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El odio visceral de Sinatra hacia la

«maldita» España
En uno de sus escándalos más sonados, el actor y
cantante llegó a comparar a la policía española con la
Gestapo y a jurar que nunca volvería a este «maldito»
país. Lo arrestaron y le obligaron a abandonar la España
del aperturismo, que se le dio tan mal como Ava Gardner
Para Ernst Hemingway, correr los sanfermines era «el cachondeo más loco y divertido que
se haya visto jamás»; para Ava Gardner, un espectáculo que despertaba sus más primitivos
instintos. Ninguno nació en España, pero ambos compartían la atracción por el clima
ibérico, su gusto por el alcohol que se servía en los bares patrios y, por supuesto, la
pasión taurina. Cada uno la disfrutó a su modo: el escritor, plasmando su aventura
pamplonica en el libro «Fiesta»; la actriz, averiguando si los maestros del estoque y el
capote lucían igual de bien sin el traje de luces. España y unas piedras del riñón los unían.
Se cuenta en los mentideros que, después de la operación de la actriz por cólico nefrítico,
Hemingway llevó durante muchos años tal preciada reliquia colgada al cuello.

Como ellos, muchas otras estrellas se trasladaron al país ibérico. El clima, el libertinaje y,
sobre todo, los incentivos fiscales que abarataban los costes de producción abonaron el
terreno para que productores como el judío Samuel Bronston construyesen en España
imperios cinematográficos. Se sucedieron los rodajes, que desbordaban las fronteras de la
capital y el país se convirtió en el Hollywood del Mediterráneo. A todo el mundo le
gustaba esa España, menos a Frank Sinatra, siempre empeñado en hacer las cosas «a su
manera».

Sinatra, con Gardner y amigos en Tossa del Mar - EFE

Cuando el astro italoamericano arribó a España no lo hizo ni por el calor ni por trabajo, sino
por un amor obsesivo. Condenado a no entenderse con el país, por no empezar ni siquiera
empezó con buen pie. Mientras sus compatriotas bebían hasta dejar secos los bares, él llegó
cargado con seis cajas de Coca-Cola. Debió olvidarse el actor y cantante de que al animal
más bello del mundo lo que le gustaba era el champán, como descubrió Mickey Rooney al
divorciarse de la intérprete. Sinatra aterrizó en El Prat en mayo de 1950 y se fue directo a
Tossa del Mar, donde además de rodar la película Albert Lewin, Gardner ocupaba el tiempo
con el torero Mario Cabré. Ya iba el músico predilecto de la Mafia con la mosca detrás de
la oreja, de ahí también las esmeraldas que trajo a España para ganarse el favor de la actriz.
Al final, terminó pidiéndole matrimonio, ahogando ambos en esa tormentosa pasión la
certeza de una relación condenada al fracaso, ya que cuanto más crecía la carrera de
Gardner, más se precipitaba la del astro.

La distancia fue productiva para ambos. Mientras Sinatra ganaba el Oscar por «De aquí a la
eternidad» y obtenía una segunda nominación dos años después por «El hombre del brazo
de oro» (1955), dirigida por Otto Preminger, Gardner suplía su ausencia en otros brazos.
Así, buscó consuelo en otro matador, Luis Miguel Dominguín, del que fue algo más que
una compañera de juergas. Libre del yugo con el que La Voz la cercaba, siempre pendiente
de sus movimientos incluso en rodajes como el de «Mogambo» en África, la actriz se
despendolaba. Consciente del libertinaje de su mujer, La Voz volvió a España, y aunque
probó los placeres que seducían a su esposa, desde los bailes con Lola Flores a las noches
en Villa Rosa, no pudo competir con el embrujo del torero, porque brillaba pero no tenía
traje de luces. Las malas lenguas dicen que alguna noche salieron los tres: el torero,
Gardner y Sinatra, y que hasta hubo gritos y bofetadas.

