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Clase Ciudadania 1
Clase Ciudadania 1
El hablar la ciudadanía implica tener una noción de los cambios que esta tuvo en las
civilizaciones o en las etapas de la historia contextualizadas en sus respectivas épocas y
ubicaciones ; ya que nos dan una referencia clara , como el fin que esta monografía indica ,
sobre el desarrollo que ha tenido la ciudadanía hasta la actualidad . Para eso tenemos que
ahondar en las que son más resaltantes e influyentes en la ciudadanía actual.
La ciudadanía en la antigüedad.
Esparta era una oligarquía donde la soberanía recaía en los ciudadanos más ricos, y, Atenas
una democracia donde las categorías sociales más bajas también participaban de las
instituciones políticas y de la vida en común de la ciudad-estado.
Sobre esto, Arendt (1988), argumentó: “La igualdad en la polis griega era un atributo de la polis
y no de los hombres, los cuales accedían a la igualdad en virtud de la ciudadanía, no del
nacimiento”. p. 31.
Formándose una concepción de Esparta, para la ciudadanía se daba desde que nacían, pero
dichos derechos no eran válidos si es que no pertenecías a una de las dos instituciones
obligatorias impartidas por la constitución, la agoge y la phiditias. La agoge se encargaba de
instruirlos de forma militar, de ahí provenía su alto poderío militar; por otro lado, la phiditias se
encargaba de la educación. Si no se llegaba a contribuir a la phiditias, perdías la condición de
miembro más la pérdida de la ciudadanía: atimia. Los espartiatas que reunían todas estas
condiciones asumían el grado de igualdad llamados en ese tiempo: hoi homoioi. Los
espartanos poseían una estructura social donde los ilotas y periecos poseían la posición más
degradante que es la de ser esclavo: ilota.
Tuvieron un punto en su constitución muy curioso que cabe la pena resaltar para explicar la
ciudadanía espartana que básicamente la refleja. Es en la constitución de Licurgo se procuró
abiertamente la prosperidad para los valientes y la desgracia para los cobardes. De ahí
podemos ver la deshonra que tenían los que no llegaban a sacrificarse por lo que es bastante
justificable por qué se poseía un gran heroísmo en la ciudad espartana.
Muy por el contrario, tenemos a Atenas que poseía una ciudadanía muy resaltable que no se
ve actualmente, ya que cualquier ciudadano podía intervenir y debatir sobre las decisiones
política-militar que se proponía en cada convocatoria y/o asamblea, dándose esto se daba en
el transcurso de toda su vida. Ellos apreciaban mucho esta participación, y además por ella
llegaron hasta recibir un salario, misthós. Los tribunales eran formados por seis mil ciudadanos
mayores de treinta años, que se presentaban para ser jurados, estas dos instituciones eran las
que realmente tomaban las decisiones en Atenas; las demás magistraturas, también
desempeñadas por ciudadanos, se limitaban a ejecutar y administrar estas decisiones, todo
magistrado era inspeccionado antes (dokimasia, examen) y después (euthynai, rendición de
cuentas) de desempeñar cualquier cargo.
Tambien tenian relaciones entre ciudadanos por medio de las creencias y fiestas en honor a
sus dioses como fueron las fiestas Dionisias; en honor al dios Dionisio; las Targelias; fiestas
dedicadas a los dioses Apolo y Artemis; las Panateneas, fiestas en honor de Atenea; incluso
hubieron muchas. Solamente los ciudadanos participaban de esta intensa vida en común, con
todo un abanico de derechos y obligaciones, que hicieron que la vida pública del ciudadano
brillará como nunca más se ha visto. Podemos recoger las palabras de Pericles, que ya
anunciaba que serían admirados por sus contemporáneos y por las generaciones futuras.
El modelo romano no fue estático, sino que evolucionó en varias y diferentes fases. El
ciudadano vivía bajo la esfera del Derecho romano, tanto en la vida privada como en la pública.
