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Andalucía y la (dulce) ruta de los belenes


Si la Navidad comienza en un belén, Andalucía describe una ruta incomparable
por las distintas versiones de ese punto de partida

Vecinos vestidos con ropa de la época en el belén viviente de Medina Sidonia (Cádiz).

MARÍA LUACES

14 DIC 2018 - 12:09 CET

Allí, la tradición de recrear el nacimiento original existe desde hace siglos pero, a
diferencia de lo que ocurría en tiempos de Carlos III, ya no se limita a los hogares.
Hoy, estas creaciones forman parte de proyectos colectivos que se pueden disfrutar
en los espacios públicos y que constituyen uno de los grandes atractivos navideños
de las ciudades y los pueblos andaluces. Desde Sevilla hasta Málaga y desde Úbeda a
Jerez, la comunidad entera se vuelca en la confección de belenes de todos los
tamaños, materiales y estilos.

Escaparates, iglesias, museos, jardines y plazas acogen en estos días infinidad de


nacimientos, unas obras de arquitectura efímera que enorgullecen a los lugareños y
asombran a los visitantes. Los hay para todos los gustos y se presentan en tal
cantidad que es posible diseñar un itinerario entre varios pueblos y ciudades para
descubrirlos. Es más, se pueden clasificar en categorías, como la de los belenes
vivientes, una de las propuestas más apreciadas por el público. Estas puestas en
escena a escala humana casi siempre están conformadas por vecinos anónimos
ataviados con ropa de época. En Cádiz destacan, entre otros, los de Arcos de la
Frontera, Medina Sidonia, Espera, Ubrique y El Gastor. En Huelva, los de Beas,
Corrales y Galaroza. En Jaén, el de Fontanar; en Málaga, el de Almayate; y en
Córdoba, el de su capital.

Ir tras los belenes vivientes —o pesebres, como se les llama en otros países— es una
magnífica oportunidad de conocer grandes ciudades y diminutos pueblos de
Andalucía. Y no es la única, ya que cada año se montan y erigen cientos de
nacimientos muy distintos entre sí que se encuentran repartidos por todas las
provincias. Las ocho capitales andaluzas ofrecen a los visitantes belenes de
extraordinario interés. Basta verlos para comprender que, si bien representan una
escena de humildad y sencillez, son auténticas joyas confeccionadas con la
dedicación y la minuciosidad de un orfebre.

De hecho, la comunidad cuenta con importantes asociaciones —como 'La Roldana',


en Sevilla, o la Asociación de Belenistas de Jerez— que impulsan y mantienen viva
esta particular tradición. Sus obras sorprenden por los detalles y por el gran nivel de
realismo con el que recrean los paisajes de Jordania e Israel. Y hay otras propuestas
destacadas, como las del Jardín Botánico de Córdoba, la Iglesia de Santo Domingo de
Úbeda, en Jaén, o el nacimiento de Rute, en Córdoba, que pesa una tonelada y media,
y está hecho íntegramente de chocolate.

Para los niños (y los adultos golosos), es casi inevitable la tentación de probarlo. Por
fortuna, no es necesario darle un bocado al belén. Si es por dulces navideños,
Andalucía sirve la tradición en bandeja. Alfajores, roscos de vino, mantecados,
polvorones, pastorcitas, hojaldrados recubiertos de chocolate, yemas, empiñonados
o bolas de coco son solo algunas de las muchas delicias que podemos encontrar en
localidades como Estepa, un pequeño municipio sevillano que, además de su
producción de dulces —reconocida en todo el país—, ofrece un exquisito patrimonio
arquitectónico que bien merece una visita.
Polvorones de Estepa (Sevilla), un clásico de la gastronomía de estas fiestas.

Combinar la ruta de los belenes con la oferta gastronómica típica de Navidad es una
de las maneras más originales de descubrir parte de la esencia andaluza. Y es un plan
que solo se puede hacer en esta época del año. Además de las fábricas y los locales
artesanales, que permiten aprender cómo se elaboran estos dulces tan especiales,
existen numerosos conventos de clausura que elaboran con esmero algunos de los
bocados más deliciosos que se pueden tomar en estas fiestas. Mazapanes,
piñonates, almendras garrapiñadas o marquesas son buenos ejemplos de cómo los
robustos muros de estos edificios atesoran las cocinas más delicadas de esta tierra.

El compendio de opciones no termina en este punto. Quedan placeres como los


pestiños (elaborados con harina, vino de Jerez, ajonjolí y miel) acompañados con una
copa de anís; el pan de Cádiz (que es mazapán en crudo tostado al horno con frutas,
yemas y coco); o el resol de café, una bebida que proviene de Jaén y que se prepara
con agua, café, hierbaluisa, canela en rama, cáscara de limón, aguardiente y azúcar.
Y, por supuesto, quedan otros postres típicos de las fiestas y representativos de la
región, como el Roscón de Reyes, los polvorones, los mazapanes o el turrón, que en
origen solo contenía almendras y miel, pero que ahora, como los belenes, se ofrece
en una amplísima variedad.

La oferta gastronómica andaluza se sustancia también en grandes propuestas con


mucho sabor, como la Exposición de Dulces de Conventos de Clausura de Sevilla; la
Fiesta del Polvorón de El Gastor, en Cádiz; o la Feria del Mosto de Colmenar y la de las
Migas de Torrox, ambas en Málaga. Las opciones son prácticamente infinitas y, por
tanto, es difícil explorarlas todas en un solo viaje. Bien pensado, es la excusa perfecta
para volver.

Esta noticia, patrocinada por Turismo de Andalucia, ha sido elaborada por un colaborador de EL
PAÍS.

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