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El Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento es la parte de la Biblia cristiana compuesta por un conjunto canónico de libros y cartas
escritas después de la muerte de Jesús de Nazaret, que la tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia,
apartando otros textos considerados apócrifos. Se le designa como Nuevo Testamento desde Tertuliano en la
Iglesia cristiana. Al contrario con el Tanaj hebreo, llamado por los cristianos Antiguo Testamento,
los judíos (a excepción de los llamados judíos mesiánicos), no tienen el Nuevo Testamento en común con
los cristianos.
El uso del término «testamento» proviene del vocablo hebreo berith ('alianza, pacto, convenio o
disposiciones entre dos contratantes'), a través del griego diatheké, y del latín testamentum. Algunos autores
presentan los nombres Antiguo y Nuevo Testamento con que se designa las dos grandes secciones en que se
divide la Biblia cristiana como el resultado de un error de interpretación de la palabra diatheké, que
significa: 'deseo' o 'voluntad', y también 'acuerdo’ o 'convenio'. Con este criterio diatheké en griego haría
referencia al antiguo y al nuevo convenio de Dios con los hombres más que a las Escrituras mismas.
Según otros autores, el término «testamento» proviene de la traducción de la Vulgata y del paso del
concepto hebreo al griego, y sería el resultado de una búsqueda consciente. Los traductores de
la Septuagintahabrían querido evitar que al hablar del berith (la alianza entre Dios e Israel) se entendiera que
era un pacto entre iguales. Por eso no usaron el término griego syntheké (que se traduce por 'alianza'), sino
que escogieron diatheké, que se traduce por 'testamento' o 'voluntad', que es la obligación de uno solo con
respecto a otro que solo recibe beneficios. De esta forma destacaron más la disparidad entre las partes (es
decir, entre Dios y los hombres). Luego, esa es una de las acepciones de la palabra testamentum, y de la
castellana «testamento» (no entendida solo como última voluntad ex mortis, como en el uso coloquial). De
allí que las versiones latinas, como la de Jerónimo de Estridón, y la mayoría de las versiones de la Biblia
cristiana siguen utilizando el término «testamento» en lugar de «alianza» para referirse al Antiguo
Testamento (alianza del Sinaí) y al Nuevo Testamento (alianza en la sangre de Cristo).
Aun conviniendo que tales conceptos no hacen referencia a las colecciones de escritos sagrados, sino a
relaciones entre la divinidad y los seres humanos en la historia religiosa, la mayoría de los eruditos
simplemente se remiten al uso popular y coloquial de estos conceptos para referirse a los textos sagrados del
canon hebreo y griego cristiano.
Las versiones más antiguas de textos del llamado Nuevo Testamento, que se conservan, están escritas en
el griego denominado koiné, la lengua franca en el Mediterráneo Oriental en época romana. La mayoría de
los especialistas cree que éste fue el idioma en que originalmente se redactaron, aunque algunos libros
puedan haberse escrito primero en idioma hebreo o arameo, la lengua semita hablada por Jesús y su entorno.
Aún hoy existen textos manuscritos fechados como desde el siglo V (cercanos a los más antiguos
manuscritos griegos completos) en arameo como la Peshita siríaca, la Harclense y la Curetoniana, pero la
mayoría de los estudiosos los consideran traducciones del griego.
Composición del Nuevo Testamento
La composición del Nuevo Testamento canónico se fijó poco a poco en los primeros siglos del nuevo
movimiento. La lista más antigua se supone redactada hacia el año 170.
La lista actual fue publicada originalmente por Atanasio de Alejandría en 370 y consagrada como canónica
en el Tercer Concilio de Cartago de 397. Sin embargo, las disputas sobre la composición del canon no
cesaron. Martín Lutero cuestionó la pertinencia de incluir la Epístola de Santiago, la Epístola de Judas,
la Epístola a los Hebreos y el Apocalipsis de Juan o Libro de la Revelación; aunque finalmente, a diferencia
de los deuterocanónicos del Antiguo Testamento, no fueron nunca rechazados. Sin embargo, la canonización
de 2 Pedro, 2 Juan, 3 Juan, Santiago y Judas, así como de Hebreos y Apocalipsis, sigue siendo tema de
debate.