Se transmitía por vía paterna, de modo que cualquier hijo de ciudadano obtenía nada más al
nacer, de forma automática, el estatus de ciudadanía. El título de ciudadanía contó en Roma
republicana con bastante prestigio. Los derechos que confería no eran tantos y como es
natural, de obligaciones: bajo la esfera de los deberes se incluían, básicamente, la realización
del servicio militar y el pago de determinados impuestos; en cuanto a los derechos, el que tiene
que ver con pagar menos impuestos que aquellos que no eran ciudadanos era el más
destacable fuera del ámbito estrictamente político un ciudadano podía realizar diversas cosas:
casarse con cualquiera que perteneciera a una familia a la vez ciudadana; negociar con otros
ciudadanos; un ciudadano de provincia podía exigir ser juzgado en Roma si entraba en
conflicto con el gobernador de la provincia de residencia, etc. En el ámbito más político, la
ciudadanía implicaba tres tipos de derechos: votar a los miembros de las Asambleas y a los
magistrados, poseer un escaño en la Asamblea y poder convertirse en magistrado. Pero, como
señala Heater (2007): “detrás de las obligaciones específicas que conllevaba la ciudadanía se
encontraba el ideal de virtud cívica (virtus),que era similar al concepto griego de areté”. p.63.
Indicando que no todo se reducía a algo formal, sino que funcionaba algo más profundo, el
status que se poseía por ser parte de este gran imperio que te habría puertas a muchas cosas
interesantes en dicha época antigua.
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Pertenecer a la realidad romana era motivo de orgullo, como puede verse en la declaración
“Civis Romanus sum” (soy ciudadano romano); en este caso podríamos decir que la condición
de ciudadanía imprimía en el individuo unos atributos más vinculados al reconocimiento social
que una efectividad de ejercicio sociopolítico. Luego, Cayó amplió la ciudadanía a los latinos
que vivían en la misma península itálica o en las colonias. Posteriormente, el general Mario,
nombrado cónsul el año 105 a.C., lleva a cabo una extensión de la ciudadanía a todos los
miembros del ejército, que eran de procedencias muy diversas. Después de una sublevación
del año 90, la condición de ciudadanía fue ampliada a todos los pueblos itálicos. La época que
significa el tránsito al modelo de Principado y su consolidación fue la más importante de todas.
En el Principado, se resolvió el problema de tener en el Imperio dos códigos legales: uno para
los ciudadanos romanos (que incluía a los pueblos itálicos) y el otro para los habitantes de los
pueblos conquistados.
En el año 338 a.C., con motivo de sus ya múltiples conquistas, Roma puso en funcionamiento
un nuevo tipo de ciudadanía, de segunda clase, una especie de semiciudadanía, que no
implicaba los mismos derechos que los de la de primera clase. Por ejemplo, el derecho al voto
no estaba incluido, lo que, entre otras cosas, impedía que uno pudiera convertirse algún día en
magistrado. También, para evitar conflictos con pueblos vecinos que ambicionaban la
ciudadanía romana, y como modo de obtener su lealtad, se aprobó la llamada lex Julia (90
a.C.), que otorgaba una ciudadanía recortada a cientos de miles de personas de toda la
península itálica; como lo señala Heather (2007): “La ciudadanía romana era ahora algo
parecido a un estatus ‘nacional’, en ningún caso limitado geográficamente a la ciudad de
Roma”. p.69.
Donde podemos extrapolar que esta ciudadanía romana pasó a ser algo ya no inalcanzable
para los habitantes de los territorios colindantes a Roma.
Transición a la modernidad
La caída del Imperio Romano acabó en la práctica con la ciudadanía, pues la autocracia
bizantina no le dio margen de maniobra; también, los pueblos bárbaros que conquistaron
Europa se romanizaron progresivamente y adoptaron la fe cristiana. Al abandono de la
ciudadanía corresponde el olvido de la idea de democracia, que, tras el experimento griego, es
sustituida por otros modelos políticos menos igualitarios. A pesar de ello, la idea esencial de
ciudadanía nunca pudo ser erradicada y permaneció hasta que, ya en épocas más recientes,
fue redimensionada y puesta de nuevo en funcionamiento teórico y práctico.