La pareja a la salida de Chicote - EFE

Acostumbrado a que todo saliese como quería, él, que comenzó su carrera cantando en una
orquesta a cambio de cajetillas de cigarrillos y terminó llegando a lo más alto, no perdía el
interés en un país donde las cosas no le habían ido bien. Y volvió a España. Pero incluso
entonces su tormentoso matrimonio se apagaba, como una especie de analogía de su
relación con España, siempre empañada por continuos desplantes, broncas y problemas en
los rodajes y hasta con las autoridades.

Pasó tres meses entre Segovia, Ávila, Santiago de Compostela y Torrelaguna rodando
«Orgullo y pasión» (1957), junto a Cary Grant y Sofia Loren, aunque fue por exigencias
del guión en una parada en San Lorenzo de El Escorial donde volvió a la carga y usó su
mejor arma, sabedor de que Gardner seguía en la capital. «El hotel Felipe II, donde se
alojaba Sinatra, tenía un excelente piano. Una noche, Frank pidió un teléfono a Pedro
Vidal, ayudante de (Stanley) Kramer, y una conferencia con Madrid, que
sorprendentemente fue inmediata. Mantuvo descolgado el auricular y se puso al piano a
cantar suavemente con su voz grave. Poco después se presentó en el salón Ava Gardner,
envuelta en un abrigo de pieles, aunque por debajo iba completamente desnuda. Ambos se
marcharon», cuenta Enrique Herreros en su libro «Hay bombones y caramelos… bar en el
entresuelo». Un encuentro que desveló sus secretos al día siguiente en el set, cuando
«Frankie apareció en el rodaje con rasguños en el rostro». Fue ella el motivo por el que
Sinatra volvió a España, pese a su patente mala sintonía con Franco. Sin embargo, las
exigencias del astro y sus aires de grandeza quebraron cualquier buen ambiente durante el
rodaje, y La Voz terminó yéndose del país antes de tiempo.

«Nunca volverés a ese maldito país»

Su cuarto viaje a España fue también el primero como cantante, en una gira internacional
en la que recaudaba fondos para niños con problemas. Pero no sería hasta su quinta visita,
en 1964, para rodar «El coronel Von Ryan» en Málaga, cuando su odio hacia el país estalló
y lo llevó al calabozo. En el Hotel Pez Espada de Torremolinos hizo gala de agudos
episodios maniacodepresivos y, al ver una foto de Franco, insultó al régimen, dijo
barbaridades sobre España y escupió. Incluso comparó a los policías con la Gestapo,
según unos manuscritos del hotel con declaraciones de testigos. Tras el violento episodio,
fue condenado por desacato, tuvo que pagar una multa de 25.000 pesetas y fue obligado a
abandonar el país, para lo que tuvo que acelerar la grabación de sus escenas en la película
de Mark Robson, que quería a William Holden, aunque desde la Fox le impusieron a la
estrella italoamericana. En ese momento, según se le atribuye, juró no regresar: «Nunca
volveré a ese maldito país», dijo. Pero lo hizo.

Con el director del hotel, tras el escándalo - Alberto Korda Díaz

Tras la muerte de Franco, Sinatra regresó para actuar en el Santiago Bernabéu en 1986. «La
organización del concierto resultó un desastre, el público pinchó y para notar calor,
aunque fuera calor de talonario, regalaron entradas entre los policías y los militares de
Torrejón de Ardoz», escribe Reyero.

Su último viaje a España certificó su gafe con el país. Actuó en el Palau Sant Jordi de
Barcelona, pero le acusaron de arrastrarse por el escenario y usar playback. De hacerlo sin
ganas. La Voz quedaba derrotada, así como sus ganas por volver. Entonces rozaba los 80;
seis años después, en 1998, moriría. La España del aperturismo se le dio tan mal como Ava
Gardner. Pero nunca dejó de insistir con ambas.

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