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Por Arturo Uscátegui Maldonado
arturousca@gmail.com
Cuando recibí el honor de la invitación que me ha traído hasta aquí, para compartir con
ustedes estas reflexiones acerca de la acreditación y la calidad de la Educación Superior en
nuestra Región y de manera particular en mi país, Colombia, de manera inmediata se me
planteó el reto intelectual, quizás obvio, dado el carácter de este evento, de buscar
perspectivas de análisis que fueran en alguna medida novedosas.
será útil volver y cuya disponibilidad permanente a través de las redes de información
otorgan una relativa facilidad de consulta.
En un cierto sentido se podría considerar que este decenio largo de establecimiento de los
sistemas de acreditación, corresponde al necesario período de aprendizaje inicial de los
actores involucrados en los siempre complejos sistemas de evaluación. Respecto de los
fundamentos aprendieron los gobiernos y sus agentes ejecutores, y aprendieron también las
instituciones y sus comunidades académicas. Y entonces quizá el tono, didáctico, auroral, y
las temáticas, generalistas, totalizantes, han sido del todo indispensables.
Podría afirmarse que los sistemas de acreditación en América Latina y el Caribe están
iniciando una segunda etapa consistente en la metaevaluación, y que en tal sentido los
objetos de reflexión han comenzado a particularizarse, a saber: la función y desempeño de
los pares externos, la evaluación de la estructura académica, la reacreditación y la cultura
de la evaluación, el impacto en las comunidades académicas, autonomía universitaria y
estandarización educativa, las inversiones institucionales, las respuestas a las necesidades
expuestas en los diferentes tipos de evaluación institucional, entre tantos otros.
Así pues, dentro del objetivo de brindar marcos de reflexión que puedan constituir un
aporte de índole académica, sirva lo dicho anteriormente como un extenso y necesario
preámbulo para explicitar el primer contexto desde donde es dicha esta ponencia: se trata de
un análisis con un cierto grado de exhaustividad, acerca de las tareas que deben enfrentar
las comunidades docentes de base, en tanto constituyen el actor cuyo papel consiste en
aplicar en sus tareas diarias y en el nivel más extremo de especificidad e inmediatez las
metodologías evaluativas de los sistemas de acreditación. Tal denominación, “comunidades
docentes de base”, hasta donde ha alcanzado mi revisión documental y bibliográfica, y mi
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experiencia directa en dos instituciones como gestor de acreditación de programas y en una
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como par colaborativo de acreditación , no existe.
Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Santo Tomás y Carrera de Publicidad de la
Universidad Central.
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Facultad de Publicidad de la Universidad Católica de Manizales.
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Sin embargo, es un nuevo actor que necesariamente tenía que emerger si el desarrollo de
los procesos de acreditación es coherente con la formulación de uno de sus principales
fines: asegurar la calidad de la educación superior a través del desarrollo de una cultura de
la evaluación, cuyo objetivo es el mejoramiento continuo de los procesos y resultados de
las instituciones y sus programas académicos para rendir cuentas ante la sociedad y el
Estado.
Quiero dar por descontado que no se entienda el proponer la existencia de este nuevo actor,
como una sutil diferenciación de estratos profesorales en la comunidad académica en el
ejercicio de las funciones sustantivas de la educación superior. Al hablar de los efectos de
la acreditación en la comunidad académica, creo que es indiscutible aceptar que tal proceso
la ha fortalecido: ha mejorado sus condiciones contractuales, ha potenciado sus procesos y
niveles formativos, ha elevado sus grados de interlocución con las directivas
institucionales, ha ensanchado sus límites hasta contemplar la posibilidad de que también
hagan parte de ella los actores sociales donde se verifica el impacto de su acción, entre
tantas otras consecuencias. No se trata pues, de introducir una estratificación docente.
Tal respuesta consistió en la creación por parte de las instituciones de educación superior de
instancias formales a nivel de Departamentos, Unidades, Secretarías y otras
denominaciones, especializadas en la gestión, coordinación, planeación y/o ejecución de los
procesos de acreditación. Por supuesto, estas instancias debían estar conformadas al
principio por asesores externos y luego, afortunadamente, por docentes de las respectivas
instituciones que han encontrado en la acreditación un nuevo campo de desarrollo
profesional.
