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ANA CASAS

EL SIMULACRO DEL YO: LA AUTOFICCIÓN EN LA


NARRATIVA ACTUAL

En 1977 Serge Doubrovsky inventa el neologismo “autoficción” para definir la novela


Fils como una “ficción de acontecimientos estrictamente reales”.
Para su autor no se trata, pues, de una autobiografía; al contrario, en la contracubierta
del libro, Doubrovsky apuesta por la existencia de un género mestizo en el que,
contradiciendo a Philippe Lejeune, el pacto de ficción sí es compatible con la identidad
de nombre entre autor, narrador y personaje.
“Ficción de acontecimientos y de hecho estrictamente reales; si se quiere una
autoficción”.
Su popularidad se ha visto alentada por la proliferación de textos de difícil clasificación
genérica, no siendo del todo ajeno el interés comercial de las editoriales que, apelando a
la curiosidad del lector, con frecuencia invitan a hacer una lectura más o menos
autobiográfica de ciertas obras.
La generalización del término ha acabado convirtiendo la autoficción en una suerte de
cajón de sastre. En él caben las autobiografías que utilizan formas poco habituales o
aquellas que incluyen formas paródicas.
Los textos autobiográficos, donde no hay identificación expresa entre autor y personaje,
sino que esta solo se sugiere, aquellos otros donde la identificación si se hace explícita
pero en los que la presencia del autor no es protagónica, los que presentan una voz
narradora propensa a la digresión y al comentario interno fácilmente atribuible al autor,
o incluso los relatos donde, si bien el autor aparece ficcionalizado, se incluyen
suficientes rupturas de la verosimilitud realista como para despejar cualquier duda
acerca de su estatuto novelesco.
El propio término autoficción alude a un hibridismo que admite todas las gradaciones y,
por ello, resulta extremadamente lábil como concepto.
Sus márgenes son, en consecuencia, la autobiografía, con respecto a la cual un buen
número de críticos considera la autoficción una variante o deriva posmoderna, pero
también la novela, incluyendo sus manifestaciones antirrealistas.

Autoficción y autobiografía

Otros autores reivindican la ficcionalización de la experiencia en un sentido invasivo, de


modo que la autoficción acaba siendo toda ella la manifestación de ese “irreal del
pasado”.
Estas consideraciones tienen mucho que ver con el cuestionamiento de determinadas
nociones en relación con la autobiografía, por ejemplo, la autenticidad y la sinceridad
que a esta se le suponen, muy en boga precisamente a finales de los 70. Pero también se
relacionan con la actitud que, ha marcado la evolución de la representación literaria del
yo, caracterizada por el creciente escepticismo frente a la verdad personal y la
conciencia que el individuo tiene de si mismo.
Resulta capital la contribución del psicoanálisis, al sistematizar la apreciación del yo
como un ser disgregado y múltiple, incapaz de mantenerse fiel a su pasado o de tener
una identidad única.
Desde el punto de vista del psicoanálisis, la escritura autobiográfica también puede ser
entendida como una construcción, como un correlato literario de la “línea de ficción”,
en la medida en que el yo se enfrenta a una identidad inasible y, por ello, construye una
imagen o máscara de esta. En palabras de Carlos Castilla del Pino, todo acto de escritura
“exige la ordenación de lo escrito, y en este sentido el contenido autobiográfico ha de
ser ordenado con arreglo a un plan, en el que la selección de lo que se considera
relevante para la escritura es fundamental”; por esta razón, el cometido inicial de toda
autobiografía es “ponerse en orden uno mismo”, o, dicho de otro modo, construirse a
través de la escritura.
“Escribir es un acto tan exigentemente lúcido que la represión es, en su más elevado
grado, ineludible. La autobiografía es, por tanto, autoengaño, en primer lugar, porque es
autocensura; en segundo lugar, porque se escribe para la exhibición de sí mismo.
Una de las direcciones más importantes de los estudios sobre la autobiografía parte del
problema de la identidad como construcción del yo, cuestión que se relaciona con “la
crisis del contrato mimético”.
En los últimos años se ha generalizado la tendencia a no plantear la textualidad como un
resultado del sujeto; al contrario, se suele pensar que es el yo quien resulta construido en
el texto.
Es la postura que en su día adoptaron los teóricos de la deconstrucción, en especial Paul
de Man, quien en “Autobiografía como desfiguración” y en su comentario a las
Confesiones de Rousseau, ponía en duda que la autobiografía dependiera de un
referente, concluyendo que la distinción entre ficción y autobiografía no es una
polaridad, sino que es indecidible. Ambas comparten la retoricidad del lenguaje de
manera que el yo es reemplazado por su desfigura y el cuerpo del texto es una máscara
que sustituye como la prosopopeya a la persona convocada. Desde esta óptica, la verdad
del texto autobiográfico no sería predicable fuera del lenguaje que des figura su voz.
Las críticas deconstruccionistas y psicoanalíticas han debilitado la creencia en el
principio de identidad del yo como origen de verdad para el discurso autobiográfico.
La autobiografía difícilmente se concibe como “un instrumento de reproducción sino
más bien de construcción de identidad del yo”. Este es el punto de vista asumido, en la
mayor parte de las intervenciones.
En este contexto de quiebra de confianza en el discurso autobiográfico, la
autoficción, como advierte Alberca, “se ofrece con plena conciencia del carácter
ficcional del yo”. La autoficción representaría una salida a la dificultad cada vez
más acusada en la autobiografía de acceder a la verdad, ya que la diferencia
fundamental entre autobiografía y autoficción estribaría en el hecho de que este
asume de manera voluntaria la no referencialidad, la imposibilidad para el sujeto
de ser sincero y objetivo que la primera combate. La autoficción cuestionaría la
práctica “ingenua” de la autobiografía, al advertir que la escritura
pretendidamente referencial siempre acaba ingresando en el ámbito de la ficción.
La narrativa autoficcional permitiría al autor hablar de sí mismo y de los demás con
mayor libertad, sortear esa autocensura que Castilla del Pino considera inherente a la
autobiografía, al tiempo que ofrecería al escritor la oportunidad de experimentar
literariamente a partir de su propia vida, de ser otros y uno mismo a la vez.
A través de la ficción, accede a una verdad íntima, hecha de equívocos y
contradicciones, como equívoca y contradictoria es la identidad del individuo. Gracias a
subvertir las formas y los pactos de lectura habituales, la autoficción propone, entre
otras cosas, instaurar una relación nueva del escritor con la verdad. Y lo hace tomando
prestada de la novela toda clase de recursos y estrategias.
Autoficción y novela