Dicha ciudadanía fue cambiante tomando inicialmente una postura cristiana, lo que lleva a
explicar la estructura jerárquica adoptada por la Iglesia católica, la cual no predisponía a que la
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ciudadanía pudiera arraigar con cierta fuerza. La caída del Imperio provocó que los obispos
asumieran no sólo el poder espiritual sino también el político en cada diócesis. El cristianismo
adoptó una posición poco mundana, en el sentido de que se despreciaba e infravaloraba la
vida en el mundo material, la vida no es una finalidad en sí misma y, aunque tampoco se
rechace el vivir en comunidad, no se valoran fuertemente algunos de sus aspectos más
característicos. El cristianismo advierte de la inevitable corrupción que caracteriza al mundo
temporal; el mundo verdadero, en este sentido, no puede ser el real, donde los hombres viven
unos al lado de otros.
Sobre esto se ve escrito en la biblia, Juan (18:36): “Respondió Jesús: mi reino no es de este
mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuese
entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”.
Que nos indica que la vida en este mundo solo es un camino hacia la verdadera vida y que se
adoptó una posición poco mundana, en el sentido de que se despreciaba e infravaloraba la
vida en el mundo material pues supuestamente había un reino donde si lo hacía.
Mientras que, como ya hemos dicho, en el mundo griego la virtud se daba en el ámbito de la
poli, de la vida en común, en el cristianismo, aunque hay una fuerte vida comunitaria, no se
trata en este caso de una comunidad política, sino religiosa, con todo lo que ello conlleva. La
idea de justicia, viene a ser basada en la moral cristiana, es decir, lo que afecte a tu entrada el
reino de los cielos. San Agustín (s. IV-V) fue el autor que, dentro del cristianismo, dio un mayor
peso a esta concepción, que ya partía de los orígenes de esta religión. Sin embargo, Santo
Tomás (ya en el siglo XIII) no es tan duro como Agustín al referirse a la realidad terrena, pues
cree que ésta es, en cierta manera, la expresión de la voluntad divina; por tanto, no puede ser
tan nociva y, en consecuencia, debería ser atendida de forma seria. En este cambio de actitud
dentro del cristianismo fue decisiva la recuperación, por vía árabe y judía, de la figura de
Aristóteles, olvidada durante muchos siglos en Europa.
Ciudadanía contemporánea
Podemos ver en esta etapa de la ciudadanía un cambio respecto a la forma de ver dicha
atribución, dejando de ser un símbolo de poder y pasó a tener un aspecto territorial que se
basa en el concepto de Estado-nación donde las fronteras nos alejan más y más. Dejando de
tener el control de un rey “propietario de todo” pasando a consolidarse la burguesía como
núcleo burocrático de un Estado centralizado. Acabando así la servidumbre feudal, limitando el
ámbito de las dependencias personales y expulsando masas de población hacia formas de
trabajo asalariado o hacia el bandidismo y el vagabundaje.
Los derechos fundamentales ya no son derechos de ciudadanía sino derechos de las personas
independientemente de su ciudadanía: derecho al lugar de residencia donde uno tiene
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relaciones sociales, derecho al espacio público y a la monumentalidad, derecho a la movilidad
y accesibilidad, derecho al empleo y salario ciudadano, a la intimidad y a la elección de
vínculos personales, etc.
Concepto
Durante el transcurso de los tiempos el concepto de ciudadanía ha pasado por diferentes
definiciones, hablando de ciudadanía mundial, ciudadanía política, ciudadanía económica,
ciudadanía indígena, ciudadanía intercultural, ciudadanía nacional, y hasta ciudadanía global.
Sin embargo, en forma simplificada se puede mencionar cinco etapas o cambios que tomó el
concepto de ciudadanía.
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igualdad con los deberes de la solidaridad. En este sentido, el concepto de c. se une al de
democracia, y se caracteriza por la necesidad de conciliar las exigencias de la participación con
las de la gobernabilidad, por un lado, y por el otro, las de la justicia y con las del mercado.”
(Galeazzi, 2008: 168).
Elementos de la ciudadanía
■ Elementos civiles: Derechos básicos de libertad, asociados con los tribunales de la justicia.
■ Elementos políticos: Derechos de participación, asociados con los poderes legislativo y
ejecutivo.
■ Elementos sociales: Derechos a un mínimo bienestar, asociados con los servicios sociales.
■ Elementos culturales: Patrimonio cultural común que define a la comunidad respecto a la
sociedad que lo rodea.
Los elementos de la ciudadanía se basan en los valores éticos (la dignidad de la persona)
ligados con la participación, la convivencia en la sociedad.
