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¿Igualdad utópica?

Una aproximación distintas perspectivas de la subordinación

femenina

Asignatura: Antropología I

Fecha: 12 de diciembre, 2018


Índice

Introducción ......................................................................................................................... 1

1. Asimetría sexual ............................................................................................................ 2

2. Poder.............................................................................................................................. 4

3. Nivel Cultural ................................................................................................................ 5

4. Trabajo y productividad ................................................................................................ 5

5. Poder, política y reconocimiento................................................................................... 6

6. Algunas consideraciones generales ............................................................................... 7

Conclusiones ........................................................................................................................ 9

Lista de Referencias ........................................................................................................... 11


Introducción

Es bien sabido que el marco político, sociológico y antropológico actual está


enormemente influido por el movimiento feminista. A partir del estudio de la obra
Antropología y Feminismo de Henrietta L. Moore1 y Antropología Cultural de Marvin
Harris, de la lectura de diversos artículos extraídos de Asparkía, revista de investigación
feminista, y de artículos periodísticos de actualidad, podemos observar que existen
posicionamientos a favor y en contra, lo que despierta numerosas cuestiones que
intentaremos aclarar a lo largo de este breve artículo.

Antes de formular dichas preguntas conviene definir qué se entiende por


feminismo2. En palabras Moore consiste en una toma de conciencia de la situación de
abuso y dominación de la mujer en las distintas áreas de la vida social, laboral y familiar
por el grupo social hombre, así como la iniciativa política por parte de las mujeres para la
reivindicación de sus derechos. Esto implica que la mujer se constituye como un cuerpo
unitario que lucha, con una identidad común independiente a su representación política, y
cuya cohesión de dicha política feminista depende de la opresión compartida por este
grupo social. (2004: 23)

Es muy probable que la división del de sexos se acentuara en las primeras décadas
del siglo XX, ante la amenaza de un movimiento feminista que venía a cuestionar la
estructura social imperante, y que aquella se utilizara aún más para validar la
subordinación femenina. Pero cabe preguntarse si, en la lucha por la igualdad, cuando el
grupo social mujer con el soporte material-corporal se aúna, no fortalece esa división de
sexos. Así pues la deconstrucción de este símbolo físico genera importantes cambios
sociales en los que mujer y hombre ocupan un lugar de igualdad. La deconstrucción de
este poderoso simbolismo orgánico favorece la emergencia de cambios sociales
encaminados hacia la igualdad de los grupos humanos. Esta es la razón de ser
fundamental de la deconstrucción de la base biológica del sexo (Martín Casares, 2008:
219).

1
Henrietta L. Moore es la directora y fundadora del Institute for Global Prosperity, y catedrática
en Filosofía y Diseño en la Universidad de Londres. http://www.henriettalmoore.com
2
La lectura que hace Julieta Cano del tono despectivo adherido al término feminista es fruto del
propio sistema patriarcal, pues está extendida la idea de que se trata de un movimiento contra el
varón, y que sitúa en un escalón superior a la mujer. Así es confundido con “hembrismo”. (2016:
54)

1
Ahora podríamos indagar en cómo se establece dicha opresión sobre la mujer por
parte del hombre, si se fundamenta sobre una base biológica (naturaleza) o cultural. De
ser de lo primero, ¿podría entonces la cultura modificar nuestra predeterminación
biológica? Nuestra hipótesis es que si tal polémica está presente en nuestra sociedad, si
las mujeres, junto a cada vez más hombres, reclaman una posición de igualdad, entonces
no es tan evidente que ese grado de dignidad y capacidades reconocidas sea inherente al
sexo biológico, sino más bien fruto de la construcción cultural del género.

A partir de ahí, cabe preguntarse por el papel que ocupa la mujer en torno a los
conceptos de poder y legitimidad y cómo se proyecta la situación femenina desde las
distintas aspectos de la sociedad: educación, trabajo, política..

