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24/12/2018 El deseo nace del derrumbe | Página12

LAS12

21 de diciembre de 2018

El deseo nace del derrumbe


DEBATES | Todavía la tierra tiembla, todavía se sienten las réplicas de la denuncia de la
actriz que fue violada a los 16 por el único adulto del elenco que compartían. Cientos, miles
de relatos de abusos pueblan las redes sociales; las organizaciones políticas se ven
jaqueadas por las denuncias de sus militantes; senadores, concejales, productores
culturales, músicos, escritores, dirigentes sindicales, docentes, religiosos; en todos los
ámbitos hay denuncias de violencia sexual y en algunos las expulsiones se deciden
rápidamente. La sensación es de revuelta: hay tanta euforia como angustia por el modo en
que va a estabilizarse esta tierra trémula. ¿Cualquiera puede ser escrachado? ¿Será que
nos volveremos puritanas? ¿De qué se habla cuando se habla de punitivismo? El texto que
sigue es una reflexión colectiva como un corte transversal sobre las distintas capas de
sentido que se entreveran en la coyuntura en busca de que el patriarcado se caiga, pero no
encima nuestro, no encima de nuestro deseo.

Por Colectivo Antroposex

Imagen: Jose Nico

En los últimos años, la movilización y la potencia de los debates


feministas hicieron estallar la vida cotidiana dinamitando los asados
familiares, las oficinas, los grupos de mamis de whatsapp, las casas, las
calles y las camas. Asistimos a un panorama polifónico donde conviven
innumerables asambleas feministas y sexo-disidentes con el show de
Tinelli, el Women 20 con Baby Etchecopar, la campaña de Avon y las
consejerías de feminismo popular en el conurbano con las campañas
federales de los antiderechos: todo se cruza en una ensalada
multisectorial de demandas, tensiones y disputas de sentidos.

Pero cuando un día te levantás y resulta que vos, tu tía macrista,


Pichetto, Vidal y tu amigo desconstruide están usando el mismo hashtag
en un gran abrazo caracol de redes sociales, puede que sea el momento
de una reflexión colectiva que redoble la apuesta.

¿Cómo intervenimos políticamente frente las agresiones machistas?


¿Para qué lo hacemos? ¿Qué efectos buscamos producir? ¿Qué
producimos efectivamente? ¿Cómo continuamos después de una
intervención? ¿Con qué herramientas contamos y en cuáles nos
sentimos improvisando? ¿En qué medida estamos pudiendo recoger
nuestras experiencias para repensarnos mientras nos come la agenda
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del día a día? ¿Qué diferencias tenemos dentro de los activismos


transfeministas y sexo-disidentes frente a esas intervenciones? ¿Qué
alianzas queremos construir?

Debatir y pensar acerca de los escraches, las acciones y las estrategias


colectivas e individuales frente a las agresiones machistas,
cisheterosexistas, las violencias en los ámbitos laborales, en las
organizaciones, los sindicatos, los grupos activistas e incluso en las
relaciones sexoafectivas atraviesa indudablemente la agenda pública del
feminismo.

Es siempre un riesgo posicionarse en medio de una coyuntura que arde


como herida abierta. Nosotrxs escribimos desde el ámbito universitario,
donde venimos trabajando desde hace diez años por instalar una
agenda de género y sexualidades que aporte a la profundización de una
perspectiva crítica en las ciencias sociales. Escribimos también como
activistas feministas, lesbianas, maricas, como trabajadorxs estatales,
como militantes gremiales, de organizaciones sociales y como talleristas
de la educación sexual integral. Desde la necesidad constante de
repensar nuestros modos de relacionarnos sexoafectivamente, de
disfrutar, de vivir nuestros placeres aún en estos contextos. Escribimos
desde nuestras contradicciones, incluso a partir de haber sido objeto de
escrache algunas veces, desde los fracasos y los aciertos, desde la
urgencia, intentando aportar algunas reflexiones hacia una construcción
a largo plazo.

Celebramos la potencia de las demandas organizadas que rompen el


pacto machista de silencio, pero al mismo tiempo nos parece necesario
problematizar los modos de entender las violencias, los reclamos de
justicia y las estrategias de intervención política, por lo que decidimos
compartir algunas de las preguntas que nos acechan.