La autoficción nace muy apegada a la autobiografía en tanto que expresión experimental


de esta. Poco después, a mediados de los ochenta, empieza a vincularse también a la
novela, cuando algunos críticos se muestran reacios a aceptar sin más la ambigüedad
genérica de la autoficción.
Dicho de otro modo, la fuerza contractual del nombre resulta “magnética”, tanto que,
para que el lector haga una lectura ficcional de una obra aparentemente autobiográfica,
debe al menos percibir la historia como imposible, es decir, como un texto incompatible
con las informaciones que ya posee.
Vicent Colonna amplía considerablemente el concepto ya que lo relaciona no tanto con
la autobiografía sino sobre todo con la novela, al entenderlo como la serie de
procedimientos empleados en la ficcionalización del yo. La autenticidad de los hechos
apenas entra ahora en consideración, ni la autoficción se limita al periodo bajo el signo
de la crisis del sujeto.
Genette llega a afirmar que cuando la identidad de nombre entre autor y narrador no
induce a realizar un pacto referencial, pues el lector se enfrenta a un texto de ficción, lo
más probable es que no exista tal identidad.

La autoficción en el cruce de los géneros

Las aportaciones recientes profundizan en la noción de indefinición genérica inherente a


la autoficción a partir de dos conceptos fundamentales: el de la ambigüedad, dada la
recepción simultánea de dos pactos de lectura en principio excluyentes (el pacto
autobiográfico y el pacto novelesco) y, en segundo lugar, el de hibridismo al combinar
la autoficción rasgos propios de los enunciados de realidad y los enunciados de ficción.
Philippe Gasparini llama la atención sobre las informaciones que orientan la recepción
de la obra y que aparecen contenidas en los diversos niveles textuales y extratextuales.
Así, en el paratexto, las marcas peritextuales (la firma de la portada, la contraportada, la
semblanza del autor, su fotografía) y las epitextuales (entrevistas, reseñas, publicidad,
etc.) poden ser utilizadas para fomentar la identificación del escritor con el protagonista
o, todo lo contrario, para hacer que el lector desconfíe de una posible asimilación entre
autor y personaje. En la autoficción, dada la confluencia de datos contradictorios, se
produciría una lectura simultánea, que sería al mismo tiempo autobiográfica ficcional.
El libro de Gasparini pone de relieve hasta qué punto la novela autobiográfica y la
autoficción imitan y subvierten los procedimientos de la narración referencial
mezclando aspectos tradicionalmente asociados a la autobiografía – el uso de la primera
persona, la focalización interna o la presencia explícita del tiempo de la enunciación –
con otros más propios de la novela – la tercera persona, la focalización 0 y la
preeminencia del tiempo de la narración –.
En parte es el punto de vista que también asume Manuel Alberca en los trabajos que
elabora su teoría del “pacto ambiguo” acogiéndose, por un lado, a los postulados
pragmáticos de Lejeune y, por el otro, a las categorías establecidas por Lacarme.
Este crítico distingue tres modalidades autoficcionales: la autoficción biográfica, que se
encuentra muy próxima al pacto autobiográfico y al relato factual, ya que, pese al
membrete “novela”, casi todo lo narrado resulta real; la autoficción fantástica, llena de
aspectos inverosímiles y, en consecuencia, más cercana al pacto novelesco; y, por
último, la autobioficción donde la vacilación lectora es completa, al producirse la
hibridación total entre los elementos autobiográficos y los imaginarios.
La autoficción como narración paradójica