En el actual estado de desarrollo del proceso, y dada la enorme cantidad de variables que
pesan sobre ello, no es posible predecir si tal capital simbólico pueda ser apropiado por la
totalidad o al menos la mayoría de los integrantes de las comunidades académicas –
escenario que sería el más deseable- o vaya a persistir la figura de “expertos
institucionales” o “expertos de programa” en el conocimiento y desarrollo de las
metodologías de evaluación para la acreditación.
El desconocimiento de las tareas en el nivel más específico y concreto que las comunidades
docentes de base deben realizar en la evaluación con miras a la acreditación, o cuando
menos la ausencia de convocatoria a la realización de esas tareas, impedirá que los modelos
de acreditación sustentados en los principios de transparencia, integridad, coherencia,
participación y eficacia cumplan sus propósitos de mejoramiento, cultura evaluativa y
aseguramiento de la calidad.
que conllevan los sistemas de acreditación, incluso la burocratización puede actuar al lado
de otros factores de índole marcroestructural.
TRES CONTEXTUALIZACIONES
Los datos generales sobre educación superior han sido obtenidos del Sistema Nacional de Información de la
Educación Superior –SNIES- en http://www.mineducacion.gov.co/snies. Las estadísticas sobre acreditación
provienen del Consejo Nacional de Acreditación –CNA- en www.cna.gov.co. Consultas realizadas el 3 de
julio de 2008.
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Sin dejar de observar que luego de los iniciales análisis de cobertura que unas estadísticas
puedan ofrecer, se debe proceder a exploraciones de orden conceptual como por ejemplo,
los diversos grados de impacto de la acreditación en las instituciones privadas y oficiales o
la concentración del proceso en las IES bajo la categoría de Universidades en comparación
con las instituciones técnicas y tecnológicas, las cifras reseñadas permiten constatar que la
acreditación es un proceso consolidado en Colombia.
El bajo porcentaje de instituciones acreditadas (4.7%) debe ser contrastado con tres
consideraciones: en primer lugar, es un proceso que cuenta con tan sólo cinco años; en
segunda instancia, el bajo número de instituciones acreditadas relacionado con ese período
escaso permite pensar en la existencia de criterios basados en la rigurosidad; por último, es
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bien significativo que cerca de la mitad (46%) de las instituciones existentes hayan
sometido al menos uno de sus programas al proceso.
Así mismo, el hecho de que casi el 20% (1.316) de los programas existentes se haya
sometido al proceso de acreditación, debe pensarse en términos del efecto multiplicador y
movilizador que esas comunidades académicas puedan tener en sus propias instituciones,
en el campo disciplinar y en la oferta educativa a los cuales pertenecen, y en los sectores
sociales donde ellas se inscriben.
manera especial sobre esa síntesis de dos visiones de la calidad. En la primera acepción de
la calidad, la de la pertinencia respecto del propósito, reside la posibilidad de que las
instituciones y los programas salvaguarden su especificidad, su identidad con arreglo a sus
distintas tradiciones históricas; sus diferentes modelos institucionales, pedagógicos y
curriculares; sus diversas estructuras académicas; sus particularidades disciplinares; en una
palabra, allí se desarrolla la autonomía universitaria. En la segunda noción, la de la
aproximación a estándares de características universales o generales, se soporta la no
menos importante dimensión de su pertinencia social, económica y cultural.
La tercera contextualización anunciada se refiere a la particularidad de la comunidad
académica de la que provengo. Trabajo en la Universidad Santo Tomás, en su Facultad de
Comunicación Social para la Paz, un proyecto educativo relativamente joven –apenas 11
años- y con un apelativo, la Paz, que tiene una muy fuerte incidencia en la propuesta de su
modelo pedagógico, en la construcción de su estructura curricular y en la forma como
entiende su impacto social.
