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LA NUEVA CONSTITUCIÓN DE LA IGLESIA NACIONAL PRESBITERIANA DE MÉXICO (2007).

ALGUNOS ASPECTOS IDEOLÓGICOS A DISCUTIR


Leopoldo Cervantes-Ortiz
14 de junio, 2008

1. Panorama de la historia reciente de la INPM


Si se observa con cierta atención lo sucedido en los últimos 20 años en la INPM, es posible advertir
la forma en que los reacomodos internos y externos han afectado la marcha o la visión de esta
iglesia. Antes de los cambios constitucionales de 1991-1992, ciertos liderazgos susceptibles de
acceder a los puestos ejecutivos miraban únicamente hacia lo que pomposamente se llamaba “la
misión de la Iglesia”, con la intención de posicionarse para llegar a dichos cargos y ejercer influencia
según fuera su orientación o tendencia. A fines de la década de los ochenta, con el declive de la
vieja guardia y el surgimiento de nuevos nombres, la tentación de obtener algo más que presencia
estrictamente eclesiástica hizo que ciertos dirigentes aprovecharan la representación de la INPM
para conducir determinados procesos de acuerdo con sus intereses. De ese modo, la conducción de
la Asamblea General adquirió un matiz ligado a los vaivenes políticos de los presidentes en turno.
Uno de ellos, muy relacionado con la Secretaría de Gobernación y la Comisión Nacional de los
derechos Humanos creyó que podría engañar indefinidamente a la membresía de la INPM al
comportarse políticamente en la iglesia y religiosamente en la arena política, al grado de que un par
de partidos le propusieron una eventual candidatura, al mismo tiempo que la denominación
naufragaba en asuntos tan sensibles como la matanza de Acteal, Chiapas, que implicó de manera
tan cercana a elementos presbiterianos. El presidente en cuestión, chiapaneco, obtuvo de las aguas
revueltas tan sólo la dirigencia de la Sociedad Bíblica de México, que regresó a manos
presbiterianas de la manera más desaseada que podría imaginarse, debido a que ni por asomo el
personaje en cuestión cubría el perfil requerido y sólo se había servido de su posición para llegar a
dicho puesto.
Lo cierto es que si se mide con un criterio estricto la actuación de estos dirigentes, se puede
llegar a la conclusión de que lo que algunos de ellos denominaron como “logros”, no fueron más que
espejismos, dado el sensible retroceso que se aprecia en los diferentes ministerios y el bajísimo
perfil que maneja los responsables de áreas que en otra época fueron estratégicas: teología,
educación, publicaciones, manejos de empresas, etcétera. La ausencia de directrices claras y
proyectos que pongan efectivamente al día a la iglesia ha hecho que ésta se mantenga al margen
de los avances y debates en el seno de la familia reformada latinoamericana y mundial, para no
mencionar los diálogos ecuménicos e interreligiosos, que ni remotamente se mencionan en nuestras
congregaciones. La Confesión de Accra (2004) de la Alianza Reformada Mundial, que plantea la
necesidad de responder desde la fe a los desafíos sociopolíticos y económicos actuales es
completamente desconocida en nuestro ámbito.
Mientras esto sucede, al interior de la INPM se siguen mezclando los viejos hábitos con las
nuevas circunstancias: el regionalismo del sureste siguió ganando terreno y la escasa resistencia a
los movimientos neo-misioneros hizo que se pasara de la etapa restringida de celebración cíclica de
aniversarios como forma de “hacer historia” a la de aceptación acrítica de modelos de misión
completamente ajenos a las necesidades de un país que no logra transitar suficientemente a la

1
democracia con un partido en el poder que está reeditando las prácticas autoritarias y corporativas
del pasado, además de que su entreguismo y sumisión al poder económico multinacional lo hace
estar completamente del lado contrario al de la población.

2. La Constitución de 2007 a debate


Por lo anterior, y acaso como un reflejo de lo que sucede en el país, los responsables de elaborar la
nueva Constitución de la INPM (ya no se puede decir sólo presbiteriana debido a la atomización de
la presencia de esta denominación en México: la Secretaría de Gobernación registra hasta 6 o 7
iglesias con ese nombre1), particularmente el vicepresidente de la Asamblea General (dominado por
sus fobias anti-feministas, anti-ecuménicas y anti-progresistas, en general) están llevando a cabo un
proceso de auténtica involución o retroceso, con la aquiescencia de la mayor parte de la iglesia,
debido a que los cambios recientes no han sido discutidos críticamente en foros amplios en donde
verdaderamente haya libertad de expresión y espacio para la disidencia. Con la consigna de que,
como reza la presentación del presidente, las reformas se hicieron “debido a las condiciones
sociales, culturales y políticas que rigen a nuestra Nación y a la Iglesia Nacional Presbiteriana de
México”,2 se han hecho una serie de modificaciones que colocan a dicho documento en una abierta
discontinuidad con procesos anteriores y con la abierta intención de enmendar la plana a quienes
trabajaron intensamente en el estudio, análisis y revisión de la Constitución en años anteriores.
El extraordinario desaguisado de la constitución anterior, que no pudo pasar el filtro del
consenso de los cuerpos eclesiásticos, se ve ahora acrecentado con la imposición de un documento
que no considera con seriedad lo que pone por delante, pues las condiciones sociopolíticas y
culturales del país reclaman no sólo la redacción de un nuevo texto normativo sino de una
Confesión de Fe que sea la base de los demás textos oficiales para la iglesia. La INPM sigue
estacionada doctrinalmente en el siglo XVII y no ha aprendido la lección de sus iglesias madres y
hermanas (en Estados Unidos, América Latina y otras partes del mundo), la mayoría de las cuales
han avanzado en su diálogo con la sociedad y han repensado su papel misionero y de testimonio
cristiano. En nuestro continente, llaman la atención las iglesias presbiterianas de Cuba y Guatemala,
como ejemplos dispares, pues la primera afrontó en 1977 la necesidad de confesar su fe y lo hizo
de una forma realista y valiente, en medio de un proceso sociopolítico sumamente exigente. La
iglesia presbiteriana guatemalteca, por su parte, ha enfrentado con decisión las demandas de los
grupos indígenas y de las mujeres, al grado de que cuando en 1998 decidió ordenar mujeres al
ministerio, lo hizo después de un diálogo abierto, no exento de polémica, pero con una disposición
enorme al cambio. Esas iglesias comparten con la nuestra el mismo bagaje de tradición y formación.
En este sentido, el artículo 11 debería ser complementado histórica y teológicamente, dado que se
refiere a la herencia doctrinal procedente de los logros de la Reforma Protestante del siglo XVI, y
particularmente la llevada a cabo en Ginebra y Estrasburgo por Juan Calvino y otros reformadores.
La mera mención de algunos símbolos doctrinales (art. 24, que no incluye documentos más
recientes, como la Declaración de Barmen, de 1934, ni la Constitución de la Iglesia Presbiteriana de
Estados Unidos, de 1967) no es suficiente, pues los credos, confesiones y catecismos más
representativos deberían formar parte de una sección introductoria o complementaria que