El Nuevo Testamento comprende los cuatro Evangelios canónicos, los Hechos de los Apóstoles, las
epístolas de Pablo de Tarso, siete epístolas de diversa atribución y el Apocalipsis, como se puede observar
en el esquema que se encuentra a continuación.

1
Comprende, en total, 27 libros en el canon de la Iglesia católica, aceptado por la mayoría de las Iglesias de la
Reforma. La Iglesia Siria solo acepta 22 libros en su canon. Libros como 1 y 2 de Clemente, el libro de la
Alianza, el Octateuco y otros, han sido motivo de disputas, y se encuentran canonizados por parte de otras
iglesias Católicas Ortodoxas
El Evangelio de Marcos
El Evangelio según Marcos o Evangelio de Marcos,º es el segundo libro del Nuevo Testamento de
la Biblia cristiana.
Es el más breve de los cuatro evangelios canónicos y también el más antiguo según la opinión mayoritaria
de los expertos bíblicos.
Entre los estudiosos existe un amplio consenso en datar el Evangelio de Marcos a finales de los años
60 del siglo I d.C., o poco después del año 70 d.C. Su autor es desconocido, aunque una tradición cristiana
tardía lo atribuye a Marcos, personaje citado en otros pasajes del Nuevo Testamento. Narra la vida de Jesús
de Nazaretdes de su bautismo por Juan el Bautista hasta su resurrección.
Existe una estrecha relación entre los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas). De los 662
versículos que componen el Evangelio de Marcos, 406 son comunes tanto con Mateo como con Lucas, 145
sólo con Mateo y 60 sólo con Lucas. Únicamente 51 versículos de Marcos no tienen paralelo en ninguno de
los otros dos sinópticos.
La tradición cristiana había establecido que el evangelio más antiguo era el de Mateo. Se había llegado a
afirmar que el de Marcos era un resumen de los Evangelios de Mateo y Lucas.
Weisse y Wilke, de modo independiente, en 1838 concluyeron que el Evangelio de Marcos no era un
resumen de Mateo y Lucas, sino que era anterior a ellos y más bien les había servido de fuente. Además,
Weisse estableció la teoría de que existía una fuente común a Mateo y Lucas. Johannes Weiss, en 1890,
denominó con la letra Q a esta fuente (de Quelle, que significa ‘fuente’ en alemán). La teoría de las dos
fuentes fue analizada y sistematizada por Heinrich Julius Holtzmann.
La hipótesis más extendida para explicar la relación entre Marcos y los otros dos evangelios sinópticos,
Mateo y Lucas, es hoy la teoría de las dos fuentes. Esto no quiere decir que todos los expertos la acepten, ni
que no puedan oponérsele diversas objeciones. Hay bastante acuerdo, sin embargo, en que Marcos fue el
primero de los cuatro evangelios en ser redactado.
En el marco de la teoría de las dos fuentes, las posibles relaciones entre el Evangelio de Marcos y la fuente
Q han sido estudiadas por autores como L. Burton Mack (The Lost Gospel: The Book of Q and Christian
origins, 1993) y Udo Schnelle (The History and Theology of the New Testament Writings, 1998).
El Evangelio de Mateo
El Evangelio de Mateo es uno de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento.
Los evangelios son tradicionalmente impresos con Mateo primero porque todas las listas primitivas que
existen de los evangelios lo ponen como el primero (tradición recogida y defendida). Es seguido
por Marcos, Lucas, y Juan, en dicho orden.