Para los efectos de esta ponencia, basta decir que esa búsqueda de coherencia se materializa
en el constructo colectivo de un currículo integrado, bajo una estructura modular y la
implementación de la pedagogía problémica, formas organizativas del trabajo educativo
que exigen altos grados de participación, cohesión y sentido de pertenencia.
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Sin esos factores quizás no habría podido evidenciar el lugar no previsto, no entrevisto aún,
de las comunidades docentes de base en los procesos de acreditación. No es común en mi
país que el cuerpo docente vinculado a un programa académico sea mayoritariamente
permanente. Vengo pues, de una comunidad docente de casi 50 profesores y profesoras,
donde más del 90% de ellos y ellas son de medio tiempo y tiempo completo y donde, a su
vez, la mayoría está en este momento construyendo el modelo de autoevaluación con miras
a la acreditación del programa.
Es una tarea que por esas particularidades no se la podemos delegar a expertos externos o
institucionales, y quizás por eso mismo es un proceso más dilatado y que se desarrolla por
lo tanto en medio de presiones donde aún hay que armonizar los tiempos de la gestión
administrativa y del trabajo académico.
Los Factores, 8 en total, hacen referencia a grandes áreas o ejes articuladores a través de
cuyo análisis se pueden apreciar las condiciones de desarrollo de las funciones sustantivas
de un programa académico. Son ellos:
Las Características, 42, “son enunciados generales que expresan un ideal de calidad en
algún aspecto de la actividad universitaria” (Roa, 2003).
Los Aspectos, que son 201, pueden considerarse como variables que expresan los atributos
de las Características.
A la posible percepción de exhaustividad y dificultad del modelo, habida cuenta del alto
número de Aspectos e Indicadores que posee, y al riesgo de estandarización que contempla
todo modelo de evaluación con criterios cerrados y generales, hay que oponer algunas
observaciones.
En primer lugar, no hay que olvidar que esos lineamientos son aplicados a través de un
modelo de autoevaluación construido por los mismos programas, que contempla como su
primera fase la ponderación de los pesos específicos de los 8 Factores y las 42
Características, atendiendo las particularidades institucionales, históricas, estructurales,
disciplinares de cada programa.
En segunda instancia, a pesar de que las Características aparecen en el modelo como parte
de Factores específicos, estos últimos no deben considerarse como compartimientos
estancos:
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En tercer lugar, además de que los Indicadores son de índole tanto cuantitativa como
cualitativa, el CNA es insistente en que sobre éstos es necesario hacer dos tipos de trabajo
académico y técnico: primero, construirlos de cara a las especificidades del programa y,
segundo, juzgar la no pertinencia de cuantos sea necesario hacerlo –con las respectivas
argumentaciones- o crear los que también sean necesarios, en el contexto, se reitera, de las
particularidades del programa evaluado.
Sobre esta tercera consideración gravita la demostración argumentativa de esta ponencia: el
análisis sobre el modelo evaluativo del CNA permite concluir que, como lo dice el mismo
documento de “Lineamientos…”, la construcción de Indicadores constituye la base de su
aplicación1, pero, agrego, no sólo bajo el sentido de inicio del proceso, sino también en
términos de fundamento, es decir, sobre tal labor recae el éxito o fracaso de la
implementación y resultados del modelo. No obstante, diversos factores han invisibilizado
o disminuido la importancia de esta etapa, quizás la de más clara dimensión académica
dentro de todo el proceso.
Una posible tipología de los 200 Indicadores del modelo del CNA y sus ejemplos de
referentes, que introducen una primera aproximación a la clase de trabajo que supone su
construcción, es la siguiente:
No. TIPO DE INDICADOR EJEMPLOS DE REFERENTES
Existencia de políticas, estrategias, Documentos de políticas curriculares, de gestión
1 criterios, mecanismos institucionales y/o de calidad, de investigación o proyección social.
del programa.
A- Existencia de estructuras curriculares, Documentos Modulares, programas de clase,
modelos pedagógicos, características de sistematización de experiencias, registro
2 agentes calificado, condiciones iniciales.
1
Información provista por el doctor Jesús Virgilio Niño Cruz, coordinador del Consejo Nacional de
Acreditación, en entrevista concedida el 29 de julio de 2008.
