique sous le règne de René, Paris, 1985, pp.
46-58. El propio René de Anjou es el autor de un Traictié de la forme et devis comme on
fait les tournois, dedicado a su hermano Carlos, conde de Maine.
EXAGERACIÓN Y RIDÍCULO 139
E L S E Ñ O R F E U D A L D E S P R E C I A Y H U M IL L A A L P U E B L O
¿Siervos o esclavos?
. 20. J. Glenisson, «Notes d’histoire militaire. Quelques lettres de défi du xiv* siè
cle», Bibliothèque de VÉcole des Chartes (1947-1948), pp. 246-252.
21. Le Petit Journal des grandes expositions, ed. Réunion des Musées nationaux,
del 9 de junio al 18 de septiembre de 1978, redactado por M. Laclotte, D. Didier y N.
Reynaud.
140 EL FEUDALISMO Y LOS DERECHOS SEÑORIALES
22. C. Verlinden, L'Esclavage dans VEurope médiévale, vol. I, Brujas, 1955; J. Heers
Esclaves et domestiques au Moyen Âge dans le monde méditerranéen, Paris, 1981.
EXAGERACIÓN Y RIDÍCULO
los franceses mataron a cuatro mil personas y que todas las mujeres
fueron entregadas al ejército (.sbordeliate); más tarde, Francesco Guic
ciardini, más sereno y menos directamente afectado, escribe como si se
tratase de un historiador y confirma que «las mujeres de todas las cla
ses fueron las miserables presas de los vencedores; muchas de ellas
fueron posteriormente vendidas a bajo precio en los mercados de
Roma»,23
Estas atrocidades apenas se evocan en nuestros manuales, o bien no
se mencionan en absoluto. Hay que pensar que esas violencias y masa
cres no eran buenos ejemplos de desarrollo y de edificación personal. ,
En este caso era imposible culpar al feudalismo o a la Edad Media
como tipo de sociedad y de civilización.
Sin embargo, los hechos hablan por sí mismos y llevan a concluir
que a finales de la Edad Media, el mantenimiento de la esclavitud do
méstica en las ciudades por un lado, y, por otro lado, el resurgimiento
de los triunfos y de la esclavitud a la antigua para los prisioneros, no
ofrecen ninguna duda. Así pues, precisamente en época en la que la ser
vidumbre rural, impuesta antaño por los señores de la tierra, ya había
desaparecido en gran parte de los dominios de Europa occidental, se
consideraba posible en las ciudades del mundo mediterráneo, ciudades
«libres» e impregnadas de recuerdos de la Antigüedad, arrastrar, a los
mercados de esclavos a hombres vencidos en guerras entre cristianos.
Los «derechos del señor» han sido siempre un gran objeto de estu
dio. Los primeros «historiadores» de la Edad Media no dejaron de tra
tarlo, basándose en las colecciones de costumbres y secundariamente
en algunas crónicas. ¡Cuántos abusos se descubrieron, denunciaron y
libraron a la indignación de los buenos burgueses de las ciudades que
no pedían más que una confirmación de su odio hacia el señor rural; ha
cia los dueños de los castillos que todavía no habían podido confiscar o
comprar a buen precio aprovechando las transformaciones políticas y
sociales! Cuando el cuadro parecía algo apagado, sin mucho relieve, no
o bien una Janza, unos guantes o unas espuelas. Algunos eran evidente
mente difíciles de hallar: «el señor feudal no exigía más que un conejo,
pero ese conejo debía tener la oreja derecha blanca y la otra negra. Si el*
enfeudado llevaba un conejo con las marcas convenidas, ocurría a me
nudo que se disputaba o litigaba por saber si la oreja negra estaba teñi
da», ¿Se trataba de fuentes de ingresos suplementarias, del placer de
dar qué pensar a los juristas o más bien de un deseo de subrayar de una
forma impropia lo arbitrario? También leemos que quienes arrendaban
los derechos de pesca en el lago de Grandlieu debían, delante del señor,
«bailar una danza que todavía no se hubiera visto jamás y cantar una
canción que todavía no se hubiera oído, sobre una melodía que no fue
ra nada conocida».25 Un vasallo de Île-de-France debía «imitar a un bo
rracho, danzar igual que los campesinos y cantar una canción picaresca
ante la mujer de su señor soberano».26 Esos bárbaros disfrutaban mu
cho con las canciones...
Algunas de esas extravagancias, que se recuerdan con complacen
cia, cayeron en seguida en el olvido; nadie habla ya de esos vasallos
obligados, un día concreto, a «besar la cerradura y el cerrojo de la
puerta del feudo dominante»; ni de quienes estaban obligados por la
costumbre a presentarse ante su señor para que les tirara de la nariz y
las orejas o les diera bofetadas.27 Pero otras «curiosidades» de ese tipo,
repetidas constantemente, tuvieron mucho más éxito; algunas se nos
han quedado grabadas en la memoria. Es el caso de la obligación que
en algunos lugares tenían los vasallos de agitar el agua de las maris
mas mientras la señora del lugar estaba de parto para que no la moles
tara el ruido de las ranas.28 Esa historia tan edificante fue la preferida
por los fabricantes de manuales destinados a los niños durante genera
ciones (e incluso hasta hoy). Esos batidores de los pantanos poblados
de ranas encamaban la miseria de un pueblo sometido a lo arbitrario,
dención de esa obligación más que extraña». Sin duda uno de esos mis
mos «feudales», puesto que también ocurría en el Vexin normando,
reunía en junio a sus siervos — hombres y mujeres— en edad de casar,
los urna como a él le parecía e imponía «a las parejas que le parecían
más enamoradas algunas extrañas condiciones, que sin duda satisfa
cían su lubricidad, como por ejemplo quedarse en camisa dos horas en
el agua helada del río», o bien «los enganchaba a un arado y los obli
gaba a trazar algunos surcos».29
Aunque el repertorio se haya despejado un poco, siempre nos que
da como verdad comprobada el famoso «derecho de la primera noche»
que permitía al señor poseer el primero a la esposa de cada uno de sus
vasallos. Una gran cantidad de obras hablan todavía muy seriamente de
ese derecho; una gran cantidad de novelas históricas e incluso muchos
guiones de películas han adornado o reforzado sus intrigas con tales
episodios escandalosos que provocaban, con razón, la revuelta de los
citados vasallos ayudados por sus amigos. Los historiadores del si
glo xix eran inagotables respecto a ese punto y recordaban con regula
ridad los abusos de «un derecho que demuestra los excesos de la tiranía
de los señores y de la esclavitud de sus súbditos». Escribían que en Fran
cia ese derecho de pernada se mantuvo durante más tiempo que en
otros lugares «por el carácter de los franceses, que atribuyen mucho va
lor a tales derechos».30
Contra ese derecho, varias protestas y rebeliones alimentaron di
versas leyendas revestidas con un cariz histórico curioso. Una de esas
leyendas afirmaba que, precisamente para sustraerles de esas exigen
cias viles por parte de los abades — que las reivindicaban igual que
cualquier otro señor— , Alfonso de Poitiers, hermano de san Luis, dio
una porción de tierra a los súbditos de la abadía con el fin de que se
establecieran en ella al abrigo de las persecuciones: ¡fue el origen de la
villa nueva de Montauban! Desde entonces ya no se inventa tan bien
la Historia...
Algunos señores, a veces pequeños señores, pedían ese derecho a
cada paso: en la zona de Caux, en Souloire concretamente, cerca de
Caudebec, el juez del señor, propietario de un camino que recorría la
29. Sobre todo lo que precede, C. Fellens, Les Droits du seigneur pp. 435 y ss.;
pp. 541 y ss.
30. Sobre ese «derecho», todas las anécdotas han sido referidas muy seriamente por
J. A. Dulaure, LaNoblesse pp. 605 y ss.
EXAGERACIÓN Y RIDÍCULO 147
M a lo s tr a to s y c r u eld a d es po r pu ro p la c e r
«Jean Jacob, ese viejo del monte Jura, de ciento veinte años de
edad, que alguien vio en París a finales del año 1789, contaba a todo
aquel que iba a visitarlo que en su juventud había visto a Antoine de
Bauffremont, abad de Clairvaux, divirtiéndose disparando a los piza
rreros y a los campesinos. Ese noble ejercicio, muy utilizado antaño, se
llamaba la caza de los villanos.»32
Tales excesos, divagaciones y fábulas, ya no son admisibles. Hoy en
día, ya no vamos tan lejos y dudamos de que los adversarios encamiza-
31. Hace ya más de un siglo: C. Schmidt, «Der Streit über das Jus primae noctis»,
Zeitschriftfür Ethnologie, vol. XVI (1984).