Tipos de ciudadanía
Ciudadanía formal. La ciudadanía formal es, en virtud del internacional, lo que indica la
nacionalidad, pertenencia a un Estado-nación, por ejemplo, una persona con nacionalidad
peruana. Pero ser ciudadano formalmente de un Estado-nación no indica qué clase de
derechos se ostenta, en qué condiciones y cuándo se dejan de garantizar. La ciudadanía
formal significa bien poco, sobre todo si la enfrentamos a la sustancial.
Ciudadanía en la emigración. Esta concepción no cataloga a las personas que migran como
ciudadanos formales ya que no pertenecen legalmente a la región, sin embargo, quienes
procedan legalmente a establecerse son considerados ciudadanos.
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Como afirma el filósofo Pablo Salvat “La lenta maduración de la conciencia de la humanidad en
torno a la necesaria promoción de los derechos humanos concurre al mismo tiempo en que se
desarrolla una dialéctica de modernidad y/ modernización a escala planetaria, la que a fines de
siglo, parece inscribir en su frente un sentido y orientación unidimensional” (2000). Se puede
confirmar que la ciudadanía inicia con los derechos humanos que no solo se limita a los
individuos, sino también entre los Estados y los entes internacionales. Para esta mención se
cita a Thomas Merton quien dice: “No vamos a resolver los problemas sociales de la
comunidad, a menos que los resolvamos en términos universales”, Es decir que los derechos
humanos necesitan de una democracia incluyente, es decir proteger los derechos de los más
desprotegidos y vulnerables, velando por la responsabilidad pública.
Analiza el desarrollo de la ciudadanía desde tres puntos de vista: desde el desarrollo de los
derechos civiles, derechos políticos y derechos sociales. Esto lo hace en función del desarrollo
histórico de los siglos XVIII (Derechos Civiles); siglo XIX (Derechos Políticos) y siglo XX
(Derechos Sociales). Su contribución distintiva fue la introducción del concepto moderno de
Derechos sociales (accedidos no sobre la base de pertenecer a alguna clase social o
necesidad, sino por el hecho de ser ciudadano). Proclamó que sólo exista la ciudadanía plena
cuando se tienen los tres tipos de derechos, y que los mismo no dependen de la clase social a
la que se pertenezca, pero que su otorgación no implica la destrucción de las clases sociales y
la desigualdad.
Marshall centró su análisis sobre Inglaterra, precisando que los tres tipos de derechos (civiles,
políticos y sociales) evolucionaron a diferentes ritmos en el transcurso de doscientos o
trescientos años; muestra que los primeros en desarrollarse fueron los derechos civiles
(libertad individual, libertad personal, libertad de palabra y de conciencia, derechos de
propiedad, derecho de contratación y la igualdad ante la ley); los derechos políticos
(participación en el ejercicio del poder político como elector o representante de los electores) se
desarrollaron a continuación, en tanto que la lucha por su expansión ocurrió fundamentalmente
durante el siglo XIX hasta el establecimiento del principio de ciudadanía política universal. Las
luchas por los derechos sociales empiezan a finales del siglo XIX y se desenvolvieron a
plenitud durante el siglo XX. La visión de Marshall concluye que estos grupos de derechos
forman una especie de peldaño o eslabón en dirección de los otros.
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derechos civiles, no debido a la creación de los derechos sociales, sino a través del uso
del contrato en el mercado abierto, no del establecimiento de un salario mínimo y una
seguridad social. (…) Estos derechos civiles se convirtieron para los trabajadores en un
instrumento para elevar su estatus social y económico, es decir, para establecer la
pretensión de que ellos, como ciudadanos, eran titulares de ciertos derechos sociales.
Así, la aceptación de la negociación colectiva no fue simplemente una extensión natural
de los derechos civiles; representó la transferencia de un importante proceso desde la
esfera política a la civil de la ciudadanía. (…) Por lo tanto, el sindicalismo ha creado un
sistema secundario de ciudadanía industrial paralelo al sistema de ciudadanía política, al
que complementa.” (Marshall 1997: 320-321).
