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El Hombre Ante Dios Adrienne Von Speyr PDF
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3. El conocimiento 33
4. El encuentro 45
5. La palabra de Dios 53
8. El trabajo 83
9. Lo desmesurado 93
3
4 ÍNDICE GENERAL
Capı́tulo 1
5
6 1. Los lı́mites y su superación
Ası́ pués, él es incapaz por sı́ mismo de imitar a los héroes
cristianos. Le resulta imposible tomarlos como modelo. No obs-
tante, el modelo, el ejemplo está siempre ante él con todo su
resplandor invitándole a seguirlo. De un lado se encuentra él,
con sus fallos y sus dudas, necesitado de proyectos vitales y, sin
embargo, consciente de su falta de perseverancia; de otro, el he-
cho innegable del hombre apostólico, que lo ilumina, lo fascina,
le plantea una exigencia. No obstante, el hombre es consciente
de que no puede superar el abismo entre ambas formas de exis-
tencia imitando desde su propia situación las acciones de quien
está al otro lado, sino que le es preciso salir de sı́ mismo. El pri-
mer acto global concierne al propio yo. Ha de salir de su propia
situación, emigrar de sı́ mismo, y esto constituye una especie de
aniquilamiento, un olvidarse de sı́ mismo, un perderse a sı́ mis-
mo, una llamada a una nueva soledad, un estallido en el centro
del propio ser, para dejar espacio libre a Dios, que entra en él y
desde allı́ transforma radicalmente al hombre. Ante todo, Dios
dispone plenamente de él. Y esta acción de disponer ha de con-
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todas las fronteras espaciales; Él nos lleva consigo y nos tiene
presentes, de tal manera que el ((estar aquı́)) no excluye el ((estar
allı́)). Nuestra razón, ligada a las leyes humanas, es incapaz de
comprender esta simultaneidad entre el ((estar aquı́)) y el ((estar
allı́)); nuestra ((sabidurı́a)) superficial no ve por todas partes más
que finitud, categorı́a que nosotros mismos imponemos a nuestra
inteligencia y a nuestro amor cuando, al experimentar nuestros
lı́mites, sólo percibimos ((imposibilidades)). Pero lo que nosotros
consideramos imposible fı́sicamente -((no puedo caminar o estar
despierto más que un número determinado de horas, etc.))- ha
sido ya superado en el Espı́ritu del Señor, de tal manera que ya
no necesitamos detenernos más en ello o estar pensando y ha-
blando continuamente de nuestras limitaciones. Desde que tuvo
lugar la encarnación de Dios, es preciso encontrar lo ilimitado
al interior de nuestros lı́mites.
17
18 2. La vida de Dios para el hombre
b. La imitación de lo inimitable
El conocimiento
33
34 3. El conocimiento
b. Implicación de la subjetividad
El encuentro
a. El primer contacto
45
46 4. El encuentro
b. La decisión
La palabra de Dios
a. La infinitud en lo finito
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54 5. La palabra de Dios
No han sido muchas las palabras del Señor que han llegado
hasta nosotros; pero son más que suficientes para llamar a todo
hombre y exigirle una respuesta a Dios. Y, antes de responder,
ha de acoger en sı́ esta Palabra, ha de hacerla valer en su propia
realidad, ha de dejarse ensanchar por la plenitud de la Palabra
y, sobre todo, ha de percatarse de la exigencia, del compromiso
que le plantea. Si se reconocen estas caracterı́sticas de la Pala-
bra, el hombre será capaz de experimentar la sobreabundancia
de ésta. Y aunque acogiese en sı́ cada palabra y se convirtiese
en portador de la Palabra, la riqueza de ésta le rebasarı́a de un
modo inconcebible. Él no puede encerrar a la Palabra dentro de
56 5. La palabra de Dios
sus propios lı́mites. En efecto, frente a Dios, él sólo es una ima-
gen, un espejo, y nunca podrá devolverle todo lo que de Él ha
recibido. Incluso cuando vislumbra de alguna manera las dimen-
siones de lo divino, no puede trascender su ámbito creatural, y
es incapaz de abarcar la infinitud de Dios, tanto en lo que se
refiere a la comprensión de la verdad, como en lo que respecta
al seguimiento del Señor o a la santidad. Todo santo tropieza
continuamente con estos lı́mites; toda persona que quiera seguir
a Dios, todo aquél que de verdad hace oración, ha de recono-
cer su incapacidad, incluso en los momentos en que no se le ha
encarecido prestar atención expresa a ello, ya que la palabra
se manifiesta en él con tanta fuerza que, por ası́ decirlo, borra
gratuitamente los lı́mites humanos. La Palabra es tan viva que
puede revivificar aquello que en el pecador estaba muerto. San-
ta Teresita ((escoge todo)), pero, al decidirse a seguir al Señor,
sabe que le ha sido impuesta una limitación; pero no tiene por
qué apenarse; el Señor la tomará y la hará crecer en su gracia.
que quizá quisiera devorar todo su ser ahora mismo, para hacer
tabla rasa y arrancarles la respuesta adecuada. Pero ellos no han
llegado tan lejos, todavı́a claudican. Es una fatalidad el que ellos
se demoren frente a la Palabra, el que tarden mucho tiempo en
comprender lo que, en el fondo, se refiere al momento presente;
más aún, muchos quizá nunca entenderán esto completamente;
sin embargo, han sido sacudidos de tal manera por la gracia, que
harán lo más indicado con una especie de fe medio despierta.