La tradición, que se remonta a Papías de Hierápolis, atribuye su autoría a Mateo, un recaudador de
impuestos a quien Jesús de Nazaret llamó para que le siguiera como uno de sus apóstoles. Papías dice que
"Mateo recogió los dichos en la lengua de los hebreos, traduciéndolos cada uno como podía".1 Es orígenes
quien identifica a este Mateo con el publicano del que el mismo Mateo habla en Mt 9:9.2 El problema es que
el Evangelio de Mateo que conocemos es mucho más que una simple colección de dichos de Jesús, y que su
lengua original definiamente no parece ser el hebreo o el arameo.
A favor de la identificación del autor con el publicano homónimo, suele aducirse que este evangelista es el
único que llama a este publicano "Mateo" (mientras que Lucas y Marcos lo llaman "Leví"); además, en la
lista de los apóstoles, al nombre "Mateo" le añade: "el publicano" (Mt 10:3). Por otro lado se ha hecho notar
que en su evangelio figuran 115 vocablos que no se hallan en los otros y tienen que ver con dinero, oro,
plata, deudas, cuentas, cambios de dinero, etc., frases que estarían en la punta de la pluma de un publicano.

2
Sin embargo, la gran mayoría de los exegetas actuales indican que posiblemente este libro sea obra de un
autor anónimo que utilizó para su composición tradiciones o documentos previos.3 Este autor sería
judeocristiano y sería de la segunda o tercera generación de cristianos, puesto que no era testigo ocular del
ministerio de Jesús (un testigo ocular no basaría toda su obra en una obra escrita anteriormente, sino que
contaría lo que él vio)
El Evangelio de Lucas
El Evangelio de Lucas, o Evangelio según san Lucas es el tercero y más extenso de los
cuatro evangelios canónicos del Nuevo Testamento bíblico. Relata la vida de Jesús de Nazaret, centrándose
especialmente en su nacimiento, ministerio público, muerte y resurrección. Termina con un relato de
su ascensión.
El evangelio es anónimo, puesto que no está firmado. Es aceptado casi unánimemente que fue escrito por el
mismo autor de los Hechos de los Apóstoles, pues ambas obras están dedicadas a un mismo personaje, un tal
"Teófilo", de quien se ignora si es un personaje real, un nombre simbólico (Teófilo quiere decir 'amigo de
Dios') o un pseudónimo. El autor del libro de los Hechos, además, hace en su prólogo referencia a una obra
precedente. Se ha subrayado además la homogeneidad de estilo y de pensamiento de estos dos libros.2
El evangelio ha sido atribuido tradicionalmente a Lucas 19, el «médico querido» al que alude Pablo de
Tarso en su Epístola a los colosenses. La atribución a Lucas de entre todos los discípulos de Pablo se basa en
parte en que su Evangelio es el que utiliza más términos médicos.3 De ahí el nombre con el que es
generalmente conocido. Según la tradición, aunque Lucas nunca conoció a Jesús, tras su conversión
al Cristianismo viajó a Roma, donde conoció a Pedro y Marcos. También quizá conoció a María (madre de
Jesús) . Esto le permitió narrar en su Evangelio, numerosos hechos de la infancia de Jesús (como la
Presentación del Niño en el templo) y muchos detalles de María (como la visita que hizo a Isabel y su
cántico: el Magníficat).

Esto le permitió narrar en su Evangelio, numerosos hechos de la infancia de Jesús (como la Presentación
del Niño en el templo) y muchos detalles de María (como la visita que hizo a Isabel y su cántico:
el Magníficat).
No fue hasta el siglo XX que comenzaron a plantearse las dudas sobre el dato de la tradición. La atribución a
Lucas presenta problemas, sobre todo por la diferente visión de Pablo y de sus iglesias que presenta este
evangelio con respecto a las epístolas paulinas.
De lo que el propio autor afirma en su prólogo puede deducirse que no conoció personalmente a Jesús,2
pues, según su propio testimonio, fue escrito tras haber «investigado diligentemente todo desde sus
orígenes» consultando con «testigos oculares y servidores de la palabra». Tampoco es probable que sea
habitante de Palestina, ya que sus conocimientos sobre la geografía de esta región y sobre las costumbres
judías son muy generales y a veces equivocados.