De lo citado, se indica que la Ciudadanía y las clases social están altamente ligados, y esto
busca cambiar con una idea igualitarista. De lo argumentado se puede también mencionar
conflictos que existen con la teoría de Marshall sobre la Ciudadanía y clase social. Moore
reflexiona acerca de las rutas de acceso a la modernización y plantea tres carriles de transición
a la modernización económica (Moore, 1973: 8-9). En su obra, Moore criticó a Marshall por
haber presentado el desarrollo de los derechos como algo que ocurrió suavemente y sin
conflictos de clases. Es decir, para él tanto la dictadura como la ciudadanía y la democracia
tienen un origen social y son productos de luchas históricas. La ciudadanía se desarrolló de
conflictos históricos y menos en otros momentos (Moore, 1973: 26).
El enfoque de ciudadanía en Marshall no solo fue tachado por su ausencia de conflictos sino
también por ser evolucionista e irreversible. Otras de las críticas que recibió Marshall es por su
orden metódico debido a que se basó su argumento en torno a la ciudadanía, esta es la
postura de Anthony Giddens; Este autor sostiene que se presencia una lógica secuencial
natural, por ello se ignoran las peleas que se realizaron para obtener los derechos civiles y
políticos (Giddens, 1981; Barbalet, 1988).
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la participación, deliberación y acuerdos entre los ciudadanos. La creación de los espacios
públicos facilita la transformación de los dirigentes del gobierno por parte de la ciudadanía.
En forma local, los ámbitos del espacio cultural y espacio territorial se subdividen en los
factores económicos, sociales y políticos. En un ámbito social autónomo, los ciudadanos con
acceso a información y mecanismos de reconocimiento pueden garantizar la formación y
ejecución de las políticas públicas con esto se promueve el crecimiento económico, social y
político y su ejecución en servicios públicos La participación ciudadana utilizando los canales
de comunicación genera capacidades políticas que son derivados de los gobiernos locales.
Los límites de las normas sociales y públicas de la política tienen relación directa con el poder
estatal. Este poder se limita en función al grado de legitimidad que se ha obtenido por la
participación ciudadana. La democracia política proviene del poder político de los ciudadanos,
sin embargo, estos generan un control imperfecto sobre el comportamiento que busca el
bienestar de los participantes políticos. Las normas deben ser homogéneas y rígidas para la
autonomía de los procesos descentralizados que impiden el progreso de los gobiernos locales
para ejercer sus funciones, por ellos es necesario definir y orientar las propias instancias y
mecanismos de la participación ciudadana. Es imposible definir un diseño político efectivo de
descentralización, la mejor infraestructura social y los servicios públicos son de carácter de
urgencia para la participación ciudadana para así mejorar la calidad de vida.
Tanto el voluntarismo como los patrones de la sociedad civil fortalecen los movimientos de
acción ciudadana. Según Caquette y Riechmann, la emergencia de los nuevos movimientos
sociales políticos de la vida cotidiana de los ciudadanos rechazan la opresión y limitación
público-privada y la subordinación ante la clasificación social de parte de la política establecida.
(1998).
Ciudadanía liberal. El modelo liberal de ciudadanía se caracteriza por defender los siguientes
puntos principales:
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en los casos más extremos pueden llegar a favorecer cierta pasividad ciudadana. Todo esto
hace que el modelo liberal sea representacional, es decir, el ciudadano otorga la
representación de sus intereses en una élite política de profesionales.
e) Neutralidad del Estado: como se ha dicho, el Estado debe quedar al margen de las morales
comprehensivas y de las concepciones particulares del bien, y por tanto no debe
posicionarse o intervenir abiertamente en cuestiones éticas.
Entonces podríamos decir sobre este modelo que las garantías individuales son más
importantes que derechos sociales. Según Rawis
“una libertad básica puede limitarse o negarse únicamente en favor de una o más libertades
básicas diferentes, y nunca, como ya he dicho, por razones de bien público o de valores
perfeccionistas. Esta restricción es válida incluso cuando quienes se benefician de la mayor
eficiencia, o al mismo tiempo comparten el mayor número de ventajas, son las mismas
personas cuyas libertades son limitadas o negadas.” (2003: 275)
Ciudadanía republicana. Este modelo ha ido adquiriendo más relevancia debido a algunos
problemas del modelo liberal, en la segunda mitad del siglo XX. Sus autores más
representativos son Habermas, Hannah Arendt, J.G.A. Pocock, Quentin Skinner o Philip Pettit.