32. Citado por J. A. Dulaure, La Noblesse ...
148 , EL FEUDALISMO Y LOS DERECHOS SEÑORIALES
dos del «orden feudal» hayan podido aportar alguna prueba para de
mostrar tales extravagancias. Y, sin embargo, todo eso se escribía co
rrientemente y se utilizaba en distintas circunstancias; todo valía en los
dos momentos esenciales de la lucha contra el feudalismo, contra sus
defectos y sus privilegios (es decir, antes de 1789 y después‘de 1850-
1860). Además del derecho de pernada, otros derechos feudales se be
neficiaron de una presentación verdaderamente cuidada y muy particu
lar; una presentación que, para quien quiera redactar un catálogo de
errores y de exageraciones, merecería más de un momento de atención:
*
— Derecho de ravage (destrozo, devastación): «Cuando un señor
estaba descontento de los campesinos de sus feudos o incluso cuando
quería divertirse de una forma distinguida, mandaba a sus perros y a sus
caballos al pequeño campo del desdichado siervo ... y destrozaba en un
instante toda la esperanza y todos los trabajos de un año». Comentarios
sobre lo mismo: «Ese derecho no era ni ventajoso ni honorífico; al leer ta
les abominaciones, uno se pregunta si los derechos feudales fueron ejer
cidos por hombres». Afortunadamente, la Asamblea constituyente abolió
ese derecho «como todos los demás privilegios del despotismo señorial».
— Derecho de manos muertas: la «gente sujeta al derecho de manos
muertas eran siervos sometidos a un señor que era el único que tenía de
recho a heredar sus bienes ... se les dejaba vivir porque se les considera
ba bestias de carga cuyo trabajo era necesario ... se les obligaba a traba
jar hasta su última hora para pagar sus derechos, enriquecer a su tirano y
no dejar a su familia más que la miseria más profunda y la suerte más te
rrible». Las definiciones, algo terminantes, no son inexactas en el fon
do; pero los comentarios atestiguan las intenciones del historiador.
Además, el libro contiene, dentro de la novela histórica, úna descripción
muy detallada del castillo señorial: encima de la puerta de la caballeriza
principal se hallaba un espacio triangular donde se podían ver clavadas
varias manos.de hombres, «algunas de las cuales ya estaban completa
mente desecadas y las otras devoradas a medias por los pájaros noctur
nos». Eran manos de campesinos, claro está, y el autor especificaba, en
una nota y a título de referencia científica: «Derecho de manos muertas».33
— Derecho de prélassement (descanso): denunciado en distintos
momentos, en vísperas y durante la Revolución de 1789, cuando todo
33. Fellens y Dulaure insisten mucho sobre esos derechos odiosos, en particular e
el «Dictionnaire» de su voluminoso libro (Les Droits du seigneur ..., pp. 603-676).
E X A G E R A C IÓ N Y RID ÍCU LO 149
;
el mundo se dedicaba con empeño a describir las «infamias feudales»
más atroces. Uno de los autores más bien documentados parece haber
sido el cura Clerget que cita de entrada a algunos señores del Franco
Condado y de la Alta Alsacia, y especialmente a los condes de Mont-
joie y a los señores de Méchez. De regreso de la cacería, escribía, en las
duras noches de invierno, esos señores «tenían el derecho de hacer des
tripar a dos de sus siervos para calentarse los pies en sus entrañas hu
meantes». Como ya es habitual, el autor no menciona ninguna fuente
precisa, aunque sí una «prueba», a saber, el proceso entablado ante el
parlamento de Besançon por cierto conde (el nombre se deja en blanco)
que reclamaba a sus campesinos el pago de elevados censos por la re
dención de ese derecho. Afortunadamente, «para el honor de la Francia
moderna», el magistrado se indignó y el conde se volvió a su casa con
las manos vacías. Ese cura Clerget pretende naturalmente no inventar
se nada; no trata el asunto a la ligera, sino que le consagra amplios co
mentarios. Cree seriamente en lo que acaba de escribir y en ningún caso
menciona que fuera un acto realizado por un enfermo mental o un
monstruo, sino que lo presenta efectivamente como un derecho que los
señores utilizaban corrientemente: «¡Cuántas veces ejercieron ese de
recho, por desgracia! ¡Y la naturaleza, sublevada contra ese atentado
horrible, jamás armó el brazo de un hijo indignado o de una madre de
sesperada!». Denuncia estos derechos hasta perder el aliento e incrimi
na una vez más a los privilegios y, consiguientemente, al sistema feu
dal: «¡Hasta ese punto estaban esos hombres embriagados con los
caprichos del poder absoluto!». Sobre todo condena las complicidades
y la ley del silencio que durante tanto tiempo escondieron tantos hechos
odiosos, de forma que se hace muy difícil la tarea de echar luz sobre
esos crímenes atroces, mucho más numerosos sin duda de lo que po
dríamos creer. La noche de la Edad Media lo esconde todo: «... esos si
glos de ignorancia y de tinieblas que fueron testimonio de tantos crí
menes, guardarán el silencio de las tumbas, mientras que un velo
espeso recubre todavía ahora las atrpcidades del régimen feudal».34
34. P.-F. Clerget, nacido en Besançon en 1746, escribió y publicó en 1785, en cola
boración con J.-P. Baverel, una obra titulada: Coup d'oeil philosophique et politique sur
la main-morte, que editó en solitario en una versión más virulenta en 1789. Cura de Or-
nans, elegido diputado del clero, se unió al tercer estado. Sus escritos y discursos han ins
pirado a menudo a los historiadores de los abusos del Antiguo Régimen; pero éstos ca
llaron el hecho de que Clerget se negara a prestar el juramento constitucional y de que
muriera exiliado en las islas Canarias en 1808.
150 » EL FEUDALISMO Y LOS DERECHOS SEÑORIALES
36. En su libro, publicado no hace mucho tiempo (en 1969), La Nuit du 4 Aoüí
obra bien documentada y por lo general rigurosa, P. Kessel no parece poner en duda las
palabras del abogado Lapoule cuando afirmaba que el señor podía usar ese derecho de
prélassement y, por lo tanto, destripar a dos de sus campesinos para calentarse los pies:
«Es difícil de imaginar, por otro lado, por qué un abogado como Lapoule habría sentido
la necesidad de exagerar: estaba bastante al corriente de las cuestiones feudales, de la
realidad feudal en el Franco Condado, como para cometer, errores y arriesgarse a com
prometer su exposición». Y esto se ha escrito con la mayor seriedad (p. 144).
Tercera parte
U n a c o n f u s ió n m a n t e n id a a p r o p ó s it o
¿ E r a n l o s d u e ñ o s d e l $ u e l o b a n d id o s o g e s t o r e s ?
mente estaba el aspecto social de la posesión de tierras, que era muy im
portante; esos nuevos propietarios y señores esperaban adquirir de ese
modo un derecho de inserción en determinados medios, un título de hono
rabilidad o incluso de nobleza.
Desde los años 1250 aproximadamente, se multiplicaron en todo
Occidente las compras de dominios enteros, y a veces incluso de feu
dos con sus derechos de jurisdicción, por parte de gente de las ciuda
des. Los ejemplos son innumerables y bien conocidos, y su multiplici
dad desafía todo intento de establecer un balance. Ninguna ciudad
escapa a esa atracción por la propiedad rural, por las promesas de res
petabilidad que comportaba la compra (o la confiscación...) de un se
ñorío. Ese era el caso de los grandes burgueses, de los juristas, de los
consejeros o simplemente de los cambistas o pañeros de Lyon; 17 y el
caso de todos los «mercaderes» de las ciudades italianas sin excepción.