1. Asimetría sexual

Los primeros argumentos que encontramos acerca de las causas que explican la
subordinación de la mujer en el mundo se acogen al principio biológico, basándose en el
rol reproductivo de hombres y mujeres. La antropóloga Sherry Ortner considera que las
mujeres, a diferencia de los hombres, están más cerca de la naturaleza debido a su
disposición para la reproducción, puesto que son las que dan a luz, esto las limita en sus
funciones sociales; la capacidad creadora, y por tanto asociada a la cultura, le es atribuida
al hombre. A partir de aquí, explica la jerarquía de naturaleza/cultura: lo que produce la
mujer son objetos perecederos, humanos, seres finitos, mientras que el hombre necesita
crear de forma artificial, objetos que trascienden lo temporal, esto es, la cultura (Martín
Casares, 2008: 162).

Así todas las culturas comparten una clara división entre la sociedad humana y el
mundo natural, y todas asocian lo femenino a la naturaleza y lo masculino a lo cultural,
que es a su vez el dominio de la naturaleza. El concepto de contaminación, asociado a los
procesos fisiológicos como la menstruación o el parto, es otro de los argumentos que
explican el estatus inferior de la mujer. (Moore, 2004: 30).

De esta división naturaleza-cultura se divide las áreas de la vida entre lo doméstico


y lo público. Así se asocia el rol denigrante de la mujer a lo doméstico y a su función
reproductora, puesto que madre y responsable de la crianza (Moore, 2004: 36). Por otra
parte, muchos casos demuestran cómo la personalidad masculina es más agresiva que la

2
femenina, y esto se asocia directamente con la dominación en distintas áreas de la vida
social (Harris: 425).

Entre los argumentos que cuestiona la asunción de esta dualidad sexual, nos
encontramos con la idea de Gregorio Marañón (1934), extraída del texto de Aurelia
Martín Casares, que sostiene que el sexo no es un valor absoluto, pues no existe ni el
varón ni la hembra perfecta, y existen infinitas formas de virilidad y feminidad que se
manifiestan en muchos casos de forma difusa (2008: 217).

Independientemente de donde nos situemos al respecto, según Harris (2001: 440),


la anatomía del cuerpo de la mujer que menstrúa y se embaraza, y la del cuerpo hombre,
que tiende a ser más alto y fuerte y tiene más testosterona, no implica que esto deba
definir indefinidamente las características de la personalidad asociada a la sexualidad. Por
lo tanto, no toma una posición determinista en cuanto a las tendencias de ambos sexos; ni
los hombres están diseñados de forma innata para cazar y para dominar sexualmente a las
mujeres, ni éstas han nacido exclusivamente para criar y cuidar niños, ni para estar
sometidas política ni sexualmente.

Este mismo enfoque que parte de la idea “irrefutable” de ese dimorfismo sexual,
aunque no defina estrictamente en qué consista esas diferencias biológicas, es acogido por
Moore. Lo reduce a la expresión fisionómica del cuerpo, altura, pecho, tamaño del
cerebro…Sin embargo, define los límites de la deconstrucción de la diferencia de sexos a
partir del significado social (Martín Casares, 2008: 222). Así, si esto se ha dado, ha sido
por una multiplicidad de factores biológicos y culturales que han quedado adheridas a la
identidad sexual en las diversas culturas. Por ello, cuando las distintas condiciones de la
vida humana se vean modificadas, surgirán nuevas formas de definirse cada uno de ellos.

El dimorfismo sexual está tan vinculado a la naturaleza, que es difícil no pensar


que los rasgos socioculturales que definen ambos sexos son inmutables y universales en
tanto que están arraigados a ella. Por ello, la construcción categórica de los géneros, ha
permitido romper con ese determinismo biológico que daba por sentado la inferioridad de
estatus de la mujer, pues ha demostrado que existen distintas formas de dominación, y
distintas modelos sociales para construir los conceptos de masculinidad y feminidad. A
pesar de que este dualismo sexual a menudo contagie la visión dual del género, y que este
último se refiera a variadas formas de socialización y simbolismo sexual (Martín Casares,

3
2004: 223).

En el libro anteriormente citado de Marvin Harris, se cuestiona desde la antropología


que las definiciones de feminidad y masculinidad tienden a ser demasiado estrictas. Por
ejemplo, cuestiones como la maternidad en la mujer, o la potencia sexual del hombre no
se pueden explicar desde lo estrictamente biológico, pues existen otras formas de
expresión de esta dualidad sexual que reconozcan las individualidades siendo compatibles
también con la propia naturaleza. Así los antropólogos defienden que el conocimiento
sobre sexualidad de un grupo humano no pueden universalizarse. (1995: 441)

2. Poder

A partir de lo expuesto en el apartado anterior, veremos qué lugar ocupa la mujer


en la sociedad, cómo ejerce su poder, cómo influyen la política y el Estado, y como se
inserta en el mundo laboral .