a) Idea de libertad: cobra más importancia que en el caso del liberalismo el vínculo del
individuo con la comunidad, aunque sin alcanzar los extremos del comunitarismo. El
individuo puede desarrollar sus fines propios siempre y cuando no entren en clara oposición
con el principio de lo público. Se da una consideración positiva de la participación ciudadana
en cuestiones políticas, precisándose un desarrollo de la llamada “libertad positiva”.
b) Igualdad: el republicanismo no se conforma con un tipo jurídico-formal de igualdad, sino que
exige una igualación más profunda que permita corregir todas las desigualdades posibles.
Se centra más en la igualdad que en la libertad, porque se considera que la primera es
requisito indispensable para la segunda.
c) Justicia: el republicanismo enfoca la justicia hacia el ciudadano, se da más prioridad a los
“derechos del ciudadano” en lugar de los “derechos del hombre”.
d) Ciudadanía deliberativa y activa: se incentiva en este modelo la vertiente deliberativa de la
discusión pública. El objetivo es que la ciudadanía pueda participar en estos procesos de
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interacción dialéctica o, en su defecto, que se mantenga bien informada del contenido de los
mismos. Se pretende una participación general en la dinámica política.
e) La educación del ciudadano: la idea principal es que el ciudadano-demócrata no nace, sino
que “se hace”, y por ello es preciso una educación formativa en este sentido. Se trata de que
el ciudadano se instruya en lo que hace referencia a sus deberes cívicos y políticos, y a que
mantenga una referencia al ideal cívico.
Según Bauman
“Sacar a los pobres de su pobreza no es tan solo un asunto de caridad, conciencia y deber
ético, sino una condición indispensable (aunque meramente preliminar) para reconstruir una
república de ciudadanos libres a partir de la tierra baldía del mercado global.”(2002: 186)
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Entonces podríamos decir sobre este modelo que
● Hay negación y cuestionamiento de la universalidad de los derechos
● Hay exigencia de derechos categoriales y una mayor énfasis sobre las obligaciones hacia
la comunidad
● Este modelo defiende la permanencia de la cultura de la sociedad en la cual ha nacido y
exige al Estado que proteja la permanencia de la cultura y la autodeterminación nacional.
● Las acciones son orientadas por la búsqueda del bien.
En cambio los liberales ortodoxos son muy críticos a la postulación de derechos colectivos
pues ven en ellos una justificación ilegítima para restringir - cuando no atropellar - los derechos
humanos individuales. Según ellos, las colectividades no son sujetos de derechos, sólo los 4
individuos.
Lo que sostienen los liberales es que, justamente, para que las personas que pertenecen a
grupos socioculturales vulnerables puedan ejercer sin restricciones sus derechos individuales -
reconocidos jurídicamente en las democracias constitucionales modernas, es necesario
postular, para esos casos, derechos colectivos especiales. De otra manera, el reconocimiento
jurídico de estos ciudadanos se transforma en letra muerta. En otras palabras, se trata de
asignar derechos colectivos especiales a los grupos vulnerables para desbloquear el acceso al
ejercicio de los derechos individuales de los individuos pertenecientes. De esta manera, los
derechos colectivos, en lugar de entorpecer la actuación de los derechos individuales, se
ponen al servicio de ellos. En buen espíritu liberal, diríamos que los derechos colectivos son
una necesidad y se justifican si, y sólo si, aseguran la vigencia de los derechos individuales.
La ciudadanía no es una condición ahistórica: depende de los contextos. Hay contextos que
son un obstáculo para el ejercicio de la ciudadanía, a pesar de que la ley la reconoce a todos
por igual. Las leyes no traen como consecuencia inmediata la actuación de los derechos.
Generan espacios de lucha por el reconocimiento que deben ser adecuadamente
aprovechados. Para ello es muy importante generar culturas ciudadanas de la participación
política enraizadas en los mundos vitales y en las culturas propias de la gente. Generar
valoraciones, hábitos colectivos, estilos de argumentación racional y saberes prácticos sin los
cuales los espacios públicos de deliberación social no son debidamente aprovechados. La
lucha contra la pobreza no puede ser dirigida y gerenciada desde las agencias internacionales.