1 Véase: www.asociacionesreligiosas.gob.mx/SDGAR05-Docs/listado_ARs_2008-04_6869.pdf.
2 Constitución general de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México. Libro de orden y gobierno. El Faro, 2007, p. 9.
2
especifique sus líneas generales, ejercicio que haría mucho bien a las congregaciones que aún no
las conocen ni las han estudiado. Algo similar debería hacerse en cuanto a la mención de las
constituciones anteriores, pues queda la impresión de que este documento ha surgido de la noche a
la mañana, sin antecedentes.
Ante todo ello, juramentar la nueva Constitución en la reunión de julio próximo, tal como lo
propone la directiva actual de la Asamblea General, representaría la aceptación de un estado de
cosas que conduciría, previsiblemente, a la aplicación de medidas autoritarias para disciplinar a
iglesias y cuerpos eclesiásticos que han tomado medidas de renovación con base en necesidades
concretas y no en la búsqueda de notoriedad o provocación, como se argumenta en ocasiones.
Posponer dicho acto de juramentación o incluso rehusarse a hacerlo, son dos posibilidades, entre
muchas, que podrían proponerse y debatirse en la reunión en cuestión para tratar de salvar la
pertinencia que la INPM le debe a Dios mismo y a la fortaleza de su tradición bíblico-teológica.
Aprobar un documento de esta naturaleza, trabajado con los evidentes sesgos doctrinales e
ideológicos que contiene, sería abrir la puerta al revanchismo y la cacería de brujas que algunos
están esperando y propiciando. Es preciso detenerse a observar con suma cautela que el hecho de
atiborrar de citas bíblicas los documentos oficiales de la INPM no garantiza la genuina obediencia a
la voluntad de Dios. La reflexión seria, meditada y consensuada es el camino más adecuado para
reencontrar el rumbo perdido.

3. Aspectos críticos
3.1 La vertiente teológica.
En el caso específico de la vocación para los ministerios, resulta chocante e indignante, además de
que estar fuera de toda proporción, la afirmación textual de que los varones tienen mayores
privilegios en la iglesia, como se establece en los artículos 50 (membresía en plena comunión), 56
(ministerios), 72 (ancianos), 76 (diáconos: un retroceso histórico específico), 81 (ambos ministerios),
83 (preparación para oficios), y 126 (candidatos al santo ministerio).
El principal problema teológico implica la negativa a reconocer la acción del Espíritu Santo
para propiciar y levantar entre ambos sexos los ministerios que en su soberanía requiera, además
de que las mujeres son confinadas, según el art. 92, inciso 20, a la categoría de “obreros o
ayudantes consistoriales”, contraviniendo a todas luces la doctrina protestante del sacerdocio
universal de los creyentes.

3.2 La vertiente cultural.


Estas posturas van a contracorriente de la evolución de la sociedad, la cual ha procedido, luego de
una lucha tenaz y a veces conflictiva, a dignificar a las mujeres, así como a igualar su trabajo en
términos de reconocimiento y remuneración. Persistentemente se alega que estos logros no
deberían influir en la iglesia, como si ésta se encontrara al margen de la sociedad y de sus procesos
de mejora en la humanización de las personas. Se deja ver con ello el enorme divorcio cultural entre
el Evangelio y sus virtudes, que se supone la Iglesia proclama con sus palabras y acciones.
La INPM se suma así, oficialmente, a los grupos más retardatarios que insisten en preservar
los privilegios de género, y lo peor de todo, en este caso, en el nombre mismo de Dios. La
resistencia al cambio cultural, de aprobarse esta Constitución seguirá limitando la credibilidad

3
cultural de la iglesia en medio de un mundo que avanza progresivamente en la búsqueda de mayor
equidad y justicia de género, lo cual es sólo una muestra de la incomprensión de las exigencias de
la época.

3.3 La vertiente político-jurídica.


La INPM puede colocarse en entredicho jurídicamente si las personas vulneradas por esta
Constitución (y no solamente las mujeres) buscan alternativas para la defensa de sus derechos
humanos, legales, laborales, etcétera. Una posibilidad real es que, de aprobarse la imposición de
este documento, las congregaciones y cuerpos eclesiásticos inconformes lleven a cabo procesos de
resistencia que canalicen adecuadamente su protesta. Al mismo tiempo, les restará colaborar en la
toma de conciencia de quienes busquen vías legales para la protección de sus derechos.

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