H. J. Cadbury,4 estudia la afirmación del Canon de Muratori sobre la autoría de esta obra. Para entender
cómo se puede haber llegado a allí, busca entender el contexto del siglo II d.C. Así pues descubre que en ese
tiempo, cuando se está formando el canon, se dan dos fenómenos particulares: por un lado se tiende a
atribuir los textos sagrados a personajes con autoridad (como a Pedro, a Pablo, a Bernabé...), y por otro lado
la tradición se incrementa a partir de los datos existentes en los textos (por ejemplo, si Pablo habla de "Lucas
el médico", si encontramos un personaje que se llama Lucas diremos que es médico). De este modo Cadbury
llega a la conclusión de que el Canon de Muratori no tiene valor histórico, pues lo que dice de que "no vio
personalmente en carne a Cristo", es porque lo tomó del prólogo del Evangelio; cuando dice que anduvo con
Pablo es porque se lo atribuye de la sección "nosotros" de Hechos de los Apóstoles, y el dato que fue médico
lo sacaría de algunas cartas de Pablo.
La teoría de Cadbury es sugestiva, pero un punto débil de la teoría es, sin duda, lo que afirma J. M. Creed:
"Lucas no es una personalidad prominente en la época apostólica... Si el Evangelio y los Hechos de los
Apóstoles no hubiesen primero pasado bajo su nombre, no hay razón obvia por la cual la tradición debería
haberlos atribuido a él". Por otro lado el mismo Cadbury admite que su propuesta de cómo se llegó a afirmar

3
que el compañero de Pablo en la sección "nosotros" de Hechos era el Lucas de Colosenses es sólo una
conjetura.

Evangelio de Juan

El Evangelio de Juan, también llamado Evangelio según san Juan o Evangelio según Juan, y conocido como
«el cuarto evangelio», es uno de los evangelios canónicos constitutivos del Nuevo Testamento, caracterizado
por las marcadas diferencias estilísticas y temáticas, como así también por las divergencias en su esquema
cronológico y topográfico respecto de los otros tres, llamados evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y
Lucas). El Evangelio de Juan no solo contiene muchos pasajes sin equivalente en los otros evangelios
canónicos, sino que aun los pasajes con cierta similitud son presentados de forma totalmente diversa en
cuanto al contenido, al lenguaje, a las expresiones y giros con que predica Jesús de Nazaret y a los lugares
de su ministerio. La tradición apostólica atribuye la autoría de este evangelio a Juan el apóstol y evangelista
aunque, dada la falta de unidad en su redacción final, el estilo y la fecha supuesta de redacción (en torno al
año 90 d. C.), entre otros puntos, se cuestiona tanto la autoría en sí como sus alcances (redactor, comunidad
responsable). Existe la posibilidad de que el Evangelio de Juan fuera fruto de la comunidad fundada
alrededor de uno de los discípulos de Jesús, presentado en el evangelio con el título de «discípulo a quien
Jesús amaba», seguramente la de Éfeso.
Entre las características del Evangelio de Juan, se acepta ampliamente la de ser un escrito para la meditación
en el que sobresalen los discursos como forma de reflexión en torno a la figura de Jesús de Nazaret, a quien
se presenta desde el prólogo como el Logos, la Palabra eterna de Dios. Es un evangelio sumamente
simbólico y litúrgico, que enmarca el ministerio público de Jesús en la sucesión de festividades judías (entre
ellas, la Pascua judía, la Fiesta de la dedicación o de las luminarias y la Fiesta de los tabernáculos o de las
tiendas). Muchos estudiosos han visto en el Evangelio de Juan un carácter marcadamente místico.