LA IMAGINACIÓN DEL PODER: MANUAL DE LA “BUENA


VÍCTIMA”
Estos momentos de convulsión colectiva decantan casi siempre, para
bien o para mal, en representaciones de víctimas y victimarios
determinadas. El problema es que los modelos que tenemos disponibles
para citar no siempre son de lo mejor. Tal vez porque están teóricamente
informados por discursos patriarcales como por ejemplo el del derecho
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penal que insiste en producir víctimas pasivas (que tienen que demostrar
cero participación en el hecho juzgado), débiles, sumisas y vulnerables.
Estos adjetivos, fuertemente asociados a los mandatos occidentales
sobre la femineidad, parecen ser entonces condición necesaria para una
defensa “exitosa” de la víctima. El riesgo es que pueden volverse una
exigencia para legitimar una voz que denuncia ¿Qué pasa si la persona
que sufrió algún tipo de violencia se presenta insurrecta, furiosa o
disfrutando de su sexualidad? Para la justicia patriarcal una mujer
empoderada, autónoma, agresiva, activa sexualmente, que cobra por
sexo o que consintió algún tipo de vínculo con el agresor, tiene muchas
menos chances de ser defendida. A nivel social, también estas
personalidades generan menos empatía y apoyo masivo: son menos
digeribles por el sistema cis-hetero-patriarcal. La cuestión del vínculo con
el agresor se vuelve particularmente intrincada cuando justamente la
amplia mayoría de las violencias de este tipo se producen dentro de
vínculos de pareja o entre personas que mantenían algún tipo de
relación ¿Cómo se mide el consentimiento en estos vínculos? Es claro
que a todxs nos parece un horror que, desde la perspectiva de los jueces
del caso de Lucía Pérez, ella “consintió” tener sexo con alguien desde el
momento en que aceptó ir a su casa. Pero, ¿en qué medida
reproducimos valoraciones parecidas en nuestras conversaciones
cotidianas?

Tamar Pitch, socióloga italiana, afirma que en los últimos 30 años en el


discurso feminista la retórica de la “opresión”, fue reemplazada por la de
la “violencia”. Si el concepto de opresión de género, emparentado con el
de clase, permitía ver cómo la desigualdad de poder invadía todos los
ámbitos de la vida cotidiana, el de “violencia”, al imponerse como
definición dominante, trascendió su aplicación a casos extremos como la
violación y terminó englobando bajo el mismo término una diversidad de
situaciones producto de la opresión. Si bien permitió visibilizar y
desnaturalizar dinámicas a las que estábamos acostumbradxs, el costo
que pagamos es la reducción de nuestra imaginación política a un
binomio víctima-victimario, activo-pasiva definidos, definidos por
exclusión entre sí y en función de un acto violento y de una relación
unilateral. Esta mirada a veces funciona como trampa porque no nos
deja ver los procesos y la responsabilidad de un sistema capitalista-
patriarcal mucho más complejo. Como dijo esta semana Luciano Fabbri,
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p p j j ,
¿Cuántos Juan Darthes necesitamos para entender que el problema no
es Juan Darthes?

Pero también funciona como trampa cuando no permite complejizar los


roles y las situaciones y nos invita a caer en representaciones
profundamente (re)victimizantes de mujeres y en imágenes planas de los
perpetradores, que tampoco nos ayudan a diferenciar a un Juan Darthes
de un adolescente que hizo un comentario misógino, ni a elaborar
estrategias diferentes para trabajar con ellos.

Otra representación limitada que decanta de este paradigma es la de la


condena “justa”. ¿Qué necesitamos luego de sufrir violencia? ¿Qué nos
repara? ¿Qué nos sana? En la lógica perversa del neoliberalismo la
única reparación posible es la condena punitiva, privatizada, la pena
como reparación psicológica. El problema de estas ideas es que, lejos
de acotarse a los procesos judiciales, se han instalado con fuerza en los
discursos que circulan en los medios de comunicación, en nuestras
redes sociales y en nuestros espacios de militancia.

