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EL HÉROE EN LA HISTORIA

SIDNEY HOOK

1. EL HÉROE COMO SUCESO Y PROBLEMA

En nuestro tiempo, el interés por las palabras y por los actos de individuos sobresalientes llega a un
grado nunca alcanzado antes.
En un período de guerras y revoluciones parece que la suerte de los pueblos depende visiblemente
de lo que una persona o, acaso, unas pocas, lleguen a decidir.

Los contralores sobre la conducción, ya sean manifiestos o escondidos, difieren de una sociedad a
otra, pero los conductores aparecen siempre, no sólo como servidores conspicuos del Estado, sino
como centros de responsabilidad, decisión y acción.
Allí donde unos pocos pueden aparentemente decidir tanto, no ha de sorprender que sea fuerte el
interés por la significación histórica de los individuos destacados.

Otra fuente de interés en el héroe se encuentra en las actitudes que se desarrollan en el curso de la
educación de los jóvenes. La historia de cada nación es presentada a su juventud en términos de
proezas de grandes individuos, míticos o reales. Algunas culturas antiguas glorificaban al héroe, y
veían en él el padre de la nación, como los israelitas a Abraham, o el fundador de una sociedad,
como los romanos a Rómulo. En las culturas modernas los cambiantes métodos pedagógicos no
afectaron al contenido heroico de la educación de los niños en materia de historia. Esto puede
deberse al efecto dramático de la forma del relato que naturalmente se acrecienta cuando se trata la
historia como una sucesión de aventuras personales.

Quien nos salva es un héroe, y en cuanto a las exigencias de la acción política, los hombres siempre
esperan que alguien los salve. El interés en el héroe se intensifica naturalmente cuando hay una
crisis aguda en los asuntos sociales y políticos, cuando algo debe ser hecho y hecho con urgencia.
Cualquiera que sea la posición política de uno, la esperanza de resolución de una crisis está siempre
ligada a la esperanza en la aparición de una conducción fuerte e inteligente, capaz de superar las
dificultades y peligros.
Se lo pude llamar “salvador”, “hombre a caballo”, “profeta”, “arquitecto social”, “discípulo
preferido”, “revolucionario científico”, según cual sea el vocabulario del partido del credo
respectivo. Los programas son importantes, pero se los puede olvidar en los períodos de tensión
elevada, cuando la necesidad y el peligro son tan palpables que se les percibe en el umbral de cada
casa.

X EL HOMBRE- ACONTECIMIENTO Y EL HOMBRE QUE HACE ÉPOCA

Debemos descartar como inapropiada la concepción del héroe como hombre moralmente valioso,
no porque los juicios éticos sean ilegítimos en la historia, sino porque gran parte de la historia fue
realizada por malvados. Tan solo nos concierne aquí el quehacer histórico, y no si ha sido hecho
bien o desastrosamente.
El héroe en la historia es el individuo a quien podemos atribuir con justicia una influencia
preponderante en la determinación de un resultado o suceso, cuyas consecuencias habrían sido
profundamente distintas si él no hubiese actuado como lo hizo.
La distinción entre el héroe como el hombre acontecimiento en la historia y el héroe como el
hombre que hace época. El hombre acontecimiento en la historia es cualquier hombre cuyas
acciones guiaron los acontecimientos posteriores por un cauce muy diferente del que habrían
seguido si esas acciones no hubieran ocurrido. El hombre que hace época es un hombre
acontecimiento cuyas acciones son consecuencia de una destacada capacidad de inteligencia,
voluntad y carácter más bien que de los accidentes de las circunstancias. Esta distinción tiende a
hacer justicia a la creencia general de que un héroe no solo es grande en virtud de lo que hace, sino
también de lo que es.

Tanto el hombre acontecimiento como el hombre que hace época aparecen en las encrucijadas de la
historia. La posibilidad de su actuación ha sido ya preparada por el curso de los hechos anteriores.
La diferencia es esta: en el caso del hombre acontecimiento, la preparación se halla en un estado
muy adelantado. Se requiere un acto relativamente simple para hacer la elección decisiva. Él puede
“frangollar” su papel o dejar que algún otro se lo arrebate. Pero, incluso desempeñándolo bien, ello
no prueba su calidad de criatura excepcional. Su mérito o su culpa se infieren de la consecuencia
feliz o desgraciada de su acción, no de las cualidades por él desplegadas al realizarla.
El hombre que hace época, por el contrario, halla la encrucijada en el camino histórico, pero
también ayuda a crearla. Él acrecienta las posibilidades del triunfo mediante la alternativa que elige,
sobre la base de las extraordinarias cualidades que posee.
Es el héroe como hombre que hace época quien deja en la historia la huella positiva de su
personalidad, una huella que aún puede observarse cuando él ha desaparecido de la escena. El
hombre como simple acontecimiento, aquél cuyo dedo tapona un dique o aprieta el gatillo que inicia
una guerra, rara vez tiene consecuencia de la naturaleza de la alternativa que enfrenta y de la serie
de acontecimientos que su acto desencadena.