Las polémicas de que fue y es objeto el Evangelio de Juan son el resultado de su singularidad. No se trata de
una obra corriente: se disputa su autor, el ambiente que haya podido influir en su pensamiento y sus modos
de expresión, su estructura literaria, sus fuentes y hasta la naturaleza del libro. Con todo, siempre fue
recibido sin reticencias por parte de la Iglesia. La bibliografía sobre el Evangelio de Juan se acrecentó
mucho en el último siglo, y hoy es sumamente abundante. Junto con los numerosos análisis que de él se
hicieron, se puso aún más de manifiesto su profundidad, que supera el marco estrictamente religioso
(cristológico, soteriológico y eclesiológico) y que, a través del tiempo, alcanzó los más diversos campos de
la cultura y de las artes.

Hechos de los Apóstoles (en griego antiguo: Πράξεις τῶν Ἀποστόλων, Práxeis tôn Apostólōn; en latín:
Āctūs Apostolōrum) abreviado comúnmente a Hechos, es el nombre del quinto libro del Nuevo Testamento,
en el cual se narra la historia del conocido como período apostólico.
Probablemente tenga el mismo origen que el Evangelio de Lucas, con el que forma lo que se suele llamar el
opus lucanum; de hecho el libro en su inicio manifiesta que es un segundo tratado. Sin embargo, los textos
se separaron antes de que se escribieran los manuscritos que llegaron hasta hoy. Con esta separación se
buscaba cultivar el conocimiento de los evangelios como una unidad de archivos sagrados, a los cuales los
Hechos servían como una especie de apéndice. Es de un interés y valor históricos únicos: no hay ningún otro
libro como este dentro del Nuevo Testamento.
El libro de los Hechos es la única historia de la Iglesia primitiva, primitiva tanto en el espíritu como en la
sustancia; sin él sería imposible tener un cuadro coherente de la edad apostólica. Con él, las epístolas
paulinas son de un valor histórico incalculable; sin él, permanecerían incomprensiblemente fragmentarias e
incompletas, a menudo incluso confundirían.t
El autor escribe con estilo de tratado (Hechos 1, 1.). Al principio también se conoció con los siguientes
nombres: Los Hechos, El evangelio del Espíritu Santo y El evangelio de la resurrección.
No contiene la historia de todos los apóstoles, sino solo la de Pedro y de Pablo de Tarso. Juan es
mencionado solo tres veces, y todo lo que se cuenta de Santiago (Jacob, Jacobo o Sanct Yago), el hijo de
Zebedeo, es su ejecución por Herodes (Hechos 12, 1. Al inicio del libro se menciona a los doce, incluyendo

4
a Matías (que sustituyó a Judas Iscariote). También a lo largo del libro se menciona a Bernabé de Chipre, a
Marcos (probablemente se trate del primer evangelista), Santiago el «hermano del Señor», entre otros.
La evidencia externa, que es relativamente extensa y temprana, como el fragmento muratoriano (una
traducción del siglo VII de un texto griego del siglo II descubierta por Ludovico Antonio Muratori en
el XVIII), Ireneo, Tertuliano, Clemente y Orígenes todos apuntan a Lucas, el compañero de Pablo (Filemón
24.), quien tal vez estaba con él como médico (Colosenses 4, 14.
El mismo libro de Hechos indica que fue escrito por un compañero de Pablo. En Hechos 16, 10. el escritor,
sin previo aviso, pasa de la tercera persona a la primera: «Pero cuando vio la visión
enseguida procuramos avanzar hacia Macedonia» (ver también Hechos 20, 5-22., Hechos 21, 12-
18. y Hechos 27, 1-28, 16.
La evidencia de la autoría del tercer evangelio también cuenta para los Hechos (se puede comparar Lucas
1, 1-4. con Hechos 1, 1. Aunque el autor nunca menciona su propio nombre, la tradición de atribuir la
autoría a Lucas data por lo menos del segundo cuarto del siglo II.
Cartas

Las epístolas paulinas son un conjunto de trece cartas (epístolas) escritas o atribuidas a San Pablo y
redactadas en el siglo I. Se trata de un corpus de escritos representativos del llamado cristianismo paulino,
una de las cuatro corrientes básicas del cristianismo primitivo que terminaron por integrar el canon bíblico.1
De las epístolas paulinas nos han llegado copias tan antiguas como el unánimemente por todas las Iglesias y
son para el cristianismo, ya desde sus primeros tiempos, una fuente ineludible de pensamiento y de
espiritualidad.