Nos preocupa y nos ocupa ampliar el discurso sobre las violencias y el


empoderamiento individual del “No es No” y “Mi cuerpo es mío”, que
parecen ser la puerta de entrada al feminismo, para que las manadas de
pibas y pibxs que están llenándose de preguntas puedan tener al
alcance herramientas para repensarlo todo, desde el amor romántico, las
amistades, las redes, hasta las estructuras familiares y las opresiones
económicas.

Lo que nos mueve es el profundo deseo de que el feminismo en toda su


potencia, como paradigma teórico-político, atraviese la ola verde
desafiándonos a superar la espontaneidad, las alianzas fugaces, las
demandas punitivas y los estereotipos de buenas y malas víctimas.

A ESCRACHAR MI AMOR
Realizar una acción pública denunciando violencias, aunque se haga en
un posteo virtual, es un modo más que específico de poner el cuerpo, no
es gratuito, no es liviano, no es algo que se tramite fácilmente. Por eso
cabe considerar las condiciones y las alianzas con las que contamos,
prever el marco de contención y cuidado para las personas que
denuncian y evaluar su vínculo con estrategias y proyectos políticos más
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amplios.

El escrache a personas, orgas u eventos que hoy es moneda corriente


en las redes sociales no nace de la nada, es el resultado de un
encuentro particular entre décadas de lucha feminista visibilizando la
desigualdad de género, con una estrategia específica de intervención
política tomada de organismos de derechos humanos. Para orgullo u
oprobio de lxs devotxs de lo nacional, el escrache es otro invento local
que lxs argentinxs hemos exportado al mundo. Desde que vio la luz a
mediados de los noventa en la cabeza de H.I.J.O.S ante la impotencia
frente al indulto a los represores, el escrache evadió fronteras. “Roche”
(vergüenza) en Perú, “funa” (arruinar algo) en Chile, la estrategia del
escrache sigue trastocándose a medida que es incorporada y
reapropiada por diferentes movimientos y demandas. La exigencia de
condena social ante la imposibilidad de una condena institucional que se
plasmaba en el lema “Si no hay justicia, hay escrache” fue dejada de
lado y su objetivo se pluralizó.

El escrache capitaliza a su favor la efectividad, la masividad de las redes


y la interpelación instantánea; pero al mismo tiempo hereda la
precariedad que esa misma fugacidad le impone. Implosiona y se vuelve
cada vez más común en el medio de una década tecno-polìtica donde la
subjetividad está mediatizada y las afectaciones expuestas en instagram
¿Qué implicancias políticas tiene denunciar desde esta coyuntura
hashtag-afectiva? ¿es el escrache el medio o el fin de la intervención?
¿Existen otros medios sociales disponibles para resolver y tramitar estas
demandas? ¿Cómo combatimos los efectos pedagógicos del testimonio
visual de la buena víctima? ¿Qué herramientas creativas podemos armar
para diferenciar al violador del machirulo, sin dejar de denunciar la
cultura de la violación y las matrices culturales que ambos comparten?

HAY QUE SALIR DEL AGUJERO INTERIOR


Las estrategias que en los últimos años se han desplegado en las
instituciones, espacios públicos y culturales, si bien son diversas y han
sido formuladas desde/con diversos colectivos/actores, tienen como
interlocutor directo a las víctimas de las violencias. Se espera de éstas
(nosotras) el puntapié inicial en la cadena de la denuncia y son ellas
(nosotras) las que recibiremos asistencia ante el trauma o daño producto
de la situación de violencia vivida Detrás de esta lógica de intervención
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de la situación de violencia vivida. Detrás de esta lógica de intervención
centrada en la víctima hay una idea de reparación individual que nos
construye como las únicas voces/sujetas capaces de denunciar o más
bien nos lo impone como nuestra responsabilidad. Y es aquí donde cabe
preguntarse ¿Y si quisiéramos ocupar otro lugar? ¿A qué horizontes nos
llevaría pensar otros interlocutores y otras estrategias? Por ejemplo,
¿Por qué si el 95% de las violencias las ejercen los cis-varones, las
estrategias no van dirigidas a interpelarlos a ellos? ¿Qué pasa si en
lugar de ofrecerle una psicóloga a la mujer acosada en el transporte
público hacemos una campaña que les diga a los varones que apoyar a
las pibas en el subte “¡No está bien, está mal!” y no se va a tolerar?