Ya Simone de Bouvoir observó cómo la sociedad se constituía a partir de la


construcción de “hombre” como esencia y “mujer” como alteridad, de ahí que lo
denominara el segundo sexo. Levy Strauss (1949) defendía que el hombre es el centro de
la sociedad, la medida, mientras que la mujer está al margen de las relaciones simbólicas.
En este sentido, las mujeres son bienes cosificados por el hombre, ajenos a la producción
cultural, sin iniciativa, siendo ese su lugar natural en la sociedad (Martín Casares, 2008:
154)

Existen estudios que revelan que en Estados donde la mujer tiene una participación
política, y una emancipación que es reconocida y apoyada por el propio Estado, las
funciones de las políticas oficiales quedan bajo el dominio masculino. Por lo tanto, se
puede afirmar que el Estado no es neutral puesto que el hombre, desde su perspectiva,
tenderá a institucionalizar sus propios derechos. (Moore, 2004: 179)

En Estados del Tercer Mundo, mujeres formadas y cultas han ocupado puestos de
poder político dentro del Estado, a pesar de que ser algo simbólico y que no cuenta con
suficiente apoyo, es significativo. Un enfoque feminista considera favorable que se
aumente la intervención de la mujer en las áreas de poder, de manera que los programas y
contenidos políticos ofrecerán métodos alternativos para la toma de decisiones, y
administración burocráticas, cambiando así la naturaleza del Estado (Moore, 2004: 199).

4
3. Nivel Cultural

La inclusión de la mujer en el mundo laboral está claramente ligada a la educación


en el empleo, y esto a su vez repercute en la educación como tal. Es decir, que su posición
jurídica, los valores sobre su conducta o las estructuras demográficas influyen en su
estatus social y económico y en sus posibilidades para situarse en la sociedad. (Moore,
2004: 130)

Lo cierto es que existe una gran diferencia entre la obtención de méritos académicos
entre hombres y mujeres, y esta se agudiza marcadamente en cuanto ascendemos en el
nivel académico. En países como Suiza o Alemania las mujeres representan el 49 por
ciento de la educación primaria, mientras que en el nivel universitario constituyen el 23 y
el 27 por ciento, respectivamente. Lo que consecuentemente, ante situaciones de gran
demanda de empleo, lo varones con mejor formación obtienen una situación aventajada.
En otros países, como Kuwait, el acceso al sistema de enseñanza de la mujer depende de
la clase social a la que esté adherida, y aunque a éstas se les garantice una participación en
el mundo laboral en un 99 por ciento de los casos, muchas mujeres, por pertenecer a
grupos sociales con menor estatus quedan al margen de determinados sectores laborales
(Moore, 2004: 131).

4. Trabajo y productividad

Pese a que el fundamento biológico ha sido refutado para justificar la división del
trabajo por género, sí que se admite que universalmente se asigna de forma diferente el
trabajo a mujeres y hombres a causa del género. Dolors Comas afirma que “La división
sexual del trabajo es un rasgo universal, aunque varía la forma adoptada entre unas
sociedades y otras”. La forma en que esto se manifiesta dependerá, como la construcción
del género, de las distintas formas de sociedades. Por lo tanto, esta división no tiene un
fundamento fisiológico, pero se convierte en un elemento decisivo para el mantenimiento
de las asimetría en las relaciones de producción, puesto que las actividades femeninas se
han considerado a lo largo de la historia menos importantes. Así la forma en que se
organizan las tareas definen también las relaciones de género. (Martin Casares, 2004:
189-190).

Por otro lado, dice Moore, que el desempeño de las diversas tareas asociadas a lo
doméstico como cocinar, atender el colectivo mujer, cuidar…son esenciales para la

5
participación de las mujeres en el trabajo “productivo”. Nos referimos a que esto fomenta
la inserción y participación de las mujeres en el trabajo remunerado, pues permite a la
mujer ausentarse periodos más largos siempre que el trabajo lo requiera. Al disponer de
ayuda para cuidar a los niños permite que las mujeres se dediquen a trabajos remunerados
o que trabajen más horas en el campo durante periodos en que los cultivos requieran más
atención. […] algunos autores han afirmado que las mujeres que no cuentan con un
sistema de apoyo en las labores domésticas son probablemente más dependiente de los
hombres (Moore, 2004: 82).