Suelen distinguirse las llamadas epístolas paulinas auténticas, que tienen en Pablo de Tarso su autor
prácticamente indiscutido, de las epístolas paulinas pseudoepigráficas —también llamadas
deuteropaulinas—, un conjunto de escritos epistolares que se presentan como suyos pero que la crítica
moderna, conocedora del fenómeno de la pseudoepigrafía típico de las obras antiguas orientales y griegas,
atribuye en grado diverso a otros autores asociados con Pablo.
Las llamadas epístolas auténticas (Epístola a los romanos, Primera y Segunda epístola a los corintios,
Epístola a los gálatas, Epístola a los filipenses, Primera epístola a los tesalonicenses —probablemente la más
antigua—, y Epístola a Filemón), dirigidas a creyentes cristianos de las iglesias que el Apóstol fundó
durante sus viajes misioneros después de su conversión, conforman la sección más antigua del corpus del
Nuevo Testamento: la crítica textual moderna sostiene de forma prácticamente unánime que fueron escritas
por la mano del Apóstol apenas 20-25 años después de la muerte de Jesús de Nazaret.
En el decir de Raymond Edward Brown:
La amplitud (de la influencia de Pablo de Tarso), junto con la profundidad de su pensamiento y la pasión de
su compromiso, han supuesto que —desde que sus cartas llegaron a ser parte del Nuevo Testamento— no
haya habido cristiano al que no haya afectado lo que este personaje ha escrito. Ya conozcan bien o mal a
Pablo, todos los cristianos son hijos de él en la fe a través de lo que se les ha enseñado sobre la doctrina y la
piedad.

Dichas cartas, con su correspondientes abreviaturas bíblicas son las siguientes:

Abreviaturas
Nombre Griego Latín
Compl. Mín.
Romanos Προς Ρωμαίους Epistula ad Romanos Rom Ro
1 Corintios Προς Κορινθίους Α Epistula I ad Corinthios 1 Cor 1C
2 Corintios Προς Κορινθίους Β Epistula II ad Corinthios 2 Cor 2C
Gálatas Προς Γαλάτας Epistula ad Galatas Gal G
Efesios Προς Εφεσίους Epistula ad Ephesios Ef E
Filipenses Προς Φιλιππησίους Epistula ad Philippenses Flp F

5
Colosenses Προς Κολασσαείς Epistula ad Colossenses Col C
1 Tesalonicenses Προς Θεσσαλονικείς Α Epistula I ad Thessalonicenses 1 Tes 1T
2 Tesalonicenses Προς Θεσσαλονικείς Β Epistula II ad Thessalonicenses 2 Tes 2T
1 Timoteo Προς Τιμόθεον Α Epistula I ad Timotheum 1 Tim 1T
2 Timoteo Προς Τιμόθεον Β Epistula II ad Timotheum 2 Tim 2T
Tito Προς Τίτον Epistula ad Titum Tt T
Filemón Προς Φιλήμονα Epistula ad Philemonem Fil Fl

De estas epístolas cuatro son personales (a Filemón, a Tito, Primera y Segunda a Timoteo), mientras que el
resto son colectivas (Primera y Segunda a los Tesalonicenses, a los Gálatas, Primera y Segunda a los
Corintios, a los Romanos, a los Filipenses, a los Colosenses y a los Efesios), esto es, no dirigidas a una
persona en particular sino a la comunidad eclesiástica de manera colectiva.
Con respecto a la Epístola a los Hebreos, la crítica bíblica actual señala que el autor no es propiamente
Pablo. De hecho, en su texto no se indica ni el remitente ni los destinatarios y, en el siglo II, Ireneo de Lyon
dijo que la mentalidad era paulina pero que la pluma sólo Dios lo sabe.