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Si bien el cuadro presenta 6 tipos de indicadores cuyos referentes serían objeto de total
construcción, los otros 4 tipos, incluso con la existencia de posibles referentes identificados
y concretos, representan, de todas maneras, exigencias de orden conceptual.
En el mejor de los escenarios, un programa confrontado a dar respuesta sobre este indicador
debe encontrar los referentes necesarios en los documentos que sustenta su modelo
pedagógico, su estructura curricular, sus ejes articuladores y así sucesivamente hasta,
quizás en la evidencia documental más específica, sus programas de asignatura o de espacio
académico.
No obstante, tal evidencia documental, con ser como es el primer paso y tener una
indiscutible importancia, es insuficiente. Y lo es porque además del trabajo técnico que
supone establecer una escala de gradación (numérica, de frecuencia, valorativa), el sentido
común invita a pensar que el “grado de correlación” no se refiere solamente a un análisis de
coherencia documental y discursiva, sino que también remite a evaluar desempeños y las
otras dos funciones sustantivas de la investigación y la proyección social.
Ahora bien, ese “grado de correlación” también debe encontrar otras fuentes como la
discusión de los métodos en tanto dispositivos pedagógicos, ¿por qué unos y no otros?; ¿el
grado de correlación es el mismo para los distintos ciclos, etapas formativas o énfasis que
prevé el currículo?; si los objetivos del programa están formulados en términos de
competencias, ¿qué relación tienen éstas con los métodos?, ¿cuenta el programa con
ejercicios evaluativos sobre la coherencia entre metodologías, contenidos y competencias?
Una advertencia, aunque es claro que el modelo del CNA es altamente sistémico y que por
lo tanto el cabal cumplimiento de la actividad que un Indicador pretende medir, debe
relacionarse con otros, quiero llamar la atención sobre la densidad y complejidad de la tarea
que un Indicador plantea a la comunidad académica.
INDICADOR
Cuando las comunidades académicas de base entran en contacto con la metodología del
CNA, es frecuente observar que este tipo de indicador es calificado como posiblemente el
más sencillo. Nada más alejado de la realidad.
En primera instancia hay que evidenciar que el Indicador establece llegar a conocer
percepciones de cinco fuentes personales distintas. Así, una primera tarea es definir los
tamaños y composiciones de las muestras poblacionales. Particularmente en lo que respecta
a estudiantes, egresados y expertos. Respecto de los primeros y los segundos, y sin perder
de vista que deben primar los criterios académicos, habría que definir variables como el
género, las etapas formativas, las jornadas, la procedencia regional, la fecha de graduación
entre otras.
En segundo lugar, el diseño del instrumento de recolección de información debe prever que
las fuentes a consultar, poseen apreciaciones en diferentes niveles de profundidad, precisión
y claridad acerca de los atributos de “calidad” y de “integralidad” y sobre la noción de
“currículo”. Incluso el proceso de construcción del Indicador debe tener siempre presente
que subyacen bajo esas percepciones, representaciones de muy diverso orden.
Tal complejidad puede llevar a establecer la necesidad de optar por instrumentos distintos
para cada una de las fuentes (entrevista estructurada, encuesta, sesión de grupo), y muy
posiblemente, ante la especificidad y tecnicismo de los atributos del objeto sobre los que se
pregunta, como es en este caso, habría que contemplar la conveniencia de que el
instrumento incluya una fase previa o simultánea de capacitación de las fuentes respecto de
esos atributos. Si esto fuera así, quizás la metodología del taller sería la más apropiada.
En este tipo de indicador se evidencia de especial manera el sentido de planeación que debe
tener el diseño de los instrumentos de recolección de información, en tanto esta primera
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FACTOR 2 Estudiantes
Mecanismos de ingreso
Teniendo en cuenta las especificidades y exigencias del programa
CARACTERÍSTICA 5 académico, la institución aplica mecanismos universales y
equitativos de ingreso de estudiantes, que son conocidos por los
aspirantes y que se basan en la selección por méritos y capacidades
intelectuales, en el marco del proyecto institucional.