5. Poder, política y reconocimiento

Las primeras aproximaciones al estudio sobre estatus y dominio político de la


mujer consideraban a la mujer dependiente del varón, por lo que se confirmaba la
naturaleza “masculina” del poder político. Esto, por supuesto, ha dejado una huella que es
difícilmente rectificable, incluso aportando datos de mujeres poderosas en cargos públicos
importantes. La ausencia de una destacada actividad política de las mujeres, unida a la
supremacía masculina, refuerza esta idea de que en la mujer no se da de forma inseparable
el carácter político. Quizás el problema radica en la interpretación del término “poder”,
que incorpora otros conceptos. Así pues, aunque haya mujeres que ejercen poder político,
normalmente carecen de fuerza, legitimidad y autoridad (Moore, 2004: 161).

Partiendo de las ideas de Lévy-Strauss en las que sugiere que la subordinación de la


mujer es universal, y que niega rotundamente que existiera un estado primitivo en que las
mujeres tuvieran la autoridad absoluta, a la vez que afirma que la dominación masculina
es universal; Ortner parte del supuesto de que la subordinación femenina es universal,
aunque deja abierta la posibilidad de demostrar lo contrario:

Afirmaría llanamente que encontramos a las mujeres subordinadas a los hombres en


todas las sociedades conocidas. La búsqueda de un igualitarismo genuino, dejando
de lado el matriarcado, ha resultado infructuosa (...) creo que ya estamos obligados a
demostrar que la subordinación femenina es un hecho universal; quienes deben
presentar ejemplos a su favor son quienes defiendan lo contrario. Consideraré como
un hecho dado el universal estatus secundario de las mujeres y partiré de ahí (Martín
Casares, 2008: 159)

6
Otro hecho que condiciona la posición social de la mujer son las políticas estatales.
Así la economía, el ejercicio jurídico determina el grado de libertad que tiene la mujer de
su propia vida: se regula la sexualidad y la fertilidad, mediante las leyes de matrimonio, la
sanción por violación, el aborto… En este sentido en nuestras sociedades occidentales, el
Estado favorece la estructura familia/hogar, donde el varón será el principal sustentador
de la familia, mientras que la mujer acotará su trabajo al cuidado de la familia (Moore,
2004: 155).

Las estructuras de parentesco en las sociedades minoritarias condicionan las


estructuras políticas y económicas. Lo que sucede es que estos sistemas poseen derechos
que se ven condicionados por las normas que regulan el matrimonio, la residencia, la
filiación y la herencia, por lo que esto imposibilita que la mujer acceda a esos recursos y
mucho menos facilitarlos a otras mujeres. Precisamente, esta desatención a la mujer en los
sistemas de parentesco se debe a la visión generalizada que se tenía de lo que implicaba el
campo doméstico, pues se creía bien conocido, y además perfectamente delimitado. De
esta manera, los hombres controlaban la esfera pública y política, lo que se fundaban los
vínculos entre las diferentes vidas privadas, mientras que la mujer se ocupaba
estrictamente de lo doméstico. (Moore, 2004: 81).

Algunos teóricos opinaban que hubo un momento en la historia evolutiva en que


las mujeres tomaron el control político, lo que se denomina “matriarcado”. Sin embargo,
hoy en día niegan la existencia de sociedades puramente matriarcales; a pesar de
reconocer que haya habido sociedades donde la mujer gozara de mayor reconocimiento,
en ningún caso su poder ha sido superior al del hombre. Lo que sí se admite es la
“matrilinealidad”, que proporciona un mayor grado de igualdad política, pues la mujer
participa de ciertas decisiones para constituir el poder político, pero ella no lo ejerce como
tal, no convirtiéndola así en dominante (Harris, 1995: 427)

6. Algunas consideraciones generales

Si leemos las afirmaciones de personalidades influyentes en el pensamiento


occidental actual como Jordan B. Peterson3, podemos estar o no de acuerdo. Lo cierto es

3
Jordan B. Peterson es catedrático en psicología en la Universidad de Toronto, psicólogo clínico y
autore del best-seller 12 Rules for Life: An Antidote to Chaos.
Para más información sobre su actividad: https://jordanbpeterson.com

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que reduce el debate del cuidado compartido a una cuestión puramente biológica,
aduciendo que “la madre da el pecho”, y los hombres no parecen dispuestos a asumir ese
rol de cuidado.