Ese era el destino más corriente de los grandes notables parisienses, ne
gociantes, financieros, gente de toga y de gobierno; de esos Des Essarts
o Coquatrix que hallaban en la adquisición de grandes dominios seño
riales en íle-de-France, con hótels o casas fuertes, o incluso castillos, la
coronación de una brillante carrera social y, sin duda, una seguridad
contra los dramáticos reveses de fortuna políticos. Los mercaderes de
Metz pasaban fácilmente del comercio a la aristocracia terratenien
te; algunos se esforzaban incluso por forjar nuevos señoríos a base de
distintas piezas, reuniendo numerosas parcelas en una sola explotación
coherente que denominaban un gagnage, severamente cerrado y prote
gido (hacia 1300).18
Era comente que algunos hombres, a prior i decididamente ajenos
a la posesión de tierras, que eran apartados voluntariamente de esos
señoríos territoriales, lograran en cambio notables integraciones y as
censos sociales mediante la posesión de dominios rurales reunidos a
fuerza de perseverancia o de protecciones. Ese fue el caso, en varias re-
chard Maryot, compró uno de los cuatro manors del pueblo de Sherington, en Buckin
ghamshire; para conseguirlo, se había asociado con varios ciudadanos de su ciudad, entre
los cuales se encontraban un comerciante de paños y un mercader de sal. El manor y las
tierras estaban gestionados en común, como si fueran una sociedad mercantil: cf. A. C.
Chibnall, Sherington, Fiefs and Fields of a Buckinghamshire Village, Cambridge, 1965.
17. R. Fédou, Les hommes de loi lyonnais à la fin du Moyen Age, Lyon, 1964; M.-
T. Lorcin, «Le vignoble et lés vignerons du Lyonnais aux x iv c et X V e siècles», en Le Vin,
production et consommation, obra colectiva, Grenoble, 1971.
18. J. Schneider, La Ville de Metz auxxiue et xrv‘ siècles, Nancy, 1950, pp. 394 y ss.
170 LOS CAMPESINAS O LA LEYENDA NEGRA
E l s e ñ o r o c i o s o : ¿ un e r r o r o u n a d e s c r ip c ió n f á c i l ?
O f i c i a l e s y h o m b r e s d e l o f ic io ; n u e v o s r ic o s y u s u r p a d o r e s
i
Lo QUE SE QUERÍA IGNORAR: E L CAMPESINO PROPIETARIO
i
21. R. Boutruche, Une société provinciale en lutte contre le régime féodal : l'alleu
en Bordelais et Bezadais du XIe au xvui* siècle, Paris, 1947.
22. G. Duby, La Société aux XIe et XIIe siècles dans la région mâconnaise, Pans, 1953.
23. M. Gonon, Les institutions et la société en Forez d’après les testaments, xive-
x v e siècles, París, I960; La vie quotidienne en Forez d’après les testaments, xive~xvf siè
cles, París, 1968.
24. P. Feuchère, «Un obstacle aux réseaux de subordination: alleux et alleutiers en
Artois, Bourbonnais et Flandre wallonne», en Études publiées par la section belge de la
Commission internationale pour F Histoire des Assemblées d’Etat, 1955, pp. 1-32.
178 LOS CAMPESINOS O LA LEYENDA NEGRA
con el paso de las generaciones, más que reforzarse. Por un lado estaba
una verdadera aristocracia de grandes cultivadores y, ál otro extremo
de la escala, un proletariado de hombres que vivían miserablemente
ofreciendo a menudo sus brazos para trabajar en tierras de otros; hom
bres que en invierno trabajaban en la ciudad en la construcción o que,
sobre todo, tejían paños bastos en casa; esos trabajos adicionales eran
suficientes para definir esa existencia precaria. Labradores ricos por un
lado, y braceroS|.o jornaleros por otro lado... En Italia, la palabra brac-
cianti, signo de una condición pobre y azarosa, ha sobrevivido al paso
de los siglos e, incluso en nuestros días, sigue estando pargada de sen
tido. Los textos alemanes hablan de gartner, hortelanos y obreros agrí
colas; y, en Inglaterra, se habla de los cottagers, confinados a un cottage,
una vivienda frágil, construida a toda prisa y destrozada instantánea
mente en cuanto se producía el primer incendio.
Los niveles de riqueza imponían forzosamente cierta dureza en las
relaciones sociales, y en este caso no entre los señores y sus campesinos,
sino entre los propios campesinos. El labrador rico no podía, sólo con su
familia y sus parientes, llevar a cabo todas las tareas agrícolas. Para los
trabajos que exigían una mano de obra numerosa, para el henaje, y más
aún para la cosecha y los acarreos hacia los granerps, hacia el molino o
el mercado, acudía a asalariados, a braceros de su localidad o de los al
rededores: eran empleos temporales que situaban a los jornaleros en una
dependencia económica total y, además, bajo el dominio de una perso
na poderosa. De ese modo, dentro de la aldea, dentro o fuera del seño
río, la explotación de los trabajadores agrícolas no se limitaba a la que
imponía el señor «feudal». Debemos también tener en cuenta la explo
tación que ejercían los campesinos ricos sobre sus asalariados. Esos la
bradores ricos, hombres presentes en todo momento, podían ser muy
exigentes; los salarios no estaban reglamentados por ningún contrato o
tradición y, de año en año, seguían las leyes del mercado; y el propieta
rio, en caso de dificultades con sus braceros, podía llamar a otros po
bres, a extranjeros a veces. No había necesidad de poseer un verdadero
«señorío» para ejercer presiones y poder sobre la sociedad aldeana. El
número y la extensión de sus tierras eran una demostración clara de su
éxito dentro del paisaje rural. Sin duda, algunos habían podido reunir
más bienes de los que poseían los señores, sus vecinos inmediatos; pe
queños nobles que los reveses de la guerra o los servicios habían redu
cido a un triste estado financiero, y que incluso habían perdido mucho
prestigio social ó, en todo caso, una parte considerable de su autoridad.
LAS CONDICIONES DEL CAMPESINADO 185
D erechos y a b u so s del tenente
momentos difíciles, tras los estragos de la guerra de los Cien Años por
ejemplo, cuando la mortalidad y el exilio hacia las ciudades —mejor
protegidas de los bandidos— habían arruinado los campos en algunas
regiones de Francia y habían en ocasiones vaciado territorios enteros,
el señor solamente podía instalar a nuevos tenentes tras largas demoras
y tras proclamaciones públicas para que los posibles herederos se die
ran a conocer; la comunidad aldeana velaba por sus intereses y la ine
xistencia de personas que tuvieran derechos sobre una determinada
parcela debía registrarse debidamente.
Además, con el paso del tiempo, esas tenencias podían sufrir todo
tipo de avatares. Ante apremiantes necesidades de dinero, el campesi
no empeñaba la tierra que tenía de su señor. Otras veces, no dudaba en
subarrendar si la ocasión se presentaba.
En definitiva, el concepto de propiedad señorial estaba considera
blemente diluido, reducido a algunos controles y a gestos simbólicos;
ese concepto era combatido por los campesinos más emprendedores.
En todo caso, de esos análisis de las condiciones sociales se desprende
una imagen muy confusa y cierta ambigüedad, que llevan a pensar que
la idea que la gente de la época se hacía de la propiedad señorial dife
ría poco de la que nos hacemos hoy en día.
¿I m p u e s t o s in s o p o r t a b l e s ?
dos y más apremiantes que los de los señores feudales cuya reputación
es sin embargo tan detestable. Es evidente que en los tiempos de la bar
barie feudal los impuestos no eran ni más numerosos ni más elevados
que en la Antigüedad o en la denominada Edad Moderna. Fuera de Oc
cidente, esos organismos y oficiales obraban sin duda con la misma es
crupulosidad y exigencia.
Por otro lado, es un hecho comprobado que todo refuerzo del Esta
do contra las estructuras particularistas, y en este caso contra las es
tructuras feudales, ha provocado, a lo largo de los siglos, un aumento
de la presión fiscal y al mismo tiempo una mayor severidad en los pro
cesos de recaudación.
Las consecuencias de la forma de cobrar los impuestos antes del
surgimiento de un Estado fuerte no son siempre bien comprendidas por
el hombre de hoy, que no se imagina cómo funcionaban las cosas antes
de que un poder autoritario, con verdaderos medios coercitivos, se hi
ciera cargo de la recaudación. En definitiva, todo se resume en una
apreciación incompleta e incluso errónea de las mentalidades y de las
prácticas del pasado, que tendemos a comprender como lo haríamos
con las mentalidades y prácticas de nuestro tiempo.
