a tratar, sin embargo, a través de un análisis que se centrará en los aspectos
micro de la auto-conservación, es decir, en un concepto específico del “yo” y
sus implicaciones. Es fundamental señalar que uno de los temas más frecuentes de los sueños en este contexto es la brujería, el engaño y las falsas apariencias, que se cree son circunstancialmente “presentadas” al soñador por sus entidades espirituales a medida que la situación se presenta. El sueño permite así una “verdadera visión” de una manera consistente con la preocupación cubana con la relación entre visualidad y lucidez espiritual. En un artículo cuyo subtítulo evoca una cita del Talmud “Sueños que no son interpretados son como cartas que no han sido abiertas”, Erich Fromm afirma que si “no entendemos el idioma en que están escritos perdemos mucho de lo que sabemos y nos decimos en esas horas cuando no estamos ocupados manipulando el mundo exterior” (1952:19). Todos soñamos, dice, y no enten- demos nuestros sueños, y de alguna manera “actuamos como si nada extraño sucede” (ibíd.:19) durante el tiempo en que dormimos. Sin embargo, no hay un “como si fuera” en el sueño, las leyes del tiempo y el espacio son fácilmente dobladas o recreadas; eventos pueden ser simultáneos o sujetos a brincos casi cuánticos; y se presta poca atención a la integridad de los límites personales. Se pregunta Fromm ¿es, en última instancia, el sueño la voz de nuestro ser inferior o superior? Esta pregunta resume lo que ha sido claramente un supuesto básico desde la interpretación freudiana de los sueños, es decir, que los sueños comu- nican o, más bien, proporcionan un enlace comunicativo entre un nivel del yo y el otro, por lo general un tránsito de lo inconsciente a lo consciente. Si para Freud el sueño oculta mientras que para Jung revela, los teóricos del sueño más contemporáneos esencialmente sostienen una u otra versión de la idea de que “los soñadores son perfectamente libres de decir lo que sienten en sus sueños” (perspectiva de Calvin Hall interpretada por Moorcroft y Belcher, 2005:182), a menudo tejido en coherentes, si no enigmáticas, representaciones a través de imágenes y símbolos. Para estos teóricos, los sueños son entonces los espejos mágicos de nuestro bienestar social y psicológico, los mecanismos de medición de nuestras actitudes hacia nosotros mismos y otras personas en un momento dado. Para las teorías cognitivas más recientes del sueño, soñar es una forma de pensar, aunque sea un pensar que no se refrena por estímulos sensoriales, por la lógica o por el auto-control (Foulkes, 2002) y, por lo tanto, es más “salvaje”, por así decirlo. Pero la cuestión parece ser lo que comprende este sistema de pensamiento. ¿Qué es lo que se comunica con y para qué? ¿Y con qué resulta- dos? Mientras que los antropólogos del sueño típicamente se han preocupado por los actos de narración post-sueño y su interpretación (cfr. Tedlock, 1987), la cuestión de quién está soñando es menos frecuente. Este enfoque en la metafísi-
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