Objetivo de las cartas[editar]
El objetivo de estas cartas es dar instrucciones a los cristianos sobre el modo de comportarse y responder a
sus inquietudes. En general el autor da ánimos a sus lectores y responde a sus preguntas o preocupaciones
(Tesalonicenses y Corintios), en ocasiones los reprende (Gálatas y 2 Corintios) y a veces les escribe como
muestra de agradecimiento por su comportamiento (Filipenses). En las llamadas epístolas pastorales (1 y 2
Timoteo y Tito) el tema central es la organización interna de la iglesia (obispos, presbíteros, diáconos, etc.)
Además de estas cartas, se cree que Pablo hizo otros escritos que se acabaron perdiendo. Por ejemplo, en la
Primera Epístola a los Corintios Pablo parece que alude a una carta anterior (1 Corintios 5:9)
Autoría de las cartas[editar]
Las epístolas paulinas auténticas[editar]
Las cartas auténticas de Pablo son un conjunto de escritos neotestamentarios conformado por las siguientes
obras:6
• la Primera epístola a los tesalonicenses
• la Epístola a los filipenses
• la Primera epístola a los corintios
• la Segunda epístola a los corintios
• la Epístola a los gálatas
• la Epístola a Filemón
• la Epístola a los romanos.
Este corpus de epístolas auténticas es único en más de un sentido:
1 Porque se conoce a ciencia cierta su autor, y su autenticidad resulta reconocida ampliamente desde el
análisis científico-literario actual.
2 Porque su fecha de redacción es la más antigua de los libros del Nuevo Testamento, apenas 20-25 años
posterior a la muerte de Jesús de Nazaret, y probablemente anterior incluso a la de los evangelios en
su versión definitiva conocida hoy, por lo que constituyen documentación de carácter capital en
cualquier análisis sobre los inicios del cristianismo.
3 Porque ninguna otra personalidad del Nuevo Testamento se conoce a nivel semejante a través de sus
escritos.
Aunque las cartas tuvieron por función inmediata abordar problemas resultantes de situaciones concretas, es
muy verosímil que las comunidades a las cuales estas cartas estuvieron dirigidas las hayan atesorado, y que
prontamente las compartieran con otras comunidades paulinas. Así, resulta altamente probable que hacia
fines del siglo I estos escritos ya existieran como corpus, resultante del trabajo de una escuela paulina que
recopiló sus cartas para conformar el legado escrito del Apóstol.
Las epístolas paulinas pseudoepigráficas o epístolas deuteropaulinas[editar]
La autoría de algunas de estas epístolas es discutida, creyéndose que algunas de ellas fueron escritas por
discípulos de Pablo que las firmaron con el nombre de su maestro (pseudoepigrafía). La pseudoepigrafía en
nada desmerece esos escritos, tal lo señalado por Günther Bornkamm, uno de los discípulos de Bultmann:
Este fenómeno de recurso a un pseudónimo no puede ser juzgado sin más conforme a los criterios de la
literatura moderna. En la antigüedad no habían aparecido todavía criterios tales como los de «propiedad
6
intelectual», «cualidad de autor», «derechos de autor» y otros semejantes. Por tanto hay que tener prudencia
ante el concepto peyorativo de «falsificación». Los autores fingidos son, en la literatura eclesiástica,
portadores primarios de una tradición doctrinal cualificada, sobre todo en la lucha contra la herejía y en el
esfuerzo por confirmar la fe y el orden en la comunidad.
Günther Bornkamm, Pablo de Tarso, página 304
Los argumentos que se utilizan para cuestionar la autoría paulina de algunos de estos escritos hacen
referencia al estilo literario, al vocabulario empleado y a la doctrina, pues existen matices entre algunas de
ellas. Se trata de las siguientes obras:
• la Segunda epístola a los tesalonicenses
• la Epístola a los colosenses
• la Epístola a los efesios
• la Primera epístola a Timoteo
• la Segunda epístola a Timoteo
• la Epístola a Tito.