Interpretamos mal los textos. Los censales, las tarifas de peajes, y,
de un modo general, todos los registros fiscales, ofrecen listas de con
tribuyentes y precisan las sumas que debía pagar cada uno. A partir de
ahí construimos nuestras teorías. Pero se trata de registros de la base tri
butaria y no de su percepción: de sumas debidas pero no de sumas efec
tivamente pagadas. Para una época en la que las negativas a pagar o los
retrasos eran tan frecuentes, establecer las cargas solamente a partir de
la base tributaria, a partir de las listas de censos o de corveas, represen
ta aplicar nuestras formas de comportamiento a una época a la que no
corresponden.
La realidad sólo se puede evaluar a través del estudio de documen
tos muy particulares, muy precisos... y desgraciadamente muy escasos.
Nos han llegado pocos registros contables de las recaudaciones.
Sólo nos ayudan los azares afortunados. En este sentido, las con
clusiones no carecen de interés pero sorprenden un poco. En Inglate
rra, donde las cuentas de los manors son más numerosas que en otros
países, los registros de recaudación se completaban generalmente con
listas de atrasos en las que se anotaban, año tras año, los retrasos y los
pagos todavía no efectuados. El conjunto de esos retrasos podía llegar
hasta una cuarta parte, o incluso un tercio de la recaudación prevista y
LAS CpNDICIONES DEL CAMPESINADO 195
los impagados se registraban, en algunos casos, durante tres, cuatro o
más años... hasta que se borraban, al parecer. En los dominios del arzo
bispo de Canterbuiy, esos retrasos se acumulaban y alcanzaban cifras
impresionantes. Las rentes (censos) que se debían por las tenencias del
manor de Northfleet ascendían cada año a 62 libras; pero las sumas no *
pagadas alcanzaban, acumuladas, 168 libras en 1460 y 211 libras en
1470.37 En Francia, cuando algunos felices azares documentales nos
permiten llevar a cabo esta investigación, llegamos a las mismas con
clusiones; es decir, los retrasos y los rechazos eran frecuentes y consi
derables. Por ejemplo, en el caso del cobro del diezmo en la región de
Lyon, la señora Lorcin demuestra que, hasta el siglo xvi, el diezmo se
mantuvo en una tasa «elevada» de una doceava parte o a veces de una
décima paite de la cosecha, pero que los campesinos lograban reducir
considerablemente las cantidades que debían pagar mediante todo tipo
de procedimientos ingeniosos, «multiplicando las exenciones, y acu
mulando los obstáculos a la tarea de los agentes».38
Se ha dicho a menudo que, siendo ya muy duras de por sí, las car
gas que pesaban sobre el campesinado eran además arbitrarias, de
modo que nadie podía saber lo que debía pagar, ni podía establecer pre
visiones sólidas; todos se hallaban constantemente bajo el peso de nue
vas exigencias.
No cabe duda de que ese sistema, tanto en lo referente a la fiscali-
dad como a los censos territoriales, y a las formas de repartición y de
recaudación, puede sorprender: existe una gran complejidad y diversi
dad de una región a otra, e incluso a menudo dentro de un solo señorío
donde las condiciones de los contribuyentes no pasaban todas por el
mismo molde. En lo referente al arriendo de las tierras, descifrar con
exactitud un censal señorial no es cosa fácil, dado que las formas de de
signar a los hombres, las tierras y las formas de explotación podían va
riar mucho y nos parecen, en algunos casos, indescifrables. ¿Acaso era
suficientemente claro para los hombres de la época? ¿No se podían, de
mala fe, mantener zonas de incertidumbre, situaciones de litigio, o
puertas abiertas a lo arbitrario?
Esa diversidad y esos embrollos nos sorprenden evidentemente,
37. F. R. H* du Boulay, «A renter economy in the later Middle Ages: the archbis-
hopric of Canterbury», English Historical Review (1964); R. R. Davies, «Baronial Ac-
counts, Incomes and Arrears in the later Middle Ages», ibid. (1968).
38. Cf. supra, nota 33.
196 LOS CAMPESINOS O LA LEYENDA NEGRA *
dado que estamos acostumbrados a un rigor, o por lo menos conside
ramos el rigor como indispensable en toda estructura pública... Pero
se dice que si reuniéramos en un solo corpus el conjunto de las dispo
siciones fiscales vigentes en Francia hoy en día, en un Estado super-
centralizado y cargado de experiencia, llenaríamos aproximadamente
treinta volúmenes: textos fundamentales, adiciones y rectificaciones,
exenciones y tolerancias, contradicciones incluso y enmarañamientos
que algunos denuncian, sin duda con razón, como inextricables. El ciu
dadano de a pie (el que «suelta» sus denarios) no puede descifrar esas
disposiciones solo; le hacen falta verdaderos expertos, informados y
duchos en los arcanos reservados solamente a los iniciados: y esas son
fuentes de punciones suplementarias y de desigualdades evidentes ante
el impuesto. La complejidad en ese sentido alcanza los niveles más al
tos, y ¿podemos pensar que el despotismo anónimo hallaría aquí múlti
ples ocasiones de obrar con severidad? Se trata de simples constatacio
nes que deberían llevamos a un análisis un poco más objetivo del
pasado y que deberían impedir que suscribiéramos lemas sempiternos.
En todos los tiempos, el Estado, sean cuales sean su forma y su es
tructura política, ha trabajado vigorosamente en ese sentido. Los cli
chés miserabilistas y los lemas que llenan nuestra historia de los tiem
pos antiguos —y los medievales o feudales en particular—, de los
tiempos que preceden a la instauración de una autoridad central fuerte,
tienen mucho que ver con el arte de hacer aceptar cargas cada vez más
pesadas. Indignarse por las exacciones de antaño da buena conciencia
a los responsables de las de hoy... y ayuda a los contribuyentes a no re
chistar.
4. LA CIUDAD Y EL CAMPO:
¿DOS MUNDOS ENFRENTADOS?
¿•Lib e r t a d e s ? ¿ Q u é l ib e r t a d e s ?
de.51 Otro tanto ocurrió en Laon, algo más tarde, pero esta vez en pro
vecho de un conflicto violento entre el obispo y el capítulo; los canóni
gos se aseguraron el apoyo de las masas que maltrataron duramente al
prelado... pero la famosa carta de 1128, que también se ha citado a me
nudo en los manuales, fue muy limitada y denunciada una generación
más tarde.
Los habitantes de las ciudades, agrupados en asociaciones de ve
cindad o en gremios, se aprovecharon de todas estas situaciones, fuen
tes de emociones, de conflictos e incluso de batallas encarnizadas, y
consiguieron algunos poderes o responsabilidades. El municipio fue
efectivamente el fruto no de un movimiento irresistible, de una revuel
ta valiente, sino simplemente de la querella entre los señores.
Afin de cuentas hubo más fracasos que logros
Por otro lado, el fenómeno municipal no conoció ni el alcance ni la
suerte que numerosos escritos complacientes, que recordamos forzosa
mente, le atribuyen. Ese movimiento no se presenta en absoluto como
un contagio general; no transformó las costumbres políticas y las es
tructuras sociales en toda Europa. En este campo, todo son diversida
des e incluso diferencias. El movimiento triunfó sin ninguna duda en el
norte y el centro de Italia, pero fue un triunfo más o menos confirmado
y más o menos real: en algunos casos tenemos la certeza (Venecia, Gé-
nova, Florencia), y en otros casos la apariencia (Umbría, Estados Pon
tificios y Roma). También triunfó en las ciudades de Flandes, enri
quecidas por sus industrias pañeras, capaces de arrancar al conde una
autoadministración. He aquí, pues, dos polos en los que el movimiento
comunal, bajo formas variadas, arraigó con fuerza y durante un perío
do relativamente largo. Pero ¿y en los demás lugares?