A su vez la idea de “espacios seguros” que surge como contrapartida de


la expulsión, tampoco adolece de opacidades y contradicciones ya que
implica, por momentos, creer que podemos pensarnos por fuera de las
lógicas del poder y la violencia y que una vez expulsado el factor
problemático, adentro estamos a salvo de problemas. Si la expulsión
opera como ficción de solución instantánea podría opacar la
sistematicidad del problema de la violencia en la sociedad y en nuestros
espacios.

En este sentido, es interesante pensar en estrategias políticas


organizadas y colectivas que interpelan a la institución/espacio/grupo
donde la situación de violencia tuvo (o podría tener) lugar, desde otro
lugar. Un ejemplo en este sentido es el proyecto “Fanáticas de los
boliches” de Red de Mujeres con los bares y centros culturales que
intenta generar una cultura de la noche en la que los espacios expliciten
una postura clara y frente a las agresiones, reconociendo en las pibas el
derecho a emborracharse y pasarla bien sin ser acosadas.

LOS PROTOCOLOS: ENTRE LAS INICIATIVAS ACTIVISTAS


Y LAS COMPLEJIDADES INSTITUCIONALES
A fuerza de las demandas de los colectivos feministas, distintas
instituciones y organizaciones sociales y políticas comenzaron a
implementar mecanismos y protocolos de actuación ante la violencia
machista. Esta herramienta ha permitido visibilizar e intervenir frente a
situaciones que hasta hace poco tiempo eran percibidas como conflictos
que pertenecían al orden de lo íntimo y lo privado sobre lo que “mejor no
meterse”.
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Su implementación ha sido heterogénea. En algunos casos implicó la


creación de espacios de trabajo específicos para recibir de las
denuncias, acompañar a quienes denuncian, evaluar conjuntamente las
acciones a implementar y desarrollar un trabajo

de reflexión y análisis permanente de lo realizado. En otros, se trató de


una formalización de circuitos administrativos para las denuncias sin
asignación de recursos ni personal específico para su evaluación y
seguimiento.

La Universidad Nacional de San Martín, pionera en la implementación de


políticas contra la violencia machista, realizó una encuesta al
estudiantado en el proceso de armado de su protocolo universitario y el
80% de las respuestas se orientaron a medidas punitivistas, sugiriendo
la expulsión de los estudiantes acusados. Esto nos despierta una
multiplicidad de preguntas: ¿Cómo construimos estrategias integrales y a
largo plazo que desarmen las estructuras violentas muchas veces
naturalizadas en las instituciones y organizaciones? ¿Es lo mismo
ofrecerle un espacio confidencial y seguro de contención a una mujer
que denuncia dentro de una organización, o una licencia por violencia
dentro del estado, que establecer una política comunicacional integral
que explicite el rechazo a cualquier tipo de agresión machista en ese
ámbito? ¿Qué hacemos con lxs agresorxs? ¿Cómo acompañamos a las
adolescentes de escuelas secundarias que están haciendo denuncias en
redes sociales, escraches en los recreos y listas de agresores en los
baños? ¿Cómo hacemos para que las respuestas a estas violencias no
recaigan en “la comisión de género” de la universidad o de la
organización social implicando un trabajo extra muchas veces no
reconocido ni remunerado para las compañeras? ¿Qué esperamos de
los protocolos? ¿Son un punto de partida y también de llegada en la
respuesta de las instituciones frente a situaciones de violencia?
¿Quiénes los escriben? ¿Qué recursos se destinan a su
funcionamiento? ¿Cómo pensamos las intervenciones que apunten a
modificar la cultura del acoso que no deriven solamente en la acción
punitiva? ¿Pueden estas herramientas producir efectos distintos a los
esperados por “la víctima”? ¿Qué tipo de justicia es lo suficientemente
justa y reparadora?