Según Raymond Edward Brown, el 80-90 % de la crítica considera pseudónimas la Epístola a Tito, la
Primera epístola a Timoteo y la Segunda epístola a Timoteo. También señala que el 80 % más o menos de la
crítica considera pseudónima la Epístola a los efesios; el 60 % de la crítica considera pseudónima la Epístola
a los colosenses; y aproximadamente el 50 % de la crítica considera pseudónima la Segunda epístola a los
tesalonicenses, aunque esta última opinión va en aumento.
En el mismo sentido se expresa Antonio Piñero en su obra Guía para entender el Nuevo Testamento: que
existe un amplio consenso, aunque no unanimidad, en que las llamadas epístolas pastorales (1 y 2 Timoteo y
Tito) no son auténticas sino obra de algún discípulo suyo y que esta opinión no sólo se da entre los críticos,
sino que es asumida cada vez más por muchos teólogos; y que respecto a la autoría de la Epístola a los
efesios y de la Epístola a los colosenses, las opiniones están más divididas, aunque cada vez hay más
acuerdo, incluso entre los teólogos, en que no son obra de Pablo sino de algún discípulo suyo.Vidal García
también se expresó en el mismo sentido: «Se trata, sin duda, de escritos pseudoepigráficos, en los que sus
autores se presentan como «Pablo», dando a entender así que recurren a la autoridad de la tradición paulina;
pero tanto su vocabulario y estilo como su concepción demuestran que ellos no son el Pablo auténtico».
Con todo algunos autores, como los miembros de la Escuela bíblica y arqueológica francesa de Jerusalén,
sostienen la autoría paulina de estas cartas, en particular de la Epístola a los colosenses, argumentando que
las variaciones en el estilo y en la temática se pueden justificar por el cambio del marco histórico en que se
escribieron.
Por último, en el libro de Antonio Piñero titulado Los Apocalipsis, el autor dice que los especialistas están
divididos casi al 50 % con relación a si la Segunda Epístola a los Tesaloniceses es o no paulina.
El hecho de que se sugiera que estos escritos canónicos pueden ser pseudoepigráficos o deuteropaulinos,
lejos de quitarle notoriedad a Pablo de Tarso, se interpretan como resultante de la autoridad del Apóstol. En
efecto, significa que una «escuela», quizá ya establecida en torno al mismo Pablo y depositaria de su legado,
recurrió a la autoridad del Apóstol para validar sus escritos.
Pablo de Tarso fue ante todo un apóstol, un misionero y un predicador. Dirigió sus cartas a diferentes
comunidades y personas con intención de llevar adelante su propósito de edificar la Iglesia, y se sirvió del
género epistolar como medio para difundir su conocimiento del mensaje cristiano y, sobre todo, para
aplicarlo a problemas concretos surgidos en las zonas que no podía visitar personalmente. Estos problemas
le servían frecuentemente como punto de inicio para tratar de manera más amplia y trascendente las
verdades fundamentales de la fe y la conducta cristianas. Con todo, las epístolas paulinas perduraron mucho
más allá de la ocasión en que fueron escritas, e hicieron de su autor una de las personalidades más
influyentes de la Historia de la cristiandad.
Apocalipsis
El libro de las Revelaciones o Apocalipsis de san Juan(en griego helenístico Ἀποκάλυψις
Ἰωάννου Apokálypsis Ioánnou 'Revelación de Juan') es el último libro del Nuevo Testamento. También es
conocido como Revelaciones de Jesucristo por el título que al principio se da a este libro (Ἀποκάλυψις
Ἰησοῦ Χριστοῦ [...])1 y, en algunos círculos protestantes, simplemente como Revelación o Libro de las
revelaciones. Por su género literario, es considerado por la mayoría de los eruditos el único libro del Nuevo
Testamento de carácter exclusivamente profético.2
7
El Apocalipsis quizás sea el escrito más rico en símbolos de toda la Biblia. La cantidad de símbolos, eventos
y procesos complica la tarea de interpretar la totalidad del texto y, como tal, ha sido objeto de numerosas
investigaciones, interpretaciones y debate a lo largo de la historia.

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