El interés que los historiadores franceses han mostrado durante mu
cho tiempo por ese movimiento comunal en Francia, y el entusiasmo a
veces delirante que algunos manifiestan en cuanto lo evocan, no dejan
de sorprendemos. De creerlos, ese acontecimiento se habría situado en
el mismo centro de la vida política en nuestras ciudades y el juramento
municipal las habría marcado durante siglos, como un anuncio ya de
las sociedades burguesas y democráticas. Hablar de la historia de las
ciudades en la Edad Media llevaba inevitablemente a hablar de una
51. H. Dubrulle, Cambrai à la fin du Moyen Âge, Lille, 1904, pp. 10-25.
LA CIUDAD Y EL CAMPO 209
V id a u r b a n a y s e ñ o r ío s : u n a s im b io s is
Parece fuera de duda que las tesis más sistemáticas, las que durante
varios decenios han impuesto una dicotomía severa, son hoy en día
abandonadas por quienes emprenden un verdadero examen de los he
chos. Henri Pirenne, cuyo nombre sigue estando sin duda presente en
muchas memorias, artesano de una pirámide de trabajos demostrativos
iniciada en 1905 y completada en 1939,63 trabajos que fueron a veces
explotados de un modo abusivo y erróneo, se puede considerar como
uno de los principales inventores y defensores de esas tesis. Durante
mucho tiempo indiscutidas y recreadas por todos, se cuestionaron seria
mente a partir de los años 1970,64y, desde entonces, esa refutación se ha
afirmado a partir de una investigación histórica liberada de las hipótesis
a priori y de esa tendencia a lo sistemático.
63. H. Pirenne, «Une crise industrielle au xive siècle: la draperie urbaine et la nou
velle draperie en Flandre», Bulletin de l'Académie royale de Bruxelles. Classe des Let
tres (1905), pp. 489-521; «Les périodes de l’Histoire rurale du capitalisme», ibid. (1914),
pp. 258-299; Les Villes et les institutions urbaines, París-Bruselas, 2 vols., 19395; puesta
al día por A. Verhulst, Aux origines de nos villes, Université de Liège (col. L’Histoire au
jourd’hui), 1985.
64. G. Despy, «Villes et campagnes aux IX e et x e siècles: l’exemple du pays mo-
san», Revue du Nord (1968), pp. 145-168; «Naissance de villes et de bourgades», Has-
quin (1975), pp. 93-129; G. Despy y P. Ruelle, «Conclusions à deux mains», Dierkens
(1978), pp. 492-496; Y. Morimoto, Recherches sur les rapports villes-campagnes dans
VOccident médiéval, pukuoka, 1988.
222 LOS CAMPESINOS O LA LEYENDA NEGRA
Los elementos del debate están claros. Pirenne, y todavía más sus
discípulos, afirmaron que la ciudad medieval era en todos los sentidos
diferente del medio rural circundante; un cuerpo heterogéneo y com
pletamente nuevo. Según ellos, la ciudad no tema raíces rurales y no se
había desarrollado más que como refugio, y luego bastión, de las liber
tades burguesas; libertades desconocidas o prácticamente desconocidas
fuera de sus murallas. A partir de esa construcción aparentemente sóli
da extraían varias conclusiones, entre las que se encuentra una explica
ción de la famosa crisis de la industria pañera de las ciudades de Flan-
des a finales de la Edad Media; fenómeno socioeconómico que en aquella
época atraía muy a menudo la atención de los historiadores. Creían que
esas ciudades que producían tejidos de alta calidad para la exportación
habían sufrido la competencia de otras industrias pañeras, en particular
de las industrias rurales de los cantones vecinos que se limitaban a una
producción más basta. Todo se analizaba en función de rivalidades en
tre centros de producción y medios sociales deliberadamente diferen
tes; pero todo eso no eran más que construcciones intelectuales de es
cuela. Pirenne sólo había estudiado el trabajo -de la lana en algunas
ciudades faro de esa producción. Otros han estudiado más ciudades y
han descubierto la gran diversidad existente en lp referente al aprovi
sionamiento, a las exigencias, a las facturas y los tintes en empresas de
todos los tamaños;65 apoyándose en un gran número de documentos,
han demostrado, por un lado, que la producción rural no se limitaba a
los tejidos corrientes y baratos y, por otro lado, que los capitales e ini
ciativas de la ciudad intervenían frecuentemente en esa industria rural
hasta el punto de dirigirla en muchas ocasiones. Aquella tesis tan bien
presentada, aquel edificio fundamentado en la lógica que —hay que ad
mitirlo— nos ha seducido durante más de una generación, no se basa
ba más que en un apriorismo intelectual, en una obsesión por querer
clasificarlo todo, por delimitar antagonismos supuestamente inevita
bles. Sin embargo, el- método correcto era precisamente el contrario:
buscar de entrada los textos, confrontarlos y, a partir de esos análisis y
sin prejuicios previos, extraer conclusiones.66
65. Artículo pionero de E. Coomaert, «Draperies rurales et draperies urbaines: l’é
volution de rindustrie flamande au Moyen Âge et au xvic siècle», Revue Belge de Phi-
lolcfgie et d’histoire ( 1950), pp. 59-96.
66. Y. Fujii, «Draperie urbaine et draperie rurale dans les Pays-Bas méridionaux au
bas Moyen Âge: une mise au point des recherches après Henri Pirenne», Journal of Me
dieval History (1990), pp. 77-98.
LA CIUDAD Y EL CAMPO 223
La ciudad extendida y el medio rural dentro de la ciudad
En lo referente a las relacioiíes sociales y políticas principalmente,
un gran número de indicaciones atacan decididamente la idea de una
separación entre la ciudad y el campo; esas indicaciones atestiguan, al
contrario, la existencia de vínculos estrechos entre ambos medios a to
dos los niveles. De entrada, hay que pensar que la muralla del recinto
municipal, a menudo refugio para la gente de lds alrededores, no impe
día los intercambios con el medio circundante y los pueblos incluso
más alejados. Muy a menudo, los ediles, desde Inglaterra a Portugal y
desde Bretaña a las regiones del imperio, exigían a los burgos y comu
nidades rurales vecinas una aportación financiera apreciable a los gas
tos de construcción, reparación y mantenimiento de las murallas. Las
dimensiones de las catedrales de naves inmensas se fijaron, en el mo
mento de su construcción (en el siglo xn a menudo), no en función de
la población urbana todavía relativamente débil, sino con el fin de aco
ger a la población del campo circundante en los días de las grandes so
lemnidades. En Inglaterra, numerosas ciudades —y no de las menos
importantes— que organizaban grandes espectáculos populares, miste
rios y plays religiosos, escenificaciones de mímica y desfiles de carro
zas, invitaban naturalmente a sus vecinos de los pueblos, pero les pe
dían que se hicieran cargo de parte de los gastos. La defensa y las
fiestas reunían a los hombres de ambos medios, que ponían en común
sus esfuerzos y sus capitales.
En el plano propiamente administrativo, la ciudad se prolongaba
muy a menudo en el campo mediante distritos situados bajo la misma
administración y bajo la misma jurisdicción, definiendo así, mediante
líneas artificiales perfectamente rectas, circunscripciones destinadas a
vivir en una simbiosis total con los barrios de intramuros. En Occiden
te, el movimiento de aprovechamiento, roturación y pacificación de los
cantones todavía desiertos o devastados, asociaba a los campesinos y a
los ciudadanos. La mayor parte de las cartas de villas nuevas o villas
francas especificaba que los nuevos habitantes, los huéspedes, recibi
rían una parcela para construir dentro de la ciudad y, además, parcelas
de tierra fuera de la ciudad. Las calles de las villas nuevas, de trazado
regular, cruzadas en ángulo recto, .se prolongaban fuera del recinto de
la muralla y compartimentaban el territorio rural en bloques geométri
cos, réplicas exactas de los del tejido urbano.
En algunas regiones de Francia, podemos incluso preguntamos si la
224 LOS CAMPESINOS O LA LEYENDA NEGRA
comuna de tai o cual ciudad sólo reunía efectivamente a los habitantes de
las casas de intramuros o bien si, por el contrario, incluía igualmente a la
gente del campo, llamando a numerosos campesinos a formar parte de
ella. Para responder a esas preguntas nos faltan generalmente documen-
* tos detallados que ofrezcan listas nominativas de los miembros de la co
muna, especificando sus cualidades y sus lugares de residencia. Por otro
lado, se han emprendido pocas investigaciones en ese sentido. Observe
mos sin embargo que, de los 2.701 participantes en el «escrutini©» de
Provins (en 1320) ya mencionado,67 se nombran sin duda 1.741 cabezas
de familia residentes en la ciudad, pero también 960 personas con resi
dencia en ocho pueblos de los alrededores. Entre esas 960 personas no
había solamente campesinos: 560 vivían de los campos y de las viñas, y
los otros se dedicaban a trabajos textiles y a «profesiones mecánicas».