En esta modalidad narrativa se trata de elaborar una narración paradójica donde se


infringen las convenciones genéricas tanto de la novela como de la autobiográfica. De la
novela, por un lado, al producirse la identidad de nombre entre autor, narrador y
personaje; y de la autobiografía, por el otro, porque dicha identificación se ve
cuestionada.
Para ello no es suficiente con que el paratexto indique que una obra de contenido
autobiográfico debe ser leída como una novela. Es el propio relato el que tienen que
generar una serie de estrategias textuales que estén orientadas a construir una narración
autoficcional.
La autoficción lleva al extremo algunos de los recursos empleados en la novela
contemporánea y se sitúa en la línea de experimentación que denuncia la imposibilidad
de la representación mimética.
La autoficción llama al referente para negarlo de inmediato; proyecta la imagen de un
yo autobiográfico para proceder a su fractura, a su desdoblamiento o a su
insustancialización.

Desorden cronológico

En este tipo de relatos la organización del tiempo suele negar la trama clásica, la
autoficción privilegia el azar y la gratuidad de la escritura, planteando un tiempo que
trasciende toda referencialidad porque ya es plenamente de la ficción. Las
características de dicho ordenamiento temporal son, en consecuencia, la heterogeneidad,
las novelas autoficcionales suelen asumir una apariencia referencial, que se ve
cuestionada desde el momento en que el lector empieza a percibir la mezcla de
elementos narrativos que componen el relato: es más o menos evidente que algunos
provienen del ámbito de lo real y otros del de la ficción.
El fragmentarismo, por su parte, se apoya en la digresión y la asociación como técnicas
de construcción del relato, haciéndose evidente en aquellos textos en los que el espacio
concedido a los períodos reflexivos resulta muy extenso en detrimento de la acción o
peripecia. Ello sucede especialmente cuando la trama se diluye en una sucesión de
episodios, sin que pueda apreciarse una cronología o un hilo conductor que trabe los
distintos pasajes y escenas.

Multiplicación de voces y perspectivas narrativas

Juegos en torno a la voz narrativa, así como con los cambios y alteraciones en la
focalización. La aptitud polifónica de la novela, su capacidad para multiplicar los puntos
de vista, es, en efecto, uno de los rasgos que puede presentar la autoficción, subvirtiendo
así la unidad del sujeto que se presupone a los textos autobiográficos.
Ello se logra de distintas maneras, por ejemplo, gracias al empleo de estructura
dialógicas.
Otras estrategias tienen que ver no tanto con la voz como con la focalización adoptada
por el narrador. A menudo el narrador adquiere una “imposible” capacidad de
introspección con respecto a los personajes.
En esos casos, podemos hablar de paralepsis: el fenómeno que se produce cuando el
narrador sobrepasa el grado de conocimiento que puede tener de la historia según la
focalización inicialmente escogida. Un recurso que, en este caso, permite atenuar lo
acontecido con lo imaginado y, en consecuencia, acortar la distancia entre la realidad y
la ficción.

Reflexividad y metadiscurso

Muchos de estos textos poseen una evidente dimensión metadiscursiva – la presencia


recurrente del comentario interno es otra de las características que subraya Gasparini –.
No es extraño que así sea, teniendo en cuenta que la autoficción suele expresar una
voluntad de deconstrucción con respecto a las literaturas personales o íntimas.
La infidelidad de la memoria es otro de los temas que acostumbran a aparecer.
Se trata de una serie de cuestiones que remiten finalmente a la desconfianza ante la
capacidad referencial del lenguaje.

Conclusión provisional

La narrativa autoficcional apela a un código que el lector conoce muy bien (el código
del relato autobiográfico, con sus marcas más evidentes, la primera de ellas la
identificación entre el autor y el narrador) para concluir a continuación que el lenguaje
no transparenta el mundo, muchos menos el sujeto, y que por ello es inútil intentar
reproducirlos.
Si bien en la autoficción la enunciación plantea la identidad entre autor, narrador y
personaje, sus enunciados problematizan la noción de autoría al subrayar el artificio, el
carácter puramente discursivo del relato, en palabras de Paul de Man, su naturaleza
tropológica. La destrucción de la linealidad, la alteración del orden sucesivo de la
narración, pone de manifiesto la “artificialidad” que el autor autobiográfico impone a
sus textos al seleccionar y ordenar sus recuerdos conforme a un plan trazado mucho
tiempo después de haber tenido lugar los hechos referidos. Del mismo modo, la
convivencia de materiales de diverso origen denuncia la idea de construcción, de
artefacto, común a todos los textos.
El desorden cronológico, la estructura caótica, habitualmente digresiva de la
autoficción, cuestionan, en fin, las nociones de sucesión y significación que en la
autobiografía tienden a ofrecer una imagen de síntesis tanto de lo acontecido como del
propio yo.

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