El hombre acontecimiento es hijo de los hechos en tanto que, por una conjunción feliz o
infortunada, se halla en tal posición que el actuar o el abstenerse de actuar es decisivo en un gran
suceso. Pero no necesita tener conciencia de ese suceso, y de cómo lo afecta su actuación o
inactividad.

La relación entre el héroe y los intereses sociales. Una manera de perder de vista el problema es
mostrar que la acción heroica responde a las necesidades de una clase ya en el poder, o de una clase
que llega al poder después de largos trabajos.
Es evidente que el hombre que hace época en la historia nada puede adquirir por sí solo. Depende
de un pequeño grupo de lugartenientes o asistentes que forman una “máquina”, y de un grupo más
amplio de la población al que podemos llamar una clase social. Ambos grupos están ligados a él por
razones de interés, pero la naturaleza de tales intereses es distinta.

Que la figura- acontecimiento depende del apoyo de una clase social es algo que se pone más en
evidencia en los preliminares del acceso al poder, y no cuando se halla en posesión de él y dispone
de las fuerzas estatales de coerción y educación.
El hombre que hace época llega a dominar las fuerzas armadas del estado. Con frecuencia, goza ya
de algún prestigio militar antes de su advenimiento al poder.

A la máquina, por lo tanto, y no a la clase social, debemos atender para descubrir la principal
dependencia del héroe. Ya sea un partido político, una orden religiosa jesuita, una camarilla militar,
el héroe debe ligarla a sí, con ataduras más fuertes que el acero. Si está llamado a ser el hombre del
momento y se dispone a pagar las deudas contraídas con la clase que lo propició, la máquina es un
instrumento conveniente. Si decide seguir un curso diferente al que se esperaba, la férrea lealtad de
la máquina le es imprescindible. En uno u otro caso, la máquina debe convertirse en su máquina, si
quiere triunfar. ¿Cómo se realiza esto? Primordialmente, otorgando a los miembros de la maquina
ciertos privilegios materiales y psicológicos que los distingan como un grupo aparte. Deben vivir
convencidos, como grupo, de que son compañeros de siempre en cualquier alianza política con otro
grupo de tal manera que llegan a ocupar los puestos estratégicos.
El héroe histórico no puede transformarse simplemente en instrumento de su máquina y a la vez
detentar por largo tiempo el poder. Por mucho que dependa de ella, debe seguir siendo su dueño.
El hombre que hace época en la historia obtiene su oportunidad para actuar libremente enfrentando
con sagacidad a los grupos de los que depende. Por ello, él es más que un instrumento en manos de
una clase social o más que un capitán de una banda de asaltantes.
Nuestra conclusión es que el héroe no puede ejercer influencia sobre los hechos históricos sin
satisfacer ciertos intereses sociales y de grupo – ya sean económicos, nacionales o psicológicos -,
pero los satisface de tal manera que siempre retiene un grado considerable de libertad para elegir
cuáles intereses habrá de apoyar y cuáles suprimirá o debilitará.

Muchas figuras históricas conductoras no se dan perfecta cuenta del lugar extraordinario que
ocupan en la historia, o tienen en él una conciencia falsa. Se ven como impulsadas a la acción por
las necesidades del momento, para lograr un resultado prefijado, más bien que uno obtenido
mediante la acción voluntaria y un plan inteligente, en ausencia de los cuales las cosas habrían
tomado un rumbo muy distinto.
Por otra parte, existen caracteres históricos arrastrados por la marea de los hechos, que sienten que
ellos están encauzando la dirección de la ola. O bien pretenden haber influido sobre los hechos en
cierta esfera, mientras que su influencia real se ejerció en otra.

Hay situaciones en el mundo que ningún héroe puede dominar. Irrumpen con tal fuerza, que ni el
hombre que hace época ni sus compañeros de lucha puede resistirlas, si bien cada uno de ellos
puede capearlas a su manera. Estas situaciones sobrevienen comúnmente al final de prolongados
períodos de miseria y opresión, como en los grandes levantamientos revolucionarios. Surgen
también cuando dos naciones poderosas están organizadas de tal manera que una de ellas, o ambas,
no se pueden sentir seguras mientras las principales rutas comerciales, los mercados a los que estas
alcanzan, y las fuerzas de materias primas y abastecimientos estén dominadas por la otra.
Pero existen otras situaciones en las que un hombre dotado de genio bueno o malo puede afectar tan
profundamente a los hombres y a los hechos, que se transforma en un hombre que hace época. Es
difícil establecer que existen tales situaciones y tales hombres.

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