En Italia tenemos dos ejemplos que atestiguan de una forma singular
esa complementariedad, impuesta autoritariamente desde el estableci
miento de la ciudad. En los años 1260-1268, cuando gracias a los es
fuerzos conjugados del rey angevino de Nápoles y del papa se fundó o
mejor dicho se repobló completamente la ciudad de Aquila (Abrazos),
sus protectores decidieron instalar, de buen grado o por la fuerza, a ha
bitantes de ochenta y ocho pueblos más o menos alejados; cada grupo
aldeano debía ocupar, bajo la dirección de un párroco, un sector deli
mitado de la ciudad alrededor de una iglesia parroquial, pero situado de
forma que desde allí se pudiera ver a ló lejos el campanario del burgo
de origen.68 En un contexto geográfico e histórico muy distinto, pero
aproximadamente en la misma época, los venecianos lograron pacificar
y colonizar la isla de Creta tras una conquista difícil. Las tierras de los
señores autóctonos fueron confiscadas y, exceptuando las reservadas al
estado veneciano y a los conventos, se distribuyeron entre los colonos.
La isla se dividió en seis sextos correspondientes exactamente a los seis
barrios de la ciudad de la laguna. Cada una de las circunscripciones in
sulares comprendía una o más aglomeraciones urbanas (puertos y mer
cados) y un vasto territorio con sus burgos, sus pueblos, sus tierras y vi
ñedos, sus montes y bosques.69
67. F. Bourquelot, Un scrutin ... (cf. supra, nota 53).
68. G. Budelli, C. Campaneschi, F. Fiorentino, M.-C. Marolda, «L’Aquila, nota sul
rapporto tra “castelli” e “locoli” nella formazione d’una capitale territoriale», en Città,
contado e feudi, E. Guidoni, ed., 1986, pp. 183-210.
69. F. Thiriet, La Romanie vénitienne, Paris, 1959, pp. 182-190.
LA CIUDAD Y EL CAMPO 225
Nobles, señores y guerreros dentro de la ciudad
>
Se hace difícil definir en qué aspectos la aristocracia urbana se po
f *
73. Véanse, por ejemplo, las indicaciones dadas sobre ese punto por M. Tits, L’É-
volution du patriciat louvaniste, Lovaina, que muestra que el agrupamiento de las fami
lias de la ciudad, en linajes mucho más importantes, estuvo determinado por la localiza
ción geográfica de sus señoríos.
Cuarta parte
U n pueblo de analfabetos
9. J. Berlioz, «Les terreurs de Tan mille ont-elles vraiment existé?», L‘Histoiré (no
viembre de 1990), con una bibliografía puesta al día.
10. Ibid.
244 LA IGLESIA: OTRAS LEYENDAS, OTROS COMBATES
13. Ibid. y C. Amalvi, «Du bon usage des terreurs de l’an mille», L ’Histoire (no
viembre de 1990), pp. 10-15.
2. LIBERTINOS Y DEPRAVADOS: LA PAPISA JUANA
cieron falta siete siglos para que la obra de su padre adoptivo (?) se re
alizara, cuando un sucesor de Archambault, el condestable de Borbón,
llevó a cabo el saqueo de Roma con la ayuda de un Pomerand y de los
ejércitos alemanes». Archambault era uno de los condes de Saboya...
Del Pomerand capitán del condestable no hay ningún rastro... De ese
modo se podían explicar, y justificar quizá, los horrores del saqueo de
Roma.
Ese autor no se quedó ahí. Eso no era más que un*«prólogo» de una
novela, una obra de pura ficción en la que, según reconoce el autor,
todo es inventado. En definitiva, se trata de aproximadamente ocho
cientas páginas de una verdadera historia de capa y espada, de intrigas
sórdidas desbaratadas por héroes de corazón valiente, en las que apare
cen en escena y luego se retiran sin ninguna razón aparente numerosí
simos personajes célebres: papas, reyes de Francia, el emperador Car
los V, Borbón y Sforza, el cardenal Chigi, Aretino y Benvenuto Cellini,
además de un gran número de cortesanos. El héroe, de alma pura y de
espada vengativa, siempre es un Pomerand, evidentemente enderezador
de entuertos. Ese fantástico folletín, con una cantidad asombrosa de in
genuidades y disparates, escrito además con un estiló poco hábil y re
dundante, sitúa todos los episodios en un lapso de tiempo muy breve,
que va de 1523 a la masacre de San Bartolomé. Todo queda vinculado.
3. LOS COMBATES MALINTENCIONADOS
¿Por qué debemos callar el hecho político? ¿Hay que olvidar que
esa expedición, punitiva sin duda pero también de conquista, no fue de
ningún modo un accidente aislado, únicamente provocado por el deseo
LOS COMBATES MALINTENCIONADOS 253
preponderante a los franciscanos que tanto habían hecho por ellos du-
rante ia conquista del reino de Nápoles; hicieron construir o embellecer
su iglesia de San Lorenzo Maggiore, donde se colocaron los primeros
monumentos funerarios de la familia, la iglesia de Sant’Eligió, y luego
la de Santa Clara y el convento de las clarisas.15
También es interesante recordar que, en ocasión de esa cruzada
contra Nápoles, los ejércitos franceses, seguros de su derecho, llevaron
a cabo atrocidades tan grandes como las que se habían producido ante- 1
rioimente contra los albigenses. Al día siguiente de su victoria en Ta-
gliacozzo (1268), los caballeros y soldados de a pie consiguieron
alcanzar al joven príncipe alemán Conrado,' de dieciséis años, y lo ma
sacraron, a él y a numerosos nobles de su séquito, allí donde les halla
ron. Esa bajeza, una acción estrictamente política que tenía por objeti
vo la exterminación de la dinastía rival y de su clientela más próxima, se
escudó tras el pretexto del servicio a Dios y de la defensa de la Iglesia.
La cruzada era una guerra «justa» y «buena». Las llamadas y palabras
de ánimo del sumo pontífice se invocaron en todo momento. Los caba
lleros franceses y sus aliados hacían alarde de tener la conciencia lim
pia. Sus grandes hechos de armas fueron celebrados por ese papado so
metido a la dinastía capeta y fueron cantados por los trovadores y por
los pintores; en una casa de los hospitalarios, en Pemes-les-Fontaines,
una serie de pinturas murales realizadas en eí mismo momento de la
conquista (1285) reproducen la leyenda de Guillermo de Orange y va
rias escenas de la vida de Carlos de Anjou, acompañados por figuras de
la Virgen y de san Cristóbal llevando a Cristo. Se trata de una obra
de pura propaganda al servicio de esa guerra de Francia contra el imperio
por el dominio del reino de Nápoles. Como ocurrió en el caso de los al
bigenses, el enemigo era a la fuerza hereje. Aunque la expedición no
podía de ningún modo invocar la existencia de una corriente religiosa
marginal ni el mínimo intento de desobediencia dogmática respecto a
Roma, los alemanes y sus partidarios italianos, los gibelinos, fueron
acusados de herejía y fueron perseguidos como tales. En Nápoles, Car
los II, rey devoto, muy próximo al movimiento «espiritual» de los fran
ciscanos y gran constructor de iglesias, instaló a los dominicos en un
gran convento dedicado a san Pedro Mártir; ahora bien, esa dedicación
atestigua una voluntad, puesto que ese Pietro di Verona, fallecido en
1252, fue santificado —por haber luchado tan vigorosamente contra la
16. Gesta et chronica.... Ludovici VIII ... (Recueil des Historiens des Gaules et de
la France, vol. 17), 1878.
256 LA IGLESIA: OTRAS LEYENDAS, OTROS COMBATES
5
¿Por qué han quedado por lo general silenciados los aspectos polí
ticos de esa triste cruzada? ¿Quizá porque, desde hace siglos, a los his
toriadores franceses les ha repugnado ofrecer una mala imagen de toda
acción destinada a ampliar el «pré carré» de los capelos?
L a In q u is ic ió n : e x a g e r a c io n e s y o l v id o s
17. Todo lo que precede, citado pon J. Guiraud, Histoire p a rtid le p. 303, e In-
troduction del capítulo sobre la Inquisición.
LOS COMBATES MALINTENCIONADOS 259
es sin duda su crimen más abominable a los ojos de esos autores, peda
gogos y especialistas del adoctrinamiento de los niños. No hay nada
más condenable que los ataques contra la libertad de pensamiento...