Tiene que ser dirigida desde los pobres. Ellos son y deben ser los actores sociales de la lucha
por el reconocimiento de sus derechos en los espacios públicos de las democracias liberales.
Devolverles la ciudadanía no es el fin sino el comienzo de la lucha contra lo pobreza. Es una
tarea a largo plazo que sólo se sostiene y se dinamiza cuando los pobres empiezan a luchar
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por el reconocimiento de sí mismos como ciudadanos, cuando dejan de ser pasivos receptores
de la ayuda de los otros, cuando empiezan a ejercer su autonomía, cuando empiezan a luchar
por el derecho a ejercer derechos y actuar responsabilidades. Los sujetos de los derechos
colectivos especiales son los ciudadanos. Pero hay que tratarlos diferenciadamente para hacer
posible la igualdad de oportunidades pues convivimos en contextos sociales y culturales
fuertemente asimétricos.
Entonces podemos decir que en este modelo se defiende una idea de igualdad interpretada a
partir de lo colectivo, no tanto de lo individual. Se sostiene que siempre hay un grupo
mayoritario que ostenta una posición dominante, y que en ese dominio siempre se da un
elemento de injusticia. Por ello, se pretende en este caso la aplicación de concretas políticas
diferenciales a favor de grupos minoritarios a favor de colectivos marginados de una o de otra
manera a lo largo de la historia (mujeres, negros, homosexuales, etc.). Se trataría, en el fondo,
de medidas de desigualdad, cuya finalidad sería alcanzar una supuesta igualdad plena.
Para alcanzar una sociedad y organización política homogénea, los gobiernos, a lo largo de la
historia, han seguido diversas políticas con respecto a las minorías culturales. Algunas
minorías fueron físicamente eliminadas, ya fuese mediante expulsiones masivas o bien
mediante el genocidio. Otras minorías fueron asimiladas de forma coercitiva, forzandolas a
adoptar el lenguaje, la religión y las costumbres de la mayoría. En otros casos, las minorías
fueron tratadas como extranjeros residentes, sometidas a segregación física y discriminación
económica, así como a privación de derechos políticos. A lo largo de la historia se han
realizado diversos intentos de proteger las minorías culturales y de regular los conflictos
potenciales entre las culturas mayoritarias y las minoritarias.
En este modelo se pueden distinguir tres clases de grupos, de acuerdo a sus derechos
específicos las cuales son:
Grupos desfavorecidos: las cuales deben tener derechos especiales por un espacio de tiempo
determinado, aquí se encuentran las mujeres y los discapacitados
Grupos de inmigrantes y minorías étnicas o religiosas: son acreedores de derechos
multiculturales, y además de forma permanente, por lo que mantendrían su identidad
diferenciada.
Minorías nacionales: prefieren mayor grado de autogobierno que una representación mayor
en el conjunto del estado.
Ante todo, esto podemos decir sobre este modelo que los pensamientos de la mayoría y la
minoría son muy diferentes y que poder homogeneizar la política sería casi imposible.
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Uno de los principios que regula la ciudadanía intercultural es el respeto a la diversidad, que se
logra cuando escuchamos al otro, cuando permitimos que participen no solo en los diálogos,
conversatorios, socializaciones; sino en las decisiones que se tomen.
En una sociedad democrática e intercultural necesitamos escuchar las diversas voces que
emanan de todos los estratos sociales, esas voces que piden, reclaman, aplauden, critican;
entender el porqué de sus opiniones, estudiar el contexto en el que emergen, las razones que
tienen para sus expresiones; es poner el intelecto al servicio de los demás, pero no solo la
parte cognoscente sino la axiológica, donde los afectos, emotividad y valores se confunden con
los conocimientos para comprender y buscar las mejores soluciones.
Una ciudadanía intercultural busca una relación equitativa entre los derechos individuales y
colectivos; que los unos no afecten a los otros. ¿Cómo lograrlo? Buscar el punto de equilibrio,
donde no se perjudique el estatus alcanzado con los derechos individuales, pero a la vez no se
perjudique ni se excluya de los beneficios de los bienes que los estados poseen a las diversas
comunidades, pueblos ancestrales y grupos minoritarios.
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