Hay mujeres que no se atreven a decir que les gustaría quedarse en casa cuidando a
los niños en lugar de ir a trabajar por la presión social.[…] Mi opinión es que cuando
hacen las dos cosas se sienten culpables tanto en casa como en el trabajo. Los niños
de menos de tres años necesitan una serie de cuidados estables. (Gutirrez, 2018)

A partir de aquí, exponemos dos argumentos con los que refutar esta posición. En
primer lugar, Kaufman (1995: 10) ante el debate naturaleza/cultura que se cierne sobre la
dominación masculina destaca la interpretación del psicoanálisis feminista, que plantea
que la falta de cercanía de los hombres en las tareas del cuidado fortalece el concepto de
masculinidad asociado a la distancia y la separación que paulatinamente van integrando
los niños, en oposición a la unidad típica de las primeras relaciones que se dan entre
madre e hijo. En segundo lugar, Moore (2004: 41) reconoce que las madres biológicas no
son las únicas implicadas en la crianza y el cuidado. Las unidades domésticas, encargadas
del cuidado, no están constituidas a partir de la madre biológica forzosamente, y el
concepto de “madre” no está necesariamente basado en el amor maternal, cuidado o
proximidad física. “La realidad biológica de la maternidad no produce una relación ni una
unidad madre-hijo universal e inmutable”.

Otra afirmación que nos llama la atención procede de la crítica social e intelectual
Camille Paglia4 que, en defensa de la imagen actual del hombre, se muestra convencida
de que lo que ha posibilitado a las mujeres superar su condición de subordinación es fruto
de los logros de los hombres.

Los hombres han sido los que han roto los estilos y los que han creado la
Historia del Arte. No tengo duda. Los grandes proyectos de irrigación de
Mesopotamia, las pirámides de Egipto fueron idea de los hombres. ¿Por qué?
Porque los hombres son capaces de matarse a sí mismos y a otros para llevar a
cabo sus proyectos. O sus experimentos. Siempre tratan de ir más allá del

4
Camille Paglia es una crítica social, y es catedrática en la Universidad de las Artes de Filadelfia
desde 1984. Especializada en el feminismo americano y post-estructuralista, es además analista de
diversos aspectos de la cultura americana como el arte visual, música y cine.

8
conformismo, de la cueva en la que estaban las mujeres. En parte, quizás, para
escapar de las cuevas porque en las cuevas mandaban las mujeres. (Landaluce,
2018)

Si bien es verdad, como decíamos a propósito de Harris, que el hombre tiene mayor
predisposición a la agresividad y a la competición, hoy en día gran parte de los
antropólogos y antropólogas no consideran que la caza fuese el único impulsor de nuestra
evolución. Sin embargo, durante muchos años se le ha dado especial importancia al
modelo de hombre-cazador y mujer-recolectora, que omite la participación productiva de
la mujer en su propia evolución (Martín Casares, 2008: 196).

Por otro lado, como afirma Kaufman5 (1995: 6), el hombre nacido en su contexto
social, interioriza la asociación de poder y control y dominación, y la integran en su
personalidad. Así los hombres aprenden a funcionar con este poder porque les otorga
privilegios y ventajas que no son comunes a mujeres ni a otros individuos de menor
estatus. Así ese poder, no le es innato, sino que lo recoge del entorno social a través de las
instituciones y otras estructuras simbólicas, pero que al experimentarlo lo adquiere como
propio.

Conclusiones

De todo lo expuesto anteriormente extraemos unas ideas que nos pueden servir a
modo de síntesis y reflexión:

Si bien el debate naturaleza/cultura queda abierto, sí que podemos afirmar que si el


patriarcado, con su consecuente subordinación femenina, ha llegado hasta nuestros días,
entonces se trata de un modelo de organización social y política que se ha seleccionado
por adaptabilidad a través de las distintas estructuras sociales; y que, a su vez se ha visto
reforzado por unos valores institucionalizados, por unos símbolos aceptados por el común
de los miembros de un colectivo.