ASPECTOS QUE SE b) Políticas y mecanismos de admisión excepcionales que sean de
conocimiento público.
DEBEN EVALUAR e) Admitidos en cada uno de los procesos de admisión de las cuatro
últimas cohortes, bien mediante la aplicación de reglas generales o
bien mediante la aplicación de mecanismos de excepción.
a) Existencia de políticas, criterios y reglamentaciones (generales o
por vía de excepción) para la admisión de estudiantes.
INDICADORES c) Porcentaje de estudiantes que ingresaron mediante la aplicación
de reglas generales y mediante mecanismos de admisión
excepcionales.
que el cabal cumplimiento del proceso académico sobre el que el indicador pregunta,
desborda las posibilidades del programa y compromete, por lo tanto, también a la
institución.
La tercera razón es que es un indicador relacionado de manera muy estrecha con el perfil
para la paz que, como ya he anotado, posee la facultad donde trabajo.
En efecto, una facultad de Comunicación Social para la Paz que existe en un país
multicultural, que recientemente ha reconocido los derechos de las minorías étnicas,
también con recientes políticas públicas de reconocimiento e inclusión de las minorías
sexuales, con un ascendente movimiento social que propende por la inclusión de la
población con discapacidad, con un grave problema de desplazamiento forzado y un
complejo proceso de reinserción social de excombatientes, está llamada a diseñar y poner
en marcha mecanismos de ingreso especiales –tanto en lo económico, como en lo
académico- de estudiantes de estas comunidades. Y no por razones asistencialistas, sino
porque la aplicación de políticas en este sentido tendría consecuencias de profundo
significado en el currículo, en las dinámicas y estructura de la comunidad estudiantil, en los
retos de sus procesos académicos, en el impacto social del programa, todas ellas incidencias
que tienen que ver con la consolidación del perfil para paz, valor agregado, distintivo que
constituye una de las dimensiones esenciales de la identidad de la Facultad.
Conclusiones
2. Por lo tanto, si bien hay una noción general del trabajo que desarrollan, existe
desconocimiento o, cuando menos, una percepción del escaso peso relativo, de las
tareas específicas que las comunidades docentes de base deben realizar, cuando se
les llama no solo a participar como fuentes de información en la fase de
autoevaluación, sino que se les convoca a la construcción de un modelo
autoevaluativo.
El sucinto análisis de tan solo tres Indicadores realizado anteriormente -no hay que olvidar
que el modelo del CNA propone 200- quizás genere una impresión de una propuesta que
suma a la alta complejidad de tal modelo, niveles más profundos y superfluos de ella.
Sin embargo, frente a la posibilidad de esa percepción se impone una reflexión: tras la
descripción de antecedentes y la justificación que sustentaron la necesidad de la
acreditación de la educación superior y las especificidades de su modelo (De la Garza,
2008; CNA, 2006) donde se elaboraba un diagnóstico de la situación de los sistemas
educativos de ese nivel signado por el atraso y su escasa pertinencia, al llevar tal
diagnóstico al ámbito más particular, existía un profundo cuestionamiento a las
instituciones y los programas acerca de sus proyectos educativos, de sus modelos
pedagógicos y de sus estructuras curriculares.
En mi país se acuñó una expresión que tomó vuelo y con la que se intenta sintetizar ese
período de los años 80 y parte de los 90 donde el número de instituciones y programas
creció desmesuradamente. Se habla de “universidades de garaje” para referirse al enorme
número de instituciones universitarias que surgieron en ese lapso como fruto de la
desregulación estatal y que se caracterizaron, entre otros muchos factores, por la
insuficiencia de sus recursos físicos, la fragilidad de sus comunidades académicas, la casi
total ausencia de producción de conocimiento y sus muy débiles niveles de impacto y
pertinencia social.
Debo advertir que esa no es la situación de las instituciones donde laboro. La mención a esa
situación descrita por las “universidades de garaje” quiere señalar una circunstancia de
comparación y de competencia que instaura todo sistema de acreditación: las posiciones de
partida de las instituciones frente al proceso son, por fuerza, desiguales.