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VIOLENCIAS EN 3D Y EL SEXTO SENTIDO


Para pensar la violencia proponemos dos movimientos divergentes pero
complementarios. En principio, consideramos imprescindible vincular las
diferentes situaciones que pueden ser caracterizadas como violencia con
la estructura de desigualdades y jerarquías patriarcales que las articula.
Tenemos que ser capaces de visibilizar y discutir en nuestros espacios
cómo se vinculan la violación y los femicidios con la ilegalidad del aborto,
con que te manden a hacer el mate en una reunión de trabajo porque
sos mujer, con que te vistan de rosa o no te dejen hacer jugar a juegos “
de varones”, que aún se tenga que luchar por un cupo laboral trans con
que tu marido te obligue a coger, que la compañera diga que su novio “la
ayuda en casa” y que tengas asignados “naturalmente” los trabajos de
cuidado, con que te griten en la calle o te echen de un bar por lesbiana.

El feminismo nos ha enseñado que lo personal es político y que las


opresiones están relacionadas entre sí. Pero también consideramos de
vital importancia distinguir las diferentes modalidades de violencia ¿Por
qué? Porque en lo que refiere a los hilos invisibles que sustentan una u
otra situación no es lo mismo la violencia en una relación de pareja que
una situación de violencia laboral en un Ministerio, un abuso de poder en
un sindicato, la violencia simbólica ejercida desde los medios de
comunicación, o un abuso sexual en el ambiente del cine o el teatro, solo
por enumerar distintas posibilidades.

Es necesario contextualizar quién es la persona que ejerce la violencia y


qué lugar ocupa. No es lo mismo un jefe que un compañero de escuela
secundaria, un cura, un marido, una novia, el gran actor argentino, un
desconocido en la calle o un profesor. No es lo mismo un abuso de un
adulto sobre una niña, que entre dos varones de la misma edad. Esto no
implica relativizar las violencias, sino que aspira a entender cada
situación en su complejidad y su contexto.

Todo se vincula con todo, pero ¿todas las formas de opresión son
violencia? ¿Qué efectos tiene sobre nuestras estrategias políticas que
bajo la categoría “violencia” ingresen prácticas que van desde el insulto,
la injuria, la manipulación, el acoso, la violación hasta los golpes o el
femicidio? ¿Aplicar siempre los mismos términos a cosas distintas no
termina debilitando su potencial analítico?

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El desafío es descomponer y analizar en su complejidad cada una de


estas formas de violencia, sin por eso soslayar el ADN patriarcal que las
emparenta. Necesitamos ampliar nuestros horizontes de respuestas
posibles para aplicar a un sinnúmero de situaciones divergentes tanto
actuales como pasadas. Por mencionar ejemplos, ¿qué hago si a la luz
de las recientes denuncias que se masificaron en las redes sociales
repienso hechos que me pasaron años atrás y los entiendo como formas
de violencia? ¿Qué implica que me reconozca como una víctima? ¿Qué
opciones tengo disponibles para sanar el dolor, para reparar? ¿Qué
significa reparar? ¿Y qué pasa si, por el contrario, reveo mi pasado y
encuentro que fui perpetradorx de violencia? ¿Cuál sería una forma
reparadora de accionar sobre eso? ¿Cuál no? ¿Reconocerlo? ¿Hacerse
cargo? ¿Qué posibilidades tengo de pensarme con otrxs, de
organizarme?

Por último, aparece con urgencia la necesidad de complejizar las


relaciones interseccionales entre las problemáticas para reconocer otras
dimensiones de exclusión y violencia. Jack Halberstam, activista trans
estadounidense, señala cómo los movimientos sexo-disidentes
abandonaron su lucha radical y anti-capitalista contra la explotación
cuando comenzaron a exigir al Estado derechos civiles y seguridad.
Halberstam advierte:

“La realidad es que existen elementos más susceptibles de ser objeto de


violencia, brutalidad policial, clasismo y acceso limitado a la educación y
a otras oportunidades vitales: la clase social y la etnia. Analicemos los
privilegios que habitualmente sustentan las exhibiciones públicas de ira y
dolor y debatamos sobre otro tipo de quejas que sí denuncien
marginación, trauma y violencia”.