5
Michael Kaufman es doctor en filosofía, escritor y trabaja en proyectos innovadores para atraer a
hombres y chicos a promover la igualdad de género. Ha trabajado con las Naciones Unidas, con
gobiernos, organizaciones no gubernamentales y diversas universidades.
http://michaelkaufman.com/
9
Hoy en día, sin embargo, los medios tecnológicos, y el conocimiento conquistado
a lo largo de la historia de la humanidad, nos afirman que no existe fundamento biológico
que establezca una diferencia cualitativa en torno a las capacidades entre hombres y
mujeres. Por lo tanto, el movimiento feminista es una llamada a nuevas formas de
sociedad, es una necesidad a transformar las estructuras de las relaciones humanas en
cuanto al género. Desde nuestro punto de vista, la propia expresión del movimiento es un
indicio de que la sociedad, en concreto el grupo social mujer, busca una forma de
expresión que hasta hace muy poco era de dominio exclusivo masculino. De ahí la
necesidad de redefinir los significados de la categoría “mujer”, hasta hace muy poco
vinculado a lo débil, doméstico, privado…

Todo esto sugiere inevitablemente nuevas formas de relación, y necesita de nuevas


estructuras políticas, sociales, económicas… Quizá gran parte de la reticencia a adquirir
otros moldes tenga que ver con la transformación de las tareas y roles masculinos, que
han sido siempre nuestro modelo. Esto incluso genera una crisis en nuestra forma de
expresarnos. Tomamos aquí la reflexión de Marina Garcés (2018) respecto del lenguaje:
si una lengua se define por lo que nos obliga a decir, entonces está claro que en ese
“genérico” se nos ha obligado culturalmente a elegir el masculino.

Ahora bien, no debe interpretarse que este esfuerzo de transformación es una lucha
confrontada con el grupo social hombre. Tal y como podemos extraer de las opiniones de
Jordan P. Peterson o Camille Paglia, podríamos caer en una reducción biologicista de las
relaciones de género ajenas a los múltiples estudios sociológicos y antropológicos, y que
reafirman un modelo social que ha generado una jerarquización a partir del género. A
nuestro modo de ver la igualdad de género, al igual que la igualdad racial, es un paso
evolutivo más en nuestra historia.

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Lista de Referencias

 Bibliografía

HARRIS, MARVIN (2001): Antropología cultural, Trad. Vicente Bordoy y Francisco


Revuelta. Madrid, Alianza Editorial, S.A. [1990]

MARTÍN CASARES, AURELIA (2008): Antropología del género: Culturas, mitos y


estereotipos sexuales. Madrid, Ediciones Cátedra.

MOORE, HENRIETTA L. (2004): Antropología y Feminismo. Trad. Jerónima García Bonafé.


Madrid, Ediciones Cátedra.. [1991]

 Artículos de periódico on-line

GARCÉS, MARINA (2 de diciembre de 2018): Romper las reglas, una lucha política. El País.
Recuperado de
https://elpais.com/cultura/2018/11/30/actualidad/1543578831_135812.html

GUTIERREZ, MACARENA (14 de noviembre de 2018): Jordan B. Peterson: La


emancipación de la mujer no fue una conquista feminista. La Razón. Recuperado
de https://www.larazon.es/cultura/jordan-b-peterson-la-emancipacion-de-la-mujer-
no-fue-una-conquista-feminista-HG20512072

LANDALUCE, EMILIA (9 de abril de 2018): Camille Paglia: Sin el hombre, la mujer nunca
hubiera salido de la cueva. El Mundo. Recuperado de
https://www.elmundo.es/papel/lideres/2018/04/09/5ac7599d22601dd71d8b45d5.ht
ml

 Artículos de revista

KAUFMAN, MICHAEL (1995): Los hombres, el feminismo y las experiencias


Contradictorias del poder entre los hombres. Recuperado de
http://www.michaelkaufman.com/wp-content/uploads/2008/12/los-hombres-el-
feminismo-y-las-experiences-contradictorias-del-poder-entre-los-hombres.pdf

EVANGELINA CANO, JULIETA (2016): La «otredad» femenina: construcción cultural


patriarcal y resistencias feministas, Asparkía, 29: 49-62

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