¿Es inoportuno preguntarse si esos redactores de manuales, a sueldo
del Estado y de una corriente de opinión determinada, se cuestionaron
si el aporreamiento intelectual, el terrorismo cultural impuesto por sus
libros y por los maestros que los citaban, dejaban a los alumnos la fa
cultad de pensar sanamente y de elegir sus propias opiniones?
Las persecuciones y condenas no ofrecen ninguna duda. Pertenecen
a la historia de esa dura conquista de los bienes y de los espíritus que se
abatió de un modo tan severo, y a veces tan cruel, sobre las regiones del
sur. Sin embargo, la Historia no se hace de la evocación de imágenes
monstruosas. La Inquisición, su establecimiento y su organización, sus
procesos y sus sentencias, exigían evidentemente un estudio minucio
so. Ello se llevó a cabo de un modo ejemplar,18 pero al parecer en vano
puesto que los mismos cuadros y los mismos temas siguen reapare
ciendo regularmente; sobre todo, se olvidan con facilidad determinados
aspectos de esa acción represiva, que sin embargo son importantes.
Las conclusiones de estudios recientes aportan muchos elementos
nuevos.19 No sólo completan un análisis a menudo reducido a simples
trazos y demuestran, por ejemplo, que los dominicos cedieron el paso
en muchas ocasiones a los obispos, que generalmente fueron los res
ponsables. Ño sólo afirman que el número de los ajusticiados era muy
inferior a las cifras que generalmente se habían ofrecido y, en todo
caso, muy inferior al de las ejecuciones y asesinatos perpetrados du
rante otros grandes dramas de nuestra historia —citados de un modo
discreto por los mismos autores, que, en esos casos, sí encuentran mu
chos argumentos para explicar, matizar y justificar determinados he
chos. También, y sobre todo, han intentado llevar a cabo un análisis
18. C. Molinier, L ‘Inquisition dans le midi de la France a u x xme e t XIV e siècles , Pa
ris, 1880; C. Douais, «Les sources de l’inquisition dans le midi de la France au xme et au
xivc siècle», Revue des Questions Historiques (1881), pp. 383-459; J.-M. Vidal, Le Tribu
nal de l'inquisition de Pamiers, Toulouse, 1906.
19. Y. Dossat, Les Crises de l’inquisition toulousaine au xm e siècle (1233-1273),
Burdeos, 1959; J. Duvemoy, éd., Registre d’inquisition de Jacques Fournier, 3 vols.,
Toulouse, 1965; J. H. Mundy, The répression o f Catharism at Toulouse. The royal D i
ploma o f1279, Londres, 1985; G. Heeningsen y J. Tedeschi, The Inquisition in early mo
dem Europe, Northern Blinois University Press, 1986; A. Dondaine, Les Héresies et l’in
quisition aux xne-xme siècles, documents et études, Y. Dossat, éd., 1990.
260 LA IGLESIA: OTRAS LEYENDAS, OTROS COMBATES
i
4. LA USURA Y EL TIEMPO DE LOS TABÚES
Así pues, el hombre de la Edad Media vivía abrumado por una re
ligiosidad ciega y por un gran número de supersticiones ridiculas que le
prohibían cualquier libre arbitrio y que estrangulaban la sociedad con
un collar de obligaciones y de tabúes. Esta es la idea que generalmen
te, y desde hace mucho tiempo, se ha admitido y sostenido en un gran
número de obras serias.
Una demostración de ello, entre muchas otras, sería la prohibición y
la condena de la «usura», es decir, según la terminología de la época, no
sólo de los préstamos con tasas de interés muy elevadas, sino de todo tipo
de préstamo que aportara beneficios del tipo que fueran. En el terreno de
los análisis económicos y sociales, ese esquema se podía describir de una
manera simplista, y los autores más preocupados por enunciar principios
generales que por descubrir realidades cuyo estudio es a veces difícil ex
trajeron las conclusiones que todos conocemos: la Iglesia prohibía, na
die se atrevía a realizar esas actividades, y los buenos cristianos —de
buen grado, por convicción, o por temor al castigo o incluso al fuego del
infierno— se abstuvieron de practicar préstamos de dinero e incluso
cualquier práctica contable o escrituraria que implicara un beneficio de
ese tipo. El hombre debía trabajar con sus manos para expiar el pecado
original, «ganarse el pan con el sudor de su frente»; las riquezas adquiri
das de otro modo olían a azufre, y de ahí el adagio de que «les écus ne
peuvent faire d’autres écus» (de los escudos no salen otros escudos).
Los judíos, situados fuera de esa ley general, marginales, extran
jeros, despreciados y detestados por ello, eran los únicos que podían
arriesgarse a practicar la usura. Evidentemente someticos a todo tipo de
azares y de persecuciones, y temiendo siempre, con razón, la confisca
ción de sus bienes por parte del rey o del príncipe, sólo concedían prés
tamos de dinero a cambio de fianzas elevadas —a menudo confiscadas
LA USURA Y EL TIEMPO DE LOS TABÚES
263
_ al fin y ai cabo— y al precio de intereses prohibitivos. Esas exigencias
pesaban mucho sobremos campesinos, ya arruinados por los «impues
tos» señoriales, obligados a menudo a pedir dinero prestado en la épo
ca de la siembra o sobre todo entre dos cosechas, e incapaces a veces de
reembolsar el dinero a tiempo. Consiguientemente, esos campesinos
acababan siendo poco a poco desposeídos de sus campos, de su ganado
o incluso de sus herramientas.
En el mundo de los negocios, entre los mercaderes y los artesanos,
el malestar que provocaban esas prohibiciones formales era enorme, y
esos tabúes explicarían muchos arcaísmos y muchas insuficiencias: sin
préstamos ni capitales no había fluidez de dinero, los medios eran redu
cidos, y la economía se mantenía en un estadio en definitiva «primario»,
es decir «primitivo» (para algunas épocas podemos hablar incluso de
economía «cerrada» o «de subsistencia»), artesanal en todas sus prácti
cas, y en todo caso nunca capitalista ni tan sólo precapitalista. Se produ
cían pequeñas transacciones, familiares si era posible y dentro de un pe
queño radio de acción; transportes que se limitaban a productos de lujo
y en forma de caravanas, sin duda por miedo al bandidaje de los seño
res, o bien en pequeñas embarcaciones constantemente amenazadas por
las tormentas p los piratas... Esa fue la tesis sostenida, sin pruebas que la
apoyaran pero muy satisfactoria para el espíritu, por Wemer Sombart en
los años 1900-1930;20una tesis completamente desmantelada posterior
mente por innumerables trabajos, no de filósofos de la Historia sino de
verdaderos investigadores. Sin embargo, esa tesis sigue gozando de un
papel principal y sigue inspirando muchos discursos y manuales.
La construcción que ve en el desconcierto o en la irritación de los
hombres de negocios uno de los orígenes de la Reforma se inscribe
dentro de la misma lógica de pensamiento y está guiada por la misma
ceguera ante los hechos. Ante la imposibilidad de dirigir sus negocios
de un modo apropiado, de emprender tráficos más amplios, y de bene
ficiarse según su conveniencia de los préstamos e inversiones, los mer
caderes cuestionaron seriamente esa Iglesia responsable de tantos obs
táculos; se alejaron de las tradiciones, de la ortodoxia en definitiva, e
impulsaron una Reforma, es decir, una nueva Iglesia contra Roma. Eso
es lo que han afirmado, siguiendo a Max Weber (1864-1920),21 nu
merosos teóricos alemanes y numerosos émulos suyos a continuación.
20. W. Sombart, Le Capitalisme moderne , 1902; LesJuifs etla vie économique, 1911.
21. M. Weber, L ’Éthique protestante et l’esprit du capitalisme, 1964.
264 } LA IGLESIA: OTRAS LEYENDAS, OTROS COMBATES
El usurero reparaba sin duda sus errores: hacía donaciones a ios po
bres y para obras caritativas, pero io más corriente era que en el ocaso
de su vida, en el momento de redactar su testamento, privara a sus hi
jos de una parte de la herencia y les legara el cuidado de distribuir li
mosnas y legados a los hospitales o a los conventos; su generosidad se
dirigía a menudo a los hermanos mendicantes que, entre los doctores de
la Iglesia, habían sabido aceptar mejor la necesidad de las prácticas fi
nancieras. en la dirección de los negocios y habían propuesto una flexi-
. bilidad razonable en las prohibiciones. A esas reparaciones po st mor -
tem debemos grandes realizaciones sociales, como el hospital-hospicio
fundado en Prato por Francesco di Marco Datini; 22 o bien la escuela de
gramática y de ábaco instituida por el usurero milanés Tomaso Gras-
si; 23 y sobre todo, en Padua, la capilla llamada de los Scrovegni, de
corada con las célebres pinturas murales de Giotto (en 1304-1305) y
construida con el dinero legado a los hermanos gaudenti, de la Ordini
dei militi di Maria Vergina G loriosa , por el mercader Enrico Scroveg
ni para redimir los pecados de su padre Rinaldo, usurero notorio.24 Se
trataba, pues, de reparaciones individuales, fuera de toda represión ju
dicial.