Si feminismo mata galán, igual la billetera sigue siendo la gran grieta que
define el riesgo efectivo de encarcelamiento. Así el tema se dispara en
múltiples dimensiones cuando en algunas comunidades las indígenas
debaten posibilidades de acción frente a un lonko acusado de abuso
intentando no dinamitar los lazos comunitarios o entregarlo al Estado,
frente al cual ya tiene varias causas judiciales. O cómo las compañeras
organizadas en los barrios que se la pasan cuidando a lxs pibxs de la
violencia institucional perpetuada por la policía eligen la autodefensa
como acción directa y comunitaria frente a las violencias machistas
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como acción directa y comunitaria frente a las violencias machistas.

DE LA GRIETA AL TERREMOTO
Asistimos a la implosión de un sistema que no puede dar respuesta ni
contención en el marco de un Estado neoliberal que precariza la política
pública tanto como nuestras vidas, dificultando las alianzas y las
posibilidades de organizarnos. La adaptación al cis-tema nos saquea las
herramientas para crear vínculos afectivos distintos a los ya fallidos
aprendidos y enseñados. Un Estado que no da respuestas a una
sociedad que las pide fragmentadas, individualizadas, intermitentes.
Todo esto agravado por un contexto global que exacerba la peor
individualidad del exitismo capitalista, mercantilizando nuestras redes y
emociones, re-apropiándose de consignas emancipadoras para sus
slogans, en una maraña mediatizada de pirañas que huelen dolor a
kilómetros de distancia y fagocitan el morbo colectivo.

Nos preguntamos por las contradicciones del deseo. La denuncia o el


escrache, ¿Son sólo las fórmulas que tenemos disponibles dado nuestro
imaginario securitario construido? ¿O hay algo de la dinámica de poder y
del goce en lo punitivo que se nos cuela de manera inconsciente? En un
mundo atravesado por relaciones desiguales de poder, ¿cuánto de este
consentimiento no corresponde incluso a un imaginario de géneros ya
estigmatizado, ya encarnado? Estos debates no son de hoy: a fines de
los 70 y principios de los 80 las feministas ya habían marcado la grieta.
Sin embargo, pos teorías queer, pos lucha por el reconocimiento a la
identidad, pos fenómeno pinkwashing y Ley de Matrimonio, pos ensayos
colectivos donde instituciones netamente patriarcales (como la Iglesia o
el Estado mismo) también dicen “Ni una menos”, las grietas se parten, se
desdoblan, sacuden y mueven todo territorio que (creímos) supimos
construir. No podemos engañarnos creyendo que hay respuestas
simples a problemas complejos. Por esto mismo, nos preocupa el
disciplinamiento altamente pedagógico que puede constituir el reclamo-
receta de sororidad aplicado acríticamente, en el que los relatos
hegemónicos anclados en el dolor y las imágenes victimistas pueden
llegar a limitarnos en una única forma de responder, a mercantilizar
demandas individuales y colectivas, o venderlas a empresas que se las
reapropien vaciándolas de contenido.

¿De qué hablamos cuando hablamos de justicia feminista? ¿Qué


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experiencias nos conmueven, nos reparan? ¿Cómo elaboramos y


transformamos esas violencias? ¿Qué pedimos cuando pedimos
justicia? ¿Cómo transformamos cada uno de los espacios en los que nos
movemos? ¿Cómo nos re-apropiamos de la violencia para usarla contra
el cis-tema pakitalista? ¿cómo la enfrentamos sin que nos descuartice?
¿Cómo elaboramos propuestas que se sitúen en los márgenes, que
reivindiquen el deseo y el espíritu de la disidencia?

Si de algo tenemos un mínimo de certeza, es de que no apostamos a un


feminismo del dolor o del peligro; queremos la amistad como modo de
vida, queremos bailar, sexualizar la política y politizar la fiesta, movernos
hacia el deseo, el placer y la agencia colectiva como una apuesta
elegida y transformadora. Que la efervescencia nos valga para construir
mundos más vivibles.

Por Colectivo Antroposex: Antroposex es un colectivo de


investigación, formación y activismo. Forma parte del Instituto
Interdisciplinario de Estudios de Género en la FFyL-UBA

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