La sólida tradición y la percepción social sobre la alta calidad de su servicio -ya ganada
antes del proceso- de la mayoría de las instituciones y programas que en Colombia han
logrado la acreditación, comprueban esa afirmación.
Si los sistemas de acreditación de la educación superior quieren ser coherentes con los
principios que los justifican, entre ellos quizá el más importante: el de instituir la
evaluación como el procedimiento idóneo para el mejoramiento y el aseguramiento de la
calidad, entonces tales sistemas deben proceder con prontitud a desarrollar las tareas de
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metaevaluación.
Sin dejar de percibir que un proceso sistemático de metaevaluación debe abordar un gran
número de referentes, desde una perspectiva técnica, el inicio de un programa de esa
Durante la ya reseñada entrevista sostenida con el doctor Niño Cruz, éste señaló que aunque ya han
comenzado algunos trabajos que apuntan en la dirección de la metaevaluación como estudios de impacto de la
acreditación en las instituciones, análisis perceptuales sobre la labor del CNA y de CONACES, reuniones de
pares externos por campos disciplinares, no existen aún procesos metaevaluativos en forma absolutamente
sistemática y global.
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• La segunda consideración tiene que ver de manera muy íntima con las tesis
expuestas en esta ponencia: el Informe de Autoevaluación tiene como sustancia y
expresa en sus resultados, el trabajo académico que las comunidades docentes de
base desarrollan en el nivel concreto de construcción de Indicadores, diseño de
instrumentos de recolección de información, aplicación de éstos, tabulación y
análisis de esos resultados y elaboración de planes de mejoramiento.
Así como se ha señalado que la acreditación no puede ser considerada como panacea de los
problemas de la educación superior (CNA, 2003), mal podría proponer esta ponencia que la
metaevaluación pueda ser la panacea a las debilidades de la acreditación. No obstante tal
proceso podría neutralizar varios riesgos.
cuestionable idea de que la morosidad es una de las características que definen los procesos
académicos, allí se rompe esa cadena de la celeridad. Aún falta construir el espacio donde
sin relaciones de predominio, dialoguen las políticas de gestión administrativa influidas por
los principios de la planeación estratégica y las políticas educativas sustentadas por los
principios de la invención y el descubrimiento del trabajo académico.
Para dimensionar las posibles utilidades que puede ofrecer la evaluación de los informes de
autoevaluación en aquellos procesos que no han llevado a la acreditación, hay que hacer
una reflexión de orden técnico. Un programa sólo continúa con su proceso de acreditación,
si los resultados de su autoevaluación le permiten afirmar que los Factores están en un nivel
de alto cumplimiento o que en aquellos donde no lo estén, ya tiene en marcha planes de
mejoramiento que subsanarán las distancias que lo separan de la alta calidad. Así pues,
cuando no se logra la acreditación es porque el par externo y el CNA discrepan de la
imagen, sobre la base del informe de autoevaluación, que de sí mismos han construido la
institución o el programa respecto de su calidad. A la luz de esta reflexión, no es arriesgado
afirmar que una buena parte de esos informes de autoevaluación adolecen de fallas de orden
técnico o, muy posiblemente este sea el principal origen, no han respondido al proceso
académico de construcción de sus indicadores.
Los límites del tiempo no permiten ahondar sobre tantas otras derivaciones que la
visibilización del trabajo de las comunidades académicas de base podría significar en la
consolidación de los procesos de acreditación.
Quiero terminar con una reflexión. En la pesquisa documental que la elaboración de esta
ponencia me demandó, encontré que alrededor del inicio de los años 90 ocurrió una
considerable producción académica donde se conceptuaba que el origen de la reforma
educativa de la Región obedecía a intereses del gran capital, de los organismos económicos
multilaterales, al amparo de la ideología neoliberal globalizadora, y cuyos resultados serían
los de la estandarización, la privatización y la de la profundización de la desigualdad social.
Creo que el sentido y la acción de lo político se han desplazado en estos 20 años. No estoy
proponiendo la neutralidad política de toda estructura de acreditación, en la medida en que
subyace a cualquiera de sus formas una cierta manera de entender la educación y sus fines.
BIBLIOGRAFÍA