N e g o c io s y s u b t e r f u g i o s
28. J. Heers, Le livre de comptes de Giovarmi Piccamiglio , homme d.' ajfaires gé-
nois (1456-1460 ), París y Aix-en-Provence, 1959, cuadros y gráfico pp. 50-52.
29. J. Heers, «Les Génois en Angleterre; la crise de 1458-1466», en Studi in onore
di Armando Sapori, Milán, vol. I, 1957, pp. 809-832. Ésos préstamos, relativamente nu
merosos, proporcionaban un interés anual del 14 por 100.
268 LA IGLESIA: OTRAS LEYENDAS, OTROS COMBATES
L A U S U R A IN D E C E N T E
Hay que revisar, antes que nada, la posición social de los israelitas
en los distintos países de la Europa cristiana. Las comunidades judías
no estaban a la fuerza excluidas, netamente separadas, acantonadas en
una judería (la palabra gueto aparece más tarde), en un barrio cerrado,
o en todo caso cuidadosamente aislado. En determinadas regiones, en
las ciudades de Provenza por ejemplo, ocurría todo lo contrario: los ju
díos vivían casi siempre en diversos sectores de la ciudad, y a veces
eran vecinos de los cristianos.35 El estudio de esas implantaciones to
pográficas todavía no se ha realizado de una forma precisa para todas
las ciudades; sin duda nos depararía algunas sorpresas...
38. Neri di Bicci, Ricordanze (10 marzo 1453-24 aprile 1474), B. Santi, ed., Pisa,
1976, pp. 5 ,1 6 ,1 7 , 32, 36, 77 y 155.
39.. P. Wolff, «Le problème des Cahorsins», Armales du M idi (1950), pp. 229-238;
Y. Renouard, «Les Cahorsins, hommes d’affaires français du xm' siècle», Transactions
ofthe Royal H istorical Society {1961), pp. 43-67; C. Piton, Les lombards en France et à
Paris , París, 2 vois., 1892-1893; L. Gauthier, Les lombards dans les deux Bourgognes,
Paris, 1907; V. Chomel, «Communautés rurales et casanes lombardes en Dauphiné. Con
tribution au problème de l’endettement des sociétés paysannes du sud-est de la France au
bas Moyen Âge», Bulletin de la Commission Historique (1951-1952).
1 LA USURA Y EL TIEMPO DE LOS TABÚES
273
U su r e r o s q u e e r a n b u e n o s c r is t ia n o s y b u e n o s b u r g u e s e s
43. A. Grunzweig, «La garantie du crédit non commercial dans la région de París au
temps de Philippe le Bel», en Studi in onore di Amintore Fanfani, Milán, vol. n, 1962,
pp. 527-546; G. Bigwood y A. Grunzweig, Les Livres de comptes des Gallerani, Bruse
las, 2 vols., 1969.
LA USURA Y EL TIEMPO DE LOS TABÚES
45. E. Foumial, Les villes et Véconomie d ’échange en Forez aux xin* et xrve siècles,
París, 1967, pp. 209 y ss.
46. A. Bouton, Le Maine. Histoire économique et sociale, vol. II, Le Mans, 1972,
pp. 102-103.
47. G. Sîvéry, Histoire de Lille, vol. I, Lille, 1970, pp. 192 y ss.
48. M.-T. Caron, «Vie et Mort d’une grande dame: Jeanne de Chalón, comtesse de
Tonnerre (vers 1388-vers 1450)», Francia (1981).
49. R. B. Pugh, «Some Medieval Moneylenders», Spéculum (1968), pp. 274-289.
LA USURA Y EL TIEMPO DE LOS TABÚES
* 279
Brie, Jean de: Art de la Bergerie, 166 ciudades: conexiones con el medio rural,
Brizard, G., 116 197-222, 223-224; guerras entre, 217-
Brunelleschi, Filippo, 55, 59 219; paz en las' 219-220; poder de los
Bruni, Leonardo: Historia del pueblo flo ricos en las, 212-216
rentino , 98 clero, véase Iglesia medieval
Burckhardt, Jacob, 72, 78, 107 Cliquot de Blerwache, S., 116
Burdeos, 220 Cocci, Marcantonio, véase Sabélico, Mar
burgueses, 207, 210, 212-214, 216, 227, co Antonio
228; colaboración con los judíos, 271 cofradías religiosas, 203-204,214,220,221
Burgundio, 88, 89 Colón, Cristóbal, 34,228, 236-237
Byron, George Gordon, lord: Dos Foscari, Colonna, familia, 49
77; Marino Faliero, 77 comunidades rurales, 202-204; contabili
dad de las, 204-205
Constantinopla, 31, 32, 63-64, 86
campesinos, 155-158; alodios, 176-178, Cosme el Viejo, 57
182; derecho de ban, 202; niveles de ri cottagers, 184
queza, 181-184; préstamos a los, 279; Crescenzi, Pietro de’: Ruralium Commo-
propietarios, 176-178; vinculados a la dorum Libri duodecim , 166
gleba, 180-181 Crisolora, 63
campo: conquista de las libertades en el, cristianismo, 233-234, 237; advenimiento
200-201; contra las ciudades, 197-222 del, 48-49
capitalismo, advenimiento del, 36-37 cruzadas, véase albigenses; Aviñón; Ná
Capitolio romano, 100-102; leyenda del, 104 poles; Toulouse
Carlomagno, 46, 61-62, 90
Carlos de Anjou, 33,51-52,253, 254
Carlos II de Nápoles, 253, 254 Dante Alighieri, 34, 50
Carlos IV de Luxemburgo, 50 De Rossi, Giovanni-Batista, 105
Carlos VI, rey de Francia; 276 Delavigne, Casimir, 125
Carlos VII, rey de Francia, 39 Della Francesca, Piero: Retrato de Segis
Casa di San Giorgio, banco de la, 192 mundo Malatesta, 139
Casio Baso: Geopónicas , 89 Della Rovere, cardenal, 102
Castiglione, Baltasar, 62 derechos feudales, 113-114, 116, 118,119,
Castiglione, Rafael, 62 142-151,160, 187; de la primera noche,
Catalina de Siena, 249 146-147; de manos muertas, 148; de
cátaros, 258,261 prélassement, 148-149; de ravage, 148
Cellarius, véase Keller, Christophe Desmoulins, Camille, 117
Cellini, Benvenuto, 77-78, 101; Vida, 77, Desnos, Olodant: Mémoires historiques sur
107 la ville d’Alengon et sur ses seigneurs,
Cennini, Cennino: II libro dell’arte , 58 116
Ceres, templo de, 96 Dictionaire de laféodalité, 128-129
Chamoux, François: Grèce, 198 Diderot, Denis, 115
Champagne, 64,180, 277; ferias de, 39 Diocleciano, termas de, 96
Chaunu, Pierre, 198 Donatello, Donato de Betto Bardi, 60,71
Cien Años, guerra de los, 41, 136-137,- Duby, Georges, 178,202, 209
180,186, 220, 261,278 Dulaure, J. A., 126-127, 130
Cimabue, 68 Dumas, Alexandre, 123
Ciriaco de Ancona, 63 Durero, Alberto, 58, 68
288 LA INVENCIÓN DE LA EDAD MEDIA
Prólogo ....................................................................................... 9
1. Sobre el r ig o r .......................................................................... * 23
La historia y las m o d a s ....................................................... 23
Polígrafos o especialistas....................................................... 25
Artificios y convenciones: la elección de los períodos . . 27
S e g u n d a pa r te
T ercera pa r te
C u a r t a pa r te
C o n c lu s ió n ................................................................................ 280