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62 6. La respuesta del hombre
1
En la guerra entre los de Galaad y los efraimitas (cf. Jueces, 12,6), aquéllos pedı́an a
éstos que pronunciasen la palabra: su defecto de pronunciación traicionaba a los efraimitas
(ellos decı́an ((Sibbolet))). El término significa ((espiga)) o ((corriente de un rı́o)). (N. del E.)
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b. Transformación de la vida
voz que habla aquı́ y en este momento, y sólo con esta perso-
na concreta. Lo que el hombre habı́a prometido en general y
de una manera irreflexiva, le es exigido ahora en concreto y de
un modo bien preciso. El cristiano pertenece a Dios, vive para
Él. Pero, ¿qué quiere decir esto en concreto? La Palabra nos lo
muestra, y el que se somete a ella, vive una nueva vida, la vi-
da de la Palabra. Y porque es vida, es algo concreto. Y, dado
que es algo concreto y vivo, es omnipresente y lo penetra todo.
Establece nuevas normas, pero el hombre no está a la altura de
ellas; ha de convertirse ı́ntegramente en un servidor del Espı́ritu.
Entonces comienza a percatarse de que, a través de la Palabra,
ha sido establecida la justa distancia entre su Señor y él. Esta
distancia era conocida por él en abstracto, y era para él como
una muralla. Cuando, en un caso extraordinario, llegaba hasta
el lı́mite que le era permitido alcanzar, tropezaba con lo desco-
nocido, con el Señor. Ahora, la distancia significa plenitud. Una
plenitud visible, palpable, viva. Esta plenitud ha hecho desapa-
recer la muralla. La distancia es aquella realidad salutı́fera que
puede ser contemplada siempre en la oración y en el trabajo. La
verdad, esta presencia real de la distancia, significa tanto para la
nueva unidad entre el que dice sı́ y el Señor, que el Señor mismo
toma sobre Sı́ todo lo que el hombre no es capaz de hacer. La
relación creada a través de la distancia hace surgir una nueva
comunidad de acción entre el Señor y su servidor, de tal manera
que el hombre no tiene ya por qué preocuparse por la norma
y puede dejar todas las cosas en manos del Señor. Él hace lo
que la Palabra y el compromiso planteado por ella le exigen;
procura hacerlo lo mejor que puede y no necesita preocuparse
de lo demás. En efecto, esto no es cosa suya, sino de la otra
parte. Y, de este modo, la confianza y la fe, que parecı́an cosas
fijas e inamovibles, quedan situadas bajo una luz nueva, la luz
de la eternidad. Entre la gracia y el mérito se plantea una re-
lación nueva; ya no se pueden establecer fronteras fijas entre la
66 6. La respuesta del hombre
71
72 7. La situación del mundo
c. La Iglesia en el mundo
El trabajo
83
84 8. El trabajo
Lo desmesurado
93
94 9. Lo desmesurado
b. Lo desmesurado y la obediencia
Ahora bien, si una vez dado el sı́, continúa aplicando sus pro-
pias normas, se privará del acceso a la eternidad en este mundo.
El religioso que quisiera vivir a partir de la norma de hoy y pla-
near y calcular su futuro inmediato en función de esa norma,
no habrı́a muerto verdaderamente a su yo. Habrı́a caı́do en una
((tierra de nadie)), dado que no pertenece ya a este mundo, pero
tampoco a la vida eterna que le abre la obediencia sin reservas.
Ya no puede servirse de los criterios mundanos, pero queda pri-
vado al mismo tiempo de la desmesura de lo eterno, porque él
no se decide a ponerse, sin temores, en las manos de Dios, como
hacen los lirios del campo. De este modo, su vida se convierte
en algo irreal e inauténtico. Las normas terrenales sólo pueden
encerrar pequeñas verdades, la desmesura del sı́ abre al hombre
a la sublime verdad de Dios; no hay una tercera vı́a.
La alegrı́a
a. La alegrı́a desbordante
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104 10. La alegrı́a
b. La objetividad de la alegrı́a
c. La alegrı́a de la resurrección
La verdad
a. Conversión y verdad
113
114 11. La verdad
b. Vivir en la verdad
c. La verdad sacramental
a fin de que allı́ pueda encenderse una nueva antorcha, los sa-
cramentos recogen la sustancia del Dios verdadero -su carne y
su Espı́ritu, ası́ como su Palabra- para encender una nueva fe,
un nuevo amor, que mantengan viva sobre la tierra la verdad
de Dios. Ciertamente, esta verdad está viva en la Escritura, en
el cielo, allı́ donde reina únicamente la voluntad de Dios. Pero
también está viva en la Iglesia y en cada cristiano, a pesar de
sus faltas y de sus defectos. Y esto es ası́, porque lo sacramental
eleva permanentemente al hombre hasta el plano de la verdad
divina.
d. Abiertos a Dios